la evangelizaciÓn y los judÍos (10:11-21)

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73 LA EVANGELIZACIÓN Y LOS JUDÍOS (10:11-21) La universalidad de la justicia de Dios (10:11-13) A un judío criado toda su vida en la obediencia a la ley le resultaría extremadamente difícil aceptar que el acceso al reino de Dios pudiera estar abierto a todos, independientemente de su grado de conocimiento y cumplimiento de la ley de Dios. ¿Cómo podrían estar en el mismo plano de igualdad ante Dios judíos y gentiles? Pablo va a responder a estas reservas citando nuevamente del Antiguo Testamento, probando que la salvación siempre vino sólo por la fe y que esta promesa está abierta a todos, judíos y gentiles sin diferencia. Si en los versículos anteriores Pablo ha recalcado la facilidad del acceso a la salvación que Cristo otorga, en los versículos 11-13 va a destacar además la universalidad de este acceso; o lo que es lo mismo, que la salvación en Cristo no sólo es fácil de obtenerse sino que está disponible para todos. Esto lo recalca repetidas veces en estos tres versículos: 1. Para todo aquel que en él creyere” (v. 11) 2. Para todos los que le invocan” (v. 12) 3. Para todo aquel que invocare el nombre del Señor” (v. 13) 4. Nadie “será avergonzado” (v. 11) 5. “Porque no hay diferencia(v. 12) 6. Pues Cristo “es Señor de todos(v. 12) La salvación por fe no era una innovación del evangelio, sino que siempre había sido el camino que Dios había mostrado al hombre para alcanzar la justicia. Los judíos no podían afirmar ignorancia en cuanto a esto, pues “la justicia de Dios” ya había sido de antes “testificada por la ley y por los profetas” (3:22). Pablo ya había dado suficientes pruebas al respecto en el capítulo 4, pero ahora va añadir unas cuantas más, citándole a los judíos de sus propias Escrituras. Pablo comienza afirmando que podemos confiar en Cristo, pues no hay motivo para temer quedar defraudados. Y para ello se basa, como es habitual en el apóstol, en un pasaje de las Escrituras: “Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” (v. 11). Pablo cita nuevamente Isaías 28:16, como ya había hecho en 9:33: “Jehová el Señor dice así: He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se apresure1 . Si creemos en Jesús, podemos permanecer firmes en nuestra fe, pues su promesa es segura. La única confianza que podemos tener en el día del juicio no estará basada en nuestras propias obras, sino únicamente en la fe del Hijo de Dios. De modo que este versículo enfatiza tanto la universalidad del evangelio como que el único medio para alcanzar salvación es creer. “El que en él cree, no es condenado” (Jn. 3:18). Y si permanecemos en Él, no nos alejaremos de Él avergonzados cuando regrese 2 , sino que tendremos “confianza en el día del juicio”·(1 Jn. 2:28, 4:17). Pablo dice ahora: “Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan” (v. 12). Pese a toda su pretendida superioridad moral sobre el resto de las naciones, Pablo enfrenta a los judíos con la realidad de que todos los hombres son iguales ante Dios, quien es Señor de todos. El gran misterio oculto en otro tiempo, pero manifestado entonces, 1 Pablo cita de nuevo la última parte de esa profecía, pero usando en ambas ocasiones el texto de la Septuaginta (LXX) en vez del texto hebreo usado por los rabinos (y que daría lugar más tarde al texto masorético, base de nuestras traducciones del Antiguo Testamento). La LXX dice así: “y el que creyere en él no será confundido” (gr. “καὶ ὁ πιστεύων ἐπ᾽ αὐτῷ οὐ μὴ καταισχυνθῇ”). Pablo añade “todo” (gr. “pâs”) al principio de la frase (gr. Πᾶς ὁ πιστεύων ἐπ' αὐτῷ οὐ καταισχυνθήσεται”). “Será confundido” traduce el verbo “kataisjynō” (gr. “καταισχύνω”). El motivo de la diferencia es, según Newell (p. 324), que la palabra para avergonzarse en hebreo significa huir y se deriva de temor. En este sentido, nadie que crea sentirá ya temor del juicio de Dios. 2 Juan usa el mismo verbo que la LXX y que traducimos alejarse avergonzados: “aisjynō” (gr. “αισχύνω”).

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LA EVANGELIZACIÓN Y LOS JUDÍOS (10:11-21)
La universalidad de la justicia de Dios (10:11-13) A un judío criado toda su vida en la obediencia a la ley le resultaría extremadamente difícil aceptar que
el acceso al reino de Dios pudiera estar abierto a todos, independientemente de su grado de
conocimiento y cumplimiento de la ley de Dios. ¿Cómo podrían estar en el mismo plano de igualdad ante
Dios judíos y gentiles? Pablo va a responder a estas reservas citando nuevamente del Antiguo
Testamento, probando que la salvación siempre vino sólo por la fe y que esta promesa está abierta a
todos, judíos y gentiles sin diferencia. Si en los versículos anteriores Pablo ha recalcado la facilidad del
acceso a la salvación que Cristo otorga, en los versículos 11-13 va a destacar además la universalidad de
este acceso; o lo que es lo mismo, que la salvación en Cristo no sólo es fácil de obtenerse sino que está
disponible para todos. Esto lo recalca repetidas veces en estos tres versículos:
1. Para “todo aquel que en él creyere” (v. 11)
2. Para “todos los que le invocan” (v. 12)
3. Para “todo aquel que invocare el nombre del Señor” (v. 13)
4. Nadie “será avergonzado” (v. 11)
5. “Porque no hay diferencia” (v. 12)
6. Pues Cristo “es Señor de todos” (v. 12)
La salvación por fe no era una innovación del evangelio, sino que siempre había sido el camino que Dios
había mostrado al hombre para alcanzar la justicia. Los judíos no podían afirmar ignorancia en cuanto a
esto, pues “la justicia de Dios” ya había sido de antes “testificada por la ley y por los profetas” (3:22).
Pablo ya había dado suficientes pruebas al respecto en el capítulo 4, pero ahora va añadir unas cuantas
más, citándole a los judíos de sus propias Escrituras.
Pablo comienza afirmando que podemos confiar en Cristo, pues no hay motivo para temer quedar
defraudados. Y para ello se basa, como es habitual en el apóstol, en un pasaje de las Escrituras: “Pues la
Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado” (v. 11). Pablo cita nuevamente Isaías
28:16, como ya había hecho en 9:33: “Jehová el Señor dice así: He aquí que yo he puesto en Sion por
fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se
apresure”1. Si creemos en Jesús, podemos permanecer firmes en nuestra fe, pues su promesa es segura.
La única confianza que podemos tener en el día del juicio no estará basada en nuestras propias obras,
sino únicamente en la fe del Hijo de Dios. De modo que este versículo enfatiza tanto la universalidad del
evangelio como que el único medio para alcanzar salvación es creer. “El que en él cree, no es condenado”
(Jn. 3:18). Y si permanecemos en Él, no nos alejaremos de Él avergonzados cuando regrese2, sino que
tendremos “confianza en el día del juicio”·(1 Jn. 2:28, 4:17).
Pablo dice ahora: “Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es
rico para con todos los que le invocan” (v. 12). Pese a toda su pretendida superioridad moral sobre el
resto de las naciones, Pablo enfrenta a los judíos con la realidad de que todos los hombres son iguales
ante Dios, quien es Señor de todos. El gran misterio oculto en otro tiempo, pero manifestado entonces,
1 Pablo cita de nuevo la última parte de esa profecía, pero usando en ambas ocasiones el texto de la Septuaginta (LXX) en vez del texto hebreo usado por los rabinos (y que daría lugar más tarde al texto masorético, base de nuestras traducciones del Antiguo Testamento). La LXX dice así: “y el que creyere en él no será confundido” (gr. “κα πιστεων π ατ ο μ καταισχυνθ”). Pablo añade “todo” (gr. “pâs”) al principio de la frase (gr. “Πς πιστεων π' ατ ο καταισχυνθσεται”). “Será confundido” traduce el verbo “kataisjyn” (gr. “καταισχνω”). El motivo de la diferencia es, según Newell (p. 324), que la palabra para avergonzarse en hebreo significa huir y se deriva de temor. En este sentido, nadie que crea sentirá ya temor del juicio de Dios. 2 Juan usa el mismo verbo que la LXX y que traducimos alejarse avergonzados: “aisjyn” (gr. “αισχνω”).
ESTUDIO DE LA EPÍSTOLA A LOS ROMANOS
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era una afrenta al orgullo nacional de Israel: “que los gentiles son coherederos y miembros del mismo
cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (Ef. 3:5s).
Aunque Pablo especifica que “no hay diferencia entre judío y griego”, en un sentido sí la hubo, pues los
judíos fueron mucho más bendecidos y recibieron más luz que los gentiles. Además, la tesis de Pablo
desde 9:30 es que mientras los primeros buscaron la justicia mediante las obras de la ley y fracasaron, los
segundos la hallaron mediante la fe. Y si nos centramos en el evangelio, este les fue entregado a los judíos
primeramente que a los gentiles (cp. 1:16; Hch. 1:8; 13:46). ¿A qué se refiere Pablo con que “no hay
diferencia entre judío y griego”?
El tema central de estos versículos es que la única manera en que a Dios le ha agradado justificar al
hombre es mediante la fe en su Hijo Jesucristo, y bajo este prisma de la fe no hay diferencia entre unos y
otros. Ni las obras de unos son una ventaja, ni la ignorancia de los otros un inconveniente. Todos los
hombres están colocados en un plano de igualdad a la hora de reconocer su fracaso y dependencia de la
misericordia de Dios. Y la forma de acceder a la salvación es la misma para unos y otros. El hecho de la
elección por el cual unos son escogidos y otros no tampoco es contradictorio con la ausencia de
diferencia, pues no la hay entre los escogidos ya que todos lo han sido de la misma manera: depositando
su fe en Jesús, por la cual fueron salvos. Una vez alguien ha sido justificado por su fe en Cristo las
diferencias de sexo, clase social, nacionalidad, edad o raza carecen de importancia y así “ya no hay judío
ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”
(Gá. 3:28; cp. 1 Co. 7:19; Gá. 5:6; 6:15; Ef. 2:18; Col. 3:11).
Pablo ya había usado la frase “Porque no hay diferencia” en 3:22 (gr. “ou gár estin diastol”). La idea allí
es que no hay diferencia entre los seres humanos pues todos somos pecadores y merecemos por igual el
castigo de Dios. Aquí ahora indica que no hay diferencia en la forma de alcanzar la salvación, la misma
para todos y al alcance de todo el que cree en Cristo. Aunque la frase sea la misma en ambos versículos,
el cambio de contexto no puede ser más radical ni más glorioso: allí, no hay diferencia en nuestra
pecaminosidad; aquí, no hay diferencia en nuestra salvación. Todos los hombres, sin distinción, están
condenados; a todos los hombres, sin distinción, se les ofrece el ser salvos. Pablo dijo a los ancianos de
Éfeso reunidos en Mileto que el mismo evangelio basado en el arrepentimiento y la fe en Jesucristo era
el que predicaba tanto a judíos como a gentiles (Hch. 20:21). En definitiva:
1. No hay diferencia entre los hombres: todos son pecadores a los ojos de Dios.
2. No hay diferencia en la forma de salvarse: por la fe en el Hijo de Dios.
3. No hay diferencia entre los escogidos: salvos por la gracia de Dios y miembros de su familia.
La mención al Señor se refiere indudablemente a Cristo, pues es precisamente su señorío lo que debemos
confesar para ser salvos (v. 9). Cristo es Señor (gr. “Kyrios”) de todos, y “es rico para con todos los que le
invocan”. Dios no era sólo el Señor de Israel, como los judíos creían en su visión exclusivista de Dios (cp.
3:29). No hay un Dios para los gentiles y otro para los judíos, como tampoco hay dos mediadores: “hay
un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres” (1 Ti. 2:5). Josué ya explicó a Israel cuando
fueron a tomar Jericó que el Dios viviente que estaba en medio de ellos era “Señor de toda la tierra” (Jos.
3:10-13). Lo mismo afirman los salmos (Sal. 97:5) y los profetas (Is. 54:5; Miq. 4:13; Zac. 4:14; 6:5). Y de
igual modo dijo Pedro acerca de Jesús cuando el evangelio fue predicado por primera vez a los gentiles
en casa de Cornelio: “éste (Jesucristo) es Señor de todos” (Hch. 10:36). El hecho de que alguien no
reconozca su señorío no lo disminuye un ápice, y que no le confiese ahora como Señor sólo hace retardar
el que un día se vea obligado a hacerlo (Fil. 2:11); pero le impide beneficiarse de las riquezas de su gracia
para con todos los que aquí y ahora le reconocen y confiesan como Señor.
LA EVANGELIZACIÓN Y LOS JUDÍOS (10:11-21)
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Las riquezas que Cristo otorga a quien invoca su nombre son las de la salvación (Ef. 1:7; 18; 3:8,16). Es
por su riqueza que nosotros somos enriquecidos (2 Co. 8:9). Él es rico en “benignidad, paciencia y
longanimidad” (2:4) y también en misericordia, gracia y bondad (Ef. 2:4,7).
Pablo cita nuevamente a continuación del Antiguo Testamento: “porque todo aquel que invocare el
nombre del Señor, será salvo3” (v. 13). Esta es una cita del profeta Joel: “Y todo aquel que invocare el
nombre de Jehová será salvo; porque en el monte de Sion y en Jerusalén habrá salvación, como ha dicho
Jehová, y entre el remanente al cual él habrá llamado” (Jl. 2:32). Vemos aquí nuevamente como Pablo
aplica una referencia hecha a Jehová en el Antiguo Testamento al Señor Jesucristo. Este mismo pasaje
fue citado por Pedro en su sermón de Pentecostés (Hch. 2:21), pues fue precisamente en aquella ocasión
que se cumplió parte de aquella profecía: “derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros
hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones” (Jl. 2:28; Hch.
2:17). ¿Quién era ese Señor, según Pedro, cuyo nombre había que invocar para ser salvo?: “Sepa, pues,
ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho
Señor y Cristo” (Hch. 2:36). Jesús, ese es el nombre del Señor, y “en ningún otro hay salvación; porque no
hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch. 4:12)4. Es por eso
que Pedro pudo decir en casa de Cornelio, parafraseando la profecía de Joel: “todos los que en él creyeren,
recibirán perdón de pecados por su nombre” (Hch. 10:43). Él solo es la única puerta de salvación y el único
camino al Padre (Jn. 10:9; 14:6). Esa era la fe de Esteban cuando a punto de morir invocó a Jesús para
encomendarle su espíritu (Hch. 7:59). Siendo Cristo Señor de todos, las riquezas de su gracia están
igualmente al alcance de todos, pues Él está dispuesto a salvar a cualquiera, ya sea judío o gentil, que
invoque su nombre, y su misericordia es gratuita y suficiente para todos.
¿En qué consiste invocar el nombre del Señor? El contexto de la profecía de Joel es la de un gran juicio
por parte de Dios, en una visión apocalíptica del fin de los tiempos. Por causa del pecado de la humanidad,
Dios tendrá que derramar su ira sobre todos los hombres de este mundo. Pero existe una forma de
escapar de ese terrible destino: clamar al Señor pidiendo misericordia. Quien así hace, consciente de que
ese Señor a quien clama no es otro que Jesucristo, será salvo, pues Cristo es rico en misericordia para
todo el que le invoca. Así es que en todas partes que hay una comunidad de personas salvadas se les
puede reconocer como “todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo”
(1 Co. 1:2).
En resumen, de la profecía de Joel que Pablo cita extraemos los siguientes puntos5:
1. Dios da una promesa de salvación: “será salvo”.
2. La salvación es otorgada por Dios, no ganada por el hombre: “será salvo”, y no “se salvará a sí
mismo”. “La salvación es de Jehová” (Sal. 3:8; Jon. 2:9).
3. Dios puede otorgar esa salvación por cuanto es el Señor de todos.
4. Sólo la otorga a los que invocan su nombre. No hay otro modo de alcanzar salvación.
5. Está disponible para “todo aquel”, para cualquiera: judíos y gentiles, con ley o sin ella.
3 Pablo cita nuevamente de la LXX (Jl. 3:5 en la versión griega). Se trata en griego de una oración condicional de tercera clase o indefinida (indica una condición no determinada, pero con perspectiva de determinación). La prótasis contiene la partícula si (“ν”) seguida del verbo en subjuntivo (“si alguno creyese”). En la apódosis, la expresión “será salvo” traduce el verbo griego “szsetai” (“σωθσεται”), que es el futuro de indicativo, voz pasiva, de “sds” (“σζω”), salvar. El uso del indicativo indica que se trata de un hecho cierto, sin sombra de duda (cp. Jn. 8:31; 1 Jn. 1:8). 4 Tanto Pedro como Pablo asocian el Señor Adonai de la profecía de Joel, Kyrios según su traducción griega, con Jesús de Nazaret, lo cual es un argumento irrebatible acerca de su deidad, que ambos apóstoles reconocen y confiesan. 5 Newell, p. 325.
ESTUDIO DE LA EPÍSTOLA A LOS ROMANOS
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Estas dos citas de Pablo son una apelación a los judíos para que abandonen su postura legalista y
aislacionista y acepten la oferta de gracia de Dios, cuyos profetas ya anunciaron de antemano: que el
único camino a Dios es mediante la fe, y que está abierto a todos sin diferencia. “Torre fuerte es el nombre
de Jehová; a él correrá el justo, y será levantado (salvo)” (Pr. 18:10).
De esta manera tan magistral y hermosa el apóstol Pablo concluye su exposición acerca de la naturaleza
del plan de salvación (la justicia por la fe) y su aptitud para todo hombre, y pasa a exponer el siguiente
tema principal: el llamado de los gentiles o la responsabilidad de predicar el evangelio a toda nación. Pues
si Cristo murió y resucitó fue para “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de
pecados en todas las naciones” (Lc. 24:46s).
La necesidad de la evangelización (10:14-15) Si la voluntad de Dios es que todos los hombres le invoquen para ser salvos, del mismo modo es su
voluntad que el evangelio se predique a toda criatura. Y del mismo modo que Dios dispone del fin (la
salvación del hombre), dispone también de los medios para llegar a tal fin. Pablo aborda así a
continuación la necesidad de la evangelización. Ya la había hecho notar implícitamente apenas unos
versículos antes: “Esta es la palabra de fe que predicamos” (v. 8). Ahora, para demostrar cuán
indispensable es la evangelización para hacer llegar la palabra de fe enuncia cuatro preguntas retóricas:
“¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han
oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?” (vv. 14s).
Si la salvación se otorga a los que invocan al Señor, difícilmente podrán hacerlo si no han creído antes en
Él; y sería imposible creer sin antes haber oído el mensaje del Señor; así como oír mensaje alguno si nadie
lo anunciare; y nadie lo anunciaría si no hubiera sido divinamente enviado.
Estas cuatro preguntas están elaboradas en forma de concatenación, de tal forma que el verbo final de
cada sentencia es el inicial de la siguiente6. De esta manera Pablo elabora una secuencia cronológica hacia
atrás, partiendo del resultado (la fe) hasta la causa (el envío de mensajeros por parte de Dios). Veamos
cada una de estas preguntas en detalle a continuación.
Primera pregunta: “¿Cómo invocarán…?” “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído?” Aquí Pablo parece aclarar que para ser salvo
no basta con invocar de cualquier manera al Señor, sino que es preciso creer en Él. La salvación no es
nunca ajena a la fe del salvado. Invocar el nombre de alguien para que te auxilie implica que conoces a
esa persona, o al menos has oído hablar de ella, y que crees que puede ayudarte. En el caso del Señor
Jesucristo, ¿cómo podría alguien clamar a Él por salvación si primero no le ha creído como el Hijo de Dios
que dio su vida por él en la cruz? Invocar el nombre del Señor implica que se conoce ese nombre y que
se cree en Él7. En concreto, que se cree en su encarnación, muerte y resurrección conforme al evangelio.
Segunda pregunta: “¿Cómo creerán…?” “¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?” Pablo sigue encadenando eventos de forma
cronológica inversa. Del mismo modo que antes de invocar es necesario creer, también antes de creer
hay que haber oído acerca del Señor. Si nunca hemos oído acerca de nuestro Salvador, ¿cómo podríamos
siquiera creer en Él? Esto lo vemos ilustrado en el segundo diálogo que mantuvo Jesús con el ciego de
nacimiento (Jn. 9:35-38):
6 No confundir este recurso con el sorites (del gr. “σωρτης”, amontonamiento), que es un razonamiento lógico encadenado de proposiciones, a menudo erróneo y falaz. 7 Esta es la única vez en la que Pablo usa en sus escritos la preposición griega “eis” para “creer en”, la cual es en cambio la forma habitual usada por Juan en los suyos para referirse a la fe salvadora.
LA EVANGELIZACIÓN Y LOS JUDÍOS (10:11-21)
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CIEGO: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?»
JESÚS: «Pues le has visto, y el que habla contigo, él es»
CIEGO: «Creo, Señor»
El ciego no podía creer en alguien a quien no conocía, pues nadie le había hablado de él. En cuanto Jesús
se presentó como aquel que le había sanado, el ciego le reconoció enseguida como el Hijo de Dios y pudo
creer. Este y no otro es el objetivo de la predicación: que “resplandezca la luz del evangelio de la gloria
de Cristo [….] para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Co. 4:3-6).
Si el evangelio “es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (1:16) es precisamente porque
presenta a Jesucristo. Marcos comienza su evangelio diciendo: “Principio del evangelio de Jesucristo” (Mr.
1:1). O el evangelio es de Jesucristo o no podrá salvar a quien lo escuche. Por eso Pablo expuso de esa
manera su evangelio cuando llegó a Corinto: “pero nosotros predicamos a Cristo crucificado… Pues me
propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Co. 1:23, 2:2).
Cuando el evangelio comenzó a extenderse por el mundo, la gente creyó cuando oyeron de Jesús: en
Jerusalén (Hch. 2:36-38), en Samaria (Hch. 8:12) y hasta lo último de la tierra (Hch. 8:35-37; 10:36-44). El
evangelio que verdaderamente salva no es el que únicamente habla de salvación, sino aquel que presenta
al Salvador.
Tercera pregunta: “¿Cómo oirán…?” “¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” La lógica del apóstol sigue su curso natural e implacable.
Es imposible que la gente oiga del Señor si nadie les proclama el evangelio8. Es necesario predicarlo a fin
de que la palabra de fe llegue al hombre natural. En su contexto histórico es incluso más evidente, puesto
que al no haber los medios de comunicación actuales la difusión de las noticias se reservaba
prácticamente a los heraldos y pregoneros. Era imposible que alguien oyese de alguna noticia, persona o
acontecimiento si un mensajero no lo anunciase.
Pablo se define a sí mismo en otro lugar como un embajador de Dios. Las palabras que transmite un
embajador no son suyas, sino del que le comisionó; y debe transmitirlas exactamente tal cual le fueron
encomendadas; sin quitar, añadir o modificar nada. Un evangelio adulterado es “otro evangelio”, es
anatema (Gá. 1:6-9). Asimismo, la autoridad con la que un embajador transmite el mensaje no es la suya
propia, sino la de aquel nuevamente que le encomendó la embajada. Los predicadores y evangelistas son
embajadores (2 Co. 5:20) que transmiten un mensaje que Dios tiene para el mundo, y su autoridad para
exhortar al hombre al arrepentimiento no viene de ellos mismos sino de Dios, que les encargó el mensaje.
Cristo mismo está hablando en y por medio de ellos (2 Co. 13:3). Por eso, el mensaje del evangelio no
consiste en palabras humanas, sino que procede de Dios mismo (1 Ts. 2:13).
La predicación es el medio que a Dios le plugo para acercar la salvación al hombre. En concreto, la locura
de la predicación de la cruz de Cristo (1 Co. 1:21). Otros ministerios de la Iglesia (alabanza, ayuda social,
etc.) no dejan de ser importantes, pero sobre todos ellos ha de destacar el de la predicación,
especialmente en un contexto de evangelización. Nadie se convertirá por escuchar coros evangélicos o
por recibir comida y ropa determinados días de la semana. Como dirá a continuación Pablo, “la fe viene
por el oír, y el oír por la Palabra de Dios” (v. 17). Nada excepto la exposición lógica y coherente del
evangelio de Jesucristo podrá mostrar al hombre cuán necesitado está de salvación, y cuán cerca ésta
está de cada uno por la obra de Cristo en la cruz. La frase “¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?”
debe provocar en nosotros una imperiosa necesidad, como Iglesia, a no cesar en predicar el evangelio. La
8 “Predicar” traduce el verbo griego “kryss” (gr. “κηρσσω”), verbo relacionado con “krygma” (predicación).
ESTUDIO DE LA EPÍSTOLA A LOS ROMANOS
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predicación del mismo ha de ser nuestro primer y más ineludible deber, a fin de lograr que todo hombre
a nuestro alrededor escuche el evangelio. Esta frase del apóstol debería martillear nuestras conciencias
cuando nos negamos a hablar de Jesús con nuestros compañeros y amigos, cuando preferimos quedarnos
en casa en vez de asistir a un culto de evangelización, o cuando nuestras iglesias cierran sus puertas por
las tardes debido a la baja asistencia de sus miembros.
Cuarta pregunta: “¿Cómo predicarán…?” “¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?” Nadie puede constituirse embajador a sí mismo; es necesario
que alguien superior le encomiende la embajada y le envíe con su propia autoridad, como su
representante. Así envió Jesús a sus discípulos (Mt. 10:16; Jn. 13:20; 20:21) y así envía a todos los
creyentes en la Gran Comisión (Mt. 28:18-20; Hch. 1:8). En este sentido Pablo dice que nadie podría
predicar el evangelio si no hubiese sido enviado. Nosotros debemos rogar, pero es Dios quien tiene la
potestad de enviar obreros a la mies (Mt. 9:38).
Veamos el ejemplo de Cornelio: un ángel se le apareció y le anunció que hiciera venir a Pedro; “él te
hablará palabras por las cuales serás salvo tú, y toda tu casa” (Hch. 11:14). Ellos serían salvos tras oír el
mensaje del evangelio; pero nunca habrían llegado a oír esas palabras si Dios no les hubiera enviado a
Pedro (Hch. 10:20). Tampoco Pablo se lanzó a la vida misionera por propia iniciativa, sino que fue
apartado y enviado para ello, junto con sus compañeros, por el Espíritu Santo (Hch. 13:1-5; Gá. 2:7s).
El verbo griego para enviar usado por Pablo es “apostéllo” (gr. “ποστλλω”), del cual procede el término
apóstol (gr. “apóstolos”, “πστολος”). Pudiera ser que Pablo tuviese en mente únicamente a los
apóstoles (incluyéndose él mismo), a los cuales Jesús mismo envió. Lucas nos dice que Cristo “llamó a sus
discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles” (Lc. 6:13). Estos Doce fueron
escogidos por el Señor para ser el fundamento de la Iglesia. Jesús tuvo varios seguidores y discípulos, y
muchos fueron testigos de su resurrección, pero estos apóstoles fueron enviados por Jesús de modo
similar a como fue enviado él por el Padre (Jn. 20:21). Eran embajadores en nombre de Cristo, y como
tales obraban en nombre de quien les enviaba y toda su autoridad se derivaba de Él (Mt. 10:40). Pablo
fue también enviado como apóstol en su misma conversión camino a Damasco, cuando Jesús le dijo: “yo
te envío” (gr. “eg apostéllo se”, Hch. 26:17). Por ello él se presenta en sus epístolas como un apóstol
enviado directamente por Dios (1 Co. 1:1; Gá. 1:1, Ef. 1:1, etc.).
Pero también pudiera ser que Pablo estuviera refiriéndose a un concepto más amplio del término apóstol.
“Apóstol” en griego significa “enviado, mensajero” y en ese sentido todo creyente es un apóstol. Sin
embargo, había otros creyentes que recibieron también el nombre de apóstoles, pues eran enviados
como misioneros por sus respectivas iglesias (Hch. 14:14, donde Bernabé es llamado apóstol; 2 Co. 8:23).
No obstante, se reconocía que aun estos otros apóstoles habían recibido un llamado al ministerio por
parte de Cristo (Hch. 13:1-3).
Sea como fuere, se ha entendido tradicionalmente este pasaje como un apoyo al movimiento misionero
cristiano9. No es descabellado pensar que Pablo está cimentando aquí la justificación de su propio
llamamiento a evangelizar a los gentiles, pues no oculta su deseo de que sean precisamente los romanos
quienes le encomienden a la parte occidental del imperio (15:24). Era pues necesario que entendieran
como esto, lejos de ser producto de una motivación personal del apóstol, era consecuencia directa de su
llamado divino como apóstol y parte del plan de salvación de Dios.
9 MacDonald (p. 776), Robertson (p. 407), Pérez Millos (p. 790).
LA EVANGELIZACIÓN Y LOS JUDÍOS (10:11-21)
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Debemos añadir aquí una advertencia. El hecho glorioso de que a Dios le haya placido confiar a los
hombres la promulgación de su evangelio tiene también la otra vertiente de que es necesario que los
evangelistas hayan sido efectivamente llamados y enviados por Dios10. Ya en tiempos de Jeremías Dios
advirtió acerca de aquellos que afirmaban ser portadores de su palabra, pero a quienes no había enviado
(Jer. 14:14; 23:21,32). También Jesús advirtió que quien habla por su propia voluntad no busca la gloria
de Dios, sino la suya propia (Jn. 7:18).
A continuación, Pablo confirma mediante las Escrituras la necesidad de que el evangelio sea anunciado
para que otros puedan creerlo: “Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la
paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (v. 15b). Se trata de una nueva cita del profeta Isaías (52:7)11
en la que anunciaba las buenas nuevas de la liberación del exilio babilónico. Si los que traían tales noticias
eran recibidos así, ¡cómo no deberían serlo los que traen las buenas nuevas de la liberación del poder de
Satanás! Pero además, notemos que en la cita original de Isaías la referencia es a un solo mensajero:
“¡Cuán hermosos son sobre los montes los pies del que trae alegres nuevas, del que anuncia la paz, del
que trae nuevas del bien, del que publica salvación, del que dice a Sion: ¡Tu Dios reina!”. Aquel mensajero
sobre los montes era el Mesías que habría de venir, y que llegó hace dos mil años. Aquellos montes eran
el Sinaí, el de la ley bajo la que nació; el de los Olivos, donde predicó; y, sobre todos, el del Calvario, dónde
logró nuestra salvación (cp. Cnt. 2:8). Ahora, sus enviados continúan su labor y de ellos Pablo dice: “Cuán
hermosos son los pies…”, pues su mensaje de paz y salvación es el mismo12. Sin embargo, Pablo omite la
mención a los montes de la cita de Isaías, pues nosotros ya no tenemos que pasar sobre el Sinaí y sobre
el Calvario. La ley y el juicio de Dios es algo de la que ya hemos sido liberados.
Quizá los predicadores no seamos las personas más famosas ni las mejor vestidas, pero la Biblia dice que
nuestros pies son hermosos, pues con ellos llevamos al mundo un mensaje de buenas nuevas de
salvación, un mensaje de reconciliación de y con Dios. Nuestros pies son hermosos pues están “calzados
con el apresto del evangelio de la paz” (Ef. 6:15). Esto es a la vez motivo de agradecimiento y de deuda.
Los que somos salvos podemos estar agradecidos a Dios por enviar a alguien con el mensaje del evangelio
a nosotros, pero a su vez debemos el evangelio a otros que no han oído (cp. 1:14, donde Pablo se
considera a sí mismo deudor del evangelio al mundo).
Así pues, el argumento de Pablo es que es necesario que sean enviados mensajeros que prediquen el
evangelio o la gente jamás oirá acerca de Cristo. Si la gente oye, podrá creer; pero si no tiene la
oportunidad, jamás lo hará. Y si creen el evangelio, invocarán el nombre del Señor para salvación, de lo
contrario nunca serán salvos. Como Cristo dijo: “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida
eterna” (Jn. 5:24). El primer paso en el camino de la salvación es oír la Palabra de Dios por medio de aquel
a quien Dios envió. No hay ninguna otra forma de alcanzar a Dios si no es por medio de su revelación. En
10 Nos encontramos con una aparente contradicción con lo que estamos afirmando en el permiso de Jesús a expulsar demonios a uno que no era de sus apóstoles (Lc. 9:49s). También en aquellos que en tiempos de Pablo predicaban a Cristo por contienda, lo cual no parecía afectar al apóstol (Fil. 1:15-18). Y mucho antes, Moisés, cuando Josué acusó a unos profetas de no ser de su grupo, exclamó: “Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta” (Nm. 11:25-29). Pero debemos aclarar dos puntos. Primero, no debemos confundir mensaje con mensajero. El mensajero puede no ser aprobado (un predicador que no haya nacido de nuevo), pero el mensaje ceñirse a la palabra de Dios y ser por tanto bendecido por Dios para la conversión de almas. Y segundo, no hay garantías de que todo aquel que obre en el nombre de Cristo cuente con la plena aprobación del Señor en todo lo que hace. No olvidemos que será Él mismo quien juzgará todo asunto de lealtad y obediencia (Lc. 9:23-26). No nos corresponde a nosotros separar la cizaña del trigo (Mt. 13:24ss). 11 Pablo en esta ocasión está más cerca en su cita del pasaje de Isaías del texto hebreo que del griego (LXX). 12 Lacueva hace notar un detalle interesante: “Cita Pablo del profeta Isaías 52:7, en un contexto en que Jehová envía a sus
mensajeros para dar a Sion las buenas noticias de la próxima liberación; esta liberación constituye el tema de gozo y alegría del
capítulo 54; pero, en medio, tenemos el sombrío capítulo 53, con la muerte del Mesías, por cuya obra se obtiene la provisión de
salvación para todo aquel que cree” (p. 1591).
ESTUDIO DE LA EPÍSTOLA A LOS ROMANOS
80
su verdad revelada Dios expone la verdadera condición del hombre, caída y necesitada de salvación; el
carácter amoroso y perdonador de un Dios tres veces Santo, y el medio que Él ha dispuesto (el sacrificio
expiatorio y sustitutorio de su amado Hijo en la cruz) para que podamos ser salvos. El siguiente paso a
dar es creer lo que el Señor nos dice. No hacerlo es rehusar el testimonio que Él nos da, con lo cual le
hacemos mentiroso (1 Jn. 5:10). Si en cambio creemos, depositamos nuestra fe en aquello que el Señor
dice. La fe no es un salto al vacío, sino una respuesta consecuente y responsable con la verdad que Dios
nos ha revelado por Su Palabra. Y el Señor nos dice que el fruto de esta fe es la vida eterna. Dios envía, el
hombre oye, cree y es salvo (tiene vida eterna). Jesús dijo: “Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos
oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán” (Jn. 5:25). Es imprescindible por tanto la
predicación del evangelio para que los llamados puedan ser salvos y pasar así de muerte a vida.
Por otra parte, puesto que la invocación implica fe; la fe requiere conocimiento; el conocimiento, un
anuncio; el anuncio, mensajeros; y los mensajeros, una comisión, es evidente que, puesto que la voluntad
de Dios es que todo hombre sea salvo (1 Ti. 2:4), Dios mismo ha puesto todo lo necesario para que esta
cadena divinamente conectada de causas y efectos pueda llevarse a cabo para llevar la salvación a los
hombres, pues todos sus elementos son necesarios.
Es en este sentido que debemos entender unas palabras de Jesús en la sinagoga de Capernaum: “Ninguno
puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere; y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn. 6:44).
Según la interpretación reformada o calvinista, este versículo prueba que nadie que no haya sido escogido
por Dios puede venir a Jesús para ser salvo. Sin embargo, Jesús da el sentido de su sentencia a
continuación: “Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó
al Padre, y aprendió de él, viene a mí.” (Jn. 6:45). Lo que Jesús por tanto dice es lo mismo que Pablo ha
venido desarrollando en estos versículos: que nadie podría jamás venir a Jesús e invocar su nombre si
Dios no hubiese enviado su palabra a los hombres para enseñarles el camino de salvación. Lejos de limitar
la salvación a unos pocos, el alcance de esta frase abarca a todos los hombres, pues es a todos que Dios
ha enviado su mensaje de salvación.
La incredulidad de Israel (10:16-21) La predicación del evangelio, aunque da la oportunidad a los oyentes de creer, no garantiza por sí sola
que lo hagan. De esta manera llega Pablo a su gran conclusión del porqué de la caída e incredulidad de
Israel. Aunque el anhelo y la oración de Pablo para con sus hermanos eran para su salvación (v. 1), estos
no obstante no parecían responder con fe a la predicación. Así, se ve obligado a reconocer: “Mas no todos
obedecieron13 al evangelio” (v. 16a; cp. 1 Co. 10:5). La expresión “no todos”, ¿se refiere a israelitas o a los
gentiles a los que Pablo había sido enviado como apóstol? Es claro que no todos los gentiles estaban
creyendo el evangelio, sin embargo esta sección hasta el final del capítulo trata de la nación de Israel.
Esto se sustenta no sólo en que las palabras de Isaías que el apóstol cita fueron dirigidas a Israel, sino
también en las dos menciones explícitas que hace Pablo a la incredulidad de Israel (vv. 19 y 21)14.
La no obediencia al evangelio de los judíos no era sólo una característica de los contemporáneos de Pablo.
Ya en tiempos del Antiguo Testamento los israelitas oyeron las buenas nuevas de que Dios salva al que
deposita su fe en Él (Gn. 15:6; Sal. 32:1s; Is. 45:22), como Pablo expuso en el capítulo 4. No obstante, es
cierto que esa rebeldía se declaró abiertamente en hostilidad al evangelio en tiempos de la predicación
13 Aunque no es evidente en nuestras traducciones, en el original griego hay una relación directa entre el verbo oír y el verbo obedecer. Oír traduce el verbo “akoy” (gr. “κοω”), mientras que obedecer traduce “hypakoy” (gr. “πακοω”), que significa literalmente escuchar con atención, y del que se deriva el significado de someterse u obedecer. 14 Hodge considera que esta frase está dirigida a los gentiles, no a los judíos (p. 540). Sin embargo, siendo el contexto la incredulidad de los judíos, no la de los gentiles, esta frase parece más bien referida a los primeros.
LA EVANGELIZACIÓN Y LOS JUDÍOS (10:11-21)
81
apostólica (Hch. 13:45-51; 28:24-29). Sin embargo, la expresión “no todos” indica que el rechazo al
evangelio, aunque virulento, no fue unánime y, si bien una minoría, muchos judíos lo aceptaron, como
Pablo mismo y otros.
La obediencia al evangelio se manifiesta al creerlo (1:5; 15:18; 16:26; Hch. 6:7; 2 Co. 9:13). El evangelio,
aunque predicado por embajadores de Cristo que ruegan al hombre que se reconcilie con Dios (2 Co.
5:20), encierra no obstante un mandato de Dios al hombre a que se arrepienta (Hch. 17:30). Dios no ruega
al hombre (sus embajadores sí), sino que le ordena que deponga su actitud rebelde y se someta a su
autoridad para recibir misericordia y ser salvo. Aquellos que rechazan el evangelio son llamados en la
Biblia desobedientes (11:30; 1 Ti. 1:9; 1 P. 2:8) e hijos de desobediencia (Ef. 2:2; 5:6; Col. 3:6). Sin
embargo, ser desobediente al evangelio no significa ser un insumiso total, pues todos los hombres,
creyentes o incrédulos, somos esclavos de algo: de Dios o del pecado; y desobedecer a Dios significa
obedecer al pecado (2:8; 6:16s).
Pablo afirma que la incredulidad de Israel al evangelio ya había sido anunciada antes por la Escritura:
“pues Isaías dice: Señor, ¿quién ha creído a nuestro anuncio?” (v. 16b). Tanto en tiempos de Isaías como
en los de Pablo era cierto que Israel era incrédula al mensaje de Dios transmitido por sus enviados. Siendo
tal la característica de aquel pueblo, no era de extrañar que estuviesen rechazando ahora el evangelio.
De hecho, Juan cita también esta misma profecía de Isaías para referirse a la negativa de los judíos a creer
en Jesús (Jn. 12:37s). Sin embargo, nada se le puede reprochar a Dios de que no les haya dado todos los
medios para haber creído. El evangelio está encubierto “entre los que se pierden” (2 Co. 4:3) y “la palabra
de la cruz es locura” para ellos (1 Co. 1:18); pero “es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”
(1:16; 1 Co. 1:18,24).
A modo de resumen de su exposición anterior acerca de la necesidad de evangelizar, Pablo dice a
continuación: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (v. 17). Condensa así en tres
etapas (predicación, oír, fe) su exposición anterior en cinco etapas (enviar, predicar, oír, creer, invocar).
El hecho de que sean pocos los que crean nuestro anuncio no debería desmotivarnos para dejar de
predicar el evangelio, sino servirnos de acicate para predicarlo con más ahínco. Que sean pocos los que
creen el evangelio es una razón para buscar su máxima extensión, pues cuantos más lo escuchen, más se
salvarán, aun cuando sean una pequeña proporción del total. Si el evangelio es por naturaleza apto para
todo hombre y Cristo es Señor tanto de judíos como de gentiles, entonces, para cumplir su propósito, es
necesario que el evangelio sea predicado a todos los hombres, pues “la fe viene por el oír15”. No importa
que la mayoría no crea; es necesario predicar, pues la fe no vendrá de otro modo.
Que la fe venga por el oír no apoya la enseñanza de que la fe es dada por Dios como un don. Los que así
lo afirman se apoyan en Efesios 2:8: “… salvo por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de
Dios”. Que el don no se refiere a la fe es evidente puesto que, tanto en castellano como en el griego
original, esto es neutro mientras que fe es femenino. Más bien, lo que es don de Dios es todo lo
mencionado por el apóstol: la salvación por gracia mediante la fe. Pero la fe que salva tampoco es innata
en el hombre; nace en él a causa de la predicación, tras oír la palabra de Dios. La fe no es sino la respuesta
correcta del hombre al mensaje de Dios.
15 Es de notar que la palabra traducida como anuncio en 10:16 y como oír en 10:17 es la misma en griego: “ako” (“κο”), que se traduce como oído, oír o mensaje. Una traducción alternativa de 10:17 es: “Por tanto, la fe viene de la predicación, y la predicación, por la palabra de Cristo” (Nueva Biblia de Jerusalén).
ESTUDIO DE LA EPÍSTOLA A LOS ROMANOS
82
Y si la fe viene por el oír, es preciso que haya algo que sea oído: la palabra de Dios16. Si bien no todo el
que oye la palabra de Dios será salvo, nadie lo será tampoco sin haberla oído. La gente no se salva por
nuestros razonamientos, ni por nuestras experiencias y testimonios personales, ni por nuestros himnos,
aunque todo esto pueda llamar en un principio su atención. La Biblia afirma que la fe que salva sólo viene
por oír la palabra de Dios, la cual es viva y eficaz (Jn. 6:63,68; He. 4:12), afilada y penetrante (He. 4:12; Ef.
6:17), actúa en las personas (1 Ts. 2:13) y puede hacernos sabios para la salvación (2 Ti. 3:15). Es Dios
quien, por medio de su Espíritu, abre el corazón de las personas para que estén atentas a su mensaje y
puedan ser salvas (Hch. 16:14; cp. Cnt. 5:4). Dios ha dado su palabra, así que el que quiera puede oírla; y
tras oírla, puede entonces creer. Si Dios no hubiera hablado, la gente no oiría ni tampoco podría creer.
Pero ahora Dios ha hablado; es responsabilidad del hombre oír y creer el evangelio. La palabra de Dios
cumplirá el propósito divino para el que fue enviada (Is. 55:11): si el hombre la cree, recibirá salvación
(Ef. 1:13); si no, será juzgada por ella (Jn. 12:48).
¿Cuál fue para Pablo la razón por la que no creyeron los israelitas en su gran mayoría? El apóstol primero
descarta dos posibles excusas (vv. 18-20) y después da su propia explicación (v. 21), sustentándose para
ello nuevamente en las Escrituras.
Israel no tiene excusa (10:18-20)
Han oído el evangelio (10:18)
Pablo se anticipa en primer lugar a cualquier objeción sobre si Israel ha tenido una oportunidad adecuada
de oír el mensaje del evangelio y descarta que no lo haya oído. La primera excusa de la incredulidad de
Israel vendría a decir que, puesto que “la fe viene por el oír” pero Israel en su mayoría no cree, ¿será
porque no ha oído el mensaje? Así Pablo se pregunta: “Pero digo: ¿No han oído?” (v. 18a).
Pablo niega esta posibilidad citando el salmo 19:4: “Antes bien: Por toda la tierra ha salido la voz de ellos,
y hasta los fines de la tierra sus palabras”17 (v. 18). Lo primero que llama la atención de la cita que hace
Pablo es que el salmista no está inicialmente hablando de predicadores humanos, sino de la revelación
general manifestada en la creación de Dios. Ciertamente Pablo ya había indicado que la creación de Dios
anuncia su gloria por toda la tierra (1:20), pero la intención de Pablo es, usando una técnica de exégesis
rabínica, identificar la primera parte del salmo 19, relacionada con la revelación general de Dios, con la
segunda, en la que el salmista sí habla de la revelación escrita de Dios. Esto le permite, adaptando el
lenguaje de la Escritura a sus propias ideas, identificar el testimonio universal de la creación con el del
mensaje que anuncia la Iglesia, pues al igual que Dios no se ha dejado de revelar al hombre en todo lugar
mediante las cosas hechas, es también su voluntad que su evangelio sea anunciado “en Jerusalén, en toda
Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:8).
¿Y ha sido efectivamente predicado su evangelio “hasta los fines de la tierra”18? Si no podemos afirmarlo
hoy en día; mucho menos en tiempos de Pablo. Es cierto que él había ayudado más que ningún otro
apóstol a extender el evangelio por todo el imperio romano, de tal modo que les escribe diciendo a los
colosenses: “la palabra verdadera del evangelio, que ha llegado hasta vosotros, así como a todo el mundo,
[…] el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo” (Col. 1:5s,23). Pero si entendemos
16 Mientras las traducciones basadas en el texto griego bizantino o Textus Receptus vierten “la palabra de Dios”, las traducciones basadas en el texto crítico o Nuevo Testamento Griego (NTG) vierten la lectura alternativa “la palabra de Cristo”. Su sentido es “la palabra (acerca) de Cristo” (genitivo objetivo). Tanto la palabra de Dios como la palabra de Cristo son equivalentes a “la palabra de fe” (v. 8). 17 Nuevamente Pablo cita de la LXX, no del texto hebreo. En la LXX esta cita se corresponde con el salmo 18:5. 18 El término “tierra” en la expresión “hasta los fines de la tierra” es “oikoymén” (gr. “οκουμνη”), que se puede traducir como tierra habitada: los límites del imperio (cp. Lc. 2:1).
LA EVANGELIZACIÓN Y LOS JUDÍOS (10:11-21)
83
esta extensión del evangelio referida a todos los hombres, es evidente que esto es una hipérbole, una
exageración del apóstol, porque si bien había abarcado prácticamente toda la mitad oriental del imperio,
aún le restaba llegar a la mitad occidental (15:23s). Pero no es necesario entenderla así si nos referimos
únicamente a los judíos. Sin duda, por cuanto Pablo está aludiendo a la difusión del evangelio entre los
judíos, podemos entender las expresiones “Por toda la tierra” y “hasta los fines de la tierra” en el sentido
de que en cualquier parte donde hubiera una comunidad de judíos establecida, el evangelio les había sido
anunciado19. Ellos conocían la revelación general y la escrita de Dios; y si el evangelio había llegado a los
gentiles, antes les había llegado a ellos.
Pero no solo les había llegado el evangelio, sino que de antes poseían las Escrituras, las cuales hablaban
de Jesús (Lc. 24:27; Lc. 5:39). Y si los judíos habían oído, ya no podían alegar esta excusa; su
responsabilidad era grande pues conocían bien el mensaje de Dios. El llamamiento de Dios a los gentiles
no había excluido a Israel en absoluto, sino que había partido precisamente de él. Todos ellos podían
decir junto con el salmista: “Todos los términos de la tierra han visto la salvación de nuestro Dios” (Sal.
98:3b).
Han entendido el evangelio (10:19-20)
Pero pudiera haber ocurrido que, pese a haber oído el evangelio, Israel no lo hubiese entendido:
“También digo: ¿No ha conocido esto Israel?” (v. 19a). De hecho ya Jesús advirtió sobre la posibilidad de
que se oyese la palabra del evangelio sin lograr entenderla en su parábola del sembrador (Mt. 13:19).
Pero, ¿acaso ignoraba Israel la intención de Dios de incorporar en su plan de salvación también a los
gentiles, incircuncisos y sin ley?
Pablo va a descartar esta posibilidad citando de nuevo a Moisés20: “Yo os provocaré a celos con un pueblo
que no es pueblo; con pueblo insensato os provocaré a ira” (v. 19b; Dt. 32:21). Pablo expone así que Dios
había ya anunciado en tiempos del Éxodo que en esos postreros tiempos los judíos iban a ser enfrentados
al rechazo de Dios y su sustitución por los gentiles, a fin de provocarles a celos (cp. 11:11), del mismo
modo que ellos le habían rechazado, sustituido y provocado con dioses falsos.
A continuación cita nuevamente al profeta Isaías: “E Isaías dice resueltamente: Fui hallado de los que no
me buscaban; me manifesté a los que no preguntaban por mí” (v. 20; Is. 65:1). Aquellos gentiles, que
provocarían a celos e ira a Israel, alcanzarían la justicia que ellos buscaban y que se les negaría. La
expresión “resueltamente” aplicada a Isaías significa que éste fue extremadamente osado al confrontar
a sus contemporáneos con esta realidad, pues corría el peligro de ser apresado21. Nadie se hubiera
atrevido a decir eso, si no fuera Dios mismo hablando por él.
El argumento de Pablo es que siendo los gentiles un pueblo insensato, que no entendía los caminos de
Dios (cp. 2:17-20) ni le buscaba (cp. 9:30), en cambio no tuvieron problemas para recibir, entender,
aceptar y finalmente creer el evangelio cuando les fue presentado. Ellos no buscaban a Dios, pero Dios
salió a buscarles y les halló, y fue hallado por ellos (cp. Lc. 19:10). Los gentiles no éramos siquiera
considerados pueblo por los judíos, pero ahora hemos venido a ser pueblo de Dios (Ef. 2:11ss; 1 P. 2:10).
Por otro lado, siendo Israel un pueblo no insensato, instruido en el carácter y los caminos de Dios,
debieron haber tenido muchos menos impedimentos para entender su evangelio. Puesto que no lo
19 F. F. Bruce llama a este concepto “universalismo representativo” (The Letter of Paul to the Romans, p. 194). Citado por Stott (p. 334). 20 Nótese como Pablo atribuye a Moisés la autoría humana de Deuteronomio, algo que los críticos liberales niegan en la actualidad. La cita que Pablo hace es nuevamente tomada de la LXX. 21 Esto fue precisamente lo que provocó Jesús en los fariseos al darles un mensaje similar con la parábola de la viña y los labradores malvados: procuraban apresarle al entender que lo decía por ellos (Mr. 12:1-12).
ESTUDIO DE LA EPÍSTOLA A LOS ROMANOS
84
hicieron, es que a nosotros nos fueron dadas las bendiciones a las que ellos aspiraban (Mt. 21:43; 1 P.
2:9). Los gentiles somos aquellos que caminaban por los caminos y los vallados y fueron forzados a entrar
en la cena que organizó aquel hombre, a la que ninguno de los convidados (judíos) quiso asistir (Lc. 14:15-
24).
Una verdad que nos debe hacer reflexionar es este hecho de que Dios sea hallado por gentes que
aparentemente estaban muy alejados de Él, mientras que en cambio esté ausente para aquellos que se
creían estar en su misma presencia. Nuevamente, el pueblo evangélico debe ver este ejemplo de Israel
como una exhortación a examinarse y ver en qué confía y en qué basa su relación con Dios. ¿Por qué
creemos que somos pueblo de Dios? ¿No habrá en nosotros el mismo espíritu aislacionista y posesivo de
Dios con respecto a otros cristianos, que había también en Israel con respecto a las demás naciones?
¿Cuántos habrá en nuestras iglesias que se creerán formar parte del pueblo de Dios por el simple hecho
de ser evangélicos, sin haber nacido realmente de nuevo?
Pablo ha reafirmado dos aspectos del llamado a los gentiles. El primero es que había sido ya predicho
desde el principio por las Escrituras, por lo que formaba parte del plan de Dios y no fue un cambio
introducido a última hora motivado por el rechazo de Israel. Y en segundo lugar, Pablo está vindicando la
predicación a los gentiles, la cual siempre había defendido como su propio llamado (Gá. 1:16; 2:2-9). Dios
había anunciado la conversión de los gentiles, había provisto un medio de salvación apto para todo
hombre, y había declarado que cualquiera que invocase su nombre sería salvo. Era por tanto su voluntad
que a aquellos que habían de creer se les predicase el evangelio, ya fueran judíos o gentiles.
La causa de la incredulidad de Israel (10:21) Si pues Israel había oído el evangelio, y no debieron haber tenido ningún problema para entenderlo, ¿por
qué entonces no lo recibían y creían, como los gentiles? La respuesta está en la continuación de la profecía
de Isaías que Pablo acaba de citar: “Pero acerca de Israel (Isaías) dice: Todo el día extendí mis manos a un
pueblo rebelde y contradictor” (v. 21, Is. 65:2). Termina pues este capítulo con una nota oscura y de
tristeza, no de alegría. Tenemos aquí el mismo sentimiento de amor dolido por el rechazo de Israel que
encontramos en las palabras de Jesús sobre Jerusalén (Mt. 23:37s). Cristo vino a lo suyo, pero lo suyos no
le recibieron (Jn. 1:11).
La explicación acerca de la incredulidad de Israel no era que fuese producto de su ignorancia ni de su falta
de entendimiento, sino de su rebeldía. Si bien era cierto que ignoraban “la justicia de Dios” (v. 3), no era
menos cierto que esa ignorancia era voluntaria. Esto no dejaba a los judíos en una situación mejor que la
del Faraón del Éxodo. La ignorancia, cuando es voluntaria, no es posible excusarla. Barclay menciona los
siguientes tres tipos de ignorancia voluntaria inexcusable22:
1. Ocurre así cuando se tiene el acceso al conocimiento, pero se prefiere no hacer uso de él. Como
cuando teniendo el manual de instrucciones de un aparato, preferimos probar nosotros y
acabamos estropeando algo. Es inútil alegar ignorancia porque lo cierto es que no quisimos
aprender. Israel de igual modo tenía acceso a toda la sabiduría de la revelación de Dios, pero no
querían ver en ella el verdadero camino de Dios sino establecer el suyo propio.
2. Otro tipo de ignorancia voluntaria es cuando nos negamos a ver una realidad que tenemos frente
a nuestros ojos. Como se suele decir, “no hay peor sordo que el que no quiere oír”. De esto pecaba
igualmente Israel, rechazando los avisos y ofertas que Dios le enviaba constantemente, haciendo
caso omiso.
85
3. Aun un tercer tipo de ignorancia voluntaria es cuando en nuestro fuero interno sabemos la
verdad, pero nos negamos a aceptarla. Podemos alegar ignorancia pero en el fondo no es sino
falsedad. Cuando los judíos entregaron a Cristo, tanto Pablo como Pedro lo achacan a su
ignorancia (Hch. 3:17; 1 Co. 2:8); pero ciertamente ellos sabían en lo profundo de su corazón que
aquel hombre era el que había de venir (Jn. 3:2; 11:47).
El contraste entre la actitud de los gentiles y la de los judíos no podía ser más grande. Los gentiles no
buscaban a Dios ni trataban de presentarse ante Él. Es Dios quien en su gracia se presenta a ellos y les
dice: “Heme aquí” (Is. 65:1). La consecuencia fue que hallaron al Dios por el cual no preguntaban. Del
mismo modo Dios extendió sus manos hacia Israel para ser hallado igualmente por ellos. Pero pese a
mantener sus manos extendidas por largo tiempo (“todo el día”), fueron rechazadas por “un pueblo
rebelde y contradictor” (cp. Pr. 1:24). Dios, como un Padre amante y perdonador, extendía sus manos a
Israel para restablecer una relación rota por el pecado; pero Israel, como un hijo desobediente, rechazaba
repetidamente esa oferta y se obstinaba en su actitud rebelde (cp. Jer. 44:16; Ez. 33:31s). Esteban acusó
de igual modo a la nación de Israel de incredulidad y de rebeldía (Hch. 7:51). Pablo expone aquí citando
la ley (Moisés) y los profetas (Isaías) que tal rechazo por parte de Israel hacia su Mesías no cogió a Dios
por sorpresa.
Un ejemplo que podemos observar en el Antiguo Testamento es Nínive. Una ciudad gentil inmoral y
sanguinaria, pero que tras la predicación de un solo profeta escéptico ante el resultado creyó a Dios, se
arrepintió sinceramente y fue perdonada (Jon. 3:4-10). Otra ciudad inmoral, Jerusalén, recibió en cambio
la visita de incontables profetas y tras hacer caso omiso una y otra vez, fue finalmente destruida por los
caldeos. Dios, a la hora de perdonar o condenar, no tiene en cuenta el origen de cada persona y pueblo,
sino cómo reacciona ante su mensaje: con fe o con incredulidad.
Hay aquí otra advertencia muy seria para nosotros. Todos los hombres deben tener sumo cuidado en
cómo desaíran la misericordia de Dios, y especialmente en cómo hacen oídos sordos a las invitaciones
del evangelio. Los tratos de Dios, aun con los mayores pecadores, están siempre llenos de ternura y
compasión. Todo el día extiende sus brazos misericordiosos a criaturas que son sus enemigos declarados,
desobedientes y rebeldes. Pero cuando Dios retira su oferta de misericordia al contumaz, su destino está
sellado. Esto será reconocido por todos aquellos que perecen en sus pecados cuando comparezcan ante
el tribunal de Dios, para su propia confusión y condenación, y para gloria de la longanimidad de Dios.
Rehusar creer no es sólo rechazar una invitación (Lc. 14:16-24); es quebrantar un mandamiento divino
(Hch. 17:30). Por tanto, el que no cree es condenado (Mr. 16:16; Jn. 3:36).
Conclusión Llegamos así al final del capítulo 10. En el capítulo anterior Pablo había apuntado a la elección de Dios
como el motivo por el cual Israel había quedado fuera de la salvación de Dios. Ahora da la clave del porqué
de su no elección: la rebeldía de Israel ante la oferta de salvación de Dios. Quedan reafirmadas tanto la
soberanía de Dios al salvar sólo a aquellos que creen, como la responsabilidad humana al rechazar
voluntariamente creer. Aquellos que se salvan, tienen motivos para dar gracias a Dios. Aquellos que se
pierden, sólo pueden culparse a sí mismos, “por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos”
(2 Ts. 2:10).
No obstante, el hecho de que Dios se haya manifestado a los gentiles y haya rechazado a Israel por su
incredulidad no es motivo para enorgullecernos de manera impropia, sino que ha de servirnos de aviso,
como Pablo dirá a continuación en el próximo capítulo de la epístola.
ESTUDIO DE LA EPÍSTOLA A LOS ROMANOS
86
La nación de Israel, si bien no rechazada en su totalidad, ha perdido todos sus privilegios de que
disfrutaba. Ahora, los israelitas que deseen ser salvos lo pueden ser, pero en un plano de igualdad y bajo
los mismos términos que el resto de naciones. La pared intermedia que separaba a judíos y gentiles ha
sido derribada y el medio de salvación es el mismo para ambos: invocar el nombre de Jesús el Señor. Pero
esto no significa que Dios haya rechazado por completo y definitivamente a la nación de Israel. La caída
de Israel no es ni total ni definitiva, pues dentro de ella queda aún un remanente al cual Dios hace objeto
de su elección, en cumplimiento del pacto abrahámico por el cual la simiente de Abraham (ese remanente