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Fuerte crítica de Jose Stiglitz al este tratado económico, de obligada lectura pra conocer la realidad economica de los paises integrantes

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2/11/2015 La farsa del TPP - Versión para imprimir | ELESPECTADOR.COM

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Opinión | Sab, 10/10/2015 - 21:54

La farsa del TPPPor: Joseph E. Stiglitz | Elespectador.com

Luego que negociadores y ministros de Estados Unidos yotros 11 países de la Cuenca del Pacífico se reunieran enAtlanta para ultimar detalles del radicalmente nuevo AcuerdoEstratégico Transpacífico de Asociación Económica (TPP), esjusto y necesario realizar un análisis sobrio. El mayor acuerdoregional de comercio e inversión de la historia no es lo queaparenta ser.

Oirá mucho sobre la importancia que tiene el TPP para el “libre comercio”. La realidad es que

este es un acuerdo para administrar las relaciones comerciales y de inversión de sus

miembros –y para hacer esto en representación de los más poderosos lobistas de negocios

de cada país–. No nos confundamos: es evidente que el TPP no gira alrededor del “libre”

comercio.

Nueva Zelanda amenazó con retirarse del acuerdo debido a la forma en la que Canadá y

EE.UU. administran el comercio de los productos lácteos. Australia no está contenta con la

forma en la que EE.UU. y México administran el comercio del azúcar. Y EE.UU. no está

contento con la forma en la que Japón administra el comercio del arroz. Estos sectores

industriales están respaldados por significativos bloques de votantes en sus respectivos

países. Y ellos representan sólo la punta del iceberg en términos de cómo el TPP

implementaría una agenda que, de hecho, funcionaría en contra del libre comercio.

Para empezar, considere lo que hará el acuerdo en cuanto a ampliar los derechos de

propiedad intelectual de las grandes compañías farmacéuticas, tal como nos dimos cuenta al

leer versiones del texto de negociación que se filtraron. La investigación económica muestra

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claramente las razones por las que tales derechos de propiedad intelectual conducen, en el

mejor de los casos, a que la investigación farmacéutica sea débil. En los hechos, existe

prueba de que ocurre lo contrario: cuando el Tribunal Supremo invalidó la patente de Myriad

sobre los genes BRCA, ello condujo a una expansión rápida de la innovación, lo que a su vez

se tradujo en mejores pruebas de detección a menores costos. Ciertamente, las disposiciones

del TPP van a restringir la competencia abierta y elevarán los precios que pagan los

consumidores en EE.UU. y en todo el mundo –esto se constituye en un anatema para el libre

comercio–.

El TPP administraría el comercio de productos farmacéuticos a través de una variedad de

ostensiblemente arcanos cambios en las reglas, sobre temas tales como la “vinculación de

patentes”, la “exclusividad de los datos” y los “productos biofarmaceúticos”. El resultado de

esto es que a las compañías farmacéuticas se les permitirá alargar prácticamente –y algunas

veces casi indefinidamente– sus monopolios de medicamentos patentados, así como

mantener fuera del mercado a medicamentos genéricos más baratos y bloquear, durante

muchos años, la introducción de nuevos medicamentos por parte de competidores

“biosimilares”. Esta será la forma como el TPP administrará el comercio en lo que respecta a

la industria farmacéutica.

Del mismo modo, considere cómo EE.UU. espera utilizar el TPP para administrar el comercio

en el ámbito de la industria del tabaco. Durante décadas, las empresas tabacaleras con sede

en EE.UU. han utilizado mecanismos de adjudicación para inversores extranjeros, los cuales

fueron creados mediante acuerdos similares al TPP, para luchar en contra de regulaciones

destinadas a frenar el tabaquismo, un flagelo que afecta la salud pública. Bajo estos sistemas

de arbitraje de diferencias Estado-inversor (ISDS, por sus siglas en inglés: investor­state

dispute settlement), los inversionistas extranjeros adquieren nuevos derechos para demandar

a los gobiernos nacionales en arbitraje privado vinculante en casos de que se instituyan

reglamentos que ellos consideran como un factor que disminuye la rentabilidad esperada de

sus inversiones

Los intereses corporativos internacionales promueven el uso de los sistemas ISDS cuando

ello se considere necesario, con el fin de proteger los derechos de propiedad donde no hay

imperio de la ley y tribunales creíbles. Pero esa argumentación no tiene ningún sentido.

EE.UU. está tras el mismo mecanismo en un mega-acuerdo similar con la Unión Europea, la

Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión, a pesar de que existen pocas

dudas sobre la calidad del sistema legal y judicial de Europa.

Con toda certeza, los inversores –independientemente de donde estén ubicadas sus sedes

principales– merecen protección frente a la expropiación o las regulaciones discriminatorias.

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Pero los ISDS van mucho más allá: la obligación de compensar a los inversores por pérdidas

de ganancias esperadas puede y se ha aplicado incluso cuando las reglas no son

discriminatorias y las ganancias se obtienen causando daños a la comunidad.

La corporación conocida anteriormente como Philip Morris está actualmente tramitando casos

de este tipo en contra de los gobiernos de Australia y Uruguay (que no es socio del TPP)

debido a que dichos gobiernos exigieron que los cigarrillos lleven etiquetas de advertencia.

Hace unos años, Canadá, bajo la amenaza de una demanda similar, se retractó de introducir

el uso de una etiqueta de advertencia que tenía una eficacia análoga.

Dado el velo del secreto que rodea el TPP, no está claro si el tabaco queda excluido de

algunos aspectos de los ISDS. De cualquier manera, el tema más amplio continúa siendo el

mismo: dichas disposiciones hacen que sea difícil para los gobiernos llevar a cabo sus

funciones básicas – es decir, proteger la salud y seguridad de sus ciudadanos, garantizar la

estabilidad económica y proteger el medio ambiente.

Imagínense lo que hubiese sucedido si estas disposiciones hubieran estado establecidas

cuando se descubrieron los efectos letales del asbesto. En lugar de clausurar a los fabricantes

y obligarlos a indemnizar a quienes sufrieron daños, bajo las disposiciones de los ISDS, los

gobiernos hubiesen tenido que pagar a los fabricantes para que dichos fabricantes no

mataran a sus ciudadanos. Los contribuyentes hubiesen sido gravados por doble partida –

primero para pagar por los daños a la salud causados por el asbesto, y luego para pagar a los

fabricantes por haber perdido ganancias cuando el gobierno intervino con el objetivo de

regular un producto peligroso—.

No debería sorprender a nadie que los acuerdos internacionales de Estados Unidos

produzcan comercio administrado en lugar de libre comercio. Eso es lo que sucede cuando se

cierra el acceso al proceso de formulación de políticas a las partes interesadas no

empresariales —sin mencionar a los congresistas, representantes elegidos por los

ciudadanos.

* Premio Nobel de Economía 2001.

Escrito con Adam S. Hersh, economista sénior en el Instituto Roosevelt que dirige Stiglitz.©

Project Syndicate 1995–2015

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