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Septiembre 2008 Número 453 Los celtas ISSN: 0185-3716 Jorge Luis Borges Francisco Villar Jean Markale José Barbosa Henri d’Arbois de Jubainville Martí Soler Poemas Gerardo Deniz Anónimo celta

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Septiembre 2008 Número 453

Los celtas

ISSN

: 018

5-37

16

■ Jorge Luis Borges ■ Francisco Villar ■ Jean Markale ■ José Barbosa

■ Henri d’Arbois de Jubainville ■ Martí Soler

Poemas

■ Gerardo Deniz ■ Anónimo celta

número 453, septiembre 2008 la Gaceta 1

SumarioMerlín 3

Gerardo DenizDiscurso 4

Jorge Luis BorgesLludd y Llevelys 7

AnónimoLos celtas 10

Francisco VillarPequeño diccionario de mitología céltica 14

Jean MarkaleÁrboles, coronas, herrajes y transmigraciones 18

José BarbosaEl destino de los hijos de Lir 19

AnónimoLeyenda de Tuan mac Cairill 23

Henri d’Arbois de JubainvilleEl camino de Bran 27

Anónimo¿Historia?, ¿leyenda?El logotipo del Fondo de Cultura Económica 28

Martí SolerSherlock Holmes y la investigación criminalística de Rafael Moreno González

Por Leopoldo LezamaColección Versus de Varios autores 31

Por Arturo Gutiérrez Aldama

Ilustraciones de interiores tomadas del libro Pequeño diccionario de mitología céltica de Jean Markale, traducción de Jordi Quingales, José J. Olañeta, Editor, Barcelona, 2000.

Fotografía de portada Moramay Herrera Kuri

número 453, septiembre 2008 la Gaceta 1

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Directora del FCE

Consuelo Sáizar

Director de La GacetaLuis Alberto Ayala Blanco

EditorMoramay Herrera Kuri

Consejo editorialSergio González Rodríguez, Alberto Ruy Sánchez, Nicolás Alvarado, Pa-blo Boullosa, Miguel Ángel Echega-ray, Martí Soler, Ricardo Nudelman, Juan Carlos Rodríguez, Citla li Ma-rroquín, Paola Morán, Miguel Ángel Moncada Rueda, Geney Beltrán Fé-lix, Víctor Kuri.

ImpresiónImpresora y EncuadernadoraProgreso, sa de cv

FormaciónMiguel Venegas Geffroy

Versión para internetDepartamento de Integración Digital del fcewww.fondodeculturaeconomica.com/LaGaceta.asp

La Gaceta del Fondo de Cultura Econó-mica es una publicación mensual edi-tada por el Fondo de Cultura Econó-mica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor res-ponsable: Moramay Herrera. Certifi -cado de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedi-dos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nom-bre registrado en el Instituto Nacio-nal del Derecho de Autor, con el nú-mero 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Pos-tal, Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.ISSN: 0185-3716

Correo electró[email protected]

2 la Gaceta número 453, septiembre 2008

Hacia el fi nal de la Edad de Bronce nació una tribu de guerreros que poblaría las Islas Británicas, el norte de Francia, parte de Suiza, el norte de Italia y el noroeste de España. Pero esta tribu fue algo más que un pueblo guerrero, cuyos sanguinarios miembros tatuaban sus cuerpos y entonaban cantos al momento de encajar la espada y la jabalina en la osamenta enemiga. Los celtas fueron el dolor de cabeza de Julio César y un acto de fe, pero sobre todo fueron una literatura cuyas infl uencias en usos y costumbres actuales todavía muestran notables improntas.

Aunque en su historiografía hay más sombras que luces, sabemos con certeza que implantaron (tal vez por primera vez en Occidente) una academia presidida por poetas (druidas) que despachaban asuntos de gobierno y cuyos saberes se transmitían oral-mente, como conviene a las escuelas esotéricas; que practicaban la sátira como arma, y cuyos efectos eran ronchas y sarpullidos; que arrasaban poblaciones a su paso, pero que una vez asentados solían asimilarse a la cultura conquistada; que la cruz cristiana, el laberinto y el bosque formaban una misteriosa trinidad; que mucho antes de las enseñanzas del judío del Gólgota ya planteaban la posibilidad del dolor purifi cador y que practicaban el perdón y la misericordia al mismo tiempo que el culto de la sangre; que sentían una fascinante aversión por la gordura; que dejaron rastros de su hegemo-nía en dólmenes y menhires por toda Europa; que agradecían al agua y al fuego, al viento y la tierra, al rayo y la roca cada amanecer; que ahuyentaban al demonio con el espíritu del vino; que fi nalmente desaparecieron de la faz de la tierra por culpa de romanos y pueblos germánicos y que aún ahora las modernas Irlanda y Escocia pre-sumen el furor guerrero y la música como una de sus más ilustres herencias.

Hay mucho por buscar en el espeso bosque celta. En este número de La Gaceta, el lector encontrará textos variados sobre esta milenaria cultura: Las rigurosas investi-gaciones sobre los indoeuropeos que poblaron el viejo continente a cargo de Francis-co Villar; un discurso pronunciado por Borges en 1962 donde nos habla de la afi nidad del concepto de academia y los celtas; palabras escogidas al azar del Diccionario de mitología céltica, donde Markale describe dioses, héroes, reyes y lugares sagrados; el mito que supera a la historia con distinguidos protagonistas como Lludd y Llevelys, los hijos de Lir y el forzudo Tuan mac Cairill y su don de transmutar. G

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Merlín*Gerardo Deniz

*Gerardo Deniz, Erdera, Fondo de Cultura Económica, México, 2005.

Diremos hoy del amor cosas verdadescomo la orilla al mar hasta volverse arena.Los pasos sobre las hojas mojadas que no crujen; torna el pensamiento con saliva ajena, oh brujo céltico que hallaste hace dos lunasuna joven lavándose temprano en la fuente. Esta tarde de nuevo has mordido sus piernas desgano: así hasta tres veces.Hay en el bosque corros de hongos y quién los pone,

di (o enloquecer como el sabio malabarante la sensitiva), y quién pone el salitre en la bóveda

donde la antorcha traza enigmas de hollín.Mirabas a la ventana de vejiga tendida; esperabas la hora,

oh brujo eternamente medieval,cómo odiaste la paja donde hundías ojos y rodillas

pensando en hongos, en salitre(así otros días cuando quieres que dure y repasas el elenco de estirpes de Erín desentendiéndote un poco).Traes briznas en los faldones y en ese cucurucho salpicado

de estrellas, lúnulas y saturnos prematuros que llevasfrío en los pies y prisa; sí, oh brujo atormentado por la enuresis;anhelas el infolio de la astrología judiciaria que el aprendiz desempolva

con mano trémula, creyéndote en hechicerías altas.Tardarás en dormirte aunque es noche de viento y el hombre del norte no pisará las costas.No, no eres lunático. G

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Discurso*Jorge Luis Borges

En la segunda mitad del siglo xix, dos escritores justicieramente famosos, Renán y Matthew Arnold, dedicaron penetrantes estu-dios al concepto de una academia y a las literaturas célticas. Ahora bien, ninguno de ellos señaló la curiosa afi nidad que presentan estos dos temas y, sin embargo, esa afi nidad existe. Algunos ami-gos míos, cuando leyeron el título de la clase, o conferencia o discurso de hoy, El concepto de una academia y los celtas, creyeron en una arbitrariedad mía, pero creo que puede justifi carse esta afi ni-dad y que es profunda. Empecemos por la primera parte, el título; empecemos por el concepto de una academia. ¿En qué consiste este concepto? En primer término, pensaríamos en la policía del lenguaje, en las autorizaciones o prohibiciones de palabras, todo esto es bastante baladí, ya lo sabemos todos, pero podemos pensar también en aquellos primeros individuos de la Academia Francesa que celebraban reuniones periódicas. Aquí tenemos también otro tema; el tema de la conversación, del diálogo literario, de la discu-sión amistosa, de la comprensión de los hechos literarios y la poesía, y el otro aspecto de la academia, que sería quizá, el esen-cial: la organización, la legislación, la comprensión de la literatu-ra. Y creo que esto es lo más importante. La tesis que voy a difun-dir hoy o, mejor dicho, el hecho que quiero recordar hoy es la afi nidad de estas dos ideas; idea de academia y el mundo de los celtas. Pensemos en primer término en el país literario por exce-lencia: ese país es, evidentemente, Francia, y la literatura francesa está no sólo en los libros franceses, sino en su mismo idioma, de suerte que bastaría hojear un diccionario para sentir esa intensa vocación literaria de la lengua francesa. Veamos: en español deci-mos arco iris, en inglés se dice rainbow, en alemán regenbogen, arco de la lluvia ¿Qué son estas palabras junto a la tremenda palabra francesa, vasta como un poema de Hugo y más breve que un poe-ma de Hugo, arc-en-ciel, que parece elevar una arquitectura, un arco en el cielo?

En Francia la vida literaria existe, no sé si de un modo más intenso, que esto ya sería entrar en el misterio, pero sí de un modo más consciente que en otros países. Uno de sus periódicos, titula-do La Vie Litteraire, interesa a todos. En cambio, aquí, los escrito-res somos casi invisibles; escribimos para nuestros amigos, lo cual puede estar bien. Cuando se piensa en la academia Francesa, esa academia por excelencia, suele olvidarse que la vida literaria de Francia corresponde a un proceso dialéctico, es decir, la literatura se hace en función de la historia de la literatura. Existe la academia

que representa la tradición, y además la Academia Goncourt y los cenáculos que son academias a su vez. Resulta curioso que los re-volucionarios acaban por ingresar en la Academia, es decir que la tradición va enriqueciéndose en todas las direcciones y en todas las evoluciones de la literatura. En algún momento hubo oposi-ción entre la academia y los románticos, luego entre la academia y los parnasianos y simbolistas, pero todos ellos forman parte de la tradición de Francia que se enriquece así mediante ese movimien-to dialéctico. además hay como un equilibrio, es decir, los rigores de la tradición están compensados con las audacias de los revolu-cionarios, cosa que todos ellos saben muy bien; por eso hay en aquella literatura más exageraciones de seguridad de extravagancia que en ningún otro, y esto ocurre porque cada uno cuenta con su adversario, de igual manera que el ajedrecista cuenta con el com-petidor que juega con sus piezas de otro color. Ahora bien, yo diría que en ninguna parte del mundo la vida literaria ha sido or-ganizada de una manera más rigurosa que entre las naciones célti-cas, lo que trataré de probar, o mejor dicho, de recordar.

Hablé de la literatura de los celtas; el término es vago. Estos habitaban, en la antigüedad, los territorios que un remoto porve-nir llamaría Portugal, España, Francia, las Islas Británicas, Holan-da, Bélgica, Suiza, Lombardía, Bohemia, Bulgaria y Croacia, además de Galacia, situada en la costa meridional del Mar Negro; los germanos y Roma los desplazaron o sojuzgaron en arduas guerras. Ocurrió entonces un acontecimiento notable. Así como la genuina cultura de los germanos logró su máxima y última fl o-ración en Islandia, en la Ultima Thule de la cosmografía latina, donde la nostalgia de un reducido grupo de prófugos rescató la antigua mitología y enriqueció la antigua retórica, la cultura celta se refugió en otra isla perdida, en Irlanda. Poco o nada podemos conjeturar de las artes y letras de los celtas en Iberia o en Galia, las tangibles reliquias de su cultura, sobre todo en lo lingüístico y literario, deben buscarse en los archivos y bibliotecas de Irlanda y del país de Gales.

Renán, aplicando una sentencia famosa de Tertuliano, escribe que el alma celta es naturalmente cristiana; lo singular, lo casi in-creíble, es que el cristianismo, que con tanto fervor han sentido y sienten los irlandeses, no borró en ellos la memoria de los repu-diados mitos paganos y de las arcaicas leyendas. Por César, por Plinio, por Diógenes Laercio y por Diodoro Sículo sabemos que los galos estaban regidos por una teocracia, los druidas, que admi-nistraban y ejecutaban las leyes, declaraban la guerra o proclama-ban la paz, deponían, según su arbitrio, a los soberanos, nombra-ban anualmente a los magistrados y tenían a su cargo la educación de los jóvenes y la celebración de los ritos. Practicaban la astrolo-gía y enseñaban que el alma es inmortal. César les atribuye en sus

* Juan Gustavo Cobo Borda y Martha Kovacsis de Cubides, El Aleph borgiano, Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá, 1987.

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“comentarios” la doctrina pitagórica y platónica de la transmigra-ción. Se ha dicho que los galos creían, como casi todos los pue-blos, que la magia puede transformar a los hombres en animales y que César, traicionado por el recuerdo de sus lecturas griegas, tomó esa creencia supersticiosa por la doctrina de la purifi cación de las almas a través de agonías y encarnaciones. Más adelante, sin embargo, veremos un pasaje de Taliesin, cuyo indiscutible tema es la transmigración, no la licantropía.

Lo que nos importa ahora es el hecho de que los druidas esta-ban divididos en seis clases, la primera de las cuales era la de los bardos, y la tercera, la de los vates. Siglos después, esta jerarquía teocrática sería el remoto pero no olvidado modelo de las acade-mias de Irlanda.

En la Edad Media, la conversión de los celtas al cristianismo redujo a los druidas a la categoría de hechiceros. Uno de sus pro-cedimientos era la sátira, a la cual se atribuía poderes mágicos, verbigracia, la aparición de ronchas en la cara de las personas aludidas por el satírico. Así, bajo el amparo de la superstición y del temor, se inició en Irlanda el predominio de los hombres de letras. Cada individuo, en las sociedades feudales, tiene un lugar preciso; incomparable ejemplo de esta ley fueron los literatos de Irlanda. Si el concepto de academia reside en la organización y dirección de la literatura, no se descubrirá en la historia país más académico, ni siquiera Francia o la China.

La carrera literaria exigía más de doce años de severos estudios, que abarcaban la mitología, la historia legendaria, la topografía y el derecho. A tales disciplinas debemos agregar, evidentemente, la gramática y las diversas ramas de la retórica. La enseñanza era oral, como corresponde a toda materia esotérica; no había textos escritos y el estudiante debía cargar su memoria con todo el cor-pus de la literatura anterior. El examen anual duraba muchos días, el estudiante, recluido en una celda oscura y provisto de alimentos y de agua, tenía que versifi car y memorizar determinados temas genealógicos y mitológicos en determinados metros. El grado más bajo, el de oblaire, postulaba el conocimiento de siete historias; el más alto, el de ollam, el de trescientas sesenta, correspondientes a

los días del año lunar. Las historias se clasifi caban por temas: des-trucciones de linajes o de castillos, cuatrerías, amores, batallas, navegaciones, muertes violentas, expediciones, raptos e incendios. Otros catálogos incluyen visiones, acometidas, levas y migracio-nes. A cada uno de los grados correspondían ciertos argumentos, ciertos metros y cierto vocabulario, a que debía limitarse el poeta so pena de castigo; para los más altos, la versifi cación era muy compleja y comportaba la asonancia, la rima y la aliteración. A la mención directa se prefería un sistema intrincado de metáforas, basadas en el mito o en la leyenda o en la invención personal. Algo parecido ocurrió con los poetas anglosajones y, en mayor grado, con los escandinavos; la singular y casi alucinatoria metáfora teji-do de hombres por batalla, es común a la poesía cortesana de Ir-landa y de Noruega. A partir del noveno grado los versos resulta-ban indescifrables, a fuerza de arcaísmos, de perífrasis y de laboriosas imágenes; una tradición ha guardado la cólera de un rey, incapaz de entender los panegíricos de sus doctos poetas. Esta oscuridad inherente a toda poesía culta acarreó la declinación y fi nalmente la disolución de los colegios literarios. También es lí-cito recordar que los poetas constituían un pesado gravamen para los pobres y pequeños reinos de Irlanda, que debían mantenerlos en el ocio o en el goce creador.

Diríase que tanta vigilancia y tanto rigor acabarían por ahogar el impulso poético; la increíble verdad es que la poesía irlandesa es pródiga de frescura y de maravilla. Tal, por lo menos, es la convicción que han dejado en mí los fragmentos citados por Ar-nold y las versiones inglesas del fi lólogo Kuno Meyer.

Todos ustedes recordarán poemas en que un poeta rememora sus encarnaciones anteriores; tenemos a mano uno espléndido de Rubén Darío:

Yo fui un soldado que durmió en ellecho de Cleopatra, la reina...

y luego aquello de:

Foto: Moramay Herrera Kuri

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¡Oh, la rosa marmórea omnipotente!

Y tenemos ejemplos antiguos, como el de Pitágoras, que decla-ró haber reconocido en otra vida el escudo con el cual combatió en Troya.

Veamos ahora qué hizo Taliesin, el poeta galés del siglo vi de nuestra era. Taliesin recuerda hermosamente haber sido muchas cosas; nos dice: he sido un jabalí, un jefe en la batalla, una espada en la mano de un jefe, un puente que atraviesa setenta ríos, estuve en Cartago, en la espuma del agua, he sido una palabra en un li-bro, he sido un libro en principio. Es decir que estamos ante un poeta perfectamente consciente, digamos, de los privilegios, de los méritos que puede dar este tipo de diversión incoherente. Yo creo que Taliesin debió de querer ser todas estas cosas; pero supo que una lista, para ser bella, tiene que constar de elementos hete-rogéneos, y así recuerda haber sido una palabra en un libro y un libro en un principio. Y hay muchas otras hermosas imaginaciones celtas; por ejemplo, la de un árbol, verde por un lado y por el otro ardiendo, como la zarza ardiente, con un fuego que no lo consu-me, y cuyas dos partes conviven.

Además de los siglos heroicos, de los siglos mitológicos, hay en la literatura celta un asunto que nos interesa especialmente, y son las navegaciones. Uno de los temas que los poetas tenían que tra-tar eran las navegaciones, ya que las trescientas y tantas leyendas se dividían en historias de conquistas, en historias de cuatrería o de teatro, en historias de raptos, en historias de cavernas, en his-torias de ciudades, en historias de peregrinaciones y en historias de viajes.

Vamos a detenernos en estas últimas. Los irlandeses imagina-ban los viajes hacia el Oeste, es decir, hacia el Poniente, hacia lo desconocido, diríamos ahora, hacia América. Voy a referirme a la historia de Conn.

Conn es un rey de Irlanda; se lo llama Conn de las Cien Bata-llas. Una tarde sentado con su hijo, mirando la puesta del sol desde una colina, de pronto oye que su hijo habla con lo invisible y lo desconocido. Le pregunta con quién está hablando, y enton-ces sale una voz del aire, y esa voz le dice: “Soy una hermosa mu-jer; vengo de una isla perdida de los mares occidentales; en esa isla se ignoran la lluvia, la nieve, las enfermedades, la muerte, el tiem-po. Si tu hijo, de quien estoy enamorada, me acompaña, él no conocerá nunca la muerte y podrá reinar sólo entre personas feli-ces.” El rey llama a sus druidas porque esta leyenda sería anterior al cristianismo, aunque la conservaron los cristianos y los druidas cantan para que la mujer calle. Ella, desde lo invisible, le arroja una manzana al príncipe, y desaparece. Durante un año, el príncipe no prueba otra cosa que esa inagotable manzana, y no tiene hambre ni sed, pero sigue pensando en esa mujer, que nadie ha visto. Cuando ella vuelve al cabo de un año, la ve, se embarcan juntos en una nave de vidrio y se pierden navegando hacia el Poniente.

Y aquí la leyenda se bifurca; una de las versiones dice que el príncipe no volvió nunca; otra, que volvió después de muchos si-glos y reveló quién era; la gente lo miró incrédula y le dijo: Sí,

Conn, hijo de Conn el de las Cien Batallas. Una leyenda relata que se perdió en los mares, y que al saltar a tierra y tocar suelo, de Irlanda, cae hecho cenizas, porque uno es el tiempo de los dioses y otro el tiempo de los hombres.

Recordemos otra historia análoga. La historia de Abraham. Abraham es hijo de un rey, como todos los protagonistas de sus historias. Mientras camina por la playa oye de pronto una música detrás de él y se da vuelta; pero siempre la música está detrás de él. Esa música es muy dulce: quedase dormido, y cuando se des-pierta, encuentra que tiene en la mano una rama de plata con fl ores que podían ser de nieve, salvo que están vivas. Al llegar a su casa encuentra a una mujer, quien le dice, como al otro hijo del rey, que está enamorada de él. Entonces Abraham la sigue. La rama de plata nos recuerda la rama dorada de la Eneida; y luego la historia es la de los viajes de Abraham. Se dice que él navega por el mar y que ve a un hombre que parece caminar sobre las aguas y está rodeado de peces, de salmones. Ese hombre es un dios cel-ta, y mientras el dios está caminando por el mar y rodeado de salmones, recorre simultáneamente la pradera de su isla, rodeado de ciervos y corderos; es decir, hay como un doble espacio, como un doble plano en el espacio; el rey está sobre las aguas para el príncipe, y está sobre la pradera de su isla.

Existe una fauna curiosa en esas islas: dioses, pájaros que son ángeles, laureles de plata y ciervos de oro, y hay también una isla de oro elevada sobre cuatro pilares y que se elevan, a su vez, sobre una planicie de plata, y tenemos un tiempo distinto. La maravilla más asombrosa se produce cuando Abraham recorre esos mares occidentales, alza los ojos y ve un río, un río que corre por el aire, que fl uye por el aire, sin volcarse, y en el que hay peces y naves y todo esto está religiosamente en el cielo.

Algo diré ahora acerca del sentido del paisaje en la poesía celta.Matthew Arnold en su admirable estudio sobre la literatura

celta dice que el sentido de la naturaleza, que es una de las virtudes de la poesía inglesa, se debe a los celtas. Yo diría que también los germanos sintieron la naturaleza. El mundo es, desde luego, dis-tinto, porque en la antigua poesía germánica, lo que se siente ante todo es el horror de la naturaleza; las ciénagas y las selvas y los crepúsculos de la tarde, están poblados de monstruos, se llama Horror a la noche, al dragón, horror del crepúsculo manchado. En cambio, los celtas también sintieron la naturaleza como algo vivo, pero sintieron también que esas presencias sobrenaturales podían ser benignas es decir, el mundo fantástico celta es un mun-do de demonios y de ángeles. Podíamos hablar del otro mundo; esta frase, muy común ahora, creo que aparece por vez primera en Lucano, al referirse a los celtas.

Todos estos hechos que he señalado se prestarían a muchas ob-servaciones. Explicarían, por ejemplo, el auge de la academia en un país como Francia, país de raíz celta; explicarían la ausencia de aca-demias en un país profundamente individualista como Inglaterra. Pero todas estas conclusiones podrán sacarlas ustedes mucho mejor que yo. Básteme ahora haber señalado ese curioso fenómeno de una legislación de la literatura en la isla de Irlanda. G

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Lludd y Llevelys*Anónimo

Beli el Grande, hijo de Manogan, tuvo tres hijos: Lludd, Kas-swallawn y Nynnyaw, y según la historia tuvo un cuarto, Lle-velys1. Después de la muerte de Beli, el reino de la isla de Bretaña cayó en manos de Lludd, su primogénito, y Lludd gobernó de modo próspero, reconstruyó las murallas de Llun-dein y las rodeó de innumerables torres. Luego ordenó a todos los ciudadanos que construyeran casas de modo que en todo el reino no hubo casas de semejante esplendor. Era también un buen guerrero y muy generoso, pues distribuía alimentos y bebidas a todos los que se lo pedían. Aunque poseía castillos y ciudades, era aquélla su ciudad preferida. Pasaba allí la mayor parte del año y por ello la llamaron Kaer Lludd y al fi nal Kaer Llundein. Y fue después de la llegada de una nación extranjera cuando recibió el nombre de Llundein o de Llundrys. Por encima de todos sus hermanos Lludd amaba a Llevelys porque era un hombre prudente y sabio.

Cuando Llevelys oyó que el rey de Francia había muerto sin otro heredero que una hija y que había dejado todos sus domi-nios en sus manos, fue a ver a su hermano Lludd para pedirle consejo y ayuda; pensaba menos en su propio interés que en el

acercamiento de honor, elevación y dignidad que de ello resul-taría para su casa, si podía ir al reino de Francia a pedir por mujer a aquella doncella. Su hermano estuvo de acuerdo con él y aprobó su idea. En seguida equiparon barcos y los llenaron de caballeros armados, y Llevelys partió para Francia. En cuanto desembarcaron, enviaron mensajeros a los nobles de Francia para exponerles el objeto de su expedición. Después de deliberar, los nobles y los jefes de aquel país entregaron de común acuerdo a Llevelys la doncella con la corona del reino. Desde entonces no dejó de gobernar sus estados con pruden-cia, sabiduría y felicidad hasta el fi n de su vida.

Transcurrió algún tiempo hasta que se abatieron tres plagas sobre la isla de Bretaña, como jamás se habían visto otras igua-les. La primera de ellas fue la llegada de una raza particular a la que llaman los Corannyeit: su saber era tal, que no se podía mantener una conversación en toda la superfi cie de la isla, por muy bajo que hablaran, sin que la conocieran, pues el viento se la llevaba. Por esta razón no se les podía causar ningún daño: La segunda plaga fue un gran grito que cada noche de primero de mayo se dejaba oír en todos los hogares de la isla de Bretaña. Atravesaba el corazón de las gentes y les causaba tal pavor que los hombres perdían el color y las fuerzas, las mujeres el fruto de sus vientres, los jóvenes perdían el juicio y todos los anima-les, árboles, tierra y aguas quedaban estériles. La tercera plaga consistía en que por muchas provisiones y comidas que se pre-

* Mabinogion, traducción de Victoria Cirlot, Ediciones Siruela, Madrid, 1988.

1 Cf. nota 19 a “Manawyddan, hijo de Llyr”. Lludd aparece citado en poemas del siglo xi (cf. R. Bromwich, pp. 424-425).

8 la Gaceta número 453, septiembre 2008

paraban en las cortes del rey, aunque hubiera allí un año de provisiones en comida y bebida, no podían disfrutar de nada de aquello, salvo lo que habían consumido en la primera noche.2

La primera plaga fue clara y manifi esta, pero nadie conocía la causa de las otras dos; así, había más esperanzas de desemba-razarse de la primera que de la segunda o de la tercera. El rey Lludd concibió por ello mucha preocupación e inquietud, no sabiendo cómo podría librarse de ellas. Hizo acudir junto a él todos los nobles de sus dominios y les pidió consejo respecto a las medidas a tomar contra aquellas plagas. Y por común consejo, de sus nobles, Lludd, hijo de Beli, fue a reunirse con Llevelys, su hermano, rey de Francia, conocido como hom-bre de gran sabiduría en sus consejos, con el fi n de pedirle opinión.

Prepararon una fl ota y lo hicieron en secreto, silenciosa-mente, para que ni aquel pueblo ni nadie, a excepción del rey y de sus consejeros, se enterara del motivo de aquella expedi-ción. Cuando estuvieron dispuestos, Lludd y aquellos embar-caron a los que había escogido y comenzaron a surcar las olas en dirección a Francia.

Al enterarse de que aquella fl ota se aproximaba, Llevelys, que desconocía la causa de la expedición de su hermano, avan-zó a su encuentro desde el otro lado con una fl ota muy consi-derable. Al ver aquello, Lludd dejó todos sus navíos en alta mar, a excepción de uno en el que embarcó para ir al encuentro de su hermano, y en cuanto se reunieron se abrazaron y salu-daron con una ternura fraternal.

Y después de que Lludd expusiera a su hermano el motivo de su expedición, Llevelys le respondió que conocía las razo-nes de el viaje a su país. Entonces acordaron discutir sus asun-tos de otro modo, para que el viento no pudiera alcanzar sus palabras y los Corannyeit no pudieran saber lo que estaban hablando. Entonces Llevelys ordenó hacer un gran cuerno de bronce y conversaron a través de aquel cuerno. Pero fuesen cuales fuesen las palabras que se decían a través del cuerno, no oían más que contradicciones llenas de odio, y cuando Llevelys se dio cuenta de que un diablo les estaba molestando y causan-do daños a través del cuerno, vertió vino en su interior, lo lavó y expulsó del cuerno al diablo por la virtud del vino. Cuando pudieron conversar sin obstáculos, Llevelys dijo a su hermano

que le darían ciertos insectos, de los que debería guardar una parte con vida para perpetuar la especie en caso de que la mis-ma plaga volviera a aparecer por segunda vez, y triturara el resto en el agua. Le aseguró que éste era un buen medio para destruir el pueblo de los Corannyeit y he aquí cómo:

En cuanto llegara a su reino, reuniría en una misma asam-blea a todo su pueblo y al pueblo de los Corannyeit bajo el pretexto de hacer la paz entre ellos. Cuando estuvieran todos reunidos, cogería aquella agua mágica y la echaría indistinta-mente sobre todos. Llevelys aseguraba que aquella agua enve-nenaría al pueblo de los Corannyeit, pero que no mataría ni causaría daño alguno a nadie de su propio pueblo.

—En lo que respecta a la segunda plaga de tus dominios—añadió—, se trata de un dragón. Un dragón de otro pueblo extranjero combate con él e intenta vencerle. Por ello vuestro dragón lanza un grito espantoso. Lo comprobarás de la si-guiente forma: de regreso a tu país has medir la isla a lo largo y a lo ancho, y en el lugar donde encuentres exactamente el pun-to central de la isla, haz cavar un agujero y has depositar una tinta llena de aguamiel, la mejor que puedas encontrar, y cubrir la tina con una seda. Hecho esto, vela tú mismo en persona y verás combatir a los dragones con forma de animales mons-truosos. Pero al fi nal desaparecerán en el aire con la forma de dragones y, en último lugar, cuando estén agotados a conse-cuencia de su espantoso y terrible combate, caerán sobre la tela con la forma de dos pequeños cerdos, la arrastrarán consigo hasta el fondo de la tina y allí beberán el aguamiel, y después se quedarán dormidos. Entonces, pliega la tela alrededor de ellos y hazlos enterrar encerrados en un cofre de piedra en el lugar más fortifi cado de tus dominios y ocúltalos bien en la tierra. Mientras se encuentren en ese lugar fortifi cado, no podrá llegar a la isla de Bretaña ninguna plaga desde ningún lugar.

“La causa de la tercera plaga es un poderoso hombre de magia que se lleva tus alimentos, bebidas y provisiones; con su magia y sus encantamientos hace dormir a todo el mundo. Por este motivo tendrás que velar en persona los manjares de tus banquetes y fi estas. Para que el sueño no te venza, debes tener una tina de agua fría a tu lado, y cuando sientas que el sueño se apodera de ti, métete en la tina.

Lludd regresó entonces a su país. Enseguida ordenó reunir-se a todo su pueblo y a los de los Corannyeit. Siguiendo las instrucciones de Llevelys, trituró los insectos en agua y la echó indistintamente sobre todos. De inmediato todo el pueblo de Corannyeit quedó destruido sin que ninguno de los bretones experimentara mal alguno.

Algún tiempo después, Lludd hizo medir la isla de Bretaña a lo largo y a lo ancho y encontró el pinto central en Rytychen (Oxford). En aquel lugar hizo cavar un agujero y depositar en el agujero una tina llena con la mejor aguamiel que fuera posi-ble hacer, con una cubierta de seda por encima, y él mismo veló aquella noche. En esto, vio luchar a los dragones y, cuando estuvieron fatigados y no pudieron más, descendieron sobre la cubierta y la arrastraron con ellos hasta el fondo de la tina. Después de haber acabado de beber el aguamiel, se durmieron. Durante su sueño, Lludd plegó la cubierta alrededor de ellos y los enterró, encerrados en un cofre de piedra, en el lugar más seguro que encontró en las montañas de Eryri. Aquel lugar que antes se llamaba Dinas Ffararon Dandde, fue llamado desde entonces Dinas Emreis. Así terminó aquel espantoso grito que turbaba sus dominios.

2 “Tres invasiones sobre la Isla de Bretaña que no se marcharon: una de ellas fue el pueblo de los Coraniaid, que llegó en tiempos de Caswallawn (=Lludd?), hijo de Beli, y ni uno de ellos regresó, y la tercera, la de los sajones, cuyos jefes eran Horsan y Hengist” (36). El concepto galés gormes hace referencia a pueblos invasores y también alude a un carácter opresivo. En Lludd se refi ere a un monstruo o animal opresivo. La primera opresión citada coincide con la primera de la triada y la de los dragones equivale a la tercera, pues dragones y sajones se encuentran asociados desde Geoffrey de Monmouth. La palabra Corannyeit o Coraniaid parece una formación tardía similar a Brytaniaid, a la que se ha añadido la terminación -iaid. i Williams sugirió que en su forma antigua la palabra podía asociarse con cor (=enano). La triada refl eja la idea de la isla invadida por suce-sivas oleadas de pueblos extranjeros y, al igual que en El libro de las invasiones irlandés, las primeras correspondían a pueblos de carácter mitológico (los Tuatha Dé Dannan). Según R. Bromwich es posible que hubiera existido una confusión entre Coraniaid y Cesaryeit, pues-to que parece extraña la omisión de la invasión romana en la triada (pp 84-86).

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Hecho esto, el rey Lludd hizo preparar un grandioso festín. Cuando todo estuvo dispuesto, hizo colocar a su lado una tina llena de agua fría y veló allí en persona. Mientras se hallaba así, armado con todas sus piezas, hacia la tercera vigila de la noche, oyó muchos extraordinarios relatos y una música variada, y sintió que no podía resistirse al sueño. Antes de dejarse detener en su propósito y ser vencido por el sueño, se metió en el agua varias veces. Al fi nal, un hombre de gran estatura, protegido con pesadas y resistentes armas, entró con un cesto y empezó a amontonar allí, como tenía por costumbre, todas las provisio-nes de alimento y bebida. Luego se dispuso a salir con todo. Nada le resultaba más sorprendente a Lludd que el hecho de que pudieran caber tantas cosas en la cesta. Finalmente el rey Lludd se lanzó en su persecución y le habló así:

—Espera, espera. Si hasta este momento me has hecho mu-cho daño y ocasionado muchas pérdidas, de ahora en adelante ya no lo harás más, a menos que las armas demuestren que eres más fuerte y valiente que yo.

Y en seguida el hombre depositó la cesta en el suelo y es-peró. Se entabló un furioso combate entre ambos: de sus ar-mas saltaban chispas de fuego. Al fi nal Lludd le alcanzó y la suerte quiso que obtuviera la victoria, pues derribó a su opre-sor. Vencido por la fuerza y el valor de Lludd, le pidió cle-mencia.

—¿Cómo podría concederte clemencia después de todas las pérdidas y daños que me has ocasionado? —dijo el rey.

—Te sabré recompensar completamente de todas las pérdi-das que te he ocasionado. No volveré a hacer nada semejante y de ahora en adelante seré para ti un fi el vasallo.

Y el rey aceptó.Fue así como Lludd libró a la isla de Bretaña de estas tres

plagas. A partir de entonces hasta el fi nal de su vida, Lludd, hijo de Beli, gobernó la isla de Bretaña en paz y de forma prós-pera.

Este relato es conocido con el nombre de Aventura de Lludd y Llevelys. Y así termina. G

Foto: Moramay Herrera Kuri

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Los celtas*Francisco Villar

Los celtas forman parte del conjunto de pueblos bárbaros cuya primera mención aparece en los historiadores y geógrafos gre-co-latinos. Heródoto los llamaba keltoí, mientras que Aristó-teles y Plutarco utilizaban kéltai, de donde deriva el latín celtae y en defi nitiva nuestra palabra celta. A partir del s. iii a.C. se introdujo entre los griegos una nueva denominación de este pueblo galátai (gálatas), que corresponde al que usan los romanos: galli (galos). De esta segunda denominación en su variante griega proceden los topónimos Galatia (Asia Menor), Galitzia (Europa central), Galicia (España).

No sabemos a ciencia cierta el origen ni la etimología del término celta. Pero es casi seguro que no se trata de un endo-étnico que todo ese pueblo se diera a sí mismo. Es dudoso in-cluso que se diera nombre colectivo alguno. Probablemente carecían del sentimiento de formar una unidad, necesario para disponer de un endoetnónimo común. Lo más probable es que los griegos de la colonia de Massilia (Marsella) tomaran ese nombre de alguna tribu local y por extensión pasaran a desig-nar con él a todas las gentes de la zona. Para gálata y galo suele proponerse, en cambio, la raíz *gal- “poder, fuerza”, que se encuentra en lituano galeti “poder” y galià “fuerza, potencia”, en ruso golemÿ “grande”. En lenguas célticas hay irlandés gal “valentía, bravura”, bretón gal “poder”. Galos, gálatas signifi can por lo tanto “poderosos, valientes” y, como término encomiás-tico, tiene todo el aspecto de ser un endoétnonimo. Aunque, como decía antes, es poco probable que se refi riera original-mente al conjunto de los celtas.

La doctrina ampliamente compartida por arqueólogos y lingüistas sitúa la patria originaria de los celtas de la zona com-prendida entre el suroeste de Alemania, el este de Francia y parte de Suiza. Allí cristalizó como pueblo en la Edad del Bronce, sobre la base de las gentes de los campos de urnas. Y entre los siglos viii y v a.C., durante la Edad del Hierro en sus períodos sucesivos de Hallstatt y La Tène se extendió por am-plias regiones de Europa.

Como se los supone portadores de las culturas de Hallstatt y La Tène sucesivamente, se cree poder establecer la época de su introducción en los respectivos lugares de Europa, con el mero seguimiento arqueológico de esas culturas. En concreto, se piensa que a España y a las costas atlánticas de Francia lle-garían entre los s. viii y vii a.C. (durante Hallstatt); a continua-ción (Hallstatt-La Tène) vendría su expansión en dirección Norte, hasta alcanzar el Rin y ocupar gran parte de la actual Alemania; por la misma época se introdujeron en las Islas Bri-tánicas; y más adelante penetrarían en Bohemia, Hungría, Si-lesia, el norte de Italia, los Balcanes, Asia Menor…

En el momento de su máxima expansión los celtas eran el elemento más abundante y característico de Europa. Ocupa-ban Francia, Bélgica, Austria, Hungría, Suiza, norte de Italia, gran parte de España, de las Islas Británicas, de Alemania, de Checoslovaquia; e incluso penetraron en territorios de la ac-tual Ucrania donde han dejado su nombre en la región de Galitzia. Estuvieron a punto de apoderarse de casi toda Italia y destruir Roma; saquearon el santuario de Delfos en Grecia;

* Francisco Villar, Los indoeuropeos y los orígenes de Europa, Gredos, Madrid, 1991.

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establecieron un reino en Asia Menor, en territorios que ha-bían sido hetitas y luego frigios.

Cada pueblo ha tenido se época de esplendor. La de los celtas fue el periodo comprendido entre los siglos v y ii a.C. Su dominio sobre casi toda Europa hubiera hecho augurar un fu-turo celta a nuestro continente. Pero la panceltidad europea quedó en mero futurible. Quizá el inicio de su ulterior infor-tunio haya que situarlo precisamente en el momento de su mayor esplendor, a principios del s. iv.

Desde el año 400 a.C., bandas de celtas estaban penetrando en el norte de Italia, saqueándola y destrozando cuanto encon-traban a su paso. Una de las tribus, los insubres, se establecieron en el territorio que ellos llamaron Mediolanum (de donde el nombre moderno de Milán). Otras tribus comenzaron a intro-ducirse cada vez más al Sur. Una de ellas, los senones, se internó en Etruria, se instaló en Clusium (moderno Chiusi) y desde allí atacó Roma, que no era todavía, ni de lejos, la gran potencia en que siglos más tarde se convertiría. El año 390 los senones de-rrotaron a las legiones de Roma junto al río Allia, afl uente del Tíber, y la ciudad quedó a su merced, aunque el orgullo nacio-nal romano sostuvo siempre que el Capitolio nunca fue ocupa-do por los galos. Pero, sea de ello lo que fuere, los senones se contentaron con el pago de un tributo y se marcharon. Y Roma, bajo la dirección del cónsul Camilo, tuvo la ocasión de reconstruir sus legiones, rehacer su recinto y levantar una sóli-da muralla para prevenir nuevos desastres. Los senones no podían saber que habían cometido un error irreparable por haber permitido sobrevivir a la ciudad que, unos siglos des-pués, se convertiría en una de las dos piedras de molino que,

cogiendo en medio a los celtas, los haría desaparecer del con-tinente y se adueñaría de la mayor parte de sus inmensos do-minios.

La otra piedra eran, obviamente, los germanos. Cogidos los celtas entre los dos frentes: al Sur los romanos y al Norte los germanos, fueron perdiendo poco a poco su independencia primero y su identidad después, hasta ser o romanizados o germanizados, o simplemente perecer.

Un problema tan interesante como insoluble es el que plan-tea la identifi cación de los pueblos sobre los que se asentaron los germanos en su expansión hacia el Sur y los celtas en la suya por casi toda Europa. Es posible que unos y otros se asentaran sobre poblaciones mayoritariamente indoeuropeas, aunque quizás con ciertos reductos aún sin indoeuropeizar. Probable-mente muchos de ellos eran los anónimos hablantes de lenguas indoeuropeas de estratos antiguos, responsables de la toponi-mia antiguo-europea. Pero para la inmensa mayoría de esos te-rritorios, las fuentes clásicas no nos han conservado ninguna información previa a la llegada de celtas y germanos, que eran ya sus ocupantes en la antigüedad. En cambio, para zonas más meridionales, tenemos algo más de información. Sobre la com-posición étnica y lingüística de la Península Ibérica, me ocupo en un capítulo específi co. Y fuera de sus fronteras, nos quedan algunos nombres, como los ligures, retos, etruscos y pictos. Nada fi rme sabemos sobre la fi liación indoeuropea o no indo-europea de muchos de ellos. Pero de eso he hablado ya en otro lugar.

En esta visión de la historia que acabo de exponer, los celtas y los germanos son sobre todo reindoeuropeizadores de la in-

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mensa mayoría de los territorios de Europa por los que se ex-pandieron. En mucho menor medida, pudieron ser indoeuro-peizadores primarios, para los núcleos de población no indoeuropea que pudieran subsistir. Pero tales núcleos debían ser más bien escasos a juzgar por la naturaleza casi por comple-to indoeuropea de la más antigua hidronimia europea. Pero hay una tesis reciente que convierte a los celtas en los indo-europeizadores primarios de sus vastos territorios históricos. Me refi ero a la propuesta de C. Renfrew.

Para el arqueólogo británico, el arte de Hallstatt y de La Tène, no sería síntoma de expansión celta, sino que se habría propagado por mera adopción cultural partiendo de la región centroeuropea consabida. Los celtas estarían ya asentados pre-viamente en sus extensas sedes históricas desde fi nales del v milenio a.C. O más exactamente: los celtas serían el resultado de la evolución étnica y lingüística de los indoeuropeos agriculto-res llegados a Europa central, Islas Británicas, España, Hungría, norte de Italia y los Balcanes hacia el año 4000 a.C. A modo de inmenso continuum lingüístico, el indoeuropeo habría evolucio-nado sobre el terreno hasta convertirse en el celta. De ese pro-ceso no habrían formado parte los celtas de Galatia minorasiá-tica, que serían el resultado de una intrusión secundaria.

Es ésta una posición extrema característica del antimigra-cionismo. Los celtas no se han movido. Su arte se ha extendido desde un núcleo originario. Pero no sus gentes. No importa que los últimos episodios de la expansión estén testimoniados y documentados a plena luz de la historia y que en ellos sean de hecho las poblaciones celtas las que se desplazan. C. Ren-frew establece un corte tajante. Antes de la documentación histórica los celtas no se movían, no efectuaban migraciones. Los movimientos migratorios que resulta inevitable aceptar por ser ya históricos, serían los primeros y únicos habidos. No se ve muy bien por qué las cosas habrían de ser tan distintas en el comportamiento de los celtas antes y después de que los griegos y los romanos nos hayan dejado testimonio escrito de sus andanzas.

Pero, aparte de esas consideraciones generales, tal doctrina

comporta inverosimilitudes lingüísticas, que el arqueólogo Renfrew no parece percibir. La zona ocupada históricamente por los celtas, aún descontando la Galatia minorasiática y al-gún otro pequeño reducto, es enorme. Ni los indoeuropeos primero, ni los celtas después, crearon nunca una unidad polí-tica amplia. Y los 4000 años transcurridos en la hipótesis de Renfrew entre el asentamiento indoeuropeo y la era cristiana hubieran producido en zona tan extensa y en aquellas condi-ciones sociales, carentes de unidad política, una profundísima diferenciación en numerosos dialectos locales. No hay más que ver lo que ha ocurrido con el latín en tan sólo 1500 años, en una zona no mayor que la celta. Proyéctese ese proceso a un lapso de 4000 años sin unidad política y sin escritura.

Las lenguas célticas ofrecen una serie de rasgos lo sufi cien-temente precisos, compactos y homogéneos como para que hayan constituido en un continuum lingüístico de proporciones bastante más modestas, como el que quiere la tesis arqueológi-ca tradicional, por ejemplo. Y la mayoría de las grandes discre-pancias dialectales dentro del celta son tan recientes que deben ser fechadas en la Edad Media. Las diferencias dialectales an-tiguas son escasas y superfi ciales, como luego diré.

Por los informes de sus contemporáneos, sabemos que los celtas eran de gran estatura y fornida musculatura. Al menos así les parecían a los romanos que con frecuencia tuvieron que medirse con ellos cuerpo a cuerpo en los campos de batalla. Sus ojos eran azules, su cabello rubio, su tez pálida. De ellos, junto con los germanos, nació la creencia en el prototipo rubicundo de la raza “aria”. Su sociedad conocía una notable diversifi ca-ción en clases. A la cabeza de todos estaba el rey; había luego una clase de aristocracia guerrera; y luego el pueblo libre que se dedicaba a la producción de alimentos mediante la agricultura y la ganadería. Además estaban los esclavos. De entre la noble-za guerrera salían los druidas, que eran una especie de sacerdo-tes, magos y sabios a la vez, que conservaban las tradiciones de la comunidad y eran depositarios del saber colectivo.

En la sociedad celta se dan casi todos los rasgos típicos de la sociedad indoeuropea. La familia es del modelo descrito en

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otro lugar de este libro (“gran familia”), y de régimen severa-mente patriarcal. La propiedad de la tierra está en manos de la familia, no de los individuos. Las ciudades se construyen en alturas de fácil defensa, representadas en España por los castros. Este tipo de fortifi cación se encuentra doquier haya habido celtas, aunque su frecuencia o abundancia es variable según las condiciones particulares de las diferentes regiones. Dos son los nombres con que pueden aparecer designadas por los celtas: briga, sobre todo en España y doûnon (dounon) (galo)= dunum (latín) en diferentes lugares, particularmente las Galias. Sobre la etimología de briga hablo en otro lugar. Y dunum (que en topónimos aparece como –dun: Verdún), tiene relación con inglés antiguo dun “altura, montaña”, inglés moderno down “duna”, y holandés düne “duna”, de la que se tomó precisamente nuestra palabra española duna durante las guerras de Flandes.

Igualmente los celtas nos son descritos como gente excita-ble, camorrista, amiga del combate, valiente, leal, hospitalaria, festiva, bebedora y amante de la música. Crearon una intere-sante literatura heroica de transmisión oral, cantada por los bardos, de la que tenemos muestras escritas en irlandés a partir del s. vi-vii d.C. En sus estructuras métricas se han querido ver analogías con los Vedas y la lírica griega, que remontarían a una poesía oral indoeuropea.

La historia peculiar de los celtas, extendidos en la antigüe-dad en una gran parte del continente europeo, pero reducidos más tarde a las Islas Británicas, ha hecho que dividamos las lenguas célticas en continentales e insulares. En ello no hay tanto una división dialectal como cronológica. El celta continental es aquel testimoniado en el continente durante la Antigüedad, mientras que el insular es el testimoniado en las Islas Británicas desde la Edad Media.

El celta continental es mal conocido. Ha dejado documenta-ción escrita en tres zonas: las Galias, España y norte de Italia. Las lenguas respectivas las designamos con el nombre de galo, celtibérico y lepóntico. Pero, en general, la documentación es muy fragmentaria y no ha sido sufi ciente hasta ahora para un com-pleto desciframiento de los textos. Lo que no impide que nos proporcionen una información valiosísima, fonética y morfoló-gica, sobre el estado de las lenguas celtas en torno al comienzo de la era cristiana. Naturalmente aparte de los textos, dispone-mos de un abundantísimo elenco de topónimos y antropónimos procedentes de los diversos rincones de sus antiguos dominios.

El celta insular, aparece dividido en dos variedades dialecta-les. Una corresponde a Irlanda y otra a Gran Bretaña. A la de Irlanda solemos llamarla gaélico a partir del nombre de Irlanda en irlandés moderno (Gael), o goidélico por el nombre de Irlan-da en irlandés antiguo (Goidel). Y la de Gran Bretaña la cono-cemos con el nombre de británico, a partir de la forma galesa brython.

El rasgo lingüístico sobre el que se establece la división dialectal es el diferente tratamiento de las labiovelares indoeu-ropeas. En gaélico, en las inscripciones irlandesas más antiguas (ogámicas) de 300-500 d.C., *ku

- se conserva intacta y perfecta-mente diferenciada de *k. La labiovelar *ku

- se escribe en alfa-beto ogámico mediante el signo |||||, que solemos transcri-

bir mediante q, mientras que *k se escribe ||||, que transcribimos c. Poco después en los textos posteriores al año 600 d.C., la labivelar pierde el componente labial y se convier-te en /k/. En cambio, en britónico *ku

- aparece convertida en /p/ desde los primeros testimonios. Las laviobelares sonora y aspirada tienen un tratamiento peculiar del celta, que no sirve para establecer en su interior diferencias dialectales porque ese tratamiento se produjo en época de comunidad céltica.

Para poder extender esa clasifi cación a los diferentes dialec-tos del celta continental se suele llamar a la primera modalidad celta de q y la segunda celta de p. En concreto, de los tres dialec-tos continentales, el celtibérico se alinea con el irladés, mien-tras que el galo y el lepóntico lo hacen con el britónico. Sin embargo esta clasifi cación dialectal, a la que otrora se otorgaba gran importancia, como luego veremos, tendemos más bien hoy a minimizarla en su valor como indicativo dialectal propia-mente dicho. Porque, por una parte, un sólo rasgo es base de-masiado estrecha para distinguir dos dialectos. Y en segundo lugar el rasgo que caracteriza al celta de q consiste en la conser-vación de la *ku

- heredada (arcaísmo), por lo que no tiene sig-nifi cado dialectal alguno. En cambio se tiende hoy a ver en ese tratamiento una especie de indicador cronológico. Parece in-dudable que el cambio fonético *ku

- >p se introdujo en el epi-centro continental del celta en un momento determinado, cuya cronología absoluta no podemos fi jar con precisión. Todos los grupos de celtas que partieran de allí en movimientos migrato-rios hacia cualquier punto, antes de ese momento, llevarían consigo la *ku

- todavía inalterada. En cambio, los que partieron con posterioridad (y naturalmente los que quedaron sobre el terreno) presentarán la forma innovada /p/.

Con ese criterio cronológico en nuestro poder, debemos pensar que las migraciones que dieron lugar a la lengua de los celtibéros y la de los irlandeses son las más antiguas de entre las que han dejado su huella en lenguas históricamente conoci-das. Cosa por lo demás perfectamente congruente con datos arqueológicos e históricos. Y como la penetración de los celtas de Celtiberia en la Península se sitúa entre los siglos viii-vii a.C., esa fecha se convierte en el terminus post quem para el cambio fonético *ku

- > /p/ en celta. Pero aún se puede precisar más, en el sentido de que, si bien el galo es una lengua con *ku

-

> /p/ , hay ciertos indicios de que la *ku- se mantuvo hasta una

cronología bastante baja, tanto como para que existan ciertos testimonios galos con ella conservada. Luego veremos la im-portancia que eso tiene para determinar ciertos aspectos de la prehistoria de los celtas y de algún otro pueblo de Europa.

A veces se ha intentado asociar como un segundo rasgo dialectal entre gaélico y britónico el tratamiento de las nasales sonánticas *m

˚ y *n

˚. En gaélico dan /em, en/, mientras que en

britónico /am, an/. Sin embargo, ese rasgo no se correlaciona de hecho con el tratamiento de *ku

- , sino que ambos rasgos se dan cruzados: en celtibérico hay *ku

- conservada y /am, an/; en britónico y galo /p/ y /am, an/; en gaélico *ku

- y /am, en/; y en leopóntico /p/ y /em, en/. Sobre la distribución de esos dos rasgos establece K.H. Schmidt la existencia de cuatro dialectos celtas: gaélico, celtibérico, leopóntico y galobritónico. G

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Pequeño diccionario de mitología céltica*Jean Markale

AFALLENAU. (Ynis). Es la “Isla de los Manzanos”, nom-bre galés de la Isla de Avalón.

ANA. (o Anna, Anu, Dana o Dôn). Diosa-madre de los antiguos celtas. En Irlanda, es la madre de los dioses, los famo-sos Tuatha Dé Danann (tribus de la diosa Dana), y su nombre ha permanecido vinculado a la toponimia, por ejemplo en dos cimas de los montes de Kerry a las que llaman “Paps of Anu” (Tetas de Anu). En la tradición galesa, con el nombre de Dôn, es también la madre de algunos dioses más o menos heroiza-dos , como Amaethon, Gwyddyon y Arianrod. Pero se la puede reconocer, igualmente en la irlandesa Morrigan, la galesa Rhiannon o Modron (= maternal), y aun en el hada Morgana en las novelas de la Tabla Redonda. Se trata, en realidad, de una divinidad indoeuropea arcaica, conocida en la India con el nombre de Anna Purna (Ana la que provee), denominación que se dio más tarde a un pico del Himalaya, y en Roma con el de Anna Parenna, personaje que, conforme al racionalismo latino, fue fuertemente historizado. Es más que probable que este personaje divino fuera cristianizado bajo la fi gura de Santa Ana, madre de la Virgen María, de la que la leyenda bretona hace una especie de divinidad tutelar, con una tonalidad céltica perfectamente reconocible.

ANEURIN. (o Aneirin). Bardo galés del siglo vi cuyos poemas contienen arcaísmos reveladores de la antigua civiliza-ción de los bretones del norte de Gran Bretaña, en las fronte-ras con los pictos. Aneurin es el primero que aludió al miste-rioso “rey” Arturo.

ARTURO. El personaje más importante de la tradición celta. Originalmente no era más —históricamente— que un modesto caudillo guerrero, un jefe de jinetes que alquilaban en cierto modo sus servicios a los reyes bretones insulares hacia el año 500 de nuestra era, en la lucha desesperada que estos bre-tones sostenían contra los invasores sajones. Sus éxitos fueron tales, que la leyenda se adueñó del personaje, exagerando no-tablemente su papel y su poder y confi riéndole una dimensión mitológica. Así es como Arturo, cuyo nombre (en realidad so-brenombre) signifi ca “que tiene el aspecto de un oso”, adquirió todas las características de una divinidad de la tradición celta. El mito sublimó al personaje, en particular en Cornualles bri-

tánico, de donde era originario, y en el sur del País de Gales. De ahí el mito pasó, en forma de relatos circunstaciados, al conjunto de países celtas britónicos y fue recuperado, en el si-glo xii, por los historiógrafos y novelistas franceses auspiciados por Leonor de Aquitani y Enrique ii Plantagenêt, quienes pre-tendían ser los herederos de Arturo. De este modo se explican el nacimiento y la difusión en todos los países europeos de lo que se conoce como las novelas de la Tabla Redonda o, tam-bién, las novelas artúricas. Otras leyendas, otros mitos, de origen celta, vinieron a añadirse al esquema primitivo, y Artu-ro se convirtió en el símbolo de un mundo celta ideal que funciona en torno de un eje constituido por el rey. Pero este rey sólo tiene poder en la medida en que está presente, aunque sea sin actuar. De ahí ese aspecto de dios equilibrador del mun-do natural y de las fuerzas sociales que reviste Arturo en los textos del siglo xii, aspecto que es conforme a lo que encontra-mos en las epopeyas irlandesas más antiguas; y de ahí también la asociación de Arturo con el mago Merlín, imagen del anti-guo druida. Arturo y Merlín forman la famosa pareja rey-drui-da sin la que ninguna sociedad celta puede existir, y que corres-ponde, en la mitología hindú, al doble carácter de la función regia y divina que representan Mitra y Varuna. En todas las novelas de la Tabla Redonda, Arturo se distingue por una cier-ta pasividad. Son sus caballeros quienes actúan en su nombre, y en el de la reina Ginebra, que es quien detenta la Soberanía. El aspecto más arcaico de Arturo aparece en el relato galés Kulhwch y Olwen. Aquí no es todavía un rey “cortés”, sino un caudillo rodeado de personajes salidos directamente de la mi-tología celta, a la vez guerreros (y no “caballeros”) y magos. Los textos posteriores le dan una coloración distinta debido a la modernización del mito. Arturo pasa a ser el modelo del soberano feudal, y su corte es el lugar de encuentro de los es-píritus cultivados de la época, que saben conciliar la mundolo-gía con la valentía. Pero siguió siendo un personaje de la tradi-ción popular, sobre todo en la península de Cornualles. Símbolo del poder perdido de los celtas, Arturo no ha muerto: está en dormición en un mundo extraño, la isla de Avalón, que es el paraíso celta; o en una gruta, en algún lugar de la isla de Bretaña; o en Bretaña armoricana, adonde fue transplantado luego el mito. Y volverá un día para rehacer la unidad del mun-do celta, reconstruyendo al mismo tiempo un tipo de sociedad horizontal absolutamente contraria al espíritu romano, socie-dad en la que cada cual volverá a encontrar la libertad y la in-dependencia en una gran confederación de pueblos ligados por ideales comunes.

*Jean Markale, Pequeño diccionario de mitología céltica, traducción de Jordi Quingales, José J. Olañeta, Editor, Barcelona, 2000.

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AVALÓN. Este nombre, que proviene del nombre céltico de la manzana, se refi ere a la tradición de la isla maravillosa en la que crecen unos manzanos que dan frutos maduros todo el año. En el texto latino de Godofredo de Monmouth Vita Mer-lini (siglo xii), esta isla lleva el nombre de Insula Pomorum. Allí es donde reina Morgana, rodeada de sus nueve hermanas, que son otras tantas hadas y que poseen la facultad de metamorfo-sear su aspecto, revistiendo particularmente el de aves. El mito de Morgana, que puede transformarse en cuervo, o en corneja, es idéntico al mito irlandés de Morrigan o de Bodbh, una Tua-tha Dé Dannan, que aparece a menudo en forma de corneja. El tema de Avalón conecta con el de las “galisenas” de la isla de Sein, profetisas y magas de que hablan los autores griegos y latinos, así como con el de la Isla de las Mujeres, Emain Ablach (Emain de los Manzanos), de la que nos dan entusiastas des-cripciones numerosos relatos irlandeses de navegaciones mara-villosas. Recuperada para la leyenda artúrica, la isla de Avalón aparece como la morada feliz a la que el Hada Morgana lleva a su hermano el rey Arturo, mortalmente herido en la batalla de Camlann, para mantenerlo en estado de dormición hasta el momento en que los tiempos permitan su regreso al mundo de las realidades humanas. Bajo la infl uencia de los monjes clunia-cienses, y también por voluntad de Enrique ii Plantagenêt, los monjes de la Abadía de Gloastonbury pretendieron, en el siglo xii, que este lugar que constituía una especie de isla en medio de las ciénegas, era la famosa isla de Avalón. Inventaron falsas cartas y “descubrieron” en 1191 la tumba de la reina Ginebra y del rey Arturo, que todavía hoy puede verse en las ruinas del monasterio.

BARDO. Poeta celta. Entre los galos, el bardos era un alto dignatario ofi cial encargado de garantizar la alabanza y la re-probación en la corte del rey. En Irlanda, en la Alta Edad Me-dia, el bard ocupa esta misma función, pero es de rango inferior al fi le, el cual es sucesor directo del druida. Ocurre lo mismo en el país de Gales. Pero en la Bretaña armoricana, el barzh se convirtió en un simple cantor ambulante.

BELTAINE. La gran fi esta del Primero de Mayo en Irlan-da, segunda fi esta céltica en importancia de todo el año, la cual señala el inicio del verano. El nombre de Beltaine signifi ca “Fuego de Bel” y se refi ere a la misma divinidad que Beli-Be-lenos. Esta fi esta es caracterísitica de una civilización pastoril; es la fecha, en efecto, en la que se saca a los rebaños estabula-dos durante el invierno. Es la reanudación de la actividad pas-toril y agrícola, y no es sorprendente que, muchísimo tiempo después, se sintiera la necesidad de fi jar la Fiesta del Trabajo el día Primero de Mayo. La fi esta de Beltaine se señalaba por grandes concentraciones de gente y por fuegos que se elevaban de todas las cumbre de Irlanda. Pero nadie podía, bajo pena de muerte, encender el primer fuego antes que el rey de Irlanda, en la colina de Tara. Pues bien, la tradición afi rma que San Patricio, en el año 433, encendió el fuego pascual (aquel año la Pascua coincidía con la Beltaine) en la colina de Slane antes que se encendiera el fuego de Tara, señalando así el triunfo del Cristianismo sobre el druidismo. De la antigua fi esta pagana han quedado numerosas tradiciones populares, como el Árbol de Mayo (el “May Pole”) y la recogida de ramos destinados a proteger los establos, las casas y los campos, costumbre que

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encontramos en el uso reciente de la ramita de muguete. En Alemania, la víspera del Primero de Mayo, por la noche, era cuando se intentaba conjurar a los brujos y otros seres maléfi -cos que se reunían en la cima de una montaña (Noche de Wal-purgis). El año céltico antiguo venía marcado en el calendario por dos fi estas primordiales, Samain, el Primero de Noviem-bre, y su equivalente opuesto, Beltaine.

CARNAC. Lugar relevante de la Prehistoria, situado en el sur de Morbihan. El emplazamiento que no es céltico, con sus prodigiosas alineaciones y sus numerosos dólmenes, ha sido siempre un lugar sagrado, y fue utilizado por los celtas.

CELTAS. Conjunto de pueblos de orígenes diversos que hablaban una lengua llamada celta. La palabra no tiene ningu-na connotación racial, sino que se refi ere a estructuras socio-culturales. La terminología, por otra parte, es muy reciente y sirve para clasifi car cómodamente a un grupo humano confor-me a sus especifi cidades. Los pueblos llamados “celtas” ocupa-ron, a partir del siglo v antes de nuestra era, una gran parte de Europa, las Islas Británicas, el territorio que se extiende desde la desembocadura del Rin hasta los Pirineos y desde el Atlán-tico hasta Bohemia, con prolongaciones en el norte de Italia y el noroeste de España. Actualmente los pueblos celtas son los que hablan una lengua céltica: los irlandeses, los escoceses del norte, los naturales de la Isla de Man, los galeses, los bretones armoricanos y algunos habitantes del Cornualles británico. Pero puede también pretenderse encontrar una supervivencia céltica entre pueblos que ya no hablan una lengua céltica, pero que, no obstante, han conservado tradiciones y un espíritu que se remontan a los antiguos celtas. Es el caso de la Bretaña lla-mada “galo”, la Galicia española, la Irlanda anglófona y algu-nas regiones francesas o belgas.

CONN CETCHATAR. (Conn el de las Cien Batallas). Rey supremo de Irlanda, histórico y legendario a la vez. Un relato cuenta cómo fue llevado al Otro Mundo, donde el Dios Lug le reveló el futuro de su raza. Se enamora de un hada desterrada y maldita, cuya presencia provoca la decadencia de Irlanda. Es Art, hijo de Conn, quien consigue eliminar la maldición.

CORMAC MAC AIRT. Rey supremo de Irlanda, medio histórico, medio legendario. Es hijo de Art y nieto de Conn. Simboliza la legislación irlandesa y el equilibro de la sociedad celta.

DRUIDA. Nombre del sacerdote en el sistema religioso de los celtas. El nombre proviene del radical dru—, que es super-lativo, y de un término emparentado con el latín videre y el griego idein. Un druida es, pues, uno muy vidente o muy sabio. Los druidas constituyen una clase sacerdotal muy poderosa, dentro de la cual se agrupan distintas especializaciones y una jerarquización muy estricta. El druida propiamente dicho está en la cúspide de esta jerarquía. Cualquiera puede acceder a la clase druídica después de realizar largos estudios, de por lo menos veinte años. El druida participa en la vida social, políti-ca, cultural, jurídica y religiosa del grupo a que pertenece. Forma, con el rey, una auténtica pareja, un poder bicéfalo sin el cual nada puede hacerse. Él es quien inspira la acción que el rey ejecutará. En una asamblea, el rey habla siempre a conti-

nuación del druida, pero éste no es nada sin el rey. En la Irlan-da precristiana, el druida pasó a ser un fi le, y fue a fi li a quien convirtió San Patricio al Cristianismo. En el continente, las autoridades romanas prohibieron a los druidas la enseñanza, y la institución druídica se extinguió poco a poco. En la Gran Bretaña, los druidas se mantuvieron por más tiempo, pero fue-ron integrándose paulatinamente en la clase sacerdotal cristia-na. A partir de fi nes del siglo xviii, se ve reaparecer a druidas, pero éstos no son más que neo-druidas que no poseen ningún vínculo con los druidas de los tiempos de la independencia céltica. De hecho, el druida sólo puede existir en el marco de una sociedad céltica.

LUG. El dios más importante de la mitología irlandesa. No es el dios supremo, sino el dios “sin función” porque tiene to-das las funciones; es, en efecto, Samildanach, es decir, el “Múl-tiple Artesano”. Es el Mercurio galo de que habla César, y que ha dado nombre a numerosas ciudades europeas, tales como Lyon, Loudun, Laon, Leyde y Leipzig, que son otras tantas “Lugdunum”, es decir “Fortalezas de Lug”. Lug pertenece a los Tutha Dé Dannan por su padre, pero a los Fomore por su madre. En la Segunda batalla de Mag Tured, se impone como caudillo de los Tuatha Dé Dannan —aunque no como su rey— y los conduce a la victoria, matando a su propio abuelo Balor, el del ojo pernicioso. Es el héroe de varios relatos de aventuras fantásticas. La tradición lo convirtió en el padre real del héroe Cuchulainn. El nombre “Lug” proviene de una pa-labra indoeuropea que signifi ca “blanco”, “luminoso”, pero también “cuervo”. Pues bien, el cuervo parece estar vinculado a Lug. Se ha visto en Cuchulainn y en Lanzarote a aspectos heroizados de Lug, cosa que no es imposible. El epíteto que a menudo se le aplica “el de la larga mano” (lamfada), hace pen-sar en Lanzarote. Además Lug es un “extranjero” sin el cual el reino no puede subsistir. Posee un aspecto solar, pero no es un dios del Sol, pues esta función era femenina entre los celtas.

MERLÍN. Uno de los personajes más conocidos de la le-yenda artúrica. Merlín tuvo una existencia real, setenta años después del Arturo histórico. Fue un reyezuelo de los bretones del norte, en la Baja Escocia, el cual, habiendo perdido el juicio a consecuencia de una batalla, se refugió en un bosque y se puso a profetizar. La leyenda se apoderó del personaje, y diver-sos elementos mitológicos vinieron a cristalizar sobre el mis-mo. Encontraremos en él el tema del loco inspirado por la di-vinidad, el tema del “hombre salvaje” señor de los animales y equilibrador de la naturaleza, el tema del niño que acaba de nacer y que habla revelando el porvenir, y el tema del mago. En su leyenda elaborada, Merlín es hijo de un diablo íncubo, lo que explica sus poderes. Se opone al rey usurpador Vorti-gern, sirve y aconseja a Aurelio Ambrosio (Emrys Gwledig), se convierte en consejero permanente y mago titular de Uther Pendragon, hace que éste engendre a Arturo, obliga a recono-cer a Arturo como rey de los bretones, le aconseja y le ayuda en sus empresas, y establece la Tabla Redonda. De alguna ma-nera, Merlín es el druida total, dotado de enormes poderes y que forma con el rey una pareja sagrada destinada a regir la sociedad sobre el modelo del dúo mítico Mitra-Varuna de la tradición hindú. Es también el druida primordial, señor de los animales salvajes y de la naturaleza. Habiendo encontrado, en el bosque de Brocelianda, a la joven Viviana, de la que se ena-

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mora, le revela a ésta sus secretos. Viviana lo encierra en un castillo invisible. Ya no se le puede ver, pero aún se escucha su voz, lo cual pone el acento en la importancia de la voz en la encantación druídica. El nombre de Merlín proviene, proba-blemente, de la palabra francesa merle (mirlo), como conse-cuencia de una contaminación fonética con el nombre galés Myrddin. La leyenda de Merlín fue integrada, a comienzos del siglo xii, en la tradición artúrica por el clérigo galés Godofredo de Monmouth. Entre los personajes que infl uenciaron la ima-gen defi nitiva de Merlín podemos reconocer al irlandés Suibh-ne, el escocés Lailoken y el galés Gwyddyon.

STONEHENGE. Monumento megalítico de la llanura de Salisbury en el sur de la isla de Bretaña, completado durante la Edad del Bronce y tenido en gran estima por los celtas. Una tradición referida por los autores griegos pretende que Apolo se aparecía allí cada diecinueve años. Curiosamente esta cifra es la del ciclo pascual de las primeras cristiandades célticas. Algunas piedras del monumento de Stonehenge, llamado en la Edad Media Chorea Gigantum (“Danza de los Gigantes”), pro-vienen del País de Gales. Una leyenda afi rma que fue Merlín quien, con su magia, las acarreó a su actual emplazamiento. Con toda seguridad, el monumento de Stonehenge en un tem-plo solar.

TALIESIN. Bardo del siglo vi del que se conservan algu-nos poemas en lengua galesa. El personaje histórico fue, sin duda, el bardo ofi cial de Uryen Reghed, caudillo de los breto-nes del norte de la región de Lancaster, refugiados luego en el noroeste del país de Gales. Conoció, también al rey Maelgwn de Gwynedd. Pero, más tarde, se le atribuyeron a Taliesin otros muchos poemas, que se encuentran entre los más extra-ños de toda la literatura céltica. Algunos de estos poemas fue-ron escritos en el siglo xii, al calor de una especie de renaci-miento bárdico que se apoyaba en temas tradicionales. La

leyenda se apropió de Taliesin a partir de un detalle sin duda histórico: debió de ser raptado, como San Patricio, por piratas irlandeses, y huir de Irlanda en un coracle, es decir, una embar-cación recubierta de pieles. Esta aventura pasó a ser un esque-ma iniciático: habiéndose bebido por descuido las tres gotas mágicas del caldero de la inspiración y el renacimiento prepa-rado por Keridwen, a orillas del lago Tegid, el joven Gwyon Bach se vuelve poseedor del conocimiento. Perseguido por Keridwen, que reviste diferentes aspectos por arte de magia, acaba siendo tragado por ésta. Keridwen queda en cinta y da a luz, a primeros de mayo, es decir durante la fi esta de Beltaine, a un niño que abandona en el mar dentro de un saco de piel. Recogido luego por Elphin, hijo de Gwyddno Garanhir, este niño llega a ser, con el nombre de Taliesin, es decir “Frente Brillante”, el bardo famoso. Considerado como pennbardd, “jefe de los bardos”, brilla por su ciencia ante todos los demás bardos y ayuda a Elphin a triunfar sobre Maelgwn Gwynedd. Taliesin se convirtió en el símbolo de la ciencia bárdica, una especie de última encarnación del druidismo, en una época en la que éste era ya sólo un recuerdo que pervivía en la tradición popular. La segunda rama de Mabinogi hace de él uno de los siete supervivientes de la expedición de Irlanda emprendida por Bran el Bendito; y Godofredo de Monmouth le presta un papel de iniciador con respecto a Merlín, poniéndolo en rela-ción con Morgana y las mujeres de la isla de Avalón.

TUAN MAC CAIRILL. Personaje de la tradición irlande-sa que sobrevivió a todas las invasiones de Irlanda bajo distintas formas, que no son reencarnaciones sino metamorfosis.

TUATHA DÉ DANNAN. Literalmente, “Tribus de la diosa Dana”. Son los penúltimos invasores de Irlanda. Consti-tuyen lo que se denomina los grandes dioses del panteón irlan-dés, y tienen sus equivalentes en las tradiciones galesas y con-tinentales. Viven en el universo del sidh. G

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Árboles, coronas, herrajes y transmigraciones José Barbosa

No le temían a la muerte, colgaban en las sillas de sus caballos las cabezas de sus enemigos, leían el futuro en la sangre de sus sacrifi cados y guardaban en secretas urnas las cenizas de quie-nes emprenderían el largo viaje de los desplazamientos. Entre la luna y las estrellas se levantaba el inmenso árbol de las trans-migraciones; las raíces los aferraban a la tierra, las ramas los disponían hacia los aires: ahí el alma trazaría la ruta del esencial transcurso; ahí las piedras circulares cuidarían el ascenso con su blanco fuego. Quisieron explicar al hombre desde su con-formación enigmática; anhelaron un tiempo precioso que fue, que vendría pronto como una anunciación impostergable. Bajo una encantada arquitectura cimentaron sus misterios, era la doctrina del agua, el aire y las hojas que caían sobre sus amplios pastizales. Guerreros, viajantes y marinos; hombres rubios, bulliciosos, aliados de los ríos y los bosques, hallaron la mane-ra de no enfermar, de no sentir dolor, por eso salían a la batalla con los pechos descubiertos. Protegidos de la Selva Negra trabajaron los metales con maestría, dieron vida a la Deidad con alas, al ágil ciervo silencioso, al carro con ruedas y a la copa de arcilla acampanada. Eran los nobles artesanos del norte de los Alpes, herreros cuyos tesoros conducían por el Adriático y el norte de Italia: era el cobre y el estaño viajando a lo largo del Danubio para regresar en oro y ámbar. Prefi rieron pueblos de madera rodeados de anchos campos de cultivo; paredes de mimbre, techos de paja y de betún, vigas y maderas gruesas guardaron las festividades del vino de miel y la cerveza. Dies-tros en el arado y la guadaña cosecharon trigo, recogieron uvas de los amplios vergeles, criaron bueyes y ovejas, y tuvieron artimañas para ahumar y conservar la carne. Eran habitantes de una tierra mágica ubicada más allá del fi n del mundo; ataca-ron Elfos y saquearon Roma. César les temía por sus guerreros y sus magos, y también porque escuchó que antiguos genera-les, al atacar la isla de Mona, se tuvieron que enfrentar con hechiceras. Sus mujeres eran fuertes, cosían pequeñas campa-nas en los bordes de sus vestidos, y según el comentarista Mar-cellinus, eran invencibles cuando se sumaban a las luchas. Bajo la noche interminable de la bruma espesa, los grandes sacerdo-

tes de la encina y el serbal cortaron plantas curativas, apacigua-ron con oscuros cantos la fuerza de los dioses, resucitaron a sus muertos con hierbas fabulosas, hablaron con el sol y educaron a los jóvenes con leyendas antiguas. Y los jóvenes escucharon a sus sabios; la palabra vinculó al hombre con los astros y la na-turaleza platicó en secreto sus miedos y sus sueños: hojas que-mándose, pájaros y serpientes anunciando los desplazamientos, germinación primaveral, árbol con espinas creando las etapas formidables; alto avellano, roble irregular, álamo profundo, fresco sauce, déjanos escribir sobre tu cuerpo rugoso la grafía que guarde a nuestra historia, déjanos beber de tu energía pri-mitiva la posibilidad de renacer. Isla de Avalón, Pozo de Daín, manzana lúcida, rojo jinete, vigilante águila, perro infernal, negras brujas, mudo espectro cabalgando lejos, lento barco dirigiéndose al espacio donde el tiempo terrenal se disolvía en otro tiempo armónico, limpio, inmortal: había que esperar a que cayeran las hojas para alzar el vuelo, había que caminar a las colinas altas para acceder a territorios luminosos. Allí, sobre el púrpura de la superfi cie, nacería un río cálido; del cuerpo brotaría el torrente que perdura, un efl uvio capaz de trasponer todos los límites; y si el cuerpo se desintegraba por el frio de la montaña, otra materialidad aguardaría: cada transmutación sería un peldaño nuevo, cada herida en la carne una progresión hacia otras geografías. Pero había que tener cuidado, los lími-tes volverían a abrirse, el alma sería un animal, sería una plan-ta; un hombre volvería a tener trescientos años al dejar el espa-cio de los muertos.

Una civilización adoradora de la alucinación y de las formas bellas: capas, brazaletes y diademas, nidos de marfi l, dios con cuernos, tumbas fascinantes, sagrado caldero, herrajes y coro-nas, líneas y volúmenes petrifi cándose sobre el hierro fértil. Por encima del árbol nocturno se asomaban las transmigraciones, un imaginario colectivo bajo el alucinante crecimiento de una siembra mágica; estirpe adoradora de estancias infi nitas y adi-vinaciones. Así, en medio de la noche, las ramas extenderán sus sombras protegiendo las aldeas del fantástico linaje, así evapo-rarán las vestiduras de la muerte con su humedad celeste. G

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El destino de los hijos de Lir*Anónimo

Irlanda fue, una vez hace mucho tiempo, escenario del encuen-tro de sus cinco reyes que se reunieron para determinar quién de ellos debía ser la cabeza reinante sobre todos los demás. El rey Lir de la Colina del Campo Blanco estaba convencido de que él sería el elegido. Sin embargo, cuando los nobles entra-ron en concilio, eligieron como rey supremo a Dearg, hijo de Daghda, porque su padre había sido un gran druida y él era el mayor de sus hijos.

Entonces Lir enfurecido, abandonó la asamblea de los reyes y se marchó a su castillo de la Colina del Campo Blanco.

Los demás reyes decidieron ir tras él para castigarle a lanza y espada por no rendir la debida obediencia al hombre a quien habían otorgado la supremacía; pero Dearg, el nuevo rey, lo prohibió diciendo: “Es mejor que le atemos a nosotros por los lazos del parentesco, para que la paz reine duradera en esta tierra. Así pues, enviadle, para que escoja entre ellas esposa, a las tres doncellas de más hermosa fi gura y mejor reputación de Erin, las tres hijas de Oilell, el rey Dearg le dijo: “Escoge una de las doncellas, Lir”.

“No sé”, contestó Lir, “cuál es la mejor de todas ellas; pero la mayor es la más noble. Es a ella a quien tomaré”.

“Sea como quieras”, dijo el rey Dearg, “Ove es la mayor, y para ti será, si tú así lo deseas”.

Y Lir y Ove se casaron, y volvieron a la Colina del campo Blanco.

Más tarde tuvieron dos gemelos, un hijo y una hija, y les dieron los nombres de Fingula y Aod. Y otros dos hijos vinie-ron tras ellos, Fiachra y Conn.

Pero Ove murió cuando éstos nacieron, por lo que Lir se condolió amargamente, y, de no ser por el gran amor que sen-tía hacia sus hijos, habría muerto de pena.

El rey Dearg se apenó tanto de la suerte de Lir, que le dijo: “Nos afl igimos por Ove y por ti; y por ello y para que nuestra amistad continúe viva, te daré a su hermana Oifa, por esposa.”

Lir aceptó, y fi nalmente se unieron en matrimonio, y él la llevó a su castillo.

Al principio, Oifa sintió afecto y respeto por los hijos de Lir y su hermana, pues ciertamente, nadie que viese a los cuatro niños podía evitar darles todo el amor de su alma. Lir se desvi-vía por los niños, tanto que éstos dormían siempre en unas

camas situadas frente a la de su padre, el cual solía levantarse con los primero albores, cada mañana, para tenderse entre ellos. Pero, quizá debido a esto, pronto el dardo de los celos penetró el corazón de Oifa, que comenzó a mirar a los niños con odio y enemistad.

Un día mandó que le preparasen un carruaje, y montó en él a los cuatro hijos de Lir. Debía conducirlos al castillo del rey Dearg por deseo del propio rey.

Fingula no deseaba hacer aquel viaje con ella, porque había tenido un sueño la noche anterior que le advertía contra Oifa: pero no logró escapar a su destino.

Y así cuando la carreta llegó al Lago de Oaks, Oifa dijo a la gente de allí: “Matad a los cuatro hijos de Lir, y os daré, a cambio, cualquier tipo de recompensa que deseéis.” Pero todos rehusaron y le dijeron que sus intenciones eran malignas.

Entonces, sintió deseos de tomar una espada y matar ella misma a los niños, pero su propio miedo y su debilidad se lo impidieron; así que los llevó hasta el lago con la excusa de ba-ñarse, y éstos hicieron lo que Oifa les dijo. Mas tan pronto como estuvieron dentro del lago, agitó sobre ellos una varita de Druida para encantamientos y conjuros, y les dio la forma de cuatro hermosos cisnes, completamente blancos, y les cantó esta canción:

“Deslizaos sobre las salvajes olas,Hijos del rey,En adelante, vuestros sollozos se mezclaránCon los gritos de las aves.”

A lo que Fingula contestó:

“¡Bruja! ¡Ahora sabemos lo que en verdad eres!Quieres que vaguemos de ola en ola.Pero de vez en cuando descansaremos sobre las islas,Nosotros recibiremos descanso, y tú serás castigada.Aunque nuestros cuerpos queden aquí en el lago,Nuestras mentes volarán a casa.”

Y esto añadió: “Asigna un fi n a la ruina y la desgracia que has traído sobre nosotros.”

Oifa rió y dijo: “No seréis liberados, hasta que la mujer del Sur se una al hombre del Norte; hasta que Lairgnen de Conn-aught se case con Deoch de Munster. Nadie tendrá poder para sacaros de esas formas. Vagareis sobre los lagos y arroyos de Erin durante novecientos años. Y solamente esto os concederé: conservaréis vuestro propio habla, y no habrá música en el

*Cuentos celtas, Recopilador Joseph Jacobs, traducción de Ramón Martínez Castellote, Ediciones Miraguano, Madrid, 1985.

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mundo que iguale a la vuestra, a la lastimera música que voso-tros cantaréis.

Y entonces entonó esta canción:

“Lejos de mí, hijos de Lir,Juguetes de los vientos desde ahora;Hasta que Lairgnen y Deoch se unan,Hasta que os halléis al noroeste de la roja Erin.Una espada traicionera atraviesa el corazón de Lir,De Lir, el poderoso campeón,Y aunque yo he empuñado la espada,Mi victoria me hiere el corazón también a mí.”

Después hizo girar a sus caballos y continuó su viaje a la morada del rey Dearg.

Cuando llegó, los nobles de la corte le preguntaron dónde estaban los hijos de Lir, y Oifa les respondió: “Lir no quiere confi arlos al rey Dearg.” Pero Dearg sospechó, en silencio, que la mujer les había jugado alguna traición y, de acuerdo con sus temores, envió mensajeros a la corte del Campo Blanco.

Lir preguntó a los mensajeros: “¿Para qué habéis venido?”“Para recoger a tus hijos, Lir”, dijeron.“¿No han llegado a vuestra corte con Oifa?”, contestó ex-

trañado Lir.

“No”, replicaron los mensajeros; “y Oifa dijo que tú no habías dejado a los niños ir con ella”.

Lir, al oír tales cosas, sintió una melancolía y tristeza pro-fundas en su corazón, porque supo que Oifa había hecho algún mal a los niños, e inmediatamente partió hacia el Lago del Ojo Rojo.

Y cuando los hijos de Lir le vieron venir, Fingula cantó esta canción:

“Bienvenida sea la cabalgata de corcelesQue aproximándose ésta al lago del Ojo Rojo, Mágica y afl igida compañíaSin duda andando en nuestra busca.Deslicémonos hasta la orilla, oh Aod,Fiachra y querido Conn,Ninguna hueste bajo el cielo pueden aquellos jinetes serSino el rey Lir con su poderoso séquito.”

El rey Lir, alcanzando la orilla, escuchó a aquellos cisnes hablar con voces humanas. Y, dirigiéndose a ellos, les preguntó quiénes eran.

Fingula le respondió diciendo: “Somos tus propios hijos, traicionados por tu esposa, hermana de nuestra propia madre, a causa de su mente malévola y de sus celos.”

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“¿Cuánto tiempo ha de durar este conjuro sobre vosotros?”, inquirió angustiado Lir.

“Nadie puede liberarnos hasta que la mujer del Sur se una al hombre del Norte; hasta que Lairgnen de Connaught se case con Deoch de Munster.”

Entonces, Lir y su gente elevaron al cielo gritos de pena, sollozos y lamentaciones, y permanecieron junto a la orilla escuchando la melancólica melodía de los cisnes hasta que al fi n se alejaron volando, y el rey Lir emprendió de nuevo la marcha a la corte del rey Dearg. Allí contó lo que Oifa había hecho a sus hijos. Dearg utilizó su poder sobre Oifa y le orde-nó que dijera qué forma en el mundo le parecía más fea de todas. Ella contestó que la forma de un demonio del aire.

“En esa forma, pues, te convertiré”, dijo el rey Dearg, y agitando sobre ella su varita de Druida para encantamientos y conjuros, le hizo tomar la forma de un demonio del aire. Ella se fue volando al instante, y todavía hoy es un demonio del aire, y eso será para siempre jamás.

Los hijos de Lir continuaron deleitando a los clanes Mile-sianos con la mágica dulzura de la armonía de sus canciones, y nunca se oyó en Erin melodía alguna que se pudiese comparar con aquella música, hasta que llegó el tiempo señalado para ellos de abandonar el Lago del Ojo Rojo.

Entonces Fingula declamó esta canción de partida:

“¡Adiós, rey Dearg,Señor de la sabiduría druídica!¡Adiós padre querido,Lir de la Colina del Campo Blanco!

Vamos a pasar el tiempo asignado,Lejos de las moradas de los hombres.En la corriente de Moyle,Amarga y salobre será nuestra suerte.

¡Hasta que Deoch venga de Lairgnen!Venid pues, hermanos, una vez de majillas sonrosadas;Partamos de esta Lago del Ojo Rojo,Y separémonos, con tristeza, de la tribu que os ha amado.”

Y emprendieron el vuelo; y volaron altos, ligeros, etéreos, hasta que alcanzaron el Moyle, entre Erin y Albain.

Los hombres de Erin se apenaron por su partida, y desde entonces, se proclamó, a lo largo y ancho de Erin, que jamás sería matado ningún cisne.

Los hijos de Lir se alejaron completamente solos, volando llenos de frío, de pena y de nostalgia, hasta que un día una fuerte tempestad se desató sobre ellos, y Fingula gritó: “Her-manos, designemos un lugar para volver a encontrarnos, si la fuerza de los vientos nos separara.”

Y ellos contestaron: “Escojamos para encontrarnos, oh her-mana, la Roca de las Focas.” Entonces las olas se levantaron y el trueno bramó, los relámpagos resplandecieron, y la tempes-tad barrió la superfi cie de las aguas, de modo que los hijos de Lir se vieron dispersados por el ancho mar. Después de aquella gran tempestad vino, no obstante, una calma plácida y Fingula, encontrándose sola entonó esta canción:

“¡Ay de mí, que todavía estoy viva!El hielo ha pegado mis alas al costado.

Oh, mis tres amados, oh, mis tres amados,Que bajo el abrigo de mis plumas se escondíanHasta que los muertos vuelvan a los vivos.A los tres jamás volveré a encontrar!”

Y emprendió el vuelo a la Roca de las Focas, donde al ins-tante vio a Conn viniendo hacia ella con paso torpe y las plu-mas empapadas, y también a Pichara, fría, mojada y fatigada; no podían decir una sola palabra, de los ateridos y agotados que estaban: pero Fingula los cobijó para calentarlos bajo sus alas y les dijo: “Si Aod estuviera con nosotros ahora, nuestra felicidad sería más completa.”

Mas al poco vieron a Aod venir hacia ellos con la cabeza seca y las plumas arregladas. Fingula lo puso bajo el plumón de su pecho, a Fiachra bajo su ala derecha, y a Conn bajo la iz-quierda, y entonaron este canto:

“Mala fue nuestra madrastra con nosotros,Utilizó magia maligna, Enviándonos al norte, al ancho marEn la forma de cisnes mágicos.

Nuestro baño en la orilla del lagoEs la espuma de la marea de saladas crestas, Nuestra parte de la fi esta de la cervezaEn la salmuera del mar de azules crestas.”

Un buen día vieron una espléndida cabalgata de corceles blancos como la nieve venir hacia ellos, y, cuando se acercaron, conocieron que eran los dos hijos del rey Dearg que habían estado buscándolos durante largas jornadas para darles noticias del rey y de Lir, su padre.

“Ellos están bien”, les dijeron, “viven unidos, y serían com-pletamente felices si vosotros estuvieseis con ellos, o si al me-nos supierais a dónde habéis ido el día que abandonasteis el Lago del Ojo Rojo”.

“¡Nosotros no somos felices!”, exclamó Fingula, y cantó esta canción:

“Esta noche son felices en la casa de Lir,Abundantes son su comida y su vino.Pero los hijos de Lir ¿qué ha sido de ellos?Plumas tenemos por ropa de cama,Y por toda comida y vinoLa blanca arena y la amarga salmuera,La cama de Fiachra y el lugar de ConnBajo el abrigo de mis alas en el Moyle,De mi pecho tiene Aod su techo,Y así todos juntos descansamos.”

Y los hijos del rey Dearg volvieron a la corte de Lir y con-taron al rey la situación de sus hijos.

Al fi n se acercaba el día para que los hijos de Lir cumplieran con su suerte. Volaron por la corriente del Moyle hasta la Ba-hía de Erris, y permanecieron allí hasta el momento de su leja-no destino.

Una vez cumplido, viajaron hasta la Colina del Campo Blanco y lo encontraron todo desolado y vacío, sin nada más que verdes muros sin techo y selvas de ortigas. Ninguna casa, ni fuego, ni lugar habitado. Los cuatro se aproximaron más y

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elevaron tres gritos de lamentación, y Fingula cantó:

“Es amargo para mi corazónVer la morada de mi padre abandonada¿Dónde están las jaurías de perros?¿Dónde las mujeres y los valientes reyes?

¿Dónde los cuernos de vino y las tazas de madera?

Ya nadie bebe en sus luminosos salones.Por el estado de esta casa veoQue su señor, nuestro padre ya no vive.

Mucho hemos sufrido en nuestros años errantes,Flagelados por los vientos, helados por el frío;Ahora ha llegado el mayor de nuestros dolores.No hay hombre que no conozca en la casa donde nacimos.”

Entonces los hijos de Lir volaron a la isla de la Gloria de Brandán el santo, y se establecieron en el Lago de los Pájaros hasta que el santo Patrick vino a Irlanda y el santo Mac Howk llegó también a la Isla de la Gloria.

Y la primera noche que Mac Howk pasó en la isla, los hijos de Lir oyeron la voz de su campana tañir por maitines, y se sobresaltaron llenos de terror; y los hermanos pidieron a Fin-gula una explicación.

“¿Qué es eso, queridos hermanos?”, dijo. “No sabéis qué es ese sonido apagado y tembloroso que hemos oído.” Y recitó esta canción:

“Escuchad la campana del Clérigo,Plegad vuestras alas y elevadGracias a Dios por su venida,Agradeced haberlo oído,

Él os liberará de vuestro dolor,Y os llevará lejos de las rocas y piedras.Amados hijos de LirEscuchad la campana del Clérigo.”

Y Mac Howg descendió hasta la orilla del lago y les pregun-tó: “¿Sois vosotros los hijos de Lir?”

“Ciertamente, lo somos”, aseguraron.“¡Gracias a Dios!”, dijo el santo; “es por vosotros por quie-

nes he venido hasta esta isla, más lejana que ninguna otra isla de Erin. Descended a tierra ahora, y depositad nuestra con-fi anza en mí”.

Ellos se posaron en tierra, y él hizo unas cadenas de brillan-te plata blanca, y puso una entre Aod y Fingula, y otra entre Conn y Fiachra.

Sucedía que en aquel tiempo Lairgnen, príncipe de Conn-aught, iba a casarse con Deoch, hija del rey de Munster. Ella, que había oído la historia de los cisnes y sentía un gran amor y afecto por ellos, había dicho que contendría matrimonio hasta que tuviera a los cisnes errantes en la Isla de la Gloria a su lado. Lairgnen envió por ellos al santo Mac Howg. Pero el santo no quiso entregarlos, y Lairgnen y Deoch fueron ambos a la Isla de la Gloria. Y Lairgnen fue a coger a los pájaros del altar: pero tan pronto como puso sus manos en ellos, sus abrigos de plu-mas se desprendieron de sus cuerpos y los tres hijos de Lir se convirtieron en tres hombres ancianos, huesudos y marchitos, y Fingula en una escuálida anciana sin sangre ni carne. Lairg-nen retrocedió espantado y abandonó rápidamente el lugar, pero Fingula entonó esta canción:

“Ven y bautízanos, oh clérigo,Limpia nuestras manchas.Hoy veo nuestra tumba:Fiachra y Conn, uno a cada lado,Y en mi regazo, entre mis brazos,Situad a Aod, mi bello hermano.”

Después de esto los hijos de Lir fueron bautizados. Y enton-ces murieron, y fueron enterrados tal como Fingula había di-cho; Fiachra y Conn a cada uno de sus lados y Aod delante de ella. Se levantó un túmulo de piedras sobre ellos, y en él se escribieron sus nombres en caracteres rúnicos. Tal fue el desti-no de los hijos de Lir. G

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Leyenda de Tuan mac Cairill*Henri d’Arbois de Jubainville

¿Por qué se inventó la leyenda de Tuan mac Cairill?

Cuando Hesíodo, en “Los trabajos y los días”, traza un rá-pido bosquejo de la historia de las tres primeras razas que se sucedieron sobre la tierra —la de oro, la de plata y la de bron-ce—, cada una de las cuales pereció antes de la creación de la siguiente y sin dejar descendencia, no se plantea en absoluto la cuestión de cómo ha podido llegar hasta él el recuerdo de cada una de ellas y de su historia. Y es que, en el dominio poético de la mitología, un griego hubiera sido incapaz de turbarse por detalle tan banal. En cambio, los irlandeses, en su calidad de hombres serios, trataron el asunto con menos ligereza.

Lo mismo que las razas de oro, plata y bronce se sucedieron en Grecia, lo hicieron en Irlanda las de Partolón, Nemed y de los Tuatha Dé Danann: La primera había desaparecido cuando llegó la segunda; la segunda se había extinguido cuando llegó

la tercera. Vencida por los antepasados de los modernos irlan-deses, la tercera raza —la de Tuatha Dé Dannan— se refugió tras un manto de invisibilidad del que no se despoja sino en circunstancias excepcionales. ¿Cómo llegó entonces hasta no-sotros el conocimiento de ese lejano pasado que concierne a unos pueblos de los que no descienden los actuales habitantes de la isla y a los que, en consecuencia, no pueden remontarse las tradiciones familiares ni nacionales?

La biografía maravillosa de Tuan mac Cairill —Tuan, hijo de Carell— proporcionó a los irlandeses, y posiblemente a toda la raza céltica, la solución de este problema. Poseemos una versión cristiana de esta leyenda adaptada por un autor que deseaba que el clero cristiano aceptara como una historia pia-dosa una de las más antiguas tradiciones paganas de los com-patriotas de aquél. Ofreceremos esta tradición tal como nos ha sido transmitida. Conocemos tres manuscritos acerca de la

Henri d’Arbois de Jubainville, El ciclo mitológico irlandés y la mitolo-gía celta, traducción de Alicia Santiago, Barcelona, 1986.

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misma: el “Leabhar na hUidhre”, escrito hacia el año 1100; el manuscrito laud 610 de la biblioteca bodleiana, del siglo xv; y el manuscrito H.3.18 del Colegio de la Trinidad de Dublín, que data del siglo xvi.

San Finnen y Tuan mac Cairill

Transportémonos hasta la mitad del siglo vi de nuestra era. San Finnen acaba de llegar a Irlanda con su célebre Evangelio, que será objeto de disputas entre él y San Columba. En efecto, este último realizó una copia de dicho Evangelio, lo cual causó el descontento de San Finnen. Éste elevó una queja al rey Diarmait, hijo de Cerball, quien le declaró propietario de la copia ejecutada por San Columba.

San Finnen fundó un monasterio en Mag-bile, hoy Movilla, en el condado de Doen, en el Ulster. Un día, acompañado de sus discípulos, fue a visitar a un rico guerrero que vivía en la misma localidad. Pero el guerrero en cuestión no permitió que los clérigos entraran a su fortaleza. Así pues, para conseguir que dicha prohibición fuera levantada, San Finnen se vio obli-gado a recurrir al medio que la ley irlandesa ponía a disposi-ción de los débiles cuando éstos eran víctimas de una injusticia y querían obligar a los fuertes a ceder ante su demanda, falta de apoyo de las armas. Ese medio era el ayuno.1

Todo un domingo ayunó delante de la fortaleza del podero-so y malévolo guerrero, que fi nalmente se aplacó y dejó entrar

a Finnen. El narrador nos cuenta que la creencia de aquél “no era buena”, es decir, que no era cristiano: en la Irlanda del siglo vi todavía existían paganos.

Acabada la visita, Finnen regresó a su monasterio y habló a sus discípulos de su nueva relación. Es un hombre excelente —les dijo—: vendrá, os consolará y os contará las viejas historias de Irlan-da. En efecto, a la mañana siguiente, bien temprano, el noble guerrero llegó a la morada del sacerdote y les deseó los buenos días tanto a él como a sus discípulos. Acompañadme en mi soledad —les dijo—, estaréis mejor que aquí. Ellos asintieron y lo acom-pañaron a su fortaleza, donde celebraron el ofi cio del domingo, salmodia, predicación y misa. ¿Quién sois?, le preguntó San Finnen a su anfi trión. Soy originario del Ulster —le respondió éste—. Mi nombre es Tuan, hijo de Carell (en irlandrés, Tuan mac Cairill); mi padre era hijo de Muredach Munderc. Este desierto lo he heredado de mi padre; pero hubo un tiempo en que ma llamaban Tuan, hijo de Starn, hijo de Sera, Starn, mi padre, era hermano de Partolón. San Finnen le dijo: Cuéntanos la historia de Irlanda, es decir, lo que ha sucedido en esta isla desde la época de Partolón, hijo de Sera. No aceptaremos de ti alimento alguno mientras no nos hayas relatado esas viejas historias que deseamos conocer.

Me resultaría difícil hablar —respondió Tuan— sin haber te-nido antes ocasión de meditar acerca de la palabra de Dios que tú nos has anunciado. San Finnen le replicó: No tengas ningún escrúpulo y cuéntanos, te lo rogamos, tus propias aventuras, así como los demás acontecimientos que hayan sucedido en Irlanda.

Tuan comenzó así:

1. “Senchus Mor”, en “Ancient laws of Ireland”, t, I, p. 112, 114, 116, 118: t, II, p. 46, 352.

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Historia primitiva de Irlanda según Tuan mac Cairill

Hasta el presente, Irlanda ha sufrido cinco invasiones. Nadie ha-bía venido antes del diluvio, y nadie vino hasta 312 años después de éste.

Según otro texto Tuan habló de 1002 años. Está claro que la versión más antigua de esta leyenda no mencionaba el dilu-vio, y que las dos fechas agregadas con posterioridad única-mente constituyen la expresión de dos sistemas cronológicos diferentes entre sí pero ambos igualmente ajenos a la mitología céltica. Retomemos el relato de Tuan.

Entonces Partolón, hijo de Sera, vino a establecerse en irlanda. Había sido desterrado; le acompañaban veinticuatro hombres, cada uno de los cuales venía con su mujer. Sus compañeros no eran parti-cularmente inteligentes.Vivieron en Irlanda hasta que llegaron a sumar cinco mil de la misma raza. Entonces les atacó una enferme-dad mortal y todos perdieron la vida en el término de una semana; sólo un hombre sobrevivió. Porque es sabido que nunca sobreviene una mortandad sin que de ella escape alguien para contarla. Ese sobrevi-viente único fui yo. Cuando me quedé solo fui de fortaleza en forta-leza, de roca en roca, para ponerme al abrigo del ataque de los lobos. Durante veintidós años no hubo en Irlanda más habitante que yo. Caí en la decrepitud y llegué a una vejez extremada. Vivía en las rocas y desiertos; pero ya no podía correr, y las cavernas me servían de asilo.

Fue entonces cuando Nemed, hijo de Agnoman, tomó posesión de Irlanda. Su padre era un hermano del mío. Lo vi desde lo alto de las rocas y me las ingenié para no ser descubierto. Mis cabellos y uñas eran largos; estaba decrépito, gris, desnudo, sumido en la miseria y el sufrimiento. Una noche me dormí, y por la mañana, desperté con una forma diferente: me había transformado en un ciervo. Había vuelto a encontrar mi juventud y la alegría de mi espíritu, y canté versos sobre la llegada de Nemed y de su raza, así como sobre la metamor-fosis que yo mismo acababa de sufrir.

He aquí la traducción del fi nal de este poema:Cerca de mí, ¡oh, buen Dios!, llegó la tribu de Nemed, hijo de

Agnoman. Eran poderosos guerreros que hubieran podido herirme cruelmente en el combate; pero sobre mi cabeza lucían dos cuernos armados de sesenta puntas. Revestí una nueva forma, un pelaje áspe-ro y gris. Y aunque un momento antes me hallaba indefenso y sin fuerzas, fáciles se me tornaron ahora las victoria y sus alegrías.

Cuando hube tomado esta forma animal, me convertí en el jefe de los rebaños de Irlanda. Cualesquiera fueran los caminos que siguiese, grandes mandas de ciervos marchaban a mi alrededor. Así fue mi vida en los tiempos de Nemed y sus descendientes.

He aquí lo que les había ocurrido a Nemed y a sus compañeros durante su viaje hacia Irlanda. Habían partido con una fl ota de 34 barcas, cada una de las cuales transportaba 30 personas. Una vez en camino, se extraviaron durante un año y medio, hasta que fi nalmen-te naufragaron, pereciendo casi todos de hambre y sed. Sólo nueve personas escaparon al desastre: Nemed, cuatro hombres y cuatro mu-jeres. Esas nueve personas fueron las que desembarcaron en Irlanda. Tuvieron tantos hijos y tanto aumentó su número que llegaron a ser cuatro mil treinta hombres y cuatro mil treinta mujeres; entonces murieron todos.

Entretanto yo había caído en la decrepitud: había alcanzado una extrema vejez. Entonces, un día, cuando estaba en la puerta de mi ca-verna —guardo clara memoria de ello—, la forma de mi cuerpo cambió y fui transformado en jabalí. Canté en verso esta metamorfosis:

Hoy soy jabalí… soy rey, soy fuerte, venceré… Hubo un tiempo en que formé parte de la asamblea que rehabilitó a Partolón. Ese juicio

fue cantado, todos admiraron la melodía… ¡Cuán agradable era el canto de mi brillante sentencia! Agradó a las jóvenes, que, por cierto, eran muy bonitas. Mi canto era a la vez bello y majestuoso. Mi voz producía sonidos graves y dulces… Mi paso era rápido y seguro en los combates… Tenía un rostro encantador… y heme hoy aquí converti-do en un negro jabalí.

Esto fue lo que dije. Sí, es cierto, fui jabalí. Entonces volví a ser joven, mi espíritu recobró su alegría. Fui rey de los rebaños de jabalíes en Irlanda y permanecí fi el a mi costumbre de pasearme por los alre-dedores de mi casa cuantas veces volvía a esta región del Ulster, cosa que sucedía cada vez que la edad me llevaba a recaer en la decrepitud y la miseria. Mi metamorfosis siempre se produjo aquí, y por eso siempre volví para esperar la renovación de mi cuerpo.

Después se estableció en esta isla Semión, hijo de Stariat. De él descienden los Fir Domnann, los Fir Bolg y los Galiuin, que poseyeron Irlanda durante un tiempo.

Entonces llegué a la decrepitud y a una extremada vejez. Mi es-píritu estaba triste ya no podía realizar ninguna de las cosas de las que antes era capaz. Vivía en cavernas sombrías, en rocas poco cono-cidas, y, estaba solo. Después, como lo había hecho siempre, fui a mi casa. Recuerdo muy bien todas las formas que adoptara anteriormen-te. Ayuné durante tres días (había olvidado decir que cada una de mis metamorfosis había sido precedida por tres días de ayuno).

Al cabo de estos tres días mis fuerzas se habían agotado totalmen-te. Entonces fui metamorfoseado en un gran buitre, o, para decirlo de otra manera, en una enorme águila de mar. Mi espíritu recobró su alegría. Otra vez fui capaz de todo: devine curioso y activo, recorría toda Irlanda y estaba al tanto de cuanto pasaba. Entonces canté estos versos:

Hoy buitre, ayer era jabalí... Dios que me ama, me ha dado esta forma... Antes viví con una manada de cerdos salvajes. Hoy formo parte de una bandada de pájaros... Por una maravillosa decisión de la bondad divina respecto de mí y de la raza de Nemed, he aquí que esta raza está sometida a la voluntad de los demonios y yo, en cambio, vivo en la compañía de Dios.

Pedimos permiso para interrumpir un instante el relato de Tuan mac Cairill y llamar la atención sobre la forma piadosa con ayuda de la cual el autor medieval cuya redacción reprodu-cimos trató de conseguir la aceptación de esta leyenda por parte del clero cristiano. Tuan, convertido en buitre, cree en el verdadero Dios, mientras que los hombres que habitan Irlanda están sometidos al imperio del demonio y viven en el paganis-mo. En la Irlanda medieval hubiera sido preciso ser muy retor-cido para rechazar una historia tan edifi cante precisamente en nombre del cristianismo: pero volvamos a nuestro héroe y es-cuchemos la continuación del relato con que gratifi có a San Finnen y a sus compañeros.

Beothach y Iarbonel el profeta, después de vencer a las razas que la ocupaban, se apoderó de esta isla. De Beothach y Iarbonel descien-den de los Tuatha Dé (Dannan), dioses y falsos dioses a los que, como es sabido, se remonta el origen de los sabios irlandeses. Es probable que el cielo haya constituido el punto de partida de su viaje: sólo así se explican su ciencia y superioridad de su instrucción. En cuanto a mí, conservé largo tiempo la forma de buitre, y aún la poesía cuan-do llegó a Irlanda la última de las razas que la ocuparon.

Los hijos de Milé fueron quienes conquistaron esta isla a los Tua-tha Dé Dannan. Entretanto, conservé la forma de buitre hasta el momento en que, encontrándome en el agujero de un árbol, ayuné durante nueve días. El sueño se apoderó de mí y allí mismo fui con-vertido en salmón. A continuación, Dios me puso en el río para que

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viviera allí. Me encontré bien, activo y satisfecho. Sabía nadar bien y escapé durante largo tiempo de todos los peligros, tanto de las manos de los pescadores armados de redes, como de las garras de los buitres y de los venablos que me lanzaban los cazadores para herirme.

Sin embargo, Dios, mi protector, un día decidió poner término a este dichoso destino. Las bestias me perseguían, casi no existía lugar alguno donde no encontrase un pescador al acecho con su red. Uno de esos pescadores me atrapó y me llevó a la mujer de Carell, rey de este país. Lo recuerdo muy bien. El hombre me puso en la parrilla y des-perté el apetito de la mujer, que me comió entero, de tal suerte que me encontré en su vientre. Recuerdo el tiempo que pasé en el vientre de la mujer de Carell, las conversaciones sostenidas en la casa y los acon-tecimientos que por entonces sucedieron en Irlanda.

Tampoco he olvidado cómo, después de eso y cuando ya era un niño pequeño, empecé a hablar como todos los demás hombres. Conocía todo cuanto había sucedido en Irlanda. Fui profeta, y me dieron un nom-bre: me llamaron Tuan, hijo de Carell. Eso sucedió inmediatamente

después que San Patricio trajera la fe a Irlanda. Hubo muchas con-versiones; me bautizaron, y creí en el creador del mundo, grande y único Rey de toda la creación.

Tuan calló y sus oyentes le agradecieron que hubiera re-latado su historia. A continuación, Finnen y sus compañeros le acompañaron al comedor. Permanecieron en casa del gue-rrero una semana, que emplearon en conversar con él. Toda la historia antigua de Irlanda, todas las viejas genealogías, provienen de Tuan, hijo de Carell, San Patricio se había en-trevistado con él tiempo antes que Finnen y sus compañeros, y había escuchado un relato similar. Después de San Patricio, fue San Columba quien conversó con Tuan, que le contó las mismas cosas; y cuando Tuan relató a Finnen las historias que hemos reproducido, estaba presente una multitud de testigos y todos eran irlandeses. Así pues, es imposible dudar de su veracidad ni de la exactitud del relato, que copiamos de ellos. G

Foto: Moramay Herrera Kuri

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El camino de Bran*Anónimo

Llevo una rama del manzano de Emain,parecida en forma a las que ya conoces.Crecen en ellas ramitas de plata blanca

y hermosos capullos cristalinos de fl ores.

Hay una isla muy lejos de estas tierras,alrededor de la cual refulgen caballitos

de mar blancos.Trazan contra las orillas su blanco rastro,

y se mantienen sobre cuatro fuertes pilares.

Hay un viejo árbol en fl or,sobre el que alegres pájaros

cantan a todas horasen la más dulce armonía

combinan su canto para marcar las horas.

No se conocen tristezas, no hay sacrifi cios aquí,

no hay enfermedad, muerte o pena.Tal es la vida del justo Emain,

una vida que no se halla en este mundo.

Aparecen entonces unas huestes por la brillante agua,

reman su nave hábilmente hacia la playa.Donde están en círculo las brillantes piedras,y una música dulce y libre de ellas se eleva.

A través del tiempo,hacia la muchedumbre reunida

cantan una canción que nunca trae la tristeza;cientos de voces, todas a coros,

en plegaria de vida, y canción de vida eterna.

Emain de muchas formas junto al mar, tanto si está lejos como si está cerca,

en brillantes tonos las mujeres pasean,rodeadas por el limpio y brillante mar.

Y si oyes la dulce voz de las rocasy los pájaros cantores de la tierra de paz,

al alcance de la mano esas mujeres caminarán;pues nadie aquí sólo necesita caminar. G

*Tomado de pobladores.lycos.es/el sabio brownie.

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¿Historia?, ¿leyenda?El logotipo del Fondo de Cultura EconómicaMartí Soler

En la Historia de la casa: Fondo de Cultura Económica, 1934-1996, Víctor Díaz Arciniegas se hace eco de una falsa noticia que ha corrido de boca en boca desde años ha. Se trata de la autoría del logotipo de nuestra casa editorial, cuya efi gie aparece ya desde los primeros libros (El dólar plata de William P. Shea y Karl Marx de Harold Laski), publicados en 1935. Dice Díaz Arcinie-gas: “Moreno Villa fue el diseñador del anagrama (emblema o logotipo) que identifi ca a la editorial; suya es la cruz, suyo es el cuadrante, suya es la f centrada y diagonal, suya es la aplicación en la portada de los libros, suyos son los fondos e interlineados, suya es la grafía. En ese anagrama está una parte de la identidad del Fondo de Cultura Económica” (pp. 101-102). Curiosamen-te, la viuda de José Moreno Villa, Consuelo, lo afi rma igual-mente en un texto que el Fondo de Cultura Económica publicó en la Iconografía de Moreno Villa que preparó Alba C. de Rojo

José Moreno Villa (Málaga, 1887 - México, 1955) fue uno de los exiliados de renombre que llegó a nuestro país por la guerra civil española. Poeta, crítico de arte y pintor, andaluz de nacimiento, amigo y compañero de la generación del 27, de Dalí y de Buñuel, de Federico García Lorca, fue uno de los animadores de ese grupo en la Residencia de Estudiantes de Madrid. La República española lo envió en 1937 a Estados Unidos (y México) en misión de propaganda cultural y fi nal-mente se quedó a residir en México en ese mismo año de 1937, por lo que ya vivía en nuestro país cuando Lázaro Cárdenas creó La Casa de España en México en julio de 1938 y de inme-diato se integró a dicha institución. Entre su poesía destacare-mos Jacinta la pelirroja, de su crítica de arte, podemos resaltar su Velázquez y los ensayos reunidos, recién publicados, en Te-mas de arte. Selección de escritos periodísticos sobre pintura, escultura, arquitectura y música (1916-1954). El Fondo de Cultura Econó-mica le publicó Los autores como actores, y otros intereses literarios de acá y de allá (1951), Cornucopia de México / Nueva cornucopia mexicana (1985), La escultura colonial mexicana (1986), Lo mexi-cano en las artes plásticas (1986), Panes frutos y dones (1997) y su autobiografía Vida en claro (1944). En la Iconografía de José Mo-reno Villa publicada por el Fondo en 1988 y recopilada por nuestra añorada Alba C. de Rojo, aparece una conversación de Luis Cardoza y Aragón con Moreno Villa pocos días después de la llegada de éste a México y un párrafo reza así: “Es la pri-mera vez que estoy en México. Le conocía un poco por perso-nas, lecturas y grabados. Me falta conocer el ambiente o la realidad directa.” En su Vida en claro (autobiografía), publicada en 1944, no menciona para el hecho (ni siquiera se menciona al Fondo de Cultura Económica). Nada de haber hecho un logotipo para el Fondo.

Ante la diferencia de fechas del inicio de su estancia en México y de los primeros libros del Fondo, se me ocurrió in-vestigar el asunto y no encontré mejor modo que preguntarle a nuestro decano: Alí Chumacero, si tenía alguna idea de quién podía ser el autor del logotipo famoso (¡y tanto!).

Los miembros del Seminario de Cultura Mexicana fueron invitados por Salvador Azuela a colaborar con él en las tareas del Fondo cuando ocupó la dirección a la forzada salida de Arnaldo Orfi la Reynal. Uno de los invitados por Azuela fue Francisco Díaz de León, quien creó la colección Presencia de México en esas fechas, siendo él mismo el diseñador tipográfi -co de la colección. Cuando Alí Chumacero se integró de nue-vo, después de un triste interregno, a las fi las del Fondo y ante el persistente dicho de que Moreno Villa era el creador de nuestro logotipo, a pregunta expresa, Francisco Díaz de León contestó: “Yo diseñé el logotipo del Fondo de Cultura Econó-mica.” Habrá que creerle, pues Francisco Díaz de León (Aguascalientes 1897 – ciudad de México, 1975) fue un artista que dominó todas las técnicas de impresión: la xilografía, el linóleo, el aguafuerte y la litografía, un verdadero tipógrafo. Independientemente de su labor como grabador, hay que des-tacar su actuación al frente de la Escuela de Pintura al Aire Libre en Tlalpan y la Escuela de Artes Gráfi cas, que fundó y dirigió en 1938. El Fondo le publicó su Gahona y Posada: gra-badores mexicanos (1968), y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes acaba de publicar Francisco Díaz de León: la fugacidad retenida, de Víctor Manuel Ruiz Naufal, para quien quiera adentrarse más en la obra de este artista (y “artesano”) mexica-no del siglo xx. Su idea básica era que las artes llegaran al pue-blo, sin importar la clase social. Según su biógrafo, “el arte no era una manera de concientizar a la población, sino una forma de divulgar la belleza. Contrario a lo que hicieron los miem-bros del Taller de Gráfi ca Popular, hizo a un lado la capacidad del arte como promotor de ideologías políticas”.

¿Alguien quiere agregar algo a esta pequeña incursión por los inicios de nuestra editorial? Para mí, honor para quien ho-nor merece. Si fue Moreno o fue Díaz de León, mi apuesta es para este último, quien trabajaba en México en la época, de quien se conocen logotipos, ex libris y demás curiosidades ar-tísticas, y hombre de la letra tipográfi ca. Moreno Villa, en cambio, aunque gran dibujante y buen pintor, conocía México apenas por unas cartas de Genaro Estrada y sí hizo amistad con Cosío Villegas, Villaseñor y Alfonso Reyes (gente conectada con la fundación del Fondo), pero en 1937, ya viviendo en México (según propia confesión). G

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Investigación gráfi ca: Ernesto Ramírez Morales

1934. Diseño original deFrancisco Díaz de León

Mediados de la década de 1950. Rediseño de Alexander A. M. Stols

2003. Rediseño deJuan Pablo Pérez Rulfo Aparicio

Versión calada o invertida para la Colección Breviarios

Versión perfi lada parala Colección Letras Mexicanas

1959. Colección Popularen el 25 aniversario

1979. Conmemorativodel 45 aniversario

1984. Conmemorativodel 50 aniversario

1989. Azul para la Colección Libros para Niños y Jóvenes

en el 55 aniversario

1994. Conmemorativo del 60 aniversario

1999. Conmemorativo del 65 aniversario

2000. Versión biselada para Conmemorar el segundo milenio

2000. Versión biseladapara la Colección Fondo 2000

2004. Conmemorativodel 70 aniversario

2009. Conmemorativodel 75 aniversario

Conmemorativos y en colecciones

Diseños base

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Investigación criminalísticaLeopoldo Lezama

Rafael Moreno González, Sherlock Holmes y la investigación criminalística PANOPTES, México, 2008.

Luego resulta que todo tiene que ver con todo, un cuerpo mancillado, unas man-chas de barro en el pantalón húmedo, los rasgos de unas huellas dactilares, la consis-tencia y el color de la tierra, las marcas del cincel sobre la piedra, el modo de hablar, el ritmo al caminar, el acento, el color de la piel luego del siniestro... y cada detalle sería un cosmos en expansión constante, un registro anunciando la probabilidad de que hasta lo más nimio tiene cabida; ele-mental mi querido Watson, pues para la observación no habría cosa pequeña, y para la especulación un cabello despren-dido podría ser el elemento que faltaba para conciliar el sueño. Una incógnita, un secreto: la mente está obligada a elucu-brar, la mente estimula sus poderes, la intuición alcanza de golpe el aconteci-miento preciso, se adelanta al método, traza su ruta como torrente acuoso, crea su propio devenir con base en un destello, en una suposición maestra; y la razón poco a poco la alcanza, va paso a paso, peldaño a peldaño, cuidadosamente para, no caerse, para no tropezar con una nota falsa, con un desnivel imprevisto. Ele-mental mi estimado, las masas grises irre-gulares son polvo, y esos como pelos son hilos de una chaqueta de mezclilla; la razón sistema-tiza, la intuición alcanza, la especulación descubre un territorio donde hace unos minutos no había nada, paso a paso, pel-daño a peldaño, y si cada descubrimiento es un triunfo de las facultades de la razón frente al vacío, cada nueva interrogante es una tentativa de activar el ansia insensata de conocer, pues no hay nada más engañoso que un objeto obvio.

Por su parte, el doctor Rafael Moreno González (parece conocer todos los detalles de cada hecho macabro), exacto, sistemático, demostrando su profundo conocimiento en el ámbito médico y literario, ha podido moldear desde la órbita criminalística a una de las personalidades más complejas de la literatura: Sherlock Holmes. Extra-

vagante, fi rme, alto e irregular cual caba-llerezco adversario, Holmes no sólo resuel-ve brillantemente casos policiacos, también escucha música a horas impru-dentes y practica al tiro de revólver al in-terior de su desaseado y mítico cuarto de departamento ubicado en Old Baker Street 221-b. La imagen que representa el detective inglés, dista mucho de ser tan sólo la de un gran detective; Holmes fun-de las características de un héroe moder-no que mediante los poderes de la ciencia, la razón, el método y el entendimiento, puede llegar a resolver los problemas de los hombres. Una mente excepcional, una intuición profunda que raya en lo mila-groso, tal como si hubiese sido testigo presen-cial de los acontecimientos, un tacto extraor-dinario capaz de sondear hasta los últimos detalles, una paciencia infi nita que permi-te ir tejiendo los fragmentos de un acon-tecimiento oscuro, una lógica impecable circula en la mente de este genio, quien según Moreno González, dio inicio a la transición entre la investigación empírica y la científi ca, pasando de la mera suposición de los hechos, al minucioso análisis de las evidencias.

En efecto, la imaginación de un mé-dico hizo posible un espectáculo fasci-nante, ya que al mismo tiempo en que sabemos la naturaleza y los antecedentes que dieron vida al detective más famoso de la historia, también conocemos al creador, al hombre que llegó a sentir celos de su personaje al grado de matar-lo. En efecto, Sir Arthur Conan Doyle en sí mismo dibuja a un personaje: boxeador, futbolista, médico en un barco ballenero en el océano Ártico, afi cionado al automovilismo y la aeronáutica, crea-dor prolífi co de obras literarias y devoto espiritista. Lo particular aquí es que el Conan Doyle que Moreno González sube al imaginario, y el Sherlock Hol-mes que traslada a los laboratorios de los investigadores, son el resultado de varias

preguntas sin duda inquietantes: ¿Sir Arthur Conan Doyle pensó, al concebir a su detective insólito en 1887, que con-tribuiría al desarrollo de la Criminalísti-ca? ¿Hasta dónde el esquema fi cticio de Sherlock Holmes ha instruido, ha dado herramientas, claves, bases, mecanismos para la investigación criminalística real?, y más aún, ¿están verdaderamente deli-mitados para el pensamiento racional los límites en los que opera la imaginación, y donde la realidad actúa?, ¿estaremos hablando de un mismo sitio? Pareciera que en esa realidad sembrada de interro-gantes, es el aroma de posibilidad conce-bido por el imaginario quien fi nalmente ordena las cosas. Los molinos de viento comienzan a andar con pies de gigante y los mares profundos ya son vestidos por el bello canto de las sirenas.

Finalmente, una de las ideas de More-no González que nos llama y nos seduce, es la de que nada se resiste al estricto procedimiento de la imaginación, y todo puede ser creado por las esencias prodi-giosas, mágicas del raciocinio: el imagi-nario puede auxiliar al desenvolvimiento de un crimen, al igual que la razón metó-dica ayuda a la correcta ejecución de una cirugía.

De esta manera, PANOPTES, órgano editorial del Instituto Nacional de Cien-cias Penales (INACIPE), ha concebido una nueva forma de hacer libros, que so-bre todas las cosas (un hermoso diseño, un cuidado impecable, un relieve sobre la elegante portada que hace pensar en las múltiples formaciones que adquieren las siluetas lunares), hace visible la posibili-dad de concebir en un mismo territorio, áreas del conocimiento tan aparentemen-te disímiles como lo son la criminalística y la literatura, la medicina y el derecho, la psicología y la anatomía, en suma, la idea de que la imaginación y el razonamiento más frío pertenecen a un mismo ámbito: el de la refl exión creativa. G

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Colección VersusArturo Gutiérrez Aldama

Varios autores. Colección Versus. Tumbona Ediciones. México, 2008.

Atravesamos una noche yerma en la que nos han hecho creer que estar en des-acuerdo equivale a señal de mal gusto. Siguiendo el carril eufemístico de la co-rrección política, sí, todos nos mostra-mos más diplomáticos a la hora de abrir la boca, pero también rebajamos las ideas que intercambiamos unos con otros a nivel de simples baratijas. Hoy la diatriba casi parece un género vedado porque, si como afi rma el club esquizoi-de apadrinado por Derrida, todos somos subtextos de los demás, ¿qué caso tiene disentir con lo que sea?

Pongamos por ejemplo al profesor de la Universidad de Stanford Hans Ulrich Gumbrecht: Un día, de camino a casa, decidió con las precauciones del caso rebasar a un coche que avanzaba muy despacio. Al día siguiente recibió un ai-rado correo electrónico de su vecino —un científi co tan reconocido que, según cuenta, “me arriesgaría a revelar su identidad si les dijera más sobre el cam-po de investigación en el cual descue-lla”—; resultó que al volante del vehícu-lo que había dejado atrás iba el hijo de éste, a quien estaba enseñando a mane-jar. Luego de sacar todo tipo de conclu-siones de índole moral, el mensaje con-cluía amenazando con denunciarlo a las autoridades de repetirse la conducta. Lo más raro, sin embargo, vino cuando de las profusas disculpas mandadas en res-puesta, el ofendido decidió tomarse en serio una frase de carácter humorístico que buscaba relajar un poco de la ten-sión creada —el profesor pedía perdón por su “estilo europeo de conducir a la Fórmula Uno”—, aprovechando además para practicar un altruismo pasoneado de autoestima: “Sin modifi car su tono severo, mi vecino explicó que el pilotaje de Fórmula Uno estaba restringido a los circuitos de competencia y me alentó a buscar su consejo y conversación si, dado el caso, tenía serias difi cultades

para entender la postura correcta”. En Contra las buenas intenciones, sexto y más reciente “round” aparecido en la colec-ción Versus de Tumbona Ediciones, Gumbricht, oriundo de Alemania, acha-ca lo que califi ca de “síndrome sanato-rio” a una intolerancia a la contrariedad típicamente californiana, diagnóstico a favor del cual argumentarían la música de los Beach Boys y el San Francisco pintado de niños jipis. Por desgracia, el texto del mexicano Antonio Ortuño que completa el breve volumen viene a expo-ner un mal que supera restricciones geográfi cas, la burda devaluación de los presupuestos del lenguaje visto como fuente potencial de malos entendidos que vuelve de la literatura “una materia tan simplona que sólo amerita interés lo que no es exactamente ella: el contexto y nunca el texto”; un cuadro en donde la pérdida de sentido trágico constituye apenas uno de los síntomas del peligro que corre nuestro derecho a la fi cción.

De hecho los ensayos de Gumbricht y Ortuño, así como el resto de la colec-ción Versus son consecuencia del mismo padecimiento, aunque desde otra cara de la moneda. En la ostentación combativa del contra que precede a cada título (aparte del ya mencionado, los otros cinco rounds editados arremeten Contra: la alegría de vivir —Phillip Lopate—, la originalidad —Jonathan Lethem—, la tele-visión —Heriberto Yepes—, el amor —Laura Kipnis— y los poetas —Witold Gombrowicz—) se delata una sensación de urgencia opositora, un afán por abrir fi suras de controversia en una serie de conceptos fetiche a la cabeza del ideario presente (excepto en el caso de Yepes, que va por la segura con una crí-tica sobre la televisión con posmoderni-zante guión de por medio). Ahora, reco-nocer al enemigo es condición indispensable para el inicio de cualquier batalla, pero también implica concederle

una importancia que muchas veces tra-baja a favor de la prolongación estéril del confl icto. Tomando esto en cuenta, el diseño que arropa la colección, col-mado de parafernalia boxística, ya se antoja excesivo, sobre todo porque su-giere una postura maniquea no demasia-do distante de aquella que pretende confrontar, los letreritos de “Un Alemán vs El Apapacho” y “Un Mexicano vs. Los Entrometidos”, en la portada de Contra las buenas intenciones, o de “La Aventura vs La Monogamia”, en Contra el amor, pueden dar una impresión equi-vocada del contenido que un simple vistazo a los títulos originales empieza por aclarar; Love’s Labor, por ejemplo, sugiere mejor las cavilaciones que Laura Kipnis plantea sobre la creciente inva-sión de intereses utilitarios en las rela-ciones íntimas, y por el estilo, el resto de los libros son menos radicales de como los pintan. Quizá no sobre aconsejarle a los de Tumbona que uno de los futuros asaltos para completar esta contienda en principio planeada a doce sea Contra los publicistas.

Witold Gombrowicz cifra el proble-ma en dos formas de humanismo descri-tas en Contra los poetas: “una que podría-mos llamar “religiosa”, que coloca al hombre de rodillas ante la obra cultural de la humanidad, y otra “laica”, que tra-ta de recuperar la soberanía del hombre frente a sus dioses y sus musas”. Una característica del presente es considerar ambas tendencias, que siempre han con-tribuido a las tradiciones culturales del mundo, en absoluta confrontación, hoy que a base de tanto repetirlos, ciertos términos fl otan en un limbo conceptual listos para su consumo bajo en calorías. Pero tampoco tiene mucho caso una réplica imbuida en las virulencias actua-les, después de todo, como menciona en Contra la alegría de vivir Phillip Lopate: “He vivido en el presente de vez en vez

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y puedo asegurar que está por demás sobrevaluado”. Punto de inicio reco-mendado, El éxtasis de las infl uencias —nombre real de Contra la originalidad, además de guiño a La angustia de las in-

fl uencias, de Harold Bloom—, represen-ta bien el auténtico espíritu de la colec-ción. En su lance contra una de las epidemias de nuestro tiempo, Jonathan Lethem advierte que “el futuro será

muy parecido al pasado” a través de un sampleo textual reconstructivo que algu-na vez tuvieron los polemístas devuelve algo del honor perdido al deber del po-lemista. G

Foto: Moramay Herrera Kuri