la Última vida de un gato

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LA ÚLTIMA VIDA DE UN GATOLA ÚLTIMA VIDA DE UN GATO

Aquel sábado de luna llena, al joven gato llamado Toñete se le antojó que era una noche ideal para echar relajo.

Fue a visitar a su amigo de juergas, el viejo gato llamado Chilaquil. Lo encontró tirado en el tapete persa de la tibia sala donde vivía con sus amos.

Lo despertó de un mordisco en la cola. Chilaquil saltó de susto, creyendo que era un perro, pero al ver a Toñete muerto de risa, lo correteó por debajo de las sillas hasta atraparlo entre sus garras.

-¡Menso! – lo zarandeó -. ¿No comprendes que me pudo haber dado un paro cardiaco? – Volverías a nacer – dijo Toñete. ¿Ya no te acuerdas que los gatos tenemos siete vidas.- Yo ya no – lo soltó Chilaquil y se trepó en el respaldo de un sofá, sumamente agobiado. - A mí nada más me queda una.Al Chilaquil le gustaba mucho ver las telenovelas, por lo que Toñete creyó que estaba actuando. De un brinco se sentó a su lado, en el cojín del sofá.

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-¿Qué tal te caerían unas sabrosas tripas de gallina? – le preguntó lamiéndose los bigotes. Ayer que andaba de vago, descubrí una pollería con un agujero en el techo. Nada más es cosa de hacernos flaquitos para caber. Vamos, no te vas a arrepentir. Queda a unas cuantasAzoteas de aquí.

- No, gracias, si algo me sobra es comida. – respondió el veterano gato. Se dirigió al refrigerador y lo abrió con el hocico. Había todo lo que hay en el mercado.

- Lo sé – gruño Toñete -; pero el chiste no es llenar la buchaca, sino correr una aventura. A lo mejor nos topamos con unos ratones y los perseguimos, como si fuéramos judiciales y ellos los ladrones. ¿A poco ya no te gustan las emociones fuertes?

- Ya no, desde hoy que me puse a hacer cuentas y resultó que solo me queda una vida.- ¿No habrás sumado mal?- ¡Ni que fuera burro, soy gato! –

Afirmó con orgullo Chilaquil. Luego, la cara se le alargó -. Si llegara a perder esta vida que tengo, moriría para siempre.

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Así como sus amos les invitaban a sus visitas una taza de café cuando platicaban de temas importantes, Chilaquil le invitó a Toñete la leche que él no había probado.

- Ahora que estás muchacho y no has perdido ninguna vida, deberías recapacitar – le dijo -. Ya no te expongas a los peligros innecesariamente. Sí tienes el privilegio de contar con siete vidas, no las malgastes en tonterías.

Mírate en este espejo. Por no haber oído los consejos de mis abuelos, a lo tonto se me esfumaron seis vidas. Ahora estoy sufriendo por el miedo de que en cualquier momento, por cualquier descuido, me atropelle un carro y allí terminen mis días, tirado en la calle.El canoso gato se apartó un poco para que los lengüetazos de Toñete no lo salpiquen de leche.- Tú hablas así porque ya estás ruco – replicó Toñete después de haber dejado el plato vacío -; pero yo soy un gato jovenazo y con cierto pegue con las gatas chavas. Si hubiera perdido ya alguna vida a lo mejor te hacía caso pero no, tengo mis siete vidorrias bien enteritas. Así que puedo darme el lujo de sentirme inmortal.

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Se rascó la comezón de una pulga que le andaba por la oreja, y siguió:

- Supongamos que ahorita me envenenaran, me sobrarían seis vidas. Y si de aquí a un año me torcieran el pescuezo, todavía me quedarían cinco. Y si luego me colgaran, me restarían cuatro… ¡Újule!, es más fácil que se acabe el mundo a que yo termine en el hoyo.A Chilaquil le dio lástima que se expresara de esa manera. No lo contradijo por no discutir. Sólo le hizo una invitación.- Mañana voy a ir con mis amos de día de campo. Ellos ya te conocen y se sentirían felices de llevarte. Vamos, así ya tendrían con quien ir maullando.- Se te agradece mi buen, pero yo soy un gato de grandes aventuras – presumió Toñete encaminándose a la ventana abierta.Chilaquil fue detrás de él.- No seas terco – insistió -. Vete a dormir para que mañana estés descansando cuando pasemos por ti.

- ¡Tú y tus consejillos me valen un rábano! – gruñó Toñete -. ¡Lo único que quiero es echar relajo!El viejo gato no le rogó más y lo vio desaparecer en la oscuridad de la noche. Sentado en el marco de la ventana, contempló la luna: blanca y redonda, como queso oaxaqueño.

- Si experimentáramos en cabeza ajena, nos evitaríamos muchos errores – suspiró.Al día siguiente, Chilaquil despertó con el ir y venir de botas y tenis que pasaban a su lado. Eran sus amos que entraban y salían con pelotas, patines, y bicicletas. Se asomó a la puerta y vio que el carro ya empezaba a rugir como un león poniéndose en sus marcas para correr hacia el campo. En el cielo blanquecino brillaba un sol dominguero.Chilaquil se disponía a ocupar su lugar en la cajuela, cuando sus japoneses ojos se toparon con la maltrecha estampa de Toñete. Apenas si podía cruzar la calle, todo revolcado, con el pelambre tieso de sangre seca.- ¿Qué te pasó? – se adelantó Chilaquil a saludarlo -. ¿No me digas que te explotó el boiler?- No te burles – murmuró Toñete con un ojo cerrado, aunque no por el resplandor de la mañana sino por la hinchazón de un golpe. Me fue como en feria.

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Mientras los amos de Chilaquil se acordaban de no haber cerrado la llave del gas, Toñete le narró su trágica aventura.- Ya me estaba afilando las uñas para devorarme unas suculentas tripas, cuando… ¡sopas! , que se aparece el dueño de la pollería con santo pistolón. Nomás me acuerdo que vi un flamazo y sentí calientito en todo el cuerpo.- ¡Perdiste una de tus vidas! – exclamó Chilaquil, comprobando que en la frente de su amigo había una huella de bala -. Lo bueno es que todavía tienes seis.- Tenía, carnal, también me queda una – lloró Toñete -. ¡Lo que cargaba ese viejo no era pistola, sino ametralladora! Apenas me iba levantando cuando… ¡moles!, otro plo-mazo me reventó la panza. Y después otro me floreó la cola. Y luego otro más me entró por el hocico. ¡En total fueron seis los tiros a muerte!- ¡No serán más? – preguntó aterrado Chilaquil -. ¡A lo mejor fueron ocho y es tu alma la que viene a despedirse de mí.- ¡No le hagas, manito! – Gimió Toñete - ¡Cuéntame las marcas!Revisándolo de cabo a rabo, Chilaquil certificó que efectivamente había seis cicatrices sin pelos en su cuerpo.

- ¡Me salvé! ¡Me salvé! – gritó eufórico Toñete, saltando como canguro -. ¡Volví a nacer! ¡Volví a nacer! - ¿Se quieren quedar a cuidar la casa, o van con nosotros? – oyeron a sus espaldas la voz aseñorada de uno de sus amos.Más veloces que unas gacelas, Chilaquil y Toñete se treparon por las ventanillas del carro en marcha.Ese día, en el campo, no se cansaron de jugar. Amaron los pinos puntiagudos, las mariposas fluorescentes y el aire helado que bajaba de las montañas. Amaron la luz del sol que revuelta con la neblina, hacía un paisaje de almanaque. Amaron lo verde del pasto. Amaron el arroyuelo donde bebieron agua con sabor a jarro. Amaron el humo que ascendía de una fogata. Amaron el olor a bistecs fritos y encebollados que volaba por el bosque. Amaron la mano que les ofreció de comer. Toñete y Chilaquil se sintieron más amigos que nunca. Disfrutaron ese domingo como si fuera el último de su existencia.- Qué lástima que aprendamos de las experiencias sólo hasta que nos llega el agua al cuello – se lamentó Toñete.- Sí. Aunque peor sería no escarmentar jamás – corrigió Chilaquil.