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El Tren de los recuerdos Luisa Fernanda Martínez Gómez

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Page 1: Las imágenes de la ciudad, más ciertamente las de las calles por las que caminamos, se quedan grabadas en la mente cuando nos parecen peculiares, nos

El Tren de los recuerdos

Luisa Fernanda Martínez Gómez

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Las imágenes de la ciudad, más ciertamente las de las calles por las

que caminamos, se quedan grabadas en la mente cuando nos parecen peculiares, nos sonríen,

nos hablan de una forma de vida, se conectan con nosotros porque seguro también se quedaron pensando cuando nos vieron

pasar...Todas esas imágenes se quedaron en mis recuerdos, las que

vi en El Libro y las que vi en mi ciudad cuando al tren subí…cuando por ahí anduve, yendo y viniendo,

subiendo y bajando …

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La mujer de las palomas

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Ver un montón de palomas aglomeradas en la raíz de un árbol, me llamó la atención y quise fotografiarlas.

Cuando María Adelina me vio, salió corriendo para que le tomara una foto con ellas.

Hace por lo menos 20 años, estas palomas acompañan a Adelina a donde ella va. En unas cajitas de cartón, mete a algunas y las descarga junto a ese árbol en donde vende Bonice. Cuando va de regreso a su casa en el barrio Caicedo, llama a quienes viven con ella y vuelve y las mete en las cajitas.

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-Yo nunca las dejo que aguanten hambre porque me da mucho pesar. Yo las quiero mucho, dice, mientras abraza a uno de los polluelos enfermo. Ahora cada que veo una paloma quisiera que conociera a doña Adelina, para que redima todo el desprecio que ha sufrido por otros seres humanos.

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Cae la lluvia -¿Para dónde va ?, me dijo Luis Alfonso. -Para donde me lleve el tren, le dije sin saber

aún que se llamaba Luis Alfonso. -Ah entonces vamos juntos hasta la Estación

Aurora, de ahí también puede tomar fotos. Cuando no se tiene rumbo todos los caminos nos

sirven, pero pueden ser más seguros cuando vamos acompañados de quienes los conocen mejor que nosotros…Entonces acepté.

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Cuando no se tiene la tarjeta Cívica para subir al metro de Medellín, sale más económico recargar una prestada. Luis Alfonso me prestó la de él. Desde ese día le pido prestada la tarjeta a la gente, pues no me sirve comprar un integrado y puedo seguir haciéndolo hasta que quiera solicitar una para mi. La verdad es algo muy sencillo. Además de que es gratuita, sólo hay que ir a una estación central como la de San Antonio y presentar la cédula.

En fin…Nos montamos al sistema del metro para llegar hasta la Estación San Javier, en donde se toma la Línea J del metrocable. Un fuerte viento mojado nos sorprendió en la cara cuando nos bajamos del tren. Estaba lloviendo fuerte y el funcionamiento del metrocable tuvo que ser suspendido. La gente quedó estancada, sin poder hacer nada, sólo esperar a que escampara. Ver llover y hablar, así como yo lo hice. Aquel joven se sintió desilusionado cuando se enteró que aquel viaje que emprenderíamos, ya no podría ser. Los vagones se perdían entre la neblina y él me los señaló hasta donde se dejaban de ver.

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Yo pensaba seguir mi camino en el otro tren que llegara. Alfonso estaba feliz con mi compañía. Ya me había hablado de su trabajo, de su exnovia, de su hijo, de nuevas oportunidades, de la oportunidad de conocerme…Y bueno todo se da con el tiempo.

-Puedes esperar el otro tren. Al menos no me considero mala compañía, me dijo. Y en realidad no lo era.

Me quise subir a uno que llegó a la estación, pero la señal de cerrar las puertas, me asustó y lo perdí. (- ¡Buena por esa!, creo que pensó Alfonso).

En ese momento le mostré un mensaje de texto que recibí en mi celular de una amiga: “ Qué tengas un día de película”, decía. Yo me reí y él me dijo: Toda buena película termina en un beso. Me seguí riendo. Ese momento fue muy divertido. Cuando Llegó el otro tren me despedí de Alfonso.-Qué bueno haberte conocido, me dijo. – Gracias por acompañarme, le respondí. Y mientras me dirigía hacia la puerta, Alfonso quedó tras de mí, antecitos de la línea amarilla. Cuando devolvía la mirada antes de que se cerrara la puerta, él ya me daba la espalda.

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Tráfico de día y de noche

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Doña Rosa

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Si decimos que el italiano que hacía las pizzas era buena gente…Doña Rosa es tan alegre como lo es de buen corazón. De no ser así Don Pacho el dueño del restaurante Huellas Paisas, que queda ubicado en el Centro Comercial Mediterráneo, no la felicitaría de vez en cuando por el sabor del sancocho y el mondongo que ella prepara. Lo digo porque cada fin de semana todos en el restaurante somos testigos, cuando don Pacho manda a cambiar algo del almuerzo, porque siempre hay algo que no le gusta. O le sirven mucho o muy poquito, le ponen papitas en vez de tajada de maduro o ese día no quería yuca y así sucesivamente. Esto es muy gracioso, porque siempre estamos a la espera de que será lo que cambiará . Don Pacho nos hace reír mucho. Y por eso El Condor, otro empleado, al que llaman así por su peculiar figura de pájaro, además de lo extrovertido, le dice Felicidad.

-¡Llegó Felicidad!, dice alegremente cada que llega.

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Cada semana doña Rosa con la ayuda de otras cocineras es quien prepara el menú del día en el restaurante. Los fines de Semana que es cuando se “prenden los voleos” y las meseras estamos desesperadas porque nos sirvan rápido lo que la gente ordenó, doña Rosa pacientemente soporta nuestros pedidos acelerados. De vez en cuando tararea una canción de guasca y repite en un tono muy suyo alguna frase que alguien diga. Le gusta decir la palabra “dizque”: “Dizque que está muy caliente”. A mí me encanta cuando la dice.

Doña Rosa es quien más lleva trabajando en el restaurante y todos sentimos un gran aprecio por ella. Cada que la vemos, mi prima y yo, recordamos a nuestra abuelita. Siempre lleva en su rostro una pícara sonrisa y cuando don Miguel, un cliente del restaurante llega, le canta: Rosa, Rosa Rosa….

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Un profesor de Inglés

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Ese no es mi profesor de inglés. Mi profesor de inglés es rubio y de ojos azules, pero no es gringo. Cada semana si me es posible me encuentro con él en el Centro Comercial San Diego para recibir mis clases. Cuando llego, lo encuentro sentado en una de las mesas cercanas a las cafeterías del segundo piso. Siempre me espera con una sonrisa y cuando bostezo porque estoy cansada me dice: Crocodile.

Su nombre es John, pero hay quienes le dicen Jonas. Cuando practicamos siempre nos recuerda su viaje a los Estados Unidos, en donde estuvo por 25 años. Su paso por México y Puerto Rico. Son años que recuerda como aquellos que no volverán. Ni los trabajos, ni las aventuras, ni la comida.

Jhon un hombre pasado ya por los 50, va siempre vestido de camisa de cuello, un pantalón de paño y un maletín en donde lleva los libros y las hojas con las que dicta las clases. Pasará desapercibido…Eso no lo sé… Cada tanto su llamada entra en mi celular. Pareciera que quiere hablar con alguien.

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Una nueva forma de ingreso

A Luis Alfonso lo conocí en las escaleras de la estacón Estadio,

antes de subir al metro.

Hasta ese momento trabajaba en Oficios Varios en la Clínica Las vegas, pero ese

día estaba decidiendo su situación en otra

empresa, que le podía dar una nueva forma

de ingreso: Una empresa de vigilancia.

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Desde ese día, si la empresa a la que estaba llamando lo aceptaba, Luis Alfonso no volvería limpiar puertas, pisos o baños . Pero tendría que estar más tiempo despierto, mirar quién entra y quién sale de un edificio, dar una ronda en un parque y quizá vigilar a las personas que hagan el aseo, para

ver si les quedó bien limpio.

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El Cóndor: Un hombre pájaro

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El Cóndor vuela de aquí para allá “agarrando clientes”. Y es que son pocos los que se les escapan. Tiene las tácticas claras y nos da consejos a las meseras para “estar en la jugada”. “Hay que estar pendiente del salón, porque apenas veo que viene uno, le hecho el ojo, doy la vuelta y me lo cojo por el otro lado”, nos dice.

El Cóndor es la cara alegre del restaurante Huellas Paisas. Les ofrece a los clientes todos los servicios que estén a su alcance. Les lleva un vasito de agua y ya con eso, los deja sentados mientras miran la carta. Y algo resultan pidiendo.

“El Cóndor es un hombre de una calidad humana que todos deberíamos tener”, me dijo doña Eunice, la dueña del restaurante cuando entré por primera vez a trabajar allí.

Cuando veo a ese hombre, pienso que no tenemos razones porque preocuparnos, y siempre que algo estúpido pasa como el olvido de llevarle algo a un cliente, lo recuerdo diciéndome : “Eso no son penas Luchi”.

El nombre con el que casi nadie lo conoce es Jorge y Johana la niña que lava los platos, sirve jugos, hace el guarapo…Y todos los oficios necesarios, le dice Conde. Cada día tenemos algo que hablar de él, que nos desesperó pidiéndonos cosas para las mesas, que es muy buena persona, que no tiene que rendirle cuentas a nadie, que es un hombre que trabaja independiente, que no lleva uniforme y trabaja hasta la hora que quiere. Sólo un hombre pájaro puede hacer eso.

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El hombre pájaro se resiste a revelar su imagen, pero al menos cada fin de semana lo puede ver pasar.

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-Señor me va a dejar tomarle una foto, le dije a un hombre viejo y

barrigón que estaba sentado a lado de la chacita en la que vendía mecato (sobre la Cra 70).

- No… fotos… fotos no. Yo soy un hombre muy triste, yo vivo muy aburrido. Un día de estos me paro de aquí, salgo matando a alguno por ahí y usted con una foto mía.

Un vendedor triste

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Efectivamente sus ojos azules eran tristes. Y por su forma de hablar, parecía tener un resentimiento frente a lo que la sociedad no le ha brindado. No lo culpo.

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Un error de apreciación: Rastros en el asfalto

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Sobre este gancho puedo suponer que… Le tiraron a alguien la ropa por la

ventana y como el bolso que llevaba era muy pequeño, no podía meterla con todo y gancho…Y por eso lo dejó ahí tirado.

O puede ser que una niña estaba comiendo un helado, y se le regó en la ropa…Su madre desesperada viéndola toda manchada y llorando, fue al Éxito que queda ahí sobre la Cra 70 y le compró una nueva camisa. Salieron del almacén, la señora le puso la camisa a la niña y problema resuelto. Ahora el problema es que no llevaron el gancho a la basura.

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Un hombre y una niña en el tren

El hombre le dijo a la niña: -Vamos a dar un paseo en tren…

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Estando los dos allí sentados, el hombre le respondía a la niña sobre unos asuntos que a ella le inquietaban, los cuales no pude saber, pero se trataba sobre cuentos de miedo que la gente le hecha a los niños en la calle.

Este hombre hablaba con una voz suave y cariñosa, había en él un deseo de que la niña no estuviera preocupada y le dijo: -Esas son cosas que cuando uno es niño, a uno le dan miedo, pero eso que dice la gente no siempre es verdad. Eso es según el punto de vista de cada quien, por eso todos no tenemos que pensar así”.

-A mi me contaron una vez una, le dijo a la niña. Pero no te la voy a contar porque esa si es tenaz.

-Cuéntemela, cuéntemela, ¿es muy miedosa?, le pregunta la niña.

-Sí , no, no te la voy a contar. Le dijo y le empezó a contar sobre un día que estuvo en Tolú con un amigo. – Recuerdo que tuvimos que dormir en el cementerio. Mira la gente dice muchas cosas, pero los cementerios son lugares tranquilos.

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Mujer GitanaLo más seguro es que esta mujer no es una gitana, pero cuando la vi la imaginé prediciendo el futuro de quienes íbamos parados en el metro, “echar una bocanada de humo y reírse a carcajadas”…jajaja…

-Esta vez me tocó a mí, me dijo muy querida cuando le pedí fotografiarla.

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Los vecinos

Mis vecinos deben hasta pensar que soy mala gente, porque a veces no los saludo. Por pena, miedo o no sé por qué, creo un ambiente intrigante, como si pensara que cuando paso caminando, ellos hablan de mí…Me señalan con la mirada. De doña Martha, que vivió mucho tiempo en el barrio, pensaba eso. Es de esas señoras de las que no se sabe que esperar.

Al de la tienda lo saludo sólo cuando voy a comprar algo, porque recurro más a la tienda de la otra esquina, aunque por la primera paso todos los días. Eso siempre me ha preocupado, pero cómo voy a llegar saludando de un día para otro.

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A la señora del segundo piso nunca le he hablado. Sólo se que desde que vive ahí se mantiene muy enferma y está que se muere. Mi mamá siempre no lo recordaba a mi hermano y a mí cuando hacíamos bulla o poníamos la música a alto volumen. A la que sí conozco es a Socorro, su empleada del servicio. De vez en cuando viene a mi casa a hablar con mi mamá. Le cuenta que escucha todo lo que hacemos y decimos. Por eso como me da tanta pena, creo que se va a morir y nunca la voy a saludar.

A don Gabriel, el señor de barba blanca, casi amarilla por el cigarrillo, sí lo saludaba. Lo recuerdo escuchando tangos al lado de los chorizos caseros que colgaban en la tienda. Me imagino como sería escucharlo hablar sobre la vida. Ese señor es una persona difícil de olvidar. A doña Ruth, que lo cuidaba también.

A don Gonzalo lo conocí contándome historias sobre el barrio. Siempre le sonrío cuando pasa a tomarse las cervezas en la tienda.

Mi mamá si es muy buena vecina…Habla con casi todos o siempre alguien se le arrima a contarle algo. Habla con doña Gloria, la que cose; con la costeña, que vende camas; con Viviana, la de los minutos; con Ramona , con la quien recibe los encomiendas cuando ella no está; con Amparo, la recicladora, quien le ayuda a recoger la basura y a quien le hemos regalado los zapatos y ropa que ya no usamos.

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Una mujer gorda

En el metro, estuve parada en frente a una mujer morena gorda. Ocupaba casi dos asientos. En realidad podría ser sólo uno, pero parecía por lo ancho de su cintura. A su lado había un niño pequeño, también moreno. Al que le llamaba la atención por subirse en la silla.

Me moría de ganas por fotografiarla. Pero pedirle permiso ya sería una ofensa. Pensaría que la veo como a un bicho raro, que si nunca antes había visto una mujer tan gorda. Al reflexionar todo esto, no pude evitar detenerme en observar sus uñas de los pies, una larga, otra mocha y las dos sucias.

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Una inundación citadina

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Un hombre negro

Un hombre negro en Medellín se las arregla para vivir . Es un hombre alegre, con sabrosura y sazón. De clima tropical, que trae a la ciudad un aire “glucaljugoso”.

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Una mujer pequeña

En realidad existen humanos pequeños y que no son enanos. A mi tren subió una señora pequeñita, su contextura era menuda y nadie pudo evitar no observarla. Pasó por mi lado y me sentí grande. Ya sentada en la silla, sus pies casi que colgaban.

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Un encuentro

Y llegué justo en el momento del

encuentro…Pero ellos no se dieron

cuenta.

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Una conversación de caféDe regreso de la Estación Estadio del metro a las 5:30 dela tarde, el señor de las frutas estaba guardando su toldo y el de los buñuelos apenas comenzaba a fritar. En la misma banca ya había otro señor diferente leyendo y un señor desde un cafetería mira que lo observo.

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Tren de los despiertos

Los ojos de todos los que iban en el tren estaban bien abiertos. Sobre todo cuando a eso de las 6:00 de la tarde todos deben usar el metro, los unos cuñados con los otros, un tumulto que se precipita a quedar pegado de la puerta, donde se levantan los olores de la gente mojada por la lluvia, y el de la carne que venden cerca a la Estación Hospital, creo es imposible dormir.

A la que después si vería dormir fue a una monjita que cada que el tren paraba en una estación, entreabría los ojos para confirmar que ese no era su destino.

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Un momento en la carrilera

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Por un momento desde la carrilera de la Estación Caribe, pude observar un forma de vida desde allí. La gente de esas casas que estaban todo el tiempo a lado de la carrilera, un lado olvidado, desapercibido, a pesar de los centenares de personas que cada día pasan por allí.

Casas de ladrillo de donde cuelgan las ropas mojadas…

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Calles laberínticas que llevan a no sé donde…

¿Quién venderá los balaustres de esta mansión?

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Del otro lado de la calle

Desde este lado trato de capturar con mi cámara a la religiosa …Del otro lado, ¿ la atrapará un ladrón ?, ¿ caerá en un hueco? O quizá Dios la salve de las anteriores, porque, Él va tras ella.

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Un policía Los policías al igual que los porteros

deben de temerle a que suceda algo. Imaginarse que por un momento todo el sistema del metro se salga de control por un atentado terrorista que alguien planea mientras va tomando fotos del lugar. Todo sería un caos, la gente pasándose la línea amarilla, quebrando los vidrios de las ventanas, caminando por la carrilera, hablando desde la cabina por donde se dan las orientaciones a los pasajeros, gente corriendo por las escalas eléctricas en dirección contraria…Mejor se queda observando la calma de la lluvia y pensando en la imagen de la joven de la que se acaba de despedir.

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Un vendedor de Mangos y helados Siguiendo la ruta

al metro, volví a ver al vendedor

de mangos y helados…Le

sonreí pensando que me

reconocería, pero no fue así.

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Hombre en el semáforo

Estuve a punto de conocer a quien cruzaba el semáforo, al menos de verle bien la cara…Pero éste cambio muy rápido. Cuando el joven llegó al otro lado de la calle, lo vi despedirse de alguien…Aún no había llegado mi momento.