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LAS'IDEAS Y EL SISTEMA NAPOLEÓNICOS'; (CONTINUACIÓN.) D) LAS IDEAS DEL EMPERADOR. a) La contradicción inicial. El informe del Gran Juez sobre los complots pasa a las Asambleas. Una diputación de ellas acude a ex- presar al Primer Gónsul sus sentimientos y su lealtad: "Nos aterroriza pensar —habla Fontanes—• que-un puñal en la mano de un malvado pueda abatir utí gran hombre y llenar de luto todo el Imperio..." Las Asambleas se afanan en dar al problema su solución. Curée es el más decidido respecto a la propuesta que laa de ser elevada al Senado: "Demos a un poder gran- de tín gran nombre; proporcionemos a la suprema ma- gistratura del primer Imperio del mundo el respeto de una denominación sublime"; que Napoleón Bonaparte, actualmente Primer Cónsul, sea proclamado Empera- dor y permanezca, encargado del Gobierno de la Re- pública; que-la dignidad imperial sea declarada here- ditaria en su familia. Sólo Carnet, "el organizador de la victoria", com- bate la herencia, para hacer oír "el acento de un alma libre". Nada más intenta ni puede hacer. El Senatus-

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LAS'IDEAS Y EL SISTEMANAPOLEÓNICOS';

(CONTINUACIÓN.)

D) LAS IDEAS DEL EMPERADOR.

a) La contradicción inicial.

El informe del Gran Juez sobre los complots pasaa las Asambleas. Una diputación de ellas acude a ex-presar al Primer Gónsul sus sentimientos y su lealtad:"Nos aterroriza pensar —habla Fontanes—• que-unpuñal en la mano de un malvado pueda abatir utígran hombre y llenar de luto todo el Imperio..." LasAsambleas se afanan en dar al problema su solución.Curée es el más decidido respecto a la propuesta quelaa de ser elevada al Senado: "Demos a un poder gran-de tín gran nombre; proporcionemos a la suprema ma-gistratura del primer Imperio del mundo el respeto deuna denominación sublime"; que Napoleón Bonaparte,actualmente Primer Cónsul, sea proclamado Empera-dor y permanezca, encargado del Gobierno de la Re-pública; que-la dignidad imperial sea declarada here-ditaria en su familia.

Sólo Carnet, "el organizador de la victoria", com-bate la herencia, para hacer oír "el acento de un almalibre". Nada más intenta ni puede hacer. El Senatus-

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JESÚS R&BÓH

consulto del 28 Florea! del año xn (18 de mayo de1804) establece el Imperio.

El artículo i.° de la Constitución del año xn diceasí: "El Gobierno de la República se confia a un Em-

Tras reproducir las sutiles y vanas explicacionesde Thiers, Deslandres concluye: "Singular maridajees este de un Emperador y una República" (42). Todaconciliación que se intente, acercando las palabras olas ideas, tropezara con la realidad de una contradic-ción apreciada por el juicio inapelable de los que la

El caso cumbre es muy conocido. En la primaverade 1804 Beethoven termina su Tercera Sinfonía. Acasola sugestión, del violinista Kreutzer, en el ambiente dela casa Bernadotte,, la haya impulsado. Cuando se aca-ba y cuando se estrena —en casa del Príncipe Lobko-wítz— está consagrada al héroe del momento, Bono-parte. Pero antes de editaría, Beethoven sabe que Na-poleón se ha coronado Emperador, y rompe el títulodel manuscrito, que encabezará otra palabra: Heroi-•ca. "Beethoven, republicano o al menos liberal, per-'manece fiel a su sueño" •—escribe Herriot— (43). I-anueva dedicatoria estará impregnada, de melancolía:"Para celebrar el recuerdo de un gran hombre."

Emperador y República. Una contradicción, evi-

(42) Mam-ice Deslandres: Histoire Constihitionette, I, p. 563.(43) Edoaard Herriot: La vie de Beethoven. París, 1933, p. 123.

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Merced a ella se intenta prolongar el PactoConsulado, hacer definitiva aquella situación transi-toria. Fijémonos bien, porque aquí está todo el secretodel Imperio. Una situación política intermedia puedeser un medio excelente; y se equivocan los que la con-denan. Gomo se equivocan los que tratan de conver-tirla en una situación definitiva. El equilibrio'de fuer-zas opuestas del Consulado es posible, y acaso acabeen el Imperio. El equilibrio hecho Imperio acabará enla catástrofe.

Repetidamente y sin vacilación, Napoleón enjui-ció el caso en Santa Elena. Yo quería —dijo en' unaocasión— preparar la fusión de ios grandes intereseseuropeos, de la misma manera que había operado lade los partidos entre nosotros. Ambicionaba arbitrarla gran causa de-los pueblos y de los reyes. La causadel siglo —dijo- otra vez-— estaba ganada, la revolu-ción realizada.\ no se trataba más que de acomodarlacon lo que no había destruido. Esta obra me pertenecía,yo la había preparado hacía mucho... A veces, acari-ció la idea de que desde Europa se acudiese en buscadel prisionero de Santa Elenas a impulsos de una ne-cesidad grave: la necesidad -—decía—• que pueden te-ner de mí los reyes contra los pueblos desbordados-;o la que puedan tener los pueblos sublevados en sulucha con los reyes...

En esta contradicción inicial de su propósito sehalla, naturalmente, la causa primera de la tragedia

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napoleónica. Un personaje de ella, el Conde de Segur,escribió: "Francia se había ganado la enemistad delos pueblos por sus conquistas y la de ios reyes porsu revolución..." (44). Exactamente: los "soberanos te-merán lo que hay en él de revolucionario; las naciones,

contra su dominio.Más aún: la contradicción inicial del Imperio, hará

imposible tal dominio. Donde quiera que lo revolucio-nario despierte las ideas nacíonale-s o liberales de un.pueblo se alzará una resistencia contra la dominaciónimperial. Aceptar' las ideas napoleónicas equivale a.sublevarse contra Napoleón; los liberales que sigan sus 'tesis tendrán como primera tarea política la de lucharcontra él. La' tragedia napoleónica está en el empeñopolítico de sublevar a los que han de ser dominados yde dominar a los que se sublevan. El resultado lo apre-ciaba Napoleón en Santa Elena: ¡El universo enterocontra mí!

- b) La República.

Examinemos el primero de los términos de la con-tradicción. No hay duda alguna; la República de quese trata es la fórmula política de la Revolución. Loreiteran tenazmente el General Bonaparte, el PrimerCónsul, el Emperador, el desterrado de Santa Elena.'

La República encierra la verdad incuestionable dela Revolución. Victorioso en Italia, el General Bona-parte discute con los representantes austríacos las con-diciones del armisticio.-ufemos llegado al artículo del

(44) General Comte Philippe de Segur: La- campagne de Russie.París, Ed. Lapina, p. a

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reconocimiento —escribe desde Leoben. al Directorioel 16 de abril de 1797—. Yo les he dicho que la Repú-blica francesa no quería ser reconocida; ella es enEuropa lo que, el sol en el horizonte; tanto peor paralos que no quieran verlo.

Pronto, cuando alcance el Poder, sentirá que elPrimer Cónsul encarna la Revolución. Quieren des-truir la Revolución atacando mi persona —dirá trasel atentado de la rae Saint Nicaise—; la defenderéporque yo soy la Revolución. Y después del complotque acabó en el drama de Vicennes repetirá: -Esa gen-te quería introducir, el desorden en Francia .y -matarla Revolución en- mi persona; he tenido que' defenderlay que vengarla.

De manera tenaz y consecuente Napoleón explicóel origen del Imperio, atenido al pleito político del Con-sulado que le dio origen: He creado el Imperio parala salvación de la Revolución. A Caulaincourt le decíaen diciembre de 1812: Primer Cónsul o Emperador,he sido el rey del pueblo... Por el. pueblo había sidoempujado. Una vos unánime, salida del fondo de loscampos y de en medio de las ciudades, pedía que, con-servando todos los principios de la República, se es-tableciese en el Gobierno- nn sistema hereditario quepusiese los principios-y los. intereses de la Revolución•al abrigo de las pasiones y de la influencia del extran-jero.

Otro texto aún, de Santa Elena: Sí imperio, como•yo lo comprendía, no era más que el principio republi-cano regularizado; él consolidaba, la obra de la Asam-blea Constituyente...

De cuanto Napoleón dijd en el destierro a Las Ca-'ses, sus palabras del 9 de abril de 1816 son las más

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impresionantes desde el punto de vista político. Lasaoticiaá de Europa le llevan a enjuiciar todo el pro-blema. Una vez más —vehemente y elocuentementeahora— ratifica la fe confesada en Leoben, afirma la

de la labor revolucionaria del Imperio: Nadie podrádestruir o borrar los grandes principios de nuestra

se nacionalizan en Francia... Serán la fe, lareligión, la moral de todos los pueblos; y esta era me-morable se vinculará..c a tni persona. Así, aun cuandoyo no' exista, seguiré siendo para los pueblos la .

El Imperio, en la vertiente interior, quiere salvar larevolución jacobina; en la vertiente exterior empren-derá la guerra girondina de conquista y propaganda.El Emperador se atendrá a las ideas del General Bo-naparte: El sistema de Francia debe llegar a ser'el

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de Europa, si ha de durar.El Imperio aparece como un fenómeno sorprenden-

te: en. Francia es la continuación conservadora delConsulado; fuera es el empuje revolucionario de laRepública. "¡ Contraste singular S' —escribe ArthurLevy (46)—. Napoleón, hijo de la Revolución, seráen Francia el recontructor del edificio social trastor-nado... En el extranjero... es el verdadero instrumentode la Revolución. Los ejércitos" no parecen abrir bre-cha más que para dejar paso al soplo violento de la

(45) Las Cases: Memorial, I, p. 470-1.(46) Axtfiar Levy: Napoleón eí la Paix, p. 438.

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libertad... Como un jefe de bandas revolucionarias, noconquista más que para destruir..."

Eduardo Driault subraya: "La República habíahecho de los principios de 1789 la ley de la nuevaFrancia; el Imperio quiso extenderlos a la mayor par-te de Europa, a toda Europa, al mundo entero: porquesu verdad y su alcance son universales" (47)» '

Conforme al primer término de la contradicción,el Imperio es la República en toda Europa,

c) El

Examinemos el segundo término de la contradic-ción. También aquí podemos acercarnos sin grandesvaciid.cion.cs a una uc las. meas napoleónicas i

Napoleón será Emperador, "real e inmediatamente'^conforme al concepto original de la palabra Impera-íor: el mando en jefe del Ejército (48)..

La victoria y la conquista darán a sus dominios lasegunda condición necesaria a la realidad del I-nipe-riuni; lo que Cari Schmidt llama "un ámbito especialde gran-extensión" (49).

Y esta extensión del dominio, en la Europa de lasnaciones dividida en sus fundamentos por la Reforma,hará del Imperio moderno de Napoleón —más aúnque del .Imperio medieval—- una entidad supranacio-

{47) Edotiard Driaulí: Les Enseignemenís de Napoleón. Le systetnscontinental. Rev. des Kt. Nap., mayo 1929, p. 274.

(48) Belloc: Napoleón, p. 31.(49) Cari Schmidt: El concepto de Imperio en el Derecho interna'

dona!. REVISTA DE ESTUDIOS POLÍTICOS, enero de 1941, p. §3.

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nal: el Emperador será un rey de reyes, un señorseñores .

• El tema del Imperio íué tratado por Napoleón enuna doble y constante apreciación que le -servía paracontrastar la realidad miserable de la Europa de sutiempo y la'grandeza de su ambicioso proyecto..

'Europa —decía a Bourrienne en 1798— es unatopera; sólo ha habido grandes imperios y grandes re-voluciones en Oriente, donde vivían seiscientos millo-nes de hombres. He llegado demasiado' tarde —afir-maba a Decrés en 1804—; ya no. queda nada grandeque hacer. Sí, estoy conforme, mi carrera es hermosa,'grande mi camino;, pero ¡qué diferencia con la Anti-güedad! Mirad a Alejandro; después;de haber conquis-tado Asia y haberse anunciado a los pueblos como hijode Júpiter... todo el Oriente lo creyó. Pue,s bien, si yome declarase hijo del Padre Eterno... no habría verdu-lera que np silbase a mi paso.

La consideración del pasado ha dado vida a suambición. En 1812 decía a Narbonne: El día en quefelizmente encontré a Bossueí y leí en su "Discourssur Vhistoire universelle" la sucesión de- los imperiosy lo que dice 'magníficamente de Alejandro, y lo quedice de César... me pareció que el velo del templo serasgaba de arriba abajo,y que veía a los dioses mar-char. Desde' entonces, esta visión no me ha abatido-nado, en Italia, en Egipto, en Siria, en Alemania, enmis jornadas más históricas...

Yo he querido el Imperio del mundo —confesaba,en los Cien Días, a Benjamín Constant—.

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El gran proyecto hacía de París la verdadera ca-pital de Europa. Quería que llegase a ser una ciudadde dos, tres o cuatro millones de habitantes... en unapalabra, algo fabuloso, colosal, desconocido hasta nnes-

E! gran proyecto exigía la ordenación de Europabajo un solo jefe, bajo un Emperador que tuviese por•oficiales a los reyes, que distribuyese reinos a sus lu-gartenientes, 'que hiciese al uno rey de Italia, al otrode Baviera, a éste "landumman" de Suiza, a -aquél"stathouder" de Holanda, todos con cargos en la casaimperial, con los títulos de capero mayor, panetero -ma-yor, caballerizo -mayor\ montero mayor... Se dirá —ad-vertía ante Miot de Melito en 1803— que este plan noes más que una imitación de aquel sobre el cual el Im-perio 'alemán fue establecido^ y que estas ideas no sonnuevas; pero nada hay absolutamente nuevo; las ins-íiiucines políticas no hacen más que rodar en un 'círcu-lo y, frecuentemente, hay que volver a lo ya hecho.

El gran proyecto exigía que París tuviese la auto-'ridad de Roma: París sería la capital del mundo y la.residencia del Soberano Pontífice de ochenta millonesde católicos. El poder espiritual del Papa se acrecen-taría naturalmente con el -apoyo de la omnipotenciatemporal del, Emperador. En T'813, sin los aconieci-

' mientas de Rusia —decía Napoleón en Santa Elena—el Papa hubiese sido obispo de Roma y de París...Roma hubiese sido transportada a la antigua Ltitecia.

El pran proyecto le lleva a fundar la Cuarta Di-nastía. Yo era la clave de un edificio completamentenuevo. La arquitectura de su construcción política ne-cesitaba de la Casa Bonapartc,, cuyos miembros reem-plazarían a los Merovingios, los Carolingios y los Ca-

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petos que habían reinado en la vieja Francia. En laorganización supranacional del Imperio, los Bonapar-te ocuparían los tronos de Europa, subordinados a laautoridad suprema del Emperador. Al coronarlos—-decía Napoleón en Santa Elena— yo no los consi-deraba en mi pensamiento más que como virreyes,agentes de mi -política, que yo volvería a llamar a lasfilas francesas según las exigencias de los arreglosde la pas general o de la reorganización del continenteeuropeo. "Napoleón —escribe Deslandres (50)—después • de haber hecho a sus hermanos reyes, no lostrataba como tales; continuaba viendo en ellos a unospríncipes franceses, a unos subditos."

Tal era una de las mayores necesidades y una delas mayores dificultades del Imperio. Su extensión exi-gía la variedad de las soberanías; su unidad, la su-bordinación de ellas al Emperador. José, Luis, Jeró-nimo, Joaquín, Elisa, Paulina, reyes o duques. ¡Eravn hermoso Imperio! —diría Napoleón en SantaElena.

d) Unidad de Europa.

Cuanto en el pensamiento napoleónico afirma launidad europea y tiende a la supresión de cualquierdistancia entre los pueblos, procede, naturalmente, dellado republicano, revolucionario, de su ideología.

Para Napoleón la unidad europea es una realidad—realidad natural—• que debe ser llevada a cabo po-líticamente.

Europa es una -provincia del mundo —afirmó en

(So) Maurice Deslandres: Histoire Constitutionelle, II, p. 623.

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diversas ocasiones—• y una guerra entre europeos esuna guerra civil Y en el Cuerpo legislativo señalabaa Francia esta tarea: Corresponde al pueblo más es~clareado, más humano, recordar a las naciones civi-lizadas de Europa que. no forman sino una misma fa-milia y que los esfuerzos que emplean en sus disensio-nes civiles alcanzan a la prosperidad común.

¿Qué.es lo que impide esa unidad, lo que enfrentaa los pueblos destinados a formar un todo? El malque la Revolución atacas las diferencias políticas quela guerra girondina quiere suprimir. Es preciso —de-cía en el Consejo de Estado en julio de 1805— quetodos los países unidos sean como Francia; y si reunísdesde las Columnas de Hércules a Kanichaca, es ne-cesario que allá se extiendan las leyes de Francia. ¿Porqué? —se preguntaba en Santa Elena— mi CódigoNapoleón no hubiese servido de base a. un Códigoeuropeo, mi Universidad imperial a una Universidadeuropeaf De tal manera no hubiésemos compuesto másque una sola e idéntica familia. Cada • cual, viajando,no hubiera cesado de encontrarse en su casa.

La tesis napoleónica de las nacionalidades —queserá la doctrina internacional proclamada por el Se-gundo Imperio— ha dado lugar a frecuentes confu-siones, pues se le ha opuesto, erróneamente, a su con-cepción de la unidad europea. No es difícil —comomás adelante veremos— percibir el origen, y fijar exac-tamente la estimación napoleónica del valor de las na-ciones. Uno de mis más grandes pensamientos —afir-mó el Emperador en Santa Elena— fue la aglomera-ción de los misinos pueblos geográficos que han di-suelto, despedazado, las revoluciones y la política. Es-parcidos en Europa se encontraban treinta millones

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_de franceses, quince millones de españoles, quince deitalianos, treinta de alemanes. Habría de precedersea tina simplificación sumaria, formando con los hom-bres de cada uno de esos núcleos dispersos un solo e

'• idéntico cuerpo de nación. Ni lo místico o religiosodel sentimiento nacional, ni su enraizamiento en latierra, ni sü fusión con los muertos, juega en estaapreciación napoleónica. La 'agrupación propugnada es.tan sólo un medio, un escalón, que permitirá realizar •el ideal de la civilización; la unidad de los códigos,de. los principios, de las opiniones y de los intereses;

Porque la realidad natural no es la. nación, sino eltodo supranacional que el Imperio intentara llevar 'acabo: los -mismos principios, el mismo sistema, un Có-digo europeo, una misma moneda.... los mismos pesos,las mismas medidas, las "mismas leyes. Hubiéramosrea-Usado y mantenido —decía en Santa Elena— laemancipación de los pueblos, el reino de los principios;no hubiera habido en Europa más que una sola flota,un ejército único...

La realidad evidente de la unidad europea le había,permitido • acariciar la visión de su gran sueño con-seguido : Mis ocios y mis días de vejes hubieran estadoconsagrados, en compañía de la Emperatriz y duranteel aprendizaje real de mi hijo, a visitar lentamente, enverdadero matrimonio campesino, con nuestros pro-pios caballos, todos los rincones del Imperio, recibien-do las quejas, .enderezando'los errores, sembrando entodas partes los monumentos y los beneficios.

El desterrado de Santa Elena no perdió sus con-vicciones girondinas: ... Llegará, tarde o temprano,por ían fuerza de las cosas; el impulso está dado... El

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primer soberano que, en medio de la primera granlucha abrace de buena fe la causa de los pueblos, seencontrará a la cabeza de toda Europa...

e) Continuidad de Europa.

Cuanto en el pensamiento napoleónico afirma ,1acontinuidad de Europa ha de referirse al segundo tér-mino de la contradicción inicial. Porque él quiere he-redar a los viejos imperios que rigieron el Continente;

. porque aspira a la sucesión, de dos edades.Driault ha señalado el afán de síntesis que ganaba

a.su obra: "¿Santo Imperio Romano Germánico? ¿Ro-mano Germánico? ¿Cómo asociar estos dos epítetos?Ellos juran que están unidos, y no son más que caco-fonía, anarquía política y social, durante diez siglos,hasta Austerlitz..." (51).

Arthur Levy censura, en buen republicano, aquellado del carácter" napoleónico que rinde tributo a latradición eñ la continuidad legítima de las' monarquías."Durante casi toda su vida puso en ellos (los sobe-ranos) una especie de confianza respetuosa en la quela superstición, tenía sin duda tanta parte'como el sen-timiento constante de su oscura extracción... Debemosprestar una importancia real a esta innegable, tenden-cia de su carácter" (52). El orgullo revolucionarioestalla a veces en el hombre: Se ha publicado en nues-tros periódicos —dice el 14 de julio 'de 1805 una ge-nealogía tan ridicula como trivial de la casa Bonapar-

(51) Edouard Driault: Les enscigr.einenis de Napoleón,- La legón deRome. Rev. des Eiv.d. Nap., núm. 87, p. 339.

(52) Artliur Levy: Napoleón et la Paíx, p. 45.

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te. Estas investiguciones son bien pueriles y a todoslos que pregunten de qué tiempo data la casa Bona-parte, la respuesta es bien fácil: data del 18 de Bru-ma-ño... Pero el Emperador •—que verá en la Restau-ración borbónica la obra misteriosa de la magia delpasado— no se librará de tuna gran angustia: Todoesto durará lo que yo; pero, después de mí, mi hijo seconsiderará, dichoso si tiene cuarenta mil francos derenta. En Santa Elena apreció la gran dificultad deun mando, como el suyo, sin la autoridad hereditariade la antigua tradición, privado del prestigio de... lalegitimidad... Lo bueno de la ^aristocracia •—decía'—•'su magia, está en su antigüedad, en el tiempo; y estaseran las únicas cosas que yo no pude crear...

El Imperio sólo se mantendrá si, enlazando con laAntigüedad y la Edad Media, hereda la autoridad delas viejas construcciones históricas. Yo soy un empe-rador romano —decía a Narbonne en 1812—; soy dela mejor rasa de los Césares, aquella que funda. Soyel dueño de Francia, de'Italia y de las tres partes deAlemania •—afirmaba a Canova en 1810—; soy el su-cesor de Carlomagno.

En 1806, advertía a Monseñor Arezzío: El Papame ha coronado, no Rey, sino Emperador de "Francia,y yo sucedo en- derecho no a los • reyes, sino a Carlo-magno. Sus sueños de una supremacía espiritual seapoyaban en el doble recuerdo: París —decía en San-ta Elena— hubiera llegado a ser la capital del mundocristiano y yo habría* dirigido el mundo religioso a la .ves que el político... Habría tenido mis sesiones reli-giosas como mis sesiones legislativas...; hubiera abier-to y cerrado las asambleas, aprobado y publicado sus

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decisiones, tal como hicieron Constantino y Cario-

f) Oriente y Occidente.

Este Imperio, que realizará la unidad y la conti-nuidad de Europa, ¿dónde acaba? ¿Qué límites ha de

"Napoleón —escribe Cassagnac (53)— tenía susrazones para separar a Europa en dos partes: el Orien-te y el Occidente. Y en el Oriente colocaba a Rusia."Como más adelante veremos, la lucha por la continui-dad de Europa le enfrentará con Austria, la batallapor la unidad con Gran Bretaña. De aquí, que sus pa-labras a Fox tengan una gran importancia en el tema.No hay en el mundo —decía al político inglés en sep-tiembre de 1802— más que dos grandes Estados: elOriente y el Occidente... Con matices diferentes,Francia, España, Inglaterra, Italia y Alemania tie-nen las mismas costumbres, los wdsmos. hábitos, lamisma religión, el mismo traje; un hombre no puededesposar más que una mujer; no hay en ellos esclavos.He aquí las grandes cuestiones que dividen en dos alos habitantes del globo que no son salvajes. •

Europa, lo que geográficamente se. llama Europa,se prolonga, sin solución de continuidad, en lo que geo-gráficamente, se llama Asia. Y esa Europa no forma,para Napoleón, una unidad, sino una dualidad. El go-bierno del mundo ha de corresponder a esa doble di-rección. En Napoleón se halla arraigada la convicciónde que ha de existir otro gran Imperio, con el que ha

Í53) Paul de Cassagnac: Napoleón pacifisie, p. 197-ig

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de vivir en la amistosa distribución del mando de loshombres, o con el que lia de luchar —si la armonía nose consigue— -en un último y definitivo encuentro.

La frontera entre ambos Imperios no ofrece dudaspara él. Tampoco se engaña al considerar que la deter-minación y estabilización de tal frontera es una de' lasgrandes dificultades que lian de ofrecerse a la inteli-gencia entre los dos Emperadores.

Aparece aquí, con toda su trascendencia, el proble-ma polaco: El futuro de Europa depende realmente deldestino definitivo de Polonia. Nunca ha reconocidoFrancia el reparto de Polonia —dirá en noviembre de1806 á los diputados de Posen—. Hace al interés deEuropa, al interés de Francia, que Polonia exista. Elrestablecimiento de Polonia —-advertía a Fain" en abrilde 1812— me ha parecido siempre deseable para todbsJÍM potencias de Occidente. Mientras que tal Reino nosea rehecho,, Europa estará sin frontera del lado deAsia, y Austria y Prusia se hallarán frente a- frentedel mayor Imperio del universo: Yo (pieria restablecerel Reino de Polonia —decía en Santa Elena— como'una fuerte y potente barrera contra la ambición ince-sante de los sares. Polonia —afirmaba a Montholon—'es la barrera natural de la Europa occidental contraRusia.

La frontera entre los dos Imperios plantea otroproblema, de idéntica o mayor importancia, - de idénti-ca o mayor dificultad en cuanto a su solución. Proble-ma, en torno al cu'al girará, en gran parte, la vida in-«ternacional del mundo contemporáneo: la cuestión deOriente. Constantino pía -—decía Napoleón a Mene-val— es el Imperio del mundo. También aquí, el acuer-do- entre Napoleón y Alejandro será imposible. Discn-

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tintos muchas veces —decía Napoleón a (Santa Elena-—• la posibilidad y la eventualidad del re-parto, (de Turquía) respecto a Europa; esta proposi-ción me agradó en el primer examen... Sin embargo,cuando consideré fríamente las consecuencias, cuán-do vi el inmenso poder que Rusia alcanzaría con ello.-.,rehusé terminantemente mi concurso. Para Napoleón,Consíantiíiopla en manos de Rusias destruiría lo'él entendía por la balanza política, es decir, el ¡brio de los dos grandes Imperios. Porque Francia, conEgipto., Siria e India, no sería nada en comparación deRusia con las nuevas .posesiones.

' La visión apocalíptica 'del Occidente invadido porlas masas- rusas no le abandonó un momento en SantaElena, O'Meara recogió sus palabras: Veréis a los ru-sos conquistar la India q entrar en Europa con cuatro-cientos mil cosacos, las tribus del desierto y doscientosmil soldados rusos... Esos canallas tienen todo lo ne-cesario para formar excelentes ejércitos; son valientes,activos, soportan la fatiga con perseverancia, se man-tienen con poco, son pobres y no piden otra cosa queenriquecerse... Que un mr intrépido les ofrezca el pi~

• llaje de algunas grandes ciudades y millares de ellos sereunirán bajo sus banderas... Las Cases recogió de suslabios la misma visión: Es imposible no-temblar antela idea de tal masa... que caerá impunemente sobrevosotros, inundándolo iodo si triunfa, retirándose enmedio de los hielos^ en el seno de la desolación, de lamuerte, convertidos -en sus reservas si es derrotada;iodo con la facilidad de reaparecer tan pronto el casolo requiera,.. Que se encuentre un Emperador de Ru-sia valeroso, impetuoso, capas, en una palabra, -un Zar

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JESÚS PABÓK

que tenga "de la barbe au mentón"', y Europa será

g;) Las ideas y los hechos.

¿Ideas solamente? ¿Palabras nada'más? ¿Elucu-braciones despreciables de un "ideólogo"? Evidente-mente, no. Una vez más, los hechos nos servirán de

bras. Con. rigor lógico, las realizaciones del Imperio—íos intentos de realización al menos nos permitiránhacer luz—.

La contradicción inicial —Emperador de la Repu-blica— la hallaremos en el acto •—inicial también— dela • Coronación, gesto simbólico que presidirá la con-quista y la ordenación de la Europa napoleónica.

La idea de la continuidad de Europa dará vida a larivalidad con Austria, a la relación con la Corona Im-perial, de Viena. Empeño doble, por la eliminación ypor la herencia de aquel Poder, que dictará tanto el en-cuentro de Austerlitz como la boda con la Archiduque-sa María Luisa.

La Idea de la unidad de Europa lanzará al Imperionapoleónico al duelo con el Imperio extraeuropeo de laGran Bretaña-, le empujará a las Invasiones del siste-ma continental y, en esa línea, al doble crimen de Ma-drid y de Lisboa.

. Su concepción de los dos Imperios, el de Oriente yel de Occidente, que han de vivir en el armónico repar-to del mando o han de enfrentarse en un encuentro de-cisivo, le llevará a la Ilusión de la paz de Tilsit, y lue-go le hará lanzar el ejército de las veinte naciones con-

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LAS IDEAS Y EL SISTEMA NAPOLEÓNICOS

tra Moscú, en la campaña de Rusia. Intento definitivo;resultado definitivo también.

E) LOS ACONTECIMIENTOS .DEL IMPERIO.

a) La Coronación.

El 2 de diciembre de 1804 tiene lugar este simbóli-co acto de la Coronación. Tres observaciones, nos per-mitirán entender su significación y alcance.

En primer lugar, Napoleón no se corona Rey, no'acude, conforme a la tradición monárquica francesa,a la catedral de Reinis, ante un arzobispo francés. Na-poleón se corona, ante el Papa, en Notre.Bame de Pa-rís: El Papa —dijo, como ya vimos— me. ha coronado,no Rey, sino Emperador...

En segundo lugar, tal ceremonia no supone, paraél, el abandono de la^tesis revolucionaria, que conside-ra- base de su poder la voluntad popular expresada en.el plebiscito. La apelación al pueblo—dijo a Thibau-deau en agosto de 1802— tiene la doble ventaja de le-galizar la prórroga y de purificar el origen de mi po-der•.".. En diciembre de 1812, advertía a Caulaincourt:Primer Cónsul, Emperador, yo he sido el Rey del pue-blo. Y en enero de 1814 decía al Cuerpo Legislativo: ElTrono, sin la nación, no es nada... Vosotros os decísrepresentantes del pueblo, pero no lo sois... No hayotro representante de él más que yo. Cinco millonesde votantes me han llevado, sucesivamente, al Consu-lado, al Consulado vitalicio,-al Imperio... Yo no tengola corona de mis padres, sino de la voluntad de la Na-,ción que me la ha dado.

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JJÍStS PABÓN

Apurando los textos napoleónicos, acaso'hallemostina palabra que parece alterar la pureza de la tesis

revolucionaria. Me debo a mi gloria —decía a Mole en1814—. De ella proceden todos mis derechos... Yo ten-go la Corona de la Nación y de mi espada... He aquí'el lado republicano que alentará en la ceremonia.

Y este lado republicano —tercer punto a subra-yar— habrá de concillarse con la tesis tradicional dela Consagración. ¿Consagración verdadera? ¿Uncióny coronación en un sentido plenamente' religioso ? Tam-bién en esta vertiente los textos napoleónicos nos har

cen pensar en una alteración del contenido de la pala-bra. Tal sospecha nos gana el ánimo a veces. DesdeColonia, el 15 de septiembre de 1804, Napoleón escri-be al Papa: Yo ruego (a Su Santidad) que venga a darel carácter de la religión a la cereinonia.de la Consagra-ción y de la Coronación del primer Emperador de losfranceses. Dos semanas más tarde, una orden de Napo-león parece'advertir su estimación del Pontificado: Tra-tad al Papa como si ttwiese doscientos mil hombres. El5 de. diciembre advierte al cardenal Fesdi: Es indispen-sable que el Papa acelere su marcha. Yo estoy dispuestoa aplazar la ceremonia hasta el 2 de diciembre; si enton-ces el Papa no ha llegado, la Coronación tendrá lugary nos veremos obligados a diferir la Consagración, Evi-dentemente, lo religioso es una fuerza. Pero, ¿ en dón-de reside esta fuerza? ¿Está su virtud en la Verdad?El revolucionario pronunciará en Santa Elena la pa-labra que acaso explique su pensamiento. En su con-cepto de la voluntad popular hemos hallado a "la es-pada"; en la intervención del Papa encontraremos unafán- de "prestigio": La religión católica —dijo a Mon-thoion en Santa Elena-—- es una ayuda todopoderosa

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para la realeza. ¿Qué sería la realeza si no hablase ala imagina-don y reposase solamente -sobre la razónfria?..."Desde el momento que quitáis a la rea-lesa elprestigio que recibe de la unción del Señor, y la so-metéis al frío cálculo de la rasan, deja de ser rea-lesa yllega a ser una magistratura.• No es raro -que las dos ideas, la revolucionaria y

la tradicionalista, se influyan mutuamente'- en tina do-ble alteración. Ambas concurren al problema. Y .el pro-blema es, este: Emperador, elegido por el pueblo, ungi-do por el Papa. He aquí los tres conceptos que juga-rán en la Coronación.

Durante todo 'un mes van llegando al Senado losresultados del plebiscito, que serán llevados a Napo-león precisamente la víspera de la ceremonia religiosa,

' en un intencionado enlace y en una cuidada sucesiónde ambos acontecimientos. Tres millones y medio, con-tra dos mil quinientos votantes, se han pronunciadopor el Imperio:' El Senado, en corporación, acude alas

.Tullerías. Su Presidente, Frangois de Neufcháteau,dice al Emperador que el resultado del plebiscito "haceentrar en puerto el barco de la República. ¡Sí, Señor;de la República!. —añade—. Esta palabra puede herirlos oídos de un soberano ordinario. Aquí la palabraestá en su lugar..." (54). ' • "

Los arquitectos lian transformado la catedral gó-tica en un templo clásico. El sol ha transformado eltiempo lluvioso de la víspera en "una espléndida mafia-

fe) A. Atdard: rlistoire Politíque de la- Revokííiox- Frtmgmse. p. 778;París, 1926.

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JESÚS PABÓN

na. La muchedumbre de los parisinos contempla el es-• pectáeulo de una procesión, espectáculo que la Revolu-ción ha borrado de la vida de Francia; y si saludancon un regocijo desenfadado al curial que, en una muíablanca, abre la marcha, sosteniendo la cruz, se arrodi-llan en'un gesto de respeto súbito ante la figura de.Pío VII que, vestido de blanco, les bendice.

'Una hora más tarde —a.las diez de la mañana—el cortejo imperial parte de las Tullerías. Mufat, go-bernador de París, abre la marcha, caracoleando enun soberbio caballo negro, seguido de un Estado Ma-yor cuya brillantez ciega la vista de los espectadores.El centro del interminable cortejo lo constituye la grancarroza donde van Napoleón y Josefina, José -y Luis.Desde-el Arzobispado, donde los soberanos visten lassuntuosas y pesadas ropas de la ceremonia, marchantodos a pie por una galería de madera hasta la ca-tedral.

Cuatro mariscales llevan "los honores": Serurier,el anillo; Moncey, la cesta para el manto; Murat, elcojín para la corona; Lefebvre,-eí cetro. Lefebvre —elmarido de madame Sans-Géne, figura típica de la courparvenue (55)— camina radiante, contando a su ve-cino, en voz baja, el momento en que, sargento delRey, había presentado las armas en la consagraciónde Luís XVI. A todos llama la atención la serenidaddel Emperador, la desenvoltura de sus maneras, noentorpecidas por la emoción que le g-ana. (Las malaslenguas asegurarán luego que ha empujado con el ce-tro al cardenal Fesch para que aligere el paso.)

El Papa aguarda en el altar. El Emperador se

(55) "V. el cap. "Une Coar Paryenue", en Loáis Madelin: La Frmt-ce de VEmpire, p. 37-531 París, 1926.

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arrodilla y recibe la triple unción. Luego, Josefina esungida a su vez.

La famosa sorpresa no existe; al menos la sorpre-sa del momento. Ciertamente, Pío VII ha abandonado

perador. Así lo hicieron siempre los Pontífices, losArzobispos de Reims, los Prelados que presidieron ta-les ceremonias.

. conocemos el plebiscito de la víspera y las palabras ylos propósitos de • Napoleón. Tengo la corona de lanación y de mi espada. Sí el Papa tarda, se aplazarála consagración, nada más.)

El 30 de noviembre, en París ya,'Pío VII ha reci-bido el texto del ceremonial, tal como ha sido redac-tado por Cambacéres, Champagny, Portalis y Segur»Las palabras rituales que' conciernen a la espada hansido modificadas; el Papa 110 dirá Ubi concessum, sinooblatum; no dará, sino presentará la espada. El Papa—sobre todo— no coronará. '

"El Emperador, consagrado, sube las gradas delaltar; sobre este altar reposa la llamada corona deCarlomagno; la coge firmemente y la coloca sobre sucabeza, la mano izquierda en el pomo de la espada queacaba de recibir. Después toma la corona de la Em-peratriz, que aguarda arrodillada al pie de las gradas.El coloca, un instante, sobre su propia cabeza estanueva corona, y descendiendo los escalones con pasolento y seguro, corona, con una dalzura que no esciertamente fingida, a la mujer, sacudida de emo-

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JKSÍTS PAHl'ttí

(56). El Papa les bendice. Los asistentes lesadaman. La másíca llena, triunfal, las naves.

Después, Pío VII se retira para no asistir al ju-ramento, en el que se habla del territorio de la Repo-

de las leyes del Concordato, de. la libertad dey de la igualdad de derechos, de ios bienes na-

El cortejo imperial vuelve a las Tullerías, dandoun rodeo interminable para satisfacción de los parisi-nos. A las seis y media de la tarde Napoleón puede,al fin, despojarse de la corona. Ni la emoción ni laduración de la fiesta le han .quebrantado; no muestra

La idea de la continuidad —liemos dicho— dicta-

francés por eliminar y por heredar el Imperio que Vie-na ostenta. .Guerra implacable, a veces; paz, algunavef, tan estrecha, "que será sellada con la fusión de¡a sangre.

El título, por sí solo, parece crear la rivalidad. "Laapropiación "del título imperial... fue un serio motivo(para ía ruptura de 1805), ydt la más aguda impor-tancia moral para Austria, que conservaba el viejotítulo imperial. Algo como los celos de mil años antesentre el antiguo título romano imperial de Constañ-tinopla y el nuevo título imperial de Carlomagno" (57).

Pero la nueva rivalidad no craedará en unos celos

(56) Loáis Madelin: I/Avenement de VSmpire, p. 306.(57) Beííoc: Napoleón, P- 33-

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por la ostentación del nombre, sino que será una luchapor el dominio ef ectivo que el nombre encierra. Apartela variedad de tierras y de razas que forman su pa-trimonio en el Estes Viena manda, en el Oeste, n caba-llo sobre dos pueblos: el alemán en el Norte, el ita-liano al Sur. Antes y después de Napoleón, esa hege-monía víenesa descansará sobre la división, en peque-ños Estados, de Alemania y de Italia.

El Imperio napoleónico intentará que París sus-tituya a Viena en* el dominio sobre ambos pueblos:no de-otra manera será posible el piando en el Con-tinente. Pero las ideas de Napoleón introducen aquíuna variante de importancia decisiva; la autoridad delImperio en tales tierras no necesita de la división deellas en reinos numerosos y de escasa extensión: porel contrario, todo asonseja la reunión de italianos yalemanes en el menor número posible-de Estados, ca-mino de la unidad. Esta unidad -—cercana o lejana,posible'o conveniente en un momento difícil de deter-minar, realizable por etapas que suponen diversasagrupaciones, previas—• es un pensamiento bastante

" firme en Napoleón, y responde a aquella simplificaciónsumaria mediante la cual los núcleos nacionales per-mitirán la "realización superior de la unidad deEuropa.

En cuanto a Italia, el pensamiento es claro. 'Tengo•grandes proyectos sobre Italia —decía Napoleón aBourrienne en marzo de 1802—; es preciso' que seconvierta en un reino que comprenda todos los paísessituados más allá de los "Alpes,, desde Ven-ecia hastael pie de los Alpes marítimos... Haremos (de Roma)la capital de Italia —afirmaba a Canova en I8TO—• yle reuniremos además Ñapóles... En Santa Elena pun-

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tualizó los obstáculos que se oponían a este proyecto:i.c, las posesiones que tenían las potencias extranje-ras; 2.a, el espíritu localista; 3.°, la residencia de losPapas en Roma.

Alemania ofrece, en primer término, como enti-dad diferente de Austria y de Prasia, una gran ven-taja para Francia: Si la corporación germánicano existiese •-—escribe al Directorio en mayo del797 (58)—, sería necesario crearla expresamentepara nuestra conveniencia. Pero esta conveniencia exi-ge la simplificación: Hubiera sido más útil para Frait-cia -^-decía en Santa Elena—- que Alemania, aparteAustria y Prusia, hubiese estado dividida en otras tresmonarquías suficientemente poderosas para defender

A Alemania y a Italia les alcanza el mismo prin-cipio: Europa no estará tranquila hasta que las cosasse encuentren así: los límites naturales...

La tarea se inicia en la política exterior del Con-sulado,, ante aquellos acontecimientos que le permiten,en medio de su actitud general conciliadora, proseguirel empeño girondino.

Suiza,, en primer lugar. Las tropas francesas res-tablecen el orden turbado por la guerra civil. En 1803,el Primer Cónsul dicta el Acta de mediación, j seconvierte en mediador entre las facciones interioresy entre la Confederación Helvética y los demás países.En realidad, Francia tiene ya un Primer Estado va-

(58) Damas-Hinard: Dictiotmaire-Napoleon, p. 17; París, 1854.

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sallo, que viene obligado a facilitarle un contingentede dieciséis mil hombres.

El Primer Cónsul interviene en los asuntos de Ale-mania, conforme a los proyectos de la República aca-riciados desde 1795. En París, los príncipes alemanesrodean a Talleyrand. En 1803 la Dieta registra lasdecisiones del Primer Cónsul, y los Estados del- Im-perio se reducen de 360 a 82. Las ciudades libres y

' los principados eclesiásticos suprimidos benefician alos soberanos clientes de Francia: los de Prusia, Ba-viera y "Wurtemberg. Simplificación sumaria, eviden-temente. . -

En cuanto a Italia, la intervención es más decidi-da aún. Francia se anexiona el Píamente y la isla deElba en 1802,, En enero del mismo año el Primer Cón-sul es elegido Presidente de la República Italiana—nombre nuevo de la República Cisalpina—_ cuyo te-rritorio se agranda con el Ducado de Parma, a lamuerte del Duque.

Proclamado Emperador, Napoleón se hace coro-nar, en mayo de 1805, rey de Italia. El Emperador delos franceses,. Napoleón I —dice el decreto, fechadoen París el día 17 de marzo— es Rey de Italia. La co-rona de Italia es hereditaria en su descendencia di-recta. Al tomar la corona de hierro y colocarla sobremi cabeza •—-asegura Napoleón en Milán— he agre-gado estas palabras: Dios me la da, desdichado el quela toque...

En junio de 1805 Francia se anexiona Genova.Ante la reanudación de la guerra con Gran Bretaña,Napoleón ocupa los puertos napolitanos. En realidad,Italia está en sus manos.

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La proclamación -del Imperio y la intervención enItalia ponen fin a toda vacilación austríaca. CuantoViena significa se.halla en juego y sólo podrá sal-varse medíante ía victoria de la Tercera Coalición.Austria será la fuerza- de choque contra Francia. Las"batallas modelo" de ülni y de Austerlitz —modelola primera también—- suponen sil derrota. La paz quese siga liquidará las cuentas austro-francesas.

Cuando el 3 de diciembre de 1805, al día siguientede Austeriitz, el Emperador de Austria, Francisco II,comparece ante Napoleón en el molino de Spaleny nose hace ilusiones. Alto y delgado, pálido y triste, unviejo a los cuarenta años, oye a Napoleón excusarsede la incomodidad en que le recibe: "Estos son lospalacios que V. M. me obliga a habitar hace tres me-ses." "En estas estancias -—le ''responde— os va bas-tante bien; no hay motivo para que me lo tengáis encuenta."

El vencedor otorga el armisticio, que ha de llevara "una rápida paz". ¿Qué paz? Lo que permite pun-tualizar el pensamiento de Napoleón es su oposición,al pensamiento de Tálleyrand, quien el 17 de octubrede 1805 le ha expuesto en una Memoria sus puntosde vista respecto a la indudable victoria. Tálleyrandse mantiene en la vieja línea monárquica, siguiendoa' Clioiseul y Vergennes, buscando el equilibrio deEuropa en la alianza de Francia y Austria frente aldoble poder de Prusiay Rusia. Francia —"Francia esbastante grande..."— reducida a sus límites naturales,reconocidos aíiora por Austria, buscaría, 110 el despo-jo, sino la amistad del enemigo de la víspera. Fuerade los límites naturales se impone la renuncia a cual-quier territorio, fuente -de discordias." ''La existencia

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de tal masa (la Monarquía austríaca) es necesaria. EsIndispensable a la salud de las naciones civilizadas."

La Paz de Presburgo, que Napoleón impone el 25de diciembre de 1805, rechaza de manera tajante elpensamiento del equilibrio, incompatible con el Impe-rio que el vencedor ambiciona. Despojo de Austria;Venecia, anexionada al reino de Italia; Isíria (excep-tuado Trieste) y Dalmacia para Francia; el Tiro! yel Trentino para la-Baviera-amiga; Suavia para elsoberano amigo de Wurtemberg. El "castigo" de Ná-•poles termina la obra en sus trazos fundamentales.Austria ha sido expulsada de-Alemania y de Italia;tal- supone la liquidación de la paz.

Tras la paz de Presburgo, el Imperio se organiza.La Cuarta Dinastía ocupa los primeros-puestos; enmarzo de 1806, José Bonaparte es rey de Ñapóles;meses más tarde, Luis es rey de Holanda.

Alemania camina hacia la unidad bajo la protec-ción francesa; los Duques de Baviera y'Wurtembergreciben la 'corona real; los de Hesse-Darmstadt yBadén son hechos Grandes Duques; Hannovcr pasaa -Prusia; a la orilla del Rhin, el Gran. Ducado de Bergencuentra en-Murat su soberano.

Quince príncipes'de la Alemania del Oeste y delSur se separan de .Austria y. forman la' Confederacióndel Rhin, cuya Dieta residirá en Francfort, capital.Napoleón —*-Rey de- Italia ya— es ahora Protector dela Confederación del Rhin, soberano alemán; le co- •rresponde el derecho de veto, la dirección de la polí-tica exterior, el mando del Ejército. El 1 de agostode 1806 Napoleón y los príncipes de la Confederacióncomunican a los soberanos de Europa el fin del SantoImperio Romano Germánico, constituido por Otón el

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Grande en 962. Francisco II, Emperador de Alemania,quedará en. Francisco I, Emperador hereditario de

La historia es conocida, y su evocación sólo enun aspecto nos concierne. Austria vuelve a la lucha enla Quinta Coalición; la batalla de Wagram lleva a laPaz de Viena de 14 de octubre de 1809. Nuevo des-pojo de las tierras dependientes de Viena en favor deFrancia y de los Estados amigos: Salzburgo para ga-viera; la Galitzia occidental para el Gran Ducado deVarsovia; Trieste, Fiume, Carintia, Camiola y Croa-cia forman, con la Dalmacia, las Provincias Hincas,parte del Imperio,

Liquidación de Viena, cuyo poder posee París.- Trasla eliminación, la sucesión. Entre las consecuencias dela Paz de Viena, la más importante -—la más signifi-cativa— es la unión del Emperador Napoleón I con lahija del Emperador Francisco II.

La idea del .divorcio es vieja en Napoleón, y seremonta al año 1799, con motivo de las infidelidadesde la Generala Bonaparte. Infidelidades perdonadas,olvidadas acaso, borradas en la gloria de la corona-ción y en la intimidad del matrimonio religioso cele-brado la víspera.

Pero el Emperador no puede apartar su pensa-miento del problema de la sucesión que los aconteci-mientos hacen cada día más grave. Una duda man-

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tiene la irresolución• del marido: ¿en cuál de ios es-posos reside la causa de la esterilidad del matrimonio ?Al- volver de Austerlitz, Napoleón fijó sus ojos enMlle. Denuelle, la linda lectora de su hermana Caro-lina; de aquella inclinación del Emperador nació, endiciembre de 1806, un niño, "el otro^ aguilucho", elcalamitoso Conde León (59)= Y la duda quedó desva-necida ; se hallaba desvanecida cuando la Paz de 'Viena.

El 30 de noviembre de 1809, a solas en la mesael matrimonio, Napoleón confesó su propósito y Jose-fina sufrió un ataque de nervios verdaderamente im-,periaL Quince días más tarde, en reunión solemne defamilia y ante el archicanciller Cambacéres, tuvo lu-gar la separación. Ella ha embellecido quince a-ños demi vida —dijo el Emperador— (6o),

En la lista de princesas, sólo las rusas y las aus-tríacas • pueden llenar la ambición napoleónica de unenlace político. El proyecto de un casamiento con laGran Duquesa Catalina, hermana de Alejandro I, tro-pieza con la oposición de la Exnperatriz viuda, MaríaPedorofna, que detesta a Napoleón, y que casa a suhija, precipitadamente, con un Duque de Holstein, paraeludir el problema. El segundo proyecto .-—matrimoniocon la Gran Duquesa Ana— no es, en el pensamientonapoleónico, más que-un medio de presionar y decidira la Corte de Viena.• El acuerdo logróse rápidamente, pues se hallaban

conformes en la conveniencia del enlace Napoleón yMetternich. Wuy adelantadas las negociaciones, la Ar-

(59) G. Lenotre: Napoleón. Croquis de la Epopeya. Versión espa-ñola, p. 224; Barcelona, 1935. -

(60) Charles Kunstler: La liie privée de Vlmperatrice Josephine,p. 192-197; París, 1939. •

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cMduqttesa María Luisa, que las desconocía totalmen-te, escribía a la Condesa de Colloredo: "Dejo a lasgentes hablar y no me ocupo .en ;absoluto del caso.Compadezco tan sólo a la pobre princesa que él escoja,porque no seré yo seguramente la víctima de la polí-tica." Días más tarde surgen en ella la inquietud y laresignación:' "Pongo mi suerte en las manos de la Di-vina Pro videncia... Estoy dispuesta al sacrificio de mifelicidad personal." (61).

Llena de las ideas qáe sobre Napoleón corrían enla Corte vienesa, María Luisa no podía imaginar al"ogro" entregado a la ilusión de. aquel matrimonio,realización plena de todos sus sueños. El Emperadoraparecía-transformado a los ojos de sus cortesanos;cuidaba por primera vez en su vida de vestir a la moda,montaba a caballo para adelgazar, aprendía a danzarpara complacer a María Luisa, cuya afición al baile, co-nocía. Cuidó todos los detalles del viaje d.c la Archi-duquesa e hizo que en los relevos encontrase ramosde flores. Avanzó de incógnito, acompañado por Mu-rat, deseoso de proporcionarle y gozar un encuentro,romántico. Todo lo humano vibraba en el regocijo delEmperador. "Señor, vuestros retratos no os favore-cen", dijo graciosamente María Luisa cuando, el gritodel postillón le descubrió al desconocido que avanzabahacia ella en Courcelles.

El matrimonio civil tuvo lugar- en Saint-Cloud eli de abril. Al día siguiente se celebró el matrimonioreligioso. Un gran cortejo de .treinta carruajes pasópor el Arco del Triunfo, y entre ellos el coche de la Co-ronación ocupado por los .Emperadores. En el Salón

(ól) G. Vaíbert: "Lettres Intimes de. TEttiperaírice l iarle Lotiise".Revtte des Deux Mondes, LXXXII, p. 68-8; París, i de agosto de 1887.

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U S IDEAS.Y EL SISTEMA KAPOLEQNICOS

dei Louvre, transformado en capilla, el Carde-nal Fesch bendijo la unión. Catalina y Julia, Reinasde Westfalia y de España, Elisa, Paulina y Hortensiallevaron el manto de la Emperatriz. (Una sombra so-lamente oscureció, de paso, la felicidad de Napoleón:trece cardenales faltaron a la ceremonia, inquebran-tables en la apreciación de la validez del primer ma-trimonio del Emperador.)

En el banquete celebrado más tarde en las Tulle-rías, Meíternich brindó por el futuro heredero, salu-dándole como "Rey de Roma" (62). El viejo título apli-cado al niño, por cuyas venas había de correr la san-gre revolucionaria de Bonaparte y la sangre imperialde los Habsburgo, era la perfecta expresión del sueño

• napoleónico.'"Este matrimonio —escribe Driault— (63) asocia-

ba la autoridad nueva del Emperador Napoleón con-laautoridad secular de los emperadores del antiguo ré-gimen; parecía continuar la abdicación que el Empe-rador de. Austria había hecho del Imperio de Alema-nia después de Austerlitz; parecía que abandonaba enel Emperador Napoleón la sucesión imperial o el Im-perio de Europa."

De la doble tarea por la eliminación y la sucesióndel Imperio, que había dado lugar a la guerra con elEmperador y al matrimonio con la Archiduquesa, seburlaba una copla parisién:

" (62) M. E. Ravage: La vida de María Luisa, la Emperatriz inocen-te. Versión española, p. 139; 'Madrid, 1933.

(63) Edouard ••Driáiilt: Les enseignemenfs de Napoleón. Le $y$1e-mecontinental, p. 278. Y también: Napoleón ei VEurope. Le Grond Empire,p. 53; París, 1924. .

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JESÚS PABÓN

Tout d'abord on rosse I'papa,puis on conche anjee la filie...

En una hora trágica —junio de 1813— Napoleónrepitió a Metternich su pensamiento de "mediador":Al desposar una Archiduquesa yo quise unir el pre-sente y el pasado; los prejuicios góticos y ias institu-ciones de mi siglo. Y añadió: Me he engañado y hoyme doy cuenta de toda la extensión de mi error. Por-que la conciliación no se había logrado, y, tras la cam-paña de Rusia, Austria levantaba-de nuevo sus ejér-citos contra los ejércitos de Napoleón, para una luchaque haría trágicamente inútil el único fruto de la alian-za de Bonapartes y Habsburgos: la vida del Rey de

. c) Fas y guerra con Rusia.

A la vez que este empeño de identificación histó-rica con el Imperio austríaco,' Napoleón tuvo el de ladiferenciación histórica y geográfica con .el Imperio-ruso. Ser Emperador de Occidente, y al mismo tiem-po establecer la separación con el indispensable Empe-rador de Oriente.

Desde el comienzo de su mando, el Primer Cónsulbusca la amistad rusa, como contrapeso al común es-fuerzo de las naciones que rodean a Francia. Después^cuando las ideas y las realizaciones del Imperio napo-leónico avanzan, su concepción de la dualidad Oriente-Occidente le lleva a buscar, en la amistad con Rusia,el reparto del poder necesario al reposo del mundo.Cuando piense que su Imperio está constituido y con-sidere fracasado el intento de una pacífica inteligencia

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con Rusia, se lanzará al encuentro decisivo, única ma-nera de resolver el problema.

Por su organización interna, todo depende en Ru-sia de un hombre. Este hombre, cuando. Napoleón ocu-pa el Poder como Primer Cónsul, es Pablo I.

Pablo I es la reacción eslavófila contra los modosde Catalina II, reacción impulsada por un loco, quepasea en un triunfo macabro el cadáver de su padre,que restablece la igualdad de clases en la masa, rusaante el mando despótico del Zar, que intenta el retornosimple a la vida oriental. "Hemos vuelto a retrocedera lo más hondo del Asia", escribe un testigo de los.comienzos de su mando (64). Buen soberano para lahorda eñ que Napoleón piensa: los rusoSj los calmu-cos, los cosacos, estos pueblos que invadieron antañoel Imperio romano.

Desmedido en sus impulsos, el amor de una actrizfrancesa •—Mme. Chevalier— y la victoria de Maren-go, despiertan el' entusiasmo del .Zar .por Napoleón,cuyas campañas serán objeto de estudio obligatorio enlas escuelas militares rusas. El Primer Cónsul se em-plea en la aproximación: siete mil prisioneros rusos.que Inglaterra y Austria se niegan a cambiar por pri-sioneros franceses serán - devueltos generosamente alZar, equipados de nuevo^ con sus banderas y sus ar-mas. Pablo I expulsa brutalmente de Mitau aLuis XVIII y a los suyos, que han de emprender lamarcha a pie bajo una tempestad de nieve. Entre los

(64) Nikolai Sementcywslá-'Kurilo: Alejandro 1. Versión española,p. 48; Madrid, 1941.

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JESÚS PABÓN

dos hombres se acarician grandes proyectos contra In-glaterra, enemigo común: Napoleón propone a Pablo Ila apertura del Canal de Suez; Pablo I a Napoleón la

dino de Brissot (65).-Todo depende del hombre, y el hombre es asesi-

nado el 24 de marzo de '1801.Al loco de una-pieza que fue-Pablo I le sucede un

cuerdo de varias piezas, inestable e inasequible. Un con-traste físico entre el "monstruo con cabeza de muer-to" y el hermoso, elegante y joven Zar. Un contraste

. de propósito inicial: "Todo —advierte Alejandro I—tornará a ser como en tiempos de la abuela." Un coa-traste entre ia continuidad ciega del padre y la capa-cidad de cambio del hijos soñador liberal bajo el pre-ceptor, suizo La Harpe, soberano a la rusa con el tiem-po; descreído'"a lo filósofo" un día, después místicoextraviado bajo la influencia de la Kriidener. Una mu-jer que le conoció íntimamente dijo de él: "Carece defondo." Y Napoleón advirtió: No 'se podría tener másingenio -que el Emperador Alejandro; pero veo quefalta una pieza en su carácter y me es imposible des-cubrir cuál sea (66).

Impulsivo, impresionable, inestable, _ el secreto desu carácter es el tormento de la conciencia que en-cuentra la sangre del padre en el origen de su mando.Xa conspiración a que-había dado su consentimientoacabó en el crimen. A su amigo el Príncipe Adam Czar-torísky le dijo un día: "No hay salvación para mí;

(65) Aloert Sorel: L'Europe et la Reoolutimi Pran^aise, III, p. 261.(65) M. Paleólogos: Alejandro I. Versión,española, p. 7 y 8; Santia-

go de CMIe, 1937,

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LAS IDEAS Y EL SISTEMA NAPOLEÓNICOS

he de sufrir." (67). El propósito y la conducía de Ale-jandro se hallarán turbados constantemente por el re-

f la acción cambiante, que leharán inasequible al intento napoleónico de fijaríojcomo amigo o como enemigo.

La relación franco-rusa (mejor aún, -la relación

poleónico/; la entrevista de Erfurt," transición en queAlejandro escapa al proyecto'del otro Emperador;-lacampaña de'Rusia, en qtte los dos Imperios resuelvencon las armas el pleito. Bajo tal ítiz hemos de verlos

El esfjierzo de Napoleón por lograr la buena dis-

en amistad su hostilidad inicial hacia Francia, fracasaen sus primeros intentos. El 25 de,noviembre de 1805,en vísperas de Aasterlitz, Napoleón llama- a su. ayu-dante, el General Savary: Id a Olwiüia, entregad estacarta al Emperador de Rusia, y decidle que habiendosabido que se encuentra en su Ejército os he enviadoa saludarle de mi parte. La carta., que contenía un ofre-cimiento de amistad, obtuvo por toda respuesta tanabreve nota dirigida "Al jefe del Gobierno francés."Tras la gran batalla, con el deseo de "hacer algunacosa agradable al Emperador Alejandro", Napoleón,recordando la emoción producida en Pablo I por la

{67) N. Sementawski-Ktirilo: Alejandro I, p. 71.

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JESÚS PABÓX

liberación de los prisioneros rusos, envía al Zar lossoldados capturados de su Guardia Imperial. Vadam-me protesta: "Hacerles gracia hoy es querer que'seencuentren en París dentro de seis años." (68).

Nada logra impedir el que Rusia forme, con Pru-sia e Inglaterra, en la Cuarta Coalición. En Jena yAuerstacdt, Napoleón vence a los prusianos; en Eylauy Friedland a los rusos. La victoria francesa y la con-ducta inglesa en la Coalición dan lugar al cambio deAlejandro y le empujan al acuerdo de Tilsit.

Acaso ningún otro punto de la política napoleónicahaya sido estudiado tan concienzuda y minuciosamen-te como este de la relación entre los dos Emperadores:Tatischeff, Sorel, el Gran Duque Nicolás Micaílovich,Vandal, Driault le han dedicado excelentes páginas.Las conclusiones de alguno de ellos, que, basadas enla consideración de los pormenores, tratan de borrarla línea sencilla del propósito napoleónico, no logranconvencernos. El propósito es claro y simple. Su reali-zación '—difícil y compleja porque juegan en ella in-tereses nacionales y dinásticos-— no contradice la exis-tencia de aquella voluntad napoleónica.

El "escenario heroico, que ha llegado a ser clásico,y que constituye para muchos, 'para la mayor partetal vez, el interés esencial de la entrevista", provocala ironía de Driault, pero no logra, en nuestro ánimo,el quebrantamiento de la tesis a que tal ironía alude."La balsa del Niemen, las largas conversaciones delos dos Emperadores hasta la noche, sus paseos in-terminables a través de las calles de la pequeña ciu-dad, sus marchas a caballo en los campos, la revista

(68) Pao! de Cassagnac: Napoleón paáfisie, p. 265-269.

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LAS IDEAS Y EL SISTEMA NAPOLEÓNICOS

de las tropas, las cruces distribuidas a los más valien-tess las borracheras de los granaderos de las dos guar-dias, sus gritos entusiastas: ¡Viva el Emperador deOriente! ¡Viva el Emperador de Occidente!" (69)

Una ves de acuerdo, Francia y Rusia podrán do-minar el mundo, dirá Napoleón. Ante el mapa de Euro-pa, señala el Vístula al Príncipe Lobanof: lie aquí d

de los dos Imperios. Vuestro señor debe domi-de un lado, yo del' otro (70). "Era •—escribe

Driault— el comienzo de la empresa de seducción queconstituye toda la entrevista de Tilsit."

"Yo odio a los ingleses tanto como vos", dice Ale-jandro. Junto a este sentimiento le mueve la grandezadel juego diplomático, la actitud del vencedor, que noparece buscar su humillación, sino su amistad. Peroel más ilusionado —como Sorel advierte— es Napo-león. Acabo de ver al Emperador Alejandro en mediodel Niemen sobre una balsa en la que se había levan-•tado un hermoso pabellón —escribe el 25 de -junio de1807—•. He quedado muy contento- de él; es un her-tnoso, bueno y joven'Emperador;'tiene mucha más in-teligencia de la que comúnmente se piensa. Y el 3 dejulio advierte a Fouché: Cuidad de que no sean dichasmás tonterías, directa o indirecta-mente, respecto a Ru-sia. Todo lleva a pensar que nuestro sistema va aligarse con esta potencia de una manera estable. Van-dal ha escrito las que Villat encuentra "hermosas pá-ginas, demasiado hermosas páginas" (71): "Napoleón

(69) Edouard Driault: Napoleón et l'Europe. Tilsit, p. 155; París,1917.

(70) Serge Tatisdieíf: Alejandro Isr et Napoleón, d'aprés leur corres-pondence inegtite, p. 140; París, 1891.

(71) Louis Villat: Napoleón, p. 122; París, 1936.

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es la acción; Alejandro es el sueño... Perdido y cons-ternado, el Zar no pide más que la paz y se asombraal encontrar un vencedor que le consuela de su derro-ta y le hace esperar de una alianza todas las ventajasque hubiera obtenido de una victoria..."

El más ilusionado, fue, no obstante, Napoleón.Cuando en Santa Elena se le preguntó por el momentoen que había sido más dichoso, respondió a Gourgaud:Tal ves en Tilsit.

Para evitar en el Tratado la derrota rusa, Prusiaserá Ja vencida. Reducida, a cuatro provincias •—Bran-deburgo, Pomerania, Silesia y la Prusia del e ''primerdía de 1772"—, se la humillaba, dejándole tales tie-rras "por consideración a S. M. el Emperador de todaslas Rusias". En vano la belleza y las lágrimas de laReina Luisa intentaron limitar el desastre: Para ha-cerla cambiar —escribía Napoleón— le rogué que se•sentase. Nada corta mejor uña escena trágica, porquecuando se está, 'sentado se • transforma en comedia...

' Rusia, por su parte, se aviene al Imperio napoleó-nico, reconociendo las transformaciones realizadas enOccidente, abandonando Cattaro y las islas Jónicas. Ymediante tina alianza secreta se • compromete al blo-1

queo y a' la guerra con Gran Bretaña, si esta naciónno acepta la mediación rusa en el pleito franco-inglés.

En el acuerdo surgen, claro les, los dos grandesproblemas: "Un mapa de Turquía* estaba desplegadoante ellos. Alejandro señaló Constantinopla. ¡No!—gritó Napoleón—. ¡No, Constantinopla, jamás, por-que ése es el Imperio del mundo! Y la cuestión fuereservada al porvenir de la alianza." (72). Se elude e!

(73) Albert Sorel: UEv.rape ei l& Revoluiian Frangíase, vol.•p. iyg,; París,

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problema, se le deja al futuro, como "una prima a laalianza", según la frase de Driatilt. "Las dos altaspartes contratantes se entenderán para sustraer todaslas provincias del Imperio otomano en Etirópa} excep-tuadas la ciudad de Constantinopla y la provincia de-Rumelia, al -yugo y a las vejaciones de los tarcos."

Napoleón desea eludir también el tema de Polo-nia, en el que Alejandro parece ahora mejor dispuesto.Es preciso encontrar a 'alguien para colocarle allí, queno haga sombra ni a Rusia ni a Austria. El Ducadode Varsovia es —según Vandal— una "concepción de-fensiva55 de Napoleón, llamada "casi inevitablementea tomar el aspecto ofensivo55; pese a todo disimulo,"embrión de Polonia". "Debía .transformarse —es-cribe Handelsman (73)— -̂ en la extrema frontera delgran Imperio napoleónico, obligar a Rusia a persistiren la vía de sus compromisos, vigilarla, separarla deFrancia, y al mismo tiempo constituir un obstáculopermanente a una alianza durable entre los dos Impe-dios que se habían repartido la dominación de-

El Imperio se reorganiza de nuevo tras el destro-zo de Prusia. El reino de Westfalia pasa a la CuartaDinastía en la persona de Jerónimo Bonaparíe. ElGran-Ducado de Varsovia es atribuido al Elector deSajorna. El Electorado de Sajorna se transforma enreino. Los tres Estados entran en la Confederación

La nueva, situación nos permite percibir, bajo elacuerdo, las dificultades no resueltas: Turquía y Po-lonia. Aliabas darán lugar al gran problema. "No son

(73) Marcel Handelsman": Napoleón et la Pologne, p. 135 y 136; Pa-rís, 1909. •

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más que dos para gobernar el Continente •—escribeSorel—. ¿Cuál de los dos gobernará al otro?"

* * *

El desarrollo de la alianza de Tilsit es una obse-sión para Alejandro I, que lia accedido a los cambiosrealizados en Occidente por .Napoleón y que aspira arealizar los -que convienen a Rusia en el Oriente. Pre-tende, por lo pronto, agregar a su Imperio los princi-pados rumanos de Moldavia y Valaquia, que ha ocu-pado en guerra con los turcos. Napoleón exige, encompensación, la Silesia. Y el caso queda sin resolver.Luego, para que Alejandro dé por buena su interven-ción en España, Napoleón empuja al Zar a la lucha,con Suecia y a la ocupación de Finlandia. No por. elloabandona Alejandro sus propósitos respecto a Tur-quía, es decir, el reparto dejado al futuro en Tilsit.El 2 de febrero.'de 1808 Napoleón escribe a Alejan-dro : Sólo por medio de grandes y vastas medidas po-demos llegar a la paz y 'consolidar nuestro sistema.La famosa carta vuelve al gran proyecto; tras la con-quista de Turquía, la marcha sobre la India. En estaspocas líneas muestro a V-. 'M. mi ahna toda entera.La obra de •Tilsit regulará los destinos del mundo.

El desarrollo de aquel acuerdo, las ambiciones-deambos Emperadores, el curso de los acontecimientos,todo exige un nuevo contacto personal de Napoleóny Alejandro. De aquí las' conversaciones de Erfurt,que tienen lugar desde el 27 de septiembre al 14 deoctubre de 1808. Cuando se inician, la situación deNapoleón es muy distinta ala de Tilsit; la guerra pen-insular ha proporcionado a su Ejército las capitula-

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clones de Bailen y de Cintra; ante tales reveses, laactitud de Austria lia. cambiado; en definitiva, el Im-perio atraviesa un momento angustioso.

Como en Tilsit, más aún que en Tilsit, Napoleónprepara cuidadosamente el escenario, atento a la im-presionabilidad del carácter de Alejandro. Vais a 'ac-tuar —advierte a Taima—- ante un "parterre" de re-yes; dos emperadores, cuatro reyes, treinta y cuatropríncipes. Elige las piezas teatrales: Rdipo, ante' unade cuyas, frases —"L'amitié d'un grand nomine estun prcsent des clieux"—• los dos Emperadores se estre-charán las manos. Quina3 donde se habla der 'los crí-menes de Estado que se hacen por la corona", fraseexcelente^ sobre todo para los alemanes... que hablanaún de la muerte del Duque de Enghien... La guardiasaludaría con un número de redobles distintos, y se-gún su 'categoría, a los príncipes asistentes. Un día,ante una confusión habida con el soberano de Wur-temberg", el oficial gritó a ios soldados: "¡Basta; noveis que no es más que un rey!"

'Napoleón" no trata ahora de obtener, como en lashoras felices de Tilsit, el asentimiento "a su indiscu-tible dominio; 'necesita que el Zar apruebe su conductaen España y que "enseñe los dientes a Austria", cuyaactitud nuevamente hostil le pone en grave aprieto.Ha de consentir, por lo pronto, en la ocupación de losprincipados rumanos y de Finlandia, lia de ofrecer laevacuación francesa de Varsovia. Obtiene la aproba-ción de su acción en España, pero tropieza con unaresistencia obstinada en cuanto a la amenaza rusa res-pecto a Austria. En vano se muestra colérico. "Vossois violento, pero yo soy obstinado •—le advierte elZar—•. Nada se logra de mí por la violencia."

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actitud de, Alejandro -—y el fracaso de Erfurt,.por tanto— es obra de Talleyrand. "En Erfurt he sal-vado a Europa —dirá más adelante el Príncipe deBenevento— de un completo trastorno." Las razonesde la actitud de Talleyrand son varias, y van desde suconcepción internacional del equilibrio al interés per-sonal deshonesto. "Señor —dice a Alejandro—, ¿quévenís a hacer aquí ? Os toca salvar a Europa, y sólo lolograréis haciendo frente a Napoleón. El pueblo fran-cés es civilizado, su soberano no lo es; el soberano deRusia es civilizado y su pueblo no; corresponde al so-berano de ílusia ser el aliado del pueblo francés." Enotra conversación le expone su tesis política del mo-mento: "El RMn, los Alpes y los Pirineos son la con-quista de Francia; el resto es la conquista del Em-perador." Sus' consejos a Alejandro y sus informesa Matternich constituyen una traición (74). El Zarescribe ai Emperador de Austria tranquilizándole so-bre, los resultados de Erfurt: "el último'servicio'quehe podido prestar a Europa, —dirá Talleyrand— du-rante el reinado de Napoleón...". . <•

El 14 de octubre el Zar sale de Erfurt. Napoleónle acompaña durante dos' horas. Se separan tras abra-zarse. Ya no volverán a encontrarse sino como ene-migos en el campo de batalla.

El fracaso de Erfurt queda probado en ia inerciarusa ante la guerra franco-austríaca de la Quinta Coa-

(74) JLacoar-Gayei: Tatteyrand, II, B. 238-5

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lición. Desde entonces, la alianza oficial ruso-francesano oculta una hostilidad creciente en cada nueva fric-ción. El matrimonio austríaco, el establecimiento deBernadotte en Suecia? la anexión del Ducado de 01-denburgo, la incorporación de .las ciudades hanseáti-cas, por parte de Napoleón. La apertura de los puertosrusos, las tasas á las importaciones francesas, el in-tento de apoderarse por sorpresa de Varsovia, por par-te de Alejandro. En 1811 los dos soberanos se entre-gan a grandes • preparativos militares que anuncian eidesenlace bélico del problema.

Ei Gran Imperio está logrado. Napoleón cuenta—entre vasallos y aliados— con casi todos los Esta-dos de Europa para la grande y decisiva contienda,que se impone a sus ojos ante el fracaso de la grandey decisiva alianza. El dirá en Santa Elena: Me eranecesario vencer en Moscú. Y -en otra ocasión: La fasde Moscú cumplía y terminaba .mis expediciones gue-rreras: era para la gran causa el fin de los asares yel comienzo de la seguridad.

La consideración del desastre napoleónico en Ru-sia lleva aparejado, frecuentemente, ei olvido de la va-riedad de las fuerzas que hizo intervenir en aquellacampaña: "la' incorporación a sus tropas de los cuer-pos extranjeros, el reclutamiento del ejército de lasVeinte Naciones en toda la Europa occidental y cen-tral, entre todos los vencidos de la víspera y dirigidospor él en bloque contra ei coloso' ruso..." (75).

- Nunca el" "escenario" ofreció mayor solemnidad."El marchó por Dresde.. Allí recibió los homenajes cíetodos los príncipes y reyes de Europa... Cuando en las

(75) Gastare Cantón: Napoleón anivtnilüañste, p. 240; París, 19021

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grandes ceremonias que él presidía todos se alineabanpara dejarle paso, se hacía esperar, y después que losfuncionarios del protocolo habían anunciado a S. M. elRey de Sajorna, a S. M. el Rey de Prusia y a S. Al. Im-perial Apostólica, tras una pausa, anunciaban en vozmás alta: —El Emperador—•. Y las cabezas corona-das de Europa se inclinaban ante su poder y su auto-

En el Ejército, el espectáculo alcanza una gran-deza semejante. "Llegábamos a la frontera rusa •—-es-cribe el Conde de Segur— (77)- De derecha a izquier-da, o del mediodía al norte, el ejército estaba dispuestode esta manera ante el'Niemen: Primero, en la extre-ma, derecha y saliendo de la Galitzía sobre Brogiczin,el Príncipe Schwarzemberg y treinta y cuatro mil aus-tríacos; a. su izquierda, viniendo de Varsovia y'niar-chando sobre Bialstock y Grodno, el Rey de Westfa-lia, á la cabeza de setenta y nueve mil doscientos west-falianos, sajones y polacos'; al lado de ellos, el Virreyde Italia, acabando de reunir hacia Marienpol y Pilo-ny setenta y nueve mil quinientos bávaros, italianosy franceses; después, el Emperador, con doscientosveinte mil hombres, mandados por el Rey de Ñapóles,el Príncipe de Eckmühl (Davout), los Duques'de Dan-tzig- (Lefebvre), de Istria (Bessiéres), de Reggío(Oudinot) y de Elching-en (Ney)... Por último, delan-te de Tilsit, Macdonald y treinta y dos mil quinientosprusianos, bávaros y polacos, formando la extremaizquierda del Gran Ejército." "Un verdadero mosaicode nacionalidades —advierte el General Vacca Mag-

(76) Edoaard Driault: Les cn-seignetnenís de Napoleón. Le sysíemecontinental, p. 283.

(77) Segar: La Campagne de Russie, p. 6 y %

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LAS IDEAS Y EL SISTEMA NAPOI.ZÓXICOS

giolini-— (78). En los mismos regimientos francesesestán incorporados ciudadanos belgas, holandeses, ita-lianos, dálmatas, suizos y alemanes, pertenecientes aregiones anexionadas al Imperio..."

Hoy es fácil, "profetizando el pasado", predecir lacampaña de Rusia. Desde Tilsít, el 19 de junio de 1807,Napoleón escribe: Un hecho particular, que ha excita-do la risa de los soldados, ha tenido lugar por primeraves... Ha sido vista una nube de kalmucos- batiéndosea flecha-sos. La debilidad de aquellas'armas será tansólo un engaño. Tiene ante sí una resistencia nacionalque no cederá ni ante la ocupación ni ante la destruc-ción físicas, que provocará la una y la otra como me-dios de resistencia. No luchará con la posible debilidadde los hombres, sino contra las fuerzas inasequiblesdel espacio y del tiempo.

El 17 de febrero de 1810 un decreto ha declarado aRoma segunda ciudad del Imperio, en la cual Napo-león se coronará por segunda vez antes del décimoaño de su reinado. El Quirinal se transforma en Pala-cio Imperial. Ha llegado la hora. "El Emperador vaa venir... para inaugurar el destino de la TerceraRoma."

"Napoleón no llegó a Roma, Fue a perder el Im-perio en Moscú" (79).

JESÚS PABÓN.

(Continuará.)

(78) Gen. Arturo Vacca Maggiolini: Da Valmy a Waterloa, vol. II,p. 246; Bolonia, 1939.

(79) Edouard Driaalt: Les e-nseignemenis de Napoleón. La Legón deRosne, p. 347 y 348.

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