la leyenda de los duendes

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  • 8/13/2019 La Leyenda de Los Duendes

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    ALBERTO URIBE HOLGUIN

    --

    L l i LEYEN~1I

    ~E LOS /r:)UEN[)E5

    EN PEREGRI NACION

    AL LAZARETO

    EDITORIAL MARCONI

    BOGOTA - '925

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    ALBERTO URIBE HOLGUIN

    La Leyenda dt los Duendes

    ---- ----

    En peregrinacin al Lazareto

    f.DITORIAl MARCONI

    F. DE P MARCHE81EllO & CO.

    BOGOT~ - ,o.a

    BANCO DE: L~ -":) ,_.llJUorf

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    INTRODUCCION

    .Ce que l'impui ance ne comprend pa.; ell~'apel/e chimre.,

    A. W. DE SCHLEGEL

    En una larga noche fra y tril;te, en que la luz plida de la juna sala de entre nubes grisosas y arrojaba :obre el mundosu suave manto nocturno, estaba yo sentado en el gabinete demi antigua casa contemplando la calle desierta y presencian-do solitario el correr del tiempo. No me asaltaban hondas pre-ocupaciones. pero me dominaba una tristeza persistente. De:Jronto fui perdiendo la conciencia de m, ad\.,imecido por elviento suave del esto. Poco h, pensaba, en el aburrimientode esta metrpoli apartada y muerta, yen la falta de razn deuna existencia predestinada para algo distinto de la sucesinde las horas, y ese algo, como descontento de m mismo, mehaca desear cosas extraordinarias que me cr:sparan los ner-vios. sacndome del orden montono, acomp.sado y por de-ms tedioso de mi sistema de vivir. Empero, como no es bue-

    no tentar al diablo, porque este seor es tedo poderoso, fui enmi sueo viendo cosas raras, terribles, nunca antes soadas,que, aunque verosmiles, parecian fantsticas, y que llenaronde pavor mi imaginacin y llenarn de seguro la del lector.Es cierto que yo era nio, y que, cuando me oprima el co-razn o lo tena oprimido por causas extraas a mi voluntad,sufra de pesadillas insoportables, con visiones de infierno.

    Sent tocar ligeramente en \a ventana, y que IJna mano blan-

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    4 INTRODUCCION

    ea, que trat de conocer, m~ haca seas, y que una voz, talvez inolvidable, me despertaba del letargo profundo .. Es ex'trao. Haba cerca de m un hombre espantado, erguido, la mi-

    rada fija en el cielo, como implorando, los pies hincados en la,tierra, como sostenindose, y temblaba de terror y se fro-taba .las manos de desesperaei6n. Estaba en un transporteck sorpresa y de dolor. Yo padec al verlo-... y a la claridad dela luna y de la reflexin, reconoc que era yo mismo ...

    Lo que acababa de presenciar en mi interior, voy a narrar-Ia fielmente, con sencillez y sentimiento, porque todava mi CC)-razn palpita.

    He hollado el umbral del reino de las sombras y me he puesto en contacto con la regi6n de los espritus. Lo que hevisto aU se ha marcado en mi mente de manera profunda yhe tratado por tanto de describirlo con caracteres indelebles y(arma este triste poema, que despojado de sus naturales ador-nos, constituye, por su simplicidad, una lnea griega del arteinmortal.

    Mel

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    lNTRODLCCIO:-l 5

    del alma provocadas por el mal fsico por excelencia; preocu- paciones mentales nacidas de la inclinacin a la lilosofa yagra-vadas por el contacto con el misterio que nos hace entrever

    mundos supernaturales. Tendencias conmovedoras por la mi-seria, amor desenfrenado por lo intenso, deseos insaciables yardientes en una vida social que no responde a la actividad denuestra mente. La duda y la incertidumbre embargadoras dela inteligencia privada de luz por dnde guiarse, ocultas enlo ms interior del sr como ilegtimamente adquiridas. Des precio obsecionante por lo que nos asfixia con sus moldes vulgare~ y sus ritualidades obligatori\s de un ambiente mezquino.T ado esto contribuye a este conjunto, donde se acepta confranqueza y con fuego el papel que nos depara la irona, pre-senciando con resignacin los maJes, y contemplando con pie.dad la desolacin sin lmites, y cen el valor que requiere la vi-da sin esperanzas, buscando ei arte autntico al travs del do-Jar y en medio de las ruinas y del misterio, y arrojndose enla desesperacin en los brazos siempre abiertos de la madre

    naturaleza.La vida es una continua queja, una constante separacin,un eterno adis. Oh desgraciada naturaleza humana! Es ne-.cesario que lleves en tu seno un mundo de dolOles! La histo-ri" de Julio Moledo es una culminacin del sufrimiento. A ve-ces el conzn intrpido quiere darse cuenta del misterio y deidolor, creyndose capaz de exper:mentar lo inexperimentabley de llegar a lo inaccesible, yen las conmociones dE' la sensa-cin y de la inteligencia queda convertido en verdadera miseriay ruin apocamiento. La leyenda de El Ocaso es una muestraverosmil, aunque sorprendente. La honda agitacin interior suscita una especie de sonambulismo, que fuerza a vagar sin rom- bo, a sufrir tan agudamente. que hace sentir el vrtigo del abis-mo. El contacto con lo incomprensible obliga a inclinar la fren-te al peso de la fuerza divina. para poder, ayudados por ella,levantu noblemente la mirada, m

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    6 lNTRODUCCION

    hacia el cielo y hacia el porvenir. El amor a la naturaleza ~5Una propensin hacia la,religin. Los primeros cristianos, de-sertando de los lugares sagrados, rehaiando los dolos, esco-gieronpor templo la bve

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    CAPITULO I

    UNA VISIT"" l:\iESPERADA

    Las buenas gentes de mi lugar conocen la historia doloridade .Julio lv101edo, cuya cruel enfermedad y aterradora muerte,fueron la causa y la oportunidad de que yo f;stuviera de pasoen esa casa de campo, apartada y desiert

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    inquebrantable de aislarse en el lazareto, ya que en la ciudadle faltaban el aire y el sol, no poda trabajar, y expona alolsuyos al contagio ..

    Quise que se sentara, mas rehus. Tambin haba rehusado darme la mano. Me dijo d6nde habitaba y protest que nocorrera peligro alguno vilitndolo.

    Pocas horas despus me tuvo en su casa, e hice por l, como lugo por los suyos, cuanto pude para endulzarle sus enor ..mes amarguras.

    CAPITULO II

    LA LEYENDA DEI. DOCTORFERNAND ASUNCiNRODRGUEZ

    Las tradiciones del pas estn de~apareciendo y las leyendas locales se hacen cada vez ms escasas. Es quiz una obra piadosa preservarias del olvido por medio de esos secretos queno conoce sino la fantasa.

    Por otra parle, vivimos una vida de positivismo extremo. Sinos toca hacer parte de un cortejo fnebre, lo hacemos por undeber ineludible, pero renuente s al sentimentalismo vamos con-'versando con el ve.cino de los quehaceres del mundo, sin pre-ocupamos de Jas penas y de los inforlunios del que conduci-mos. Porque el Plisado no despierta inters, y ni siquiera el presente, si no est ligado al orden fastidioso de nuestras am- biciones.

    Adems, hemos salido definitivamente del perodo lrgico.Si vislumbramos una desgracia, la reducimos a las proporeio-nes prosaicas del desenlace de un negocio. Nuestra filosofaes un naturalismo estrecho e infecundo, y nos sentimos satisfe-chos de no explicarnos nada. Lo que llena nuestras ocupacio-nes es una infinidad variadsima de mezquinos disgustos y degoces diminutos, y abrumados y distrados como vamos con

    qu parte de nuestro esprit\.l y

    de nuestra experiencia podremos

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    LA J..F:YEl\iDA DE LOS [)UEN[)ES 9

    'comprender las ansiedades supremas del cora2n y las inquietu-des profundas de la inteligencia?

    Don Fernando Asuncin Rodrguez fue un hombre que cau-S, por su carcter, una impresin tremenda a la redonda,que puede decirse que hizo poca. Segn probabilidades, eraun seor sencillo y honorable, ms bien sumer~ido en una opu-lenta prosa que en un medio pctico. La tradicin, no obstante,lo ha rodeado de un manto novelesco. Le ha atribudo 5ensaciones fuertes y rilras, un meditar recndito y continuo, y unaerudicin superior, por lo menos, a su medio y a la sociedad enla cual vivi. Fue claramente caprichoso y de un carcter atra- biliario, pero fcilmente conmc vible a la vista de una lgrimaajena. Algunos lo imaginan un hombre alto, de anchas espaldasy bigotes de gran visir, mirada altiva y ojo penetrante, acos~lumbrada tanto al mando como a las conquistas de las damas.Sin embargo, historiadores ms modernos, de esos que no de- jan ningn detalle sin eXilminar, han descubierto que su cuer- po era htlesoso, y bastante jorobado, pequeno, muy desprovis-

    to de carnes, aunque no de lascivia, de un ojo claro, tan fijocomo impenetrable, de ms similitud con el 6uho que con ellen de la montaa.

    Su renombre de ogro no ha sido puesto en duda, ni su tem- peramento tacitul1lo y sus hbitos de alejamiento. Su cicnci"es cosa iscutida. Cuntase, a despecho de esto, que su famade sabio obligaba a los pobres habitantes del campo a consul-tarl~ en sus grandes dolencias fsicas, y que venan a l sola-mente cllando el cura del lugar vecino les permita hacerla,a causa de la gravedad o persistencia de Iii enfermedad, y quesi no les hada maleficio, como ocurri en algunos casos, sa-lan curados a la sola presencia del doctor Rcdrguez.

    Era severo y carecia absolutamente de disposicin para elsentimentalismo, lo que le dio, naturalmente. en un pas como

    el nustro. reputacin de crue'. Uno de los rasgos que lo

    distinguieron fue el mal humor ms continuo que se haya ea'

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    J O A L B E R T O U R I B E H O L G U I N

    nacido, 'Lun completo despreci.o por todol 1010 hombres- de lUtiempo. En el fondo, me inclino a-creer en su buen corazn, pero no era comprendido por haber vivido muchos aos aUien-

    te de la patria, y tampoco omprenda-a nadie, pues Co.n sUesposa misma vivi en p.eridicosdesaclferdo .; Cu,staba tener reputacin de magn(fico, y, aunque no po- -,sea creel!cias religiosas, obsequiaba elplndidos -regalos a laparroquia y al seor cura. Ocasin hubo de mandarle a ste-U P macho soberbio, con la condicin de que no lo visitara _nunca,ni le diera las gracias; Cosas anlogas haca con el al-

    calde y con el notario de la jurisdiccic)D, y pagaba con liberali- _dad anticipadamente los dieZmos y contribuciones, no por de---ber, ni por devocin, sino por deseo de no ser molestado.

    Ofrec" sun:uola hospitalidad a lo~ pocos amigos que solan.veuil' -a verlo. Entre ellos se contaba un viejo cannigo, quetuvo en el pas fama de liberal y de ser muy docto en dere-eho-y teologa dogmtica, quien iba en determinadas fechas

    -acompai\ar don Fernando Asuncin.

    -- Dicen que este canni80 contra jo el mal de la lepra, y.'muerto don Fernando, residi solo en El OC

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    do en el rincn ms apartado y oscuro de la casa, oculto a losojos y a la maledicencia de tos hombres. Inclinaba la cabezasobre las palmas de las manos o extenda los brazos, como enun trasporte de delirio, sin pronunciar palabra. A ,,,ecea, a me-dia noche, se levantaba silencioso y se le obserVaba pasendosehoraa enteras, lentamente, en los largos corredores, o escondido.en 105 cuartos bajos o en el minarete hasta horas avanzadas,y de sus ojos encendidos, por misteriosas sensaciones, brotabantales chispas, que las personas huan gritando al encontrarIa, odesaparecan temblorosas y meditabundas, sin sabel qu pen-~ar. Olras ocasiones, se oan voces raras que sostenan con don

    Fernando Asuncin dilogos largos y violentos, sobre temasnunca antes tratados, al menos por IQshombres de su poca.,y eran estos dilogos ordinariamente nocturnos y tenazmentereanimados, como si se tratara de interlocut(\res que busca-ran una solucin necesitada. Las gentes se apartaban espan-tadas al orlos, por la impresin sobrenatural que causaban lostimbres de las voces, particularmente la que semejaba ense-ar a don Fernando. Se oy, una noche oscura, casi al ama-necer, tocar, en una puerta retirada, como el golpe impresio-nantemente seco de un hueso sobre la bveda sepulcral, y eIaque llamaban a don Fernando Asuncin en la ventana de sualcoba; y acuda imperturbable y en t:ompaa de ese ente,como sombra de perfiles de esqueleto, que iba adelante, env~ces, y otras aliado, pero pocas le segua, por ellbl'ego paseo de los eucaliptos, sealando la sombra una gran piedra,.diatinguible en el horizonte, a la luz de la luna, como un t-'mulo funerario. Pareca indicarle a don Fernando AsuDcin.la morada que habitaha, y pareca que ste peda explicacio-nes sobre puntos dudosos, que concretaba ya en el cielo, Y .len la tierra que los circunda~a. Se le vea agitar los brazos.en diversas direcciones. Y en estos dilogos que, no por loraros, dejaban de ser frecuentes. se divis en cierta ocasin adon Fe(nando que, de hombre severo, haba perdido la gra-

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    l. A L E Y E N D A [, F. L O S D U E N D E s 13

    vedad, Y de individuo mesurado, se sacuda con frenes y pona en conmocin sus Racos brazos y endebles piernas.En esas ocurrencias, de sus ojos verdes grisosos salan rayos

    densos de infierno de color /DUY vivo. Cuentan que alguiencurioso de saber qu haca, (ue en su busca antes de que re-gresara a la casa, Y ese tal imprudente muri loco la mismamadrugada, despus de padecer convulsiones frenticas; yque aquellas personas que lo asistieron en sus ltimos mo-mentos sufrieron insomnios horribles y continuos, agitados du-rante meses, por sensaciones inexplicables productoras decansancio y pesadumbre.

    Hablaba don Fernando Asuncin distint:>s idiomas, y te-na tal facilidad para expresarse en ellos que, cuando a prin-cipios del siglo XIX, visitaron al pas muchos anglosajones,encontraron en don Fernando Asuncin un excelente inter-locutor. Conoca las lenguas muertas ms notables, Y era enlas vivas perfecta su pronunciacin. El doclor Arganil pascon l breves das, en compaa de Franois, el inolvidable

    sirviente, Y manifest lugo, que a nadie le haba odo aquhablar mejor el francs. Gozaba de gran reputacin el dueode El Ocaso entre los extranjeros, y tenido por tal en nuestrasociedad, posiblemente porque conversaba poco, con voz untc:nto acompasada y timbre de vago acento forastero.

    Personaje, dgase lo que se quiera, raro, cuya nacionalidadfLe siemure problemtica, volteriano, de un radicalismoultra, como lo demostr en su corta pero brillante ac-tuacin poltica, consistente en la tentativa de incorporar este pas a la Unin Americana Y en el apoyo que solicitde las logias francesas para desterrar todo el clero catlicodel pas. Sus ideas religiosa:;, o para hablar con c1ariddsu incredulidad, lo hizo siempre ver con recelo, Y acasocon odio. Estilo sin precedentes, contestaciones lacnicas,frases breves, ademanes no acostumbrados y ojos de cons-

    tante absorcin, con una sencillez que no tena nada de afec

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    14 ALBERTO URI8E HOLGUIN

    tado. pero s muclto d rignacin. Misntropo. cuyo ca-Y4ter ttrico imprimi siemrre a cuanto le rodeaba un sellode lobreguez y de gravedad.

    ;-.EI cura del vecindario lo crea ateo y tomir.ba con mie-~~~as sencillas gentes aseveraban que -era hechicero y ni-'.~ante ..-_-.My aristocrtico en sus maneras. Las manos largas y hue--soias. de una blancura singular. Se mantena a distancia de _~as las personas de la granja. con excepcin de su esposa,:~ Mra de la Paz Robledo. y de su mayordomo, un_ ;a~ad? y lampi~ tol.i~ense. e~rgi

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    LA LEYENDA DE LOS DUENDES 1 5

    pasendose, agitado y meditabundo por el vasto jardn querodea la casa, entr de repente a su a\coba, escribi un pa pel en el cual dispona su entierro para el siguiente da, en

    el pie de una gran ceiba que se ha\laba a la entrada de la puerta principal. y ordenaba que no dej aran rastro de sutumba, ni dieran noticia de su muerte al .:ura ni al alcaldede h circunscripcin. Hizo lugo \lamar a la seora, al ma-yordomo y a la servidumbre, y en presenCia de todos, y sinque nadie pudiera impedirIa, se dego\l rpidamente con unaafilada navaja de afeitar.

    El h'~cho produjo inmensa consternacin en la comarca.La seora cay enferma y hubo necesidad de trasladaria a lacapital, donde, segn me informan recientemente, muri con posterioridad, en el asilo de locas, a consecJencia de aquellatrgica escena inolvidable. Un viejo sndico del manicomioque falleci no h mucho, me hablaba c~ frecuencia de laloca Paz y de sus visiones, que hicieron estremecer a varioscapellanes de esa casa de orates. Hay quien piense que la cu-

    riosa loca no estaba loca sino poseda de los demonios. En elasilo la lIamar:m La Plida a causa de la extenuada blancurade su rostro. Debo anotar que el doctor Rodriguez no se tuvo por muerto durante muchos

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    por la~ gentes del campo, a los espritus malignos que, envida de l, pero ms despus, se haban apoderado. de lamansin de El Ocaso y de SUI cercanas.

    Se susurraba que un gran crimen se haba consumado enel viejo casern.En noches tenebrosas, de un hondo ljibe, en una esquina'

    del dilatado patio ms interior del edificio principal, sala, enel crepsculo vespertino, un esqudeto que lentamente sesentaba pensativo en el borde del brocal del pozo sombro,reclinando su huesosa cabez~ sobre sus cenceos brazos, le-vantando con tal afliccin los huesos de 8US ojos hacia unacarcomida ceiba, sobre la rama nudosa de la cual se posabacontemplativa una lechuza cenicienta.

    Lamentos desgarradores y continuos se oan en noches. quietas y calladas, cerca a una cisterna que en un patio deadentro se encontr~a tapada.

    Un fuego fatuo recorra a poca distancia de la tierra elmagno jardn, que en la base de la casa se extenda, fuego

    que suba por un colosal rbol desedo y lo converta en brasa por segundos.Algunos pasajeros que andaregueaban por la llanura, se es-

    tremecan al sonido lejano del galopar de un membrudo caba-llo negro que se presentaba solo en la estepa, a horas fijas, en-corvando el pescuezo y levantando desco~unalmente las ma-nos, con ojos de fuego, el cual llegaba precipitadamente a la portada, abra con la cabeza la puerta de golpe y el segundocontraportn, entraba retorcindose, y despus de agitarse en la pesebreJ'a seoria\, paseaba el jardn relinchando y se parabaal pie de la escalinata, golpeando con el cAsco derecho la"ncha baldosa desnuda, y lugo \'olva a salir a los potrerosa saltos y corcovos. Se esparci la noticia de que ese ani-mal era el caballo preferido de don Fernando, como quiendice, su caballo de batalla, y que este doctor se apareca losviernes a media noche avanzada, sobre una mula blanca, y

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    LA LEYF.NLJA DE LOS DUF."IDS 17

    aproximndose a las tapias daba voces que ole oan venir dela montaa, y en cavernoso y dilatado sn, decir: Mara dela Paz! Mara de la Paz! Mara de la Paz! Coyuntura se

    produjo de que alguien se atreviera a salir a. ver quin era,mas no vi nada por el momento, ni sinti cosa distinta delrumor de los vientos, pero oyendo a distancia el trote de unamula por el llano desierto, alcanz a divisar a una personaque con un gran sombrero de jipijapa se despeda pesaroso.El eco de las pisadas del animal fue perdindose con la vi-sin en el horizonte lejano.

    Otros sostenan que la seOJa Robledo se divisabd perse-~uida hasta la escalinata dellrente, por un fornido perro deTerranova, alcanzndole muchas ocasiones a mor 1er el pa-oln, y que lugo por largo rato ladraba furiosamente en elms alto peldao, hasta que sala un lustroso y corpulento ne-gro africano, vestido de blanco, quien, al gesticular silencio y pronunc;ar un nombre muy conocido en pocas pasadas enla hacier,da, desaparecan todos hundindose en el mismo lugar.

    Campesinos existan an que haban (,do :a tradicin, quese atrevfan a repetir en voz baja que cuando el casern permaneca inhabihdo y las gentes de la vecindad se iban afiestas a la capital d~ la Provincia, don Fernando Asuncin,flaco, macilento y triste, embozado en un traje talar, subalentamente la escalinata, y se paseaba meditabundo y preo-cupado por el ancho corredor de la derecha, oyndose ya elsor ido de las espuelas de plata, ya suspiros prolongados.

    Otras veces andaba por uno de los corredores principales,una persona semejante al doctor Rodriguez, nerviosa e in-quieta, mientras por el otro, de la parte opuesta de la casa,haca lo mismo una seora enlutada y misteriosa, que no te-na cabeza. Su cuerpo endeble, su enfermizo portante, y loscontornos del talle, hicieron suponer a raros espectadores, quede lejos vislumbraban el espantoso espectro, era la pobre

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    seora Robledo. Y dice un indio anciano, en confirmaci6nde tal idea, que en una noche clara notl) llegaba al 6-nal del corredor ese cuerpo sin ca~eza de 6gura de mu-

    jer, cuando la sombra de don FemandoAsunci6n ya volvasus pasos por el otro, de manera que no se podan alcanzar a percibirse, aunque uno de los fantasmas pareca buscar alotro, .razn por la cual el indio aqul, servidor de la hacien-da y conocedor de intimidades de la granja, afirmaba ser laseora Robledo la aparicin sin cabeza, que sacaba el cuer': po a su marido, como lo haba hecho frecuentemente en vida.

    De lo que no haba duda, pues est~ba de boca en boca, por haberlo visto varios peones, que en tardas horas de lanoche viajaban por el camino real, lindante con El Ocaso,era la visin en los enormes patios que dan a la cocina, deuna camisa blanca de largura extremada, con algunas man-chas de sangre, la cual despus de ~xtender sus dilatados brazos como desemperezndose, y de cruzarlos lenta y solem-nementesobre el pecho, se iba hundiendo, se iba hundiendohasta extinguirse totalmente. Muchas gentes haban divisadoel fenmeno, no slo en el enigmtico casern, sino cerca alCharco del Burro, en la quebrada de Las Mariposas. Estesuceso, conforme . sordos decires, estaba ligados un pavo-roso y sangriento crimen de faldas, perpetrado en las habita-ciones de adentro, y terminado en los patios posteriores, don-de todava oculto se halla a la historia y a la investigacin.

    y todava hablan de esa nia de La Venta, que se llevaronuna maana .Ios hombres, despus de repetidos tragos y dehaber dejado amarradas a la madre y a dos mujeres que laacompaaban, pero no se sabe qu relacin tuviera esteacontecimiento con la visin de la camisa, aunque s se pre-cia, en un tiempo, que a la linda campesina la llevaron a laquebrada de Las Mariposas, y la desnudaron a la fuerza enel famoso Charco del Burro de /a misma corriente.

    Las pocas gentes que se haban acercado curiosas a la

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    LA LEYE.I'DA DF. l.OS DL:ENDF.S 9

    antigua puerta de la capilla, c1ausurada por slglos, recibanun tiesto que nunca se supo de dnde provena, ni a dndeiba a caer. Sobre las macetas, junto a la alberca colocadas,

    tiraban piedrecitas continuas, y lo mismo sobre el tronco deuna ceiba de la corraleja ms grande.

    CAPITU LO IV

    EL OCASO

    El Ocaso era una mansin olvidada e :ncomprensible.Haba sido construida, por lo menos en parte. por el doctor Fernando Asuncin Rodrguez, personaje de la primera ge-neracin de la poca de la Repblica. En edades lejanas yconfusas, viva en ella el doctor Rodrguez con su esposa, persona enfermiza y apocada. No haban ter.ido hijos, perolos acompaaba numerosa servidumbre. La (;asa de campoera de aspecto antiguo y seorial. La vejez y las tradiciones

    la haban revestido de una fisonoma impresionante. Estamorada venerable no haba sido hecha, como todas las rura-les entre nosotros, con elege.ncia, pero no careca de gran-diosidad.

    En alguna de nuestras primeras guerras civiles, cuando lamoralidad se haba relajado nucha, se asil en ella un cura, pt,rseguido por el terrible hermano de una nluchacha, a quienhaba ocurrido cierta aventura. Dicho hermano supo del es-condite, y se present all a deshoras en compaa de varioshombres de a caballo, y en una noche muda no slo mat aleclesistico sino al mayordom:> que trat de defender lo y a suhijo. El tremendo asesino arrastr por cuartos, patios y po-treros el cuerpo de la vctima, y lo dej en la llanura para pasto de las aves de rapia. La casa qued, desde entonces,con un sello de misterio, que fue agravndose por otras cir

    c.unstancias, y que le daba un ambiente evocador, propio

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    m ALBERT~ URI BE HOLGUI N

    para las tentaciones del demonio a las almas insomne yreinaba en ella el silencio misterioso que cobija los lugaresllenos de recuerdos imperecederas.

    Dominaba un estilo eapafol esa- aglomeracin de edi6-cio. de pocas y tonos diferentes. En la parle central. ungrupo de grandes cuartos. con anchos corredores. que lleva- ban a un vestbulo, en iafachada principal. ms ancho an,de donde .e descenda por una escalinata de largas piedras

    -.1 jardn espacioso. de forma irregular y plantas exticas yvariadas. La parte posterior, ms baja, comunicaba con pa-tios de servicio. Hacia la izquierda se vea alejarse un pa-.eo medroso de altos y secos eucaliptos, que limitaban conla quebrada de La:! Maripoas, y ms, en la lejana, conunos llanos y montes que llamaron El Bosque de las Lechu-za:!. Uno que otro sauce llorn y oscuros y compactos pinosabarcaba la vista en el conjunto.

    Como casi todas las viviendas de siglos anteriores, tenacuartos dobles, unos semioscuros, muchos alumbrados porcla-

    i'aboyas, que en el techo le daban al casern aire de monaste-rio. Mucha complicacin de piezas altas y bajas, comunica-.das stas con el jardn. y con corredores interiores, sin luz, y~on escondites, que se acostumbraban, en pocas pretritas. para ponerse a salvo en guerras civiles. Adiciones le habanhecho que patentizaban las necesidades de los tiempos, en-tre las cuales descollaba una torrecilla, a donde se suba por un piso inclinado, hasta la parte superior, que se usaba comomirador o atalaya. En los muros, armas, sables y cornamen-tas. suspendidos, y, en la pieza ms elevada, una mesa an-gosta y larga y una silla de alto espaldar, silla y mesa de quese serva don Fernando A6uncin con frecuencia, y, espe-cialmente, en tiempo. anormales. para vigilar la hacienda,cuando armaba a sus criados y fortificaba su casa, a fin dedefend~rse y defender a sus ganados de las guerrillas y de

    las fuerzas cQDstitucionale

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    En el fondo de la casa, atraa la atencin un patio cua-drado muy grande, el cual estaba cubierto de lama verde yostentaba una ceiba colosal. A l sala un pequeo cuarto,cercano al subterrneo que iba a la capilla. Se encon-traban en l anaqueles con libros viejos, un pequeo es-critorio muy lleno de papeles, y una poltrona .DUY usada. Erael cuarto de ledura de don Fernando Asuncin.

    Un corredor, cubierto, con barandas como los otros, unael primer edificio a un tramo .llgo ms moderno, sobre todoen el comedor, de techo levantado y ampli;:!s ventanas, de

    grandes alacenas y de aparadores. Refieren Jas gentes de lavecindad que la riqusima vajilla era casi toda de plata cin-celada, con el escudo de armis y el sello de don Fernandoimpresos. En la parte lateral haba cuartos blanqueados decal, para la servidumbre, y en una esquina del tramo interior,se hallaba la estupenda cocina de hierro, con gruesa chime-nea, que cuando conoc la casa, estaba medio cada.

    La instalacin de don Femando Asuncin le ocasionenormes gastos, consistentes en hacer de su morada un alczar,donde las cosas deslumbraban por su lujo y seducan por suscomodidades. Su mesa era de manjares exquisitos y aejosvinos. Un sinnmero de sirvientes lo atenda. y l los vestay alimentaba con largueza,:f les pagaba ms de lo que seacostu braba en la regin. Se necesitaba que ellos se acosotumbraran a su humor y le adivinaran sus gustos, y arreglado

    esto, con mucho aseo y bastante precisin, el que habitabacon l, pareca engordar y durabil de por vida en la ha-cienda.

    Sus caballos llamaron siempre la atencin por constituir lamejor raza del pas, pues habh mezclado la labe C0D la in-glesa y norteamericana, y sus perros eran los ms grandes,variados y hermosos que se conocan. Para ponderar un ani-mal, se deca en su tiempo, es de los de don Fernando. Dereputacin tambin sus ganados holandeses y normandos. de

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    los cuales quedan muestras sobresalientes. Y una volatera dediversidad inmensa y especies raras,' tradas de Europa y delas orillas del OrinocQ. Entre ellas se recuerdan los pavOtreales de abigarrados y lindsimos colores, y gallol de majes-tuoso plumaje y de descollante estatura, y unos glltolde An-gola que, por aos seguidos, maullaron abandonados, en losaposentos del casern inhabitado.

    Haba edificios anexos, que verosmil mente sirvieron para peones y guarda de herramientas, y una enramada que encerr~un trapiche de formidables proporciones.

    Aunque no era religioso don F emando Asuncin, existaen. un ngulo del jardn una curiosa capilla de familia, de fa-chada semejante a muchas de Espaa, y que debi de ser dee.plendor, a juzgar parla alta portada ojival. No he podidoaveriguar, no obstante nuestras muchas academias de sabios,de. espritu investigador, que escudrian, como pocos, el pasa-do y el porvenir, quin erigi ese templo, en esa regin deaverno. La parte en que estaba situado era la ms vieja dela granja. La gran puerta de Iii capilla, con tachones que fue-ton dorados, estaba molida por el tiempo. Decan que aU

    jams haban celebrado oficios religiosos. y que siempre seconserv cerrada. Su elegante sencille'z despertaba piedad, ysu misma vejez tena un aire imponente. Muros dl piedra alnatural, y en su coronamiento haba una antigua campanamuy grande, llena de orn, en el nicho de la cual anidaban

    pjaros desconocidos. Conforme al sentir de ancianos campe-sinos, en otro nicho del coronamiento estuvo colocada unacampana de ms dimetro y peso, que haban arrancado desupuesto 101 espritus nocturnos, y trasportada por los aires,la: haban dejado caer en un pantano de El Bosque de las Lechuzas, regin vecina, montaosa y enigmtica. En el in-terior del pequeo templo no se experimentaba sentimientoalguno religioso. Miedo s, terror tambin, y un fro que no searmonizaba con el clima de la comarca. Alguien que entr,

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    en poca posteri'Jr, manifestaba que en ese sitio daban ganasde blasfemar.

    Los departam(;ntos de EL Ocaso eran suntuosos y no de es-

    tilo rural, aunque s de gusto anticuado. Enormes muebles enuno de 105 cuartos de don Fernando, cuyo escritorio de sa-ln, de caoba embutida, confeccin inglesa, ocupaba la pa-red de un lado de ese cuarto. Singularmente largos los cana- ps del extenso saln, y de la misma madera del escritorio, yde las cuatro consolas de la sala. En ella se vean brillar s- bitamente altos espejos venecianos, que con la habitual luzcrepuscular que all dominaba, no se reconocan los ojos las personas que en ellos se reflejaban, y crean ver miradas des-conocidas. Bajosrelieves vistosos y arabescos antiguos, y otrasobras de arte, se perciban en partes varias. Frescos diversosrepresentaban historias paganas. Tapices ricos pero destei-dos y polvorientos adornaban algunos cuartm, y cortinas pe-sadas ciertas ventanas y el gran catre de bronce de la alcoba principal. Tazas de flores muy secas, colocadas en los poyos,

    exhalaban olores cadavricos.La amplitud del saln, lo espacioso de la5 alcobas, la ri-"~ueza del comedor, lo complicado de la cocina, las extensas

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    chimenea gema como el ronquido postrero de un agonizante.El casern haba durado as por siglos.

    Cuando el genio irritable de don Fernando Asuncin lo

    condujo al sepulcro, estuvo eompletamente abandonado hastaque un pariente lejano se atrevi a venir a l, para colocar enlas piezas de adentro, inmediatas a la cocina, un matrimoniode campesinos, que duraron poco e.n El Ocaso, atemorizados por los clamores de las pieza. centrales, por los lamentos que. se oan en los patios de servicio, y por ciertos cantos fne- bres que de la capilla se escapaban. Lo que ms los impre-.ion fueron unas carcajadas grotescas que, de repente, seoan por los corredores solitarios y en las corralejas desiertas.

    Es bueno saber que a la capilla se entraba tambin por el subterrneo, especie de pasadizo entre ella y el edificio principal. Y que don Fernando, segn las crnicas, celebra- ba su. se.iones de espiritismo, de preferencia, al anochecer,c!n la rotonda de la iglesia.

    Corri fama de que no poda dormirse en El Ocaso, de-

    ,bido quiz al espiritismo hipntico, que deja siempre aIgueXtraM en los lugares donde se realiza, y en las personas que.Se,ocupan en l. El sefi.or Cura de la parroquia prxima,hombre inclinado a la lectura, atribua lo. fenmeno. de El.Ocmo a la astrologa judiciaria, a la geomancia y a la nigro-mancia, que, con otr85 ciencias mgicas y proscritas, habaejercido, en su sentir, el doctor Rodrguez, continua e insis-tentemente. El buen Cura reputaba a don Fernando Asun-ci6n, como un archimago, en relacin permanente con lo. es- pritu. infernales.

    Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que no se encontra-han .gentes que' quisieran vivi, en El Ocaso, aunque se les

    .'daba la vivienda y la alimentacin gratis. Y es raro, porque.iempre ha habido entre nosotros personas que gustan de vi-vir sin pagar el alojamiento ni la comida. Aquel pariente que

    situ"dos campesinos en el seno del 'IIlisterioso albergue" per-

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    sisti6 en llevar hombres del pueblo a cuidar la casa, si bientena que conseguirlos fura de la regin, y duraban poco.Contaban esas gentes que estando en ocasiones despreveni-

    dos, y reinando la calma m;is completa, sentan como quetoda la vajilla del comedor se vena abajo y se esparcan lostiestos por el suelo. Iban al comedor a ver qu haba pasadoy encontraban todo en orden. Al mismo tiempo que esto ocu-na, en los salones y en el subterrneo se desplomaban losmuros, a juzgar por el estruendo, y caan los muebles con fra-caso y estrpito. Aterrados corran a esa palte, de donde proJvena el bullicio, pero todo en quietud encontraban.

    Los mayordomos de la hacienda preferan habitar la casitacontigua al trapiche viejo, el de mulas, y no lejos de la que- brada de Las Mariposas, y trascurran largas pocas sin acer-carse al casern.

    Tal era la impresin que 1 . ' \ aosa vivienda causaba, im- presin que fue convirtindose en verdadero pnico, cuandola vecindad del lazareto cubri a la regin de duelo o demelancola.

    CAPITULO VUN HOMBKF. DEL PUEBLO HECHO SEOR

    En El Ocaso estuvo muchos aos aquel interesante joven,que desapareci6 de nuestra sociedad de manera incomprensi- ble, y que al decir de las personas de su familia, haba pere-cido en un lejano viaje. Tambin vivieron en El Ocaso esasdos viejas de estirpe aristocrtica de \a capital, que, despusde tener una brillante posicin social, contrajeron ellzaroen una forma tan lastimosa como enigmtic:a, y llegaron adesfigurarse tanto, que ms se asemejaban a entes de unmundo de tinieblas y de dolor, que a seres humanos de estevalle de lgrimas.

    El Ocaso haba venido a sel propiedad de don Aniceto

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    Buenahora, hombre del pueblo, y vecino del lugar ms cerca-no a la hacienda. En l tena una condicin adquirida por auseriedad en 105 negocios, la cuanta de sus bienes y la bon-

    dad natural de sua acciones ..Comenz por jornalelo, y

    fue le-vantndose poco a poco por su formalidad, por el negocio deta miel y el de las chicheras del villorrio. Era el eje del pue- blq y el amigo y sostn del seor Cura, a cuyo lado viva, enla casa ms amplia de la poblacin. T odaa las maanas an-daba el labrador por el campo, viendo sus sementeras y tra'yendo, casi siempre l mismo, ei caballo de dar vuelta a sustierras y a sus animales. Hombre pequeo, ancho de es-

    paldas y de bastante abdomen, vestia siempre de ruana ycon un chico sombrero de jipa, inclinado sobre la frente.Mientras los segadores, en das de sol, continuabitn su traba

    jo, llegaba don Aniceto, pausadamente, daba voces, dirigin-dose generalmente al capataz, deca alguna chanza, disponatrabajos, ordenaba labores, y volva a tomar la mazamorra,que le preparaba con cuidado su hacendosa mujer. Tenatres hijas, que tomaban con la madre participacin muy activa

    en la cocina, que ms que tal era una agencia de negocios, dedonde sacaban los desperdicios para los marranos, la sal parala vaca y 105 cunchos para 105 pollinos. Se daban disposicio-nes para quitar las garrapatas del ganado, curar la gusanerade la pintada, y quedaba tiempo para arender a las gallinas,a una lora muy conocida en el poblado, que pasaba sus po-cas en la ca~a parroquial, a una mirla que no dejab~ nuncalimpia su jaula de caizo, y a la lenta burra que llevaba dos

    veces al da el agua de la quebrada de Las Mariposas.Don Aniceto, aunque amigo y compaero del sacristn, nocrea en espantos, y le causaban repugnancia las sensibleras.Fro por naturaleza, en los muchos aos de propietario de ElOcaso, se haban olvidado, por lo menos un tanto, las habli-llas de apariciones sorprendentes, los rumores sordos de cr-menes y las ancdotas de sustos inexplicables. Don Aniceto

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    era el nico que llegaba en el rucio, muy de cundo en cun-do, y en las horas de la maana, al casern solitalio, y abrael cuarto del escritorio del despacho de la hacienda, que da

    al prtico, para tratar de pagar peones all, pero stos no ve,.nan,y aguardaban recibir el jornal en el trapiche, o en la po- blacin el da domingo. Se desconsolaba don Aniceto con l.estupidez de las gentes, que le abandonaban su' enorme casa por cosas, a su sentir, ridculas, y a veces le provocaba tum- barla, y llevarse los materiales para el poblado, si no abrigarala esperanza de venderia algn da, con unas tantas fanegadas

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    CAPITULO VI

    JULIO MOLEDO, EL LAZARINO.

    J.lio era el ltimo vstago de un antiguo y numeroso lina- je. Haba estado conmigo en la escuela, lazo que "iene a ser con los aos indestructib~e. Despus, t\U permanencia en Pa-r[s lo hizo el tipo de la elegancia y sus viajes continuos leformaron una conversacin interesante y atractiva. An lo re-.cuerdo f'n las aulas, con su bella cabeza llena de pelo ensor-tijado, que dejaba ver una frente alta y plida. Esbelto y del-gado, dt" nariz griega y unos ojos negros de dulzura infinita,que se ll,enaban de acuosidades a la menor conmocin. Si nome engao, su abuelo fue espaol, y de aquella emigracinque se traslad a Cuba y form all hogar. Los azares de lafortuna trajer,m a Colombia al padre de Julio. en compaade su hija Alicia, primorosa habanera de ojos de bano ycutis de perla. Vena tambin con ellos Julio, muchacho de

    pocos aos. La madre haba muerto haca poco. Buscaban nue-va patria. porque la enfermedad del abuelo haba formado en re-dedor de la familia repugnancia invencible, y no crey staque los jvenes pudieran tener porvenir en la sociedad cubana.

    Alicia fue entre nosotros objeto de generales simpa-tas y de admiracin de los que la trataron. Aunque mayor que Julio, toc le figurar con l y con l se presentaba en lasfamosas cuadrillas de plaLa, en los bailes y en los paseos. Esella misma la cantada por muches de nuestros poetas, la queserva de comparacin cuando se hablaba de bellezas feme-ninas, yIa que fue la causa de cierto suicidio de un poetamuy conocido. Porque es necesario decirlo, no slo su fsico-era arrebatador, sino sus talentos. Ella y su hermano forma-roft un par inolvidable, que qued incrustado en nuestros ana-tes sociales con calacteres nicos. La peregrinacin de Alicia

    por el mundo fue tan rpida como i>rillante, y todava se ha-

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    bla de su muerte, casi repentina, que tuvo a nuestra sociedadconsternada por meses enteros, en los cuales no se hizo otracosa que escribir sobre ella. De esos das fueron tntas poe-

    sas de poetas colombianos y de algunos de su pas natal.Esa muerte sellS en Julio una marca de melancola, acostum- brado a ver en Alicia a su compaera de todos los instantes,a su orgullo de familia, y ms que a hermand a una especiede madre cariosa que le adivinaba sus pensamientos y de-seos. En la tarde qt:e muri, en medio de las llores que la rodeaban, tengo presente su palidez marmrea, en esas faccionesdelicadas, y envuelto en tupido tul blanco su talle insuperablede elegancia y Ilexibilidad, dejando ver apenas su ntido pe-cho, sobre el cual not una mane,ha muy negra. An tengo enla memcria las palabras de aquel clebre mdico de los largoscabellos, que miraba conmigo al popio tiempo la mancha negray que, al correrie el tu! sobre ella, dijo: Desgraciada como to-dos los Moledos!

    En la poca de esta historia, .Julio no tena ms que a su

    padre, ya muy anciano y enfermo, a su esposa y a dos hiji-tas. Los dems miembros de la familia haban muerto, y seencontraba en la mayor pobreza.

    En la escuela, era Julio el m,s rico de los estudiantes, po- pular por ello, y por lo bullicioso. En los recreos se divertaen botar en conjunto al aire monedas para que las recogieraquien quisiera, y los chicos se precipitaban a hacerla en mon-tn; y era Irecuente en paseos que tomara sobre s el gastodel colegio, obsequindolo rumbosamente. En tal tiempo su padre reciba una cuantiosa renta, proveniente, he odo, e plantaciones de caa de azcar, situadas en Cuba. Mas estecapital fue reducindose en las guerras, y la de'la indepen-dencia de aquel pas lo hizo desaparecer. El padre de Juliocomenz, enlre nosotros, ejerciendo la medicina, lugo ven-di drogas americanas, y acab por cont.bilista y cobrador de

    cuentas de cas,.s de-.comercio.

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    En esos perodos bonacibles. Julio sala conmigo a v.era-near.al campo en los diciembres, en los pueblos vecinos dqn-de ms animacin se adverta. a causa de las muchad1as. En

    el pueblo X. muy de moda en esos das, se haba eslabl~c"do una familia oriunda de la capital. por haber venido a me-nos, con motivo del vicio del juego y tambin de la bebidadel padre. Este, quiz por los mismos motivos era muy popu-lar en el poblado. y por su carcter jovial y sus hbitos servi-ciales. Dos muchachas encantadoras alegraban ese hogar y esa poblacin, y haban convertido su casa en el centro del ea"sero, y a ste en el sitio preferido para pasar los jvenes va-caciones. Julio y yo nos dirigimos all atrados por el movi-miento y la reputacin de las dos muchachas. La misma no-che que llegamos fuimos llevados a esa casa, conducidos por la corriente de veraneantes. En ella estaba, bailando entrevarias parejas, una seorita de unos quince aos de edad.cuya soltura de ademanes y elegancia de talle atraan las mi-radas. Me acuerdo de sus lar~os cabellos sueltos de color de

    avellana, de sus ojos negros y penetrantes, que daban luz aun rostro ovalado, de su nariz recta de pequeas fosas temblo-rosas. y de una boca parva bien delineada que dejaba ver lasendas llenas de sangre juvenil donde una hilera de perlas ani-daba. Tena esa noche una corrosca sencilla adornada con flo-res naturales. Su chaquetlla corta dibujaba sus formas, y de Silcintura delgada estaban atadas unas enaguas sueltas que, aun-que iban bien abajo de la pantorrilla, la dejaban ver contor-neada. Casi todal> las seoritas que en ese pueblo veraneabanentonces, habiln convenido, pOl' higiene, en usar alpargatas,que sostenidas pOI'cintas de diversos colores, realzaban la belleza de los lindos pies.

    Al llegar a un pasillo, tropez la nifla con un grupo de j-venesentusiastas pOI' ella, entre los cuales descollaba Julio por su apostura y simpata. y bast una simple mirada para

    comprender que en ellos haba nacid(l un sentimiento mu-

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    tuo de profundo amor. No pasaron breves segundos sin queestuvieran bailando juntos, y lugo continuaron intimando,hasta que convertido ese sentimiento en delirio, el padre deCecilia, que era el nombre de esa muchacha, les hizo cortar relaciones, temeroso del mal que haba sealado a la familia deJulio en Cuba y que, aunque no aparecia todava en l, se te-ma pudiera producirse por herencia. Esa familia del veraneofue decayendo en bienes y en amistades, debido a los viciosdel juego y de la bebida de su jefe, que fueron aumentando,sobre todo el del licor, con la vejez y con las contrariedades,y muerto l, se trasladaron a la capital, donde la mayor ca-s muy mal, y Cecilia, muerta la madre, ingres al conventode las hermanas de la caridad.

    Yo dej de ver a esa gente por muchos aos, y Julio mis-mo y su familia se perdieron entre la muchedumbre, de manerade no poder yo afirmar que vivieran. En esos aos, que lo fue-ron de muchas desgracias, perdi Julio los bienes que le que-daban, y como su enfermedac empez a manifestarse, su si-

    tl acin y la de los suyos vino a ser cada da ms azarosa. Sehaba casado mal, desde el punto de vista social, con unamodesta mujer de familia oscura, en la cual tuvo dos hij3s, ycon ella. y con su padre, ya de edad. comparta las angustiasde una pobreza creciente y dolorosa. El padre se ocupabaen lIev.l' los libros de comerclO de una empresa industrial. pero su edad y la artereoderosis consecuencial, le habanforzado lentamente a reducirse al lecho. Julio no pudo reempla-zarlo, no obstante la buena voluntad de :os g(~rentes de laempresa, porque su enfermedad se revelaba cada da ms, ycomo las cuentas que cobraba, en nombre del comen'io, seJas negaban ya, por la misma razn, pues los deudores se que- jaban de ello, y rehusaban entendene con l, tuvo que ir retirndose de la sociedad, en barrio apartado, a acompaar asu anciano padre y a ayudar l. su mujer en varias labores do-

    msticas, como la confeccin de chinelas para la gente de

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    pueblo. Tambin se encargaba la sellora de costuras d mu-~has dases ... Cuando la casualidad haca que alKuna penona que atrave-aaba la calle, encontrando entreabierta l puerta de la infelizcasita, en que viva amontonada la familia deJulio, se asomaraa ella, vea a un viejo barbado, canoso y jorobado, que levantabacon dificultad su cuerpo entumecido, y a un hombre plido y ul.cerado que trataba de mantenerse, en tan estrecho espacio, se- parado del viejo y de. unas niflas. La salita estaba unida aun pequeo patio, en el cual estaba colocado el fogn de

    adobe y parrilla mezquina, sostenedora de unas pocas bra-.sas de carbn, que calentaban la olla de la reducida comida.Al ruido que haca el intruso, el solitario enfermo, sin

    volver a verle, ni hablar, se dIriga al patiecito dondese sentaba en una silla rota, muy baja, que protega untinglado estrecho. Ah se albergaba, oculto por la paledde bahareque, mientras con voz doliente, preguntaba el viejo.quin entraba, temeroso que fuera la autoridad, encargada por la Junta de Higiene de buscar 105 leprosos. Esta vida de.bresaltos haba hecho formar en Julio la resolucin de tras-ladarse al leprosorio, donde podra moverse con libertad ymostrarse sin recelo, determinacin que realiz dos das des- pus de haberme ido a buscar a mi casa de habitacin.

    Cuando Julio se fue para el lazareto, su mujer pretendiacompaarlo, mas se lo haban impedido la grave enfer-

    medad del anciano, el horror de su marido de verla en laleprera, los consejos de su confesor, y sobre todo la duda decomprometer definitivamente la salud y el porvenir de sushijitas. No bast la precaUCin, pues hace dos meses apenas,ingres alleprosorio la mayor de las Moledos.

    Tuvimos que dejar partir 8010 a Julio, llevando dos cartasde recomendacin para el Administrador del Lazareto y parael Cura de la poblacin. Eso fue cuanto pudimos darle, fu-ra de unos pocos pesos para el viaje.

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    -Sers, me dijo, agobiado, al despeJirse, el sostn materialy el consuelo moral de mi hogar. Cuda de mi padre que es-t tan viejito y tan delicado, y si llega el trance fatal. llvalo

    a III

    ltima morada, si no me permiten venir a llenar ese de- ber, ya que su edad y sus dolencias hacen presentir un fincercano. y cuando sepas que voy a morir, no me dejes tam- poco solo en los ltimos momentos, aunque te cueste mucharepugnancia ir a ese albergue del infortunio.

    Se de$pidi de las personas de su casa solamente por tier-na palabras. El padre quiso abrazarlo, mas l se retir emo-cionadQ, suplicando que no lo tocaran porque no quera de jar el ~ermen del contagio.Muchas gentes se agrupaban a mirar partir a un hombreenfermo, que decan estaba oculto haca mucho tiempo. aun-que no lo haban visto nunca en :.ese tugurio. Julio sali 1I0-rar:.do y enviando a lot suyos besos con la nica mano que lequedaba. La concurrencia qued consternada.

    CAPITULO VJlEN EL LAZARETO

    En las primeras semanas escriba frecuentemente, y cuan-do la enfermedad del padre hizo pensar en una muerte pr-xima, telegrafi afanado varias veces. Lugo, no se volvi asaber nada de l, sino por medio del seor Cura, quien meinformaba, de tiempo en tiempo, del estado de agotamientof 'sica y de postracin moral del enfermo.

    Durante este perodo, su familia haba permanecido aisla-e a de la sociedad, padeciendo 105 rigores de la mala fortuna.,:' a no era el sobresalto continuo en que haban vivido luen-~os aos, ocultando una contagiosa enfermedad, tampoco laconstante conmocin en que estuvieron con el viaje, ni eldesgarramiento de la despedida final: era el anonadamiento

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    34 A L BE R T O U R I B E H O L G U I N

    de la desdicha irremediable en que una mujer joven y en lamiseria y dos criaturitas podan encontrarse. La casita hahaquedado silenciosa y fra, como quedan fras y silenciosas las

    casas, cuando llevan a enterrar a una persona querida.Don Aurelio, el padre, haba muerto poco tiempo despusde la partida de Julio. Estaba tan viejecito y su arterioclerosistan avanzada. Al morir, me haba suplicado que viera por esamujer infortunada y por sus nietectos. As tena que suce-der, pues no haba otro sr viviente, fura de una vieja sir-vienta,.que penetrara a la apartada casita, en los extramurosde la ciudad.

    Bueno es que se sepa que, aunque por largas pocas de- jamos de vemos con Julio, yo haba sido su nico amigo des-de la infancia, compaero de sus intensos sufrimientos, confi-dente de sus muchas desventuras, testigo de sus dolores con-tinuos que fueron culminando en medio de las ms apre-miantes necesidades, en ese horrible mal, que le haba qui-tado con la libertad, hasta la ltima esperanza humana.

    Hallbase el lazareto en un extenso llano de tierra calien-te, que llamaron, en tiemps coloniales, ~l Vesierto de losCartujos. Una regin singularmente rida e inhabitada. Elnico punto de movimiento que en ella hubo, fue la famosahacienda que la originalidad de don Fe.rnando Asuncin Ro-drguez fund en uno de sus extremos, ya en parte ms tem- plada y colindante con la fra. Esta comarca es fecunda, yrodeada por los mejores terrenos de ceba que se conocen.La otra, situada hacia el norte, es estril, solitaria, y pareceno haber sido nunca habitada, aunque arquelogos afirmanencontrrse all ruinas curiosas de otras edades. Estos mon-tonos. y tristes sitios tienen siempre para personas sensiblesun inters indescriptible. _ La parte del lazareto que ha quedado en pie despus deun gran incendio, y que llamaban las gentes ;! Lazareto de

    los .5'tCpnjes Vesconocidos, es de una apariencia miserable.

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    Pr')piamente un ranchera. Sin embargo, ne deja de tener SUl. atractivos. Al entrar, a pocas cuadras de la plaza, hayuna casa de teja, oislada, que creen los enfermos habitada

    por as almas en pena. Esa creencia, dicen las gentes dis-tinguidas delleprosul ia, viene e que la confunden con la deG I Ocaso. Lo verdadero es que se halla inhabitada y con sus puertas y ventanas abiertas de par en par. Probablementees:a situacin depende de haber vivido en ella un ancianoqt e tuvo la ms terrible lepra '-lue se haya visto en el famo-so lazareto. A pocos pasos hay un frondoso rbol, de coparedonda, debajo del cual ese gran leproso se sentaba, acom- pu'Jado de un perro con una sarna inmunda. Ese enfermo ama- b" entraablemente al perro. y afirmaba era el nico sr ca-rilativo que haba tratado. Lo abrazaba y lo besaba conti-n\lamente para pagade sus caricias, y el que no le tuvierarpugnar.cia como los otros seres. Como no dorma nunca, pal a ali .iar la especie de locura que esto le produca, cami-n.lba, seguido del perro, tanto de da como de noche por loscc>ntornos, y al salir el sol se calentaba debajo del rbol delas largas ramns y elevado tronco. Un da muri el perro, ya otro, encontraron muerto al viejo leproso, cuya sombraqu.::d, al dicho de los aldeanos, dando vueltas por esas ve-c.l'dades. Y muri de tristeza por no poder resistir la soledaden que lo dejaba el perro. Las mujeres del lazareto hablabande que haba sidu militar, y de que nunca permiti que lellevaran los auxilios de la relig.n. No se sabe otra cosa de

    ese hombre raro y desgraciado.El ri'nchero del lazareto no tiene la grandeza de ciertase )sas antiguas, pero reina en sus casas y calles una afliccin in-IIlensa, y las cosas parecen que contaran Ilstorias de dolo-n:s y de,dichas. La iglesita est reconstrud,. y debi de ser ms espaciosa y menos pobre en pocas pretritas. Ocupa unaesquina de la manzana que da frente al atrio de la plaza prin-cipal. lonja de baldosas anchas, con hoyos donde se acumula

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    el agua, y de ladrillos que llenan el hueco de ctras piedras quefaltan. Sobre ese atrio se ceba frecuentemente el sol canicu-lar, y est siempre solo, excepto en las horas de la salida demisa o de entierro. A ciertos momentos del da lo cruza el cura,que va urgido por algn enfermo de gravedad. La iglesia,rehecha cuando volvieron el poblado lazareto del interior, esde ladrillo blanqueado de cal. Tiene un campanario pequei\oy desmantelado, con dos campanas aiejas que doblan casi con-tinuamente a muerto. Su recinto, aunque no amplio, es fro, ytan pobre su altar y tan despojado de adornos sus muros y sutecho medio abovedado, que el alma padece las congojas de

    la desolacin. No hay templo igual para ponerse en comuni-cacin con Dios, porque es el

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    dad, que comunicaba a las notas la mayor expresin soberanade piedad. Eran melodas simples que adquiran la forma deoraciont's de pureza y de afliccin, cuya dulzura y humildads,~elevaban 'lI cielo levement, como el incienso del altar. Im- presionaban ms las notas sombras y profundas que suban aDios en forma de plegarias desconcertantes. El alma de esasnotas las trasformaba, y engendraba en la iglesia esa devocinintensa que converta los corazones angustiados en voluntadesr,~signadas y resueltas a soportar las penas de este mundo.Aquel lugar tan pequeo reuna el mayor nmero de desgra-ciados, unidos ntimamente por el infortunio, por el martirio y por la esperanza de otra vida.

    Haca seis meses que Julio Moledo se hallaba en la epre-ra. Como estaba solo y no tena recursos, el administrador ye senor cura lo enviaron al hospital de San Vicente, dondeI t - dieron una cama de pino blanco en un largo dormitorio ocu- pido por lazarinos. La sala estaba aseada y escueta, pero ha- ba un olor nauseabundo. Fue all donde qued entregado a sIT ismo. Conversaba contadas palabras con los vecinos de camay con el seor cura, que cada dos o tres das lo visitaba. lo acon-s,~jaba y lo confortaba con toos los recursos que tienen lossacerdotes para el alma.

    Despus de pocas horas de haber estado en el hospital, apa-wci en la sala, como enviada por Dios, una hermana de lac.uidad que haba sido dedicada con otras, por la superiorade la capital, para servir en el lazareto. Haba llegado un vein-ti:uatro de diciembre, llena de juguetes para los nios sanosy enfermos, que la imprevisin deja aparecer en ese triste lu-gar. y de abundantes recursos de vveres y ropa para los nu-merosos enfermos. Un ambient~: de suavidad y de contento es- ponda esa hermana por donde iba, dotada por la naturalezade un corazn excepcional. No le tena miedo a la lepra, pues pisaba de cama a cama y de casa a casa auxiliando alas

    desgraciados. Todos sonrean con ella y le besaban la mano,

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    38 ALB'ERTO URIBE HOLGUIN

    cuando les arreglaba Jas cobijas o cobertores del lecho o lesdaba alimentos o remedios.

    En el sitio de Julio estuvo el mislDo da de su entrada al

    hospital. Padeci una gran conm~cin al encontrarlo, pues aun-que saba que estaba enfermo, y quiz esta circunstancia habahecho que pidiera ser consagrada alleprosorio, no lo haHa vistoen ese estado. Desde hada largos aos apenas saba que exis-

    , ta, y as se comprende. por qu lo mir por mucho tiempocon sorpresa, El sufra en esos instantes una postracin ininensa.Se hallaba estirado, con los ojos cerrados, padeciendo solo. Lamano dulce de la hei maria le cogi el brazo como para tomarleel pulso, y le pas la otra por la frente yel cabello. Esto lohizo abrir los ojos. La mir atentamente, y sin darse cabal cuentade lo que suceda, articul:

    -Cecilia?-Excseme, Julio, dijo la hermana, le buscaba, He venido

    a cuidarlo.-Gracias. No me toque porque puede contagiarse.

    -Me conmueve su infortunio. Estoy, por voto, dedicada a losdesgraciados y he hecho lo posible por venir a servirle. Lo que anosotros separ una vez, nos une ahora bajo los auspicios de Dios.

    Inmvil y pensativo repiti sus agradecimientos, deseandono contrajela, por su herosmo, ese mal que haba impedic'ounir sus suertes. La hermana continuaba impresionada, con elaspecto desfigurado de aquel sr tan belIo.

    -Sera feliz ofrecindole algn consuelo en sus penas.-Es mucho or una voz conocida, y grande la dicha al ser

    la de la persona a quien he querido ms en la vida.-No soy ya de este mundo. Sus palabras deben ser diri-

    gidas a quien llena una misin celestial y trata de desempe-arla lo mejor que puede, por Dios y ante Dios. Respeto estelugar santo, predestinado por el dolor, para unir al hombre consu Redentor. Admiro este recinto tranquilo, donde en mediode la ,sociedad se siente la paz del desierto.

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    -El desventurado est siempre solo aun en medio de lasgentes.

    Se hicieron relacin de lo que les haba acontecido desde

    que no se vean y de la serie de sucesos que haba llevado alino a esa situacin de pobreza y de afliccin, y a la otra aconsagrarse a Dios. Ambos haban visto desaparecer sus familias, y Julio cont que estaba para perder a su padre.

    -Sea por Dios!-He vivido rliudo, en compaa de mi padre y mi fami-

    lia. Ellos compartan mis sufrimientos y yo trataba do. compar-tir los suyos, pero esta situacin no poda continl'ilr. La auto-Idad habra intervenido para impediria, y mis hijas tenhn de-~echo al aire, a la luz y a la libertad para moverse. Tienen'lue empezar a aprender algo y era yo un estorbo. Este sitiome aterra, pero he l:onseguido cierta Iiber l:ad dentro de lamisma reclusin.

    - Ell todas partes, dijo la hermana, puede encontrrse la}lz, que est siempre en el corazn, aUil en medio de grandes

    d(llores. Empiezo a experimer tarlo en este lazareto.Con 'Jn corazn sensible cc.mo el suyo, y con la ambicinque le domina ba en otro tiempo, han debido ser gr;.ndes losc~sfuer7.ospara no abandonarse a la desesperacin.

    -Empero, no estoy resigmdo con mi suerte. Habra sidocapaz de ahnegacin complet!. de m mismo, si no tuviera l- ja5, un ~adre enfermo y una esposa desamparada y tmida, perod sacrificio de todos estos afectos es imposible. Estoy an hn-chido de de leas irreal izables, que pretenden renovar ese mundo pequeo que me queda y cuya :magen desastrosa me atormenta.Tengo, aunque se crea insensatez, idea de la felicidad que yo}lodra gozar, pero que se me rehusa. Nadie se cree irremedia- blemente perdido. Poseo an un amigo que no puedo ver, peroc~nel cual creo. Qu crudo es el tiempo para un desgraciado(lle siente el diente de la hidr,~ despedazar su carne momento

    por momento, sin jams terminar, y que tiene el ojo del esp-BA ': .:;r) r;

    IIBUUlCA L~, . . . . . . .

    ,

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    terrentes y una calma se not en su rostro. A medida que c:~ntemplaba ese ngel de piedad, las nuLes se disipaban de su v~sty crea perder por un momento el recuerdo de sus dolencias.

    La noche empezaba a dominar el dormitorio, y la hermanaanunci a los enfermos que iba a encabezar el rosario, y queks suplicaba unieran sus ruegos con los de ella por un herma-no desgraciado.

    Todos levantaron los ojos al cielo, mientras la luz crepuscu-1m daba sus ltimos reflejos.

    CAPITULO VIIIANGELES TUTELARES

    En el lazareto no haba persona ms indlspensable que laIlermana Magdalena. Desde por la maana 105 enfermos lalamaban y pretendan que no se dejaban hacer ningn trala-miento sin que ella estuviera ;Jresente. El seor cura la solicitaba para que tocara el rgano de la iglesita y para que resolviera los muchos problemas que se amontonaban por segundosdebido a las escaceses del lazareto; los mdicos y 105 practi-cantes, para que diera lo mw:ho que necesitaban para el tra-tamiento de los leprosos. La hermana Magdalena alcanzaba para todo, y tena tiempo para consolar a los numerososenfermos, y para ir diariamente a ver a Julio y darle cuenta al

    cura para que escribiera a la familia de su estado fsico ymOlaLLa soledad de los campos del lazareto era un blsamo para

    la hermana Magdalena. Tena una piececita que daba a un jardn del hospital de San Vicente. El jardn comunicaba conuna manga o pequea pradela donde pacan una burra, la vacade leche del cura y unas cabras. La hermana dedicaba sus ra-tos para el jardn y sala a la llanura a buscar aire puro y des-

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    42 A L B E R T O U R I B E H O L G U I N

    canso. No s, deca, si genios benigno. erran por estas comar-cas, que me producen la sensdcin que me domina en ellas, amanera de delirio celeste.

    Cuando se piensa en los lmites ~strechos en que gira la ac-tividad humana, y en que generalmente el hombre gasta todol _ 8U8 esfuerzos en satisfacer sus necesidades para poder prolongar su miserable existencia, se comprende que se busque una vidacomo la de esa hermana de la caridad. poseda de una pasinsantay desligada de todo anh~lo terrenal. Sobre muchas cosas,nuestra resignacin es impuesta por las circunstancias. En lahermana, ia resignacin estaba fundada en la accin vclunta-ria, y la ms bella que puede concebir la mente, la del des-

    o prendimiento de todo lo mundao como medio para buscar la vida del espritu. Eso haca que los que la trataban pudie-ran darse anticipadamente noticia del cielo, como pOt un rayode .luz puede uno formarse idea del foco que la produce.

    Era imposible encontrar un punto del universo ms apaci- ble, ms ntimo y ms delicioso que el lugar habitado por ella.

    Tnta espiritualidad, tnta bondad y tnta inteligencia. El re-e,0so ms co~pleto del alma en m~dio de l.a vida .ms aC,ti~a..Era una mUjer que poda- pasar Inadvertida baJO el habItonegro y blanco y su rosario colgado a la cintura y su cornetaveladora de unos largos cabellos castaos. Mas deteniendo lamirada, se vea un talle flexible, muy delgado en la cintura, dedelicados senps y anchas caderas, con pe pequeo y manoslargas. suaves y de una blancura trasparente. Su figura atr~airresistiblemente. Su voz dulce y vibrante tena, en mediodel ordinario silencio del lazareto, el magnetismo de una ex-quisita sonoridad. LOI das pasdos a su lado eran cortos, y por ms amarguras que tuvieran e.osdesgraciados, parecan olvidar-Ias a su lado. El mismo Julio, el ms profundamente afectadode los desdichados de ese lugar, recobraba nimo, y se estim, por cierto tiempo, que mejoraba con el aire puro y el sol dela primavera, que dominaba constantemente en la comarca.

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    Todo lo que la hermana Magdalena era para los enfermosse poda observar al verla entrar al hospital :on su: platos enla mano y las toallas en los brazos, con una palabra de cario

    ai uno, una sonrisa al otro y hacindole bien a todos. Cuon-do no poda aliviar, iba por el seor cura para que le ayu ja-ra, y entre los dos hacan tomar vida nueva a los desespe-rados.

    Al ~.cercarse a la cama de Julio, ste cambiaba de aspec-to, posedo del mismo amor :Jrofundo que tuvo antao en everaneo de marras. Sin embalgo, era tal el respeto que la santidad de esta mujer inspirabc., que Julio se limitaba a bende-cirla con palabras y con acciones. Le hablaba de su insoportable enfermedad, que lo haria felizmente sllcumbir y que ha- ba sido la causa de haberla ..u~lto a encon':rar en su peregri-ncin terrenal, pero que llegara un da en que ella mismano podra dflrIe fuerza ni valor. De tal modo aumentaban la penas de Julio. Cerraba los ojos y quedaba en abatimiento p..-ofundo. Su amargura era tanto ms vivo cuanto ms jo

    v!"n de alma se senta al ver a la hermam., ms predestina-e a por su posicin, por sus facultades y por su corazn a lvida y a los placeres. Su corazn. sobre todo, despus de hallrse cerca del amor de su juventud, estaba an en pleno vgor y por muy destrozada que estuviera su persona, haba el mucho que desgarrar, mUC10 que destrur, mucho que anonadar. Se agotaba en esfuerzos infructuosos por desechar lailusiones que le impeda su enfermedad y sus actuales circuns-tncias hijas de ella; y esas ilusiones venan a su imaginacinsin esperanzas, produciendo en sus goces para siempre idocierta tormentos l resurreccin. Habra sucumbido en esa lu-cha, aumentada por la soledad inmensa y cruel, si no viniera hermana Magdalena a sacaria de sus melancolas, leyndoletrozos del libro de Job o de la Imitacin de Cristo.

    Una debilidad extrema. sn]o amortiguad~. por la fiebre de

    voradora, seguida de delirios, de ansiedadef o de sudores fti

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    dos, consuma sus ltimas fuerzas. En los momentos de rda-tivo alivio, poda dirigir sus espantados ojos al abismo de~as-troso de su situacin. El recuerdo de 8US hijitas le era particu-

    larmente amargo. Hijas de un lazarino quin podra preten-derIas? Y si acaso se casaban qu serit~de desgracias no sol 're-vendran? Era probable que ambas tuvieran la misma suerteque l, agravada por el sexo. Eso lo llenaba de remordimien-tos y de hondas preocupaciones. Su padre tambin era objetode sus recuerdos. La vejez, la pobreza, despus de tnta opu-lencia, y sus presentes escaseces tras de tnta generosidad. Enl no se haba mostrado la herencia fatal, mas s haba sidovctima de ella. Pensaba Julio tambin en su sufrida mujer,que haba sacrificado todo por l, a dt:specho de advertenciasy de con.ejos de familia y de a.migos, para ser vctima de todas8US desgracias.

    Como buen cristiano, tena la conviccin de estar experimentando una prueba para ser indemnizado en otra vida, perono comprenda la razn de Ian feroz sacrificio. Crey al tras-

    ladarse illlazareto que all podra trabajar en algo para ayu-dar a su familia, pero estaba equivocado. No tena en qu ocu- parse y sus alientos eran insuhcientes para el menor esfuerzo.Sus facultades decaan cada da ms, y todava necesitaba ma-yores sufrimientos para destrur completamente todas sus am- biciones. Ofreca a Dios sus dolores y trataba de tener resig-nacin, mas la desesperacin renaca de pronto y con ma-yor nervio. Una palabra, un incidente cualquiera bastaba a des- pertaria. Y en ese estado ni la compaa de la hermana Mag-dalena bastaba para calmar\o. Necesario era traer al seor cura para que, con su carcter y sus recursos sagrados, le diera re-si~nacin para sobreponerse a esas crisis del dolor.

    Era el seor Cura hombre alto, ancho y pesado, revestido deuna sotana negra, apretada en el pecho y batiente en su parteinferior, con semblante de bondad en su gruesa cara redonda,

    $urcada de arrugas, particularmente en su ancha frente. Un li

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    g'~ro ribete de suaves cabellos grises plateados rodeaba la ca- b~za de su abultado crneo, y grandes ojos azules de miradad.Jlce completaban lo apacible de ese rostro adornado siemple p)r una sonrisa perenne. Ligeramente jorobado y de movimien-tos lentos por la edad y la obesidad. Siempre estaba escuchan-do y sonriendo, y slo intervena con palabras sencillas parac)nfortar. Fcilmente se le llenaban los ojos de lgrimas, y ha- ba en sus palabras entrecortadas tal sinceridad, que comunica- ba consuelo por poco que dijera y derramaba uncin en los cof,lzones adoloridos. El enfermo se senta aligerado con su pre-sencia y como sostenido por fuerza sobrehumana. Le contaban

    sus penas y necesidades, e iba frecuentemente detrs de l eviejo sacristn, o el muchacho de su caballo, generalmente concomestibles para los ms necesitados y remedios para tntosnales, de rancho en rancho, cuando no de cama en cama enlos hospitales del leprosaria.

    El seor cura se dejaba ver en ocasiones en compaa del boticario del lugar, hombre seco, enjuto de carnes, ms seme- jante a una rama nudosa de un rbol sin savia que a una criatura humana. Un gran sombrero de paja sombreaba esa figur[lilida de ojos grises V de ralos pelos en el escaso bigote que110 alcanzaba a cubrir la boca grande de dientes largos y se- parados. Este hombre, cuya descripcin es n.cesaria para com pletar la del lazareto, era amigo del bicarbonato y de la aspi-lina, y no vacilaba en administrar al ms dbil de los enfermoslin purgante drstico. La falta ordinaria de facultativ(,s le fue

    dando fama de mdico. Recetaba muchos dolientes en un pueblo de enfermos y de gentes sencillas, ms inclinadas a loleguas que a los doctores titulados. No se le poda negar algum experiencia en curar fros, reducir hgados crecidos po,~I paludismo, y en evitar fieb:es provenientes del mal de es-I:mago. Como la lepra afecta todos los rganos, fcil era ha,:er reputacin de mdico en el Lazareto de los monjes des-:onocdos.

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    CAPITULO IX

    LA CRISIS

    Reprochba5e julio en su interior que haca bastante no'escriba a su familia. El estado de su elpritu. las incomo-didades, el calor, la debilidad, no lo dejaban. No tena msque un lecho y una silla y un bal como los dems enfermos,y en tales escaseces no tena fuerzas 3ino para permanecer re-costado.

    Sala, con dificultad, a visitar una familia de leprosos, encuya casa se entretena en or cantar a un ciego. Era el padrede ella que,.al sn de la guitarra, exhalaba tristsimos cantares ..Los lanes quejumbrosos del instrumento, acompaados de unavoz melanclica, hacan vibrar el alma de julio. Experimen-taba placer en confundir sus sollolos con los del msico ciego.

    Talvez hubiera preferido ver a los suyos leprosos, para te-Derlos en ru compaa, como le pasaba al pobre ciego, mas re-

    flexionaba ser mejor s situacin que la de ste, por estar ni-camente l enfermo, aunque esto aumentaba sus pe~ares y susoledad.

    Ocasiones haba en que el ciego suspenda su canto al no-tar que Julio lloraba, y haca que sus muchachos, nios decorta edad, jugaran con l. La esposa del ciego tambin con-solaba .\1 visitante solitario y le haca contestar muchas pregun-tS respecto de su familia. '

    Senta siempre, al recordar a sus hijitas, que su deber eracontinuar la lucha de la vida. Sala a la calle en busca del se-601' cura para pedirle que le diera ocupacin en el lazareto.Desgraciadamente no haba nada en qu emplearlo, ni su enfer-medad lo permita. Esto le hada volver al hospital descoralo-nado. a recostarse en ese lecho de tortura. Se engolfaba. por largas horas, en sus divagaciones del sufrimiento, hasta que fa-

    tigado saltaba de la cama y agitando los blazos, grita\'a: quiero

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    trabajar. quiero trabajar! Lugo eontinuaba callado hasta queexclamaba: No ms! no msl Dios mo! aprta de m este c-liz! De repente pareca erguirse :omo si pusierd en juego to-das ws fuerzas fsicas- para dominar sus penas, hasta que ha-ca llamar a la hermana Magdalena para que su conversacInle sirviera de blsamo y consuelo. Las palabras de la hermanaten :an en l un efecto mgico, y sea por las comparacionesqUt: le presentaba con otras dolencias mayores. sea por la me-lodc, que tenan. o por la expresin de caridad que encerraban,o For el sentido religioso que envolvan. la serenidad inunda- ba el corazn del pobre Julio. Mas el pesar profundo lo mina- ba no obstante su energa y los cuidados de la hermana. Su fsico e:;taba demacrado y una palidez intensa lo cubra. Mientrasms sufra, ms notaba que su cuerpo se insensibilizaba. Confre,:uencia le daban convulsiones violentas, que terminaban porfiehres abrumadoras en las cuales perda la razn. En un deli-rio de esos declar, en presencia del s eor CUla, su amor porla hermana y maldijo de su sue'te. El seor CIJra hizo retirar 11 la hermana Magdalena y le aconsej que se dedicara a otrosnalones del hospital.

    Qued varios das tendido en la cama cerna privado de~eJltido. Otras hermanas lo atendan y cuando preguntaba por1a hcrmana Magdalena, le anunciaban que vendra, pero ya noap~reca mas. Se crey definitivamente abandonado de Diosy peda continuamente la muerte. Poco a poco rue quedndosesil'~ncioso, no coma. y el pulso era cada vez ms tenue. El~eJior cura permiti que la hermana volviera de larde en tardea 'erlo, pero ya Julio no se daba cuenta de la3 COSilS,

    Mientras tanto en la casita de Julio segua respilmlt-se unaatmsfera de tristeza que oprima el corazn. La mujer tral de buso:ar trabajo, apenada de recibir continuamente auxilios dedillero, mas todos huan de ella. y la soledad y et sufrimientoin:esante empezaron a turbarle la razn. Las nias eran recha-

    zadas de todas las escuelas y tenan que acogerse il

    \a casita

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    conocida, alIado del viejo Moledo, que no lenta ya I~s cho-ques de la suerte ..

    Las cartas del sefior cura repetan que la enfermedad de

    Julio no avanzaba mucho, pero que el recludo decaa visible-mente. Su postracin era tan grande que no hablaba entonces.Estas cartas se lean en familia y SC~ comentaban por todos fa-vorablemente. Nunca se pierde del todo la esperanza.

    Lleg. por fir. una carta que anunciaba un estado casi ag-nico, y en la cual haca saber Julio su vehemente deseo deverme antes de morir. El selor cura me rogaba hiciera un granesfuerzo por complacerlo y me ofreca su mula para el viaje. Laantigua criada vino apresurada a buscarme para que fuera aver a la familia. Se me ley la carta en presencia de todos ytodos me rogaron que fuera a acompaar a Julio. Las hijitasespecialmente me suplicaban partiera a auxiliar a su abandona-do padre.

    No obstante la repulsin que me causaba el lazareto y eltemor de los mos a mi estancia en medio de los leprosos. de-

    termin ir a acompaar al amigo desgraciado en sus ltimosinstantes.

    CAPITULO X

    EN PERF.GRINACION AL LAZARETO

    Era un da plomizo. en que la naturaleza pareca llorar por medio de una llovizna sutil y penetrante.

    Sobre la opaca bveda celeste vagaban sin rumbo nubes de plumn. como aves celestes de desmesurado y desconocidotamao.

    La silenciosa va solamente animada por el grito peculiar del arriero que, a intervalos, se presentaba con IUS mulas car-gadas.

    Al atravesar la serrana se mostraban enorme. montaas en

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    el horizonte, semejando pirmides naturale~ de indescifrablegravedad.

    Yo llevaba la mente preocupada y el corazn despedazado.Mi vista caa sobre los objetos pero mi pensamiento estaba en parte distinta.

    Cruzaba lentamente montaas y valles con una sensacin de profunda pena. Rocas cortadas a pico, torrentes ruidosos, sua-v'~~colinas y precipicios hondo:!. Animaba, en ocasiones, aque-lla naturaleza que tena ante la vista, con imgenes del pasa-do, y a medida que avanzaba, meditaba en el porvenir y en

    los sucesos que me reservaba.Algunos aldeanos que venan detrs se me adelantaban, meSE ludaban y continuaban su camino hacia distantes estanciasd,~ la comarca, por senderos escarpados.

    Para llegar al lazareto, desde mi residencia, la jornada eradura y larga. Tema pernoctar all y prefer buscar un puntocn:ano para ello y presentarmc de maana a ese lugar.

    Don ;\niceto Buenahora, pro:Jietario de El Ocaso, haciendasituada e::J.las inmediaciones del leprosaria, supo mi propsitoy me ofreci la casa para pasar la primera noche, y para quevolviera a dormir en las siguientes, si necesitaba alargar mi per-m.r.cncia. Advirtime que estaba sola, por no haberla queridoha S:tar la amilia, debidoa la vecindad del lazareto. Don Ani-ceto hab . quedado de entregarme Ia Ilave de cIla en un pue- bli ~O, un tante distante, sobre el camino que conduce allaza-

    retJ. Habra caminado desde la maana, en una mula de buentro:e y bdos. La correra haba sido, sin embargo, fatigosa yde~agradable. Bien la tengo en la memoria. Entrando en laregin c~ljente, vislumbraba variedad de paisa;es pintorescos,ma j el alfe pesado y bochornoso abata el espritu. Mi mulacaminaba entonces con lentitud cuando llegu al casero dedor Aniceto.

    Nos saludamos en el atrio de la iglesia, y all me entreg4

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    la gran llave del cuarto del escritorio. Djome haber en l uncatre de lona, que yo poda utilizar con tranquilidad para pasar la noche, y me ofreci mandar un pen a la madrugada paraque me acompaara al lazareto. Me habl de que no tuvierarecelo a su casa, como era costumbre, porque no era cierto quelos leprosos la hubieran habitado, ni que estuvieran en ella, enuna de las salidas colectivas, que las escaseces del lazaretohaban producido. Preguntme por Julio y pareci conmovidode la tristeza que me embargaba. Nos despedimos al ponerseel sol, y por la callejuela central fui dejando, paso a paso, elranchera, y tomando el solitario camino, sobre el cual estabala puerta de El Oca$o.

    Al cabo de algn tiempo divis una parte rida, especiede vallecito de greda seca, atravesado por un arroyo sediento.Un pequeo puente de madera, mejor dicho, unas dos tablaslevantadas sobre dos barrancos unan los lmites del estrechocauce; Se conoca que todos, menos los caminantes de a pie, pasaban la diminuta corriente por el agua. Algn viajero mis-

    terioso que desapareci como por encanto, me indic ser el co-nocido puente de los suspiros. Empec a notar, desde enton-ces, ms soledad. Los transentes no aparecan ya sobre el te-rrose camine. Ese lmite tan imperceptible, me di cuenta, erael linde entre la vida y la muerte, entre la comarca consagradaal aislamiento y aquella donde comenzaba el movimiento .. Hay potencias extrafias que dominan ciertos sitios, geniostenebrosos que gobiernan la voluntad de los que se les acer-can. En el horizonte divisaba, en la entrada del crepsculo,nubes raras o formas incomprensibles que parecan perseguirse.Sobre la estepa lejana vislumbraba figuras de humo que ex-tendan sus brazos vaporosos las unas hacia las otras, y ensa-yaban abrazarse, en ardiente deseo de amor, y no pudiendorealizar su concupiscencia vitanda, semejaban mirarse execra- blemente, y parecan evaporarse en su final resignacin. El

    eterno idilio. El imposible por delante, la negacin hacia atrs,

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    t I misterio en todo. El enigma del anhelo sin satisfaccin y deli realidad que amengua todo

    El sol descenda por la esp,lda de la gran cordillera que defrente se exhiba bronceada. Se oye muy a distancia el sani-e o inapercibible de las campanas del poblado, que se perdaen la lontananza. El pequeo .?uente de los suspiros y los pe-ascos de terrones gredosos se ,'en trasparentes ante los celajesce la tarde. Los sapos hacan un ruidCl montono y continuo.Aguna cosa aparentaba morir. Es el da que termina entreIHs mortajas de la naturaleza sepulcral. ...

    Se oye un murmullo y como una respirac:n en el silenciode la tarde .... Cul es ese sonido mudo, ena voz de tumbaque me detiene de golpe en este camino de fspinas? De entrelos matorrales de la vera de la carretera, como saliendo de de- bajo de: suelo, se desenterraba una vieja ojerosa, plida yntugrien':a. Cual una piedra que hablara, y en cudillas sobrel yerba seca, balbuca penosamente una peticin de limosna.e r una indiferencia glacial.

    -F..1 seor viene del puente de los suspiros y se atl eve aa,:ercase a estas horas a la ma')sin de los espritus? Es qui-Zit algi1 ~nfermo de lepra par~ quien no hay espectros? Yon) paso:unca de este lugar, allJque tengo entrada libre al la-Z.reto, c!one pido limosna los domingos, pues se baila cerca~1iindc"o de la circunscripcin dedicada a 105 leprosos. Nadie p:Jcde atravesarlo sin permiso, 'I menos que sea enfermo. Yome aJ

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    Al darle unos centavos, pa~eci desaparecer entre ias yer- bas cobijadas por las sombras del crepsculo, diciendo Dioslo bendiga, pues corren ruidos siniestros, que demuestran es-

    tn alborotados en la mansin de los espritus.Me qued vindola evaporarse, no explicndome qu sig-nificaba ese fenmeno de miseria y de sonambulismo. Era unaespecie de esqueleto, en forma de mujer mendiga. Larga figu-ra flaca, extraamente descolorida, de una perfilada nariz, sin-gularmente prolongada y un cuello endeble, alto y huesoso co-mo todo su cuerpo. De una fisonoma severa aunque mezcladade dulzura mstica y de irona impresionante, sus labios cadosse avanzaban sonrientes en una quijada que una casi a la na-riz con su punta pergaminosa. Tena la apariencia de contar cosas sorprendentes, y tengo la seguridad de que saba mu-chos asuntos ignorados de los hombres, y en sus ojos sin luz seadivinaban presentimientos atormentadores. Sus arrugas pro-fundas revelaban no slo edad sino aflicciones sin lmites, y lamugre acumulada por aos revelaba abandono definitivo. Deja- ba ver dos dientes largos y corrodos, por entre sus labios con-vulsos, y de su garganta salan no palabras humanas sino cruji-dos que agitaban las ondas sonoras con la impresin de una protesta contra las injusticias de la suerte, contra las angustiasde los seres, contra la miseria de los desheredados. Eran notasaisladas de una gran plegaria que yo o despus completa en losmbitos de la iglesita de los leprosos. Continu mi camino

    conmovido ante esa protesta de la muerte contra la vida, de latristeza contra el goce, de la miseria contra la riquez", y que-d cavilando a dnde ira esa bruja a pasar la noche. La tardeestaba tibia y las pocas plantas que por all haba exhalabanaromas extraas. Introducido a esa regin rara por el puente-cito que la tradicin y las crnicas han llamado de los suspi-ros, se alcanza a ver, de un lado, el valle pintoresco, corrientesde agua ~ue van siendo al proseg~ir cada vez ms esca~as, ylugo del otro, los potreros que pierden su aspecto sonnente,

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    ias montaas y las rocas que presentan simditud a ruinas de'Iiejos castillos. Del puente para el lazareto todo reviste uncarcter serio, fnebre y salvaje. Es por ah donde est si-

    tuado El Ocaso y ms all el lazareto de los monjes descono-cidos. semejantes a esas leyendas de los antiguos tiempos quehacen estremecer de espanto, y que lo harn siempre y mien-t~as el hombre conserve algn rastro de sensibilidad y de com-~'asin.

    CAPITULO Xl

    EN EL OCASO

    Yo llegu tarde, ese mismo da, por el camino solitario. alu m braI de la remota portada.

    En aouel momento ne se oa el menor ruido. La naturaleza p.neda oolienta.

    No haba rastro de huella humana ni de animal alguno en suC('I'torno.

    Cuadradas pilastras altas de cal y canto blanqueadas sos-telan la puerta de golpe.Sobre el cobertizo dos gallinazas anunciaban la proximidad

    de ja noche. En las pilastras comenzaban tapias menos al-ial;, tambin blanqueadas y cubiertas de tejas viejas y enmohe-cidas como las del cobertizo. Desde all divis, en parte, elr.a;ern de esa misma teja, con ciertos accesorios de paja y en-YU ~lto en colosales rboles del trpico.

    Mientras me acercaba al edincio, un terror empez a apo-derarse de todo mi sr. Algo misterioso y fatdico cobijaba esaextraa habitacin, de oscura arboleda, y situada en la co-marca ms lgubre de la tierra.

    El aspecto cie su portada y de sus patios era de cementeriode [1ueblo. La sequedad de esos rboles sobresalientes reve-Ibl una vejez de siglos. Lo desteido del follaje daba un tinte

    fn~bre al panorama. La vegetacin careca de savia o era un

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    e, circuito, y dos o tres sauces llorones dejaban \~aer sus ramascJlgantes como las lgrimas de su naturaleza. La atmsfera seresenta de ese fro de las cosas sin vida. Las baldosas de la

    escalera haban perdido su brillo y ostentaban huecos profun-dos de continuas pisadas o la labor incesante del agua y de laintemperie.

    En uno de los ngulos estaba un soporte de paja, provi-sional, que serva de pesebrera, con una balaustrada despeda-zaja y el pesebre comido per el comejn. Qued en l lamula y me dirig, a pie, al vestbulo. comunicado con corre-elores laterales que dejaban vu cerradas numerosas ventanas.

    E:t uno de ellos encontr botda una espueh llena de orn ymis all una escoba roda.Muchas hojas secas se amontonaban en \cs senderos de las

    as del jardn, en el mismo lecho de stas y en el fondo secode la alberca que al pie de un enorme rbol se ha liaba en elinterior lateral del mismo jardn. Los ladrillos de la alberca'~ftaban rotos. casi todos verd:Jsos y \lenos de lama.

    Di una ojeada por los exteriores de la casa, circuda de hol-~~adascorrdejas. divididas pOi' ::ercas de piedra ennegrecidas/ lIenaf de vegetacin de los mismos colores mustios.

    FciLnente se comprenda que ese paraje reposado haba;ido an~ao el centro del mOVimiento de una hacienda de mu-:ha actividad.

    Poco a poco la emocin y el terror fueron dejndome. Ha- ba andado todo el da y haba sufrido tnlo en esos ltimos

    ~icmpo~, que el maltrato fsico y el cansancio moral me hacan]aquea.Abr el cuarto del vestbulo, cuarto grane en el cual esta-

    ba el escritorio de don Aniceto y sobr