la transiciÓn al paleolÍtico superior y la evoluciÓn

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KOBIE (Serie Anejos). Bilbao Bizkaiko Foru Aldundia-Diputación Foral de Bizkaia N.° 8, pp. 141 a 208, año 2004. ISSN 0214-7971 LA TRANSICIÓN AL PALEOLÍTICO SUPERIOR Y LA EVOLUCIÓN DE LOS CONTEXTOS AURINACIENSES (50.000-27.000 BP) The Transition to the Upper Palaeolithic and the Evolution of Aurignacian Contexts: 50,000 - 27,000 BP Victoria Cabrera Valdés (1) (*) Alvaro Arrizabalaga Valbuena (''°''`) Federico Bernaldo de Quirós Guidotti ('K**) José Manuel Maillo Fernández ('{) RESUMEN La intensa labor investigadora de los últimos años ha convertido a la región cantábrica en uno de los espa- cios clave de Europa occidental para el estudio de la transición del. Paleolítico medio al Paleolítico superior. La Transición se nos revela hoy como un proceso histórico tremendamente complejo, difícilmente explicable a tra- vés de la coevolución de culturas y especies humanas, y que quizá deba entenderse más en clave de reorgani- zación que de ruptura. En el caso del Cantábrico, se aboga por un modelo de transición gradual en el que se observan tanto elementos innovadores corno pervivencias de la etapa precedente. A su vez, la secuencia cantá- brica de la Transición se interpreta en términos de sucesión, ya que hasta la fecha no se han verificado suficien- temente posibles interestratificaciones. Se incluye una síntesis de la información disponible para el período res- pecto al marco cronológico, principales secuencias, medio ambiente, restos humanos documentados, patrón de poblamiento, estrategias de subsistencia, comportamiento simbólico, y con especial atención a los aspectos tec- nológicos. Palabras clave: Región Cantábrica, Transición al Paleolítico superior, Auriñaciense, Neandertales, Huma- nos Modernos, Poblamiento, Tecnología, Subsistencia, Simbolismo. ABSTRACT Intense research carried out in recent years has converted Cantabrian Spain into one of the most important regions in western Europe to study the transition from the Middle to the Upper Palaeolithic. This transition is now seen as a tremendously complex process, difficult to explain through a co-evolution of human cultures and species, and which may be understood as a reorganisation rather than as a break. In the case of Cantabrian Spain, the model of a gradual transition is proposed, where both innovative elements and continuity with preceding periods can be observed. Equally, the Cantabrian sequence of the transition is interpreted in terms of a succes- sion, as possible inter-stratifications have not been verified satisfactorily. A summary is given of the available (k) Universidad Nacional de Educación a Distancia ( 5 ) Universidad del País Vasco (***) Universidad de León

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Page 1: LA TRANSICIÓN AL PALEOLÍTICO SUPERIOR Y LA EVOLUCIÓN

KOBIE (Serie Anejos). Bilbao Bizkaiko Foru Aldundia-Diputación Foral de Bizkaia N.° 8, pp. 141 a 208, año 2004. ISSN 0214-7971

LA TRANSICIÓN AL PALEOLÍTICO SUPERIOR Y LA EVOLUCIÓN DE LOS CONTEXTOS AURINACIENSES

(50.000-27.000 BP)

The Transition to the Upper Palaeolithic and the Evolution of Aurignacian Contexts: 50,000 - 27,000 BP

Victoria Cabrera Valdés (1) (*) Alvaro Arrizabalaga Valbuena (''°''`)

Federico Bernaldo de Quirós Guidotti ('K**) José Manuel Maillo Fernández ('{)

RESUMEN

La intensa labor investigadora de los últimos años ha convertido a la región cantábrica en uno de los espa-cios clave de Europa occidental para el estudio de la transición del. Paleolítico medio al Paleolítico superior. La Transición se nos revela hoy como un proceso histórico tremendamente complejo, difícilmente explicable a tra-vés de la coevolución de culturas y especies humanas, y que quizá deba entenderse más en clave de reorgani-zación que de ruptura. En el caso del Cantábrico, se aboga por un modelo de transición gradual en el que se observan tanto elementos innovadores corno pervivencias de la etapa precedente. A su vez, la secuencia cantá-brica de la Transición se interpreta en términos de sucesión, ya que hasta la fecha no se han verificado suficien-temente posibles interestratificaciones. Se incluye una síntesis de la información disponible para el período res-pecto al marco cronológico, principales secuencias, medio ambiente, restos humanos documentados, patrón de poblamiento, estrategias de subsistencia, comportamiento simbólico, y con especial atención a los aspectos tec-nológicos.

Palabras clave: Región Cantábrica, Transición al Paleolítico superior, Auriñaciense, Neandertales, Huma-nos Modernos, Poblamiento, Tecnología, Subsistencia, Simbolismo.

ABSTRACT

Intense research carried out in recent years has converted Cantabrian Spain into one of the most important regions in western Europe to study the transition from the Middle to the Upper Palaeolithic. This transition is now seen as a tremendously complex process, difficult to explain through a co-evolution of human cultures and species, and which may be understood as a reorganisation rather than as a break. In the case of Cantabrian Spain, the model of a gradual transition is proposed, where both innovative elements and continuity with preceding periods can be observed. Equally, the Cantabrian sequence of the transition is interpreted in terms of a succes-sion, as possible inter-stratifications have not been verified satisfactorily. A summary is given of the available

(k) Universidad Nacional de Educación a Distancia (5 ) Universidad del País Vasco (***) Universidad de León

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information about the chronology, main sequences, environment, human remains found, population patterns, subsistence strategies and symbolic behaviour, and special attention is paid to technological aspects.

Key words: Cantabrian Spain, Transition to the Upper Palaeolithic, Aurignacian, Neanderthals, Modern Humans, Population, Technology, Subsistence, Symbolism.

LABURPENA

Azken urteetako ikerketa lan sakonek Kantauri aldea Erdi-paleolitotik Goi Paleolitorako igaroaldia aztertze- ko eremu gakoetako bat bilakatu dute Europako mendebaldean. Igaroaldia prozesu historiko oso konplexu beza- la agertzen zaigu gaur egun, kulturen eta giza espezien baterako eboluzioaz azaltzeko oso zail egiten duena, eta beharbada haustura baino gehiago berrantolaketa modura ulertu beharko litzateke. Kantauri aldearen kasuan, ele- mentu berritzaileak eta aurreko etapatik irauten duten elementuak batzen dituen trantsizio gradualaren eredu baten aide egiten da. Aldi berean, Igaroaldiko Kantauri aldeko sekuentzia segida baten terminotan interpretatzen da, gaur arte ez baitago balizko geruzatze tartekatuak nahikoa egiaztatzerik izan. Alor kronologikoari dagokionez, garairako dagoen informazioaren sintesia sartzen da: sekuentzia nagusiak, giroa, aztarna antropologiko dokumen- tatuak, populatze patroia, biziraupen estrategiak, portaera sinbolikoa eta aide teknologikoei arreta berezia eskai- niz.

Gako-hitzak: Kantauri aldeko eskualdea, Goi Paleolitorako igaroaldia, Aurignacaldia, Neandertala, Gizaki modernoa, Populatzea, Teknologia, Biziraupena, Sinbolismoa.

1. ANTECEDENTES DE LA INVESTIGACIÓN EN LA REGIÓN CANTÁBRICA. HITOS PRINCIPALES

La transición del Paleolítico medio al superior se encuentra entre los temas claves de la investigación del Paleolítico, pues es el período en el que, de forma tradicional, se sitúa la llegada del tipo humano moderno, con las implicaciones que esto conlleva. Sin embargo en los últimos años esta transición se está matizando, modificando algunos de los presu-puestos básicos. El descubrimiento de los restos fósi-les de un neanderthal en un nivel chatelpen-oniense del abrigo de Saint-Cèsaire (Charente-Maritime) representó un primer punto de inflexión, al propiciar la idea de que algunas industrias del Paleolítico supe-rior pudieran haber sido obra de este tipo humano. A partir de este hallazgo se abrió una dinámica en la que las dataciones de yacimientos peninsulares como El Castillo (Puente Viesgo, Cantabria) o l'Arbreda (Serinyà, Girona) aportaron un nuevo frente de discu-sión, pues rompían la visión tradicional sobre la apa-rición del Auriñaciense. Este hecho implicaba que este conjunto industrial era, en la Península Ibérica, más antiguo que en los Balcanes y el Próximo Orien-te, donde se habían situado hasta el momento, las pri-meras evidencias.

Historiográficamente, las primeras sistematiza-ciones de los conjuntos culturales del Paleolítico superior son de fines del siglo XIX. Una de las prime-ras son los trabajos de los Mortillet en 1910 que dis-tinguían dos fases, una primera caracterizada por úti-les de piedra que englobaba al Musteriense y Solu-

trense, y una segunda con el Auriñaciense y Magda-leniense caracterizada por útiles de hueso (Mortillet y Mortillet 1910). Después, en 1912. Breuil hizo otra sistematización, situando el Auriñaciense entre el Musteriense y el Solutrense. Así, se refirió a un Auri-ñaciense inferior, con Puntas de Chatelperron; a un Auriñaciense Medio, con azagayas de base hendida; y a un Auriñaciense superior, con Puntas de La Gra-vette (Breuil 1912). En 1936, Peyrony propuso que el Auriñaciense, como tal, no existe. Por un lado man-tuvo un Auriñaciense Medio y por otro lado, transfi-rió el Auriñaciense inferior y el superior de Breuil, englobados en un mismo phyllum que llama Perigor-diense. Dividido éste a su vez en Perigordiense infe-rior con puntas de Chatelperron y superior con puntas de la Gravette. Para él no hay una cultura con tres fases, sino dos culturas diferentes, pero contemporá-neas (Peyrony 1936). El esquema de Peyrony fue cri-ticado por Breuil y por la Escuela Inglesa de D. A. Garrod entre otros (Breuil 1937; Garrod 1938). Garrod retomó la teoría original de Breuil y conside-ró que el Auriñaciense inferior se debe llamar Chatel-perroniense, el Medio queda como Auriñaciense sen-su estricto y el superior corno Gravetiense (Garrod 1938). El debate en este punto, es una cuestión de evolucionismo estricto o no. Breuil era estrictamente evolucionista, Peyrony permite líneas separadas de evolución y Garrod volvió al evolucionismo estricto. Estas variaciones en el concepto y contenido del tér-mino Auriñaciense deben hacernos tomar con precau-ción aquellas denominaciones "pre-Peyrony", pues, en muchos casos, pueden hacer referencia a niveles chatelperronienses o gravetienses. Sobre todo, si se

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trata de colecciones perdidas o poco representativas, para la región cantábrica, como podría ser el caso de las cuevas de Salitre (Ajanedo, Cantabria), Santima-miñe (Kortezubi, Vizcaya) o El Conde (Tuñón, Astu-rias).

Este es, en general, el estado de la cuestión. Es un esquema muy evolucionista, que no siempre ha resistido la cronología absoluta. Se ha comprobado que la dispersión geográfica y las fechas de los yaci-mientos no siempre se corresponden con este esque-ma, existiendo solapalnientos entre estas fases. Observamos entre los investigadores la existencia de dos ideas paralelas. Por un lado, la tendencia a la agrupación cuando se aplican criterios taxonómicos vastos, juntando aquellos grupos que presentan similitudes minimizando las diferencias. Por otro lado, tenemos la tendencia disgregadora, tendente a la taxonomía fina, maximizando las diferencias y creando grupos discretos. Ambas tienen ventajas e inconvenientes. Por un lado, la tendencia disgrega-dora tiende a multiplicar las entidades creando un sinnúmero de nombres que pueden llegar a dificul-tar la interpretación. Por otro lado, la agrupación puede tender a integrar dentro de la misma entidad grupos diferentes.

Las primeras etapas del Paleolítico superior han sido tradicionalmente establecidas por la existencia de diferencias con el Musteriense subyacente. Desde las primeras clasificaciones de H. Breuil, la presencia de la tecnología de hojas y la industria de hueso y asta fueron los criterios básicos. A estos caracteres técni-cos se unía un importante factor antropológico: la aparición del Homo sapiens sapiens. Esta distinción antropológica está en la base de todas las interpreta-ciones y valoraciones distintas sobre la especificidad del Paleolítico superior. Sin embargo, como veremos, esta visión simplista se ha visto alterada en los últi-mos años al disponer de nuevas dataciones radiomé-tricas, junto al aumento de yacimientos. El problema se complica por la unión de dos factores. Por un lado nos encontramos en los límites del método radiocar-bónico pues cerca de los 40.000 años la cantidad de C14 se' reduce a cantidades infinitesimales. Por esto, sólo gracias al descubrimiento de nuevos sistemas, sobre todo el del Acelerador de Masas, se empiezan a obtener nuevas dataciones. Junto a éste tenemos el problema clásico de la clasificación: ¿cuáles son los limites entre el Paleolítico medio y el superior?, ¿cuántos raspadores o buriles hacen falta para definir el Paleolítico superior?, ¿hay suficientes cambios económicos o de estructuración social corno para que sean ciertamente distinguibles?. Como veremos, estas preguntas están aún lejos de ser respondidas en su totalidad.

En primer lugar, hay que considerar que durante un período cronológico comprendido entre 45.000 y 35.000 años BP observarnos que en áreas como el Próximo Oriente o Europa (tanto Oriental como Occidental) se producen una serie de cambios tecno-lógicos que transformarán gradualmente las indus-trias locales del Paleolítico medio. En cada región, las tradiciones específicas permitirán la aparición de industrias con caracteres nuevos. Sin embargo, en otros ámbitos como el norte de Africa, veremos industrias que tienen una perduración hasta fechas relativamente próximas, como el Ateriense.

La naturaleza del cambio biocultural producido entre el Paleolítico medio y el superior en el oeste de Eurasia, se encuentra polarizado en dos tendencias, o se le considera corno un hecho abrupto con industrias auriñacienses intrusivas reemplazando a las tecnolo-gías musterienses preexistentes, o por el contrario, se le torna como un cambio gradual con innovaciones tecnológicas in situ (Cabrera Valdés y Bernaldo de Quirós 1990), lo que ha sido una fuente de controver-sia durante más de cuatro décadas (e.g., Jordá Cerda 1955; de Sonneville-Bordes 1966; Bordes 1968; Mellars 1973; White 1982;. comentarios a Mellars y Stringer 1989; Cabrera Valdés 1993; Knecht et al. 1993; d'Errico et al. 1998). Más recientemente, está surgiendo un debate con respecto a la prolongada contemporaneidad y "aculturación" de los grupos humanos neanderthales y modernos en la región Franco-Cantábrica, junto con un contestada critica a la cronología de las industrias Auriñacienses y Cha-telperronienses por una parte (d'Errico et al. 1998, y los comentarios siguientes), y la tardía persistencia de neanderthales (hasta c.a. 28-30,000 BP) e industrias Musterienses en Portugal y el sur de España por la otra (Antunes et al. 1989; Vega Toscano 1990; Villa- verde y Fumanal 1990;. Antunes 1990-91; Raposo 1993; Zilhao 1993; Hublin et al. 1995). Las datacio-nes por CIA AMS de ca. 40,000 BP de El Castillo en Cantabria y 38,000 BP de L'Arbreda y el Abric Romaní en Cataluña representan las más tempranas y unívocas apariciones del Auriñaciense en Europa Occidental (Bischoff et al. 1989, 1994; Cabrera Val-dés y Bischoff 1989). En el momento presente, los yacimientos con secuencias que van del Paleolítico medio al superior juegan un papel clave en la investi-gación sobre la naturaleza de la transición entre el Paleolítico medio y el superior.

En el centro de los debates relativos a esta transi-ción en el suroeste de Europa están los movimien-tos/migraciones, las interacciones culturales -y quizá biológicas— de las gentes que crearon las industrias líticas del Musteriense, Chatelperroniense y Auriña-ciense, aunque no encontramos una evidencia sufi-

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tiente para atribuir estas industrias a unos tipos humanos en concreto (p. ej. Gibraltar). Por tanto, el análisis de los cambios en el uso del espacio, en los patrones de aprovisionamiento de recursos y en los patrones de movilidad del grupo se convierten en aspectos que aportan luz sobre la naturaleza del cam-bio social y económico producido entre el Paleolítico medio y el superior en esta región (cf. Meliars 1973; Bailey 1983; Clark y Straus 1983; White 1985; Marks 1988; Bernaldo de Quirós 1992; Cabrera Val-dés y Bernaldo de Quirós 1992, 1996; Straus 1992; Scheer 1993; Svoboda et al. 1996).

Sin embargo, el modelo clásico representa una visión en gran parte idealizada del Paleolítico supe-rior. Si observamos la aparición de los diferentes ele-mentos utilizados en su identificación veremos que su existencia no es exclusiva del Paleolítico superior, sino que, en gran medida, ya existían durante los periodos anteriores. De forma que la «ruptura» entre el Paleolítico medio y el superior la deberíamos situar en el mismo nivel que la existente, por ejem-plo, entre el Gravetiense y el Solutrense, o entre éste y el Magdaleniense. No nos encontramos así ante una auténtica ruptura, sino ante una reorganización. Los cambios no son cualitativos, sino cuantitativos. En muchos aspectos, es el propio uso de una termi-nología la que divide la Prehistoria en etapas, lo que nos lleva a caracterizar cada una de ellas por exclu-sión de las demás. En este aspecto, las subdivisiones del Paleolítico son semejantes a las de las demás subdivisiones de la Historia. No creemos que ningún historiador defienda la «unicidad» de la Edad Media o la Edad Moderna, del Barroco o del Renacimiento, ni ningún geólogo la del Cretácico o el Mioceno, sin embargo su operatividad sigue convirtiendo a estas subdivisiones en puntos de referencia a la hora de organizar nuestro conocimiento de la Historia. Por eso se mantiene la existencia de divisiones, en aras de una mayor operatividad, aunque seamos cada vez más conscientes de la interrelación y evidencias de continuidad entre ellas. La interrelación y la conti-nuidad son hechos presentes en el registro histórico y cada época es heredera de la anterior y en ella se dan las condiciones que caracterizarán las siguientes. La primera división de la Prehistoria se basó en los tipos de instrumentos utilizados, distinguiéndose una Edad de la Piedra de una Edad de los Metales. Así la técnica de elaboración de los instrumentos fue lo que se convirtió en el primer criterio utilizado en la estructuración de la Prehistoria. También la técnica de talla sirvió para caracterizar las divisiones inter-nas del Paleolítico. Así el Paleolítico inferior se caracterizaría por útiles sobre núcleo como los can-tos trabajados o los bifaces. La industria sobre lascas será la base del Paleolítico medio y las hojas marca-

rán el Paleolítico superior. En la actualidad queda claramente demostrado que, como cualquier genera-lización, esta organización es falsa y que mientras las industrias sobre lascas aparecen ya en el Paleolítico inferior, también en este momento se empieza a uti-lizar la técnica de hojas. Esto condujo también a establecer un paralelismo entre el Paleolítico inferior -obra de los Horno heidelbergensis—, el Paleolítico medio -producto de los Homo sapiens neandertalen-sis—, y el Paleolítico superior -obra de los Homo sapiens sapiens-. Sin embargo, este paralelismo, antes de resolver los problemas de la evolución de la cultura, tiende a complicarla. El establecimiento de una coevoluciôn de la cultura y los tipos humanos no responde de forma estricta a lo que nos indica la evi-dencia arqueológica. Durante el Paleolítico medio la presencia de los Homo sapiens está claramente demostrada en África y el Próximo Oriente, convi-viendo con los neanderthales durante casi más de 50.000 años y fabricando sus mismos tipos de instru-mentos (Bar-Yosef y Meignen 1992; Vandermeersch 1993). De esta forma, la correlación entre los tipos humanos y las industrias no se debe, ni se puede, uti-lizar, en ningún caso, como criterio clave en los estu-dios de la transición del Paleolítico medio al supe-rior. Por esto, a lo largo de este trabajo tenderemos a evaluar las evidencias culturales sin hacer referen-cias a sus eventuales autores.

2. EL MARCO CRONOLÓGICO DEL PERÍODO

Como puede observarse a partir de un sencillo seguimiento de los manuales al uso hasta la década de los años 90 del siglo XX, el marco cronológico del periodo de transición del Paleolítico medio al supe-rior registra una enorme estabilidad hasta, aproxima-damente, 1990. Estabilidad en las fechas propuestas y dentro de un seguidismo claro de la propuesta france-sa, que partiendo de la secuencia de Arcy-sur-Cure (Yonne, Francia) obtuvo, durante los primeros años 70, un apoyo en las dataciones de Cueva Morín (Villanueva de Villaescusa, Cantabria). En 1990, de modo casi simultáneo en la Cueva de El Castillo y en la catalana de L'Arbreda, fueron obtenidas unas data-ciones muy altas para establecer las circunstancias en las que se produjo la transición. Nuevas fechas obte-nidas en sitios cantábricos como La Viña (Manzane-da, Asturias) y extracantábricos como Abric Romaní (Capellades, Barcelona) aconsejaron replantear esta problemática para el norte de la Península Ibérica y abrieron un debate que aún pervive en los momentos actuales. A ello han contribuido también nuevas data-ciones efectuadas fuera de la Península Ibérica, sobre depósitos arqueológicos, sobre pigmentos empleados

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en la elaboración de obras de arte parietal (véase Chauvet, Pont d'Arc, Ardèche), o sobre soportes de arte mueble (así, en la región alemana del Jura de Suabia y otras, aguas abajo del Danubio). Junto con la innovación metodológica que representa la aplica-ción del acelerador de masas, este debate ha genera-do, en su primera fase, un adelantamiento de, al menos, tres milenios en la cronología admitida de la transición.

2.1. Delimitación cronológica de esta fase

La propia denominación del capítulo que estamos abordando actualmente —la transición al Paleolítico superior y la evolución de los contextos auriñacien-ses (50.000- 27.000 BP)— denota dos fenómenos convergentes en nuestra visión de este complejo periodo durante las últimas dos décadas: cierto ade-lanto en la cronología, ya señalado, y una perspecti-va mucho más dinámica y multivariante que la que venía siendo adoptada. En un plazo muy breve hemos pasado de aceptar como un fenómeno natural y universal el remplazamiento de neanderthales por cromañones hace unos 35.000 años (y en paralelo, la sustitución de las formas materiales del Musteriense, por las del Chatelperroniense o Auriñaciense), a con-templar una variedad importante de posibles escena-rios. Entre ellos, diversos autores defienden para áreas de Europa la existencia de situaciones cultura-les propias del Paleolítico superior en cronologías ya cercanas a los 40.000 años, y pervivencias materia-les y antropológicas del Musteriense y los neander-thales, respectivamente, por debajo del umbral de los 30.000 años.

Por la parte que afecta específicamente al marco cantábrico, podemos delimitar desde el punto de vis-ta cronológico el inicio de nuestro ámbito de exposi-ción a partir del techo metodológico del radiocarbo-no, siempre por debajo del 45.000 BP. La significa-ción numérica de las fechas obtenidas con procedi-mientos alternativos al radiocarbono en Esquilleu (Castro-Cillorigo, Cantabria), El Pendo (Escobedo de Camargo, Cantabria), El Castillo (Puente Viesgo) o Lezetxiki (Arrasate, Guipúzcoa), entre otros sitios, resulta menor con respecto al gran —y creciente—volumen de dataciones radiocarbónicas. Las situacio-nes culturales descritas por encima de los 40.000 años, incluso en la Cueva de El Castillo, acostumbran corresponder a contextos calificados corno muste-rienses y no plantean por tanto excesivo debate. En el extremo opuesto de la distribución de fechas, el 27.000 BP viene a plantear aproximadamente el lími-te admitido entre los tecnocomplejos atribuidos al Auríñaciense evolucionado y el más antiguo Grave-

tiense (que se dilata en el tiempo hasta alcanzar un rango de unos 7.000 años en el Cantábrico), aún cuando se registre cierto solapamiento entre ambos.

2.2. Cronología absoluta del período

En la actualidad, existe un número muy impor-tante de dataciones absolutas, básicamente radiocar-bónicas, para el conocimiento de la transición del Paleolítico medio al superior en el Cantábrico. El incremento de dataciones no ha redundado sin embargo (como se detalla en el siguiente punto) en una clarificación total de la secuencia en la que se desarrollan los acontecimientos para el marco aquí descrito (Cuadro 1). Cuando nos acercamos ya al centenar de dataciones para el marco cronológico y geográfico descritos, las últimas fechas obtenidas en Esquilleu, La Güelga, Cueva Morín o El Castillo continúan planteando cuestiones tan interesantes como cuál es la verdadera fecha en la que podemos dar por concluido el Musteriense, en qué momento se datan las primeras manifestaciones del Paleolítico superior, cuál es la adscripción filética de los grupos humanos que confeccionaron unos y otros complejos materiales, o si existe un Castelperroniense en el Cantábrico con una lectura similar a la descrita para el marco francés (o los marcos franceses, en la medi-da que regiones como el noreste, Poitou, el piede-monte pirenaico o el Périgord presentan modalidades de Castelperroniense-Chatelperroniense no estricta-mente idénticas). A la vista de la tabla, parece nece-sario concluir que son necesarias dataciones suple-mentarias a fin de ir completando la información dis-ponible y que, aún así, parece difícil resolver qué tra-tamiento se debe dar a aquellas fechas no acordes con el cuadro general.

Pasarnos con esta observación a un segundo apar-tado de valoración cualitativa de las fechas disponi-bles. La tabla presentada muestra una situación acu-mulativa que comprende fechas elaboradas a finales de los años 60 (algunas de Cueva Morín o de Leze-txiki) y muy recientemente (2004), procesadas por el método de C14 convencional o AMS (e incluso TL, ESR o Th/U), desde numerosos laboratorios y sobre soportes en hueso, madera, carbón, diente, sedimen-to o espeleotemas. Es evidente que este estado de la cuestión traza un panorama muy difícil de interpre-tar, pero no están claros los criterios según los cuales podemos dar por amortizadas e inválidas algunas fechas, más allá de las evidentemente discordantes (entre las que podemos encontrar, además, algunas obtenidas a partir de soportes y laboratorios teórica-mente solventes, por métodos adecuados y en momentos relativamente recientes).

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146 VICTORIA CABRERA VALDÉS, ALVARO ARRIZABALAGA VALBUENA. FEDERICO BERNALDO DE QUIRÓS GUIDOTTI, Y JOSÉ MANUEL MAILLO FERNÁNDEZ

Yacimiento Referencia lab. Método Soporte Fecha BP Nivel Atribución Referencia

Esquilleu Mad- ? TL Cuarcita 88.585 ± 8.250 VI Musteriense Carrión 2002

Lezetxiki 1PH-LzV2 Th/U Hueso 70.000 ± 9.000 V Musteriense Sánchez 1991

Lezetxiki IPH-LzV I Alpha (Th/U) Hueso 57.000 ± 2.(X)0 V Musteriense Sánchez 1991

Esquilleu Mad-3300 TL Tierra 53.491 ± 5.114 XXIh Musteriense Baena et al. 2006

Esquilleu Mad-3299 TL Tierra 51.034 ± 5.114 XXId Musteriense Baena et al. 2006

Esquilleu OxA-I1414 AMS Carbón 49.700 ± 1.600 XVIII Musteriense Baena et al. 2006

La Viña GifA-95521 AMS Carbón >47.700 XIV* Musteriense Fortea 1999

La Viña GifA-95537 AMS Carbón > 47.600 XIII basal Musteriense Fortea 1999

Arrillor OxA-6084 AMS Carbón 45.7(X) ± 1.200 Amk Musteriense Hoyos et al. 1999

Arrullar OxA-6251 AMS Hueso 45.400 ± 1.800 Amk Musteriense Hoyos et al. 1999

El Castillo GifA-92506 AMS Carbón 43.3(X) ± 2.900 20b Musteriense Cabrera et al. 1996

Arrillor OxA-6250 AMS Hueso 43.100± 1.700 Sink-I Musteriense Hoyos et al, 1999

La Viña GifA-95546 AMS Carbón 42.2(X) ± 2.200 XIII basal Musteriense Fortea 1999

Axlor Bta- I 44262 AMS 42.010 ± 1.280 D Musteriense González Urquijo et al. 2004

El Mirón GX- 271 12 AMS Carbón 41.280 ± 1.120 130 Paleolítico medio Straus et al. 2002

El Castillo OxA-2477 AMS Carbón 41.100 t 1.700 18e Aur. de Transición Hedges et al. 1994

El Castillo OxA-2475 AMS Carbón 40.7(X) ± 1.600 18b Aur. de Transición Hedges et al. 1994

El Castillo OxA-2476 AMS Carbón 40.700 ± 11.500 18e Aur. de Transición Hedges et al. 1994

El Castillo AA-2405 AMS Carbón 40.0(X) ± 2.100 18c Aur. de Transición Cabrera y Bischoff 1989

El Castillo ESR Diente 40.000 ± 5.000 l8c Aur. de Transición Rink et al. 1995

El Pendo ESR Diente <40.000 B Paleolítico Medio Montes y Sanguino 2001

El Castillo OxA-2478 AMS Carbón 39.80) t 1.400 18e Aur. de Transición Hedges et al. 1994

Cueva Morin GifA-96264 AMS Carbón 39.770 ± 730 11 Musteriense Maillo et al. 2001

El Castillo GifA- 89147 AMS Carbón 39.500 ± 2.000 18c Aur. de Transición Cabrera et al. 1996

El Castillo GifA-89144 AMS Carbón 39.300 ± 1.900 20b Musteriense Cabrera et al. 1996

Esquilleu Beta-1 49320 AMS Carbón 39.000 ± 300 XII Musteriense Baena et al 2006

El Castillo OxA- 2474 AMS Carbón 38.500 ± 1.300 18b Aur. de Transición Hedges et al. 1994

El Castillo AA-2406 AMS Carbón 38.500 ± 1.800 18b Aur. de Transición Cabrera y Bischoff 1989

Arrillor OxA-6106 AMS Hueso 37.100 ± 1.0(X) Lmc Wiirm Ill Hoyos et al. 1999

El Castillo AA-2407 AMS Carbón 37.100 ± 1.8(10 18b Aur. de Transición Cabrera y Bischoff 1989

El Castillo OxA-2473 AMS Carbón 37.000 ± 2.200 18b Aur. de Transición Hedges et al. 1994

Cueva Morin GifA-96263 AMS Carbón 36.590 ± 770 8 Auriñaciense arcaico Maillo et al. 2001

La Viña Ly-6390 C14 Carbón 36500 ± 750 XIII Auriñaciense Fortea 1995

Esquilleu AA-37882 AMS Carbón 36.500 ± 830 XIF Musteriense Carrión 2002

Cueva Morin S1-951a C14 Carbón 35.000 ± 6.777 10 Chatelperroniense Stuckenrath 1978

Esquilleu AA-37883 AMS Carbón 34.380 ± 670 VI Musteriense Carrión 2002

El Castillo GifA-95539 AMS Carbón 34.300 ± 1.(X1) 16 Auriñaciense arcaico Cabrera et al., 2002

Labeko Koba Ua-3324 AMS Hueso 34.215 ± 1.265 IX inferior Castelperroniense Arrizabalaga 2000e

El Pendo ESR Diente 33.700 ± 1.300 B Paleolítico Medio Volterra 2001

La Viña GifA-95463 AMS Carbón 31.860 ± 680 XIII Auriñaciense Fortea 1999

Labeko Koba Ua-3321 AMS Hueso 31.455 ± 915 VII Protoauriñaciense Arrizabalaga 2000e

Labeko Koba Us-3322 AMS Hueso 30.615 ± 820 V Auriñaciense Antiguo Arrizabalaga 2000e

El Pendo ESR Diente 30.500 ± 300 H Paleolítico Medio Volterra 2001

Cueva Morin SI-954 C14 Carbón 30.465 ± 901 7+6 Auriñaciense antiguo Stuckenrath 1978

Labeko Koba Ua-3325 AMS Hueso 29.750 ± 740 IX superior Protoauriñaciense Arrizabalaga 2000e

El Mirón GX- 27113 AMS Carbón 27.580 ± 210 128 Paleolítico superior inicial Straus et al. 2002

KOBIE (Serie Anejos n.° 8), año 2004. Las sociedades del Paleolítico en la región cantdbrica

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LA TRANSICIÓN AL PALEOLÍTICO SUPERIOR Y LA EVOLUCIÓN DE LOS CONTEXTOS AURIÑIACIENSES (50.000-27.000 BP) 147

Yacimiento Referencia lab Método Soporte Fecha BP Nivel Atribución Referencia

Cueva Morin SI-955 C14 Carbón 27.565 ± 865 7 Auriñaciense antiguo Stuckenrath 1978

Labeko Koba Ua-3320 AMS Hueso 26.910 ± 530 VII Protoauriñaciense Arrizabalaga 2000c

Cueva Mono S1-951 C14 Carbón 26.660 ± 577 10 Chatelperroniense Stuckenrath 1978

Labeko Koba Ua-3034 AMS Hueso 26.575 ± 505 IX inferior Castelperroniense Arrizabalaga 2000e

Cueva Morin SI-956 C14 Carbón 26.565 ± 1.324 8' Auriñaciense arcaico Stuckenrath 1978

Cueva Morin SI-952 C14 Carbón 26.485 ± 556 8' Auriñaciense arcaico Stuckenrath 1978

Cueva Morin SI-952a C14 Carbón 26.205 ± 757 8' Auriñaciense arcaico Stuckenrath 1978

Cueva Morín S1-955a CI4 Carbón 26.105 ± 1.535 7 Auriñaciense antiguo Stuckenrath 1978

Labeko Koba Ua-3035 AMS Hueso 23.365 ± 350 V Auriñaciense antiguo Arrizabalaga 2000e

Labeko Koba Ua-3323 AMS Hueso 21.665 ± 305 IV Auriñaciense antiguo Arrizabalaga 2000c

Lezetxiki 1-6144 C14 Hueso 19.340 ± 780 lila Auriñaciense Altuna 1972

Esquilleu Mad- ? TL Cuarcita 15.546 ± 1.116 VI Musteriense Carrión 2002

El Pendo ESR Diente 14.3(X) ± 700 D Paleolítico Medio Volterra 2001

Esquilleu AA-29664 AMS Hueso 12.050 ± 130 11.1 Musteriense Carrión 2002

Cuadro I. Dataciones de la Transición entre el Paleolítico medio y superior en la región cantábrica.

2.3. Sistematización interna del período, desde el fin del "Musteriense clásico" al "Auriñaciense evolucionado"

En un artículo reciente (Arrizabalaga 2004a), uno de nosotros repasaba el complejo (o simple) estado en el que se encuentra la sistematización del inicio del Paleolítico superior en el sudoeste europeo. En pri-mer lugar, tal y como atestiguan los debates entre diversos autores, un aspecto clave en la investigación actual radica en el establecimiento o aceptación de una secuencia regional, en la que puedan verificarse relaciones de sustitución y/ o coexistencia entre diversas fases cronológicas y culturales (y, de modo colateral, de los tipos humanos que las protagonizan). Entendernos que es éste el nudo del debate actual entre quienes interpretan de modo diferente el regis-tro arqueológico que testimonia el tránsito entre el Paleolítico medio y el superior en el sudoeste euro-peo. Aunque resulta evidente que no existe modo alguno de vincular directamente tecnocomplejos industriales y comportamientos simbólicos con los tipos humanos que los desarrollaron, existen indicios (Saint-Césaire, Arcy-sur-Cure, entre otros) que han ido desdibujando el modelo anteriormente trazado. La identidad establecida entre Musteriense/ Paleolíti-co medio/ Neanderthal de una parte y Auriñaco-Peri-gordiense/ Paleolítico superior/ Hombre Moderno de otra, ha sido definitivamente cuestionada. No es este el lugar más adecuado para reflexionar en clave his-toriográfica acerca de cómo se asientan los conceptos en la Taxonomía y Sistemática que termina dando origen a la Prehistoria corno disciplina científica (Arrizabalaga 1998a). Sólo queremos hacer hincapié en algunas observaciones al hilo de este problema:

1.— A diferencia de lo que sucede con el Solutren-se o el Magdaleniense, el conjunto del Paleolítico superior inicial dista aún mucho de alcanzar cierta estabilidad en su organización interna, entendida ésta como una sistematización dotada de apoyos variados (geocronología, paleoambiente, caracterización industrial, aprovechamiento del medio y comporta-mientos culturales, etc.), válida para un amplio espa-cio geográfico y aceptada por la mayoría de los espe-cialistas en la materia.

2.— El origen de este fenómeno puede guardar cierta relación con diversos accidentes historiográfi-cos. Así, G. de Mortillet omitió durante más de trein-ta años cualquier mención al "Auriñaciense" en la secuencia paleolítica francesa. También resulta lla-mativo observar que en las décadas de los años 30, 40 y 50 conviven interpretaciones unifiléticas (sensu Breuil), bifiléticas (sensu Peyrony) y trifiléticas (sen-su Garrod) para el período intercalado entre el Mus-teriense y el Solutrense. Aún hoy, resta por resolver definitivamente la cuestión perigordiense, en los tér-minos en los que la planteó Peyrony, esto es, compor-tando una continuidad en lo básico entre el Castelpe-rroniense y el Gravetiense, a pesar de la trascenden-cia que tendría esta constatación, si llegara a probar-se. La formulación del concepto de Perigordiense, como cultura prehistórica, estuvo en origen firme-mente vinculada a una etnia o raza humana, que con-viviría en el tiempo (y acaso, en el espacio) con otra etnia auriñaciense.

3.— A pesar de lo dicho, muchos autores emplean indistintamente conceptos como Perigordiense infe-rior y Castelperroniense/Chatelperroniense o Perigor-

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diense superior y Gravetiense, sin valorar la carga ideológica tan distinta que subyace entre ambas siste-matizaciones. Esta carga se observa, muy en particu-lar, para establecer en qué términos se fijan las secuencias regionales Qpuede haber coexistencia en un mismo medio de ambos supuestos phvla y, por tanto, las famosas interestratificaciones?) y cuál es el tipo humano que las protagoniza (resulta contradicto-rio ver en el neanderthal al autor de los depósitos del Perigordiense inferior y en el humano moderno al autor de los del Perigordiense superior, esto es, conti-nuidad industrial y ruptura antropolôgica a un tiem-po). Valoración semejante merecen las menciones al Auriñacoperigordiense (como sinónimo de Paleolíti-co superior inicial) o la referencia reiterada a las fases de Auriñaciense y Perigordiense propuestas por Pey-rony y reacondicionadas posteriormente por Sonnevi-lle-Bordes.

4.— Este dilema entre continuidad . y ruptura (que no es privativo del inicio del Paleolítico superior, puesto que afecta también a todos los períodos de tránsito) se ve agravado por otras distorsiones del registro arqueológico. Así, las limitaciones metodo-lógicas del radiocarbono llevado en este periodo a su extremo, la escasez de secuencias continuas que abar-quen un lapso de tiempo lo suficientemente largo, la relativa rareza de los conjuntos castelperronienses y de otros complejos de tránsito (como el Uluzziense italiano), lo infrecuente de encontrar restos humanos fósiles antes del. Gravetiense, etc. contribuyen a pro-longar el debate.

Casi un siglo después de que Breuil lo planteara por vez primera, el problema de la sistematización del Paleolítico superior inicial aún no está resuelto y quizás no está ni siquiera maduro para ser resuelto en breve plazo. Nuestra interpretación de la secuencia cantábrica, apunta hacia una secuencia cronocultural simplificada y que se desarrolla en términos de suce-siôn sobre el marco regional. Simplificada, porque intercalados entre el Musteriense y el Gravetiense, reconocemos el Castelperroniense, el Auriñaciense arcaico (con diversas variantes), el Auriñaciense anti-guo y el Auriñaciense evolucionado. Se sigue así el modelo propuesto por Laplace, entre otros para el yacimiento vasco-continental de Gatzarria (Sáenz de Buruaga 1991). En términos de sucesión porque, una vez descartada la posibilidad de interestratificaciones en El Pendo (Montes y Sanguino 2001), y mientras no se contraste suficientemente la propuesta de Menéndez para La Güelga, no existen situaciones estratigráficas en el Cantábrico que permitan sugerir coexistencia o convivencia entre grupos tecnológica-mente vinculados a phyla Musteriense/ Paleolítico superior o Auriñaciense/ Castelperroniense.

En buena parte de los yacimientos cantábricos en los que está debidamente acreditada una secuencia ininterrumpida, como en La Viña, Cueva Morín, Labeko Koba (Arrasate, Guipúzcoa) se reproduce, total o parcialmente, esta sucesión. Sin embargo, el hecho de que una o varias de estas fases estén ausen-tes de una secuencia estratigráfica (por ejemplo, el huidizo Castelperroniense) resulta fácil de resolver sobre el procedimiento habitual: hiatos de registro o de ocupación humana. En coherencia, esta secuencia simplificada y en términos de sucesión conduce a cuestionar la relación entre Castelperroniense y Gra-vetiense y a proponer la supresión del término Peri-gordiense y el concepto subyacente, cuando menos para el marco regional descrito.

Unas líneas de reflexión en relación con los llama-dos complejos industriales de transición en la Penín-sula Ibérica, y en particular, en el área cantábrica. El Musteriense "clásico" presenta un marcado carácter ajerárquico desde la perspectiva cronológica: se con-figura corno lo que algunos especialistas han denomi-nado "cultura meseta", en la que no resulta posible discriminar circunstancias industriales más antiguas o más recientes. En este sentido, creemos más correc-to hablar del final del. Musteriense, que del Muste-riense final, en tanto no esté adecuadamente caracte-rizado, con un rango geográfico amplio, tal Muste-riense final. Por otro lado, el Castelperroniense o el Auriñaciense arcaico vienen describiéndose, para nuestro medio geográfico, como los primeros com-plejos del Paleolítico superior, aunque muchos auto-res cuestionan la existencia de un Castelperroniense en la Península Ibérica, arguyendo que en realidad se trata, bien de "conjuntos musterienses con puntas de chatelperron", bien de "mezclas estratigráficas entre unidades del Paleolítico medio y superior", bien de elementos extraños, toda vez que conjuntos como el de Morín 10, por variables como el número de puntas de chatelperron o el índice de laminaridad que pre-sentan, "no se parecen al Chatelperroniense francés".

Estos tres argumentos, que podrían ser perfecta-mente válidos (y de hecho, lo son en algún caso), también pueden ser rebatidos. El Castelperroniense de Cueva Morín no se parece al Castelperroniense de otros yacimientos franceses, como éstos tampoco se parecen entre sí, o al menos no está trazada una línea netamente discriminante que deje a un lado el Muste-riense, de otras condiciones "chatelperronienses" que se repitan en Arcy-sur-Cure (Yonne), Gatzarria (Zuberoa), Quinçay (Poitou-Charentes) o el propio sitio epónimo. Si querernos valorar el número de pun-tas de chatelperron en la Península Ibérica, no estaría de más recordar que existen más azagayas de base hendida en diversos niveles del Auriñaciense antiguo

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francés que todas las recuperadas en la Península Ibé-rica, sin que nadie se cuestione la existencia de este estadio cronocultural, con el mismo nombre, al sur de los Pirineos. Otro tanto podríamos decir acerca de los buriles de Noailles, que aparecen en "grandes" canti-dades en sitios como Aitzbitarte III (Errentería, Gui-púzcoa), Antoliñako Koba (Arteaga, Guipúzcoa) o La Viña, aunque sólo el nivel gravetiense de Isturitz aporte una cantidad superior a la suma de todos los sitios peninsulares. En definitiva, el Castelperronien-se de la Península Ibérica se parece al francés (pen-diente éste de configurar aún, en nuestra opinión), en un grado similar a otras fases cronoculturales del Paleolítico superior.

Lo que merece ser valorado es la posición estra-tigráfica de estos conjuntos con respecto al Paleolí-tico medio y superior. Siempre y cuando se repita la circunstancia de que estos conjuntos se sitúen a techo de las secuencias musterienses y/o muro del Paleolítico superior (como parece suceder), hemos roto con el mencionado carácter ajerárquico del Musteriense y estaríamos hablando, bien de un ver-dadero Musteriense final, bien de un primer conjun-to del Paleolítico superior. No somos partidarios de mitificar la nomenclatura: de hecho, los autores de este texto nos referimos indistintamente a Chatelpe-rroniense y Castelperroniense o a Auriñaciense arcaico y Protoauriñaciense. La discusión debería acotarse, por tanto, a si el conjunto de los caracteres del nivel lo aproxima más al Paleolítico medio o al superior. Con relación a la supuesta mezcla de con-juntos Paleolítico medio y superior para dar unos niveles "híbridos", sólo emplearemos dos argumen-tos. En primer lugar, los debates acerca de la estra-tigrafía deben acometerse a pie de corte, en los pro-pios yacimientos. En segundo lugar, debería aclarar-se qué tipo de Paleolítico superior inicial contiene un lote de materiales susceptible de dar lugar a estas quimeras tipológicas, al mezclarse con el Muste-riense. Por encima de los supuestos niveles chatel-perronienses de Cueva Morín, Labeko Koba y Gatzarria se sitúan sendas unidades Protoauriña-ciense, bien caracterizadas por las laminitas de reto-que semiabrupto (frecuentemente, tipo Dufour). Sin entrar en un análisis frecuencial, aún más determi-nante, diremos que una única laminita Dufour (entre varios cientos en las tres cuevas) ha sido descrita en el nivel 10 de Cueva Morín (Arrizabalaga 1995) y ninguna punta de chatelperron característica ha sido descrita en los niveles Protoauriñacienses respecti-vos (nivel 8 de Cueva Morín, VII de Labeko Koba o cjn2 de Gatzarria). De donde se deduce que, para aceptar tal mezcla, sería necesario explicar en pri-mer lugar qué Paleolítico superior, por debajo del Auriñaciense arcaico, con puntas de chatelperron y

sin laminitas de retoque semiabrupto puede originar tan curioso fenómeno, sin denominar castelperro-niense a esta manifestación. Todo ello, sin perjuicio de aceptar que en estas o cualquier otra excavación existen elementos imponderables que hacen imposi-ble rechazar categóricamente la percolación en el yacimiento o adjudicación indebida durante el pro-ceso de campo o procesamiento y estudio del mate-rial, de alguna pieza individual.

Por otro lado, existen algunas situaciones que resultan más difíciles de cualificar: en varios yaci-mientos asturianos (como exponente, nos referiremos a la Cueva del Conde), la Cueva de El Castillo o Lezetxiki parece registrarse una casuística algo más complicada que la descrita. Intercalados entre el clá-sico Musteriense, sin rasgos de tránsito (como la Cadena Operativa de producción laminar) y un Paleo-lítico superior "característico" (entendido por éste el que presenta una gestión avanzada de los recursos líticos y cinegéticos, industria ósea, leptolitización en diverso grado e incluso testimonios de comporta-miento simbólico y/o gráfico) localizamos diversos conjuntos. Desde el punto de vista filético, estas series basculan de manera más clara hacia el Auriña-ciense que hacia el Castelperroniense y se encuentran en distintos puntos intermedios de una escala virtual en cuyos extremos dispusiéramos el Musteriense y el Auriñaciense antiguo ("típico", "clásico", "I", "con azagayas de base hendida", etc.). Por su difícil ubica-ción ha generado una nomenclatura diversa, desde el "Auriñacomusteriense" propugnado por Jordá para la Cueva del Conde, hasta el genérico "Auriñaciense antiguo (que no típico)" propuesto por Arrizabalaga para Lezetxiki, pasando por el "Auriñaciense de tran-sición" de Cabrera y Bernaldo de Quirós en la Cueva de El Castillo. A partir de la exhaustiva datación del nivel 18 de la Cueva de El Castillo y de cada uno de sus subniveles, podemos deducir que estas situacio-nes de transición ocuparían el espacio cronológico que en otros yacimientos se corresponde con rasgos materiales de final del Musteriense y del Castelperro-niense, entre 40000 y 37000 BP. Sin embargo, el número de dataciones comprendidas en esta horquilla cronológica en el Cantábrico, si dejamos fuera las dataciones de El Castillo, resulta aún insuficiente para definir un modelo, sea éste alternativo o comple-mentario, al descrito más arriba. Lo que sí permite es, nuevamente, definir un panorama sensiblemente más diverso y complejo del que venía siendo trazado en anteriores décadas. En esta misma línea de argumen-tación, dataciones recientemente obtenidas en yaci-mientos como Esquilleu o La Güelga, sorprendente-mente bajas para la cultura material en la que deben ser contextualizadas, invitan a plantear un modelo abierto.

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Recapitulando, si somos capaces de soslayar la escasez de información válida y disponible para una vasta región, hasta aproximadamente el 40000 BP se describen situaciones unánimemente adscritas al Musteriense. El periodo comprendido entre 40000 y 37000 BP muestra en algunos casos (ejemplo para-digmático de ello sería el de la Cueva de El Castillo) rasgos de transición entre el Paleolítico medio y el superior y una filiación de su cultura material próxi-ma a la del Auriñaciense. Con independencia de que estas situaciones se puedan prolongar en el tiempo más allá de la fecha señalada (o de que ésta sea la per-cepción que obtengamos de la acumulación de los diversos errores que implica el protocolo de datación absoluta), fechas más recientes del 37000 BP suelen suponer que se retorna la clásica secuencia de Auri-ñaciense arcaico (o Protoauriñaciense, o Auriñacien-se 0), Auriñaciense antiguo (o Auriñaciense típico, o Auriñaciense clásico, o Auriñaciense I, o Auriña-ciense con azagayas de base hendida) y Auriñacien-se evolucionado (o évolué). En el milenio que media entre 28000 y 270000 BP, observamos cierto solapa-miento entre algunas fechas adjudicadas al Auriña-ciense evolucionado y las más antiguas adscritas al Gravetiense. Desde el punto de vista de la cultura material, se trata de conjuntos manifiestamente dis-tintos, por lo que es de suponer que esta situación obedece a una circunstancia real (bien dentro de un mismo espacio geográfico, o en espacios diferentes) o, de nuevo, a un espejismo generado por la acumu-lación de errores dentro del procedimiento de data-ción.

2.4. Medio ambiente. Paleobotánica, Arqueozoolo-gia y Paleoclimatología

Casi todos los yacimientos excavados han sido estudiados de primera mano o revisados según la perspectiva de la Arqueozoología de grandes mamí-feros. En nuestro ámbito de trabajo, la principal acti-vación de estos análisis se inicia con la Tesis de Altu-na (1972), que recopila una serie de datos previos, poco sistematizados, e inicia una larga trayectoria, primero en solitario y luego en compañía de P. Casta-ños, K. Mariezkurrena y otros. Deben añadirse los trabajos de J. Bouchud sobre Isturitz, de Lavaud sobre Gatzarria y de algunos otros especialistas para colecciones concretas de Cantabria y Asturias, como El Pendo y El Castillo. Si estos son los documentos que afectan a la fauna de ungulados, la lista se amplia todavía notablemente si consideramos todos los gru-pos de fauna: sólo para el País Vasco, deben compu-tarse las aportaciones de Chaline, Zabala y Pemán para el estudio de micromamíferos, de Eastham y Elorza, para las aves, etc. La enumeración de las especies y porcentajes presentes en cada uno de los

depósitos considerados resultaría relativamente extensa, por lo que preferimos guiarnos de diferentes síntesis de reciente publicación sobre la presencia del componente principal en la dieta de origen animal del Paleolítico superior inicial en la zona: los ungulados cazados por los seres humanos (Altuna 1992a, 1992b, 1994; Castaños 1986, 1990).

Las biocenosis de finales del Würm II y del inte-restadial wülmiense se caracterizan en general por conjuntos de escasa significación climática, en la que son más frecuentes los marcadores de clima templa-do, que los de frío. Así mismo, las principales refle-xiones de Altuna sobre las faunas de macromamífe-ros del Würm III pasan por la constatación de que, a diferencia de lo que se comprueba en Aquitania y el País Vasco Continental, las faunas presentes en el área cantábrica tienen pocas apetencias frías, efecto acrecentado por el papel de bolsa-refugio para espe-cies templadas que no pueden seguir emigrando hacia el Sur. Así, «transforman nuestra zona en una región de biocenosis monótonas 1y poco cambiantes a lo lar-go del tiempo, aunque se den variaciones climáticas importantes.» (Altuna 1992a, 22). Los escasos indi-cadores de clima frío se sitúan fundamentalmente en la mitad superior del Würm III (Auriñaciense y Gra-vetiense de Lezetxiki, Gravetiense de Amalda [Zes-toa, Guipúzcoa] y El Castillo, Gravetiense de Cueva Morín y Santimamiñe, etc.), aunque hay que sumar las evidencias frías del tramo superior del nivel IX y la base del nivel VII (entre Castelperroniense y Auri-ñaciense arcaico) de Labeko Koba. Tampoco las evi-dencias templadas son frecuentes a partir del final del Musteriense: el jabalí es muy poco frecuente, lo mis-mo que el corzo (salvo en la serie de Cueva Morín, donde está bien representado).

El estudio por especies y niveles revela que el nexo que une las estrategias de aprovisionamiento de sucesivos niveles dentro del mismo yacimiento, pri-ma sobre la clasificación cronológica de los niveles. En algunas colecciones guipuzcoanas de esta época como Lezetxiki, Amalda, Ekain (Deba, Guipúzcoa) y Aitzbitarte IV, se observa un predominio del sarrio; en Labeko Koba será el gran bóvido; mientras que en Bolinkoba será la cabra; en Santimamiñe, Cueva Morín y El Pendo el ciervo; en Cueto de la Mina, el caballo. En términos globales, la abundancia de dos familias (caballo y bovinos) tiende a reducirse a lo largo del Wiirm III, asentándose la dicotomía entre caprinos/ ciervos para el medio cantábrico, todos ellos taxones de pobre lectura ecológica. En resumen, la significación ecológica de las especies cazadas en el medio cantábrico refleja fundamentalmente ele-mentos topográficos y de cobertera vegetal del medio, más que aspectos de orden climático (salvo

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LA TRANSICIÓN AL PALEOLÍTICO SUPERIOR Y LA EVOLUCIÓN DE LOS CONTEXTOS AURIÑACIENSES (50.000-27.000 BP) 151

limitadas excepciones como el reno, el mamut o el rinoceronte lanudo, como ejemplo de los cuales seña-laremos el tramo superior del nivel IX y el nivel VII de Labeko Koba). Desgraciadamente, los restantes grupos de fauna (aves, peces, reptiles, anfibios, micromamíferos, moluscos, etc.) no están sistemáti-camente estudiados en todos los yacimientos, se pre-sentan en reducida proporción (o están ausentes abso- lutamente), no figuran cuantificados (sólo como una lista de especies) o se ha prescindido de interpretar su significación climática o cultural. En estas condicio-nes, resulta imposible obtener un adecuado provecho de estos datos.

El registro arqueobotánico cantábrico para la tran-sición entre el Paleolítico medio y el superior presen-ta un panorama poco elocuente (puede consultarse una síntesis reciente, a propósito de la publicación de Labeko Koba: Iriarte 2000). Prescindiendo del medio pirenaico central (los análisis polínicos se concentran en el oriente de los Pirineos, a cargo de S. Farbos), disponemos a escala regional de análisis polínicos de yacimientos arqueológicos del Paleolítico superior inicial en: Isturitz, Le Basté, Amalda, Ekain, Lezetxi-ki, Labeko Koba, El Otero (Secadura, Cantabria), Rascaño (Mirones, Cantabria), Salitre, Cueva Morín, El Pendo, Esquilleu y La Riera. Tan sólo se dispone de un análisis antracológico, correspondiente a El Castillo. Desde la perspectiva de la Antracología, para este período sólo contamos con la referencia del nivel 18 de El Castillo (Uzquiano 1992), caracteriza-do en sus diferentes subunidades por una gran sobre-rrepresentación del abedul, al que siguen las Rosá-ceas de tipo Sorbus y el Pinus syl vestr-is. Desde el punto de vista ecológico, la autora del estudio desta-ca la continentalización de la serie a partir del paso al Paleolítico superior: la humedad que podía venir de la influencia marina se rarifica, siendo favorable al apo-geo del abedul.

Paradójicamente, la abundancia relativa de datos polínicos sobre estas cronologías no redunda directa-mente en una percepción más nítida del desarrollo del paisaje vegetal en estas fechas. Tanto el registro polí-nico, como el sedimentológico, se sitúan en el umbral crítico de datos en el que resulta difícil encontrar con-vergencia entre las fases supuestamente coetáneas. De un modo muy sintético, y atendiendo fundamen-talmente a las líneas impuestas por las secuencias más completas (Isturitz, Labeko Koba o Cueva Moría), intentaremos ordenar la información, con el apoyo de algunas recopilaciones (Iriarte 2000; Sán-chez 1993).

La secuencia polínica tradicionalmente aceptada, establecida a partir de los trabajos clásicos de M.M.

Paquereau y Arl. Leroi-Gourhan, sitúa las culturas aquí estudiadas entre dos interestadios, el Würm II/III (Hengelo o Les Cottés) y el Würm III/IV (Laugerie). Dentro de este lapso, que se dilata aproximadamente entre 35000 y 21000 BP, se han creído reconocer tres fases de atemperamiento sucesivas, denominadas Arcy, Paudorf (o Kesselt) y Tursac. Entre ellos se intercalarían, lógicamente, oscilaciones más frías (Delpech et al. 1994; Leroi-Gourhan 1994). Más recientemente, se propuso desde diversos ámbitos (en nuestra región, Sánchez 1991 y 1993, Uzquiano 1992) la reforma de este cuadro y su adaptación a los datos proporcionados por otras modalidades de regis-tro (estadios isotópicos 4 a 2 del registro marino, depósitos continentales como La Grand Pile o Les Échets), simplificando notoriamente la secuencia: concluido el interestadio Würm II/III, no existirían verdaderas fases de atemperamiento hasta bien entra-do el Würm IV (Balling). Todo este período se desa-rrollaría dentro del llamado Pleniglaciar antiguo, en un medio frío y árido, con sólo algunos pequeños matices. Sin embargo, más recientemente la misma autora (Sánchez y d'Errico 2003), a partir de distintos análisis polínicos efectuados sobre el sedimento de fondos marinos y de la lectura ambiental deducida de otros sondeos (el programa GRIP, concretamente) reformula drásticamente su propuesta, sugiriendo ahora una secuencia intrincada, con drásticos cam-bios ambientales (entre condiciones de calor y extre-mo frío) que se suceden con una cadencia milenaria. En este sentido, parece admitirse que el incremento de datos en un medio regional bien estudiado origina casi siempre una mayor complicación en el cuadro cronológico, cultural y ambiental, con mayores mati-ces regionales, topográficos y cronológicos, y no al revés.

La información disponible (escasa) para la con-clusión del Musteriense parece relatar unas circuns-tancias dominantemente atemperadas (Lezetxiki, Cueva Morín). En términos generales, da la impre-sión de que el Castelperroniense se desarrolla en Can-tabria en las primeras pulsaciones frías del Würm I.II (Morín 10, Pendo VIII), mientras que en Le Basté, esta misma fase se ubica en un medio relativamente templado (con un 25 % de AP), al igual que en Labe-ko Koba IX inferior, quizá correspondiente al interes-tadial würmiense. Las fases del Protoauriñaciense (o Auriñaciense arcaico) parecen situarse tanto en Can-tabria, como en Euskal Herria en un entorno muy frío. Según el modelo clásico, el Auriñaciense anti-guo y el evolucionado abarcan un dilatado período, entre los atemperamientos de Arcy y Tursac, lo que origina que se observen ocupaciones en entornos fríos o templados, incluso dentro del mismo depósito, como sucede en Isturitz o Cueva Morín. Finalmente,

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el Gravetiense parece desarrollarse unánimemente en una fase de severo enfriamiento, con los mínimos relativos de frecuencia de pólenes arbóreos de todo el período.

Concluyendo con esta somera exposición, pode-mos referirnos a los análisis sedimentolôgicos. En este área, el estado de la cuestión a trazar resulta aún más pobre, puesto que no resulta frecuente que se rea-licen revisiones analíticas de la Sedimentología de yacimientos con excavaciones antiguas, a diferencia de lo que sucede con la Palinología. De este modo, sólo contamos con aquellos análisis desarrollados durante la excavación o el estudio original del corres-pondiente depósito, en La Riera, El Pendo, Cueva Morín, Rascaño, Amalda, Labeko Koba, Lezetxiki y Gatzarria, con aportaciones consignadas bibliográfi-camente en los epígrafes de Areso, Aranzasti, Olas-koaga y Uriz (1984, 1990), Areso y Uriz (2000), Butzer (1971, 1973, 1980), Hoyos y .Laville (1982), Kornprobst y Rat (1967), Laville y Hoyos (1981, 1994), Lévêque (1966) y Thibault (1970). Las dos secuencias originalmente más completas (El Pendo y Cueva Morin) fueron inicialmente estudiadas por Butzer (1971, 1973, 1980), que en citas posteriores enmienda muchos de los aspectos ambientales por él mismo avanzados. Para terminar de completar la dis-torsión de la peŕcepción del problema, en sendos artí-culos (Hoyos y Laville 1982; Laville y Hoyos 1994) se revisan ambas secuencias, modificando notable-mente las impresiones de Butzer. Análisis más recientes, como los elaborados para Labeko Koba (Areso y Uriz 2000), permiten ir estableciendo un cuadro de ámbito cantábrico en el que prima la alter-nancia de periodos frescos y atemperados, en un ran-go cronológico ligeramente más amplio que el que propone la última visión obtenida desde la Palinolo-gía (ver más arriba).

A la vista de esta situación, los datos que se pue-dan presentar tienen un rango exclusivamente indi-vidual. Como afirman Laville y Hoyos en un traba-jo de 1983, publicado más recientemente (1994, 209): «...Teniendo en cuenta todo lo dicho anterior-mente, creemos que no puede establecerse por el momento ninguna secuencia clirncítico-cronológica para el período aurifñaco-perigordiense en el Can.-tábrico». En este tema en particular, cabe esperar que el avance de las investigaciones de campo, y la entrada en la bibliografía de los análisis de La Viña, Aitzbitarte III, Antoliñako Koba, Sopeña, Esquilleu o La Güelga, entre otros, vayan completando una verdadera secuencia regional de referencia que pue-da ser contrastada con la estipulada por Laville (1973 en origen, publicado en 1975) para el área del Périgord.

3. LA TRANSICIÓN PALEOLÍTICO MEDIO/ SUPERIOR EN EL CANTÁBRICO

Como consecuencia de muchos de los factores planteados hasta aquí, si se nos permite parafrasear a Breuil en uno de sus artículos clásicos de la llamada Batalla Auriñaciense, "...por- todas partes, la realidad resulta mucho rnás compleja de lo que un primer vis-tazo habría hecho suponer". Las circunstancias histo-riográficas de la investigación y otras analíticas, supuestamente más objetivas, como la Geocronología o las disciplinas paleoambientales, nos han trazado un panorama difícil de simplificar, que se hará aún más intrincado a medida que superpongamos los res-tantes factores incluidos en esta exposición.

3.1. Valoración de la validez del marco empleado

Del mismo modo que hemos intentado acotar la cronología a exponer, debemos de esbozar —y argu-mentar— un marco geográfico a estudiar, tanto desde la perspectiva teórica del modelo regional emplea-do, como de los límites a fijar para el mismo. El modelo de región que viene siendo aplicado de modo sistemático en los estudios prehistôricos para el medio cantábrico es el de una región "natural" conformada como corredor. Con frecuencia, se recu-rre incluso a la expresión "corredor cantábrico" o "Cornisa Cantábrica" para referirnos a una banda geográfica alargada (más de quinientos kilómetros) y estrecha (no más de 40 kilómetros, hasta la diviso-ria de aguas), orientada de oeste a este y bien acota-da por el norte (mar Cantábrico) y sur (Cordillera Cantábrica). Más difusos resultan los límites occi-dental y oriental, como puede comprobarse en cual-quier síntesis que se consulte, puesto que la Cornisa Cantábrica se considera como una región "natural" y ello comporta cierta dificultad para establecer fronteras netas de acuerdo a diferentes criterios geo-gráficos (Arrizabalaga 2006). Con la intención de superar el simple empleo de actuales divisiones administrativas, se suele recurrir al cauce (o la cuen-ca) de diversos ríos (Eo o Nalón, por el extremo occidental, Bidasoa o Adour, por el oriental) para delimitar el medio cantábrico. Como consecuencia de lo cual, los territorios de Galicia y del País Vas-co continental se incluirán ocasionalmente en las síntesis de Prehistoria cantábrica. Este desborda-miento geográfico del Cantábrico irá más lejos, puesto que, por dos motivos distintos (la acentuada continentalidad del conjunto de Galicia y las bajas altitudes a las que resulta viable traspasar la diviso-ria de aguas en el País Vasco en dirección al Valle del Ebro), el cierre del Cantábrico hacia territorios más meridionales sólo resulta neto en los actuales territorios de Asturias y Cantabria occidental.

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LA TRANSICIÓN AL PALEOLÍTICO SUPERIOR Y LA EVOLUCIÓN DE LOS CONTEXTOS AURIÑACIENSES (50.000-27.000 BP) 153

La información que venimos obteniendo desde diferentes registros para el inicio del Paleolítico supe-rior (Arrizabalaga et al., en prensa) denuncia las difi-cultades existentes para fijar tales límites en el Cantá-brico. Realmente, consideramos muy probable que esta visión restrictiva del modelo regional sólo sea válida para aquella porción del Cantábrico (Asturias y sector occidental y central de Cantabria) en la que existe una verdadera frontera altitudinal, con cotas casi insalvables durante el Pleistoceno, que da paso además a una altiplanicie de una altitud media signifi-cativa (en torno a 900 m). Por contra, tanto en su extremo occidental, como, sobre todo, oriental (la Depresión Vasco-Cantábrica), resulta difícil de mante-ner un modelo de región cerrada y el propio registro arqueológico nos indica reiteradamente que existían movimientos de población con respecto a las regiones vecinas. Si bien la falta de cavidades en el entorno occidental de Asturias y Galicia (motivada por el sus-trato geológico local) propicia una visión sesgada de la ecumene paleolítica y puede dar la impresión (erró-nea) de la existencia de una frontera, en el extremo oriental del Cantábrico asistimos a un auténtico des-bordamiento del mapa de dispersión de hallazgos (sobre todo hacia Navarra), incrementada por la docu-mentación de que las fuentes de aprovisionamiento de buena parte del sílex empleado en Bizkaia o Gipuzkoa se ubiquen en el territorio actual de Alava y Navarra. Los testimonios de Paleolítico medio o superior (y del Auriñaciense) en otros puntos más bajos del Valle del Ebro certifican, de modo progresivo, que ni los Piri-neos, ni mucho menos los llamados Montes Vascos, han representado una auténtica frontera. En este senti-do, a lo largo de la siguiente exposición se harán, oca-sionalmente, menciones a otros yacimientos ubicados en estos territorios. E igualmente, nos permitimos cuestionar la validez del modelo regional cantábrico, al menos como único paradigma válido para el con-junto del Paleolítico superior en el norte peninsular.

3.2. El protagonista humano del proceso. Los fósi-les humanos en la región

La presencia de restos antropológicos dentro de los niveles arqueológicos (de por sí, controvertida), plantea una problemática especial para el período estudiado en este trabajo. Desde el mismo hallazgo de un esqueleto de Homo sapiens neanderthalensis en un contexto de industrias castelperronienses en Saint-Césaire se ha alterado el cuadro evolutivo que venía siendo tradicionalmente admitido. Ésta partía de la simplificación pedagógica que suponía la simul-tánea sustitución del Paleolítico medio por el Paleolí-tico superior y del Neanderthal por el Hombre Moderno (nuevas poblaciones, nueva cultura). El problema resulta especialmente conflictivo durante

las primeras fases del Paleolítico superior, debido a la ya comentada penuria de datos fiables que afecta a esta época. Como quiera que no es éste el lugar más oportuno para detallar el desarrollo de tal polémica, podemos remitirnos a una síntesis correcta del tema, aunque un poco antigua para el ritmo de renovación de las corrientes interpretativas en Antropología Físi-ca (Montes 1988, 83-85).

Por lo que respecta al tema aquí presentado, pue-de tener una especial relevancia el que se presente un catálogo actualizado de los restos disponibles para el ámbito de esta reflexión (sin que se dicte, frecuente-mente, un claro diagnóstico filético), con el fin de que se refleje, también en nuestro entorno, la escasez de evidencias para el período de tránsito entre el Paleo-lítico medio y el Paleolítico superior inicial (Basabe 1982; de la Rúa 1990 y 1992, entre otros):

• En la Cueva del Forno o del Conde, una recien-te revisión de las colecciones antiguas ha permitido descubrir una mandíbula humana de caracteres arcai-cos pero que parece, finalmente, corresponder a un humano de tipo moderno. Así mismo, nuevas excava-ciones (Arbizu et al. 2005) han entregado diversos materiales antropológicos inéditos.

• También en Asturias, el excelente lote de 650 restos humanos, correspondiente a un mínimo de 5 individuos, recuperado en la Cueva del Sidrón, data-do por diferentes métodos geocronológicos (C 14, Racemización de aminoacidos y ESR), parece corres-ponder a individuos neanderthales del período de transición hacia el Paleolítico superior, con una edad media de entre 41.000 y 39.000 años BP (Fortea et al. 2003).

• Una hemimandíbula infantil con caracteres arcaicos y un molar adulto, en el nivel 18 de El Cas-tillo (Auriñaciense antiguo) provenientes de la anti-gua excavación de Breuil, Obermaier y Alcalde del Río (Garralda et al 1992) y un lote más amplio, aún inédito, recuperado de las recientes campañas de Cabrera y Bernaldo de Quirós (Cabrera et al. 2004.).

• Una bóveda craneana muy incompleta y en paradero desconocido en Camargo (Revilla de Camargo, Cantabria; también atribuida al Auriña-ciense).

• Tres supuestas inhumaciones en el nivel 8 de Cueva Morín (Auriñaciense arcaico). Según unos complicados procesos químicos de conservación de las estructuras (Madariaga 1973), se habrían preser-vado los moldes de los cuerpos, pero ni uno sólo de sus restos óseos o dentarios.

• Un canino infantil localizado dentro del nivel XI de la cueva de Esquilleu, que podría clasificarse como neanderthal (Baena et al 2000).

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• Con grandes dudas, un cráneo de varón adulto encontrado durante los trabajos de acondicionamien-to de la entrada de la cueva de Santián, carente de contexto (González Sainz y González Morales 1986), ha sido atribuido al Auriñaciense según la supuesta datación de las figuras pintadas en la cavidad.

• En Isturitz, varios lotes de restos humanos (de la Rúa 1990): Isturitz 5 (hemimandíbula y falange proximal de un adulto) del Auriñaciense; Isturitz 6a (restos de uno o dos varones adultos) y 6b (restos de un mínimo de cuatro adultos) del Gravetiense; Istu- ritz 7a (al menos dos adultos y un juvenil) y 7b (cua- tro o cinco individuos) del Auriñaciense final. Según Saint-Périer (Saint-Périer y Saint-Périer 1952), que recoge observaciones de Vallois, un maxilar inferior del lote 6 presenta rasgos arcaicos, que recuerdan al neanderthal. Por último, en el conjunto 6 se ha descri-to recientemente una rama mandibular masculina con signos de abrasión (Buisson y Gambier 1991).

• Un molar humano en el nivel Cbci-Cbf de Gatzarria (Auriñaciense antiguo) (Sáenz de Buruaga 1991).

• A juzgar por la reconstrucción estratigráfica del depósito de Lezetxiki (incluso atendiendo simple- mente a los cortes estratigráticos originariamente pre- sentados) y a la excavación de uno de nosotros, al menos una de las piezas dentarias presentadas corres- ponde al nivel III, y no al IV. Seria, por tanto, un material adscrito al Auriñaciense, y no al Musterien-se, como se describió en principio. La consideración de que se trataba de restos humanos de neanderthales pudo tener bastante que ver con la adjudicación pos-terior de ambas piezas dentarias al nivel IV.

• En Axlor (Dima, Vizcaya), cinco piezas denta-rias y un pequeño fragmento de maxilar neandertha-les fueron recuperadas durante la excavación clásica en el nivel III (Basabe 1973; Ríos 2004).

• En la cueva de Arrillor existe una nueva pieza dentaria atribuida a un neanderthal dentro de un nivel con industria musteriense (Bermúdez y Sáenz de Buruaga 1999).

Considerando el volumen de información que aportan las distintas porciones anatómicas (las piezas dentarias son muy poco elocuentes), el hecho de que varias de las evidencias no puedan consultarse o sean de procedencia dudosa y que las estructuras de Cue-va Morín no proporcionen datos antropométricos, podemos constatar, también en nuestro ámbito regio-nal, el vacío de documentación que afecta al SW de Europa para el tránsito Paleolítico medio/Paleolítico superior (Gambier 1992, 1993), con las únicas excep-ciones de Isturitz y, sobre todo, Sidrón.

Resumiendo este apartado, podríamos señalar que el corpus de restos antropológicos recuperados y dis-

ponibles en nuestro ámbito geográfico y cronológico es muy reducido (más aún en los momentos iniciales del Paleolítico superior). Demasiado restringido para evaluar en términos antropológicos las características de los pobladores de la región. Excepción hecha de los restos de Cueva Morín (aceptando la lectura que González Echegaray y Freeman hacen de esta estruc-tura), no existen evidencias directas de prácticas rituales vinculadas a los restos humanos, ni siquiera de que la presencia de éstos en niveles arqueológicos guarde relación con la inhumación intencionada de los cadáveres.

Finalmente, no podemos perder de vista el hecho de que los restos antropológicos pertenecen a los pro-tagonistas de nuestras preocupaciones, a los autores de nuestros artefactos y a los cazadores que cobraron las piezas cuyos restos analizamos con tanto deteni-miento. Su propia presencia en los mismos niveles arqueológicos supone una llamada de atención de la realidad frente a un amplio corpus de teorías, supues-tamente explicativas de su presencia ahí, no sólo en el aspecto ritual, y antropológico, sino también apelan-do a supuestos flujos de «migración» y/o «difusión» de elementos. Dos trabajos de Clark (Clark 1992a, 1992b, este último en particular) analizan desde una perspectiva epistemológica la naturaleza del proble-ma, en particular en lo que se refiere al Paleolítico superior inicial. Podríamos sintetizar el desarrollo teórico de Clark en la siguiente cita:

«... Ln información biológica, demográfica y cul-tural del género requerido para documentar a la migración se transmite mediante el intercambio de genes y la difusión cultural respectivamente, y exlzi-bird estabilidad o cambio en el transcurso del tiempo y el espacio. Aunque tales mecanismos de transrrri-Sión pueden conceptualizarse en abstracto, por lo general no podemos aprovecharnos de estos datos para determinar si ha ocurrido una presunta migra-ción ci cursa ciel gramo grueso ciel registro arqueopa-leontológico...» (Clark 1992b, 29-30).

3.3. Tipología de los asentamientos. Territoriali-dad y ocupación del territorio

Como puede comprobarse más adelante, en este mismo capítulo, la noción de territorialidad aplicada a las situaciones de tránsito al Paleolítico superior ha sido frecuentemente tratada, aunque desde una pers-pectiva concreta, en la órbita de la reconstrucción del territorio de explotación económica alrededor del yacimiento (como punto de partida, Bernaldo de Qui- rós 1980,. 1982). Se trata de una visión íntimamente ligada al conocimiento que tenemos de la ecumene prehistórica en este periodo y por tanto, a la modali-

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El Cierro El Pendo El Ruso La Riera Morin El Otero

El Mirón Arenillas

Antoliñako koba I Ekain

Altitud en metros 3751-- - I:

0 400 1000

0 50 100

kilómetros

LA TRANSICIÓN AL PALEOLÍTICO SUPERIOR Y LA EVOLUCIÓN DE LOS CONTEXTOS AURIÑACIENSES (50.000-27.000 BP) 155

dad de asentamiento más frecuente (la cueva). En efecto, a diferencia de lo que es más habitual dentro del exiguo registro del Paleolítico inferior cantábrico, el Paleolítico medio en primera instancia y el Paleo-lítico superior, plenamente, se caracterizan por la ocupación sistemática de abrigos rocosos y, sobre todo, cavidades que son frecuentes en la región. Debemos de interrogarnos, en primer lugar acerca de la fiabilidad del mapa de dispersión que ahora mismo reconocemos para los principales yacimientos cantá-bricos de este periodo. Los yacimientos en cueva, por su más fácil localización y su delimitación precisa han simplificado de manera extrema la tarea de pros-pección arqueológica: todos sabemos que, hasta determinada altitud (unos 300 a 400 m.s.n.m.), cual-quier cueva del Cantábrico con ciertas dimensiones y buena orientación presenta buenas opciones para haber sido ocupada durante el Paleolítico superior, por lo que, tradicionalmente, la actividad de prospec-ción y sondeo se ha centrado en estos lugares, dando lugar a un sesgo difícilmente mensurable. Por el con-trario, en aquellas áreas al exterior que se encuentran cubiertas por una tupida masa de vegetación (como corresponde a nuestras circunstancias climáticas) el sesgo es inverso: apenas conoceremos yacimientos al aire libre, infravalorando este modo de hábitat. Estas son las circunstancias que motivan que prácticamen-te nada podamos decir del Paleolítico medio o supe-rior inicial al oeste del valle del Nalón: el sustrato geológico no propicia la formación de cuevas.

Prescindiendo de este fenómeno, en la medida de lo posible, no es demasiado lo que podemos señalar respecto a las redes de territorialidad que no se sus-

tenten en los criterios de explotación del medio (materias primas líticas, explotación cinegética y de otros recursos bromatológicos, como los litorales), o en el incipiente conocimiento de las más antiguas manifestaciones gráficas del Cantábrico. Cabe desta-car el gran avance que se ha registrado en el conoci-miento de este periodo durante las dos últimas déca-das y que, nuevamente, este avance ha permitido fal-sas- algunas de las hipótesis que se habían establecido para el período (por ejemplo, el elemento diferencial del Auriñaciense o el Gravetiense asturianos, que no resiste hallazgos como el de La Viña). Sin embargo, resulta más complicado construir nuevas teorías, puesto que las anteriores habían empleado la eviden-cia negativa o la ausencia de yacimientos como crite-rio determinante, y estos vacíos de determinadas for-mas de asentamiento o materiales arqueológicos van difuminándose con los nuevos hallazgos. Esto es, prescindiendo de los criterios arriba indicados, la arqueología del periodo estudiado presenta en la actualidad una apariencia más homogénea (dentro de la diversidad) para el conjunto del marco cantábrico de la que tuvo nunca. A fecha de hoy no resulta sen-cillo observar en lo material diferencias sustanciales para este medio geográfico y cronológico, más allá de las trazadas a partir de la concentración extraordina-ria de yacimientos en los valles del Nalón, el Pas-Miera, el Oka o el Deva guipuzcoano.

3.4. Principales depósitos arqueológicos del perío-do (Fig. 1)

En esta recopilación de datos nos han resultado de especial interés varios trabajos de I. Barandiarán

MAR CANTÁBRICO

PORTUGAL

Figura I. Localización de los principales yacimientos citados en el texto.

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(1967, 1980a y 1988), F. Bernaldo de Quirós (1982), A. Moure (1970, 1972), J. M. Gómez Tabanera (1974) y C. González Sáinz y M. González Morales (1986).

3.4.1. Galicia

El sustrato silíceo del área galaica no propicia la existencia de cavidades, medio en el que se localizan habitualmente la mayor parte de los yacimientos del Paleolítico superior inicial conocidos. En otras áreas que plantean una problemática similar, como Bretaña (Monnier 1980, 1990), estos yacimientos se ubican en depósitos al aire libre o pequeños abrigos bajo roca. Recientemente, ha sido descubierto y excavado un yacimiento gallego correspondiente al Paleolítico superior inicial (A Valiña, Castroverde, Lugo), apa-rentemente, al Castelperroniense, por una alta data-ción recientemente obtenida (los autores lo refieren al Paleolítico superior inicial o Perigordiense). Existen distintos trabajos de referencia al respecto (Llana y Soto 1991a, 1991b; Fernández Rodríguez et al. 1993).

3.4.2. Asturias

Las secuencias asturianas se caracterizan por una presencia muy notoria del Solutrense y Magdalenien-se (de la Rasilla 1983, 1984), pero las anteriores fases culturales (Musteriense o Paleolítico superior inicial) también tienen cierto grado de representación.

Cueva de La Vicia (Manzaneda-Oviedo). Dentro del destacado proyecto de investigación que se viene desarrollando en las dos últimas décadas en el valle medio del río Nalón, a cargo de J. Fortea y otros (For-tea 1981, 1992), las cronologías tratadas aqui también llevan camino de conocer una drástica renovación. El principal depósito de la zona excavada y con niveles de estas cronologías es La Viña, yacimiento del que contamos con referencias de la presencia de estratos musteriense (XV al XIII basal), una rica secuencia auriñaciense (desde el XIII inferior, Auriñaciense arcaico al XI, Auriñaciense evolucionado) y otro nivel Gravetiense, con múltiples buriles de Noailles (Fortea 1992, 1995, 1999). Además de la presencia de indus-tria ósea poco habitual en el Cantábrico, como la aza-gaya de base hendida del nivel XIII, existen en esta cueva algunas expresiones gráficas, en forma de gra-bados parietales adscritos al Auriñaciense.

Cueva del Conde o Cueva del Forro (Tuñón). Se trata de un abrigo amplio, descubierto y excavado por el Conde de la Vega del Sella en 1915 y del que sólo se publicaron breves notas (Vega del Sella 1915). Años después es empleado por Jordá para definir el

Auritiaco-Musteriense cantábrico (Jordá 1957). Con posterioridad, L.G.Freeman desarrolló, entre 1962-1963 dos campañas de excavación en un espacio inte-rior de la cavidad, descubriendo una estratigrafía más detallada (Freeman 1977) con niveles auriñacienses y musterienses. Entre ellos, los que más nos interesan son las unidades A, B y C. A la vista de los materiales presentados, en estos niveles resulta muy llamativa la presencia de elementos líricos de sustrato, en especial denticulados, que suponen cerca del 50 % de la indus-tria. Esta situación permitiría, eventualmente, pensar en un desarrollo in situ desde los estadios musterien-ses a un Auriñaciense antiguo, muy particularizado por el peso del sustrato (como ocurre en el caso de Lezetxiki). Sin embargo, las excavaciones del Conde de la Vega del Sella aportaron un buen lote de azaga-yas losángicas y triangulares, de sección aplanada, que refiere la serie a un Auriñaciense evolucionado (o a una fase avanzada del Auriñaciense antiguo). Actualmente el yacimiento está siendo excavado por un equipo dirigido por G. Adán y J. L. Arsuaga.

Cueva Oscura de Perlora (Carroño). Este yaci-miento ha sido desgraciadamente destruido por la actividad de una cantera, antes de que se completara en éi la actividad de excavación. En la década de los sesenta se realizó un pequeño sondeo (Fernández y Mallo 1964), donde se pusieron en evidencia siete niveles. El que interesa en este trabajo es el 7, de 15 cm. de espesor, en el que tienen un peso importante los útiles arcaicos (sensu Chung 1972) como son las raederas carenadas y denticulados, así como una pun-ta de Chatelperron.

Cueva del Cierro (El Carmen). El área principal del yacimiento fue excavada entre 1958 y 1959 por Jordá. Con posterioridad, en 1977, A. Gómez revisó la estratigrafía de Jordá e inició de nuevo la excavación del depósito. La excavación de Jordá permanece casi inédita (a excepción de breves referencias, que afectan sobre todo a los niveles solutrenses). Sobre la estrati-grafía de El Cierro existe una notoria confusión, que puede corresponder a un error de las referencias en la excavación, citado por P. Utrilla (1981). En esta ver-siôn, el nivel V (capa 6) está constituido por arcilla estéril; el nivel auriñaciense sería el VI (capas 7 y 8), con matriz cenicienta y presencia de hogares. Bernal-do de Quirós (1982) refiere como niveles lo que Utri-lla denominara capas, de modo que serían auriñacien-ses los niveles VI, VII y VIII. Finalmente, Straus (1983) asegura haber encontrado tres puntas solutren-ses «... del nivel IV, que descansaba por encima de un nivel «auriijaciense»...» (op.cit., pág.41). En definiti-va, puede asumirse que existen tres unidades (llámen-se capas o niveles, en función a la envergadura que se de a sus diferencias internas) bajo el Solutrense de El

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Cierro. La revisión de los mismos a cargo de Bernal-do de Quirós nos muestra una degradación de efecti-vos hacia la base (81 útiles en el nivel 6, 62 en el nivel 7 y 20 en el nivel 8). A la vista de la misma, la posi-bilidad de adscripción más verosímil para estos tres niveles (bastante parecidos entre sí) es el Auriñacien-se arcaico o Auriñaciense antiguo, aunque con una caracterización muy especial, originada por el domi-nio de la cuarcita entre las materias primas.

Cueva de Amero (Posada de Llaves). Se trata de una pequeña cueva en el oriente asturiano, muy pró-xima a la también tratada Cueto de la Mina (Posada de Lianes, Asturias). Descubierta por el Conde de la Vega del Sella en 1919, fue excavada ese mismo año por el Conde de la Vega del Sella y Obermaier. Des-graciadamente, esta excavación nunca fue publicada en extenso y sólo disponemos de algunas referencias dispersas (Vega del Sella 1923; Obermaier 1925). Entre los tres niveles descritos (Musteriense, Auriña-ciense y Asturiense), los que aquí nos interesan son el B y el C. La existencia de varias azagayas de base hendida en el nivel (según Obermaier) ubica con bas-tante precisión el conjunto del nivel B dentro de un Auriñaciense antiguo.

Cueto de la Mina (Posada de Llaves). El depósi-to se sitúa en un gran abrigo sobre el río Calabres, excavado entre 1914. y 1915 por el Conde de la Vega del Sella y publicado por el mismo, poco después (Vega del Sella 1916). En Cueto de la Mina fueron detectados nueve niveles, todos ellos muy pobres en industria. La unidad F resulta claramente Solutrense, mientras que los niveles G y H fueron atribuidos al Auriñaciense superior (sennsu Breuil). Hoy existe bas-tante confusión en su adscripción: algunos atribuyen a un momento Gravetiense el G y al Auriñaciense antiguo el H (González Echegaray 1971a; Moure 1970); otros (Bernaldo de Quirós 1982) prefieren considerar como Auriñaciense el nivel G (con reser-vas) y claramente Perigordiense el H.

La Riera (Posada de Llaves). Esta pequeña cueva fue descubierta por el Conde de la Vega del Sella en 1916 y excavada conjuntamente por este mismo pre-historiador y Obermaier. La publicación de estos tra-bajos fue objeto de una memoria conjunta con Balmo-ri, años más tarde (Vega del Sella 1930), aunque pare-cen no afectar a la porción presolutrense de la secuen-cia. Lo mismo ha sucedido con una segunda ronda de excavaciones de Clark (1974) y Gómez Tabanera (1976). Tan sólo las recientes campañas, dirigidas por G.A. Clark, L.G. Straus y M. González Morales (1976-1978) vuelve a afectar a un único nivel Auriña-ciense (1), separado de la primera ocupación solutren-se (4) por dos niveles estériles (2 y 3) (Straus y Clark

1986). Este nivel 1 sólo ha sido excavado en 2 m, y ha producido una escasa industria lítica, de difícil ads-cripción, aunque Bemaldo de Quirós (1982) la ponga hipotéticamente en relación con el Auriñaciense evo-lucionado de El Cierro o El Conde.

Otras referencias. Altuna (1972), al referirse a las secuencias estratigráficas asturianas menciona unas catas desarrolladas en 1969 por G.A. Clark en Bal-mori (Llaves), en cuya base, bajo un dudoso nivel solutrense, parece haber algunos materiales (al menos faunísticos) correspondientes al Auriñaciense (Clark 1974-1975).

Recientemente, en la Güelga (Onis) han sido des-cubiertos una serie de niveles correspondientes al momento que nos concierne y en cuyos resultados, muy preliminares, se plantea una interestratificación Auriñaciense/Chatelperroniense (Menéndez et al. 2005).

3.4.3. Cantabria

Constituye el área central de la región cantábrica y presenta una importante dispersión de yacimientos de este periodo.

Esquilleu (Castro-Cillorigo). En curso de excava-ción por parte de J. Baena, se trata de un rico yaci-miento con no menos de catorce niveles de ocupación musteriense y fechas llamativamente bajas para el techo de la secuencia. Se ubica en el desfiladero de La Hermida, en un abrupto paso sobre el río Deva, casi en el límite entre Asturias y Cantabria (Baena y Carrión 2002; Baena et al. 2000, 2005, 2006). La interpretación de Esquilleu se está intentando realizar desde una perspectiva regional, incluyendo diferentes yacimientos al aire libre y en cueva de la Comarca de la Liébana (El Habario, El Arteu, Fuentepara o la Cueva de La Mora) que podrían estar relacionados con Esquilleu en una red de ámbito comarcal.

Altamira (Santillana del Mar). En el vestíbulo de esta cavidad emblemática para la Prehistoria cantá-brica existía un yacimiento arqueológico que fue excavado en fases sucesivas por distintos prehistoria-dores (Sanz de Sautuola, Alcalde del Río y Ober-maier), desde 1.878. En la base del depósito (bajo sen-dos paquetes datados en el Magdaleniense inferior y el Solutrense superior) se ha señalado la presencia de restos líticos paralelos a los del Auriñaciense y el Musteriense, sin más precisiones (González Sainz y González Morales 1986).

Sin embargo no encontramos en ninguna colección materiales, pues no debemos olvidar que H.

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Obermaier al hablar de sus excavaciones en Altamira dice: "Es muy probable que se encuentren más abajo otras capas paleolíticas, especialmente del Auri-ñaciense, puesto que existen en el interior de la cueva grabados y pinturas de esa época" y que no pudo alcanzar dados los problemas de estabilidad de la bóveda (Breuil y Obermaier 1935, 178; 1984, 196), lo que parece indicar que los niveles son más justificar la idea cronológica de las figuraciones de H. Breuil que una auténtica realidad ya que nadie posteriormente ha trabajado en la secuencia inferior, por otro lado no podemos olvidar que nos encon-tramos de nuevo con un Auriñaciense "pre-Peyrony" por lo que no podemos excluir que como en otros yacimientos (Salitre) se estuviese hablando de un Gravetiense.

Cudón (Torrelavega). Desgraciadamente, se trata de otro yacimiento correspondiente a las cronologías aquí tratadas completamente desaparecido. Los nive-les altomedievales del yacimiento fueron descubier-tos por Alcalde del Río. En 1960, el propietario del terreno donde se localiza la cavidad excavó íntegra-mente el yacimiento, sin autorización, remitiendo los materiales al Museo de Santander, donde fueron estu-diados por Beguines en 1968. El estudio de Beguines hace referencia a cuatro unidades estratigráficas, todas ellas muy pobres y con elementos de escasa sig-nificación. La más rica, la superior o I, incluye varios elementos tipológicamente relacionados con el Paleolítico superior y una punta de chatelperron, lo que ha conducido en algún caso (Bernaldo de Quirós 1982) a considerar este nivel como Castelperronien-se, con reservas.

Hornos de la Peña (San Felices de Buelna). La cavidad de Hornos de la Peña fue descubierta en 1903

Figura 2. Vista de El Castillo (Foto F. Bernaldo de Quirós).

por Alcalde del Río, que dio una primera descripción de sus representaciones parietales (Alcalde del Río 1906) e inicia posteriormente la excavación de una galería intermedia. La excavación de otra galería en los primeros metros del desarrollo de la cueva fue la primera tarea que asumió en Cantabria el Institttt de Paléontologie Humaine, en 1909 y 1910 (Breuil y Obermaier 1912). En la excavación de Hornos de la Peña se distinguieron cinco unidades, entre el Muste-riense y el Neolítico. La que aquí nos interesa es la b, calificada de Auriñaciense, con un buen número de útiles computables (más de 200) y un resto óseo con un frontal de caballo grabado (Obermaier 1925).

Cueva de El Castillo (Puente Viesgo). La Cueva de El Castillo fue descubierta por D. Hermilio Alcal-de del Rio en 1903. A partir de 1910, H. Obermaier y P. Wernert comenzaron la excavación principal que continuo hasta 1914, cuando el inicio de la Primera Guerra Mundial obligó a suspender los trabajos. La excavación de H. Obermaier representa la síntesis general de todo el Paleolítico, y en la que se puede observar los cambios o pervivencias culturales a lo largo de la gran horquilla temporal que abarca (Fig. 2). En 1973, V. Cabrera retorna los estudios sobre el yacimiento, recopilando en primer lugar la documen-tación inédita y los materiales recogidos por H. Ober-maier, publicándolos posteriormente (Cabrera 1984), al mismo tiempo que se reiniciaron las excavaciones arqueológicas en el yacimiento en 1980 con un equi-po interdisciplinar, dirigido por la misma autora y F. Bernaldo de Quirós (Cabrera Valdés y Bernaldo de Quirós 2000).

Las investigaciones actuales se han centrado en el área exterior del vestíbulo, abordando especialmente los niveles relacionados con los inicios del Paleolíti-co superior y el Musteriense. Estos trabajos han ofre-cido un marco cronológico contrastado a partir de dataciones por diversos métodos físico-químicos, como el Acelerador de Partículas del Carbono 14, el ESR y el U/Th, que nos sitúan estos niveles de la ocu-pación humana entre los 150.000 y los 30.000 años, antes del presente. Presenta así el Paleolítico medio (unidades 26 a 20), y todo el Paleolítico superior (con niveles del Auriñaciense (unidades 18 y 16), el Gra-vetiense (unidades 14 y 12), el Solutrense (unidad 10), el Magdaleniense Inferior Cantábrico (unidad 8), el Magdaleniense superior (unidad 6), el Aziliense (unidad 4) y la Edad del Bronce (unidad 2).

La unidad 18 se corresponde con la reocupación de la cueva tras un derrumbe. En este momento se han descubierto toda una serie de evidencias que han puesto de relieve la importancia de Cantabria en los procesos de transición hacia el Paleolítico superior.

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Esta unidad se divide en dos niveles que presentan actividades distintas. El nivel 18c presenta el nivel más antiguo de los cazadores recolectores del Paleo-lítico superior, y se muestra con abundantes restos de carbón en una zona donde aquellos barrieron sus hogueras para realizar otras nuevas. Por los restos podernos deducir que hace 40.000 años tenían una caza especializada en el ciervo, con capturas difíciles. De estos animales aprovecharían el asta corno mate-ria prima para realizar puntas de azagayas. La tecno-logía de la talla de los utensilios de piedra muestra ya claras pautas del Paleolítico superior (Auriñaciense), iniciándose la decoración de utensilios de uso cotidia-no con marcas simbólicas. El nivel 18b se formó por una ocupación ligeramente posterior fechada hacia el 38.500 BP, en la que se mantienen pautas parecidas al anterior en la tecnología lírica y en la caza, aunque difiere en la actividad realizada (descuartizamiento de animales cazados) y en una intensificación de las manifestaciones simbólicas, iniciándose el arte figu-rativo sobre elementos mobiliares.

La Flecha (Puente Viesgo). Situada en Monte Cas-tillo, fue descubierta en 1951 cuando se realizaba el camino de acceso a Las Monedas. El depósito, exclu-sivamente musteriense, fue excavado por García Lorenzo sin demasiado control metodológico y publi-cado en detalle años más tarde (Freeman y González Echegaray 1968) y más recientemente por I. Castane-do (2001). El conjunto debe adscribirse dentro del Musteriense final a juzgar por la datación obtenida.

Cueva del Pendo o San Pantaleón (Escobedo de Carrurrgo). Se trata de una cavidad de muy grandes dimensiones (150 metros de longitud y 30 a 50 metros de anchura). El yacimiento de El Pendo fue descubier-to por Sanz de Sautuola en 1878 y sondeado poco des-pués por él mismo (Sanz de Sautuola 1880). Con pos-terioridad realizan campañas de excavación J. Carba-llo (en los años 1910, 1926, 1930 y 1932) y O. Cen-drero en 1915 (Carballo 1924, 1960). Entre 1953 y 1957, J. Martínez Santa Olalla articuló un equipo internacional de trabajo para excavar en el yacimien-to, trabajos que incidieron sobre importantísimos niveles del Paleolítico superior inicial y permanecie-ron inéditos hasta una recopilación muy posterior (González Echegaray 1980). Recientemente (Montes y Sanguino 2001) se ha cuestionado el valor de la inte-gridad de la secuencia de esta cueva, considerándola alterada, por lo que no la trataremos en extenso. Bas-te saber que era uno de los puntos en los que se había propuesto la existencia de una interestratificación entre el Auriñaciense y el Castelperroniense.

Covalejos (Velo de Piélagos). La cavidad fue des-cubierta en 1872 y excavada en 1879 por E. de Pedra-

ja (Sanz de Sautuola 1880). El yacimiento es olvida-do hasta una revisión de su estratigrafía llevada a cabo por A. Moure (1968). Recientemente (1997-2002) ha sido excavada por J. Sanguino y R. Montes poniendo al descubierto una interesante secuencia con un nivel Auriñaciense antiguo (nivel B), otro Auriñaciense arcaico (nivel C) y una importante secuencia Musteriense (D, H, I, J, K, M y O) que abarca desde los 100.000 hasta los 40.000 años BP (Sanguino y Montes 2005; Martín et cal. 2006).

Cueva de Camargo (Revilla de Camargo). El yacimiento de Camargo fue descubierto y excavado por Marcelino Sanz de Sautuola en 1878, actuación que ha generado desde un primer momento copiosas referencias (Sanz de Sautuola 1880; Sierra 1909; Car-ballo 1924; Obermaier 1925). Uno de los niveles des-cubiertos (el e) fue adscrito al Auriñaciense, con su industria litica y un discutido cráneo humano. Todos los restos de esta excavación han desaparecido.

Cueva Moríti (Villanueva de Villaescusa). El yaci-miento de Cueva Morin fue descubierto por Ober-maier y Wernert, en el año 1910. Poco después, en 1911, fue reconocido por José Luis Ezquerra, quien lo notificó a Jesús Carballo (González Echegaray 1971b). Ese mismo año, ambos investigadores cursa-ron una primera visita al yacimiento, que repetirían poco más tarde en compañía de L. Sierra. En 1912. se registra la primera intervención sobre el sedimento de Cueva Morin: un sondeo de un metro cúbico, a la izquierda de la entrada, protagonizado por Carballo y el ingeniero Beatty, que descubrió ya una rica estrati-grafía con un mínimo de tres niveles de ocupación. Sobre los restos de esta cata, Orestes Cendrero recu-peraría, en 1913, una serie de restos, que publicará (Cendrero 1915) añadiendo un avance estratigráfico en tres niveles (Neolítico, Aziliense y Magdalenien-se), respectivamente. En 1915,.. Carballo emprendió un segundo sondeo en Cueva Morin, en colaboración con F. Fernández Montes. La primera edición de «El Hombre Fósil» de Obermaier (1916), que cita Morin como «Cueva de Villanueva» no recoge estos últimos trabajos (aún inéditos), sino sólo los primeros de Cendrero y Carballo.

Los primeros trabajos de excavación sistemáticos en Cueva Morin, a cargo de Carballo, se emprenden en 1917 y perduran hasta 1919. Estas campañas fue-ron publicadas por la Junta Superior de Excavaciones y Antigüedades (Carballo 1923). En la campaña de 1917 fue abierta una trinchera longitudinal desde la entrada de la cueva hasta la sala central (10 metros de longitud, un metro de ancho y dos de profundidad). En la misma se descubrió la serie de niveles postpa-leolíticos y paleolítico superiores, así como algún

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nivel musteriense. Por lo que aquí nos afecta, fueron diferenciadas una unidad Auriñaciense superior (Gra-vetiense) y otra Auriñaciense inferior (que debería ser Castelperroniense en la clasificación de Breuil, pero resulta más probable que corresponda al gran paque-te Auriñaciense). En las sucesivas campañas de 1918 y 1919, la trinchera fue ampliada en la zona cercana a la entrada, en una extensión de 25 a 30 metros cua-drados.

Concluida la primera campaña de Carballo, el Conde de la Vega del Sella, en compañía de Cendre-ro, visitó Cueva Morín. Fue invitado por Carballo a desarrollar campañas de excavación en Cueva Morín, tras concluir él sus trabajos anuales. De este modo, concluidas las campañas de Carballo de 1918 y 1919, se desarrollaron otras tantas actuaciones bajo la direc-ción del Conde de la Vega del Sella. En 1920, el Con-de de la Vega del Sella intervino en Cueva Morín, acompañado de H. Obermaier. La estratigrafía de Vega del Sella fue publicada con anterioridad a los trabajos ya concluidos de Carballo (Vega del Sella 1921). En cuanto a los niveles aquí contemplados, se reconocen ahora tres fases dentro del Paleolítico superior inicial (Auriñaciense «inferior», «medio» y «superior»). Contra lo que pueda suponerse, el llama-do Auriñaciense inferior no parece guardar relación con el Castelperroniense, sino quizás, con el conjun-to de los niveles 8a y 8b, a juzgar por las industrias descritas. Concluidos los trabajos del Conde de la Vega del Sella en 1921, el yacimiento queda desaten-dido hasta 1962, en que J. González Echegaray, ani-mado por L. G. Freeman, ejecuta un sondeo de com-probación en Cueva Morín, verificando la existencia de un yacimiento, todavía importante. Los trabajos actuales, que han proporcionado el mayor volumen de datos arqueológicos comenzarán en septiembre de 1966 y proseguirán en sendas campañas durante los años 1968 y 1969.

La campaña de 1966 consistió en excavar parte del testigo que los antiguos excavadores dejaron sobre la pared derecha de la cueva, con el fin princi-pal de verificar la estratigrafía. De los tres cuadros de metro cuadrado excavados, en el IA se llegó a la base del nivel 7; en el IB, hasta el nivel 9; en el IIB, hasta el 12. También se abrió un área de trabajo en el inte-rior de la cueva (cuadros IXA, XA y IXB), en la que se excavó hasta el nivel 5b (inclusive). En la campa-ña de 1968 se diversifican las áreas de trabajo. Prác-ticamente se trabaja, en distintos niveles, sobre toda la superficie cuadriculada. De esta campaña se obtie-ne ya una exacta percepción del impacto de las cam-pañas antiguas sobre la integridad del depósito y la estratigrafía del yacimiento, que se describe en la pri-mera memoria de excavación (González Echegaray

1971b). Para el período objeto de este capítulo debe anotarse la serie de niveles dispuesta entre el último nivel Musteriense (nivel 11) y el Auriñaciense evolu-cionado (nivel 5b).

Cueva del Ruso (Igollo). En la década de los años 80 se efectuaron una serie de trabajos en esta cavidad, próxima a Santander. Dentro de los niveles estudia-dos el nivel V es considerado Musteriense cantábrico (Muñoz 1991) o Auriñaciense en posteriores revisio-nes (Castanedo 2001). El nivel IVb, clasificado en principio como solutrense, ha sido adscrito reciente-mente al Auriñaciense evolucionado tras la datación de dicho nivel (Muñoz y Serna 1999).

Ciriego (Santander). Obermaier (1925) cita la presencia de materiales auriñacienses (entre otras cronologías) en este establecimiento litoral, muy prô-ximo a Santander. Esta cita la toma Moure (1970), especificando que algunos de los materiales actual-mente recogidos en el depósito encajan tipológica-mente con industrias auriñacienses y gravetienses, y estarían en relación con la existencia de una cantera natural de sílex.

Cueva del Rascaño o Mirones (Mirones). La pri-mera referencia disponible del yacimiento del Rasca-ño se remonta a 1912, en una información proporcio-nada por Carballo (Straus 1981a). Comisionado por la C.I.P.P. y en compañía de Gómez Riaño, Carballo comenzó la excavación de Rascaño, recuperando materiales magdalenienses y azilienses hasta que recibió una carta de Hernández Pacheco, instándole a que entregara sus colecciones a Sierra, tras lo que suspende sus trabajos. Gómez Riaño y Sierra conti-núan esporádicamente algunas excavaciones en Ras-caño, hasta que en 1921, Obermaier visita el yaci-miento y reactiva las campañas de excavación siste-mática. En 1974, Barandiarán y González Echegaray abordan la excavación de dos pequeños testigos que restaban de los antiguos trabajos, que publicarán pos-teriormente en una memoria (González Echegaray y Barandiarán 1981). Los niveles que afectan al sujeto de esta exposición son el 9 y el 7, ambos atribuidos a un genérico Auriñaciense. El nivel 7, dispuesto bajo una unidad 6, estéril arqueológicamente, se caracteri-za por un posible buril, una raedera en cuarcita, una lasca retocada, un compresor, un núcleo y algunas evidencias más sin retocar (hasta un total de 13 res-tos). Presenta una datación (lo mismo que el nivel 9) que será examinada en el correspondiente apartado. El nivel 9 amplia un poco su número de efectivos (22), entre los cuales merecen ser destacados dos láminas auriñacienses, tres raederas en cuarcita, una escotadura en cuarcita y un núcleo en sílex (González Echegaray 1981).

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Cueva del Salitre (Ajanedo-Miera). La cueva del Salitre tiene unas dimensiones amplias y restos de arte parietal en sus paredes. Fue descubierta, como tantas otras en el oriente de Cantabria, por Sierra (1909) quien la excavó, del mismo modo que Carba-llo (1924). Las referencias de ambos autores estable-cen la existencia de un nivel «Aurifiaciense», por debajo de otro Solutrense. Dada la antigüedad de la referencia (pre-Peyrony) no podemos excluir que se trate de un nivel Gravetiense, pues durante las exca-vaciones que realizamos unos de nosotros (Bernaldo de Quirós y Cabrera) descubrimos en la base de la secuencia evidencias que nos hicieron plantearnos esta hipótesis.

Cueva de El Mirón o del Francés (Ramales de la Victoria). Se trata de una de las más antiguas mencio-nes de yacimientos en Cantabria, remontándose el hallazgo de materiales a 1903 (Alcalde del Río 1906; Sierra 1909), relacionada con la vecina cueva con arte rupestre de Covalanas. Las citas a la Cueva del Mirón son frecuentes hace ya casi un siglo (Cabré 1915; Obermaier 1916, 1924). Sin embargo, no será hasta 1973, con ocasión de la Tesis Doctoral de Straus, cuando se retornará el interés hacia esta cavidad. En 1996 se inician las tareas de excavación sistemática en El Mirón, a cargo del equipo de investigación codirigido por M. R. González Morales y L. G. Straus, trabajos que se prolongan hasta el presente. Más recientemente ha sido identificado un grupo de niveles (130-128) en el sondeo de El Corral, adscri-tos, por las dataciones obtenidas y algunos materia-les, al Musteriense terminal y el Paleolítico superior inicial (Straus et al. 2002).

Cueva del Otero (Secadura). El descubrimiento del yacimiento corresponde, como tantos otros en Cantabria, a L. Sierra, en la fecha de 1909. Con pos-terioridad (no se conoce la fecha) J. Carballo efectuó varias catas en la cueva. Las dos primeras citas de esta cueva se deben a Obermaier (1916) y Carballo (1924), en ambos casos entre los yacimientos con niveles magdalenienses. La excavación arqueológica planificada del relleno, a cargo de González Echega-ray, García Guinea y Beguines, se fraguó durante la actuación en la vecina cueva de La Chora (1962). La excavación se desarrolló en 1963, y la adscripción cronológica de los elementos de la serie se hace a diversas fases del Auriñaciense evolucionado (nive-les 6, 5 y 4) y del "Auriñacomusteriense" (nivel 8).

3.4.4. Bizkaia

Conocemos diferentes estratigrafías de interés en Bizkaia, aunque el gradiente de dispersión de yaci-meintos es manifiestamente decreciente desde la

máxima densidad localizada en Cantabria. Este hecho puede guardar cierta relación con el proceso de inves-tigaciôn historiográfica.

Venta Laperra (Karrantza). La primera investiga-ción arqueológica en el depósito data de 1904, cuan-do fueron encontradas las representaciones rupestres ubicadas en sus paredes por parte de L. Sierra (Alcal-de del Río et al. 1911). Durante el verano de 1931 se desplazaron al lugar T. de Aranzadi y J.M. de Baran-diarán, con el ánimo de explorar las cuevas de los conjuntos del Bortal y Venta Laperra, documentando los grabados reconocidos por Sierra y efectuando sondeos en algunos de estos depósitos (Barandiarán 1958). Las referencias proporcionadas por los exca-vadores del depósito son breves, al considerarse el yacimiento como prácticamente estéril. La cata se efectuó sobre una superficie aproximada de cuatro metros cuadrados, bajo los grabados, en la pared oes-te de la cueva. Se describen cuatro unidades estrati-gráficas, entre las que sólo se incluye una mención cronológica (musteroide) en relación a la más baja unidad D. En una mención posterior (Barandiarán 1953) se cita el yacimiento como «...prehistórico con capas aurinzaciense y musteriense reconocido en 1931 por J.M. de Barandiarán». (op.cit. [redición de 1978: 183-184]). En otras menciones dentro del mis-mo trabajo se localizan citas aisladas a Venta Laperra con referencia a hallazgos musterienses y aurifiacien-ses. Más recientemente (desde 2001) esta cueva está siendo reexcavada por parte de Ruiz Idarraga y d'Errico (2002, 2003, 2004).

Polvorín (Karrantza). Pese a la cercanía de la cue-va de Venta Laperra, cuyas representaciones artísticas fueron reconocidas ya en 1904, no se conoce ninguna actuación arqueológica en la cueva de El Polvorín hasta 1931, año en que Aranzadi y Barandiarán desa-rrollaron en ella una breve campaña de excavación. A tres metros y medio del dintel de la entrada se dispu-so la superficie de excavación, de cuatro metros de longitud y tres de anchura. En el curso de la misma se alcanzaron más de tres metros y medio de cota. Se trata, por lo tanto, de un depósito sedimentario de gran potencia, a pesar de su escasa superficie. Las referencias proporcionadas por los excavadores del depósito son breves, dentro de la memoria de actua-ciones en el Bortal y Venta Laperra (Barandiarán 1958). Se describen siete unidades estratigráficas, entre la A y la G, casi sin indicaciones cronocultura-les. En cuanto a la adscripción general del yacimien-to, nos atenemos, en principio, a la consideración de J.M. Barandiarán: «... Todos los niveles, salvo el pri-nzero, nos recuerdan a un paleolítico superior que puede tener desarrollo más importante en otros sec-tores del yacimiento.» (op. cit., 52). En una mención

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posterior (Barandiarán 1953) se cita el yacimiento como «...Yacimiento con industria de facies auriña-ciense...». (op.cit. [redición de 19781:184). Con oca-sión de la elaboración de la Carta Arqueológica de Vizcaya (Marcos 1982) se efectúa un primer repaso a los materiales depositados, adscribiéndolos estrati-gráficamente de acuerdo al criterio del excavador (cuatro niveles, el superior de los cuales es cerámico y el inferior, musteriense; los niveles II y III serían auriñacienses). A partir de las figuras de los materia-les presentados por J.M. Barandiarán, Ruiz identificó y describió varias azagayas de base hendida corres-pondientes a la segunda unidad descrita, o nivel II (Ruiz 1989). Posteriormente se produjo una nueva publicación de Ruiz (1994) sobre los yacimientos de Polvorín y Venta Laperra.

Kurtzia (Barrika-Sopela). La estación costera de Kurtzia, asociada a los afloramientos de sílex del lito-ral vizcaíno, comparte muchos elementos con otros lugares, como los conjuntos litorales del Laburdi o el cántabro de Ciriego. El principal problema planteado por estas series es su carácter de yacimientos de superficie, sin (o con muy limitadas) secuencias estra-tigráficas. Todos estos problemas afectan al yacimien-to de Kurtzia (en realidad, una serie de distintos aflo-ramientos de material arqueológico como 011agorta, Iturralde, Aspiribie y Kurtzia), descrito principalmen-te en una publicación conjunta (Barandiarán et al. 1960). Entre las unidades detalladas por los autores en aquellos puntos en los que se ha detectado estratigra-fía, es el nivel C 1 (con puntas de retoque simple, ras-padores en extremo de lámina, lasca y hocico, raede-ras, algún buril, puntas y láminas de dorso) el que nos interesa. Este nivel ha sido reiteradamente adscrito al Auriñaciense, partiendo de la definición dada por los autores del trabajo («...En conjunto, la industria lítica de este nivel tiene matiz auriñaciense...») (Barandia-rán et al. 1960). Por otro lado, las diversas excavacio-nes que viene desarrollando el equipo de M. Muñoz en Kurtzia desde principios de los años 80 (Muñoz 1998) solamente han entregado materiales musterien-ses. Es muy probable que en el conjunto de aflora-mientos arqueológicos del área definida por Barandia-rán existan materiales adscribibles al Paleolítico supe-rior inicial, aunque resulte complicado aislar e identi-ficar tales elementos.

Santitnatniñe (Kortezubi). La actuación arqueoló-gica sobre el depósito pleistocénico de Santimamiñe está originada por el hallazgo de pinturas rupestres en el sitio en 1916 y 1917. Tres investigadores (Aranza-di, Eguren y Barandiarán) aúnan sus esfuerzos en 1918 para excavar un gran depósito paleolítico en una cavidad con figuraciones rupestres, en la misma línea de Breuil, Obermaier y otros en El Castillo y Hornos

de la Peña, pocos años antes. Tras localizar el yaci-miento prehistórico situado en la entrada de Santima-miñe, este grupo de investigadores lleva a cabo en 1918 la primera campaña de excavación, que se reno-vará, anualmente, hasta 1926. Las memorias de estas campañas y la descripción de las figuras fueron publi-cadas en sucesivas entregas (Aranzadi et al. 1925, 1931; Aranzadi y Barandiarán 1935; Aguirre 2000). La estratigrafía descubierta en estas primeras campa-ñas de trabajo resulta de un gran interés por cuanto muestra una seriación muy completa de niveles, entre un posible Auriñaciense y algunas ocupaciones histó-ricas en el revuelto superficial. La mayor parte de la superficie de la cueva resulta afectada por estos pri-meros trabajos. De hecho, cuando J.M. de Barandia-rán retorna al yacimiento, en 1960, sólo excavará un testigo de aquella primera actuación que amenazaba con derrumbarse, en la pared sur del área central de la cueva (Barandiarán 1962b). Además de las memorias individuales de excavación y de descripción de las figuras (1976a, 1976b, 1976c, 1976e), en el tomo correspondiente de las Obras Completas de J.M. de Bararuliaraîn (IX) se incluye una recapitulación sobre todos los trabajos llevados a cabo en Santimamiñe (Barandiarán 1976d). En la misma se presenta una visión conjunta y resumida de todos los trabajos desa-rrollados en Santimamiñe, así como una interrelación entre las secuencias de los dos grandes ciclos de excavación ejecutados en la cavidad. Esta recapitula-ción constituye el punto de reflexión fundamental para comprender la secuencia del yacimiento. Dentro de la misma, las unidades que afectan al contenido de este trabajo son los niveles descritos como IX y X, quizás Auriñaciense y Chatelperroniense, aunque sin excesiva seguridad.

Antoliriako Koba (Arteaga). La primera mención de la existencia del yacimiento se debe a J.M. de Barandiarán (1925) que, en una breve nota de 1947 completa la referencia a la cata desarrollada en Anto-liñako Koba en 1923, en la que se citan niveles paleo-líticos. Con mucha posterioridad, J.C. López Quinta-na recuperaba algunos materiales arqueológicos solu-trenses expoliados de esta cueva, lo que conduce al sondeo (1995-1996) del lugar por parte de M. Agui-rre. De manera ininterrumpida, desde 1997 hasta la fecha se vienen sucediendo campañas de excavación en Antoliñako Koba (Aguirre 2000). Bajo una intere-sante secuencia estratigráfica Magdaleniense y Solu-trense, se localizan varias unidades adscritas a momentos del Paleolítico superior inicial, de muro a techo: Complejo de base (niveles A-c: Ljk-Mn-Smc), quizás adjudicables al Auriñaciense antiguo; Nivel Sm-Lmbk inf-Smb, Auriñaciense, probablemente evolucionado; Nivel Lmbk sup, datado en 27.390 ± 320 BP y adscrito al Gravetiense; Nivel Lab, nueva-

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mente Gravetiense, aunque incluye puntas foliáceas solutrenses en algún tramo.

Axlor (Duna). El sitio de Axlor fue descubierto por J.M. de Barandiarán en 1932, cuando recoge y publica algunos elementos líticos de este abrigo, que adscribe al Musteriense (Barandiarán 1932, 111). En 1967, el mismo Barandiarán se decide a abordar la excavación sistemática de Axlor, encontrándose ya los niveles superiores del abrigo muy alterados por remociones efectuadas por pastores, que llegaron a vaciar hasta dos metros de sedimento en algunas áreas. Las excavaciones tienen lugar entre 1967 y 1974. Las memorias de excavación fueron publicadas anualmente, en primer término, y de modo recopila-do después (Barandiarán 1980) en las Obras Comple-tas del autor. Barandiarán recoge en sus trabajos la referencia de ocho unidades estratigráficas, las dos superiores (I y II) prácticamente desmanteladas por la actividad incontrolada ya citada anteriormente. Des-de la unidad III hasta la IX, se citan ocupaciones mus-terienses del abrigo, en un modelo de habitación similar al de Lezetxiki, si bien con una densidad de hallazgos muy superior. A partir de 1999, primero corno actividad de salvamento y luego en campañas sistemáticas, vienen desarrollándose nuevas campa-ñas de excavación en Axlor, bajo la dirección de González Urquijo e Ibáñez Estévez (2003, 2004). Además de nuevos (abundantes) materiales líticos y faunísticos, esta reexcavación está permitiendo obte-ner algunas fechas de C14 y nuevas muestras que ayudarán a la caracterización completa del sitio.

3.4.5. Gipuzkoa

El territorio más oriental dentro del medio cantá-brico incluye una buena variedad de sitios con intere-santes estratigrafías para definir las situaciones de tránsito entre Paleolítico medio y superior.

Lezetxiki (Arrasate). Descubierto en 1927 por J. Jauregui, este yacimiento será excavado, en primera instancia, por J.M. de Barandiarán, con diversas cola-boraciones, entre 1956 y 1968 y da lugar a numero-sas publicaciones (Barandiarán 1960, 1963, 1964, 1965a, 1965b; Barandiarán y Altuna 1966, 1967a, 1967b, 1970; Barandiarán et al. 1959; Barandiarán y Medrano, 1957). La serie de niveles detallada (con una profundidad de hasta nueve metros), la existencia dentro de ella de un proceso particular de transición Paleolítico medio/ superior, y la presencia de restos fósiles humanos han permitido que este sitio constitu-ya una de las obligadas referencias de la investiga-ción cantábrica (Fig. 3). La caracterización de los niveles transicionales (IVc, IVa y IIIa) como muste-rienses, Auriñaciense arcaicos o auriñacienses anti-

Figura 3. Vista de Lezetxiki (Foto A. Arrizabalaga).

guos ha consumido buena parte de los debates en tor-no a Lezetxiki, lo mismo que la valoración de las dataciones obtenidas en 1990 por el laboratorio de Geocronología del Institut de Paléontologie Humaine de Paris para sus niveles basales. Pretendiendo acla-rar estas circunstancias, uno de nosotros viene exca-vando en varios puntos de Lezetxiki desde 1996 (Arrizabalaga 1997, 1998c, 1999, 2000b, 2001, 2002, 2003, 2004b; Arrizabalaga et al. 2005). En líneas generales, el actual estado de las investigaciones per-mite corroborar las consideraciones avanzadas por Barandiarán en la excavación clásica, configurándose una transición entre el Musteriense y el Paleolítico superior poco característica y progresiva, marcada por la adición de sucesivos elementos tecnológicos y culturales a unos conjuntos industriales "arcaizantes" marcados por el peso abrumador de los elementos de sustrato. Elementos de sustrato a los que se incorpo-ran, de modo claro, por ejemplo componentes lepto-líticos que marcan una cadena operativa laminar (que convive con otra que produce puntas levallois).

Labeko Koba (Arrasate). Aunque el yacimiento ya se conocía desde 1973 como punto de interés paleon-tológico, su investigación se precipitará como conse-cuencia del trazado de la Variante de Arrasate, que comportó, en último término, la destrucción de la cavi-dad. Bajo la dirección de uno de nosotros (A. Arriza-balaga) se desarrollará una excavación de urgencia, según un detallado protocolo, a lo largo de dieciséis meses (1987 y 1988). Los resultados de esta interven-ción fueron publicados en diferentes avances y en una memoria completa (Arrizabalaga y Altuna 2000). El conjunto de la secuencia de Labeko Koba es objeto de esta exposición, desde el nivel IX inferior (breves ocu-paciones chatelperronienses), hasta la serie de unida-

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des VI a III (Auriñaciense antiguo), pasando por el nivel VII, adjudicado al Auriñaciense arcaico.

Ekain (Deba). En 1969, A. Albizuri y R. Rezábal, del Grupo Antxieta de Azpeitia desobstruyeron una pequeña galería en la cueva, localizando las figuras rupestres. Poco después, miembros de este grupo, J.M. de Barandiarán y J. Altuna practicaron una cata en la boca de la cavidad, planeando inmediatamente la excavación arqueológica del depósito. Ésta se desarrolló a lo largo de seis campañas, las tres prime-ras (1969-1972) bajo la dirección de J.M. de Baran-diarán y las tres restantes (1973-1975), bajo la de J. Altuna. Esta modalidad de desarrollo de la excava-ción origina ciertas diferencias en el tratamiento del. depósito, en la estratigrafía adjudicada y los materia-les obtenidos, que resultan claramente explicitadas en la memoria final de la excavación (Altuna y Merino 1984). Además de esta memoria, contamos con una síntesis sobre los resultados de todas las campañas de excavación (Barandiarán y Altuna 1977), en la que se detallan los resultados industriales y estratigráficos de las mismas. A destacar, las unidades inferiores con materiales pobres, pero indicativos, de ocupaciones chatelperron.ienses y auriñacienses.

Anialda (Zestoa). J.M. de Barandiarán descubrió el yacimiento en el curso de una prospección, en 1927, y como tal, consignada en sus primeros catálo-gos de yacimientos arqueológicos (Barandiarán, J.M., 1946, 1953). En todo caso, la referencia a Amalda en estas menciones y en alguna referencia posterior, previa a la excavación reciente (Barandia-rán, I., 1967; Altuna 1972), no pasa de recordar la mención de materiales de un presunto Paleolítico superior en el lugar. La primera ampliación notoria de información proviene de la Carta Arqueológica de Guipúzcoa (Altuna et al 1982) y de las anotaciones en la revista Arkeoikuska de 1981-82, 1983 y 1984.. La Carta Arqueológica de Guipúzcoa de 1982 presen-ta los resultados preliminares de la excavación (en curso en aquella fecha), con los principales datos estratigráficos del yacimiento. El primer número de la revista Arkeoikuska (1981-82) desecha ya la posi-bilidad de que exista una ocupación Castelperronien-se en Amalda, sospechada inicialmente por la presen-cia de varias puntas de Chatelperron entre el techo del nivel Musteriense y la base del Gravetiense. La últi-ma campaña, detallada en el número de Arkeoikuska de 1984, describe ya la estratigrafía que será publica-da en la memoria final de la excavación: un nivel musteriense (VII), dos perigordienses (VI y V), uno solutrense, uno de la Edad del Bronce, otro tardorro-mano y, finalmente, vestigios medievales. La excava-ción arqueológica de Amalda se desarrolló entre los veranos de 1979. y 1984, bajo la dirección conjunta de

J. Altuna y A. Baldeón. A lo largo de las seis campa-ñas sucesivamente efectuadas, fue excavada una amplia superficie del depósito, aunque a distintas alturas debido a las discontinuidades cuantitativas y cualitativas en las condiciones del depósito.

Aitzbitarte III (Errenteria). En este significativo yacimiento, muy próximo al clásico de Aitzbitarte IV, ha venido desarrollando excavaciones desde 1985 a 2002 el equipo de J. Altuna. El desarrollo de estas investigaciones puede ser seguido puntualmente a partir de los informes remitidos (Altuna 2002, 2003). Los trabajos han sido articulados en torno a dos áreas, una de ellas interior y otra exterior, siendo esta última la que ha proporcionado informaciones más determi-nantes. De los mencionados informes puede deducir-se la presencia en el sector exterior de materiales correspondientes, tanto al Magdaleniense, como al Solutrense, a una excepcional ocupación Gravetien-se, de la variedad caracterizada por la abundancia de buriles de Noailles (nivel IV), que se encuentran a cientos en este nivel, y al menos un nivel Auriñacien-se (niveles Va y Vb). El nivel superior, entre estos últimos, es el que ha entregado las dataciones en tor-no al 31.000 BP consignadas en el capítulo de crono-logía.

4. EXPLOTACIÓN ECONÓMICA DEL MEDIO

4.1. Aprovisionamiento de materias primas líticas

Sin duda, uno de los grandes "descubrimientos" de los estudios paleolíticos en los últimos 20 años es el estudio y localización de las fuentes de materias primas empleadas en los yacimientos (Geneste 1992; Karlin 1992). Sin embargo, debemos advertir que en la literatura científica, cuando se trata de materias pri-mas se suele dedicar el trabajo al sílex, siendo el res-to de materias primas relegadas a un segundo plano, cuando no al olvido. Esto se debe a que en las regio-nes en donde se realiza con profusión este tipo de estudios el sílex es muy abundante y otro tipo de materia prima, excepcional. Con este encuadre, debe-mos ubicar la Cornisa Cantábrica, de la que se ha comentado desde antiguo que existía poco sílex y de mala calidad. Por ello, los estudios sobre la localiza-ción y origen de las materias primas en esta región son muy reducidos. Además, éstos se han realizado con metodologías diferentes, por lo que son compara-bles sólo parcialmente, existiendo lagunas regionales como en Asturias, en donde no hay trabajos para los tecnocomplejos tratados aquí, con lo que una síntesis regional resulta un ejercicio difícil. También debe-mos recordar la geografía original de la Cornisa can-

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tábrica, más montañosa hacia el oeste y con diferente sustrato geológico.

Los trabajos sobre materias primas en la región también se han centrado en el sílex, ya que la localiza-ción de otras materias primas es, a priori, un trabajo más sencillo. Para los trabajos de localización de las fuentes de aprovisionamiento de sílex hay que destacar una serie de limitaciones de las que partir: la orografía de la región y la dispersión del sílex (sobre todo en la zona central de la cornisa), así como el difícil acceso a muchos de los afloramientos, que hacen que el estudio sea realmente complicado. Pese a ello, disponemos de algunos trabajos, tanto en el País Vasco (Tarriño 2000, 2001), como en Cantabria (Sarabia 1999a).

Para el País Vasco y el periodo que nos ocupa, disponemos del estudio realizado en Labeko Koba (Tarriño 2000), en el que se analiza el origen de las materias primas de los diferentes niveles que inclu-yen el Chatelperroniense, el Auriñaciense arcaico y el Auriñaciense antiguo. Tres son las variedades de sílex empleadas en el yacimiento: Urbasa, Treviño y Flysch. El sílex de Urbasa se encuentra en el borde norte de la sierra de Urbasa entre el Puerto de Liza-rraga y el limite provincia entre Navarra y Álava a unos 40 km. al sur del yacimiento. El sílex de tipo Treviño se encuentra en los afloramientos de los car-bonatos lacustres Miocenos del Sinclinal de Miran-da-Treviño a unos 50/60-Km. al sur de Labeko Koba. Por último, el sílex de tipo Flysch, cuyos afloramien-tos más cercanos están en las turbiditas del Sinclino-rio vizcaíno entre Getxo y Gernika, a unos 60/70 Km. al norte del yacimiento. Estas tres fuentes de materias primas también son empleadas en el Muste-riense Final de Axlor, dicho yacimiento tiene el sílex del Flysch a 30 Km. al norte y los tipos Urbasa y Tre-viño a 40/50 Km. al sur (González Urquijo et al. 2006).

En Labeko Koba, el tipo de sílex más empleado es el de Urbasa en los niveles VII (Auriñaciense arcai-co) y V (Auriñaciense antiguo), mientras que el de tipo Treviño lo es en el nivel VI y IV (ambos Auriña-ciense antiguo). El sílex de tipo Flysch es el más abundante, pese a ser el más lejano geográficamente en el nivel IX (Chatelperroniense). Este tipo de sílex tiene una presencia casi testimonial en muchos de los niveles de Labeko Koba, pero adquiere proporciones importantes en aquellos niveles con escasos efectivos líticos como el propio nivel IX —en donde es el más abundante— o el nivel VI (Auriñaciense antiguo) (Tarriño 2000).

En la Comunidad de Cantabria encontramos una dicotomía en el empleo de materias primas, así en la

mitad oriental el sílex es más abundante en los con-juntos líticos (p. ej. Cueva Morín, El Ruso o El Ote-ro), mientras que en la zona occidental y Asturias su presencia es menor (p. ej. El Esquilleu). En Cantabria se han identificado hasta un total de 28 variedades de sílex (Sarabia 1999a). Este hecho, contrasta fuerte-mente con las variedades de sílex identificadas en el País Vasco. Creemos que el empleo de diferentes metodologías de estudio son las causantes de esta diferencia tan abrumadora. El hecho de realizar la identificación mediante análisis macroscópicos en Cantabria puede haber provocado la identificación de numerosas variedades de sílex, que en un estudio microscópico pueden definirse con mayor precisión. La mayoría de los afloramientos en los que se puede hallar sílex corresponden al Cretácico inferior (Aptiense/Albiense), Cretácico superior (Senoniense) y Terciario. El sílex de mejor calidad y más abundan-te en los valles centrales es el correspondiente al Cre-tácico superior, que se ubica en la zona costera de la ciudad de Santander. En cuanto a la zona oriental de Cantabria, pese a no tener estudios específicos, el sílex de tipo Flysch es muy abundante, por ejemplo, en el Auriñaciense evolucionado de El Otero.

Debemos constatar que en los yacimientos estu-diados como Cueva Morín o El Castillo (Sarabia 1999a, 1999b), las fuentes de aprovisionamiento están en un radio de 10/15 Km. Esto marca una dico-tomía importante en relación con el modelo que aca-bamos de describir para Labeko Koba, en donde exis-tía un territorio de captación de más de 50 km de dis-tancia del yacimiento, no sólo para el Auriñaciense antiguo, sino para el arcaico y el Chatelperroniense, o incluso para el final del Musteriense de Axlor (Tarri-ño 2003) y Lezetxiki. Por el contrario, en Cantabria, encontramos cierta "localización" en la captación de la materia prima en apenas una decena de kilómetros de radio distancia. Aunque este hecho no indica un territorio de adquisición de recursos menor, sí lo parece para el sílex, aunque podemos afirmar que se captan aquellas materias primas adecuadas a las acti-vidades que se van a realizar. Esto explicaría porqué en El Castillo la materia prima principal es la cuarci-ta de grano muy fino con la que se tallan hojitas en el nivel 16 (Cabrera Valdés et al. 2002), y en Cueva Morin se emplea de forma mayoritaria el sílex (Gon-zález Echegaray 1971a, 1973), estando ambas cuevas separadas por escasos 15 km.

El resto de materias primas como la cuarcita, la arenisca o la caliza se encuentran en posición secun-daria, por lo que no conocemos su origen. Debemos añadir que la red fluvial de la Cornisa Cantábrica pro-voca que muchas terrazas pleistocenas hayan sido erosionadas, con lo que tampoco tenemos la certeza

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de que los afloramientos secundarios localizados en la actualidad sean los empleados en la transición entre el Paleolítico medio/ superior y el Auriñacien-se.

4.2. Dieta y alimentación: recursos y especializa-ción cinegética

Junto al estudio de los restos de industria, el aná-lisis de la fauna, y su significado económico y ecoló-gico, nos permite considerar las culturas de un modo más amplio y comprender mejor su evolución. Los grupos humanos durante el Pleistoceno tuvieron una economía depredadora en la que dependieron de los recursos del medio ambiente. En este sentido, un fac-tor que a veces se tiende a olvidar es precisamente la relación cazador-presas. Durante el largo tiempo en que los grupos humanos poseyeron una economía depredadora, éstos no tuvieron control directo sobre la capacidad reproductora de sus presas, por lo que tuvieron que adaptar su economía a las tendencias reproductivas naturales de las mismas. Es lugar común entre los prehistoriadores el hablar de cômo las mejoras técnicas implican una mayor y más abun-dante caza, lo que permite un mayor crecimiento demográfico. Sin embargo, esta ecuación no parece exacta. Una economía deprededadora se basa en unos recursos limitados por las posibilidades del medio ambiente, por lo que un aumento de las piezas caza-das se traduce también en un descenso de las piezas potenciales (Colinvaux 1983). Se produce la parado-ja de que un aumento de la tecnología cinegética se debe traducir en un mayor control social del grupo humano sobre estos recursos, pues un uso indiscrimi-nado de los mismos actuaría de forma negativa sobre el grupo, reduciendo sus posibilidades de superviven-cia. Así, se van produciendo los modelos de «socie-dades opulentas» con un tiempo bajo de obtención de recursos y reorientando el tiempo restante en activi-dades de socialización del grupo (Sahlins 1972; Lee 1968), llegando al extremo de los pueblos de pesca-dores-recolectores de la Costa Noroeste de Nortea-mérica, con su sistema de redistribución o «Potlach» (Suttles 1968). De esta forma, los cambios demográ-ficos se presentan como un proceso enormemente delicado y sólo se podrán producir sin riesgo para la supervivencia cuando el grupo humano controle los recursos (cf. la ganadería o la agricultura) o cuando sea posible el envío de excedentes de población a otras áreas vírgenes (cf. el Norte de Europa en el Postglaciar). En áreas como el Suroeste de Europa, de la que forma parte la Región Cantábrica, la densidad de población no debió de cambiar de forma importan-te durante el Pleistoceno, manteniéndose la relación presa-depredador. La aplicación de modelos de baja densidad de población y fuerte movilidad se presenta

como una alternativa para comprender los cambios culturales pleistocenos.

El emplazamiento conocido de los yacimientos en el Paleolítico superior antiguo parece reflejar la mis-ma situación de los asentamientos musterienses (Freeman 1973), localizándose a lo largo de la estre-cha franja costera del Mar Cantábrico, ocupando la zona de bajas colinas de la Marina y llegando hasta los bordes de la cordillera cantábrica. Aunque basán-dose en aproximaciones, la información disponible indica una muy baja densidad de población durante el Musteriense cantábrico (Butzer 1986). La presencia de los yacimientos musterienses se sitúa mayoritaria-mente en los anchos valles de regiones montañosas de baja altitud (Cabrera Valdés y Bernaldo de Quirós 1992). La presencia de depósitos a lo largo de los ríos en los valles interiores, en altitudes entre 300 y 100 metros, son la evidencia que nos sugiere unas estrate-gias de subsistencia más especializada como la caza de la cabra. Butzer (1986) observó que las proporcio-nes de los tipos de asentamiento eran similares para el Paleolítico Medio y el superior. En cada caso, un ter-cio de los yacimientos son asentamientos interiores (9 de los 27 yacimientos del Paleolítico superior inicial conocidos, y tres de los 9 musterienses). Por otro lado los cálculos de Straus (1983) y Clark (1983) y la den-sidad de útiles (por volumen de sedimento), así como la recurrencia en la ocupación del yacimiento sugie-ren cambios de asentamiento a través del tiempo.

Los aportes más importantes y más directamente relacionados con la alimentación son los restos de fauna. En primer lugar, tenemos que hacer una serie de consideraciones sobre la importancia relativa de estos restos. La presencia de huesos de animales en un yacimiento paleolítico se debe a dos causas prin-cipales. Por un lado, tenemos los animales cuya exis-tencia en una ocupación humana se debe a la acción selectiva del cazador sobre el medio ambiente. Por otro lado, están los animales que viven en el yaci-miento de forma natural, bien coexistiendo con el hombre o bien ocupando la cueva cuando se produce su abandono. Partiendo de estas consideraciones vemos cômo vamos a tener dos conjuntos cuya importancia económica es desigual. Una categoría es la de los elementos aportados por el hombre, consti-tuyendo el reflejo cultural del medio. La otra repre-senta el biotopo específico y natural de la cueva.

Como en los demás periodos del Paleolítico supe-rior, los biotopos terrestres son los más utilizados, con alternancias entre ellos basados en la variedad de los tipos de yacimientos. El uso de recursos marinos es por el momento conocido pero sin la intensidad que veremos en el Magdaleniense. La presencia en

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algunos yacimientos de conchas de Patella, Littorina, Pecten o Septa nos indica que estos biotopos se apro-vechaban, aunque los yacimientos situados en la cos-ta de este momento se encuentran en la actualidad sumergidos. Más espectacular es el hallazgo en la Unidad 18 de la Cueva de El Castillo de un diente de cachalote (Phvsiter racrocephalus), seguramente procedente de un animal muerto en la costa, hecho éste habitual en la región. Los grandes mamíferos como Manunuthus están presentes en Castillo 1.8b, y Dicerorhinus en Castillo 18b, 18c y en la Unidad 20, Otero 5 y Conde B, así como Coelodonta en Lezetxi-ki o Labeko Koba. La presencia de rinocerontes esta basada fundamentalmente en la presencia de molares, lo que indica una importante selección y quizás su transporte como trofeos. Los carnívoros son habitua-les en todos los yacimientos. Debemos en primer lugar considerar que los restos de Ursus spelaeus deben en la mayoría de los casos de provenir de ani-males muertos en el propio yacimiento, al utilizarlo como lugar para pasar los inviernos. Otros como el lobo (Canis lupus), el zorro (Vulpex vulpex), Felidae, Panthera, Gulo, Mustela o Meles aparecen en los yacimientos representados por huesos de la cabeza y las extremidades, reproduciendo el clásico modelo de los animales utilizados por su piel. La presencia de Hyaena en yacimientos como Castillo 18b o Labeko Koba se sitúa en la parte superior de los niveles, en el área más rica también en restos de microfauna proce-dente del alimento de las rapaces, indicando el momento de abandono por los humanos y su uso por éstas y los carroñeros.

Considerando las cantidades de animales repre-sentados en cada yacimiento y relacionándolas con la cantidad de carne que éstos aportan, podemos com-probar (Bernaldo de Quirós 1982) que la carne repre-senta una cantidad limitada y que podernos observar una cierta distinción entre niveles, pocos con mucha cantidad y muchos con poca. Esto nos permite propo-ner una cierta dicotomía entre los yacimientos, con algunos de ellos utilizados por la generalidad del gru-po, y otros ocupados por un segmento del mismo. Esta alternancia también presenta algunos yacimien-tos con caza especializada, cuyo mejor ejemplo son lugares como el Conde, especializados en la caza de cápridos (Bernaldo de Quirós 1982). Yacimientos con caza especializada en ciervos se detectan también en este momento, corno en la cueva de El Castillo (Cabrera Valdés 1984; Dari 2003), con una importan-cia numérica que ha sido confirmada en las recientes excavaciones. Por desgracia, no son muchos los yaci-mientos que puedan equipararse a éste. Sin embargo, esto nos permite identificar el modelo clásico de ocu-pación de grupos de fusión-fisión. Con yacimientos de agregación, generalmente grandes en superficie,

ricos en industria y restos de fauna (generalmente de ciervo) como El Castillo y otros de disgregación, ocupados por algunos individuos, con menos variabi-lidad tipológica y en los que los restos de fauna pre-sentan cantidades equilibradas de ciervo y otros ani-males. En esta categoría podríamos incluir Morín, Lezetxiki, o el Otero, junto a ocupaciones muy efíme-ras (Ekain). El tercer grupo es el ya citado de los yaci-mientos especializados en la caza de cabras corno Rascaño o el Conde.

La aparición relativa de las distintas partes del esqueleto nos permite deducir la existencia de toda una serie de actividades encaminadas hacia un mejor aprovechamiento de las piezas cazadas. En primer lugar, el despiece de los animales (butchery) repre-senta una serie de ventajas en relación con el trans-porte de los animales. El abandono de partes del ani-mal sobre el terreno de caza implica una economía de peso, pues se aportarían al campamento las partes más ricas en recursos alimenticios, evitando pesos muertos, para conseguir así un mejor rendimiento por pieza cazada. El estudio de las marcas encontradas en los huesos, fundamentalmente en forma de cortes o incisiones provee un importante campo de contraste de las técnicas de descuartizamiento y carnicería de un animal. Este tipo de estudios ha sido utilizado des-de hace mucho tiempo como prueba de las activida-des antrópicas sobre los restos óseos. Sin embargo, fue el trabajo de Binford (1981) el que planteó la sis-tematización de un estudio de las marcas y cortes sobre los huesos.

Tenemos que considerar siempre que los grupos humanos paleolíticos vivían en gran medida de la caza, por lo que sus técnicas deberían alcanzar un máximo de efectividad con un mínimo de esfuerzo. La economía en el transporte de los productos de la caza, desde el lugar de abatimiento al campamento, debe evitar pesos muertos y, por otro lado, determinar el aprovechamiento máximo del animal, tanto en sus productos alimenticios (carne y grasa) como en las partes con valor utilitario (cuernos y piel). Así, podrían obtener el mejor partido de los animales y su beneficio ser máximo. De esta forma, tendríamos un modelo básico: separación de las extremidades del esqueleto axial y transporte del animal en cuartos. Las variaciones estarán, entonces, en el aprovecha-miento de partes del animal destinadas a otras activi-dades, como la piel, los tendones, etc.

Ecológicamente, consideramos que las especies presentes en los yacimientos de este momento se pue-den situar en tres tipos de biotopos. El ciervo y el cor-zo representan un biotopo forestal, boscoso. El caba-llo y los grandes bóvidos representarían el campo

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168 VICTORIA CABRER.A VALDÉS, ALVARO ARRIZABALAGA VALBUENA, FEDERICO BERNALDO DE QUIRÓS GUIDOTTI, Y JOSÉ MANUEL MALLO FERNÁNDEZ

abierto, pradera o braña, mientras que la cabra y el. rebeco indicarían uno rocoso y abrupto. Se ha escrito mucho sobre la ecología de estos animales y sobre su validez. Desgraciadamente, estas especies están todas (salvo el corzo y el rebeco) extinguidas de forma natural en la región cantábrica. Sin embargo, pode-mos caracterizar su ecología y comportamiento com-parándolos con zonas donde se conservan en la actua-lidad. Un aspecto que nunca debemos olvidar es que las características fisiográficas de la región cantábri-ca y la situación de los yacimientos permiten con un mínimo esfuerzo acceder a cualquiera de estas áreas geográficas desde la mayoría de los yacimientos, con lo que su eventual significado climático debe ser con-siderado siempre con extrema prudencia (Bernaldo de Quirós 1980, 1982).

En este sentido analizarnos las presencias de los diferentes animales, atendiendo al número de anima-les identificados y su presencia por yacimientos. Los datos, en general, nos presentan dos modelos. El pri-mero vendría representado por el ciervo, del que tene-mos presencia de muchos ejemplares en la mayoría de los yacimientos, estructura que por otro lado es común a las diferentes etapas, atestiguándose desde el Musteriense al Paleolítico superior final. Esta estructura contrasta con la representada por las demás especies, como el corzo, el gran bóvido, el caballo y el rebeco, con pocos animales en la mayoría de los yacimientos. Si consideramos que el número de yaci-mientos es aproximadamente el mismo, debemos considerar la existencia de diferentes actitudes en relación con estos animales. La clave nos la indica la cabra, presentando la doble tendencia, pues si bien es numerosa en pocos yacimientos también está repre-sentada por pocos animales en muchos yacimientos. La existencia de «cazaderos» especializados, como Rascaño, El Conde o Amalda, nos permite considerar que en el caso del ciervo podríamos encontrar tam-bién especialización en su caza. La existencia de especialización en la caza de los ciervos, durante el Magdaleniense, fue propuesta por Freeman (1973). y Altuna. Sin embargo, vemos que esta tendencia no es exclusiva del Magdaleniense, pues ya se detecta en el Auriñaciense.

La comparaciôn entre los resultados del análisis ecológico y la topografía del área circundante nos permitirá establecer el «territorio» controlado por cada yacimiento. Este último presenta dos áreas fun-damentales de la que obtiene sus recursos. Una, el territorio propiamente dicho, representaría el área de recursos cercanos y cotidianos; otra, el área de capta-ción, sería un concepto más amplio, al contener tam-bién los territorios de otros yacimientos ocupados por el grupo humano en sus desplazamientos. El desarro-

llo de técnicas de análisis de fuentes de materias pri-mas líticas permite explicar este modelo.

Estas áreas pueden ser extensas o restringidas. Según los paralelos etnográficos (Cambell 1968; Bin-ford 1.983), los grupos cazadores presentan una máxi-ma movilidad dentro de un área. En ella tienen varios campamentos de carácter estacional o temporal e, incluso, algunos lugares funcionales como talleres, cazaderos, etc. De esta forma, se van creando áreas de habitación con caracteres que varían de una a otra. Cada uno de los campamentos tiene una zona de cap-tación, esta zona o «territorio» tendrá dimensiones variables según sea su orografía y la naturaleza de los recursos. Durante el Paleolítico superior, según los datos ofrecidos por la fauna, vemos cómo existieron suficientes recursos para mantener poblaciones de tamaño medio (Jochim 1976). Junto a las limitacio-nes puramente geográficas, tenemos que considerar también que la distancia recorrida por los cazadores no debe ser muy grande, pues de otro modo sería más económico trasladar el campamento.

Hasta el momento actual hemos analizado los yacimientos desde una perspectiva exclusivamente económica, considerando su «territorio» y el área donde obtienen sus recursos. Sin embargo, al hablar de territorio debemos considerar que cada mínima unidad arqueológica de un yacimiento representa, cuando menos, una ocupación humana, y que el gru-po humano no es estático, sino que utiliza y ocupa diferentes yacimientos, o incluso el mismo en espa-cios de tiempo mínimos y recurrentes. Como vimos anteriormente, los grupos de cazadores-recolectores presentan una economía dinámica, con una serie de movimientos hacia diferentes lugares, movidos por factores variables. Este modelo dinámico representa la estructuración de los diferentes lugares dentro de un esquema básico. En los modelos etnográficos observarnos una dicotomía entre campamentos base o hábitats principales y otros yacimientos orientados hacia funciones específicas. Este mismo esquema indica, así, la existencia de grandes hábitats que se ocupan en determinadas épocas del año y que se abandonan para ocupar otros de menor tamaño. Estos últimos presentan una variedad muy amplia: van des-de cazaderos especializados, a talleres y a hábitats complementarios de segmentos del grupo.

En este sentido podemos conocer a través de los análisis de crecimiento de los dientes la presencia de una estacionalidad, que nos implica la existencia de una organización y una jerarquización de los yaci-mientos dentro de un modelo especifico de gestión del territorio. Los resultados de los análisis de creci-miento de los dientes realizados por A. Pike-Tay

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(Pike-Tay et al. 1999) sugieren unas capturas anuales a lo largo del musteriense y del Auriñaciense de Tran-sición de El Castillo. A pesar de esto, los patrones estaciónales de la muestra Musteriense difieren en algo de la muestra de la Unidad superior. La mayoría de los animales fueron cazados desde finales de oto-ño hasta la primavera o comienzos del verano (i.e. fases del cemento de crecimiento completo, bajo cre-cimiento, temprano crecimiento) en los niveles Mus-terienses, y del invierno hasta la primavera (bajo cre-cimiento y temprano crecimiento; un período estacio-nal ligeramente más limitado) en el Auriñaciense de Transición. Mientras que todos los grupos están representados, los animales adultos jóvenes dominan los conjuntos. En Cueva Morín los resultados de estos análisis sugieren que los animales se cazaron durante el final del otoño y/o el invierno durante el Musteriense y el Auriñaciense Antiguo.

Los modelos de gestión del territorio se corres-ponden, de forma general, con los datos de grupos de cazadores-recolectores actuales (Cambell 1968; Bin-ford 1983; Lee y De Vore 1968; Yellen 1977). En él se debe considerar también la «duración» de la ocu-pación. Es este un concepto difícil de cuantificar. Es conocida la expresión, común entre los arqueólogos, de que el resultado es el mismo si cien personas ocu-pan un día el yacimiento que si una persona lo ocu-pa durante cien días. Sin embargo, esto no es siem-pre verdad. La temporalidad del yacimiento está en función de otros factores. Uno sería la limitación física del yacimiento. Grandes cuevas, como la Cue-va de El Castillo, pueden albergar un número alto de personas, otras, como Cueva Morín, Lezetxiki, el Otero, Rascaño, etc., no presentan un espacio habita-ble suficiente. Otro factor puede ser, si se aplica crí-ticamente, la presencia de elementos estilísticos. Este factor es uno de los utilizados por M. Conkey (1980) para su análisis de Altamira como lugar de agregación, así vemos como El Castillo se presenta como un importante lugar donde podemos detectar la presencia de elementos estilísticos. Otro factor podría venir de la propia presencia de los elementos de la cadena técnica, tanto lítica como ósea. Estas cadenas no aparecen siempre completas en los yaci-mientos. La cadena técnica ósea, si bien no está per-fectamente estudiada, nos aporta un ejemplo claro. La presencia de instrumentos como las azagayas o los arpones no siempre están acompañados del sufi-ciente número de varillas, astas trabajadas, etc. como su número dejaría entender, por lo que su fabricación no se ha realizado in situ sino que ya se han llevado fabricadas al yacimiento, indicando que las diferen-tes fases de la cadena técnica se han realizado en varios lugares.

Esta variación en la estructura del grupo se pre-senta de forma variada, pero repetida, en los estudios antropológicos. Junto a explicaciones económicas, vinculadas con un mejor aprovechamiento de recur-sos no renovables por la acción directa del grupo humano, se apoyan también en un sistema de control social. Las agrupaciones y disgregaciones del grupo se inscriben dentro de un modelo relacionado con la liberación de tensiones internas (Godelier 1989). La convivencia constante de todos los individuos del grupo tiende a generar tensiones internas que pueden llegar a crear conflictos. Una separación, siquiera temporal de los mismos, libera estas tensiones y evi-ta que se acumulen, lo que puede poner en peligro la estabilidad del grupo. No parece casualidad que gru-pos con una economía principalmente depredadora, pero sedentarios, como los highlanders de Papúa o los Amazonios, se encuentren entre las poblaciones más violentas, en las que la guerra intergrupos actúa como motor de liberación de estas tensiones. Por otro lado, debemos considerar que existen relaciones supragrupales que actúan como factores favorecedo-res de la viabilidad genética. Estas relaciones, que permiten el intercambio de elementos reproductores, posibilitan la supervivencia global de los grupos a la vez que refuerzan la cohesión interna de las socieda-des (Wobst 1976).

De esta forma, podemos situar el problema de una forma general. Los niveles arqueológicos de los yací-mientos representan ocupaciones puntuales, situadas no sólo en la gran escala del tiempo sino también en una escala anual o mensual. El problema nos hace volver considerar a los yacimientos arqueológicos como representaciones de momentos y no de un con-tirutuin. Así pues, debemos plantearnos que el objeti-vo actual de la Prehistoria se debe orientar hacia el conocimiento de estos «momentos» y, de esta mane-ra, ver cómo los yacimientos se ocupan y abandonan, no de forma nómada y aleatoria sino dentro de esque-mas y modelos de ocupación del territorio social de los grupos humanos. En los estudios sobre Rascaño o Ekain, Altuna (1981; Altuna y Mariezkurrena 1984, 1985) encuentra un modelo que no se puede interpre-tar siempre como estacional, pero que tampoco per-mite hablar de una ocupación continuada, aunque si implica momentos de abandono de la cueva. La pre-sencia, habitual, de restos de egagropilas procedentes de la alimentación de las rapaces indica que éstas ocuparon la cueva en alternancia con los grupos humanos. El conocimiento de esta estructuración es el marco de referencia sobre el que situar nuestro nivel de conocimiento. La existencia de una estructu-ración es también un elemento de la cultura humana. La complejidad o simplicidad de esta estructura es reflejo de la propia complejidad o simplicidad de la

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cultura. Una sociedad no es sólo compleja porque nos presente un arte desarrollado, o unas cadenas técnicas elaboradas. También lo es si su estructura social es compleja. La comprensión de los cambios estilísticos o técnicos sólo se pueden entender dentro de socieda-des en las que el control social es elevado, en las que existe una relación social de pertenencia y exclusión de «los otros».

Como vernos, este marco nos presenta un modelo de posibilidades, detectables mediante análisis deta-llados de la industria y los restos de caza, que nos per-mitirán analizar igualmente la estructura social de los grupos paleolíticos. También nos debe poner en aviso sobre la movilidad de los grupos humanos. La pre-sencia de recursos en un área determinada no obliga, como dijimos al principio, a su sobre-explotación sino más bien a un control social de los recursos. En un trabajo clásico de revisión, Binford nos pone en aviso sobre la dificultad de interpretar un espacio de 300.000 Km' con una excavación de varios metros cuadrados (Binford 1983). En este mismo trabajo presenta desplazamientos realizados por un grupo Nunamuit de más de 200 Km en un año (Binford 1983, Fig. 49). También se comparan los territorios de los Nunamuit o los bosquimanos G/wi con el área clásica del Musteriense de la Dordoña (Binford 1983, Fig. 51), así como,la suma de áreas de ocupación que un miembro de estos grupos visitaría en un año. Esta representa mas de 13.000 Km' (casi la extensión de Cantabria y Asturias juntas) (Binford 1983, Fig. 52).

La estructuración del territorio en la región cantá-brica ha sido abordada por diferentes autores como Butzer (1986). o Straus (1986). entre otros. En general, estos autores han propuesto la aceptación de un modelo teórico de ocupación atendiendo a las carac- terísticas de los yacimientos, a su situación y a los materiales arqueológicos encontrados. Sin embargo, en todos ellos se nota un cierto nivel de estatismo. La tendencia general es la identificación de varios luga-res centrales o campamentos base que se articulan con otros subordinados. En algunos casos (Butzer 1986) se propone la existencia de dos «modelos» de territorio, uno costero y otro interior. En este modelo estas dos zonas son competitivas y pueden soportar grupos humanos diferentes. Sin embargo, la propia realidad geográfica de la región hace difícil pensar en cómo un pasillo tan estrecho puede soportar una den-sidad de población tan alta como para permitir la existencia de grupos humanos diferentes en estas zonas.

Si comparamos la región cantábrica con otras zonas cercanas culturalmente, como la Dordoña o los Pirineos, observarnos un primer aspecto fundamental.

Geográficamente, la región cantábrica es un pasillo con una dirección de movilidad principal este-oeste. Dordoña o los Pirineos se encuentran situadas en zonas con posibilidades de expansión en otras direc-ciones. En el caso de los Pirineos, se detecta, junto a una dirección este-oeste, otra sur-norte (Bahn 1984). Por un lado encontramos una relación Mediterráneo-Atlántico junto a otra Pirineos-Dordoña. En el caso de la Región Cantábrica el eje fundamental es País Vasco-Asturias. La comunicación con el sur con el valle del Duero es una posibilidad no demasiado empleada (Tarriño y Normand 2002).

Creemos que, en general, se puede seguir un modelo con tres tipos de yacimientos: unos yacimien-tos base o de agregación de gran tamaño, muy ricos y variados en industria y restos óseos, normalmente con especialización en la caza de ciervos, y que a veces se relacionan con yacimientos que presentan largas estratigrafías. Un ejemplo seria la Cueva de El Castillo, en la que ya se detecta, en el auriñaciense, un predominio de restos de ciervos (Cabrera Valdés 1984; Dari 2003). Junto a estos se encontrarían otros de menor tamaño, con cantidades equilibradas de ciervo y otros animales, que podrían representarían campamentos temporales, como Morín o Lezetxiki. Por último, otro grupo de yacimientos especializados en la caza de cabras, situados en las zonas rocosas como Rascaño. A este esquema se deberían unir los yacimientos especializados en la obtención de mate-rias primas, aunque por el momento no tenemos nin-guno que presente estas características.

5. TECNOTIPOLOGÍA DEL PERÍODO ANALIZADO

5.1. Gestión de las materias primas

Mediante el estudio de la gestión de las materias primas en un yacimiento, intentamos llegar a conocer el territorio de un grupo humano, así como la impor-tancia de ciertas materias primas en relación con los esquemas de débitage, actividades económicas, etc. (Perlès 1991); pero también, junto al estudio de la tecnología lítica, la identificación de tradiciones cul-turales que nos ayuden a la identificación de los dife-rentes tecnocomplejos, más allá de las clasificaciones tipológicas.

Como norma general, el empleo del &lex en los conjuntos líticos tiene una ascenso diacrónico, según avanzamos desde el Musteriense Final hasta el Auri-ñaciense evolucionado, el uso del sílex, tanto entre el material bruto como en el retocado, es mayor. Debe-mos comentar que esta dinámica es mayor en la zona

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oriental de la cornisa cantábrica, básicamente desde el Pas hacia el este, ya que es la zona de la región en donde más cantidad de sílex encontramos, como ya se ha apuntado. Sin embargo, podemos citar algunos ejemplos significativos que rompen con esta dinámi-ca y que deben ser tratados brevemente. Uno de los ejemplos puede ser el creado por Lezetxiki y Labeko Koba (Arrizabalaga 1.998b). Ambos están a unos cin-co kilómetros lineales el uno del otro, y mientras en Lezetxiki el empleo de materias primas diferentes al sílex es bastante importante (32% en el Auriñacien-se), el vecino yacimiento de Labeko Koba presenta casi todos sus efectivos líticos realizados sobre esta materia prima (Arrizabalaga 1998b). En la vecina Cantabria, un modelo similar es el que plantean El Castillo y Cueva Morin (Maillo Fernández 2003). Para uno de los niveles del Auriñaciense arcaico de Cueva Morin (nivel 8) el empleo del sílex es del 85,6%; mientras que para El Castillo, del que dista poco más de 10 km. lineales, el uso del sflex es menor al 20% (Cabrera et al. 2002). Este modelo no puede explicarse por alteraciones tafonómicas, ni por erro-res de excavación, sino que debe entenderse dentro del comportamiento económico de los grupos que habitaron esta región. Las respuestas deben ser varia-das, aunque nos decantamos por la hipótesis del uso de materias primas locales para realizar ciertas activi-dades económicas para las que el empleo de materias primas de buena calidad puede resultar un hecho antieconómico. Nos estamos refiriendo a actividades como el corte de madera o despedazado de grandes masas cárnicas, para las que materias primas de peor calidad pueden resultar igual de eficaces que el sílex. Además, no debemos olvidar un hecho que conside-ramos muy importante: el sílex se suele presentar en la región cantábrica en nódulos de pequeño tamaño, mientras que las rocas de grano mayor (areniscas, ofi-tas) se encuentran en tamaños superiores, lo que las hace más idóneas para estos trabajos al poder reali-zarse piezas más masivas que con el sílex (Arrizaba-laga 1998b; Maíllo Fernández 2003).

Debemos constatar que en aquellos conjuntos líti-cos en los que predomina el sílex la laminaridad es mucho mayor, tanto en soportes como tales como en el índice de alargamiento de los mismos (Arrizabala-ga 1995). En cuanto al destino de los soportes según su materia prima, debernos comentar que las piezas sobre sílex son empleadas en mayor proporción en la elaboración de raspadores, buriles, piezas con retoque lateral, piezas de dorso, etc.; mientras que los sopor-tes sobre materias primas diferentes al sílex (cuarcita, caliza, arenisca, etc.) se emplean en piezas de sustra-to (raederas, muescas y denticulados) o no son reto-cados. Esto lo comprobamos en yacimientos corno Cueva Morin, en donde en el nivel 10 (Chatelperro-

niense) las piezas de sustrato se realizan en un 50% en materias primas diferentes al sílex, o en el nivel 8 (Auriñaciense arcaico) con un 45%.

5.2. Tecnología y esquemas operativos líticos

Realizaremos un breve repaso por las característi-cas esenciales para definir, desde un punto de vista tecnológico, los tecnocomplejos definidos en la Cornisa Cantábrica en la transición entre el Paleolíti-co medio y superior: Musteriense Final, Auriñacien-se de Transición, Chatelperroniense, Auriñaciense arcaico, antiguo y evolucionado.

5.2.1. Musteriense Final

Para abordar la caracterización tecnológica del Musteriense Final contarnos con el estudio de los niveles 1 1 y 12 de Cueva Morin (Mafllo Fernández 2003), los datos preliminares de la Unidad 20 de la cueva de El Castillo (Cabrera et al. 2000, 2004; Maí-llo et al. 2004), el estudio realizado en la cueva del Esquilleu (Baena et al. 2000; Carrión 2002) y los datos preliminares de Axlor (González Urquijo et al. 2006) y Covalejos (Martín et al. 2006). Los esquemas operativos presentan una gran variabilidad, sobre todo, desde un punto de vista regional. Así, en la cue-va del Esquilleu (situada en la zona de Picos de Euro-pa), la variabilidad interna es bastante acentuada en los diferentes niveles. En su nivel XI, el esquema operativo principal es de tipo Quina sobre nódulos de gran tamaño que no son agotados métricamente. El resto de esquemas (Levallois y Discoide) están muy poco representados. En su nivel IX predomina el esquema Levallois recurrente unipolar y en el nivel III el esquema operativo principal es de tipo discoide jerarquizado. Esta variabilidad también la observa-mos en el yacimiento de Axlor (González Urquijo, et al. 2006) ya que en el nivel N presenta un esquema operativo principal de tipo Levallois orientado a la obtención de lascas y puntas; mientras que los nive-les B, C y D presentan un esquema operativo princi-pal de tipo Quina y cuya finalidad es la obtención de lascas espesas con dorso, destinadas a la elaboración de raederas con retoque Quina.

En la zona central de Cantabria, el esquema ope-rativo principal es de concepción discoide en los yacimientos de El Castillo (Unidad 20) y Cueva Morin (niveles 11 y 12) o La Flecha (Castanedo 2001). Se emplean dos métodos: uno unifacial con las superficies jerarquizadas y otro, bifacial, en el que no existe tal jerarquización. Este último, en Cueva Morin, se emplea con materias primas de grano grue-so como la ofita y la arenisca. Estas materias primas, al aparecer en nódulos de mayor tamaño, permiten la

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obtenciôn de soportes más largos y espesos (Maíllo Fernández 2003). Existen dos direcciones de explota-ción de este tipo de esquemas y cada una de ellas pro-porciona soportes con características diferentes: cor-dal y centrípetas. Los soportes obtenidos con la pri-mera dirección son las lascas de dorso limitado, las puntas pseudolevallois y las lascas desbordantes, su función es la de mantener la convexidad periférica de la superficie de explotación. Los segundos son las lascas de morfología cuadrada y las que son más anchas que largas. Su función en el desarrollo del débitage es la de eliminar dicha convexidad (Boëda 1993).

En El Castillo existe un esquema operativo des-tinado a la elaboración de hendedores. Para ello, se emplean materias primas de grano grueso y cuyas dimensiones permiten la elaboración de este tipo de instrumentos, como son la arenisca y la ofita. En los niveles 11 y 12 de Cueva Morín, no se encuentran hendedores, pero sí en los seis niveles infrayacentes descritos como Musterienses. Creemos que esta ausencia está ligada a la superficie de excavación (un metro cuadrado), más que a cambios en la corn-posición tecno-tipológica de los niveles arqueológi- COS.

Uno de los esquemas operativos más interesante de los que han sido identificados en el Musteriense Final cantábrico es el de la producción de hojitas (Cabrera et al. 2000; Maíllo Fernández 2001; Maíllo Fernández et al. 2004). Estas hojitas se consiguen a partir de núcleos de morfología prismática y gestión unipolar semienvolvente. Dos variantes son posi-bles: una sola tabla o dos tablas adyacentes. En el primero de ellos, la explotación se gestiona a partir de soportes frontales y soportes obtenidos en la con-fluencia entre la tabla y el flanco. Estos últimos, mantienen el cintrado del núcleo. En los núcleos con dos tablas adyacentes, la arista entre ambas mantie-ne al cintrado del mismo. Los soportes, aunque esca-sos, están retocados en Cueva Morin (una hojita de dorso y una hojita con retoque semiabrupto e indi-recto); mientras que algunas hojitas de El Castillo presentan huellas de uso y restos de posible enman-gue. También, en el vecino yacimiento de Covalejos (nivel H), encontramos un esquema operativo de hojitas a partir de la captura oportunista de aristas de productos de talla desechados (Martín et al. 2006). Desde el sistema de análisis analítico y estructural, constatamos también este proceso de laminaridad en conjuntos corno Lezetxiki IV (Arrizabalaga 1995), Arrillor (Hoyos et al 1999) y en los yacimientos del vecino País Vasco continental de Abri Olha 2 y Gatzarria (Laplace y Sáenz de Buruaga 2000, 2002-2003).

5.2.2. Auri><taciense de Transición

Tecnocomplejo identificado, por el momento, en los niveles 18b y 18c de la cueva de El Castillo (Llo-ret y Maíllo 2006). Tecnológicamente, la producción lítica está dominada por los esquemas operativos de concepción discoide con dos métodos bien definidos: unifacial y bifacial. La mise en forme es sencilla. En el método unifacial se realizan una serie de extraccio-nes secantes, no invasivas en el futuro plano de per-cusión para garantizar una relación angular adecuada entre éste y el plano de lascado. Si la relación angu-lar, de manera natural, es óptima para el débitage, ésta no se modifica o se realiza parcialmente. En el método bifacial, no parece que exista una fase previa de mise en forme a la de producción plena. En ambos métodos, los soportes empleados son, generalmente, cantos. Resulta interesante constatar como las mate-rias primas de grano más grueso (arenisca, ofita) pre-sentan una tipometría mayor que las de grano más fino (cuarcita o sílex), lo que marca el grado de explotación de dichas materias.

El débitage se inicia con la extracción de lascas corticales en las dos direcciones que han sido comen-tadas: cordal y centrípeta. Es interesante constatar cómo en los núcleos de menor espesor los negativos son menos secantes que en aquellos cuyo espesor es mayor. Esto es debido a que en los núcleos de menor espesor no es posible realizar una explotación cuyos ángulos sean secantes, por lo que se realizan en direc-ción subparalela a la cornisa que separa ambas caras del núcleo. Este hecho, provoca que la :morfología final del núcleo sea muy similar, morfológicamente, a los núcleos Levallois recurrentes centrípetos.

La técnica empleada durante toda la secuencia de débitage es, exclusivamente, la percusión directa con percutor duro.

Se ha identificado, de forma más discreta, un esquema operativo laminar de hojitas muy similar al ya descrito para el Musteriense Final. La mayoría de los núcleos están realizados sobre cuarcita, siendo muy escasos los de sílex. La fase de mise en forme es sencilla, existiendo una adecuación morfológica del núcleo en relación con los soportes deseados. No se aprecian negativos en los núcleos que puedan adver-tir de la existencia de crestas anteriores ni postero-laterales. El inicio del débitage se lleva a cabo mediante la extracción de una lasca de entame, así como de algunas piezas de tendencia laminar que bien han podido realizar la misma función. A partir de este tipo de piezas, la tabla se abre hacia los flan-cos mediante la extracción de soportes de morfología tendente a laminar que presentan un lateral cortical.

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LA TRANSICIÓN AL PALEOLÍTICO SUPERIOR Y LA EVOLUCIÓN DE LOS CONTEXTOS AURIÑACIENSES (50.0(X}_27.000 BP) 173

En el nivel 18c la totalidad de los núcleos presentan una sola tabla de morfología rectangular o cuadrada, que se desarrolla de forma paralela al eje longitudi-nal del soporte escogido, lo que podría indicar un aprovechamiento de los nódulos para buscar sopor-tes lo más largos posibles en relación con el nódulo trabajado.

El plano de percusión se realiza mediante la extracción de una lasca que despeja la zona de cortex o bien, cuando esto no es posible, se prepara median-te pequeñas extracciones. Cuando la morfología del canto lo permite, se deja un plano de percusión corti-cal. Este plano de percusión es oblicuo con respecto a la tabla del núcleo. Este hecho, junto a la curvatura basal del mismo permite la explotación del débitage laminar. La tabla del núcleo se dispone sobre el lado más ancho del soporte.

Los núcleos presentan una morfología prismática y una explotación unipolar. A partir de la lasca-lami-nar de entame se va abriendo la tabla mediante sopor-tes semicorticales hacia tos flancos que se van redu-ciendo hasta el máximo de la anchura ofrecida por la morfología esférica u ovalar del núcleo con lo que queda configurada la tabla del núcleo. Los soportes obtenidos mediante este tipo de explotación corres-pondería a hojitas o lasquitas laminares de no dema-siada longitud y relativamente anchas.

La dinámica del débitage es semienvolvente y unipolar como hemos comentado. Las cornisas pare-cen ser demasiado elaboradas antes de la extracción de un soporte, esto lo certificarían tanto los núcleos como los mismos soportes. Los soportes no son de gran tamaño, presentan negativos paralelos y, en muchos casos restos de cortex en los laterales. Este hecho, puede indicar una búsqueda de la recurrencia a base de ampliar la tabla y acondicionar el cintrado del núcleo mediante este tipo de soportes "desbordan-tes". Aunque consideramos que el esquema de mor-fología prismática y gestión unipolar es el principal en estos dos niveles de la cueva de El Castillo, no debernos descartar otros esquemas de tipo raspador-carenado y buril-carenado presentes en la colección. La técnica empleada es la de la percusión directa con dos modalidades: con percutor duro y blando.

5.2.3. Chatelperrozzie>'zse

Este tecnocomplejo tiene una presencia menor en la región cantábrica. Tras su descubrimiento en Cue-va Morín (González Echegaray y Freeman 1971), ha sido identificado en unos pocos yacimientos en los que, a excepción de Cueva Morín (Maíllo Fernández 2003, 2005) y Labeko Koba en el País Vasco (Arriza-

balaga y Altuna 2000), los vestigios arqueológicos son muy escasos.

Tras el estudio tecnológico realizado recientemen-te en Labeko Koba (Arrizabalaga 1995, 2000a) y Cueva Morín (Maíllo Fernández 2003), podemos afirmar que el esquema operativo más numeroso es de concepción discoide, bajo el método unifacial con superficies jerarquizadas: una como plano de percu-sión y la otra como plano de explotación. Dicha explotación se realiza sobre todas las materias pri-mas. El plano de percusión se realiza mediante una preparación periférica cuya finalidad es lograr una relación angular entre la superficie de lascado y de percusión apta para el débitage. Los soportes obteni-dos son los mismos que hemos descrito en el aparta-do anterior: de dirección cordal y centrípeta.

Desde un punto de vista cualitativo, los esquemas operativos laminares resultan más interesantes y rele-vantes (Fig. 4). Dos son los métodos empleados: pris-mático unipolar y prismático bipolar. El primero de ellos se realiza a partir de nódulos de morfología cúbica en la que la preferencia para el inicio de explo-tación es la cresta de núcleo. A partir de aquí, la tabla se abre hacia uno de los flancos, que son perpendicu-lares a ésta. Los soportes obtenidos son hojas rectilí-neas, no muy espesas y con ligera curvatura distal. El plano de percusión es liso y se produce mediante la extracción de una lasca que prepara la superficie. Ésta se reaviva durante el desarrollo del débitage.

Por su parte, el método prismático bipolar mantie-ne los mismos requisitos morfológicos que el ante-rior, pero con dos planos de percusión que son prepa-rados de manera idéntica al anterior método. A partir de éste se obtienen hojas de morfología rectilínea y que son destinadas en su gran mayoría a la elabora-ción de puntas de Chatelperron. Se ha constatado en algunos yacimientos chatelperronienses, como Roc-de-Combe (Pelegrin 1995), corno uno de las direccio-nes de extracción era la principal, desde donde se obtenían las hojas destinadas a confeccionar puntas de Chatelperron, mientras que los soportes extraídos desde el sentido opuesto tenían como función acondi-cionar el cintrado de la tabla. En los niveles chatelpe-rronienses cantábricos no hemos podido discernir esta modalidad de explotación.

En los dos esquemas, la técnica empleada es la percusión directa, tanto con percutor blando, como duro. Esta última ha sido constatada en las fases fina-les de algunos núcleos.

En el nivel Chatelperron.iense de Cueva Morín no existe una producción específica de hojitas ya que las

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Lámina de cresta

Flanco de núcleo Cresta de núcleo

Punta de Chatelperrón

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CUEVA MORIN 10: CHATELPERRONIENSE ESQUEMA PRISMÁTICO BIPOLAR

Hoja

CUEVA MORN 10: CHATELPERRONIENSE ESQUEMA PRISMÁTICO UNIPOLAR

Hoja

Fisura 4. Esquema de la producción laminar del Chatelperroniense.

que aparecen en dicho nivel son obtenidas de manera accidental durante la explotación de hojas.

5.2.4. Aurifiaciense arcaico

Se trata del tecnocomplejo mejor conocido, desde un punto de vista tecnológico, de la transición Paleo-lítico medio-superior de toda la cornisa cantábrica. La caracterización tecnológica la llevaremos a cabo a partir de los estudios realizados en el nivel 16 de El Castillo (Cabrera et al. 2002), en los niveles 9 y 8 de

Cueva Morin (Maíllo Fernández 2003), del nivel A de Covalejos (Ortega et al. 2003) y del nivel VII de Labeko Koba (Arrizabalaga 1995,. 2000a).

El esquema operativo laminar más común en este tecnocomplejo es el realizado a partir de núcleos de morfología prismática de gestión unipolar (Fig. 5). Una de las características esenciales es que existe un continuum entre la producción de hojas y de hojitas a partir de la reducción paulatina de estos núcleos pris-máticos. Podemos afirmar que la búsqueda de hojitas es el objetivo principal de la explotación laminar, a tenor del material retocado. Los soportes empleados como núcleos son cantos o fragmentos de morfología cúbica. La mise en forme es sencilla. El inicio del débitage se corresponde con soportes de tipo cortical, existiendo una adecuación morfométrica previa del soporte empleado con el tipo de explotación al que va a ser sometido. Tan sólo si el volumen inicial es cúbi-co se emplean crestas antero-laterales. A partir de la primera pieza cortical, la tabla se desarrolla en direc-ción a los dos flancos gracias a la extracción de las-cas laminares. El plano de percusión se prepara mediante la extracción de una tableta de núcleo que genera una superficie lisa y ligeramente cóncava. Dicha superficie se ve reavivada durante el transcur-so del débitage mediante la extracción de nuevas tabletas de núcleo o semitabletas.

El débitage presenta una gestión unipolar, en donde observamos dos tipos de soportes cuya morfo-logía está en relación con la localización de su extracción en el núcleo, jugando ambos diferentes papeles en la dinámica del débitage. Por un lado, tenemos soportes de morfología rectilínea, con cur-vatura débil y los negativos de la cara dorsal parale-los y que son extraídos de la zona central de la tabla; estos soportes corresponden a la producción prede-terminada. Por otro lado, soportes de negativos con-vergentes y con cierta curvatura y robustez en su ter-cio distal y que poseen, en ocasiones, restos de cor-tex o plano natural en uno de sus laterales. La fun-ción de estos soportes es la de controlar el carenado y el cintrado del núcleo.

La mayoría de los núcleos presentan una dinámi-ca semienvolvente, pero existe algún caso en la que ésta es envolvente. La bipolaridad se emplea poco y en momentos finales de la explotación del núcleo. La técnica empleada es la de la percusión directa con percutor blando.

Existe una producción de hojitas a partir de otros esquemas operativos como son el de tipo raspador carenado y buril carenado. Son algo más comunes en Castillo 16 y Labeko Koba VII, que en Cueva Morín

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Reducción del núcleo

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Hoja retocada

Hoja auriñaeiense

Hoja frontal

Raspador

Hojita intercalada

Hojita desbordante

1-lojita Dufour

Hojita frontal

Figura 5. Esquema de la producción laminar del Auriñaciense arcaico.

9 y 8. Sin embargo, en todos los casos su peso espe-cífico en la producción laminar es muy limitado. En el método de obtención de hojitas de tipo raspador--carenado, los soportes suelen ser lascas en los que la explotación de hojitas se efectúa en sentido transver-sal al eje longitudinal y empleando la cara bulbar como plano de percusión. La tabla suele estar marca-da por una cresta o una muesca que prepara una aris-ta lateral que guía la explotación de las hojitas. La tablas suelen ser anchas y de morfología cuadrada o rectangular lo que provoca que las hojitas sean, más o menos curvas, pero sin torsión. En cuanto al méto-do de tipo buril carenado, los soportes empleados como núcleos son, generalmente, lascas. También se emplea el eje transversal para dirigir la explotación. Las tablas son proporcionalmente anchas de morfolo-gía rectangular, lo que genera soportes rectilíneos pero con algo de torsión.

El débitage de lascas, a partir de esquemas operati-vos de concepción discoide, sigue teniendo una gran importancia. De hecho, las lascas son los productos más numerosos, tanto en los soportes brutos como entre los retocados en algunos yacimientos (el 41,6% de los soportes retocados de Morín 8 son lascas). En Cueva Morín, en donde disponemos de la serie más amplia de

LA TRANSICIÓN AL PALEOLÍTICO SUPERIOR Y LA EVOLUCIÓN DE LOS CONTEXTOS AURINACIENSES (50.000-27.000 BP) Ili

AURIÑACIENSE ARCAICO DE CUEVA MORIN PRODUCCIÓN LAMINAR

Hoja desbordante

efectivos, el método empleado es el discoide unipolar con las superficies del núcleo jerarquizadas.

5.2.5. Auriiiaciense antiguo

Representado de forma muy amplia, desde un punto cuantitativo y cualitativo, en las colecciones de Cueva Morín (niveles 7 y 6) y Labeko Koba (niveles IV, V y VI), que constituyen la base para esta síntesis tecnológica.

Lo primero que podemos comentar, en relación con el tecnocomplejo anterior, es la disociaciôn entre la producción de hojas y de hojitas. Las primeras se obtienen a partir de núcleos prismáticos de gestión unipolar y las segundas a partir de núcleos del tipo raspador-carenado. Pero estos dos esquemas, aunque claros, permiten cierta permeabilidad, sobre todo desde los núcleos de hojas, que en algún caso han producido hojitas. Los núcleos de tipo raspador-care-nado no son tan flexibles, ya que en muchos casos, las condiciones métricas de los mismos son ya redu-cidas.

Las hojas obtenidas a partir de núcleos prismáticos de gestión unipolar son relativamente anchas y de negativos paralelos entre sí. Los núcleos de hojas son escasos en los conjuntos estudiados, ya que estos son tallados hasta su agotamiento y reconvertidos a otras estrategias de explotación (poliédricos, núcleos amor-fos, etc.). El inicio de la explotación se realiza a partir de lascas-laminares corticales, aunque en ocasiones se emplean las crestas de núcleo, aunque en menor medi-da. En cuanto a las modalidades de reavivado de los núcleos, podemos comentar que destacan los de tipo flanco de núcleo, frente a otras modalidades como la neo-cresta, y que suele ser paralela su extracción al sentido de la explotación laminar. La técnica emplea-da es la percusión directa con percutor blando.

La producción de hojitas es más variada, encon-trando dos métodos. Ambos son los tipo prismático de gestión unipolar y los de tipo raspador carenado. Los núcleos de morfología prismática no son una reducción de los de hojas, sino que son empleados, exclusivamente, en la producción de hojitas. La mayoría de ellos están realizados sobre tectoclastos (Maíllo Fernández 2000) o sobre lasca. Los primeros aprovechan, de manera general, el lado más ancho del soporte, lo que desemboca en la obtención de hojitas relativamente anchas sobre una tabla de morfología rectangular. Por otro lado, en los núcleos cuyos soportes son lascas, se aprovecha el extremo distal de la misma para ubicar la tabla, siendo ésta de morfolo-gía triangular. Los soportes obtenidos son hojitas cur-vas y en algún caso con ligera torsión.

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Los núcleos de raspador carenado se realizan tam-bién sobre lascas espesas y tectoclastos. La tabla se ubica en el extremo distal, siendo la cara bulbar el pla-no de percusión. Este plano no se reaviva en el trans-curso del débitage. La tabla suele ser corta y relativa-mente ancha. Los soportes obtenidos son hojitas de no demasiada longitud (no más de 3 cm) y curvas, sobre todo en su tercio distal. La torsión no representa una característica de este conjunto. El inicio del débitage se realiza mediante la extracción de lasquitas-lamina-res corticales que van despejando la tabla. Esta puede definirse mediante una muesca lateral de tipo clacto-niense (Lucas 1997). Las modalidades de reavivado son variadas y han sido empleadas con profusión. Destacan las lasquitas de reavivado de las muescas laterales y las laquitas-laminares. La técnica emplea-da es la percusión directa con percutor blando.

La producción de lascas está constada en estos niveles, pero su peso específico es más limitado. Los esquemas de tipos discoide se mantienen de manera casi testimonial. Pero otro tipo de lascas son busca-das. Nos referimos a las lascas espesas y corticales destinadas a la elaboración de núcleos de tipos raspa-dor carenado, como se ha constatado en yacimientos como Brassempouy o Gato Preto (Bon 2002; Almei-da 2001).

5.2.6. Auriñaciense evolucionado

Este tecnocomplejo es, quizás, el menos conocido tecnológicamente de los que tratamos en este capítu-lo. Los resultados que aquí se exponen sólo pueden ser tratados de manera provisional, ya que se están realizando análisis tecnológicos de varios conjuntos (El Otero, Hornos de la Peña, El Ruso).

Lo primero que debemos constatar es que sigue existiendo una gran dicotomía entre los esquemas de producción de hojas y de hojitas. Las primeras se obtienen a partir de núcleos de morfología prismática y gestión unipolar. Mientras, las segundas se obtienen mediante esquemas operativos de tipo raspador care-nado. En la producción de hojas podemos observar como existe una producción de soportes que podemos denominar grandes (siempre tomando la cornisa can-tábrica corno referencia), ya que sobrepasan los seis centímetros de longitud. Así, en el nivel 4 de El Ote-ro, nos encontramos con dos tipos de hojas de estas características. Por un lado, hojas anchas y espesas que, aunque fracturadas se puede presumir en ellas unas dimensiones considerables y, por otro, otras hojas entre los siete y diez centímetros. No podemos asegurar que se trate de una reducción métrica de los núcleos o de dos métodos diferentes. Pero en ambos, el inicio del débitage se realiza a partir de crestas

antero-laterales, ya que son perpendiculares al flanco del núcleo Son numerosas las lascas típicas de prepa-ración de crestas en las colecciones, así como de pla-nos de percusión. Algunos de los núcleos presentan dos planos de percusión y algunas hojas negativos bipolares. Esto podría indicar un esquema operativo bipolar, pero no lo creemos así. En ocasiones en los núcleos unipolares, se genera un plano de percusión opuesto que es empleado en caso de accidentes de talla en la tabla. A favor de esta argumentación tene-mos una hoja sobrepasada que presenta restos del pla-no de percusión opuesto solamente preparado, y algu-nas hojas bipolares con negativos de reflejados en su cara dorsal. La técnica empleada en todo el proceso es la percusión directa con percutor blando.

La producción de hojitas se realiza, de manera principal, a partir de esquemas de tipo raspador care-nado. Las modalidades de preparación son variadas. La tabla, generalmente de morfología triangular, pre-senta una arista muy marcada y curva en la confluen-cia con uno de los flancos al menos. Esta arista curva va a guiar la extracción de soportes que, debido a esta curvatura y a su posición lateral, van a presentar cur-vatura y torsión, lo que representa una característica esencial de las hojitas de este tecnocomplejo. Para generar esta morfología triangular se llevan a cabo una gran variedad de modalidades. De esta manera encontramos núcleos con una gran muesca clacto-niense en un lateral, o dos muescas, muesca en un lateral y arista en el otro, aristas basales, etc.

Existen también esquemas operativos de tipo buril carenado, pero su importancia en la economía lítica es marginal. Generalmente, aprovechan el extremo distal de una lasca espesa y la tabla se dispone de manera transversal el eje de la pieza. Las tablas son también triangulares y los soportes son similares a los arriba comentados. Tanto en este esquema, como en el anterior, la técnica empleada es la percusión direc-ta con percutor blando.

La producción específica de lascas es muy margi-nal, aunque éstas están muy presentes en las coleccio-nes, pero son procedentes de la preparación de los núcleos laminares.

5.3. Tipología lítica y ósea

Aunque resulta ocioso recordarlo, no debemos olvidar que aunque falten análisis de tipo sedimenta-rio, palinológicos, faunísticos, etc, siempre está pre-sente el estudio de la industria lítica.

También debemos señalar que está pendiente de valoración el efecto distors.ionador introducido por el

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empleo de diferentes métodos de clasificación tipo-lógica en estas colecciones. El apriorismo que supo-ne la selección de la lista tipológica de F. Bordes (1961) o D. Sonneville-Bordes y J. Perrot (1954, 1.9.55, 1956) enfatiza, quizás artificialmente, la rup-tura entre el Paleolítico medio y el superior (para ahondar más en esta problemática ver González Echegaray y Freeman 1971). La utilización de la Tipología Analítica, con un mismo criterio para cla-sificar colecciones de Paleolítico medio y superior, da una visión de mayor continuidad para este momento de transición (Laplace 1966b; Laplace y Sáenz de Buruaga 2002-2003).

5.3.1. Musteriense Final

El Musteriense resulta uno de los tecnocomplejos más difíciles de definir, ya que a cierto polimorfismo debemos añadir una crisis muy seria en sus sistemas de análisis y definición, lo que incorrectamente se denominó "sistema Bordes" (Vega Toscano 2001). Hoy día, las facies musterienses han dejado de ser una herramienta interpretativa y, tan sólo, son una herramienta descriptiva.

Algunos conjuntos del Musteriense Final, como la Unidad 20 de El Castillo o la secuencia superior del Musteriense de Cueva Morín y El Pendo presentan hendedores, lo que llevó a F. Bordes a plantear la existencia de una facies nueva denominada Vasco-niense (Bordes 1953) y Musteriense de tradición Achelense para otros (Freeman 1964). Esta ,facies estaba caracterizada por la aparición de hendedores sobre lasca y cuya ubicación geográfica sería la zona oriental de la cornisa cantábrica y el País Vasco con-tinental (ya que también se encuentra en Abri Olha I y II y Gatzarria). Sin embargo, un estudio más pro-fundo de la realidad tipológica de estos conjuntos lle-vó a desestimar tal apelación, siendo los hendedores un elemento más del conjunto a tener en considera-ción, pero no el elemento discriminante del mismo (Cabrera Valdés 1983).

Grupo Tipológico 18c 18b

Raspadores 26 20

Perforadores 7,4 6,25

Buriles 5,5 7,5

Piezas de dorso 0,4

Truncatura 1,2 9,1

Hojas retocadas 8 7,5

Sustrato 49 43,75

Dufour 0,6

Cuadro 2. Grupos tipológicos del nivel 18 de El Castillo.

Los conjuntos que podemos encuadrar dentro de lo que denominamos "Musteriense Final" están com-puestos por una serie de piezas retocadas que impiden realizar un análisis unitario debido a la variabilidad de las colecciones. Así, podemos encontrar conjuntos clasificados como Musteriense de denticulados (.Morin 11 y 12, La Flecha 5, El Conde D), o Chare-tiense tipo Quina (El Castillo Unidad 20', Esquilleu XI, Axlor B, C y D), o Musteriense Típico, todo un cajôn de sastre para algunos investigadores (Vega Toscano 1988), como en el caso de Esquilleu IX o los niveles de Covalejos, o Musteriense Cantábrico como el Esquilleu III.

Como es de esperar en el Musteriense de denticu-lados está muy representado este tipo de piezas reto-cadas. En el resto, destacan las raederas sobre el res-to de piezas retocadas. En el Musteriense Quina des-tacan las raederas confeccionadas mediante esta téc-nica de retoque escaleriforme, pero que pueden o no estar asociadas al débitage tipo Quina, mientras que en el Musteriense típico (cantábrico o no) son las rae-deras confeccionadas mediante retoque simple las que prevalecen, sobre todo las simples frente a las dobles.

Hemos hecho alusión, a la hora de describir la tec-nología lítica, a que existían algunos esquemas de obtención de hojitas en algunos yacimientos de la región cantábrica como El Castillo, Morín, Covalejos o La Viña. Sin embargo, entre el material retocado apenas disponemos de este tipo de soportes. Sólo en El Castillo y Morin, encontramos hojitas retocadas (Fig. 6), algunas con retoque semiabrupto (Cabrera et al. 2000; Maíllo Fernández 2001; Sánchez Fernández 2005). En este sentido, sí podemos observar una ten-dencia a la laminaridad en la elección de soportes para ser retocados corno ocurre en los niveles IVc y IVa de Lezetxiki (Arrizabalaga 1.995), en donde algu-nos raspadores se realizan sobre hoja (Baldeón 1.993).

5.3.2. Auriñaciense de Transición

Este tecnocomplejo está definido, por el momen-to, en la Unidad 18 de El Castillo, en los niveles 18b y 18c (Cabrera et al. 2001). Ambos niveles presentan una composición tipológica muy similar (Cuadro 2). El conjunto está dominado por las piezas de sustrato (sobre todo las raederas), aunque lo más destacado son las piezas de tipo Paleolítico superior. Los raspa-dores son bastante más abundantes que los buriles: 20% en el 18b y 26% en el 18c, mientras que los buri-

1 Nos referimos al trabajo realizado por V. Cabrera (1984), en la actualidad la Unidad 20 ha sido excavada y se ha dividido en cuatro niveles actualmente en curso de estudio.

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Figura 6. Útiles retocados del nivel 20e (Musteriense final) de El Castillo (según Sánchez 2005).

les presentan porcentajes más bajos (5,6% y 7,5%). Entre los raspadores destacan los de tipo auriñacien-se (carenados, en hocico espeso y nucleiformes), que representan el 18,6% en el 18c y el 9,5% en el 18b en relación con todo el conjunto retocado. Los soportes sobre hojitas no son muy numerosos, tan sólo conta-mos con una hojita Dufour en el nivel 18c (Fig. 7).

El conjunto lítico del Auriñaciense de Transición está dominado por una tecnología que podríamos denominar "musteriense", como ya hemos comenta-do en otro epígrafe de este trabajo. Lo realmente significativo de la industria lítica es que sobre estos soportes de tipo musteriense se realizan piezas de tipo Paleolítico superior. Este comportamiento no es nuevo, en numerosos yacimientos musterienses se hallan piezas como raspadores o buriles, sin embar-go, no en la proporción y variedad que encontramos en los niveles 18b y 18c de El Castillo. Pero, no con-sideramos a la industria lítica como el componente diferenciador con respecto a la tradición anterior,

sino que lo valorarnos en su justa medida, como un elemento más a añadir, puesto que existen otros como las estrategias de caza (Pike-Tay et al. 1999) y, sobre todo, las evidencias de industria ósea y de manifestación simbólica que serán puestas en valor más adelante.

La industria ósea es muy escasa, pero significati-va. En el nivel 18c disponemos de dos fragmentos distales de azagayas sobre asta de ciervo, de un anzuelo sobre fragmento óseo similar a los apareci-dos en los niveles auriñacienses de Castanet (Aver-bouth y Cleyet-Merle 1995), de un punzón sobre esquirla ósea además de algunas piezas con incisio-nes y grabados, tanto en el nivel 18b como en el 18c. Esta industria ósea pondría en relación estos niveles con la Unidad 18 estudiada por V. Cabrera y el lote de diez azagayas aparecidas en las excavaciones de Obermaier (Cabrera Valdés 1984).

5.3.3. Chatelperroniense

Como ya se ha comentado, los conjuntos chatel-perronienses son muy escasos en la cornisa cantábri-ca, tan sólo Ekain X; Labeko Koba IX y Cueva Morín

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Figura 7. Útiles retocados y producción laminar de la Unidad 18 de El Castillo (Auriñaciense de Transición).

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1.0 deben ser tenidos en cuenta a la hora de caracteri-zar este tecnocomplejo, y el primero de los yacimien-tos simplemente de manera testimonial. Otros yaci-mientos, como La Güelga, El Cudón, Polvorín, Ven-ta Laperra, El Pendo deben ser puestos en cuarentena debido a lo escaso de sus efectivos líticos, lo provi-sional de sus resultados o lo problemático de su depó-sito (Arrizabalaga 1995; Menéndez et al. 2001, 2005). Otros, directamente descartados como el caso de A Valiña (Fernández 2000-2001).

El morfotipo más significativo de este tecnocom-plejo, la punta de Chatelperron, se encuentra en muy baja proporción en las series estudiadas. Lo mismo ocurre con las piezas de dorso que en Morïn 10 repre-sentan el 4%. Debemos comentar que en otros yaci-mientos con menos efectivos líticos, como pueden ser Labeko Koba IX y Ekain X. este tipo de piezas son muy numerosas. Así en Labeko Koba IX, de doce piezas retocadas, tres son puntas de Chatelperron y tres son hojitas de dorso. En Ekain X de seis piezas retocadas, dos son puntas de Chatelperron, una es una microgravette y también existe una pieza de dorso total. Por lo que pese a su escasa cantidad de efecti-vos, estos conjuntos son significativos (Fig. 8).

En cuanto al resto de elementos tipológicos, debe-mos comentar que no hay raspadores sobre hoja. Que los buriles se hallan en menor proporción que los ras-padores y que las piezas de sustrato son importantes en el conjunto, así en Morín representan casi el 54% de los útiles retocados. En relación a este hecho, algu-nos autores (Rigaud 2001) argumentan que la apari-ción de piezas de sustrato en porcentajes amplios está ligado a procesos postdeposicionales en aquellos yacimientos con niveles musterienses subyacentes, ya que en los que no presentan dichos niveles muste-rienses el porcentaje de piezas de sustrato es poco significativo. En este sentido queremos comentar que algunos yacimientos sin niveles musterienses subya-centes, presentan porcentajes importantes de piezas de sustrato como Les Tambourets con un 18% (Bric-ker y Laville 1977) y Roc-de-Combe 8 con casi la misma proporción (Pelegrin 1995).

La industria ósea es muy escasa en el Chatelperro-niense, en donde debemos destacar el impresionante conjunto del nivel X de Arcy-sur-Cure (Leroi-Gour-han y Leroi-Gourhan 1964). En el. Chatelperroniense de la cornisa cantábrica sólo en el nivel IX de Labe-ko Koba encontramos restos de industria ósea, se tra-ta de un fragmento distal de azagaya de sección lige-ramente aplanada u oval. Además, algunos útiles que entran dentro de lo que se denomina industria de hue-so poco elaborada, como una escotadura retocada sobre tibia de caballo, una esquirla con retoque y una

Figura 8. Útiles retocados del Chatelperroniense de Cueva Morin.

lasca ósea. Además de cinco bases de asta de desmo-gue de Megaceros interpretados corno percutores (Mujika 2000).

Algunos autores han clasificado el Chatelpeno-niense cantábrico como atípico (Carrión 2002) al carecer del número de puntas de Chatelperron que existen en otros yacimientos franceses denominados clásicos como Quinçay (nivel En) con un 34,9 % de puntas de Chatelperron o Roc-de-Combe 8 con un 35% (Lêveque 1993; Pelegrin 1995). Sin embargo, aún reconociendo que las puntas de Chatelperron son discretas en las colecciones cantábricas, están en armonía con otros yacimientos chatelperronienses más próximos como Gatzarria Cjn3 con un 1,2%, y Les Tambourets con un 3,28% (Laplace 1966a; Sáenz de Buruaga 1991; Bricker y Laville 1977). Por tanto, no deberíamos hablar de un chatelperroniense atípi-co, sino que, tal vez, la poca aparición de puntas de ChatelpelTón en los conjuntos se deba a elementos, que aunque desconocidos por el momento, presentan un marcado carácter regional (cornisa cantábrica y norte de los Pirineos). Además, este hecho está liga-do a un bajo empleo del débitage prismático bipolar en todas las colecciones.

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5.3.4. Auriñaeiense arcaico

Este tecnocomplejo no dispone de demasiadas colecciones en la región cantábrica: Morín (niveles 9 y 8), Labeko Koba (nivel VII), Covalejos (nivel A), Castillo (nivel 16) y, tal vez, los niveles XIII y XIII inf del abrigo de La Viña (González Echegaray 1971, 1973; Maíllo Fernández 2003; Arrizabalaga 1995; Arrizabalaga y Altuna 2000; Ortega et al. 2003; Cabrera et al. 2002; Fortea 1995). El Aurifiaciense arcaico, Protoauriñaciense, etc, presenta una impor-tante coherencia interna entre las series estudiadas, sobre todo, entre las más abundantes (Morín 9 y 8 y Labeko Koba VII). La primera sistematización moderna de este tecnocomplejo en conjunto fue la realizada por uno de nosotros (Bernaldo de Quirós 1982) y, excepto la división interna de sus facies, puede ser mantenida en sus puntos esenciales. En ese trabajo se planteaba la posibilidad de dos facies en el seno de este tecnocomplejo: una facies Morin con abundantes hojitas Dufour y una facies Pendo con total ausencia de éstas. En la actualidad, pensamos que la facies Pendo debe ser omitida, en parte por la cuarentena a la que se ha sometido a la integridad del yacimiento (Hoyos y Laville 1982), en parte, por la coherencia que presenta con Cueva Morín si se omi-te este elemento.

Siguiendo los índices planteados por Sonneville-Bordes (Sonneville Bordes y Perrot 1953), en todas las series prevalece el GA frente al GP, excepto en Labeko Koba, sin duda, debido a la no inclusión de algunos morfotipos, como las hojitas Dufour, en la definición del índice del Grupo Auriñaeiense (Arriza-balaga 2000a). En cuanto a los morfotipos, sin duda, el más característico es la hojita Dufour. Ésta se encuentra en porcentajes importantes en muchos de los conjuntos con corpus numéricos publicados (Cuadro 3). Estas Dufour son, en su mayoría, catalo-gadas dentro del subtipo Dufour- (Demars y Laurent 1989) y se caracterizan por ser de perfil rectilíneo, ligeramente curvas y no presentar torsión (Fig. 9).

Morin 9 Morin 8 LK VII

Dufour 6,8 19,9 45,14

Hojas auriñacienses 1,2 1,7 1,12

Retoque lateral 18,79 24,8 16

Carenados 4,2 7,9 0,79

Buriles 2,14 5,4 5,5

Sustrato 44 24,7 7,3

Cuadro 3. Índices tipológicos del Auriñaeiense arcaico.

Figura 9. Útiles retocados del Auriñaeiense arcaico de Cueva Morin.

Los raspadores son más numerosos que los buriles y destacan, entre los primeros los de tipo carenado, aunque su peso en el total de las series retocadas es variable. En este caso presentan frentes anchos y son considerados como núcleos de hojitas. Las hojas auri-ñaciense están presentes de manera discreta (no sobrepasando el 2 %). Debemos destacar el papel que representan las piezas con retoque lateral en uno o dos lados con porcentajes muy elevados (> del 15 %). Por último tenemos que constatar la importancia en algunos conjuntos de las piezas de sustrato (raederas, denticulados y muescas). Así, Cueva Morín presenta porcentajes muy elevados (44% en el nivel 9 y 24 en el 8), mientras que en Labeko Koba VII son más discretos (± 7%). Por último, el conjunto de buriles no presenta un peso muy importante en las series ana-lizadas, no llegando en ningún caso al 6%, y siendo más numerosos los diedros que los buriles sobre trun-cadura, excepto en Labeko Koba VII, donde las trun-caduras presentan un porcentaje importante en el con-junto.

La industria ósea, dentro de la tónica cantábrica, es muy escasa. Así, en Cueva Morín (nivel 9) dispo-

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nemos de un fragmento distal de azagaya aplanada en muy mal estado de conservación (González Echega-ray 1971a), otra punta de azagaya sobre asta en Cas-tillo 16 (Tejero et al. 2005) y en Labeko Koba (nivel VII), en donde se hallaron tres fragmentos (uno mesial y dos distales) de azagayas de sección aplana-da, dos punzones, seis compresores-cinceles y tres fragmentos óseos con incisiones (Mujika 2000).

Con todo esto, los conjuntos analizados dentro del. Auriñaciense arcaico tienen su relación más próxima con los vecinos yacimientos de Gatzarria (niveles Cjn l y Cjn2) y del nivel C4d de Isturitz, ambas en el País Vasco continental (Laplace 1966a; Sáenz de Buruaga 1991; Turq y Normand 2005; Normand 2002). Ampliando el marco geográfico también se le puede relacionar con el Auriñaciense arcaico del arco mediterráneo, tanto peninsular con yacimientos como el nivel H de L'Arbreda o Reclau Viver (Ortega et al. 2005; Soler 1999), como francés e italiano con yaci-mientos como La Laouza 2b, Esquicho Grapaou, Rai-naude o la más alejada Arcy-sur-Cure (Bazile y Sicard 1999;. Bon y Bodu 2002; Onoratini 1986, 2004).

5.3.5. Auriñaciense antiguo

Desde un punto de vista historiográfico, este tec-nocomplejo se ha definido por su industria ósea, más concretamente por la azagayas de base hendida. Como todos los tecnocomplejos paleolíticos, el Auri-ñaciense antiguo fue definido para el Perigord francés y su traslación a la Península Ibérica obligó a una serie de transformaciones. Lo más destacado es que en la cornisa cantábrica no encontrarnos las dos, facies detectadas en la región francesa (Sonneville-Bordes 1966), nos referirnos a las facies Castanet y Ferrasie. La primera, caracterizada por la casi ausencia de buri-les y la abundancia de raspadores y de hojas retoca-das. La segunda se identificaba por la presencia de raspadores auriñacienses en proporciones elevadas y de buriles (pero siempre en menor número que los raspadores), así como por lo escaso de las hojas auri-ñacienses (Fig. 10).

LK 5 LK4 Morin 7 Morin 6

Dufour 9 0,3 2, 3 3,34

Hojas auriñacienses 4,4 6,6 1,4 3,1

Retoque lateral 21,3 14,5 I 1,6 1 1 ,9

Carenados 5,4 10,7 16,8 17,5

Sustrato 16,2 15,5 28,6 24,1

Cuadro 4. Índices tipológicos del Auriñaciense antiguo.

Figura 10. Útiles retocados e industria ósea del Auriñaciense antiguo de Labeko Koba.

En la cornisa cantábrica, debernos hablar de un auriñaciense antiguo genérico, sin facies internas (Cuadro 4). Los conjuntos con mayor número de efectivos son Cueva Morín 7 y 6; Labeko Koba 5 y 4; mientras que Polvorín I y El Conde (niveles A y B) han de ser tomados con mayores reservas debido a la fecha de la excavación en la primera y lo excepcional de su colección la segunda. Se caracteriza por un aumento de los raspadores carenados y espesos, aun-que de manera discreta y un descenso, aunque parez-ca paradójico, del material sobre hojita, sobre todo la hojitas Dufour-, las cuales son muy escasas, sólo en Labeko Koba V representan el 9%, lo que significa el porcentaje mayor de los estudiados. Para su excava-dor, este nivel estaría dentro del Auriñaciense anti-guo, pero con elementos de la tradición anterior (Auriñaciense arcaico) del nivel VII como sería la presencia importante de hojitas Dufour (Arrizabalaga 2000a). Las hojas auriñacienses aumentan en relación con el Auriñaciense arcaico, aunque de manera moderada, sólo en Labeko Koba IV llega al.6,6%. La presencia de buriles es discreta en todas las serie, des-tacando los diedros sobre los realizados sobre trunca-dura.

La industria ósea del Auriñaciense antiguo está caracterizada y definida por la azagaya de base hen-dida, sin embargo, muchos de los yacimientos de este momento localizados en la cornisa cantábrica carecen

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de industria ósea. Destacan el conjunto de Polvorín I con al menos tres azagayas de base hendida, Labeko Koba VI con un ejemplar de sección aplanada sobre asta y otra de sección biconvexa en el nivel V del mismo yacimiento, y las halladas en el nivel. B de Covalejos. Además de las azagayas de base hendida, podemos hablar de otra serie de elementos cataloga-dos como industria ósea, tales corno un ápice de aza-gaya de sección subcircular en el nivel V de Labeko Koba y un fragmento mesial de azagaya sobre asta de sección aplanada-subrectangular. Con ellos, aparecie-ron en todos los niveles de este yacimiento numero-sas esquirlas óseas empleadas corno retocadores-compresores, así como un alisador sobre costilla, una pieza intermedia y un fragmento de varilla decorada en el nivel IV como elementos más destacados (Muji-ka 2000).

Como ya hemos comentado, la azagaya de base hendida ha sido empleada corno elemento diferencia-dor y clasificador del Auriñaciense antiguo. Sin embargo, hemos podido comprobar en lo últimos años, como puede aparecer en otros contextos. Nos estamos refiriendo a su aparición dentro de coleccio-nes que corresponden al Auriñaciense arcaico, en este sentido disponemos del ejemplo de l'Arbreda en Girona (Maroto et al. 1996), y en la región cantábri-ca puede citarse la azagaya de base hendida hallada en el nivel XIII de La Viña (sector occidental), cuyo conjunto lítico podría corresponder a un momento anterior al Auriñaciense antiguo (Fortea 1995). Ya hemos comentado en varias ocasiones (Maí110 Fer-nández 2002; Bon et al. 2006) que debemos de ser algo más laxos a la hora de interpretar el utillaje óseo y lítico de un conjunto arqueológico, para no caer en postulados ultratipologistas que obligan a perder la perspectiva de conjunto.

Interesante resulta la evolución de las piezas de sustrato en las diferentes colecciones. En algunas corno Morín 7 y 6 el porcentaje desciende en relación con el Auriñaciense arcaico, mientras que en Labeko Koba V y IV aumenta considerablemente. Caso apar-te merecen los casos de Lezetxiki III, con gran núme-ro de piezas de sustrato y de retoque lateral o de los niveles A y B de el Conde, donde encontramos un 69,5% y 63,3 % respectivamente, sobre todo de den-ticulados, lo que para algunos investigadores repre-senta una alteración de carácter post-deposicional (Bernaldo de Quirós 1982). Sin embargo, pensarnos que tanto Lezetxiki III, como Conde A y B son con-juntos que podemos denominar Auriñacienses poco definidos, anteriores tanto al Auriñaciense arcaico como al Auriñaciense antiguo tal y como aquí ha sido definido, y en los que los elementos de tradiciones anteriores están muy presentes.

5.3.6. Auriñaciense evolucionado

Este tecnocomplejo es, sin duda, el más difícil de definir tipológicamente. Varios son los problemas que plantea su localización en la cornisa cantábrica. El primero es el escaso número de yacimientos que pueden ser encuadrados en el Auriñaciense evolucio-nado, el segundo la escasez de evidencias líticas que contienen dichos niveles o lo poco característico de su industria, como ocurre en Cofresnedo 4.3 o El Ruso IV, cuya dataciôn ha servido para encuadrarlos en este tecnocomplejo (Ruiz y Smith 2003). El terce-ro es la fecha de excavación de algunas series de refe-rencia como Hornos de la Peña o Cierro. Por último, la propia idiosincrasia de este tecnocomplejo y la amplia variabilidad interna de sus industrias, lo que hace muy difícil una sistematización homogénea del mismo (Bernaldo de Quirós 1982; Barandiarán et al. 1996).

En líneas generales, el Auriñaciense evolucionado se puede caracterizar por una mayor presencia de los raspadores sobre los buriles, aunque estas diferencias deben ser matizadas: en algunas series como Hornos de la Peña, Otero 6, Cierro VII y VI esta diferencia es muy marcada, en otros casos corno Morín 5inf u Ote-ro 4 ambos porcentajes son más similares, y en uno (Otero 5) los buriles sobrepasan a los raspadores (aunque las evidencias líticas de este nivel son muy escasas). Entre .los raspadores, baja la presencia de los carenados que van a presentar frentes triangulares y son más numerosos los raspadores planos en hoci-co (Fig. 11). Entre los buriles, siguen destacando ampliamente los diedros sobre los realizados sobre truncadura, algunos de ellos de tipo busqué como en La Viña XI (Fortea 1992). Las hojas auriñacienses están más presentes que en momentos anteriores, pero su proporción, salvo en Hornos de la Peña y Ote-ro 4, no sobrepasa del 5%.

La industria sobre hojitas, sobre todo la presencia de hojitas Dufour-, es muy escasa en las colecciones excavadas en fechas más recientes como La Viña, Antoliñako Koba o El Otero. Este hecho, contrasta vivamente con otras industrias francesas del mismo tecnocomplejo en cuyas series son muy abundantes las hojitas Drfour-, como Pataud 8 o Le Flageolet I (Chiotti 1999; Lucas 2000).

Las piezas de sustrato (raederas y denticulados) son poco importantes en las series estudiadas, excep-to en Antoliñako Koba (niveles Lmbk y Smb), ya que caracterizan la colección lítica (Aguirre 2001, 64).

La industria ósea es, también, poco abundante. Se caracteriza por la azagayas losángicas (halladas en

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Figura II. Útiles retocados e industria ósea del Auriñaciense evolucionado (según González Echegaray 1971).

Otero) o las fusiformes y aplanadas de Morín (nivel 5 inf), en el Ruso IVb encontramos también un conjun-to de industria ósea variado como una azagaya de base rebajada, otra con aplastamiento central y varios fragmentos de sección circular. Otros elementos rele-vantes son una espátula sobre costilla en el mismo nivel de El Ruso, y una serie de colgantes sobre cani-nos atrofiados de ciervo y de carnívoros (Otero, Ruso) y sobre concha en El Ruso y Cofresnedo (Muñoz 1991; Ruiz y Smith 2003).

Con todo, nos encontrarnos ante un tecnocomple-jo de difícil definición tanto por las propias industrias como por las características propias de las mismas, las cuales pueden responder a situaciones que, por el momento, no llegamos a concretar como condicio-nantes geográficos, económicos o tradicionales.

6. COMPORTAMIENTO SIMBÓLICO Y PRIMERA ACTIVIDAD GRÁFICA

6.1. Primeros testimonios de comportamiento funerario

El enterrar a los muertos es uno de los comporta-mientos habitualmente atribuidos a los humanos. En

este sentido, para muchos autores, la llegada de los humanos modernos traería consigo el ritual del enterra-miento a Europa de una manera habitual (Mellars 2004). Sin embargo, el comportamiento funerario no es una actividad o un rito típico o exclusivo de los humanos modernos venidos desde el este, sino que está también atestiguado en las sociedades del paleolítico medio, tanto de Próximo Oriente, como de Europa.

En la Cornisa Cantábrica sólo tenemos un yaci-miento con evidencias funerarias para los momentos que nos atañen. Se trata de Cueva Morín, en donde se pusieron en evidencia los restos de, al menos, cuatro sepulturas (Freeman y González Echegaray 1973). Se tratan de cuatro sepulturas con fosa excavada sobre los estratos musterienses. De los cuatro, sólo Morín I y Morín II están completas, ya que las otras dos (Morín III y Morín IV) fueron severamente mutiladas en el transcurso del enterramiento de los individuos de las dos primeras. Lo excepcional de estas sepultu-ras es que los restos de la inhumación no son restos orgánicos, sino pseudomorfos de sedimento fino de carácter arcilloso, los cuales formaron un molde, par-cialmente deformado por el propio peso de los sedi-mentos, de los cuerpos humanos. La explicación a este proceso es que en ciertas condiciones de elevada humedad y temperatura, los tejidos de un cuerpo se convierten en "grasa calavérica" o adipocira.

Morín I y II presentan sendas fosas y túmulo. En ambos casos presentan un pequeño pozo comunicado con las fosas mortuorias. Presentan, además, pseudo-morfos de posibles ofrendas animales (Freeman y González Echegaray 1973).

Su interpretación cultural plantea serias dudas. Aunque se asignó en un primer momento al Auriña-ciense arcaico, la ausencia de la parte superior de la estratigrafía (mutilada por las excavaciones de J. Car-ballo y el Conde de la Vega del Sella), junto con las dataciones obtenidas en hogares situados en la parte superior de los túmulos, muy coherentes entre sí, hace que seamos cautos a la hora de interpretar dicho conjunto.

En cuanto a la especie humana sepultada en las diferentes tumbas de Cueva Morín, huelga decir que fueron, sin duda, asignadas al Homo sapiens sapiens, ya que en los años de su descubrimiento estaba más que asumido que el Paleolítico superior era obra de éstos. Sin embargo, hoy en día, con la ausencia total de humanos modernos hasta cerca del 30.000 BP (Garralda y Vandermeersch 2004) y los matices que tiene la transición entre el Paleolítico medio/superior en la región cantábrica, como vemos en este capítulo, ponemos en cuarentena aquella conclusión.

KOBIE (Serie Anejos n.° 8), afilo 2004. Las sociedades del Paleolítico en la región cantábrica

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184 VICTORIA CABRERA VALDES, ALVARO ARRIZABALAGA VALBUENA. FEDERICO BERNALDO DE QUIRÓS GUIDOTTI. Y JOSÉ MANUEL MAILLO FERNÁNDEZ

Figura 12. Concha musteriense de Lezetxiki (Foto A. Arrizabalaga).

6.2. El inicio de la actividad gráfica. Diversos soportes, distintas técnicas, diferentes expresiones

La presencia de evidencias artísticas durante estos momentos es un aspecto de gran importancia, pues va a ser precisamente su presencia, uno de los caracteres definidores del Paleolítico superior en contraposición con su ausencia'durante el Paleolítico medio. La exis-tencia de un comportamiento complejo ha sido consi-derada corno uno de los factores que permitieron a los humanos modernos "triunfar" sobre los grupos nean-derthales. Sin embargo, éste es quizás uno de los aspectos más elusivos en la investigación prehistóri-ca, ¿como identificar estos comportamientos? El uso del ocre como elemento de comunicación en forma de decoraciones corporales ha sido reconocido dentro de la parafernalia neanderthal (Hovers et al. 2003). Pero, sin embargo, otros elementos como los huesos con marcas no tienen el mismo consenso, dada su rareza en el registro anterior a los humanos moder-nos. El problema principal viene de la propia atribu-ción de "simbólico" que sobredimensiona la presen-cia de estos elementos en el contexto del Paleolítico superior. El carácter de "simbólico" hace referencia a su uso corno instrumento de comunicación entre los individuos de un determinado grupo y, por tanto, a su valor como factor aglutinador del mismo, lo que redundaría en beneficios organizativos por parte de los humanos modernos que estarían en la base de su supervivencia. El problema parte, precisamente, de ese carácter de "simbólico". Por definición, los ele-mentos simbólicos parten del acuerdo entre el emisor y el receptor de los mismos, son arbitrarios y sólo se pueden identificar si conocemos el carácter del acuer-do establecido y es, precisamente éste, el que desco-nocemos. En general, la identificación de elementos

"simbólicos" parte de la capacidad de los "investiga-dores modernos" en su reconocimiento como tal, que se complica por el hecho de sólo contar con materia-les perecederos (las discusiones sobre el valor del ocre y como se utilizaba son buena prueba de ello). Es por esto que en los últimos años se está valorando la presencia de materiales "no utilitarios", es decir, que no se puedan explicar por otras causas, como soporte para poder hablar de elementos "simbólicos".

Desde un tiempo a esta parte, se han producido hallazgos en diversos niveles del Musteriense final de materiales que entran dentro de esa clasificación de "no utilitarios", como son las conchas de los niveles III y IVc de la cueva de Lezetxiki (Arrizabalaga, 2006). Se trata de conchas pulimentadas y con posi-bles huellas de preparación para su uso suspendidas (Fig. 12). Otro ejemplo de esto sería el empleo de ámbar en algunos yacimientos auriñacienses como Cueva Morín, El Pendo, Labeko Koba, Gatzarria e Isturitz, con lo que debemos valorar la hipótesis de cierto carácter regional en este tipo de comportamien-tos y usos.

Otro elemento "simbólico" procede del nivel 21 de la cueva de El Castillo. Se trata de un canto de cuarcita de aproximadamente 5,7 cm de largo que presenta en su cara exterior una línea formada por cuatro puntos piqueteados con un quinto situado enci-ma y en la parte central de la línea (Cabrera Valdés et al. 2004). Las características de los piqueteados excluyen cualquier interpretación funcional, tanto por su situación como por su morfología, lo que obliga a admitir su carácter artificial y, por lo tanto, a conside-rar la pieza dentro de la problemática del origen del "simbolismo" (Fig. 13).

Figura 13. Canto con puntuaciones de El Castillo (Foto F. Bernaldo de Quirós).

KOBIE (Serie Anejos n.° 8), año 2004. Las sociedades del Paleolítico en la región cantábrica

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LA TRANSICIÓN AL PALEOLÍTICO SUPERIOR Y LA EVOLUCIÓN DE LOS CONTEXTOS AURIÑACIENSES (50.000-27.000 BP) 185

Los diferentes niveles de la Unidad 18, atribuida al Auriñaciense de Transición nos han aportado diversas piezas cuyo carácter artificial nos permiten incluirlas aquí. Entre los efectivos recuperados desta-ca la presencia de utensilios de diversas tipologías así como elementos de arte mueble.

El nivel 18c, datado aproximadamente en 40.000 BP, presenta un fragmento distal de cincel en el que se observan una serie de incisiones cortas y rectilí-neas situadas en el borde izquierdo de la cara superior y orientadas de manera transversal con respecto al eje longitudinal de la pieza (Cabrera et al. 2001). Tam-bién encontramos un fragmento mesial de metápodo de ungulado que presenta una serie de incisiones en la cara superior. Las incisiones están constituidas por tres marcas profundas de contorno irregular dispues-tas dos de ellas paralelas entre sí y perpendiculares respecto al eje longitudinal de la pieza, mientras que la tercera se desarrolla en dirección oblicua y diver-gente con respecto a las anteriores (Cabrera y Bernal-do de Quirós 1999). Más interesante es un fragmento óseo aplanado que presenta trazos pintados en su cara superior. Dichos trazos configuran una representa-ción figurativa que ha sido interpretada como una cabeza de animal orientada hacia el flanco derecho del fragmento óseo conservado. Mediante análisis de composición por SEM hemos detectado la presencia de grafito natural. El nivel I 8b, datado en 38.500 BP presenta varias piezas, destacando el fragmento pro-ximal de un hueso hioides, posiblemente de Cervus elaphus, con decoración de trazos grabados y pinta-dos en su cara superior (Cabrera et al. 2001). La decoración está constituida por trazos grabados y pin-tados en negro que conforman lo que se ha interpre-tado corno la pata delantera de un animal (Fig. 14). La identificación de los pigmentos que componen los trazos pintados ha revelado la presencia de mangane-so, lo que nos permite proponer que se realizó con un lápiz de este mineral, cuya incisión dejó las marcas presentes en su interior (Tejero et al. 2005).

También procedente de este nivel tenernos una plaqueta de arenisca de morfología triangular que presenta cuatro trazos grabados sobre una de sus caras. Los trazos se sitúan sobre la superficie aplana-da del objeto, mientras que la cara opuesta ofrece una concavidad de origen natural. Las incisiones mues-tran sección en U y parecen haber sido realizadas con un útil lítico de filo grueso.

Es interesante constatar también la aparición de restos de ámbar en algunos niveles auriñacienses de yacimientos tanto de la región cantábrica, como de su prolongación norpirenaica, corno es el caso de Labeko Koba, Cueva Morín, Pendo o Gatzarria e

Isturitz, estas últimas ubicadas en el País Vasco con-tinental.

Dentro de la categoría de huesos con marcas debe-mos citar un fragmento de metacarpo de cérvido, que presenta una serie de incisiones que presentan sec-ción en "V" y se disponen paralelos entre sí en direc-ción transversal al eje longitudinal de la pieza. La ubicación de dichos trazos sobre la superficie epifisa-ria no parece responder a patrones de descarnado, por lo que, por el momento, se ha incluido en la categoría de elementos óseos incisos sin una finalidad práctica aparente. Estas piezas se pueden poner en relación con otras aparecidas en las excavaciones de Ober-maier con incisiones muy profundas sobre su cara superior (Cabrera 1984; Corchón 1986).

Pertenecientes a niveles del Auriñaciense antiguo y evolucionado, debemos destacar la presencia de colgantes en dientes perforados de animal, como los dientes de ciervo del Otero 5 y 4, Morin 7, 6 y 5inf (Corchón 1986), también tenemos la presencia de huesos con líneas incisas de Morin 6 y 5inf, y el nivel VII de Labeko Koba (González Echegaray 1973; García y Arrizabalaga 2000).

Figura 14. Industria ósea y arte mueble de la Unidad 18 de El Castillo (Foto F. Bernaldo de Quirós).

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186 VICTORIA CABRERA VALDÉS. ALVARO ARRIZABALAGA VALBUENA, FEDERICO BERNALDO DE QUIRÓS GUIDOTT'I, Y JOSÉ MANUEL MAÍLLO FERNANDEZ

Una pieza excepcional es el hueso pintado de la cueva del Salitre (Corchón 1986), caso único aunque la falta de revisión de los materiales hace difícil ase-gurar si se trata de un autentico auriñaciense o ya de un gravetiense.

Quizás sea la pieza de Hornos de la Peña la más conocida (Barandiarán 1967;. Corchón 1986). Se tra- ta de un fragmento de hueso frontal con una figura del anca de un caballo grabada profundamente y que se ha puesto en relación con un grabado parietal de caballo situado en la boca de la misma cueva. Se situaría en un contexto de un Auriñaciense Evolucio-nado.

Como se puede observar, la presencia de elemen-tos que podemos situar dentro de un contexto simbó-lico (con las limitaciones expresadas) en el final del Paleolítico medio y en el Auriñaciense es relativa-mente importante, y nos permite establecer unas líneas de continuidad entre ambas etapas, sea quien sea el autor de los materiales.

7. RECAPITULACIÓN

A tenor de lo expuesto en las páginas precedentes, los problemas inherentes a la transición entre el Paleolítico medio y el superior, así como a la evolu-ción interna del Auriñaciense, son cuestiones aún por resolver, en la que caben todavía más preguntas que respuestas. Lo escaso de los conjuntos "válidos" para este tipo de síntesis en la región cantábrica, lo reduci-do de las dataciones radiométricas, de las secuencias estratigráficas amplias y la ausencia de restos huma-nos fósiles forman parte de esta limitación. Limita-ción que puede ser extensible, en mayor o menor medida, a todo el continente europeo. Con estas pre-misas previas, los puntos de discusión más relevantes de este momento en la región cantábrica son los siguientes.

1. Existen pocos yacimientos arqueológicos aptos para un estudio en profundidad. Son escasos los que presentan una secuencia estratigráfica amplia que permita rastrear cambios de carácter diacrónico y que estén acompañados de analíticas, más allá de las tipo-lógicas. En este sentido disponemos, además, de una desigual presencia de los diferentes tipos de conjun-tos industriales. Así, podemos comentar que el final del Musteriense está presente en toda la región cantá-brica, aunque bascule más hacia el este, lo que es una constante para todo el momento estudiado. Por otro lado, existen numerosos yacimientos en proceso avanzado de estudio que ayudarán a comprender mejor dicho periodo (Axlor, Covalejos, Lezetxiki por

ejemplo). Sin embargo, los conjuntos que podemos denominar "transicionales", como el Auriñaciense de .Transición y el Chatelperroniense, son conocidos de manera muy somera ya que se encuentran en escaso número de yacimientos y sus conjuntos industriales son poco significativos. En cuanto al Auriñaciense arcaico y el Auriñaciense antiguo su presencia resul-ta también limitada, pero las colecciones sí son más significativas. Estando más o menos bien definidas desde un punto de vista industrial, se debería ahondar en la problemática de su industria ósea. Sin embargo, adolece de lo mismo que el resto de conjuntos indus-triales: bases sedimentológicas y geomorfológicas definidas, estudios de paleoambiente y paleoecono-mía, etc. Por último, el Auriñaciense evolucionado es un conjunto industrial escaso y cuya variabilidad interna es muy acusada, por no hablar de la casi ausencia de cualquier otro tipo de análisis que no sea el industrial.

2. En cuanto a los datos aportados por la cronolo-gía radiométrica y, aunque no debemos descartar en ningún caso problemas derivados de la idiosincrasia de los propios métodos empleados y la correlación entre ellos, parece que existe un solapamiento entre diferentes conjuntos industriales en el tránsito entre el Paleolítico medio y el superior. Este hecho, de ser correcto, plantea una serie de elementos de análisis muy interesantes, más allá de la propuesta teórica que defendamos para este periodo. Si realmente existió un solapamiento entre varios tecnocomplejos, se abre una serie de interrogantes que deberán ser puestos en valor y discutidos por los diferentes equipos de inves-tigación. Cuestiones corno cuál es la naturaleza de dicha coexistencia y a qué responde dicha variabili-dad industrial, o cuál es el tipo humano responsable de las mismas son sólo algunas cuestiones a contes-tar. Sin embargo, cuando estudiamos las escasas secuencias estratigráficas regionales observamos que no existe ningún tipo de interestratificación entre conjuntos industriales que varíe el modelo admitido de manera general por la comunidad científica, a excepción de los datos preliminares de La Güelga.

3. Con los datos conocidos hasta la actualidad, la región cantábrica presenta una casuística, cuanto menos particular en relación con el modelo admitido para la transición entre el Paleolítico medio y supe-rior (Mellars 1996, 2004). A raíz de dichos datos, podemos observar una transición menos dramática y más gradual entre uno y otro. Este paso gradual pre-senta una línea que une el Musteriense Final con el Auriñaciense, y no tanto con el Chatelperroniense, que parece intrusivo en la región. En este sentido, podemos observar dicha transición dentro de un modelo en mosaico a partir de las colecciones arqueo-

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lógicas y desde, lo que podemos denominar, elemen-tos innovadores y perduraciones dentro del marco de las características generalmente admitidas, tanto para el Paleolítico medio, como para el superior y que, pese a numerosos ejemplos que rompen dicha norma, ha sido mantenida sin apenas revisión. Recordemos, brevemente cuales son:

— Innovaciones: en la región cantábrica, exceden la anécdota los conjuntos pertenecientes al Muste-riense Final que presentan elementos característicos del Paleolítico superior en un contexto claramente protagonizadas por el neanderthal, sin ningún tipo de posible influencia o aculturación. En este sentido, debemos destacar la elaboración de industria de hoji-tas en yacimientos como El Castillo, Cueva Morín, La Viña, Lezetxiki o Covalejos. La producción de hojas ya es conocida en el Paleolítico medio desde antiguo (Révillion y Tuffreau 1994), pero la de hoji-tas era considerada por algunos autores como la ver-dadera innovación de los humanos modernos debido a las implicaciones que generaba en las estrategias cinegéticas (Bar Yosef y Kuhn 1999). Con este hecho, dichas implicaciones deben matizarse o admitirse para momentos del Paleolítico medio. Otro de los aspectos a tratar es la constancia del pensa-miento simbólico y de la estética personal a partir de los ejemplos de Lezetxiki y El Castillo. En el prime-ro con la aparición de dos objetos ornamentales sobre concha, y en el segundo con la existencia de un fragmento de cuarcita con una alineación de puntos que no corresponde a un uso doméstico.

— Pervivencias: como ya se ha indicado, no está suficientemente valorado el efecto distorsionador generado por el uso de diferentes métodos de análisis tipológicos. Pese a ello, los esquemas de débitage dis-coides son empleados durante las diferentes fases del Auriñaciense en mayor o menor medida. Este tipo de débitage presenta una serie de premisas tecnológicas que lo alejan de los esquemas operativos de tipo "oportunista" con los que se asocian los métodos de lascas del Paleolítico superior (Peresani 2003). A su vez, las estrategias de caza empleadas son las mismas entre el final del Musteriense y el Auriñaciense arcai-co, tanto en época de captura, como en edad de las pre-sas (Pike-Tay et al 1999). Estos dos hechos, plantean la necesidad de abordar el papel de las tradiciones de los grupos de cazadores-recolectores que habitaron en esta región, ya que desde los grupos neanderthales se comienzan a generar aquellos elementos característi-cos de los humanos modernos, elementos que se man-tienen y potencian durante el Auriñaciense.

Estos hechos descritos arriba y pese a lo escaso de algunas evidencias arqueológicas, ubican a la región cantábrica en una de las posiciones clave para cono-cer la naturaleza de la transición y del conocimiento de los primeros complejos del Paleolítico superior. Una realidad que se ha tornado mucho más compleja y sutil que los modelos imperantes y aceptados hasta la fecha.

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