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Dios ve la verdad pero no la dice cuando quiere [Cuento. Texto completo.] León Tolstoi En la ciudad de Vladimir vivía un joven comerciante, llamado Aksenov. Tenía tres tiendas y una casa. Era un hombre apuesto, de cabellos rizados. Tenía un carácter muy alegre y se le consideraba como el primer cantor de la ciudad. En sus años mozos había bebido mucho, y cuando se emborrachaba, solía alborotar. Pero desde que se había casado, no bebía casi nunca y era muy raro verlo borracho. Un día, Aksenov iba a ir a una fiesta de Nijni. Al despedirse de su mujer, ésta le dijo: -Ivan Dimitrievich: no vayas. He tenido un mal sueño relacionado contigo. -¿Es que temes que me vaya de juerga? -replicó Aksenov, echándose a reír. -No sé lo que temo. Pero he tenido un mal sueño. Soñé que venías de la ciudad; y, en cuanto te quitaste el gorro, vi que tenías el pelo blanco. -Eso significa abundancia. Si logro hacer un buen negocio, te traeré buenos regalos. Tras de esto, Aksenov se despidió de su familia y se fue. Cuando hubo recorrido la mitad del camino se encontró con un comerciante conocido, y ambos se detuvieron para pernoctar. Después de tomar el té, fueron a acostarse, en dos habitaciones contiguas. Aksenov no solía dormir mucho; se despertó cuando aún era de noche y, para hacer el viaje con la fresca, llamó al cochero y le ordenó enganchar los caballos. Después, arregló las cuentas con el posadero y se fue. Ya había dejado atrás cuarenta verstas, cuando se detuvo para dar pienso a los caballos; descansó un rato en el zaguán de la posada y, a la hora de comer, pidió un samovar. Luego sacó la guitarra y empezó a tocar. Pero de pronto llegó un troika con cascabeles. Se apearon de ella dos soldados y un oficial, que se acercó a Aksenov y le preguntó quién era y de dónde venía. Este respondió la verdad a todas las preguntas, y hasta invitó a su interlocutor a tomar una taza de té.

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Dios ve la verdad pero no la dice cuando quiere[Cuento. Texto completo.]Len Tolstoi

En la ciudad de Vladimir viva un joven comerciante, llamado Aksenov. Tena tres tiendas y una casa. Era un hombre apuesto, de cabellos rizados. Tena un carcter muy alegre y se le consideraba como el primer cantor de la ciudad. En sus aos mozos haba bebido mucho, y cuando se emborrachaba, sola alborotar. Pero desde que se haba casado, no beba casi nunca y era muy raro verlo borracho.Un da, Aksenov iba a ir a una fiesta de Nijni. Al despedirse de su mujer, sta le dijo:-Ivan Dimitrievich: no vayas. He tenido un mal sueo relacionado contigo.-Es que temes que me vaya de juerga? -replic Aksenov, echndose a rer.-No s lo que temo. Pero he tenido un mal sueo. So que venas de la ciudad; y, en cuanto te quitaste el gorro, vi que tenas el pelo blanco.-Eso significa abundancia. Si logro hacer un buen negocio, te traer buenos regalos.Tras de esto, Aksenov se despidi de su familia y se fue.Cuando hubo recorrido la mitad del camino se encontr con un comerciante conocido, y ambos se detuvieron para pernoctar. Despus de tomar el t, fueron a acostarse, en dos habitaciones contiguas. Aksenov no sola dormir mucho; se despert cuando an era de noche y, para hacer el viaje con la fresca, llam al cochero y le orden enganchar los caballos. Despus, arregl las cuentas con el posadero y se fue.Ya haba dejado atrs cuarenta verstas, cuando se detuvo para dar pienso a los caballos; descans un rato en el zagun de la posada y, a la hora de comer, pidi un samovar. Luego sac la guitarra y empez a tocar. Pero de pronto lleg un troika con cascabeles. Se apearon de ella dos soldados y un oficial, que se acerc a Aksenov y le pregunt quin era y de dnde vena. Este respondi la verdad a todas las preguntas, y hasta invit a su interlocutor a tomar una taza de t. Pero l continu haciendo preguntas. Dnde haba pasado aquella noche? Haba dormido solo o con algn compaero? Haba visto a ste de madrugada? Por qu se haba marchado tan temprano de la posada? Aksenov se sorprendi de que le preguntan todo aquello.-Por qu me interroga? -inquiri a su vez-. No soy ningn ladrn, ni tampoco un bandido. Mi viaje se debe a unos asuntos particulares.-Soy jefe de polica y te pregunto todo esto porque encontraron degollado al comerciante con el que pasaste la noche -replic el oficial-: quiero ver tus cosas -aadi despus de llamar a los soldados y de ordenarles que lo registraran de arriba abajo.Entraron en la posada y revolvieron las cosas de la maleta y del saco de viaje de Aksenov. De pronto, el jefe de polica encontr un cuchillo en el saco.-De quin es esto? -exclam.Aksenov se horroriz al ver que haban sacado un cuchillo ensangrentado de sus cosas.-Por qu est manchado de sangre? -pregunt el jefe de polica.Aksenov apenas pudo balbucir lo siguiente:-Yo... yo no s... yo... este cu... no es mo...-De madrugada han encontrado al comerciante, degollado en su cama. La pieza donde ustedes pernoctaron estaba cerrada por dentro y nadie ha entrado en ella, salvo ustedes dos. Este cuchillo ensangrentado estaba entre tus cosas y, adems, por tu cara, se ve que eres culpable. Dime cmo lo has matado y qu cantidad de dinero le quitaste.Aksenov jur que no haba cometido ese crimen; que no haba vuelto a ver al comerciante, despus de haber tomado el t con l: que los ocho mil rublos que llevaba eran de su propiedad y que el cuchillo no le perteneca. Pero, al decir esto, se le quebraba la voz, estaba plido y temblaba, de pies a cabeza, como un culpable.El jefe de polica orden a los soldados que ataran a Aksenov y lo llevaran a la troika. Cuando lo arrojaron en el vehculo con los pies atados, se persign y se ech a llorar. Le quitaron todas las cosas y el dinero, y lo encerraron en la crcel de la ciudad ms cercana. Pidieron informes de Aksenov en la ciudad de Vladimir. Tanto los comerciantes, como la dems gente de la ciudad, dijeron que, aunque de mozo se haba dado a la bebida, era un hombre bueno. Juzgaron a Aksenov por haber matado a un comerciante de Riazan y por haberle robado veinte mil rublos.Su mujer estaba preocupadsima y no saba ni qu pensar. Sus hijos eran de corta edad, y el ms pequeo, de pecho. Se dirigi con todos ellos a la ciudad en que Aksenov se hallaba detenido. Al principio, no le permitieron verlo; pero, tras muchas splicas, los jefes de la prisin lo llevaron a su presencia. Al verlo vestido de presidiario y encadenado, la pobre mujer se desplom y tard mucho en recobrarse. Despus, con los nios en torno suyo, se sent junto a l, lo puso al tanto de los pormenores de la casa y le hizo algunas preguntas. Aksenov relat a su vez, con todo detalle, lo que le haba ocurrido.-Qu pasar ahora? -pregunt la mujer.-Hay que pedir clemencia al zar. No es posible que perezca un hombre inocente.La mujer le explic que haba hecho una instancia; pero que no haba llegado a manos del zar.-No en vano so que se te haba vuelto el pelo blanco, te acuerdas? Has encanecido de verdad. No debiste hacer ese viaje -exclam ella; y, luego, acariciando la cabeza de su marido, aadi-: Mi querido Vania, dime la verdad, fuiste t?-Eres capaz de pensar que he sido yo? -exclam Aksenov; y, cubrindose la cara con las manos, rompi a llorar.Al cabo de un rato, un soldado orden a la mujer y a los hijos de Aksenov que se fueran. Esta fue la ltima vez que Aksenov vio a su familia.Posteriormente, record la conversacin que haba sostenido con su mujer y que tambin ella haba sospechado de l, y se dijo: Por lo visto, nadie, excepto Dios, puede saber la verdad. Slo a l hay que rogarle y slo de l esperar misericordia. Desde entonces, dej de presentar solicitudes y de tener esperanzas. Se limit a rogar a Dios.Lo condenaron a ser azotado y a trabajos forzados. Cuando le cicatrizaron las heridas de la paliza, fue deportado a Siberia en compaa de otros presos.Vivi veintisis aos en Siberia; los cabellos se le tornaron blancos como la nieve y le creci una larga barba, rala y canosa. Su alegra se disip por completo. Andaba lentamente y muy encorvado; y hablaba poco. Nunca rea, y, a menudo, rogaba a Dios.En el cautiverio aprendi a hacer botas: y, con el dinero que gan en su nuevo oficio, compr elLibro de los mrtires, que sola leer cuando haba luz en su celda. Los das festivos iba a la iglesia de la prisin, lea elLibro de los apstolesy cantaba en el coro. Su voz se haba conservado bastante bien. Los jefes de la prisin queran a Aksenov por su carcter tranquilo. Sus compaeros lo llamaban abuelito y hombre de Dios. Cuando queran pedir algo a los jefes, lo mandaban como representante y, si surga alguna pelea entre ellos, acudan a l para que pusiera paz.Aksenov no reciba cartas de su casa e ignoraba si su mujer y sus hijos vivan.Un da trajeron a unos prisioneros nuevos a Siberia. Por la noche, todos se reunieron en torno a ellos y les preguntaron de dnde venan y cul era el motivo de su condena. Aksenov acudi tambin junto a los nuevos prisioneros y, con la cabeza inclinada, escuch lo que decan.Uno de los recin llegados era un viejo, bien plantado, de unos sesenta aos, que llevaba una barba corta entrecana. Cont por qu lo haban detenido.-Amigos mos, me encuentro aqu sin haber cometido ningn delito. Un da desat el caballo de un trineo y me acusaron de haberlo robado. Expliqu que haba hecho aquello porque tena prisa en llegar a determinado lugar. Adems, el cochero era amigo mo. No crea haber hecho nada malo; sin embargo, me acusaron de robo. En cambio, las autoridades no saben dnde ni cundo rob de verdad. Hace tiempo comet un delito, por el que hubiera debido haber estado aqu. Pero ahora me han condenado injustamente.-De dnde eres? -pregunt uno de los prisioneros.-De la ciudad de Vladimir. Me dedicaba al comercio. Me llamo Makar Semionovich.Aksenov pregunt levantando la cabeza:-Has odo hablar all de los Aksenov?-Claro que s! Es una familia acomodada, a pesar de que el padre est en Siberia. Debe ser un pecador como nosotros. Y t, abuelo. Por qu ests aqu?A Aksenov no le gustaba hablar de su desgracia.-Hace veinte aos que estoy en Siberia a causa de mis pecados -dijo suspirando.-Qu delito has cometido? -pregunt Makar Semionovich.-Si estoy aqu, ser que lo merezco -exclam Aksenov, poniendo fin a la conversacin.Pero los prisioneros explicaron a Makar Semionovich por qu se encontraba Aksenov en Siberia; una vez que iba de viaje, alguien mat a un comerciante y escondi el cuchillo ensangrentado entre las cosas de Aksenov. Por ese motivo, lo haban condenado injustamente.-Qu extrao! Qu extrao! Cmo has envejecido, abuelito! -exclam Makar Semionovich, despus de examinar a Aksenov; y le dio una palmada en las rodillas.Todos le preguntaron de qu se asombraba y dnde haba visto a Aksenov; pero Makar Semionovich se limit a decir:-Es extrao, amigos mos, que nos hayamos tenido que encontrar aqu.Al or las palabras de Makar Semionovich, Aksenov pens que tal vez supiera quin haba matado al comerciante.-Makar Semionovich: has odo hablar de esto antes de venir aqu? Me has visto en alguna parte? -pregunt.-El mundo es un pauelo y todo se sabe. Pero hace mucho tiempo que o hablar de ello, y ya casi no me acuerdo.-Tal vez sepas quin mat al comerciante.-Sin duda ha sido aquel entre cuyas cosas encontraron el cuchillo -replic Makar Semionovich, echndose a rer-. Incluso si alguien lo meti all. Cmo no lo han cogido, no le consideran culpable. Cmo iban a esconder el cuchillo en tu saco si lo tenas debajo de la cabeza? Lo habras notado.Cuando Aksenov oy esto, pens que aquel hombre era el criminal. Se puso en pie y se alej. Aquella noche no pudo dormir. Le invadi una gran tristeza. Se represent a su mujer, tal como era cuando la acompa, por ltima vez, a una feria. La vea como si estuviese ante l; vea su cara y sus ojos y oa sus palabras y su risa. Despus se imagin a sus hijos como eran entonces, pequeos an, uno vestido con una chaqueta y el otro junto al pecho de su madre. Record los tiempos en que fuera joven y alegre; y el da en que hablaba sentado en el balcn de la posada, tocando la guitarra, y vinieron a detenerle. Record cmo lo azotaron y le pareci volver a ver al verdugo, a la gente que estaba alrededor, a los presos... Se le represent toda su vida durante aquellos veintisis aos hasta llegar a viejo. Fue tal su desesperacin, al pensar en todo esto, que estuvo a punto de poner fin a su vida.Todo lo que me ha ocurrido ha sido por este malhechor, pens.Sinti una ira invencible contra Makar Semionovich y quiso vengarse de l, aunque esta venganza le costase la vida. Pas toda la noche rezando, pero no logr tranquilizarse. Al da siguiente, no se acerc para nada a Makar Semionovich, y procur no mirarlo siquiera.As transcurrieron dos semanas. Aksenov no poda dormir y era tan grande su desesperacin, que no saba qu hacer.Una noche empez a pasear por la sala. De pronto vio que caa tierra debajo de un catre. Se detuvo para ver qu era aquello. Sbitamente, Makar Semionovich sali de debajo del catre y mir a Aksenov con expresin de susto. ste quiso alejarse; pero Makar Semionovich, cogindole de la mano, le cont que haba socavado un paso debajo de los muros y que todos los das, cuando lo llevaban a trabajar, sacaba la tierra metida en las botas.-Si me guardas el secreto, abuelo, te ayudar a huir. Si me denuncias, me azotarn; pero tampoco te vas a librar t, porque te matar.Viendo ante s al hombre que le haba hecho tanto dao, Aksenov tembl de pies a cabeza. Invadido por la ira, se solt de un tirn y exclam.-No tengo por qu huir, ni tampoco tienes por qu matarme; hace mucho que lo hiciste. Y en cuanto a lo que preparas, lo dir o no lo dir, segn Dios me de a entender.Al da siguiente, cuando sacaron a los presos a trabajar, los soldados se dieron cuenta de que Makar Semionovich llevaba tierra en las caas de las botas. Despus de una serie de bsquedas, encontraron el subterrneo que haba hecho. Lleg el jefe de la prisin para interrogar a los presos. Todos se negaron a hablar. Los que saban que era Makar Semionovich, no lo delataron, porque les constaba que lo azotaran hasta dejarlo medio muerto. Entonces, el jefe de la prisin se dirigi a Aksenov. Saba que era veraz.-Abuelo, t eres un hombre justo. Dime quin ha cavado el subterrneo, como si estuvieras ante Dios.Makar Semionovich miraba el jefe de la prisin como si tal cosa; no se volvi siquiera hacia Aksenov. A ste le temblaron las manos y los labios. Durante largo rato no pudo pronunciar ni una sola palabra, Por qu no delatarle cuando l me ha perdido? Que pague por todo lo que me ha hecho sufrir. Pero si lo delato, lo azotarn. Y si lo acuso injustamente? Adems, acaso eso aliviara mi situacin?, pens.-Anda viejo, dime la verdad: quin ha hecho el subterrneo? -pregunt, de nuevo, el jefe.-No puedo, excelencia -replic Aksenov, despus de mirar a Makar Semionovich-. Dios no quiere que lo diga; y no lo har. Puede hacer conmigo lo que quiera. Usted es quien manda.A pesar de las reiteradas insistencias del jefe, Aksenov no dijo nada ms. Y no se enteraron de quin haba cavado el subterrneo.A la noche siguiente, cuando Aksenov se acost, apenas se hubo dormido, oy que alguien se haba acercado, sentndose a sus pies. Mir y reconoci a Makar Semionovich.-Qu ms quieres? Para qu has venido? -exclam.Makar Semionovich guardaba silencio.-Qu quieres? Lrgate! Si no te vas, llamar al soldado -insisti Aksenov, incorporndose.Makar Semionovich se acerco a Aksenov; y le dijo, en un susurro:-Ivn Dimitrievich, perdname!-Qu tengo que perdonarte?-Fui yo quien mat al comerciante y quien meti el cuchillo entre tus cosas. Iba a matarte a ti tambin; pero o ruido fuera. Entonces ocult el cuchillo en tu saco; y sal por la ventana.Aksenov no supo qu decir. Makar Semionovich se puso en pie e, inclinndose hasta tocar el suelo, exclam:-Ivn Dimitrievich, perdname, perdname, por Dios! Confesar que mat al comerciante y te pondrn en libertad. Podrs volver a tu casa.-Qu fcil es hablar! Dnde quieres que vaya ahora?... Mi mujer ha muerto, probablemente; y mis hijos me habrn olvidado... No tengo adnde ir...Sin cambiar de postura, Makar Semionovich golpeaba el suelo con la cabeza repitiendo:-Ivn Dimitrievich, perdname. Me fue ms fcil soportar los azotes, cuando me pegaron, que mirarte en este momento. Por si es poco, te apiadaste de m y no me has delatado. Perdname en nombre de Cristo! Perdname a m, que soy un malhechor.Makar Semionovich se ech a llorar. Al or sus sollozos, tambin Aksenov se deshizo en lgrimas.-Dios te perdonar; tal vez yo sea cien veces peor que t -dijo.Repentinamente un gran bienestar invadi su alma. Dej de aorar su casa. Ya no senta deseos de salir de la prisin; slo esperaba que llegase su ltimo momento.Makar Semionovich no hizo caso a Aksenov y confes su crimen. Pero cuando lleg la orden de libertad, Aksenov haba muerto ya.FIN

No se culpe a nadieEl fro complicasiempre las cosas, en verano se est tan cerca del mundo, tan piel contra piel, pero ahora a las seis y media su mujer lo espera en una tienda para elegir un regalo de casamiento, ya es tarde y se da cuenta de que hace fresco, hay que ponerse el pulver azul, cualquier cosa que vaya bien con el traje gris, el otoo es un ponerse y sacarse pulveres, irse encerrando, alejando. Sin ganas silba un tango mientras se aparta de la ventana abierta, busca el pulver en el armario y empieza a ponrselo delante del espejo. No es fcil, a lo mejor por culpa de la camisa que se adhiere a la lana del pulver, pero le cuesta hacer pasar el brazo, poco a poco va avanzando la mano hasta que al fin asoma un dedo fuera del puo de lana azul, pero a la luz del atardecer el dedo tiene un aire como de arrugado y metido para adentro, con una ua negra terminada en punta. De un tirn se arranca la manga del pulver y se mira la mano como si no fuese suya, pero ahora que est fuera del pulver se ve que es su mano de siempre y l la deja caer al extremo del brazo flojo y se le ocurre que lo mejor ser meter el otro brazo en la otra manga a ver si as resulta ms sencillo. Parecera que no lo es porque apenas la lana del pulver se ha pegado otra vez a la tela de la camisa, la falta de costumbre de empezar por la otra manga dificulta todava ms la operacin, y aunque se ha puesto a silbar de nuevo para distraerse siente que la mano avanza apenas y que sin alguna maniobra complementaria no conseguir hacerla llegar nunca a la salida. Mejor todo al mismo tiempo, agachar la cabeza para calzarla a la altura del cuello del pulver a la vez que mete el brazo libre en la otra manga enderezndola y tirando simultneamente con los dos brazos y el cuello. En la repentina penumbra azul que lo envuelve parece absurdo seguir silbando, empieza a sentir como un calor en la cara aunque parte de la cabeza ya debera estar afuera, pero la frente y toda la cara siguen cubiertas y las manos andan apenas por la mitad de las mangas, por ms que tira nada sale afuera y ahora se le ocurre pensar que a lo mejor se ha equivocado en esa especie de clera irnica con que reanud la tarea, y que ha hecho la tontera de meter la cabeza en una de las mangas y una mano en el cuello del pulver. Si fuese as su mano tendra que salir fcilmente, pero aunque tira con todas sus fuerzas no logra hacer avanzar ninguna de las dos manos aunque en cambio parecera que la cabeza est a punto de abrirse paso porque la lana azul le aprieta ahora con una fuerza casi irritante la nariz y la boca, lo sofoca ms de lo que hubiera podido imaginarse, obligndolo a respirar profundamente mientras la lana se va humedeciendo contra la boca, probablemente desteir y le manchar la cara de azul. Por suerte en ese mismo momento su mano derecha asoma al aire, al fro de afuera, por lo menos ya hay una afuera aunque la otra siga apresada en la manga, quiz era cierto que su mano derecha estaba metida en el cuello del pulver, por eso lo que l crea el cuello le est apretando de esa manera la cara, sofocndolo cada vez ms, y en cambio la mano ha podido salir fcilmente. De todos modos y para estar seguro lo nico que puede hacer es seguir abrindose paso, respirando a fondo y dejando escapar el aire poco a poco, aunque sea absurdo porque nada le impide respirar perfectamente salvo que el aire que traga est mezclado con pelusas de lana del cuello o de la manga del pulver, y adems hay el gusto del pulver, ese gusto azul de la lana que le debe estar manchando la cara ahora que la humedad del aliento se mezcla cada vez ms con la lana, y aunque no puede verlo porque si abre los ojos las pestaas tropiezan dolorosamente con la lana, est seguro de que el azul le va envolviendo la boca mojada, los agujeros de la nariz, le gana las mejillas, y todo eso lo va llenando de ansiedad y quisiera terminar de ponerse de una vez el pulver sin contar que debe ser tarde y su mujer estar impacientndose en la puerta de la tienda. Se dice que lo ms sensato es concentrar la atencin en su mano derecha, porque esa mano por fuera del pulver est en contacto con el aire fro de la habitacin, es como un anuncio de que ya falta poco y adems puede ayudarlo, ir subiendo por la espalda hasta aferrar el borde inferior del pulver con ese movimiento clsico que ayuda a ponerse cualquier pulver tirando enrgicamente hacia abajo. Lo malo es que aunque la mano palpa la espalda buscando el borde de lana, parecera que el pulver ha quedado completamente arrollado cerca del cuello y lo nico que encuentra la mano es la camisa cada vez ms arrugada y hasta salida en parte del pantaln, y de poco sirve traer la mano y querer tirar de la delantera del pulver porque sobre el pecho no se siente ms que la camisa, el pulver debe haber pasado apenas por los hombros y estar ah arrollado y tenso como si l tuviera los hombros demasiado anchos para ese pulver, lo que en definitiva prueba que realmente se ha equivocado y ha metido una mano en el cuello y la otra en una manga, con lo cual la distancia que va del cuello a una de las mangas es exactamente la mitad de la que va de una manga a otra, y eso explica que l tenga la cabeza un poco ladeada a la izquierda, del lado donde la mano sigue prisionera en la manga, si es la manga, y que en cambio su mano derecha que ya est afuera se mueva con toda libertad en el aire aunque no consiga hacer bajar el pulver que sigue como arrollado en lo alto de su cuerpo. Irnicamente se le ocurre que si hubiera una silla cerca podra descansar y respirar mejor hasta ponerse del todo el pulver, pero ha perdido la orientacin despus de haber girado tantas veces con esa especie de gimnasia eufrica que inicia siempre la colocacin de una prenda de ropa y que tiene algo de paso de baile disimulado, que nadie puede reprochar porque responde a una finalidad utilitaria y no a culpables tendencias coreogrficas. En el fondo la verdadera solucin sera sacarse el pulver puesto que no ha podido ponrselo, y comprobar la entrada correcta de cada mano en las mangas y de la cabeza en el cuello, pero la mano derecha desordenadamente sigue yendo y viniendo como si ya fuera ridculo renunciar a esa altura de las cosas, y en algn momento hasta obedece y sube a la altura de la cabeza y tira hacia arriba sin que l comprenda a tiempo que el pulver se le ha pegado en la cara con esa gomosidad hmeda del aliento mezclado con el azul de la lana, y cuando la mano tira hacia arriba es un dolor como si le desgarraran las orejas y quisieran arrancarle las pestaas. Entonces ms despacio, entonces hay que utilizar la mano metida en la manga izquierda, si es la manga y no el cuello, y para eso con la mano derecha ayudar a la mano izquierda para que pueda avanzar por la manga o retroceder y zafarse, aunque es casi imposible coordinar los movimientos de las dos manos, como si la mano izquierda fuese una rata metida en una jaula y desde afuera otra rata quisiera ayudarla a escaparse, a menos que en vez de ayudarla la est mordiendo porque de golpe le duele la mano prisionera y a la vez la otra mano se hinca con todas sus fuerzas en eso que debe ser su mano y que le duele, le duele a tal punto que renuncia a quitarse el pulver, prefiere intentar un ltimo esfuerzo para sacar la cabeza fuera del cuello y la rata izquierda fuera de la jaula y lo intenta luchando con todo el cuerpo, echndose hacia adelante y hacia atrs, girando en medio de la habitacin, si es que est en el medio porque ahora alcanza a pensar que la ventana ha quedado abierta y que es peligroso seguir girando a ciegas, prefiere detenerse aunque su mano derecha siga yendo y viniendo sin ocuparse del pulver, aunque su mano izquierda le duela cada vez ms como si tuviera los dedos mordidos o quemados, y sin embargo esa mano le obedece, contrayendo poco a poco los dedos lacerados alcanza a aferrar a travs de la manga el borde del pulver arrollado en el hombro, tira hacia abajo casi sin fuerza, le duele demasiado y hara falta que la mano derecha ayudara en vez de trepar o bajar intilmente por las piernas, en vez de pellizcarle el muslo como lo est haciendo, arandolo y pellizcndolo a travs de la ropa sin que pueda impedrselo porque toda su voluntad acaba en la mano izquierda, quiz ha cado de rodillas y se siente como colgado de la mano izquierda que tira una vez ms del pulver y de golpe es el fro en las cejas y en la frente, en los ojos, absurdamente no quiere abrir los ojos pero sabe que ha salido fuera, esa materia fra, esa delicia es el aire libre, y no quiere abrir los ojos y espera un segundo, dos segundos, se deja vivir en un tiempo fro y diferente, el tiempo de fuera del pulver, est de rodillas y es hermoso estar as hasta que poco a poco agradecidamente entreabre los ojos libres de la baba azul de la lana de adentro, entreabre los ojos y ve las cinco uas negras suspendidas apuntando a sus ojos, vibrando en el aire antes de saltar contra sus ojos, y tiene el tiempo de bajar los prpados y echarse atrs cubrindose con la mano izquierda que es su mano, que es todo lo que le queda para que lo defienda desde dentro de la manga, para que tire hacia arriba el cuello del pulver y la baba azul le envuelva otra vez la cara mientras se endereza para huir a otra parte, para llegar por fin a alguna parte sin mano y sin pulver, donde solamente haya un aire fragoroso que lo envuelva y lo acompae y lo acaricie y doce pisos.