la rebelión antiesclavista del negro miguel y su trascendencia en el tiempo

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Título: La rebelión antiesclavista del Negro Miguel y su trascendencia en el tiempoAutor: EnsayoCasa Editora: Fundación Casa Nacional de las Letras Andrés BelloGénero: Del tiempo y la sombraDepósito Legal: lf 60520099003421ISBN: 978-980-214-232-3Págs.: 46Tiraje: 4.000 ejemplaresLara es fascinante en su historia, en sus testimonios geológicos, sus gigantes, sus enanitos subterráneos, sus cielos artesanales, las arcillas maravillosas, sus tejedores de la multicoloridad, su paisaje tan alucinante como el cocuy. Pero la historia también está teñida de la sangre de un heroico príncipe africano, de un rey no mentido, Miguel, el Negro Miguel que está sembrado en el asombro del pueblo y en las páginas innumerables de los historiadores. Hoy prosigue apareciendo en la ópera, en la pintura, en la novela, en la poesía. Y en la leyenda popular.Reinaldo Rojas es el autor que nos ha donado una de las páginas más esclarecedoras de la transcendental hazaña de la rebelión de Miguel frente al conquistador español. El Barquisimeto hispano tembló frente al heroico negro seguido de su pueblo afro y de la indiada esclavizada en las minas de oro de Buria.Asombrosamente se unían por primera vez negros e indios en lo que será la más ejemplar de las páginas primigenias por la independencia del pueblo venezolano en formación.http://casabello.gob.ve/portfolio/la-rebelion-antiesclavista-del-negro-miguel-y-su-trascendencia-en-el-tiempo/

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  • La rebelin antiesclavista del Negro Miguel y

    su trascendencia en el tiempo

    Reinaldo Rojas

  • FundacinCasa Nacional de las Letras Andrs BelloMercedes a Luneta - Parroquia AltagraciaApto. 134. Caracas. 1010. VenezuelaTelfs: 0212-562.73.00 / 564.58.30

    La rebelin antiesclavista del Negro Miguely su trascendencia en el tiempo.Reinaldo Rojas2da edicin FundacinCasa Nacional de las Letras Andrs BelloCaracas - Venezuela 2009

    Diagramacinnghela Mendoza

    Diseo de portadanghela Mendoza

    Correccin de textosXimena HurtadoAlejandro Silva

    TranscripcinFtima Rivas

    Prlogo Antonio Urdaneta

    Dep. Legal:lf60520099003421ISBN:978-980-214-232-3

  • La rebelin antiesclavista del Negro Miguel y

    su trascendencia en el tiempo

    Reinaldo Rojas

  • La rebelin antiesclavista del Negro Miguel

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  • Prlogo

    Lara negra y heroica

    Lara es fascinante en su historia, en sus testimonios geolgicos, sus gigantes, sus enanitos subterrneos, sus cielos artesanales, las arcillas maravillosas, sus tejedores de la multicoloridad, su paisaje tan alucinante como el cu-cuy. Pero la historia tambin est teida de la sangre de un heroico principe africano, de un rey no mentido, Miguel, el Negro Miguel que est sembrado en el asombro del pueblo y en las pginas innumerables de los historiadores. Hoy prosigue apareciendo en la pera, en la pintura, en la novela, en la poesa. Y en la leyenda popular.

    Reinaldo Rojas es el autor que nos ha donado una de las pginas ms esclarecedoras de la transcendental haza-a de la rebelin de Miguel frente al conquistador espa-ol. El Barquisimeto hispano tembl frente al heroico ne-gro seguido de su pueblo afro y de la indiada esclavizada en las minas de oro de Bura.

  • Asombrosamente se unan por primera vez negros e indios en lo que ser la ms ejemplar de las pginas pri-migenias por la independencia del pueblo venezolano en formacin.

    Mas la negritud tiene en Lara, originalmente en el To-cuyo-ciudad madre-y en la Curarigua africana, el nuevo nacimiento de un hroe cultural, el santo ms popular de la Iglesia, convertido en rbol de la vida del sagrado ta-munangue, expresin originalsima que rene la diversi-dad cultural regional en una unidad que danza, batalla, canta y se alucina en sus misterios y sones.

    Aqu estn reunidas estas dos fulgurantes figuras de la historia y el mito para asombro de lo que hemos venido siendo los venezolanos.

    Antonio Urdaneta 14 de septiembre de 2009

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    El principio conocido de que en toda guerra y confron-tacin una es la historia que cuenta el vencedor y otra el vencido, tiene, en el caso de los negros africanos de ayer y de hoy, de los esclavos de ayer y de hoy, una evidencia de cuatro siglos y ms de duras e hirientes realidades. Hace 450 aos, la historia pica de los conquistadores espao-les en estas tierras, historia del vencedor que an se repite, tuvo una primera rasgadura.

    Aparece un hueco, un parntesis, una advertencia que nos dice, como un eco lejano, que aqu, los negros haban sido trados a la fuerza para la explotacin de las minas de oro de Bura, que aquellos seres transformados en ins-trumentos de trabajo, aquellas propiedades con alma como los denomin Aristteles justificando con ello el surgimiento en la antigedad griega de la esclavitud como institucin, aquellos seres sin destino reducidos al trabajo

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    agotador, haban quebrantado la sumisin y la obediencia y se haban alzado con ira y con violencia contra el impe-rio de sus amos espaoles.

    El cronista, encargado de relatar los acontecimientos de la conquista, de describir las aventuras de los grandes capitanes y de sus huestes descubridoras, abri espacio y coloc con la rbrica encadenada de la letra castellana del siglo XVI lo siguiente:

    I. Prosguense las minas de Barquisimeto con in-dios y negros esclavos; principios de un alzamien-to. II. Viene el negro Miguel con los que le siguie-ron sobre las minas, y mata algunos espaoles. III. Junta entre negros e indios ms de ciento y ochenta personas alzadas con l; nmbrase Rey, elige Obis-po y funda pueblo.

    Esto lo escribi no un negro esclavo, porque el ne-gro, en la tradicin del blanco no tiene inteligencia que le permita pensar y menos escribir. Tampoco lo escribi un indio que igualmente era analfabeto, adems de enco-mendado a un seor blanco para que lo civilizara, sino un espaol formado en la cultura clsica de su tiempo, un fraile reconocido como historiador de Indias, me refiero a Fray Pedro Simn.

    Y con ello, aquellos negros que desembarcaron asus-tados un da de principios de siglo XVI en el Caribe o en las costas de Coro, enfermos unos, furiosos otros, esos negros que llegaron al territorio hoy venezolano para la labor minera con los Welser primero y luego con los pro-pios espaoles, pues bien, esos negros alzados, esas pie-zas de negro, con la dignidad destrozada por el ltigo y

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    los grillos, esos negros entraron a la historia del blanco, a la historia de la Espaa conquistadora, a la historia de Venezuela y a la historia moderna de la Humanidad con un nombre que qued grabado entonces en letra de molde en las famossimas Noticias historiales de Venezuela: El Negro Miguel.

    No tenemos idea hoy de lo que signific para la his-toria de la esclavitud, aparecer en la historia escrita de entonces, en aquella crnica oficial, la nica va suscep-tible de crear memoria, con este titular: Viene el negro Miguel. Junta ms de ciento y ochenta personas alzadas con l Nmbrase Rey, elige Obispo y funda pueblo. Ni ms ni menos, Miguel recibe del cronista los atributos de un lder, de un fundador, hasta de un conquistador, rasgos solo posibles de encontrar en el blanco europeo sobre el resto de los pueblos de color, en especial, sobre esta casta baxa y servil de indios y negros que fueron, finalmen-te, con el blanco, la savia vital de nuestra nacionalidad posterior.

    El negro que vino a la Provincia de Venezuela a ex-plorar y explotar oro en las vetas fluviales del Bura, si bien lleg sometido a la esclavitud, un ao despus entr en la historia de la mano de su bravura, de su decisin de libertad y bajo el liderazgo de Miguel, el negro escla-vo cuya memoria honramos hoy, en esta nuestra Primera Casa de Estudios, todos los aqu convocados para hablar, para exponer, para discutir sobre la investigacin histri-ca actual, sus senderos de desarrollo, sus nuevos y viejos compromisos con el hombre y la verdad, pero tambin de su enseanza, de su divulgacin, de su tergiversacin y manejo por el poder en todos los tiempos.

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    De ese acontecimiento tan preciso, de aquella narra-cin y sus repercusiones cunta reflexin no podemos y debemos hacer quienes nos asumimos como historiadores en este presente, en este aqu y en este ahora de crisis y transformaciones globales. Una primera enseanza la en-contramos en el acontecimiento y su papel en la historia.

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    La historia tradicional, fundada en el relato de las grandes hazaas, coloc el acontecimiento en el centro de su discurso y en el eje de la interpretacin de la historia. Hechos pasados, encadenados cronolgicamente, daban sentido a la historia y determinaban el papel del historia-dor como coleccionista de antigedades. El Cronista de Indias tena el encargo de relatar los acontecimientos que acompaaban los hechos de armas de las huestes espa-olas. Como una recopilacin historial denomina Aguado su obra primigenia sobre Venezuela, Noticias historiales, llama Fray Pedro Simn su obra, mientras que siglos ms tarde, la conquista y el poblamiento de la provincia es lo que interesa a Jos de Oviedo y Baos cuando redacta nuestra primera Historia de Venezuela, escrita segn sus palabras para sacar a la luz los memorables aconteci-mientos de su conquista. El acontecimiento poltico o militar se hace histrico cuando pasa por las manos del

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    cronista, del historiador, que es quien le da sentido cul-tural cuando lo ubica en el tiempo y lo jerarquiza para el consumo posterior. Antecedentes, causas y consecuen-cias. An pensamos la historia saltando del 12 de octubre de 1492 al 19 de abril de 1810, o el 23 de enero de 1958 al 4 de febrero de 1992 o del 14 de julio de 1989 al 11 de septiembre de 2001. La fecha como un hito, como una seal en el tiempo.

    Esta historia encadenada dio paso en el siglo XX a la historia de procesos, de estructuras y de conceptos. El tiempo cronolgico, dividido en das, semanas, aos y si-glos y la historia dividida en etapas y perodos, dio paso a la idea del tiempo como producto histrico y social. Si fue Marc Bloch quien nos leg aquel concepto segn el cual la historia puede y debe entenderse como la ciencia de los hombres en el tiempo, fue ms tarde Fernand Brau-del, quien a partir de la nocin de duracin nos llam a trabajar el tiempo histrico a partir de tres dimensiones: la larga, la mediana y la corta duracin.

    Y ms en nuestro presente Pierre Vilar, maestro de toda una generacin de historiadores latinoamericanos, donde figura, entre otros, el maestro Federico Brito Figueroa, espiritualmente entre nosotros, quien nos convoca no a revivir el pasado sino a comprenderlo y ms que a descri-bir hechos y acontecimientos histricos, a pensar hist-ricamente, es decir, a comprender y esforzarse en hacer comprender los fenmenos sociales en la dinmica de sus secuencias, y en la multiplicidad de combinaciones que pueden establecerse desde las perspectivas de una historia global o historia sntesis, entre el tiempo de lo econmico, que incluira lo demogrfico, el tiempo de lo social que

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    incluira lo poltico y el tiempo de lo mental que incluira el hecho religioso o cualquier sustituto de ste.

    Ahora bien, en este cuadro terico, conceptual y de mtodo, es evidente que los sucesos de Nueva Segovia de Bura en 1553, el alzamiento de Miguel y los actos que realiza para crear un reino bajo su mando, tal como lo relata el cronista, se inscriben inicialmente en una historia del acontecimiento, en una historia de la corta duracin. Y as es que ha sido estudiado, ledo aquel levantamiento por nuestros historiadores. Sin embargo, de aquella defi-nicin del acontecimiento, para Braudel la ms capricho-sa, la ms engaosa de las duraciones, por su condicin explosiva, tonante y breve, hemos pasado al tratamiento del acontecimiento como sntoma, como paradoja, no tan-to por lo que traduce como por lo que revela, al decir de Pierre Nora, no tanto por lo que parece que es, sino por lo que desencadena y puede llegar a ser.

    Y sabemos los historiadores del presente, hombres y mujeres de la era de la Galaxia Marconi, del imperio de los medios radioelctricos y del acontecimiento audiovi-sual que previ Mc Luhan , que el acontecimiento no solo desencadena acciones sino que pasa a la memoria para sufrir mutaciones y generar nuevas historias.

    Marc Aug, en su Diario de Guerra: El mundo des-pus del 11 de septiembre, enfrentado al impacto psicol-gico de un suceso puntual transformado en espectculo de dimensiones planetarias por los nuevos cronistas de nues-tro tiempo, los medios audiovisuales de informacin, nos llama nuevamente a reflexionar acerca del acontecimiento y de las palabras que intentan definirlo en un orden sim-

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    blico de regularidades y que como sabemos, en el caso del 11 de septiembre, el acontecimiento ha tenido varias calificaciones periodsticas que nos colocan en un cua-dro de mltiples significados: atentado terrorista, guerra o cruzada, lo que nos coloca en un escenario de acciones que van desde individuos y grupos hasta estados y movi-mientos religiosos.

    Y es que en la historia como torrente, como proce-so continuo, el acontecimiento es apreciado inicialmente como efecto, como consecuencia, pero luego se transfor-ma en causa que nos obliga a buscar responsables no tanto para castigarlos sino para darle sentido al mismo aconte-cimiento. El acontecimiento no es pues, el suceso puntual en s mismo, es ms bien, el principio o el final de una y muchas historias, de las cuales una ser oficial y otras sern sepultadas en el segmento de la contra historia. Y es aqu donde entendemos con Foucault el papel dominante de la historia construida con sentido genealgico desde el poder o de los micro poderes, historia de anticuario diri-gida a reconocer las continuidades en las que se enraza nuestro presente.

    As pas con el acontecimiento de Miguel. No solo fue historia real, en su sentido de accin poltica contra un estado de cosas. Es, fundamentalmente, historia conoci-miento que ha llegado a nosotros como acontecimiento narrado, construido por el cronista en el tiempo, porque ni Aguado ni Simn fueron testigos de aquel evento. As, el suceso fue transformado en acontecimiento pero dentro de un discurso histrico elaborado por el cronista espaol como una irregularidad, como un accidente, frente a otras historias que an desconocemos pero a las cuales pode-

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    mos acercarnos a partir de la tradicin oral diseminada por sus propios actores y transformada en mito y leyenda que es, tal vez, la ms permanente de las historias, porque es la historia de los de abajo. Miguel es, por un lado, el esclavo que se levanta contra el orden espaol; pero es tambin el rey Miguelito de la leyenda yaracuyana. Tene-mos en la mano, por lo menos, dos historias.

    Y este es el reto del historiador crtico, entender que ms que con hechos positivos, realidades del mundo f-sico, los hechos histricos son por esencia, hechos psi-colgicos, realidades del espritu humano que llegan a nosotros como ideas y toman forma de ideologa, y que la historia real, hecha del azar y de la necesidad, de hechos de masa, hechos institucionales y de acontecimientos, no ha sido condenada sino por el historiador a seguir una sola lnea de desarrollo, tal como ha observado Joseph Fon-tana en su obra crtica sobre la escritura de la historia. Qu significa esto? Que el suceso est all, el cronista lo transforma en acontecimiento, le da vida como discurso y luego el historiador le da sentido temporal, lo transforma en historia. Miguel es el antiesclavismo, es la libertad, en nuestra lectura crtica de hoy, pero para otros es el acci-dente de quien contraviene un orden natural de domina-cin y que finalmente se levanta para construir otro. La historia lineal construye su propio camino, pero nosotros preferimos transformar esta historia receta en historia pro-blema para recordar con el profesor Joseph Fontana cmo todas estas resistencias al orden establecido, en los planos econmico, poltico, social y religioso, se nos muestran generalmente como anomalas en el curso supuestamente normal de la historia.

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    Esta es la verdadera esencia de la historia oficial de larga duracin, la historia construida desde los parmetros de la dominacin europea del mundo, la historia colonial que si bien reconoce la accin de Miguel la trata como un accidente, como una irregularidad. Lo normal es la escla-vitud, lo natural es el dominio espaol, lo anormal es la pretensin de tomar otro camino, de construir otra sali-da. La historia y filosofa de la liberacin que ha corrido paralela a la historia y filosofa de la dominacin, es una anomala, en todo caso, una utopa.

    Marc Ferro en su Historia de las Colonizaciones, parte de esta europeizacin del pasado colonial que ha proyec-tado en nuestra mente una especie de versin rosa de la expansin europea en el mundo, situacin que no ha per-mitido a los pueblos colonizados construir su propia in-terpretacin de la historia, en especial, para poder abordar las secuelas del racismo que est en el corazn mismo de toda colonizacin y que se ha trasladado a las repblicas independientes del siglo XIX y a las modernas socieda-des del siglo XX, obstaculizando la comprensin de lo que somos y hemos sido como pueblos sometidos a la dominacin colonial que denunciara en su tiempo Frantz Fann en su obra Los condenados de la tierra, pueblos cuya historia oficial ha sido elaborada desde los parme-tros de la historia metropolitana.

    Cul es nuestra imagen de la colonizacin? Civili-zacin contra barbarie? Es all donde est el problema. El gran poeta negro Aim Cesaire en su Discurso sobre la colonizacin, en 1955, observa el problema de la coloni-zacin y sus secuelas en estos trminos:

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    Eso que el ms cristiano de los burgueses del siglo XX no le perdona a Hitler, no es el crimen en s, el crimen contra el hombre, no es la humillacin del hombre en s, es el crimen contra el hombre blan-co; el haber aplicado en Europa los procedimientos colonialistas que no haban sido levantados sino para los rabes, los cooles de la India y los negros africanos.

    Hace pocos das el poeta nicaragense Ernesto Carde-nal se preguntaba en relacin a la reaccin internacional que ha generado la ejecucin de tres personas en Cuba y la puesta en prisin de otras 75, por qu no es igual-mente severa contra los centenares de presos afganos que los Estados Unidos mantienen incomunicados en Guant-namo, vendados y en completo silencio. Es evidente, en consecuencia, que la historia, ciencia de los hombres en el tiempo, la hacen los hombres de todas las clases y colores, pero la escriben los vencedores. Esa es la historia de Mi-guel, la historia del vencido que hoy vence. Reconstruya-mos ese discurso empezando por preguntarnos: qu nos recuerda el cronista espaol de aquel acontecimiento?

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    En primer lugar, que en la bsqueda afanosa del oro, Bura forma parte del mito de El Dorado. As relata la Re-lacin geogrfica de la Nueva Segovia de Barquisimeto, ao de 1579 el descubrimiento de las minas y la funda-cin de Barquisimeto:

    Y del pueblo de El Tocuyo sali el dicho Juan de Villegas con cierta cantidad de soldados, y descu-bri minas de oro en la Cordillera de San Pedro, que es una tierra de serrana doblada. Dcese (le) Bura, porque es el nombre de un ro (y) as lo lla-man los naturales. Y el ro de San Pedro llmase as porque se descubri el da de San Pedro. Y de all se vino y pobl este pueblo de Nueva Segovia (el) ao de 1552, el cual pueblo se pobl junto al dicho ro de Bura, (a) un tiro de arcabuz de l y (a) ocho leguas del dicho ro de minas de San Pedro.

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    Pues bien, tras el oro, viene la fundacin del Real de Minas de San Felipe de Bura, en 1551, y en seguida la llegada de los primeros esclavos mineros para dar paso, en mayo de 1552, a la fundacin de la Nueva Segovia de Barquisimeto, en el sitio de Bura. La Capitulacin de 1528, entre los Welser y la Corona de Castilla ya haba dictado la pauta para la instauracin de la esclavitud de la poblacin autctona, siendo amonestados y requeri-dos si no se sometan al conquistador y transformados en esclavos por rebelda, pero pagndonos el quinto de los dichos esclavos, es decir, haciendo de la esclavitud del indio una fuente de ingreso de la hacienda real.

    Sin embargo, este relato se quedara limitado a lo lo-cal, sera inofensivo, si no lo ubicamos en el contexto ma-yor de la esclavitud como sistema de explotacin y de la trata internacional de esclavos como el mecanismo ms eficiente de acumulacin originaria de capital, tal como la calific Marx al estudiar los orgenes del capitalismo. Porque es all donde aparecen los factores de poder que construyen aquel sistema de dominio econmico, el Es-tado y la Iglesia. Es el propio Obispo de Coro, Miguel Jernimo de Ballesteros, quien solicita la importacin de los primeros esclavos negros a la regin en 1550, no por casualidad, para dar curso a las labores de exploracin y explotacin de las minas de oro en el macizo de Nirgua. En su carta, el prelado solicita a las autoridades espaolas el envo de hasta de treinta negros mineros para que descubran las minas y secretos de la tierra, con la par-ticularidad de que el obispo pide que a tales mineros se les ofrezca la libertad a cambio de los descubrimientos que pudieran realizar. Un ao ms tarde, segn Fray Pedro de Aguado, ya haba en las minas de San Pedro y Bura ms

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    de ochenta negros esclavos. Y entre ellos, nuestro perso-naje, el Negro Miguel. La esclavitud llega, pues, a nuestro continente como un hecho natural de conquista avalado por Dios.

    Cuando indagamos en los orgenes de este ignomi-nioso sistema al que tanto debe el capitalismo moderno su triunfo como modo de produccin, nos encontramos que si bien es cierto, como lo establece Hugh Thomas en su monumental obra sobre La trata de esclavos que antes del siglo XVI, la esclavitud exista como parte del comercio entre el frica occidental y septentrional y el Mediterrneo dominado por los musulmanes, comercio transahariano que luego se abrir al Atlntico en el siglo XV por accin de los portugueses, es evidente que es con el llamado descubrimiento de Amrica que la trata toma forma como el primer sistema empresarial capitalista de dimensin internacional, que har del Atlntico el espacio de un comercio triangular frica-Amrica-Europa que si bien es asunto econmico, tendr en los nuevos Estados ibricos de Espaa y Portugal los primeros instrumentos polticos y militares de conquista, luego asumidos por In-glaterra y Francia y en el papado romano, la justificacin ideolgica de una accin a todas luces contraria a los de-rechos humanos. La primera bula que da el visto bueno al trfico de negros para beneficio de los portugueses es de 1442, la bula Illius Qui anunciada por el papa veneciano Eugenio IV.

    La cspide de esta alianza la tenemos en la bula de con-cesin de las islas y tierra firme a los reyes catlicos por parte del papa Alejandro VI en 1493, donde se concede todo un continente, sus tierras y gentes a la Corona espa-

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    ola con autoridad ciencia y plenitud de Potestad Apos-tlica por don especial para poseer y gozar libre y lcitamente de todas y cada una de las gracias, privilegios, exenciones, libertades, facultades, inmunidades e indul-tos segn reza este documento-monumento que funda ideolgicamente el colonialismo moderno, que orienta la conducta imperial de Europa occidental frente al resto del mundo no cristiano, y que explica por qu un negro como Miguel aparece en Bura, por qu la esclavitud y por qu aquella aventura de Miguel en Nueva Segovia de Bura, ao de 1553, es un grito de humanidad que rompe el si-lencio del orden esclavista colonial que apenas se estaba imponiendo a sangre y fuego en nuestro continente. Por eso hablamos de la diversidad de historias que aquel su-ceso desencadena. Conocemos una solamente. El desafo es descubrir las otras.

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    Indice

    Captulo I 9Captulo II 13Captulo III 21Captulo IV 25Captulo V 33Captulo VI 35Captulo VII 39

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