las reformas borbónicas

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Pontificia Universidad Católica del Ecuador Historia Colonial Las reformas borbónicas: Antecedentes, medidas aplicadas y algunas de sus consecuencias en la Real Audiencia de Quito Bryan Tite 1) Antecedentes, influencias y características de las reformas borbónicas A finales del siglo XVII, el reino español se encontraba en crisis. Sus instituciones políticas eran obsoletas, existía poco desarrollo económico y otros países europeos, como Inglaterra y Francia, le aventajaban económicamente. Este proceso de decadencia, característico del siglo XVII español, se hizo evidente en el reinado del último monarca de la Casa de los Habsburgo, Carlos II: “La larga crisis de la Monarquía hispánica durante el siglo XVII ha llegado a su final. La paz de Westfalia (1648) y la paz de los Pirineos (1659) han supuesto el fin de la hegemonía española en el viejo continente. Y la paz no aporta fuerzas ni soluciones a un imperio agotado y arruinado. Siguen sucediéndose las guerras, las bancarrotas, las conspiraciones internas y las maquinaciones diplomáticas de austriacos, franceses y bávaros, sin que el nuevo monarca, que accede al trono a la edad de cinco años, sea capaz de enderezar el rumbo” (Mínguez Cornelles, 2008, pág. 18)

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Page 1: Las reformas borbónicas

Pontificia Universidad Católica del Ecuador

Historia Colonial

Las reformas borbónicas: Antecedentes, medidas aplicadas y algunas de sus

consecuencias en la Real Audiencia de Quito

Bryan Tite

1) Antecedentes, influencias y características de las reformas borbónicas

A finales del siglo XVII, el reino español se encontraba en crisis. Sus instituciones

políticas eran obsoletas, existía poco desarrollo económico y otros países europeos,

como Inglaterra y Francia, le aventajaban económicamente. Este proceso de decadencia,

característico del siglo XVII español, se hizo evidente en el reinado del último monarca

de la Casa de los Habsburgo, Carlos II: “La larga crisis de la Monarquía hispánica

durante el siglo XVII ha llegado a su final. La paz de Westfalia (1648) y la paz de los

Pirineos (1659) han supuesto el fin de la hegemonía española en el viejo continente. Y

la paz no aporta fuerzas ni soluciones a un imperio agotado y arruinado. Siguen

sucediéndose las guerras, las bancarrotas, las conspiraciones internas y las

maquinaciones diplomáticas de austriacos, franceses y bávaros, sin que el nuevo

monarca, que accede al trono a la edad de cinco años, sea capaz de enderezar el rumbo”

(Mínguez Cornelles, 2008, pág. 18)

La muerte de Carlos II en 1700 —quien no dejó herederos— desencadenó en España

una guerra por la sucesión de la Corona, la cual concluyó con la instauración de las casa

de los Borbones. Este suceso marcaría una profunda transformación en la forma como

se ejercía el gobierno español, tanto para la península como para los territorios de

ultramar. La transición de la Casa de los Habsburgo a la de los Borbones en la Corona

española no fue un simple cambio dinástico; implicó una serie de transformaciones que

estuvieron incidieron las esferas de lo sociológico, lo institucional y lo cultural todas

ellas insertas en un cambio antropológico que inició en la segunda mitad del siglo XVII

(De Bernardo Ares, 2008).

Es necesario, no obstante, señalar que el uso de las cronologías dinásticas de las Casa

reales españolas no sugiere que las transformaciones que se operaron a lo largo del siglo

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XVIII obedezcan rígidamente a las fechas de posesión de tal o cual soberano. Si bien la

instauración de la Casa de los Borbones en España constituye la expresión más

importante de aquellos cambios, aquello no implica que el pensamiento acerca de la

necesidad reformista haya aparecido de la noche a la mañana; los cambios que habrían

de operarse no se produjeron abruptamente, ex nihilo. Por una parte, el terreno en el

cual las ideas de ilustradas y de renovación “inspiradas en el racionalismo centralista y

uniformista y en el colbertismo” (López González, 1989, pág. 235) habían sido

preparado ya desde la segunda mitad del siglo XVII y, por otra, “los tres primeros

decenios del siglo (XVIII) estuvieron aún dentro del movimiento secular anterior de

carácter contractivo” (López González, 1989, pág. 235).

En efecto, la producción intelectual de España en aquella época puso un especial énfasis

en la forma en la que el Monarca tendría que gobernar. La naciente antropología política

que viene a la par de la presencia borbónica en el gobierno monárquico de España

originó un pensamiento contrapuesto al del agustinismo político que le precedió; “con la

entronización de los Borbones en la monarquía hispánica el poder político seguiría los

rumbos del unitarismo, la uniformidad jurídica se extendería por todo el territorio y la

centralización administrativa se impondría poco a poco” (De Bernardo Ares, 2008, pág.

431).

Las transformaciones que se introdujeron desde la Casa de los Borbones están inscritas

dentro del pensamiento ilustrado, el cual consideraba “que para cambiar una sociedad

bastaba con cambiar sus leyes y legislar de manera clara, precisa y acorde con la razón

natural” (Céspedes del Castillo, 1989, pág. 91). Vale mencionar también la influencia de

la monarquía francesa, la cual daba la pauta para el ordenamiento político de la nación y

el discurrir de la política española (Corona, 1957, pág. 111). A breves rasgos, puede

decirse que las reformas borbónicas, fueron de tipo político, económico y religioso. En

el ámbito político se produjo un aumento del control de la metrópoli sobre las colonias;

se pusieron límites al poder —cargos públicos y políticos— de los criollos para

favorecer los nombramientos de autoridades peninsulares; y se modificaron las

entidades territoriales como los virreinatos y las audiencias. Entre las medidas

económicas podemos mencionar la disminución en el control monopólico de los puertos

de Sevilla y Cádiz; el decreto de libre comercio desde y hacia las colonias; la restricción

del comercio con otros países europeos; la reorganización del Tribunal de Cuentas; el

incremento en el cobro de la tributación; el aumento de la productividad económica, en

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especial la minera; la creación de los estancos de aguardiente y tabaco. Las medidas

religiosas fueron la prohibición de fundar nuevos conventos, el impedimento de admitir

nuevos novicios, la prohibición de recibir herencias y la expulsión de la Orden de la

Compañía de Jesús, los jesuitas.

2) Reformas políticas: Virreinatos, ejércitos, intendencias. El caso de la Audiencia

de Quito

En el ámbito político, las reformas borbónicas se caracterizaron por el énfasis puesto en

la centralización de los resortes gubernamentales. Esta tendencia era compartida por

otros gobiernos europeos —como los de Inglaterra o Francia—, los cuales “habían

llegado a la conclusión de que la creciente autonomía económica de sus colonias

americanas amenazaba sus más caros intereses metropolitanos y de que se imponía, por

tanto, la necesidad de una «reconquista económica» de esas posesiones que eliminara

las tendencias autárquicas de su crecimiento y subyugara al mismo tiempo a un sistema

de indefinida dependencia colonial” (Núñez, 1994, pág. 16).

Las relaciones de España —y de los otros territorios europeos— con sus colonias

cambiaron a partir de entonces; para la península resultaba necesario el establecimiento

de otras formas de gobierno en sus territorios americanos. El orden burocrático se

estableció como predominante en detrimento de las relaciones de pertenencia a un

mismo imperio; se va prefigurando la idea de periferia. “La preocupación por controlar

y resguardar el vasto espacio colonial americano se tradujo en la implementación de

significativos cambios jurisdiccionales que pretendían expandir la capacidad

gubernativa del sistema” (Terán, 1984, pág. 7).

Una de las primeras medidas encaminadas a este objetivo fue la creación de nuevos

virreinatos: el de Santa Fe y el de Buenos Aires. “Uno de los objetivos había sido

eliminar, con la presencia del Virrey, el exceso de poder que obtenían los presidentes y

ministros de las audiencias. Resultado inmediato de esta orden fue precisamente la

supresión de las de Quito y Panamá” (Terán, 1984, pág. 15).

El espacio geográfico de la Audiencia de Quito pasó a depender del nuevo Virreinato de

Santa Fe, el cual, no obstante, en su fundación inicial (1717) no corrió con demasiada

suerte, ya que poco después se manifestaría el carácter prematuro de su fundación.

Mientras tanto el poder de jurisdicciones menores, como la Audiencia de Quito, se fue

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restableciendo, siendo restaurada por Real Cédula de 18 de febrero de 720, con sus

anteriores atribuciones políticas y militares, y subordinada al Virreinato del Perú

(Terán, 1984, págs. 15, 16).

La instalación en los territorios americanos de autoridades que respondían al rey en

detrimento de los criollos originó el fortalecimiento de una identidad criolla que

buscaba reconocerse con su territorio —y ya no con la península— y que empezaba a

plantearse la idea de emancipación. “La verdadera naturaleza de este conflicto se

tradujo, en efecto, en que los intereses económicos de la fracción metropolitana de la

clase dominante se escindieron del resto de la sociedad, formando una parcialidad

“unida y compacta”, mientras que por otro lado, la facción “criolla” de las clases

dominantes se presentaba como representante del “interés general” (Quintero López,

1989, pág. 52). Aquel “interés general es relativo, ya que, como ocurrió con la proclama

de independencia del 10 de agosto, se produjo una “polarización entre maniobras

aristocráticas de poco margen y unas tensiones populares que no fueron movilizadas en

favor de aquellos” (Minchom, 2007, pág. 260).

Una de las reformas que introdujo elementos novedosos al territorio americano fue el

establecimiento de cuerpos de ejército regulares en Hispanoamérica. Esta medida se

volvió necesaria debido a la irrupción de acontecimientos recientes, los cuales

mostraron la necesidad de defensa, tales como “el progresivo avance de los británicos

en el Caribe, la toma temporal de La Habana por esta potencia en 1762, la extensión de

las guerras europeas a territorio americano, como ocurrió con la de los Siete Años

(1756-1763) y la independencia de los Estado Unidos (De Ramón, Couyoumdjian, &

Vial, 1993, pág. 25). La conformación de milicias en el espacio de la Real Audiencia

obedeció también a sus necesidades particulares: “De forma específica se ha de

mencionar que las milicias quiteñas tenían tres misiones concretas: la defensa de

Guayaquil ante los ataques de los piratas, la represión a los levantamientos indígenas en

la Sierra y la defensa territorial frente a las invasiones portuguesas en la zona del

Marañón desde finales del siglo XVI” (Bravo, 2009, pág. 282)..

Hay que señalar también un cambio que resultó bastante innovador en la Audiencia y en

otros territorios: la introducción de las intendencias, las cuales tenían una intención

prioritariamente económica. “En Quito el señor José García de León y Pizarro,

presidente de la Audiencia, solicitó la creación de cargos de intendentes, pero solo se

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instaló la de Cuenca en 26 de septiembre de 1786, dejándose pendientes la de Quito y

Bogotá” (De Ramón, Couyoumdjian, & Vial, 1993, pág. 33).

3) Reformas económicas y conformación regional en el espacio de la Audiencia de

Quito. Sierra centro-norte (Quito) , Sierra sur (Cuenca) y costa (Guayaquil)

El pensamiento borbónico sobre la preponderancia de la figura del monarca se hizo

presente también en el aspecto económico. Resultaba necesario, entonces emprender

transformaciones en los ámbitos de lo agrícola, lo industrial y lo comercial. Estos

cambios cobraron especial fuerza a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, ya que a

partir de entonces se dio paso a la “aplicación intensiva de reformas dirigidas a

centralizar y restaurar la integridad de la administración, para formar una maquinaria

estatal económico-financiera eficiente, frente a otras potencias. Este mejoramiento se

había iniciado ya con Felipe V, pero alcanzó su mayor vigencia con los ministros

ilustrados de Carlos III” (Moreno, 1985, pág. 229).

De la revisión de estas medidas económicas puede señalarse que la metrópoli tenía

como finalidad la obtención de una cantidad mayor de materias primas desde sus

colonias mientras que ella procedía con la manufactura de las mismas. Juan Maiguashca

señala que “Hasta mediados del siglo XVIII la Europa mercantilista «compra»

productos coloniales. Con el inicio de la Revolución Industrial se transforma en

«vendedora» del creciente volumen de las manufacturas de sus fábricas” (IDIS, 1978,

pág. 26), lo cual trajo como consecuencia un “cambio en la composición de la demanda

que Europa hace a ultramar. En lugar de artículos de lujo, ahora Europa necesita

materias primas y productos de consumo ordinario” (IDIS, 1978, pág. 26).

“Para ello se establecieron en los puertos americanos y españoles las tarifas arancelarias

adecuadas y se dieron las leyes que en la década de 1770 liberalizaron el tráfico

marítimo intercolonial, así como el que unía los dos continentes” (Contreras, 1994, pág.

194). La declaración del libre comercio traía consigo —además— limitaciones y

regulaciones para la producción de las colonias americanas: “prohibía el intercambio de

aquellos bienes que pudieran competir con la producción peninsular (…). La intención

era preservar el mercado colonial americano para la producción peninsular” (Contreras,

1994, pág. 194).

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Estas reformas originaron resultados heterogéneos a la largo de las colonias americanas

e inclusive dentro de las divisiones administrativas de la misma, como ocurre con la

Real Audiencia de Quito. “En este país se sintetizó de forma admirable un proceso que

recorrería toda Hispanoamérica, como fue el desplazamiento del eje dinámico de la

economía, desde los interiores montañosos, con una alta densidad demográfica de

población nativa, hacia las zonas litorales, antaño despobladas” (Contreras, 1994, págs.

195, 196).

Dicho “desplazamiento regional”, además de la formación de nuevas regiones se originó

como resultado de la función que adquirió América Latina: la de producción primaria.

El estímulo desde la metrópoli favoreció el surgimiento de nuevos sistemas económicos

en nuevos espacios que generalmente se hallaban distantes de los antiguos centros

económicos. Estos nuevos centros progresaron a ritmos diversos; en cambio, muchos de

los anteriores centros coloniales decayeron (IDIS, 1978, pág. 27).

El caso ecuatoriano es paradigmático de estas trasformaciones. A lo largo del siglo

XVIII se formaron regiones definidas en la Audiencia de Quito. Cada una de ellas

poseía sus propias estructuras sociales, esquemas productivos, relaciones étnicas y

laborales. Esta tendencia hacia la regionalización se produjo en tres niveles: el de las

zonas comprendidas por Quito, Guayaquil y Cuenca; el de la Audiencia de Quito en

relación con Nueva Granada o Lima; y el de la Audiencia en relación con la metrópoli.

Las reformas borbónicas —además de la crisis de la producción de plata que había

afectado a Potosí— determinaron el desarrollo regional del actual espacio ecuatoriano

(Luna Tamayo, págs. 45, 46), el cual, si bien había existido de cierta manera en los

siglos anteriores, se hizo evidente en el siglo XVIII y se extendió aun durante la vida

republicana.

La región de Quito fue la más afectada por la implementación de estas medidas. La

crisis de las minas de Potosí y la pérdida del mercado que poseían los textiles quiteños

en el Virreinato del Perú habían ocasionado ya un declive en la actividad económica de

este espacio regional. “El comercio interno del Ecuador disminuyó en la segunda

década del siglo XVIII. Se debió a la depresión en la región interandina norcentral que

duró casi un siglo, y que se originó por la pérdida del mercado peruano a los tejidos

europeos, de mejor calidad y menor precio” (Hamerly M. , 1973, pág. 133). Las

reformas económicas y su énfasis en la producción de materias primas desde las

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colonias hacia la metrópoli se establecieron en detrimento de la producción de bienes

manufacturados de los territorios americanos —en este caso los textiles quiteños—.

Quito no pudo adaptarse a esta cambiante situación y “ocurrió la contracción de su

sector exportador y en consecuencia una aguda escasez monetaria que condujo

ulteriormente a una involución de economía” (Contreras, 1994, pág. 196). Quito y la

sierra centro-norte padecieron un proceso de desindustrialización, desurbanización, y

desmonetización. La producción de esta región —textil— había perdido el mercado que

poseía anteriormente —el peruano—; la sierra centro norte no fue capaz de adaptarse al

nuevo esquema económico promovido desde la metrópoli, el cual favorecía la

producción y exportación de bienes primarios. Ocurrió, entonces “la contracción de su

sector exportador y en consecuencia una aguda escasez monetaria que condujo

ulteriormente a una involución de economía” (Contreras, 1994, pág. 196).

Suertes distintas corrieron las regiones de Guayaquil y de Cuenca. En el caso de la

primera, podemos decir que, en comparación a Quito, salió bastante beneficiada con las

reformas económicas. Así, por ejemplo, a inicios del siglo XVIII, el espacio geográfico

de Guayaquil estaba bastante menos pobladas que el de Quito y servía de nexo entre la

sierra y el mercado peruano. No obstante, a mediados del mismo siglo las exportaciones

y la población de la región guayaquileña aumentaron y, así, esta región se convirtió en

un eje dinámico dentro de la Audiencia.

Sobre el aumento de las exportaciones hay dos teorías: una que sugiere que este ocurrió

de forma explosiva; y otra, que considera que este más bien se dio paulatinamente.

Según esta última consideración, hubo un periodo de medio siglo en el cual Guayaquil

se convirtió en una de las zonas más dinámicas del mundo colonial. Factores externos e

internos determinaron el desarrollo de la región; el primer ciclo de crecimiento surgió

por los esfuerzos locales, mientras que en el segundo, las reformas borbónicas

cumplieron un rol importante (Contreras, 1994).

Para Guayaquil, la disposición de libre comercio significó un aumento en las ganancias

por exportación cacaotera. El comercio de Guayaquil era, ante todo, marítimo. Las

reformas borbónicas facilitaron el libre comercio entre esta ciudad y Acapulco. Esto dio

un gran impulso a Guayaquil, la cual buscó la abolición de otras restricciones; Lima

interfirió y obstruyó en estas iniciativas. La década previa a la independencia, que logró

un incremento en las exportaciones, de la ciudad fue de recesión. La costa —dentro de

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los objetivos trazados por las reformas económicas— se mantuvo como un productor de

productos primarios, siendo su producto descollante el cacao, y como consumidor de

artículos manufacturados que se importaban de los países que a su vez se abastecían del

cacao, tabaco, madera y la cascarilla lojana (Hamerly M. T., 1973).

“Las reformas comerciales de los Borbones legalizaron el tráfico con México, pero la

corona no hizo el menor esfuerzo para reducir el control peruano sobre el comercio con

la Madre Patria (…). Al constatar los frutos del libre comercio dentro del imperio y el

ocasional con contrabandistas extranjeros o con naves neutrales de permiso, la costa

buscó la abolición de todos los impuestos de cacao dentro del imperio y el libre

comercio con todos los países (Hamerly M. T., 1973, págs. 124, 125).

El caso de Cuenca es más o menos similar al de Guayaquil: fue elevada a Gobernación

y la clase terrateniente-comercial tuvo mayor participación en los órganos de poder,

además de recibir beneficios por el contrabando. Además, resulta necesario mencionar

la importancia de la extracción de la cascarilla o quina, la cual se convirtió en un

producto emblemático de esta región. Por estos motivos, Quito se constituyó en la

expresión de los intereses afectados en la Audiencia a través del 10 de agosto, mientras

que Guayaquil y Cuenca mantuvieron una actitud adversa al levantamiento debido —

además— al desprecio que tenían hacia Quito como centro administrativo. Estas dos

ciudades solamente se integrarían al proceso independentista cuando los españoles

endurecieron las imposiciones fiscales (Luna Tamayo).

4) Reformas tributarias y el surgimiento de rebeliones

La política fiscal de Carlos III estuvo también encaminada a la reforma tributaria. Es

entonces que por disposición real del 26 de julio de 1766 se produjo un incremento en

los gravámenes. Las iniciativas encauzadas a una mejor recolección del tributo

estuvieron acompañadas por otras medidas, como las inspecciones oficiales que, en el

espacio quiteño ocurrió a finales de la década de 1770 y “la inspección oficial de finales

de la década de 1770, tenía como meta la revisión de la administración fiscal y el

establecimiento del padrón imperial en el territorio de Quito, para establecer de esta

manera la recaudación de tributo de manera más exigente” (Minchom, 2007, pág. 173).

Si bien esta medida buscaba señalar con claridad la red tributaria a través de la

definición del indígena contribuyente, estas “pueden ser mejor categorizados como un

intento por imponer orden en una realidad social confusa para propósitos estrictamente

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fiscales, antes que como una restauración a escala completa de la sociedad de castas”

(Minchom, 2007, pág. 173). Una de estas consecuencias del esfuerzo de hacer eficiente

el cobro de tributo y de ampliar la red tributaria, como lo señala el mismo autor, fue la

nivelación de las distinciones en la sociedad indígena o, en otras palabras, la pérdida de

valor de la pertenencia a ancestros de la nobleza indígena.

Las estructuras sociales y económicas de la colonia tuvieron que adaptarse a las

medidas que, desde la península ibérica, se implementaban ya que “el control de España

sobre sus colonias, con reformas liberales y todo, determinan un desfase para esta nueva

situación” (IDIS, 1978, pág. 47). Las consecuencias de la aplicación de esta medida en

la Audiencia de Quito —durante la presidencia de José García de León y Pizarro— son

señalados a rasgos generales por Federico González Suárez: “El sistema económico

planteado por Pizarro, era, pues, sencillo pero muy beneficioso para la Real Hacienda y

consistía en aumentar las rentas de la Corona, disminuyendo la fortuna de los súbditos;

la progresiva pobreza de la colonia era, por tanto, la que acrecía el caudal que ingresaba

al erario; así pues, en vez de remediarse los males que padecían estas provincias, se

aumentaron hasta el punto de llegar a ser intolerables, y entonces fue cuando la

administración del presidente Pizarro volvió a resucitar la idea de la completa

emancipación política de la metrópoli” (González Suárez, 1969, págs. 1204, 1205).

En efecto, la referencia anterior a una adaptación, no implicó que el proceso fuese

pacífico o avasallador; muy por el contrario, encontró resistencias y respuestas tanto en

la propia península como en los territorios de ultramar. “La insurrección de Quito

configuró el paisaje político durante más de una generación (…), la ciudad de Quito, y

en menor medida la Audiencia, se encontraban en un estado de tensa calma (…). El

telón de fondo de este caso era la nueva ola de reforma fiscal a finales de la década de

1770, al tiempo que hubo temores de la presunta introducción por parte de las

autoridades de monopolios del pan, agua y sebo” (Minchom, 2007, pág. 253).

Segundo Moreno señala que las principales medidas impulsadas por la Corona que

originaron levantamientos populares en el territorio americano fueron los derechos

fiscales que derivaron de las rentas estancadas y el impuesto de las alcabalas” (Moreno,

1985, pág. 230). “Los quiteños, percibían mal la novedad de las preocupaciones

económica del siglo XVIII: no se veía sino un conjunto de recetas destinadas a devolver

su prosperidad al reino. La riqueza era, ciertamente, esencial para la sociedad, pero no

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se concebía que su búsqueda pudiese acarrear grandes disturbios sociales y políticos: no

era sino el regreso al orden natural” (Demélas & Saint-Geours, 1988, pág. 46).

Las reformas introducidas por los Borbones fueron las más radicales desde aquellas que

había realizado el virrey Toledo en el siglo XVI. Los cambios que se produjeron en la

península ibérica, a pesar de pertenecer al mismo conjunto de reformas, no fueron los

mismos que se efectuaron en los territorios americanos. Aquí los cambios fueron

operados de manera selectiva, para favorecer a la sociedad metropolitana. En

consecuencia, el sentido que aquellas reformas tuvieron en España no fue el mismo para

las colonias americanas. (Rivera Cusicanqui & Barrios Moron, 1993, pág. 41). “Así, lo

que para Europa eran medidas inspiradas en el nuevo sentido humanista de la

Ilustración, en las colonias se convertirán en nuevas e “ilustradas” maneras de negar la

humanidad de los indios; lo que en España fue una centralización del aparato estatal y

un ajuste de sus dispositivos para facilitar la libre circulación mercantil; en la colonias

se injertará con el mercado cautivo y coactivo de los repartos (legalizados en 1750), en

la fragmentación de intereses privados de los funcionarios, en la multiplicación de

barreras al comercio interno y en el bloqueo a las iniciativas populares e indígenas”

(Rivera Cusicanqui & Barrios Moron, 1993, pág. 41).

Como resultado de aquello, en el siglo XVIII se produjo una gran cantidad de

levantamientos indígenas —bastante mayor en comparación al siglo precedente— los

cuales constituyeron una reacción frente al deterioro de las condiciones de vida de las

poblaciones indígenas. La mayoría de estos se concentraron en la sierra centro-norte —

la región más afectada por la crisis— y en el periodo comprendido entre 1760 y 1803.

En esta región se encontraba concentrada la mayor cantidad de población indígena, los

señorías étnicos estaban mejor conservados en esta región y en base a ellos se

producirían gran parte de las rebeliones. (Ramón Valarezo, 1991, pág. 427).

5) Reformas religiosas

Finalmente, hay que señalar que el aspecto religioso, eclesiástico también se vio

afectado por la serie de reformas. Si bien el Patronato había permitido ya que la Corona

adquiera ciertas atribuciones y privilegios con respecto a la Iglesia, en el siglo XVIII

“debido en gran parte a las nuevas ideas que corrían por los países europeos católicos

sobre la relación Estado-Iglesia, este proceso de supremacía del poder civil sobre el

eclesiástico se acentuó mucho más”. Se ratificó el Patronato general a través del

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concordato celebrado entre Fernando VI y el papa Benedicto XIV, se erigieron nuevas

diócesis y se redujeron las atribuciones del Santo Oficio. No obstante, el hecho más

emblemático de estas transformaciones fue, sin duda, la expulsión de la orden de la

Compañía de Jesús a través de la Pragmática sanción de 1767. “La orden de la

expulsión de los jesuitas tuvo todavía mayores repercusiones. La Compañía de Jesús en

nuestro continente contaba con ciento veinte colegios, dos mil setecientos cincuenta

religiosos, por lo que esta medida causó graves trastornos” (De Ramón, Couyoumdjian,

& Vial, 1993, pág. 23). Los bienes de esta orden religiosa fueron confiscados y la

difusión de sus ideas fue prohibida. “Se piensa que las verdaderas razones que

provocaron la expulsión de los jesuitas estuvieron en la difusión de estos conceptos

(antirregalismo, tiranicidio y probabilismo), que eran impartidos regularmente en los

establecimientos educacionales que estos sostenían” (De Ramón, Couyoumdjian, &

Vial, 1993, pág. 24).

6) A manera de conclusión

A manera de conclusión puede señalarse un elemento común en todas estas reformas:

ninguna de ellas puede caracterizarse por la pasividad. Cada una de estas

transformaciones introdujo innovaciones que desestructuraron la relativa estabilidad que

se había establecido en el siglo XVII, que no impactaron de igual manera y no fueron

recibidas de igual manera por toda la población. Si bien hay sectores y espacios

geográficos que resultaron beneficiados —como fue el caso de Guayaquil—, en otros,

estas medidas originaron resultado dramáticos. No todo fue una imposición vertical,

desde arriba, el descontento de diversos sectores —desde aquellas asoladas

comunidades indígenas hasta los sectores criollos— se hizo manifiesto y esto fue

posible por las ideas y el pensamiento político sobre justo gobierno, tiranía y mal

gobierno que estaba presente. Hay que considerar la heterogeneidad de aquellos

movimientos y reacciones.

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