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7. Los abusos del uso 31 1 lógica exacta.» por tampoco rdutarse ?es.de el lenguaje ordinano una doctnna 10g1ca como la teona de las descn pcJOnes. Todo lo más, podrá mostrarse que aplicada al lenguaje común rcw lta con- fundentc o artificiosa, y que se pucJen conseguir los mismos o mejores resultados por mcdios más económicos. (Strawson no parece consciente de que su crítica a Russeil d..:be moverse dentro de estos márgenes de relati- vidad , Y menos aún 10 es Russell en la respuesta quc le da en el capítulo final de La evolución de mi pensamiento filosó fico, pero la relatividad de esta disputa está sugerida en el bello artículo de Lcmmon, «Sentences, Ststemer,ts and Propositions».) Se habrá notado que en lo anterior nos hemos topi\do con Otro uso dd término «uso». Tal y como Strawson emplea el término, se hace un u so de una expresión para referirse a un objeto o persona particular. Straw- son se cuida de anotar esta peculiaridad, y escribe en una nota (a l comienzo de la sección II de su art ículo): «Es te uso (usage ) de 'u so' (use) cs, desde luego, distinto de: (a) el LISO (u sage) coniente en el que 'uso' (use) (de una palabra, frase u oración particular) es igual (aproximadamente) a 're- glas para usar', que a su vez es igual (aproximadamente) a 'significado'; y de (b) mi propio uso (usage) en la frase 'uso referencial individualizador (uniquely referring use) de las expresiones', en el cual 'uso' es igual (apro- ximadamente) a 'manera de usat.» (El lector reconocerá que el parecido que este párrafo tiene con un trabalenguas no es culpa mía.) En la acep- ción (a), «uso» tiene un sentido que me parece muy próximo al que hemos visto que: le da Wittgenstein. En la acepción (b), que es más restr in gida, se aproxima al carácter conceptual que «uso» ti ene en Ry le. Tenemos, pue s, un a tercera acepción propia de Strawsoo, y es una acepción impor- tante puesto que en ella el us o aparece como aquello que da referencia a u na expresión y que convierte una oración en un enunciado, esto es, en algo capaz de ser verdadero o fa lso. Que la s tres acepciones de «uso» tienen mucho en común salta a la vista, y que las diferencias pueden ser sólo dt: matiz no hace falta subrayarlo. ¿Por dónde pasa la línea que distingue las reglas para usar una expresión de la manera de usarla? De otra pane, ¿no ba reconocido Strawson que la s regl as de uso suministran directrices gene- rales para el uso referencial de las expresiones y para el uso de las oracio- nes que consiste en hacer enunci"dos verdaderos o falsos? Aquí podemos empezar a preguntarnos si un concepto como el de uso, co n tan variadas manifestaciones, que, por ot ra parte, quedan sumidas en esta vaguedad, constituye rea lmente para el estudio del lenguaje un instrumento más útil que los viejos conceptos de sentido y referencia. 7.6 Cómo hacer cosas con palabras Esa atención al lenguaje coml.Ín, de la que acab<lmos de ver algunos ejemplos, adqu iere en Austin tal primada que parece en ocasiones inde- pendizarse de cualquier ouo propósito filosófico ulterior. Aunque muerto

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7. Los abusos del uso 31 1

lógica exacta.» ~ero, por e~o m~s~o, tampoco pu~dc rdutarse ?es.de el lenguaje ordinano una doctnna 10g1ca como la teona de las descn pcJOnes. Todo lo más, podrá mostrarse que aplicada al lenguaje común rcwlta con­fundentc o artificiosa, y que se pucJen conseguir los mismos o mejores resultados por mcdios más económicos. (Strawson no parece consciente de que su crítica a Russeil d..:be moverse dentro de estos márgenes de relati­vidad , Y menos aún 10 es Russell en la respuesta quc le da en el capítulo final de La evolución de mi pensamiento filosófico, pero la relatividad de esta disputa está sugerida en el bello artículo de Lcmmon, «Sentences, Ststemer,ts and Propositions».)

Se habrá notado que en lo anterior nos hemos topi\do con Otro uso dd término «uso». Tal y como Strawson emplea el término, se hace un uso de una expresión para referirse a un objeto o persona particular. Straw­son se cuida de anotar esta peculiaridad, y escribe en una nota (al comienzo de la sección II de su artículo): «Este uso (usage ) de 'uso' (use) cs, desde luego, distinto de : (a) el LISO (usage) coniente en el que 'uso' (use) (de una palabra, frase u oración particular) es igual (aproximadamente) a 're­glas para usar', que a su vez es igual (aproximadamente) a 'significado'; y de (b) mi propio uso (usage) en la frase 'uso referencial individualizador (uniquely referring use) de las expresiones', en el cual 'uso' es igual (apro­ximadamente) a 'manera de usat.» (El lector reconocerá que el parecido que es te párrafo tiene con un trabalenguas no es culpa mía.) En la acep­ción (a), «uso» tiene un sentido que me parece muy próximo al que hemos visto que: le da Wittgenstein. En la acepción (b), que es más restringida, se aproxima al carácter conceptual que «uso» tiene en Ryle. Tenemos, pues, una tercera acepción propia de Strawsoo, y es una acepción impor­tante puesto que en ella el uso aparece como aquello que da referencia a una expresión y que convierte una oración en un enunciado, esto es, en algo capaz de ser verdadero o falso. Que las tres acepciones de «uso» tienen mucho en común salta a la vista, y que las di ferencias pueden ser sólo dt: matiz no hace falta subrayarlo. ¿Por dónde pasa la línea que distingue las reglas para usar una expresión de la manera de usarla? De otra pane, ¿no ba reconocido Strawson que las reglas de uso suministran directrices gene­rales para el uso referencial de las expresiones y para el uso de las oracio­nes que consiste en hacer enunci"dos verdaderos o falsos? Aquí podemos empezar a preguntarnos si un concepto como el de uso, con tan variadas manifestaciones, que, por otra parte, quedan sumidas en esta vaguedad, constituye realmente para el es tudio del lenguaje un inst rumento más útil que los viejos conceptos de sentido y referencia.

7.6 Cómo hacer cosas con palabras

Esa atención al lenguaje coml.Ín, de la que acab<lmos de ver algunos ejemplos, adqu iere en Austin tal primada que parece en ocasiones inde­pendizarse de cualquier ouo propósito filosófico ulterior. Aunque muerto

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312 Principios de Filosofía del Lenguaje

prematuramente, sus artículos y conferencias han ejercido tan grande in. fluencia en la filosofía inglesa, y en particular dentro del círculo de Oxford, que en buena medida las características de esta escuela coinciden con las de la doctrina de Austin.

Sus declaraciones metodológicas no parecen apartarse de las que hemos visto en el segundo Wittgenstein. Así, reconoce que las palabras son he­rramientas, que debemos estar preparados contra las trampas que nos tien­de el lenguaje, y que el conjunto de las expresiones que usamos incorpora todas las distinciones y conexiones que los hombres, a lo largo de muchas generaciones, han creído que valía la pena hacer (<<Alegato en pro de las excusas», pp. 129-130 del original y 174 de la trad. cast.). Esto justifica suficientemente el interés por el lenguaje ordinario. Pero Austin añade además que no hay que confundir las palabras con las cosas, y que es necesario comparar aquéllas con éstas a fin de percatarnos de la arbitrarie­dad y de la inadecuación de nuestras expresiones, de manera que podamos contemplar el mundo sin anteojeras (ibídem). El propósito último es, por consiguiente, obtener una visión correcta de la realidad , y puesto que esta visión, si ha de ser intersubjetiva y comunicable, ha de expresarse en pa· labras, lo primero es conocer bien lo que significan las palabras y lo que por medio de ellas podemos decir. Esto no implica que la tarea filosófica acabe aquÍj los significados de las expresiones en su uso común derivan, fundamentalmente, de las necesidades prácticas de la vida cotidiana, y no cabe esperar que satisfagan todas nuestras necesidades de expresión teórica. No hay que olvidar que «la superstición , el error y la fantasía de todo tipo se hallan incorporados al lenguaje ordinario, y a veces incluso sobreviven al paso del tiempo» (loe. cit., p. 133 del original y 177 de la trad. cast.). y añade: «Ciertamente, el lenguaje común no es la última palabra: en principio, puede ser siempre completado, mejorado y sustituidoj recuér­dese tan sólo que es la primera palabra» (loe. cit .). Es patente que, en este punto, Austin va más allá de Wittgenstein y es más claro que Ryle.

En la obra publicada de Austin, esa «primera palabra», esto es, el es­tudio del lenguaje ordinario, ocupa casi todo su tiempo y su atención . Te­niendo en cuenta su temprana muerte, y que casi todas sus obras estaban sin acabar y sin pulimentar, sería injusto pensar que fue infiel a su mé­todo o que no fue capaz de sacarle más rendimiento. Pero lo cierto es que Austin ha pasado a la historia de la filosofía del lenguaje por su ocupación sistemática, minuciosa y artesanal con el lenguaje, ocupación para la que sugirió el nombre de «fenomenología lingüística» (op. cit. , p. 130). Su idea era que, cuando se trata de estudiar un concepto filosófico, el primer paso es considerar las diversas expresiones comunes que tienen relación con tal concepto y observar de qué modo se usan y c6mo se vinculan entre sí. Por esta razón recomendaba buscar un ámbito del lenguaje abundante en giros V expresiones, y 10 más ajeno posible a las teorías filosóficas, que de otra forma podrían haberlo contaminado con su jerga técnica (ibídem). De aquí que, en el artículo que vengo citando, escogiera el campo lingüístico de las excusas como objeto de estudio relevante para una elucidación de los con-

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ptOS de libertad, responsabilidad y acción, y por ello, en general, para ~~a la ética. Como mét~o. d~ trabajo reco~endaba ~ust i n fo r~ar grupos de investigación que se dIvidieran el ~rabaJo y recopJia:an conJ ~n!amc~te las expresiones y usos del campo elegido; el grupo tCllIa adema s una lm­portante ventaja a la qu~ Au~tin era muy sensible : permitía co~tra.s~ar in­tersubjctivamcnte las afumaclones de cada uno accrc~t de los slgmflcaJos y usos de las palabras, y suminist raba, por tanto, cierta garamía sobre la exacti tud de las afirmaciones. No parece que Aust in tuviera una confianza decisiva Y última en las llamadas «intuiciones del hablan te nativo», a las que otros pensa?ores, como Searle (Actos de ha~la, cap .. 1, secc. J), parecen consti tu¡'r en pIed ra angular de la metodologta. Ausun, al menos, usaba con frecuencia del diccionario y así lo recomienda a los demás. Tampoco tenía inconvenieme en recurrir a usos lingüísticos técnicos, y no meramente comunes, cuando pudiera ser de ayuda; por lo que toca a las excusas, reco­mienda tener en cuenta el discurso jurídico y la psicología cienlífica «<Ale­gato en pro de las excusas», pp . 134-137 del original y 178· 180 de la tra· ducción cas tellana).

La principal aportación de Austin a la teoría del sign ificado es, si n duda, su aná lisis de los actos de habla (speech acts). La idea orig inaria es que una buena parte de las expresiones que usamos las usamos para hacer algo por medio de ellas, para realizar algún acto (se entiende: dis­tinto del mero acto de decir algo). Es peculiar de estas expresiones que en ellas aparezca un verbo en primera persona. Así , decimos «Sí, acepto» para realiza r el acto de contraer matrimonio, y en respuesta a la pregunta «¿Acepras como esposo (o esposa) a ... , etc.?»; o ta mbién: «Prometo que ... ) para hacer una promesa; o «Te baut izo ... con el nombre de . .. ) para bautizar ; o «Fallo que ... » (o «Fallamos que ... ») para emirir un fallo judicial; e, igualmente, «Te aconsejo que .. . » para dar un consejo, o «Te pido perdón» para pedir perdón, etc. A este tipo de expresiones, en cuanto así utilizadas, las Uamaba Austin «proferencias reali za ri vas» (perlormative utleronces); lo que en ellas interesa destacar no es la expres ión como tal, sino su emisión o pronunciación para realizar el acto de que se trate: bau­tizar, prometer, aconsej:u, etc. Naturalmente que si pensamos en las expre­siones correspondientes en cuanto usadas de esta manera, podemos sin confusión hablar de «expresiones realizativas». Al llamar la atención sobre estas expresiones, Austin intentaba hacer una aportación al estudio de los usos lingüísticos. En una clara alusión a Wittgenstein , aunque sin ci tarlo, . Austin declara irónicamente que los filósofos, en cuanto pueden enumerar diecisiete usos del lenguaje, empiezan a hablar de los infinitos usos del lenguaje, pero incluso aunque fueran diez mil -añade- con tiempo se podrían enumerar todos; no basta con invocar un nuevo uso del lenguaje cada vez que deseamos escapar a un problema filosófico: 10 que necesita­mos es «un marco en el que discutir estos usos del lenguaje» (<<Perfor­mative Utterances), p. 221 ),

El concepto de expresión realizativa pretende contribuir a su ministrar ese marco . De hecho, sin embargo, no lo consigue enteramente. La razó n

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es que Austin contrapone ese tipo de expresiones a las que llama «cons· tativas» (conslative), esto es, a las que pueden ser verdaderas o falsas, a los enunciados (<<Performative·Constative», p. 22). En un aspecto, la con­traposición es válida, desde luego. Tiene sentido decir que la afirmación «Prometo que ... » no describe nada, y que no puede ser ni verdadera ni falsa; no dice que las cosas sean de talo cual manera ni que suceda esto o lo otro; simplemente, esa afirmación, en las condiciones usuales (esto es: supuesta la sinceridad del que habla , excluyendo que se pronuncie en el curso de una representación teatraj, etc.), constituye la realización del acto de prometer. Una afirmación, en cambio, como «El promete que ... » describe algo que ocurre, es propiamente un enunciado o proferencia cons­tativa (hace constar cómo son las cosas), y puede ser verdadera o falsa. Pero en otro aspecto, la contraposici.ón no es aceptable . Pues supongamos que: en lugar de decÍr «El promete que ... », digo: «Te informo de que él promete que ... » . Parece que lo coherente sería afirmar aquí que esta última es también una expresÍón realiza ti va, y que ejecuta el acto de informar, aunque su contenido sea un enunciado y ese enunciado pueda ser verda­dero o falso. Pero si esa última expresión es realizativa, entonces también lo es la primera, puesto que yo puedo realizar el acto de informar diciendo

(1) Te informo de que él promete que vendrá

o bien diciendo simplemente

(2) El promete que vendrá

Con 10 que resulta que (2), a pesar de ser un enunciado (y como "tal verdadero o falso). es al mismo tiempo una oración realizativa. Por consi· guiente , las oraciones constativas o enunciados son también realizativas y la contraposición originaria es i!1correcta. A las oraciones realizativas como (1 ), las llamaba Austin «explícitas», y a las que son corno (2) las denominaba «primarias», «primitivas» o «implícitas» (<<Performative Utte­rances» , p. 231, Y Palabras y acciones, conferencias III y IV). Los ejem­plos pueden multiplicarse, puedo dar un consejo diciendo

(3) Te aconsejo que lo pienses bien

o afirmando meramente

(4) Piénsalo bien

Puedo· hacer una promesa empleando las palabras

(5) Prometo que vendré

o limitándome a decir con laconismo

(6) Vendré

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7. Los abusos del uso 315

si por otras circunstancias está claro que se trata de una promesa. Las oraciones (3) Y (5), como (1) , son explícitamente realiza ti vas, mientras que (4) y (6), como (2), lo son de manera implícita o primaria.

De este modo, la teoría de los actos de habla, entendidos como los tioos de actos que realizamos , implícita o explícitamente, por medio del l e~ngu aje, suministra una interpretación más rigurosa para la aoctrina de los usos lingüísticos, si bien "t condición de extender aquélla a todas las expresiones y de desarrollarla de modo sistemático. Esto es lo que hizo Austin en una serie de conferencias póstumamente publicadas bajo el título How to Do Things with W ords (la expresividad de este título: «Cómo ha­cer COS<lS con palabras», se pierde un tanto en el título de la traducción castellana: Palabras y acciones, aunque éste es un rítulo que, en inglés, usó a veces el propio Austin para sus conferencias). Más de la mitad del libro está dedicada a explorar las posibles diferencias entre las expresiones realizativas y las constativas, pero ante la imposibilidad de encontrar cri­terios definitivos que apoyen la contraposición, Austjn rephntea el pro­blema de forma más radical preguntándose: ¿en qué sentidos puede afir­marse que decir algo es hacer algo? La respuesta a esta pregunta le llevará a introducir unas distinciones que han sido de vasta influencia no sólo en la filosofía del lenguaje sino también en la teoría lingüística posteriores .

Al acto de decir algo, en el sentido usual J e esta expresión , Austin lo Barna «acto locucionario» (locutionary act ), y en él distingue tres aspectos: primero, el acto fonético, que consiste en pronunciar ciertos sonidos; se­gundo, el acto fático (phaticL que consiste en la pronunciación de unos sonidos en cuanto pertenecientes a un léxico y regulados por una gramá­tica, y, por último, el acto rético (rhetic), que comiste en pronunciar esos sonidos (expresiones, palabras) con un sentido y con una referencia más o menos determinados (Palabras y acciones, conferencia VIII ). Aquí lo primero que llama la atención es que se llame «acto» a cada uno de los aspectos de un acto locucionario; parecería que realizar un acto locuciona­tia es hacer al tiempo tres actos, fonético, fático y rético. Es claro, sin embargo, que no es esto lo que Austin quie re decir: se trata , simplemente, de distinguir tres aspectos sucesivamente más abstractos en el acto de decir algo. Cuando tenemos este acto completo, tenemos la pronunciación de unas expresiones Hngüísticas con sentido y referencia, 0, dicho de otra forma, tenemos una oración en uso (y esta acepción de «uso» me parece que coincide con la que. es peculiar de Strawson, y que ya conocemos). Si abstraemos el sentido y la referencia (aspecto rético), nos quedamos con unos sonidos gramaticales, pero sin significado. Es el caso de alguien que pronuncia una expresión cuyo significado ignora. Si abstraemos finalmente la gramaticalidad (aspecto fático), lo que resta son simplemente sonidos, que o bien no constituyen palabras de una lengua, o bien, si lo son, no se hallan gramaticalmente estructuradas. Tendremos entonces un fenómeno meramente fonético, y como tal aún no lingüístico, en el sentido del len­guaje verbal.

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Mas con esto tan sólo hemos hablado del acto de decir algo; nada se ha mencionado todavía de lo que se hace al decir algo, esto es, de lo que antes se ha llamado «actO de habla» . A esto lo denominará ahora Austin «acto ilocucionario» (illoeutionary aet), y es claro que se realiza al mismo tiempo que el acto locucionario : ¿Cómó distinguir entre uno y otro? Cu­riosamente, la distinción involucra, de nuevo, el concepto de uso: «Para determinar qué acto ilocucionarío se realiza, debemos determinar de qué manera estamos usando la locución» (loe. cit., p. 98 del original y 142 de la trad. cast.). A continuación, y como ejemplos de maneras de usar las expresiones, da la siguiente lista: preguntar o responder; dar una infor­mación, dar seguridad, hacer una advertencia; anunciar un veredicto o una intención; dictar sentencia; hacer una cita, o una apelación, o una crítica; identificar o dar una descripción. Al lector le habrá recordado inmediata­mente la lista de juegos lingüísticos que ofrece Wittgenstein en la sec­ción 23 de las Investigaciones filosóficas, pues tiene con ella un gran pare­cido. Austin se muestra consciente de la vaguedad enorme que aqueja a la expresión «manera de usar», y que hace que pueda aplicarse con justicia no sólo a los actos ilocucionados, sino también a los locucionarios e incluso a un tercer tipo de actos que serán mencionados en seguida. En todo caso, resaltar la ambigüedad del término «uso» como la del término «signifi. cado» es parte de la doctrina de Austin (loe. cit., p. 100 del original y 145 de la trad. casL). Ahora tenemos que un primer sentido del uso de una oración es el que consiste en usarla para decir algo sobre algún objeto o sobre alguien: es el acto de decir algo o acto locucionario . Un segundo sentido del uso de una oración es el que se da cuando la usamos para responder a una pregunta, para advertír, para criticar, para describir, para aconsejar .. . , esto es, cuando realizamos un cierto acto al decir algo: es el acto ilocucionario. Una vez más debe evitarse la confusión de pensar que se trata de dos actos distintos. Cuando aconsejo a alguien «Piénsalo bien», no hago dos cosas: darle un consejo y decirle que lo piense bien; realizo en realidad un solo acto: el de aconsejarle que lo piense bien . Pero podemos abstraer en este acto las palabras usadas, como podemos abstraer, por otro lado, el tipo de acto para el que han sido usadas . Tanto más cuanto que esas mismas palabras podrían haberse utilizado para realizar OtrO tipo de acto, por ejemplo, para formular un ruego. De hecho, Austin sugiere una terminología menos confundente: sugiere hablar más bien de «fuerzas ilocucionarias» que de «actos»; diríamos entonces que las palabras «Piénsalo bien» tenían en tal ocasión la fuerza de un consejo, mientras que en tal otra poseían, por el contrario, la fuerza de un ruego (loe. cit., p. 99 del ori­ginal y 144 de la trad. cast.). Esto permite contrastar la fuerza con el sig­nificado. El significado, en cuanto integrado por el sentido más la referen­cia, pertenece al aspecto locucionario del acto verbal; la fuerza, en cambio, pertenece a su aspecto ílocucionario.

Austin distingue todavía un tercer tipo de acto que puede realizarse por medio de las palabras, el que l1ama «acto perlocucionario» (perloeutionary aet) . Consiste en los efectos que el acto verbal produzca «en los senti-

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mientos, pensamientos o acciones del auditorio, del hablante o de otras personas» (loe. cit., p. 101 del original y 145 de la trad. case). Podemos ahora comparar los ttes tipos de actos al modo de Austin: si le comunico a alguien «Me. dijo 'Piénsalo ?ien ' ~>, estaré hacie~~o referencia a un. acto locucionado; SI, por el contrano, dIgo «Me aconsejO que lo pensara blem>, estaré mencionando un acto ilocucionario; si, finalmente, afirmo «Me con­venció de que lo pensara bien», entonces hablaré de un acto perlocucio­nado. A diferencia del acto de decir algo, y del acto realizado al decir algo, el acto perlocucionario es el acto realizado por, o a consecuencia de , decir algo. ASÍ, son actos perlocu~ionar.ios convencer, decepcionar, desahogarse, impresionar, Y toda la amplIa vanedad de efectos que puede tener el uso del lenguaje sea en el auditorio sea en el hablante. Nótese que también el acto perlocucionario puede incluirse bajo un concepto tan amplio como el de uso: podemos afirmar, sin duda, que el lenguaje se usa para convencer, para impresionar, para desahogarse ... ; pero esto es de Índole muy diferente a decir que el lenguaje se usa para advertir, para prometer, para mandar. .. ¿Cómo expresar esta diferencia de manera rigurosa? Austin sugiere que el uso ilocucionario es, a diferencia del uso perlocucionario, convencional, en el sentido de que puede hacerse explícito por medio de una fórmula rea­lizativa como las que ya conocemos. De este modo se puede decir: «Te ad­vierto que ... », «Prometo que ... », «Te mando que ... », etc.; por el con­trario , ello no es posible con el uso perlocucionario, esto es, no se puede decir: «Te convenzo de que ... », «Te impresiono de que ... », «Me desaho­go de que ... », «Te decepciono de que ... », etc. En otras palabras: el acto perlocucionario no se realiza de modo convencional (loe. cit., p. 103 del original y 147-148 de la trad. case). La triple distinción de Austin, por consiguiente, introduce orden ~ rigor en el maltratado concepto de uso lingüístico, aunque naturalmente no agote todos los sentidos o acepciones en que puede tomarse. Sin duda, muchos de los ejemplos de la lista de Wittgenstein (Investigaciones, secc. 23) escapan a las categorías de Austin, pero eso es algo de lo que éste es plenamente consciente (loe. cit., p. 104 del original y 148 de la trad.): el uso del lenguaje para hacer chistes (que Wittgenstein cita) y el uso poético del lenguaje (que Wittgenstein no cita) son usos lingüísticos en un sentido que es ajeno al de las categorías de Austín. Puede haber, por otro lado, casos que, aun quedando cubiertos por su clasificación, sea dudoso dónde incluirlos, si en el aspecto ilocucio­nario o en el perlocucionario : Austin cita, como ejemplos, insinuar y ex­presar emociones. Es importante tener en cuenta que el acto perlocucionario, puesto que consiste meramente en las consecuencias de lo que se dice, no está determinado por las convenciones lingüísticas ni tiene por qué corres­ponder a la intención del hablante; así, mis palabras pueden, en contra de mi intención, atemorizar a mi auditorio, y esto por causa de ciertas carac­terísticas del contexto extralingüístico que pueden ser ajenas a mis palabras y a mi intención.

Es patente que la nueva clasificación suministra un instrumento de análisis mucho más riguroso que la inicial distinción entre expresiones rea-

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lizat ivas y expresiones constativas. Ahora tenemos que todas las expresio­nes, en cuanto usadas o proferidas, son realizativas , bien de modo explí­cito, bien de modo implícito. Y que la verdad y la falsedad, que al prin­cipio se atribuían exclusivamente a las expresiones consta ti vas , hay que atribuirlas ahora a las expresiones cuando éstas n:alizan determinados actos ilocucionarios. Así, la oración

(7) Hay un tOtO en el prado

puede ciertamente ser verdadera o falsa en una ocaslOn determinada, ya se use para informar, para advertir, para formular una conjetura, para ex­presar acuerdo con lo que otra persona ha dicho, etc. Ello significa que si sustituimos esa oración implíci tamente realizativa que es (7) por una que lo sea de forma explícita, como

(8) Informo de que hay un toro en el prado (9) Sospecho que hay un toro en el prado

(la) Advierto que hay un toro en el prado

etcétera, tenoremos que decir que 10 que es verdadero o falso no son estas oraciones en cuanto tales, sino su contenido locucionario, aquello que se sospecha, se advierte o de lo que se informa. Las oraciones realizativas explícitas, como tales, no son ni verdaderas ni falsas, sino, en términos de Austin, felices o infelices, según que se den todos los requisitos necesarios para que efectivamente realicen, en la ocasión de que se trate, el acto ílocu­ClOnano que' expresan.

Por todo lo anterior, una clasificación general de los actos de habla se convierte en una clasificación de las fuerzas ílocucionarias o actos ílocu­cionarios, y para confeccionarla puede tomarse como guía una clasifica­ción de los verbos realizativos, esto es, de los verbos que sirven para intro­ducir una oración realizativa explícica. Austin sugiere las cinco clases si· guientes (op. cit.} conferencia XII).

1. Veredictivos (verdictives). Típicamente, estos actos consiste en la emisión de un veredicto, no sólo como sentencia, sino también como esti­mación o evaluación. Austin considera de este tipo los siguientes verbos: absolver, condenar, valorar, describir, diagnosticar , estimar, medir, carac-terizar .. .

2. Ejercitativos (exercitives). Consisten en el ejercIcIo del poder, del derecho o de la influenda, expresando una decisión en favor o en contra de una manera de actuar. Austin da estos ejemplos: nombrar (para un cargo), destituir, mandar u ordenar, avisar, rogar, aconsejar, vetar, pro­mulgar, perdonar, rec.omendar ...

3. Compromisarios (commisives). Consisten en comprometerse con una forma de acción. Por ejemplo: prometer, proponerse, hacer voto de ,

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7. Los abusos del uso 319

jurar, tener la intención de, dar palabra de , consentir , apoyar, oponerse, declarar la int(!nción de ... Aquí nota Austin que existen indudables dife­rencias entre las diversas formas de compromiso y las meras declaraciones de intención o propósito; lo que emre unas y otras hay de común es la ant icipación reaJizada por el hablante de lo que será su comportamiento en el futuro, y esto es lo que le da unidad al presente grupo de actos de habla.

4. Comportativos (behabitives). Se trata, según Austin, de una cate­goda muy variada, que tiene que ver con el comportamiento social, y que incluye la noción de reacción a la conducta ajena y a los avatares de la vida de los demás; es tán, por ello, muy ligados a la expresión de los sentimientos . Entre los ejemplos de Austin se encuentran: disculparse, dar las gracias, dar la enhorabuena, dar el pésame, felicitar, criticar , que­jarse, dar la bienvenida, desear que lo pase bien, maldecir, bendecir, brin­dar, desafiar. ..

5. Expositivos (expositives). Consisten en expresar de qué modo en­cajan nuestras expresiones en una cQnversación o en una discusión. Austin se muestra sumamente intranquilo respecto a este grupo, pensando que sus ejemplos podrían ser incluidos también en una u otra de las categorías anteriores, y declara no estar en claro él mismo sobre este punto. De sus ejemplos cabe señalar : afirmar, negar, enunciar, subrayar, responder, des­cribir , informar, suponer , aceptar, retirar, objet-ar, corregir, preguntar, ar­güir, deducir , definir, explicar, referirse, querer decir ... ; y coloca una interrogación junto a estos orros: 'iaber, creer y dudar.

En esta exposición he elegido, de los ejemplos de Austin, aquellos que me parecen más claros y, en rodo caso, los que tienen una mayor relevancia filosófica. El lector debe tener en cuenta que Austin suministra muchos ejemplos más, en su mayoría considerablemente más oscuros y debatibles que los que hemos visto. La clasificación es, sin duda, muy fácil de criticar, pero dado que el propio Austin no la presenta más que como aproxima­ción y con toda clase de cautelas, la crítica tiene un interés relativo. Puede afirmarse, en primer lugar~ que buena parte de los expositivos podrían incluirse en otras categorías, y especialmente entre los veredictivos (de hecho, «describir» aparece en ambos grupos), pero acabamos de ver que Austin es consciente de es ta insuficiencia. En segundo lugar, no se advierte que la clasificación obedezca a ningún criterio general, y la caracterización de los grupos resulta en exceso vaga y heterogénea, pero tampoco se mues­tra Austin ajeno a es ta objeción . En tercer lugar, y principalmente, hay que preguntarse si la consideración de los verbos realiza ti vos es realmente la mejor guía para una clasificación de los actos de habla. En mi opinión, Austin está aquí todavía demasiado sujeto a su concepto original de ex­presión realizativa, lo que curiosamente contrasta con el hecho de que varios de los ejemplos que ofrece difícilmente podríamos aceptarlos como verbos realizativos. Considérese, por ejemplo, «querer decir». Podemos co­menzar una afirmación así: «Quiero decir que . .. »; pero querer decir no

Page 10: libro grande verdebiblio3.url.edu.gt/Libros/gran_ver/10.6.pdf · 2012. 7. 18. · Es patente que, en este punto, Austin va más allá de Wittgenstein y es más claro que Ryle. En

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es un tipo de actos de habla, sino más bien una condición necesaria para la realización de cualquier acto de habla. Tampoco se ven razones sufi­cientes para aceptar que saber, creer, dudar, suponer, proponerse, y tener una intención sean tipos de actos de habla; lo único que tendría sentido considerar como acto de habla es la expresión lingüística del saber, de la creencia, de la duda, de la suposición, de la determinación o de la inten­ción. Aquí, Austin parece haber incurrido en el error de creer que todo verbo que pueda iniciar en primera persona del presente de indicativo una oración, es un verbo realizativo. Y es claro que no. Es cierto que coloca una interrogación junto a «creer», «dudar» y «saber», pero no parece dudar respecto a «tener la intención de) o «(proponerse», y es patente que esto no constituyen actos de habla, actos que se realicen por medio del lenguaje, aun cuando la declaración de una intención o de un propósito sí lo sea. Quiero decir lo siguiente: la expresión «Tengo el propósito de venir» no es ilocucionaria, aunque sí lo es la expresión «Declaro mi propósito de venir); el acto de habla es declarar la intención, no el tenerla; sin embargo,. Au.stín acepta ambos como actos de habla en el grupo de los compromlsonos.

7.7 Actos de habla

Las dificultades precedentes, y otras más que por sutiles o por dudosas no he mencionado, han conducido a SearIe a proponer una clasificación alternativa de los actos ilocucionarios (<<Una taxonomía de los actos ilocu­donarios»). Esta propuesta forma parte, no obstante, de una teoría gene­ral de los actos de habla que se aparta, en aspectos importantes, de la posición de Austín. Lo primero que rechaza Searle es la distinción entre el aspecto locucionario y el aspecto ilocucionario, distinción que también a otros les ha paI~cido difícilmente defendible o explicable (véase Straw­son, «(Austin and 'Locutiona!y Meaning'», y Hare, «Austin's Distinction between Locutionary and Illocutionary Acts»). La razón principal de Searle es que, puesto que puede distinguirse entre actos ilocucionarios ge­néricos y específicos, los actos locucionarios pueden quedar reducidos al tipo más general de acto ilocucionario, a saber: decir. Decir sería tam­bién, por tanto, un acto ilocucionario, el más genérico, y no habría posi­bilidad de identificar el acto locucionario como realidad separable del acto ilocucionario (SearIe, «Austin on Locutionary and I llocutionary Acts», secc. Il). Otra razón adicional, que Searle también señala (loe. cit., secc. 1), es la de que e.c las oraciones explícitamente realizativas el sígnif~cado de­termina ya el acto ilocucionario que se realiza, y sería, por consiguiente, imposible abstraer separadamente el acto locucionario y el acto ilocucio­narío; así, en la oración «Te ruego que me escuches», su propio significado determinaría que se trata de un ruego, y al abstraer su aspecto locudona­rio (yen particular, su aspecto rético), estaríamos abstrayendo al mismo tiempo su fuerza ilocucionaria.