vázquez de mella

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  • 7/30/2019 Vzquez de Mella

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    VZQUEZ DE MELLA

    Captulo extrado del libro

    SANGRE DE HISPANIA,

    escrito por Alfonso Junco

    Marzo de 1928

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    SILUETA ANECDTICA

    De padre gallego y madre asturiana, nacido en Asturias yeducado en Galicia, ambas regiones se disputan la gloria de donJuan Vzquez de Mella, que ahora acaba de morir en Madrid. Perosu estilo e idiosincrasia eran ms bien de gallego.

    Mago de la palabra, hablaba en el Parlamento dos horasseguidas y tena exttico al gento excepcional congregado alanuncio de su nombre. Su temperamento de artista, su imaginacinresplandeciente, sus dotes de tribuno, recio en la lgica, pronto enla rplica, gil en la alusin sembrada de donaires e ironas sin hiel,unanse con una maciza y dilatada cultura, una visin profunda dela filosofa y de la historia y un pensamiento original, membrudo yaquilino.

    Al propio tiempo que de enrgica audacia y de sealado valorcvico, era Vzquez de Mella hombre sencillo y bueno,

    desinteresado y cordialsimo, como sus mismos adversarios loproclamaron siempre. Es el cerebro ms hidalgo de Espaa,deca su amigo Prez Bueno. Excluido por propio designio de lahipntica posibilidad del poder, demcrata verdadero y amigo delos pobres, tena su casa y su trato abiertos a todo el mundo, y sele vea jugando al billar con los estudiantes y piropeandodelicadamente a las maravillas, como l llamaba a las mujeres

    guapas.* * *

    Pnganle ustedes quevedos a don Victoriano Salado Alvarezy tendrn ms o menos la cara de Vzquez de Mella, con subarbilla a la espaola, completndose el parecido con lo recio deltrax.

    Mediano de estatura, ni la talla ni la voz le ayudaban para lostriunfos de la oratoria, pero en cuanto empezaba a hablar se

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    transfiguraba. Denso de erudicin y pensamiento ardoroso defuego y de poesa, deleitaba a los doctos y a los indoctos. Siemprea su propia altura y siempre eficaz, Mella siempre mella, decan

    jugando con el vocablo. Pocos han dominado multitudes como este

    hombre excepcional, que recorri toda Espaa suscitando mtines ydando conferencias, en los campos, en las plazas de toros, en losteatros. Con las exclamaciones arrancadas al pblico en el deliriodel entusiasmo dice don Severino Aznar, podra hacerse unapintoresca letana en honor del tribuno. Y el hombre permanecamodestsimo entre aquellas apoteosis, y nunca las aprovech parasu engrandecimiento personal, ni quiso recibir el poder que vinovarias veces a buscarlo.

    * * *

    En la Universidad de Santiago brillaba por su ausencia elestudiante Vzquez de Mella. Casi no segua los cursos y andabapor su cuenta y riesgo explorando bibliotecas, agotandovolmenes, forjndose a s mismo en las altas disciplinasteolgicas, filosficas, histricas, en que fue maestro de maestros.

    Cuando apareca por la Universidad, encantaba a los compaerosrecitndoles discursos ntegros de Donoso Corts, de AparisiGuijarro, de Castelar...

    Al acercarse el fin del curso, pretenda presentarse aexmenes y los maestros entendan no deber admitir a aquel cuyoabandono de las aulas les constaba. Pero el mozo se dedicaba unasemana a beberse todo un ao de textos, y su perspicua in-

    teligencia y su formidable memorin le permitan afrontar elexamen, asombrar a los maestros y arrancarles supremascalificaciones.

    Y as graduse de doctor en leyes, pero nunca ejerci deabogado, por amor a la justicia, segn sola decir con su castiza

    jovialidad.

    * * *

    Enemigo del rgimen parlamentario, era la gloria del

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    Parlamento.

    Cuando en l debut en plena juventud, estaba all el ilustredon Antonio Cnovas del Castillo, presidente entonces delConsejo. Empez a hablar Vzquez de Mella y don Antonio a

    inquietarse en su asiento. Al tercer prrafo se volvi a sus acom-paantes para interrogar: Pero quin es ese monstruo?

    Poco despus, Cnovas escriba ofreciendo una cartera aaquel monstruo que acababa de conocer. Pero el invitadorehus.

    Das ms tarde, encontrndole en la calle, Cnovas delCastillo se acerc a aquel joven inexpugnable a las seducciones

    del poder y le dijo con perfecta alabanza: Ya s, don Juan, ya sque los leones no se cazan con liga.

    Descoll como periodista en El Pensamiento Galaico y ElPensamiento Espaol por l fundados, y en El Correo Espaol,que dirigi. La concrecin de en estilo periodstico contrastaba conlo que poda esperarse del orador grandilocuente.

    En la tribuna y en la prensa defendi el tradicionalismo, que

    entonces encarnaba en don Carlos y luego en don Jaime,personaje del que se apart por 1918, despus de refutarpblicamente un manifiesto suyo. Creo yo que era demasiadogrande Vzquez de Mella para caber en la personalizacin de unideal, con las forzosas limitaciones y deficiencias de todo partido, yque debi de respirar anchamente al recuperar su libertad, sinmengua del ideal inclume.

    Hombre flexible, tolerante, benvolo y hasta noblementecandoroso en la vida privada, era indoblegable en lo que tocaba asus convicciones. Cuando en Venecia se redactaba el Acta deLoredn, especie de programa del partido tradicionalista, hubo unpunto en que don Carlos opinaba que cierta facultad correspondaa la corona, y Mella sostena que al municipio. Porfiaron ambos ensu parecer, hasta que don Carlos le tild de extraordinariamentetozudo Seor replic Vzquez de Mella, no es eso: si se

    tratara de un inferior, por deferencia podra aparentar que ceda demis convicciones; pero tratndose de mi rey, pudiera creerse que

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    yo era capaz de la adulacin y la lisonja. Y narran los que lovieron, que el caballeroso prncipe se levant y abrazando altribuno le dijo: As quiero yo a mis servidores.

    * * *Salpicaba de toques irnicos sus discursos, pero siempre sin

    amargor y con hidalga cortesa. Salmern, Sagasta y otros aquienes pinchaba con frecuencia, le estimaban y queransingularmente. No tuvo enemigos personales. Lerroux, MelquadesAlvarez, Romanones, estuvieron cuidadosos informndose por susalud o le acompaaron al cementerio.

    Para replicar interrupciones era famoso, al grado de queoptaron por no interrumpirlo, pues no hacan sino doblarle lavictoria.

    En una ocasin, durante la regencia de doa Cristina, citVzquez de Mella cierta frase del profeta Isaas, que era algo ascomo una lamentacin sobre los pueblos gobernados por mujeres.

    Se levant un escndalo formidable: gritos de indignacin,

    voces de protesta y amenaza, desordenado estrpito que nopodan dominar los campanillazos del presidente. Al fin ste,logrando hacerse or en un descenso de aquella marea, conmin alorador a que rectificara. Yo?... contest Vzquez de Mella conmucha flema y cara de sorpresa. Que rectifique Isaas!

    Y el tumulto desconcertado, se fue desvaneciendo en risas...

    Rodeaba de caballeresca galantera a las mujeres, en el trato

    social y en los discursos. A las flores verbales correspondan lasdamas con flores positivas que volaban de los palcos al foro en quetriunfaba el orador. Muri soltero, pero tuvo con una hija de donAlejandro Pidal y Mon Consuelo una alta especie de amorplatnico y metafsico.

    Gran amigo de don Alejandro, armaba con l las grandestremolinas discutiendo de filosofa escolstica. Y la familiadisfrutaba, encantada, del espectculo.

    Sola Pidal y Mon, por Navidad o Reyes, ofrecer en su casa

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    una comida a los colegas de la Academia Espaola. Y en talocasin, coincidieron un da en el ascensor de la casa don JosCanalejas y don Juan Vzquez de Mella, que haban roto susrelaciones personales a raz de las leyes persecutorias. El trance

    era enfadoso y lo cort Canalejas: Don Juan., es usted unsinvergenza... y yo otro, porque habindonos elegido la Academiaprecisamente por oradores, no hemos pronunciado el discurso deingreso.

    Y murieron los dos sin haberlo pronunciado.

    Mella tena ya no pocos aos de electo, y l, que era capaz deimprovisar un discurso sobre cualquier tema, senta pereza de

    sentarse a preparar una cosa muy formal, no unindolo estmulosde apostolado o de bien pbico.

    * * *

    Viva solo, en modesta casita del Paseo del Prado.Contrastaba su extrema pulcritud en el vestir con el desorden desus habitaciones. Los libros andaban por all por las sillas, por la

    cama, por los suelos... Pero los traa irreprochablemente catalo-gados en la cabeza.

    Padeca una larga diabetes, y hace cosa de tres aos huboque amputarle la pierna izquierda. Retrjose entonces de la vida desociedad, aunque iban a buscarle los amigos... que no le dejabantrabajar. Porque pensaba aprovechar su retiro para organizar susobras. Preparaba una vasta Filosofa de la Teologa, de la quees fragmento desprendido la Filosofa de la Eucarista, recinaparecida. Trabajaba tambin en la Sntesis de mi Sistema,donde compendiaba y funda, con fuerte dialctica, sus principalesteoras dispersas en conferencias y discursos. Un tomo de stoscontendra sus vaticinios sobre la guerra europea y susconsecuencias, catstrofe que l predijo con dos aos deantelacin y de la que libr a su patria con vigorosa campaa deneutralidad, que culmin en su memorable discurso del 31 de mayo

    de 1915, en el teatro de la Zarzuela.Tena amores de soltern con unos tres o cuatro gatos que se

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    le trepaban a la mesa en que coma y le arrebataban, cuandopodan, el bocado. Se remiraba, sobre todo, en un perro policaalemn que le haban regalado, Kill, listo cuadrpedo que subaen el hocico la correspondencia para el amo, que iba a la tienda de

    la esquina a comprarle los puros, que traa de la percha elsombrero de la visita que se despeda...

    Mella se despidi de la vida el 26 del ltimo febrero, primerdomingo de Cuaresma, da en que se celebra a la Virgen deGuadalupe, de Espaa. Rindi la jornada santamente, a lossesenta y seis aos de edad, asistido por su gran amigo el padreAlarcn, de la Compaa de Jess, hijo del clebre novelista don

    Pedro Antonio. Le amortajaron, segn su voluntad, con el hbitofranciscano, y fue a reunirse con su pierna, anteriormentesepultada.

    Primo de Rivera, a solicitud de El Debate, escribi estaspalabras sobre el gran espaol: Mella! He aqu un hombre que, aldesaparecer de la lista de los vivos, se agranda y parece que nosalumbra y gua con mayor fulgor. Fue para mi madurez lo quehaba sido Castelar para mi infancia: el cantor admirado y

    admirable de las glorias espaolas.De la derecha, de la izquierda, de la tradicin, del

    progreso?... Qu ms da! El da que vivimos nos impone a cadahombre la actuacin: lo que precisa es fe, conciencia, bondad,ideal, comprensin... He conocido tantos dspotas en las izquier-das, tantos hombres cordiales en las derechas: vinos buenos enodres viejos y vinagres en destellantes frascos vidriados, que he

    perdido la confianza en los envases y en las etiquetas...Magnfica verdad. Ganar mucho el mundo cuando dejen los

    hombres de dividirse e incomprenderse por si son conservadores,o liberales, reaccionarios o revolucionarios; cuando slo secataloguen y tasen la honorabilidad, la aptitud, el operante amor alpueblo, a la justicia y a la libertad.

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    El pensamiento poltico y social

    Aunque clebre, Vzquez de Mella es relativamente ignorado,por andar su obra dispersa en peridicos y folletos de adquisicin

    difcil. El mejor monumento que se le puede alzar sin duda seaprestan ya a levantrselo en su patria es una edicin completade sus obras, en las cuales se tratan superiormente todas lasgrandes cuestiones que hoy preocupan al mundo.

    Parceme interesante exponer algo del pensamiento poltico ysocial de Vzquez de Mella, amigo de la representacinproporcional por clases en el Congreso, del voto de la mujer, de las

    libertades regionales en armona con el poder central, de ge-nerosas reformas sociales, de la libertad escolar, de una autnticay racional democracia, de la dignificadora distincin entresoberana social y soberana poltica, entre Nacin y Estado.

    Un programa radical

    Mi programa deca Vzquez de Mella en el Congresoespaol el 17 de junio de 1914, en un discurso repleto de cosassustanciales es un programa radical: en algo creo que va aasustar a las izquierdas. Me aqu, extractados, unos puntos de l.

    Primero. Transformacin del rgimen parlamentario enrgimen representativo. Es decir, pasar de la representacin de lospartidos permanentes a la representacin por clases..., lo cualreclama el voto de las mujeres. Porque no hay derecho alguno

    para negar el voto a la mujer en la agricultura, en la industria, en elcomercio tres categoras que representa el inters material, nien la docente que representa el intelectual, puesto quedndose a esas fuerzas representacin, la mujer no slo tieneinters en ellas, sino que muchas veces est al frente deexplotaciones agrenlas o industriales y formando parte deagrupaciones docentes y mercantiles.

    Y no creis que es una novedad revolucionaria el voto de lasmujeres... Un sano y robusto feminismo es una consecuencia

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    cristiana.

    En nuestras mismas compaas de regantes, Como las delJcar en Levante, hay para las mujeres, segn el nmero deparcelas que se poseen, el voto plural independiente del que pueda

    tener el marido, para la concesin de riegos y reparto de agua queall se conservan; en la Edad Media tenan voto en los gremios queformaban en gran parte el municipio, y, por tanto, indirecto en lascortes por los procuradores que el municipio designaba; porqueentraban en la jerarqua gremial, y muerto el maestro, la viudadesempeaba su cargo en el taller e intervena en la eleccinmunicipal directamente; y lo tuvieron tambin las mujeres en quie-

    nes recaan los seoros jurisdiccionales de Aragn.Segundo. Acentuar cada vez ms el principio regionalista.El municipio, la comarca y la regin tienen derecho a la autarqua.El Estado, que representa la soberana poltica, no debe regir msque aquello que es comn a las regiones y a las clases. El excesode burocracia ha producido una congestin nacional que nos mata.El Estado oficial, que se concreta en una pandilla de caciques, esun csar annimo.

    Los que creen que ampliando el principio regionalista yrestaurando fueros se quebranta la unidad comn en que coincidenlas regiones es decir, la supra-regional o nacional, y laintegridad de la soberana, no deben olvidar que Felipe II reunicortes como rey de Portugal en Thomar; como rey de Castilla, enValladolid; como rey de Aragn, en Tarazona; que guard losfueros vascos como seor de Vizcaya, y los de Navarra como rey,

    y que dos veces, una como prncipe y otra como conde de Bar-celona, abri las cortes de Catalua y ley en cataln los discursos;y su corona era tan grande, que pudo decirse que se lleg aconfundir con el ecuador del planeta, si bien es verdad que tenauna inteligencia servida por una voluntad ms grande que lacorona.

    Tercero. Amplias reformas sociales. El sentido cristiano

    de la propiedad quiere restaurar la forma corporativa, que haceimposibles los desheredados, que no existan en el rgimen

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    antiguo: porque el trabajador tena su propiedad en la del gremio, ellabrador en el psito y el empleado el montepo; los pobres en lasfundaciones de beneficencia y de enseanza, y la clase rural ente-ra en los bienes propios y comunales de sus municipios. Un

    sistema corporativo fundado sobre los nuevos sindicatos, libres detoda traba, puede agrupar en una vasta jerarqua fuerzas que hoygravitan hacia el socialismo y el anarquismo.

    Cuarto. La separacin de escuelas y de presupuestos. Dada la divisin social de creencias existente, y ante un Estadoque de hecho es neutro, la consecuencia no es la tirana de laescuela neutra y laica, que suprime la enseanza religiosa en favor

    de los que no creen imponiendo de esta manera la negacin alcreyente, sino la divisin de escuelas como se practica enAlemania, con la divisin consiguiente de presupuestos, para evitarel absurdo de que los catlicos paguen la enseanza quedescatoliza a sus hijos.

    La democracia real

    En el mismo discurso finge Vzquez de Mella un sueo que lotransport al Oriente, donde tuvo entrevista con un gran monarcade por all. Y de esta suerte introduce un dilogo lleno de jugo y deintencin. Entresaquemos algo sobre la democracia.

    La democracia, o es una palabra vana, o es el gobierno delos ms... Y yo aseguro a V. M. que no hay una pgina de historia...en que hayan gobernado los ms sobre los menos: siempre han

    gobernado los menos sobre los ms, cuando no ha gobernado unosolo sobre los menos y los ms.

    Conoce V. M. algn Estado en donde las capacidades estnen mayora? No Pues si estn en minora, una mayora quedirigiese a la capacidad, la cultura, la rectitud y el valor cvico, serala soberana del vulgo sobre los que no son vulgo; sera lasoberana de la cantidad sobre la calidad; es decir, la barbarie

    erigida en forma de gobierno.Yo soy demcrata, profundamente demcrata, pero no creo

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    en esa democracia; creo que cuando la reflexin vuelva, los futuroshistoriadores dirn de ella que no es ms que una mentira y unaenorme supersticin.

    Mi democracia es de otra manera, seor; es la nica real y la

    nica que triunfar en el mundo, porque es la nica que estconforme con el fondo de la naturaleza humana.

    Mi democracia tiene un carcter individual y un carctersocial. No consiste en la igualdad, sino en la desigualdad.

    Considerada en el individuo, es el derecho a salir de laigualdad, a romper el nivel, a ascender, a subir por la jerarqua depeldao en peldao, a la ascensin del mrito para que no tropiece

    con la muralla de la casta ni con los obstculos legales que leimpidan manifestar su grandeza, para que vaya de grado en gradohasta la ltima cumbre...

    En la sociedad, es el derecho que tienen todos, ysingularmente los ms humildes, a ser bien gobernados, no agobernar... Porque, en vez de la voluntad colectiva, puede poner V.M. la necesidad colectiva, que es mejor... La necesidad es sentida

    por todos...; pero el sentir las necesidades, el conocerlas, elabarcarlas y, adems, proporcionarles el remedio, eso espatrimonio de muy pocos, y sos son los que en realidad debengobernar.

    Ahora, como en las necesidades en los ms altos sonmenores y en los ms humildes son mayores, el derecho a ser biengobernados lo tienen los humildes, los menesterosos, los pobres,en ms alto grado que aquellos que estn en las cumbres sociales;y por eso el soberano, al doblarse sobre el pueblo para acudir aremediar sus necesidades, debe inclinarse gradualmente hasta elpunto de que abrace con amor de padre a aquellos que por estarms abajo son los que necesitan la proteccin del ms alto.

    Y esa democracia individual, que no quiere fronteras para elmrito y que necesita un ambiente proporcionado para ascender,origina esa democracia social que desciende segn la jerarqua de

    las necesidades...

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    Las dos soberanas

    Prosigue el gran tribuno:

    Yo he defendido siempre la existencia de dos soberanas: la

    soberana social y la soberana poltica, que son distintas y que nodeben confundirse, y que estn en el fondo del derecho tradicionaly cristiano.

    He considerado a la soberana social como naciendo ybrotando del manantial de la familia, por una serie jerrquicaascendente y doble de corporaciones; unas derivativas, como laescuela, la Universidad y en cierto modo las corporaciones eco-

    nmicas; otras complementarias, como la comarca y la regin.Y en esa serie ascendente de organismos sociales, que no

    brotan de arriba ni nacen por merced ni concesin del Estado

    que llega despus de ella, y como complemento y no como amo,sino que brotan y nacen de la primera unidad social, esa jerarquase despliega en una serie de autoridades iguales en cada grado dela jerarqua, en cada peldao de ella, que termina en una variedad

    de sociedades completa, como las regiones. Ninguna puederesolver los conflictos que surjan entre ellas; no pueden tampocoejercer la direccin de aquello que les es comn; y como, adems,esa soberana social no es slo compuesta de esa doble jerarquade poderes, sino tambin de las clases que las relacionan y cruzany atraviesan paralelamente, resulta la necesidad imperiosa de queexista un poder de orden y de direccin general... Ese poderconstituir la soberana poltica. Cuando la soberana poltica

    invade la social, nacen el absolutismo y la tirana en todos susgrados; cuando la soberana social invade la poltica, la disgrega, larompe, y entonces surge la anarqua...

    Mirada histrica

    Prosigue el tribuno espaol:

    Pues bien. Esa teora est en el fondo tradicional de todaslas sociedades cristianas; esa teora est visible en la Carta Magna

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    de Inglaterra, en el Privilegio General de Aragn, en todas las mo-narquas pactadas de la Edad Media, en donde era preciso que losreyes jurasen previamente los fueros y las libertades de los pueblospara recibir despus el juramento de fidelidad de los sbditos, que

    quedaban con el derecho de romper los lazos que a los reyes lesunan, si ellos quebrantaban antes el juramento; estaba en el fondode la sociedad cristiana, y no se realiz completamente porque lacortaron el paso la hereja que llevaba dentro de s el fermentopagano y la Protesta que la condens con sus reyes-papas ylos reyes regalistas, que fueron una consecuencia de los reyes-papas. Ellos entronizaron el absolutismo moderno, que se derivade aquel derecho cesreo que vena de la escuela de Rvena y dela Universidad de Bolonia, y que haba tenido sus defensores prin-cipales entre los legistas, que eran los curiales cortesanos de losemperadores de Suabia como Federico II, y de tiranos como Felipeel Hermoso y Luis de Baviera.

    El protestantismo engendr aquellos reyes que, para aligerarla tirana de Roma, se pusieron la tiara sobre la corona, y de allderivaron, como consecuencia del influjo protestante en los

    Estados catlicos, los reyes regalistas, que fueron los queformularon esa teora absolutista y cesrea que tuvo comoejecutorias la poltica sacada (mal sacada) de las SagradasEscrituras, por Bossuet, el testamento poltico de Richelieu y lasinstrucciones dadas por Luis XIV al Delfn, bien contrarias a las quehaba dada a su hijo San Luis.

    Eso teora absolutista no trascendi a Espaa porque la

    tradicin de nuestros telogos y filsofos los impeda hastaentrado el siglo XVIII, y aun eso por medio de afrancesados yenciclopedistas, de escritores extranjerizados, que no representanla tradicin castiza, sino su negacin.

    Y luego esta observacin importante sobre la Revolucinfrancesa:

    Contra ese absolutismo cesreo choc la revolucin; no se

    encontr con las monarquas cristianas que llevaban sobre lascorazas aquel crucifijo que era el blasn de una nobleza igual para

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    el soberano y para los sbditos, porque afirmaba una potestad queestaba sobre los dos; no, era el esqueleto pagano lo que estabadentro de la armadura, y no tenan el lema cristiano de que el reyera para el pueblo y no el pueblo para el rey, sino todo lo contrario,

    el princeps legibus solutus, la frmula del absolutismo pagano.La revolucin choc con esa monarqua absolutista, y no la

    mat, sino que la hered en otra forma, como lo han reconocidoprecisamente Tocqueville y Taine. Vari el sujeto de la soberana,pero no sus atributos, porque acept el absolutismo con todas lasfacultades y con todas las invasiones en el orden social, pues lafrmula comn de las dos era la estadolatra. Y qu importaba la

    variacin del sujeto, qu importaba que el sujeto se llamasemuchedumbre, convencin o csar? Hijo de la revolucin eraNapolen, quien estableci aquella mquina administrativa quepes sobre la sociedad francesa, que fue copiada despus entodos los pueblos modernos y que era todava ms opresora y mscomplicada que la que haba establecido Luis XIV.

    La Nacin y el Estado

    En su notable Examen del nuevo derecho a la ignoranciareligiosa, conferencia pronunciada el 17 de mayo de 1913, habarecalcado don Juan Vzquez de Mella el mismo pensamiento enque le es grato insistir:

    Una Nacin no es un todo social simultneo formado por unaagrupacin de habitantes sobre un pedazo de mapa; es, antes que

    eso, un todo moral sucesivo e histrico. Sobre las variedades geo-grficas, tnicas, etctera, es necesario un principio de unidadsuperior que junte interiormente los entendimientos y loscorazones. Cuando ese principio acta sobre varias generaciones yal travs de los siglos, y la obra colectiva se realiza con notaspsicolgicas e histricas inconfundibles, la Nacin existe.

    Ahora se comprenden fcilmente las diferencias entre Nacin

    y Estado, y se pueden sealar las ms visibles. El Estado secaracteriza siempre por una soberana poltica independiente;

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    donde no existe esa independencia, no existe verdadero Estado;pero, aun sojuzgada por un poder extrao, puede existir la Nacin.

    Un Estado puede improvisarse por una revolucin, queemancipa una colonia o desgaja una provincia. Una Nacin no se

    improvisa nunca, es siempre obra de los siglos.Las manifestaciones de la vida de la Nacin, la manera

    especial de ver y expresar la religin, la ciencia, la literatura y elarte, no dependen de la actividad del Estado, se producen aparte ymuchas veces le son contrarias y accionan sobre l o sonoprimidas por su fuerza.

    Siendo la Nacin y el Estado cosas tan diferentes, es fcil

    deducir cul es su relacin fundamental: el Estado depende de laNacin, no la Nacin del Estado. Por eso el Estado no es arquitectoque construye y reconstruye la Nacin: es la Nacin la que tiene elderecho de modelar a su imagen y semejanza al Estado, que existepara servirla y no para ser servido por ella.

    En suma: el Estado es un rebelde que niega uno de losttulos principales de su soberana, si falta al deber esencial de

    dependencia que le liga a la Nacin, y no le expresa y le cumple enla ley. Y como la Patria, en su mayor amplitud, se identificaobjetivamente con la Nacin, pues no es ms que la Nacin ennosotros, en cuanto nos sentimos ligados a ella conociendo suunidad moral e histrica y amndola como algo que es parte denuestro ser, el Estado tiene el deber imperioso, no slo de conocery amar esa unidad, sino de servirla con afecto filial y de mantenerlacon la fuerza.

    Cmo nutre el cerebro y conforta el nimo este pensamientomusculoso, altivo y dignificador de Vzquez de Mella!

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    JUAN VZQUEZ DE MELLA, ELORADOR DE ESPAA

    Blas Piar1

    Si cuando Juan Vzquez de Mella hablaba, testigos de granautoridad aseguran que los oyentes le escuchaban con un silencioprofundo y casi religioso, permitidme que yo, al acercarme tambinen silencio y con emocin casi religiosa a estudiar un aspecto de su

    extraordinaria figura, me atreva a pediros a vosotros, susadmiradores, que me acompais en idntica tensin de nimo,que ligados por un sentimiento unnime atinemos a comprender la

    justicia entera con que uno de sus ms esclarecidos bigrafos ledesigna como el orador de Espaa.

    No hace mucho, en torno a la mesa de un Colegio Mayor, uncatedrtico de Universidad deca que la oratoria era un gnero

    literario que permite tratar frvola y superficialmente de cosasgraves, serias y profundas.

    Me extra escuchar de persona muy bien formada,intelectual y espiritualmente, afirmacin tan rotunda como errnea.Pensndolo bien, tuve por cierto que la campaa contra la oratoria,avalada por sus abusos, haba calado muy hondo y se habaapuntado seguidores en zonas que, a mi juicio, estaban defendidasdel error por una rigurosa exigencia crtica y por un conocimiento

    acertado del medio social.Planteo aqu el tema, porque antes de seguir adelante y de

    ocuparnos de Vzquez de Mella como orador, debemospreguntarnos si un orador cuenta, y si la obra que el oradorproduce en su discurso puede ser tomada en consideracin yexaminada con seriedad; toda vez que si, como aquel profesorasegura, la oratoria no pasa de ser un pasatiempo divertido o un

    juego trivial, divertido y trivial resultara que estudisemos a un1 Conferencia impartida en la Cmara de Comercio madrilea el da 11 de mayo de 1960. Tomado

    del libro Combate por Espaa.

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    orador; y la verdad es que vosotros y quien ahora os habla,tenemos ocupaciones demasiado importantes para perder una horaen simples bagatelas.

    Pero aquel profesor estaba equivocado. Lo primero fue la

    palabra, como dice San Juan, y no la accin, como escribe Goethe.La palabra de Dios, sobre la nada, fue creando la luz y los astros ylos seres todos y el hombre; y esa misma palabra, hecha carne enJesucristo, al redimir a la humanidad, en cierto modo cierra lacreacin para hacer surgir de un mundo sumergido en las tinieblasdel paganismo un mundo nuevo iluminado por la gracia.

    De tal modo la palabra importa, que el signo diferencial entre

    la bestia que siente y se mueve, y el hombre que tambin goza demovimiento y de sensibilidad, radica en la palabra. La creacininanimada suena; el animal, jugando con el instinto, grita; slo elhombre, articulando la voz, pronuncia y emite la palabra. Si elhombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, y si Dios semanifiesta al hombre en su palabra, de tal forma que por ellaconocemos a Dios y Dios en ella se nos ha revelado, es evidente,de igual modo, que por la palabra el hombre da a conocer su

    semejanza con la divinidad, y en ella y por ella sorprendemos la luzinterior y divina que produce dicha semejanza.

    Pero la palabra es siempre veladura, instrumento y mediaciny, como tal, sirve en el coloquio y en el lenguaje ordinario. En lamedida en que la palabra se torna instrumento dcil delpensamiento y de la pasin que la mueven, transmitiendo ytransparentando su carga espiritual, en esa medida la palabra se

    transforma en vehculo de la elocuencia y el lenguaje se aupa alorden supremo de la oratoria. Estimndolo as, Plutarco escribeque la palabra es un don de los dioses y que por medio de ella seesparce el espritu sobre el mundo; y entre nosotros, JuanFernndez Amador asegura que el discurso en que la oratoria serefleja se dirige de un modo absoluto al alma y su fin no es otro queaduearse de sus potencias.

    Los que abominan de la oratoria debieran saber, antes deexcomulgarla, que la oratoria no es un pasatiempo de acstica

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    recreativa, ni mucho menos, como algunos creen, un ejerciciofontico, falto de jugo mental y desprovisto de ideas, fruto delachaque o mana de un simple e infeliz perturbado. La oratoriasupone y se endereza al comercio espiritual de muchas almas y

    supone una encarnacin del hombre que las pronuncia en laspalabras que le sirven de instrumento.

    Slo en la palabra que se pronuncia puede caber, con toda suexpresin y su brote germinal, el estado y el anhelo de un alma. Ycuando las palabras son insuficientes conocis el dicho notengo palabras para expresarlo, an queda el gemido, eltalante, el ademn y el gesto que acompaan al discurso y ayudan

    al orador en el difcil cometido de su empresa.Vamos, pues, para entendernos, a colocar las cosas en susitio. No hay oratoria en la verborrea sin sustancia, ni en la charlainspida, ni siquiera en los prrafos tersos y brillantes. Hay oratoriacuando el alma del que dice se proyecta al exterior y se anuda alas almas de aquellos que le atienden. El presupuestoindispensable radica en una pasin pathos o etos, vehemente otranquila, como dice Quintiliano, que la razn ordena y el arte en el

    manejo de la palabra convierte en fluida y asequible. San Pablointuy como nadie, para su gran oratoria sagrada, la evidenciapalpable de esta realidad cuando en el captulo XIII de la primerade sus Epstolas a los fieles de Corinto, les dice: Aunque yohablara el lenguaje de los ngeles, si no tuviere caridad, vendra aser como la campana loca que suena en vuestros odos, pero queno acierta a conmover vuestros corazones.

    Si tuvieran razn los que abominan de la oratoria, el idealsera que, tornndonos mudos y sordos, nos entendiramos porescrito; pero, decidme: es que los soldados del Gran Capitn sehabran embravecido y animado en las duras jornadas de su peleaen los campos de Italia con una orden escrita en la cual condesgana leyeran: No os preocupis, esos incendios son laluminaria de la victoria? O es que acaso hubiera tenido mayorefecto, ms expresin, ms fuerza y ms energa dialctica unartculo publicado al da siguiente en un peridico de Madrid comorplica al diputado Suer y Capdevila, de las Constituyentes de

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    1869, que peda a la Cmara una triple declaracin de guerracontra Dios, el Rey y la tuberculosis, que el gesto del CardenalMonescillo, majestuoso y seorial, irguindose en su escao, entreel clamor y el bullicio de los congresistas, y las advertencias de la

    campanilla presidencial, diciendo: Seor Presidente, cuando oigonegar a mi Dios, me levanto y confieso.

    No, seores; la elocuencia desata la mudez de lospensamientos. Como el propio Vzquez de Mella escriba, ningnpueblo muere o desaparece sin conceder la palabra a sus propiasruinas. De aqu que todos los pueblos que han tenido que contaralgo a la historia o de los cuales la historia ha tenido que decir algo,

    hayan tenido oradores. El patriarca, el caudillo primitivo, el jefetribal peroraban ante los suyos con la palabra, tan ruda como laspiedras del perodo chelence, pero peroraban y pronunciabandiscursos paleolticos.

    Moiss, a pesar de ser tartamudo, era tan orador quemagnetizaba a su auditorio y le haca peregrinar pendiente de suvoz. Los profetas hebreos, como Ezequiel y Jeremas, fueronadmirables oradores. Jess se diriga al pueblo en forma de

    discursos, y de tales discursos que, como un retazo para abrir lamejor de las antologas, an permanece con todo el sabor de lahora tibia en que fue pronunciado, el ms emotivo de todos, elllamado Sermn de la Montaa.

    Y quin concibe a Grecia sin Scrates y sin los grandesoradores del Prtico, del Liceo o de la Academia? Acaso no sonlos dilogos platnicos otra cosa que certmenes de oradores?

    Roma, sin Cicern y sus Catilinarias es lo mismo que la EdadMedia sin Pedro el Ermitao convocando a los pueblos a lareconquista de la tierra sagrada. Y la Revolucin francesa no acabade entenderse sin traer a la memoria el recuerdo de Mirabeau y deRobespierre.

    Si la oratoria, como dice Pemn, es la conciencia viva de unpueblo, se comprende que el orador, convertido en vocero de esa

    misma conciencia, se alce sobre la multitud y la interprete, laelectrice y la azuce. El orador se yergue y se levanta sobre todos

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    pronunciando su arenga. Plinio el joven, admirando al orador idealque conduce y arrebata al pueblo, lo describe asomndose alabismo de las masas, elevndose a las cumbres del ideal,navegando con el esquife de su palabra entre el horror de las

    tempestades, con las cuerdas crujientes, el mstil doblado y eltimn retorcido, triunfando del viento y de las olas como un dioshercleo y valeroso de la tormenta.

    La oratoria no puede ser, por lo tanto, menospreciada y ello nisiquiera a pretexto de que para el ejercicio de la misma sea de usoindispensable la memoria. La memoria no es, como han dichoalgunos con ligereza, el talento de los tontos, porque, como afirma

    con gracejo el doctor Pulido, de cierto lleva bastante adelantadopara dejar de serlo el que puede retener con facilidad lasadquisiciones sabias que el espritu se procura, y porque, comoQuintiliano escribe, la ciencia tiene en la memoria su fundamento yen vano sera la enseanza si olvidsemos todo lo que omos.

    Siendo tal la oratoria, cabe preguntarnos acerca de su enclaveen el mundo artstico y del lugar que en el orden literario lecorresponde.

    Atendiendo a su finalidad artstica, en ese orden literariopodemos distinguir, siguiendo la pauta de Emilio Reus, entre laPoesa, que persigue tan slo aquella finalidad esttica; laDidctica, que procura la enseanza, siendo la belleza un puroaccidente de la forma de expresin, y la Oratoria, que persigue conel mismo rango un fin esttico y la defensa o exposicin de unaverdad.

    As catalogada, la Oratoria gira entre la Esttica y la Lgica,teniendo ms de sta que de aqulla cuando el gnero oratorio seacerca al llamado profesional o acadmico.

    Pero en el gnero oratorio ms extenso, en el poltico y en elsagrado, los valores estticos de la oratoria son tan marcados quese acerca y se confunde a veces con la Poesa.

    De aqu que sea falso aquello de que el poeta nace y el

    orador se hace. Por ms que autores de prestigio traten deprobarnos que con prctica el orador surge, lo cierto es que de

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    igual modo que no hay poeta sin inspiracin, no existen oradoressin elocuencia, y que la inspiracin lo mismo que la elocuencia sonfacultades del alma que no se aprenden con reglas ni artificios, sinoque estn infusas o concebidas como un don gracioso que la

    Providencia regala.La inspiracin y la elocuencia constituyen manifestaciones

    distintas del genio, pero tan prximas que ya Cicern aseguradaque finitimus oratori poeta, siendo comparable la inspiracin queanimaba la poesa de Homero y las estrofas de Virgilio, a laelocuencia que fulguraba en la oratoria de Demstenes o en losdiscursos de Cicern.

    Los grandes oradores han sido siempre grandes poetas,almas capaces de intuir la verdad y la belleza; espritus elegidos enlos cuales se han dado cita la inteligencia, el corazn y el verbo.

    Ms an, as como el poeta, como asegura Platn en susDilogos, tiene que esperar en vigilia impaciente los momentosaislados de la inspiracin, los grandes oradores, lricos y picos ala vez, se excitan y alientan con su propio arte, y de un modopaulatino vienen a raudales las ideas, el contacto entre las almasse inicia, el conjuro de la voz los libera de sus afanes y delcautiverio de las ms ntimas preocupaciones. Es entonces cuandoel orador, que quiz ha ido vacilante y tembloroso a la tribuna, y alprincipio parece que se coloca a la disposicin de la Asamblea,llegndose a la misma y siguiendo sus pasos, al fin, conformeavanza el discurso, la encadena y la domina. El orador, conmovidocomo el poeta, conmueve a los que le oyen y pasa del fondo a la

    cabeza de la multitud. Vate y profeta, inspirado y elocuente,iluminado por el genio y argumentando con la lgica, rugiendo osuplicando, con la llama en los ojos y el estremecimiento en lapalabra, el orador consigue transformar al pblico en auditorio,suspender el ritmo de los corazones y acompasarlo y sujetarlo almovimiento de su ademn y a las inflexiones de su frase;convertirlo, en suma, por encima de las cabezas, de las pupilas yde las manos, en la gran figura inmensa y grande que recibe lapalabra y anima para decir la siguiente.

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    El espectador, como la hebra que cruza por el telar, seconvierte en urdimbre, y esa urdimbre la forma, no slo porque oye,sino porque oyendo, comulga con la obra espiritual que el oradorfabrica, y se funde con ella, entregndole su albedro. Cada

    espectador, hecho auditorio, asiste al discurso en espritu y enverdad, se suma a l, lo vive como propio, se moviliza y desprendede su asiento, se incorpora a la marcha, al hilo de la idea, la sienteagitarse y palpitar en su mundo interior, se fatiga, jalea, se crispa yse re y, cautivado y fuera de s, calla o aplaude, que no slo elaplauso, sino el silencio de un alma que recibe el toque de lo alto,es un signo elocuente y sincero de admiracin.

    Si el poeta, por obra y gracia de la inspiracin concibe supoema, integrado por varias estrofas cuyo metro difiere segn lascircunstancias, el orador, por gracia y por obra de la elocuencia,concibe su discurso, que consta de distintos perodos, cuyadimensin y profundidad vara segn el tema, la ocasin y eltiempo.

    Sin inspiracin no hay poeta, aunque el arte nos haya dadoversificadores perfectos. Sin elocuencia no hay orador, aunque ese

    mismo arte nos haya proporcionado retricos. El orador nace.Cicern lo dijo ya crudamente al afirmar que los retricos producennon oratores, sed operarios linguae celeri et exercitata.

    Mas si el orador nace, y es intil encender la lmpara en queel fuego o el combustible que lo alimenta se hallan ausentes, locierto es que la elocuencia se afina con el arte, que el genio sehace ms agudo y eficaz con el canon, que el estudio unido a la

    facultad perfecciona a los oradores, porque, como el mismoCicern asegura, non elocuentiam ex artificio, sed artijicium exelocuentia natum.

    De todas formas, ese artificio o sujecin a la regla y al canonnace como una exigencia misma del genio, que observa de unmodo natural la norma sin darse cuenta que la obedece. Y es que,en el fondo, el canon y la regla no aparecen como un llamamientoexterior, como un cors que aprisiona y lastima, compele y aprieta,sino como un modo espontneo de ser y de estar, que modula y

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    perfila, para ser perfecta o para asomarse a la perfeccin toda obraque pretenda llamarse artstica.

    La oratoria deviene as elocuencia y arte, esttica y lgica,inteligencia, corazn y verbo; ars bene dicendi excintia, en frase de

    Quintiliano; el arte de persuadir con la verdad, segn la definicinde Scrates; el arte de descubrir esa verdad de manera intuitiva,acercarnos a ella, desnudarla y hacerla visible a los oyentes pormedio de una tangencia inmediata y mstica, como quiere JosMara Pemn.

    Si as podemos definir la oratoria, al orador podemos definirlecomo vir bonus, dicendi peritus y ello porque la personalidad es

    inseparable de una obra que viene caracterizada por lacomparecencia ante el pblico, por estar situado en la tribuna,expuesto a la contemplacin y a la mirada de muchos, y estacompenetracin sin tapujos exige, para que el comercio espiritualse establezca entre las almas cuanto antes y sin cortapisas, que labondad y la virtud, la honradez y la entrega generosa del que hablase presuponga y se trasluzca. Sin ella no ser posible la unin delos corazones, el nexo sutil entre el que habla y aquellos que le

    escuchan, en que, en definitiva, la elocuencia consiste. Salustianode Olzaga, con frase bella y contundente, glosa la definicinclsica cuando dice: Si el orador no es un hombre honrado,carece de autoridad su palabra y se desconfa de los motivos quele impulsan a hablar. Esta virtud ha de nacer de la ms exquisitasensibilidad del alma, ha de apoyarse en el amor perenne einmenso a la humanidad, en la simpata por todos los que sufren,

    en el deseo vehemente de emplearse en su bien, en la indignacinque produce la injusticia, en el valor que inspira el amor a la patriay en la disposicin a sacrificarse por la defensa de la verdad, de la

    justicia y el bienestar del gnero humano.

    El orador, hombre honrado, ha de ser perito en el hablar y,para ello, genio y arte, facultad y regla necesitan, como decimos,unas cualidades de ndole natural o adquirida por la prctica y elestudio.

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    Feneln sealaba que el dominio del tema objeto del discursoera indispensable, y con cierta irona fustigaba a los oradores de sutiempo indicando que algunos no hablaban porque estuvieranrellenos de verdades, sino que buscaban las verdades a medida

    que hablaban.Sentado el dominio del tema y la nitidez de los conceptos, el

    orador requiere memoria feliz, observando Pulido que casi todoslos afamados oradores presentan igual rasgo de semejanza en subiografa: que se distinguieron en su niez por una memoriaextraordinaria.

    Imaginacin y sensibilidad vivas, a fin de contagiar las ideas,

    las pasiones y los afectos; expresin vigorosa de unas y de otros yuna diccin clara, rtmica, musical a veces, dotada de aquellameloda compuesta de inflexiones de voz y de timbres variados,necesaria para reflejar y traducir los estados diversos del espritu.

    Pronunciacin y ademn, hasta el punto de que ladeclamacin y el gesto del actor trgico con la notable diferenciaque existe entre aquel que recita lo ajeno y el que pronuncia lopropio se apunta como ejemplo que -el orador ni debe ni puededespreciar.

    Cualidades de orden natural las unas; logradas con elejercicio, la autocorreccin y el estudio las otras; ni stas, como yadijimos, sirven si aqullas no existen, ni stas pueden abandonarsepara que crezcan y vivan en salvaje y ruda espontaneidad. SiDemstenes era orador por naturaleza, tuvo que corregir ypulimentar defectos graves que se oponan a la externa proyeccin

    de su elocuencia. Con chinas en la boca y recitando trozos deautores notables a orillas del Pireo, combati su tartamudez, yafeitndose la mitad de la cabeza y de la barba, para verse forzadopor la vergenza a no salir de la cueva de su casa, donde seejercit con voluntad muy firme en la prctica de ejerciciosoratorios, logr tal dominio del arte que, durante quince aos,pronunci los ms grandes y bellos discursos de la humanidad, y

    entre los mismos las famosas Filpicas y la obra maestra quellamamos La oracin de Ctesifonte.

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    Ahora bien, suponiendo reunidas las cualidades indicadas,dnde encontraremos al orador ideal? En aquel que poniendosus discursos por escrito procura aprenderlos y fijarlos con detalle?O en aquel otro que, subido a la tribuna, improvisa sobre la

    marcha?Don Antonio Maura, en el discurso ledo con ocasin de su

    ingreso en la Real Academia de la Lengua, aconseja que eldiscurso no debe en ningn caso de fijarse en la memoria; que, aunhabindolo escrito, deben romperse las cuartillas; que nada haysemejante, a pesar de las incorrecciones del estilo, de la eufona yde la sintaxis, a la frescura virginal de la elocuencia, al espectculo

    de asistir al brote original de las palabras, y que la fijacin deldiscurso en la memoria, aparte de exponer al orador a las quiebrasy desventuras de sus faltas, lagunas y vacos, le hace siervo enlugar de seor de su obra.

    De otro lado, Emilio Castelar sugera a sus discpulos, y losalentaba con su ejemplo, que el discurso mejor es el discurso quese escribe, se aprende, se ensaya y luego se pronuncia. En estalnea, sabido es que los grandes oradores griegos y romanos

    sostenan que la improvisacin era un atrevimiento mercenarioajeno al noble arte de la oratoria, de tal manera que Demstenesse neg a hablar, no obstante la excitacin del pueblo, cuando noconoca de memoria su discurso.

    Una y otra tesis son conciliables. En efecto, cuando el oradortenga tiempo, fuerza retentiva, serenidad de nimo y habilidadbastante para cubrir, improvisando, las lagunas inevitables de la

    memoria y enlazar con la hebra rota o prdida del discurso, esindiscutible que ste alcanzar el mximo de la perfeccin oratoria.Cuando esto no sea posible, construido el plan del discurso, que espreciso retener como un esqueleto o armazn de doctrina, puededejarse libre a la improvisacin seguro de que el pensamientodesembarazado y sin ligaduras puede confiar en la propiaelocuencia y en los reflejos automticos de la palabra.

    En todo caso, el plan o el discurso postulan antes que nada unsondeo del auditorio, de las circunstancias que lo convocan y de la

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    oportunidad de aquello que en esa ocasin concreta piensaexponerse. Sin variar el asunto ni variar los espectadores, laoportunidad requiere planes y mtodos distintos.

    El plan exige de su parte un encadenamiento lgico y

    sucesivo de las ideas, un descanso en las transiciones para afirmarel nervio del discurso y para aliviar la atencin, pasando de lagravedad a la sonrisa, e iniciar suavemente el declive hacia eleplogo o la conclusin, cerrando con un broche que lo mismopuede ser sntesis que apostrofe, pero que en todo caso requiere lafrase y el gesto propicios para que el auditorio, al disolverse,contine meditando y resuelto.

    Sabemos ya lo que es la oratoria; la hemos catalogado en laesfera del arte y de la literatura. Hemos definido al orador, hemossealado sus cualidades e incluso acabamos de discutir laconveniencia o inconveniencia de que, trazado un plan o esquemade doctrina, se aprenda el discurso fijndolo por escrito o seentregue al soplo de la improvisacin al pronunciarlo.

    Nos hace falta ahora, para juzgar a Vzquez de Mella comoorador, saber si, no sindonos posible escuchar sus bellosdiscursos, es intil que nos esforcemos en estudiar algo que,reducido a letra, es peor que aquellas traducciones de las cualesabominaba don Miguel de Cervantes.

    Don Antonio Maura, a quien ms arriba citamos, escribe quela genuina, verdadera y nica oratoria se cie a los oyentes y seatiene de un modo exclusivo a laborar sobre ellos de viva voz.Perdida esta voz y estando ajeno al grupo escogido y privilegiado

    de los oyentes, debiramos renunciar a la memoria de aquellos quelos pronunciaron. A lo ms, debern recordarse su figura, peronunca sus obras, pasajeras como el sonido, que se amortiguaron ylanguidecieron, desmayndose y evaporndose para siempre.

    Algn orador, influido sin duda por este modo de pensar, alentregarnos, escritos, sus discursos, afirma que son como hojas deotoo que recuerdan al original por la forma y el tamao, pero que

    se hallan muertas y amarillas, sin aquel verdor, ternura y lozanaque disfrutaron en el bosque.

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    Sin embargo, cuando el discurso lo es en serio y de verdad,cuando la elocuencia lo fue creando, y la palabra, dcil alpensamiento y a la emocin, le fue dando forma, el discurso, aunescrito y ledo, sigue siendo discurso. Tiene una impronta, un sello,

    un aire especial que lo distingue y arranca de toda posibleidentificacin con el captulo de una novela o el artculo delperidico. Ramiro de Maeztu lo ha dicho: las pginas del discursono estn hechas con prrafos de escritor, sino con letanasamorosas, serenatas de enamorados y entusiasmos de cortejador.

    Hay, en efecto, un estilo propio del discurso, como hay unestilo propio de la tragedia. De aqu que, a pesar de que sin

    representacin no hay obra dramtica, la mayor parte de las obrasdramticas son juzgadas por la simple lectura. De aqu, igualmente,que la lectura por Esquines de un discurso de Demstenes,despertara asombro y aplausos sin medida.

    Y es que, como Emilio Reus afirma, no existe elocuencia defolletn, sino elocuencia de discurso, cuya fuerza y vigor son tanenormes que nos sitan en aquel auditorio ideal que un da existiy que se deshizo, hacindonos recrear y reproducir interiormente

    las palabras, la entonacin, las pasiones y hasta el gesto deltribuno.

    Tal es lo que ocurre con los discursos de Vzquez de Mella.Martnez Kleiser, testigo presencial de los mismos, describe que, apesar de los aos transcurridos desde que Mella los pronunciara,poniendo en pie a las muchedumbres o arrancndoles ovacionesen el Parlamento, los mismos no pierden actualidad, y hoy como

    ayer, a pesar de haber enmudecido la voz del tribuno, conservan lafragancia y la lozana de las flores silvestres. Y el Conde deRomanones, luego de observar que es muy corriente, al verlosescritos, preguntarse cmo pudieron producir efecto y conmover alauditorio discursos que ledos carecen de seduccin y de encanto,concluye que los discursos de Mella le producan al leerlos unaemocin ms intensa que cuando pudo recogerlos de sus labios.

    Y es que Vzquez de Mella era un orador; alguien le hallamado por antonomasia el orador. Tena como pocos la

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    facultad divina de la elocuencia. Era, por lo tanto, y como ya dijimosdel orador, un poeta.

    El alma de Galicia, hecha prtico de la gloria, se le meti en lasangre, y toda la lrica dulzura de los prados y todo el desfile

    gigantesco de una historia grande, tallada en escudos y blasones,le inund por dentro y le aneg por fuera.

    No, no fue un poltico Vzquez de Mella. Fue, ante todo, unpoeta. Jos Mara Pemn, maestro de poesa y de oratoria, puededecirlo: Mella no pas por la vida explicando verdades odescubriendo ideas, sino volviendo a crear, mgicamente sobre elaire, en bultos de luz y de evidencia, las grandes afirmaciones de la

    Fe y de la Patria.Alguien, queriendo disminuir la grandeza de su figura, lo tild

    despectivamente de poeta, y el tribuno, en una finta admirable, lecontesta: la poesa, seores, es un artculo de primera necesidadpara los individuos y para los pueblos. El corazn y la fantasa sontambin realidades, y la realidad, transformada por la inspiracinpotica, es la que mueve a los individuos, el ideal colectivo sin elcual las naciones mueren.

    Y ms tarde, en uno de sus ms grandes e inspiradosdiscursos, exclama como una invocacin: Poesa, poesa ! Yoquiero vivir en esa regin de la poesa, sumergirme, por as decirlo,en el espritu nacional de mi patria.

    Porque era orador, Vzquez de Mella fue un hombre bueno, elvir bonus de la definicin de Quintiliano; un hombre bueno, comoescribe Rodrguez de Viguri, que haba hecho de sus ideales unabandera que le sirvi de sudario en el da de su muerte. Por lomismo, habl siempre de acuerdo con sus convicciones y nocambi nunca esgrimiendo los motivos que le inducan amantenerse en ellas. Ni el halago, ni el ofrecimiento de carterasministeriales, ni el dolor de la ruptura con Don Jaime le movieron acambiar. Por eso, al presentarse en pblico, sus adversarios leadmiraban, fulga en sus perodos la sinceridad y el ardor. Se verta

    en palabras, y era su alma, su propia alma, la que brotaba

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    sangrante y estremecida en el torrente de su frase limpia, iluminaday fogosa.

    Toda su vida era un discurso, nos cuenta Blanca de los Ros,porque en la misma intimidad, Mella, paradigma de oradores,

    demostraba que en l se reunan las cualidades que la retricaclsica exiga para el neto manejador de la palabra: rapidez deconcepcin, claridad en el juicio, viveza imaginativa y justeza yelevacin del pensamiento. Su vida y su conversacin, su ritmovital interno se acompasaban siempre al diapasn del discurso, ysus amigos aseguran que siendo muy grande el Mella que hablabaen la tribuna, era an ms grande el Mella de la vida diaria que,pensando en voz alta, pona en torneo indescriptible y permanentesu memoria fcil y su palabra seductora.

    Ello nos explica que, de un lado, al hablar Vzquez de Mellaque, fsicamente asegura Ramiro de Maeztu, poco tena queagradecer a Dios, se agigantase, transfigurado por la emocinoratoria, como dice Sinz Rodrguez, y que su rostroresplandeciera como baado por una luz que bajara del cielo,segn recuerda su amigo Peaflor. Era concluye Maeztu la

    fuerza del amor, el hecho de que Mella, el hombre, se transvasabaen sus discursos, se volcaba, encarnndose en ellos, poniendo enla palabra la vida toda, hasta el punto de que luego de terminar,como Azorn escribe, caa como un len que se desploma

    jadeante, con el cuello antes rgido y empaquetado de la camisa,convertido en un harapo hmedo de sudor.

    De parte del pblico, la conversin en auditorio proceda casi

    de inmediato, y en ocasiones era ya auditorio antes de reunirse enla sala; de tal forma las dotes de seduccin y de dominio deVzquez de Mella lograron a priori fuerza y eficacia. Si es verdadque algunos de sus exordios eran vacilantes y dbiles, estavacilacin inicial era la propia de los grandes oradores y fruto deuna peculiar reaccin psquica y de la desgana con que en ciertasocasiones suba a la tribuna. El mismo lo confiesa en su discursode 15 de octubre de 1916 sobre Cervantes y el Quijote, con

    ocasin de los Juegos Florales santanderinos: Sin tener unmomento de reposo, sin poder concentrar el pensamiento, vome

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    muchas veces ante el pblico y hablo de improviso y de manera tanatropellada y sin preparacin que, no conociendo hasta dndellegan esas fuerzas del espritu que llamaba Balmes fuerzasocultas, siento perplejidad y zozobra porque no s hasta dnde

    llega la potencia del brazo ni la resistencia del arco de la cuerda ytemo que el dardo de la idea, impulsado por el amor al arte, podrllegar al blanco que le seala el deseo o caer un da, a pocadistancia de mis plantas, como si fuera la muestra de una voluntadque se rinde y de una fuerza que se agota.

    El pblico, desde el exordio inicial quedaba subyugado,hipnotizado, dice Martnez Kleiser. Mella se adueaba del pblico y

    lo arrebataba en los momentos cumbres de su oratoria, escribengel Herrera. El pblico, perdida la nocin del tiempo, quedabaprendido de sus labios y de la mirada ardiente de su pupila, noscuenta el arzobispo de Granada, Rafael Garca y Garca de Castro.

    Su memoria era felicsima, pero no escriba sus discursoscomo Castelar. Preparaba seriamente su plan ideolgico, echabamano, sobre todo, de la Filosofa y de la Historia, de DonosoCorts, de Balmes, de Aparisi y Guijarro y de Menndez y Pelayo,

    y dejaba a la elocuencia que le inspirase las palabras justas yadecuadas. Era admirable, dice Blanca de los Ros, asistir a lalabor de aquel cerebro, donde poda percibirse el hervor de lasideas que, como oro fluido, iban cuajando en el milagropermanente de la forma verbal.

    El esquema del discurso era siempre lgico, encadenado, ynunca regate esfuerzos para mostrar su tesis, anonadando al

    adversario con el enorme caudal de su cultura y la solidezinconmovible de sus brillantes argumentos.

    Seor del ingenio y de la irona, Mella supo de aquellastransiciones felices que alivian y descansan la atencin. En elteatro de la Zarzuela, despus de escuchar la famosa ovacin delos quince minutos y de cubrirse de ptalos el escenario, tom lapalabra de nuevo y dijo, entre las risas del pblico: No crea yo

    que iba a empezar aqu la batalla de flores anunciada para estatarde.

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    Tal es Vzquez de Mella, el orador. Lo era, naturalmente.Poco despus de sentarse en los escaos, le oye, desde el bancoazul, Cnovas del Castillo, y pregunta: Quin es esemonstruo ? Tena el seoro de la lengua (Conde Rodezno); una

    rara destreza en el manejo del idioma (Gabriel Maura); suelocuencia suba a las cumbres ms altas a que puede llegar lapalabra del hombre (padre Zacaras Martnez), y su palabra lo eratodo, cincel y buril (Gonzlez de Ameza).

    Cada discurso que pronunciaba era siempre el mejor, deca ElDebate; Cuando este discurso de tres horas se imprimaconstituir uno de los mejores libros que se han escrito en

    castellano, escribaABC,

    comentando el de 6 de julio de 1913.Estamos en presencia de un tribuno que desde el primermomento se coloca a la altura de los mejores, proclama JulioBurell, periodista liberal, y Pablo Iglesias, al orle, exclama: DonJuan, si usted se afiliase a mi partido toda Espaa se harasocialista.

    Vzquez de Mella ha sido llamado inmenso y portentosotribuno por Romn Oyarzun; verbo "de la raza, por Salmern;orador mximo, por Aguirre Prado; orador ntimo, por MartnezKleiser; orador incomparable, por Rodrguez de Viguri; oradorromntico y al raso, por Goicoechea; pura y perfectamente orador,por Jos Mara Pemn, y el orador de Espaa, por su bigrafoGarca y Garca de Castro.

    Vzquez de Mella no fue un simple orador, ni un gran oradorconsagrado al servicio de otros ideales que no fueran los ideales

    de Espaa.Si su inteligencia privilegiada recorra todos los crculos del

    tiempo y de la eternidad, como un cndor desde la cima, nunca seelev tanto como en aquellas ocasiones en que confesaba a Cristo.Entonces pareca un nuevo San Pablo confundiendo a los gentilesen el arepago.

    En su ltimo discurso, el del Teatro Real, de 29 de mayo de

    1924, se enfrenta con la persona de Jesucristo, y partiendo de una

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    ley de jerarqua que hace ascender a los seres en un ordenencadenado de perfeccin, concluye:

    Si Dios no puede ceder sus atributos y perfecciones, cmopodr cerrar el abismo que lo separa de lo finito? Comunicndose

    El mismo, y unindose a lo finito, sa es la respuesta que parecapedir la jerarqua de los seres, pero que nadie poda sospechar. Nopoda unirse a los seres inferiores, que no son capaces decomprenderle; ni al mundo superior de las inteligencias separadas,sin que quedase fuera de la unin el Universo visible; perounindose al hombre, microcosmos, mundo pequeo, centro de la

    jerarqua central de la cadena de los seres, una, por modo

    eminente a s, todas las cosas. Pero esa unin no poda ser denaturaleza y personas superpuestas, que nada resolvera; ni podaser una unin esencial, que volvera a la identidad pantesta, niaccidental, que dejara subsistente la separacin; tena que ser launin ms ntima, la personal, la unin hiposttica de la naturalezahumana a la divina en la persona del Verbo, suprema unidad finalque corresponde a la causa eficiente y ejemplar del Universo. Asse verifica la unin sin confusin, y la distincin sin separacin en

    la suprema armona de la Encarnacin; y por eso el Dios-Hombre,Jesucristo, resolvi en su persona el problema de las relacionesentre lo finito y lo infinito.

    Hablando de la Virgen, en su discurso del 7 de mayo de 1922,la describe as:

    Ruborosa y humilde en la salutacin anglica; transportadade gozo en el Magnficat; atravesada con todas las espadas del

    dolor en el Stabat Mater dolorosa, bajo todas las formas yadvocaciones ha rendido la admiracin de los hombres, pues hastael mahometismo, la religin de la impureza, ha proclamado en elCorn su virginidad y su concepcin inmaculada, y ningnverdadero poeta ha pasado delante de su altar sin saludarla conuna vibracin de su lira y de su alma.

    Y hablando de la Iglesia, forjadora de la nacin, dijo en su

    discurso sobre el Nuevo derecho a la ignorancia religiosa:

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    Salimos de la unidad externa y poderosa de Roma, quetendi su manto sobre Espaa cerca de seis siglos; pero ni con suinmensa red administrativa y militar, ni con la transfusin de sulengua y de su derecho, ni con terribles hecatombes que dejaron

    pavesas y escombros en lugares que fueron ciudades heroicas,pudo salvar las diferencias de las razas ibero-celtas y de lascolonizadoras fenicias y helnicas... Fue necesaria una unidad msfuerte y ms ntima que llegase hasta las conciencias y anudase enun dogma, en una moral y un culto las almas, y las iluminase con lapalabra de los Apstoles, y las ungiese con sangre de mrtires, ylas limpiase de la lepra pagana en los circos y en los concilios,estrechndolas con una solidaridad interna que, por ministerio de laIglesia y del tiempo, se convertir en alma colectiva. Por eso,cuando el caudillaje militar de los brbaros se reparti los jirones dela prpura imperial sobre el cadver de Roma, la Iglesia seinterpuso entre el godo, arriano y rudo, y el hispanorromano,catlico y culto, y venci a los vencedores, infundindoles la fe y elsaber de los vencidos... Por la Iglesia fuimos con el P. Urdaneta yElcano a dar la vuelta al planeta, y con San Francisco Javier a

    evangelizar millones de hombres ms all de las fronteras dondepararon las victorias de Alejandro.

    Por la Religin fuimos a pelear en los pantanos de Flandespara contrabalancear el poder de la Protesta...; por ella hicimos laltima cruzada en Lepanto, y fue nuestra nacin, como se ha dichomuy bien, la amazona que salv a la raza latina de la servidumbreprotestante, y la libertad y la moral del servo arbitrio, de la fe sin

    obras, de la predestinacin necesaria, con los telogos de Trento ycon los tercios que pelearon en todos los campos de batalla deEuropa; y nosotros fuimos los que todava, al comenzar el siglo xix,en las luchas napolenicas, salvamos a Europa de la tiranarevolucionaria del Csar... Y en las contiendas del siglo xrx y xx,no es verdad que todo gira alrededor de la Cruz? Nuestras luchasciviles, nuestras contiendas polticas, o por afirmaciones o pornegaciones, todas se refieren a la Iglesia; y nuestros enemigos de

    hoy mismo, si se suprimiera el Catolicismo en Espaa, se

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    quedaran asombrados, se miraran unos a otros al encontrarse sinprograma.

    Cristiano y espaol, con fe y sin miedo, canto mi religin, mipatria canto, deca Vzquez de Mella, y, en efecto, cantando las

    grandezas de Espaa Mella era inimitable.Su canto a Espaa no era un canto perezoso a la Espaa que

    pas, un cmodo y dulce soar en las glorias pretritas que semarchitaron, sino una imprecacin, como aquella contenida en sufrase recia: Ningn pueblo se ha levantado de su postracinmaldiciendo los das lejanos y grandes de su historia.

    Aborreca a la Espaa cadver, a la Espaa de los

    sepultureros y optimistas, aunque apoyado en realidades deca:Espaa es como un tronco, y en ese tronco la savia no ha

    muerto todava; todava cabe pedir que no se convierta en uno deesos palos largos y secos que se levantan en la llanura comodemandando una centella o el hacha de un leador, sino que consavia nueva, que ahora va naciendo en todas las regiones, selevante otra vez y rejuvenezca el tronco para que extienda su copa,

    para que all, el altar del sacerdote, la lira del poeta, la espada delguerrero, las herramientas de los trabajadores y la esteva dellabrador, todo se cobije el da en que la tormenta sacuda loscimientos de Europa.

    Y en otra ocasin, en una de aquellas sntesis completas ycautivadoras, dice, hablando de Espaa y de su historia:

    Cuntas veces, al apartar la vista de la realidad actual, me

    dirijo hacia la Historia pasada, y la evoco y la busco en aquelperodo de interseccin entre una Espaa que termina y otra quecomienza! Entonces veo aquella Reconquista, que se va formandocon hilos de sangre, que salen de las montaas y de las grutas delos eremitas; que van creciendo hasta formar arroyos y remansos,y veo crecer en sus mrgenes los concejos y las behetras, y losgremios, y los seoros, y las Cortes, y a los monjes, a losreligiosos, a los cruzados, a los pecheros, a los solariegos, a los

    infanzones, enlazados por los fueros, los usatjes, los cdigos, lospoemas y los romanceros, descendiendo hacia la vega de Granada

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    en un ocaso de flores para ver all el alborear de un nuevo mundocon la conquista de Amrica y del Pacfico; y entonces pasan antemi fantasa Coln y Elcano, Magallanes y Corts, losconquistadores, los navegantes y los aventureros, y, a medida que

    el sol se levanta, mi alma arrebatada quiere vivir y sentir y admirara polticos como Cisneros y como Felipe II; a estadistas y caudilloscomo Carlos V y Juan de Austria, y, por un impulso de la sangre,quiero ser soldado de los Tercios del Duque de Alba, de Recasnsy de Farnesio, y quiero que recreen mis odos los perodossolemnes de Fray Luis de Granada, y las estrofas que brotan de lalira de Lope y de Caldern, y que me traiga relatos de Lepantoaquel manco a quien qued una mano todava para cincelar sobrela naturaleza humana a Don Quijote, y quiero ver pasar ante misojos los embajadores de los Parlamentos de Sicilia y de Mnster,que se llaman Quevedo y Saavedra Fajardo, y ver la cada deFlandes al travs de las lanzas de Velzquez, y quiero sentarme enla ctedra de Vitoria para ver cmo el pensamiento teolgico de miraza brilla en aquella frente soberana, y quiero llamear en la mentede Vives, sembrador de sistemas, y en la de Surez ascender

    hasta las cumbres de la metafsica; y quiero ms: quiero queinfundan aliento en mi corazn y le caldeen las llamas msticas quebrotan en lo ms excelso del espritu espaol con Santa Teresa ySan Juan de la Cruz, y quiero ver a los penitentes varoniles ydesgarrados en los cuadros terribles de Ribera; quiero, en fin,embriagarme de gloria espaola, sentir en m el espritu de lamadre Espaa; porque cuando se desvanezca el xtasis y sedisipe el sueo, y tenga que venir a la realidad presente, quimporta que slo sea recuerdo del pasado lo que he contemplado ysentido ? Siempre habr trado ardor al corazn y fuego a lapalabra para comunicarle al corazn de mis hermanos y decirlesque es necesario que se encienda ms su patriotismo cuandovacile la Patria.

    Tal era Espaa, su Patria, la comunidad moral e histrica de laque formamos y nos reconocemos parte, forjada por dos vnculos:

    uno, sucesivo, el de la tradicin, y el otro, simultneo, el de la

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    unidad espiritual, que forman, al juntarse en cada corazn, unnudo.

    Mella era monrquico. Su monarqua no era la monarquaabsoluta, importada, contra la cual se haba levantado la revolucin

    francesa; ni la monarqua constitucional, comida por los partidos; nila monarqua centralizadora, que ahogaba en el Estado la variedady la fisonoma de las regiones y de los municipios; ni la monarquaindiferente y alejada, de los problemas y de las inquietudessociales.

    La monarqua absoluta dir naci con la protestaluterana, que afirm el cesarismo y con el movimiento, en parte, de

    reaccin pagana del Renacimiento. La monarqua cristiana de laEdad Media era representativa, y en ella siempre se consider quela realeza estaba limitada por leyes fundamentales einfranqueables y, adems, con una jerarqua de municipios ypersonas colectivas que no dependan de la accin y de la voluntaddel poder. Nosotros defendemos este concepto de la monarquarepresentativa y nada tenemos que ver con la monarqua cesaristaprimero y regalista despus, que no es ms que un cesarismo

    disimulado y que se realiz principalmente en los siglos XVII yXVIII, y con la cual se encontr, para derribarla, la revolucinfrancesa.

    Esta monarqua, segn la concepcin de Mella, de acuerdocon la realidad orgnica de la nacin, ha de ser una monarquafederal en la que la federacin de las regiones no se apoya en elpacto, como quera Pi y Margall, sino que arranca de una

    existencia en comn, de una tradicin y de una historia comunes.Amo yo mucho, mucho, a Espaa proclamar Mella,

    como la aman ya pocos de los que han nacido en su suelo. Pero laamo como Dios y la Historia la hicieron. La quiero con sus razas ysus lenguas, con sus montaas y sus valles, con sus cordilleras ysus llanuras, amurallada por los Pirineos y batida por los mares...;pero no la quiero como una prolongacin montona del Sahara, ni

    la quiero sujeta a comps con pueblos encerrados en nichosadministrativos, formando galeras de cementerios, para que al

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    llegar la ola revolucionaria no la arrastren mutilada y desecha, no laencuentre exange el invasor y vea volcada por las sectas, a lapuerta del templo profanado, la pila bautismal en que abreve,satisfecho, su caballo.

    Y en otra ocasin, recogiendo tales ideas, dice:Brindo por la Espaa regionalista, que tuvo la ltima

    expresin histrica en la guerra de la Independencia..., en la cualse vio, por raro prodigio, de qu manera las regiones cambiabanentre s de caudillos para dirigir sus ejrcitos; pues un cataln, elgeneral Manso, mandaba las fuerzas castellanas, y un andaluz, elgeneral lvarez de Castro, levantaba un pedestal en la pira gloriosa

    y sangrienta de Gerona.Una monarqua sin partidos y una monarqua social. Los

    partidos que no incluyan el problema social en su programa sonpartidos condenados a muerte.

    El Rey, que corona la monarqua, se afianza en ella, segn latesis del ilustre tribuno, sobre la legitimidad de origen y lalegitimidad de ejercicio. Cuando sta falle, la monarqua se hunde.

    Por eso Donoso Corts haba asegurado que Europa no pasaba dela monarqua a la repblica por obra de los republicanos, sino porla falta de altura y de grandeza moral de sus Reyes.

    El propio Mella, angustiado por el problema dinstico ysucesorio, apunta para resolverlo a una fundacin nueva de lamonarqua, a la eleccin de un monarca, de igual modo que sehiciera en el compromiso de Caspe.

    Pero una nacin vigorosa, llena de vida interior, tiene queproyectarse en una poltica internacional consecuente. Sin duda,que de todas las intervenciones de Vzquez de Mella ningunastuvieron tanta y tan universal resonancia como aquellas que a lacuestin internacional fueron consagradas.

    El 8 de julio de 1896, frente a la miopa del Parlamento y delos gobernantes, y con una audacia de la que yo tengo tambin queechar mano para recordar el problema en la hora presente, dijo en

    el Congreso, hablando de Cuba:

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    La guerra de Cuba tiene un aspecto que en este debate nose quiere tratar: el aspecto internacional.

    Cul es la situacin, seores; la actitud poltica adoptadapor una nacin tan poderosa como los Estados Unidos enfrente de

    la isla de Cuba? Es que ahora, en los ltimos aos, es cuando losEstados Unidos manifiestan sus simpatas por la insurreccin?

    En fecha tan lejana como la del 10 de abril de 1812, deca elrepresentante espaol en los Estados Unidos al virrey de Mjico,estas palabras que voy a leer a la Cmara: "Cada da sedesarrollan ms y ms las ideas ambiciosas de esta Repblica,confirmando sus miras hostiles contra Espaa. Vuecencia se halla

    enterado, por mi correspondencia, de que este Gobierno se hapropuesto nada menos que fijar sus lmites en la embocadura delro Norte o Bravo, siguiendo su curso hasta el grado 31; y de all,tirando una recta, hasta el Pacfico, tomando, por consiguiente, lasprovincias de Tejas, Nuevo Santander, Cohahila, Nuevo Mjico yparte de las provincias de Nueva Vizcaya y de la Sonora. Parecereste proyecto un delirio a toda persona sensata, pero no es menoscierto que el proyecto existe, que se ha levantado expresamente un

    plano de dichas provincias por orden del Gobierno, incluyendotambin en dichos lmites la isla de Cuba como una pertenencianatural de la Repblica."

    Pues bien, seores, esto no puede continuar de estamanera; esto es imposible que contine por mucho tiempo as,porque a la hora presente la cuestin no est planteada entre losinsurrectos de Cuba, de una parte, y Espaa, de otra; la cuestin

    est planteada entre los Estados Unidos, protectores, auxiliares yfomentadores de la insurreccin filibustera, de una parte, y lanacin espaola, de otra.

    Repare el Gobierno que esta nacin espaola, que en mediode las espumas de los mares sac el Continente americano..., nopuede venir un da sobre aquellas ondas que cruzaron lascarabelas, arrastrando como un crespn funeral nuestra bandera

    desgarrada..., no; nosotros tenemos que salir de all con esplendory con grandeza. El pueblo que tiene las tradiciones del nuestro...

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    debe venir de Amrica de otra manera: debe venir despus de unacatstrofe gigantesca, si es necesario, o despus de una inmensa ydefinitiva victoria; pero expulsado indignamente, jams.

    Y en mayo de 1898, cuando ya sus profecas y vaticinios eran

    cruda, terrible y dolorosa realidad, preocupado por las condicionesen que iba a ponerse trmino a las hostilidades con Norteamrica,dijo:

    Seores diputados: pensad que en estos momentos no oshabla un diputado carlista; no os habla ms que un espaol;pensad que he dejado ah, a la puerta, todos mis afectos, todo loque me pudiera separar de vosotros y que me he quedado slo conlo que se refiere exclusivamente al inters de la patria; pensad porun momento esto y decidme: Qu va a suceder si viene una pazdeshonrosa y con ella una disolucin moral que nos disgreguehasta convertirnos en el ludibrio de Europa?

    Mirad ms alto que vuestros intereses del momento; miradms alto que vuestras instituciones; dirigid la vista a la bandera dela Patria, y no nos traigis, por Dios, por Dios os lo pido!, una pazsin honra. Y si la trais, Dios mo, desventurada Patria nuestra!,

    entonces que seis malditos, con una maldicin especial!Y en plena guerra europea, el 31 de mayo de 1915, en el

    Teatro de la Zarzuela, define cul ha de ser, a su juicio, la actitudde Espaa ante la contienda:

    Empiezo por afirmar que en la hora presente se imponecomo una necesidad nacional la neutralidad ms absoluta. Peroentindase que yo distingo dos clases de neutralidad: la del Estado

    y la de la nacin. Yo recabo la neutralidad absoluta para elGobierno y para el Estado; pero no afirmo de igual manera laneutralidad de la nacin. Nosotros no somos estatuas que estemospresenciando inmutables la lucha; tenemos un pensamiento y uncorazn y ponemos nuestros pensamientos y nuestros afectos allado de aquella causa que consideramos que est ms enconsonancia con los intereses permanentes de Espaa.

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    Y cul es el criterio para fijar nuestra poltica internacional?Yo tengo uno fijo, el que siguen los dems pueblos: el que yollamar criterio geogrfico.

    Hoy los Estados no son Estados nmadas, tienen territorio

    fijo; y todo Estado completo que lo sea de veras tiene derecho a ladominacin absoluta y soberana sobre su territorio, tiene derecho aque ningn otro Estado lo sojuzgue en todo o en parte, a queningn otro Estado haga actos de soberana y de jurisdiccin enaquello que es el patrimonio territorial suyo; un Estado cuyo-territorio est sojuzgado por otro Estado, no es en todo o en parte,segn sea la sumisin, Estado soberano, sino organismo

    mediatizado y feudatario.Y Espaa ejerce la soberana sobre todo su territorio? Hayalgn Estado que ejerza soberana sobre sus dominios espaoles?

    Al hacer la pregunta, ya habis contestado vosotros, y unnombre pasa por vuestra memoria y por todos los labios. Nosotros,como deca Floridablanca, tenemos clavada la espina de Gibraltar.

    Los tres ideales de Espaa, los tres objetivos de nuestra

    poltica internacional el dominio del Estrecho, la federacin conPortugal y la confederacin tcita con los Estados americanos,quin lo ha negado?, quin lo ha destruido ?, quin es la causade que se hayan nublado esos tres ideales que quedan nada msque como un recuerdo en el solar de nuestra poltica ?, quin hasido ?, preguntdselo a la Historia, que ella os contestar deacuerdo con la Geografa:Inglaterra.

    Mella vea el mundo agitado de nuestro tiempo: Mirad esaRusia, inmensa fbrica de anarqua, donde los zares rojos hanllevado ya a la cumbre la enorme tirana que se va extendiendosobre el mundo. En un charco inmenso de cadveres levantan sustronos; y heraldos que van con la bolsa repleta de oro y el almallena de ideas subversivas se extienden por el mundo a dilatar larevolucin.

    Y en su discurso de Santiago, de 29 de junio de 1902,afirmaba:

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    Yo tengo el presentimiento de que la hora de una catstrofesocial, preparada por tres siglos de herejas y por uno de atesmoest prximo, que una nube sombra y tormentosa va a invadir loshorizontes y, avanzando sobre el suelo de esta Europa apstata y

    cobarde, arrastrar entre sus aguas impuras astillas de tronos yfragmentos de altar.

    No temo a esa noche, que s que ha de venir. Y si noconsultara ms que a mi deseo dira que ya tarda demasiado enoscurecer el da con el polvo de la catstrofe. Que venga pronto!,para que el resplandor del relmpago, azotando como una espadaceleste los rostros de los vencidos, nos permita ver en la batalla

    fragorosa el avance de las legiones que no han renegado deJesucristo.

    Para el momento de esa hora presentida, Vzquez de Mella,dirigindose a don Antonio Maura, le dice:

    En aquella noche, acurdese su seora de que estosdesdeados que estn aqu solos, que han sido tratados comoparias cuando estabais en los esplendores del poder, que todavacontienen con su amenaza el avance de la revolucin, tienen unviejo baluarte inexpugnable: el baluarte de la tradicin, que no hadejado nunca abatir su bandera rematada por la Cruz, y all osespera a todos aquellos que llevis todava en el alma la fecristiana y el amor al orden social. Y, cuando lleg esa hora, elcarlismo estuvo en su puesto de combate:

    Cualquiera que sea el da de la contienda, yo lo s,estaremos en nuestro puesto, unidos como un solo hombre,

    dispuestos a luchar y a dar nuestra sangre por Aquel que la dio pornosotros. Nosotros no somos una escolta aparatosaexclusivamente destinada a ir en grandes paradas detrs de laCustodia; nosotros somos un ejrcito de cruzados que tenemos laobligacin de regar con nuestra sangre el suelo por donde marcha;y si llegaran das tan aciagos, si llegaran das de combates tanterribles, nosotros afirmamos que la Revolucin no se apoderar de

    esa Custodia sin que Ella llegue a flotar sobre un lago de sangretradicionalista; y cuando la tierra empape esa sangre, la Custodia

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    quedar inclume, como emblema y coronamiento de una sociedadcristiana y de una monarqua restaurada.

    Comprenderis ahora la justicia de llamar a Mella el orador deEspaa. Comprenderis ahora que cuando Mella hablaba, los

    requets barbilampios mirasen extasiados a sus padres y questos acariciaran sus viejas y heroicas cicatrices.

    La voz de Vzquez Mella no fue en verdad la voz del queclama en el desierto, sino la voz que allanaba los caminos, quelevantaba entusiasmo, que enfervorizaba a las multitudes, quepuso en pie de guerra a los bravos combatientes de nuestraCruzada, a los soldados de los Tercios de Lacar y de Montejurra, la

    que es y ser indispensable para que un movimiento poltico comoel nuestro pueda sentirse y llamarse, con plenitud de derecho,movimiento poltico nacional.

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