la tradición en josé antonio y el sindicalismo en mella - josé mª. codón

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Desde que aparecieron en España los grupos políticos jonsista y falangista, se puso de manifiesto su coincidencia ideológica con el Carlismo español y su similitud en las actitudes y en los símbolos.Apenas amanece la fuerza joven de las JONS en el panorama nacional, consigna este juicio crítico, lleno de justicia, en su naciente revista, acerca del Carlismo:"El partido tradicionalista ha sido sólo él quien se mostraba sensible ante los valores españoles en peligro, tocando a rebato tenaz y heroicamente, en presencia de los atropellos y desviaciones traidoras que se consumaban. Ha sido a lo largo de un siglo de vida española el único para quien las voces nacionales, el clamor histórico de España y nuestro gran pleito con las culturas, pueblos y naciones extranjeras, constituían la realidad más honda".Era tan rigurosamente cierta esta visión que quizá desde los tiempos de Aparisi y Guijarro, que definió al Carlismo como una gran cuestión europea, religiosa y social, no se había dicho una verdad tan afortunada como la que proclamó la revista de las JONS: La realidad honda del Carlismo es la de ser una interpretación total de los valores de la cultura española.La afinidad o solidaridad objetiva entre ambas fuerzas se acentuaría con el paso del tiempo. Tan pronto publicó José Antonio su célebre "Bandera que se alza" y se produjo el conocido análisis de Pradera, el Fundador de la Falange fue acentuando su juicio netamente favorable al Carlismo, a medida que iba conociendo su interioridad. En la entrevista que concedió al diario "Ahora", él, tan sincero e implacable en la crítica de las agrupaciones políticas del momento, afirmó: "El grupo tradicionalista tiene una positiva savia española y una auténtica tradición guerrera. Es la fuerza de derechas que tiene más espíritu."En la sesión necrológica dedicada al diputado carlista Oreja, había definido su ideal tradicionalista como uno de los "más hondos de los más completos y de los más difíciles."Cuando derechas e izquierdas, expresiones enfermizas de la patología política, pusieron de manifiesto la imposibilidad de la convivencia en la arena republicana española, pisoteada por las internacionales y la infiltración de los frentes populares, el 16 de junio de 1935, en vísperas de la reunión de la Junta Política en Gredos, José Antonio, enjuiciando certeramente la situación, dijo: "Hoy no hay más fuerza nueva y sana que nosotros y los carlistas."A nadie puede extrañar la salvadora alianza, que en la conspiración y en la guerra se forjó, como fruto de esa comprensión mutua.Dediquémonos a estudiarla. ¡Demasiado poco hemos airado los testimonios de la unidad procedentes de ambos campos!Surgió el Alzamiento. Y todas aquellas afinidades se convirtieron en realidad luminosa. En la sublevación y en los frentes de julio no se veían más que uniformes caquis, camisas azules y boinas rojas. Era la hora de la verdad.El mismo día 24 de julio llegaron a salvar Zaragoza mil doscientos requetés —dos tercios— que consolidaron decisivamente la situación. La Falange zaragozana les dedicó el siguiente saludo, que en este mes de abril, mes de la unidad, cobra nueva y emocional significación:"En este amanecer de la Patria, iluminado otra vez por aquel sol de oro que no se ponía en todas las tierras universas de España, levantemos primero, en vuestro homenaje, nuestro brazo robusto y nuestro corazón de aragoneses.Sois los mismos de ayer, con la misma sangre eterna de caballeros, de soldados y de héroes que os pusieron en las venas vuestros padres, los invencibles guerreros de Dios, la Patria y el Rey.Y ahora, en estos días que se salen de la historia ruin, sucia y materialista de nuestro siglo XX, en estos días ungidos religiosamente de tradición, de hidalguía y de valentía, volvéis a la lucha con la mirada segura, el corazón generoso y el brazo vigilante, bajo la gracia y la ira gentil de vuestra boina sagrada. ¡Requetés, Presentes! Os saluda la Falange de las JONS!

TRANSCRIPT

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JOS MARA CODON

LA TRADICIN EN JOS ANTONIO Y EL SINDICALISMO EN MELLA

1 Edicin, 1962 2 Edicin; Abril, 1978

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NDICE

ENVIO............................................................................................................................................... 4 I. PREMBULO................................................................................................................................ 5 I. PREMBULO .......................................................................................................................... 5 II. TRADICIN .................................................................................................................................. 7 1. FRANCO, VIGA DE LA TRADICIN DE LAS ESPAAS ....................................................... 7 2. LA TRADICIN, EN JOS ANTONIO ...................................................................................... 8 3. LA TRADICIN PARA JOS ANTONIO, SUSTANCIA Y NO REMEDO ............................... 10 III. SINDICALISMO......................................................................................................................... 12 1. EL SINDICALISMO EN MELLA .............................................................................................. 12 2. VZQUEZ DE MELLA VIVE ................................................................................................... 13 3. LA IDEA DE LA REVOLUCIN EN EL TRADICIONALISMO ................................................ 14 IV. UNIDAD..................................................................................................................................... 17 1. LA PROYECCIN DE UNA HERMANDAD GUERRERA ...................................................... 17 2.VCTOR PRADERA O LA UNIDAD COMO IMPERATIVO...................................................... 19 3. LA UNIDAD SE SELLO CON SANGRE EN ALICANTE......................................................... 20 4. LA GLORIA DE DON RAMIRO DE MAEZTU ......................................................................... 21 5. CRUZADOS Y MRTIRES DE LA TRADICIN..................................................................... 22 6. MARCELINO OREJA ELOSEGUI O LA ACCIN SOCIAL .................................................... 23 7. BURGOS, 1. DE OCTUBRE ................................................................................................. 25U

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ENVIO"Hoy no hay ms fuerza nueva y sana que nosotros y los carlistas... Sera conveniente la formacin de un Frente Nacional". Jos Antonio 15-VI-35

Cuando Jos Ma. Codn, perito en derecho y en historia, carlista y burgals de pro, public en 1962 este libro por primera vez, se convirti en precursor notorio de la idea central que gua a Fuerza Nueva. Entonces, Codn destac que entre falangistas y carlistas exista una unidad natural de pensamiento y estilo, muy superior a toda unificacin transitoria o forzada, y conclua que esa sntesis necesaria deba ser punto de partida en el nuevo horizonte espaol. Hoy, Fuerza Nueva se propone encarnar libremente en sus hombres ese convecimiento de convergencia: Hombres-18 de Julio para los que esa doble herencia Tradicionalismo y Nacionalsindicalismo constituya una unidad irreversible, indivisible e irrenunciable. Al reeditarse "La tradicin en Jos Antonio y el sindicalismo en Mella", tal y como fue escrito, su valor como testimonio y pregn de unidad permanece ntegro y asume virtualidades inmediatas. A los camaradas, este libro les servir para afirmar en s mismos el Espritu de 18 de Julio, con el que nuestra generacin recoge todas las aportaciones de las fuerzas nacionales en nuestra historia y las sintetiza para acometer el futuro: con certeza, gracias a ese reforzamiento mutuo, de victoria definitiva. Pero adems, Fuerza Nueva dirige este libro a todos los jvenes espaoles que, fuera de nuestras filas y desde cualquier grupo, creen en la suprema unidad de Espaa: A todos los que desean la Unidad Espiritual de Espaa, la unidad entre sus tierras, la unidad entre sus clases, la unidad entre sus hombres, para que sobre esta coincidencia de ideal, precisamente para su comienzo y triunfo, coincidan en la unidad en el servicio a Espaa en un Frente Nacional. Luis M. SANDOVAL.

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I. PREMBULOEl condominio ideolgico del Carlismo y la Falange

I. PREMBULODesde que aparecieron en Espaa los grupos polticos jonsista y falangista, se puso de manifiesto su coincidencia ideolgica con el Carlismo espaol y su similitud en las actitudes y en los smbolos. Apenas amanece la fuerza joven de las JONS en el panorama nacional, consigna este juicio crtico, lleno de justicia, en su naciente revista, acerca del Carlismo: "El partido tradicionalista ha sido slo l quien se mostraba sensible ante los valores espaoles en peligro, tocando a rebato tenaz y heroicamente, en presencia de los atropellos y desviaciones traidoras que se consumaban. Ha sido a lo largo de un siglo de vida espaola el nico para quien las voces nacionales, el clamor histrico de Espaa y nuestro gran pleito con las culturas, pueblos y naciones extranjeras, constituan la realidad ms honda". Era tan rigurosamente cierta esta visin que quiz desde los tiempos de Aparisi y Guijarro, que defini al Carlismo como una gran cuestin europea, religiosa y social, no se haba dicho una verdad tan afortunada como la que proclam la revista de las JONS: La realidad honda del Carlismo es la de ser una interpretacin total de los valores de la cultura espaola. La afinidad o solidaridad objetiva entre ambas fuerzas se acentuara con el paso del tiempo. Tan pronto public Jos Antonio su clebre "Bandera que se alza" y se produjo el conocido anlisis de Pradera, el Fundador de la Falange fue acentuando su juicio netamente favorable al Carlismo, a medida que iba conociendo su interioridad. En la entrevista que concedi al diario "Ahora", l, tan sincero e implacable en la crtica de las agrupaciones polticas del momento, afirm: "El grupo tradicionalista tiene una positiva savia espaola y una autntica tradicin guerrera. Es la fuerza de derechas que tiene ms espritu." En la sesin necrolgica dedicada al diputado carlista Oreja, haba definido su ideal tradicionalista como uno de los "ms hondos de los ms completos y de los ms difciles." Cuando derechas e izquierdas, expresiones enfermizas de la patologa poltica, pusieron de manifiesto la imposibilidad de la convivencia en la arena republicana espaola, pisoteada por las internacionales y la infiltracin de los frentes populares, el 16 de junio de 1935, en vsperas de la reunin de la Junta Poltica en Gredos, Jos Antonio, enjuiciando certeramente la situacin, dijo: "Hoy no hay ms fuerza nueva y sana que nosotros y los carlistas." A nadie puede extraar la salvadora alianza, que en la conspiracin y en la guerra se forj, como fruto de esa comprensin mutua. Dediqumonos a estudiarla. Demasiado poco hemos airado los testimonios de la unidad procedentes de ambos campos! Surgi el Alzamiento. Y todas aquellas afinidades se convirtieron en realidad luminosa. En la sublevacin y en los frentes de julio no se vean ms que uniformes caquis, camisas azules y boinas rojas. Era la hora de la verdad. El mismo da 24 de julio llegaron a salvar Zaragoza mil doscientos requets dos tercios que consolidaron decisivamente la situacin. La Falange zaragozana les dedic el siguiente saludo, que en este mes de abril, mes de la unidad, cobra nueva y emocional significacin: "En este amanecer de la Patria, iluminado otra vez por aquel sol de oro que no se pona en todas las tierras universas de Espaa, levantemos primero, en vuestro homenaje, nuestro brazo robusto y nuestro corazn de aragoneses. Sois los mismos de ayer, con la misma sangre eterna de caballeros, de soldados y de hroes que os pusieron en las venas vuestros padres, los invencibles guerreros de Dios, la Patria y el Rey. Y ahora, en estos das que se salen de la historia ruin, sucia y materialista de nuestro siglo XX, en estos das ungidos religiosamente de tradicin, de hidalgua y de valenta, volvis a la lucha con la mirada segura, el corazn generoso y el brazo vigilante, bajo la gracia y la ira gentil de vuestra boina sagrada. Requets, Presentes! Os saluda la Falange de las JONS!-5-

Con vosotros en la lucha, hacia la Victoria!" Al poco tiempo, un peridico extranjero, "La Croix", interrogaba a Jos Luis Zamanillo, uno de los carlistas ms representativos por la autoridad de su jefatura nacional y por sus incontables sacrificios, sobre cules haban sido las condiciones que haban impuesto los requets para su participacin en el Alzamiento: "Ninguna dijo. Su nico deseo y su nico programa es salvar a Espaa. Eso es lo que ha hecho posible la unin con las otras organizaciones que colaboran en el Movimiento Nacional... Particularmente con Falange estamos unidos por una serie de coincidencias de ideal; por ejemplo, la lucha contra el parlamentarismo y el liberalismo". Pero falangistas y carlistas no eran solamente hombres de lucha, sino espaoles que se dejaban matar por sus ideas, y el ideal era el verdadero aglutinante. Si en su actitud haba un seoro natural, en su doctrina alentaba un fondo comn. Pronto trascendi el fenmeno a la esfera de los pensadores, de los intelectuales. Y hubo un Catedrtico de Salamanca, don Wenceslao Gonzlez Oliveros, que lanz en 1936 el grito de alarma para que la unidad fuese ms estrecha y orgnica despus del triunfo. Dedic a ello su libro "Falange y Requet orgnicamente solidarios". Era un libro de combate, con afirmaciones valientes en cuanto a los hombres y certeras en cuanto a las ideologas. Insert en la portada un smbolo fusionado de los emblemas de ambas fuerzas y apremi en dos subttulos la perentoriedad de la unin orgnica: "Para no perder la Paz, para no frustrar la Victoria." Tras de estudiar los nexos de ambas organizaciones representados en la tradicin imperial hispnica, el sentido religioso, la concepcin nacional del Estado, el afn mutuo de espaolizar Espaa y el inequvoco antiliberalismo de ambas fuerzas, insertaba una frase, sencillamente estupenda: "El condominio ideolgico de Falange y el Requet constituye un ciclo absoluto de cultura." Requets y falangistas no eran simples compaeros de armas, aliados de trinchera, sino depositarios de un patrimonio cultural que es de todos los espaoles. Nunca ser suficiente el estudio que los partcipes del proindiviso ideolgico hagamos de nuestro fondo espiritual. A ello tiende este ensayo: "La Tradicin en Jos Antonio y el Sindicalismo en Mella", sntesis que se ofrece como una antorcha del nuevo horizonte espaol. Tiende a demostrar la unidad de pensamiento dentro de una riqueza de matices de los dos grupos polticos que cargaron con el pesado esfuerzo de Espaa en la guerra y en la paz, en ese ciclo absoluto de cultura, que revela la existencia de un "Tanto Monta" doctrinal en el pensamiento de las dos fuerzas polticas del 18 de Julio.

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II. TRADICIN1.-Franco, viga de la Tradicin de las Espaas. 2.-La Tradicin, en Jos Antonio. 3.-La Tradicin para Jos Antonio, sustancia y no remedo.

TRADICIN

1. FRANCO, VIGA DE LA TRADICIN DE LAS ESPAASDesde aquel 1. de octubre de 1936, en el que en Burgos, Cabeza de Castilla y Cmara de los Reyes, pas la bandera roja y gualda, definitivamente, a manos del Capitn de la Cruzada, Franco ha venido definiendo, con claridad de conceptos y fortuna de expresin, las esencias de ese alma informante de la Patria que es la Tradicin. A la Tradicin espaola la haban entonado funerales muchos doctrinarios de un lado y de otro de la lnea divisoria del mundo de las ideas, tanto quienes deseaban el imposible metafsico de su muerte, como cuantos la dedicaban elegas bellas, pero sin fe ni esperanza en su resurreccin. En cambio, durante siglo y cuarto, los bardos han celebrado el fenmeno tradicionalista espaol elevando, bajo soles y lunas, himnos de guerra, de amor y de triunfo Iparraguirre en euskera, Mistral en lemosn o Valle-Incln en recio y potico castellano o cnticos de admiracin, como Ricardo Len, Marquina, Pemn, Olaguer, Raizbal y Fox. Prosistas adictos como Pereda, Tejada, Navarro Villoslada o Tamayo y Baus le encarnaron como protagonista en las batallas incruentas de las letras. Novelistas adversarios de la talla de Galds, Baroja o Unamuno, le maltrataron como trama y como paisaje. Enemigos polticos de la categora de Cnovas, Canalejas, Romanones o Natalio Rivas si le combatan desde el poder, se inclinaban ante l en sus juicios crticos personales. Y en toda Europa, desde Honorato de Balzac a Luis Veuillot, desde De Maistre a Lord Mahn, de Carlos Marx a Edmundo Schran, de Charles Benoist a Charles Maurras, muchos escritores exaltaron su semblante heroico y su veta popular, mientras una dinasta de pensadores y tribunos espaoles le suba a las ms altas cimas, en la oratoria. Pero no pasaban, con todo, la raya de la doctrina. Haba de llegar el primero de octubre de 1936 para que un Jefe del Estado se constituyera en guardin y ejecutor del ideario de la Tradicin. Para Franco, los carlistas representaban a la "Espaa ideal". "Los requets aportaron al Movimiento, junto con su mpetu guerrero, el sagrado depsito de la Tradicin Espaola, tenazmente conservado a travs de los tiempos, con su espiritualidad catlica que fue elemento formativo de nuestra nacionalidad." El Caudillo deshizo, desde los primeros meses de la Cruzada, con palabras definitorias y definitivas, la leyenda negra de que se trataba de un fenmeno circunscrito a un rea determinada, enseando con frases de fuego "que aquella tradicin espaola no representaba carcter alguno local o regional, sino al contrario, era universalista, hispnica e imperial." En paridad con la dogmtica nacionalsindicalista, fraterna y solidaria "rebus et factis", desde su mismo nacimiento, unidas ambas despus no por modo de integracin, sino por va de superacin, en cuantas leyes se promulgaren desde su investidura, el Caudillo insert la palabra y la sustancia de la Tradicin: Decreto de la Unidad, Fuero del Trabajo, Ley Sucesoria, Fuero de los Espaoles y Ley de Principios Fundamentales del Movimiento Nacional. No en vano se ha dicho que el condominio ideolgico de Falange y el Requet es demasiado vasto y constituye un ciclo absoluto de cultura. Aquella norma legal, sntesis de los dos credos bsicos del 18 de julio, tiene nombre castizo y apropiado. Rehuye la palabra constitucin, harto desprestigiada, y entre otras capitales instituciones, contiene cinco postulados bsicos de la Tradicin de las Espaas: La unidad catlica, la unidad patria, la justicia social, la ecuacin movimiento = comunin y la Monarqua Tradicional. Si para Calvo Serer, en "La fuerza creadora de la libertad", los requets representaban la unidad catlica y los falangistas la implantacin de la justicia social, ya Castn, con su maestra inigualable, se encarg de puntualizar que "el ideal de justicia social estaba plenamente incorporado al ideario catlico, de tal manera que las fuerzas de Falange, lo mismo que las de Comunin Tradicionalista, coincidan en la doble aceptacin de los principios catlicos y de los postulados sociales."-7-

Y esto es irrebatible. Lo religioso y lo social fueron siempre los dos polos del tradicionalismo. Basta aplicar el odo a los ecos lejanos del inmenso Aparisi: "Un solo Dios en el Cielo y un solo culto en la Tierra." "La cuestin carlista, ms que una cuestin espaola, es una cuestin europea; es mucho ms que una cuestin poltica, es una cuestin social y religiosa." Y por fin se perfila la Monarqua Tradicional Catlica, Social y Representativa, que haba esbozado el Caudillo en exposiciones de motivos y declaraciones pblicas con serenidad, ritmo mesurado y perfeccin marmrea. Prescindiendo de anteriores alusiones, formuladas siempre con exquisita prudencia, fue en aquel gran discurso, de excelente rigor poltico y plenitud doctrinal, de 17 de julio de 1945, dirigido al Consejo Nacional, donde dijo: "En el terreno de las definiciones no creo que pueda haber opcin, pues de los sistemas universalmente aceptados para la gobernacin de los pueblos, uno slo se propone como viable: el tradicional espaol". "Los grandes jalones de la Historia de Espaa han sido puestos por sus Reyes. Por eso, Espaa se constituye en Reino". (Sevilla, 1948). "Espaa ha asegurado el porvenir de la Monarqua por los caminos de la Tradicin". (Glosa autntica de la Ley de Sucesin). "Ni repblica atea, antinacional, agria, sectaria e irresponsable, ni sistema liberal, cortesano, ineficaz y parlamentario." "Fidelidad, por parte de los rganos del Estado, a los principios del Movimiento Nacional". (Discurso cumbre de 1961, ante las Cortes.) Estos grandes ideales son patrimonio de todos los espaoles. Descansan sobre el genio del hombre que ha sabido ver antes que nadie, desde el poder (es de estricta justicia proclamarlo) la identidad esencial de los dos idearios orgnicos de la Espaa contempornea. El abri el embalse del torrente de las cuatro o cinco generaciones de viejos luchadores que han sido sus fieles depositarios. Y su atalaya domina el tiempo, porque parte de la tierra firme de los mtodos, el pasado, y del horizonte de los posibles, el porvenir. Pero Franco, adems, a los sesenta aos de la anterior lucha idealista, iluminada por "el resplandor de la hoguera", premi con compaerismo de soldado y fe de poltico sincero, la gesta de aquellos "jerifaltes de antao", "cruzados de la Causa" que dijera Valle-Incln. Recompens a los veteranos de don Carlos, a tan larga distancia el herosmo no prescribe, disponiendo que en el rojo de la boina, sol ardiente sobre el mar plateado de aquellas venerables cabezas, brillasen las estrellas de oro de los tenientes honorarios del Ejrcito nacional. Y tambin en la Ley de 4 de mayo y en el Decreto de 4 de junio de 1948 se acord de los conductores de aquellos leales que yacen lejos de Espaa, en la Catedral de San Justo, de Trieste, al reconocer, en un acto de justicia inolvidable, las "Reales Cdulas de concesin de grandeza y ttulos otorgados por los Monarcas de la rama tradicionalista". Hace veinticinco aos, sobre el pavs de un estado milenario Castilla, surga la legitimidad de la Magistratura de Franco, con la limpieza ms acrisolada y original, slo comparable a la del primer caudillo de la primera Reconquista en Covadonga. Despus, por toda la faz de Espaa, por el espacio de su geografa y por el tiempo de la Historia del cuarto creciente del Movimiento, se ha ganado la legitimidad de ejercicio da a da, asistido de esa "gracia de estado que Dios concede a los gobernantes cuando su vida discurre dentro del cauce de la moral cristiana y que forma parte muy principal de lo que nuestros tradicionalistas llamaron "legitimidad de ejercicio". Dios guarde largos aos a quien supo premiar la fe de los hombres de la Tradicin y despertar la esperanza de las juventudes de Espaa, un da de otoo, bajo el cielo absoluto de Castilla brillando en torrenteras de luz y paisajes limpios que invitaban a ver claro en la poltica y en la vida, al Viga de la Tradicin espaola, entendida la tradicin como lo que es, segn Po XII: "Tradicin es, etimolgicamente, sinnimo del caminar y del avanzar. Sinonimia, no identidad. Y en verdad, mientras el progreso indica tan slo el camino hacia adelante, paso a paso, buscando con la mirada un incierto porvenir, la tradicin sigue tambin un camino hacia adelante, pero un camino continuo, que se desarrolla al mismo tiempo tranquilo y activo, segn las leyes de la vida, HUYENDO DE LA ANGUSTIA ALTERNATIVA: "Si la juventud supiera y si la vejez pudiera."

2. LA TRADICIN, EN JOS ANTONIOAbril, que nos trajo hace veintitrs aos una nueva primavera poltica, es el mes de la unidad de la victoria y de la victoria de la unidad. Incita a calar en la entraa de la solidaridad espaola para enfrentarnos valientemente con la cuestin de si aquella unidad naci con una duracin limitada al perodo de la contienda, o es un bien raz, con hondura de coincidencias fundamentales y de ensamblajes permanentes; de si el maridaje de las ideas, fundidas a temperatura blica, fue un matrimonio de conveniencia o una autntica unin sacral de las que no admiten el divorcio.-8-

El centenario de Mella nos ha deparado la ocasin de redescubrir su credo social y sindicalista. El cuarto de centenario de la muerte de Jos Antonio, correlativamente, la oportunidad de escrutar su hondo sentido tradicional. El parangn de ambas doctrinas proporciona bastantes gratas sorpresas; Jos Antonio muri slo ocho aos despus que Mella. Son figuras cercanas entre s y respecto a nosotros, en el tiempo. Estn prximas tambin en el ideario? Vemoslo. Tan pronto se "alz la bandera" en el teatro de la Comedia, Vctor Pradera, "discpulo de Mella", como l gustaba llamarse, tremol otra bandera fraterna, dotada de solera, aunque joven siempre, y estableci la semejanza de ambas en cuanto a ideario, estructuras orgnicas y hasta estilo. Hoy, que al cabo de los aos gozamos de suficiente perspectiva, las vemos flamear an, como fieles centinelas giles, cruzadas de smbolos aspas y flechas que tienen prosapia de siglos junto a la inmortal bandera de la Patria. Es ste un hecho que deja su marcada huella sociolgica. El transcurso del tiempo, que sirve para probar el punto de madurez de las instituciones, nos pone delante de los ojos la realidad de que las dos banderas siguen juntas, clavadas con firmeza, y que la alianza no ha sido flor de un da. Mas no sera poltico detenerse en la superficie de las cosas, sin descender al fondo. Tomemos un concepto clave: el de Tradicin. Y una exploracin de profundidad en ambas ideologas acredita la deseada convergencia. Jos Antonio postulaba un concepto exacto de la Tradicin: en su prosa, de corte clsico y formulacin sobria, puede leerse una definicin perfecta: "La tradicin no es un estado, es un proceso." Esta expresin, concisa en los trminos, vasta en la idea, recuerda las de los grandes maestros carlistas, para los cuales la Tradicin es: "Herencia a beneficio de inventario" (Aparisi); "un todo sucesivo" (Mella); "la continuidad misma de la vida social" (Enrique Gil Robles); "el pasado que sobrevive para hacerse futuro" (Pradera). La moderna literatura ibrica est esmaltada de frases antolgicas sobre la Tradicin: "La Tradicin es soplo de vida", segn Cavestany; "vida del pueblo, no arqueologa del pueblo" (Tefilo Braga); "sustancia del presente" (Unamuno); "transmisin del estilo" (Garca Morente); "leccin de las edades y memoria de los pueblos" (Manuel Machado); "un vivo fluir ininterrumpido" (Leopoldo Panero). Finalmente, veamos los juicios de Eugenio d'Ors: "lo que no es tradicin, es plagio", y Menndez Pidal: "La tradicionalidad es la nica manera de vivir con personalidad fuerte." Magnficas definiciones todas. Pero es muy sugestiva la de Jos Antonio porque solamente en dos palabras "como si fuera un estado y no un proceso" muestra lo que no es y lo que es la Tradicin: no es la esttica, sino la dinmica, el desenvolvimiento de ese proceso peculiar de todos los seres que viven y se desarrollan en el tiempo. La Tradicin es innovacin y evolucin que nadie se alarme! porque lo mismo pensaba Mella en el siguiente pasaje: "La Tradicin es semejante al organismo humano, que est regido por la ley de renovacin constante..., pero permaneciendo el alma espiritual, revelada por la perpetuidad del recuerdo y la unidad de la conciencia." Jos Antonio puli sus ideas acerca del tema en otros ensayos. En su intervencin parlamentaria de 3 de julio de 1934 ya haba exaltado "la vena de un sentido tradicional profundo", de "un tutano tradicional espaol que tal vez" no resida donde piensan muchos y que es necesario a toda costa rejuvenecer". Con ocasin de su discurso en el cine Madrid, el 19 de mayo de 1935, defendi la necesidad de "empalmar con la Espaa exacta, difcil y eterna, que esconde la vena de la verdadera tradicin espaola". La Tradicin no muere porque est nsita en la Espaa imperecedera. En la alocucin al pueblo de Quintanar del Rey, de 29 de septiembre de 1935, el Fundador de Falange se declar divorciado de las izquierdas, porque "las izquierdas rompen con la Tradicin de Espaa y con el orgullo de haberla servido como la sirvieron nuestros antepasados". Cuando la Tradicin se "vierte" hacia la poltica, se "convierte" en tradicionalismo. Tambin Jos Antonio valor exactamente el credo tradicionalista. En la sesin necrolgica que las Cortes dedicaron, en 9 de noviembre de 1934, al ingeniero y diputado tradicionalista Marcelino Oreja Elsegui, protomrtir de octubre, Jos Antonio, como hemos recordado, describa as su ideario: "Un ideal de los ms hondos, de los ms completos y de los ms difciles." La tradicin es un proceso, un proceso de perfectibilidad. Cada una de sus fases tiene relacin ntima con la anterior y origina no un inmovilismo, sino al revs, un autodesenvolvimiento del ser poltico, un trnsito hacia nuevas formas, regido por un impulso creciente de estructurabilidad. La ciencia misma es tradicin, deca por aquellas calendas un filsofo paradjico e inconformista, en muchos aspectos. Y es verdad. Hasta en el progreso tcnico el invento de hoy es consecuencia de las investigaciones del ayer y ser antecedente de los prodigios del maana. Pero los fenmenos del proceso-9-

se coordinan por leyes que no cambian y relaciones inderogables. La metamorfosis social no se produce a saltos, ni con destruccin de los precedentes, porque tal desintegracin equivaldra a la muerte. Jos Antonio percibi este claro sentido dinmico, esta energtica evolutiva de la Tradicin, que permite a sta vencer y superar a los tres fragmentos del tiempo: ayer, hoy y maana. El tiempo pasa y se va. La Tradicin no es el pasado, es precisamente lo que no pasa y se queda, se desenvuelve, palpitante siempre, y se transmite. La Tradicin es una fluencia viva, en tanto que el tiempo es una fluencia hacia la muerte. La Tradicin expulsa lo caduco, es la hilandera de la existencia, siempre al servicio de la posteridad, en un misterioso papel de transmisin de valores y continuidad vital que ninguna parca consigue cortar. Imagen de la eternidad en el tiempo la consider Vasconcelos, el filsofo "csmico". Proceso y no estado, Jos Antonio. He aqu, en un punto clave, la conformidad absoluta de "las dos banderas".

3. LA TRADICIN PARA JOS ANTONIO, SUSTANCIA Y NO REMEDOLa oportuna y valiosa aclaracin de Julin Pe-martn ha completado el pensamiento de Jos Antonio sobre la tradicin que esboc en precedente estudio. Una vez salvado el quiebro de la errata resulta claro que Jos Antonio concibe a la Tradicin, "no como remedo, sino como sustancia; no con nimo de copia, sino con nimo de adivinacin", invitndonos a considerarla norma y brjula de quehaceres actuales y no mera imitacin de los hechos de nuestros antepasados. As es: Tradicin no quiere decir mimetismo. Por el contrario, es originalidad, y para ser original en el cumplimiento de un destino es preciso acudir al origen, al borbotn de agua pura de la primera fuente. Slo es tradicional el que, con arreglo a unos cnones eternos, innova, crea, aporta y mejora. Y es ms tradicionalista quien ms acrecienta y ms entrega a la comunidad, segn Mella. Por ejemplo, el pintor que se limite a copiar un cuadro clsico no puede ser llamado pintor tradicional, ni siquiera merece el nombre de artista. Ortega, repetidor incansable de aquel pensamiento suyo favorito que dice: "La estructura de la vida como futuricin ha sido el "leit motiv" de mis escritos", hubo de reconocer la sencilla verdad de que la tradicin no es plagio o remedo, confesando que "romper la continuidad con el pasado es querer comenzar de nuevo, es descender y plagiar al orangutn". Este, como el resto de los animales, no inventa porque no conserva nada en la memoria, y repite invariable su instintiva monada. De aqu que quien desecha la tradicin, continuidad del progreso social, pierde la capacidad creadora y adquiere la facilidad de plagio de los simios. Jos Antonio nos previene con su afortunada discriminacin que desconfiemos de las imitaciones y no plagiemos al imitador por excelencia: al mono. Como escribi Benavente: "Qu montono es el hombre-mono!" Los remedos que pugnan con el concepto de tradicin son de muchas clases: la imitacin multitudinaria (la efmera moda social, la vulgaridad poltica), el mimetismo doctrinario vergonzante (escamoteo ideolgico de muchos plagiarios polticos), la imitacin servil de las ideas extraas (extranjerizacin), el calco de ciertas formas de vida de los propios antepasados (anacronismo) o de mtodos y tcticas trasnochados (rutina histrica). Fijmonos en dos de estos plagios antitradicionales. Evadirse de la cultura nacional para adoptar frmulas exticas es un gnero de servidumbre intelectual, es una rendicin al espritu ajeno una enajenacin del alma , es reconocer un triste complejo de inferioridad y adoptar, de paso, una psima receta. Los sistemas polticos trados con permiso de importacin, por muy buenos que sean en su pas de origen, no se aclimatan nunca en estas tierras del sol de medioda. Adems, como observaba Mella, "las mercancas que vienen de lejos pierden mucho con el transporte". Cuando un pueblo se entrega al remedo, la unidad de su ser se tambalea. Precisamente la unidad es la continuidad en el espacio, como la continuidad es la unidad en el tiempo. Ambas son las coordenadas de la vida poltica que suministra la Tradicin. Y si salir fuera de nuestro espacio, al mercado exterior, a comprar "novedades" o simplemente a copiar en deslumbrantes exposiciones maquetas exticas equivale a desunirnos, enfocar nuestro pantgrafo hacia el calco de paisajes del ayer es descoyuntar tambin la tradicin por la va del plagio. Jos Antonio rechaz explcitamente todo mimetismo y el remedo pretertista, con insistencia. Los muertos ejemplifican, pero no son orculos del quietismo, sino todo lo contrario; tienen valor de guas para los vivos, pero no "por ser vos quien sois", sino solamente en cuanto se entregaron a ideas y misiones que

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el orden natural, la Revelacin y la razn humana nos dicen muy alto y muy claro que permanecern siempre vigentes. Lo que no muere en los muertos son los altos principios, el ejemplo y el estilo. Tras de exponer Jos Antonio lo que no es la tradicin remedo, precisa lo que es: sustancia; esto es, filosficamente, algo que est destinado a existir en s, a subsistir. Con ello confiere a la tradicin una mstica de supervivencia, una clara intencin de futuro y, aun empleada la palabra sustancia en sentido vulgar, da a la tradicin la enjundia de un artculo popular de primera necesidad. Las tradiciones sern as las "subsistencias" del organismo poltico, y la Tradicin el jugo nutricio, la savia secularmente renovada, la mdula de las mismas vrtebras patrias. Unamuno, en uno de sus buenos momentos, haba escrito tambin: "La tradicin vive en el fondo del presente: en su sustancia. La tradicin es la sustancia de la historia. La historia es la forma de la Tradicin como el tiempo lo es de la eternidad". La tradicin es sustancia de naturaleza racional, alma colectiva. Alma informante, para Mella; alma subsistente, para Jos Antonio. En ambas matizaciones, espritu que dota a los pueblos de las tres facultades nobles que determinan la completa actividad psicolgica: la memoria, que se corresponde al pasado; la atencin, al presente, y la previsin, al futuro. Idelogos maurrasianos han credo que perder la tradicin es solamente caer en amnesia, como si aqulla fuera slo pasado, memoria, grabacin de impresiones pretritas. Este es un concepto muy deficitario para Jos Antonio, que al concebir la tradicin "con nimo de adivinacin" como luz del futuro o previsin, le super, identificndose plenamente con la escuela tradicionalista espaola, que siempre pens que la Tradicin es irreversible y no conoce la marcha atrs ni la actitud cangrejil. Una bella muestra: Hace cincuenta y tres aos, un pensador tradicionalista, heredero de Mella y Pradera, Esteban Bilbao, sintetizaba as esta fecunda idea: "La tradicin no es una fuerza de retroceso, sino la maravillosa convivencia de todos los tiempos de la historia: el pasado, el presente y el porvenir, con vitalidad tan poderosa que tiene el empuje de todos los siglos pasados y la atraccin de todos los siglos venideros". Con la atinada observacin de Pemartn, el concepto de Jos Antonio queda ntido e impecable: proceso y no estado, sustancia y no remedo, con nimo de adivinacin de rumbos, eso es la Tradicin, sntesis que asocia el saber de la vejez y el poder de la juventud.

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III. SINDICALISMOl.-EI Sindicalismo en Mella. 2.-Vzquez de Mella vive. 3.-Laldea de la Revolucin en el tradicionalismo.

SINDICALISMO

1. EL SINDICALISMO EN MELLAEl I Congreso Sindical convocado en la capital de Espaa coincidi con el aniversario de la muerte y con el ao centenario del nacimiento de un gran sindicalista espaol: Juan Vzquez de Mella. Vzquez de Mella sindicalista? Se le conoce como el ms destacado precursor espaol de la Encclica "Rerum Novarum". Ha llamado poderosamente la atencin de los socilogos, desde Severino Aznar al padre Garca Nieto, en los aspectos del pensamiento y la polmica social. Su esplndida concepcin sociedalista est contenida en cientos de artculos y discursos y no slo en los consabidos tomos XXIV y XXV de sus Obras Completas. Pero alguien le ha regateado la parcela de la accin social, afirmando que no traspas las fronteras especulativas, y, sobre todo, que no se asom demasiado al balcn sindical. Y eso no es exacto. Excelente observador de la realidad, certero en el diagnstico, valiente en la aplicacin de las teraputicas ms enrgicas, si eran necesarias, Vzquez de Mella baj a la arena activa en todas las cruentas luchas sociales de fin y principios de siglo y madrug en la profesin de fe sindicalista, al repetir: "Somos partidarios de la sindicacin". Ya en 1897 haba colaborado en el Acta de Loredn cuajada de problemtica social insertando las ms atrevidas soluciones modernas, y entre ellas, "el Sindicato, la Cooperacin, los Psitos y Cajas Rurales". Y en 1909 trabaj en Frohsdorf en la fundacin de un sindicato, para lo que pidi a Severino Aznar que le mandase "mapas del desarrollo de los Sindicatos..., folletos sobre Sindicatos". Su brillante sntesis sociedalista, aparte de reconocerse por las airosas traceras de una esbelta arquitectura, ofrece el espectculo vital de la sociedad organizada, la fisonoma del cuerpo social y al mismo tiempo la visin radiogrfica y dinmica de las estructuras. Su distincin fundamental entre la soberana poltica y la soberana social otorga ejecutoria de nobleza a las agrupaciones intermedias, dotndolas de personalidad y proclamando su autarqua, en la esfera de sus fines propios e inmediatos, buscando un orden y un equilibrio estable entre ambas soberanas. El verbo de Mella restall largos aos a diestro y siniestro. Rechaz, en primer lugar, el conservatismo de su tiempo, amigo de poner diques al torrente de lo social con abstenciones y vedas. Demostr la inanidad de aquella coleccin de reliquias doctrinarias de museo, conservadas entre naftalina, lejos de los aires campesinos y de las entraas populares, con smbolos que se trocaban en palabras vacas y en ideas sin potencialidad. Denunci la miopa de las clases rectoras y atron los odos de aquellos poderes he-mipljicos a quienes acusaba de "jugar a derechas e izquierdas todos los das", deplorando que "al sindicalismo revolucionario de abajo corresponda un sindicato de ciegos arriba". En segundo trmino, atac con agilidad de gladiador al sindicalismo revolucionario marxista, "orden siniestro del ejrcito del desorden", instrumento de dominacin "donde el trabajador pierde la libertad y gime bajo una tirana annima, enorme dictadura que manda y juzga sin apelacin, que cobra y administra sin inspeccin, que ordena huelgas cuando quiere y las suprime cuando le da la gana". El genial pensador postulaba un sindicalismo autntico, proselitista y atrayente, no un mero antibitico del germen comunista: "El sindicalismo deca es ms lgico y radical que el colectivismo, lucha con l y le vence y absorbe, como el colectivismo venci al socialismo individualista que le haba dado las premisas, deduciendo sus consecuencias". Un sindicalismo de inspiracin cristiana, "porque nada puede hacerse en materia social sin la cruz o contra la cruz". Un sindicalismo jerrquico "con una jerarqua formada por una lazada de deberes, intereses y amores", porque as se salva la dignidad del hombre en el seno de la asociacin. Pensando en el ayer histrico del corporativismo, presenta Mella un maana de plenitud con "nuevos Sindicatos, libres de toda traba, para agrupar en una vasta jerarqua fuerzas que hoy gravitan hacia el comunismo y el anarquismo".- 12 -

Es ms, las ideas de jerarqua y sindicacin llevaban a Mella a infundir en lo sindical los postulados federativos, no para que el Estado sea sustituido "por el triunfo de la federacin", estribillo ya caduco en los tiempos del insigne tribuno, sino para restablecer la armona entre ambos. Sindicato y Estado! He aqu la cuestin! Mella la resuelve estableciendo una verdadera identidad sustancial entre Sindicato y corporacin trminos muy contrapuestos en otras latitudes y precisando la concepcin del Estado corporativo. Por eso entenda la sindicacin "como la forma corporativa en que las asociaciones cristianas organizan sus fuerzas sociales, motivadas por una unidad moral que las abraza a todas". El trmino corporativismo, en poltica, posee corto alcance. Decir, a secas, "Estado corporativo" es sobrevalorar uno de los aspectos de la organizacin social y minimizar el papel de los dems rganos, tanto como si se dijera "Estado familiar", "Estado municipal", etc. En la misma lnea matizara Jos Antonio, con garbo, que el Estado corporativo es un buuelo de viento, revelando una vez ms las sustanciales coincidencias de ambos pensadores. En las Obras Completas de Mella hay un epgrafe muy actual y sugestivo: "El Sindicato integral. Su apremiante necesidad". Tambin este punto es reflejo de su teora del trabajo integral, que es la fecunda actividad de todo el mundo laboral: capitalistas, directores, tcnicos, obreros especializados y sin calificar... En fin: En la mente de Mella el Sindicato no es un simple procedimiento de apremio para conseguir la efectividad de los derechos, ni una mera funcin intestinal, ni una oficina de elaboracin de precios: Es una estructura que responde a necesidades sociales y a fenmenos econmicos permanentes, y, por lo mismo, connatural al hombre que vive en comunidad, con la unidad necesaria como idea ejemplar, la libertad como medio, el bien comn como fin y la eficacia como meta. El sindicalismo espaol tiene originalidad y solera. Como lo est demostrando por la madurez de su dilogo.

2. VZQUEZ DE MELLA VIVEA los ciento un aos de su nacimiento y treinta y cuatro de su muerte, Juan Vzquez de Mella permanece vivo en la mente de los espaoles. No es el creador de la doctrina tradicionalista, ni su ltimo expositor. Es el autor de sus grandes sntesis. Recibi y orden el caudaloso torrente de ideas, que, procediendo de ms remotas fuentes, brota en el cardenal Inguanzo, en Alvarado, Mataflorida, Erles, Donoso, Balmes, Morales, La Hoz, Vildsola, Tejado, Aparisi, Herrero y Navarro Villoslada, y se contina despus con una serie de fecundos pensadores, sin solucin de continuidad, hasta nuestros das. Sin embargo, Mella es el eslabn de diamante de esa cadena, el extraordinario heraldo de un mensaje cristiano y espaol, patritico y social, cuyo secreto est en que, como dijo Pradera, supo hacer suya y emplear a fondo esa herramienta popular maravillosa que es la Tradicin, que con tan potente amplificador encontr un eco sostenido entre multitudes incontables, digno auditorio para su singular vala. Por eso Mella es inmortal. Los verdaderos "inmortales" son esos pocos sembradores de idearios inteligibles para el gran pblico, que dejan hondos surcos en la memoria de las gentes y predican no cualquier novedad, sino una buena nueva que hace vibrar a distancia, incluso a quienes no pudieron orles en vida. Este es el caso. A Mella, en 1962, no se le evoca, se le sigue por intelectuales y pueblo. Dor minoras y masas. No puede extraarnos que hombres que le conocieron retengan an sus clidos ecos. Lo estupendo es que obreros o universitarios nacidos mucho despus de su muerte le lean, mediten y hasta reciten con espontaneidad y emocin pasajes de sus discursos, como sucedi hace unos meses en determinado acto cultural. Quin vibra hoy ante un discurso de Castelar o una frase de Romero Robledo? Como observaba Garca Sanchiz, qu trozo de los debates parlamentarios en que fue glorificado Maura se ha exhumado y reeditado? Por contraste, a Mella se le exalta en el centenario de su nacimiento por todo un pueblo y su vigencia se manifiesta en la cultura hispnica. No basta para explicar el fenmeno su sustanciosa oratoria, ni la perfeccin de su forma, ni sus impares dotes. A Mella se le valora, ms que por s mismo, por sus ideas y ejecutoria. Qu faceta de tal personalidad, qu cara de ese diamante deslumbrador es superior ai la otra? Polgrafo y orador universal y tambin hombre de accin, brill como filsofo, jurista, poeta, historiador, socilogo, acadmico, periodista, maestro de oradores, precursor de encclicas, sindicalista,- 13 -

conspirador carlista y "Verbo de Tradicin", como le apellid el pueblo, pudiendo hacer suya la frase de Leibnitz: "Me gusta la variedad, pero reducida a la unidad". Naci en Cangas de Ons, en la entraa de las Asturias de Oviedo, y era oriundo de Galicia. La casa solariega de Mella radica en Arza, tierra de la que salieron muchos de sus antepasados tras las banderas tremolantes de los Reyes de Len y de Castilla. Tena sangre de la estirpe de aquel recio cardenal de Sigenza, Juan de Mella, que brill en tiempos de Juan II, y de caballeros de Santiago y guardias marinas. Su propio padre era militar, como el de Jos Antonio. Un ejemplo ms que revela cmo en los hogares de los hombres de armas de Espaa se han forjado siempre descendientes que han honrado a la Patria como juristas rectos o polticos de altura. Vida austera la de Mella. En cierta coyuntura se le dijo por un poltico de la situacin que su mejor discurso era la modestia de su casa y de su vida. Obsrvese el espritu asctico que ello supone en un hombre que posea en la magia de su palabra todas las escalas sociales del triunfo personal. Su noble linaje corra pareja con sus obras. A propsito de nobleza, he investigado una desconocida referencia a su rango aristocrtico. Aquel gran valedor de todas las clases sociales, particularmente de las humildes, que fue amortajado con el hbito de San Francisco, haba sido creado conde de Monterroso por Carlos VII, que as destac la vala de la empresa propagandstica del tribuno, conquistador triunfal de todos los pblicos de Espaa. Don Juan jams us tal ttulo, ni llev en sus famosas campaas otra corona que la boina roja, ese tocado del cual dijo un poeta que "permita mirar de frente con la cabeza cubierta", esa prenda que flamea y late como si cada espaol que la lleva se hubiese puesto por montera el corazn, yelmo de guerreros en Zumalacrregui, halo de santos en sor Joaquina Vedruna, y corona de Monarcas en Carlos VII y que hoy se honra ciendo la noble frente del Caudillo de Espaa. Mella fue un magnfico producto de la estirpe hispnica, al que descifra con una anticipacin de cinco siglos el escudo de su casa solar. He aqu la simbologa, verdaderamente proftica: Sobre la campia del blasn, un guila volante y gigantesca "con el pico de oro" cruzada por tres fajas de sinople y festoneando el escudo "ocho leones rojos". Aun sin excedernos en la imaginacin, parece como si el fundador de la casa de Mella, al adoptar el emblema, hubiera querido simbolizar las hazaas intelectuales de su famoso y remoto descendiente. Porque Mella es, en realidad, un guila caudal que seorea el cielo de la Patria, remontndose audaz hasta baarse en los resplandores de la luz increada, rodeado de los ocho cachorros de len de las regiones todas de Espaa que l supo subyugar con su palabra, volando contra el viento de los tiempos, y surcando la corriente de una poca triste y desmantelada. A un hombre as, cualquier cultura, clsica o moderna, le hubiera otorgado el mismo mote simblico: Crisstomos, "os aureum", boca de oro. Espaa le deba un homenaje. Fue la luz de Espaa, fue el profeta de Espaa, fue la voz de Espaa. Ninguna palabra suya se perdi en el desierto. Gobern "desde fuera". Los treinta tomos de sus Obras Completas, las diez mil pginas, los tres millones de I palabras recogidos en ellas son precisamente, despus de tantas tempestades ocurridas en su vida y tras de su muerte, "lo que el viento no se llev". Sigamos meditando en este primer centenario en el nombre, en el hombre y en el credo de Mella. Y continuemos sus rumbos. Porque formul los dogmas nacionales. Porque predijo no slo los acontecimientos que se cumplieron, sino los remedios heroicos que se aplicaron. Porque libr a las madres espaolas con el discurso de la Zarzuela del horror de ver a sus hijos convertidos en cipayos, proclamando y consiguiendo la neutralidad de Espaa en una contienda indiferente. Mella acert en todo. Uno de sus famosos vaticinios fue el ver antes que nadie en la figura del Caudillo, nada menos que en 1927, al futuro capitn de Espaa, como dijo en carta escrita al mdico militar Herrer: "Ese incomparable Franco que trataran como compaero Pizarro y Corts".

3. LA IDEA DE LA REVOLUCIN EN EL TRADICIONALISMOCuentan que un discpulo de Confucio pregunt cierto da a su maestro: "Cul sera vuestro primer acto si os eligiesen Emperador de China?" Y que el filsofo contest: "Comenzara por fijar el sentido de las palabras". Por lo menos para tratar de la revolucin hace falta delimitar muy bien los trminos. Sin ponerse de acuerdo sobre la equivalencia de las palabras no se puede ni iniciar el dilogo, porque la discordancia verbal afecta a las realidades. La obtencin de la verdad es una empresa de definicin constante. Las significaciones primitivas de la palabra revolucin, tomadas de la fsica y, ms especficamente, de la astronoma, fueron las de vuelta al punto de partida, giro, clausura de un ciclo, y regreso. Acepciones- 14 -

no muy "revolucionarias", por cierto. Los latinos evitaron el uso del vocablo "revolutio", empleando "mutatio", "conversio" y "vicissitudo". Montesquieu, en "El espritu de las leyes", y sus compaeros de la Enciclopedia, entendieron por revolucin la vuelta al pasado, el retorno a las estancias ms atrayentes y paradisacas del "estado de naturaleza". Pero con el sector jacobino de la Revolucin francesa y despus con Marx y Proudhom la expresin perdi su atrayente carga histrica, idealista y aun potica para adquirir un ceo cientfico y materialista. Abandon el pasado para colgarse de la balconada del porvenir y cobr tintes violentos. La nueva corriente pas pronto a las vas de hecho produciendo dos revoluciones de inspiracin falsa y nefasto recuerdo: Una, idealista, ucrnica, que comenz con el seuelo de volver a la infancia feliz de la humanidad y termin con el triunfo exclusivo de la burguesa y la guillotina, y otra materialista, utpica, que prometa un paraso al proletariado y acab convirtindole en "carne de esclavitud para el trabajo y carne de can para la guerra". Fueron dos fases del fenmeno que los Papas llamaron "crimen de lesa majestad humana y divina". La huella de su recuerdo ha fijado en las mentes la idea de la revolucin en sentido peyorativo, que, con la pretensin de partir de cero, destruye y no edifica, la revolucin de la sangre y del desorden. Si no existiese otro tipo de revolucin que el descrito, sera ocioso plantear la siguiente pregunta: Qu actitud ha tomado el tradicionalismo ante las ideas y los hechos revolucionarios? Porque ante dicha versin revolucionaria, unas veces enroscada en la adormidera de la Restauracin, otras erguida, el Carlismo respondi siempre con la lucha franca. Y en tal caso tendra razn Edmund Schram cuando dijo recientemente: "El Carlismo ha sido el movimiento ms contrarrevolucionario que ha existido en Europa", aun en la interpretacin del conde De Maistre: "Una contrarrevolucin no es una revolucin contraria, sino lo contrario de una revolucin". Pero es que Espaa es un caso aparte, lo cual suele olvidarse por cuantos intentan acomodar nuestros peculiares fenmenos histricos a esquemas generales y aceptan alegremente que el siglo XIX espaol fue una batalla ms en la gran guerra europea entre Tradicin y Revolucin. Eso sera olvidar la gran categora de Espaa como variante. Ni el tradicionalismo francs fue un movimiento poltico, sino la criteriologa antirracionalista de una escuela filosfica, ni sirvi nunca de musa, por su matiz heterodoxo, a nuestro Carlismo. Este, fenmeno muy espaol, siempre tuvo su lado juvenilmente revolucionario y no puede personificar, en abstracto, a la contrarrevolucin. Cuestin trascendente y de mucha actualidad poltica que desvanece la objecin de quienes ponen reparos al encaje ideolgico de la Falange y el Carlismo pretendiendo que es difcil cohonestar la revolucin y la contrarrevolucin. Porque la verdad es que hay una tercera forma legtima de revolucin, comn a ambos credos: La revolucin, en sentido espaol, tan distante de la francesa como de la eslava, es decir, el fenmeno social consistente en la destruccin de las vigencias perniciosas de cualquier poca, para recobrar la continuidad histrica interrumpida, con arreglo a vitales principios de validez hispnica permanente. Aunque para ello se requiera un violento giro del timn que enderece los rumbos de la nave. Basta una ojeada al pensamiento de los hombres de la Tradicin para demostrar que siempre defendieron esta genuina forma de revolucin. Balmes, con toda la prestancia tradicionalista que le da el ser autor del ms clebre manifiesto del conde Montemoln, se adscribe a este modo de pensar: "No se rechaza, pues, en principio, la revolucin. Slo se exige que represente un justificado deseo social". Carlos VII ve en el Carlismo la etiologa de la verdadera revolucin social: "La idea del tradicionalismo es una idea nueva: la idea del porvenir. Coadyuvan muchos a la grande obra creyendo que trabajan slo por llevar un prncipe al trono, y en verdad, hacen ms: si no fuera ms que esto sera muy poco y no podran durar, porque a las ideas de la gran revolucin que an viven se deben oponer otras que sean tan grandes como aqullas lo parecen. La obra que he emprendido es una obra grande; yo no podr verla coronada, pero habr sembrado una semilla bienhechora que producir grandes cosas: una Revolucin social que muchos presienten, pero que ninguno ve. La Revolucin francesa dio mucha luz. Era la luz seductora del mal, pero esa luz que an no se ha apagado, hace apreciar y conocer la verdadera luz del bien, cuyo resultado tiene que ser forzosamente una gran regeneracin social". Acordes con ese criterio cantaban los voluntarios en los campamentos y trincheras de la ltima guerra civil del siglo XIX: "El da en que proclamemos nuestra santa Revolucin gritaremos todos a una VivaViva Carlos de Borbnl" Y la siguiente estrofa comenzaba con un "Arriba!" He aqu cmo palabras dfi gran modernidad espaola, "Revolucin", "Arriba", eran ya familiares en el lenguaje y en la dialctica tradicionalistas.

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Con esto no hara falta recordar la tajante teora de Mella sobre "la tercera forma de la revolucin". "Un partido religioso, social y poltico salido de la antigua Patria que quiere restaurarla (el tradiciona-lista) para soldar la cadena rota de una Historia y volver el pueblo a su asiento" o aquella apremiante llamada a^la Revolucin, que Pradera, como jefe de la minora carlista, lanz con el bro de sus veintisiete aos, desde el hemiciclo, en las Cortes de 1900: "La Revolucin es necesaria, de todo punto imprescindible; mas para que esta Revolucin no sea un crimen de lesa patria es preciso que tenga en cuenta las energas vitales del pas. La Revolucin tiene que ser un revulsivo rpido y enrgico, pero en manera alguna puede ser una sangra suelta. Estas son las opiniones del partido carlista en cuanto a los hechos de fuerza". Pasara tiempo hasta que Maura postulase la revolucin desde el poder. Quien haya ledo a Jos Antonio profundamente, ver que se produce en la misma lnea conceptual al entender por revolucin la transformacin jurdico-poltico-econmica del pas, asentndole sobre una base social ms justa. El movimiento que acaudilla son sus palabras nace como una sntesis de Tradicin y Revolucin, pero de una revolucin entendida "no como pretexto para echarlo todo a rodar, sino como ocasin quirrgica para volver a trazar todo con pulso firme al servicio de una norma". Volver al pueblo a su asiento, volver el plano a la norma, asentar al pas sobre bases justas: eso es la revolucin en sentido espaol, interpretacin que, adems, es la ms conforme a la raz etimolgica de la palabra: giro, vuelta en torno a un eje eterno. Tal es, fijado su sentido, la nica revolucin de signo positivo, la que puede calificarse de revolucin tradicionalista.

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IV. UNIDADl.-La proyeccin de una hermandad guerrera. 2.-Vctor Pradera o la unidad como imperativo. 3.-La unidad se sell con sangre en Alicante. 4.-La Gloria de D. Ramiro de Maeztu. 5.-Cruzados y mrtires de la Tradicin. 6.-Marcelino Oreja Elsegui o la accin social. 7.-Burgos, 1. de Octubre.

UNIDAD

1. LA PROYECCIN DE UNA HERMANDAD GUERRERAEl 18 de julio de 1936, Espaa se puso en pie con una firmeza que asombr al mundo. Pronto pudo verse, desde dentro y desde fuera, que aquello no era un motn, un pronunciamiento o una lucha folklrica de barricadas. Era una guerra en toda regla, al hipnico modo, con voluntariado ardoroso, frentes y retaguardia que se adivinaba desde el primer instante, larga en las trincheras y frtil en la bien ganada paz. A un pueblo lgico y tenaz en sus decisiones corresponda una lucha seria y definitiva para saldar aejas cuentas con los enemigos de su libertad y de su gloria. Resurgimiento, resurreccin, renacimiento, reconquista, pudo haberse llamado aquel fenmeno singular, pero el pueblo dio, clamorosamente, los nombres de Alzamiento Nacional al arranque heroico del 18 de julio y de Movimiento a la imparable marcha posterior. Movimiento en sentido aristotlico, como paso de la potencia al acto, quiere decir vida. Una vez ms, la voz del pueblo, en aquel bautizo mstico de la gesta, posea los certeros ecos de la voz de Dios. Mas cualquiera que sea el nombre de aquel amanecer de Espaa, sin duda constituye una de las ms altas ocasiones de nuestra larga existencia nacional. Dudo yo de que en la poca de Isabel y Fernando, o en la guerra de la Independencia, la conmocin popular fuera ms unnime, iluminada y heroica. Los protagonistas de aquel noble entusiasmo, de aquel sin igual sacrificio, no nos podemos dar una cabal idea. Los que no le conocieron nunca podrn fielmente imaginarle. Se reunieron en los frentes tres generaciones: padre, hijo y nieto. Las madres, ms con rezos que con lgrimas, empujaban cariosamente, doloridamente, a sus propios hijos a la lucha. Y "volvi el espaol donde sola", se hizo "pueblo cruzado". Contendieron, de un lado, el pueblo cristiano la Iglesia y el pueblo en armas el voluntario encuadrado en el Ejrcito y, de otro, los partidos polticos, los separatismos, la masonera y las brigadas internacionales con sus 100.000 mercenarios. Ese fue el planteamiento. Trece obispos y casi 7.000 sacerdotes encabezaron el martirio de la grey, sin una sola apostasa. Decenas de millares de voluntarios de la primera hora, boinas rojas y camisas azules marchaban a la muerte cantando, sin que se produjesen "objeciones de conciencia" francas o veladas, traducidas stas en "tiros al aire". Mas aquella explosin no se hubiera producido sin los necesarios fulminantes; aquella increble movilizacin de gentes mozas y maduras no hubiera sido posible sin un previo perodo de encuadramiento poltico subterrneo. Cules fueron los instrumentos capaces de derribar a un rgimen tirnico instalado en la fortaleza casi inexpugnable del Poder, asentado sobre masas de consideracin y auxiliado por todo el frente mundial democrtico-marxista? El secreto del triunfo estuvo en la integracin de tres fuerzas convergentes y organizadas: el Ejrcito, el Carlismo y la Falange. No se improvis. De sus cuarteles y centros salieron los planes de la conspiracin, el mpetu primero, la iniciativa y las riadas de voluntarios. Y stos no hubieran llegado a cuajar sin la coincidencia sustancial de los dos idearios polticos que alimentaron la guerra y se proyectan en la paz: el Tradicionalismo y el Falangismo. Ventilbamos una querella de siglos, de la que haban brotado mares de sangre. Dursimo recuerdo, pero necesario, porque sin efusin de sangre no hay redencin posible. El Carlismo estuvo en pie de guerra desde 1833 y, sobre todo, desde aquel 17 de julio de 1835 la pgina ms negra de nuestra Historia,- 17 -

segn Menndez y Pelayo , cuando al grito de "Muera Cristo!" se cometi el "pecado de sangre" de la matanza de los frailes. El Carlismo no slo sostuvo las tres guerras civiles ms conocidas, sino una ininterrumpida serie de levantamientos que duraron en los campos espaoles hasta principios del siglo XX, y se continuaron en la lucha callejera hasta ms ac de la revolucin de octubre de 1934. Desde esta ltima agresin masiva del marxismo, el Requet, que vivi siempre convencido de que no haba otra solucin que la guerra con frentes, ya que la guerra sin frentes era endmica, se armaba para la guerra larga y se instrua y creca en concentraciones y "aplecs", hasta hacer exclamar al rgano comunista "Mundo Obrero", el 4 de abril de 1936: "Un serio peligro para el pueblo y para la Repblica: los requets carlistas son un Ejrcito equipado a la moderna y armado hasta los dientes". Valorizacin intuitiva pero incompleta, porque eran el brazo juvenil de una Comunin de ms de 700.000 afiliados, al servicio de un credo catlico, orgnico y social, con ms contenido an que el propio prestigio y popularidad de su milicia (pavor de Prieto ante el valor de "un requet confesado"). Exactamente a los cien aos y un mes de haber nacido el Carlismo, un decisivo da 29 de septiembre de 1833, naca Falange otro 29 de octubre de 1933, con un credo catlico y espaol y un estilo de sacrificio y herosmo coincidente, con una gran capacidad de integracin. Pronto, un adalid como Jos Antonio, de profunda atraccin, visin poltica y realismo operante, cultiv y recogi una temprana y gil cosecha de gente moza. Con estas dos fuerzas en lnea, el liberalismo y el marxismo estaban sentenciados. Dos banderas homologas, un mismo sentido guerrero y espiritual de la vida, idntico cerco hostil a derecha e izquierda, un mismo estilo de vivir y de morir, un exacto desprecio al parlamentarismo y sus urnas como medios de actuacin poltica y una total conviccin de que para detener al comunismo slo haba un valladar: los pechos juveniles enardecidos por una mstica contraria. Por eso, cuando reson en el reloj de la historia la hora de la tremenda prueba, ya en el mitin de la Comedia aparecieron mezcladas las camisas azules de la juventud falangista con las boinas rojas, que hacan guardia en el teatro de los jvenes carlistas, mandados por el capitn Aurelio Gonzlez de Gregorio, del mismo modo que se unan en los claustros universitarios la veterana AET y el nuevo SEU. Esta alianza se haba de convertir en hermandad de sangre en el asfalto y luego en Somosierra y en el Alto del Len, en Codo y en el Ebro y sellarse en Alicante, cuando de un modo no metafrico, sino material, corrieron juntas la sangre del propio Fundador de la Falange y la de los dos requets de Novelda, que fueron fusilados a la vez. Han pasado veinticinco aos. La duracin es la medida de la perfeccin. Los dos cauces polticos del 18 de julio se van compenetrando ms y ms. Por la unin vencimos, rotundamente, definitivamente, con una Victoria limpia e irrevocable, con el auxilio de Dios. Por la desunin perdieron los rojos. Por la fecunda unidad dentro de la variedad hemos demostrado al mundo, despus de la guerra, que los espaoles no somos ingobernables. Slo habamos sido ingobernados durante dos siglos de extranjerizacin y liberalismo Dios, qu gran pueblo el pueblo espaol! Cera blanda cuando un poder entraable como el actual le da su calor y le moldea y un gran Caudillo le gua! Larga paz son veinticinco aos. Ms gozosa cuando se la contrasta con el caos que nos rodea. En la futura vida del mundo libre, en los prximos veinticinco aos cuarto creciente del Movimiento nuestra Cruzada y nuestro Ideario tendrn valor de ejemplo y de smbolo para Europa y una vigencia tan contagiosa y universal como la que tuvo la Revolucin francesa respecto a los regmenes liberales. Mayor an, porque la verdad de Espaa no puede compararse con la ficcin de aquel burgus episodio sangriento. De los credos falangista y carlista se han extrado los principios fundamentales del Movimiento. Lo que fue una programtica de grupo selecto hoy es la dogmtica de la Patria, el "idearium" espaol. En l se define el Movimiento como "la comunin de los espaoles en los ideales del 18 de julio". Hoy vemos todos las infinitas perspectivas que para el futuro prximo de Espaa tiene esa hermandad de sangre y de cooperacin. Dmonos cuenta del destino insigne al que estamos sirviendo: el mismo al que servir Europa cuando se cumplan plenamente las promesas. Hoy definen a Espaa su ideal de convivencia cristiana y su aspiracin al progreso material. En lo espiritual y poltico, unidad catlica y proclamacin de la soberana social de Jesucristo; unin moral de la Iglesia y el Estado en la nacin que ense a rezar al mundo. Libertades concretas, pero no la falsa libertad que permite la blasfemia y el separatismo. Unidad a toda costa. Grandeza por la va de la fortaleza. Fortaleza por el cauce de la unidad dentro de la variedad. Soberana poltica al servicio de la soberana social. Sindicalismo jerrquico y cristiano. Unidad familiar. En lo econmico-social, pantanos, fbricas, nuevos horizontes tcnicos, justicia social en la difcil propiedad y explotacin de la tierra y movilizacin de las inteligencias, son actividades prometedoras en la Espaa de hoy. En definitiva, para redondear nuestro progreso integral, efecto de la tradicin, no cejaremos hasta poner el nivel de vida a la altura de nuestro ideario. En esta meta tenemos nuestra mejor tarea los- 18 -

hombres del 18 de julio, camisas azules, boinas rojas y soldados, para hacer viable una accin a fondo, rpida y eficiente, como manda Dios y como demanda Espaa.

2.VCTOR PRADERA O LA UNIDAD COMO IMPERATIVOEl Tradicionalismo espaol, a partir de 1931, volvi a incrementar la legin de sus mrtires. Slo entre sus cabezas dirigentes cayeron Marcelino Oreja, el protomrtir, el 6 de octubre de 1934; Ricardo Gmez Roj, el 15 de agosto de 1936, y Vctor Pradera, simultneamente con Joaqun Benza, el 6 de septiembre de 1936. Hace veinticinco aos largos del ejemplar sacrificio de estos ltimos, a los que debemos dedicar la llama viva del recuerdo. No interesa demasiado subrayar que Vctor Pradera fue un hombre del 98, al que arbitrariamente se le ha eliminado de esa promocin. No importa. Figuras como la suya se proyectan mucho ms all de sus jalones vitales. Pradera era hijo de carlistas y nieto de carlistas, pero su conviccin poltica le lleg a travs de una formacin filosfica e histrica, personal y honda y no por la simple va hereditaria. Ingeniero de Caminos preparado en Deusto, hombre de empresa, abogado por la Universidad de Madrid, discpulo predilecto de Mella en poltica, conferenciante y escritor, orador de masas y polemista, Vctor Pradera descuella como campen de la unidad patria y fiscal inflexible de todo separatismo. Su primer palenque fue el Parlamento, que frecuent en las legislaturas de 1899, 1901 y 1918, hasta que se alej de l por una especie de horror invencible al sistema. Cruz sus poderosas armas dialcticas Icn los ms hbiles oradores parlamentarios, como Silvela y Maura o Canalejas, e infundi temor al propio Camb que, invitado a entablar una controversia pblica sobre el tema del regionalismo, no acept el reto. Hombre activo y organizador, si rechaz las carteras que en varias ocasiones le brindaron Alba y Maura, fue por radical disconformidad con el liberalismo imperante. En cambio salud a la Dictadura con aquellas conocidas palabras: "{Gracias a Dios! Ya era hora!" Y no vacil en servirla con lealtad, procurando imbuir a don Miguel capitales ideas tradicionalistas como el sufragio orgnico, la representacin corporativa, el fuerismo y la independencia del Gobierno respecto del Parlamento. Fue el martillo ms frreo del separatismo, apenas apareci ste en Vizcaya como fruto de la reunin de Sabino Arana con cuatro amigos en el casero Larrazbal, de Begoa. Para combatirle dentro de Navarra, escribi su obra "Fernando el Catlico y los falsarios de la Historia". Tambin se deben a su pluma "Dios vuelve y los dioses se van", "Modernas orientaciones de economa derivadas de viejos principios", "Al servicio de la Patria" y "El Estado nuevo". Paladn de la unidad orgnica de Espaa, proclam ya en las Cortes de 1899 que las provincias espaolas se haban unido no slo por la libertad, sino por la fe. Cuando se recrudece el separatismo en los aos 1917 y 1918, Pradera se multiplica. Frena a Camb en su intento de coordinar la accin ultrarregionalista de las provincias perifricas, y al volver a ocupar, despus de quince aos de ausencia, un escao en las Cortes, levanta a Espaa en pie, singularmente a la capital, al enfrentarse en el debate con un prohombre bizcaitarra y dos futuros ministros catalanistas que se resistan a confesarse espaoles, proclamando que no poda sentarse en el Parlamento nadie que dejase incontestada la elemental pregunta de si era efectivamente espaol. El 30 de diciembre de 1913, en que los "jelkides" quisieron arrastrar a Navarra a la peticin de un estatuto autnomo, Pradera, enfermo con fiebre, vol a Pamplona y logr, a la cabeza de sus correligionarios, que la Asamblea postulase, en lugar de la autonoma, la reinstauracin de los Fueros, sin perjuicio de la unidad de Espaa, sempiterna doctrina tradicionalista. Cuando grit a todos los vientos en Pamplona, en nombre del verdadero pueblo vasco: "No podemos romper las amarras con Espaa" y consigui arrastrar tras s a la multitud, el furor separatista le ame naz de muerte. Contest a la amenaza con gran valenta, pero, a los pocos aos, la amenaza se convirti en realidad. Fue don Vctor tambin un incansable luchador por la unidad poltica entre los hombres y los estamentos. El seal antes que nadie la convergencia ideolgica entre el Falangismo y el Carlismo. Reproduzcamos a este respecto el juicio de mayor autoridad, el del Caudillo, en el prlogo a las Obras Completas de Pradera. "Bandera que se alza? Este era el ttulo de un valioso trabajo publicado recientemente por Pradera en "Accin Espaola", respondiendo al notable discurso doctrinal de Jos- 19 -

Antonio en el que suscriba sus principales puntos y recababa para el Tradicionalismo la paternidad de gran parte de esa doctrina, dando as con su escrito el primero y ms importante paso para la unificacin". El genial vasconavarro hablaba un lenguaje claro y moderno. Posea las ciencias fusticas del ingeniero y las humanidades del jurista bien penetrado de estudios filosficos. Con su idea de la imperatividad de la revolucin produjo un gran impacto dentro y fuera del sistema de valores de la Tradicin al saludar al siglo, en el ao 1900, con estas palabras: "La revolucin es necesaria, de todo punto imprescindible". Palabras que tenan precedentes en Carlos VII y Mella. "El Estado Nuevo" lo escribi pensando en nuestros muchachos. "No ver yo los frutos de esta doctrina, porque morir antes", vaticin. "Pero dejo trazado un camino a la juventud espaola". Su idea fija fue siempre "la unidad ante todo". A tal vivir por la unidad, tal muerte en holocausto a Espaa. Hace veinticinco aos los separatistas eliminaban a su enemigo ideolgico nmero 1, cuyo "delito" fue hacer fracasar el Estatuto de Estella y conservar incontaminado el espaolismo de Navarra, premisa necesaria del Movimiento. Muri con un crucifijo en la mano, diciendo a sus verdugos: "Os perdono a todos, como Cristo perdon en la Cruz. Este es el Camino, la Verdad y la Vida... La nica pena que tengo es no ver an a mi Espaa salvada." Muy cerca caera su hijo Javier y en el Guadalupe el leal y magnfico Benza. Pradera, gran figura nacional, merece el homenaje no slo de Navarra, su cuna, y de Guipzcoa, su sede, y de Sos del Rey Catlico, que le nombr hijo adoptivo, sino de toda Espaa. Y uno de los puntos de la conmemoracin debera ser la reedicin de sus obras que l brind a la juventud, y en las que campea, con fuerza de lema, este pensamiento: "la Unidad ante todo".

3. LA UNIDAD SE SELLO CON SANGRE EN ALICANTEEl 20 de noviembre de 1936, la hermandad ante la muerte de las dos fuerzas polticas orgnicas del Movimiento Nacional lleg a la cumbre de la elocuencia simblica. En la prisin de Alicante, con unidad de descarga, simultaneidad en el martirio e identidad de ideales, cayeron Jos Antonio Primo de Rivera, Jefe del Falangismo, y dos requets: Luis Lpez Lpez, jefe del centro carlista de Novelda, obrero mecnico, y un propagandista del tradicionalismo, agente comercial, hombre de accin, Vicente Muoz Navarro. A la misma hora, en el mismo instante dramtico de una madrugada que an conmueve, tres ros de sangre corrieron mezclados hasta fundirse en uno, sellando el viejo pacto. Antes y despus de la guerra se hizo notoria la exacta actitud ante la vida y la hermandad ante la muerte de carlistas y falangistas. La imaginacin creadora de un poeta, Miquelarenza, haba trazado un cuadro de belleza sublime que cantaba la unidad en el frente, pareja a aquella del cautiverio. Cmo se grab en la imaginacin de nuestros adolescentes de hace veinticinco aos! Un requet de cuarenta aos y un falangista de menos de la mitad de este tiempo se saludan cuando van a morir: De dnde vienes? De Navarra. Era el mes de julio, el de las cerezas, y hasta los rboles daban requets. Era el mes de julio, Castilla estaba abrasada y hasta las espigas se levantaban al cielo haciendo el signo de las cinco flechas... Si mueres, a quin tengo que avisar? A Jos Mara Errandorena, Tercio de Montejurra, sesenta y cinco aos, es mi padre. Y si no est? A Jos Mara Errandorena, Tercio de Montejurra, quince aos; es mi hijo. Mueren los dos combatientes en el heroico empeo (reconstruyo el dilogo de memoria y lo abrevio), y el sol del amanecer sorprende a los dos cadveres abrazados. Esta epifana de la unidad se basa en hechos reales y vividos, porque la imaginacin humana apenas acierta a imitar y nunca a superar a la realidad misma. Y ms en la historia heroica de dos fuerzas que fueron ms sobrias "en contallas que en facellas". El 28 de marzo de 1936, el alcalde rojo de Mendavia mataba a un falangista llamado Martnez de Espronceda. Veinticinco requets, totalmente uniformados, le dieron guardia, y, arma al brazo, pasaron del cementerio a la crcel. El 18 de julio recuperaba armas y libertad y murieron tambin muchos de ellos.

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Hay un episodio, ya en plena contienda, el de Codo, los das 24 y 25 de agosto de 1937, que excede de toda sublimidad. Diez mil marxistas, con carros, atacaron aquel sector, guarnecido por unos 150 requets y un puado de camisas azules. Murieron en el empeo todos los oficiales, clases, 136 requets y 39 falangistas. En lo ms empeado del combate cesaron de funcionar las ametralladoras, y aquellos hroes armaron las bayonetas para retrasar el avance enemigo. Entonces el sargento de requets Estivil, grit: "A ver, falangistas, y vosotros, a cantar el "Cara al Sol". Los rojos retrocedieron espantados ante aquellos titanes, que les esperaban cuchillo en mano, cantando. En medio de un fuego horroroso, Estivil se plant en el parapeto y dirigi el himno, sirvindose del fusil como batuta. Los falangistas, en un pugilato de elegante bravura, entonaron el "Oriamendi", queriendo dominar con el otro himno querido su propio himno de guerra y de amor. Un pacazo, ya ms lejano ante aquel asombroso pugilato, enmudeci al heroico director de aquella sinfona de guerra, atravesndole el cerebro. Sus labios quedaron mudos, pero con la modulacin correspondiente a aquel verso que hablaba del amanecer de Espaa, coreado por esa popular redundancia del cantar carlista: "Lucharemos todos juntos, todos juntos en unin..." Cmo mandan los muertos de la guerra o del cautiverio! Los muertos no se cuentan, cuentan, y, en definitiva, viven. Y quieren que su mensaje no se acalle, que no se burle su sacrificio, que no se frustre su empeo, so capa de coexistencia o de transigencia en las ideas, sin perjuicio de la cristiana tolerancia en las personas. En todos los meridianos, hasta en el del tridemocratismo de Gettysburg, es una ley de vida y de victoria. Dejaron los yanquis de la Unin, despus de la batalla de Appomatox, que los esclavistas del Sur siguiesen practicando sus doctrinas? No. Suprimieron la esclavitud y el espritu de secesin e hicieron consigna de aquellas palabras de Lincoln sobre que los monumentos no se dedican a los muertos, sino a los vivos, a quienes corresponde "continuar el trabajo inacabado que hicieron los combatientes y que pesa sobre nosotros, honrando a los muertos con creciente devocin a la causa por la que ellos dieron la medida de su devocin, es decir, PARA QUE ESOS MUERTOS NO MURIERAN EN VANO". Oracin de Gettysburg que inspir a Sun Yat Sen, con mejor fe que acierto. Dios premia a los que dan su vida por Dios y por la Patria, porque, segn San Juan, "nadie tiene mayor amor que ste de dar su vida por los semejantes". Como premia a la madre que muere por dar la vida a un nuevo ser. Premio de eternidad. La guerra de Cruzada es una bella y difcil imitacin de Cristo, dice el padre Reymond, en que se reproduce su Pasin y se le devuelve hambre y sed por hambre y sed, fatiga por fatiga, herida por herida, sangre por sangre, vida por vida. Pero, adems de la bienaventuranza personal, los muertos en el Seor transmiten su mensaje y no mueren en vano. Y su ejemplo y su mensaje perduran.

4. LA GLORIA DE DON RAMIRO DE MAEZTUEn la madrugada del 29 de octubre de 1936, presentida con arraigada conviccin por Maeztu en las confidencias a Vctor Pradera, en sus vaticinios pblicos y ms prximamente en aquel ademn que los compaeros de prisin, atentos hasta el movimiento de sus manos, conocan con el nombre de "la golondrina", con el sabor cercano del ltimo rosario, en el silencio oscuro de la celda, solamente cortado por los bisbiseos de los que iban a morir, Maeztu oy la llamada pavorosa de quienes notificaban una ejecucin ms sin juicio previo: "Ramiro de Maeztu!" El escritor, diplomtico y viajero, buscador de Espaa, acudi a la cita. Se oy un tiro en el propio recinto de la crcel de Ventas que dio pbulo a la versin de que Maeztu fue inmolado en el interior del recinto penitenciario. Otros relatos, por confidencias de los propios milicianos, sealaban a Aravaca como el lugar en que los ojos del mrtir vascongado se cerraron para siempre, frente a las estrellas mortecinas de una noche de Castilla, tierra fecunda en dicotomas nobles, amiga de las verdades elementales y enemigo de las medias tintas: valle y alcor, castillo y espoln, catedral y ermita, cultura y aventura, cielo y tierra, vida y muerte. La ltima pgina de la vida de Maeztu tiene el valor de un testimonio autntico de una verdad a la que persigui siempre y vino a poseer ntegramente en los aos crepusculares de su existencia. Vida parablica en el sentido grfico y moralizador de la expresin. Su evolucin, hecha de alados tramos, no se quiebra desde su punto de partida. Era un hombre del noventa y ocho, que brot a la escena pblica en plena nusea del desastre. Pero en los peores momentos siempre sobrenad en l un patriotismo directo y esencial y una afirmacin de pertenencia a las filas "de los que rezamos el Padrenuestro".- 21 -

Quiz por eso Maeztu se movi siempre contra corriente. Vea a Espaa, pas de la Contrarreforma, como nacin de la Contrarrevolucin. Sus artculos en la Prensa de provincias los epigrafiaba "Contracorriente". Al frente de izquierdas le llamaba la "antipatria". Por eso sus tesis capitales fueron defensivas, trazando una triloga dialctica de temas y valores: "Defensa de la Hispanidad", "Defensa del Espritu", "Defensa de la Monarqua" como ha destacado Marrero. La "Defensa de la Hispanidad" es el juicio crtico, no la apologa del universalismo espaol, de un pueblo universo, es decir, vertido en uno, convertido; el nico en el mundo que puede blasonar de haber demostrado la unidad fsica de la tierra con el viaje de Elcano y la unidad moral del gnero humano, en las frases de bronce de Diego Lanez, en el Concilio de Trento. La nonata "Defensa del Espritu" es tambin algo tpicamente espaol, una obra inacabada, una sinfona incompleta, una flecha tirada en medio del camino que no llega al blanco, no por la generosidad del esfuerzo individual, sino por ambicin de la empresa: una obra que requiere un continuador. Cuando en el fro de la madrugada caminaba don Ramiro hacia la muerte, que no evitaron ni la proteccin de uno de los pabellones diplomticos ms poderosos, ni el eco universal de la noticia de aquel colaborador de "La Prensa", para el que la prensa de ambos hemisferios no alz ni una lnea de protesta, se meti en la chaqueta, con premura y angustia instintivas, un rimero de abultadas cuartillas que contenan su "Defensa del espritu". Y, por ltimo, medit una "Defensa de la Monarqua" que no lleg ni a alcanzar la virginidad de las cuartillas originales, sino la concepcin de un proyecto mental. Si Maeztu hubiera vivido no es difcil adivinar la forma y el fondo de su ltimo tratado defensivo, cuyo esbozo est en frases antolgicas como stas: "Lo que hizo Cnovas en 1875 fue asegurar el poder pblico a las oligarquas. Esto es lo que vino a ser lo que se llam "continuar la Historia de Espaa". Aquel rgimen en que las oligarquas lo eran todo, no era en realidad la Monarqua, sino una oligarqua o repblica coronada". En 1935, enardecido como un nio ante los "motiles" que evocaba el centenario de Zumalacrregui, en contacto con los leales guipuzcoanos, Maeztu llegaba, por fin, a los umbrales del templo de la Tradicin. El contacto con el viejo solar le inspiraba aquel lema de los caballeros espaoles: "Servicio, jerarqua y hermandad", tan acorde con la doctrina jose-antoniana, y la revelacin de que las palabras Dios, Patria y Rey fueron asociadas por primera vez por el verbo creador de un poeta. Y que el horizonte foral "simboliza al mismo tiempo nuestras viejas leyes vascongadas y el sentido funcional del derecho". Aplic su tesis capital y ontolgica "ser es defenderse" a la impugnacin de la Monarqua constitucional, amarga pesadilla de su experiencia, y a la defensa de la verdadera Monarqua: "Dejar de defenderse es casi ya dejar de ser". "La Monarqua constitucional cay porque no se defendi". Pero es que tambin servir es defender, y esta idea la hizo corolario de la fecunda tesis de las libertades concretas: "El espritu monrquico se funda en el servicio y en la jerarqua. Ese espritu no lo conocimos los espaoles de los ltimos reinados". El fallo de Maeztu es inapelable, despus de tal diagnosis: Conoca los hechos y el ideal y emiti la sentencia. Cmo puede extraar que se le fuesen el intelecto y el corazn a la Monarqua verdadera, la tradicional, cuya esencia es no slo el mando de uno, sino la relacin de alteridad entre el Rey y el pueblo? Con estas convicciones, solitario, inerme, sin ms compaa que la comunin de los atletas de Espaa y de la Fe que moran en las checas y en los cercanos frentes, Maeztu se entreg a la cosecha de las balas de plomo fundidas en el crisol de las linotipias. Hoy hace veinticinco aos dio con su muerte testimonio vivo de la verdad hispnica. Ms vale nuestro esfuerzo de prosecucin de lo que dej inacabado que el propio perfume del recuerdo. As ser verdaderamente ejemplificadora la gloria de don Ramiro de Maeztu.

5. CRUZADOS Y MRTIRES DE LA TRADICINNo es la lejana del testimonio la que otorga la categora de mrtir, sino la esencia del testimonio. No es el medievo el perodo histrico para el que debemos reservar la palabra Cruzada. En nuestros das hemos sido espectadores de gestas sublimes por el imperio de la Cruz y hemos contemplado brillar las luces del martirio en Espaa y fuera de ella.

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Ya hace sesenta y siete aos que Carlos VII instituy la fiesta de los Mrtires de la Tradicin, incorporada gracias a nuestro Caudillo a los fastos memorables de Espaa. El Duque de Madrid, que luch de veras en un frente sangriento, no poda olvidar el silbido de las balas, sirviendo de sinfona al perfil agnico de sus leales: "Cuntos rostros marciales de hijos del pueblo, apagndose en la muerte con sublime estoicismo cristiano, llevo indeleblemente grabados en lo ms hondo de mi pecho, sin que pueda poner un nombre sobre aquellas viriles figuras! A cuntos he estrechado sobre mi corazn en su agona!" Pens, pues, en el documento institucional, tanto en los mrtires conocidos como en los hroes annimos. A lo largo de ms de cien aos los Mrtires de la Tradicin constituyen una enorme legin celeste. En la primera guerra abrieron marcha la sangre temprana de Manuel Gonzlez, Ladrn de Cegama, Carnicer y el barn de Hervs, bien representativos de todas las regiones alzadas unnimemente, y Zumalacrregui, derramando su lealtad de genio militar al servicio de una gran causa, ganaba la laureada del martirio. En las dos guerras siguientes surge la esfinge impvida del Capitn General de Baleares, Jaime Ortega, y la vida cinematogrfica de Nicols Hierro, en la guerra solitaria de tres aos, y con armisticio, de Castilla. En la ltima guerra civil son cuatro y no tres la pgina de la epopeya est reservada al General ngel Villalan. Fue en Villafranca del Cid. Dorregaray diriga la batalla con un brazo en cabestrillo. El general castellano, que haba aguantado un duelo personal a caballo con el general enemigo y recibido cuarenta y cinco heridas de lanza y de sable, sigui combatiendo a pie, al ser derribado su caballo de un balazo, hasta que l recibi a su vez otro que le perfor el crneo. Pero lo ms grande es que haba preferido pasar el tiempo entre las dos guerras, de obrero minero en Crdoba antes que de general del Ejrcito adversario, como le corresponda por su graduacin. Aquellos mrtires tuvieron sus sucesores en las luchas callejeras del primer tercio del siglo XX Vila, Gardeazbal, Justo San Miguel, Triana, Oreja, Valenciano y en la Cruzada de 1936, acontecimiento que, segn Po XI, "era un esplendor de las virtudes cristianas y sacerdotales, de herosmo y martirios, verdaderos martirios en todo el sagrado y glorioso sentido de la palabra". Toda Espaa fue en la Cruzada un lago de sangre de mrtires. Y al lado de sus heroicos compaeros falangistas, soldados y espaoles sanos de frente o cautiverio, los hombres de la Tradicin supieron proseguir su trayectoria de testigos de la fe religiosa e hispnica: Antonio Molle, hecho pedazos a medida que gritaba Viva Cristo Reyl, en Andaluca; Bulnes, caballero andante de la Castilla universitaria; Ramn Sales, en que el martirio fsico fue horrible, como corresponda al Fundador de los Sindicatos Libres... O aquel requet de Belchite, que escribi su nombre con un mun sangriento entre las ruinas humeantes, como un fedatario que quiso desmentir anticipadamente tantas deformaciones literarias de nuestra verdad. No nos ruboricemos cuando haya que llamar a las cosas por su nombre. "Cruzados de la Causa" fueron para Valle Incln los primeros hroes de la Tradicin. Mrtires, para la mayor autoridad espiritual humana cuantos confesaron a Cristo en la ltima Cruzada. Todos los pueblos sanos lo entienden as. Aun en guerras de signo menos religioso que la nuestra. En el cementerio de Arlington existe un impresionante mausoleo con un gigantesco soldado desconocido de piedra. Pero siempre hay tambin un soldado vivo dispuesto a defender la memoria de su antecesor en vigilia tensa. Se lea al cardenal Mercier, a la muchacha inglesa Caryl Houselander o al norteamericano padre Reymond, la guerra es una pgina de Cruzada cuando se defienden principios espirituales bsicos a travs de cualquier interpretacin nacional. Mrtires, s. Cruzada, s. En toda la extensin de la Pennsula y en toda la extensin de la palabra. Por la sangre de todos los Cados por Dios y por Espaa.

6. MARCELINO OREJA ELOSEGUI O LA ACCIN SOCIALUna de las banderas ms enhiestas del Carlismo ha sido la de la Justicia Social. Antes que ninguna otra fuerza poltica la tradicionalista se impregn de sus tres ingredientes bsicos, religioso, nacional y social, no slo a travs de los precursores de la Encclica "Rerum Novarum", Balmes, Aparisi y Mella, y de los sistemticos estudios de Roca y Ponsa, Bolaos, Corbat o Severino Aznar, sino en las dursimas luchas sociales contra los cenetistas y los "jvenes brbaros", y en las horas crticas del Sindicato libre, fundado por Ramn Sales.

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En ningn momento de su historia posterg el carlismo los postulados y las instituciones sindicales y gremiales. Ya Aparisi haba dicho, repitmoslo: "La cuestin carlista es ms que una cuestin espaola, una cuestin europea. Es mucho ms que una cuestin poltica; es una cuestin social y religiosa." Hijuelas del Carlismo fueron muchos Crculos Catlicos de Obreros, como el de Burgos, que se fund en 1883, segn el excepcional testimonio del Padre Marn, por los voluntarios de la ltima guerra. Uno de ellos, Jos Miguel Olivan, a quien hemos conocido personalmente, octogenario y todo, conoci el 18 de julio y tuvo arrestos para arengar a los requets castellanos en aquella maana luminosa. La Encclica "Rerum Novarum" fue incorporada al Acta de Loredn, promulgada en este palacio de Venecia en 1897. Y de un lado Mella, y de otro, el Padre Corbat, sistematizaron a ltimos de siglo, impecablemente, toda la doctrina social tradicionalista, en sus teoras y en sus estructuras gremiales, sindicales y de seguridad laboral. En el perodo trgico de las luchas sociales del mundo obrero cataln, los Sindicatos libres fundados en el Crculo Central Tradicionalista, de Barcelona, se opusieron mediante su programa sindical en la esfera laboral y con la "ltima ratio" de las pistolas en las calles, a los cenetistas y lerrouxistas. Y al dar Primo de Rivera su golpe de Estado, los nicos que se encontraron al lado del Ejrcito en las Ramblas, fueron los jaimistas del Sindicato libre. Al reencontrarse las corrientes nacionales europeas con las estructuras corporativas, Severino Aznar, que ya vena trazando la arquitectura social-carlista en "El Correo Espaol" desde 1909, escribi "El estado corporativo al que hoy vuelven los ojos los estados modernos, no es sino un fragmento del viejo programa carlista." Por fin, advino la repblica como una sucesora legtima de la antisocial monarqua restaurada en Sagunto. Y pronto har veintiocho aos, en aquel octubre rojo de 1934, la revolucin marxista-separatista alcanz una extrema gravedad en el norte de Espaa. Como una previsin a la movilizacin de requets en toda Espaa en favor del orden social, los revolucionarios mataron al prroco de Nava en Asturias, don Jos Mora; a don Csar Gmez en Turn; al veterano comandante carlista don Emiliano Valenciano en Olloniego; a don Carlos Larraaga, ex alcalde de Azpeitia, en Eibar... Lo menos que se merecen, por su sacrificio, son unas lneas de recuerdo, que queremos personificar en la figura de otro mrtir insigne, el diputado carlista don Marcelino Oreja Elsegui, asesinado en Mondragn. Marcelino Oreja Elsegui es el protomrtir de la Cruzada por la fecha de su muerte y por su significacin. Fue testigo de la fe, de la accin poltica y de la accin social. Haba nacido en Ibarralengua (Vizcaya) en 2 de abril de 1894; de familia de mdicos vizcanos, adscrita fervorosamente a la causa carlista desde la primera guerra civil. Especialista en cuestiones econmicas y sociales, hombre emprendedor, al terminar su brillante carrera de ingeniero de Caminos fue enviado a Estados Unidos para ampliar su preparacin tcnica, laboral y econmica que tan cumplidamente demostr, a su regreso a Espaa, en la "Vidriera" de Lamiaco. Cuando en la "Unin Cerrajera" de Mondragn, en la sima de la curva de la depresin econmica de la Repblica se necesit un capitn de empresa, fue llamado a su presidencia Marcelino Oreja. Pronto experiment la factora un movimiento ascensional reflejado no slo en el incremento de su potencia econmica sino en las relaciones humanas y en la seguridad social de sus productores. Anticipndose a la legislacin de seguros sociales en la esfera psicotcnica social, Marcelino Oreja supo transformar en empresa modelo la gran unidad fabril vascongada. En el terreno de la poltica activa, que no descuid aquel gran trabajador, luch en las Cortes al lado de tantos tradicionalistas insignes por no citar ms que a los mrtires, mencionamos slo a Pradera, Benza y Gmez Roj, representativos del pas vasco, Navarra y Burgos y su labor parlamentaria estuvo centrada en la defensa, desde las Constituyentes, de un sano regionalismo nacional y foral y de la unidad catlica de Espaa. La revolucin rojoseparatista de octubre le seal como su enemigo nmero uno en el Norte, al marcarle con el fro sello de la muerte. Desde la redaccin de "El Pensamiento Alavs" de Vitoria, march sin miedo a encontrarla, a Mondragn, al percibir los primeros soplos de agitacin. Y en la maana otoal, del 5 de octubre de 1934 cuando la mejor ilusin viril, la prxima llegada de un hijo, le inundaba el pecho, cay en manos de los piquetes tenebrosos, verdaderos vestigios de aquella aurora roja, despus de haber esperado, sin otra arma que la del Rosario, ni otra compaa que la de su virtuosa mujer, doa Pureza Aguirre, las decisiones del comit "popular". Entre blasfemias y malos tratos, fue sacado fuera del recinto fabril, como si ste no quisiera mancharse con la sangre del pr