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446 Principios de Filosofía del Lenguaie tras para las primeras la convención obliga al hablante, para las segundas ob liga al oyente, Una asimetría aún más llamativa que la que hemos encon- trado hace un momento, pu es muestra que la convención de veracidad s ir ve para explicar el uso que hace el ha blante de las oraciones declarativas, pero no el que hace de l as imperativas; en este último caso lo único que explica es el comportamiento de aquel a quien se dirige el imperativo. En todo caso, lo único que me importaba subrayar es la función central que el concepto de verdad puede tener incluso para un enfoque psicosocio'l ó- gico que, como tal, se ocupe de la convención fundamental que rige el uso del lenguaje. El concepto de mundo posible forma parte también de la teoría de Montague sobre el lenguaje. Su carácter altamente técnico y la compleji- dad de los instrumentos lógicos que utiliza la sitúan en un nivel muy por encima de cuanto hemos estudiado en la presente obra, por lo que no creo que sea recomendable ni tan siquiera intentar ofrecer un esbozo de ella (el lector interesado puede consultar el artículo de Daniel Que- sada, «Lógica y gramática en Richard Montague) ). La posición básica de Montague es que no hay diferencia teórica sustancial entre los lengua- jes naturales y los lenguaj es artificiales (esta cleclaracíón abre dos de sus trabajos más característicos, «Gramática universal» y «English as a Formal Language)) ambos de 1970). Sobre esta base, y con vistas a llegar a una teoría de la verdad para el lenguaje natural, Montague desarrolla un me- talenguaje lógico extremadamente complicado en el que recoger todos los aspectos, tanto sintácticos como semánticos y pragmáticos , del lenguaje (o fragmento de 'lenguaje) estudiado. El considerable mérito de Montague se encuentra no sólo en el complejo aparato formal que pone en funcio-· namiento, sino más aún en haberlo aplicado a fragmentos concretos del inglés, intentando mostrar cómo funciona su teoría y a qué resultados puede ll egar. En qué medida estos resultados ayuden efectivamente a en- tender la estructura y el funcionamiento de un lenguaje natural presumo que es todavía disputable. Aunque Montague ofrece su teoría como una alternativa a la lingüística transformatoria, hay lingüistas que piensan que sus conclusiones tienen poco o nada que ver con el lenguaje natural y que tan sólo sirven para lenguajes artificiales construidos a propósito. Frente a todos los autores que hasta aquÍ hemos considerado) Montague cierta- mente representa el intento más ambicioso de ap li car técnicas formales al estudio de las lenguas. 8. 11 Un a teoría de los nombres propios La necesidad de estipular condiciones· de verdad para l as oraciones no sólo en relación al mundo real, sino también a situaciones posibles contra- fác ticas, recurriendo, por tanto, al concepto de mundo posible, ha sido igualme nt e destacada por Kripke, En el desarrollo de e!ita idea, Kripke ha formulado una teoría sobre los nombres propios que, oponiéndose a la

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446 Principios de Filosofía del Lenguaie

tras para las primeras la convención obliga al hablante, para las segundas obliga al oyente, Una asimetría aún más llamativa que la que hemos encon­trado hace un momento, pues muestra que la convención de veracidad sirve para explicar el uso que hace el hablante de las oraciones declarativas, pero no el que hace de las imperativas ; en este último caso lo único que explica es el comportamiento de aquel a quien se dirige el imperativo. En todo caso, lo único que me importaba subrayar es la función central que el concepto de verdad puede tener incluso para un enfoque psicosocio'ló­gico que, como tal, se ocupe de la convención fundamental que rige el uso del lenguaje.

El concepto de mundo posible forma parte también de la teoría de Montague sobre el lenguaje. Su carácter altamente técnico y la compleji­dad de los instrumentos lógicos que utiliza la sitúan en un nivel muy por encima de cuanto hemos estudiado en la presente obra, por lo que no creo que sea recomendable ni tan siquiera intentar ofrecer un esbozo de ella (el lector interesado puede consultar el artículo de Daniel Que­sada, «Lógica y gramática en Richard Montague) ). La posición básica de Montague es que no hay diferencia teórica sustancial entre los lengua­jes naturales y los lenguajes artificiales (esta cleclaracíón abre dos de sus trabajos más característicos , «Gramática universa l» y «English as a Formal Language)) ambos de 1970). Sobre esta base, y con vistas a llegar a una teoría de la verdad para el lenguaje natural , Montague desarrolla un me­talenguaje lógico extremadamente complicado en el que recoger todos los aspectos, tanto sintácticos como semánticos y pragmáticos , del lenguaje (o fragmento de ' lenguaje) estudiado. El considerable mérito de Montague se encuentra no sólo en el complejo aparato formal que pone en funcio-· namiento, sino más aún en haberlo aplicado a fragmentos concretos del inglés, intentando mostrar cómo funciona su teoría y a qué resultados puede llegar. En qué medida estos resultados ayuden efectivamente a en­tender la estructura y el funcionamiento de un lenguaje natural presumo que es todavía disputable. Aunque Montague ofrece su teoría como una alternativa a la lingüística transformatoria, hay lingüistas que piensan que sus conclusiones tienen poco o nada que ver con el lenguaje natural y que tan sólo sirven para lenguajes artificiales construidos a propósito. Frente a todos los autores que hasta aquÍ hemos considerado) Montague cierta­mente representa el intento más ambicioso de aplicar técnicas formales al estudio de las lenguas.

8 .11 Una teoría de los nombres propios

La necesidad de estipular condiciones· de verdad para las oraciones no sólo en relación al mundo real , sino también a situaciones posibles contra­fác ticas, recurriendo, por tanto, al concepto de mundo posible, ha sido igualmente destacada por Kripke, En el desarrollo de e!ita idea, Kripke ha formulado una teoría sobre los nombres propios que, oponiéndose a la

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8. Desde un punto de vista lógico 447

posición de Frege y Russell que ya conocemos, y que ha dominado en la filosofía analítica, vuelve a la posición de Stuart Mill que estudiamos en la sección 6.2, incidiendo además en otros conceplOS como el de verdad necesana.

Frege pensaba que el sentido de un nombre propio viene dado por cualquier descripción definida verdadera acerca del objeto al que se re­fiere el nombre. Según esto, los nombres propios, así llamados en el len­guaje ordinario, tienen sentido, si bien tal sentido puede diferir de unos hablantes a otros. RusseU, más aún, sostenía que los llamados nombres propios no son más que maneras de abreviar descripciones, y que un auténtico nombre propio en sentido lógico tendría que ser una palabra totalmente carente de sentido, una palabra que se limitara a denotar el objeto sin decir nada acerca de él, una palabra, en suma, del tipo de los pronombres demostrativos. A diferencia de ambos, Mili habLa mantenido que los nombres propios del lenguaje ordinario, aun cuando muchas veces posean sentido, o, como él lo llama, (¡connotación», no la requieren para I

funcionar efectivamente como nombres propios, y que para serlo les basta tener denotación o refetencia. A esta concepción vuelve Kripke por las razones que vamos a ver.

A los nombres propios y a las descriJXiones definidas llama Kripke «designadores» (<<Naming and Necessity», 1972, p. 254). Entre éstos dis­tingue los designado res rígidos de los designadores no rígidos O acciden­tales: un designador rígido es aquel que designa o denota el mismo objeto en cualquier mundo posible¡ en otro caso, se trata de un designador acci­dental (op. cit . ~ p. 269). Con esto queda introducido el concepto de mundo posible. ¿De qué se trata? Ya lo hemos visto brevemente y al paso en las páginas precedentes. Un mundo posible no es más que un posible estado o situación del mundo, que puede ser naturalmente el mundo real, y además cualquier otra situación comrafáctica imaginable, esto es , contraria a los hechos reales en algún aspecto . Por consiguiente, un mundo posible no es algo que descubramos, sino algo que estipulamos¡ en palabras de Kripke: «un mundo posible está dado por las condiciones descriptivas que asociamos con éh> (op. cit .} p. 267 ). Siempre que decimos: «Supongamos que ... », construimos un mundo posible, al menos con tal que lo que supo­nemos sea efectivamente posible. «Supongamos que las elecciones france­sas de 1981 las hubiera ganado Giscard ... », «Supongamos que me tocara el premio mayor de la lotería en el próximo sorteo ... », constituyen cons­trucciones de mundos posibles. Por supuesto, no aceptaremos como mundo posible toda estipulación: «Supongamos que hubiera cuadrados redon-dos ... », «Supongamos que el agua mojara y no mojara al mismo tiem-po ... », no suministran condiciones para un mundo posible; de hecho, el término «suponer» es incorrecto en semejantes afirmaciones. Pues bien, Kripke mantiene que los nombres propios son designadores rígidos, esto es, que un nombre propio se refiere al mismo objeto en cualquier mundo posible. Es precisamente porque podemos hablar con sentido de 10 que le podría haber ocurrido a Giscard , a Aristóteles, al Partenón, a España ... ,

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por lo que cada uno de estos nombres designa un objeto que es el mismo en todo mundo posible. Se entiende: en todo mundo posible en el que exista el objeto. No se pretende que en todo mundo posible haya de existir Giscard, Aristóteles, el Partenón o España . La madre de Aristóteles podría haber muerto antes de darlo a luz, los griegos podrían haber decidido no construir el Partenón, los movimientos de la corteza terrestre podrían haber sido tales que no se formara la Península Ibérica, o los padres de Giscard podrían no haber tenido hijos. Pero en todos aquellos estados del mundo en los que cualquiera de estos objetos exista, debe tratarse del mismo objeto, pues si no, ¿cómo sabemos que estamos hablando de lo que le podría haber ocurrido a Giscard, al Partenón, etc.?

Tenemos, pues, que los nombres propios son designadores rígidos. Pero no sólo ellos. También pueden funcionar como designadores rígidos los pronombres demostrativos y personales. Si digo «Este es demasiado grande» refiriéndome a un cierto objeto, «éste» denotará ese objeto en cualquier mundo en el que el objeto exista siempre que me refiera a él por medio de tal pronombre; pues yo podría también decir: «Ojalá éste hu­biera. sido un poco más pequeñO). Por lo mismo, «yO», en cuanto em­pleado por mí, se refiere a mí en cualquier mundo posible; por eso puedo hacer afirmaciones tales como: «Yo podría haberme dedicado a la aboga­cía». El hecho de que la referencia de estos pronombres varíe según quién, dónde y cuándo los usa, no impide- que funcionen como designadores rígidos. Incluso, y para objetos indeterminados, también las variables libres de un cálculo · funcionan como designadores rígidos (op. cit., nota 16, p. 345). En contraste, las descripciones definidas son, en principio, desig- . nadares accidentales, puesto que una descripción se refiere a un objeto dando de él ciertas características que lo identifican, pero cabe suponer que, en otros mundos posibles, tal objeto podría carecer de esas caracte­rísticas sin dejar de ser ese objeto. Así, «el preceptor de Alejandro Magno» no se refiere rígidamente a Aristóteles, ya que podemos imaginar una situación en la que Aristóteles no hubiera sido el maestro de Alejandro Magno. Esto prueba que las descripciones no dan el sentido de un nombre propio y, por consiguiente, que no son parte de su significado; ninguna de las descripciones verdaderas que podamos hacer de un objeto es parte del significado de su nombre, ni cada una de ellas por separado ni la disyun­ción de todas ellas, pues, en principio, toda descripción recurrirá a carac­terísticas que el objeto podría no haber tenido sin dejar de ser tal objeto. El sentido de «Aristóteles}) no viene dado ni siquiera por la descripción «la persona llamada 'Aristóteles'», pues Aristóteles, el filósofo griego que fue discípulo de Platón y preceptor de Alejandro Magno, además de no haber sido nada de esto, podría igualmente no haberse llamado «Aristó­teles~). Es decir: que el nombre «Aristóteles» designa rígidamente el mismo objeto en todos los mundos posibles en los que ese objeto exista, incluso aun cuando en algunos de ellos no se llame «Aristóteles».

He dicho hace un momento que «en principio» toda descripción re­currirá a características que el objeto podría no haber tenido sin dejar de

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B. Desde un punto de vista lógico 449

ser tal objeto. La inserción de la frase «en principio}) se debe a lo siguiente. Parece que todo objeto debe tener algunas características constantes en rodos los mundos posibles si efectivamente se trata del mismo objeto en todos ellos. Esas características serán entonces esenciales para el objeto, y así lo acepta Kripke (op. cit. , pp. 272 Y 276). Si resulta que en nuestra descripción del objeto recurrimos a caracterÍsdcas esenciales, entonces nues tra descripción será un designador rígido, pues denotará el mismo ob­jeto en toclos los mundos posibles. Es lo que acontece, por ejemplo, con la descripción «la razón de la circunferencia al diámetro», que designa en todo mundo posible el mismo objeto, a saber: el numero real que designa también el nombre «7m. Por consiguiente, no todas las descripciones defi· nidas son designadores accidentales; algunas designan rígidamente, a saber: cuando recurren a propiedades esenciales. No obstante, ni siquiera en estos casos pedemos tomar la descripción como el sentido de un nombre. Pues supongamos que describiéramos a Aristóteles por medio de alguna propie· dad esencial. Teniendo en cuenta que llamarse «Aristóteles}) no es una propiedad esencial , nuestra descripción seguiría designando a Aristóteles incluso en un mundo en el que no se llamara «Aristóteles» y, por lo tanto, no hay ninguna justificación para ver en tal descripción el sentido del nombre «Aristóteles».

Podemos suponer que las propiedades esenciales son necesarias para identificar a un objeto en todos los mundos posibles en los que exista. En rigor, según Kripke, no es asÍ. Aunque admitamos que un objeto tiene propiedades esenciales, sin las cuales no sería el que es, no necesitamos recurrir a ellas para identificarlo a través de mundos posibles. La identifi­cación es posible justamente porque podernos usar un designador rígido para referirnos a él. Porque tenemos a Aristóteles identificado en el mun­do real, y porque tenernos un nombre para referirnos a ér (aunque cual­quier OtrO tipo de designador rígido cumpliría la misma función) , podemos hablar de él en cualquier posible situación contrafáctica especulando sobre lo que pudo o no haberle ocurrido. El uso de un designador rígido no requiere la identificación transmundana del objeto, sino que la hace po­sible. Lo que sí se requiere para que sea posible la designación rígida de un objeto en mundos posibles es: primero, que el objeto exista en esos mundos, pues podría no existir en algunos de ellos (por ejemplo, podría­mos imaginar múltiples situaciones posibles en las que Arist6teles no hu· biera existido), y segundo, que utilicemos el lenguaje para hablar de esos mundos posibles con el mismo sentido y referencia con que lo usamos para hablar del mundo real. Es patente que 'podríamos imaginar un mundo en el que no existiera el nombre «Aristóteles», pero para estipular si en ese mundo existe Q.no Aristóteles o qué le haya de acontecer en él, tenemos que usar el nombre «Aristóteles» como lo usamos actualmente. Dicho de otra forma: podemos suponer un mundo posible en el que el cas tellano fuera muy distinto de como es actualmente, pero para hablar actualmente de esa posible situación tenemos que hacerlo en el lenguaje tal y como es actual­mente . Que «Aristóteles» designa el mismo objeto en todos los mundos

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posibles en que tal persona exista no significa que en todos esos mundos posibles haya de existir la palabra «Aristóteles») (op. cit ./ p. 289).

Si no es necesario identificar el objeto por sus propiedades a fin de referirnos a él , ¿cómo podemos juscificar que efeccivamente nos es tamos refiriendo a él? En el mejor de los casos, la justificación puede venir de que hayamos tenido ocasión de conectar el nombre con el objeto por un procedimiento ostensivo. En defecto de esto, puede ocurrir que sepamos sobre el objeto lo suficiente para identificarlo. Son, como se habrá no~ tado, los dos tipos de conocimiento que destacaba Russell, conocimiento por familiaridad y conocimiento por descripción. Pero el caso que acaba~ mos de plantearnos es aquel en el que no se da ninguno de ambos supues­tos, es decir, es el peor de los casos. Pues bien, aquí, según Kripke, seme­jante justificación viene dada por el proceso de la comunicación lingüís­tica . Yo puedo usar un nombre para referirme a aquello que tal nombre designa aun cuando no sepa del objeto designado 10 suficiente para iden­tificarlo; mi justificación será entonces que he oído usar ese nombre para denotar tal objeto, y que mi intención al usarlo ~s asimismo referirme a dicho objeto (pp. 299 y ss.). Es la cadena comunicativa la que va pasando el nombre de hablante a hablante. Por ejemplo, si me piden que cite un poeta griego del siglo xx, puedo dar el nombre de «Cavafis», con la inten­ción de referirme a aquel que tal nombre designa, aun cuando yo no sepa sobre él nada que pueda identificarlo (pues saber que se trata de un poeta griego contemporáneo sin duda no es suficiente para identificarlo). Puedo incluso hacer afirmaciones contrafácticas sobre él: «Supongamos que Ca­vafis nunca hubiera escrito poesía ... ». Lo que cuenta es mi intención de referirme a aquel que designa el nombre «Cavafis» quienquiera que sea; naturalmente, yo asumo que el nombre se r~fiere a alguien puesto que lo he oído, o lo he .leído, usado de forma coherente y en contextos normales.

De la doctrina anterior extrae Kripke consecuencias para el concepto de verdad necesaria. Por 10 pronto, respecto de los enunciados de identidad. Si un enunciado de identidad se formula empleando designadores rígidos , de ser verdadero lo será necesariamente; pero si emplea designadores acci­dentales, entonces será contingentemente verdadero. Así, el enunciado «AzorÍn es José Martínez Ruiz» es necesariamente verdadero, puesto que ambos nombres designan el mismo individuo en todos los mundos posi. bIes y, por consiguiente, no hay ninguna situación en la que ese enunciado pudiera ser falso. Alguien podría objetar: por el contrario, ese enunciado sería falso para un mundo en el que Martínez Ruiz nunca hubiera decidido adoptar el seudónimo «Azorín». Pero esto es erróneo, ya que, incluso para ese posible mundo, nuestro enunciado sigue siendo verdadero, por cuanto constituye un supuesto de la teoría que las palabras se usan con la referen­cia que poseen en nuestro mundo actual. En cambio, si afirmamos «Azorín es el autor de Castillo), o «El autor de Doña Inés es el escritor de la generación del 98 nacido en Monóvan>, éstos son enunciados de identidad contingentemente verdaderos, pues Azorín podría no haber nacido en Mo-

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B. Desde un punto de vista lógico 451

nóvar, no haber sido escri tor o, de serlo, no haber escrito ninguna de esas dos obras.

Naturalmente, y por lo que hemos visto antes, también tendremos un enunciado necesariamente verdadero si en lugar de nombres propios empleamos descripciones definidas que recurran a propiedades esenciales, ya que tales descripciones son igualmente designado res rígidos. La difi · cultad de dar ejemplos con esas descripciones proviene de la oscuridad que reina en torno a la cuestión de cuáles sean las propiedades esenciales. Krip· ke apenas toca este punto. Para personas, sugiere que una propiedad esen· cial es el origen. Cabe imaginar que a una persona le hubieran acontecido desde su nacimiento sucesos totalmente distintos de los que realmente le han acaecido, pero ¿cabe imaginar que una persona hubiera nacido de pa· dres diferentes de los reales? Aquí, piensa Kripke (p. 314). estaríamos más bien ante otra persona distinta . En realidad, no basta determinar los padres para determinar la individualidad; en definitiva, todos los hermanos tienen los mismos padres en común, 10 que no les impide ser distintos entre sí. Más exactamente, lo que se requeriría es la determinación del esperma­tozoo y del óvulo de los que se formó la persona en cuestión. El proceder de la unión de tal espermatozoo y de tal óvulo es una propiedad esencial de toda persona, una propiedad que no puede dejar de tener en ningún mundo posible. Para objetos materiales artificiales, como una mesa, Kripke señala como propiedades esenciales, primero, el fragmento de materia con el que se ha fabricado, por ejemplo, ral bloque de madera, o tales troncos; y segundo, la forma de objeto que se le ha dado, ya que es patente que, con esa llúsma mateL"ia, podríamos haber fabricado , por ejemplo, un si· llón, una cama, etc. (pp . 314 Y nota 57 en p. 35 1). Por lo demás, esto son tan sólo ejemplos, pues Kripke no se detiene en el tema. Los numerosos e intrincados problemas que habrían de surgir a la menor exploración del tema saltan a la vista.

Curiosamente, Kripke, que a propósito de los nombres propios, y por encima de toda la tradición analítica, vuelve a Mili, difiere de éste en cuanto a los nombres comunes, o al menos en cuanto a ciertos tipos de nombres comunes. Pues los nombres comunes o generales de clases natu· rales, como las especies animales, «gato», «tigre», etc.; los términos de masa, como «agua», «oro», etc., y ciertos nombres de fenómenos natura· les, como «calor», «luz»), «sonido», etc., son, para Kripke, designadores rígidos y, por consiguiente, se hallan muy próximos a los nombres propios. La idea es que la referencia de estos nombres se fija por medio de su definición, y que lo que ellos designan lo designan en todo mundo posible en el que exista el fenómeno o la clase de objetOs en cuestión . Así, si defi· nimos el calor como el movimiento de las moléculas, la palabra «calor» desi:;nará ese fenómeno físico en cualquier mundo en el que tal fenómeno se dé; otras características que pueda poseer, tales como ser sentido por los se:es humanos de esta manera o de la otra, podrían variar de un mundo a otro, pero no aquello que hace que llamemos a cierto fenómeno «calor» . O consideremos el caso de «gato»; con este término designaremos rígida.

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452 Pn'ncipios de Filosofía del Lenguaje - - -mente, esto es, en toda situación posible, aquel animal que tenga lo que es esencial para ser un gato, sea ello lo que fuere . Por supuesto, tal propie­dad esencial puede no ser ninguna de las que usualmente asociamos con los ga tos y encontramos recogidas en los diccionarios. Por ejemplo: ¿por qué no pensar que los ga tos dejaran de ser domésticos? En consecuencia, las afirmaciones «el calor es el movimiento de las moléculas», «la luz es una corriente de fotones», «el agua es un compuesto de dos átomos de hidr6geno por cada átomo de oxígeno», etc., son afirmaciones que, si son verdaderas, lo son necesariamente, pues no pueden dejar de ser verdaderas en ninguna situación posible en las que exista el calor, la luz, el agua, etc. (pp. 315 Y ss.). La posici6n de Kripke asume, claro es tá, lo siguiente: que si en un mundo posible hubiera una sustancia con todas las propiedades· externas del agua, pero con otra composición atómica, esto no sería agua; o que si 10 que en un posible mundo nos permitiera la visi6n fuera algo difereme de la impresión de los fotones, en tal mundo no existiría la luz, sino otro fen6meno que, en todo caso, produciría los mismos efectos. Mm había dicho que los nombres generales poseen connotaci6n, que connotan propiedades de los objetos a los que se aplican. En base a su aplicaci6n del concepto de mundo posible, Kripke objeta: no hay tal, al menos para nombres como los citados; lo único que connota el térm ino (o(oro» es la propiedad de ser oro; 10 único que connota la palabra «calan> es la propie­dad de ser calor; lo único que' connota el nombre «gato» es la propiedad de ser gato. Etcétera.

Como se habrá observado, las definiciones a las que Kripke recurre en sus ejemplos son definiciones científicas. Asume, en efecto, que son éstas las que nos dan la esencia del fen6meno o de la clase de objetos definidos. Otras propiedades que podamos atribu irles, y que no se deduz­can de la definición, hay que tomarlas como contingentes y, por lo tanto , como propiedades que tales fen6menos u objetos podrían no tener en otros posibles mundos. Ahora qien, si las definiciones científicas expresan la esencia de 10 definido y constituyen, por tanto, en caso de ser verdaderas , verdades necesarias, hay que concluir que las verdades descubiertas por la ciencia son, en general, verdades necesarias, y no contingentes como es usual aceptar (pp. 320 Y ss .). Esto no significa que las cosas no pudieran ser diversas de como son. Desde luego que podrían no existir los gatos y, acaso, tampoco la luz. Pero una vez que hemos averiguado qué tiene que -tener esencialmente algo para ser un gato, o qué tiene que haber esen­cialmente para que haya luz, no cabe imaginar un mundo posible en el que los gatos o la luz fueran de otra manera . Podría haber objetos muy pare· cidos a nuestros gatos, o un fenómeno que produjera los mismos efectos que la luz, pero no serían propiamente gatos ni luz.

Lo anterior no implica que tales verdades se conozcan a priori. Está claro que tan sólo se alcanzan a fuerza de investigación empírica y son, en consecuencia, verdades a posterior;. Pero son al mismo tiempo verdades ne· cesarias, ya que expresan 10 que necesariamente ha de tener algo para ser esa clase de objeto, O ese tipo de fen6meno (pp. 330 y ss,). Precisamente uno

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8. Desde un punto de vista lógico 453 --de los puntos que Kripke ha querido dejar bien claros es que «a priori» y «a posteriori» son términos de la teoría del conocimiento, mientras que «necesario» y «contingente» son términos metafísicos, y que cualquier relación que se pretenda establecer entre ellos hay que justificarla filosó· ficamente (pp, 260 y ss,). Tenemos, pues, que hay verdades necesarias ya posteriori, a saber: las de las ciencias. Pero también hay, según Kripke, verdades contingentes y a priori. Por ejemplo: la afirmación de que el metro patrón, esto es, la barra de platino que se conserva en la Oficina Internacional de Pesas y Medidas de Sevres, mide un metro, es obvio que se conoce a priori, puesto que se apela a la longitud de esa barra para fijar la referencia de la expresión «un metro». Pero dicha afirmación es contingente, puesto que es contingente que tal barra tenga la longitud que efectivamente tiene, y cabe suponer que su longitud hubiera podido ser un poco mayor o un poco menor de lo que es realmente (p. 275). En la medida en que tener esa longitud no es una propiedad esencial de la barra, la afir· mación de que la barra en cuestión mide un metro es contingente, por más que su verdad nos sea conocida por definición y, por tanto, a priori.

La teoría de Kripke que acabamos de considerar en resumen, ha sido objeto de constante debate en los últimos años. Si bien, a diferencia de otras doctrinas que hemos venido examinando en este capítulo, no contiene una tesis general acerca del lenguaje o del significado, muestra, de modo a la vez riguroso y elegante, las consecuencias que, dentro de la teoría del significado, puede tener la introducción de conceptos modales, como los conceptos de necesidad y posibilidad, y, elaborando con atención partícular un tema muy concreto como es el de la teoría de los nombres propios, pone de manifiesto la interconexión existente entre la semántica, la metafísica y la teoría del conocimiento, alcanzando sus consecuencias hasta la filosofía de la ciencia. Puesto que la teoría analítica del significado la iniciamos es­tudiando la teoría de los nombres de Stuart MilI, no habrá resultado im­pertinente que la cerremos (aunque sea provisionalmente) con una nueva teoría de los nombres que, en los aspectos que hemos visto, enlaza con la de aquél.

Los problemas que encierra la teoría de Kripke son complejos y nu­merosos, y sin duda es obligado esperar nuevos desarrollos antes de dar una opinión definitiva. En mi juicio, hay una cuestión fundamental que es tá todavía por aclarar. Ya la mencioné al tratar el tema de la posibilidad en el Tra[;tatus, y es ésta: ¿qué es posible? Parece que debemos excluir en principio del ámbito de lo posible todo cuanto encierre contradicción, como que una figura sea a la vez redonda y cuadrada, o que el agua moje y no moje. ¿Pero es posible simplemente todo cuanto no encierre contra~ dicción? ¿Es posible un mundo en el que sean las ondas sonoras las que nos permitan ver? (Esta posibilidad es reconocida por Kripke en la p. 324.) ¿Es posible un mundo en el que el agua no moje? ¿Es posible un mundo en el que un animal tenga toda la apariencia externa de un tigre pero tenga la estructura interna de un reptil? (Kripke reconoce esta posibilidad incluso para el mundo real, p. 317.) ¿Es posible un mundo en el que El Quiiote

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454 Principios de Filosofía del Lenguaje

fuera escrito por un niño de cinco años? Aplicado al caso de las personas: ¿ es que no hay límites para lo que podemos imaginar que podría haber hecho, o haberle 'ocurrido a Aristóteles? Dadas su herencia genética y los estímulos recibidos del medio , '¿es igualmente contingente que se dedicara a la filosofía y que se hiciera bandolero? Dada la historia de una persona hasta un momento determinado de su vida, ¿es igualmente contingente todo cuanto a partir de ese momento hace y le ocurre? Dicho en términos más generales: ¿ no hay condiciones sobre las descripciones que podemos asociar a un mU:1do posible? Por otra parte, un mundo posible es una situación o estado total del mundo. Si suponemos un mundo posible en el que Aristóteles no se dedicó a la filosofía, ¿qué más hemos de suponer para que este mundo sea coherente? Es de esperar que, en muchos aspec­tos, las vidas tanto de Aristóteles .como de otras personas habrían sido distintas y, por supuesto, la historia ulterior del pensamiento occidental. ¿Podemos realmente suponer un mundo así? Quiero decir: ¿podemos ima­ginarlo? Y si no podemos imaginarlo, ¿tiene sentido hablar de él? Son cuestiones todas ellas que, en el mejor de los casos, producen perplejidad.

Otra dificultad que también me parece muy importante es la que se refiere a las definiciones de los nombres de cosas y fenómenos naturales. He señalado, a propósito, que las definiciones que Kripke parece aceptar son las que pueden encontrarse en las ciencias. Esto le permite caracterizar las verdades científicas como verdades necesarias. Pero supongamos que aceptáramos las definiciones fenoménicas más bien que las científicas . Quiero decir: que definiéramos el calor como la sensación que se tiene en tales y cuales 'circunstancias, por ejemplo, estando desnudo cuando la atmósfera tiene tal grado de humedad y cuando el termómetro marca a par­tir de tal temperatura ambiente, siendo tal y cual la temperatura del cuerpo. En tal caso, sena perfectamente contingente que el calor es el movimiento de las moléculas, pues cabe pensar que esa sensación podría haber sido producida por otro fenómeno que no fuera éste. Tendríamos un caso aná­logo si en lugar de definir la luz como una corriente de fotones la definié­ramos como aquello que impresiona nuestro sentido de la vista permi­tiéndonos la visión de los objetos. En tal caso, sería contingente que lo que impresiona nuestro sentido de la vista es una corriente de fotones , pues podría haber sido otro ' fenómeno físico distinto . La diferencia que hay entre definir ciertos conceptos de una forma o de otra resulta aún más patente cuando, al final de su trabajo, Kripke, tratando el tema de la identidad entre la mente y el cuerpo , considera el caso del dolor. Pues supongamos que es cierto, como parece hoy día , que el dolor es el resul­tado de la estimulación de las fibras nerviosas de tipo A-delta y C. Si definimos el dolor de esta forma (a saber: «Es el resultado de la estimu­lación ... »), tendremos que tal definición expresa una verdad necesaria, puesto que, en todo mundo posible en el que haya seres con este tipo de fibras nervÍosas y reciban estímulos a través de ellas, tendremos que decir que hay dolor . Y esto incluso aunque ocurriera (¿sería posible?) que la estimulación de esas fibras, debido acaso a ciertas particularidades de su

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8. Desde un punto de vista lógico 455

organización cerebral, les produjera a esos seres 10 que nosotros denomi­namos en nuestro mundo «placer». Como esta consecuencia es ahsurda, Kripke tiene que reconocer que el caso del dolor es diferente, pues para que haya dolor tiene que haber sensación de dolor , ya que producir sen­sación de dolor es una propiedad esencial de la es timuiadón de las fi­bras A-delta y e (en cambio, producir sensación de calor sería una propie­dad puramente accidental del movimiento de las moléculas; pp. 339 Y ss.). Al margen de que tal distinción entre el dolor y el calor no acaba de es tar del todo justificada, lo que no resulta inteligible es por qué no podría haber sido el dolor producido por la e"imulación de otro tipo de fibras nerviosas, y por qué no podernos imaginar un mundo en el que existiera la sensación de dolor pe!o se produjera por mecanismos diferentes de los que la producen en el mundo actual . En suma, no veo qué razones nos impiden afirmar que el enunciado <~El dolor es el resultado de la estimu­lación de fibras nerviosas de tipo A-delta y C» es una verdad contingente.

Téngase en cuenta que esta cuestión de las definiciones es, como vi­mos en la sección 8.8, directamente relevante para el problema de las verdades analíticas. A estos efectos 10 que interesa, como ya sabemos, es la definición léxica, que puede o no coincidir con la definición científica según los casos. De aquella definición depende que califiquemos un enun­ciado como verdadero en razón de lo que significan sus palabras, o sea, analítico, o como verdadero en raZÓn de la realidad extralingüística y, por tamo, sintético. Desde este punto de vista sugerí en dicha sección que la afirmación de que el dolor es una sensación desagradable es analíticamente verdadera, mientras que el enunciado de que el dolor es producido por la estimulación de tales o cuales fibras nerviosas es una afirmación sinté­tica . Aunque Kripke elude explícitamente entrar en el problema de las verdades analíticas (nota 63, p. 352), su teoría tiene también consecuen­cias para este tema, ya que propone considerar analíticas aquellas verda­des que son a la vez necesarias y a priori. en el sentido de su teoría (ibídem y nota 21 en p. 346). De acuerdo con la caracterización de las verdades analíticas que propuse en la sección 8.8, tanto su necesidad como su conocimiento a priori son triviales, en el sentido de que ambas carac­terísticas vienen dadas simplemente por el lenguaje en el que se formulan las verdades analíticas.

Todo ello, desde luego, no afecta a la tesis de Kripke sobre los nombres propios , con la cual, por otra parte, estoy conforme. Pero acaso la tesis no requiera ni siquiera la introducción del concepto de mundo posible. Pues para justificar que los nombres propios carecen de sentido o connota­ción, y que son totalmente independientes de descripciones identificatorias, basta mostrar, y creo que de ello es fácil dar ejemplos cotidianos, que los nombres propios se usan en muchos casos sin saber apenas nada del objeto al que se refieren, y desde luego sin saber 10 suficiente para identificarlo. Recuérdese el ejemplo acerca del poeta Cavafis.

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456 Prin.;ipios de Filosofía del Lenguaje -Lecturas

Los temas y autores tratados en este capítulo han tenido, en compara­ción con los de los dos capÍl\llos precedentes, menor eco en la bibliogra­fía en castellano. Podrá enc6ntrarse referencias de interés en el libro de Simpson, Formas lógicas, realidad y significado (Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1964), y están traducidos algunos importantes artículos en su antología Semántica filosófica: problemas y discusiones (Siglo XXI,

Buenos Aires, 1973). También la Antología semámica recopilada por Mario Bunge (Nueva Visión, Buenos Aires., 1960) contiene trabajos muy relevan­tes para este capítulo, algunos de los cuales mencionaré más abajo.

Para una visión global del neopositivísmo puede consultarse con pro­vecho el Examen del positivismo lógico, de Weinberg (Aguilar, Madrid, 1959), y El Círculo de Viena, de Kraft (Taurus, Madrid, 1966). El libro clásico de Ayer, .Lenguaje, verdad y lógica (Editorial Universitaria de Bue­nos Aires, 1965; hay una edición posterior en MartÍnez Roca , Barcelona), continúa siendo una excelente introducción a los problemas centrales del neopositívisrno. La conocida recopilación de Ayer, El positivismo lógico (Fondo de Cultura Económica, México, 1965), contiene una muestra muy representativa de los artículos más influyentes.

De Carnap están traducidas las conferencias tituladas Filosofía y sin­taxis lógica, recogidas en el primer volumen de la recopilación de Muguerza ya citada, La concepción analítica de la filosofía (Alianza, Madrid, 1974); una traducción anterior de dichas conferencias fue publicada en 1963 por la Universidad Nacional Autónoma de México. El celebrado y denostado artículo de Carnap «Superación de la metafísica por medio del análisis lógico del lenguaje» se encuentra traducido en la citada recopilación de Ayer, El positivismo lógico. Su posterior trabajo «Empirismo, semántica y ontología» se halla en el volumen segundo de la recopilación de Mu­guerza. Otro trabajo ímportante de la misma época, «Significado y sino­nimia en los lenguajes naturales», se encontrará en la Antología semántica de Bunge. Desgraciadamente, ninguna de las grandes obras de Carnap so­bre el lenguaje se encuentra traducida al castellano.

También en la Antología semántica de Bunge está recogida la traduc­ci6n del artículo donde Tarski hace más fácil y accesible su concepción se­mántica de la verdad: «La concepción semántica de la verdad y los funda­mentos de la semántica» . Su trabajo original, «El concepto de verdad en los lenguajes formalizados». que es sumamente técnico, se encontrará en traducción inglesa en la recopilación de sus trabajos Logic, Semantics, Meta­mathematics (Oxford University Press, 1956); y en traducción francesa, en la recopilación, Logique, sémantique, métamathématique (Armand Calin, París, 1972), que es una recopilación más amplia que la inglesa.

Para Quine, en cambio, contarnos con traducción de casi todos sus escritos. Su obra fundamental acerca del lenguaje, Palabra y objeto, está publicada por Labor (Barcelona, 1968). Su primera y más conocida recopi­lación de artículos, Desde un punto de vista lógico, está publicada en

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8. Desde un punto de vista lógico 457

Ariel (Barcelona, 1963), y contiene su famoso artículo «Dos dogmas del empirismo». Otra recopilación traducida es La relatividad ontológica y otros ensayos (Tecnos, Madrid, 1974); casi todos los trabajos aquí inclui­dos son posteriores a Palabra y objeto y tienen con este libro conexión directa. El último libro de Quine sobre problemas del lenguaje lleva por título Las raíces de la referencia (Revista de Occidente, Madrid, 1977) y continúa y amplía algunos de los temas de Palabra y objeto . La revista Teo­rema ha dedicado a Quine un interesante número monográfico con el título Aspectos de la filosofía de W. V. Quine (Valencia, 1976), donde a los comentarios y críticas de los colaboradores siguen las respuestas de Quine.