las condiciones de la trala transicionnsicion

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INTRODUCCIÓN: LAS CONDICIONES DE LA TRANSICIÓN EN LOS PEQUEÑOS PAÍSES PERIFÉRICOS José Luis Coraggio Carmen Diana Deere 1. LA AUTODETERMINACIÓN COMO SENTIDO DE LA TRANSICIÓN El socialismo, como movimiento anticapitalista, puede ser visto como exteriorización y comienzo de superación de las contradicciones antagónicas del sistema capitalista mundial. Pero antes que manifestarse como movimiento triunfante en el interior de las sociedades capitalistas desarrolladas, se expresa como movimientos de liberación nacional en la periferia. Los “eslabones más débiles” del sistema imperial-colonialista son entonces lugar privilegiado de realización de un proyecto cuya génesis se remite a la contradicción principal del capitalismo, cuyos sujetos antagónicos más desarrollados están asentados en los países centrales regidos por ese sistema. A la vez, el portador de esta contradicción no es, como la lógica interna del desarrollo capitalista permitía teorizar, el proletariado industrial periférico, sino un heterogéneo conglomerado de fuerzas sociales y étnicas en que predominan el campesinado y sectores urbanos difícilmente ubicables en el sistema tradicional de clases, como fuerza social, y una pequeña burguesía revolucionaria, como grupo dirigente. La consolidación y extensión del socialismo, fundamentalmente como resultado de la segunda guerra mundial incorporó sociedades europeas considerablemente

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El socialismo, como movimiento anticapitalista, puede ser visto como exteriorización y comienzo de superación de las contradicciones antagónicas del sistema capitalista mundial. Pero antes que manifestarse como movimiento triunfante en el interior de las sociedades capitalistas desarrolladas, se expresa como movimientos de liberación nacional en la periferia. Los “eslabones más débiles” del sistema imperial-colonialista son entonces lugar privilegiado de realización de un proyecto cuya génesis se remite a la contradicción principal del capitalismo, cuyos sujetos antagónicos más desarrollados están asentados en los países centrales regidos por ese sistema.

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INTRODUCCIN: LAS CONDICIONES DE LA TRANSICIN

INTRODUCCIN: LAS CONDICIONES DE LA TRANSICIN

EN LOS PEQUEOS PASES PERIFRICOS

Jos Luis Coraggio

Carmen Diana Deere

1. LA AUTODETERMINACIN COMO SENTIDO DE LA TRANSICIN

El socialismo, como movimiento anticapitalista, puede ser visto como exteriorizacin y comienzo de superacin de las contradicciones antagnicas del sistema capitalista mundial. Pero antes que manifestarse como movimiento triunfante en el interior de las sociedades capitalistas desarrolladas, se expresa como movimientos de liberacin nacional en la periferia. Los eslabones ms dbiles del sistema imperial-colonialista son entonces lugar privilegiado de realizacin de un proyecto cuya gnesis se remite a la contradiccin principal del capitalismo, cuyos sujetos antagnicos ms desarrollados estn asentados en los pases centrales regidos por ese sistema. A la vez, el portador de esta contradiccin no es, como la lgica interna del desarrollo capitalista permita teorizar, el proletariado industrial perifrico, sino un heterogneo conglomerado de fuerzas sociales y tnicas en que predominan el campesinado y sectores urbanos difcilmente ubicables en el sistema tradicional de clases, como fuerza social, y una pequea burguesa revolucionaria, como grupo dirigente.

La consolidacin y extensin del socialismo, fundamentalmente como resultado de la segunda guerra mundial incorpor sociedades europeas considerablemente desarrolladas, configurando un verdadero bloque hegemonizado por la Unin Sovitica. Por otro lado, la Repblica Popular China, con gran peso cuantitativo y cualitativo en el movimiento mundial, conform otro polo socialista de gran peso. Sin embargo, el sistema econmico y poltico mundial sigui marcado, fundamentalmente, por el desarrollo de las contradicciones del capital. En ese sentido el tercer mundo es histricamente la periferia del centro capitalista (primer mundo). Pero los procesos de descolonizacin y fragmentacin nacional que tambin se precipitan despus de la segunda guerra mundial, as como algunos procesos de lucha antidictatorial, iban a incorporar al mundo una nueva categora de pases en transicin al socialismo, la mayora de los cuales se caracterizaban tambin por ser relativamente pequeos, perifricos, y con un grado considerable de atraso en relacin tanto al centro capitalista como al socialista.

Cul es el objetivo que orienta tanto la ruptura con un sistema como la intencin de adherirse a otro? Si excluimos a los movimientos mesinicos contrapuestos al modelo de las sociedades industrializadas, podemos afirmar que los movimientos que en estos pases aspiran a romper con la subordinacin imperialista han tendido a ver al socialismo (terico o real) como paradigma para la construccin de una nueva sociedad. Pero al subtitular este volumen indicando el sentido prctico de la difcil transicin que emprenden estos pequeos pases en la periferia, hemos credo inapropiado utilizar el trmino socialismo. Dudamos en cambio entre utilizar el trmino desarrollo o el finalmente adoptado de autodeterminacin, como caracterizacin general del sentido de la transicin.

Una parte fundamental de la teora revolucionaria demuestra que el capitalismo no puede resolver a escala mundial los problemas del desarrollo de las fuerzas productivas y del desarrollo social en su conjunto. Pero esta proposicin cientfica no produce revoluciones populares, a menos que sea asumida como teora revolucionaria por fuerzas sociales de gran magnitud. Las revoluciones que nos ocupan no han sido materializadas por agentes deseosos de desarrollar las fuerzas productivas per se, sino por fuerzas acumuladas predominantemente a partir de los deseos de liberacin de la opresin poltico-cultural y la explotacin que sufren las mayoras en estas sociedades.

Tambin suele afirmarse que no puede haber autntica autodeterminacin nacional sin un desarrollo econmico previo, que provea las bases materiales para que la autonoma no sea meramente formal. Pero al optar por nuestro ttulo estamos afirmando otro aspecto que suele quedar olvidado por el economicismo: la autodeterminacin poltica nacional es a su vez condicin de posibilidad del desarrollo, un desarrollo que no reproduzca bajo nuevas formas- la subordinacin al centro imperial. Y esa autodeterminacin slo puede hacerse efectiva si se realiza la nacin a travs de la constitucin del pueblo como sujeto revolucionario soberano. Destacamos, entonces, la primaca de lo poltico en la praxis revolucionaria.

La relacin centro-periferia que caracteriza al sistema capitalista de naciones- reproduce el subdesarrollo, el atraso. Cientos de millones de seres, las grandes masas del mundo subdesarrollado capitalista, ven acrecentar sus penurias econmicas y espirituales en aras del contradictorio desarrollo del capital que, lejos de generar un derrame beneficiosos hacia la periferia, est precipitando al mundo en un crisis econmica y poltica de proporciones inditas cuyo costo cae fundamentalmente sobre millones de campesinos, marginados, desocupados y sobre todo jvenes de la periferia. Mayor privacin, mayor represin, mayor alienacin, creciente prdida de expectativas, es la propuesta real y consecuente que el sistema capitalista brinda a la desesperante situacin de su periferia. Las esperanzas del desarrollo por la va de la modernizacin capitalista asociando las sociedades perifricas a algn centro dinmico, o creando condiciones atractivas para el redespliegue industrial, o a partir de programas especiales de ayuda para el desarrollo- se esfuman en medio de una crisis que acenta el proteccionismo, que aumenta los costos de una deuda impagable, que centrfuga lo peor de las relaciones tecnolgicas y sociales capitalistas a la periferia y que, por sobre todo, revitaliza la estrategia de la zanahoria y el garrote. El escaso desarrollo que el capital pueda tener en la periferia implicar reproducir de manera ampliada el subdesarrollo de esos pueblos. El juego libre del comercio y los movimientos de capital, incluso con sus canalizaciones multilaterales de ayuda, han sido probados y mostraron la imposibilidad del desarrollo dependiente. La subordinacin poltica, ideolgica y cultural tendieron a acentuarse por esa va en un mbito de polarizacin social creciente.

Este proceso no es meramente econmico, ni sus agentes son las empresas transnacionales exclusivamente. Los poderes polticos, los estados de los pases capitalistas centrales con la complicidad de las burguesas perifricas- tienen y ejercen la autonoma que se requiere para velar por el inters del sistema capitalista en su conjunto. Los mecanismos poltico-militares de dominacin a nivel mundial, el control y manipulacin de la comunicacin social, no son un mero acompaamiento de las relaciones econmicas, e incluso pueden entrar en contradiccin con el desarrollo de importantes fracciones del capital. La dimensin poltico-militar del imperialismo emerge con claridad en pocas de crisis como la actual.

La nica va que tienen los pases perifricos para romper con este estado de cosas es afirmar polticamente la emancipacin popular, contenido real de la autodeterminacin nacional, como condicin de posibilidad del desarrollo. Autodeterminacin para qu? Para elegir, como los mismos revolucionarios norteamericanos propugnaban, la forma poltica que permita a los pueblos ...tener mayores probabilidades de asegurar la seguridad y la felicidad. Se trata de poder elegir las formas y ritmos de socializacin de la vida econmica, poltica, cultural, que mejor se ajusten al legado histrico de cada poblacin y que mejor la protejan de las fuerzas que pretenden sojuzgarla, permitiendo la realizacin de la nacin como entidad en el concierto mundial. Autodeterminacin para relacionarse con otros pueblos con la intensidad y formas que sean mejor para los mismos objetivos. Autodeterminacin para establecer un modelo econmico que se oriente a la satisfaccin de las necesidades bsicas de la poblacin, rechazando las falsas alternativas como el modelo de Puerto Rico, o la Iniciativa para la Cuenca del Caribe basada en la libre empresa extranjera y la balcanizacin- o la taiwanizacin, que consume los recursos humanos en una exportacin sin lmites. Los intentos de modernizacin o de integracin econmica de pequeos o aun de grandes pases no han podido resolver de por s y en ausencia de transformaciones estructurales- los problemas sociales, y en general estn en una fase de franco agotamiento.

La pauperizacin de la periferia lleva a lgicas rebeliones ante las cuales la respuesta del centro hegemnico no es la rectificacin, el cambio estructural, o al menos la reforma significativa de las injusticias que la provocan. La respuesta sistemtica, ms all de excepciones de corta duracin, es la imposicin de una ms frrea represin fsica, donde el derecho a la vida no slo se pierde por la va de la desnutricin por generaciones, la enfermedad y la indefensin ante catstrofes naturales, sino directamente por el asesinato, la tortura y la desaparicin, aplicados a quienes intentan confrontar los regmenes que se arrogan la representacin nacional, pero responden a minoras asociadas al proceso de explotacin y dominacin imperial. Esa respuesta se institucionaliza en escuelas que sistematizan y teorizan sobre las experiencias que el imperialismo ha ido adquiriendo en su lucha contra los pueblos de la periferia, escuelas que forman a los gendarmes de las minoras dominantes nacionales en el arte de la represin.

Las sociedades dependientes estn lejos de constituir naciones cohesionadas, dada la polarizacin social, ideolgica y cultural exacerbada por la penuria a que la dependencia las somete. Esta polarizacin de las posiciones ante la cuestin social obliga a determinar el sujeto principal de la liberacin: no puede haber autodeterminacin nacional sin soberana popular. La autodeterminacin de minoras asociadas a poderes externos no es autodeterminacin nacional, y la cuestin nacional pasa por constituir al pueblo como sujeto soberano, capaz de definir las formas sociales y polticas ms aptas para su desarrollo. Dado el atrincheramiento de esas minoras auxiliadas por el imperialismo, surge la necesidad de la revolucin poltica interna, cuya va predominantemente armada- no es determinada por una preferencia o un rechazo a la violencia como medio, sino por los caminos que los dominadores dejan a las demandas populares.

Pero cuando los revolucionarios triunfan sobre el residente colonialista o sobre el opresor nacional, slo ganan una batalla en la larga lucha contra el imperialismo. Aunque se controle el estado nacional, posicin privilegiada del poder poltico, la lucha debe continuar, armada y no armada, contra un enemigo poderoso que sin embargo ve como una amenaza el desafo de la revolucin en una periferia cada vez menos controlable por medio de los sutiles medios ideolgicos y del mercado. Desde las metafricamente llamadas colinas dominantes, en las estribaciones de la gran cordillera imperialista, los revolucionarios deben comenzar a consolidar sus posiciones, mirando a la vez hacia el valle de la sociedad nacional y hacia la cspide amenazante del sistema imperialista. La revolucin poltica no culmina con el derrocamiento de un rgimen opresor interno. La cuestin del poder est lejos de haber quedado resuelta. En primer lugar, porque estas pequeas sociedades perifricas son altamente abiertas, no slo en lo econmico sino tambin en lo poltico-ideolgico. Fuerzas desproporcionadas para las que pueden generarse en un proceso endgeno, se precipitan sobre la escena nacional. As, la defensa militar y la lucha ideolgica contra-hegemnica a nivel internacional deben comenzar a prepararse inmediatamente para frenar la segura contrarrevolucin que el imperialismo orquestar. Pero simultneamente es necesario continuar la revolucin poltica, fortaleciendo el poder popular revolucionario, y comenzar la revolucin social, construyendo o reconstruyendo a la vez bases econmicas mnimas para sostener el proceso. Es comprensible que la transicin sea calificada de difcil.

La conduccin revolucionaria debe necesariamente afirmarse para ir ms all del estado de rebelda popular, que fue suficiente, en combinacin con las acciones de la vanguardia poltico-militar, para acabar con una dictadura o incluso con un ejrcito invasor, pero insuficiente, librada a s misma, para construir y cohesionar las nuevas instituciones, los nuevos mecanismos, las nuevas conciencias y comportamientos. Esa conduccin requiere de un proyecto nacional, con componentes tcticos y estratgicos, donde el lenguaje de la guerra no es precisamente metafrico. Un proyecto fundamentado en una concepcin revolucionaria de la civilizacin, pues en las condiciones contemporneas de crisis resulta insuficiente adoptar modelos dentro de una cultura que en su conjunto no parece tener respuesta para los problemas que ha generado. Un proyecto para transformar una sociedad nacional que generalmente es desconocida para la ciencia, visualizada ms con base en prejuicios, o a la superposicin de proposiciones teoricistas con experiencias fragmentarias acumuladas durante la lucha. Y la investigacin que no se hizo en el pasado difcilmente se hace inmediatamente despus del triunfo.

Si el proyecto es una composicin fundada en diagnsticos cientficos, paradigmas y principios, no es de extraar que en su diseo y por bastante tiempo, tiendan a predominar los dos ltimos componentes. Sin embargo, la accin inmediata se define como respuesta muchas veces improvisada- a coyunturas cambiantes, impredecibles. La separacin virtual entre accin inmediata y proyecto estratgico no debe llamar la atencin bajo estas circunstancias. Por lo dems, la poltica y la utopa no coinciden, salvo en las mentes dogmticas.

Pero adems, si el paradigma tiene un basamento terico y doctrinario que slo se vuelve proyecto nacional una vez especificado para una sociedad concreta, encontramos aqu una contradiccin recurrente: la teora revolucionaria ha sido sometida a procesos de reproduccin y desarrollo (o involucin) en medios predominantemente acadmicos, con escasa vinculacin con la prctica de transformacin social, cayendo en la especulacin terica o en la auto justificacin ideolgica como objetivos en s mismos. Por el otro lado, los que se concentraron en la lucha efectiva para transformar la sociedad, ajenos al academicismo, suelen estar atados a versiones esquematizadas del pensamiento de los grandes tericos revolucionarios, perdiendo su riqueza dialctica, y una vez en el poder pueden tender a dar estatuto terico a proposiciones simples, que forman parte del nuevo sentido comn que surge de la prctica revolucionaria. Teoricismo y pragmatismo aparecen como polos de una relacin contradictoria en el campo revolucionario. Ms que una realidad, la tan mentada unidad teora/prctica es una meta difcil de alcanzar.

Otra forma de satisfacer la necesidad de un paradigma ha sido adoptar como modelo otra sociedad concreta existente, cuya aprehensin aparentemente no exige dominio de la teora, y que en todo caso puede ser sometida a un procedimiento empirista de adaptacin, haciendo abstraccin de las circunstancias histricas en que se gest el modelo. Pero las sociedades en transicin contemporneas enfrentan adems una situacin problemtica en muchos sentidos. Efectivamente, el paradigma del desarrollo capitalista, de la modernizacin, del desarrollo por arrastre desde el centro, ha perdido credibilidad para nuestros pueblos. Pero en esta poca tambin est en crisis el paradigma socialista, tanto el basado en el socialismo real que ha sido sometido a una crtica poltica por su prolongada detencin en la etapa del desarrollo de las fuerzas productivas y la satisfaccin de las necesidades bsicas, y el consiguiente retraso en la democratizacin del poder- como el basado en las versiones dominantes del socialismo cientfico que al estereotiparse han dejado de ser teoras crticas para convertirse en ideologas de la dominacin-. Para algunos hay incluso una crisis del proyecto socialista de transicin, al convertirse prcticamente en la ideologizacin de otro modo antagnico de produccin, y esta crisis habra arrastrado al marxismo, para el cual pronostican una muerte segura a corto plazo.

A la vez, en este vaco paradigmtico relativo, surgen concepciones democratistas, que incluso hablan de la transicin a la democracia, justificadamente enraizadas en los prolongados perodos de salvaje represin que constituyeron la respuesta a las luchas populares en la periferia latinoamericana. Pero cuando entramos a analizar a qu democracia se refieren, no encontramos mayor diferencia con la democracia en cuyo seno se gestaron las feroces dictaduras prohijadas por el imperio en aras de la seguridad nacional definida para las minoras explotadoras. Olvidan entonces que no slo est en crisis el paradigma del socialismo real, sino tambin la democracia real. An en los pases centrales, los sistemas parlamentarios, las repblicas de la revolucin burguesa, acusan el impacto abstencionista de la decepcin popular, y los partidos polticos ven surgir nuevos movimientos sociales que los critican ideolgica y prcticamente sin constituir, sin embargo, una verdadera alternativa de socializacin del poder. Si los modelos de la democracia capitalista y la democracia socialista pasan por momentos (muy diversos) de crisis por su instrumentacin real, la cuestin del proyecto nacional revolucionario difcilmente puede resolverse acudiendo a paradigmas empricos.

Adems el punto de partida de estas revoluciones es muy distinto. Pero la diferencia no puede reducirse a un indicador de ingreso per cpita, o a contrastaciones simplistas por el estilo. A veces da la impresin que se pensara que mientras las sociedades capitalistas desarrolladas requieren formas sofisticadas de conduccin social, las sociedades atrasadas, perifricas, por su simplicidad, por el escaso desarrollo de la divisin social del trabajo, por la incompleta complejizacin del tejido social, etc. pueden manejarse con instrumentos y concepciones relativamente burdas. Las sociedades nunca son reductibles a relaciones econmicas estructurales, por bsicas que stas sean. Estn constituidas tambin por relaciones tnicas, poltico-ideolgicas en sentido ms amplio que el mero reflejo de las estructuras sociales- que incluyen el mundo mtico, lo simblico, las tradiciones culturales. Por lo tanto, los comportamientos de sus miembros estn determinados por algo ms que su posicin en las relaciones sociales de produccin. Desde esta perspectiva, la simplicidad de las sociedades perifricas no es tal, y el no advertirlo slo puede atribuirse a dos causas principales: a) la ignorancia que los cientficos sociales tienen acerca de estas sociedades, estudiadas parcialmente y desde una perspectiva fundamentalmente colonialista, no desde la perspectiva de su transformacin interna; b) la postura de dominacin, que encuentra ms fcil utilizar la violencia que procesos consensuales para tratar a estas poblaciones.

Esa concepcin, coherente con la teora y la prctica de la dominacin capitalista hacia los pases perifricos, se ha filtrado al campo terico-ideolgico de los revolucionarios, dejndolos sin respuesta inmediata para lo que se ha clasificado como contradicciones secundarias en los enfoques reduccionistas del marxismo, que confunden el gran movimiento histrico con la coyuntura, y las leyes econmicas tendenciales con la prctica poltica. La cuestin campesina, la cuestin tnica, la ausencia de una estructura social que procese factores como lo cultural, los mitos, las contradicciones de gnero y edad, etc., requieren de los dirigentes revolucionarios no slo la unidad teora /prctica sino el desarrollo colectivo de la teora. Ese desarrollo debe estar basado en una prctica sistematizada mediante la continua reflexin, pero sobre todo mediante la continua retroalimentacin entre direccin revolucionaria y bases sociales, lo que requiere el desarrollo de organizaciones mediadoras fuertes, autnticamente representativas de los sectores cuya emancipacin constituye el objetivo primordial de la revolucin. No hacerlo as puede llevar a la tentacin de derivar los criterios de verdad de las posiciones personales de quienes detentan el poder en la cpula revolucionaria.

En estas sociedades es imposible limitar el rea o variable de intervencin privilegiada a lo econmico, bajo el supuesto de que el resto de las estructuras y relaciones de la sociedad se acomodan al cambio en la economa. No advertirlo implica confundir una teora que establece determinaciones en ltima instancia con la causalidad real en la coyuntura y conduce a errores y alienaciones serias. La resistencia de la realidad a intervenciones guiadas por pobres marcos tericos es tambin prueba de verdad. Se requiere, entonces, avanzar en su sistema de intervenciones, reconociendo tanto los mltiples procesos de cambio que la revolucin desata en la sociedad como las estructuras que se reproducen del pasado. Y ese sistema debe tener coherencia, pero a la vez estar abierto a la rectificacin, en la medida en que no es posible prever con certidumbre por la falta de conocimiento terico y emprico sobre la sociedad que se quiere transformar-. Estas sociedades exigen, entonces, ms y no menos sutileza y sofisticacin, en tanto que hay menos procesos estables que den unidad y cohesin a la entidad sociedad nacional, y que, efectivamente, lograr esa cohesin es muchas veces el objetivo primordial de la poltica.

Por ello es necesario, como se insiste en este volumen, volver a los principios terico-doctrinarios del pensamiento emancipador y anticapitalista y, a la vez, comenzar a innovar pragmticamente en la lucha poltica contra los poderes hegemnicos a nivel mundial, buscando nuevas formas de socializacin, nuevos ritmos, superando frmulas etapistas o evolucionistas basadas en una historia que no se puede (o no se quiere) repetir. Pero adems se hace evidente ante la pobreza de los marcos tericos sobre pases como los que nos ocupan- la necesidad de sistematizar las experiencias de transicin, realimentando crticamente la teora revolucionaria al darle concrecin nueva y contempornea y, a la vez, sometindola continuamente a la dura prueba de realidad.

El concepto mismo de socialismo, ya no suscita consenso fcil, como meta orientadora. La prctica de la revolucin en la periferia puede demostrar que resulta ms productivo y menos conflictivo ideolgicamente partir de una crtica del rgimen poltico y del sistema econmico-social existente en cada sociedad. Esto implica identificar, a travs del anlisis histrico orientado por una teora general del capitalismo y el imperialismo, pero tambin por otros cuerpos tericos que atiendan a las denominadas contradicciones secundarias- las fuerzas concretas que tienden a reproducir las situaciones de marcada injusticia social. Por otro lado, implica visualizar las fuerzas reales o potenciales capaces de modificar la correlacin de poder y posibilitar una superacin del orden existente. Fuerzas que no pueden efectivizarse orgnicamente sin asumir como punto de partida sus valores y motivaciones, sus reivindicaciones inmediatas.

Slo sobre esa base histrica determinada ser posible postular un proyecto revolucionario que asuma racionalmente la utopa, que globalice y d sentido de ruptura histrica a la accin revolucionaria masiva, incorporando y a la vez posibilitando la transformacin de esos sectores de la sociedad. Pero nada de esto requiere una definicin apriorstica de socialismo o del modelo alternativo al existente. Ms que el socialismo lo que hay que definir son las tendencias de socializacin que se quieren liberar, pasando por la constitucin de una sociedad nacional como condicin totalizante para hacer viable el cambio autosostenido.

El denominado proyecto histrico del proletariado es el gran marco que define una resolucin tendencial de las contradicciones fundamentales del sistema capitalista a escala mundial. Pero los movimientos y proyectos nacionales no pueden repetir ese proyecto a escala local como si fuera una camisa de fuerza ideolgica, un punto de referencia dogmtico para sealar las desviaciones del modelo ideal. Si aceptamos que el desarrollo del capitalismo es un desarrollo desigual, tambin es desigual el desarrollo de las formas alternativas, respondiendo necesariamente a las diferentes condiciones de partida en las diversas regiones del mundo. Esas alternativas son difcilmente homogeneizables bajo una definicin de socialismo, mxime si sta pretende adscribirse (universalizndolas) a determinadas formas nacionales de resolver las contradicciones generadas por el imperialismo. Aunque se lleva a cabo una lucha ideolgica alrededor de qu constituye el verdadero socialismo paralela a la que se lleva a cabo en el interior de la iglesia catlica alrededor de lo que significa el verdadero cristianismo- las instituciones del socialismo no tienen dos mil aos ni es fcil canalizar en su interior una discusin que fcilmente conduce a cismas o acusaciones de desviacionismo y aburguesamiento. Por ello, ms que la lucha ideolgica sobre la verdad ltima del dogma, es fundamental desde los terrenos concretos de cada sociedad existente o virtual- desarrollar y aceptar pluralsticamente las ms variadas formas de lucha para vencer al imperialismo, como expresin poltica del capitalismo. Esto implica, tambin, hacer de las consideraciones polticas, del campo de lo posible, un criterio significativo para juzgar tanto el sentido de las muy diversas luchas que se libran contra el imperialismo, como el grado de realizacin de los principios populares que dicen orientar esas luchas.

Las revoluciones en la periferia estn en capacidad de hacer aportes significativos al campo terico-prctico del socialismo. De la sistematizacin crtica de estas experiencias puede surgir adems la necesaria revitalizacin de las teoras y doctrinas revolucionarias, que difcilmente se produzca a partir de la prctica de reproduccin de los sistemas socialistas desarrollados. En esto, el criterio que el mismo imperialismo nos proporciona no debe ser desdeado: procesos tan divergentes, desde la perspectiva del modelo socialista, como la revolucin cubana, la revolucin de Arbenz en Guatemala, la Unidad Popular de Chile, la revolucin sandinista, el gobierno de Manley, el nacionalismo de Torrijos, y otros muchos, han provocado la ira del imperio y su intervencin abierta, violando los principios de la autodeterminacin y todos los derechos humanos recurriendo a la desinformacin desestabilizadora , al asesinato poltico o al genocidio, a la tortura o al asedio por el hambre- en nombre de una humanidad definida a partir del derecho del capital a acumular con base en la pauperizacin de las masas. Es evidente que todos esos y muchos otros procesos afectan o afectaron el sistema de injusticia social, de alienacin, de represin, que la palabra imperialismo resume para nuestros pueblos. Si el proyecto proletario es el proyecto (a escala mundial) de acabar con un sistema que contradice principios humanos fundamentales, si se trata de una lucha poltica que debe asumir mil formas, en otras tantas trincheras especficas, entonces el dogmatismo y la fijacin en un modelo deben dejar lugar a la interpretacin poltica de las fuerzas reales, de los proyectos heterogneos de oposicin al sistema que predomina actualmente en el mundo. Lejos de tener que repetir lo irrepetible, en cada sociedad debe buscarse la forma concreta de hacer eficaz esa lucha, articulndose con otras luchas, con otras alternativas, en un amplio y pluralista frente mundial, donde lo comn es la defensa de los intereses de las masas subordinadas, de su soberana, la cual no puede realizarse sin pasar por la forma de la autodeterminacin nacional y por ende del antiimperialismo.

Se ha planteado que la revolucin popular sandinista, con su proyecto de economa mixta, no alineamiento, pluralismo poltico y democracia participativa, constituye una novedad, y una fuente de la cual otros revolucionarios pueden extraer lecciones para la larga lucha que enfrentan. Doctrinariamente, la revolucin que el FSLN impulsaba posiblemente hubiera sido, de contarse con la suma del poder, una revolucin inmediatamente definida como socialista segn patrones ya conocidos. El hecho de que el poder revolucionario estuvo condicionado interna (alianza amplia antisomocista) y externamente (la amenaza del imperio, la presencia de aliados internacionales)-, llev en la prctica a una revolucin distinta, donde la democratizacin no fue dejada de lado en aras del desarrollo econmico, donde se practic ms cuidadosamente el no alineamiento. Y al convertirse, por la fuerza de las circunstancias y la visin poltica de su dirigencia, en este nuevo modelo de revolucin, fue considerada altamente peligrosa para el imperialismo. Otra revolucin socialista segn el modelo de partido nico, estatizacin generalizada y adhesin al bloque sovitico, hubiera sido fcilmente aislada en esta coyuntura, y la autodeterminacin no hubiera tenido tiempo de prender. Pero al comprobar correctamente su eficacia como alternativa contempornea para un continente de campesinos y marginados urbanos, el gobierno de Reagan explcitamente convierte a Nicaragua en un enemigo ideolgico. Esto se evidencia cuando ese gobierno se autoproclama defensor de la humanidad y se autoasigna como tarea prioritaria derrocar por cualquier medio al gobierno nicaragense libremente elegido en 1984, para acabar con el proyecto revolucionario que comanda el FSLN. Una variante esperada por el gobierno norteamericano era que el FSLN, ante la agresin militar, la crisis econmica, la dificultad de manejar una economa mixta dependiente y a la vez un sistema pluralista, se declarara en emergencia y asumiera como va reactiva la estatizacin total, la centralizacin del poder poltico, el alineamiento. Pero es evidente que esto no ha ocurrido. Si el FSLN se atiene al proyecto-en-acto, los costos polticos de la guerra irn creciendo para el centro imperial y, a la vez, se probar efectivamente que hay una nueva alternativa para la transicin en la periferia. En ese sentido, al convertirla el imperialismo en un test-case, Nicaragua lleva sobre sus espaldas la responsabilidad adicional de ser ejemplar, pues su desarrollo incide sobre el futuro del movimiento revolucionario en el nivel por lo menos- de toda Amrica Latina.

2. EL DIFCIL PUNTO DE PARTIDA: LOS PEQUEOS PASES PERIFRICOS

Los trabajos que componen este volumen se refieren a las dificultades para lograr la autodeterminacin de pases pequeos, atrasados, de la periferia capitalista, a partir del momento en que una revolucin armada ha modificado la correlacin de fuerzas a favor de un proyecto popular cuyos portadores cuentan con el control directo de importantes aparatos del estado nacional. Dado que no existe una teora universal de la transicin social, es necesario especificar ese punto de partida, alejado tanto de los paradigmas tericos clsicos como de los paradigmas empricos dominantes en el mundo contemporneo.

El tamao pequeo

No como dimensin absoluta, sino con relacin al sistema mundial de fuerzas econmicas y polticas, la pequeez implica que la capacidad econmica y militar actual y potencial de estos pases es insignificante para el despliegue de fuerzas econmicas y para el despliegue de fuerzas militares convencionales respectivamente. Esas fuerzas globales corresponden al desarrollo mundial de la divisin del trabajo, y de la tecnologa (de produccin, de transporte, de guerra, de comunicacin, etc.) respecto al cual la escala de cada uno de estos pases est por debajo de los umbrales eficientes predominantes. Desde este punto de vista, el acceso inmediato a ese mundo tecnolgico, econmico, comunicacional, etc., no podra realizarse segn el paradigma del desarrollo capitalista endgeno, sino a travs de la importacin de sus productos o bien de la adopcin de las denominadas tecnologas apropiadas.

Aunque el tamao puede ser modificado, pues est histricamente determinado, como punto de partida condiciona negativamente la posibilidad de que estas economas desarrollen un conjunto balanceado de ramas o sectores productivos. El tamao limita al desarrollo en varias formas. Los recursos naturales y humanos son escasos. La base industrial es pequea y reducida a una manufactura simple y/o al ensamblaje de bienes de lujo. El reducido mercado interno producto l mismo de la pobreza y de la distribucin desigual del ingreso- limita el crecimiento de la industria para el consumo interno. Cualquier proceso significativo de industrializacin requiere la importacin de materias primas y productos semi terminados, adems de los bienes de capital. En particular, como seala FitzGerald, el sector I (produccin de medios de produccin) orientado hacia la reproduccin nacional, es y continuar siendo incipiente, por lo que la reproduccin y transformacin de la base econmica tendr que ser tecnolgicamente mediada por el mercado mundial. Del mismo modo, al no ser viable la industrializacin generalizada, la predominancia de la produccin primaria continuara por varias dcadas en estos pases, por lo que la exportacin primaria es caracterstica de la transicin. Segn el mismo autor, el sector de exportacin debe ser reconceptualizado como sector I, porque la acumulacin en estos pases necesariamente se basa en las divisas. Para Thomas, las probabilidades de que un gran pas perifrico se desarrolle con base en un capitalismo de estado y sin transformar las relaciones sociales de produccin, son bajas. Pero en el caso de un pequeo pas perifrico las considera nulas. En consecuencia, para estos pases no quedara otra alternativa viable que la revolucin socialista para lograr el desarrollo que sus recursos naturales y humanos permiten.

Sin embargo, el tamao no slo opera en contra de estos procesos. Por un lado, los intentos previos de aplicar tecnologas con alto umbral en mercados estrechos crean un punto de partida con alta concentracin de la propiedad en la industria, la minera o la plantacin de enclave aunque, como sealan Baumeister y Neira, hay otros factores que codeterminan esta estructura de propiedad heredada. Esto facilita la socializacin revolucionaria del excedente. Para FitzGerald, por el reducido tamao de la misma economa, [...] el avance hacia la socializacin efectiva del sector empresarial [...] puede ser [...] mucho ms rpido. Otra ventaja para el mismo autor sera que es posible elegir entre las tecnologas incorporadas en sus importaciones sin necesidad de generar tecnologa propia en todas las ramas. A esto podramos agregar que la magnitud pequea en trminos absolutos- de la brecha externa que acompaa estos procesos facilita que sea cubierta con ayuda externa diversificada sin mayor esfuerzo para los pases donantes o las instituciones financistas. En cuanto a la viabilidad de cambios en al estructura econmica heredada, Thomas es optimista (aunque no especifica plazos): ...cambios sustanciales pueden alcanzarse en una pequea economa subdesarrollada si reducimos el sector de industria pesada a los principales materiales bsicos requeridos como insumos en el consumo domstico de bienes.

Ms all de esta ambivalencia de sus consecuencias, el tamao no es un parmetro histrico ancestral, sino que es resultado del proceso de divisin del mundo entre los poderes coloniales, as como de las luchas de liberacin realizadas en un contexto mundial que favoreca la fragmentacin territorial. La alternativa de la integracin econmica de pequeos pases contiguos, como podra ser el caso de Centroamrica, del Caribe, o de pases no tan pequeos- del sur de Africa, ha resultado inviable dentro del rgimen capitalista. Lo que confirma que, fundamentalmente, los procesos de desarrollo se dan en formaciones que corresponden al mbito de un estado-nacin (Thomas). Sin embargo, queda abierta una segunda oportunidad a la integracin, promovida ahora por los sujetos populares que surjan de las revoluciones antiimperialistas en la periferia, capaces de recuperar las races histricas para el desarrollo moderno de sus sociedades.

La posicin perifrica

Los pases que nos ocupan han pertenecido, o pertenecen an, a la periferia del sistema capitalista mundial. Esa posicin en un sistema centro-periferia tiene como contenido la subordinacin, la dependencia asimtrica, la sujecin a condiciones impuestas por los poderes centrales (estados y/o empresas). De hecho, no slo pequeos pases estn en tal posicin, sino que pases semiindustrializados como Brasil, India o Mxico tambin resultan perifricos a un sistema cuyo centro es Estados Unidos, Europa occidental y Japn. El desarrollo de estos centros ha sido parte del mismo proceso que ubic a la periferia mediante la expansin colonialista, neocolonialista o imperialista- en una divisin internacional del trabajo desfavorable para eventuales desarrollos auto centrados. Son economas primario-exportadoras, sin control de los mercados ni las tecnologas sujetas a cambios impredecibles en su insercin internacional. Tales cambios, a veces sustanciales, responden al proceso de acumulacin capitalista a escala mundial (o directamente a los intereses hegemnicos de potencias externas), pero no a las necesidades de desarrollo de una nacin independiente.

Su estructura productiva es altamente dependiente del comercio mundial, sobre el cual no pueden incidir aisladamente, pero a la vez su alta especializacin la hace rgida y altamente vulnerable a decisiones y procesos externos. Como resultado, sus polticas tienden a hacerse adaptativas, sin posibilidad de plantear con eficacia un cambio estructural dentro del sistema capitalista. Ante el deterioro de los trminos del intercambio, los intentos de formar crteles para imponer condiciones a los pases centrales han tenido en general escasos resultados, y en todo caso estn lejos de haber alcanzado el objetivo de un nuevo orden econmico internacional que permita un desarrollo armnico y convergente de centro y periferia.

Tanto FitzGerald como Stallings argumentan que la autarqua no es una opcin para el desarrollo de estos pases. La transformacin de la estructura productiva necesariamente requiere recursos externos. El sector de exportacin continuar por ello siendo crucial. Y como seala FitzGerald, esto implica que los pequeos pases perifricos seguirn estando sujetos al intercambio desigual en el comercio, mientras que el ritmo de acumulacin estar fuertemente influido por los efectos de los precios internacionales determinados externamente. La principal opcin disponible para estos pases en lo relativo a su insercin internacional sera entonces la de diversificar su dependencia, tanto en sus mercados de exportacin e importacin como en sus fuentes de financiamiento.

En ltima instancia, para que estas economas funcionaran como un sistema econmico nacional deberan darse interrelaciones internas dinmicas bsicas tales como: recursos internos/uso de los mismos; produccin-tecnologa domstica/demanda domstica/necesidades domsticas. Es la ausencia de una convergencia dinmica de estas interrelaciones la que explica las estructuras econmicas subdesarrolladas y dependientes (Thomas).

Como acotacin final, cabe sealar que por lo mismo que el peso internacional de un pas debe establecerse relativamente a un sistema de relaciones, algunos pases econmicamente pequeos pueden estar ubicados en posiciones nodales de ese sistema: control territorial de algn paso estratgico de flujos econmicos o militares, cuasi monopolio de algn recurso no renovable requerido por los procesos de acumulacin del gran capital, posicin geogrfica respecto a reas militares estratgicas de una gran potencia, etc. Si bien esto puede potenciar su dimensin poltica, a la vez los confronta con la posibilidad de una supervigilancia del ejercicio de su soberana, por el control econmico extranjero de tecnologas y mercados, o por los lmites impuestos a su poltica interna y externa por la potencia cuyos intereses estratgicos estn real o supuestamente afectados por la revolucin.

El atraso

El desarrollo desigual del sistema capitalista mundial ha desarrollado el subdesarrollo, produciendo (y no meramente perpetuando) el atraso de la mayora de los pases perifricos. Tal atraso se define con relacin al paradigma emprico que proveen los propios pases centrales, al desarrollo de sus fuerzas productivas, de sus estructuras sociales, de su sistema poltico, de las condiciones de vida material y espiritual alcanzada por el promedio de sus habitantes. Este complejo fenmeno marca todas las experiencias de transicin, que por momentos asumen la forma de proyectos de modernizacin, con la superacin del atraso llegando a ocupar una posicin dominante entre los objetivos revolucionarios pos-triunfo.

Lejos de la perspectiva terica original de Marx y Engels, las revoluciones anticapitalistas se dan sin que el capital haya completado su tarea de conformar una sociedad burguesa, en tanto las relaciones capitalistas han penetrado en estos pases de manera desigual a travs del colonialismo y el imperialismo. Ni las fuerzas productivas (objetivas y subjetivas) han sido globalmente desarrolladas, ni se han cristalizado estructuras de clase dominadas por la contradiccin burguesa-proletariado. Por el contrario, el sector residual: campesinos, artesanos y comerciantes independientes, constituye amplia mayora sobre el proletariado y posiblemente sobre la clase asalariada en su conjunto (Nez). Como seala Coraggio, la maleabilidad de estas sociedades es enorme: sus estructuras son gelatinosas, altamente inestables y vulnerables a cambios en las condiciones de su reproduccin, lo que incide sobre la debilidad de las identidades de clase y sus expresiones organizativas. Entre las partes de estas formaciones hay ms una relacin de coexistencia que de integracin y cohesin societal. Las relaciones de parentesco, el patriarcado, el paternalismo, las formas comunitarias de produccin y reproduccin (Deere), la persistencia de diferenciaciones tnicas y de formas de organizacin no capitalistas, la exclusin de grandes masas tanto de la proletarizacin y del consumo estandarizado como de la educacin y comunicacin formales, su exclusin, en sntesis, de la mayora de los derechos humanos (Hinkelammert), son otros tantos componentes de una situacin que dista enormemente del modelo moderno de sociedad civil, y que de hecho pone en cuestionamiento la existencia misma de una nacin. En cuanto al estado, como plantean Baumeister y Neira, su grado de desarrollo puede ser muy inferior al alcanzado por las empresas privadas de mayor dimensin. Generalmente se hereda un estado atrasado, corrupto, con escaso desarrollo de las funciones generales y en cambio un peso relativo grande de las funciones propiamente polticas: el ejercicio de la coercin fsica y la manipulacin ideolgica para mantener controlado el descontento y la rebelin popular. Esta dominacin puede ir acompaada de formas polticas importadas de la metrpoli o del centro imperial, pero vaciadas de contenido democrtico, en tanto la participacin popular efectiva es mnima, y consecuentemente el desarrollo de la sociedad poltica es insignificante. Ms bien, como indica Marchetti: las tradiciones polticas existentes [...] representan una fuerza capaz de corromper y desviar las iniciativas de las fuerzas progresistas.

Tal vez una de las ms fuertes caracterizaciones aplicables al punto de partida de estas revoluciones sea la retomada por Marx y Engels: los pueblos sin historia, cuyas luchas aparecan como meras rebeliones a la modernizacin, sin posibilidad de trastocar el orden capitalista. Y sin embargo, contradictoriamente, a la vez que aparece como lmite, como dificultad tremenda para el desarrollo, este punto de partida provee las condiciones para una revolucin poltica que abre la posibilidad de una revolucin social. En todo caso, es evidente que las teoras revolucionarias y de construccin del socialismo acuadas en Europa en el siglo pasado, suponan un punto de partida muy distinto y que no se ha dado un solo caso de revolucin socialista cuya gnesis se ajustara a esa matriz, siendo una de las diferencias sustanciales la ausencia de un proletariado segn el modelo clsico. Esto fuerza a los revolucionarios que se atienen a esas teoras a superar el empirismo y buscar la forma de ser de lo proletario en nuestras sociedades [...] [las] revoluciones democrticas, populares y antiimperialistas (Nez). Esto no es ajeno al pensamiento de Marx, como se refleja en sus escritos polticos: la respuesta econmica y poltica que propuso para la liberacin de Irlanda sigue siendo componente bsico de todo proceso de emancipacin de los pases dependientes. Es a travs del anlisis del caso irlands que Marx da un viraje de indudable importancia terica y poltica, en la medida que signific una extensin al conjunto de las capas proletarizadas del mundo del concepto restrictivo de proletariado industrial como nico soporte de las transformaciones sociales en un sentido socialista (Aric).

Pero el esfuerzo reinterpretativo debe necesariamente acompaarse de una revivificacin de la teora revolucionaria, slo posible si la prctica va acompaada de una simultnea investigacin y sistematizacin para superar otra de las limitaciones del punto de partida: el profundo desconocimiento sobre la realidad concreta que se pretende revolucionar. Segn Aric, la necesidad de tal revivificacin de sus propias hiptesis tericas ya estaba sealada por Marx: Desde fines de la dcada del sesenta en adelante Marx ya no abandon su tesis de que el desarrollo desigual de la acumulacin capitalista desplazaba el centro de la revolucin de los pases de Europa occidental hacia los pases dependientes y coloniales (haba investigado los casos de China, Irlanda, India, Turqua, Europa oriental y estaba concentrado en el estudio de Rusia en sus ltimos aos).

En sntesis, si el siglo XX muestra que las alternativas al sistema capitalista se condensan en los pases atrasados de su periferia, es decir, si formas ms desarrolladas de la sociedad humana slo pueden nacer en tales mbitos, entonces el concepto mismo de atraso con toda su connotacin negativa debera ser puesto bajo crtica, visto tambin como aspecto contradictorio del desarrollo capitalista y posibilitador de su revolucin superadora, y no como mera rmora precapitalista.

3. LA TRANSICIN Y SUS PARADIGMAS

La transicin como ruptura

El concepto de transicin tiene connotaciones estructuralistas. Supone la situacin transitoria de paso de unas estructuras sociales a otras. Si las estructuras que se quiere transformar tienden a reproducirse automticamente, tanto por procesos internos como externos a las mismas, la transicin presupone una ruptura provocada desde el exterior del proceso econmico-social. Tal ruptura interrumpe ese proceso de reproduccin y posibilita la construccin y sostenimiento consciente de nuevas estructuras sociales, hasta que stas tienden a su vez a reproducirse automticamente. Para Nez: el proceso de transicin se presenta como la ruptura con esta situacin, como la voluntad y el esfuerzo prctico de usar el poder poltico conquistado para negar el orden anterior y establecer las condiciones para el socialismo. En cuanto a la ruptura mencionada, afirma Lwy que el punto de partida indispensable es la rebelin popular armada que rompe con el sistema policial-militar del estado oligrquico-capitalista y construye en su lugar un estado de tipo nuevo, apoyado en un ejrcito revolucionario y en milicias obreras, campesinas y populares [...] Toda tentativa de iniciar un proceso de transicin en los marcos del estado burgus con sus estructuras represivas intactas, slo puede conducir a la derrota de los trabajadores. Obviamente este planteamiento se refiere no a una transicin natural resultado del desarrollo objetivo de las contradicciones en las estructuras de partida-, sino a una transicin producto de la accin intencional y organizada de fuerzas sociales, conducidas bajo un proyecto con un fuerte componente subjetivo, de voluntad poltica.

Superar el pensamiento estructuralista implica adoptar una visin procesal, segn la cual las estructuras sociales son por naturaleza contradictorias, y su reproduccin enfrenta tendencias antisistmicas desencadenadas por contradicciones antagnicas en su seno. Pero an as, tales contradicciones objetivas deben asumir la forma de fuerzas subjetivas para hacer efectivo el cambio que posibilitan. Sin condiciones objetivas, el intento revolucionario sera voluntarista. Pero sin condiciones subjetivas, las contradicciones mantendran a la sociedad en una crisis, larvada o abierta, sin resolucin. Esto es as en pequeas sociedades perifricas, donde las fuerzas externas desempean un papel predominante en la reproduccin del status quo interno. Por ello tambin la ruptura de esas ataduras externas es tan esencial. Pero si bien la transicin arranca como una lucha contra las fuerzas externas, implica, a nivel interno, un proceso de proletarizacin no solamente de la clase obrera sino de la sociedad en su conjunto (Nez).

Las bases del proyecto revolucionario

Las fuerzas subjetivas requieren de organizacin, de una direccin con un proyecto formalizado o meramente actuado- que ayude a las masas a insurreccionarse eficazmente contra el rgimen y luego pasar a constituir el sujeto constructor de una sociedad diferente. Ese proyecto puede basarse en los lineamientos que surgen de la negacin de la realidad existente, o de la anticipacin de una realidad posible con conexiones visibles con la existente, o bien de la afirmacin de las tendencias hacia la nueva socializacin ya en germen en la sociedad. Pero otro elemento fundamental, con un peso posiblemente desproporcionado tal vez justificable por el usual desconocimiento inicial de la realidad que se pretende revolucionar- es el recurso a paradigmas, tericos o empricos, vistos como estructuras estticas o como secuencias predeterminadas de tareas para el cambio. En particular, las experiencias de transicin desde el capitalismo perifrico han tenido como gua para la accin sistemas tericos usualmente denominados teora revolucionaria, de vertiente marxista, leninista o maosta, as como la visin de sociedades contemporneas que aparecen como la realizacin de ese paradigma terico. En cualquier caso, el paradigma econmico socialista ha sido de una u otra manera- predominante entre las elites revolucionarias de la periferia. Por el contrario, el paradigma de la democracia poltica, o la versin gramsciana de la hegemona parecan haber tenido escasa repercusin en dichas elites hasta el advenimiento de la revolucin sandinista.

Socialismo y democracia

Sin embargo, los contenidos mismos del concepto socialismo son hoy materia de discusin dentro del mismo campo revolucionario. Lwy, Bengelsdorf y Saul examinan el legado doctrinario de Marx, Engels y Lenin desde la problemtica poltica. Los tres coinciden en que ese legado es de raz profundamente democrtica y que el concepto de socialismo previo a la existencia de sociedades socialistas as lo reflejaba. Segn Lwy, la democracia no es un problema de forma poltica o de superestructura institucional: es el contenido mismo del socialismo en cuanto formacin social en la cual los trabajadores, los obreros y campesinos, los jvenes, las mujeres, en fin, el pueblo, ejerce efectivamente el poder y determina democrticamente las finalidades de la produccin, la reparticin de los medios disponibles y la distribucin de los productos. Como indica Bengelsdorf, ante la experiencia de la Comuna de Pars Marx destacaba, como universales, principios que podran dar forma a una verdadera reabsorcin del estado por la sociedad: la sustitucin de un ejrcito permanente por el pueblo armado, la eliminacin de la burocracia y eleccin por sufragio universal de los funcionarios, el derecho irrenunciable a la revocacin de sus mandatos por el pueblo, la limitacin de los salarios de los funcionarios al nivel de los sueldos obreros. Asimismo, de la lectura de El estado y la revolucin de Lenin, emerge una imagen abrumadora del pueblo organizado por s mismo, sin intermediarios, asumiendo su propio dominio y la propia defensa de este dominio. Sin embargo, esta filosofa democrtica tendra serias deficiencias en tanto no fue acompaada de propuestas institucionales que permitieran determinar qu tipo de mediacin poltica poda garantizas los objetivos propuestos. En ausencia de un historial de prcticas de transicin, faltaba obviamente la referencia a los enormes y crticos problemas que la sociedad posrevolucionaria enfrentara (Bengelsdorf).

Aunque la doctrina clsica sea profundamente democrtica, la prctica de la transicin est acechada por el burocratismo estatal y partidario, la concentracin del poder en un partido nico que tiende a simbiotizarse con el estado y a controlar los sindicatos y otras organizaciones de masas, la predominancia de mecanismos del tipo revolucin desde arriba, la fetichizacin del estado, el reduccionismo economicista. Como afirma Marchetti: La problemtica de hoy en da es realmente cmo implementar la posicin de Lenin. La no implementacin de su posicin ha significado una relacin bien conocida entre el estado y el partido. La solucin a las deformaciones burocrticas del poder estatal y a la corrupcin, ha sido la creacin de otra burocracia sobrepuesta al aparato de estado: el aparato del partido (Bahro).

El hecho es que la revolucin socialista no se produce en los pases capitalistas desarrollados, sino en pases de la periferia caracterizados por un pronunciado atraso, y en presencia de un poder imperial capaz de crear y mantener fuerzas contrarrevolucionarias, lo que convierte a la agresin externa en un dato estructural de la transicin en la poca imperialista, y a la defensa en una tarea (no teorizada por los clsicos) de fuerte impacto sobre las relaciones entre estado y sociedad. Pero, como afirma Bengelsdorf, esas realidades por abrumadoras que sean no pueden explicar por s solas la condicin actual del proyecto socialista en la mayora de los pases que se definen actualmente como socialistas. En parte, la autora lo atribuye a la incapacidad [del legado terico] de reconocer la importancia de los mecanismos e instituciones necesarios para dar forma al impulso y al ascenso democrticos durante la transicin, pero va ms all al afirmar que ha servido de apuntalamiento a modelos para la construccin adecuada del socialismo que son fundamentalmente autoritarios. Pero es evidente que, sean cuales fueran sus falencias por no anticiparse a una realidad por venir, lo que usualmente se conoce como teora del socialismo no es exactamente la que contena el legado histrico. Por eso se plantea como tarea el intentar recuperar los parmetros tericos de la transicin al socialismo. Por lo dems, el mismo mtodo marxiano rechaza la construccin de utopas o modelos socialista a priori, puesto que slo las condiciones concretas de una situacin histrica podran dar bases slidas para disear instituciones y mediaciones para la transicin.

La teora socialista y la transicin en la periferia

Saul se pregunta si es posible que el marxismo se haya convertido en una ideologa en sentido negativo (una distorsin necesaria que oculta contradicciones) y se contesta que efectivamente eso ocurri en la Unin Sovitica durante el perodo estalinista, produciendo una versin congelada que no ha sido totalmente superada a pesar de los cambios ocurridos. Segn la apreciacin del mismo autor, sta es la variante a la que ms fcilmente acceden los revolucionarios en la periferia, al ser difundida por los aliados orientales de los socialismos jvenes a travs de numerosos manuales, maestros y asesores ideolgicos. El problema es que, si esa versin se ajusta ms a las caractersticas de una ideologa del estado sovitico que a las de una teora cientfica abierta a la multiplicidad de realidades de la transicin, tender a convertir en posicin terica lo que debe entenderse ms como la razn de un estado concreto en una fase concreta de su evolucin, exportando consciente o inconscientemente- un modelo emprico altamente coherente que deja poco espacio para las innovaciones.

Como lo resume Saul, el problema es que se ve la transicin en el perodo posrevolucionario casi exclusivamente en trminos del ritmo de expansin de las fuerzas productivas. En este caso, se le asigna un lugar claramente secundario a las otras dimensiones que, podra pensarse, estn implicadas en la idea de la transicin (la lucha de clases, por ejemplo, o la democratizacin). Esto estara determinado porque: El proyecto bolchevique [...] en su preocupacin demasiado exclusiva por el aspecto tecnolgico del desafo que enfrentaba para lograr el desarrollo [...] de una manera demasiado unilateral comenz a privilegiar el desarrollo de las fuerzas productivas sobre la preocupacin por el carcter de las relaciones sociales de produccin dentro de esa dupla marxiana clsica. Y afirma: no cabe duda de que en el tercer mundo es ms fcil aceptar este tipo de marxismo debido a la conciencia del papel histrico de sus principales protagonistas en la lucha global antiimperialista [...] y a su aparente xito al superar ciertos aspectos del subdesarrollo. A menudo, estos aliados ganan credibilidad por haber desempeado un valioso papel de respaldo en la lucha original en pro de la independencia y/o de la revolucin. Pero tal transferencia puede tener otros determinantes menos polticos: en la economa, el sesgo acumulacionista puede resultar de una posicin predominante en las decisiones de tcnicos y profesionales de los pases socialistas desarrollados quienes, de esta manera, logran defender su posicin de clase durante la transicin (FitzGerald). En la comunicacin, los pases del socialismo real ofrecen lo que podramos llamar sistemas llave en mano; su red de solidaridad y ayuda permite as tener acceso a especialistas que no solamente llegan con su saber sino tambin con el modelo de organizacin social [y de poder] que subyace su saber (???) (Mattelart).

Paradjicamente, la enorme diferencia entre la realidad de los pequeos pases perifricos, por un lado, y los presupuestos de la teora general marxista o la realidad del socialismo desarrollado, por el otro, hacen que una prctica crtica de construccin de una sociedad socialista en esos pases pueda tener como subproducto una renovacin de la teora revolucionaria. Algo de esto sealan Saul y Marchetti, al adjudicar a los intelectuales revolucionarios de estos pases la gnesis del denominado marxismo crtico. El desarrollo del poder popular y las organizaciones de masas barriales en Cuba, o el avance en la construccin de un pluralismo poltico en Nicaragua, pareceran ser algunos ejemplos de estas innovaciones. Otra cuestin no resuelta por el marxismo clsico-, a la que necesariamente se ven abocados los revolucionarios de estos pases, es la cuestin nacional, tanto porque estas revoluciones nacen fundamentalmente de movimientos nacionalistas antiimperialistas, como porque como sealamos ms arriba- la constitucin misma de la nacin suele quedar como una tarea ms para la construccin socialista, en muchos casos a partir de situaciones pluritnicas. En todo caso, Saul afirma que los revolucionarios ms dedicados del tercer mundo han entendido que el marxismo de manual, disponible y transmitido a los jvenes cuadros que se estn capacitando en las escuelas del partido y ms generalmente en el sistema educativo, no funciona.

Dado que las revoluciones se dan en pases perifricos que se caracterizan por una situacin cultural sin una tradicin significativa de desarrollo terico-investigativo, la premisa de que es necesaria la unidad teora-prctica toma un sentido de urgente bsqueda de teora revolucionaria o, ms concretamente, de teora sobre la transicin. Pero las teoras con ese ttulo de ms fcil acceso no parecen ser las ms apropiadas para guiar la prctica de estas transiciones, en tanto tienden a reproducir las condiciones empricas de otras sociedades ms que a abrir el abanico de posibilidades de transicin desde el capitalismo perifrico. Adems, se espera de estos procesos que contribuyan significativamente al desarrollo creativo y a la revivificacin del marxismo y la teora revolucionaria en general. Con ese punto de partida, se dan tambin todas las condiciones como para que el pensamiento marxista se paralice. Lo contrario requerira una compleja realimentacin en un crculo completo: teora-prctica-eficacia-crtica a la prctica-crtica a la teora, etc. Queda as abierto el campo para un necesario (y por momentos saludable) pragmatismo poltico mientras que, paradjicamente, las escuelas de cuadros pueden seguir en la reproduccin simple de una teora funcionalista del socialismo como modo de produccin, antes que embarcarse en rescatar crticamente otras experiencias comparables y en la reflexin en vivo de sus vanguardias. En esto es importante determinar la responsabilidad por los errores del manualismo. Si la teora desarrollada en los pases socialistas centrales es inadecuada para dar cuenta de la realidad de la transicin en los pequeos pases perifricos es, entre otras cosas, porque esos pases no tienen una tradicin de ciencias sociales coloniales, la que por otra parte s tienen los pases centrales capitalistas (orientada en la direccin de hacer ms frrea la dependencia de la periferia antes que favorecer su liberacin). Cabe a los lderes revolucionarios de la periferia discernir entre las teoras disponibles para comenzar la elaboracin terica sobre su propia realidad. La proliferacin de los manuales responde entonces, no slo a la existencia de esos manuales como ideologa teorizada, sino tambin a la adopcin masiva de los mismos en una actitud que desdea, consciente o inconscientemente, otros recursos tericos ms ajustados a la realidad de estos procesos, como finalmente termina por advertirse.

Por otra parte, la continua repeticin de los mismos errores en los diversos intentos de transicin deberan hacernos pensar que tal vez ms que errores se trata de contradicciones necesarias, y que no es posible aprender de los errores ajenos, de la misma manera que una burguesa nacional no puede aprender a superar sus crisis a partir de los procesos de otras. En otros trminos, el componente subjetivo, consciente e intencional de estas transiciones no debera ser pensado como una ingeniera social, sino como proceso, sujeto a un cierto grado de determinismo en sus aspectos medulares. Reconocer esto ayudara a una evaluacin ms justa del papel de las vanguardias o conducciones revolucionarias, por un lado, pero tambin a una mayor modestia de parte de las mismas, pues la materia social no es moldeable a voluntad como por momentos parecen suponer.

La limitacin de los modelos

Las aprensiones respecto a la propuesta de universalizar determinados modelos de socialismo estn presentes en casi todos los autores de este volumen. Para Nez, la ideologa tiene que alimentarse principalmente de las condiciones histricas concretas del pas y del pueblo en revolucin, de sus races culturales y de la experiencia de la revolucin socialista mundial. Segn Lwy no hay modelos universales para la transicin al socialismo fuera de las circunstancias concretas de cada pas. Coraggio coincide al proponer que a fin de establecer las vinculaciones con lo poltico, se requiere llevar el anlisis al nivel de las fuerzas sociales que estn en su base, para lo cual es imprescindible integrar conceptual y empricamente la realidad de los agentes concretos de la sociedad y sus comportamientos. FitzGerald va ms all al afirmar, respecto a la esfera que usualmente se supone ms sujeta a teorizacin (la economa) que no puede haber leyes generales de la transicin.

Como se seal ms arriba, el punto de partida que presuponan tericamente Marx y Engels era bien distinto del que histricamente fue la matriz de las revoluciones socialistas. Uno de los efectos de ese cambio en las premisas histricas es que las banderas del programa socialista pueden mantenerse formalmente, pero incluso si se instrumentan- su significado modificarse por el contexto en el que se dan. Por ejemplo, la nacionalizacin de toda la tierra ha surgido en una circunstancia muy diferente a la contemplada por Marx. En vez de eliminar una traba a la produccin capitalista, la nacionalizacin frecuentemente ha sido una reivindicacin de los sistemas de tenencia precapitalista (Deere). Por otro lado, la prctica de la transicin puede obviamente modificar los principios programticos enunciados por los clsicos en uno u otro sentido. Un ejemplo de esto parece ser la tendencia que Deere marca, segn la cual la mayora de los pases del tercer mundo en transicin al socialismo, con la excepcin importante de Vietnam, ha ido por una ruta diferente (al legado histrico de los clsicos), priorizando la produccin agrcola estatal. En referencia expresa a la Unin Sovitica, esto implic un viraje tardo: Solamente a finales de los aos cincuenta se hizo hincapi en la construccin de un sector conformado por fincas estatales, consideradas como la forma ms alta de la agricultura socialista, la cual forma parte del legado estalinista pero no del legado de Marx, Engels o Lenin sobre la cuestin agraria. Que el socialismo de los clsicos no puede ser identificado con estatizacin es tambin planteado por Thomas: La nacionalizacin, que crea la propiedad estatal a la vez que deja las relaciones sociales del neocolonialismo y sus formas de apropiacin y explotacin sin modificar, no es un cambio bsico en las relaciones que gobiernan la produccin. La propiedad social requiere el dominio de las formas sociales de apropiacin y la exclusin de la explotacin del trabajo de otros.

Si el concepto de socialismo no queda unvocamente determinado, otro tanto ocurre con el de democracia. Si consideramos la posibilidad de un paradigma organizado alrededor del concepto de democracia, Hinkelammert nos remite a cuatro clsicos del pensamiento sobre la democracia: Locke, Rousseau y nuevamente Marx y Lenin. Para este autor todas las teoras de la democracia terminan designando las relaciones de produccin como el principio jerarquizador del conjunto de los derechos humanos. Pero mientras la teora burguesa parte del derecho a la propiedad privada como principio jerarquizador de todos los derechos humanos, la socialista pone en ese lugar la satisfaccin de las necesidades. Una teora de la democracia es una teora del poder poltico del estado que, al tomar opciones, legitima el poder poltico de un estado especfico y que, al hacerlo, legitima las relaciones sociales de produccin a partir de las cuales dicho estado jerarquiza los derechos humanos. Esto explicara por qu los movimientos por los derechos humanos, que utilizan como principio de jerarquizacin la vida humana inmediata, no responden a la lgica poltica ni tienen una teora propia de la democracia, aspirando ms bien a la neutralidad poltica. Pero la eficacia de la accin para vencer al imperialismo sigue necesariamente descansando en la prctica directamente poltica. Por ello, la teologa de la liberacin ve en Nicaragua una posibilidad indita, al darse de hecho una convergencia entre los principios levantados por esta revolucin en el poder y los propios, cuando lo usual es que la lucha debe ser dada contra la voluntad de los poderes estatales.

Pero sera errneo suponer que la cuestin se reduce a adoptar un modelo u otro, como paradigma cerrado y completo que se impondra coherentemente en todas las prcticas de la sociedad en transicin. Como propone Mattelart, las sociedades en transicin estn atravesadas por lgicas y modelos contradictorios, todas con cierto fundamento material, y no necesariamente asociadas cada una a determinadas fracciones o grupos: a menudo el mismo individuo, el mismo grupo, lleva dos lgicas contradictorias. As, la lgica de la guerra de agresin tiende a imponer un modelo de comunicacin centrado en la propaganda, mientras que la apertura de espacios democrticos impulsa una comunicacin dialgica. Marchetti plantea la lgica de una guerra del pueblo contra el agresor, pero tambin est presente la lgica de una defensa profesional ante la sofisticacin del equipamiento de las fuerzas contrarrevolucionarias; una ms poltica, otra ms estrictamente militar. Deere muestra para diversos casos de transicin los vaivenes en la articulacin entre una lgica de socializacin basada en la estatizacin y otra centrada en la cooperacin campesina. Baumeister y Neira plantean una profusin de perspectivas coexistentes en el estado revolucionario nicaragense (desarrollistas, campesinistas, estatalistas, populistas, circulacionistas, etc.), pero adems agregan un aspecto importante cuando extienden la cuestin al conjunto de modelos o paradigmas que organizan las expectativas y orientan las acciones no slo de la vanguardia sino de otros sectores. As, segn su apreciacin, en el momento de la revolucin en Nicaragua, la vanguardia habra tenido a Cuba como principal referente, las capas medias y la burguesa a Costa Rica y, por su parte, las masas definiran sus expectativas de vida con relacin a otros sectores de la sociedad o por referencia a algn pasado real o imaginario, donde la opresin del terrateniente o del capital no exista.

En resumen, si el proceso de transicin mismo es de desarrollo necesariamente desigual, la problemtica del paradigma no puede resolverse de manera unvoca y absolutamente coherente salvo situaciones extremas de imposicin dogmtica de un modelo a la realidad-. Justamente es en esta dificultad para hallar un modelo, y en la necesidad de ganar eficacia en la consolidacin y desarrollo de un proceso revolucionario asediado por el imperialismo, que se cifra la esperanza de que estas experiencias rechacen el dogmatismo de frmulas supuestamente universales del marxismo y lo rejuvenezcan por su prctica y la reflexin sistemtica sobre la misma.

La contribucin terica de la periferia

Pero no se trata de partir de lo emprico. Tiene sentido volver a los fundamentos tericos de la revolucin anticapitalista tomando muy en cuenta las tendencias que ya estaban operando en el pensamiento de Marx y de Lenin, y la renovacin terica y doctrinaria a que dio lugar la crtica del estalinismo- incorporando adems los avances cientficos que se han producido en ms de medio siglo que no pueden ignorarse. En los pases de la periferia capitalista han surgido desarrollos tericos importantes en muchos campos, que permitiran dar una mejor fundamentacin a la prctica de la transicin, aunque en buena medida sufren de la debilidad congnita de haber sido gestados en mbitos acadmicos o con relacin a la poltica de oposicin al rgimen burgus, ms preocupada por demostrar la injusticia y la inevitabilidad de la cada de ste que por entender su funcionamiento interno, sus formas de articular la compleja realidad de estos pases. Como seala Marchetti: los antiguos modelos del proletariado industrial como la fuerza dirigente y la vanguardia como su representante poltico dentro de una dictadura del proletariado no tienen validez para las transiciones al socialismo que se dan en los pequeos pases de la periferia. Pero tambin es absurdo, en los aos ochenta, seguir apelando a la categora de feudal o semi feudal para el anlisis de la especificidad de las sociedades perifricas atrasadas, o seguir pretendiendo que toda la conflictualidad social (y sus portadores) es reducible a la lucha de clases en estas sociedades. Por ejemplo, Molyneux deja sentado que los pases socialistas que adoptan la teora marxista [...] comparten un enfoque que vincula la opresin del gnero con la opresin de clase y la creencia que solamente se puede lograr la emancipacin de la mujer con la creacin de una nueva sociedad socialista y con un mayor desarrollo de la capacidad productiva econmica. Asimismo, mucho hay que hacer en la teora poltica con referencia al tipo de procesos que aqu nos ocupan. Como seala Coraggio: las teoras polticas suelen estar pensadas para sociedades cerradas, o con una dependencia poltica externa mnima, y suponen adems la ausencia de una confrontacin militar permanente con fuerzas externas. O, como afirma Fagen, las teoras de la legitimidad no abarcan las bases revolucionario-colectivas de la autoridad (y por lo tanto de la legitimidad) en la mayora de los casos posvictoria de transicin.

Nicaragua y Amrica Latina

En Amrica Latina contempornea, en particular, se dan adems tres condiciones que obligan a revisar el horizonte paradigmtico: por un lado, la presencia de poblaciones indgenas, ms o menos integradas, pero con una gran fuerza cultural, pone una valla importante a las concepciones racionalistas que implica el marxismo y su correspondiente praxis revolucionaria. El rechazo puede adems tomar la forma positiva de movimientos mesinicos, articulados o no con la particular interpretacin que del cristianismo hacen esas naciones etno-campesinas. Esto va acompaado de un acentuado sentimiento anti estatista que no desaparece cuando se pasa a un estado revolucionario que pretende rpidamente completar la tarea de la integracin del estado-nacin inacabada por la burguesa. El intento de la revolucin nicaragense de dar una respuesta nueva a la reivindicacin por la autonoma de los grupos tnicos, inspirada en los valores revolucionarios pero tambin en la resistencia tnica a otra concepcin de la relacin estado/sociedad/nacin puede marcar una poca dentro del movimiento revolucionario.

Adems, en Iberoamrica ex colonia de reinos catlicos- se da con fuerza una verdadera revolucin teolgica, bajo el nombre de teologa de la liberacin, que reordena el mundo mtico-religioso de la tradicin cristiana del continente (Hinkelammert). Segn este autor, los movimientos de comunidades cristianas de base vendran a coadyuvar a una transformacin de las relaciones sociales de produccin en el sentido de una lgica de las mayoras, uno de cuyos fundamentos puede hallarse en la larga tradicin del cristianismo de subordinacin de toda la institucionalidad a la satisfaccin de las necesidades concretas de todos los seres humanos, la cual se expresa por el derecho fundamental del todos al usufructo de la tierra. Pero adems esa lgica implica un tipo de participacin social que [...] adquiere un significado especial: es el lugar para recuperar los valores en los cuales se basa la lgica de las mayoras. Un modelo profundamente popular de participacin, enraizado a travs de la construccin de un sentido comn que parta del mundo mstico real de las masas etno-campesinas, combinado con la eficacia de una lucha poltica orientada por una ciencia social marxista que reconozca el funcionamiento global del sistema imperialista y las vas para enfrentarlo en su propio terreno, pueden producir, en este sub-continente, novedades importantes para el campo socialista. Tal vez, de esa conjuncin, se deriva otra explicacin de la trascendencia que tiene la revolucin de Nicaragua, para la cual entre cristianismo y revolucin no hay contradiccin.

A esto se agrega un tercer elemento. La brutal represin instrumentada por los regmenes de seguridad nacional, pero dirigida por instancias del gobierno norteamericano contra pueblos que tradicionalmente haban experimentado instituciones formalmente democrticas, con un desarrollo importante de sus sociedades civiles (Argentina, Brasil, Chile, Uruguay), ha producido, como reaccin, una corriente de pensamiento que rechazando la revolucin armada- plantea la necesidad de una transicin a la democracia. Se da entonces una aparente oposicin entre la lucha por la democracia y lucha por el socialismo, que deber ser zanjada en el trabajo terico-ideolgico, pero tambin con la prctica efectiva de la necesaria lucha antiimperialista de estos pueblos. En ese sentido, finalmente, Nicaragua plantea la propuesta de que entre democracia y socialismo no hay contradiccin, y que una revolucin gestada por la va armada puede construir un sistema pluralista y una democracia autnticamente popular, sin desdear las instituciones del sistema representativo.

4. EL SUJETO REVOLUCIONARIO

Clase, partido y estado

Las situaciones de transicin, como se plante en el punto anterior, tiene un componente procesal, como desarrollo objetivo de contradicciones, pero tambin tienen un alto componente subjetivo, de direccin de la sociedad segn un proyecto de transformacin ms o menos explcito. En este sentido, es pertinente la pregunta por el sujeto de esa transformacin, tanto como fuerza dirigente como desde el punto de vista del diseo e instrumentacin del proyecto. Y en esto la contraposicin entre participacin efectiva de las masas y centralizacin es una cuestin recurrente en la transicin.

Paradjicamente, como plantea Marchetti: el mito sobre la necesidad de conduccin proletaria constituye uno de los obstculos ms serios a la participacin popular. En sociedades caracterizadas por la ausencia de un proletariado industrial comparable al del capitalismo central, esto es an ms complejo. Nez plantea la diferenciacin entre el proyecto histrico proletario (anticapitalista, socialista) y el sujeto poltico que efectivamente asume y dirige ese proyecto (los revolucionarios, dedicados a vanguardizar el cambio) usualmente bajo la forma de partido u organizacin poltico-militar. En cuanto al origen de clase de esta vanguardia, es usualmente heterogneo, con una alta proporcin de miembros de la tercera fuerza (la pequeo-burguesa). Pero lo que determinara el carcter de la revolucin no sera el origen social de quienes la dirigen sino la naturaleza del proyecto asumido. En este sentido, constitucin del sujeto revolucionario y conformacin del proyecto pasan a estar ntimamente vinculados como proceso. Pero esta visin es limitada si no tiene en cuenta el momento de la instrumentacin, es decir, las fuerzas subjetivas que van a asumir las tareas revolucionarias y a desarrollar, en el proceso de confrontacin del proyecto con la realidad, su conciencia poltica y social, as como su capacidad para participar crticamente en el diseo mismo del proyecto social revolucionario.

Para Nez est clara la necesidad de organizar la sociedad e instrumentar el proyecto revolucionario [...] a travs de estructuras de mediacin, como son el sujeto poltico que expresa los intereses populares y concentra la direccin del movimiento (la vanguardia o el partido) y el aparato de coordinacin y control de los asuntos econmicos de la sociedad (el estado), donde el estado concentra los intereses particulares de las diferentes clases de acuerdo al orden y prioridad del movimiento en su conjunto. En esta divisin del trabajo entre la vanguardia, el estado y las masas, se abre la posibilidad de una contradiccin vertical entre la sociedad civil (clases sociales) y la sociedad poltica (el estado y el partido) donde la primera pone el nfasis en reivindicar las necesidades inmediatas de las masas; la segunda en las necesidades del movimiento en su conjunto. Por qu razn puede ser necesario que la clase o clases cuyo proyecto histrico define la lnea revolucionaria tengan un albacea que represente sus intereses, incluso en contradiccin con su propia percepcin de los mismos? Molyneux plantea para el caso de la mujer algo que podemos extender a todos los sectores populares y al proletariado en particular: no se puede dar por supuesta la relacin entre lo que hemos llamado intereses estratgicos del gnero, su reconocimiento y el deseo de realizarlos por parte de la mujer. Y avanza: ello no se debe solamente a la falsa conciencia [...] sino al hecho de que esos cambios realizados de manera gradual podran amenazar los intereses prcticos y su transformacin en intereses estratgicos, con los cuales las mujeres pueden identificarse, lo que constituye un aspecto central de la prctica poltica feminista. Se hace evidente la necesidad, para la prctica poltica, de una conceptualizacin terica sobre el inters general y los intereses particulares, tema poco o nada tratado por una teora que se concentr en el gran movimiento histrico de la humanidad y que ha dejado al comportamiento humano relativamente fuera de su campo de estudio.

Esa contradiccin entre el movimiento general y los intereses prcticos o inmediatos de los distintos sectores sociales tiene una necesaria implicacin, acentuada en los pequeos pases perifricos que intentan la transicin bajo ataque imperial: la transicin no puede ser placentera y algn nivel de coercin estatal estar presente (Marchetti). En la separacin entre sociedad poltica y sociedad civil est, larvada, la posibilidad de una relacin autoritaria, del verticalismo de una revolucin desde arriba en nombre de un proyecto proletario o popular y de la eficacia que requiere la consolidacin del poder revolucionario. Segn Saul, Marx no contemplaba la posibilidad de fuertes contradicciones entre el partido y la clase, porque confiaba en que el capitalismo iba a desarrollar un proletariado capaz de alcanzar rpidamente una conciencia para s. Pero como plantea el mismo autor: los marxistas que le siguieron, tanto en el tercer mundo como en los pases capitalistas, han tenido que enfrentar una realidad ms compleja: urge un liderazgo a fin de trascender las limitaciones de la accin de clase espontnea existente y de facilitar, as como enfocar, la conciencia revolucionaria de clase. Sin embargo, las tentaciones de este liderazgo de sustituir a las clases populares en formas negativas tambin es una de las caractersticas ms evidentes del socialismo real. Esto es tanto ms fcil cuando se tiene un punto de partida como el sealado en el inciso 2.

La autoconstruccin del sujeto: principios y realidad

Urge entonces la construccin de un sujeto histrico existente slo en germen, cuyo proyecto histrico o estratgico est basado en paradigmas asumidos por elites fundamentalmente de origen pequeo-burgus. Pero, siguiendo la tradicin marxista, debera en realidad ser una autoconstruccin (Nez). Esto significa que el proletariado tiene que liberarse a s mismo: slo por su propia accin autnoma como clase, por su propia prctica revolucionaria pueden los trabajadores comprender la necesidad de un cambio radical de las condiciones sociales y, a la vez, implementar efectivamente ese cambio (Lwy). Cmo lograr esta autoconstruccin por la propia prctica si se da una divisin del trabajo entre partido, estado y organizaciones de masas por la cual estas ltimas deben seguir las lneas trazadas, bajo la forma de tareas coyunturales siempre cambiantes y contradictorias con sus intereses inmediatos- por parte del partido y el estado? Tal contradiccin es necesaria, puesto que los intereses inmediatos estn histricamente determinados y mientras no se produzca una nueva y estable configuracin de relaciones de produccin, seguirn reflejando el pasado en proceso de comenzar a transformarse. Pero, por otro lado, organizaciones como los sindicatos slo pueden cumplir estas tareas si tienen la confianza de las masas obreras y campesinas, si son su expresin democrtica y defienden con independencia sus aspiraciones inmediatas y concretas (Lwy) Cmo ganar esa confianza si el inters econmico inmediato prima en condiciones de difcil reproduccin y a la vez se exige en aras del orden revolucionario interno, y de las alianzas de clase que requiere un proyecto nacional antiimperialista- que se congele la lucha de clases en trminos tradicionales -reivindicaciones econmicas, el recurso a la huelga, el boicot productivo, etc.- y si, por otra parte, el estado, que tiende a convertirse en mediatizador de todas las reivindicaciones, no est en capacidad de responder, dado el punto de partida y los costos de la defensa militar? (Coraggio). La autonoma de las organizaciones de masas respecto al estado es un tema recurrente, como lo es el burocratismo latente en todo proceso de transicin. Si devienen una mecnica cadena de transmisin del partido o un simple instrumento estatal, se transformarn en aparato burocrtico sin credibilidad popular y sin contenido democrtico efectivo (Lwy).

Todos estos planteamientos de principios, que corresponden al legado profundamente democrtico de los clsicos del marxismo, chocan, sin embargo, con la realidad de los pases atrasados de la periferia capitalista. Cmo construir un estado revolucionario a partir del atraso, la corrupcin y el burocratismo de funcionarios que no pueden ser simplemente reemplazados en un pas sin profesionales y tcnicos, mxime cuando se encaran nuevas y masivas tareas en la transicin? Marchetti nos indica que la lucha contra la burocratizacin tiene otro aspecto fundamental: la ausencia de privilegios materiales directos (salarios) o indirectos (automviles, vivienda, tiendas especiales) para los dirigentes, cuadros polticos del partido y del estado, pues estos privilegios favoreceran de manera determinante la cristalizacin de la capa burocrtica. Cmo cumplir con el principio de la Comuna de Pars en una sociedad abierta al drenaje natural de cerebros hacia la metrpoli, en la que los recursos tcnicos y empresariales del sector privado nacional y extranjero tienden a acelerar su salida, y en la que las posibilidades de corrupcin ilcita aumentan con la creciente intervencin del estado en los mercados? Si la pequea burguesa encuentra ms fcil el escritorio que la vida dura en un barrio popular o aun peor en el campo y en el afn de crear el aparato se eluden mayores modificaciones en la antigua divisin del trabajo (Marchetti), cmo controlar mantenindolas a la vez- estas capas sociales al servicio del proyecto proletario? Que la clave est en la relacin entre estado, partido y organizacin de masas, resulta a la vez obvio y demasiado abstracto. Porque el intento del partido de hacerse cargo del control del estado puede terminar burocratizando al mismo partido. Para Marchetti, hay que sustituir el polit-bur por un masas-bur, por un control al estado desde abajo. Pero las organizaciones de masas mismas deben ser conformadas y desarrolladas, y esto tambin aparece como un problema a resolver por la vanguardia, que tiende a ocupar sus cpulas, para garantizar la direccin correcta.

Vanguardia, participacin y pluralismo

Todos los autores de este libro coinciden en que la clave est en una autntica participacin popular en todas las actividades fundamentales del pas. Nez y Marchetti cifran una gran esperanza en la incorporacin masiva de la juventud como fuerza social cuya vocacin revolucionaria sera ms fcil de desarrollar, por la convergencia entre sus reivindicaciones de emancipacin y las necesidades del proyecto revolucionario. Coraggio afirma que una relacin dialgica entre direccin poltica y masas puede contribuir significativamente a resolver el problema de la falta de conocimiento sobre la realidad que se quiere transformar. Marchetti seala un aspecto contradictorio de esta relacin: sin participacin verdadera no se pueden desarrollar nuevos activistas y sin activistas es extremadamente difcil expandir la participacin real. Sin esa relacin dialgica, los agentes de cambio tienden a enfrentar los problemas ejerciendo el poder para improvisar nuevas estructuras o instituciones, o tomar decisiones de gran envergadura desde sus posiciones en el estado, cuyas consecuencias no se anticipan correctamente, obligando posteriormente a la rectificacin, a volver a lo viejo conocido. Esto tiende a erosionar la legitimidad de una direccin revolucionaria que enfrenta ahora la tarea de gobernar la nacin, tarea que tiene criterios de eficacia muy distintos a los que guan la lucha poltico-militar. Para tomar slo un aspecto de la participacin, Deere seala que lo desalentador de este estudio es que, segn parece, ninguno de los pases en transicin al socialismo en el tercer mundo ha logrado xito en la administracin participativa, y que incluso se han sustituido estructuras participativas eficaces por otras no aceptadas por sus destinatarios (ujamaa en Tanzania). Esta perspectiva es compartida por Fagen, cuando observa que en la poltica de la transicin la movilizacin popular a menudo tiene que sustituir los recursos econmicos y de organizacin que escasean. Y advierte sobre la posibilidad de sub-utilizar al pueblo al ligarlo demasiado instrumentalmente a lo que desde el punto de vista de los tcnicos- aparecen como limitaciones objetivas impuestas por falta de recursos financieros o materiales.

En el trasfondo de esta problemtica parece estar la concepcin de la infalibilidad de la vanguardia, la espera por la lnea desde arriba que caracteriza a muchos miembros del partido o del estado, reforzando un modelo verticalista acuado en largos aos de lucha clandestina, que impide la comunicacin horizontal susceptible de contradecir la idea tradicional del partido como vanguardia de las masas (Mattelart). La trgica experiencia de Granada apuntala la idea de Lwy de que para que el partido pueda desempear su papel de fuerza dirigente reconocida por las masas, es importante que constituya un ejemplo de democracia interna. Pero si la democratizacin depende de la voluntad poltica de la misma vanguardia, quedara contradictoriamente librada a la evolucin de una voluntad tentada por el centralismo. Esto hace necesario institucionalizar mecanismos de control efectivo del ejercicio del poder revolucionario, que superen las formas de participacin pasiva. Uno de ellos, consecuente con el principio del poder popular, es que los diversos sectores del campo popular puedan organizarse y ejercer un papel como fuerzas so