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— 1 — Cólera-morbo asiático en Cuba: Aportes bibliográficos desde la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí ando continuidad a la línea editorial abierta con Ediciones Especiales de la Revista Digital Librín- sula en su No. 394, a propósito del enfrentamiento cubano al nuevo Coronavirus COVID-19, dedi- camos este Imaginario a la epidemia del cólera-morbo asiático en Cuba durante 1800. Ofrecemos una relación de títulos raros y útiles atesorados en los fondos de la Biblioteca Nacional José Martí. Para com- plementar las referencias de dicha institución mencionamos algunos registros incluidos por el bibliógrafo Carlos M. Trelles en su Bibliografía Cubana del siglo XIX. Así, contribuir al conocimiento científico y social del potencial bibliográfico sobre el flagelo del cólera publicado en Cuba. Las epidemias del virus del cólera-morbo asiático que asolaron nuestra isla en 1833 y 1850-52, pro- dujeron un caudal de memorias escritas por disímiles hombres de ciencia, autoridades sanitarias, inte- lectuales, escritores. A través del periodismo, la literatura, el epistolario, los informes académicos, fo- lletos y libros nos legaron valiosos testimonios del desafío que significó el flagelo de la primera enfer- medad de alcance insular en forma de epidemia. La infección metió de bulto a la colonia en un estado de perplejidad y miedo. A partir de 1831 la isla de Cuba comenzó a prepararse ante el azote inminente del cóle- ra-morbo asiático. En junio del año siguiente llegó la noticia del padecimiento en los Esta- dos Unidos de América y en las ciudades canadienses de Quebec y Montreal. Nueva York y Nueva Orleans mantenían relaciones comerciales con la colonia caribeña, lo cual desató temores y alarmas en su población. La temperatura del clima tropical, los repentinos y variables estados atmosféricos, unidos a la fatídica higiene y precario estado sanitario de la isla agitaban sobremanera a los diversos sectores del poder colonial y la sociedad toda. José A. Saco, en Carta sobre el cólera- morbo asiático, le escribe preocupado a un amigo en 1833: “Cuba levanta sus cuarente- nas el infausto 2 de febrero de 1833, y mi patria tiene que llorar á pocos días sobre mi- llares de víctimas.” Fragmento de manuscrito original de carta de José A Saco a Tomás Gener dándole noticias del cólera en La Habana. D

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Cólera-morbo asiático en Cuba: Aportes bibliográficos desde la

Biblioteca Nacional de Cuba José Martí

ando continuidad a la línea editorial abierta con Ediciones Especiales de la Revista Digital Librín-sula en su No. 394, a propósito del enfrentamiento cubano al nuevo Coronavirus COVID-19, dedi-

camos este Imaginario a la epidemia del cólera-morbo asiático en Cuba durante 1800. Ofrecemos una relación de títulos raros y útiles atesorados en los fondos de la Biblioteca Nacional José Martí. Para com-plementar las referencias de dicha institución mencionamos algunos registros incluidos por el bibliógrafo Carlos M. Trelles en su Bibliografía Cubana del siglo XIX. Así, contribuir al conocimiento científico y social del potencial bibliográfico sobre el flagelo del cólera publicado en Cuba.

Las epidemias del virus del cólera-morbo asiático que asolaron nuestra isla en 1833 y 1850-52, pro-dujeron un caudal de memorias escritas por disímiles hombres de ciencia, autoridades sanitarias, inte-lectuales, escritores. A través del periodismo, la literatura, el epistolario, los informes académicos, fo-lletos y libros nos legaron valiosos testimonios del desafío que significó el flagelo de la primera enfer-medad de alcance insular en forma de epidemia. La infección metió de bulto a la colonia en un estado de perplejidad y miedo.

A partir de 1831 la isla de Cuba comenzó a prepararse ante el azote inminente del cóle-ra-morbo asiático. En junio del año siguiente llegó la noticia del padecimiento en los Esta-dos Unidos de América y en las ciudades canadienses de Quebec y Montreal. Nueva York y Nueva Orleans mantenían relaciones comerciales con la colonia caribeña, lo cual desató temores y alarmas en su población. La temperatura del clima tropical, los repentinos y variables estados atmosféricos, unidos a la fatídica higiene y precario estado sanitario de la isla agitaban sobremanera a los diversos sectores del poder colonial y la sociedad toda.

José A. Saco, en Carta sobre el cólera-morbo asiático, le escribe preocupado a un amigo en 1833: “Cuba levanta sus cuarente-nas el infausto 2 de febrero de 1833, y mi patria tiene que llorar á pocos días sobre mi-llares de víctimas.” Fragmento de manuscrito original de carta de José A Saco a Tomás Gener dándole noticias del cólera en La Habana.

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Da continuidad a su lamento: “Por fin, caro amigo, por fin llegó á nuestras playas el azote que ha re-corrido tantos pueblos. La Habana ha sido el primer punto de esta isla, asaltado por el cólera, y los mi-llares de víctimas que ha arrastrado al sepulcro, nos han traido el funesto desengaño de que no hay sexo ni edad, estado ni condición, á que perdone esta epidemia asoladora. Con razón, mi buen amigo, desea V. tener noticias acerca de una enfermedad tan misteriosa…” La enfermedad extendió sus cepas al campo intelectual y científico en posiciones políticas encontradas. El mismo Saco y el polígrafo espa-ñol Ramón de la Sagra sostuvieron una polémica sobre las causas que introducían y propagaban la epi-demia en Cuba y las acciones para evitarlos. El gallego asistido por Claudio Martínez de Pinillo, Inten-dente de Hacienda, las atribuía al clima, la temperatura y a las particularidades de la naturaleza insular, y aquel criollo al levantamiento de las medidas cuarentenales por decisión del funcionario Martínez de P. a favor de las operaciones mercantes en los diversos puertos de la isla.

En 1850 reapareció el virus. La Habana tuvo 3 225 muertes y empezó a extenderse al interior del país. Su flagelo continuó durante 1851 y 1852. Este año fallecieron 2 700 personas en Santa Clara entre los meses de septiembre y diciembre.

Entre los valiosos documentos y ejemplares bibliográficos conservados en la Sala Colección Cubana de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí, existen numerosos referidos a las epidemias del cólera-morbo asiático en la isla durante el siglo XIX. A continuación, enumeramos un grupo de ellos.

Fragmento de manuscrito de Antonio Bachiller y Mo-rales sobre la situación de cólera en Managua.

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Tablas estadísticas de Antonio Bachiller y Morales sobre la mortalidad del cólera que abarca de marzo a julio de 1833.

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Manuscritos originales de Antonio Bachiller y Morales dirigidos a las autoridades gubernamentales y sanitarias de la colonial, a instituciones como la Real Sociedad Patriótica de Amigos del País. Va-rios contienen tablas estadísticas de defunciones de la población blanca y de “color”, varones y hembras.

Manuscrito del Capitán general Mariano Ricafort.

Cartas del Capitán general Mariano Ricafort a instituciones coloniales, como la Sociedad Patriótica

y oficiales de sanidad. 1833, 1834.

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Carta del presidente de la Sociedad Patriótica de La Habana informando sobre la epidemia del cólera.

Documentos relacionados con la epidemia

del cólera. Sociedad Patriótica. Marzo 14 de 1833-abril de 1834.

Carta de José Antonio Saco a Tomás Gener. Marzo 2 de 1833.

Cartas de José Zacarías Gonzales del Valle a Anselmo Suarez y Romero. 1839-1850.

Carta de José Antonio Saco a J. de Ibarra. Agosto 7 de 1849.

Fotocopia de manuscrito Carta del Márquez de la Cañada

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Carta del Márquez de la Cañada, fechada en La Habana, 18 de mayo de 1850, dirigida a Henry A. Coit.

Portada del libro El cólera. La Homeopatía y la alopatía Dr. C. Cruxent. El Cólera. La Homeopatía y la

alopatía; ó sea, Reglas higiénicas, profilácticas y curativas. Imprenta de la Real Sociedad Eco-nómica. Cuba. 1850.

Oficios dirigidos a Manuel Blanco acerca de los impuestos para subvenir los gastos que pudieran provocar la epidemia del cólera en caso que in-vada la isla. Cienfuegos. Agosto 18, 27, 1866.

Carlos Juan Finlay. Patología Intertropical. Fie-bre amarilla experimental. La Propaganda Lite-raria. Habana. 1884.

Ramón de Palma. El cólera en la Habana. No-vela. El Album. 1838.

Bartolito Canillas. ¡El coco del siglo XIX! El cólera-morbus asiático, poema satírico escrito. La Habana, 1867.

De la Bibliografía Cubana del siglo XIX. Tomo segundo (1826-1840). Matanzas. 1912, de Carlos M. Trelles, resumimos los siguientes.

1831 —Disertaciones sobre la cólera-morbus. Escritas por D. M. B.. .S..., Dr. en Medicina y Bachiller en Derecho Civil por esta Ilustre Universidad, Ldo. en Cirugía Latina por el Real Protomedicato, médico segundo en el Hospital Militar de San Juan de Dios &. Habana. Imprenta de Palmer. 1831. En 49, 27 ps. Manuel Blanco Solano. Revista Bimestre Cubana. N. 8. 1833. —Contestación al oficio del Gobernador General, pidiendo á D. José (de la Luz las observaciones me-teorológicas practicadas durante la epidemia del cólera. —Carta sobre el cólera morbo asiático, escrita por el Editor de la Revista Cubana (Saco) á un amigo suyo residente en la Isla de Cuba. Revista Bimestre Cubana. No. 9. 1834

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—Examen de las tablas necrológicas sobre el cólera morbo de Sagra (por Saco). Revista Bimestre Cubana. No. 10. 1834. —Apuntes presentados al Ayuntamiento por uno de sus miembros para que sirviesen de bases al extender la representación á S. M. impetrando gracias en favor de este pais después de la epidemia del cólera, los’ cuales fueron aprobados por el Cuerpo Capitular (por el alcalde D. Anastasio Carrillo y Arango).

1832 Broussais —Lecciones del Dr. Broussais sobre el cólera morbus. Explicadas por el célebre profesor en el hospital militar de Val-de-Grace de París. Habana. Palmer, imprenta mercantil. En 49, 39 ps. Cita de Bachiller. Chevalier y Vavasseur —Higiene. Consejos dirigidos á los hacendados y labradores de F para precaverse de la epidemia reinante y cura sobre el cólera morbo por Mr. Chevalier, químico, y por Mr. Vavasseur, doctor módico, ambos de Paris. Habana. Imprenta de Palmer. Cuaderno. Cita de Bachiller. Titán Bernardo O-Gavan —Carta circular que dirige el Ecselentísimo Sr. Dr. D. J. B. O-Gavan, Provisor y Vicario general y Gobernador de este obispado: al Venerable Cabildo de esta Santa Iglesia Catedral, Curas párrocos, sus tenientes, beneficiados sacristanes mayores de almas, prelados regulares de los conventos y superioras de los monasterios de esta diócesis, sobre las rogativas públicas para que el Señor liberte á la Nación española y sus dominios de la peste llamada Cólera morbo. Habana. Imprenta de D. José Boloña. 1832. En 89 M, 14 ps. Cita de Bachiller. —Dos Memorias acerca de epidemia impropiamente llamada Cólera morbo, traducidas del aleman, y publicadas de orden superior, á consecuencia del acuerdo de la Junta de Sanidad en sesión de 11 de

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marzo del presente año. Habana. Palmer, Imprenta Mercantil. 1832. En 8? M, 42 ps. Contiene las últi-mas investigaciones y tratamientos conocidos en aquella época. La traducción la hizo D. José de la Luz. Cita de Andrés Poey. —Instrucciones relativas al cólera morbo, publicada en Paris por el Gobierno francés. Habana. Impren-ta del Noticioso. Se publicó traducida al castellano por dos ocasiones y en la última con una adición de la Gaceta médica. Cita de Bachiller. —Junta Superior de Sanidad de la Isla de Cuba. Las medidas propuestas por la J... S... de Sanidad para precaverse del cólera morbo. Habana. Imprenta del Gobierno. 1832. Un pliego. Cita de Bachiller. —Ramón de Coloma y Garcés. Cólera morbo epidémico... Cádiz. Howe. 1834. En 4?, 180 ps.

1833 Juan Francisco Calcagno —Tratado completo del cólera-Morbus pestilencial. Por el Dr. D. Juan F. Calcagno. “Y además un ca-tálogo de otras publicaciones sobre la enfermedad e índice de materias.” (Bachiller) Ver Saco. (Pape-les, t, 29, p. 292). Remigio Cernadas —Sermón predicado en la iglesia de Nuestro P. S. Agustín el dia 11 de Julio de 1833 en la fiesta que la señora Condesa de Casa Lombillo dedicó la preciosa Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, como un tes-timonio de H reconocimiento por haberla preservado de la epidemia conocida con el nombre de cólera morbos. Su autor el M. R. P. Maestro Fray Remigio Cernadas del orden de Predicadores. Se publica por disposición y á espensas de la misma señora. Habana. Oficina de D. J. Boloña, impresor de la Real Marina. En 4º, 26 ps. Lleva al dorso de la portada la imagen del crucifijo con el ángel que recoje su sangre, de poco mérito artístico. Estos dos folletos los cita Bachiller. Ramón Coloma y Honorato Bernard —Informe dado al Ilustre Ayuntamiento sobre el cólera morbo existente en la Habana, por los comisio-nados nombrados al intento. Matanzas. 1833. En la Oficina de Gobierno dirigida por D. Tiburcio Cam-pe. En 89 M, 16 ps. Está dedicado al Ayuntamiento de Matanzas y lo suscriben los comisionados Dres. Coloma y Bernard. Coloma era médico español y Bernard francés. Andrés Díaz —Método para administrar el bejuco nombrado Guaco contra el cólera morbo por D. Andrés Díaz. Habana. Impr. de D. J. M. Palmer. 1833. En 129, 16 ps. “Contiene este folleto á mas de una carta del autor dirigida á un sujeto respetable de esta ciudad, en la que inserta párrafos muy importantes que re-velan mucho estudio, el método curativo por él observado contra el cólera morbo. Es digna de elogio esta obra.” ( Valdes Domínguez) -Segunda edición. Habana. 1833.-8 ps. Diego Fernandez Herrera —Bando ó sea despedida del cólera por Anfriso. Habana. Imprenta Fraternal. 1833. Cita de Bachiller. —Décima de Anfriso sobre los estragos que ha causado el cólera en esta ciudad, glosada por un aficio-nado. Habana. Imprenta Fraternal. 1833. (Mayo)

“Es un papel en que se glosa una décima que pinta las congojas de la situación.” (Bachiller) Anfriso era el seudónimo de D. Diego Fernández Herrera, vecino de Alquizar y regidor. En 1830 practicó expe-riencias para extraer la fécula del añil.

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Diego Manuel Govantes —Exposición histórica de algunas observaciones sobre el cólera morbo espasmódico, que ha reinado en el barrio de Jesus Maria, desde fines de Febrero hasta principios de Abril de 1833. Recogidas por el Dr. D. D. M. Govantes para servir á la historia de la epidemia de la Habana que ha publicarse de orden del Real Tribunal del Protomedicato. Habana. Oficina del Gobierno y Cap. General. 1833. En 8? M, 47 ps. Es un folleto muy raro. Apareció en Julio. Lo cita Andrés Poey. Tomás Romay —Memoria sobre el método curativo que ha de observarse en el cólera morbus. 1835. La menciona Delmonte. José Antonio Saco —Carta sobre el Cólera-Morbo asiático escrita por el editor de la Re Cubana á un amigo suyo residente en la Isla de Cuba. Habana. Imprenta del Gobierno por S. M. 1833. En 8º M, 124-111 (1) p. Ramón de la Sagra —Tablas necrológicas del cólera-morbus en la ciudad de la Habana y sus arrabales, formadas á escita-cion del Escmo. Señor Intendente de ejército conde de Villanueva. por D. R. de la Sagra Habana. Impr. del Gobierno, Cap. General y R. Sociedad Patriótica. 1833. Cuaderno apaisado de 20X29 cen., con 3 hojas de introducción y 45 tablas. “Son erróneas en sus bases, erróneas en sus aplicaciones y erróneas aún en las operaciones aritméticas.” (Saco)

1834 Agustín E. Abreu y Nicolás J. Gutiérrez —El Cólera Morbo, por los Dres. Abreu y Gutiérrez. Habana. 1834. Excelente Memoria, la mejor de las publicadas de su época. Es hoy muy rara. Cita de Vidal Morales. Ramón de Coloma Garcés —Cólera morbo epidémico, observado y tratado en las Ciudades de la Habana y San Carlos de Matan-zas, en la Isla de Cuba. Por el Dr. en medicina D. R. de Coloma y Garcés. Cádiz. R. Howe. 1834. En 4º.

1835 Nicolás Vicente del Valle —Memoria ú observaciones sobre el cólera morbo y su curación, por el Dr. Nicolas V. del Valle. Habana. Imprenta Fraternal. He visto el prospecto, pero ignoro si se publicó la obra. Cita de Alfredo Zayas. —La Aurora, Noviembre de 1849, anunció su próxima publicación.

1836 Con motivo de haberse desenvuelto en la ciudad de Puerto Príncipe, de Isla, el Cólera morbo asiático.... El Escmo. Sr. Mariscal de Campo D. Manuel Lorenzo, Gobernador político y militar de esta plaza y provincia. (Colofón:) Impreso en la ciudad de Santiago de Cuba á 23 de Enero por D. Lorenzo Espinal. En 8º M, 16 ps. Es un Informe sobre las medidas que debían adoptarse.

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1838 José Zacarías González del Valle —Recuerdos del colera. Novelita. Ramón de Palma —El Cólera en la Habana. Novela. El Album. Habana. 1838. ‘‘Es un cuadro llano, interesante, sombrío, con una escena final que vale toda la lucubración.” (M. de la Cruz). “Después de la descripción del Niágara por Heredia, lo que mejor se ha publicado en Cuba es la descripción del Cólera morbus por Palma.” (R. Zambrana.)

1869 Gonzalo Proli —Albores de la Libertad por Gonzalo Peoli. Matanzas. Imprenta dé la Aurora del Yumurí. 1869- En 8º M, 67 (1) ps. (El Cólera dé las almas.—Sobre la educación.—Paseo aereo.-Victor Caballejo.—Los siete pájaros negros,-Origen de nuestros conocimientos -Relación entre el alma y el cuerpo -Discurso en los Juegos Florales, A la memoria de José de la Luz.—Y varias composiciones poéticas.)

1871 Domingo Rosain y Lubian —Apuntes sobre la historia, del cólera en la Habana {de 1833 á 1868) por el Ldo. Domingo Rosain. Fueron remitidos estos útiles é interesantes Apuntes á la Academia de Ciencias en 1871 y contienen notas biográficas de médicos cubanos. Pablo de Sala y de la Cruz. (1817-1870) Cuadro gráfico sobre la epidemia del cólera morbo en la Habana de 1867 á 1858, remitido á la Acade-mia de Ciencias en 1871. Es un trabajo curioso. - El Ldo. Sala era habanero. Ambrosio González del Valle —Obras del Dr. Ambrosio G. del Valle. Un volumen. Según el Dr. Castro las publicó esto año reuniendo sus interesantes y curiosos trabajos relativos al pro-yecto de un Lazareto, á los cementerios, su higiene, reglamentos, tablas obituarias desde 1871 á187Ó, rastro, agua de la Zanja, limpieza pública, estadística del cólera de 1870 y otras invasiones anteriores, &. (Véase 1878.) Pablo de Sala y de la Cruz. (1817-1870) —Cuadro gráfico sobre la epidemia del cólera morbo en la Habana de 1867 á 1858, remitido á la Aca-demia de Ciencias en 1871. Es un trabajo curioso. - El Ldo. Sala era habanero.

1877 De Ambrosio González del Valle —Obras del Dr. Ambrosio G. del Valle. Un volumen. Según el Dr. Castro las publicó esto año reuniendo sus interesantes y curiosos trabajos relativos al pro-yecto de un Lazareto, á los cementerios, su higiene, reglamentos, tablas de obituarios desde 1871 a 1870, rastro, agua de la Zanja, limpieza pública, estadística del cólera de 1870 y otras invasiones ante-riores, &. (Véase 1878.)

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Virulencia y Mortandad: el Cólera en Matanzas durante el siglo XIX

Por Johanset Orihuela León

a pandemia de coronavirus ha puesto al planeta en vital estado de alerta. El culpable es un virus identificado como SARS-CoV-2, pero popularmente conocido como Covid-19. Hasta el momento

cuenta con más de un millón de infectados confirmados y más de 60 000 defunciones registradas glo-balmente. Pero las epidemias han plagado siempre a la humanidad. Basta recordar la gran Plaga de Jus-tiniano, ocurrida entre 541 y 542 DNE, que cobró un estimado de 50 millones de vidas.1 ¿Y quién pu-diera olvidar la Peste Bubónica con sus 200 millones de muertos en poco más de un par de años, a me-diados del siglo XIV; ¿o las pandemias de viruela de los siglos XVI, XVII, y XVIII? Una serie de epi-demias de alta virulencia y mortandad también caracterizaron el siglo XIX. Entre ellas se destacaron las fiebres endémicas, en especial el vómito negro o fiebre amarilla y el cólera que afectaron las zonas tro-picales del planeta durante todo el siglo y hasta comienzos del XX.2 De alguna manera, todas cambia-ron la forma de vida de la humanidad y su historia.3

La corriente pandemia del Covid-19 presenta una peculiar oportunidad para reflexionar sobre el efecto de las enfermedades contagiosas y de percibir —quizás con premonición— que el planeta vive un momento histórico alarmante. La historia de Cuba contiene relevantes ejemplos de brotes epidémi-cos que resaltan por su singularidad —algunos propiciados por el clima, la higiene, la inmigración y el exiguo avance médico. A través del siglo XVI y XVII se reportaron recurrentes brotes de viruela, va-rios tipos de “fiebres”, malaria, tifus, lepra, sífilis, tuberculosis y sarampión, que afectaron a miles de personas; 4 como fue un funesto brote de viruelas entre 1692 y 1693 que desoló a más de dos mil al-mas.5 Otras similares se extendieron hasta el siglo XVIII.6 Entre las que más significativas estuvo el cólera morbo que afligió a la población de la isla en el siglo XIX.

En esta breve reseña se presentan datos novedosos que permiten una visión del efecto de la epidemia del cólera en la población matancera dieciochesca. Para ello, se extrajeron datos de la historiografía nacional e internacional, nutridos por documentos inéditos del Archivo Histórico Nacional de España (AHN), Archivo General de Indias (AGI), Archivo Nacional de Cuba (ANC) y el Archivo Histórico Provincial de la ciudad de Matanzas (AHPM). Además, se aportan datos suplementarios sobre afliccio-nes similares en la ciudad de La Habana durante el mismo período. Ello, a su vez, admite situar en re-levante contraste lo que actualmente experimenta la humanidad.

1 Como información adicional se pudiera citar la peste de Atenas 430-423 ANE, la peste Antonina 165-190 DNE, la peste negra 1347-1353, la gran peste de Londres 1665-1666, entre otras (Alinovi, 2010). 2 En 1918 y 1919 sucedió la fatídica y famosa influenza o gripe española con sus 40 millones de víctimas (Betrán, 2006). 3 Betrán, 2006; Alinovi, 2010. 4 Marrero, 1983; Betrán, 2006; Alinovi, 2010. 5 Manzaneda al rey, La Habana 3 de noviembre y 3 de diciembre de 1694 (AGI/SD 457, fol. 300-310) en Orihuela y Pérez (2019, en prensa). 6 AGI/SD 379 Auto real, Madrid 5 de diciembre de 1721. Se mencionan epidemias y restricciones comerciales. AHPM: Libro de Actas Capitulares de la Ciudad de Matanzas, tomo 1 (1694-1748): 4 de febrero de 1724.

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El cólera o cólera morbo asiático Varias epidemias de cólera ocurrieron en Cuba durante toda la centuria del siglo XIX. El brote más devastador y fatídico fue el de 1833, para la que se estiman varias docenas de millares de defunciones a través de la isla.7 La contabilidad exacta es todavía desconocida.

El cólera —también conocido en la época como cólera morbo o cólera morbo asiático— es causado por la bacteria Vibrio chlorae que habita en agua contaminada, aguas cloacales, insalubres y carne de pescado sin cocer. La infección del bacilo o vibrión colérico tiende a concentrarse en el intestino del-gado, causando emesis severa, diarrea, espasmos musculares, fiebre y deshidratación. La infección produce una decoloración azulosa o cianótica en la piel del enfermo.

Hubo brotes epidemiales de cólera en los años de 1821-1823, 1830-1835, 1854, 1863, y 1882-1886. La más famosa y de mayor mortandad fue la del 33’. La epidemia se desató en el norte de África hacia 1819, desde donde se esparció por Europa causando estragos allí en 1830. De Europa llegó a Norte-américa un par de años después (1832), desde donde pasaría a Cuba.8 Para ese año, se publicaba en La Habana “Dos Memorias Acerca de la Epidemia Impropiamente llamada Cólera-Morbo”,9 traducidas al español por José de la Luz y Caballero, de un tratado alemán de la autoría de Blumenthal y Rathke.

Con su publicación la gobernatura de Cuba tenía la intención de dar a conocer de antemano la epidemia que se esparcía por el planeta. En la obra se apuntaba, además, medidas que se debían tomar para ahuyentarla.

El cólera no se manifestó en La Habana hasta principios de 1833. Para febrero, ya había llamado la atención y se discutía en la Junta de Sanidad, según quedó registrado en sus actas.10 Las noticias llegaron pronto a la metrópoli.11 El primer caso había sido un enfermo de San Lázaro, el cual se vio afectado por la enfermedad el 25 de febrero.12 Otros afirman que fue el Dr. Ma-nuel Piedra quien detectó el primer caso entre los esclavos del cafetal Santa Teresa, del propietario Francisco Calderón.13 El Diario Extraordinario de La Habana anotó para marzo la preca-ria situación en la ciudad, donde se acumulaban los cadáveres y el número de afectados.14

En julio, el secretario del Gobierno General, M. Díaz de la Quintana, reportó para la prensa del momento el “carácter epi-démico” de la situación y propuso una cuarentena.15 Según Quin-tana, era preciso “…poner en vigor todas las reglas de preocu-pación contra una funesta epidemia y adoptar cuantas medidas

7 Saco, 1833, 1858; Pérez y Madrigal, 2010. 8 Marrero, 1983. 9 (1832) Palmer, Imprenta Mercantil: La Habana. 10 Actas de la Junta de Sanidad, 27 de febrero de 1833. 11 “Secretario del Despacho de Gracia y Justicia sobre le epidemia del cólera morbo que se ha extendido por La Habana (Archivo Histórico Nacional [de España], Ultramar, 1611, Exp. 3). 12 Marrero, 1983. Véase el Diario de la Marina, 28 de febrero de 1832. 13 Vento, 2002. 14 Diario Extraordinario de La Habana, La Habana, 1 de marzo de 1833. Ver igual el Diario de La Habana, 13 de mayo de 1833. 15 Anuncio del Gobierno general de la Isla de Cuba en el Diario de la Marina, La Habana 22 de julio de 1833.

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sanitarias…” fueran necesarias. Se imponía a la población una estricta vigilancia de los depósitos de víveres “…de toda clase y los mercados públicos…”. Se le prestaría especial atención a la limpieza de los “…conductos de agua, pozos inmundos, sumideros y alcantarillas…” más los desechos animales, carnicerías, pescaderías y demás, para ahuyentar la putrefacción.16 Se ordenaba inspeccionar los buques recién-arribados al puerto, especialmente los procedentes del Mediterráneo y Norte de Europa: “…los buques que por sus circunstancias no deban ser admitidos (…) pasaran a un lazareto a cumplir cua-rentena en el cayo – ‘Duam’ en Santiago de Cuba…”.17 Para expurgar las mercancías se habían insta-lado pontones sanitarios. Ya en 1832, basados en la experiencia de la epidemia en Europa, Blumenthal y Rathke habían sugerido fumigar las mercancías y los buques “…con la incomunicación más estric-ta…” y los rigores de las “…leyes de cuarentena…”.18 Una fuerte cuarentena, seguida con rigor mili-tar, fue impuesta desde el 9 de enero hasta el 19, como medida sanitaria.19

Según Saco, en la ciudad de La Habana el cólera cobró 8615 muertes, o un 7.1% en una población de 120,000 habitantes. De los afectados, el 68% fue la población de descendencia africana. En el inge-nio Aldama murieron más de 700 esclavos. Según Pezuela, el cólera cobraría unas 30,000 víctimas en toda la isla, de los que 20,000 eran esclavos. Una comisión de académicos de la Universidad de La Ha-bana, años después, apuntaron sobre el efecto de esta epidemia sobre la clase esclava que por

…cuantos poseen en Cuba esclavos hubieron podido libertarlos del terrible azote de las epidemias que desde 1833 se han domiciliado en esta isla…20

Resulta curioso que el Diario de la Marina del 3 de diciembre de 1833 no hace alusión a ningún ca-

so significativo en la Salud Pública. De todos los otros brotes de cólera en Cuba, solo la de 1853 alcan-zaría una mortandad similar.

A finales de marzo llegó el cólera a la ciudad de Matanzas.21 El resultado fue devastador. José A. Saco llegó a considerar que ninguna ciudad en Cuba había “…sufrido tantos estragos como Matan-zas…”. Según el historiador matancero Pedro A. Alfonso, esta epidemia causó “…horrorosos estra-gos…” en la población de la ciudad, y el triple o más en la población rural.22 Los más afectados fueron las clases pobres y esclavas.

A pesar de los esfuerzos sanitarios del gobernador Francisco Narváez de Bórdese, la epidemia se propagó rápidamente, resultando en más de 3000 defunciones en menos de tres meses, aunque el núme-ro exacto se desconoce.23 De los libros de entierros se registraron solo 1920 fallecidos, pero se estima que en la mayoría de los casos —en especial las defunciones en la población esclava y pobre— no que-dó constancia o registro.24 Entre los meses de mayo y junio el número de inhumaciones al día llego alcanzar entre veinte y veinticinco.25 La cantidad de víctimas cobradas por el cólera en la ciudad sobre-pasó la capacidad del camposanto, obligando a inhumar en cementerios improvisados. Uno de estos,

16 Ídem. 17 Ídem. 18 Traducción de José de la Luz y Caballero, La Habana 4 de marzo de 1832 en Dos Memorias Acerca de la Epidemia Im-propiamente llamada Cólera-Morbo. 19 Baldarraín y Espinosa, 2014. 20 Comisión compuesta por Ángel Cowly, Francisco Campos y Antonio Bachiller y Morales, sobre “aprendices africanos” prospectos de la Universidad de La Habana, La Habana, 3 de junio de 1856 (AHN/Estado, 3550). 21 Algunos investigadores consideran que fue el 8 de abril de 1833 (ej. Vento, 2002). Pero esta información no concuerda con la de la época (ej. Coloma, 1834). 22 Alfonso, 1854. 23 Alfonso, 1854; Quintero, 1878; Jimeno, 1957; Vento, 2002; Pérez y Madrigal, 2010; Baldarraín y Espinosa, 2014. 24 Jimeno, 1957. 25 Baldarraín y Espinosa, 2014.

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localizado hacia las afueras de la ciudad, llegó a conocerse como “del cólera” o de los “coléricos”.26 Excavaciones en las casas localizadas en esas manzanas aún producen osamentas y artefactos de aque-llos entierros (arqueólogo R. Viera, com. pers. 2016).

El estado de algunos enfermos empeoró por la venta de farmacéuticos falsos que prometían “preser-var” contra la epidemia. Algunos apotecarios y farmaceutas vendieron al público medicinas que no estaban comprobadas. El tribunal de Protomedicato incurrió justicia

…para cortar los abusos de algunos farmacéuticos en la venta de un empasto llamado preservativo contra el cólera morbo…27

En marzo de 1834 se publicó en Cádiz el tratado del doctor Ramón de Coloma y Garcés titulado

“Cólera-Morbo Epidémico” basado en las observaciones realizadas en las ciudades de La Habana y Matanzas durante la epidemia.

Coloma había sido médico del Hospital Militar y el Hospital de la Caridad en la ciudad de Matanzas, y trató pacientes cuando la epidemia causó estragos en la ciudad. Esto le permitió ser testigo de primera mano del cólera en Matanzas.

Según Coloma, la ciudad había gozado de “…la más completa salud…” desde noviembre de 1832.28 Los prime-ros enfermos de cólera en Matanzas se descubrieron entre el 20 y el 25 de marzo; a casi un mes después que en La Habana. La enfermedad se espacio rápidamente por la ciu-dad, y para el 28 de marzo ya había invadido el centro. Abril fue funesto, porque comenzaron también a enfermar-se los galenos que atendían a la población. Entre el 4 y el 11 de abril, un nuevo brote recaló sobre la población. Ha-cia mediados de mayo “…empezó a calmar su furia [el cólera], presentándose entonces algunos casos de fiebre amarilla…”29; enfermos que luego comenzaron a presentar síntomas del cólera. A estos, se les aplicaban sulfatos de quinina como tratamiento, y en la ciudad de enforzaban rigurosas leyes sanitarias de “…incomunicación y aisla-miento…”.

El tratamiento de los médicos estaba dividido en bandos de diferentes opiniones. En una ocasión, un inglés, al que Coloma no nombra, proponía como tratamiento hacer la-

vados intestinales creyendo que allí se alojaba la enfermedad. Algunos postularon que ya desde 1832 se había registrado casos, y que los del 1833 no fueron más que el seguimiento de la misma pandemia. Coloma había escrito un artículo en el periódico de La Aurora de Matanzas donde debatía que, aunque

26 Vento, 2002; AHPM, Leg. Cementerios, 1833-1839. Véase también leg. Asuntos Generales, Defunciones y en el Fondo Provincial, siglo XIX (muchos de estos no están catalogados). 27 “Expediente del tribunal del Protomedicato de la Isla de Cuba” La Habana, 6 de diciembre de 1833 (AGI/Ultramar, 50, N. 23) 28 Coloma (1834: 14). 29 Coloma (1834: 16).

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los enfermos presentaban fiebres y vómitos similares, no portaban la piel azul o cianosis característica del cólera.30

Aquellos primeros contagiados fueron, según el Dr. Coloma, “…gentes infelices…” del barrio de Yumurí. Coloma, como mucho de los médicos de la época, consideraban que la enfermedad emanaba de los barrios indigentes, creando el “foco” epidémico, desde donde “…los cuartos poco ventilados…” despedían “…un hedor bien repugnante…”.31

Coloma y otros médicos consideraban que la topografía de la ciudad contribuía al fomento de la en-fermedad, por estar rodeada de montañas, ciénagas y pantanos cercanos a la población: “…cuyas már-genes se hallan inundadas de pantanos y ciénagas…”. Por ello, muchas de las familias pudientes huye-ron a los aires más limpios del campo. Pero hasta allí también alcanzo el cólera.

La epidemia perduraría – aunque mermando con casos aislados – hasta por lo menos 1836.32 Los ca-sos de las décadas consecutivas – con excepción de la del 1853-54, no fueron tan severos.33 El historia-dor Quintero recoge un brote en Matanzas que sucedió justo después de un torrencial aguacero el 30 de marzo de 1850. Este nuevo arribo del cólera en Matanzas fue declarado oficialmente el 19 de abril de ese año.34 Para finales de 1851, el gobernador de La Habana informaba a la Junta Superior de Sanidad de la Isla sobre nueva incidencia de cólera en la región, con casos demostrativos desde el mes de ju-lio.35 Otros casos se reportarían en los años siguientes.

En Matanzas, el doctor José de Carbonell informó al brigadier presidente de la Junta Subalterna de Sanidad de Matanzas para julio de 1853 sobre el estado y número de

…atacados por cólera morbo asiático y muertos de este mal, según parte de los facultativos, en esta ciudad y sus barrios extra-puentes y comparación de las defunciones…

con otras de años anteriores. Estas estadísticas demostraban que, de un total de cincuenta contagiados de cólera, registrados entre julio 5 al 26 de 1853, dieciocho habían muerto mientras que 122 fueron enterrados en el “Cementerio General”. Aunque no se explica esta discrepancia entre estas dos entra-das, se indica que en 1852 había habido 61 más. Las mayores defunciones habían ocurrido hacia finales del mes.36

El cólera de estos años decimó, además de la población civil, a los soldados y forzados del castillo, la tropa y comerciantes que estaban de pasada en el puerto de las ciudades de Matanzas y La Habana. En Matanzas, los registros de los hospitales militares permiten una idea de las afectaciones causada a los militares entre 1834 y 1862. El 16 de septiembre de 1834, el gobernador y subdelegado de la Real Hacienda – José García – registraba la muerte del soldado de la sexta compañía del regimiento de in-fantería, Antonio Rus (quien había estado instalado en el Castillo de San Severino) en el hospital mili-tar de la ciudad.37

30 La Aurora de Matanzas, 17 de junio de 1832. 31 Coloma (1834: 14). 32 “Casos de cólera en La Habana” (AHN/Ultramar, 4603, Exp. 19 (1835-1836). Comunicación del gobernador de La Haba-na. Los documentos del AHPM recogen solo una fracción de los efectos de la epidemia entre 1833-1846 (Negociado: Asun-tos Generales, Estadísticas y Sanidad). 33 “Epidemias de cólera en La Habana y propuestas de recompensas” (AHN/Ultramar, 4713, Exp. 15, años 1867-1869). 34 Quintero (1878: 825). 35 Archivo Nacional de Cuba (ANC), el Fondo de la Junta Superior de Sanidad, el Fondo del Gobierno General. 36 José Carbonell al brigadier presidente de la Junta, Matanzas, 27 de julio de 1853 (AHPM/fondo Gob. Prov. Colonia, ne-gociado Sanidad: Secretaría de la Junta Subalterna de Sanidad de Matanzas, fol. 39-40). 37 AHPM, Fondo Gobierno Provincial: Colonia, Negociado: Fortificaciones.

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La cura del cólera vino con la identificación del vibrión colérico por el científico Robert Koch en 1883.38 Su erradicación práctica trajo medidas sanitarias vitales para la salud pública como el agua lim-pia y la higiene general – que también ayudaron restringir otras epidemias como la fiebre amarilla -, a lo que luego siguieron vacunas. Para finales del siglo, Cuba recibió apoyo científico y donativos para combatir ambas epidemias. En una ocasión el doctor Déclat, de Paris, donó “…una caja de cien fras-cos…” de medicinas, y varios artículos científicos sobre el avance médico en el campo de las epide-mias y salud pública.39 Por lo general, los médicos y científicos cubanos estaban bien informados y al tanto del avance de la ciencia en el mundo.

En 1832, a casi un año antes de la devastadora epidemia de 1833, el sabio José de la Luz y Caballero reflexionó – casi proféticamente - sobre la posibilidad de un brote más severo en el futuro y lo que ello implicaría para la población:

…y si nos sorprende a despecho de nuestra vigilancia? ¿Y si se introduce furtivamente en el seno de la patria, sembrando la desolación y la muerte en medio de nuestros hijos, de nuestras madres, de nuestras esposas?…40

Palabras que tienen similar resonancia con el estado de alerta en que vive el mundo actual con el

Covid-19. Bibliografía Archivo Nacional de Cuba (ANC), el Fondo de la Junta Superior de Sanidad, el Fondo del Gobierno

General. Abbott, A. (1829). Letters Written in the Interior of Cuba. Bowles and Dearborn: Boston. Alfonso, P. A. (1854). Memorias de un Matancero: Apuntes para la Historia de la Isla de Cuba. Im-

prenta Marsal: Matanzas. Alinovi, M. (2010). Historia de las Epidemias. Capital Intelectual, Estación Ciencia: Madrid. Baldarraín Chaple, E. y Espinos Cortés, L. M. (2014). El cólera en La Habana en 1833: su impacto

demográfico. Diálogos: Revista Histórica Electrónica, 15(1): 155-173. Batlle Almodóvar, M. C., y Dickinson Meneses, F. O. (2014). Notas para una historia del cólera en

Cuba durante los siglos XIX, XX, y XXI. Revista Anales de la Academia de Ciencias de Cuba, 4 (1): 1-11.

Betrán, J. L. (2006). Historia de las Epidemias en España y sus Colonias (1348-1919). Esfera de los Libros: Madrid.

Coloma y Garcés, R. de (1834). Cólera-Morbo Epidémico. Imprenta de Ramón Howe: Cádiz. Jimeno Fuentes, F. (1957). “Matanzas: estudio histórico estadístico...” Revista de la Biblioteca Nacio-

nal, Segunda Serie: 11-99. Junta Superior de Sanidad. (28 de febrero de 1833). Información sobre la enfermedad existente en La

Habana. Diario de La Habana. p. 1. López Sánchez, J. (1987). Finlay: El Hombre y la Verdad Científica. Editorial Científico-Técnica: La

Habana.

38 López Sánchez, 1987; Pérez y Madrigal, 2010. 39 “Donativo de medicamentos para curar la fiebre amarilla y el cólera en Cuba” (AHN/Ultramar, 4783, Exp. 23, años 1880-1884). 40 La Habana, 4 de marzo de 1832: Introducción de Dos Memorias Acerca de la Epidemia Impropiamente llamada Cólera-Morbo.

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Madden, R. R. (1949). The Island of Cuba. Gilpin: Lenders. Marrero, L. (1983). Cuba: Economía y Sociedad (Vol. 9). Editorial Playor S. A.: Madrid. Marrero, L. (1984). Cuba: Economía y Sociedad (Vol. 11). Editorial Playor S. A.: Madrid. Pérez Ortiz, L. y Madrigal Lomba, R. (2010). El cólera en Cuba. Apuntes históricos. Revista Médica Electró-

nica 32(6): 1-8. Pezuela, J. de la (1868-1878). Historia de la Isla de Cuba. Carlos Bailly-Bailliere:Madrid. Saco, J. (1833). Carta sobre el cólera morbo asiático, escrita por el editor de la revista cubana a un ami-

go suyo residente en la Isla de Cuba. Imprenta del Gobierno por S.M.: La Habana. Saco, J. (1858). Colección de papeles científicos, históricos, políticos, y de otros ramos sobre la isla de

Cuba. Imprenta de D’Aubusson y Kugelmann: Paris. Sagra, R. de la (1833). Tablas necrológicas del cólera morbus en la ciudad de La Habana y sus arraba-

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tanzas: Matanzas.

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De cuando el cólera morbo llegó a La Habana y trascendió a la literatura en la obra

de Ramón de Palma

Por Cira Romero Un poco de historia

esde que el hombre pobló la tierra las pandemias, epidemias y endemias no demoraron en apare-cer. Existen estudios documentados acerca del nacimiento, expansión y propagación de numero-

sas enfermedades, entre ellas el cólera morbo y la viruela, también conocida como la peste negra, las más comunes y divulgadas, aunque en muchos textos se habla de “peste” para identificar cualquiera que genere un alto nivel de enfermos y de trasmisión. La siguiente tabla,41 limitada cronológicamente, refleja datos correspondientes a Europa:

Enfermedad Fechas Porcentaje de mortandad

¿Gripe? 1494-1514 20%

Viruela 1519-1528 35%

Sarampión 1531-1534 25%

Tifus 1545-1546 20%

Peste neumónica 1545-1546 15%

Sarampión 1557-1563 20%

Viruela 1576-1591 20%

Sarampión 1576-1591 12%

Tifus 1576-1591 15%

Sarampión 1595-1597 8%

Sarampión 1611-1614 8%

Tifus 1630-1633 10%

Este listado dejó fuera de sus marcos cronológicos una de las mayores pandemias ocurridas en Eu-

ropa en el siglo XIV, aproximadamente entre 1347 y 1353 y cuyo trasmisor fue la pulga, que anidaba hasta en las ropas de las personas. Causó la muerte, en Europa, a 25 millones de personas, y cifras tam-bién millonarias en Asia y África. Quizás se inició en un lugar indeterminado del norte de la India, pro-bablemente en las estepas asiáticas centrales, luego extendida al oeste llevada por los ejércitos mongo-

41 Tomada de Wikipedia a falta de mejor información, ya que estamos en nuestra casa y la conectividad no siempre logra satisfacer mis búsquedas.

D

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les que invadieron la ciudad de Caffa —hoy Teodosia, ciudad turística de Ucrania— entonces lugar de emplazamiento de comerciantes oriundos de Génova y Venecia, quienes obligados a abandonar ese rico enclave llevaron consigo, además de sus bienes, la enfermedad. Tuvo sus primeros brotes en Messina y en las dos citadas, para luego extenderse por toda la península itálica y más allá de sus todavía inesta-bles fronteras. Florencia no quedó al margen de la pandemia, llegada allí en 1348 y causante de la muerte de un quinto de su población. Reflejo de la situación fue el surgimiento de uno de los libros más notables de la literatura universal, Decamerón, cien cuentos o novelas cortas escritos por Giovanni Boccaccio, concluido en 1351. Un grupo de diez jóvenes, siete mujeres y tres hombres que huyen de la plaga y se refugian en una villa en las afueras de esa ciudad, con el fin de entretenerse, cuenta, cada uno, una historia por cada una de las diez noches que permanecen apartados. Así, cada día, a excepción del primero y del noveno en que los cuentos son de tema libre, uno de los jóvenes es nombrado “rey” y decide el tema sobre el que versarán las narraciones. “El Decamerón, ha dicho un crítico, describe deta-lladamente los efectos físicos, psicológicos y sociales que la peste bubónica ejerció en esa parte de Eu-ropa. Los argumentos básicos de las historias no son generalmente invención de Boccaccio; de hecho, se basan en fuentes italianas más antiguas, o en algunas ocasiones en fuentes francesas o latinas. Cabe mencionar que algunas de las historias que contiene el Decamerón aparecen más en los Cuentos de Canterbury de Chaucer”.

En territorios de la actual Alemania ciudades como Hamburgo, Colonia y Bremen fueron devastadas y una de las causas más lamentables fue la acusación formulada a los judíos de ser los causantes de la enfermedad al envenenar pozos, lo que provocó el inicio de progromos y la extinción total de sus co-munidades. Hubo sucesivos brotes hasta 1490.

Otra gran peste tuvo lugar en la Viena imperial de los Habsburgo en 1679, proveniente de Europa occidental, provocada también por las pulgas, ahora asociada a roedores. Zona de intenso comercio, pero de condiciones sanitarias deplorables, los grandes almacenes que contenían ropas, alfombras y granos fueron el nido ideal para propagar la enfermedad. Para atender a la “Muerte vienesa”, como se conoció también, se abrieron hospitales de emergencia donde los médicos prescribían sangrías, poma-das y vomitivos. Los cadáveres, por cientos, se amontonabas en carretas y eran llevados a las afueras de la ciudad para quemarlos, pero la dilación en hacerlo provocó aún más enfermos.

A todo lo largo de los siglos XVII y XVIII Europa experimentó sucesivos brotes de enfermedades convertidas en pandemias y acercándonos al siglo XIX, España, que ya antes los había sufrido, lo sintió en el primer tercio de esta última centuria con el cólera morbo llegado, al parecer, de la India. Germinó en 1833 —un año antes había surgido en Gran Bretaña— en el puerto gallego de Vigo y de inmediato ganó espacio en el resto de la península ibérica. Entre las medidas tomadas, no siempre bien recibidas por la población, fueron la de crear cordones sanitarios, cuarentenas42 y aislamiento sectorizado. En julio de 1834 el terror a la enfermedad era de tal intensidad que en Madrid se produjeron matanzas de frailes, acusados de causar la enfermedad por envenenamiento de las aguas, pero igual sucedió con aguadores y hasta con médicos. La epidemia duró más de un año y casi 300.000 españoles fueron afec-tados, un tres por ciento de la población. El puerto de Vigo era uno de los más activos en cuanto al co-mercio con ciudades del continente americano y, como era de esperar, el cólera morbo llegó a nuestras tierras, si bien antes de ese momento, otras epidemias habían hecho estragos del lado de acá de las cos-tas europeas.

42 El término “Cuarentena” proviene del italiano “Quaranta Giorni” y este del latín “Quadraginta”, traducido como “Cuatro veces diez”. Comenzó a usarse el vocablo desde el punto de vista médico en el siglo XIV italiano, producto a la pandemia de peste negra que asoló Venecia en 1347. Las personas, buques y bienes que arribaban a puertos venecianos y podían ser sospechosos, eran aislados por un período de 40 días como medida de prevención. Dado el éxito de la estrategia, la palabra “Cuarentena” perduró y actualmente describe el aislamiento de personas o animales durante un período no específico para impedir la propagación de alguna enfermedad.

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La misma fuente de información utilizada antes, pero referida a América, nos notifica, con límite en el año 1525:

Fecha Enfermedad Lugar

1493-1498 Gripe, viruela, etc. La Española

1496 Varias Viaje de vuelta a España

1498 Sífilis La Española

1500 Varias La Española

1502 Varias La Española

1507 Varias pandemias Caribe a Tierra Firme

1514-1517 Influenza Istmo de Panamá

1518-1525 Pandemia de viruela Caribe, Yucatán, México,

América Central

La mayor pandemia que llegó a las costas americanas y que provocó el exterminio de miles de los habitantes autóctonos no provino de fuentes infecciosas, sino de los conquistadores y colonizadores llegados desde las metrópolis europeas, quienes con sus crueles métodos aplastaron no pocas culturas y civilizaciones, pero, además, trajeron consigo enfermedades como la viruela, que hizo estragos en la población autóctona. Al respecto el historiador Jared Diamond ha dicho:

La viruela, el sarampión, la gripe, el tifus, la peste bubónica y otras enfermedades infecciosas en-démicas en Europa tuvieron un papel decisivo en las conquistas europeas, al diezmar a muchos pueblos en otros continentes. Por ejemplo, una epidemia de viruela devastó a los aztecas tras el fracaso del primer ataque español en 1520 y mató a Cuitláhuac, el emperador azteca que sucedió brevemente a Moctezuma. A lo largo de América, las enfermedades introducidas por los europeos se extendieron de tribu a tribu mucho antes de la llegada de los propios europeos, matando a un porcentaje estimado del 95% de la población nativa americana existente a la llegada de Colón.

Una epidemia de cólera morbo en La Habana En el año 1833 el puerto de La Habana era uno de los principales de América dada la situación geográ-fica de la Isla. Allí coincidía, al unísono, el comercio de esclavos, el tráfico de mercancías al calor de la libertad de comercio decretada desde 1818, el negro libre que practicaba diversos oficios manuales, el carruaje del rico y el carretón del pobre. Cientos de barcos arribaban a la rada y junto con ellos el ho-rror silencioso de la enfermedad. Una amalgama indescriptible de la que dejaron huellas pintores y gra-badores franceses y españoles en espléndidas muestras acogidas a una “verdad” de altos valores artísti-cos, pero preñadas de una visión artificiosa.

Para ese momento la Sociedad Económica de Amigos del País, creada en 1790 bajo el influjo del Despotismo Ilustrado, era en el lugar de confluencia de los más importantes estudiosos criollos en cualquier materia, desde las propiamente científicas hasta las artísticas, y en su seno se discutían, para luego proponer a las instancias oficiales, los más modernos métodos de enseñanza en variadas discipli-

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nas, la introducción de plantas semillas y cultivos más prometedores, de maquinaria industrial y sus miembros también atendían cuestiones relacionadas con la medicina y las enfermedades.

A principios del siglo XIX uno de sus socios más eminentes era el médico habanero Tomás Romay (1764-1849), y más tarde, a partir de 1842, su director. Ostentaba entre sus cargos Médico de la Real Familia (1805). A él se debió llevar adelante, con éxito, la abolición de la práctica de enterramiento en las iglesias, así como introducir la vacuna contra la viruela, que probó en sus propios hijos. En 1797 publicó una Disertación sobre la fiebre maligna llamada vulgarmente Vómito Negro, enfermedad epi-démica en las Indias occidentales, y más adelante Memoria sobre la introducción de la vacuna en la isla de Cuba (1815), entre otros títulos que pueden leerse en Obras completas (1965-1966), publicadas por la Academia de Ciencias de Cuba. Otro cubano también se preocupó por el azote: José Antonio Saco (1798-1879), autor de Carta sobre el cólera morbo-asiático escrita por el editor de la Revista Cubana a un amigo suyo residente en la Isla de Cuba (1833).43 La creación de una Junta Superior de la Vacuna (1806), primer organismo sanitario creado entre nosotros, al que estuvo muy ligado Romay, no impi-dió, sin embargo, que La Habana, a pesar de la riqueza y lujos de sus habitantes más acomodados, go-zara de fama: “ciudad pestilente”, afirmó un viajero de la época44.

Al llegar a La Habana la epidemia de cólera, casi al unísono que en España, Mariano Ricafort, su capitán general desde 1832, culminaba de preparar los documentos que debía ceder a su sucesor Miguel Tacón, pero la entrega debió dilatarse debido a que el futuro represor, luego embestido de facultades omnímodas, debió posponer su viaje a Cuba debido al mal que azotaba tanto a su propio país como a la capital de aquel a donde era destinado. Para ese momento Romay era Decano de la Facultad de Medi-cina y se preocupó por llevar al seno de la Sociedad Económica de Amigos del País informes sobre las mejores prácticas para enfrentar el flagelo. Ser, además, poeta discreto y tío del aún narrador en ciernes Ramón de Palma y Romay (1812-1860), quizás le facilitó acercarse a los escritores que por entonces daban sus primeros pasos, entre ellos Cirilo Villaverde (1812-1894), José Antonio Echeverría (1815-1875) y Anselmo Suárez y Romero (1818-1878), entre otros, no así a José Jacinto Milanés (1814-1863), entonces un total desconocido para las letras, que se encontraba en la capital al estallar la epi-demia —trabajaba en una ferretería propiedad de un tío político— y de inmediato se marchó a Matan-zas, su ciudad natal.

Los mencionados, sin dudas, vivieron muy de cerca la llegada y el azote del cólera, que en la capital insular se ensañó con particular fuerza. Habaneros todos, menos el pinareño Villaverde —Echeverría había nacido en Barcelona pero llegó a Cuba de niño— al momento de la epidemia aún no existía en La Habana el atrayente círculo que luego se formaría en torno a Domingo del Monte (1804-1853) —entonces en Matanzas—, principal guía intelectual de este grupo, pero gracias al cuidado que este tuvo de preservar las cartas que recibía hoy podemos conocer parte de lo vivido, además de constatar, desde la escritura de los ricos, su ignominia al referirse a los esclavos, los más atacados por el mortífero mal, pérdida económica invaluable para quienes vivían de su trabajo. La epidemia de cólera morbo en La Habana a través del Centón epistolario de Domingo del Monte No es necesario insistir en la importancia que tuvo, no solo para la literatura cubana, las cartas que, dirigidas a Del Monte entre 1822 y 1845, este reunió y luego encuadernó en varios volúmenes primoro- 43 Revista Bimestre Cubana, t. II, 1833. Saco era su director. 44 Véase de Adrián López Denis, “ Higiene pública contra higiene privada: cólera, limpieza y poder en La Habana colonial”. Estudios interdisciplinarios de América Latina y el Caribe. Universidad de Tel Aviv, Instituto Sverdlin de Historia y Cultura de América Latina, Escuela de Historia, volumen 4, número 1, enero-junio, 2003. Agradezco la información al Dr. Félix Julio Alfonso.

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samente impresos. Extraordinario acervo documental, constituye un verdadero compendio de vivencias y de exposición de idearios del más variado carácter. En ellas tuvo espacio la epidemia de cólera esta-llada en La Habana alrededor del mes de marzo de 1833.45 Para ese momento Domingo del Monte se encontraba en el ingenio Santa Rosa, en Matanzas, propiedad de su futuro suegro Domingo Aldama, acompañado de su novia Rosa y del resto de la familia política.46

Hasta allí comenzaron a llegar cartas de sus amigos, provenientes, la mayoría, de La Habana, que dan testimo-nio de la situación que se vivía y de cómo repercutía en lo que se consideraba el mayor tesoro de los ricos: la masa esclava. Sigamos este recorrido en orden cronológico.

Datadas, la mayoría, entre abril y mayo, la primera no está dirigida a Del Monte sino a Manuel González del Va-lle (1802-1884), firmada por José Benito Ortigueyra, pero aquella conservó en su papelería por tratar asuntos de inte-rés relacionados con los preparativos para fundar una Aca-demia Cubana de Literatura,47 por entonces máxima pre-tensión de la intelectualidad cubana. Fechada el 13 de mar-zo de 1833, el remitente le comenta a González del Valle: “su favorecida sirvió para tranquilizar los ánimos de mu-chos que se hallaban asustados con otras cartas que exage-ran los estragos del cólera en esa capital, el no venir las cartas picadas y mojadas en vinagre hacen más creíble el contenido de la de usted. Sin embargo quedan todos con cuidado”.48

En la segunda, de marzo 28, la señora doña Teresa Al-fonso de Soler, parienta cercana de Del Monte, le refiere:

como considero que usted ha de ser más al propósito para estar pendiente de cualesquiera ligera novedad que se presente en alguna de las personas tan de mi aprecio que están con usted o séase cualquiera indiferente, me he resuelto a hacerle algunas advertencias muy necesarias, y que tal vez Pura por sus muchas atenciones y cuidados en que está podría descuidar. El cólera ha degenerado en distintas especies de tal modo que los facultativos no tienen método fijo. Cuando ataca con pun-zada violenta, frío excesivo y decadencia general la receta que acompaño es la que se conoce aquí por el único antídoto, cuando el individuo empieza con evacuaciones, sean de indigestión, resfriado o lo que sea, conviene ponerlo a dieta de comida y bebida y darle solamente cada dos horas cuatro cucharadas de caldo, leche o atol y si hubiere mucha sed las mismas cucharadas de agua azúcar y goma todo tibio. Esto se practica mientras el facultativo ordene una bebida temperante y lo más as-

45 El mes del inicio y expansión de la epidemia lo precisa Ramón de Palma en su novela. 46 Contrajeron matrimonio el 5 de abril de 1834. 47 Se fundó el 6 de marzo de 1834. Del Monte fungió como secretario. Casi de inmediato desapareció porque sus integran-tes, constituidos previamente en Comisión Cubana de Literatura, le escribieron directamente a la Reina Gobernadora solici-tando la autorización, ignorando a la directiva de la Sociedad Económica de Amigos del País. 48 Centón epistolario de Domingo del Monte. Ensayo introductorio, compilación y notas por Sophie Andioc. Imagen Con-temporánea (Biblioteca de Clásicos Cubanos 24-27), V. I, 2002, pp. 270. En todas las cartas citadas se ha actualizado la ortografía para proporcionar una lectura más expedita.

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tringente que pueda, por lo que conviene es contener a toda costa la evacuación porque aquí sucede que a los pocos días de continuar esta se declara la enfermedad: por eso es necesario que se tenga mucho cuidado con la negrada que es la clase donde aprieta la mano, dígale usted a Domingo [Al-dama] que tenga mucho cuidado porque estamos viendo desaparecer aquí centenares de negros so-lo de esta evacuación que al principio parece una friolera. El cocimiento de cáscara de granada con llantén está probando muy bien. Pancho continua con sus ligeros males ya se le ha contenido la evacuación ahora dice que le duele un brazo, pero nosotros sabemos que más es el miedo que tiene se ha acobardado un poco, a manera de cierto sujeto que usted conoce que de miedo abandonó su local para meterse en la iglesia porque al fin los temerosos tendrán su merecido después de lo que hemos y estamos sufriendo el sitio de la peste le tenemos preparado el castigo que merecen. […] A Pancho se le declaró el colerín anoche ha pasado mala noche pero está muy mejor. Se me olvidó que la untura para evacuaciones es de dos cucharadas de láudano, dos de aceite de almendras, dos de manteca de cacao, se da cada hora y se abriga el vientre va tibio.49

El 7 de abril Clemente Blanco le decía:

Mi querido Domingo: por la que he visto le diriges a Leonardo escrita el viernes Santo, sé que estas bueno y con serenidad, esperando el cruel azote de la humanidad. Con la aleluya, apareció el con-suelo de los infelices habitantes de esta capital, pues como podrás ver por el boletín que te incluyo ha desaparecido tan cruel epidemia, quedando si todavía algunos restos. Ya al fin respiramos los que hemos tenido la dicha de salvar de la borrasca. Se dice que 14.000 personas han perecido, y entre ellas nuestros compañeros Asunar Tagle, y Vila, pero más han sido los negros. Domingo André está mejor de su indisposición, lo mismo Moris y Tatao Orosco. Casi todos los de-más amigos están buenos. Te aconsejo que no te muevas de donde te hallas porque es dañosa la variación de temperamento. Comer poco y cosas de fácil digestión. Eso sí tomar buen vino, gallina, pan y carne de ternera: nada de frutas. El agua tibia siempre, o sino hervida. No levantarse temprano: ni serenarse: el estómago muy abrigado, y dormir también muy abrigado. Con tales precauciones y un alma tranquila es probable que no ataque el pernicioso cólera, y si ataca no causa tanto extravío. Mi corazón estaría continuamente inquieto, sino te hubiera indicado tales precauciones.50

El 19 de abril Francisco J. de Orta le escribió:

Mi queridísimo amigo: en este momento he tenido el gusto de recibir su apreciable con fecha de 17 la que me ha servido de mucha satisfacción por saber de su salud y demás personas que le rodean; paso a satisfacer las preguntas de usted. El caballero Moris pasó su ataque de colerina, su mamá estuvo en bastante peligro, pero tuve la suerte de haberla salvado de un ataque tan cruel. El viernes santo a las diez de la mañana pasé a Guanabacoa a ver a Domingo André el cual tuvo sus diarreas a causa de andar huyendo de todos los lugares donde había cólera, hasta que estando en Jaruco en-fermó y volvió a Guanabacoa, por esta circunstancia y el método estimulante que ha usado como preservativo añadiendo muchísimo miedo le dio un ataque que no llegó a ser cólera, hoy está en la Habana hecho un esqueleto aunque todavía con miedo. Pepe de la Luz tuvo su ataque nervioso pero

49 Ídem., p. 276. 50 Ídem., p. 279.

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no siguió y hoy se halla bueno, D. Saco se ha mantenido invulnerable igualmente que Bruzón y toda su familia. Siento infinito no poder decirle fijo el número de muertos pues han ocurrido muchas equivocaciones o mejor dicho desórdenes, pero probablemente en la Habana y sus extremos hasta el Cerro y Jesús del Monte creo que pasarán de doce mil almas siendo más de la mitad negros y otra parte de mulatos. Por lo que respeta al método curativo que más buenos resultados ha ofrecido sin disputa ha sido el anti flogístico que atrevidamente han ejecutado los médicos jóvenes contra la opinión del Señor Protomédico que nos ha ultrajado a su gusto, no convenciendo el malísimo resul-tado de su método y de todos los que se han seguido. Por la relación que usted me hace de los sín-tomas con que se han presentado en esa finca los seis negros, no dude usted que ha sido el cólera y el método usado con ellos es el mejor, pero es necesario ser muy cauto con el uso de los estimulan-tes al interior pues se destruye con una mano lo que se adelanta con otra, es necesario en aquellas personas muy fuertes y robustas usar también de la sangría general, pero con la condición de pre-sentar un pulso fuerte y duro, al interior si los enfermos tienen mucha sed, no darles sino naranja-das frías, y mucha severidad en la dieta; hay casos en que se presenta el vómito y la diarrea desa-parece el pulso y viene la frialdad estos son los que llamo Rusos porque son muy bravos; pero no desanimarse calentarlos por fuera y frío al interior y siempre alerta en el momento que aparece el pulso y el calor para ponerle ventosas en el vientre y encima cataplasmas emolientes tibias carga-das de láudano. Respecto a lo que me dice del peligro en venir a esta solo le diré que de Guanabacoa y Güines pa-rajes donde hay muchos enfermos, principalmente en el último, ha venido mucha gente y nada les ha sucedido, creo que se corre mayor peligro en los parajes donde existe la enfermedad que donde ya no la hay, más cuando no se tiene ningún síntoma que la haga temer. […] Esta tarde tenemos junta en casa del Señor Protomédico para ver si algún médico tiene casos de có-lera, creo que no hay ninguno, por mi parte hace doce días que no veo un colérico, gracias al Ser Supremo que ya nos deja respirar un poco, quisiera tener tiempo para pintarle los días de angustia que hemos pasado, pero baste decirle que he estado 36 días sin quitarme la casaca más que para dormir, y rara noche dejaba de salir dos o tres veces, pues he creído de mi deber el morir en medio de la epidemia, antes que evadirme de asistir a los infelices, como han hecho muchos. P. D. Cuidado con los alimentos que usen elíjanlos de fácil digestión, no hagan uso de estimulantes, sí de temperantes, no exponerse a las alternativas del calor al frio, y preservarse mucho de la hu-medad y sereno.51

Al parecer, en esa junta se dio por extinguida la epidemia, y se celebró un tedeum en la Catedral de

La Habana, al que asistió el capitán general Ricafort y otras autoridades, pero se le recomienda a Del Monte:

de ningún modo pienses regresar todavía, y así debes aconsejárselo a las Aldamas, porque acostum-brada ya la naturaleza de ustedes a ese temperamento, la pronta variación, podría serle perjudicial como que pasada una gran tempestad, siempre quedan por algunos días sus furibundos sustos.52

Como se ha leído, el “monstruo devorador”, como se lee en alguna carta, llegó también a la finca

donde se encontraba Del Monte, y de inmediato la familia se trasladó a la ciudad de Matanzas. El 15 de mayo Cirilo Morejón le dice:

51 Ídem., p. 279-280. 52 Ídem. p. 282.

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La epidemia camarada, ha sido tortas y pan pintado paras los europeos, pero a nosotros no solo nos ha llevado tres veces más gente, sino que también ataca nuestras propiedades y nada menos que a los agentes más inmediatos de la reproducción, que son nuestros negros. Como ha de ser, no hay más que tener paciencia y barajar.53

Al parecer, hasta finales de mayo continuaron algunos brotes. El 26 de julio de 1833, Tomás Quinte-

ro, desde Madrid, le responde a Del Monte:

Por poco satisfactorias que sean las noticias que usted me comunica sobre el cólera en ese país, a mí y a un pequeño círculo de amigos que tienen interés por aquel, nos han consolado mucho, ha-biéndonos alarmado mucho una carta que pocos días antes de arribar el correo, había recibido, no sé porqué conducto, D. Luis Martínez, de ese como residente aquí. Lo que sí es triste es la conjetura de que quede endémico ay tan terrible mal… Espero que no; y entre otras razones me fundo en que con las venganzas ejercidas contra los europeos en el continente, deben de haber aplacado ya los manes de tantos millones de indígenas, que además de los degollados, han muerto de viruelas, hi-drofobia, gálico y otras plagas que antes de la conquista no conocían aquellos. Repito que confío en que tan funesta idea no pase de aprehensión y que el azote que desuela esa isla habrá llegado o lle-gará muy pronto a su término.54

Habría mucho que comentar sobre el contenido inhumano de la mayoría de estas cartas, donde se

lamenta la pérdida del negros no como seres humanos, sino como vías para la obtención de riquezas, en tanto principales sostenes económicos de aquella sociedad esclavista. La epidemia de cólera morbo de 1833 en la literatura cubana: Ramón de Palma Preliminar La imposibilidad, por el momento, de acceder a las necesarias fuentes bibliográficas, me impide infor-mar acerca de otros autores coetáneos a Palma que crearon obras de ficción en torno a este tema. Para este momento me sirvo solo de Ramón de Palma, fundador de la narrativa cubana, junto con los antes mencionados, y a quien se deben títulos como “Un episodio en la isla de Cuba. 1604” (Aguinaldo Ha-banero, Imprenta de Don José María Palmer, 1837, pp. 43-53), “Matanzas y Yumurí” (ídem., pp.113-134), “Una pascua en San Marcos” (El Álbum, T. I, pp. 39-109 y T. II, pp. 7-59,1838), “El paseo por la bahía” (El Álbum, T. II, pp. 111-124), “El cólera en la Habana” (El Álbum, T. VII, pp. 7-14), bajo el seudónimo El Baracutey, “Un lance de honor” (El Álbum, T. IX, pp. 23-50), “El ermitaño del Niágara” (Diario de la Marina, 13 al 20 de abril, 1845), “Los amores del cocuyo y las maravilla” (Faro Industrial de la Habana, número 151, 1846) y “Un día de sur” (El Artista, T. I, pp. 413-415, 1848).55

Algunos de estos relatos los leyó Palma en la tertulia habanera de Domingo del Monte, situada en el entresuelo de su casa de la calle Habana, donde residía desde 1836 luego de su enlace con Rosa Alda-ma. Siempre colmada de jóvenes literatos, según testimonio de Suárez y Romero,

53 Ídem., p. 281. 54 Ídem., p. 288. 55 Son los localizados hasta el presente. Véase Una pascua en San Marcos. Ramón de Palma. El Ranchador. Pedro José Morillas. Asesoría de Ambrosio Fornet. Edición crítica de Cira Romero. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2009. Véase además Cuentos cubanos (1928), de este autor, en edición a cargo de A. M. Eligio de la Puente.

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atraídos por la elegancia de sus maneras, la suavidad de sus amonestaciones, el acierto de sus crí-ticas, la modestia de su carácter, la paciencia con que todo lo escuchaba, la prolijidad con que co-rregía cualquiera producción, las palabras alentadoras con que inducía a seguir trabajando, y la firmeza y el decoro con que sostenía sus opiniones. Aquella hermosa biblioteca suya, que encerraba en las más elegantes ediciones la flor de la literatura antigua y moderna, hallábase siempre a dis-posición de sus amigos […] No es de extrañar por tanto que su gabinete fuese una especie de aca-demia, pero una academia donde no había ni reglamentos, ni fondos, ni protección oficial, ni pre-mios, ni categorías, ni otra autoridad que las leyes del buen gusto, ni públicos y ruidosos certáme-nes, ni sesiones a horas determinadas, ni querellas, ni bandos. Cada cual llevaba la obra que había escrito, leíase en presencia de unos cuantos amigos, discutíamos libremente sobre sus bellezas y de-fectos, introducíanse en ella las correcciones convenidas, llevábase a la prensa, y se tornaba des-pués a examinarla muchas veces en la repetición de aquellas gratas conferencias […] Leíase de continuo en aquellas reuniones, ya casi siempre por Del Monte, ya por cualquiera de los otros; en-trábase en discusiones sobre el fondo y sobre la forma de cada libro, sobre su plan, sobre sus ten-dencias; admirábanse los pasajes más bellos y los pensamientos más profundos; explicábanse con los pormenores biográficos del autor el colorido de sus producciones; trabajábase por descubrir en los acontecimientos históricos los designios providenciales; trazábanse cuadros de las opiniones y costumbres en diversas épocas; citábanse rasgos de virtud y de heroísmo; seguíase con anhelante interés la vida de los hombres célebres; cotejábanse unas con otras las instituciones; estábase al cabo de los descubrimientos en las ciencias y de sus aplicaciones a las necesidades; saludábase con entusiasmo la aparición de cualquier obra importante; buscábamos bríos para no desmayar en nin-gún propósito noble por arduo que fuese […] No es de extrañar por consiguiente que los escritores que se formaban al lado de Del Monte adquiriesen pronto una instrucción tan sólida como extensa; sólida porque él encaminaba los estudios de cada uno por donde creía que le favorecía su particu-lar aptitud; y extensa, porque tratándose allí todos los días de materias diferentes, era imposible que los conocimientos quedasen encerrados en el círculo de hierro a que se pretende circunscribir las profesiones.56

Sobre este momento de la narrativa cubana ha dicho Antón Arrufat:

Muy jóvenes, verdaderos muchachos, Ramón de Palma, Cirilo Villaverde y Anselmo Suárez y Ro-mero se llevaban escasos años entre sí. Se tenían amistad y admiración. Estudiaron en la misma es-cuela o en escuelas semejantes. Asqueados de la esclavitud y la miseria espiritual de la colonia, en el curso de ese año milagroso del 38 conspiraban de hecho o mentalmente, sin saber con claridad qué camino ideológico tomar para que la nación imaginaria se convirtiera en real. Pese a todo, se hicieron sospechosos a los censores y a la policía del gobierno. En el tiempo en que estuvieron en comunicación, leyeron los mismos libros, novelas de Balzac recién llegadas, La solterona y La mu-chacha de los ojos de oro. Ninguno había escrito una novela excepcional, al menos no lo creían así, y se trataban sin rivalidad literaria, principiantes que todavía no han obtenido lo que buscan. Si no podían verse, sus cartas intentaban anular la separación. Sentían una febril curiosidad creadora, cada uno por la obra del otro, reclamaban el envío de cuanto estaban escribiendo. Iban y volvían los manuscritos, capítulos sin terminar, fragmentos, apreciaciones y proyectos, entre Matanzas y La Habana.57

56 Anselmo Suárez y Romero: “Prólogo a las Obras de Ramón de Palma”. Poesías líricas. Tomo I. Imprenta del Tiempo, La Habana, 1861, pp. III-XXXV 57 Antón Arrufat: “Las virtudes del habla”, El convidado del juicio. Ediciones Unión, La Habana, 2015, pp. 72-73.

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Al parecer algo retraído en su trato, tratando de alternar en un medio social que no le correspondía

por su origen de clase, Palma fundó revistas literarias como El Álbum (1838-1839) y El Plantel (1838-1839) y antes, en 1837, junto con José Antonio Echeverría, organizó un Aguinaldo habanero. Entre 1839 y 1840 trabajó como maestro, en Matanzas, del colegio La Empresa. Se graduó de Licenciado en Leyes en 1842, pero abandonó esta labor, para él tediosa, gracias a Del Monte y a la familia Aldama, que le consiguieron un destino como Secretario de la Compañía del Ferrocarril de la Habana.

Fue asiduo colaborador de las publicaciones periódicas habaneras, donde también dio a conocer poemas, algunos recogidos en Aves de paso (1841), Melodías poéticas (1843) y Hojas caídas (1844). Son de su autoría La prueba; o la vuelta del cruzado (1837), drama en un acto, y La peña de los enamo-rados, leyenda dramática en tres cuadros (1839). A él se debe también la oda sinfónica Una escena del descubrimiento del Nuevo Mundo por Colón (1848), con música del maestro Botesini, representada por la compañía italiana de Vita y la Caranti.58

Uno de sus trabajos más interesantes es el artículo “Cantares de Cuba”, 59 donde aborda y valora el carácter nacional de la poesía del campesino cubano e incluye poemas provenientes de esa tradición popular.60 Pero ningún otro lo es más que “La novela” (1838),61 al que me referiré más adelante.

Prisionero en 1855 por su vinculación al anexionismo, falleció en La Habana el 21 de junio de 1860. Sus amigos quisieron homenajearlo intentando reunir sus obras, pero solo lograron un tomo correspon-diente a sus poesías líricas, aparecido en 1861 con una carta-prólogo de Anselmo Suárez y Romero a Rafael María de Mendive.62

Los textos de Palma sobre el tema

En dos géneros manifestó Ramón de Palma su interés por dar vida literaria a la epidemia que sacu-dió a La Habana en 1833: su poema “El cólera-morbo en 1833” y la citada novela, hoy diríamos una noveleta, “El cólera en la Habana”, publicada cinco años después de finalizado el embate.

El poema, formado por catorce estrofas escritas en combinaciones de versos de variados metros donde predominan los endecasílabos dactílicos y lo heptasílabos, y cuya publicación en alguna revista supongo date de algún año inmediatamente posterior a la epidemia,63 no reviste logros relevantes. Cito algunas estrofas:

Tronó el Señor a su tremenda saña Las zonas de la tierra retemblaron, Y cual la débil caña Del furioso huracán a los impulsos,

58 Según se deduce de una carta de Palma a Del Monte del 24 de noviembre de 1843, no le había ido mal en el campo del teatro, pues le comenta: “y lo que más va a admirarlo a usted la nueva empresa de teatro, me da trescientos pesos al año, repartidos en mesadas, por tres comedias” (Centón epistolario…, ed. cit., p. 186). Por otra parte de esa misma carta se infie-re que había creado una especie de negocio familiar con las traducciones que le enviaba el impresor José Toribio de Arazo-za, pues “tengo ejercitados a tres individuos de mi familia, corrigiéndolas yo después: me paga tres onzas por tres artículos al mes” (p. 186). 59 Revista de la Habana. La Habana, T. III, marzo 15-septiembre 1, 1854, pp. 243-248, 261-263, 278-280 y 294-297. 60 Véase, de Z[aida] C[apote] C[ruz], “Cantares de Cuba”, Diccionario de obras cubanas de ensayo y crítica. T. I. Instituto de Literatura y Lingüística José Antonio Portuondo Valdor. Ediciones Unión, 2013, pp. 34-36. 61 El Álbum. La Habana, T. I, abril, 1838, pp. 5-35. 62 Se trata, a mi juicio, del estudio más sobresaliente acerca de la tertulia de Domingo del Monte y de los escritores vincula-dos a este mecenas de las letras. 63 No he podido constatar si se incluyó en el tomo de sus Poesías líricas.

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Los hijos del pecado así convulsos En el polvo las frentes sepultaron. A ti, Señor, desde sus senos clama La voz de mi dolor; oye mi ruego; Pues siento, sí, que el corazón me inflama De tu espíritu el fuego; Y con el estro mismo que solía El Profeta invocar tu nombre santo, Dirijo a ti mi fervoroso canto Del mundo miserable en la agonía. […] Inútil suplicar: la muerte horrenda Que allá del Ganges en el seno inmundo Para purgar el mundo Entre muerte y ponzoña fue engendrada, Por la Europa llorosa y desolada Un camino infernal se abrió triunfante: En vano se opuso el mar de Atlante, Por él tendió la destructora planta, Y cual dragón inmenso, en Occidente, El mundo a cada convulsión quebranta ¡Ay! ¿Qué será de tu opulencia vana, De tu infausta riqueza, triste Habana? ¿No ves los senos del sepulcro abiertos Tus hijos devorar, como devora La arena abrasadora Las gotas de la lluvia en los desiertos? Teme el hombre del hombre, que en su hermano La muerte ve que sin cesar la aterra Y cada cual en su mansión se encierra Del trato huyendo y del comercio humano. […] ¡Oh! ¡Cuán diversa estás, y cuán mudada Del tiempo aquel, Habana, en que animada Del plácido festejo, Tu juventud miraste sin consejo El contento apurar! Las ricas galas En hábito de duelo se han trocado, Al baile y los festines opulentos Las tumbas y el ayuno han sucedido, Y en vez de gritos de placer, se advierten Hondo silencio o lúgubres lamentos. El más valiente corazón se aterra De tanta asolación de duelo tanto…! Mil moradores tuyos con espanto

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Te abandonan ¡oh Habana! En otra tierra La salvación buscando inútilmente Que el fallo en donde quiera Se ha de cumplir del Dios Omnipotente. […] ¿Y no habrá compasión? ¿Es ¡ay! Llegado Del exterminio universal el día?... ¿La trompeta del juicio ha resonado Ya en las cavernas de la tumba fría…? 64

La altisonancia propia de la literatura de la

época, acompañada de la usual retórica, se verifi-ca en estos versos que, sin embargo, no dejan de reflejar lo vivido en esa Habana que se iba que-dando sola, pues aquellos que pudieron hacerlo se alejaron de la urbe, bien a los campos o a otros territorios urbanos cercanos. El texto se mueve entre la compasión y el horror ante la catástrofe vivida y, por supuesto, es tan sombrío como sombríos fueron los días vividos por los habane-ros.65

La mejor obra narrativa de Ramón de Palma fue Una pascua en San Marcos, superior, a mi juicio, a las narraciones que, apenas un año antes, había publicado Cirilo Villaverde en Miscelánea de útil y agradable recreo (1837): “El ave muerta “La peña blanca”, “El perjurio” y “La cueva de Taganana”, comentadas precisamente por Palma en un ensayo que no dudo en calificar de memo-rable: “La novela”,66 y en el cual se valió, más que para reseñarlas —no muy favorablemente, por cierto— para exponer sus ideas en torno a la que debería ser esta manifestación literaria. Me-diante juicios agudos que denotan una formación cultural notable y revelan las fácilmente detecta-bles influencias de su mentor Domingo del Mon-te, Palma reivindica el género, les concede auto-ridad a los novelistas y les pide no perder de vista

en sus narraciones la sociedad en que viven. “Ninguna verdadera literatura de una nación se ha forma-do copiando de la otra”, afirmó, y a pesar de dejar entrever algunas impericias y lugares comunes, su texto se imbrica necesariamente con dos anteriores: “Ensayo sobre la novela”, de José María Heredia y

64 Parnaso cubano. Colección de poesías selectas de autores cubanos. Desde Zequeira a nuestros días. Introducción histó-rico-crítica [de] Antonio López Prieto [Edición facsimilar]. Frente de Afirmación Hispanista A. C., México, 2006, pp. 206-207. 65 Aunque el principal foco de la epidemia se concentró en La Habana, en algunos poblados de los alrededores hubo brotes. No he logrado saber si se propaló a otras zonas más alejadas. 66 El Álbum. La Habana, T. I, abril, 1838, pp. 5-35.

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“Novela histórica”, de Del Monte, aparecidos en 1832, que, con el de Palma, constituyen una tríada imprescindible del género ensayístico en Cuba. A ello se suma que el de este último presenta un punto de vista diferente: se trata, como ha dicho Antón Arrufat, de “un narrador que redacta un juicio sobre otro narrador”.67

Pudo haber sido una estrategia de Palma incluir después de su ensayo su citada Una pascua en San Marcos modo, quizás, de demostrarle a Villaverde cómo, a su entender, debía escribirse una novela. Aunque pocos estudiosos de la literatura cubana lo hayan reconocido, esta obra no solo fue su gesto literario de mayor vuelo, sino relevante al comparársele con otras contemporáneas, incluida, como dije, las de Villaverde, no solo por su carácter fundacional en relación con la narrativa cubana, virtud de todas las aparecidas en esos años, sino por méritos suficientes para un género sin tradición en la Isla: el vigor de las descripciones del cafetal cubano y otros ambientes que marcan su carácter realista, el buen diseño de los personajes y la trama, donde tienen espacio los vicios de la juventud rica de la época, como el jugo de cartas. Si cierto aire folletinesco la caracteriza, el bien armado conflicto la salva.

El espacio no me permite profundizar en los avatares que sufrió esta obra de Palma luego de ser pu-blicada, pues la sociedad habanera más minusválida de ideas la rechazó debido al modo de exponer los lances de amores entre los protagonistas, quienes, a juicio de ese núcleo, quebrantaban las normas so-ciales. A través de la prensa fue rechazada e, incluso, se recomendaba que su lectura fuera prohibida a las jóvenes. Las cartas enviadas a Del Monte por amigos y familiares de Palma para que intercediera entre censuradores y defensores y evitar el escándalo dan cuenta del carácter y rumbo alcanzado por el suceso, donde quedó reflejado el quebranto emocional experimentado por el autor.68

Pero el año 1838, a pesar de los sinsabores provocados por su primera novela, fue generoso con Palma en el sentido de publicar, además del citado ensayo, otra novela breve, pues aún los narradores cubanos carecían de aliento para escribir con mayor amplitud de páginas: “El cólera en la Habana”, aparecida también en El Álbum69 casi un lustro después de transcurrido el suceso. A diferencia de la anterior, apenas tuvo eco en la crítica literaria del momento ni en la posterior. Tampoco se dan noticias en el Centón epistolario…y solo he localizado, por ahora, un comentario, debido a Antonio López Prie-to e insertado en su Parnaso cubano,70 donde, a más de cuarenta años de publicada, la califica como “la mejor de sus obras en prosa […] en que evidenció sus altas dotes para novelista y su profundo conoci-miento del corazón humano”.71 Y afirma:

Tiene la novela a que nos referimos escenas conmovedoras y el triste suceso (1833) que describe con inspirada pluma, lo hizo por siempre memorable la espantosa cifra de víctimas que inmoló, no ha quedado ni quedará menos vivo su recuerdo en las venideras generaciones con el precioso libro de Palma. Las costumbres de la época tienen allí un cuadro de mano maestra: el lenguaje es siem-pre culto, y en los ocho capítulos en que está dividida la obrita, se sostiene el interés sin vacilar, demostrando que al concebir el autor el pensamiento de escribirla, en nada sufrió alteraciones al consignar en el papel sus ideas.72

67 Antón Arrufat, “El nacimiento de una novela”, Revolución y Cultura. La Habana, número 110, octubre, 1981, pp. 19-24. 68 Para los que deseen profundizar en el asunto véase Historia de la literatura cubana. La colonia: desde los orígenes hasta 1898. T. I. Instituto de Literatura y Lingüística “José Antonio Portuondo Valdor”. Ministerio de Ciencia, Tecnología y Me-dio Ambiente. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2002, pp. 196-197. También Obras y personajes de la literatura cuba-na. T. II. Instituto de Literatura y Lingüística “José Antonio Portuondo Valdor”. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2016, pp. 239-240. Se sabe que la Condesa de Merlín, en su obra La Havane (1842), se apropió textualmente de gran parte de este texto, cambiando el nombre de los personajes y alterando el desenlace. 69 Tomo VII, octubre, 1838, pp. 7-114. 70 Edición citada, pp. 204-205. 71 P. 204. 72 P. 205.

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En varias historias de la literatura cubana (Max Henríquez Ureña, Remos, Lazo y Salvador Bueno) apenas se le cita —al dominicano le parece “mejor concebida y desarrollada”73 que Una pascua…—, mientras que una valoración breve, pero justa, figura en la citada Historia de la literatura cubana… (2002), tras aludir a los sucesos en torno a la primera y controvertida novela de nuestro autor. Debido a Adis Barrio, es el siguiente análisis:

Pero para Palma la situación era muy comprometida y cuando da a conocer su próxima novela, “El cólera en la Habana” […] asume una actitud narrativa mucho más suavizada. Elude en lo posible la crítica social y, consecuentemente, su realismo se deslíe en tonos románticos y, a pesar de huir de los excesos sentimentales y estilísticos, no puede ocultar una endeblez a veces ridícula. El tema de las consecuencias de la epidemia del cólera que azotó a La Habana en 1833 había sido tratado ya en algunas narraciones anteriores. Palma, aunque su prosa no sea nada desdeñable, no puede rebasar las contradicciones que resultan de las cosas tremebundas que cuenta, como el rescate de la protagonista viva de entre un montón de cadáveres ya listos para enterrar, del tono suave y nada intranquilizador —propio para lectoras— que asume. En lugar de cierto aire poético lo que consi-gue es una sensación de falsedad que no encontrábamos en Una pascua en San Marcos, acentuada por situaciones poco verosímiles y la negación de algunos de los postulados de realismo y compro-miso social expuestos en su artículo “La novela”.74

La anécdota de “El cólera en la Habana”, está atravesada por los cánones más ortodoxos del roman-

ticismo y cierto tremendismo avant la letre.75 Una joven, Angélica,76 oriunda de Santiago de Cuba, via-ja a La Habana, en compañía de su madre, para atender asuntos legales relacionados con el fallecimien-to de su padre. En un baile celebrado en la primera noche de carnaval conoce al joven Jacinto de Leiva, que comienza a visitarla en compañía del Licenciado Osorio. Al producirse el primer caso de cólera, en el barrio de San Lázaro, el joven, temeroso, preguntaba con insistencia a Angélica “¿Sabe usted lo que es el cólera”?, a la vez que el narrador daba cuenta de la situación:

Multitud de familias huían de la ciudad, y se llenaron de gente los pueblos comarcanos en donde la epidemia no se había manifestado. Las personas que aquí quedaban vivían segregadas de todo trato y comunicación, de modo que la Habana parecía el cadáver de lo que había sido; todos en pavoro-so silencio y abandono; los pleitos sin curso, el comercio paralizado, las calles sin vivientes.77

El joven desaparece, pero Angélica sabe, por Osorio, que se ha ido con su familia a un pueblo cer-

cano a La Habana, huyendo de la epidemia. Apesadumbrada, ve desfilar por su calle, día a día, al “carretón de la muerte”, cuyo cochero, siempre con malos ojos, la invitaba a subir.

Asomose [Angélica] una vez al sentir un ruido sordo y desusado, y vio venir un carretón a semejan-za de los que usan los hospitales, pero mucho más grande, todo de madera y pintado de color de sangre. Desde luego que era aquel uno de los carros destinados a conducir los cadáveres de los co-

73 Max Henríquez Ureña. Panorama histórico de la literatura cubana. Primer tomo. Edición Revolucionaria, La Habana, 1967, p. 233. 74 P. 197. 75 Se desarrolló, fundamentalmente, en la novela española de los años cuarenta del siglo XX. Se caracteriza por una especial crudeza en la presentación de la trama, mientras que los personajes suelen ser seres marginados de diversa naturaleza. 76 Un largo poema caballeresco del español Luis Barahona de Soto (1548-1595), “Las lágrimas de Angélica” (1586) nos recuerda el nombre del personaje de la novela. Basado en un episodio del Orlando Furioso (1532), de Ludovico Ariosto (1474-1533), evoca los amores de Angélica y Medoro. 77 “El cólera en la Habana”, Colección de novelas, T. III. La Habana, 1855, p. 221.

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léricos: pero fuese por curiosidad o por dominar un movimiento de terror de que se sintió agitada, permaneció fija en el postigo. Dos hombres blancos conducían el carro; iba el uno montado sobre la bestia que lo tiraba y el otro sentado encima de la cubierta, sin cuidarse nada de que bajo aque-lla delgada capa llevaba apiñadas y humeando una parte de las víctimas de aquel día, y alguna de ellas tal vez aún palpitantes.78

Su madre cae fulminada por la enfermedad, y en medio de la desesperación un médico, rápidamente

enamorado de la joven, le da auxilio —antes otro galeno, de naturaleza despiadada, la había esquilma-do—, pero antes de regresar aquel con los medicamentos, ella se recuesta, desmayada, junto a su madre ya cadáver. Llega el alguacil para levantar el cuerpo informado, pero encuentra dos, y, de inmediato el maléfico carretón llega para llevarlos al cementerio. Allí un sepulturero percibe que la joven vive y la saca de entre un montón de cadáveres, mientras, a la vez, el carretonero malvado cae fulminado. Ente-rado el carretonero salvador de dónde vive la joven, la conduce a su casa, y allí acuden el médico, Oso-rio, y el enamorado escapado al campo, que acudió al llamado del amigo. Angélica, recuperada, recibe a Jacinto de Leiva con beneplácito, mientras que el galeno se retira, conforme con la decisión tomada por la amada. El final no podía ser más feliz: la boda en la iglesia Catedral entre Angélica y Jacinto, con la asistencia hasta del enterrador que salvó a Angélica, mientras el médico se ve recompensado mediante un feliz matrimonio.

78 Idem., p. 222.

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El autor declara en el propio texto las razones que lo movieron a escribirlo: proporcionarle informa-ción a los que se marcharon de La Habana y no pudieron experimentar esos momentos, y servir de pro-vecho a la posteridad de producirse otra una epidemia. Este afán testimonial se agradece, pues nos ente-ramos, por ejemplo, que la dolencia comenzó en marzo y tuvo su punto más alto de infectados el 21 de ese mes, sabemos además del vandalismo que sacudió a la ciudad, pues narra cómo las casas cuyos habitantes las abandonaron eran saqueadas y el modo en que la autoridad judicial las allanaba para lle-varse objetos de valor. Todo un panorama dantesco que Palma, con dotes innegables para las descrip-ciones, a pesar de la abigarrada adjetivación, vuelca a todo lo largo de la novela.

Lector siempre al tanto de las novelas que circulaban en Europa, adquiridas y facilitadas a sus ami-gos generalmente por Del Monte, Palma no desprecia la ocasión para referir una novela romántica que seguramente leyó, pues en las manos de Angélica mientras esperaba la visita de su enamorado estaba I Promessi sposi (Los novios),79 del italiano Alessandro Manzoni (1785-1873), ambientada en Milán en 1630, entonces en posesión de España, situada en la zona norte de Lombardía, y en plena epidemia de peste negra, el mismo lugar, hoy, de uno de los brotes más severos que padecemos a escala universal. A la novela de Manzoni y Palma no las une el argumento, sino solo el escenario de las tramas, ocurridas en medio de sucesos epidemiológicos de grandes magnitudes.

Si bien los valores literarios de la obra de Ramón de Palma se constatan en su principal novela —acierto para urdir historias, plausible diseño de los personajes y discreta viveza en las situaciones narradas— “El cólera en la Habana”, aún siendo una obra menor en comparación con Una pascua en San Marcos, tiene a su favor la atmósfera de una Habana sumida en el espanto, además de sacar a flote las buenas y malas acciones humanas. Observador eficaz de su entorno, tuvo el acierto de reflejar un episodio real que sacudió a la capital cubana en la tercera década del siglo XIX y lo trasladó a sus pági-nas desde los cánones más ortodoxos del romanticismo, pero concediéndole verosimilitud a lo narrado desde un realismo colocado en los límites y bordes de la escuela beneficiada por Balzac y Stendhal, leídos por Palma y sus amigos con la misma fruición que Walter Scott y Lord Byron.

Fundador, junto con Cirilo Villaverde, José Antonio Echeverría y Anselmo Suárez y Romero, de la narrativa cubana, Ramón de Palma aún no ha sido estudiado y valorado con el derecho que le corres-ponde de ocupar un mejor sitial en nuestro escenario literario. Carece aún de verdadera soberanía como narrador y muchas de sus obras, dispersas en revistas, urgen ser exhumadas.

Ahora que la Covid-19 se ensaña con la humanidad, recordar a Ramón de Palma y su obra “El cóle-ra en la Habana”, si bien nos sirve de oportunidad circunstancial, valga también para rescatar el resto de sus creaciones, si bien tímidas y vagarosas, partes indispensables del cuerpo literario de la nación cubana.

79 Palma debió leer la edición de 1827, trabajada por el autor hasta la definitiva de 1842. En el prólogo a la edición conclu-siva de Cecilia Valdés; o La loma del ángel (1882) Cirilo Villaverde reconoce que solo Walter Scott y Manzoni le han ser-vido de modelos para esbozar algunos cuadros de su novela.

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Un libelo satírico dedicado al Cólera Morbus Asiático en la Cuba colonial

Por Johan Moya Ramis

l sentido del humor nunca ha abandonado a los seres humanos, ni aun en sus peores circunstan-cias. No importa el lugar o la época. Los chistes, las sátiras, las coplas picarescas, van desde las

páginas de la Biblia, transitan por el Siglo de Oro español hasta llegar al último meme publicado en Facebook. Tal vez esto ocurra porque la risa, aunque no cure ni resuelva los males de la vida, brinda una extraña fortaleza visceral, capaz de aliviar hasta la peor de las dificultades.

Dentro los pueblos que se caracterizan por su sentido del humor, es bien conocido que el cubano tiene un lugar prominente. No hay mal trance por terrible que sea que los habitantes de la Mayor de las Antillas no le saquen un chiste o una broma. Este rasgo cultural no es cosa de “poca monta”, así lo de-mostró Jorge Mañach, uno de los grandes intelectuales de la mitad del siglo XX en nuestro país, en su célebre ensayo Indagación del choteo. En esta obra filosófica, aun insuperable, Mañach desarrolla las múltiples variantes humorísticas con las cuales los cubanos asumían problemas de diversa índole. No importa si se trataba de asuntos de carácter doméstico o de la más alta preocupación política.

Una prueba documental que ratifica el acierto de Mañach, es el libelo publicado en 1867 cuya porta-da comienza con la siguiente exclamación: “¡El coco del siglo XIX!,” a continuación el título reza “El Cólera Morbus Asiático. El pánico que causa. Confeccionistas de drogas, para especular á espensas de los necios. Medios infalibles o los más razonables para combatir el mal, y otras quisicosas útiles á la humanidad”, bajo la autoría de Bartolito Canillas, —del cual no tenemos noticias en la bibliografía literaria cubana— quien se congratula ser “Bachiller en todas ciencias y aprendiz de pastelero, por afi-ción al dulce”.

Basta leer la portada para que lector sagaz se dé cuenta de que tiene ante sí una obra costumbrista de humor satírico, dedicada nada más y nada menos que al Cólera Morbus Asiático, enfermedad mortal asoló a la Isla con carácter epidémico en dos períodos del siglo XIX. El primero de febrero a abril 1833 y el segundo de 1850 a 1852, aunque su amenaza siempre estuvo latente durante el siglo XIX en las colonias españolas de ultramar.

Este libelo de apenas nueve páginas es una de las sátiras más espectaculares escritas en Cuba, dedi-cadas a una epidemia. En el contexto literario cubano decimonónico, solo la novela El Cólera en La Habana de Ramón de Palma, la iguala.

El Cólera Morbus Asiático. El pánico que causa... se trata de un poema escrito a manera dos colum-nas, con coplas llenas de sarcasmo e ironía, donde el tema central son los oficios inescrupulosos de boticarios y vendedores de drogas, elixires y toda suerte de remedios ineficaces, que se valían de la crisis de la pandemia para lucrar de manera infame a expensas de los desesperados, del modo que criti-ca la ignorancia de muchas personas incautas y supersticiosas que lo único que hacen es empeorar la situación, como lo expresa el siguiente fragmento:

Los farmacéuticos, —esto es razonable, —despachan cuanto tienen en sus potes, anaqueles y tina-jas, y se hacen decoro, á costillas de la supina ignorancia, de una legión de babiecas, de brujas de-socupadas (…) Muy necio será quien diga que mis asertos atacan los intereses de algunos confeccionistas. —Mi mala estrella quiere que hoy yo Doctor no sea en farmacia; que de serlo... i ¡Cristo puro! les juro

E

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por estas barbas de chivo á tantos simplones, que hasta dejarlos sin blanca les estaría véndiendo mis drogas por toneladas.

La lectura de este libelo, además de ser un delei-

te para los amantes del humorismo cáustico y des-carnado de la crítica social, brinda elementos in-teresantísimos para estudiosos de la historia, el pensamiento sociológico y la cultura popular del siglo XIX en Cuba.

Como valor añadido, vale resaltar que en las si-tuaciones descritas por el autor en medio de la pan-demia del Cólera Morbus Asiático en la Cuba co-lonial, existen sorprendentes similitudes con la actitud de muchos coterráneos en la actual pande-mia del Coronavirus. Mucho queda todavía de aquel criollo burlón y aprovechado en el cubano actual del siglo XXI. Las noticias recientes en los medios de difusión masivas respecto personas inescrupulosas, que se están aprovechando de la situación de crisis que vive el país para sacar pro-vecho particular, habla por sí sola.

Como toda buena obra de la literatura y el arte, esta simpática sátira criolla, no solo se trata de un legado bibliográfico de alta estima, cuya lectura será de goce estético para los amantes del género, sino también invita a pensar en el hecho de que las matrices culturales son poseedoras de anclajes atá-vicos insospechados. Anclajes los cuales no son fáciles de revolucionar, a pesar de haber transcurri-do casi dos siglos de cambios significativos en or-den político, social y cultural en nuestro país. Tal

pensamiento, aunque aparentemente careza de mucha importancia, no debería ser soslayado en las ac-tuales circunstancias que vive nuestro país, porque, como le escuché decir en una ocasión al profesor Guillermo Rivera “los pueblos que no aprenden los errores de su historia, están condenados a repetir-los”, y el legado literario de una nación, forma parte irrefutable de su historia. Nota editorial: Todas las imágenes de este dossier pertenecen a los fondos bibliográficos de la Biblioteca Nacional de Cuba José Martí.