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Conocí a Guillermo cuando teníadiez años. Estábamos en clase de alternativaa la religión, que por aquel entonces se de-nominaba estudio, por lo que el profesor,con buen criterio, nos daba tiempo librepara hacer lo que quisiéramos, siempre ycuando no diéramos mucha guerra. Apenascursábamos la asignatura seis personas, y yoera nuevo en el colegio, por lo que no pudeevitar fijarme en un par de compañeros quepasaban la hora dibujando cómics, con losque clase tras clase, terminé trabando unagran amistad. Uno era evidentemente elautor de los relatos contenidos en este fan-zine, el otro es la mano detrás de las ilustra-ciones que lo acompañan.

Desde entonces, he visto a Gui-llermo esculpir, escribir guiones de cine, for-mar parte de grupos de música como FlyingLadies, incluyendo el ejercer de director de losvideoclips Fucked for Life, Carta abierta a Ciu-dad Frontera y Aburridos como tardes de do-mingo, y escribir varios relatos, que es lo quehoy nos ocupa. Carlos ha hecho del diseño suprofesión, y con bastante éxito además, comodemuestran los galardones obtenidos por suscarteles, etiquetas y animaciones. No me cabeduda de que en estas páginas veremos ejem-plos de su calidad como ilustrador.

Así que cuando me propusieronescribir un prólogo para esta edición delfanzine La Chimenea, tuve sensacionesencontradas. Los artistas siempre han sidoellos, y una persona de ciencias purascomo yo quizás no era la mejor elección.Aunque me apetecía, no me sentía muypreparado para aceptar el encargo, al finy al cabo no he escrito nada en mi vida,así que confieso que siento un cierto vér-tigo ante el hecho de que personas desco-nocidas acaben leyendo este texto. Measaltan las que sospecho son las preguntastípicas del primerizo: ¿Y si leo esto dentrode un año y me parece una bazofia? ¿Serámi reflexión sobre los relatos una autén-tica chorrada? ¿Toda esta historia de losamigos de la infancia no será manida yempalagosa a partes iguales?

Por suerte o por desgracia, trasun periodo de procrastinación, aquí esta-mos escribiendo. Pesó más el otro lado, elhalago de ser invitado a participar. Al finy al cabo, soy sin duda el que menos se ex-pone, y si a alguien le aberra cualquierade las partes de este fanzine, siempre po-dremos hacer nuestra la cita de Wilde:“Lo importante es que hablen de uno,aunque sea bien”.

Fijando la vista en los relatos, creoque podemos extraer algunas característicasmás o menos comunes en ellos. Todos re-sultan algo inquietantes, están impregnadosde una cierta turbiedad que se concreta envarios elementos, siendo quizás el más im-portante de ellos la violencia, no necesaria-mente física. Pero no esa violencia visceralproducida por un momento de furia, sinola violencia premeditada, en ocasiones ob-sesiva, decidida en frío, que la hace aún máspavorosa.

También el control es un tema re-currente y fuente de esa violencia. Será ha-bitual encontrar personajes que quierenimponer su voluntad sobre otros en nombrede instituciones o concepciones mayoresque ellos, como la familia o la justicia. Al-gunas veces, dichos personajes pertenecerána diferentes esferas o clases sociales, hechoque condicionará el modo en que se relacio-nan y será especialmente perceptible cuandoviertan opiniones sobre sus antagonistas.

Espero que disfruten. Honesta-mente, creo que lo harán.

Rodrigo Velilla

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- Tienes que poner más de las normales, y no de esas mierdasde sabores.- dijo mientras bregaba con la cafetera.

El repartidor no escuchó al Solysombra, se limitó a levantarla mano a modo de despedida y subió al camión que, aparcado endoble fila frente al bar, lucía nuevo logotipo. Ahora debía pertenecera otra casa, a una multinacional o algo así, aunque en el fondo nuncame ha importado el mundo de los aperitivos mas allá de si están o nopasados de fecha. El vehículo tartamudeaba al arrancar, síntoma deque sus propietarios habían lavado la cara a la empresa, pero que lasdesgastadas entrañas del vehículo seguían dolorosamente intactas. Diun sorbo al café con leche observando a través de la cristalera cómodesaparecía el camión. El bar del Solysombra estaba vacío. Solamenteun anciano tomaba una copa enfrascado en la lectura del periódico.Unos días atrás el Solysombra había despotricado sobre los modernosenvases de patatas fritas y ya esperaba el momento en que volviese ala carga. En el fondo era una excusa más para hablar de algo, sobre lomal que funcionaba todo en general, y su negocio en particular.

-No me jodas Santa, que estas patatas son para los críos- su-jetaba una pequeña bolsa de colores llamativos.- ¿Ves muchos poraquí?

Me llaman Santa, aunque mi nombre de verdad, el que mepuso mi madre, es Miguel. Miguel Bonasanta. Debe ser una castella-nización de un apellido italiano. Por lo menos eso me había dicho hacemuchos años un entrenador que tuve; le gustaba eso de Bonasanta,decía que tenía gancho, que los apellidos extraños estaban rodeadosde un halo misterioso y se recordaban con facilidad. Claro que él sellamaba Alejandro Fernández. Cuando era más joven odiaba eso deSanta, pero reconozco que al final terminó por gustarme mi mote;puede que Santa suene un poco ridículo, y más ahora que todo elmundo conoce al dichoso Santa Claus, Papá Noel o como se llame,pero siempre será mejor que llamarse Pérez. O como esa cantante queha ganado recientemente un programa de jóvenes talentos musicales.Charo. No me jodas. ¿Quién ha decidido que el nombre artístico dela muchacha sea Charo? ¿Pretende ser Charo la nueva reina del pop?¿Qué clase de managers, agentes o publicistas la asesoran? En fin, a mientrenador no le faltaba razón. No hay mucho más que saber acercade mí, nombre aparte; sólo que cuando era un poquito más joven elboxeo era una de mis pasiones. Me dedico a nada, a lo que sale. Siem-pre he aprovechado el físico que Dios me dio y que mi entrenador seencargó de pulir: metro noventa y cinco centímetros y ciento y picokilos que he alquilado como portero de tugurios infectos y afamadas

Como dos gotas de sangre

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discotecas, de segurata en todo tipo de establecimientos y eventos. Novivía mal, pero digamos que un día me cansé y me puse por mi cuenta.En líneas generales podría decirse que procuro dar cobertura a ciertastransacciones, asegurar intercambios y solucionar discrepancias entreseres humanos con diferentes pareceres. La gente que me conoce en elmundillo (llamo de esta forma a la gente que vive en, por, y de la calle)recurre a mí para contarme sus cuitas y yo entonces les hago un pre-supuesto rápido. A veces es un poco arriesgado, y reconozco que no esun trabajo que cualquiera pueda desempeñar: mi envergadura actúacomo elemento disuasorio en la mayoría de los casos, pero claro, haymomentos más complicados, más delicados, que requieren gran tem-planza porque de lo contrario, acabarías transformado en un psicópatao algo parecido. Es cierto que utilizo la violencia y la intimidación,pero nunca he matado a nadie, y eso, valorando detenidamente losambientes que frecuento, es un mérito tremendo.

- Voy un momento al estanco, ahora vengo.

Crucé la calle hurgando en mis bolsillos hasta dar con elimporte exacto para adquirir un paquete de tabaco. No soy un fu-mador empedernido pero malgasto demasiadas horas con el Soly-sombra desde que trabajo intermitentemente. Utilizo el bar como

un centro de operaciones o cuartel general; cualquiera que me co-nozca y necesite algo de mí, bien sea por trabajo o porque quiera vermi cara bonita, sabe dónde encontrarme. Al Solysombra no le mo-lesta demasiado este lucrativo aprovechamiento que hago de su localporque, a pesar de mi volumen, soy una persona discreta que noquiere problemas con nadie. Cuando mi memoria y la cuenta co-rriente me lo permiten, le pago algo de dinero por las posibles mo-lestias ocasionadas; soy parte interesada y no quiero llevarle a labancarrota. Hay que ser agradecido en esta vida y al Solysombra leconozco desde la escuela. En la licencia que cuelga de la pared trasla barra puede leerse el nombre de Antonio Morales Romanos, aun-que creo que nadie le ha llamado así jamás. Nadie que le conozca, almenos. El apodo le viene de una antigua historia de juventud,cuando se lo montó para salir con dos tías a la vez. Teniendo encuenta cómo suelen terminar torciéndose estas cosas, el muy sátirono lo hizo tan mal: de lunes a viernes salía con la chica de su barrioy los fines de semana se dedicaba, más en cuerpo que en alma metemo, a complacer a una chica que había conocido en alguna disco-teca. Como nada dura eternamente, un día las mujeres descubrieronel pastel; que el bueno de Antonio en realidad era un fraude y que alo mejor ni siquiera se llamaba Antonio. Todo se desmoronó como

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un castillo de arena. Unos conocidos del barrio comenzaron a lla-marle muy acertadamente Solysombra aludiendo a la pigmentacióndel cabello de sus víctimas y, durante mucho tiempo, todos los quele conocíamos le pinchábamos diciéndole: “Qué, Antonio, ¿has que-dado con Sol o con Sombra?”. No le afecta que le llamen así, al con-trario, yo creo que en parte se enorgullece de la hazaña. Más de unavez hemos discutido acerca de los orígenes de nuestros apodos, com-parándolos, pero tiene la batalla perdida de antemano; el mío es unacontracción de mi apellido que tiene connotaciones sagradas, y elsuyo, además de la evidente referencia etílica, se lo había ganado ha-ciendo el cabrón.

De vuelta en el bar encendí un cigarro, cogí una revista decuriosidades científicas y me senté en un taburete. Antonio (cuandono quiero vacilarle, le llamo por su nombre, o también Toni) se acercórápidamente.

- Han preguntado por ti.

No presté atención, no estaba demasiado rumboso aquellamañana. Según un reciente estudio de la universidad de Kentucky, lacerveza no es la culpable de que proliferen abultados y fláccidos vientres

entre la población. Podemos dormir tranquilos; ahora su consumo serecomienda, acompañado de una equilibrada dieta mediterránea, parareducir el riesgo de afecciones de todo tipo. Lo que es la vida.

- ¿Quién?- Una mujer. –levanté la vista extrañado-. Quiere hablar

contigo. Le he dicho que ibas a volver enseguida pero ha preferido es-perarte fuera- el Solysombra se encogió de hombros despectivamenteporque interpretaba que la mujer había menospreciado su bar, lo queconstituía un agravio milenario.

Un todoterreno enorme aguardaba frente a la cristalera perono alcanzaba a ver su interior. Puse dos euros sobre la barra y salí raudoa satisfacer mi creciente curiosidad. Me asomé por la ventanilla delvehículo. Al percatarse de mi presencia, la mujer activó el elevalunas yel cristal descendió lentamente.

- ¿Es usted Bonasanta?

La voz aterciopelada apenas se escuchaba a causa del ruidoprovocado por el tráfico y ajetreo matutinos. Asentí. Me pareció quela mujer estaba asustada, atrincherada dentro del coche.

- Entre, haga el favor.

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Tiré el cigarro al suelo e hice lo que me dijo, no sé muybien por qué. Normalmente no acostumbro a subirme a vehículosdesconocidos así, a lo loco, pero la intriga era tal, que obedecí comoun autómata. Me sentía como en una película de espías. ¿Y si es unatrampa?, preguntó una parte de mí en algún lugar de mi cabeza.Una parte de mí muy estúpida, por otro lado. El vehículo era espa-cioso, no tuve problemas para sentarme cómodamente; se notabaque era un coche caro. A mí me gustan los coches lujosos por sugran tamaño. Si son lujosos, son caros; si son caros, suelen ser gran-des, y si son grandes, puedo entrar en ellos. Ya ven, es pura necesi-dad.- ¿Qué le parece si hablamos en un lugar más tranquilo?Qué me iba a parecer.- Como quiera, no tengo nada que hacer ahora mismo.

En pocos minutos llegamos a un polígono cercano y lamujer se detuvo frente a un pabellón en alquiler. Jugueteaba dandocon los dedos pequeños golpecitos al volante en un vano intento decalmar sus nervios. Yo esperaba impaciente por que me dijera algo; laatractiva idea inicial del juego de espías se había esfumado. Miraba porla ventana y solo veía una desangelada área de servicio.

- Me han hablado bien de usted, que hace bien su trabajo…- ¿Quién?- Preferiría reservarme ese dato por ahora y explicarle la situación queme ha llevado hasta usted.

Hablaba pausadamente, suave. Se giró para alcanzar unbolso del asiento trasero y pude observarla con más detalle. Era bas-tante mayor que yo. Las arrugas en las comisuras de los párpadosdelataban a una mujer bien entrada en la cuarentena, aunque su ros-tro todavía se mantenía fresco y lozano; victorioso de las acometidasque empezaban a devastar sus manos y, probablemente, el vulnerablenacimiento del cuello que ocultaba bajo un elegante fular. Buscó enel interior del bolso y me entregó una fotografía. Una pareja se di-vertía en la feria. Parecían enamorados, o novios; él rodeaba con elbrazo a una joven que sostenía una nube de algodón de azúcar. In-tenté, sin conseguirlo, buscar algún parecido entre mi interlocutoray los fotografiados. -Son mi hermana y su marido.

La chica de la feria era sensiblemente más joven, no hubierasido descabellado pensar que fuera su hija. Percibí que la hermana

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mayor me leía el pensamiento y no parecían agradarle mucho mis cá-balas; creo que estaba harta de las confusiones que producía la dife-rencia de edad entre ambas.-Viven juntos desde hace unos años, y bueno, me expreso muy malporque estoy un poco nerviosa… Simplemente me gustaría saber sipuede hacer lo que voy a pedirle.-Si es tan amable de decírmelo…

Comenzó a respirar profunda y apresuradamente. Tuve lasensación de que el ataque de ansiedad o la crisis nerviosa eran inmi-nentes y la idea no me agradaba. Nunca me había visto inmerso enuna situación parecida; normalmente las personas con las que acos-tumbro a hacer negocios destacan por ser bastante expeditivas y nomarear la perdiz inútilmente retrasando lo inevitable. Saben lo quequieren, y lo quieren rápido además. - ¿Puede darle un susto al hijo puta ése?

Miré la fotografía de nuevo. Daba aprensión tener en lamano un pedacito de felicidad del sujeto, mientras, al mismo tiempo,su cuñada te pedía que le amasaras un poco el cráneo. -¿Por qué? ¿Qué clase de susto?

Respondió que no le apetecía recordar situaciones desagra-dables, y que había puesto por escrito toda la información que yo pu-diera necesitar, a saber; un relato pormenorizado sobre el cúmulo dedesgracias que le habían conducido a actuar de tal manera, alguna fo-tografía más y un anticipo. Lo del adelanto no lo entendí muy bien;se notaba que la hermana mayor había visto muchas películas, peroaún así estaba un poco verde en el tema, un nivel amateur muy peli-groso para ella. ¿A quién se le ocurre escribir el odio que profesas a tucuñado, meter la carta en un sobre junto a una suma de dinero y dár-selo al primer individuo que se topa contigo? ¿Y si voy a la policía? Yopodría ser policía. Su candidez me conmovió mientras hablaba de suhermana y me ofrecía un gran sobre marrón que no dudé en coger.La hermana mayor señaló un número de teléfono en la solapa delsobre; me dijo que la llamara si me invadía cualquier duda y para con-firmar que aceptaba el encargo. Arrancó y permanecimos en silenciodurante el viaje de vuelta a la ciudad. Al llegar a la altura del bar delSolysombra, detuvo el vehículo en doble fila. Nos despedimos y le dijeque esperara mi llamada, tanto si me convencía el asunto como si no.El tráfico se había intensificado así que me acerqué hasta el paso decebra de la esquina. Mientras esperaba a que el semáforo cambiase averde, fijé la vista en el número de teléfono del sobre marrón.

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Dos mil quinientos euros. Resoplé abrumado al volver acontar los billetes. Durante los diez minutos escasos que separan micasa del bar del Solysombra había reflexionado sobre el caso en cues-tión y estaba convencido de no aventurarme en un asunto que, aun-que sencillo en un principio, no me reportaría demasiadas alegríaseconómicas. Además la hermana mayor era un cóctel cebado de odioy desesperación a partes iguales, una bomba móvil sin programar quepodía estallar en el momento menos oportuno llevándose por delantecualquier cosa que tuviera a su lado. Esa cosa podría ser yo, así queprescindiría de leerme su relato y de la suma de dinero. Me confor-maba con no verla nunca más, pero la mujer me había puesto muchapasta delante y toda la clarividencia que se apoderó de mí durante elpaseíto anterior se fue por el desagüe en un santiamén; una reveladoraluz eclipsada por dos mil quinientos pavos que bien valían un vistazorápido a la novelita de marras. La tía era abogada o algo así porque sehabía explayado lo suyo. Haré una síntesis escogida: la hermana pe-queña contrajo matrimonio hacía cuatro o cinco años con un tipo alque su familia no aceptaba, un tal Fernando Monsalve Hernáiz. Suhermana mayor la avisó en muchas ocasiones de que Fernando no

era de fiar, cito textualmente: “No se daba cuenta de que el patán esequería promocionar económica y socialmente emparentándose con alguiende los nuestros”. Qué fina ella y qué mal sonaba eso de los nuestros.¿Quiénes eran ellos? ¿Los ricos? ¿Los elegidos? Un esbozo infantil declan de endogámico abolengo atravesó fugazmente mis pensamientos.Ya intuía por dónde iban los tiros; la niña se había casado con unpobre diablo y en la azotea de papá saltaron los plomos. ¡Pum! Ade-más, según su hermana, el tipo la calentaba de lo lindo cuando le ape-tecía; debía propinarle buenas tocatas a juzgar por las repulsivaspalabras que le dedicaba: “Reptil miserable, rata cobarde, ser vil, apro-vechado y mezquino”. De todo menos guapo. Se había pasado de cas-taño oscuro el fulano y la familia puso en marcha la maquinariarequerida para recuperar a su hijita pequeña por las malas; un planorquestado por el patriarca, seguramente, pero que la hija mayor, enplan Richelieu, se encargaría de materializar. La esposa de Monsalvese encontraba actualmente de vacaciones con unas amigas, por lo quesu hermana consideraba esta situación una oportunidad ideal. En estepunto de la historia entraba yo. Sólo tenía que darle una buena palizaal marido, de las de hospital: “No se corte a la hora de machacarlo; no leplanteará mucha resistencia por lo que los riesgos son mínimos. En cuantoal resultado final, no queremos una tragedia, bastará con administrar el

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grado de violencia que usted convenga para estos casos”. No aclaraba lahermanita el fin ulterior de mi intervención, aunque sólo un memono se percataría de que mi encuentro con Fernando Monsalve signi-ficaba un humilde ladrillo en un monumento a la venganza meticu-losamente planeado. Si luego pretendían convertir su vida en uninfierno no me importaba en absoluto. Siempre que fuera por otrasvías, claro está. Para entonces ya habría trincado el resto de la pasta.Marqué el número garabateado en el sobre marrón mientras obser-vaba detenidamente el rostro de mi futuro saco de boxeo en una delas instantáneas adjuntas. Fernando sonreía ufano, sentado en una te-rraza del paseo marítimo de algún lugar.

Aquella fría noche no se veía un alma por la urbanizaciónCerro Sol. Eran aproximadamente las diez menos cuarto y Fernandodebía estar a punto de llegar a su domicilio, un chalet discreto con unamplio jardín. Todos los días, hacia las diez, abandonaba el gimnasio,donde se curtía durante un par de horitas tras salir de la oficina en laque trabajaba. La puerta de su casa me pareció el sitio idóneo paraabordarlo; aunque había seguridad privada, la barriada era lo suficien-temente grande como para no cruzarse a la solitaria patrulla de guardasjurados. Además todo iba a discurrir rápidamente; un ataque relám-

pago en toda regla. Apuré las últimas caladas del cigarrillo, lo apaguécontra la suela de mi bota y guardé la colilla en el bolsillo de la cazadora.El motor de un vehículo en alguna calle adyacente me alertó de quemi víctima se acercaba. Me situé frente a la verja de su domicilio, ocultotras un monovolumen, el más alto de los vehículos estacionados. Eltaxi se detuvo donde yo había previsto, y de su interior salió FernandoMonsalve, no había duda. El conductor extrajo del vehículo una pe-queña maleta que apoyó en el pavimento. Se despidieron y el taxi des-apareció. Qué señorito, Fernando Monsalve. Para ser (en palabras desu queridísima cuñada) un muerto de hambre, enseguida se habíaacostumbrado a lo bueno. Me extrañó que no entrara en casa, que nohiciera ademán de sacar las llaves. Parecía esperar a alguien. Sacó el te-léfono móvil con la finalidad, supongo, de comunicarse con algunapersona, pero no le dio tiempo al muchacho porque, para entonces,yo ya me había situado sigilosamente a su espalda, desde donde le pro-piné un derechazo directo al occipucio. El teléfono saltó por los airesy Monsalve no se derrumbó, se tambaleó aturdido. El resto transcurriósencillamente, sin titubeos: le empujé del hombro para encararme co-rrectamente y descargué media docena de puñetazos más. El rostrode Monsalve reventó sin contemplaciones y, esta vez sí, el muñeco sedesplomó junto al murete de piedra que delimitaba su jardín. Habrían

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transcurrido escasos veinte segundos desde el inicio de la agresión, porlo que aún podía dedicarle unos cuantos golpes más, para subir nota.Acurrucado y balbuceante, Monsalve se arrastraba como un limacointentando alcanzar a saber qué. Cuatro patadas en las costillas fueronel colofón. Me agaché para recoger su cartera con el fin de simular unrobo, más que nada por precaución. Miré a ambos lados de la calle;seguía desierta. Tranquilamente comencé a caminar, quitándome losguantes de cuero y la capucha, hacia la parada del autobús. Si me dabaalgo de prisa podía tomar el de en punto.

Cené abundantemente. Era un restaurante nuevo en elcentro, italiano pero con una buena carta de comida tradicional. Es-paguetis con almejas, medallones de ternera, ensalada césar y cuajada.Fenómeno. Se lo recomendaría a alguien, pero creo que al Solysom-bra no le iba a hacer mucho tilín la idea de cenar en territorio ene-migo, así que me reservé el consejo para otra persona que puedadisfrutarlo en toda su plenitud. Pedí la cuenta, no sin antes acudir alservicio. A mi vuelta, y a pesar de que el comedor estaba práctica-mente colapsado, ya habían dejado la factura en mi mesa. ¡Qué ra-pidez, qué efectividad del servicio para cobrarte! Rebusqué en micazadora y saqué la cartera para pagar. Al resultarme extraña al tacto,

la mire y caí en la cuenta. Era la cartera de Fernando Monsalve, to-davía no me había deshecho de ella. Sonreí y la abrí por curiosidad.Cuarenta euros y un montón de tarjetas de crédito y publicitariasde empresas variadas. De repente, lo vi. Ahí estaba el DNI de Fer-nando Monsalve y todo era correcto; su cara correspondía con laque había destrozado tres cuartos de hora antes, apellidos MonsalveHernáiz, todo perfecto. Todo menos una palabra. Donde deberíaaparecer FERNANDO ponía LUIS. Luis Monsalve Hernáiz. Em-pecé a ponerme nervioso. ¿Había molido a palos a la persona equi-vocada? Intenté desterrar ese pensamiento de la memoria pero todoapuntaba a una respuesta afirmativa. Por eso no entró Luis Monsalvea su casa, porque no era su casa. Seguramente esperaba a que su her-mano llegara del gimnasio, y como se retrasaba, de ahí la llamadatelefónica. ¿Por qué la mujer no me advirtió de que Fernando Mon-salve tenía un hermano gemelo? Es probable que ni lo supiese si-quiera. Me acababa de meter en problemas. De todas formas teníaguasa el asunto. Miraba el rostro de Luis Monsalve en el DNI. Cla-vados. Dos gotas de agua, los muy cabrones. Pagué la cuenta y antesde encaminarme al bar del Solysombra, arrojé la cartera al contene-dor en el que un empleado del restaurante depositaba grandes bolsasde basura.

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El sonido del timbre inquietó a Jaime. Eran las cuatrode la madrugada y no podía dormirse. Al día siguiente no teníaque madrugar, era domingo y no importaba demasiado su des-velo; no era inusual que el insomnio se apoderara de él despuésde que Claudia se durmiera. Aprovechaba esos momentos paracontinuar leyendo alguna novela que Claudia le había regaladoaunque solo fuera en apariencia. El libro era una pantomima,no le interesaba lo más mínimo; lo utilizaba como pantalla desus pensamientos reales. Se llamaba Eva, o por lo menos esoponía en su buzón. La vio por primera vez hacía unos seis mesescuando fumaba tranquilamente un cigarro después de comer,en la terraza. Lo hacía todos los días puesto que a Claudia nole gustaba que fumara en el interior del piso. Allí estaba ella,regando un par de macetas en el bloque de enfrente. Era joven,estudiante posiblemente. No se había percatado de su existenciaantes y desde aquel primer contacto Jaime la observaba a diarioa la misma hora. Al principio era pura coincidencia, luego cu-riosidad, y al final se convirtió en una necesidad. Todas las no-ches mientras simulaba leer, pensaba en nuevas formas deobservarla, en cómo provocar encuentros casuales en el barrio.Empezó por memorizar sus horarios para amoldarse a ellos en

la medida que pudiera, a pasar más tiempo de la cuenta en elsupermercado patrullando los pasillos repletos de productos, amirar escaparates ante los que nunca se hubiese detenido antes.Sentía una obligación constante de saber de ella; qué hacía, quéamaba o repudiaba. Pero Jaime no encontraba la fórmula quele permitiera establecer un contacto más directo sin abordarla,permaneciendo en el anonimato. Entonces llegó su cumplea-ños y Claudia le regaló unos prismáticos para amenizar sus es-capadas dominicales a la montaña. Eran de buena marca,voluminosos y robustos; demasiado para el entorno urbano enel que Jaime los pensaba utilizar. Podría escudriñar a Eva desdeel interior de su casa, sin exponerse en la terraza apostado comoun vigía. De otro modo, levantaría suspicacias entre el vecin-dario, o peor aún; Eva podría descubrirle.

El timbre volvió a sonar y Claudia se revolvió a sulado. Jaime comenzó a temblar, aterrorizado, y a elucubrarsobre la identidad de la persona que se hallaba ante la puertade su casa. ¿Se había percatado la muchacha de su vigilancia?Desterró el pensamiento de la memoria con rapidez pues eramuy cuidadoso y nunca se mostraba más de lo corriente. Ade-

El regalo

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más durante los últimos días no había notado ningún cambiosignificativo en el comportamiento de la joven; seguía man-teniendo la persiana alzada día y noche, se desenvolvía con lanaturalidad habitual en el salón de su casa y no recibió visitasextrañas más allá de los amigos, los ligues habituales y un téc-nico de la compañía telefónica que instaló un módem y unrouter en una pequeña consola del rincón. Todo parecía nor-mal pero, ¿y si no lo era? ¿Y si todo era una mascarada paraatraparle? Jaime solamente lograba ver la terraza y el salón dela casa de Eva, desconocía qué estaba ocurriendo en el restode las estancias. Podía haber urdido un plan en otra habita-ción de la casa, incluso hablar con la policía o con cualquieray sin embargo mostrarse absolutamente normal en el salón.Era retorcido pero no descabellado. Comenzó a tranquilizarlela idea de lo complicado que resultaría para una persona quese siente acosada, actuar de forma idéntica a cuando no teníaconciencia de ser perseguida. Algún mínimo detalle la hubiesedelatado, al fin y al cabo, la contemplaba desde hacía un se-mestre y conocía sus dinámicas en la intimidad. Jaime setensó de nuevo, casi había olvidado que alguien estaba lla-mando a su puerta a las cuatro de la mañana y los rostros de

los amigos de Eva atravesaron su pensamiento como en unarueda de sospechosos. ¿En cuál confiaba más? ¿A quién se lohabría contado? ¿Cuál de ellos se había armado de valor parapresentarse en su domicilio? Y lo peor de todo, ¿podría Clau-dia enterarse de su espionaje de alguna manera? ¿Le estabanobservando sin que se diera cuenta? El timbre volvió a inte-rrumpir el diluvio de preguntas que hostigaban a Jaime. Cadavez tenía más claro que se trataba de alguien del entorno deEva. Claudia empezaba a despertarse y Jaime ya tenía clarolo que iba a hacer; se dio media vuelta y se cubrió con lamanta hasta el cuello. Comenzó a fingir ronquidos y cerró losojos. Claudia se había sentado en el borde de la cama y sonóde nuevo el timbre. Jaime sentía la mirada de Claudia perosabía que no le iba a despertar porque su mujer era una chicadecidida y valiente. Oyó los pasos descalzos en el parqué delpasillo y la voz sonámbula preguntando por su identidad alsujeto al otro lado de la puerta. Jaime abrió los ojos y se mal-dijo. ¿Por qué tuvo que ir esa chica a vivir allí? Su barrio noera un barrio barato cercano a la universidad. Pensó en losprismáticos. ¿Por qué no le regaló una maquinilla de afeitarcomo hace todo el mundo?

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Sebastián Colomé despertó y el rostro de su víctima es-taba proyectado en una pantalla de cine. De su frente manabaabundante sudor; intentó evitar el escozor que le producía en susadormilados ojos pero las argollas de las esposas a su espalda leimpedían mover las manos. Sebastián no entendía nada de loque estaba ocurriendo; se hallaba amordazado y esposado en unacómoda butaca, rodeado de un limbo de oscuridad total con laimagen de la muchacha como solitario punto luminoso. Co-menzaba a atragantarse y se revolvió para zafarse de la mordazasin éxito. Al mover sus pies, un leve tintineo le advirtió de la in-utilidad de malgastar las fuerzas incorporándose. La muchachasonreía en la pantalla y a Sebastián le pareció la fotografía típicade una orla universitaria o similar. A juzgar por el aspecto de lamujer, el momento en que fue tomada no debía distar muchode la noche en que la vio por primera y última vez. La imagen sedesvaneció lentamente hasta desaparecer y Sebastián notabacómo se le aceleraba el pulso. Se había comenzado a reproducirun vídeo doméstico, una fiesta de cumpleaños. En la esquina in-ferior derecha aparecía, sobre la imagen, la fecha de grabación:25 / 05 / 1998. La película se congeló y el fotograma mantenidode la niña protagonista de la fiesta empezó a causarle náuseas.

La luz se encendió de golpe.

Tardó un buen rato en recuperarse del violento fogo-nazo y aún más en intentar descifrar por qué se encontraba enel centro de un salón de proporciones desmedidas, con sendastribunas en los laterales. Las gradas estaban repletas de genteque le observaban sin pestañear. Bajo la pantalla de cine, el es-trado se hallaba vacío; a diez metros de Sebastián, un hombrejoven vestido de manera elegante portaba un micrófono. -Señores, señoras… No es preciso señalar a estas alturas la im-portancia que el día de hoy tiene para nuestra familia. Han sidomás de cinco años de espera; cinco años en los que la llama delrecuerdo de mi hermana ha permanecido intacta en nuestramemoria y nos ha fortalecido frente a las adversidades, injusti-cias y trabas de las que hemos sido objeto. Pero si algo hay delo que nuestra familia pueda enorgullecerse, eso es la abnega-ción para completar cuantas complicadas empresas se nos pre-senten. El lema “recuerda y serás recordado” que nuestrosantepasados hicieron valer, sigue vigente en estos convulsos díascaracterizados por los flagrantes atropellos a la dignidad y lajusticia.

Morirse nunca viene bien

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El locutor hizo una pausa y en las tribunas estallaronlos aplausos. Sebastián buscó con la mirada algún agente depolicía, de Guardia Civil o lo que fuera, pero no vio ninguno.El hombre joven pidió calma a los espectadores y prosiguió.-Hoy nos encontramos aquí reunidos para juzgar a SebastiánColomé Muñoz por la violación y asesinato de mi hermana Pa-tricia Schumann. Cinco años atrás un tribunal lo dejó en li-bertad por falta de pruebas en un acto de burla sin precedentesen nuestra historia. Ante tal dislate no podíamos bajar los bra-zos y abandonar la lucha resignados, lamentando la incompe-tencia de unos engranajes judiciales tan frágiles, que hasta elcriminal de más baja estofa puede chancear. Nuestro espírituemprendedor y activo no podía permitir esta pusilanimidad delas autoridades, su torpeza al extraviar pruebas de vital impor-tancia para encarcelar a un hombre al que, el día del juicio, letocó la lotería. Un hombre sanguinario y cruel que asesinó auna muchacha indefensa con saña inusitada. Pero en estoscinco años de libertad que Sebastián ha disfrutado, nosotrosno hemos cejado en el empeño de buscarle allá donde se en-contrase. Nos ha costado mucho, porque Colomé sabía lo quehabía hecho, sabía que era culpable…- miró a Sebastián, que

seguía buscando con la mirada funcionarios o policías aposta-dos en la gigantesca habitación, sin saber si se encontraba enun mal sueño- Lo encontramos en Brasil, descansando pláci-damente… No voy a perder más tiempo en el preámbulo yaque ustedes querrán volver pronto a sus hogares y dormir sa-biendo que el mal ha sido reparado. Que entre La Madre.

Sebastián pensaba en las playas brasileñas y en el rostroensangrentado de Patricia Schumann; aquellos ojos de losmuertos, sorprendidos de que algo así pudiera ocurrirles. Porun pasillo lateral entraron un grupo de ocho personas que so-portaban un palanquín sobre el que se asentaba una anciana.El público se incorporó al unísono. La anciana se situó con suséquito en el estrado y Sebastián pudo observarla con detalle;su rostro surcado por infinitas arrugas le daban el aspecto deuna persona de doscientos años, de sus fosas nasales nacían dossondas que desembocaban en una bombona de oxígeno. Elhermano de Patricia tomó de nuevo la palabra.-Madre, tus hijos han traído al causante de nuestros desaso-siegos y cuitas, con la certeza de que su insondable sabiduríapondrá fin a nuestros sufrimientos. He aquí Madre a Sebas-

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tián Colomé Muñoz, asesino de mi hermana Patricia, que erahija suya, como yo y todos los aquí presentes. Confiamos enque usted, Madre, nos permita acabar con esta injusticia te-rrible, con esta ofensa a nuestra sangre. Escucharemos y aca-taremos su veredicto sea cual sea. Siempre a su lado.

La Madre alzó su retorcido y escuálido brazo lenta-mente, señalando a Sebastián. El maestro de ceremonias hizouna reverencia y se dirigió hacia el acusado.

-Sebastián Colomé Muñoz, ¿violó y asesinó a Patricia Schu-mann la noche del 16 de abril de 2007?

Dos personas se acercaron y retiraron la mordaza delacusado. Sebastián sabía que no era una pesadilla, sabía quenada de lo que dijera iba a salvarle; ya tuvo suerte una vez, enel otro juicio. El hombre acercó el micrófono a sus labios.-Sí. ¿Me van a matar?

El hombre miró a La Madre que asintió de maneracasi imperceptible.

-Ha sido declarado culpable de la violación y asesinato de Pa-tricia Schumann, señor Colomé. Se procederá a su ejecuciónen breves instantes, tras un receso de diez minutos. El métodopor el cual se le administrará la pena de vida es el habitual enestos casos; cada uno de los asistentes le asestará una única pu-ñalada, tal como dejaron escrito nuestros antepasados. Si quierededicar unas últimas palabras a rezar una oración…

Sebastián dirigió su mirada a la imagen estática en lapantalla de cine.

- Qué voy a decir. Nunca viene bien morirse.

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Mira como se ríe, la hija de la gran puta. Has conseguido al-guno de tus sueños, se te nota en la cara. Te habrás casado con algúnbobalicón retrasado y ahora eres una pija de esas que dirige museos ogalerías de arte; te pasearás moviendo el culo, pisando fuerte y segurasobre unos zapatos caros, mostrando todas esas mierdas a paletos opo-sitores a modernos. Tic, tac, tic, tac. No está mal para una hija de guar-dia civil. Joder, ¡qué asco! ¿Qué demonios es esto? ¿CAVA? Abrir enlaceen una pestaña nueva.

Centro Artístico Valle-Alto, dependiente de la Junta de ****.Nada más ni nada menos. A ver, el Centro. Click. Historiano, que meaburro. Equipo. Click. No me lo puedo creer, ¡si eres la directora! Unazorra de altos vuelos que se codea con los mandamases… Desde luego,qué suerte la tuya, no sabes ni hacer la ó con un canuto y ahí estás, en-cabezando el staff del sitio más guay en muchos kilómetros a la re-donda. Tus padres estarán orgullosos, y también tu hermana. ¡Ay, tuhermana! Ella estaba mucho más buena que tú… ¡Ostia, qué risas!¡Cómo te jodía! También la buscaré, pero de momento ella no es miobjetivo principal; seguro que encontraría razones de sobra para sacarlelas tripas, al fin y al cabo, comparte tu sangre… Pero he de ceñirme alplan inicial, debo elaborar un esquema de trabajo minucioso, seguir

las reglas que me he impuesto. Y tu hermana, cariño mío, no iba anuestra clase.

A ver, que me estoy desviando del tema. Ya te tengo. ¿Quéexposiciones van a tener lugar en el CAVA próximamente? Voy a hacermás de trescientos kilómetros para ver la cara que pones cuando te in-troduzca dos palmos de acero en el estómago, y quiero que sea algoespecial, que la visita me sirva también para ver algo interesante y apro-vechar el fin de semana. No he estado nunca en ****, pero me handicho que no es muy grande, que se puede ver en el día y que se comemuy bien. Aquí, Exposiciones. Click. Into the Darkness. Del 2 de Febreroal 15 de Marzo. Me viene fatal, y al artista este, Joachim Szolle, no loconoce ni su puta madre. No me convence. Esta tiene mejor pinta;¿Qué hacen las actrices porno cuando no hacen porno? El reparto de unapelícula para adultos desde una mirada diferente. Jonathan Franklin Da-llas. Fotógrafo. Traducido al cristiano; las guarras pintándose las uñas yleyendo a Kafka mientras esperan el turno de ser folladas. ¡Ja, ja, lo quete decía! Ampliar imagen. Click. Ahí tienes a la gachí pensativa, sentadaal borde de la cama, a punto de resolver la conjetura de Poincaré sinbragas, que tiene más mérito que lo del ruso ese. Seguro que la muestraes interesante, las fotos parecen buenas, intimistas, sin carnaza, pero

Lo comprendo y deseo continuar

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tengo miedo de que me decepcione un poco y me deprima; una vezhas visto como funciona el truco, la magia deja de serlo, se acaba. Del20 al 30 de Marzo. Me la apunto.

Ahora estoy contigo de nuevo, cariño, un poco de pa-ciencia. Primero tengo que dejar zanjada la cuestión instrumentalde una vez por todas. Según tu perfil de Facebook, eres una expertaen el barroco y en Caravaggio, escribes libros y eso. Una perita endulce, chica, me planteas nuevos retos y yo lo agradezco. No sabeslo aburrida que es la gente normal; a tu antecesora, Minerva GilFernández, la que se sentaba detrás de mí y delante de ti, mi pri-mera víctima, le tuve que asestar cincuenta vulgares puñaladasporque solo le gustaba cocinar. Por eso tú me motivas más; siem-pre creíste poseer algo que los demás no teníamos, un aura espe-cial. Vamos a ver en esta página, seguro que encuentro algunacosita que pueda satisfacernos a los dos. Marcadores. Click. Shar-ped Steel. e Ultimate Sword Company. Click. Abrir en una pes-taña nueva. Click.

El asesinato tiene que sorprender a la vez que adaptarse alas circunstancias de cada uno, entroncar con el yo verdadero de la

víctima, crear un vínculo con aquello que realmente ama. No haynada más antiestético que morir durante una pelea tabernaria oacribillado a balazos en una acera. Eso no tiene personalidad. Engeneral no me gustan las armas de fuego, son instrumentos pococreativos; logran su cometido, es cierto, pero no te permiten dis-frutarlo plenamente. Son como follar con preservativo. Trasladán-dolo al mundo laboral, un disparo en la cabeza equivaldría, entérminos de excitación, a ocho horas de oficina, mientras que unasestocadas con un sable prusiano de 1852 podrían equipararse aganar el Oscar ante un abarrotado y rendido Teatro Kodak. No sési me explico. Products. Click. Sable napoleónico de 1830, espadachina de guerra, sable de la caballería pesada estadounidense de1860, espada vikinga, espada normanda, sable austríaco de 1902,shamshir… ¡Qué maravilla! Un momento… Aquí está, la encon-tré: espada larga italiana (1610 aproximadamente).Caravaggio lle-varía una muy parecida a esta. Es ideal para ti, perfecta, aunque vaa ser complicado transportarla; creo que no me dejarán acceder alCAVA con ella en la mano. En fin, ya puliré los pequeños detallesmás adelante, cuando llegue el momento. Se me están ocurriendoun montón de cosas a raíz de todo esto. Estaría muy bien recrearalgún cuadro del tipo este, Caravaggio, pero a mi estilo. Una rein-

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terpretación. Abrir una pestaña nueva. Click. Google. Carabaggio.Intro. Quizás quisiste decir: Caravaggio. Click. Caravaggio- Wiki-pedia, la enciclopedia libre. Click.

Michelangelo Merisi da Caravaggio, nacido en Milán el,bla, bla, bla. Introducción, Biografía… La crucifixión de San Pedro;difícil aunque vistosa, seguro que te convertías en la reina delmuseo, colgada en la pared, desangrada boca abajo… La muertede la virgen no tiene sentido con lo puta que eres, La flagelación deCristo es demasiado típica, tampoco me interesa un homenaje auna cofradía… Aquí parece que comienza lo divertido: “…en Ná-poles fue víctima de un intento de asesinato, por personas desconocidas.Primeramente hubo rumores en Roma acerca de «la muerte del famosoartista Caravaggio» y más tarde se supo que había salvado la vida,pero tuvo serias heridas que le desfiguraron el rostro. Al recuperarse re-alizó Salomé sostiene la cabeza de Juan el Bautista, mostrando supropia cabeza en el plato.” También pintó David con la cabeza deGoliat, y después Judith cortándole el pescuezo a Holofernes. ¡Quéobsesión con separar cabezas del cuerpo! Parece un rasgo caracte-rístico del pintor, aunque claro, tú sabrás más que yo de eso. Puessí, creo que ya lo tengo, amor. Te vas a quedar sin cabeza. Además

me lo voy a currar, me apetece invertir un poco los papeles paraser más blasfemo si cabe; yo me pido una mezcla de Judith y Sa-lomé, y tú serás la Bautista. ¡Y puedo disfrazarme! Un buen psicó-pata travestido, como Norman Bates. Ingredientes para unapersona; una espada italiana del siglo XVII, una bandeja de plata(o un bol o recipiente amplio), un atuendo de campesina barrocay –esto lo pones tú- sesenta kilogramos de zorra. Y ya está. Otramás para mi blog. La nueva orla del instituto está quedando muybien. Nueva pestaña. Click. Marcadores. Click. Inicio >> NUEVAORLA. Curso 1999 / 2000 >>. Click.

Todavía es una versión beta, un boceto. No lo tengoabierto al público y sólo puedo verlo yo; hasta que no termine miobra no dejaré que nadie la admire. La pena es qué tendré que po-nerle algún filtro de contenido para adultos; lo comprendo y deseopatatín, patatán. Número uno. Click. Minerva Gil Fernández. Laverdad es que las fotos me quedaron un poco oscuras, podría reto-carlas un poco más con PhotoShop. Cosas de las prisas. Te ves bienMinerva, pese a llevar ese chándal barato. Debí haberte dejado cam-biarte de ropa, que te pusieras algo más elegante la noche de tu final,pero los desenlaces vitales son así, te pillan cuando te pillan, siempre

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tan injustos… Sería estupenda la existencia de una especie de –per-dóname la broma- tiempo muerto para poder acicalarse un poco ymarcharse de este mundo por la puerta grande, tener una salidadigna. Esta foto quedó chula, con tu retrato de recién casada detrás;los buenos tiempos que te abandonaron rápidamente. He leído enla prensa que han arrestado a tu exmarido, al pobre hombre. Másvale que tenga una coartada convincente o creo que se va a comerun buen marrón porque, según tengo entendido, tu relación actualcon él no debía ser muy amistosa que digamos. De ser un cabróna ser un asesino hay un mundo, pero el ansia de venganza de la co-lectividad juega a mi favor. Lo peor de ser una víctima –aparte depalmar, claro- es que te conviertes en algo muy maleable. Todo elmundo quiere sacar tajada, los buitres se adjudican los muertos porlas razones que convengan. Todos somos Fulanito. Es repugnantepero cierto, y a mí, para qué vamos a engañarnos, me facilita mucholas cosas. A Minerva la ha matado su exmarido, un horrible asesinode mujeres, porque el cabrón no soportaba que ésta hubiera rehechosu vida; ya lo estoy viendo… ¡Ja, ja! A ver si en su justa demanda deexplicaciones por la detención, suelta de paso un par de hostias aalgún madero y se convierte en una persona muy violenta. Miel sobrehojuelas. Pues eso, aclarar y retocar las fotos de Minerva. ¿Qué pasa?

Oh no. La maldita conexión. Esto pasa por robar Internet a los ve-cinos. Bueno, cariño, ya hemos adelantado bastante trabajo. Ense-guida nos volveremos a encontrar y te convertirás en la Número dos.¡Las cinco de la mañana! ¡Cómo vuela el tiempo cuando estás en elordenador! Madre mía… Cerrar pestaña. Click.

Caravaggio y la madre que lo parió…Cerrar pestaña.Click.

Italian Long Sword (1610 aprox.)… Cerrar pestaña. Click.

CAVA. ¿Qué hacen las actrices porno cuando no hacenporno? El reparto de una película para adultos desde una mirada di-ferente. Jonathan Franklin Dallas. Hombre, yo sé lo que hacen losactores porno cuando no hacen porno: ver porno. Cerrar pestaña.Click.

Facebook. Ingrid Rodríguez Fuentes. Directora del CAVA.Nos vemos, corazón mío. Cerrar pestaña. Click.

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La Chimenea Fanzine # 12- Junio del 2013Especial monográWco Guillermo Moracia (www.incitatusblog.wordpress.com)Portada e ilustraciones de Carlos Tobes (www.carlostobes.com)Insultos, injurias y colaboraciones a [email protected], por favor.www.facebook.com/LaChimeneaFanzine