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La Mística hecha palabra Santa Teresa de Jesús, escritora

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La Mística hecha palabra

Santa Teresa de Jesús, escritora

+ Roma, 16 de julio de 2012

Hermanos y hermanas en el Carmelo,

En el marco de la preparación del Vº Centenario de Santa Teresa de Jesús, el

Definitorio General ha producido, a través de la Comisión internacional OCD creada

al efecto, un documental que pretende acompañar a la Orden y a toda la familia

teresiana en la empresa de lectura de sus obras que nos hemos propuesto hacer en

estos años.

El documental se enviará como regalo a todas las comunidades de frailes y

monjas. Por el momento en lengua española (se hará llegar también a las de lengua

portuguesa). Esperamos antes de un año disponer de versiones (dobladas o

subtituladas) en otras lenguas.

En las páginas que siguen podréis encontrar una presentación somera del

mismo y, después, el guión completo del documental. Dado que se trata de un

instrumento ante todo formativo, hemos pensado en la conveniencia de que dispongáis

de él, para que pueda ser utilizado en vistas a la profundización de sus contenidos.

Agradecemos de corazón a todos quienes han hecho posible la realización de

este instrumento que esperamos os sea de utilidad.

Por último, os comunicamos que, si alguna comunidad estuviese interesada en

adquirir más ejemplares para venta o regalo, puede dirigirse al P. Emilio J. Martínez

([email protected]).

El Definitorio General

La mística hecha palabra. Teresa de Jesús, escritora

Los Carmelitas Descalzos, en su XC Capítulo Provincial celebrado en Fátima el

año 2009, Portugal, decidieron preparar el Vº Centenario del Nacimiento de Santa

Teresa afrontando una relectura de todas sus obras, comenzando por el Libro de la Vida

y terminando con el Epistolario. Toda la familia teresiana fue convocada a esta lectura,

con el fin de arribar a fecha tan señalada del mejor modo posible: familiarizados con la

palabra de la Santa, actualizando el conocimiento de su experiencia, narrada por ella

misma.

Entre otras estrategias, el Definitorio General de los Carmelitas Descalzos, a

través de la Comisión internacional creada para la preparación del Centenario, ha

preparado este documental de 35’ en el que se narra la aventura de Teresa como

escritora, su pasión y esfuerzo por poner palabra a la mística.

El documental invita al espectador a conocer a Santa Teresa: para ello puede

visitar Alba de Tormes, donde se encuentran su sepulcro y sus principales reliquias. O

bien viajar a Ávila, donde podrá visitar el convento de los Carmelitas Descalzos que

ocupa el solar de su casa natal, el Monasterio de La Encarnación, donde empezó su vida

religiosa o el Monasterio de San José “de las Madres”, donde inició, hace 450 años, la

fundación de la reforma teresiana.

También la encontrará, sin duda, viva en sus hijas y sus hijos. Pero, como supo

ver con magistral intuición fray Luis de León, es en la lectura de sus obras donde Teresa

toma la palabra y se dirige al lector con acento claro y vivo, para hacerle partícipe de su

aventura existencial, para guiarle en el camino del encuentro con Dios manifestado en

Cristo, que hace de nosotros hombres y mujeres nuevos, al estilo de Jesús.

El documental aborda el proceso que hace de Santa Teresa escritora: por qué

escribe, qué escribe, las dificultades que encuentra al hacerlo y el esfuerzo que,

coronado con la ayuda de Dios, le permite manifestar la alegría de haber dicho aquello

que deseaba decir, comunicar.

Así, después de todo este proceso, las obras de Teresa se presentan como un

tesoro vivo, accesible a todos –ya no sólo a sus monjas y sus frailes- potente y

transmisor de una experiencia, capaz de engolosinar a las almas de un bien tan alto,

para que todos, con Teresa, podamos cantar eternamente las misericordias del Señor.

Una experiencia que la Iglesia ha cualificado altamente, nombrando a Santa Teresa la

primera mujer Doctora de la Iglesia.

El espectador recorrerá, de la mano del narrador principal, P. Javier Sancho

Fermín, ocd, un apasionante camino a través de los textos teresianos, que suenan y

resuenan a lo largo de todo el documental, podrá ver a sus hijos e hijas y a tantos otros

lectores, leerlos con pasión. Con la ayuda de los PP. Tomás Álvarez, Salvador Ros y

Juan Antonio Marcos, ocd y de la H. María José Pérez, ocd, el presidente de la

Comisión Internacional de los Carmelitas descalzos para el Centenario, P. Emilio J.

Martínez González, ocd, nos presenta, a través de un ágil guión, una herramienta

excelente, formativa e informativa, para conocer a Santa Teresa de Jesús, escritora.

La mística hecha palabra. Santa Teresa de Jesús, escritora (Guión)

España, siglo XVI, siglo de oro. Un país que se abre a un Mundo Nuevo, al

encontrar, más allá de donde nada más allá parecía existir, tierras ignotas, ínsulas

extrañas, que empujan a hombres y mujeres, sobre todo de Castilla, a una aventura, a un

viaje, a una conquista llena de luces y sombras. La espada, pero también la cruz, el

choque de civilizaciones, pero también el mestizaje que da lugar a otra realidad, más

rica quizás, sin duda absolutamente nueva.

1515, 23 años después de que Colón tocara las tierras del Nuevo Continente. El

28 de marzo ve la luz en Ávila Teresa de Ahumada, conocida universalmente como

Santa Teresa de Jesús. Ella también será viajera, ella también librará combates. No

surcará el mar, pero sí los campos de Castilla y Andalucía en pobre carreta. Pero, sobre

todo, recorrerá caminos aún más profundos y escabrosos: los del espíritu, en un mundo

receloso de la capacidad de la persona, particularmente si es mujer, para transitarlos de

modo seguro.

Testigos de este viaje son sus libros. Un viaje que arranca en el hogar familiar, al

calor del corazón de los suyos, y termina en el Hogar definitivo, el fuego del corazón de

Dios que la transforma y la acoge al final de su aventura, que ella ha dejado escrita para

nosotros.

1. Conocer a Teresa

El 4 de octubre de 1582, Teresa de Jesús muere, hija de la Iglesia, en el

convento de las Carmelitas Descalzas de Alba de Tormes (Salamanca), fundado por ella

11 años antes. Más tarde, su sepulcro se convertirá en un lugar de peregrinación, en un

lugar de encuentro con la santa abulense. Allí descansan también las reliquias de su

corazón transverberado y su brazo de escritora.

Pero no es el viaje a su sepulcro albense el único modo de conocer a Santa

Teresa.

No es difícil hallarla entre las piedras del Convento de Carmelitas Descalzos, La

Santa, que ocupan el solar de la que fue su casa natal.

O en el majestuoso convento de La Encarnación, donde entró como monja en

1535.

Se encontrará con ella, sin duda, quien visite San José de Ávila, su primera

fundación como Descalza, en 1562, o las fundaciones de Medina del Campo (1567),

Malagón (1568), Valladolid (1568), Duruelo –fundación de Descalzos- (1568), Toledo

(1569) y tantas otras, como Sevilla (1575).

Y no sólo lo hará viendo los edificios en los que se asientan dichas fundaciones,

sino encontrando en ellas las comunidades de sus hijos e hijas, que son también palabra

viva de Teresa.

La Santa andariega nos saldrá al encuentro también en tantos caminos de

Castilla…

Pero el modo más seguro y cierto de conocer a Teresa, así lo supo Fray Luis de

León, es recorrer la ruta de sus libros, sumergirse en su palabra escrita:

“Yo no conocí a la Madre Teresa, mas la conozco y la veo casi siempre en dos

obras vivas que nos dejó de sí, que son sus hijas y sus libros” (Fray Luis de León).

2. La forja de una escritora

Santa Teresa fue una lectora infatigable.

En su adolescencia comenzará leyendo libros de caballerías:

“Era mi madre aficionada a libros de caballerías. Y no tan mal tomaba este

pasatiempo como yo le tomé para mí, porque no perdía su labor, sino desenvolvíamonos

para leer en ellos. Yo comencé a quedarme en costumbre de leerlos; y parecíame no era

malo, con gastar muchas horas del día y de la noche en tan vano ejercicio, aunque

escondida de mi padre. Era tan en extremo lo que en esto me embebía, que, si no tenía

libro nuevo, no me parecía tenía contento” (V 2, 1).

Más tarde, ya monja, se embeberá en la lectura de libros espirituales, como las

Epístolas de San Jerónimo, Osuna, el Kempis, los Cartujanos…:

“Cuando iba, me dio aquel tío mío que tengo dicho, que estaba en el camino, un

libro. Llámase Tercer Abecedario, que trata de enseñar oración de recogimiento. Y,

puesto que este primer año había leído buenos libros, que no quise más usar de otros,

porque ya entendía el daño que me habían hecho, no sabía cómo proceder en oración, ni

cómo recogerme; y así holguéme mucho de él y determinéme a seguir aquel camino con

todas mis fuerzas” (V 4, 7).

Con la publicación del Índice de libros prohibidos en 1559, Santa Teresa verá

cortado, con dolor, el acceso a muchas de estas fuentes espirituales:

“Cuando se quitaron muchos libros de romance, que no se leyesen, yo sentí

mucho, porque algunos me daban recreación leerlos y yo no podía ya, por dejar los

[escritos] en latín” (V 26, 6).

Sin embargo, esto no supondrá una tragedia irreparable. Teresa nunca leía al

modo de los eruditos o letrados de su época, ni pretendía tampoco conservar en la

memoria el desarrollo doctrinal de una obra o la evolución espiritual de un autor. Su

lectura era siempre selectiva, guiada por preocupaciones e intereses personales,

reteniendo sólo aquello que consideraba relevante para su camino espiritual.

Pero además, y esto es más importante, es precisamente el hecho de no poder

leer muchos de los libros que hasta entonces la habían animado espiritualmente, lo que

la lanza, de la mano del Señor, a un conocimiento nuevo, más profundo:

“Me dijo el Señor: No tengas pena, que yo te daré libro vivo. Yo no podía

entender por qué se me había dicho esto […]; después […], lo entendí muy bien […], y

ha tenido tanto amor el Señor conmigo para enseñarme de muchas maneras, que muy

poca o casi ninguna necesidad he tenido de libros. Su Majestad ha sido el libro

verdadero adonde he visto las verdades ¡Bendito sea tal libro, que deja imprimido lo que

se ha de leer y hacer de manera que no se puede olvidar! ¿Quién ve al Señor cubierto de

llagas y afligido con persecuciones, que no las abrace y las ame y las desee? ¿Quién ve

algo de la gloria que da a los que le sirven, que no conozca es todo nonada cuanto se

puede hacer y padecer, pues tal premio esperamos? ¿Quién ve los tormentos que pasan

los condenados, que no se le hagan deleites los tormentos de acá en su comparación, y

conozcan lo mucho que deben al Señor en haberlos liberado tantas veces de aquel

lugar?” (V 27, 6).

La experiencia, el contacto con la Verdad que es Cristo, lanzará a Teresa, más

que la simple obediencia a los mandatos de sus confesores, a la aventura de convertirse

en escritora. Ella nos propondrá su historia personal como un camino de experiencia

para otros, el modo como ella se ha conducido –o mejor, ha sido conducida– a fin de

que otros puedan tener una guía en su propia aventura interior; esto es, con la expresa

intención de

“engolosinar las almas de un bien tan alto” (V 18, 8),

con un propósito didáctico, mistagógico, de llevar al lector hasta donde ella

misma ha llegado.

3. Escuchar a Teresa, saber de Dios

Teresa es, pues, maestra, y su pedagogía consistirá en hacerse transparente, para

que la palabra que ha escuchado y la experiencia que ha realizado lleguen a todos sus

lectores y, así, puedan participar en ella. Así, como madre que enseña a sus hijos, se

dirigía a las primeras carmelitas y se dirige también hoy, a nosotros:

“Pues lo que quiero ahora aconsejaros, y, aun puedo decir, enseñaros (porque,

como madre, con el oficio de priora que tengo, es lícito)…” (CV 24, 2).

Su escritura evoca los coloquios tenidos con sus hijas. Leer a Teresa es conocer

a Teresa:

“Muchas veces os lo digo y ahora lo escribo aquí” (CE 19, 1).

Sus escritos están marcados por un tono coloquial y conversacional, al punto de

quienes la conocieron, confiesan que, leyéndola, les parece estar oyéndola hablar. Así,

dirá Fray Luis de León:

“Porque ninguna vez me acuerdo leer en estos libros, que no me parezca oigo

hablar a Vuestras Reverencias; ni, al revés, nunca las oí hablar, que no se me figurase

que leía en la Madre”.

Así, leerla es escucharla, por cuanto, aunque nadie puede escribir como habla, en

lo que nos cuenta hay una gran influencia del lenguaje hablado, y ello nos pone frente a

Santa Teresa que, como Madre de espirituales y Maestra, nos cuenta la aventura de la

misericordia de Dios sobre ella derramada:

“Sea bendito por siempre, que tanto me esperó. A quien con todo mi corazón

suplico me dé gracia, para que con toda claridad y verdad yo haga esta relación que mis

confesores me mandan; y aun el Señor sé yo lo quiere muchos días ha, sino que yo no

me he atrevido” (V prólogo, 2).

En sus libros, Santa Teresa abre su vida y experiencia, humilde y sincera, a los

ojos del lector. No quiere presentarse como quien ha vivido extraordinarios fenómenos

al alcance de pocos, sino como quien ha experimentado la misericordia de Dios a pesar

de sus pecados:

“Quisiera yo que, como me han mandado y dado larga licencia para que escriba

el modo de oración y las mercedes que el Señor me ha hecho, me la dieran para que

muy por menudo y con claridad dijera mis grandes pecados y ruin vida. Diérame gran

consuelo. Mas no han querido, antes atádome mucho en este caso” (V Pról. 1).

Leer sus libros nos dispone para un nuevo encuentro con Santa Teresa,

conscientes de que sus obras son mediadoras de presencia, tienen la eficacia de

propiciar el encuentro personal, no sólo con ella, sino también con su interlocutor

divino, pues Teresa siempre que habla de Dios lo hace delante de él, de forma que él

aparezca ante los ojos y en la vida del lector.

“Teresa toma la palabra para hablar de Dios hablando de sí misma” (Cristina

Kaufmann):

“Que muchas cosas de las que aquí escribo no son de mi cabeza, sino que me las

decía este mi Maestro celestial” (V 39, 8).

“Es excelente doctrina ésta y no mía, sino enseñada de Dios. Y así querría que

personas ignorantes como yo la supiesen (V 19, 14).

“El Señor hoy, acabando de comulgar […] me puso estas comparaciones y

enseñó la manera de decirlo, y lo que ha de hacer aquí el alma; que, cierto, yo me

espanté y entendí en un punto” (V 16, 2).

Podemos realizar una lectura, por tanto, tan receptiva y vibrante como la que

solía hacer ya su primer editor, Fray Luis de León:

“Y así, siempre que los leo, me admiro de nuevo, y en muchas partes de ellos me

parece que no es ingenio de hombre el que oigo; y no dudo sino que hablaba el Espíritu

Santo en ella en muchos lugares, y que le regía la pluma y la mano, que así lo

manifiesta la luz que pone en las cosas oscuras y el fuego que enciende con sus palabras

en el corazón que las lee” (Fray Luis de León).

4. La tensión del lenguaje místico

Mas, ¿quién podrá escribir con tinta sobre papel la profundidad de la experiencia

de comunión con Dios vivida por Teresa? Ella misma reconoce la dificultad del

empeño:

“Porque una merced es dar el Señor la merced, y otra es entender qué merced es

y qué gracia, otra es saber decirla y dar a entender cómo es” (V 17, 5).

“¡Oh Jesús!, Quién pudiera dar a entender bien a vuestra merced esto” (V 20,

22).

“¡Qué valiera aquí ser filósofo para saber las propiedades de las cosas y saberme

declarar!, que me voy regalando en ello, y no sé decir lo que entiendo, y por ventura no

lo sé entender” (CE, 31,1).

“Mas ¡qué de cosas se ofrecen en comenzando a tratar de este camino! ¡Ojalá

pudiera yo escribir con muchas manos para que unas por otras no se olvidaran!” (CE

34,4).

“Habré de aprovecharme de alguna comparación, aunque yo las quisiera excusar

por ser mujer y escribir simplemente lo que me mandan. Mas este lenguaje de espíritu

es tan malo de declarar a los que no saben letras, como yo, que habré de buscar algún

modo, y podrá ser las menos veces acierte a que venga bien la comparación. Servirá de

dar recreación a vuestra merced de ver tanta torpeza” (V 11,6).

“Quiérome declarar más, porque estas cosas de oración todas son dificultosas y,

si no se halla maestro, muy malas de entender; y esto hace que, aunque quisiera abreviar

y bastaba para el entendimiento bueno de quien me mandó escribir estas cosas de

oración sólo tocarlas, mi torpeza no da lugar a decir y dar a entender en pocas palabras

cosa que tanto importa declararla bien; que como yo pasé tanto, he lástima a los que

comienzan con solos libros, que es cosa extraña cuán diferentemente se entiende de lo

que después de experimentado se ve” (V 13,12).

Consciente de la dificultad de su empeño, se dirige a los censores de sus libros

para que, si no les parece adecuado lo escrito, lo rompan:

“Yo digo lo que ha pasado por mí, como me lo mandan. Y si no fuere bien,

romperálo a quien lo envío, que sabrá mejor entender lo que va mal que yo” (V 10, 7).

“Pido yo a vuestra merced, por amor de Dios, que si le pareciere romper lo

demás que aquí va escrito, lo que toca a este monasterio vuestra merced lo guarde; y,

muerta yo, lo dé a las hermanas que aquí estuvieren, que animará mucho para servir a

Dios las que vinieren y a procurar no caiga lo comenzado” (V 36, 29).

“Y si fuere mal acertado, el padre presentado, que lo ha de ver primero, lo

remediará o lo quemará, y yo no habré perdido nada en obedecer a estas siervas de Dios,

y verán lo que tengo de mí cuando su Majestad no me ayuda” (CV Pról. 1).

Y, en ocasiones, tiene la impresión de que mejor sería no decir nada:

“¡Oh hermanas!, ¿Cómo os podría yo decir la riqueza y tesoros y deleites que

hay en las quintas moradas? Creo fuera mejor no decir nada de las que faltan, pues no se

ha de saber decir, ni el entendimiento lo sabe entender, ni las comparaciones pueden

servir para declararlo” (5M 1, 1).

Dos tensiones, sin embargo, le ayudarán a superar el desaliento que, en

ocasiones, provoca la inefabilidad de la experiencia mística. De una parte, el amor a sus

hermanas y tantos que tienen sed de una palabra de Verdad:

“Díjome quien me mandó escribir que como estas monjas de estos monasterios

de nuestra Señora del Carmen tienen necesidad de quien algunas dudas de oración las

declare, y que le parecía que mejor se entienden el lenguaje unas mujeres de otras, y con

el amor que me tienen les haría más al caso lo que yo les dijese, tiene entendido por esta

causa será de alguna importancia, si se acierta a decir alguna cosa; y por esto iré

hablando con ellas en lo que escribiré, y porque parece desatino pensar que puede hacer

al caso a otras personas” (M Pról., 4).

“Sé que no falta el amor y deseo en mí para ayudar en lo que yo pudiere para

que las almas de mis hermanas vayan muy adelante en el servicio del Señor; y este

amor, junto con los años y experiencia que tengo de algunos monasterios, podrá ser

aproveche para atinar en cosas menudas más que los letrados que, por tener otras

ocupaciones más importantes y ser varones fuertes, no hacen tanto caso de cosas que en

sí no parecen nada, y a cosa tan flaca como somos las mujeres todo nos puede dañar

[…] No diré cosa que en mí, o por verla en otras, no la tenga por experiencia” (CV

Pról., 3).

“Pocos días ha me mandaron escribiese cierta relación de mi vida, adonde

también traté algunas cosas de oración; podrá ser no quiera mi confesor la veáis, y por

esto pondré aquí alguna cosa de lo que allí va dicho y otras que también me parecerán

necesarias” (CV Pról., 4).

“Como está dado a entender esto de contemplación muy largamente (lo mejor

que yo lo supe declarar) en la relación que tengo dicho escribí, para que viesen mis

confesores de mi vida, que me lo mandaron, no lo digo aquí ni hago más de tocar en

ello. Las que hubiereis sido tan dichosas que el Señor os llegue a estado de

contemplación, si le pudieseis haber, puntos tiene y avisos que el Señor quiso acertase a

decir, que os consolarían mucho y aprovecharían, a mi parecer y al de algunos que le

han visto, que le tienen para hacer caso de él; que vergüenza es deciros yo que hagáis

caso del mío, y el Señor sabe la confusión con que escribo mucho de lo que escribo.

¡Bendito sea, que así me sufre! Las que, como digo, tuvieren oración sobrenatural,

procúrenle después de yo muerta” (CV 25, 4).

De otra, la irrefrenable fuerza de la experiencia mística de encuentro con Dios en

su vida que la empuja, como a los discípulos de Emaús camino de Jerusalén, a desear

gritar al Señor vivo y resucitado, con el que se ha encontrado:

“¡Oh, quién diese voces por él para decir cuán fiel sois a vuestros amigos!” (V

25, 17).

“¡Qué señorío tiene un alma que el Señor llega aquí! […]. Querría dar voces

para dar a entender qué engañados están. Y aun así lo hace algunas veces, y lluévenle en

la cabeza mil persecuciones; tiénenla por poco humilde y que quiere enseñar a de quien

había de aprender, en especial si es mujer” (V 20, 25).

O cómo la Samaritana, que deja la compañía del mismo Señor para compartir

con sus paisanos un bien tan alto:

“Acuérdome ahora lo que muchas veces he pensado de aquella santa Samaritana,

qué herida debía de estar de esta hierba, y cuán bien había comprendido en su corazón

las palabras del Señor, pues deja al mismo Señor por que ganen y se aprovechen los de

su pueblo, que da bien a entender estoque voy diciendo; y en pago de esta gran caridad,

mereció ser creída y ver el gran bien que hizo nuestro Señor en aquel pueblo […].

Iba esta Santa mujer con aquella borrachez divina dando gritos por las calles. Lo

que me espanta a mí es ver cómo la creyeron, una mujer; y no debía ser de mucha

suerte, pues iba por agua. De mucha humildad sí, pues cuando el Señor le dice sus

faltas, no se agravió (como lo hace ahora el mundo, que son malas de sufrir las

verdades), sino díjole que debía ser profeta. En fin, le dieron crédito, y por sólo su dicho

salió gran gente de la ciudad al Señor” (MC 7, 6)

Se esforzará pues, impelida por la fuerza de la Belleza vivida y contemplada,

para darse a entender, usando todo tipo de recursos, como las comparaciones:

“Para darlo mejor a entender, me quiero aprovechar de una comparación que es

buena para este fin” (5M 2, 1).

“Quiero poner una comparación, si acertare, para dároslo a entender” (6M 10,

2).

“Deseando estoy acertar a poner una comparación para si pudiese dar a entender

algo de esto que voy diciendo, y creo no ha hay que cuadre, mas digamos ésta” (6M 4,

8).

Y pedirá para ello la ayuda del buen Dios, pues si él ha dado la gracia, él debe

ayudarla a comunicarla:

“Plega a su Majestad me dé gracia para que yo dé esto a entender bien” (V 15,

2).

“¡Oh Dios mío, quién tuviera entendimiento y letras y nuevas palabras para

encarecer vuestras obras como lo entiende mi alma! (V 25, 17).

“Para comenzar a hablar de las cuartas moradas, bien he menester lo que he

hecho, que es encomendarme al Espíritu Santo y suplicarle que de aquí adelante, hable

por mí (4M 1, 1).

“Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí, porque yo no atinaba a

cosa que decir ni cómo comenzar a cumplir esta obediencia, se me ofreció lo que ahora

diré para comenzar con algún fundamento…” (5M 1, 1).

5. La satisfacción de haber comunicado

“…heme atrevido a concertar esta mi desbaratada vida” (V 40, 24),

Nos dice Santa Teresa casi al final del Libro de la Vida. Pero a la incertidumbre

de la posible in-comunicación, se sobrepondrá la seguridad y la satisfacción por haberse

dado a entender:

“…quizá lo entenderéis mejor por mi grosero estilo que por otros elegantes” (CE

26,6).

“Y advertid mucho a esta comparación que me puso el Señor estando en esta

oración, y cuádrame mucho” (CE 53, 5).

Satisfacción especialmente notoria al finalizar el Castillo Interior o Libro de las

Moradas, que califica de joya más perfecta que Vida en carta de 7 de diciembre de 1577

al P. Gaspar de Salazar, usando un delicioso lenguaje críptico:

“A lo que se puede entender, le hace muchas ventajas; porque no trata de cosa, si

no de lo que es él, y con más delicados esmaltes y labores; porque dice que no sabía

tanto el platero que la hizo entonces y es el oro de más subidos quilates, aunque no tan

al descubierto van las piedras como acullá. Hízose por mandado del vidriero, y parécese

bien, a lo que dicen”.

Belleza que reside, como expresa en el mismo libro, no tanto en su riqueza

literaria, sino en su capacidad de involucrar en la experiencia teresiana a sus lectores,

particularmente a sus hijas Carmelitas descalzas.

“Me parece os será consuelo deleitaros en este castillo interior, pues sin licencia

de las superioras podéis entraros y pasearos por él a cualquier hora […]. Después de

acabado me ha dado mucho contento, y doy por bien empleado el trabajo y, aunque

confieso que ha sido harto poco” (7M, Conclusión, 1)

Y el mismo Señor la confirmará en la seguridad de haber comunicado su tesoro,

de haber cumplido su misión y haber sido instrumento por la que la Acción y la Palabra

divina llegarán a otros:

“Suplicando yo a su Majestad fuese así, y que de nuevo comenzase a servirle,

me dijo: Buena comparación has hecho, mira no se te olvide para procurar mejorarte

siempre” (V 39, 23).

“Querría saber declarar la diferencia […]. Declárelo el Señor –como ha hecho lo

demás- que, cierto si su Majestad no me hubiera dado a entender por qué modos y

maneras se puede algo decir, yo no supiera” (V 20, 21).

Fruto de su destreza literaria y de su inspiración mística nos entrega, así, como

tesoros y reliquias del mayor valor, sus obras escritas: El Libro de la Vida, alma

teresiana; Fundaciones, reflejo de su actividad y escrito en medio de ella; Camino de

perfección, evangelio de Santa Teresa; Castillo Interior o Las Moradas, su joya más

preciada; Cuentas de Conciencia, primer relato de sus experiencias espirituales;

Meditaciones sobre los Cantares o Conceptos de amor de Dios, su acercamiento al

comentario bíblico; las Exclamaciones del alma a Dios, diálogo de Santa Teresa con el

Señor; las Constituciones, expresión legal de su carisma; sus Poesías, mística teresiana

hecha canto, verso; y, finalmente, su Epistolario, palabra espontánea de la Santa,

introducción a su inteligencia, fuente de confidencias de la historia de la Madre Teresa y

balcón desde el que asomarse a los pliegues de su alma.

A nuestra vista están, como joyas preciosas, como tesoros ocultos que estamos

llamados a descubrir para llegar a saber así, quiénes somos, cuál es nuestro origen y a

dónde estamos llamados:

“Estando hoy suplicando a nuestro Señor hablase por mí, porque yo no atinaba a

cosa que decir ni cómo comenzar a cumplir esta obediencia, se me ofreció lo que ahora

diré, para comenzar con algún fundamento: que es considerar nuestra alma como un

castillo todo de un diamante o muy claro cristal, adonde hay muchos aposentos, así

como en el cielo hay muchas moradas. Que si bien lo consideramos, hermanas, no es

otra cosa el alma del justo sino un paraíso adonde dice El tiene sus deleites. Pues ¿qué

tal os parece que será el aposento adonde un Rey tan poderoso, tan sabio, tan limpio, tan

lleno de todos los bienes se deleita? No hallo yo cosa con que comparar la gran

hermosura de un alma y la gran capacidad; y verdaderamente apenas deben llegar

nuestros entendimientos, por agudos que fuesen, a comprenderla, así como no pueden

llegar a considerar a Dios, pues El mismo dice que nos crió a su imagen y semejanza.

Pues si esto es, como lo es, no hay para qué nos cansar en querer comprender la

hermosura de este castillo; porque puesto que hay la diferencia de él a Dios que del

Criador a la criatura, pues es criatura, basta decir Su Majestad que es hecha a su imagen

para que apenas podamos entender la gran dignidad y hermosura del ánima.

No es pequeña lástima y confusión que, por nuestra culpa, no entendamos a

nosotros mismos ni sepamos quién somos. ¿No sería gran ignorancia, hijas mías, que

preguntasen a uno quién es, y no se conociese ni supiese quién fue su padre ni su madre

ni de qué tierra? Pues si esto sería gran bestialidad, sin comparación es mayor la que

hay en nosotras cuando no procuramos saber qué cosa somos, sino que nos detenemos

en estos cuerpos, y así a bulto, porque lo hemos oído y porque nos lo dice la fe, sabemos

que tenemos almas. Mas, qué bienes puede haber en esta alma o quién está dentro en

esta alma o el gran valor de ella, pocas veces lo consideramos; y así se tiene en tan poco

procurar con todo cuidado conservar su hermosura: todo se nos va en la grosería del

engaste o cerca de este castillo, que son estos cuerpos.

Pues consideremos que este castillo tiene como he dicho muchas moradas, unas

en lo alto, otras embajo, otras a los lados; y en el centro y mitad de todas éstas tiene la

más principal, que es adonde pasan las cosas de mucho secreto entre Dios y el alma.

Es menester que vayáis advertidas a esta comparación. Quizá será Dios servido

pueda por ella daros algo a entender de las mercedes que es Dios servido hacer a las

almas y las diferencias que hay en ellas, hasta donde yo hubiere entendido que es

posible; que todas será imposible entenderlas nadie, según son muchas, cuánto más

quien es tan ruin como yo; porque os será gran consuelo, cuando el Señor os las hiciere,

saber que es posible; y a quien no, para alabar su gran bondad; que así como no nos

hace daño considerar las cosas que hay en el cielo y lo que gozan los bienaventurados,

antes nos alegramos y procuramos alcanzar lo que ellos gozan, tampoco nos hará ver

que es posible en este destierro comunicarse un tan gran Dios con unos gusanos tan

llenos de mal olor; y amar una bondad tan buena y una misericordia tan sin tasa. Tengo

por cierto que a quien hiciere daño entender que es posible hacer Dios esta merced en

este destierro, que estará muy falta de humildad y del amor del prójimo; porque si esto

no es, ¿cómo nos podemos dejar de holgar de que haga Dios estas mercedes a un

hermano nuestro, pues no impide para hacérnoslas a nosotras, y de que Su Majestad dé

a entender sus grandezas, sea en quien fuere? Que algunas veces será sólo por

mostrarlas, como dijo del ciego que dio vista, cuando le preguntaron los apóstoles si era

por sus pecados o de sus padres. Y así acaece no las hacer por ser más santos a quien las

hace que a los que no, sino porque se conozca su grandeza, como vemos en San Pablo y

la Magdalena, y para que nosotros le alabemos en sus criaturas.

Podráse decir que parecen cosas imposibles y que es bien no escandalizar los

flacos. Menos se pierde en que ellos no lo crean, que no en que se dejen de aprovechar a

los que Dios las hace; y se regalarán y despertarán a más amar a quien hace tantas

misericordias, siendo tan grande su poder y majestad; cuánto más que sé que hablo con

quien no habrá este peligro, porque saben y creen que hace Dios aun muy mayores

muestras de amor. Yo sé que quien esto no creyere no lo verá por experiencia, porque es

muy amigo de que no pongan tasa a sus obras, y así, hermanas, jamás os acaezca a las

que el Señor no llevare por este camino.

Pues tornando a nuestro hermoso y deleitoso castillo, hemos de ver cómo

podremos entrar en él.

Parece que digo algún disparate; porque si este castillo es el ánima claro está que

no hay para qué entrar, pues se es él mismo; como parecería desatino decir a uno que

entrase en una pieza estando ya dentro. Mas habéis de entender que va mucho de estar a

estar; que hay muchas almas que se están en la ronda del castillo que es adonde están

los que le guardan, y que no se les da nada de entrar dentro ni saben qué hay en aquel

tan precioso lugar ni quién está dentro ni aun qué piezas tiene. Ya habréis oído en

algunos libros de oración aconsejar al alma que entre dentro de sí; pues esto mismo es.

Decíame poco ha un gran letrado que son las almas que no tienen oración como

un cuerpo con perlesía o tullido, que aunque tiene pies y manos no los puede mandar;

que así son, que hay almas tan enfermas y mostradas a estarse en cosas exteriores, que

no hay remedio ni parece que pueden entrar dentro de sí; porque ya la costumbre la

tiene tal de haber siempre tratado con las sabandijas y bestias que están en el cerco del

castillo, que ya casi está hecha como ellas, y con ser de natural tan rica y poder tener su

conversación no menos que con Dios, no hay remedio. Y si estas almas no procuran

entender y remediar su gran miseria, quedarse han hechas estatuas de sal por no volver

la cabeza hacia sí, así como lo quedó la mujer de Lot por volverla.

Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la

oración y consideración, no digo más mental que vocal, que como sea oración ha de ser

con consideración; porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es

quien pide y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los labios; porque

aunque algunas veces sí será, aunque no lleve este cuidado, mas es habiéndole llevado

otras. Mas quien tuviese de costumbre hablar con la majestad de Dios como hablaría

con su esclavo, que ni mira si dice mal, sino lo que se le viene a la boca y tiene

deprendido por hacerlo otras veces, no la tengo por oración, ni plega a Dios que ningún

cristiano la tenga de esta suerte; que entre vosotras, hermanas, espero en Su Majestad no

lo habrá, por la costumbre que hay de tratar de cosas interiores, que es harto bueno para

no caer en semejante bestialidad.

Pues no hablemos con estas almas tullidas, que si no viene el mismo Señor a

mandarlas se levanten como al que había treinta años que estaba en la piscina, tienen

harta malaventura y gran peligro, sino con otras almas que, en fin, entran en el castillo;

porque aunque están muy metidas en el mundo, tienen buenos deseos, y alguna vez,

aunque de tarde en tarde, se encomiendan a nuestro Señor y consideran quién son,

aunque no muy despacio; alguna vez en un mes rezan llenos de mil negocios, el

pensamiento casi lo ordinario en esto, porque están tan asidos a ellos, que como adonde

está su tesoro se va allá el corazón, ponen por sí algunas veces de desocuparse, y es gran

cosa el propio conocimiento y ver que no van bien para atinar a la puerta. En fin, entran

en las primeras piezas de las bajas; mas entran con ellos tantas sabandijas, que ni le

dejan ver la hermosura del castillo, ni sosegar; harto hacen en haber entrado.

Pareceros ha, hijas, que es esto impertinente, pues por la bondad del Señor no

sois de éstas. Habéis de tener paciencia, porque no sabré dar a entender, como yo tengo

entendido, algunas cosas interiores de oración si no es así, y aun plega al Señor que

atine a decir algo, porque es bien dificultoso lo que querría daros a entender, si no hay

experiencia; si la hay, veréis que no se puede hacer menos de tocar en lo que plega al

Señor no nos toque por su misericordia” (1M 1).

“Ed è di questi segreti che ci parla la dottrina di Teresa; sono i segreti

dell’orazione. La sua dottrina è qui. Ella ha avuto il privilegio e il merito di conoscerli

questi segreti per via di esperienza, vissuta nella santità d’una vita consacrata alla

contemplazione e simultaneamente impegnata nell’azione, e di esperienza insieme

patita e goduta nell’effusione di straordinari carismi spirituali. Teresa ha avuto l’arte

di esporli questi medesimi segreti, tanto da classificarsi fra i sommi maestri della vita

spirituale. Non indarno la statua, che colloca, come Fondatrice, la figura di Teresa in

questa Basilica, reca l’iscrizione che ben definisce la Santa: Mater Spiritualium”

(Pablo VI).