la extrema derecha en la españa contemporanea

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  • 7/25/2019 La Extrema Derecha en la Espaa Contemporanea

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    Nmero 71 (2008)

    LA EXTREMA DERECHA EN LA ESPAA CONTEMPORNEA, FranciscoCobo y Teresa Mara Ortega, eds.

    Presentacin

    -Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo: la extrema derecha durante elrgimen de la Restauracin (1898-1930), Pedro Carlos Gonzlez Cuevas

    -Conservadurismo, catolicismo y antifeminismo: la mujer en los discursos delautoritarismo y el fascismo (1914-1936), Teresa Mara Ortega Lpez

    -La violencia y sus discursos: los lmites de la fascistizacin de la derechaespaola durante el rgimen de la II Repblica, Eduardo Gonzlez Calleja

    -El franquismo y los imaginarios mticos del fascismo europeo de entreguerras,

    Francisco Cobo Romero

    -Las culturas de los nacionalismos franquistas, Ismael Saz Campos

    -Nostalgia y modernizacin. La extrema derecha espaola entre la crisis final delfranquismo y la consolidacin de la democracia (1973-1986), Ferrn Gallego

    Estudios

    -Significados de Repblica. Insurrecciones federales, redes milicianas y conflictoslaborales en la Catalua de 1869, Albert Garca Bala

    -La industria elctrica y su actividad en el negocio del alumbrado en Espaa, 1901-1935, Mercedes Fernndez Parada

    -Retribuciones en la Guardia Civil, 1931-1936, Alberto Rico Snchez

    Ensayos Bibliogrficos

    -Los estudios sobre las Falanges (FE de las JONS y FET y de las JONS): Revisinhistoriogrfica y perspectivas, Joan Maria Thoms Andreu

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    Ayer71/2008 (3): 13-24 ISSN: 1134-2277

    Presentacin

    Francisco Cobo RomeroTeresa M. Ortega Lpez

    Universidad de Granada

    Como no poda ser de otra manera, las severas consecuencias pro-vocadas por las sucesivas crisis o, si se quiere, por las progresi-vas manifestaciones de debilidad, que desde las dcadas de 1970

    y 1980 vienen afectando a los paradigmas interpretativos sobre losque se sustent la Historia Social, han acabado contaminando inexo-rablemente a la mayor parte de la historiografa espaola ms recien-te. Los resultados ms perceptibles de tal fenmeno han sido el re-novado inters por los planteamientos tericos y metodolgicosincorporados por la denominada Nueva Historia Poltica y el incues-tionable atractivo ejercido por los rupturistas y transgresores funda-mentos tericos exhibidos por la Historia Cultural y la Historia Post-

    social1

    . Hasta tal punto las propuestas provenientes de estos ltimosenfoques han hecho mella sobre la investigacin histrica ms prxi-ma, que hoy puede afirmarse que ambos paradigmas constituyen unreferente incontestable en el actual panorama historiogrfico espaol.

    Partiendo de estas premisas, nos proponemos examinar de mane-ra monogrfica La extrema derecha en la Espaa contempornea. Eltratamiento de una temtica de tanta trascendencia en la historiareciente de Espaa se muta en insoslayable. Sobre todo si tenemos en

    cuenta, y por citar tan slo algunos ejemplos, que nuevas y sugerentes1 CABRERA, M. .: Historia, lenguaje y teora de la sociedad, Madrid, Ctedra-Uni-

    versitat de Valencia, 2001, y Postsocial History. An Introduction, Lanham, Maryland,Oxford, Lexington Books, 2004.

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    perspectivas analticas han precipitado la reinterpretacin de cuestio-nes de tanto calado como los discursos del antifeminismo gestados

    por las culturas polticas reaccionarias y el catolicismo corporativista,el proceso de fascistizacin de las derechas antirrepublicanas delperiodo de entreguerras, o el grado de impregnacin que permitique los imaginarios mitgenos del fascismo terminaran contaminan-do profundamente a los elementos simblicos y mticos que revistie-ron al rgimen franquista. Los avances registrados en el novedoso tra-tamiento de stas y otras muchas cuestiones nos han permitidoidentificar de manera ms ntida los componentes discursivos, lin-

    gsticos y culturales con los que aparecieron envueltos los distintosmovimientos polticos de extrema derecha conformados en nuestropas desde el advenimiento de la poltica de masas, hasta el final de ladictadura franquista. Quiz haya llegado la hora, pues, de hacerbalance sobre el papel jugado por aquellos movimientos polticos enel convulso discurrir del siglo XX.

    Con la intencin de aprovechar el rico depsito de aportacionesinnovadoras que se han ocupado de los discursos y los imaginarios

    interpretativos de la realidad desplegados por las culturas polticas dela extrema derecha, perseguimos ahondar en el perfeccionamientoy la adecuacin de un prisma analtico que estimamos enormementefrtil. Dicho prisma interpretativo nos ayudar a entender mejor elmodo en que los distintos grupos sociales, y los diferenciados prota-gonistas polticos, canalizaron su accin individual y colectiva de caraa la resolucin de las mltiples adversidades, las renovadas propues-tas o las incesantes contradicciones con las que tropezaron a lo largodel devenir histrico del pasado siglo XX. Hemos pretendido que lostrabajos recopilados en el presente dossier desplegasen un intensoesfuerzo heurstico, para poner de manifiesto en qu circunstanciasse gest la aparicin de las distintas culturas polticas y familias ideo-lgicas que han engrosado el campo de la extrema derecha espaolaa lo largo de la pasada centuria. En consecuencia, nos hemos pro-puesto llevar a cabo un abordaje novedoso del espectro de las dere-chas reaccionarias y antiliberales. Las distintas colaboraciones queintegran el monogrfico han procedido mediante el empleo, auncuando con diferentes grados de intensidad, de perspectivas innova-doras, haciendo especial hincapi en el papel cumplido por los len-guajes y las culturas polticas en la construccin social y discursiva dela realidad. De esta manera hemos pretendido resaltar la importancia

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    decisiva que cumplieron las construcciones discursivas gestadas des-de las culturas polticas de la extrema derecha espaola en la elabora-

    cin de determinados lenguajes interpretativos de la realidad y elmundo circundante, de carcter legitimador, transformador o sen-cillamente movilizador. Con la vista puesta en tales objetivos, se hatenido en cuenta que muchos de los citados lenguajes suscitaron lapredisposicin a la accin colectiva entre amplias capas de la pobla-cin, insertas tanto en el heterogneo conglomerado de los grupossociales intermedios de ubicacin rural o urbana, como, en menormedida, entre el vasto universo del proletariado, los asalariados agr-

    colas y las clases populares. As pues, hemos conferido a los mencio-nados lenguajes un valor instrumental en la formacin de identidadescolectivas dotadas de impulso suficiente para la concitacin de mlti-ples adhesiones individuales, casi siempre orientadas hacia la accinsocial, la protesta, la reaccin frente a la democracia o la simple movi-lizacin. Uno de los ejes tericos vertebrales sobre los que ha giradola confeccin de buena parte de los materiales que ahora presentamosa la luz pblica, y a la futura discusin acadmica, ha consistido, en

    mayor o menor medida, en el sealamiento del decisivo papel jugadopor los conceptos de cultura poltica, lenguajes de movilizacin, iden-tidades colectivas o marcos de referencia. De suerte que los concebira-mos a todos ellos, en un sentido lato, a travs de su particularizadacaracterizacin como complejos agregados de interpretaciones sim-blicas que poseen la capacidad de reconstruir la realidad de unamanera representativa e imaginaria, imprimindole una facultadexplicativa que permitira a los individuos una mejor comprensin de

    su propia vivencia, as como una superior conviccin en torno alcarcter particularizado de sus decisiones, hasta comprometerlos enuna accin conjunta conducida hacia la consecucin de unos objeti-vos compartidos 2. Todo lo anterior nos conduce a tener muy presen-te que la subjetividad que regula el proceso de gestacin de todo tipode decisiones polticas individuales se encuentra asimismo reglamen-

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    2 MELUCCI, A.: Getting Involved: Identity and Mobilization in Social Move-ments, en KLANDERMANS, B.; KRIESI, H., y TARROW, S. (eds.): From Structure toAction: Comparing Social Movements Across Cultures, International Social Move-ments Research, vol. 1, Greenwich, Connecticut, JAI Press, 1988, pp. 329-348. Con-sltese asimismo GONZLEZ CALLEJA, E.:La violencia en la poltica. Perspectivas teri-cas sobre el empleo deliberado de la fuerza en los conflictos de poder, Madrid, CSIC,2002, pp. 190 y ss., y 306-307.

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    tada por un complejo sistema de valores y percepciones culturalessocialmente edificado. Los imaginarios sociales definen y ordenan el

    modo en que los actores perciben, codifican e interpretan la realidadque les rodea, dando as sentido a la propia experimentacin de susvivencias y permitindoles la comprensin personalizada de sumundo. Todo ello adquiere, pues, una especial significacin si acep-tamos la premisa de que los actores, particulares y colectivos, ejecu-tan sus propias decisiones profusamente mediatizados por un densoentramado de percepciones culturales y recreaciones mentales alta-mente idealizadas, que en cada caso adopta una especfica formula-

    cin lingstica y conceptual 3.Las poderosas influencias que todas estas herramientas herme-nuticas han ejercido sobre las conceptualizaciones gestadas en ladefinicin de las culturas y los lenguajes polticos se han dejado sen-tir, ms hondamente de lo esperado, en el panorama historiogrficoreciente. Ante todo, ha sido constatada la imperiosa necesidad deprestar una mayor atencin a todo lo relacionado con los aspectos decarcter cultural, concebidos como integrantes de una especie de ins-

    tancia mediadora, o imaginario social, decisivo en la configuracin delas identidades colectivas vinculadas a los procesos de revolucin ocambio, o al sostenimiento de determinados postulados programti-cos de naturaleza esencialmente conservadora, extremista o reaccio-naria 4. Las significaciones y las teorizaciones emanadas del conceptoseminal de las identidades colectivas han logrado introducir una deci-siva variante en la jerarquizacin de las mltiples explicaciones que

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    3 CABRERA, M. .: Historia, lenguaje, op. cit., pp. 47-51; y La crisis de la histo-ria social y el surgimiento de una historia Postsocial,Ayer,51 (2003), pp. 201-224,esp. 210-212; JOYCE, P.: The End of Social History?, en JENKINS, K., (ed.): The Post-modern History Reader, Londres-Nueva York, Routledge, 1998, pp. 342-365, esp.350-359; SPIEGEL, G. M.: La historia de la prctica: nuevas tendencias en historia trasel giro lingstico,Ayer, 62 (2006), pp. 19-50, vanse las pp. 24-27; RECKWITZ, A.:Toward a Theory of Social Practices. A development in culturalist theorizing, enSPIEGEL, G. M. (ed.): Practicing History. New Directions in Historical Writing after theLinguistic Turn, Londres-Nueva York, Routledge, 2005, pp. 249-252; SEWELL, W. H.Jr.: The Concept(s) of Culture, en BONNELL, V. E., y HUNT, L. (eds.):Beyond thecultural turn. New directions in the study of society and culture, Berkeley, University ofCalifornia Press, 1999, pp. 35-61.

    4 MELUCCI, A.: The Process of Collective Identity, en JOHNSTON, H., y KLAN-DERMANS, B. (eds.): Social Movements and Culture, Londres-Nueva York, Routledge,2003, pp. 41-63.

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    trataban de desentraar los mviles y los resortes de funcionamientointerno, exhibidos tanto por los movimientos cvicos como por las

    culturas polticas que condujeron y modelaron la accin colectiva.Tales teorizaciones se encuentran inmersas en la vorgine de rupturasconceptuales empeadas en el arrinconamiento de las tradicionesexegticas ms desgastadas. Muchas de ellas han fluido desde laemergencia de nuevas sensibilidades hermenuticas, impulsadas porlas secuelas contaminantes del denominado giro lingstico, y elefecto trasgresor del universo de percepciones postsociales queimpregnaron la gnoseologa de los comportamientos colectivos, de la

    movilizacin social y del papel conductor ejercido por las culturas ylos lenguajes polticos. Para la teora de las identidades colectivas, loscomponentes identitarios que confieren significacin a los actoresque forman parte de los movimientos sociales, o responden a las sen-sibilidades destiladas por las culturas polticas en pugna, son el resul-tado de un interminable proceso social de edificacin, negociacin,transformacin, remodelacin y disolucin. En medio de este proce-so, las culturas polticas se autodefinen y cobran sentido a travs de la

    creacin discursiva de representaciones mentales y simblicas, omediante la formulacin de construcciones culturales, lingsticas ysignificativas que permiten conferir sentido e inteligibilidad a la rea-lidad y al mundo que las envuelve. Esas mismas representaciones seerigen en las herramientas definitorias de sus principales objetivos, yen los instrumentos de autoidentificacin que las convierten en ve-hculos aprehensibles y reconocibles, dispuestos a hacer efectiva lacanalizacin de las mltiples aspiraciones individuales o sociales decuantos se sienten copartcipes en su seno. Tales representaciones,que podran concebirse como las etiquetas cognitivas y los signos depercepcin que hacen posible la aprehensin inteligible de la funcio-nalidad desempeada por cada movimiento social o por cada culturapoltica, se alzan como elementos reguladores y protocolarios de losfenmenos de adhesin e identificacin de los individuos con losprincipios y postulados sostenidos por aqullas. Podra afirmarse,por consiguiente, que los movimientos sociales y las culturas polticasfabrican identidades colectivas, y que estas ltimas son el resulta-do delineado, trazado y modelado de los rasgos de autorrepresenta-cin con los que los individuos que integran esos movimientos o esasculturas dotan de sentido a su adscripcin a los mismos, y experi-mentan conscientemente la mayor o menor idoneidad de sus axiomas

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    programticos5. Los movimientos sociales o las culturas polticas,pues, nicamente perviven en la medida en que las identidades que

    los definen, y que confieren una interpretacin significativa y satis-factoria a la vivencia de quienes los sustentan, se erigen en agenciasde representacin, que hacen posible la comn defensa de un sistemade valores y de imaginario compartido y colectivamente edificado.Dicho de otro modo, las culturas polticas o los movimientos socialesson protagonistas nicos en el proceso de gestacin de identidadescolectivas, hasta el extremo de otorgar pleno sentido a las decisionesde todos los que comparten su sistema de valores, dotando as de sig-

    nificacin y trascendencia a su peculiar y nica adopcin de resolu-ciones, asuncin de objetivos y planteamiento de acciones 6.En una direccin paralela a la transitada por los historiadores

    postsociales, los tericos de la accin social han venido desarrollandoel concepto crucial de los marcos de referencia, para explicar los meca-nismos que conducen a los colectivos o a los individuos haciauna asuncin consciente de las representaciones interpretativas de larealidad ofrecidas por las culturas polticas o los movimientos socia-

    les en liza. En este esfuerzo intelectivo, el trmino marcos designa-ra los elementos bsicos que actan en la construccin simblica einterpretativa del mundo y la experiencia llevada a efecto por losmovimientos y las culturas polticas. A su vez, la expresin anlisisde marcos se convertira en esencial para la comprensin y el desen-traamiento de los modos con que los movimientos y las culturaspolticas manipulan y gestionan una particularizada visin represen-tativa de la realidad, hasta convertirla en una frmula operativa ymovilizadora que dota de sentido e inteligibilidad a la experienciavivencial de cuantos deciden adherirse a esos mismos movimientos yculturas. A travs del refinamiento de los principios tericos expues-tos desde la dcada de los setenta del pasado siglo XX, los marcos deaccin colectiva seran concebidos como el conjunto de creencias ysignificados orientados a la accin que inspiran y legitiman las activi-dades y campaas de los movimientos sociales, dan sentido al mundosocial de los participantes en ellos y les ayudan a conformar sus pro-

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    5 POLLETTA, F., y JASPER, J. M.: Collective Identity and Social Movements,Annual Review of Sociology, 27 (2001), pp. 283-306, vanse especialmente laspp. 288-289 y 298-300.

    6 Cf. MELUCCI, A.: The Process of..., op. cit., y Challenging codes. Collective actionin the information age, Cambridge, Cambridge University Press, 1996, pp. 68-73.

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    pias identidades personales y colectivas 7. De esta forma, los marcosde referencia que se ocupan de ubicar en un contexto especfico la

    accin colectiva desplegada por los movimientos sociales y las cultu-ras polticas se tornan en un utensilio esencial. Pues actan como losfiltros de encuadramiento y significacin que permiten a unos y aotras (a los movimientos y a las culturas polticas), as como a sus inte-grantes y adherentes, la articulacin de un esquema interpretativo dela realidad que simplifica y condensa el mundo exterior. Mediante eluso de tales marcos referenciales, los movimientos sociales y lasculturas polticas posibilitan la aprehensin de toda una vasta gama

    de construcciones discursivas, simblicas, lingsticas, idealizadas yritualizadas, que ayudan a sealar, a dotar de significacin y a codifi-car los objetos, situaciones, acontecimientos o experiencias que sehan producido en el entorno presente o pasado de cada individuoparticipante y protagonista.

    Muy prximas a todo este rosario de argumentaciones se encuen-tran las nuevas conceptualizaciones, y las ms recientes aproximacio-nes tericas, al concepto de cultura poltica. Desde la superacin de

    los enfoques del funcionalismo estructural fuertemente influidos porel pensamientoparsoniano 8, se han alcanzado logros tericos autnti-camente renovadores en este campo. Los fertilsimos alcances inter-pretativos y conceptuales encargados de configurar los marcos dereferencia como catalizadores de la accin colectiva, han cumplidoun papel esencial en nuestras ms recientes visiones sobre el funcio-namiento de los lenguajes y las culturas polticas. De acuerdo con lasms recientes aproximaciones al esfuerzo comprensivo por desentra-ar la importancia de las culturas polticas en el plano de la moviliza-cin social, baste sealar que estas ltimas comienzan a entendersecomo el agregado, sistematizado e internamente estructurado, derepresentaciones simblicas, construcciones lingsticas y metanarra-ciones discursivas que permiten a un determinado movimiento socialefectuar una lectura interpretativa de la realidad circundante. Estaparticular lectura interpretativa alumbrada por las culturas polticas

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    7 Cf. GONZLEZ CALLEJA, E.:La violencia en la poltica..., op. cit., pp. 194-195;

    tambin GAMSON, W.: Talking Politics, Cambridge-Nueva York, Cambridge Univer-sity Press, 1992.

    8 Cf. ALMOND, G. A., y VERBA, S.: The civic culture. Political attitudes and demo-cracy in five nations, an analytic study, Princeton, Nueva Jersey, Princeton UniversityPress, 1963.

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    trata de representar figuradamente la realidad y el mundo, recurrien-do al empleo reiterado de alegoras sustentadas en una simplificada

    dualizacin de sus principales agentes y protagonistas. Esto ltimopermite a la cultura poltica en cuestin la adecuada categorizacin delos elementos identitarios que conforman la propia naturaleza identi-ficativa de sus partcipes, quienes se autodenominan con un noso-tros, generalmente indispuesto o enfrentado a un ellos. De igualmanera, debemos afirmar que las construcciones discursivas y lasmetanarraciones a las que hemos aludido anteriormente, y que debenser entendidas como el alma que insufla la verdadera naturaleza iden-

    titaria a un movimiento social revestido de una especfica cultura pol-tica, encierran asimismo toda una panoplia de visiones omnicom-prensivas y de simbolizaciones de un mundo y una sociedad absolutosy utpicos, extrada mediante el recurso a categorizaciones, concep-tualizaciones y representaciones significativas con una elevada cargasimblica y alegrica 9.

    El empleo de buena parte de las premisas descritas en el estudiode la extrema derecha espaola del siglo XX ha sido, por consiguien-

    te, el propsito vertebral que ha inspirado el dossierque ahora pre-sentamos, y que a partir de este instante el lector tendr oportunidadde conocer y juzgar.

    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas, especialista en el anlisis del pro-ceso de gestacin del pensamiento nacionalista autoritario espaol,efecta un largo recorrido por las diferentes manifestaciones adopta-das por la extrema derecha en el marco poltico e institucional delrgimen de la Restauracin. Partiendo de la constatacin de la enor-

    me fragmentacin de la derecha antiliberal y de la hegemona indis-cutida ejercida sobre aqulla por el universo ideolgico y las concep-tualizaciones del catolicismo ms conservador, el autor incide en ladbil plasmacin de los impulsos renovadores de la derecha antilibe-ral europea sobre la particular evolucin de la derecha autoritariaespaola. La posicin de neutralidad esgrimida por nuestro pasdurante la Gran Guerra diluy, en el caso de esta ltima, los podero-sos influjos ejercidos por la crisis postblica, precipitando su frag-

    mentacin, as como la emergencia de regionalismos y localismosperifricos que la incapacitaron para gestar un movimiento unifica-

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    9 MIGUEL GONZLEZ, R.:La Pasin Revolucionaria. Culturas polticas republica-nas y movilizacin popular en la Espaa del siglo XIX, Madrid, CEPC, 2007, pp. 42-46.

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    dor y hegemonizante. Teresa Mara Ortega aborda la decisiva temti-ca de las diferentes estrategias y teorizaciones gestadas desde la extre-

    ma derecha para hacer frente a los retos de la democratizacin, y a laascendente presencia de las mujeres en la vida poltica y social de losEstados europeos de fines del siglo XIX y comienzos del XX. En suensayo, seala cmo los avances experimentados por el movimientofeminista democrtico y el sufragismo se fundieron con las manifesta-ciones de ansiedad, angustia vital e incertidumbre derivadas delderrumbe de los modelos jurdico-polticos, ticos y culturales sobrelos que se haba fundado la hegemona burguesa del siglo XIX. Entre

    las amenazas padecidas e interiorizadas por las elites burguesas y lasclases medias conservadoras, se encontraba el ascenso de un movi-miento feminista que reclamaba la igualdad jurdica de los sexos y laconcesin de plenos derechos democrticos a las mujeres. La reac-cin a esta oleada de feminismo consisti en la elaboracin de mlti-ples discursos cargados de componentes acentuadamente misginos,que ponan nfasis en el urgente regreso al modelo tradicional ypatriarcal de familia burguesa, en la irremisible sumisin de la mujer

    al hombre y en la negacin de toda capacidad jurdica al sexo feme-nino. Desde la sociologa positivista, el darwinismo social, el vitalis-mo, el organicismo o las teoras biolgicas sobre la desigualdad de lossexos, se fue trabando un espeso magma de concepciones antifemi-nistas que posteriormente nutri los postulados misginos y andro-cntricos del fascismo, el catolicismo conservador, el tradicionalismo,la extrema derecha antiliberal o el nacionalismo reaccionario. Sinembargo, este poso de formulaciones antifeministas comn a la dere-cha reaccionaria espaola de los aos treinta del pasado siglo XX nofue obstculo para que esa misma derecha estimase oportuna la movi-lizacin poltica de la mujer, en aras de la autntica consecucin deuna sociedad jerarquizada, sexista, ultracatlica y profundamentedesigualitaria.

    Eduardo Gonzlez Calleja desentraa, en su artculo, las limita-ciones del proceso de fascistizacin experimentado por las distintascorrientes de la extrema derecha espaola durante el decisivo perio-do de la Segunda Repblica. En la persecucin de tal fin, emplea unaextensa panoplia de instrumentos tericos y tiles interpretativosrealmente novedosos, que lo facultan para resaltar la importancia delos lenguajes y las culturas polticas en liza en medio del crisol de lapoltica de masas desplegada en casi toda Europa tras la Gran Gue-

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    rra. Pese a admitir cmo casi todo el extenso conjunto de la extremaderecha se sinti ms o menos seducido por las tcticas polticas, el

    amplio despliegue de smbolos y ritos, y la eficacia seductora de algu-nos componentes tericos del fascismo tales como su nacionalismoextremo, su totalitarismo, su anti materialismo o su anticomunis-mo, el autor niega que pueda ser constatada una autntica fascis-tizacin entre la derecha antiparlamentaria espaola de los aostreinta. Concluye, por consiguiente, que la ausencia de un proyectocontrarrevolucionario propio y coherente dej en ltima instanciaa aqulla en manos de la superior capacidad resolutiva del Ejrcito.

    Francisco Cobo afronta la siempre escurridiza e ingrata temticade los componentes mticos y simblicos del rgimen franquista. Paradar cumplimiento a tal propsito, desentraa el papel desempeadopor todos aquellos componentes en la bsqueda de legitimidad per-seguida por el Nuevo Estado, y les atribuye un protagonismo deprimera magnitud en la forja de una atmsfera emotiva, propiciatoriadel consentimiento o la adhesin entre extensos colectivos sociales.Partiendo de la constatacin del intenso grado de seduccin experi-

    mentado por las derechas reaccionarias y antirrepublicanas espaolasante el fascismo de cuo italiano, su artculo esboza la hiptesis de laprofundidad con la que algunas de las recreaciones simblicas y mti-cas del fascismo acabaron contaminando la ideologa y los discursoslegitimadores del Nuevo Estado franquista. En medio de este con-texto, el rgimen franquista y la coalicin reaccionaria que lo susten-t, al igual que otros regmenes europeos ms o menos intensamentefascistizados de los aos veinte y treinta del pasado siglo XX, incorpo-r buena parte de los estilos, las formas de vivencia exaltada y emoti-va de la poltica, las manifestaciones del liderazgo carismtico o lasdiversas sacralizaciones de la Nacin y el Estado, propias del imagi-nario mitgeno fascista.

    En su novedosa y sugerente aportacin, Ismael Saz emplea los ti-les interpretativos de los lenguajes y las culturas polticas. Con talesutensilios, efecta un recorrido por la espesa sedimentacin de dis-cursos y tradiciones ideolgicas de la que emergieron los soportesesenciales de lo que l denomina nacionalismos antiliberales espa-oles. Para Saz, los mencionados soportes sustentaran la gestacinde las precondiciones necesarias para el posterior e hipottico alum-bramiento de un nacionalismo antiliberal-postliberal, como el encar-nado por el propio fascismo. En el magma de amenazas y desafos

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    desatados por el rgimen de la Segunda Repblica, las culturas polti-cas del nacionalcatolicismo y la del ultranacionalismo fascista de la

    Falange emergeran como los flujos primordiales de los que se nutri-ra el nacionalismo antiliberal espaol que posteriormente anidase enel rgimen de Franco. La fallida fusin de ambas culturas ensayadapor la dictadura franquista permiti que se mantuviesen a la grea,sin que ninguna de ellas lograse afirmar su indiscutida hegemonasobre la otra. Concluye el autor sealando que, en consonancia con loacontecido en otras muchas manifestaciones del nacionalismo reac-cionario de la Europa de entreguerras, fue en el seno del rgimen

    franquista donde de manera ms perceptible confluyeron e interac-tuaron los dos principales referentes de los nacionalismos antilibera-les europeos de la primera mitad del siglo XX, el del nacionalismoreaccionario y el fascista.

    Por ltimo, el estudio de Ferrn Gallego se adentra en las fractu-ras experimentadas por la extrema derecha franquista en las postri-meras del rgimen dictatorial, y en el decisivo periodo de profundamovilizacin social que se desencaden tras la muerte del general

    Franco. El autor defiende la asuncin de nuevas perspectivas herme-nuticas. Y lo hace con el fin primordial de ceir bajo el escurridizoepgrafe del extremismo de derechas postfranquista a aquellas cultu-ras polticas y personalidades de la etapa final de la dictadura com-prometidas con una salida al rgimen firmemente aperturista, ancuando asfixiantemente conducida desde el liderazgo y el exhaustivocontrol de la elite dirigente. Mediante el empleo de conceptos y tilesanalticos extrados de la sociologa poltica, el anlisis electoral y lanueva historia poltica, el autor desgrana las causas del estrepitosofracaso experimentado por los sectores ms inmovilistas de la extre-ma derecha postfranquista. Atribuye parte de la culpabilidad del refe-rido fenmeno a la incapacidad de aquellos mismos sectores para sus-citar la adhesin de determinados colectivos sociales, confundidos otemerosos ante el cambio poltico que se avecinaba. Y concluye sea-lando cmo una de las causas de la irrisoria presencia electoral delsector inmovilista se debi a su tozuda insistencia en la invocacin deelementos identitarios fuertemente anclados en una idealizada evoca-cin de la Guerra Civil.

    Las palabras finales de esta presentacin van dedicadas, en primerlugar, a hacer constar el reconocimiento y la gratitud que los editoresdesean manifestar hacia la profesora M. Cruz Romeo, por su infinita

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    Francisco Cobo Romero y Teresa M. Ortega Lpez Presentacin

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    paciencia y su inconmensurable profesionalidad, sin cuyo concursono habra sido posible que los artculos que conforman este mono-

    grfico viesen finalmente la luz pblica, y, en segundo lugar, a la enco-miable labor de los evaluadores annimos, cuyas sugerencias y sutilesobservaciones contribuyeron a elevar considerablemente la calidadfinal de los trabajos publicados. Por nuestra parte slo resta confiaren que las ideas aqu defendidas suministren los imprescindibles es-tmulos para un sano y provechoso debate intelectual y acadmico.

    Francisco Cobo Romero y Teresa M. Ortega Lpez Presentacin

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    Ayer71/2008 (3): 25-52 ISSN: 1134-2277

    Tradicionalismo, catolicismo

    y nacionalismo: la extrema derechadurante el rgimende la Restauracin (1898-1930)

    Pedro Carlos Gonzlez CuevasUNED

    Resumen: A lo largo del periodo de la Restauracin, la extrema derecha espa-ola se caracteriz por la pluralidad de sus componentes carlistas,social-catlicos, mauristas, nacionalistas perifricos y por su adhesina la cosmovisin catlica. Unido a ello, hubo de desarrollarse en el con-

    texto de una sociedad atrasada, carente de hinterlandcolonial y cuya uni-dad se vea amenazada por la emergencia de los nacionalismos en el PasVasco y Catalua, lo cual obstaculiz la constitucin de un movimientopoltico a nivel nacional espaol, la asimilacin de las nuevas corrientesintelectuales y la articulacin de un proyecto de expansin colonial. Ade-ms, la neutralidad espaola en la Gran Guerra impidi la aparicin denuevas actitudes en su seno. De ah que sus respuestas a la crisis de entre-guerras estuvieran marcadas por la impronta tradicional, muy distinta ala del fascismo, y por su carencia de autonoma ante el Ejrcito y la Igle-

    sia catlica.Palabras clave: extrema derecha, tradicionalismo, social-catolicismo,maurismo, nacionalismo perifrico.

    Abstract: Throughout the period of the Restoration, Spanish extreme rightwas characterized by the plurality of its components carlist, social-catholics, maurists, peripheral nationalist and by the adhesion tocatholic perspective. Besides, it had to develop in the context of a back-

    ward society, lacking a colonial hinterland and whose unit was threate-ned by the emergence of Basque Country and Catalonia nationalism.This prevented the constitution of a political movement to a nationalSpanish level, the assimilation of new intellectual currents, and the jointof a project of colonial expansion. Besides, the Spanish neutrality in theGreat War prevented the appearance of new attitudes in its bosom. That

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    is why the answers to the crisis of between wars period were marked bythe traditional stamp, very different from that of the fascism, and by hislack of autonomy before the army and the Catholic Church.

    Key words: extreme right, traditionalism, social-catholics, maurism,peripheral nationalism.

    Apogeo y crisis de la Restauracin

    La expresin extrema derecha es un trmino enormementevago, que no siempre consigue definirse con un mnimo de precisin.

    Por ello, resulta conveniente, en un principio, dejar clara nuestra op-cin al respecto. Siguiendo a Thomas Sowell, entendemos por de-recha aquella tendencia poltico-doctrinal que tiene por base unavisin trgica del mundo, lo que se traduce en el pesimismo antropo-lgico, en la defensa de las diversidades culturales y sociales, en laafirmacin de la religiosidad o del sentido de lo sacro y en el refor-mismo social frente a la revolucin. Una vez dicho esto, es precisosealar que no existe una derecha monoltica y homognea; hay dere-

    chas. El plural significa que existen varias maneras de comprender yvivir la derecha, aunque coincidentes en la visin trgica del mundo.De ah que sea necesario distinguir entre derecha y extrema derecha.El trmino extremismo describe, de acuerdo con los politlogosLipset y Raab, a los sectores polticos que parten de la suposicin deestar investidos del monopolio de la verdad poltica, algo que les lle-va a oponerse al pluralismo. Los extremistas son hostiles a los sis-temas polticos basados en muchos centros de poder y zonas de inti-

    midad que no se someten. La esencia del extremismo es latendencia a tratar como cosa ilegtima toda regulacin y ambivalen-cia. En ese sentido, mientras la derecha liberal, y luego la democr-tica, toma un aspecto agonal, es decir, evita el recurso a la violenciay acepta las reglas del juego parlamentario, los extremistas toman,en su accin poltica, un aspecto polemolgico, porque, por logeneral, recurren a la violencia, no aceptan al adversario y pretendeneliminarlo. Los primeros basan su actuacin en la distincin entre

    amigo/adversario, mientras que los segundos lo hacen en la de ami-go/enemigo. Entre las tradiciones no-extremistas de la derecha seencuentran el conservadurismo liberal, la democracia cristiana y laderecha liberal democrtica; entre las extremistas, el tradicionalismo

    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo

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    contrarrevolucionario, el integrismo, el catolicismo corporativo, laderecha radical y el fascismo 1.

    Cada sociedad nacional, en virtud de su configuracin histrica,nivel institucional, desarrollo econmico, cultura poltica, etctera,potencia unas determinadas tradiciones de extrema derecha y otrasno 2. En el caso espaol, vino marcada por la impronta catlica, lo quedetermin su horizonte intelectual, hacindola impermeable, comoveremos, a las novedades filosficas y doctrinales: positivismo, social-darwinismo, vitalismo, etctera. Algo que no se encuentra relacionadonicamente a factores de orden religioso-cultural, sino tambin de

    carcter social y es que la sociedad espaola, a comienzos del siglo XX,se encontraba econmicamente atrasada. Era una sociedad agraria,con fuertes diacronas en su seno, carente de hinterlandcolonial ycuya unidad resultaba an incipiente y pronto iba a ser puesta en cues-tin por los nacionalismos cataln y vasco. Hasta 1898, el sistema de laRestauracin se haba caracterizado por su estabilidad. Su adveni-miento, a finales de 1874, supuso el triunfo de la tradicin conserva-dora liberal sobre los demcratas y los republicanos adheridos a la

    revolucin de 1868 e igualmente sobre el tradicionalismo carlista. Elnuevo sistema poltico se configur institucionalmente a travs deltexto constitucional de 1876, segn los moldes doctrinales de esa tra-dicin, que propugnaba una sntesis entre liberalismo y tradicionalis-mo. En el texto constitucional de 1876, la Monarqua aparece como lamdula misma del Estado espaol, que representa una legitimidadque encuentra por encima de las determinaciones legislativas, ya quese trata de la institucin fundamental, anterior y superior a toda nor-ma escrita y que, por tanto, deba sustraerse a la decisin de cualquierpoder constituyente. El monarca disfrutaba de amplios poderes, dn-dole atribuciones que, de hecho y sin salirse de la ley, abran la posibi-lidad de convertir el sistema en una autntica autocracia monrquica 3.

    Ayer71/2008 (3): 25-52 27

    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo

    1 SOWELL, Th.: Conflicto de visiones, Barcelona, Gedisa, 1990, pp. 55 y ss. LIP-SET, S. M., y RAAB, E.: La poltica de la sinrazn, Mxico, FCE, 1981, pp. 19 y ss.Vase tambin FREUND, J.: Sociologa del conflicto, Madrid, Ediciones Ejrcito, 1995,pp. 17 y ss.

    2

    Sobre las distintas tradiciones de la derecha espaola, vase GONZLEZ CUE-VAS, P. C.: Historia de las derechas espaolas. De la Ilustracin a nuestros das, Madrid,Biblioteca Nueva, 2000.

    3 No resulta extrao que el ultraconservador conde de Torres Cabrera funda-dor en 1909 del Centro de Accin Nobiliaria aconsejara al joven Alfonso XIII rom-

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    El rey poda convocar, suspender y cerrar las Cortes; nombrar y sepa-rar libremente a los ministros; dispona, adems, del mando supremo

    de las Fuerzas Armadas. El Parlamento se converta en un adornopoltico ms que en una institucin efectiva. El silencio de la Consti-tucin era total con respecto a la posibilidad de responsabilizacinpoltica del Gobierno ante las Cortes 4. El rgimen se perfil, a lo lar-go de toda su existencia, como un sistema poltico de pluralismo res-tringido, basndose en un acuerdo entre las dos tendencias histricasdel liberalismo espaol, la moderada y la progresista, introduciendo elturno de partidos, conservador y liberal. De ah que el caciquismono pueda ser considerado nicamente como una corrupcin pasajeradel rgimen de la Restauracin, pues formaba parte del entramado deuna nacin como Espaa en que la burocratizacin de tipo patrimo-nial caracterizaba el dominio de la sociedad por el Estado. El perma-nente recurso a las prcticas caciquiles era producto igualmente de laaccin deliberada de las elites polticas con el objetivo de restringir laparticipacin poltica y sostener el rgimen5. Todo ello contribuy adesacreditar la institucin parlamentaria y a debilitar la idea cvica enun pas donde la tradicin liberal no tena an ms que unas races

    muy frgiles 6. La Iglesia catlica, aunque no cej en sus crticas al libe-ralismo, se benefici de una legislacin muy favorecedora de sus inte-reses, particularmente en materia educativa. La Constitucin de 1876reconoci la tolerancia de cultos como mal menor; pero el Estado seconfigur como confesionalmente catlico; no se inhiba en la cues-tin religiosa; se pona al lado del catolicismo, le apoyaba y se dejabaapoyar por l. Lo que se concret en el modelo de familia, en la escue-la y en la presencia permanente de la Iglesia en los rituales bsicos de

    la vida cotidiana: el bautizo, la comunin, el matrimonio, el santoral,las fiestas o el entierro. A ese respecto, el catolicismo impregn la cul-tura cvica de los espaoles: una cultura aptica, de sbdito, de resig-

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    per los moldes de esta vieja poltica, ejerciendo, con todas las consecuencias, el ar-tculo 54 de la Constitucin. Archivo General de Palacio: legajo 15620/3, 1902.

    4 CLAVERO, B.: Manual de Historia constitucional de Espaa, Madrid, Alianza,1990.

    5 VARELA ORTEGA, J. (dir.): El poder de la influencia. Geografa del caciquismo en

    Espaa (1875-1923), Madrid, Marcial Pons-Centro de Estudios Polticos y Constitu-cionales, 2001.6 UCELAY DA CAL, E.: Buscando el levantamiento plebiscitario: insurrecciona-

    lismo y elecciones, en JULI, S. (ed.): Poltica en la Segunda Repblica, Ayer, 20(1995), pp. 49 y ss.

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    nacin 7. El historiador Marcelino Menndez Pelayo contribuy consu obra Historia de los heterodoxos espaoles a reforzar la influencia

    catlica en las derechas. El polgrafo santanderino identific el Volk-geist espaol con el catolicismo 8. Menndez Pelayo adquiri para elconjunto de las derechas, el aura de intrprete dotado de autoridad, loque, a la larga, tendra importantes consecuencias ideolgicas, obsta-culizando, durante dcadas, la emergencia de una derecha laica. Y,sobre todo, impidiendo la cristalizacin de un nacionalismo secular,que acogiera bajo su gida al conjunto de la poblacin espaola, fue-sen las que fuesen sus convicciones religiosas. En ese sentido, el cato-

    licismo supuso una clara rmora para lanacionalizacin de las masas 9

    espaolas.El Desastre de 1898 puso en duda los valores en que hasta enton-

    ces se asentaba el concepto de patria espaola y la legitimacin delrgimen poltico. Lo que favoreci, adems, la emergencia de losnacionalismos perifricos cataln y vasco como movimientos polticosde envergadura. Sin embargo, la rapidez de la derrota ante EstadosUnidos y la atona con que fue recibida por la mayora de la pobla-cin, impidieron la formacin de un partido de la guerra y la consi-guiente articulacin de una alternativa de carcter autoritario y anti-parlamentario. Pero el Desastre del 98 no puede considerarse unhecho esencialmente castizo de la historia de Espaa. Existi tambinun 98 portugus, francs e italiano 10. En estrecha coincidencia conello, la Europa finisecular experiment un periodo histrico de pro-fundos cambios psicolgicos, filosficos y culturales, producindoseuna revolucin intelectual que puso en cuestin los fundamentosdel positivismo, dando lugar a la creacin de nuevas perspectivas en

    el pensamiento europeo. En ese momento, como seala Stuart Hug-

    Ayer71/2008 (3): 25-52 29

    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo

    7 ROBLES EGEA, A.: Sistemas polticos, mutaciones y modelos de relaciones depatronazgo, en Poltica en penumbra. Patronazgo y clientelismo poltico en la Espaacontempornea, Madrid, Siglo XXI, 1996, pp. 232 y ss.

    8 MENNDEZ PELAYO, M.: Historia de las heterodoxos espaoles, Madrid, BAC,1968. Sobre la influencia de Menndez Pelayo, CAMPOMARFORNIELLES, M.:La cues-tin religiosa en la Restauracin. Historia de los heterodoxos espaoles, Santander,Sociedad Menndez Pelayo, 1984, y SANTOVEA, A.:Menndez Pelayo y las derechas

    en Espaa, Santander, Pronillo, 1994.9 MOSSE, G. L.: La nacionalizacin de las masas, Madrid, Marcial Pons, 2003.10 PABN, J.: El 98, acontecimiento internacional, enDas de ayer, Barcelona,

    Alpha, 1963, pp. 137 y ss. JOVER, J. M.: 1898. Teora y prctica de la redistribucin colo-nial, Madrid, FUE, 1979.

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    hes, se definen las rupturas con el positivismo a cargo del historicismoculturalista, el intuicionismo, el irracionalismo, la esttica literaria,

    etctera. Frente a la razn ilustrada, lo irracional resurga11

    . Conse-cuentemente, las tendencias antiparlamentarias y nacionalistas fueronganando posiciones en las sociedades europeas, al socaire tanto de laineficacia de las instituciones parlamentarias ante la sucesin de crisispolticas, sociales y coloniales como ante la crisis de la razn ilustrada.En Francia, aparece LAction Franaise 12, cuyo mximo terico fueCharles Maurras, quien abogaba por la instauracin de un sistemapoltico monrquico, tradicionalista, antiliberal, antiparlamentario ydescentralizado. La Monarqua tradicional encarnaba, a su juicio, elnacionalismo integral para Francia, mientras que la Repblica erasinnimo de anarqua y desnacionalizacin, provocada por los parti-dos polticos, la lucha de clases y la influencia de judos y metecos.Este proyecto poltico incida igualmente en factores de ndole estti-ca, contraponiendo polmicamente clasicismo, que implicaba ordeny jerarqua, a romanticismo, sinnimo de individualismo y anarqua 13.En directa relacin con los planteamientos maurrasianos, apareci enPortugal, a raz de la cada de la Monarqua, el Integralismo Lusitano,

    fundado en 1914 por Antonio Sardinha e Hiplito Raposo 14. Los sec-tores catlicos se agruparon, en respuesta al anticlericalismo de losrepublicanos, en asociaciones y partidos como el Centro CatlicoPortugus, con un programa corporativo, confesional y antiliberal yen cuyas filas milit Antonio Oliveira Salazar 15. Tambin en Italiasali a la luz un nuevo nacionalismo, distinto del francs, representa-do primero por escritores como Giovanni Papini, Giuseppe Prezzoli-ni y Gabriele DAnnunzio, que abogaba por un sistema poltico auto-

    ritario y por la expansin imperial. En 1910, se fund el PartidoNacionalista Italiano, por escritores, intelectuales y polticos como

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    11 STUART HUGHES, H.: Conciencia y sociedad. La reorientacin del pensamientosocial europeo 1890-1930, Madrid, Aguilar,1972, pp. 25 y ss.

    12 WEBER, E.: LAction Franaise, Pars, Fayard, 1985. PREVOTAT, J.: LActionFranaise, Pars, PUF, 2004.

    13 MAURRAS, Ch.: Encuesta sobre la Monarqua, Madrid, Librera Franco-Espao-la, 1935, yRomanticisme et Revolution, Pars, NLN, 1922, pp. 17 y ss.

    14

    FERRAO, C.: O Integralismo Lusitano e a Republica (Autopsia de un mito), Lis-boa, Porto, 1964. PABN, J.: La revolucin portuguesa, t. II, Madrid, Espasa-Calpe,1945, pp. 325 y ss.

    15 BRAGA DE CRUZ, M.: As origens da democracia crista e o salazarismo, Lisboa,Proena, 1980, pp. 263 y ss.

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    Luigi Federzoni, Alfredo Rocco, Francesco Coppola, Paolo Orano yEnrico Corradini 16, algunos de los cuales tendran cargos importan-

    tes en el rgimen fascista. Tras la Gran Guerra, surgi el fascismo ita-liano como movimiento poltico-social de envergadura, en oposicintanto al bolchevismo ruso como al rgimen liberal de partidos. Se tra-taba de un fenmeno poltico nuevo. Era una manifestacin demodernismo poltico opuesto a la modernidad racionalista, liberalo socialista, basado en la movilizacin de masas, la expansin colo-nial, la sacralizacin de la poltica, la subordinacin total del indivi-duo al Estado totalitario y la organizacin corporativa de la economa,a travs de la ampliacin de la esfera de intervencin del aparato esta-tal y de la colaboracin de las clases productoras bajo el control delrgimen, con el objetivo de garantizar el desarrollo capitalista sobrebases centralizadas y el engrandecimiento de la nacin concebidacomo comunidad orgnica 17.

    En la sociedad espaola la recepcin de estas tendencias nacio-nalistas, antiparlamentarias y autoritarias iba a ser mucho ms lentaque en otros pases europeos. Al socaire de la prolongada crisis de laRestauracin, se produjo una renovacin, a nivel poltico e ideolgi-

    co, del tradicionalismo carlista; se desarrollaron los nacionalismosperifricos cataln y vasco, en sus comienzos herederos del tradicio-nalismo y de tendencias claramente autoritarias; apareci el catoli-cismo social y poltico; la decadencia de los partidos dinsticos y elfinal del turno daran lugar al maurismo como grupo poltico dife-renciado; algunos intelectuales evolucionaron, desde el regeneracio-nismo, hacia posiciones nacionalistas y antiliberales. Pero el nacio-nalismo autoritario como proyecto poltico no cristalizar hasta la

    Dictadura de Primo de Rivera y, sobre todo, a partir del advenimien-to de la Segunda Repblica.

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    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo

    16 GAETA, F.: Nazionalismo italiano, Npoles, Laterza, 1965. LEONI, F.: Origini del

    nazionalismo italiano, Miln, Morano, 1981.17 DE FELICE, R.: Entrevista sobre el fascismo con Michael Leeden, Buenos Aires,Editorial Sudamericana, 1979. GENTILE, E.: Fascismo. Historia e interpretacin,Madrid, Alianza, 2004 , yLe origini dellideologia fascista 1918-1925, Bolonia, Il Muli-no, 1996.

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    Supervivencia y renovacin del tradicionalismo carlista

    Pese a su derrota en 1876, la aparicin de la Unin Catlica y laescisin integrista de 1888, el tradicionalismo carlista continu sien-do una fuerza poltica importante en la sociedad espaola. Lo queresulta ms fascinante en el carlismo es su homogeneidad, su capaci-dad de supervivencia, a lo largo de ms de un siglo, fenmeno sinparalelo en la historia poltica europea. Algo que ha sido interpretadocomo fruto de su xito a la hora de lograr articular una peculiar cul-tura poltica, basada en los usos y costumbres de la familia troncal,capaz de movilizar y de renovar su militancia en reas geogrficasconcretas 18.

    Sin embargo, su actuacin tras el Desastre del 98 no fue muy sig-nificativa. No obstante, a diferencia de otros partidos de la derecha,los carlistas consiguieron dotarse de nuevas formas de organizacin yde accin polticas para conseguir sus objetivos y garantizar su super-vivencia. La nueva organizacin combin nuevos tipos de accin,desde el mitin a la propaganda oral, manifestaciones, actos conme-morativos, celebraciones de fiestas, crculos tradicionalistas, organi-zacin de juntas y de milicias como el Requet 19. Adems, el ideariocarlista fue sometido a un proceso renovador bajo el impulso de Enri-que Gil Robles, primero, y luego, de Juan Vzquez de Mella. El pri-mero fue el doctrinario ms sistemtico del tradicionalismo a comien-zos del siglo XX. Catedrtico de Derecho Poltico en Salamanca,traductor de Stahl, crtico del krausismo, Gil Robles atribua a larevolucin burguesa triunfante en el siglo XIX las patologas pro-

    pias del liberalismo, la oligarqua y el caciquismo 20. La clave de suproyecto restaurador fue la crtica al liberalismo y la articulacin deuna alternativa al mismo. Su punto de partida era el concepto orgni-co de sociedad, desde cuyos marcos de referencia se considera losocial como un mbito autnomo ante lo que el Estado, si no redu-

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    18 CANAL, J.: El carlismo. Dos siglos de contrarrevolucin en Espaa, Madrid,Alianza, 2000, y La Gran Familia, enBanderas blancas y boinas rojas, Madrid, Mar-

    cial Pons, 2006, pp. 257-273.19 CANAL, J.: Sociabilidad poltica en la Espaa de la Restauracin: el carlismo ylos crculos tradicionalistas, Historia Social, 15 (1993), pp. 29 y ss.

    20 GIL ROBLES, E., en COSTA, J.: Oligarqua y caciquismo (1902), t. II, Madrid,Revista de Trabajo, 1975, pp. 148 y ss.

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    cido a la pasividad absoluta, ha de tener una intervencin secundaria.Consecuencia de esta concepcin organicista de la sociedad es la doc-

    trina de la democracia cristiana, es decir, la atribucin y el recono-cimiento al pueblo del estatus, de la posicin que le corresponde en elconjunto social; y, adems, la soberana ejercida por los grupos socia-les intermedios, familia, municipio, regin, Iglesia, conservando suesfera de autogobierno, a travs de las organizaciones corporativas ygremiales. De esta forma, se articula la soberana especficamentesocial, distinta de la poltica como el derecho que correspondea la persona superior de una sociedad para obligar a los miembros de

    ella a los actos conducentes al fin social, en cuanto por naturaleza ycircunstancias, sean incapaces esos miembros de ordenarse a dichobien o fin. Ello conduce a la legitimacin de la autocracia monrqui-ca, en la que el rey ocupa la plenitud del poder legislativo, ejecutivoy judicial que cada persona ejerce en la de su correspondiente autar-qua. Esta concepcin de la soberana y de la sociedad culmina en ladoctrina de la representacin, donde se desenvuelve la soberanapoltica del monarca y las autarquas de los diferentes cuerposintermedios. La representacin se resuelve en las peticiones y consul-tas que se realizan a travs del dilogo institucional entre el rey y elpueblo organizado corporativamente en cortes estamentales. Larepresentacin deba articularse en dos Cmaras: la Cmara baja,nutrida fundamentalmente de diputados y procuradores de los cuer-pos intermedios; mientras que la Cmara alta tendra un fuerte com-ponente selectivo y aristocrtico, dando representacin a los esta-mentos de la nobleza y de la Iglesia 21. Sin embargo, la figura polticapor excelencia del tradicionalismo carlista, a lo largo del ltimo perio-do de la Restauracin, fue Juan Vzquez de Mella, quien a partir delas premisas social-catlicas y tradicionalistas, se esforz en construirsu propia variante corporativa, el sociedalismo jerrquico, que secoloca en una posicin radicalmente antiestatista. De ah que defien-da, como Gil Robles, una doble soberana, la social y la poltica, encuyo dualismo se encuentra la salvaguardia de las libertades concre-tas, al cristalizar en l las autarquas de los grupos sociales y de losgremios, que emergen de la familia como ncleo esencial de la inte-

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    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo

    21 GIL ROBLES, E.: Tratado de Derecho Poltico, segn los principios de la Filoso-fa y el Derecho cristianos (1899), Madrid, Afrodisio Aguado, 1960, t. I, pp. 51, 341 y244-245, y t. II, pp. 14-15 y 378-381.

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    gracin del individuo en la totalidad social 22. La sociedad civil seencuentra estratificada jerrquicamente en clases sociales, a cada una

    de las cuales corresponde una funcin determinada. Vzquez deMella divide la sociedad en tantas clases como intereses colectivosexisten, en torno a los que se agrupan las personas: religiosos, intelec-tuales, morales, aristocrticos y de defensa. De acuerdo con ello, entrelas clases figuran la intelectual la Universidad, religiosos y mora-les la Iglesia, econmicas la agricultura, el comercio y laindustria, militar y aristocrtica. Son estas clases, y no los partidos,las que deben estar representadas en los ayuntamientos, en las JuntasRegionales y en las Cortes de la Nacin, a travs de las cuales se ejer-ce la soberana social 23. La concepcin orgnica de la sociedad lleva-ba a Vzquez de Mella a planteamientos regionales y foralistas. Espa-a era, a su juicio, una federacin de regiones, es decir, una unidadpoltica superior compuesta de regiones autrquicas, en las que elsoberano, es decir, el rey, comparte con ellas la soberana. En la con-cepcin mellista, las regiones son pequeos estados autnomos, enlos que el rey comn posee la concepcin medieval de conde de Bar-celona, rey de Castilla y de Navarra, seor de Vizcaya, etctera. De ah

    que la Monarqua tradicional hubiera de tener una estructura federa-tiva: las regiones disfrutaran del derecho a estar representadas por las

    Juntas y Diputaciones, conservaran el derecho privativo y su lenguay dispondran de autarqua administrativa y econmica 24.

    Catalanismo y Noucentisme

    Los nacionalismos cataln y vasco tuvieron, en sus orgenes, unrasgo comn: la afirmacin de las diferencias culturales, lingsticas ylegales, frente a un Estado liberal dbil. El nacionalismo vasco, obrade Sabino Arana, fue heredero, salvo en su racismo, del tradicionalis-mo, tal y como se manifest en su programa poltico con el lemaDios y Ley Tradicional 25 y no ejerci influencia alguna en el restode la derecha espaola.

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    34 Ayer71/2008 (3): 25-52

    22

    VZQUEZ DE MELLA, J.: Obras Completas, t. VIII, Madrid, Junta de Homenajea Mella, 1949, pp. 165-166.23 Ibid.: t. II, pp. 285-286.24 Ibid.: t. XXVIII, pp. 269-270.25 ARANA, S.: Obras escogidas. Antologa poltica, San Sebastin, Txertxoa, 1979,

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    Distinto fue el desarrollo del nacionalismo cataln. El movimien-to catalanista surgi, en un principio, como crtica al Estado liberal

    espaol. Sus orgenes fueron fundamentalmente conservadores. Elmovimiento de laReinaxena tuvo, en su conjunto, un carcter cat-lico, conservador y antiliberal. Las tendencias catalanistas se nutrie-ron del proteccionismo econmico, del foralismo carlista y del tradi-cionalismo religioso y cultural tan grato a la Iglesia catlica. Elobispo de Vich, Josep Torras i Bages, se convertira, con su clebreobraLa tradici catalana, en uno de los pilares ideolgicos del cata-lanismo. Admirador de Menndez Pelayo, Taine y Joseph de Mais-

    tre, Torras consideraba a Catalua como una nacin esencialmentecatlica y, por lo tanto, antittica de las tendencias liberales y demo-crticas. Por su parte, las clebres Bases de Manresa, sntesis del pro-yecto catalanista a finales del siglo XIX, se caracterizaron por su anti-liberalismo, propugnando un sistema poltico corporativo basado enel sufragio de los cabezas de familia. De ah que no deba extraarnosque las primeras recepciones de Charles Maurras en Espaa fueranrealizadas por los catalanistas colaboradores en el diarioLa Veu de

    Catalunya

    26

    .Y es que existan muchas analogas entre la construccin poltico-intelectual de Maurras y la de Enric Prat de la Riba, el mximo doc-trinario del catalanismo. Como el pensador francs, Prat era admira-dor de Joseph de Maistre, Fustel de Coulanges y Auguste Comte, yasociaba sociedad a naturaleza. La nacin era concebida como unacomunidad natural, necesaria, anterior y superior a la voluntad delos hombres. Nunca fue partidario del sistema parlamentario, para

    l sinnimo de fragmentacin, incoherencia y desorden. Frente a ello,el lder catalanista propugnaba la representacin corporativa. Lamovilizacin catalanista tena como fin ltimo la consecucin de unEstado propio, pero Prat no se declaraba separatista. Su solucin, en

    Ayer71/2008 (3): 25-52 35

    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo

    pp. 150 y ss., yDe su alma y de su pluma (Coleccin de pensamientos, seleccionados delmaestro del nacionalismo vasco), Bilbao, 1932, pp. 177 y ss. Vase GRANJA, J. L.: Elnacionalismo vasco: un siglo de historia, Madrid, Tecnos, 1995.

    26 MARFANY, J. L.:La cultura del catalanisme. El nacionalisme catal en els seus ini-

    cies, Barcelona, Empuries, 1995. SOL I MORETA, F.:Biografia de Josep Torras i Bages,Publicacions de lAbadia de Montserrat, 2000. TERMES, J., y COLOMINES, A.:Les Basesde Manresa de 1892: els orgens del catalanisme, Barcelona, Entitat Autnoma del Dia-ri Oficial i Publicacions, 1992. COLL I AMARGS, J.: El catalanisme conservador davantlafer Dreyfus, 1894-1906, Barcelona, Curial, 1994, pp. 69-92.

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    principio, era el Estado federal en el interior y el Imperio en el exte-rior 27. Por vez primera en la cultura poltica espaola se utiliz el tr-

    mino Imperio, muy en la lnea del nacionalismo italiano de comienzosde siglo.La crisis de 1898 fortaleci al catalanismo. Y Prat logr, tras el

    Desastre, grandes xitos polticos, consiguiendo agrupar las tenden-cias dispersas de la derecha catalanista, al fundar la Lliga Regionalis-ta y lograr la hegemona poltica en el Principado. En 1913 Prat fuenombrado presidente de la Mancomunidad de Catalua, desde cuyasinstituciones llev a cabo una importante labor poltica y cultural. Atravs de la nueva institucin, Prat y su partido lograron atraerse a unconsiderable nmero de intelectuales catalanes, cuya personalidadms notable fue Eugeni DOrs, principal terico del movimiento nou-centista. As, en el desarrollo de su proyecto poltico, Prat encontr enDOrs a un lcido y dotado colaborador intelectual. Fruto de estacompenetracin fue la colaboracin de DOrs enLa Veu de Catalun-

    ya, donde public, bajo el pseudnimo de Xenius, su clebre Glosari,y su nombramiento de secretario general del Instituto de EstudiosCatalanes. El Noucentisme se mostraba antirromntico, antiparla-

    mentario, clasicista e imperialista. El liberalismo representaba, paraXenius, el individualismo atomstico, el Estado mal menor;mientras que la democracia era la ideologa revolucionaria de los ins-tintos de la burguesa. Por el contrario, el Noucentisme significabaimperialismo, socializacin, Estatismo, el Estado educacional, laCiudad, la idea de expansin de los pueblos, la Justicia Social, lalucha por la tica y por la Cultura 28. DOrs, adems, defini, en suclebre obra La Bien Plantada,, a travs del arquetipo de Teresa, la

    esencia de la tradicin catalana en oposicin a la castellanidad.Xenius conceba a Catalua como la portavoz de la razn clsica, dellmite, de los detalles exactos, del orden 29.

    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo

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    27 PRAT DE LA RIBA, E.:La naci i lestat. Escrits de juventut, Barcelona, La Magra-na, 1987, pp. 97 y ss., yLa nacionalidad catalana (1906), Madrid, Biblioteca Nueva,1998, pp. 81 y ss. Para una comparacin entre Maurras y Prat, vase ROVIRA I VIRGI-LI, A.: Prat de la Riba, Barcelona, Edicions 62, 1968, pp. 148 y 161.

    28 DORS, E.: Glosari (1909), Barcelona, Edicions 62, 1981, pp. 91, 125, 153 y ss.

    Vase tambin DORS, C.: El Noucentisme. Presupuestos ideolgicos, estticos y artsti-cos, Madrid. Ctedra, 2000, pp. 187-253. JARD, E.: Eugenio DOrs, Barcelona, Aym,1967. CACHO VIU, V.:Revisin de Eugenio DOrs, Madrid-Barcelona, Residencia deEstudiantes-Quaders Crema, 1997.

    29 DORS, E.:La Bien Plantada (1912), Barcelona, Planeta, 1982, pp. 51 y ss.

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    A pesar de que finalmente la Lliga evolucion, de la mano deFrancisco Camb, hacia posiciones liberal conservadoras, DOrs no

    estuvo solo en sus posturas antiparlamentarias y antiliberales. SuNoucentisme encontr un importante eco en el grueso de la jovenintelectualidad catalanista: Joan Estelrich, Jaume Bofill, Josep Maria

    Junoy, Enric Jard, Josep Maria Lpez-Pic, Josep Carbonell, JosepV. Foix, quienes manifestaron su admiracin por Maurras, Massis,Sorel, Barrs, Lasserre y luego por Mussolini 30. Pero, a la muerte dePrat de la Riba en 1917, DOrs cay en desgracia ante el nuevo presi-dente de la Mancomunidad, Puig i Cadalfach, lo que finalmente pro-voc su clebre defenestracin de las instituciones culturales cata-lanas en enero de 1920. Tras su marcha de Catalua y su instalacinen Madrid, DOrs sigui pensando de idntica forma, tan slo aban-don el catalanismo para adherirse al nacionalismo espaol. TeresaLa Bien Plantada sera sustituida por Isabel La Catlica 31. Fuera deCatalua, el Noucentisme dorsiano ejercera influencia en Ramn deBasterra, Rafael Snchez Mazas y Pedro Mourlane Michelena.

    El catolicismo social

    El Desastre del 98 tuvo otra de sus consecuencias en el replantea-miento de la influencia de la Iglesia catlica en la sociedad espaola.La Espaa de comienzos del siglo XX experiment un nuevo rebrotede anticlericalismo. La importante participacin del clero catlico enla propaganda de la guerra contra Estados Unidos y, sobre todo, lapercepcin cada vez mayor de la influencia catlica en el aparato

    educativo, en las instituciones, en la vida social e incluso su crecien-te poder econmico fueron algunos de los hechos que llevaran a esereplanteamiento del problema de la secularizacin. Adems, el cato-licismo espaol hubo de enfrentarse al tema cada vez ms acuciantede la cuestin social. Caracteriz a la doctrina social catlica unaconcepcin jerrquica de la sociedad, la rehabilitacin del rgimencorporativo-gremial y la concepcin de la democracia no comogobierno del pueblo sino para el pueblo. Las encclicas papales de la

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    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo

    30 GONZLEZ CUEVAS, P. C.: Charles Maurras en Espaa, enLa tradicin blo-queada, Madrid, Biblioteca Nueva, 2004. UCELAY DA CAL, E.: El imperialismo cataln,Barcelona, Edhasa, 2004.

    31 DORS, E.: Vida de Fernando y de Isabel (1933), Barcelona, Juventud, 1982.

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    poca no abandonaron, por otra parte, el principio tradicionalista deque el pensamiento moderno liberalismo, socialismo, democracia,

    nacionalismo, etctera era radicalmente errneo. En las encclicas,uno de los pilares fundamentales era la defensa de la propiedad pri-vada, sancionada como de acuerdo con la naturaleza humana. Sinembargo, frente al liberalismo abstencionista, las encclicas defien-den un cierto intervencionismo estatal, que tiene como complemen-to la doctrina de la subsidiariedad, segn la cual el Estado debe teneruna funcin subsidiaria con respecto a las asociaciones intermediasfamilia, gremio, iglesia, etctera cuyo contenido est constituidopor la ayuda subsidium que les aporta 32.

    Estas ideas tuvieron una amplia difusin en la sociedad espaola,pero la organizacin del catolicismo social y poltico fue relativamen-te tarda 33. La posicin privilegiada del catolicismo obstaculiz sumovilizacin social y poltica. Adems, tanto en su nivel culturalcomo en su capacidad intelectual reflej una profunda mediocridad.El catolicismo espaol de la poca hizo hincapi en factores de reli-gin popular, con motivos coloristas y sencillos de intenso valor sim-blico y acento emocional. Un catolicismo pasadista, con un mensajeteolgicamente magro e histricamente arcaizante. La Iglesia catlicaespaola no se vio afectada por el modernismo, ni particip en larenovacin de la escolstica que arranca del Concilio Vaticano I.

    Como respuesta al reto social y cultural, el padre ngel Ayala fun-d en 1909 la Asociacin Catlica Nacional de Propagandistas, decara a la creacin de elites de orientacin y a la articulacin de unmovimiento unitario siguiendo como norte ideolgico las encclicaspapales 34. No menos importante fue la labor catlica en lo relativo a

    los medios de difusin de la ideologa. En ese aspecto, fueron esen-ciales las Campaas de Propaganda y, sobre todo, la aparicin de El

    Debate como portavoz de la opinin catlica. Sin embargo, en lo refe-rente a la ideologa la aportacin de la Asociacin fue escasa. En todomomento sigui las lneas generales del pensamiento tradicionalista

    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo

    38 Ayer71/2008 (3): 25-52

    32 MARTN ARTAJO, A., y CUERVO, M.:Doctrina social catlica, Barcelona, Labor,1933.

    33

    MONTERO, F.: El movimiento catlico en Espaa, Madrid, Eudema, 1993.34 WATANABE, Ch.: Confesionalidad catlica y militancia poltica: la AsociacinCatlica Nacional de Propagandistas y la Juventud Catlica Espaola. (1923-1936),Madrid, UNED, 2003. ORDOVS, J. M.: Historia de la Asociacin Catlica Nacional dePropagandistas, Pamplona, Eunsa, 1993.

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    espaol que arrancaba de Balmes y de Menndez Pelayo, al lado delos planteamientos social-catlicos perfilados en las encclicas papa-

    les. El lder de la Asociacin, ngel Herrera Oria, personificaba lapobreza intelectual del catolicismo espaol; su pensamiento fue unareiterativa exposicin de los esquemas clsicos de la escolstica y deltradicionalismo menendezpelayista. Doctrinalmente, Herrera era unmonrquico tradicional de profundo sesgo patrimonialista y paterna-lista. La Monarqua se encontraba de acuerdo, a su juicio, con el prin-cipio de que todo poder naca del derecho que posea el padre demandar a sus hijos y era, adems, la garanta de la unidad poltica yde la continuidad social. Como Menndez Pelayo, Herrera identifica-ba la nacin con el catolicismo y el rgimen monrquico. Su rechazode la democracia liberal era taxativo, ya que iusnaturalismo y volun-tarismo jurdicos resultaban incompatibles. Su modelo institucionalera una forma de democracia orgnica que empiece a vivificar consavia del pueblo las primeras instituciones de la vida pblica y de lasorganizaciones econmicas. Las ms importantes instituciones enese sentido, despus de salvar los derechos de la familia, son el muni-cipio y la corporacin 35.

    La actividad de los catlicos no se limit a la creacin de elites deorientacin, ni a los rganos de difusin ideolgica; de la misma for-ma, intent configurar formas de religiosidad interclasista, a travsdel sindicalismo. Sin embargo, los primeros pasos del sindicalismoconfesional fueron decepcionantes, sobre todo en el mbito indus-trial, a causa de su paternalismo y de su directa dependencia de lospatronos 36. Los catlicos tuvieron un mayor xito en las zonas rura-les, a travs de la Confederacin Catlico-Agraria, que logr integrar

    a los pequeos agricultores y a los grandes propietarios37

    .

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    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo

    35 HERRERA, .: Rgimen poltico y forma de gobierno, en Obras selectas,Madrid, BAC, 1963, pp. 5-6, 7, 197 y ss., y Cnovas y el sufragio universal, El Deba-te, 15 de noviembre de 1927.

    36 BENAVIDES, D.: El fracaso social del catolicismo espaol, Barcelona, Nova Terra,1974. WINSTON, C.:La clase trabajadora y la derecha en Espaa, 1900-1936, Madrid,

    Ctedra, 1989. ANDRS GALLEGO, J.: Pensamiento y accin social de la Iglesia en Espa-a, Madrid, Espasa-Calpe, 1984. CASTILLO, J. J.: El sindicalismo amarillo en Espaa,Madrid, Edicusa,1977.

    37 CASTILLO, J. J.: Propietarios muy pobres. Sobre la subordinacin del pequeocampesinado, Madrid, Ministerio de Agricultura, 1979.

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    El maurismo: la modernizacin conservadora

    Ante las crticas de que fue objeto el rgimen de la Restauracin,un sector de su clase poltica fue capaz de percibir el agotamientotctico de la vida restrictiva del canovismo. La figura ms sobresa-liente del reformismo dinstico fue Antonio Maura, lder del PartidoConservador. Su proyecto poltico naca de la percepcin del agota-miento del modelo canovista. La crisis poltica y de legitimidad eraconsecuencia de que la inmensa mayora est vuelta de espalda, nointerviene para nada en la vida poltica 38. Al socaire de este diag-nstico, Maura populariz, asumiendo algunas de las crticas rege-neracionistas a la Restauracin, el lema de la revolucin desde arri-ba, consistente en reformas de carcter poltico, para lograr eldescuaje del caciquismo y la movilizacin de las masas neutras;lo que pasaba por la renovacin de la vida local, de los procedimien-tos electorales y de la representatividad parlamentaria, que intentplasmar en sus discutidas leyes de Administracin Local y de Refor-ma Electoral 39.

    Los graves sucesos de la Semana Trgica de Barcelona contribu-yeron decisivamente a su cada, sobre todo por la ejecucin del peda-gogo Francisco Ferrer Guardia, que produjo una clamorosa ofensivaantimaurista en el interior y en el exterior y que cont con la solidari-dad de los liberales dinsticos, lo que contribuy a romper la solida-ridad del turno. El propio Alfonso XIII se adelant a la dimisin desu primer ministro, un golpe del que nunca se repondra. Maura sus-cit la admiracin de Charles Maurras, que le consider el enrgicosucesor de Cnovas, el ilustre campen del regionalismo y del auto-ritarismo espaol 40. Los nacionalistas franceses defendieron a Mau-ra frente a las izquierdas tras la Semana Trgica y el propio Maurras

    justific la ejecucin de Ferrer Guardia 41.

    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo

    40 Ayer71/2008 (3): 25-52

    38 MAURA, A.: Treinta aos de vida poltica, Madrid, Biblioteca Nueva, 1953,pp. 290-291.

    39 GONZLEZ HERNNDEZ, M. J.: El universo conservador de Antonio Maura,

    Madrid, Biblioteca Nueva, 1997.40 MAURRAS, Ch.: Quand les franais ne samaient pas. Chronique dune Renais-sance, 1895-1905, Pars, NLN, 1916, pp. 145 y ss., y La lettre de Monsieur Maura,

    LAction Franaise, 8 de febrero de 1913. Archivo Antonio Maura: legajo 378.41 MAURRAS, Ch.:Lall des philosophes, Pars, SLF, 1923, pp. 75 y ss.

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    La promocin del conservadurismo idneo de Eduardo Dato,en 1913, consum la divisin de la derecha dinstica, produciendo la

    aparicin del maurismo como faccin poltica diferenciada42

    . Elnuevo movimiento poltico fue, aunque no desde el principio, lamanifestacin espaola ms prxima al paradigma del nacionalismoautoritario. Con el maurismo entr en la arena poltica una nuevageneracin: Antonio Goicoechea, Jos Calvo Sotelo, Jos Flix deLequerica, el conde de Vallellano, Csar Sili, Gabriel Maura, etcte-ra. Desde su ptica, la reformas polticas propugnadas por Mauraiban a tener un carcter ms concreto. Se trataba de un proyecto demodernizacin conservadora, de racionalizacin econmica y verte-bracin poltica, cuyo objetivo era el establecimiento de las premisassociales a partir de las cuales se hiciera viable el desarrollo industrialcontrolado por las elites tradicionales.

    La elaboracin de ese proyecto coincidi con el estallido de laGran Guerra, lo que agrav la crisis del liberalismo clsico y la emer-gencia de un nuevo orden socioeconmico corporativo, consisten-te en la articulacin de nuevos mecanismos de distribucin del poderque favorecieran a las fuerzas organizadas de la economa y la socie-

    dad en detrimento de un parlamentarismo cada vez ms debilita-do 43. Esta nueva realidad fue claramente percibida por los mauristas.As, Antonio Goicoechea present al maurismo como la superacindel canovismo. No el liberalismo doctrinario, sino la democraciaconservadora; no el centralismo, sino el regionalismo; no el indivi-dualismo posesivo, sino el intervencionismo estatal; y, sobre todo, noel resignado pesimismo canovista, sino la fe en el espritu creador yen las inagotables energas de la raza 44. Y es que, a su juicio, las nue-

    vas realidades socioeconmicas haban superado la concepcinsocial caracterstica del liberalismo y, en consecuencia, se impona unnuevo tipo de democracia conservadora y orgnica, sntesis dela representacin corporativa y la individual. La nueva poltica quese perfilaba en el horizonte era el ascenso del imperialismo y del pro-teccionismo, del paternalismo estatal y del aumento del poder estatal

    Ayer71/2008 (3): 25-52 41

    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo

    42 GONZLEZ HERNNDEZ, M. J.: Ciudadana y accin. El conservadurismo mau-

    rista (1907-1923), Madrid, Siglo XXI, 1990, pp. 22 y ss.43 MAIER, Ch. S.: La refundacin de la Europa burguesa, Madrid, Ministerio deTrabajo, 1988.

    44 GOICOECHEA, A.: Hacia la democracia conservadora, Madrid, 1914,pp. 176-177.

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    sobre la sociedad civil. En sntesis, el trnsito del liberalismo a lasociocracia 45.

    Los mauristas se erigieron en portaestandartes del nacionalismoeconmico. El Estado deba participar directamente en la actividadeconmica garantizando el proceso industrializador en un sentidoabiertamente proteccionista, a partir del fomento de la iniciativa pri-vada y del impulso a las industrias nacionales, lo que implicaba igual-mente la transformacin del aparato estatal, aumentando el nivel deburocratizacin y de las exigencias administrativas 46.

    Por su parte, Jos Calvo Sotelo abogaba por la edificacin de un

    Estado paternal, mediante la organizacin general de retiros y pen-siones, de seguros contra el riesgo y la enfermedad. En la edificacinde este Estado benefactor tendra una funcin esencial el sindicato. Elsindicalismo encerraba la doble virtud de garantizar la descentraliza-cin de los servicios pblicos y, sobre todo, de otorgar la preeminen-cia a los problemas de carcter social y econmico, es decir, la ges-tin de intereses y servicios pblicos. En ese sentido, Calvo Soteloestimaba que el Parlamento deba incorporar los mecanismos derepresentacin corporativa 47.

    Estas transformaciones no deban acarrear la prdida de la identi-dad nacional, concebida en un sentido abiertamente tradicionalista.En el discurso maurista, la tradicin adquira un claro sesgo normati-vo, lo que era perceptible en su idea nacional, cuya explicacin sehace en referencia al pasado. En la tradicin de la Monarqua y delcatolicismo se encontraba la esencia de la Patria, de ah la condenapor antinacionales del krausismo, el costismo, el institucionismo y elnoventayochismo, productos de una intelligentsia descastada y euro-pesta 48. Por ello, Csar Sili propugnaba una pedagoga nacional,a travs de la enseanza clsica y confesional, que tendra como frutoel milagro de renovar nuestra alma 49.

    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo

    42 Ayer71/2008 (3): 25-52

    45 GOICOECHEA, A.: La guerra europea y las nuevas orientaciones del DerechoPblico, Madrid, 1916, pp. 37-38.

    46 GOICOECHEA, A.: El problema econmico y financiero de Espaa, Madrid, 1917,pp. 37-38.

    47 CALVO SOTELO, J.: El proletariado ante el socialismo y el maurismo, Madrid,1915, pp. 31-33, yLa doctrina del abuso del derecho como limitacin del derecho subje-tivo, Madrid, 1917, pp. 31-32.

    48 GOICOECHEA, A.: Problemas del da, Madrid, 1916, pp. 21-22.49 SILI, C.:La Educacin Nacional, Madrid, 1914, pp. 60 y ss.

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    El regionalismo era igualmente otro de los puntos programticosde la derecha maurista. Goicoechea criticaba el centralismo y los

    intentos del Estado de absorber la vida local. Su regionalismo era, encambio, adverso al federalismo, cuyas tesis no hacan sino reproducirla concepcin contractualista de Rousseau, que contemplaba lanacin como un producto convencional, nacido el pacto social origi-nario. De acuerdo con la concepcin organicista de la sociedad, laspartes estaban en funcin del todo y, por ello, la autonoma regionalno poda tener otro fundamento que la unidad nacional superior,una cosa eterna, como una unin indestructible de regiones indes-

    tructibles. Las competencias del poder regional estaran fijadasmediante el sistema de especialidad, segn el cual se encontraranlimitadas por las atribuciones regladas del Estado nacional50.

    Los intelectuales y el nuevo nacionalismo:la ambigedad del regeneracionismo

    La crisis del 98 gener igualmente una reaccin de carcter inte-lectual, muy semejante a la de otros pases europeos. Lo que se havenido a llamar el espritu del 98 signific una manifestacin deinconformismo por parte de las elites intelectuales emergentes conrespecto al rgimen y a la sociedad de la Restauracin y que envolvala bsqueda de un nuevo nacionalismo espaol51. Sin embargo, a di-ferencia de lo ocurrido en Francia, esta reaccin no se identific, enprincipio, con la derecha. Y es que en la sociedad francesa, desde elsiglo XVIII, se produjo una transferencia de sacralidad desde el espa-cio religioso hacia un nuevo medio intelectual portador de sentido52.As, el intelectual ocup el terreno que anteriormente corresponda alsacerdote, algo que en Espaa estaba todava lejos de ocurrir. Bajo lahegemona del clero, al conjunto de la derecha espaola los intelec-

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    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo

    50 GOICOECHEA, A.: El proyecto de Estatuto Regional y las aspiraciones autonomis-tas, Madrid, Real Academia de Jurisprudencia y Legislacin, 1919, pp. 26-28, 39, 43y 47-49.

    51

    Vase LAN ENTRALGO, P.:La Generacin del 98, Madrid, Espasa-Calpe, 1998.FERNNDEZ DE LA MORA, G.: Ortega y el 98, Madrid, Rialp, 1979. ABELLN, J. L.:Sociologa del 98, Madrid, Biblioteca Nueva, 1997.

    52 BNICHOU, P.:Le sacre de lcrivain, 1750-1830. Essai sur lavnement dun pou-voir spirituel laque, Pars, Gallimard, 1996, pp. 46 y ss.

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    tuales le resultaban sospechosos. De ah la ulterior acusacin de hete-rodoxia a los noventayochistas. Sin embargo, no pocos de los plantea-

    mientos de estas nuevas elites intelectuales concordaban con el nuevoconservadurismo fraguado en otras naciones europeas, a partir de laexperiencia de la crisis de la razn ilustrada de finales de siglo.

    El espritu del 98 es inseparable de la crtica de Joaqun Costa alrgimen de la Restauracin como baluarte de oligarcas y caciques. El

    jurisconsulto aragons consideraba al Parlamento espaol como unrgano de los oligarcas, un simulacro o una aprensin del Parlamen-to y a los partidos como oligarquas de personajes sin ninguna razen la opinin ni ms fuerza que la puramente material que les comuni-ca la posesin de la Gaceta. Ante la incultura y la pobreza del puebloespaol, Costa propugnaba una revolucin desde arriba bajo la gi-da del cirujano de hierro, de un dictador tutelar, que, mediante unaserie de reformas, diera paso al self-goverment del pas por el pas53.

    La ambivalencia costista puede percibirse entre la mayora de losnoventayochistas, que no fueron ni liberales ni demcratas. En esesentido, se les ha calificado de anarcoaristcratas y de reacciona-rios54. Jos Martnez Ruiz, Azorn, comenz su carrera literariaadherido a Pi y Margall y luego al anarquismo intelectual stirneriano,centrado en la crtica a los valores tradicionales55. Miguel de Unamu-no centr su obra en el rechazo del racionalismo, liberando a la socie-dad de la tirana de los hidalgos de la razn56. Ramiro de Maeztuabog por la industrializacin, la secularizacin y la superacin de losnacionalismos perifricos a partir de la articulacin de un nuevo na-cionalismo espaol, para lo que peda la colaboracin de los intelec-tuales y del Ejrcito57. Po Baroja propugnaba una poltica experi-

    mental que garantizara el absolutismo de los inteligentes y sola

    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo

    44 Ayer71/2008 (3): 25-52

    53 COSTA, J.: Oligarqua y caciquismo (1902), t. I, Madrid, Revista de Trabajo,1975, pp. 73 y 107.

    54 SOBEJANO, G.: Nietzsche en Espaa, Madrid, Gredos, 1967, pp. 481 y ss. IGLE-SIA PARGA, R.: El reaccionarismo de la Generacin del 98, en El hombre Coln yotros ensayos, Mxico, FCE, 1994, pp. 201 y ss.

    55 AZORN:Artculos anarquistas, Barcelona, Lumen, 1984, yLa Andaluca trgica,Madrid, Castalia, 1991.

    56

    UNAMUNO, M.: Vida de Don Quijote y Sancho (1905), Madrid, Espasa-Calpe,1975, pp. 11 y ss.57 MAEZTU, R.: Hacia otra Espaa (1899), Madrid, Biblioteca Nueva, 1997. Vase

    GONZLEZ CUEVAS, P. C.:Maeztu. Biografa de un nacionalista espaol, Madrid, Mar-cial Pons, 2003.

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    calificar al Parlamento de Charladero Nacional58. En su Manifies-to de los Tres, de 1901, Maeztu, Azorn y Baroja rechazaron la demo-

    cracia como absolutismo del nmero59

    .Tanto Azorn como, sobre todo, Maeztu, evolucionaron clara-mente hacia el conservadurismo. El alicantino termin militando enel conservadurismo dinstico dentro de la faccin acaudillada por

    Juan de la Cierva. Pero su conservadurismo no era el liberal, sino quetom a Maurras como ejemplo. El nuevo conservadurismo habra debasarse, a su juicio, en la fsica social de Comte, su esttica en el lemade la tierra y los muertos y la economa en la defensa de las estruc-

    turas agrarias de produccin. Todo lo cual era contrario a los princi-pios liberales de sufragio universal, parlamentarismo y juicio porjurado, que deban ser erradicados de la vida pblica 60. Por su parte,Maeztu evolucion, a partir del estallido de la Gran Guerra, bajo lainfluencia de Hilaire Belloc y Thomas Ernest Hulme, hacia los prin-cipios catlicos y tradicionales, visible en su obraLa crisis del huma-nismo, donde propugnaba la superacin del relativismo liberal, a tra-vs del retorno a una tica objetiva y a la sustitucin del principioindividualista por el de funcin, lo que llevaba a una estructurasociopoltica de carcter corporativo 61. Otro intelectual afn alnacionalismo conservador fue Jos Mara Salaverra, un autnticooutsideren la derecha espaola por su agnosticismo religioso. Admi-rador de Nietzsche, de Schopenhauer y de Maurras, Salaverra pro-pugnaba un nacionalismo espaol dinmico y laico, frente a los na-cionalismos perifricos y a la ofensiva del movimiento obrero. Elnacionalismo salaverriano se distingua por su escaso apego a la Igle-sia. Tena por base la historia y las figuras carismticas que habanforjado Espaa, pero la tradicin invocada no era la catlica. Exalta-ba a los conquistadores espaoles de Amrica, como Corts y Piza-rro, en un sentido heroico, vital, individual, tan prximo a Carlylecomo a Nietzsche, y no a los evangelizadores del indio 62. Sin embar-

    Ayer71/2008 (3): 25-52 45

    Pedro Carlos Gonzlez Cuevas Tradicionalismo, catolicismo y nacionalismo

    58 Lo que nos importa, El Globo,5 de abril de 1903, y El estancamiento, ElPueblo Vasco, 4 de septiembre de 1905.

    59 Inserto en GMEZ DE LA SERNA, R.: Azorn, en Obras Completas, t. I, Barce-

    lona, AHR, 1956, pp. 1046 y ss.60 AZORN: Un discurso de La Cierva, Madrid, Renacimiento, 1914, pp. 80 y ss.61 MAEZTU, R.:La crisis del humanismo, Barcelona, Minerva, 1919.62 SALAVERRA, J. M.:La afirmacin espaola, Barcelona, 1917; El muchacho espa-

    ol, Madrid, 1918, yLos conquistadores, Madrid, 1918.

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    go, resulta preciso no exagerar la influencia de estas ideas en el con-junto de la derecha espaola. As lo reconoca el escritor maurrasia-

    no lvaro Alcal Galiano, cuando afirmaba que al conservador espa-ol tpico le bastaba con saber que tena a su lado a campeones de laortodoxia como Balmes y Menndez Pelayo, cuyas obras podanleerse sin caer en el pecado 63.

    Del ocaso de la Restauracin a la Dictadura primorriverista

    A lo largo de la Gran Guerra, la mayora de los grupos de extre-ma derecha, sobre todo mauristas y carlistas, se identificaron conAlemania y sus aliados. La identificacin de Vzquez de Mella con elkaiser fue total. Y es que, a su juicio, los intereses de Alemania, dadasu lucha con Gran Bretaa, eran convergentes con los de Espaa.Marginada Gran Bretaa, Espaa podra conseguir su unin conPortugal, reconquistar Gibraltar y fundar los Estados Unidos deAmrica del Sur 64.

    Esta germanofilia era compartida por los mauristas, que legitima-

    ban su opcin por la tradicional situacin de inferioridad espaolacon respecto a Francia y Gran Bretaa. Como dira un peridicomaurista: Espaa est ya harta no slo de ver su territorio nacionaldetentado por Inglaterra, sino de ver coartada su soberana por res-tricciones que afectan a su propia esencia; Espaa est harta de ser un

    juguete de Francia... 65.Tras el final de la contienda, a la crisis poltica y de identidad se

    aadi una profunda crisis social. En ello incidi la cada de los reg-

    menes monrquicos en Alemania, Grecia, Rusia, Hungra, Austria,etctera; lo mismo que el proceso de corporativizacin de lassociedades europeas y el triunfo de la revolucin bolchevique enRusia. Todo lo cual provoc una gran movilizacin poltica y, en con-secuencia, la aparicin de nuevas alternativas polticas, como el fas-cismo, los movimientos catlico-corporativos y de derecha autori-taria. Se iniciaba lo que Ernst Nolte ha denom