la noche en que secuestré a borges héctor d'alessandro

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La noche en que secuesré a Jorge Luis Borges de Héctor D'Alessandro es un relato paródico sobre la admiración y la influencia literaria.

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La noche en que secuestr a Borges.

Hctor DAlessandro

Creo que ya pas el tiempo suficiente, incluso legalmente, como para que lo cuente. Sent, aquella catalizadora maana, que mi da haba llegado. Que haba llegado ese da tan novelesco, en el cual todas las coincidencias que puedan reunirse se deciden a hacerlo: ese da tan apreciado por la literatura y por los escritores. Seguro que aquella maana, novelero como yo era, me dije que a todo escritor le llega su jornada de resurreccin. Yo, en aquella poca, pensaba as. Estaba, por ejemplo, entre las piernas de mi novia, ya se sabe, lamiendo, extrayendo de su interior aquella vibracin volcnica, degustando en mi lengua las variaciones en la acidez de su flujo a ritmo de mis lengetazos, y en medio de aquella circunstancia tena de pronto la sensacin de estar mirndome desde arriba, desde muy lejos, a mi mismo y me deca cosas del tipo de sus piernas rutilantes y hmedas movan arriba y abajo aquella cabeza... y cuando llegaba a este punto de elaboracin de mis frases, un deseo incontenible de parar la actividad que estuviera realizando y salir corriendo a anotar ese fragmento de prosa, se apoderaba de mi a tal grado que acababa arruinando el clima de cualquier situacin y alterando el carcter de cualquier persona que conviviera conmigo. Yo me crea muy vivo por esto, muy genial. Incluso, a veces, me mandaba la parte de que estaba deteniendo el momento para salirme del automatismo y otras paparruchas msticas de este estilo. En realidad, s que haba un poco de ese tipo de misticismo en las situaciones, pero era tambin una suerte de manipulacin que yo haba aprendido a hacer casi que bebiendo la lecha materna cuando an era una nia y no me haba operado para cambiarme de sexo. Esto es algo que debo explicar, dado que aquella operacin me dej sin suficiente dinero de mi herencia y el futuro ya no pintaba igual. A muy temprana edad haba descubierto mi vocacin y saba con silenciosos pensamientos que, ms tarde o ms temprano, la palabra escrita encarnara el contenido de mi misin enla Tierra.Aslo deca, y la gente me miraba como si yo fuera el hijo de dios que est explicando su cometido. Siempre fui un poco dado, an cuando era un hombre aprisionado en el cuerpo de una mujer, al gran gesto y al melodrama ampuloso, pero esto no me rest un pice en mi determinacin a la hora de buscar el cumplimiento de mis objetivos. El problema central se modific de un modo vertiginoso durante mi adolescencia y primera juventud. Todos mis deseos estaban cumplidos y mi talento personal se mostraba de una manera tan clara y evidente que haca casi imposible cualquier motivo de queja. Haba querido ser hombre y mi padre me regal sus ahorros para que me operara y cumpliera con mi mayor deseo. Haba querido ser escritor y mis padres me alentaron, no sin dejar de advertirme que lo que quedaba de herencia era una cantidad bastante exigua. Fue esto lo que me obsesion a tiempo completo. Desde el momento en que mis padres me confesaron aquel secreto en reunin cuasi solemne, pas a preocuparme de un modo catico y paranoico, alucinado, demencial y como en todo lo que procede de mi persona: constante. No dorma, pasaba das y das sin hacerlo, slo entregado a fugaces momentos de lectura, a modo de somero descanso, de mi admirado Borges, de quien se deca que pronto vendra a dar una conferencia a Montevideo. Yo, admirador necesario, no dejaba de leerlo a diario y tenerlo como mi norte verdadero desde la ocasin feliz en que an siendo nia, y llamndome Rosa, le Emma Zunz y me qued para siempre la sensacin de que era inevitable que en algn momento lo conociera, estrechara su mano, intercambiara unas significativas e inolvidables palabras. Cuando un da me encontraba en Agraciada y Bulevar Artigas tomndome un caf en un bar y de pronto tom conciencia de algo inesperado, tan inesperado como conocido, algo como un dj vu. La aparicin en la transparente superficie de la conciencia de un dato que est ms que visto, que ha pasado como un caminante vecino que a diario hace el mismo recorrido ante nuestra ausente mirada y de pronto un da nos saluda. Siempre ha estado all, pero nunca lo habamos visto. Vi que en la acera de enfrente, a unos ochenta metros de distancia, todos los das a la misma hora haba una brevsima cola de clientes esperando la apertura de una sucursal bancaria. Abra a la una del medioda. La gente, por el lado de Bulevar, haca cola y charlaban distrados entre s. No prestaban atencin para nada a lo que suceda dentro del banco. Entonces observ que a la una menos cuarto, todos los das, un mozo se aproximaba a la sucursal, bandeja en mano con tres tazas de caf con leche y un pequeo paquete de papel donde llevara, con seguridad croissants, v que aquel camarero se acercaba a una pequea puerta que daba a Agraciada, lejos de la visin de los clientes que esperaban haciendo cola, llamaba a un timbre y un polica ocioso le abra la puerta saludndolo sin mirarlo a la cara, la condenacin de la confianza. En un flash entend que aquella sucursal estaba para m, que all, segn yo saba por haberlo odo a gente que trabajaba en pequeas sucursales, poda haber medio milln o ms de dlares. Entend en un lampo que aquello estaba all para m y para nadie ms, que por eso yo estaba tomando caf en ese sitio y que ninguno de mis amigos ni de mis varias novias diseminadas a lo largo de la geografa de la ciudad conoca mi costumbre de ir a ese bar. Comprend entonces, pasndome rpidamente una pelcula mental, que por algo todas las personas que me conocan pensaban que yo viva de una herencia que mis padres me haban dejado recientemente, que por eso poda vivir solo y con muy poca actividad laboral conocida. Repas cmo algunas chicas de Pocitos, en algunas fiestas supuestamente muy en onda y que no estaban ni ah con lo material, me haba preguntado de un modo evidente y estpido, haciendo una afirmacin y observando al tiempo mi reaccin: Qu suerte que tens vos. Porque claro tener asegurado dinero para vivir...qu digo yo diez aos...a cuerpo de rey... quince? Y cuando pronunciaban estas palabras acentuaban su mirada, martilleando con su nfasis interrogativo. Esto me confirmaba que yo tena una coartada y una vez ms mir al cielo y di gracias a mi vida que siempre produca estas extraas y benficas casualidades. Me dije a mi mismo que si realmente quera ir a por todas, deba jugrmela de verdad. Fue entonces que retir buena parte de un dinero que mi madre me haba dejado y compr una casa y un terreno en el campo pero con un acceso relativamente fcil y prximo. Habl con mi abogado y notario y me hizo una documentacin fabulosa, lo compr con una identidad falsa. Mi propio abogado me la mand a hacer. A la hora de poner el nombre y los apellidos en el documento, ped un minuto para pensarlo y finalmente, slo por afn de broma, dije Borges, Jorge Luis. Mi abogado se ri y me reconvino un poco con la mirada, supongo que me quera decir que ya que haca algo tan nefastamente ilegal que al menos no bromeara, pero el sabia que a m no me hace desistir nadie si algo lo tengo decidido y esa decisin, aunque la tom en ese momento, era irrevocable. Para m no hay momentos serios y momentos no serios; la vida es muy seria incluso cuando uno bromea o hace una boutade, todo lo que yo hago tiene una marca de autenticidad, incluso cuando me lo invento. El coche con el que iba a pasar algunos fines de semana a aquella casita en el departamento de Lavalleja tambin estaba a nombre de Borges. All escondera mi botn. Cuando faltaban dos das para que ejecutara mi atraco, estaba leyendo el peridico, alguno de los relamidos diarios de derecha que caracterizaban al Uruguay de 1983, con noticias y editoriales confeccionados para personas pusilnimes y asustadizas dispuestas a vivir acojonadas adentro de una cueva cerrada hermticamente, cuando le aquella noticia increble: dos das ms tarde, a las ocho de la noche, Borges estara en la ciudad y brindara una conferencia en un teatro de la calle Soriano. De pronto, la sangre quiso licurseme, el desaliento quiso demolerme, me v hundido, con una casa rural a nombre de una documentacin falsa, sin dinero, con un coche a nombre de mi autor favorito y yo escuchando aquella conferencia y no cometiendo aquella magnfica fechora. No, exclam, no. Djate de bobadas, esto lo que significa es que tens que hacerlo, que los hados estn de tu parte. No me cost nada convencerme de que todo estaba de mi parte, de hecho, que Borges hiciera esa intervencin esa noche en un teatro de la ciudad, me confirmaba que todo estaba dispuesto por un orquestador secreto y juguetn que me auguraba la mejor de las suertes, continu adelante con el plan. No slo eso, se me hizo claro que esa noche, para coronarla como era debido, conocera en pesona a Borges y como un excentrico que yo era le contara con una confianza de hermanos por la literatura mis aventuras de esa magnfica jornada. A la una menos veinte me aproximara, con el cabello teido de negro y un bigote horrible que me haba dejado crecer, teido tambin de color negro, con una bandeja en la mano, tres tazas de caf con leche y un pequeo envoltorio del que asomaran dos croissants, dentro del envoltorio estara mi revlver, uno plateado y feo con cachas de marfil que le rob a un to por parte de madre cuando estaba agonizando. El polica me abrira la puerta con el mismo automatismo de cada da, sin mirar a quien traa el pedido y en menos de cinco minutos deba salir del banco con la bolsa deportiva que tena pegada al pecho debajo de la chaquetilla blanca con mi pasaporte a la vida literaria que haba soado toda mi vida, entregado a las pasiones, leyendo sin parar, como ya de hecho haca y viendo en cada acto cotidiano una cifra y una seal del orlado e inigualable destino que me esperaba. El polica me abri la puerta, la cerr a mis espaldas y me adelant para conducirme a las oficinas donde los otros dos empleados esperaban sonrientes y confiados. Cuando fue a atravesar la puerta de aquel despacho, fue que lo encaon. Segu caminando, le dije, y no te gires y todo saldr bien. As lo hizo, se dej desarmar con facilidad y me ayud a encerrar en el bao a los otros dos, quienes, atnitos, dejaban sobre las mesas las pilas de billetes que ya estaban contando. Los encerr y rpidamente guard todo en la bolsa deportiva, una bolsa cuya elasticidad no calcul bien y pareca volverse, por momentos, la bolsa de algn soldado que se iba de maniobras. Una larga e inacabable morcilla llena de dinero. Con las llaves que le quit al poli volv a la puerta y la abr, antes de salir a la calle mir de reojo a ver si los clientes que hacan cola me estaban mirando y cuando comprob que no, me saqu rpidamente la chaquetilla blanca de empleado de bar, me zamp con un gesto de descaro y audacia uno de los croissants y cre conveniente salir mordisqueando el segundo para ganar naturalidad. Hubo un momento en que record que me estaba llevando la pistola del poli y que estaba dentro de la bolsa y se me ocurri que de un mal golpe la poda disparar, por poco no me cago del susto, soy as de obsesivo. La escena se me encall en la parte de visionados negativos del cerebro y no me la poda quitar de encima. As sal a la calle y tom por Agraciada en direccin al centro. Mir hacia atrs y al ver venir u taxi no se me ocurri mejor cosa que pararlo. Pens qu bestia que soy, maana, cuando lo sepa todo el pas, este idiota me va a recordar enseguida. Estos pensamientos me entontecan, mientras le deca ala PlazaIndependencia, por favor. Qu carajo iba a hacer enla PlazaIndependencia? Y me contest: disimular. Mi cerebro era un lago turbio donde ninguno de los mandos responda. Me repantigu en el asiento y me dej conducir. Respir un poco, apenas si poda hacerlo de los intensos nervios que me haban entrado. Un pensamiento idiota e intil de esos que no colaboran para nada a la situacin cruz mi cabeza. Por qu har este tipo de cosas? Me alimento de peligro o busco que me caiga un castigo que en el fondo creo merecer? Mi respuesta fue clara: qu tipo al pedo que sos, dej este puto pensamiento para luego. El conductor me avis que estbamos llegando a destino y me preguntaba que dnde quera parar, por un momento pens por qu quiere este tipo saber a dnde voy? Sospechar? Una vez ms me di cuenta que estaba actuando como un tarambana y salv la situacin diciendo mientras sealaba mi gigantesco bolso, busco una peletera que est en el Victoria, pero no s si dentro o al lado del Victoria. El tipo mir el bolso, luego me mir a mi, yo record que la dictadura tena instalados como chferes de taxmetros a miles de agentes y que quizs aquel era uno, casi me cago encima del susto, pero el hombre sonri como si en ese instante hubiera comprendido la presencia de mi enorme bolso. Me dijo que entonces me dejaba un poco retirado de la puerta del Victoria Palace, as si era all ya estaba cerca y si era lado, usted ya me entiende. Yo no entenda nada, pero baj e hice toda la pelcula de entrar al Victoria en busca de una peletera que all haba de buen seguro, como que yo me acostaba con la dependiente, pero en ese momento me percat que eso era un error garrafal, que no poda ir all y que me viera todo el mundo y encima me viera la boba aquella y me preguntara qu llevas ah, mi amor? Algn regalito para mi? Me detuve en medio del hall y disimuladamente mir hacia la calle con el objetivo de saber si el taxista se haba largado o no. Me acerqu al quiosco de la prensa y compr uno de aquellos pasquines dominicales que era la prensa local. Borges me sonrea con su risa pelotuda, desde la portada, pens que eso era un buen augurio. Ese hecho mgico me relaj lo suficiente como para soltar el bolso en el suelo sin importarme nada, llamar a un botones y decirle mira, estoy buscando una peletera para entregar un material y crea que era esta, pero ahora caigo que no, que es otra. Puedes salir y pedirme un taxi dentro de diez minutos. Yo ahora voy a subir a la cafetera a tomar un caf. Y all fui, sin importarme si me vea o no la chica de la peletera. Cuando volv, el taxi me estaba esperando y le ped que me condujera a un sitio donde yo haba dejado mi coche; o mejor ser decir el coche de Borges. Con lentitud conduje hasta mi casita en el campo, con esmero y mimosa pausa pas la tarde preparndome para conocer a Borges aquella noche, las exultantes sensaciones a raz de contar el dinero y esconderlo competan con furia descomunal desatada en mi interior; me sent como si fuera a volar en pedazos, como si tuviera una bomba en el cuerpo, ms o menos la sensacin que ha dominado mi vida entera (como nia, como joven varn, como escritor, como ser sexuado) pero elevada a una potencia inconmensurable. Tengo que calmarme, me repeta una y otra vez, y el intento se vea destruido por un repentino grito de desahogo de toda la tensin interna que yo senta aquel da. Me haba llevado casi seis cientos mil dlares. Todos mis planes estaban ah, al alcance de mi mano. En la casa no tena otra cosa que agua tnica y dado que el supermercado ms cercano quedaba a varios quilmetros, decid brindar con aquella bebida. Mir el campo y pens en mi vida con euforia. Estuve pensando cmo hacer esa noche para hablar aparte con Borges, algo que no estaba lejos de mis posibilidades, siempre tuve una extraa habilidad para ir a un sitio y conectar de un modo fcil con quien fuera el centro de atencin en ese sitio. Me dije a mi mismo medio en broma que lo secuestrara. Pens tambin que le contara el conjunto de hechos que se haban concentrado en mi vida de aquella jornada. A las ocho estaba en la sala de teatro y pasados unos minutos las luces del teatro se apagaron y el foco se concentr en el centro del escenario, donde Borges, algo renqueante, como a remolque de su propio bastn de roble avanz por la escena como un actor sonriendo al vaco oscuro que, en medio de su voluntaria ceguera, slo poda imaginar. Yo lo saba todo sobre su vida, sobre su obra, centenares de pginas memorizadas, las poda recitar al derecho y al revs. Aquel hombre que estaba, en cuanto a calidad y prestigio, al lado de Shakespeare yla Biblia, Proust, Joyce o Cervantes, ahora estaba all y yo, un artista ya no tan adolescente, posedo por la locura literaria y el ms demencial de los entusiasmos, acababa de dar el golpe de mi vida y vena, de algn misterioso modo a rendirlo ante el altar de las letras a la vera del escritor que ms admiraba. La conferencia dur exactamente una hora, habl, realmente de bueyes perdidos, para lo cual dej actuar a una suerte de mueco o grabacin interna automtica que le permita divagar con la seguridad de aparentar, de vez en cuando, el arribo a algn puerto mental. Luego, algunos se pusieron a hacerle preguntas. Algunas meramente mentales: un tipo para formularle una interrogacin que nadie supo exactamente cul fue, formul ms o menos seis frases de cuarenta palabras cada una, durante las cuales cit seis autores. Luego, como para echarle un balde de agua fra encima, una seora le sali al cruce con una declaracin personal de amistad y recuerdos compartidos en un pasado tremendamente lejano, tanto que Borges, creo yo, que se invent la recordacin, le dijo que s, que s, y la dej, a la mujer, en paz y con una sonrisa feliz de buda bobo. Yo pensaba todo el tiempo en los lugares que conoca de aquel teatro y baraja por donde colarme para acercarme al escritor. Cuando todo acab y dos ayudantes algo anmalos se acercaron para conducir a Borges a un pasillo que conduca a los camerinos tanto como a una salida trasera, yo pens esta es la ma y me lanc detrs de los tres por aquel pasillo vedado, al fondo nos miraba la oscuridad y un hilo de luz procedente de lo alto. Se ve que todo el mundo pens lo mismo, porque de pronto me vi impulsado por una marea humana que sin ninguna consideracin me propuls hacia adelante a tal velocidad y con tal energa que nos llevamos por delante a los dos adefesios de acompaantes y al propio Borges. Yo, sin perder el tiempo, agarr al anciano vate por el brazo y lo arrastr hacia la luz, al final del pasillo y lo met en un cuarto cuya puerta slo pude ver en el ltimo momento. Venga por aqu, maestro, le dije para que pensara de m que era una persona vulgar de las muchas que haba all, para que me tomara confianza. El maestro se llev las manos en un gesto automtico a las mangas de la chaqueta, para estirarlas para recomponerse y solt el aire en un estertor tmido, casi un eructo, sonri al final de dicho sonido y apunt con sus ojos hacia donde yo me encontraba en la zona ms oscura de aquel camerino abandonado. Afuera se oa el trasiego de la multitud y algunas voces interrogativas. Se me ocurri decirle que no se preocupara, que en cuanto amainara el temporal saldramos, y al pronunciar mis palabras emit un ruidito como una pequea queja, como un crujido que me son absurdo y me hizo sentir ridculo. En mi cabeza se apelotonaban millares de pensamientos. Yo soy un escritor. Yo antes era una chica, me llamaba Rosa, ahora ya no, mire, oiga, me llamo as y as, este es mi apellido. S, he ganado un concurso. S, ahora soy un hombre, con las chicas me va fenomenal, tengo un xito arrasador. Esta maana... Bien, s adems siempre he hecho cada cosa... S, hoy he asaltado un banco. S, casi seis cientos mil dlares... El caos era tan grande en mi interior que las voces que iban a salir de m parecan poseer solidez material y moverse dentro de mi cerebro con molesta lentitud. Ante m, la cara de aquel hombre, aquella cara anciana que ahora poda contemplar con calma, con pelos ubicados en ciertas zonas que para un joven tan joven como yo eran un horror esttico, aquella sonrisa cada de lado, perpetuamente activada para anotar sus frases, para enmarcar sus comentarios irnicos. Su olor... un aroma a colonia seca y recia, elegante, pasada de moda, el aroma del pauelo almidonado y planchado. Su traje de tenues rayas verticales, la lnea tan esmeradamente marcada. De pronto experiment cmo mi cuerpo se afloj, y me invadi el desencanto. Pens si le cuento estas cosas a este viejo de mierda, no va a entender nada. Va a pensar que estoy pirado. Ya me haba presentado y haba dado algunos datos sobre mi persona, pero no avanc porque algo tan ancestral como la supervivencia me estaba deteniendo como una garra de acero que me agarrara por la nuca. Pens, una vez ms en decirle: Borges, hoy es probablemente el da que es cifra y orden secreto de mi vida. Esta maana atraqu un banco y me llev suficiente dinero como para vivir aos y aos cmodamente. Aos de pelculas americanas me han enseado dos cosas: es preferible un atraco a tiempo que aos sacrificados en el altar de las ocho horas y por otra parte: en los asaltos es mejor no tener cmplices. Con las mujeres tengo suerte y aunque les mienta y les haga dao me lo perdonan todo y me siguen amando. Me he dicho a m mismo que, fuera como fuera, me dedicara exclusivamente a escribir, y que para ello hara lo hiciera falta, incluso atracar a un banco, y lo he cumplido. Hoy quera venir aqu y estrechar la mano del escritor que ha sido mi gua y mi norte y tambin lo he cumplido. Aunque pensaba y pensaba en decirle estas palabras, algo imponderable me retena. Mir directamente a la cara a mi amado escritor, vi su cara de pelotudo feliz, su sonrisa cada y boba, su mirada sin rumbo y pens algo que no hubiera deseado pensar aquel da estupendo. Pens si le cuento todo esto, este viejo de mierda me va a denunciar. Me doli mucho pensar algo tan desagradable y cobr conciencia de que aquel da magnfico haba llegado a su fin. Pens por primera vez en mi vida algo que jams hubiera imaginado posible dentro de mi cerebro. Siempre haba credo tener una conexin directa con aquellos escritores a quienes admiraba. Una relacin de admiracin y cario, cimentada en una sensacin de comunicacin no mediatizada y mantenida por la repetida y mecnica lectura de aquellos fragmentos y pasajes ms admirados en la obra de nuestro autor. En ese momento me di cuenta de que todo ese pensamiento mo era una locura o al menos unos pensamientos verdaderos exclusivamente para mi. Volv a mirar a Borges y entend, sin que nadie me lo explicara con palabras, que ese seor era un humano y que tena reacciones descontroladas antes situaciones inesperadas. Me entristeci pensar en un Borges que al salir de aquel cuartucho fuera a pedir auxilio y a acusarme de loco y delirante y a decir que yo haba atracado un banco aquella maana. Me sent, supongo, como aquellos enamorados que no llegan a confesar su amor a la amada y se quedan toda la vida con la duda sobre lo que hubiera sucedido. En mi caso no tuve dudas, el miedo me frunci literalmente todos los esfnteres de mi cuerpo y prefer mantener para siempre aquella suposicin negativa sobre Borges sumada a una idea y un contacto superficiales, pens que el destino a veces era un poco absurdo y se manifestaba en contextos que nos impedan sus desarrollos ms extremados. Pens con tristeza nunca sabr quin hubiera podido ser Borges ante esta situacin y me consol sabiendo que yo mismo, cuando a veces alguien se volva insoportable hacindome un interrogatorio severo acerca de los textos que yo escriba, contestaba verdad que a un autor del siglo pasado no le puedes preguntar nada... bueno, pues imagnate que yo soy de otro siglo y tampoco me puedes preguntar nada, necesariamente tendrs que utilizar la cabeza para algo. Al salir de aquel pequeo camerino abandonado, Borges dijo que aquel chico tan simptico lo haba salvado de la avalancha de admiradores metindolo all dentro hasta que pasara la marabunta, que era un chico muy simptico y que le pareca que escriba, caramba, caramba, todo el mundo parece escribir. Es admirable este impulso. S, haba pasado un rato raro all con DAlessandro hablando de autores y de ideas peregrinas sobre literatura, raro y agradable. Eso fue lo que dijo el admirable escritor. Eso fue lo que manifest la prensa. Eso fue lo que repitieron las personas que me conocan y vieron mi nombre mencionado en esas originales circunstancias. La palabra raro dicha por el escritor daba vueltas en mi cabeza, y no slo en la ma. FIN

Barcelona, 3 de agosto y 2009.

Hctor DAlessandro psicocuantico.blogspot.com