la valoraciÓn trascendente de la actividad...

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L A VALORACIÓN tras- cendente y, a la vez, positiva del trabajo humano que rinde económica- mente es propia del espíritu moderno. El punto histórico de inflexión de un modo nuevo de comprender la reali- dad y de actuar sobre ella se suele establecer en los siglos XV y XVI, tiempos del Hu- manismo y la Revolución Pro- testante. Esta revolución, que se produjo y se desarrolló ante todo en el plano religioso, ha- bría generado también –según la interpretación corriente– cambios esenciales en el te- rreno socio-económico, y ha- bría creado además las condi- ciones para el nacimiento del espíritu y la praxis capitalistas. Este marco interpretativo puede aducir diversas razones * José Morales es Profesor Ordinario de Teología Dogmática de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra. LA VALORACIÓN TRASCENDENTE DE LA ACTIVIDAD ECONÓMICA JOSÉ MORALES* El comerciante medieval italiano surgido en el siglo XII es probablemente el prece- dente del hombre de negocios occidental. El desarrollo de este tipo humano corre para- lelo a un proceso de secularización en el que se mantienen operantes, sin embargo, mo- tivaciones religiosas, así como una búsqueda de criterios morales para valorar y orien- tar la actividad comercial. Pero el quehacer económico en sí mismo y el consiguiente afán de lucro no obedecen directamente a planteamientos espirituales y, en este sentido, existe una relativa similitud entre países protestantes y católicos. La mentalidad capi- talista es autónoma y neutral en su origen y en su evolución respecto a ideas religiosas. Son los individuos que ejercen el comercio a todos los niveles quienes impregnan perso- nalmente su actividad con sentido ético y espiritual. Palabras clave: comercio, moralidad, lucro, religión. For Evaluation Only. Copyright (c) by Foxit Software Company, 2004 Edited by Foxit PDF Editor

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LA VALORACIÓN tras-cendente y, a la vez,positiva del trabajo

humano que rinde económica-mente es propia del espíritumoderno. El punto históricode inflexión de un modonuevo de comprender la reali-dad y de actuar sobre ella sesuele establecer en los siglosXV y XVI, tiempos del Hu-manismo y la Revolución Pro-

testante. Esta revolución, quese produjo y se desarrolló antetodo en el plano religioso, ha-bría generado también –segúnla interpretación corriente–cambios esenciales en el te-rreno socio-económico, y ha-bría creado además las condi-ciones para el nacimiento delespíritu y la praxis capitalistas.

Este marco interpretativopuede aducir diversas razones

* José Morales es Profesor Ordinario de Teología Dogmática de la Facultad de Teología de laUniversidad de Navarra.

LA VALORACIÓN

TRASCENDENTE DE LA

ACTIVIDAD ECONÓMICA

JOSÉ MORALES*

El comerciante medieval italiano surgido en el siglo XII es probablemente el prece-dente del hombre de negocios occidental. El desarrollo de este tipo humano corre para-lelo a un proceso de secularización en el que se mantienen operantes, sin embargo, mo-tivaciones religiosas, así como una búsqueda de criterios morales para valorar y orien-tar la actividad comercial. Pero el quehacer económico en sí mismo y el consiguienteafán de lucro no obedecen directamente a planteamientos espirituales y, en este sentido,existe una relativa similitud entre países protestantes y católicos. La mentalidad capi-talista es autónoma y neutral en su origen y en su evolución respecto a ideas religiosas.Son los individuos que ejercen el comercio a todos los niveles quienes impregnan perso-nalmente su actividad con sentido ético y espiritual.

Palabras clave: comercio, moralidad, lucro, religión.

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a favor de sí mismo. Descuida,sin embargo, la importanciaque en este asunto debe atri-buirse a la cultura urbana deItalia a partir de la época delllamado primer Renacimiento(siglos XII y XIII). La visiónde la historia económica y delas ideas que concede un papeldecisivo a la mentalidad reli-giosa protestante en la valora-ción positiva del lucro econó-mico deriva en gran medida delas ideas defendidas por Hegely otros autores que sitúanfuera de Italia la línea divisoriaentre medievo y mundo mo-derno. Son autores que, comoJules Michelet1, han optadopor ignorar la importancia ca-pital de la cultura italiana delQuattrocento, que no es deltodo explicable sin los prece-dentes de la mentalidad ur-bana y las actividades iniciadasen los siglos XII y XIII.

Esta postura parece habersereforzado y consolidado, condiversos matices, a partir de laconocida obra de Max Weber,La Ética protestante y el Espí-ritu del Capitalismo2. Weberestableció, como es bien sa-bido, una vinculación estrechay directa entre el surgimientodel capitalismo empresarialburgués, con su organizaciónracional del trabajo libre, y los

planteamientos éticos nacidosde la revolución religiosa delos siglos XVI y XVII.

El siglo XII representó enItalia un momento crucial parala vida de Occidente. La figurade Francisco de Asís, de ex-cepcional significado cristiano,encarna precisamente la reac-ción espiritual contra la cul-tura de la riqueza y del lucroque comenzó a tomar cuerpoen las ciudades italianas delnorte. Una naciente civiliza-ción burguesa, que se expresaprincipalmente en el espíritucomercial, desbordó la econo-mía del dinero de tiempos an-teriores, y lo hizo no sola-mente en intensidad, sino so-bre todo mediante la construc-ción gradual de formas y cau-ces de tráfico económico. “Unespíritu de calcular y contar, deacometer riesgos, de prever yorganizar, penetra ese mundoburgués y le insufla un hálitonuevo que no viene del cielo,sino únicamente de la tierra…Frente a la metafísica de laIglesia se alza un nuevo podersujeto a lo terreno, cuya esen-cia pura parecería un obstáculoy una resistencia a lo que laIglesia significa”3.

En el marco imperante deuna sociedad cristiana, seafirmó un cierto tipo de mate-

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rialismo elemental, sobre elsuelo de una economía del di-nero, muy distinta de las eco-nomías puramente agrarias.En los ambientes urbanos sehizo relativamente general eldeseo de disfrutar de los bie-nes terrenos, que habíanirrumpido poderosamente enlos círculos de la burguesía. Elmundo medieval nunca habíavisto una concentración mayorde riqueza temporal. Danteestableció la ruina espiritual deFlorencia en torno al año1200, cuando el afán de dineroy de lujo comenzó a erosionarseriamente la anterior sencillezde la vida ciudadana4. La bús-queda del poder siguió a la deldinero, y ambos impulsos lle-garon a constituir en pocotiempo fuerzas robustas que,como elementos naturales, de-terioraron en gran medida eldesarrollo de una sociedad de-limitada y defendida por losmuros urbanos.

Los contrastes entre riquezay pobreza, entre poderosos eindigentes se acentuaron si-multáneamente. Un abismosocial comenzó a separar de unlado a ricos comerciantes, altoclero y obispos curiales, y amenesterosos, artesanos y clé-rigos pobres, de otro. La eco-nomía del dinero invadió tam-

bién el mundo de los eclesiás-ticos distinguidos que, con ra-ras excepciones, se aprestarona vivir las posibilidades deunos tiempos nuevos. En estascircunstancias no podía ha-cerse esperar una reacción deenergías cristianas sencillas ypoderosas, que se movilizaronpara combatir, pacíficamente ycon armas evangélicas, el cre-ciente materialismo que to-maba raíces dentro y fuera dela Iglesia. El ideal de la po-breza, practicado y defendidopor Francisco de Asís y susfrailes menores, fue uno de losefectos creativos de esta situa-ción. Los franciscanos, la másimportante y representativa delas órdenes mendicantes, su-ponen para la Iglesia y la so-ciedad cristiana mucho másque una simple reacción con-tra la exaltación de la riqueza ydel lucro económico. Signifi-can también una etapa en lapromoción de la piedad evan-gélica centrada en el misteriode Cristo, y apuntan la necesi-dad y la posibilidad de un es-píritu cristiano renovado parala naciente burguesía.

El despertar económico delos siglos XII y XIII es un fe-nómeno polivalente que, almodo de luces y sombras, en-cierra aspectos contradictorios,

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que son expresión de lo versá-til de la vida del hombre. Estetiempo medieval fue una sin-gular época de ampliación dehorizontes geográficos, cultu-rales y comerciales y, por lotanto, humanos. A beneficiodel mundo occidental no sóloflorecieron las ciudades italia-nas, sino también la cienciaárabe, la actividad de traducto-res judíos, los nuevos descubri-mientos del mundo antiguo,así como las informaciones yestímulos traídos del OrienteMedio por los cruzados. Seprodujo una suerte de ilustra-ción en la que la clase mercan-til adquirió un protagonismocada vez mayor.

Aquí nos interesa especial-mente examinar la mentalidady la psicología de los comer-ciantes de este tiempo, a quie-nes siguieron sin solución decontinuidad los del Huma-nismo renacentista y los delperíodo de la Reforma. Cono-cemos lo que los hombres denegocios del siglo XIII en ade-lante pensaban de sí mismos ycómo entendían y juzgaban supropia actividad, a través detestimonios directos reflejadosen libros de contabilidad, car-tas, contratos y testamentos.Existen también tratados ycrónicas que nos permiten

asomarnos al mundo mentalde comerciantes, hombres denegocios y banqueros5.

El desarrollo de la mentali-dad y de la actividad mercantiltal y como hoy las conocemosen sus aspectos más caracterís-ticos se inició con claridad yrasgos definidos en el sigloXII, y se ha ido intensificandogradualmente, sin solución decontinuidad, hasta nuestrosdías.

Se trata de un proceso his-tórico y social que ha corridoparalelo a la secularización delmundo occidental, entendidacomo fenómeno de propieda-des ambiguas respecto a su in-cidencia en lo religioso. Laconfiguración medieval del co-merciante, con su peculiar psi-cología y sus motivaciones, fueacompañante y componentede la secularización y de la ra-cionalización experimentadaspor una sociedad medieval conuna fuerte impregnación reli-giosa tradicional.

En este sentido, bajo me-dievo y época renacentista for-maron una larga época en laque los rasgos nuevos, en to-dos los campos, aparecieron demanera gradual, sin grandessacudidas ni convulsiones cul-turales o anímicas. Puesto que

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fueron siglos de relativa conti-nuidad, al hablar de medievo yde Renacimiento, debemos te-ner en cuenta que se trata detérminos más bien abstractosusados para designar períodoscronológicamente mal defini-dos. No existe una esencia delmedievo ni tampoco del Rena-cimiento, ni puede ofrecerse,por tanto, una definición in-discutible de ambos.

Quienes hablan del Renaci-miento como una época dedescubrimiento del mundo,del hombre, y de la individua-lidad, olvidan tal vez que laautobiografía reflejada en lascartas de Abelardo (+1142) yHeloísa6 representa un vivotestimonio de individualismoya en el siglo XII. En esa co-rrespondencia dramática y sin-gular se manifiesta el poder deautoanálisis realista y pene-trante de los hombres medie-vales. Dante Alighieri no fueel primero en mostrar confranqueza y estilo directo losmisterios de su mundo inte-rior7. Pedro Abelardo repre-senta, además, un nuevo tipode intelectual que trabaja enparte por dinero. No es, a pe-sar de todo, un precursor pro-piamente dicho del Renaci-miento. Su figura encierra unamodernidad que es sólo apa-

rente, aunque expresa ya, en suinmadurez, un dinamismo es-piritual y humano que hacende él un hombre singular den-tro de un tiempo cuyo espírituestá mucho mejor encarnadopor San Bernardo de Clair-vaux.

Los comerciantes italianosdel siglo XII se comportancomo irremediables individua-listas, y pueden ya considerarsesociológicamente como almade la naciente burguesía. Aun-que les separan muchos rasgosde los comerciantes del Rena-cimiento, su figura es fruto deun desarrollo homogéneo, im-pulsado por factores comercia-les cambiantes.

Conviene evitar plantea-mientos excesivamente dicotó-micos. Sería metodológica-mente incorrecto oponer demodo sistemático la concien-cia mercantil del comerciantemedieval y su conciencia reli-giosa. A efectos económicos,lo sería también oponer demodo absoluto sociedad civil ysociedad eclesiástica. A partirdel siglo XII, el operador eco-nómico se veía por lo general así mismo como un hombreque vivía en una sociedad cris-tiana con todas sus consecuen-cias. Normalmente no se sen-tía víctima de una conciencia

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que le torturaba por los exce-sos reales o imaginados quepodía cometer al perseguir ellucro comercial. El comer-ciante medieval no padecíaninguna disociación de perso-nalidad.

Para evitar polarizacionesinadecuadas ha de tomarsetambién en consideración que,al menos desde el siglo XIV, seprodujo una cierta mercantili-zación de los ámbitos eclesiás-ticos. A veces los comporta-mientos mercantiles entrarondentro de la Iglesia con másfuerza que el grado en que laJerarquía había sido capaz deatraer a los fieles hacia la ob-servancia de la austeridad enmateria de lucro económico8.

Puede afirmarse que el sen-tido de finalidad, el dina-mismo y el carácter altamenteracionalizado de la economíamonástica resultan innegables.Los monasterios eran propie-tarios de vastas extensiones detierra cultivada, y fueron pio-neros en la introducción denuevas tecnologías, como losmolinos de viento, el reloj me-cánico, los métodos intensivosde cultivo y la contabilidad.

Operaban también frecuen-temente como instituciones detipo bancario, e incluso como

compañías aseguradoras. Pro-movieron mercados y ferias entorno a su territorio, así comomodos de comercio que tras-pasaban las fronteras locales.Impulsaron asimismo uncierto desarrollo urbano y elcrecimiento de artesanías rela-cionadas con la práctica mona-cal y sus necesidades ceremo-niales. En muchos de estos as-pectos, el monasterio precedióa la ciudad.

La fe religiosa de innumera-bles cristianos consideraba quela ofrenda de cosas materialesa los siervos de Dios era unacto de piedad merecedor desalvación. Los hombres y mu-jeres creyentes entregaban do-naciones a los monasterios y lohacían con enorme frecuencia.Era un comportamiento reli-gioso que originaba una am-plia transmisión de riqueza;este río de donaciones piado-sas suponía la fuerza más po-derosa de todas las que anima-ban la vida económica deaquel tiempo9.

Durante los siglos XII yXIII tomó forma la psicologíaprofesional del comercianteque, en busca de la gananciamercantil y con sentido de laracionalidad, desarrolló unamentalidad y un tipo de acciónque se distinguían nítidamente

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de las de los caballeros nobles,de las del clero y de las de loscampesinos. A través del co-merciante se instauraron en lasociedad nuevos principios éti-cos y modos peculiares de con-ducta. “Si al final de la EdadMedia, Europa se distancia delas otras civilizaciones delmundo, y se demuestra capazde superar las barreras del es-píritu tradicional y arcaico, y siha podido abrir una etapanueva de historia auténtica-mente universal, los comer-ciantes y hombres de negocioshan contribuido de modo ca-pital al logro de ese resultadohistórico sin precedentes”10.

El lucro aparecía como el finmismo de la actividad comer-cial11. Era un aspecto de unaconcepción de la vida, que semanifestaba con espontanei-dad y sin conciencia de que es-tuviera alumbrando una épocanueva en la historia de Occi-dente. El trabajo que busca laganancia tiene algo de lúdico,y se desarrolla a veces en lasformas y con el ánimo deljuego. El ímpetu lúdico delhombre se despliega tambiénen el ámbito del riesgo comer-cial. El trabajo realizado conafán de lucro se situó junto alrito, a los mitos sociales, y aljuego, como una de las grandes

fuerzas impulsoras de la exis-tencia humana individual y so-cial12.

El mundo de la teología yde la espiritualidad no sinto-nizó inicialmente con las acti-vidades mercantiles y casisiempre las había mirado conalgún recelo. El espíritu cris-tiano se siente incómodo anteel enigma moral del comer-ciante y del banquero, quequieren combinar en su mentey en sus tareas la religiosidad yla racionalidad, la devoción ylas prácticas inmorales, o almenos dudosas, que son a ve-ces parte del trabajo mercantil.

Tomás de Aquino conside-raba que el comercio conteníaen sí mismo algo de vergon-zoso. Es verdad que tampocomencionaba valores humanos,tales como el honor y el matri-monio, como aspectos de la fe-licidad terrena. El suyo, comoel de otros tantos maestrosmedievales, era un cristia-nismo que no estaba del todoinserto o situado en el tiempo.El comerciante (mercator) seencontraba, desde luego, pre-sente en las obras del DoctorAngélico, pero solía aparecercomo un componente de la so-ciedad medieval cuya actividadera mucho más tolerada quevalorada de modo positivo. El

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buen equilibrio de una ciudadexigía una presencia moderadade comerciantes (oportet quodperfecta civitas moderate merca-toribus utatur)13, y la riquezagenerada por los agentes eco-nómicos se miraba con receloy desconfianza (dignior est ci-vitas si abundantiam rerum ha-beat ex territorio proprio, quamsi per mercatores abundet)14.

El franciscano Bertoldo deRatisbona (+1272) constituyóuna cierta excepción en el pa-norama del medievo, encuanto a la valoración moraldel comerciante. Con un enfo-que mucho más pastoral ypráctico que teórico, Bertoldodirigió su predicación a todos,incluidos los pequeños comer-ciantes urbanos, cuya actividadse consideraba procedente deuna vocación por parte deDios. Sujetos como estamos,desde nuestra perspectiva mo-derna, al peligro de ver en lostextos más de lo que éstoscontienen, podría aventurarsela idea de que Bertoldo partíade la persona y no de la cate-goría o tipo social. “En cuantoteólogo y predicador, Bertoldopermaneció en realidad rigu-rosamente fiel al sentido delCristianismo medieval. Perode modo imperceptible parasus contemporáneos, ese

mismo sentido se modificaba,los acentos cambiaban de lugary un vino nuevo comenzaba averterse en recipientes anti-guos. Estas mutaciones fueronmás perceptibles en el sigloXIV, aunque es posible adver-tir sus premisas y presagios enla obra de este predicador ale-mán del siglo XIII”15. Bertoldofue, en cualquier caso, uno delos primeros en tratar de for-mular expresamente una justi-ficación ética y religiosa delcomercio y de los mercaderes.

Ciertamente esa justifica-ción hacía falta, si tenemos encuenta que el Medievo se en-contraba todavía bajo la in-fluencia de sentencias como laatribuida a San León Magno:Difficile est inter ementis ven-dentisque commercium non in-tervenire peccatum; y que lamoral del artesano miraba consospecha y disgusto la moralen mantillas del comerciante.El nuevo comercio era unamasiva realidad social, aunqueno había penetrado aún laconciencia popular ni tampocola aristocrática. Refranes, le-mas y emblemas heráldicos noreflejaban todavía el pensa-miento ni la actividad econó-micos.

“La Iglesia tenía múltiplesrazones para no declararse fa-

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vorable a la nueva evolución.El nacimiento de la economíamercantil había sido denun-ciado por ella desde el origencomo cargado de peligros.Con el desarrollo de los movi-mientos monetarios, veía cre-cer el gusto por el lucro, la ava-ricia, el lujo y la usura.

Por razones más pragmáti-cas no le era menos sospe-choso el nacimiento de la civi-lización urbana. Si los mora-listas deploraban el declive dela economía rural que desdesiglos impregnaba a generacio-nes sucesivas de su ritmo po-deroso, los capítulos catedralesy las abadías tenían otras razo-nes para desconfiar de un mo-vimiento que se producía encontra suya. La Iglesia, nodebe olvidarse, era con muchoel mayor propietario rural. Suinfluencia se asentaba sólida-mente sobre esas institucionesdomaniales y patriarcales enlas que se complacía la socie-dad rural.

La evolución económicaconducía de hecho a un des-plazamiento de la autoridadsocial. En un lugar donde sehabía constituido una villa, laabadía o el obispo dejaban deser el centro de la vida social.Las simpatías e intereses se

orientaban ahora hacia la cor-poración urbana”16.

La prohibición de la usura,establecida por la Iglesia en elaño 1179, vetó oficialmente alos cristianos la práctica de esetipo de préstamo y aumentóde forma indirecta la impor-tancia financiera de los judíos.Los usureros fueron objeto delodium más acentuado porparte de la opinión pública,sufrieron numerosos ataquesde Bernardino de Siena, entreotros, y fueron alojados porDante en el infierno, porque“la usura ofende la bondad di-vina”17.

Pero de modo parecido acomo la Iglesia había prohi-bido, en el siglo XIII, el abusopero no el uso de los librosaristotélicos, la idea y la praxisque distinguen en la actividadcomercial el uso y el abuso delpréstamo se fueron abriendopaso gradualmente. En 1266,los comerciantes catalanes so-licitaron a Raimundo de Peña-fort un manual de comercioque suministrase criterios deconducta cristiana en orden ala disciplina penitencial. Laconciencia del carácter ruptu-rista del comercio, y la necesi-dad de calificar moralmentesus prácticas estaban en el am-biente.

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Parecía flotar la convicciónde que el comercio no sólo in-cluía necesariamente riesgoseconómicos y exigía un espí-ritu emprendedor, sino quedebía considerarse una activi-dad moralmente arriesgada.Éstos no fueron ciertamentelos motivos por los que los pri-meros humanistas del sigloXIV estimaban en poco el co-mercio y al tipo de hombreque lo ejercía. Sobre todoobraban en ellos consideracio-nes tradicionales y una alta va-loración de la vida activa dedi-cada a la política y al serviciocívico, o una estima equiva-lente y alternativa hacia la vidasolitaria del hombre culto yprudente. En ningún caso setenía en cuenta a los comer-ciantes. Dante los contem-plaba con frialdad y apenas seocupó de ellos.

Tampoco Petrarca les con-cedió atención y, cuando lohizo, el tono que usaba era pe-yorativo. En su defensa de lavida solitaria escribió: “Unhombre ocupado en los fechosdel mundo, asaz desaventu-rado morador de las cibdades,se levanta a medianoche muyespantado, su sueño quebran-tado a las veces con gran cui-dado, o por las voces e roidosque dan sus hombres; e mu-

chas veces, temiendo que ya esel día, porque tiene mucho quefacer; a las veces despierta mu-cho espantado e espavorido defuertes sueños que soñó. Earrima su cuerpo a un escañodesventurado e allega su cora-zón a las mentiras e cerca deellas está todo ocupado: otiene de facer precios de susmercaderías o engañar a sucompañero o alguno de quienél fue tutor”18. En el Decame-ron, Boccacio mencionaba alos comerciantes como tiposhumanos cuya tarea, válida ensí misma, se ve sin embargoensombrecida por un tiempode crisis, peste y desolaciónuniversal.

La entrada en la vida colec-tiva de un gran número de pe-queños y diversos grupos, latendencia de la estratificaciónsocial medieval a desintegrarsey la precedencia ganada por losasuntos seculares sobre los re-ligiosos, son hechos que seacentuaron a lo largo de los si-glos XIV y XV. Aumentaronlas oportunidades en los cam-pos del comercio, la industria ylas finanzas, a la vez que dis-minuyó la importancia de per-tenecer a corporaciones y cre-ció el individualismo que ya sehabía insinuado a partir del si-glo XII.

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El viejo principio “ne aliquisintret societatem quin sit amicusper totum”, en virtud del cual lapersona se daba por completoa su estamento y se expresabapor éste y a través de éste, su-frió notables atenuaciones.Ocurría todavía que un bur-gués debía sus privilegios a lacomunidad de la que eramiembro, un artesano a la cor-poración de la que formabaparte y un mercader a la aso-ciación mercantil que le ampa-raba. Sin embargo, este régi-men de estados cedió terrenolentamente ante un sistemasocial en el que los derechosno pertenecían sólo a los indi-viduos por su participación enuna colectividad.

El Renacimiento de los si-glos XIV y XV no fue unaépoca de transición brusca delmedievo al tiempo moderno.Representaba un momentocultural nuevo, que estaba, sinembargo, en una relación decontinuidad-discontinuidadcon los siglos bajomedievales.Se trataba de una relacióncuyo alcance y sentido sólopodían indicarse en líneas ge-nerales. Atento al hombre y ala naturaleza, el Renacimientoobjetivaba notablemente losintereses seculares. Experi-mentaba gran placer estético

hacia la Antigüedad y buscabainspiración en los clásicos, asícomo en cualquier otra fuentejuzgada como válida y atrac-tiva. Prefería la filosofía es-toica por su ética, su admira-ción del poder y su cultivo dela paz interior. Se hacía la ilu-sión de que el Cristianismo ylos autores clásicos podían ar-monizarse fácilmente. Los in-telectuales del Renacimientono desarrollaron nunca una fi-losofía propia y tendieron sinexcepción a una aceptaciónmás bien fideísta de la Revela-ción cristiana. Solían buscar enlos clásicos criterios y normasde vida más de acuerdo con lasociedad dinámica que se des-plegaba ante sus ojos. No per-tenecían a una sola clase so-cial.

Los humanistas estabanconvencidos de que la expe-riencia y el saber necesariospara conducir adecuadamentela existencia en el mundo po-dían y debían adquirirse a par-tir de la observación de la vidasecular y de la sabiduría conte-nida en la historia y en la filo-sofía moral. En el cultivo delas facultades de la mente hu-mana se acentuaba en ellosuna preferencia por la volun-tad y las virtudes morales enperjuicio de las virtudes inte-

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lectuales. La inclinación delHumanismo pasaba de la vidacontemplativa y especulativa ala vida activa y política. Si elburgués tenía como aspiraciónen primer lugar la libertad so-cio-económica y política, elhumanista buscaba más bien lalibertad de ascender espiritual-mente a un nivel más elevadode humanidad.

Los primeros humanistasdel siglo XIV se introdujeronconscientemente en un mundointelectual libre de un pensa-miento medieval que concebíael mundo en términos de je-rarquías estáticas y órdenespredestinados. Comenzó a de-sarrollarse una ética distinta delos códigos sociales nobiliariosy de las virtudes monásticasdel clero. Decreció la motiva-ción religiosa, y mientras algu-nos no llegaban a considerarlas virtudes humanas comoautónomas y veían toda sabi-duría como don de Dios, otrosseparaban de hecho esta sabi-duría de todo marco de tras-cendencia religiosa.

La virtud que hacía a laspersonas dignas de ser honra-das y estimadas por los demásno era ya el ideal abstracto deuna perfección moral medidapor los mandamientos de laley divina, sino la virtud en-

tendida, al modo clásico, comola capacidad de ser auténtico yperfecto en lo suyo. Fuerza ysalud eran virtudes del cuerpo.La virtud del hombre nobleera un conjunto de cualidadesque le permitía luchar, mandary realizar. Equivalía práctica-mente a la hombría.

La concentración en las mo-tivaciones seculares y en unacierta autonomía ética se aliócon el esfuerzo por arrancarpara la razón humana un ám-bito propio, extraído de la Re-velación y de la gracia divina.Estos parámetros eran la basede la idea del hombre pru-dente de este mundo, que sehallaba a sus anchas en la vidaactiva. La sabiduría requeridapor este fin era una especie dehumanidad autoadquirida, in-dependiente de presupuestosespecíficamente cristianos. Sedesplegaba en un moralismoactivo y en una honestidad enla acción, que se considerabanintrínsecos a una naturalezahumana equilibrada.

Petrarca encarnó como po-cos el espíritu de un huma-nismo que había logrado ma-durez en el siglo XIV19. Pe-trarca era un destacado repre-sentante de una filosofía delvivir, que sustituyó a la preo-cupación por la ontología y la

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teoría del conocimiento. Su vi-sión no se presentaba comocontraria a la cristiana, pero dehecho se imponían en su pen-samiento los ideales éticos an-tiguos, a expensas de las esen-cias propiamente evangélicas.No había en él oposición entrepiedad y dogma, aunque lapiedad adoptaba contenidosdiferentes, con dosis mayoresde individualismo, sentido crí-tico y religiosidad culta (Bil-dungsreligion).

La religiosidad de Petrarcaradicaba en su ética, tomadade los clásicos. Lo trascen-dente en ella se inspiraba en locristiano, mientras que lo te-rreno era estoico20. Las buenasy malas inclinaciones no se si-tuaban y juzgaban a la luz delos preceptos divinos y con vis-tas a la salud eterna del alma,sino desde lo que suponíanpara el progreso o el perjuiciode una vida de plenitud (hu-mana). Dominaban los crite-rios del eudemonismo estoico.Esta vida estoica plena y per-fecta era una vida sin pasiones,regida por la razón. Los viciosno debían evitarse por ser pe-cados, sino porque originabanuna turbación que impedía lavida perfecta. El medio defini-tivo no era tanto la gracia di-vina como la razón humana.

Este culto a la razón ecuánimedesembocó en un egoísmo nocristiano, que vino a coincidiren gran medida con la éticainmanente de la Stoa. El pro-blema espiritual de Petrarca ylas tensiones de su ánimo noderivaban de la polaridad sole-dad/mundo, sino del desequi-librio entre su fuerza moral yla altura de sus ideales huma-nos, que resultaban inalcanza-bles con las meras energías na-turales.

La vida solitaria defendidapor Petrarca nada tenía quever con la huida ascética de lomundano. Era la negativa delhombre egoísta a mezclarsecon la masa inculta. El huma-nista no se retiraba de los de-más para orar, sino para dis-frutar mejor de este mundo.Su esfuerzo desembocaba enpesimismo, desesperanza ycomprobación de la propia de-bilidad en el desgaste inútilpor ser mejor según los idealesclásicos.

Los ideales humanistas pro-piamente dichos no coincidíaninicialmente con los de la clasemercantil. Respondían a visio-nes diferentes de la vida y delos quehaceres terrenos. Peroun objetivo (implícito) deci-sivo del humanismo cívico erala creación de un grupo de in-

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tereses intelectuales y de disci-plinas que todos los miembrosde la ciudadanía activa, es de-cir, profesionales, funcionariosy mercaderes pudieran perse-guir21. La prudencia y la sabi-duría podían también aplicarsea la adquisición, posesión yempleo de bienes materiales. Yasí como en muchos humanis-tas la virtud moral y los idealescristianos se desvinculaban dehecho, también en muchoshombres dedicados al comer-cio el afán de lucro se inde-pendizaba, en mayor o menormedida, de los condiciona-mientos religiosos.

El ambiente mercantil delsiglo XIV presentaba cambiosde importancia respecto atiempos anteriores. Se intro-dujeron en el comercio proce-dimientos que fueron típicosde los siglos siguientes, talescomo el uso de la numeraciónárabe, la contabilidad por par-tida doble, los seguros y la le-tra de cambio. Se produjo asíun viraje decisivo. La aplica-ción de los nuevos procedi-mientos se asoció, en comer-ciantes y banqueros, con acti-tudes que también fueron nue-vas en los planos social, polí-tico, artístico y cultural. En elmundo mercantil y de los ne-gocios arraigó la idea de que si

el hombre sabio se anima acultivar únicamente los bienesdel espíritu, incluso en la po-breza, no podrá hacerlo sinviolar obligaciones socialesirrevocables. En el mundoprofano se hizo cada vez másgeneral la convicción de quenadie podía mantener una fa-milia, ni llevar a cabo accionesimportantes en aras del biencomún si no se esforzaba enadquirir bienes económicos se-gún su capacidad.

La rehabilitación social delcomerciante fue un hecho apartir del siglo XIV. Es ciertoque, en el plano conceptual, laesfera económica se instalócomo actividad con valorespropios más tarde que la polí-tica, la filosofía y la ciencia.Pero la ética de la acumulacióny el apetito, a veces ilimitado,de ganancia se afirmaron sóli-damente y se demostraron ca-paces de atravesar en numero-sas ocasiones fronteras religio-sas y de orden moral. En elcomportamiento práctico sedibujaba una ética utilitaristadominada por la razón y elsentido práctico, de modo quela clase comerciante consiguiócumplir sus compromisos porlo general mejor que el clero yla nobleza.

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Al mismo tiempo, «el espí-ritu mercantil impregna la de-voción de los mercaderes, en lamedida en que consideran lapersecución de los bienes ma-teriales como un asunto di-vino”22. Un lenguaje religiosoprestaba sus servicios al afánde lucro, que venía a dignifi-carse y revestirse de una moti-vación espiritual, y se contem-plaba a veces «sub specie aeter-nitatis». Se pensaba que llevarhonestamente un negocio nosólo no impedía, sino que fa-vorecía, la salud del alma. Mu-chos comerciantes decían ha-cer sus negocios en nombre deDios, y que «la diestra del Se-ñor les había elevado», comopremio a su dedicación y hon-radez. Triunfar en los negociosequivalía, para algunos, a servira Dios. No faltaban quienes,debido a motivos de concien-cia, abandonaban los negocioscomo actividad peligrosa o, almenos, de dudosa moralidad.Pero lo más frecuente fue que,delimitado el mundo de la fe ydel dogma, se le hiciera convi-vir contiguo al mundo econó-mico, con muy poca interfe-rencia o influjo mutuo. Locristiano acabó formando, porlo general, un fondo indife-rente que ejercía escasa in-fluencia en la vertebración

práctica de la vida comercial.Ésta parecía regirse por unaética inmanente y autónomade orden pragmático, que de-terminaba y orientaba la ac-ción económica.

«Si los humanistas tuvieronnecesidad de recuperar el pa-trimonio ético clásico para ha-cerse fuertes y afirmar la emer-gente autonomía de la socie-dad civil frente a los idealeseclesiásticos, los comerciantesse construyeron su suficienciamás bien solos, aunque deforma más rimbombante y enun estilo mucho más suelto. Esun leit-motiv recurrente que lacultura laica se impone unmano a mano revalorizandosiempre más los valores de lavida activa respecto a los de lavida contemplativa o dedicadaa la religión. En este procesolos comerciantes han prestadomuy pronto una aportación denotable entidad, aunque ideo-lógicamente menos pronun-ciada»23.

Comerciantes y burguesesde los siglos XIV y XV fueronportadores de valores profesio-nales y culturales propios, ypuede afirmarse que modifica-ron notablemente el ambienteen el que vivieron y actuaron.La industria y el comercio fue-ron factores de importancia

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decisiva en la emergencia delespíritu laico, que arraigó en laburguesía y tendió a excluir alclero tanto de los oficios pú-blicos de las villas como de lasactividades comerciales.

Los comerciantes desempe-ñaron un papel de cierto re-lieve en la difusión de la Re-forma Protestante, pero estehecho no debe exagerarse. «Nose puede decir en absoluto quese adhieran en masa ni si-quiera en los países nórdicos.Muchos no se encontraban enlas condiciones de la mayorparte de la población, más omenos confinada en el ámbitode su propio burgo y general-mente en una zona restrin-gida. Ellos viajaban frecuente-mente, habían repetido con-tactos e intercambios de opi-nión de un país a otro y sobretodo entre varios centros urba-nos en donde se reunían, sa-bían leer y escribir, disponíande una importante red de in-formación oral y escrita. Sucultura y su religiosidad eranpatentemente más abiertas ycríticas, más afinadas y dúcti-les que las de la mayoría cam-pesina y las de los ciudadanosmás humildes. Entre la devo-ción ancestral, consuetudina-ria, supersticiosa de la mayoríay la suya había una clara dife-

rencia. Se ha observado acer-tadamente que el comerciantey el banquero consideraban ala Iglesia en todos sus gradoscomo una potencia de la queera útil y necesario conservarla buena voluntad”24.

La Reforma Protestante delsiglo XV representó una nuevaetapa en la valoración espiri-tual de la actividad mercantilque, gracias al desarrollo so-cial, político y económico, al-canzó por ese tiempo una no-table intensidad. Lutero noconsideraba en sí mismo el as-pecto económico y lucrativodel trabajo humano; lo hacía,sin embargo, en el marco delas ineludibles tareas que elhombre cristiano ha de reali-zar en el mundo como expre-sión de su vocación evangélica.

El padre de la Reforma creíaque ninguna acción es casual oconvencional para el cristiano,de modo que los detalles mástriviales de la vida diaria de-bían hacerse para la gloria deDios y con la intención de co-operar a los propósitos divi-nos. Dado que el mundo sehallaba en poder del maligno,el verdadero cristiano debíaesforzarse por vivir en estemundo corrompido sin perte-necer a él. Era una empresa es-piritual que podía conseguir

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gracias a la fe. El cristiano ne-cesitaba, por tanto, escrutarcuidadosamente los motivosde su obrar para averiguar si suvoluntad y sus deseos se en-contraban en sintonía con lavoluntad de Dios. La concien-cia era, en último término, tri-bunal supremo, de cuyo vere-dicto no había apelación posi-ble. El test más importante erala integridad de intención.

El protestantismo hizo asíun llamamiento a comercian-tes y artesanos, a los que instóa confiar en los dictados de sucorazón como criterio de con-ducta. En continuidad coneste planteamiento religioso,Lutero afirmó que el hombreelegido debía llevar a cabo susbuenas obras para ayudar a suvecino, a la comunidad, al paísy a la humanidad. Se sirve aDios en la propia vocaciónporque se sir ve a los otros.«Un zapatero remendón, unherrero, cada uno tiene su ofi-cio y tarea..., y cada uno me-diante su propio trabajo ha debeneficiar y servir a todos».

Lutero parecía sentir con vi-veza la raíz humana de losproblemas que agitaban a loshombres, poderosos o senci-llos, del siglo XVI. Pero es du-doso que considerara la meraactividad económica produc-

tiva como una obra buena ycaritativa.

Calvino declaró también sinambigüedades que los deberesdel cristiano no debían valo-rarse por la acción externa sinopor los motivos internos delobrar. «Nada hay tan abomi-nable ante Dios como el es-fuerzo de los hombres por re-vestirse de signos y aparienciasexteriores que sustituyan a laintegridad del corazón». En elplano de la actividad econó-mica, el propósito del Calvi-nismo no fue estimular la ga-nancia o la acumulación de di-nero, sino más bien lo contra-rio. Había que renunciar al lu-cro como fuente de tentación.

En los predicadores calvi-nistas abundaban los ejemplosde antipatía anticapitalista y,de modo especial, en la litera-tura puritana, menos tolerantecon la riqueza que la Iglesiamedieval. Pero, en definitiva,los puritanos trataron de espi-ritualizar los procesos econó-micos, incurriendo con fre-cuencia en tensiones y afirma-ciones relativamente contra-dictorias. La tradición puri-tana representada por Jona-than Edwards (1703-1758)eliminaba todos los interme-diarios entre Dios y el hom-bre, y planteaba la búsqueda

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de lo divino como una penosatarea humana en la que no ca-bían descansos ni consuelos.Quienes trataban de evitarse elesfuerzo espiritual buscandosolaz en el comercio, en losbancos o en las expedicionesmercantiles, maltrataban suconciencia y comprometían sueternidad.

Tanto los puritanos inglesescomo, más tarde, los america-nos, no estimaron que hacerdinero fuera un signo de pre-destinación. Lo importantepara ellos era la mente y el co-razón con los que se buscaba yse hacía la riqueza. Puede afir-marse que la religión protes-tante, en cuanto tal, no ha in-fluido directamente en la di-námica de crear riqueza y ha-cer dinero. Antes de haber po-dido ejercer un influjo de esanaturaleza se había convertidoen ética, que es el proceso na-tural de una religión quetiende a secularizarse. El res-peto protestante hacia la Sa-grada Escritura, invocada en elcomercio, se debilitó, de he-cho, para quedar sólo comobarniz religioso sin raíces ver-daderas.

No han sido un impulso niun motivo religiosos los quehan creado la mentalidad capi-talista. Esta mentalidad ha tra-

tado más bien de justificarseinvocando razones religiosas.«Los hombres no se hicieroncapitalistas porque eran pro-testantes, ni fueron protestan-tes por ser capitalistas. En unasociedad ya capitalista, el pro-testantismo facilitó el triunfode los nuevos valores. No exis-tía ninguna razón teológica in-herente para la insistencia pro-testante en la frugalidad, eltrabajo responsable, y la acu-mulación, pero ese énfasis fueuna consecuencia natural de lareligión del corazón en una so-ciedad donde se desarrollaba elmodo capitalista de produc-ción. Fue una racionalizaciónque parecía fluir naturalmentede la teología protestante, queen cualquier tipo de sociedadpermitía a la religión ser mol-deada por las fuerzas socialesdominantes»25. El espíritu cal-vinista fue inicialmente acom-pañante del proceso que gra-dualmente originó y dio formaal capitalismo, pero no fue enmodo alguno una causa deter-minante.

Las obras producidas du-rante el tiempo de la Reformacatólica no se ocuparon apenasde la valoración religiosa delcomercio. Al menos, no seocuparon de ella directamente.Los autores de la Escuela de

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Salamanca solían limitarse acomentar las opiniones de To-más de Aquino acerca de laactividad comercial. Santo To-más se planteaba el asunto enla cuestión 77 de la SecundaSecundae, cuyo artículo cuartollevaba el siguiente título: «Sies lícito en el comercio venderalgo más caro de lo que secompró». El Doctor Angélicoofrecía una respuesta modera-damente positiva con estas pa-labras: «Si bien el comercio,considerado en sí mismo, en-cierra cierta torpeza, dado queno tiende por su naturaleza aun fin honesto y necesario, noobstante el lucro, que es el findel comercio, aunque en suesencia no suponga un ele-mento honesto y necesario,tampoco implica por esencianada vicioso o contrario a lavirtud».

En los siglos XVI y XVII loscomentadores de este artículose limitaron a repetir sin granoriginalidad la opinión delmaestro. Así, por ejemplo,Bartolomé de Carranza decía:«Se duda si los comerciantes(regatones), que venden cosa aun precio mayor, sin hacerningún cambio ni por parte dela cosa ni por parte deltiempo, sino que la compranaquí y la venden aquí en un

mismo tiempo, actúan correc-tamente. A esto se respondeque vender algo más caro delo que costó, como hacen losmercaderes, es lícito si se hacepor un fin bueno, por susten-tarse o por proveer a la repú-blica»26.

Los manuales de comporta-miento no se ocuparon mono-gráficamente del comerciante,como sí se ocuparon, porejemplo, del príncipe (Ma-quiavelo), del cortesano (Cas-tiglione), del político (Gra-cián) o del cristiano que buscala salvación (Francisco de Sa-les, Alfonso Rodríguez). La li-teratura ascética vino másbien a descalificar como noci-vas para el alma algunas de lasvirtudes y cualidades que seconsideraban necesarias parael hombre ocupado con éxitoen los asuntos mundanos.«Dicen muy bien que las letrasy talentos grandes en un hom-bre inmortificado, son comouna espada en manos de unloco furioso, que a sí mismo ya otros dañará con ella»27.

Algunos autores espiritualestrataron indirectamente lasvirtudes y horizontes espiri-tuales de los comerciantes ybanqueros, dentro de los im-perativos de discreción, pru-dencia y dignidad de compor-

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tamiento que correspondían aun buen cristiano. El idealmoderno de formación se apli-caba a todo hombre activo enel mundo que aspirase a reali-zar coherentemente el tipo hu-mano. En el humanismo cris-tiano del Oráculo Manual deBaltasar Gracián también losmercaderes burgueses tienenun sitio, aunque no sean ex-presamente mencionados. Lapersona contemplada por Gra-cián era un hombre ocupadoen los negocios terrenos, queno se conformaba, sin em-bargo, con una conducta me-ramente pragmática y que en-tendía la virtud no sólo comocualidad ética y útil, sino comohábito espiritual que capaci-taba para entender y practicarel Evangelio. Gracián deseabaretratar a un «sabio cristiano»que vivía en el mundo.

El apartado final del Oráculodice: «En una palabra, santo:que es decirlo todo de una vez.Es la virtud cadena de todaslas perfecciones, centro de lasfelicidades. Ella hace un sujetoprudente, atento, sagaz, vale-roso, reportado, entero, feliz,plausible, verdadero y univer-sal héroe. Tres eses hacen di-choso: santo, sano y sabio. Lavirtud es sol del mundo menory tiene por hemisferio la buena

conciencia. Es tan hermosa,que se lleva la gracia de Dios yde las gentes...» Gracia no esaquí, como en la literatura cor-tesana, el buen estilo humano,sino algo necesario que vienede lo alto. La virtud no es unacualidad pragmática del hom-bre y la mujer mundanos, sinoun don de Dios que el es-fuerzo propio debía cultivar ydesarrollar.

La lectura de un libro de es-tas características había deproporcionar a un digno nego-ciante cristiano del barrocoorientaciones morales sufi-cientes para entender el sen-tido profundo de su actividadeconómica.

La defensa de la vida dedi-cada a los negocios, contra lascríticas religiosas y seculares detipo aristocrático, fue un capí-tulo importante en la historiade las ideas y un factor en elcrecimiento y consolidacióndel capitalismo, como patrónglobal de civilización, durantelos siglos XVI al XVIII. Habíaque demostrar que el hombrede negocios podía ser aceptadosin reparos en la elite social,junto al militar, al noble y alterrateniente.

La autonomía de pensa-miento que se impuso gra-

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dualmente en la cultura euro-pea a partir del siglo XVII sematerializó en la filosofía car-tesiana, la «nueva ciencia» deFrancis Bacon, la idea de reli-gión natural de Herbert Cher-bury y la noción de ley naturalde Hugo Grocio. Fue éste unproceso que preparó y realizóla elaboración de una ética se-cularizada, cuya aplicaciónmás patente al mundo comer-cial y de la industria está re-presentada por las obras deAdam Smith (1726-1790).

Smith fue una figura clavede la ilustración escocesa. Susobras son un buen ejemplo deun pensamiento que se ocupóde relacionar filosofía moral yexperiencia ordinaria. Los dostratados que le han hecho fa-moso -Teoría de los sentimien-tos morales (1759) y Naturalezay causas de la riqueza de las na-ciones (1776)- forman un todoorgánico. El primer ensayo seaplica a describir las cualidadesmorales que hacen posible laordenación próspera de untodo social armónico, y equi-vale a un manual sobre las vir-tudes del hombre económico.

Smith ridiculizó con fre-cuencia la religión que llamabainstitucionalizada, y defendióla tesis de que los sentimientos(pasiones, emociones) bastan

para la moralidad personal ysocial, la libertad y la virtud.Smith aceptaba sólo la religióncomo un parcial antídoto con-tra la corrupción de la socie-dad comercial, por ejemplo,contra la deshumanización deltrabajador, pero no la conside-raba como un factor en lasmotivaciones o intenciones delcomerciante.

Creía que la sociedad co-mercial liberal exigía virtudescívicas que, a su vez, había quefomentar. En la esfera públicala virtud indispensable paraSmith era la justicia conmuta-tiva, que sostenía y era soste-nida por otras28. Es evidenteque el horizonte moral del pa-dre de la economía política eramuy reducido, y que lo econó-mico no era objeto de valora-ción religiosa propiamente di-cha.

La Revolución Industrialocurrida en Inglaterra a lolargo del siglo XIX y exten-dida algo después a los princi-pales países de Europa, supusoun punto de inflexión en el es-tablecimiento de la sociedadeconómica competitiva en to-dos los órdenes. El retrocesocoetáneo de las perspectivas yde los valores religiosos reper-cutió en el mundo de la cul-tura y de la economía, de

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modo que los únicos imperati-vos vigentes fueron práctica-mente los derivados de unaética utilitarista, que perseguía“la mayor felicidad para el ma-yor número” de ciudadanos.

La búsqueda individual ocorporativa del lucro econó-mico, razonable o desmedido,se ha convertido en uno de losmotores de la vida moderna.La vida y el comportamientode los agentes económicosocupa uno de los centros deatracción e impulso de nuestracultura, que tiene parte de susesencias en la economía.

El Concilio Vaticano II nopodía omitir un diagnósticocristiano sobre la actividadeconómica y comercial en símisma, y sobre la actividad ydisposición interior de quienesla conducen. En la Constitu-ción Pastoral Gaudium et Spes,el Concilio se muestra belige-rante hacia el “economicismo”que impregna la vida mo-derna. Lo hace con las si-guientes palabras: “No pocoshombres...parecen gobernarseúnicamente por la economía,hasta el punto de que toda suvida, personal y social, apareceimpregnada por un espíritueconomístico...” (n. 63, 3). Eneste marco se censuran la opu-lencia y el derroche, y se de-

clara la necesidad moral y reli-giosa de “acabar con las pre-tensiones de un lujo excesivo”(n. 85, 3).

La Constitución reco-mienda la urgencia de orientarla vida económica de indivi-duos y comunidades de unmodo racional y humano, e in-vita a tomar ocasión de la ac-tual sensibilidad hacia las desi-gualdades sociales, para im-plantar principios de justicia yequidad postulados por larecta razón (n. 64). La Iglesiadebe dejar oír su voz en estascuestiones pero, en definitiva,se trata de una responsabilidadde los fieles cristianos, traba-jando junto a sus conciudada-nos. “Convénzanse los cristia-nos –leemos– de que al tomarparte activa en el movimientoeconómico y social de sutiempo, pueden hacer muchopor el bienestar de la humani-dad y la salvación del mundo.Procuren destacarse por suejemplo, y adquirida la compe-tencia profesional y la expe-riencia necesaria, sepan guar-dar la debida jerarquía entrelas actividades terrenas, enlealtad hacia Cristo y el Evan-gelio, de modo que su enteravida, tanto individual comosocial, esté impregnada por elespíritu de las bienaventuran-

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zas” (n. 72, 1; cfr. Decreto Adgentes 12, 2).

El Concilio trata en últimotérmino de que el procesoconstante de racionalización ycivilización, que ha humani-zado las relaciones económi-cas, al menos en Occidente, seimpregne todo lo posible deun espíritu cristiano que, sinsocavar los fundamentos delorden económico establecido,ayude a entender que los mitosdel desarrollo y de la revolu-ción, ideológicamente simétri-cos, exigen precios humanos yespirituales inaceptables.

De la reflexión cristiana y dela correcta filosofía socialacerca del orden económicoparecen derivarse algunosprincipios importantes, comolos siguientes: 1. La economíano es un fin en sí mismo; 2. Laeconomía, por sí sola, nopuede salvar al hombre ni a lasociedad; 3. La actual diná-mica económica, con sus opor-tunidades de lucro y de des-pertar un afán ilimitado de en-riquecimiento, es un desafío ala existencia cristiana y, sobretodo, una ocasión para desa-rrollar una vida espiritual queequilibre los valores, las activi-dades y los comportamientos;4. Hacer las cosas de modotrascendente por Dios y la vida

futura significa hacerlas por símismas, es decir, respetando suesencia y su propia dinámicaautónoma; 5. La conductaeconómica se inscribe en elmarco de una teología del tra-bajo humano, que no incluyesólo aspectos individuales, sinotambién una dimensión social,con los círculos concéntricosinseparables de caridad, justi-cia y solidaridad; 6. Al ponerseen relación con los principiosevangélicos, la economía sedesprende de su posible neu-tralidad como actividad téc-nica; 7. La actividad econó-mica adquiere sentido sólodentro de una concepción per-sonalista del ser humano, quepermanezca abierta a los idea-les de justicia y amor urgidospor el Evangelio.

Caben diversas motivacio-nes de la actividad económicaen la mente y en la concienciade quienes la realizan. Losagentes económicos suelen ac-tuar por más de una única mo-tivación y con intenciones plu-rales. Se cuentan entre las másfrecuentes ganarse la vida,cumplir el deber, desarrollarsea sí mismo humana y espiri-tualmente, adquirir riqueza,prestigio social y poder, buscarla excelencia, contribuir al bie-nestar y la felicidad de los de-

LA VALORACIÓN TRASCENDENTE DE LA ACTIVIDAD ECONÓMICA

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más, conseguir perfección téc-nica en lo que se hace y vivir lallamada cristiana a mejorar elmundo como obra de Diosque debe retornar a Él.

Es evidente que una con-ciencia libre ha de integrar

esos fines o, al menos, los másimportantes, de modo que noactúen como fuerzas centrífu-gas independientes y anárqui-cas que desfiguran y compro-meten la personalidad del su-jeto.

JOSÉ MORALES

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1 Cfr. Barthes, R. (1958), Michelet,Fondo de Cultura Económica, México.

2 Cfr. Weber, M. (1992), Ensayos so-bre sociología de la religión, I, Taurus,Madrid.

3 Goetz, W. (1927), “Franz von As-sisi und der Entwicklung der mitte-lalterlichen Religiosität”, Archiv fürKulturgeschichte, nº 17, pp. 133-4.

4 Ibidem, p. 136.

5 Maschke, E. (1964), “La mentalitèdes marchands europèens au MôyenAge”, Révue d ’Histoire èconomique etsociale, nº 42, p. 457.

6 Cfr. Gilson, E. (1951), Heloise andAbelard, Michigan University Press,Ann Arbor.

7 Cfr. Chenu, D. (1966), La Théologieau Douzième Siècle, Vrin, París, pp.21-51.

8 Tenenti, A. (1990), El hombre delRenacimiento, Alianza, Madrid, pp.203 y 205.

9 Cfr. Silber, I. F. (1993), “Monasti-cismn and the Protestant Ethic”, Bri-tish Journal of Sociology, nº 44, p. 110.

10 Gourevitch, A. J. (1989), Le Mar-chand, L’homme mèdièval, J. Le Goff,París, p. 312.

11 Maschke, E. (1964), “La mentalitèdes marchands europèens au MôyenAge”, Révue d ’Histoire èconomique etsociale, nº 42, p. 458.

12 Huizinga, J. (1943), Homo Ludens.El juego y la cultura, Fondo de CulturaEconómica, México, pp. 89 y ss.

13 De Regimine Principum, libro 2,capítulo 3.

14 Ibidem.

15 Gourevitch, A. J. (1989), p. 284.

16 Lagarde, G. De (1956), La Nais-sance de l’esprit laïque au dèclin du Mô-yen Age, I, Nauwelaerts, Lovaina, pp.176-177.

17 Alighieri, Dante, Divina Comedia,Infierno, Canto XI, línea 96.

18 Petrarca, F. (1978), Obras, I, Prosa,Alfaguara, Madrid, p. 356.

19 Eppelsheimer H. W. (1916), “ZurReligiosität Petrarchas”, Archiv fürKulturgeschichte, nº 12, pp. 362-379.

20 Ibidem, p. 370.

21 Baron, H. (1960), “Secularizationof Wisdom and political Humanismin the Renaissance”, Journal of Historyof Ideas, nº 21, p. 139.

22 Gourevitch, A. J. (1989), p. 299.

23 Tenenti, A. (1990), El hombre delRenacimiento, Alianza, Madrid, p.209.

24 Tenenti, A. (1990), p. 206.

25 Hill, C. (1991), Change and Conti-nuity in seventeenth-century England,Yale University Press, New Haven-Londres, pp. 99-100.

26 Carranza, Bartolomé de (1540),Comentario a la Suma de teología, textoinédito, Biblioteca Vaticana, folio 274r. Debo este texto a la cortesía delprofesor Teodoro López.

27 Rodríguez, A. (1946), Ejercicio deperfección y virtudes cristianas, Apos-tolado de la Prensa, Madrid, parte 1,tratado 4, capítulo 2, p. 199.

28 Griswold, C. L. (1999), AdamSmith and the Virtues of Enlighten-ment, Cambridge University Press,Cambridge, p. 300 y ss.

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NOTAS

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