la trinidad en la sociedad

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LA TRINIDAD EN LA SOCIEDAD: UNA AUSENCIA PRESENTE Pbro. Alfonso Maldonado «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti» Confesiones de San Agustín

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Alfonso Maldonado

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Page 1: La Trinidad en La Sociedad

LA TRINIDAD EN LA SOCIEDAD: UNA AUSENCIA PRESENTE

Pbro. Alfonso Maldonado

«Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti»

Confesiones de San Agustín

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Era Sigmund Freud quien en el período interbélico escribió El malestar en la cultura , un ensayo que probaba a explicar esa insatisfacción

producida por la tensión entre las pulsiones y las normativas sociales. Incluía al instinto de destrucción o tánatos, originado por el impacto de

la Primera Guerra en su mente, de cómo los seres humanos pueden esforzarse en destruirse. Su propuesta es semejante al fracaso de

encontrar una explicación racional.

Más si retrocedemos en el tiempo conseguimos a un gigante como Hegel quien, a partir de su periodo como seminarista, se acerca a la Trinidad para luego, ya como filósofo, despojarla de la realidad divina para hacer de Ella sencillamente el Absoluto, una especie de “masa” idealista (con entidad) desplazándose por la historia. Esta masa, de una u otra forma, se hace presente en la sociedad “en devenir dialéctico”.

Como sea, el asomarse a la sociedad para pretender indagar más allá de la apariencia, no es nuevo. Y esto se torna profundamente interesante en las etapas de mayor malestar, en los que las explicaciones sociológicas, económicas o históricas no resultan suficientes.

Freud apuntaba al conflicto intrínseco del ser humano entre placer y norma social, que castra y neurotiza, según él. Hegel lo hace considerando que es el desarrollo normal de la sociedad que, contradiciéndose (el binomio amo-esclavo), se supera para pasar a la siguiente etapa. No así puede verse desde una visión cristiana, que no pretende ser exhaustiva en la presente exposición.

A la base de Hegel, a finales del siglo XVIII y principios del XIX está la recuperación de la historia. Tiene que ver con la misma presentación bíblica en la que los sucesos avanzan no de forma aleatoria sino concatenándose hacia un destino centrado en Cristo Jesús. Claro que para los filósofos era difícil aceptar y fundamentar que el “punto omega” tenía que ver con el Mesías judeo-cristiano. Así que hacen otras propuestas.

De antemano aclaro que para mí la historia no necesariamente avanza evolucionando hacia estadios mejores: también cabe la posibilidad que

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la técnica y el conocimiento pueden crear nuevas miserias a la humanidad. Pero me gustaría hacer una sencilla afirmación.

Tomando en consideración el evidente hastío de buena parte de la especie humana, de lo enrevesada que están las sociedades de un buen número de países, de la pérdida no solo de sentido religioso y valores sino de cualquier sentido en muchas vidas, asocio este momento a la hermosa y conocida cita agustina: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti».

El santo expresa así la conciencia que adquiere luego del fracaso existencial que experimenta: su alejamiento de la fe de su madre, santa Mónica; la incursión dentro del maniqueísmo; para finalmente ir aterrizando en Milán como un notable filósofo con su propia escuela. Allí, doblegado por placeres que consumaban su desdicha, comienza su retorno al Señor. Lo narra en clave de encuentro, por lo que no se reduce al mundo de la especulación. El encuentro con la Escritura le permite captar que ha sido encontrado primero por el Verbo (Jesús), y todo lo demás comienza a perder sentido. Los placeres, aliados de antes, se despiden con amenazas de abandonarlo en medio de la más cruda soledad.

Una vez superada la lucha interna, claudica para Dios: «¡Oh belleza siempre antigua y siempre nueva! ¡Tarde te he buscado! ¡Te buscaba fuera de mí y estabas dentro de mí». Dios era «más íntimo que su propia intimidad».

Pero Dios no es Dios, sino más que Dios: es Trinidad. No es soledad sino Común-unidad (comunidad) de Amor. Y hemos sido creados por esa Común-unidad a su imagen y semejanza, por lo tanto para la comunión.

El error consiste en reducir esta verdad a la esfera individual, aplicable a cada ser humano. Claro que es cierto. Pero también es cierto que esto tiene toda su vigencia para la sociedad entera. De hecho, la Iglesia debe ser ícono de la Trinidad, sacramento de salvación, semilla y principio del Reino, porque debería interpelar lo que debe ser la conformación íntima de la sociedad.

No es Iglesia-mundo como 2 compartimientos estancos, donde cada una corre paralela a la otra. Es una en la otra, revelando la Iglesia, si

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es fiel a si misma, el destino que Dios quiere darle a la misma sociedad humana (mundo).

De tal manera que bien podría aplicarse las palabras de san Agustín a la sociedad: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti». Quizás hasta que no nos encontremos con esta verdad enclavada en nuestro ser, seguiremos dando tumbos. Puede que a partir de estar verdad vivida y asumida se puedan re-crear y redactar las estructuras e instituciones humanas, y no al revés.