la espada del espíritu

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P. Carlos Triana, eudista La Espada del Espíritu

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El espiritu santo y el poder en la iglesia, to lo que el espiritu nos aporta como verdadero cristiano

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Page 1: La Espada del Espíritu

P. Carlos Triana, eudista

La Espada del Espíritu

Page 2: La Espada del Espíritu

La Espada del Espíritu© P. Carlos Triana, eudistaMéxico, D.F.

Reservados todos los derechosAbril 2011

Prohibida la reproducción total o parcial de este libro,por cualquier medio, sin permiso escrito del autor.

Page 3: La Espada del Espíritu

3La Espada del Espíritu

Introducción

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Contenido

Introduccion

i. El Espíritu Santo y la Palabra

ii. Los Siete Cuerpos de la Palabra

El Cuerpo de la Creación1. El cuerpo de los Profetas2. El Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo3. El Cuerpo místico de Cristo que es la 4. IglesiaEl Cuerpo de la Sagrada Liturgia5. El Cuerpo de los Santos y de las 6. CongregacionesEl Cuerpo de las Sagradas Escrituras7.

III. Siete Cuerpos y un Solo Espiritu

El Espíritu nos da la Palabra de Dios1.

1.1. El Espíritu nos da la Palabra de Dios para que creamos

1.2. El Espíritu nos da la Palabra para que oremos

1.3. El Espíritu nos da la Palabra para que la anunciemos

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La Espada del Espíritu

2. La Palabra de Dios nos da el Espíritu Santo

2.1. En primer lugar, para ser santos, para ser evangelios vivos.

2.2. En segundo lugar, para llenarnos de dones, de carismas, de gracias y bendiciones espirituales

2.3. En tercer lugar, para luchar contra el mal

2.4. En cuarto lugar, para hacer el bien2.5. En quinto lugar, para interpretar

la Palabra2.6. En sexto lugar, para dar la vida2.7 En séptimo lugar, para evangelizar

Conclusion

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5La Espada del Espíritu

El Santo Padre Benedicto XVI nos ha re-galado la maravillosa exhortación apostólica postsinodal VERBUM DOMINI o La Palabra del Señor. Esta ex-hortación versa sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia.

Me ha emocionado mucho encontrar en ella, de manera re-petida en todas sus páginas, la maravillosa relación entre el Espíritu Santo y la Palabra. Al fin y al cabo la Palabra es “La Espada del Espíritu” (Cfr. Ef 6, 17). De esta relación trato en la primera parte de la presente catequesis

La definitiva relación entre el Espíritu y la Palabra consiste en que el Espíritu nos da la Palabra y la Palabra nos con-cede el Espíritu.

En la segunda parte trato de cómo el Espíritu nos da la Palabra por medio de siete cuerpos. Pues entre los mu-chos párrafos que me impactaron de Verbum Domini, está el siguiente que inspiró el fondo de esta enseñanza:

Introducción

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La Espada del Espíritu

“Puesto que la Palabra de Dios llega a nosotros en el cuerpo de Cristo, en el cuerpo eucarístico y en el cuerpo de las Escrituras, mediante la acción del Espíritu Santo, sólo puede ser acogida y compren-dida verdaderamente gracias al mismo Espíritu” (VD 16)

El Papa habla de tres cuerpos a través de los cuales llega a nosotros la Palabra. Y cada uno de esos cuerpos es obra del Espíritu. Por tanto solo podremos recibir la Palabra abiertos a la gracia del Espíritu Santo en nosotros

Creo que además de los tres cuerpos de que habla el Papa, la Palabra viene a nosotros en cuatro cuerpos más. Sí, hay siete cuerpos armados al cinto con “La Espada del Espí-ritu”. La Palabra Santa llega a nosotros a través de siete cuerpos que nos hablan de Dios

Son siete cuerpos diferentes pero un mismo Espíritu y una sola Palabra. Pues Dios no tiene sino una sola Pala-bra y un solo Espíritu. En el tercer capítulo trato el tema de la Palabra que nos da el Espíritu y del Espíritu que nos da la Palabra, bajo el título Siete Cuerpos y un solo Espíritu. Meditamos aquí en cómo esos siete cuerpos son obra del Espíritu para transmitir la misma Palabra.

Todo el librito es un conjunto de miradas diversas a la rela-ción entre Espíritu y Palabra, es una aproximación a las va-riadas relaciones entre la Palabra y el Espíritu, “las dos manos del Padre”. Dios vino a nosotros por el Verbo y el Espíritu, nosotros iremos a él por medio del Espíritu y el Verbo.

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7La Espada del Espíritu

Introducción

El riesgo de esta catequesis estriba en que puede movernos a ser evangelizadores santos, llenos de Palabra de Dios y de Espíritu divino.

Dedico esta catequesis, que es como una casita bella,

con paciencia y amor labrada, a ese sueño insistente y amoroso

que pinta, cada noche,de paisajes celestes,

palabras y fantasmas,mis pestañas y almohadas.

Comencemos orando este himno titulado “Laudes de Pentecostés”

¡El mundo brilla de alegría! ¡Se renueva la faz de la tierra!

¡Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo!

Ésta es la hora en que rompe el Espíritu

el techo de la tierra, y una lengua de fuego innumerable purifica, renueva, enciende, alegra

las entrañas del mundo.

Ésta es la fuerza que pone en pie a la Iglesia

en medio de las plazas, y levanta testigos en el pueblo

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La Espada del Espíritu

para hablar con palabras como espadas delante de los jueces.

Llama profunda que escrutas e iluminas el corazón del hombre:

restablece la fe con tu noticia, y el amor ponga en vela la esperanza

hasta que el Señor vuelva

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9La Espada del Espíritu

Dios es una persona. Por ser persona es alguien que dialoga. Tiene por tanto una Palabra que co-municar. Esa Palabra es algo suyo que existe en él desde siempre, eternamente como él: “Al principio ya existía la Palabra. La Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios” ( Jn 1, 1). Este Dios de diálogo “expresa desde la eter-nidad su Palabra en el Espíritu Santo” (VD 6).

“La comunicación que Dios hace de sí mismo implica siem-pre la relación entre el Hijo y el Espíritu Santo, a quienes Ireneo de Lyon llama precisamente « las dos manos del Padre »” (VD 15). Con esas dos manos el Padre nos da su abrazo de amor y el beso de la paz. El Padre con sus dos manos amorosas nos toma, nos orienta, nos levanta y nos muestra su voluntad. Por eso tanto su Palabra como su Espíritu son guías para el creyente. Son las dos manos que nos señalan el camino, que nos toman de las manos y nos llevan hacia el Reino.

La misma Verbum Domini resalta la importante relación entre el Espíritu y la Palabra: “Los Padres sinodales han querido señalar la importancia de la acción del Espíritu

I. El Espíritu Santo y la Palabra

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La Espada del Espíritu

Santo en la vida de la Iglesia y en el corazón de los creyen-tes en su relación con la Sagrada Escritura” (VD 16)

No podemos separar entonces al Espíritu de la Palabra, ni al Verbo de Aquél. La Palabra es “La Espada del Espíritu”. Sin la misión del Espíritu la misión del Hijo, Verbo encar-nado, no hubiera tenido fruto; sin la misión del Hijo el Espíritu no hubiera sido enviado.

Y así como el Espíritu inspiró y encarnó la Palabra, tam-bién dio nacimiento a la Iglesia para encargarle la Palabra. El Espíritu armó a la Iglesia con su Espada poderosa para que lleve a cabo bien, la misión evangelizadora encomen-dada. Por eso todos los días la inspira para que interprete la Palabra, la adapte y la anuncie con audacia y valentía. Estas tres realidades: Espíritu, Palabra e Iglesia no se pue-den separar.

El Espíritu Santo que inspiró y preservó las Sagradas Es-crituras, el que encarnó la Palabra, acompaña ahora a la Iglesia en su misión, y por medio de ella, con el poder de la Palabra, ilumina, enseña, guía, convence y transforma a los hombres.

Así como el Espíritu formó la Palabra en los profetas, y formó al Verbo en María, y lo forma en cada Eucaristía, por medio de la Palabra predicada por la Iglesia, y bajo su guía, forma a Nuestro Señor Jesucristo en los oyentes de la Palabra:

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11La Espada del Espíritu

El Espíritu Santo y la Palabra

“La misión del Hijo y la del Espíritu Santo son insepara-bles y constituyen una única economía de la salvación. El mismo Espíritu que actúa en la encarnación del Verbo, en el seno de la Virgen María, es el mismo que guía a Jesús a lo largo de toda su misión y que será prometido a los discípulos” (VD 15).

Las Escrituras son entonces “Espíritu-Palabra en la Iglesia para que el mundo tenga vida”, para que el mundo crea y se salve. Jesús mismo nos recuerda que sus palabras son Espíritu y vida (Cfr. Jn 6, 63), y san Pedro lo gritará. “Tú solo tienes palabras de vida eterna” ( Jn 6, 68).

Es el Espíritu quien da la Palabra de Dios. Siempre nos la ha dado. El es quien arma a la Iglesia, con su cortante espada.

La Palabra es espada, es un arma para el cristiano, capaz de penetrar en lo más profundo de Dios y de los hombres:

“La Palabra de Dios tiene vida y poder, es más aguda que espada de dos filos y penetra hasta lo más pro-fundo del alma y del espíritu, hasta lo más íntimo de la persona” (Heb 4, 12).

La Palabra es espada porque es un arma infalible para de-fendernos del Enemigo:

“Todas las Palabras de Dios son una defensa para quienes se refugian en él” (Prov 30, 5-6).

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La Palabra es un arma poderosa para vencer al Enemigo, como lo hizo Cristo en el desierto, cuando el Diablo lo ten-tó. Lo venció a punta de Palabra, lo venció con “La Espada del Espíritu”, de ese Espíritu Santo que lo acompañaba y guiaba en el desierto (cfr. Lc 4, 1 ss). Al diablo lo venció Cristo, pues él es el fiel, el vencedor, la mismísima “Espada del Espíritu”, pues él es la Palabra santa de Dios encarnada:

“Vi el cielo abierto y apareció un caballo blanco y el que lo montaba se llamaba fiel y verdadero… su Nombre era la Palabra de Dios. Le salía de la boca una espada afilada…” (Ap 19, 15).

Cuando Juan describe a Cristo resucitado dice que “vestía larga túnica y llevaba una faja de oro a la altura del pe-cho. Los cabellos de su cabeza eran blancos como la lana y como la nieve, sus ojos eran como llamas de fuego; sus pies como bronce en horno de fundición, y su voz como estruendo de aguas caudalosas: Tenía en su mano dere-cha siete estrellas; de su boca salía una espada cortante de doble filo y su rostro era como el sol cuando brilla con toda su fuerza. Cuando lo vi, me desplomé a sus pies como muerto, pero él puso su mano derecha sobre mí, diciendo: no temas; yo soy el primero y el último; yo soy el que vive: Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo en mi poder las llaves de la muerte y del abismo” (Ap 1, 13-18).

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13La Espada del Espíritu

“La Palabra de Dios llega a nosotros en el cuerpo de Cristo, en el cuerpo eucarístico y en el cuerpo de las Escrituras, mediante la acción del Espíritu Santo…”

(VD 16)

1. El Cuerpo de la Creación

Por medio de la hermosura del Cosmos Dios nos habla. El Universo ordenado y esplendoroso es una maravillosa página escrita por Dios, es un libro abierto que habla de Dios (Cfr Sab 13, 1), a través del cual Dios nos habla.

La creación misma nos grita que Dios existe y que por medio de ella se comunica con nosotros:“El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento prego-na la obra de sus manos” (Sal 19, 1)“Dios mío, tú estás por encima del cielo. ¡Tu gloria llena toda la tierra!” (Sal 57, 5)

San Juan Eudes nos recuerda que Dios está presente en su Creación que “El es el ser de las cosas que existen, la vida de las cosas vivas, el poder de las cosas poderosas, la sabiduría de las

II. Los Siete Cuerpos de la Palabra

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cosas intelectuales, la bondad de las cosas buenas, la belleza de las cosas bellas, la luz de las cosas luminosas, la estabilidad y firmeza de las cosas estables y firmes, la inmortalidad de las cosas inmor-tales, la bienaventuranza y la felicidad de los seres felices. En fin Dios comunica su ser y sus perfecciones a lo que existe”.1

Por tanto, en la creación están las expresiones y vestigios de Dios que nos habla: “todas las cosas que Dios ha creado son imágenes y semejanzas, vestigios y trazos, expresiones y participaciones de la Divinidad”2, pues “por una comunica-ción libre y no necesaria, Dios comunica su imagen, su seme-janza, su sombra y sus vestigios a todas las creaturas”3.

El universo fue creado por la Palabra: “por tu Palabra has hecho todas las cosas” (Sab 9, 1). “Alaben el nombre del Señor pues él dio una orden y todo fue creado” (Sal. 148, 5). En efecto, nos dice San Pablo que todo fue creado por El y para El (Col 1, 16) “Por medio de su Palabra Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él” ( Jn 1, 3). Como dice el Prefacio Común VI de la misa: “Por El, que es tu Palabra, hiciste todas las cosas…”

El universo fue creado por la Palabra y también por el So-plo de Dios, que es el Espíritu Santo. En el momento de la creación el Espíritu aleteaba sobre la superficie de las aguas (Gen 1, 2). El está presente allí donde Dios crea porque El es Señor y dador de vida. La Palabra misma asegura que“el Espíritu del Señor llena el Universo, lo abarca todo” (Sab 1, 7) “Tu soplo incorruptible está en todas las cosas” (Sab 12, 1).1 OC VI, 426-427, Obras Completas de san Juan Eudes, en 12 tomos.2 OC VI, 4183 OC VI 426

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15La Espada del Espíritu

Los Siete Cuerpos de la Palabra

La Palabra de Dios es creadora y conservadora. Dios ha-bla poco, no tiene sino una Palabra en la boca, pero con esta sola palabra le ha dado el ser a todo y conserva todo: “El sostiene todas las cosas con su Palabra poderosa” (Heb 1, 3) “Dios ha creado el mundo y a cada momento le impide caer en la nada, por eso lo sostiene y conserva perpetuamente, y la conservación del mundo es una creación perpetua y continua”4.

Por medio del Espíritu Dios conserva su obra: Si el Es-píritu dejara de aletear en el mundo, este universo se des-plomaría. “No son las cosechas de la tierra las que alimen-tan al hombre, sino que es tu Palabra la que mantiene a los que en ti confían” (Sab 16, 26).

Con razón nos dice Job que si Dios retirara su soplo de nuestro barro, pereceríamos (Cfr. Job 34, 14-15). Esto también lo dice el salmista: “Escondes tu rostro y se ano-nadan, les retiras su soplo, y expiran y a su polvo retornan. Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra”. (Sal 104, 29-30).

Dios hace y conserva todo con sus dos manos, el Verbo y el Espíritu. Sus dos manos obran juntas. El Padre obra con el Verbo y el Espíritu, por el Verbo y el Espíritu. Y ellos por El y con El. Con sus dos manos, Dios modela, conduce, sostiene. San Irineo dirá: “Desde siempre, están junto a El, el Verbo y la Sabiduría, el Hijo y el Espíritu. Por ellos y en ellos ha hecho todas las cosas, libremente y con toda independencia…”

4 OC II, 148

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Los signos de los tiempos

En esta creación, Dios inauguró una historia de salvación con los hombres. En dicha historia suceden muchos acon-tecimientos. Estos acontecimientos son llamados “signos de los tiempos”, y por medio de ellos Dios nos habla, nos interpela, nos muestra su voluntad.

Es la misma Palabra de Dios la que nos invita a descubrir a Dios en su obra: “Totalmente estúpidos son todos los hom-bres que no han conocido a Dios, los que por los bienes visi-bles no han descubierto al que existe, ni por la consideración de sus obras han reconocido al que las hizo” (Sab 13, 1).

Y como lo predicó Pablo: en verdad Dios no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17, 27-28) Y “porque es el Creador soberano y libre, causa primera de todo lo que existe, está presente en lo más íntimo de sus criaturas” (CEC 300).

La Palabra de Dios llega pues a nosotros en el cuerpo de la Creación, en la historia de la Salvación, por medio de los signos de los tiempos.

2. El Cuerpo de los Profetas

Ya dijimos que Dios nos habla en la Creación y por medio de los signos de los tiempos, en la historia de la salvación. Pero en esta historia de salvación escogió a un pueblo con-creto con quien entabló un diálogo de amor. Escogió entre el pueblo, a unos hombres y mujeres concretos para hacer-nos llegar su Palabra:

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17La Espada del Espíritu

Los Siete Cuerpos de la Palabra

“Confesamos que Dios ha comunicado su Pala-bra en la historia de la salvación, ha dejado oír su voz; con la potencia de su Espíritu, «habló por los profetas » (VD 7).

Los profetas son personas concretas, escogidas por Dios, a quienes transmitió su mensaje para que a su vez lo hicieran llegar a su pueblo. Fueron hombres y mujeres inspirados por el Espíritu, por ese Espíritu que es “Señor y dador de vida, que procede el Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria y que habló por los profetas”.

San Irineo dice al respecto que “el Espíritu muestra al Verbo, y por esto los profetas anunciaban al Hijo de Dios; pero el Verbo articula el espíritu, y por eso es él mismo quien narra a los profetas, y eleva a los hombres junto al Padre”.

La Palabra de Dios llega también a nosotros en el cuerpo de los profetas del pueblo de Israel.

3. El Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo

El sínodo nos recuerda, en su mensaje final que el rostro de la Palabra es Jesucristo, la palabra encarnada, imagen visible de Dios invisible (Col 1, 15).

Si Dios nos ha venido dando su Palabra, procesualmente, por medio de los profetas, ahora nos la ha dado definiti-vamente por medio del profeta mayor, Jesucristo Nuestro Señor, Verbo encarnado:

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“Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los Pro-fetas, En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo” (Heb 1, 1-2).

Cristo es la Palabra hecha carne. Se encarnó por obra y gracia del Espíritu Santo. Tomó su cuerpo de María y pasó anunciando la Buena Nueva de la salvación, ungido por el Espíritu (Cfr. Lc 4, 16ss). Nos dijo que sus Palabras son Espíritu y vida ( Jn 6, 63), y Pedro le dijo “Sólo tú tienes palabras de vida eterna” ( J n 6, 68), y todo su ministerio lo vivió a impulsos del Espíritu:

“La Sagrada Escritura es la que nos indica la presencia del Espíritu Santo en la historia de la salvación y, en particular, en la vida de Jesús, a quien la Virgen María concibió por obra del Espíritu Santo (cf. Mt 1,18; L c 1,35); al comienzo de su misión pública, en la orilla del Jordán, lo ve que des-ciende sobre sí en forma de paloma (cf. Mt 3,16); Jesús ac-túa, habla y exulta en este mismo Espíritu (cf. L c 10,21); y se ofrece a sí mismo en el Espíritu (cf. Hb 9,14)”. (VD 15).

Cristo es la Palabra definitiva de Dios para nosotros. A El, Verbo encarnado de Dios, la Palabra hecha carne, podemos preguntarle qué mensaje nos da sobre el misterio de la Palabra de Dios. Y he aquí su respuesta:

Yo soy la Palabra encarnada: Sepan que la Palabra de Dios es la verdad (cfr. Jn 17, 17), y que esa Palabra soy yo; yo soy la Palabra que existía desde el principio con Dios (Cfr, Jn 1, 1) y que un día me encarné en el vientre de María, mi Ma-

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Los Siete Cuerpos de la Palabra

dre, y fui dado a luz al mundo como Palabra de salvación. Por mí, yo que soy la Palabra, fueron creadas todas las cosas: Por mí, Palabra de Dios, fueron creadas todas las co-sas, visibles e invisibles (Col 1, 15-16). Yo soy el resplandor glorioso de Dios, la imagen misma de lo que Dios es y el que sostiene todas las cosas con su palabra poderosa (Heb 1, 3).

Las Escrituras se refieren a mí que soy la Palabra: “Us-tedes estudian las Escrituras con mucho cuidado, porque esperan encontrar en ellas la vida eterna; sin embargo, aunque las Escrituras dan testimonio de mí, ustedes no quieren venir a mí para tener esa vida” ( Jn 5, 39-40).

Vengan a mí que soy la Palabra que da vida: Por eso deben venir a mí, yo soy la Palabra que da vida, pues “mis palabras son espíritu y vida”, y “les aseguro que quien hace caso de mi palabra, no morirá ( Jn 8, 51), “mis palabras son espíritu y vida” ( Jn 6, 63), “yo tengo palabras de vida eter-na” ( Jn 6, 68); “Si ustedes se mantienen fieles a mi palabra, serán de veras mis discípulos; conocerán la verdad, y la ver-dad los hará libres” ( Jn 8, 31).

Mi palabra es poderosa, mi palabra tiene poder. Recuer-den cuando reprendí a aquel demonio, diciéndole: ¡Cállate y deja a este hombre! El demonio arrojó al hombre al suelo delante de todos, y salió de él sin hacerle ningún daño. To-dos se asustaron, y se decían unos a otros: ¿Qué palabras son estas? Con toda autoridad y poder este hombre orde-na a los espíritus impuros que salgan, ¡y ellos salen!” (Mc 4, 35-36). Recuerden también cuando ordené a la tempes-tad que se calmara (cfr. Mc 4, 35-41).

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Por eso Lucas dice de mí que soy un profeta poderoso en hechos y en palabras delante de Dios y de todo el pue-blo (cfr. Lc 24, 19), como se decía también del gran Moi-sés, instruido en la sabiduría de los egipcios, y que fue un hombre poderoso en palabras y en hechos (cfr. Hch 7, 22), por eso dicen de mí que soy pues el nuevo Moisés, aunque más que el nuevo Moisés soy el Mesías.

Mi palabra purifica. Mi palabra tiene en especial un po-der purificador. Por eso puedo decir que “ustedes ya están limpios por las palabras que les he dicho” ( Jn 15, 3). Y por eso Pablo puede decir que la Palabra de Dios y la oración tienen poder para purificarlo y transformarlo todo (Cfr. 1 Ti 4, 5); y que yo purifiqué a la Iglesia con el baño del agua y de la Palabra (cfr. Ef 5, 26).

Lo mismo enseña Pedro cuando dice que “al obedecer al mensaje de la verdad, se han purificado para amar sincera-mente a los hermanos. Así que deben amarse unos a otros con corazón puro y con todas sus fuerzas. Pues ustedes han vuelto a nacer, y esta vez no de padres humanos y mor-tales, sino de la palabra de Dios, que es viva y permanente.

Porque la Escritura dice: Todo hombre es como hierba, y su grandeza es como la flor de la hierba. La hierba se seca y la flor se cae, pero la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta palabra es el evangelio que se les ha anun-ciado a ustedes” (1 Pe 1, 22-25).

Yo hablo palabras del Padre. Sepan por tanto, que yo no hablo palabras mías, sino del Padre, “yo hablo de lo que el Padre me ha mostrado; así también ustedes, hagan lo que

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Los Siete Cuerpos de la Palabra

del Padre han escuchado” ( Jn 8, 37-38), “así como yo co-nozco al Padre, y hago caso de su palabra” ( Jn 8, 55); “yo no hablo por mi cuenta; el Padre, que me ha enviado, me ha ordenado lo que debo decir y enseñar. Y sé que el mandato de mi Padre es para vida eterna. Así pues, lo que yo digo, lo digo como el Padre me ha ordenado.” ( Jn 12, 49-50); Por-que “las palabras que ustedes están escuchando no son mías, sino del Padre, que me ha enviado ( Jn 14, 24); “Pues el que ha sido enviado por Dios, habla las palabras de Dios, por-que Dios da abundantemente su Espíritu” ( Jn 3, 34).

Aliméntense de mi Palabra. Aliméntense pues de estas Pala-bras de vida, pues “no solo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que salga de los labios de Dios” (Mt 4, 4).

Escuchen mi Palabra. Para entender el mensaje de la sal-vación que he traído tienen que escucharme, pues el que no pueda escuchar mi palabra no puede entender el Men-saje (Cfr. Jn 8, 43). “Mis ovejas reconocen mi voz, escuchan mi voz y me siguen” ( Jn 6, 3)); y “el que es de la verdad escucha mi voz” ( Jn 18, 37) “si alguien obedece mi Palabra se perfeccionará en el amor” (1 Jn 2, 5);

No olviden que “el que me ama, hace caso de mi palabra; y mi Padre lo amará, y mi Padre y yo vendremos a vivir con él. El que no me ama, no hace caso de mis palabras ( Jn 14, 23-24).

Que para ustedes, lo prioritario sea mi Palabra. Para us-tedes la Palabra debe ser lo principal. Antes que las tradi-ciones lo prioritario es la Palabra de Dios, y no hay que ha-cer como los que valoran más las tradiciones humanas que

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el querer divino: “muchos han anulado la palabra de Dios para seguir sus propias tradiciones. Bien habló el profeta cuando dijo: ‘Este pueblo me honra con la boca, pero su corazón está lejos de mí (Mt 15, 6-8).

Mi Palabra en ustedes debe producir frutos en ustedes. “Si el árbol es bueno, dará buen fruto; si el árbol es malo, dará mal fruto; pues el árbol se conoce por su fruto. ¿Cómo pueden decir cosas buenas, si ustedes mismos son malos? De lo que abunda en el corazón, habla la boca. El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en él, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en él” (Mt 12, 33-35).

Y anuncien que “el que es de Dios, escucha las palabras de Dios” ( Jn 8, 47) y habla palabras de Dios, “no dice malas palabras, sino solo palabras buenas y oportunas que edifi-can a la comunidad y traen beneficios a quienes las escu-chan” (Ef 4, 29). Ustedes sean de los que “cuando hablen, sean sus palabras como palabras de Dios” (1 Pe 4, 11).

La fe nace por la palabra. No olviden que la fe nace de la predicación: “Todos los que invoquen el nombre del Señor, alcanzarán la salvación. Pero ¿cómo van a invocarlo, si no han creído en él? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oír, si no hay quien les anuncie el mensaje? ¿Y cómo van a anunciar el mensaje, si no son envia-dos? Como dice la Escritura: “¡Qué hermosa es la llegada de los que traen buenas noticias!” Pero no todos han aceptado el evangelio. Es como dice Isaías: “Señor, ¿quién ha creído al oír nuestro mensaje?” Así pues, la fe nace al oír el mensaje, y el mensaje viene de la palabra de Cristo” (Ro 10, 13-17).

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Los Siete Cuerpos de la Palabra

Mis Palabras no pasarán. Sepan que “el cielo y la tierra dejarán de existir, pero mis Palabras no dejarán de cum-plirse” (Mt 24, 35).

Hay una relación estrecha entre juicio y Palabra. Sepan que “aquel que oye mis palabras y no las obedece… el que me desprecia y no hace caso de mis palabras, ya tiene quien lo condene: las palabras que yo he dicho lo condenarán en el día último” ( Jn 12, 47-48). Y yo les digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de cualquier palabra inútil que hayan pronunciado. Pues por sus propias palabras serán juz-gados, y declarados inocentes o culpables” (Mt 12, 36-37).

Mi Palabra está cerca. La Palabra de Dios es accesible a todos, no está lejos: “la Palabra está muy cerca de ustedes; en sus labios y en su pensamiento, para que puedan cumplirla” (Dt 30, 14); “La palabra está cerca de ti, en tu boca y en tu corazón. Esta palabra es el mensaje de fe que predicamos” (Ro 10, 8). Dios se ingenia para hacer llegar, de diversas ma-neras, su Palabra a la mente y al corazón de ustedes.

Sean como mi Madre, María, quien escuchó la Palabra, dijo sí a la Palabra, la meditó en su corazón, la encarnó en su vida, la entregó a la humanidad, y dedicó su vida a servirla.

Sean como el hombre prudente que edifica sobre la roca de la Palabra: “Por tanto, el que me oye y hace lo que yo digo, es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Vino la lluvia, crecieron los ríos y soplaron los vientos contra la casa; pero no cayó, porque tenía su base sobre la roca. Pero el que me oye y no hace lo que yo

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digo, es como un tonto que construyó su casa sobre la are-na. Vino la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos y la casa se vino abajo. ¡Fue un gran desastre!”(Lc 7, 24-27).

Es urgente anunciar mi Palabra. Tengan siempre pre-sente que yo los mandé a predicar la Palabra, a anunciar el Evangelio a toda creatura, a enseñar los misterios de la salvación hasta los confines de la tierra. Explique las cosas espirituales con “las palabras que el Espíritu de Dios les ha enseñado, y no con palabras que hayan aprendido por su propia sabiduría. Expliquen las cosas espirituales con tér-minos espirituales” (1 Cor 2, 13); “Oren para que Dios les dé las palabras que deben decir, y para que puedan hablar con valor y dar así a conocer el designio secreto de Dios, contenido en el evangelio” (Ef 6, 19).

Sean pues audaces testigos de mi Palabra, como lo hicie-ron los primeros apóstoles: “les escribimos a ustedes acer-ca de aquello que ya existía desde el principio, de lo que hemos oído y de lo que hemos visto con nuestros propios ojos. Porque lo hemos visto y lo hemos tocado con nues-tras manos. Se trata de la Palabra de vida. Esta vida se ma-nifestó: nosotros la vimos y damos testimonio de ella, y les anunciamos a ustedes esta vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos ha manifestado. Les anunciamos, pues, lo que hemos visto y oído, para que ustedes estén unidos con nosotros, como nosotros estamos unidos con Dios el Padre y con su Hijo Jesucristo. (1 Jn 1, 1-3).

La Palabra de Dios nos llega totalmente en el cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo.

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Los Siete Cuerpos de la Palabra

4. El Cuerpo Místico de Cristo: La Iglesia

El Sínodo nos dejó claro, en su maravilloso mensaje final, que la casa de la Palabra es la Iglesia en la que tenemos que vivir, la cual está sostenida por cuatro columnas: la Pala-bra, la Eucaristía, la oración y la comunión fraterna.

La Iglesia que nace en Pentecostés, por obra del Espíritu, anuncia la Palabra con la unción del Espíritu. El Cuerpo Místico de Cristo proclama la Palabra a través de su triple condición de sacerdote, profeta y rey.

Creemos que el Espíritu Santo es el protagonista de la Evangelización en la Iglesia (Cfr EN 75), pues sigue ins-pirándola, acompañándola y dándole las palabras adecua-das para actualizar, interpretar y anunciar el mensaje de salvación al mundo entero.

A través de la Tradición de la Iglesia y de su Magisterio, el Espíritu sigue actualizando la Palabra para cada genera-ción. El tiene la misión de recordarnos todo. “El Espíritu Santo enseñará a los discípulos y les recordará todo lo que Cristo ha dicho (cf. Jn 14,26), puesto que será Él, el Espí-ritu de la Verdad (cf. Jn 15,26), quien llevará los discípulos a la Verdad entera (cf. Jn 16,13)” (VD 15).

EL Espíritu Santo da testimonio de la Palabra que es Cristo (Cf Jn 15, 26; Rom 8, 16; 1 Pe, 1, 12). El Es-píritu comunica la verdad: desciendo sobre los Após-toles de Cristo (Hch 2, 1-13), los marca con su sello (Ef 1, 13-14) y los unge (1 Jn 2, 20), y por esta unción

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comunica a los apóstoles el conocimiento de la ver-dad de la Palabra de Cristo. El Espíritu es el Espíritu de la verdad, que conduce a la verdad plena: “pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y les anunciará lo que ha de venir” ( Jn 16, 13 y 15, 26). El Espíritu es el abogado que recuerda las palabras de Jesús: “El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre en-viará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que les he dicho” ( Jn 14, 26).

Recordar significa que el Espíritu Santo hará actuales las palabras del Señor, nos ayudará a interpretarlas para cada momento y nos hará asimilarlas hasta sentirlas íntima-mente como palabras que dan vida.

“Sin la acción eficaz del « Espíritu de la Verdad » ( Jn 14,16) no se pueden comprender las palabras del Se-ñor. Como recuerda san Ireneo: « Los que no participan del Espíritu no obtienen del pecho de su madre (la Iglesia) el nutrimento de la vida, no reciben nada de la fuente más pura que brota del cuerpo de Cristo »” (VD 16).

Con razón dice la exhortación sobre la Palabra:

“La Tradición de origen apostólico es una realidad viva y dinámica, que « va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo »; pero no en el sentido de que cambie en su verdad, que es perenne. Más bien « crece la comprensión de las palabras y las ins-tituciones transmitidas », con la contemplación y el estudio, con la inteligencia, fruto de una más profun-

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da experiencia espiritual, así como con la « predica-ción de los que con la sucesión episcopal recibieron el carisma seguro de la verdad ». (VD 17).

La Palabra, el Magisterio y La Tradición son la forma or-dinaria como el Espíritu sigue hablando en la Iglesia, a la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad:

“En definitiva, mediante la obra del Espíritu Santo y bajo la guía del Magisterio, la Iglesia transmite a todas las generaciones cuanto ha sido revelado en Cristo” (VD 18).

Por todo lo anterior, el Santo Padre nos recomienda con urgen-cia “que el estudio de la Palabra de Dios, escrita y transmitida, se haga siempre con un profundo espíritu eclesial, teniendo debidamente en cuenta en la formación académica las inter-venciones del Magisterio sobre estos temas, «que no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino, y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custo-dia celosamente, lo explica fielmente ». (DV 10)” (VD 47).

De manera especial, el Espíritu Santo inspira el minis-terio de los predicadores, los fecunda y acompaña en la misión de anunciar la Palabra:

“El mismo Espíritu, que habló por los profetas, sostiene e inspira a la Iglesia en la tarea de anun-ciar la Palabra de Dios y en la predicación de los Apóstoles” (VD 15).

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Las siguientes verdades nos confirman en la asistencia que el Espíritu hace en los predicadores:

El Espíritu fue el que dio la Palabra a los profetas y un-1. gió de manera especial al mayor de todos los profetas y predicadores, Cristo, y lo acompañó en su misión evan-gelizadora: “El Espíritu está sobre mí y me ha enviado a anunciar la Buenas Nueva a los pobres” (Lc 4, 18).

El Espíritu Santo fue prometido a los discípulos para 2. evangelizar (Lc 24, 49). El Espíritu santo fue enviado a la Iglesia, pueblo de profetas, en Pentecostés, para un-girla y capacitarla en su misión única de evangelizar y de dar testimonio de Cristo en el mundo. La principal tarea de la Iglesia evangelizadora es predicar con la un-ción del Espíritu la Palabra de Dios (PO 4; DVM 45).

“Jesús resucitado, llevando en su carne los signos de 3. la pasión, infundió el Espíritu (cf. Jn 20,22), hacien-do a los suyos partícipes de su propia misión (cf. Jn 20,21)”. (15).

“Como se lee en los 4. Hechos de los Apóstoles, el Espíritu desciende sobre los Doce, reunidos en oración con María el día de Pentecostés (cf. 2,1-4), y les anima a la misión de anunciar a todos los pueblos la Buena Nueva” (VD 15). Desde entonces el Espíritu Santo sostiene la misión de la Iglesia, es el protagonista de la Evangelización.

El Espíritu Santo 5. abre la boca de los predicado-res y les da valentía. Además de llenar de la verdad a los apóstoles, les abre la boca para que anuncien

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esa verdad con valentía: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía” (Hch 4, 31; 1 Tes 1, 5).

El Espíritu Santo 6. pone las palabras en la boca del predicador: “… no se preocupen de lo que van a de-cir. Digan lo que se les comunique en ese momen-to. No serán ustedes los que hablen sino el Espíritu Santo” (Mc 13, 11; cf. Mt 10, 20).

El Espíritu Santo fue el que dijo: Sepárenme a Ber-7. nabé y a Saulo para el trabajo al cual los he llamado… Enviados por el Espíritu Santo, Bernabé y Saulo se dirigieron a Seleucia, y allí se embarcaron para la isla de Chipre. Al llegar al puerto de Salamina, comen-zaron a anunciar el mensaje de Dios en las sinagogas de los judíos” (Hec 13, 2-5).

El espíritu Santo es el que llena de carismas a los 8. bautizados para la evangelización. Ese es una de las explicaciones de la glosolalia, del don de lenguas, son dones espirituales para que a todo el mundo llegue la Palabra de Dios.

Pastores Dabo Vobis señala que el ministerio de la Pala-bra guiado por el Espíritu Santo es el principal ministerio en la Iglesia:

“el sacerdote es, ante todo, ministro de la Palabra de Dios; es el ungido y enviado para anunciar a todos el Evangelio del Reino (…) Por eso, el sacerdote mismo debe ser el

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primero en tener una gran familiaridad personal con la Palabra de Dios: no le basta conocer su aspecto lingüístico o exegético, que es también necesario; necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante, para que ella penetre a fondo en sus pensamientos y sentimientos y engendre dentro de sí una mentalidad nueva: «la mente de Cristo» (1 Cor 2, 16), de modo que sus palabras, sus opciones y sus actitudes sean cada vez más una transpa-rencia, un anuncio y un testimonio del Evangelio. Sola-mente «permaneciendo» en la Palabra, el sacerdote será perfecto discípulo del Señor; conocerá la verdad y será verdaderamente libre, superando todo condicionamiento contrario o extraño al Evangelio (cf. Jn 8, 31-32).

El sacerdote debe ser el primer «creyente» de la Palabra, con la plena conciencia de que las palabras de su ministe-rio no son «suyas», sino de Aquel que lo ha enviado. Él no es el dueño de esta Palabra: es su servidor. Él no es el único poseedor de esta Palabra: es deudor ante el Pueblo de Dios. Precisamente porque evangeliza y para poder evangelizar, el sacerdote, como la Iglesia, debe crecer en la conciencia de su permanente necesidad de ser evange-lizado. Él anuncia la Palabra en su calidad de ministro, partícipe de la autoridad profética de Cristo y de la Igle-sia. Por esto, por tener en sí mismo y ofrecer a los fieles la garantía de que transmite el Evangelio en su integridad, el sacerdote ha de cultivar una sensibilidad, un amor y una disponibilidad particulares hacia la Tradición viva de la Iglesia y de su Magisterio, que no son extraños a la Palabra, sino que sirven para su recta interpretación y para custodiar su sentido auténtico” (PDV 26).

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Es que Cristo envió a su Iglesia a dos cosas: a vivir su pa-labra de amor y a predicar su Palabra de amor, y hacerlo todo con la unción de su Espíritu que es el que puede en-señarnos a amar y capacitarnos para predicar. El es el amor de Dios derramado en nuestros corazones (Cfr. Ro 5, 5).

“Jesucristo mismo « mandó a los Apóstoles predi-car a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que Él mismo cumplió y promulgó con su boca. Este mandato se cumplió fielmente, pues los Apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó; además, los mismos Apóstoles y otros de su generación pu-sieron por escrito el mensaje de la salvación, inspira-dos por el Espíritu Santo ». (DV 7)” (VD 17).

La Constitución dogmática Dei Verbum 8 expresa que «Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la esposa de su Hijo amado; y el Espíritu San-to, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo, va introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo (cf. Col 3,16) ». (VD 51).

La Palabra de Dios llega a nosotros actualizada por medio del cuerpo de la Iglesia.

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5. El Cuerpo de la Sagrada Liturgia

La liturgia de la Iglesia es un cuerpo orgánico, especial-mente los sacramentos. Los sacramentos son celebra-ciones en las que se transmite la Palabra de Dios. Cada sacramento realiza la salvación anunciada por el Señor y realizada por él en la cruz, por medio del Espíritu Santo. Podemos decir que la liturgia por sí misma evangeliza, ella es un anuncio cultual de la Palabra:

“La Palabra de Dios, expuesta continuamente en la liturgia, es siempre viva y eficaz por el poder del Espí-ritu Santo. En efecto, la Iglesia siempre ha sido cons-ciente de que, en el acto litúrgico, la Palabra de Dios va acompañada por la íntima acción del Espíritu San-to, que la hace operante en el corazón de los fieles. En realidad, gracias precisamente al Paráclito, « la Palabra de Dios se convierte en fundamento de la acción litúr-gica, norma y ayuda de toda la vida. Por consiguiente, la acción del Espíritu... va recordando, en el corazón de cada uno, aquellas cosas que, en la proclamación de la Palabra de Dios, son leídas para toda la asamblea de los fieles, y, consolidando la unidad de todos, fomenta asimismo la diversidad de carismas y proporciona la multiplicidad de actuaciones” (VD 52).

Los libros litúrgicos contienen para cada sacramento las Palabras de Dios adecuadas. Y además nos recuerda el Papa que en muchos libros litúrgicos, hay unas invocacio-nes al Espíritu Santo, o epíclesis, sobre la Palabra:

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“Quisiera subrayar también, con respecto a la relación entre el Espíritu Santo y la Escritura, el testimonio significativo que encontramos en los textos litúrgicos, donde la Palabra de Dios es proclamada, escuchada y explicada a los fieles. Se trata de antiguas oraciones que en forma de epíclesis invocan al Espíritu antes de la proclamación de las lecturas: « Envía tu Espíritu Santo Paráclito sobre nuestras almas y haznos com-prender las Escrituras inspiradas por él; y a mí con-cédeme interpretarlas de manera digna, para que los fieles aquí reunidos saquen provecho ». Del mismo modo, encontramos oraciones al final de la homilía que invocan a Dios pidiendo el don del Espíritu sobre los fieles: « Dios salvador… te imploramos en favor de este pueblo: envía sobre él el Espíritu Santo; el Señor Jesús lo visite, hable a las mentes de todos y disponga los corazones para la fe y conduzca nuestras almas ha-cia ti, Dios de las Misericordias».” (VD 16).

De entre la liturgia, hay que subrayar el sacramento de la Eucaristía. Por medio de este cuerpo eucarístico llega la Pa-labra de Dios viva, cada día a nuestras vidas, por la acción del Espíritu Santo que hace presente a Nuestro Señor en el banquete de la Palabra y en el banquete de la Eucaristía.

La Eucaristía es la síntesis de la Evangelización. Es anun-cio del Kerigma: “Anunciamos tu muerte, Señor. Procla-mamos tu resurrección. Ven, Señor Jesús”.

La Eucaristía se compone de dos mesas: la mesa de la Pa-labra y la de la Eucaristía. En cada una de las mesas, por

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obra del Espíritu Santo, se hace presente Jesucristo, la Pa-labra que salva. La Eucaristía es el gran momento de la proclamación de la Buena Nueva salvadora de Dios.

La Palabra de Dios llega a nosotros por el cuerpo eucarís-tico y de la Sagrada Liturgia

6. El Cuerpo de los Santos y de las Congregaciones

Los Santos y los fundadores de las Congregaciones son hombres y mujeres del Espíritu. El Espíritu los separó, como a Bernabé y a Saulo (cfr Hech 13, 2ss) para una gran obra evangelizadora en el mundo.

“El Espíritu Santo, en virtud del cual se ha escrito la Bi-blia, es el mismo que ha iluminado con luz nueva la Pa-labra de Dios a los fundadores y fundadoras. De ella ha brotado cada carisma y de ella quiere ser expresión cada regla dando origen a itinerarios de vida cristiana marcados por la radicalidad evangélica” (VD 83).

“También hoy, las formas antiguas y nuevas de especial con-sagración están llamadas a ser verdaderas escuelas de vida espiritual, en las que se leen las Escrituras según el Espíritu Santo en la Iglesia, de manera que todo el Pueblo de Dios pueda beneficiarse. El Sínodo, por tanto, recomienda que nunca falte en las comunidades de vida consagrada una for-mación sólida para la lectura creyente de la Biblia” (VD 83).

Los santos y fundadores han sido llamados por Juan Pablo II, testigos del Evangelio, evangelios vivos:

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“La vida consagrada nace de la escucha de la Palabra de Dios y acoge el Evangelio como su norma de vida. En la escuela de la Palabra, redescubre continuamente su identidad y se convierte en “evangelica testificatio” para la Iglesia y para el mundo”.

Por su parte Benedicto XVI los ha llamado “Exégesis vivien-te: de la Palabra de Dios (2 de febrero de 2008), y que es ella misma una palabra con la cual Dios sigue hablando a la Iglesia y al mundo. Más aún hermenéutica obligada de la Palabra:

“La santidad en la Iglesia representa una hermenéu-tica de la Escritura de la que nadie puede prescindir. El Espíritu Santo, que ha inspirado a los autores sa-grados, es el mismo que anima a los santos a dar la vida por el Evangelio” (VD 49).

El Espíritu inspira a los santos, a los fundadores y a las Congregaciones para que, con su vida consagrada, trans-mitan la radicalidad del Evangelio, para que se vuelvan Pa-labra viva de Dios en el mundo. De manera preponderante el Espíritu Santo ha hecho a María, Evangelio vivo. Entre los santos, ella es quien nos ha entregado la Palabra con la fuerza del Espíritu, no sólo en el día del alumbramiento sino a lo largo de su vida en la Iglesia.

Con razón san Juan Eudes dijo que María es un libro vivo, “evangelio vivo y eterno escrito por el Espíritu Santo”5, “libro vivo, evangelio eterno al que debemos honrar e imitar”6, “evangelio vivo de la vida de Jesucristo”7, “evangelio vivo y eterno donde el Espí-5 OC VII, 365: 6 OC VIII, 412 7 OC VIII, 418

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ritu Santo escribió con letras de oro la vida, misterios, acciones y sufrimientos del Salvador”8, “arca de la alianza que contiene en sí el verdadero maná del cielo y las sagradas tablas de la nueva Ley, en el cual el Espíritu Santo escribió en letras de oro los misterios y verdades evangélicas”9; “Libro vivo, evangelio eterno, en el cual el Espíritu Santo escribió para siempre con letras de oro, la vida, doctrina y máximas de Nuestro Señor Jesucristo”10

Y con la tradición eclesial, este enamorado de María, llega a decir:

Con Orígenes que María es • Thesaurus veritatis, el te-soro de la soberana verdad y de todas las verdades que han salido del Corazón de quien es el primer principio de toda verdad. Con San Andrés que es • Summa divinorum oraculo-rum, un resumen de los divinos oráculos,Con San Antonín que es • Sacra Scriptura viva, la mis-ma sagrada Escritura viva y animada del Espíritu de Dios, evangelio eterno y libro de la vida del que habla el Apocalipsis (Ap 14,6; 20,15)

Juan Eudes, ora a María y le pide: “Haz que nuestros nom-bres estén escritos en el libro de la vida que eres tú, y que estudiemos en tu Corazón cuidadosamente las verdades y mandamientos del Espíritu Santo”11

La Palabra de Dios nos llega por medio del cuerpo de los santos.8 OC VIII, 4859 OC VI, 32510 OC VIII, 457 11 OC VIII, 133-134 Cfr. OC VI, 358

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7. El Cuerpo de las Sagradas Escrituras

El Sínodo en su mensaje final nos dice bellamente que la voz de la palabra es la Revelación. La Revelación es la voz de Dios que tenemos que escuchar. Esta revelación de Dios está consignada en los libros de la Sagrada Escritura:

“Las Sagradas Escrituras son el testimonio en forma es-crita de la Palabra divina, son el memorial canónico, his-tórico y literario que atestigua el evento de la Revelación creadora y salvador. Por tanto, la Palabra de Dios precede y excede la Biblia” Esta expresión del mensaje final del Sínodo, lo recoge la exhortación postsinodal al decir: “La Palabra de Dios, pues, se expresa con palabras hu-manas gracias a la obra del Espíritu Santo” (VD 15).

Las Escrituras son textos inspirados por el Espíritu Santo: “El mismo Espíritu, que habló por los profetas es el mis-mo Espíritu, finalmente, quien inspira a los autores de las Sagradas Escrituras” (VD 15).

El Espíritu es el verdadero autor de los textos sagrados. El se valió de hombres para poner por escrito, con palabras humanas, la Palabra de Dios:

“El tema de la inspiración es decisivo para una ade-cuada aproximación a las Escrituras y para su co-rrecta hermenéutica, que se ha de hacer, a su vez, en el mismo Espíritu en el que ha sido escrita.” Y para acercarnos a ella no “como un objeto de curiosidad histórica sino como obra del Espíritu Santo, en la

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cual podemos escuchar la voz misma del Señor y co-nocer su presencia en la historia” (VD 19).

Por tanto, toda la Escritura es para nosotros norma de vida, pues ella es la transmisora de la Verdad. Ya lo ha dicho la DV 11: « Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o au-tores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para sal-vación nuestra. Por tanto, “toda la Escritura, inspirada por Dios, es útil para enseñar, reprender, corregir, instruir en la justicia; para que el hombre de Dios esté en forma, equipa-do para toda obra buena” (2 Tm 3,16-17.) » (VD 19).

Es maravillosa la analogía que hace el Santo Padre a pro-pósito de la encarnación de la Palabra: “Así como el Verbo de Dios se hizo carne por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María, así también la Sagrada Escritura nace del seno de la Iglesia por obra del mismo Espíritu. La Sagrada Escritura es «la Palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo».” (VD 19).

Al descubrir el nexo tan profundo entre Espíritu Santo y Sagradas Escrituras, entendemos mejor la insistente peti-ción de la Iglesia: leer e interpretar la Palabra a la luz del Espíritu Santo:

“La Escritura se ha de leer e interpretar con el mis-mo Espíritu con que fue escrita, es necesario que los exegetas, teólogos y todo el Pueblo de Dios se acerquen a ella según lo que ella realmente es, Pa-

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labra de Dios que se nos comunica a través de pa-labras humanas (cf. 1 Ts 2,13)” (VD 29).

Todos los que quieran conocer el sentido verdadero de la Palabra deben llevar una vida en el Espíritu. Dice la ponti-ficia comisión bíblica, en la interpretación de la biblia en la Iglesia, que “con el crecimiento de la vida en el Espíritu cre-ce también, en el lector, la comprensión de las realidades de las que habla el texto bíblico ». San Gregorio Magno lo diría así: « Las palabras divinas crecen con quien las lee»

Leer la Palabra con ojos de paloma, es decir, movidos por el Espíritu Santo, nos lleva a encontrarle el sentido espiritual. El sentido espiritual de la Palabra es «el sentido expresado por los textos bíblicos, cuando se los lee bajo la influencia del Espíritu Santo en el contexto del misterio pascual de Cristo y de la vida nueva que proviene de él”. (VD 37).

Para descubrir el sentido espiritual se requiere trascen-der la literalidad con la fuerza del Espíritu Santo que, como una espada cortante, nos hace profundizar el pen-samiento de Dios:

“Para restablecer la articulación entre los diferentes sentidos escriturísticos es decisivo comprender el paso de la letra al espíritu. No se trata de un paso automático y espontáneo; se necesita más bien tras-cender la letra: « De hecho, la Palabra de Dios nunca está presente en la simple literalidad del texto. Para alcanzarla hace falta trascender y un proceso de com-prensión que se deja guiar por el movimiento inte-

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rior del conjunto y por ello debe convertirse también en un proceso vital ». Descubrimos así la razón por la que un proceso de interpretación auténtico no es sólo intelectual sino también vital, que reclama una total implicación en la vida eclesial, en cuanto vida «según el Espíritu» (Ga 5,16)” (VD 38).

El trascender es el paso que tiene lugar por la fuerza del Espíritu, pues como dice Pablo: « la pura letra mata y, en cambio, el Espíritu da vida » (2 Co 3,6) (VD 38).

Sin la acción, sin la unción, sin el recurso del Espíritu San-to que nos lleva a la verdad completa y que es el Espíritu de la verdad, no podemos adentrarnos en el sentido real y espiritual que Dios quiere manifestarnos en cada ocasión, a través de su Palabra:

“Los grandes escritores de la tradición cristiana consideran unánimemente la función del Espíritu Santo en la relación de los creyentes con las Escri-turas. San Juan Crisóstomo afirma que la Escritu-ra « necesita de la revelación del Espíritu, para que descubriendo el verdadero sentido de las cosas que allí se encuentran encerradas, obtengamos un pro-vecho abundante ». También san Jerónimo está fir-memente convencido de que « no podemos llegar a comprender la Escritura sin la ayuda del Espíritu Santo que la ha inspirado ». San Gregorio Magno, por otra parte, subraya de modo sugestivo la obra del mismo Espíritu en la formación e interpretación de la Biblia: « Él mismo ha creado las palabras de los

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santos testamentos, él mismo las desvela ». Ricardo de San Víctor recuerda que se necesitan « ojos de paloma », iluminados e ilustrados por el Espíritu, para comprender el texto sagrado” (VD 16).

Por todo ello, podemos afirmar con Su Santidad Bene-dicto XVI: “De aquí resulta con claridad que no se puede comprender el sentido de la Palabra si no se tiene en cuen-ta la acción del Paráclito en la Iglesia y en los corazones de los creyentes. (VD 16).

Es el Espíritu Santo, que anima la vida de la Iglesia, quien hace posible la interpretación auténtica de las Escrituras (VD 29).

La Palabra de Dios llega a nosotros maravillosamente por medio del cuerpo de las Escrituras santas.

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Los siete anteriores cuerpos, donde viene envasada la Palabra, a través de los cuales se nos comunica la Palabra de Dios, existen gracias a un solo Espíritu, exis-ten gracias al único Espíritu.

Fue el soplo del Espíritu y la Palabra los que hicie-1. ron todo lo que existe, el cuerpo de la creación y de la historia de la salvación.

Movidos por el Espíritu hablaron los profetas.2.

Fue el Espíritu quien hizo el cuerpo de Jesús, Pala-3. bra hecha carne.

Fue el Espíritu quien formó y dio nacimiento al 4. cuerpo de la Iglesia en Pentecostés.

Es el Espíritu quien hace presente a Jesús en cada sa-5. cramento, especialmente en el cuerpo de la Eucaristía.

Es el Espíritu el que forma a los santos, el que ins6. pira a los fundadores, el que hace que las congregaciones vivan radicalmente el desafío del Evangelio.

III. Siete Cuerpos y un solo Espíritu

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Fue el Espíritu Santo quien dio forma al Cuerpo de 7. las Sagradas Escrituras, al inspirarlas.

Entonces son siete cuerpos, un mismo Espíritu y una sola y única Palabra. Pues al fin y al cabo, Dios sabio y omnipo-tente, con su pedagogía divina y condescendiente, quiso re-velarnos su Plan de amor y salvación, procesualmente. Esa revelación llega a su culmen en Nuestro Señor Jesucristo, su única y definitiva Palabra. Toda la revelación tiende a mostrarnos el rostro de Cristo, su Ungido, nuestro salva-dor, “imagen visible de Dios invisible” (Col 1, 15), Palabra de Dios hecha carne, Palabra que salva.

En este proceso de la manifestación divina, el papel del Espíritu Santo es central. El es quien va haciendo cercano y comprensible el mensaje de Dios a los hombres.

1. El Espíritu nos da la Palabra de Dios

El Espíritu Santo nos da su Espada, la Palabra de Dios, para tres cosas:

1.1. El Espíritu nos da la Palabra de Dios para que creamos

¿Por qué para que creamos? Porque la misma Escritura enseña que la fe entra por el oído; escuchando se cree, por la predicación de la Palabra se llega a la fe, gracias a la ac-ción del Espíritu Santo en el creyente (Cfr Ro 10, 17):

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“La respuesta propia del hombre al Dios que habla es la fe. En esto se pone de manifiesto que para acoger la Revelación, el hombre debe abrir la mente y el corazón a la acción del Espíritu Santo que le hace comprender la Palabra de Dios, presente en las sagradas Escrituras. En efecto, la fe, con la que abrazamos de corazón la ver-dad que se nos ha revelado y nos entregamos totalmen-te a Cristo, surge precisamente por la predicación de la Palabra divina: « la fe nace del mensaje, y el mensaje consiste en hablar de Cristo» (Rm 10,17)”. (VD 26).

Esa es la misma enseñanza del Vaticano II:

“Con la palabra de salvación se suscita la fe en el cora-zón de los no creyentes y se robustece en el de los creyen-tes, y con la fe empieza y se desarrolla la congregación de los fieles, según la sentencia del Apóstol: “La fe viene por la predicación, y la predicación por la palabra de Cristo” (Rom 10, 17). (PO 4).

1.2. El Espíritu nos da la Palabra para que oremos

¿Por qué para que oremos? Porque dice la Palabra que no sabemos orar como conviene, entonces viene en ayuda de nuestra debilidad y ora en nosotros y con nosotros, con gemidos inefables:

“De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debili-dad. Porque no sabemos orar como es debido, pero el Es-píritu mismo ruega a Dios por nosotros, con gemidos que no pueden expresarse con palabras. Y Dios, que examina

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los corazones, sabe qué es lo que el Espíritu quiere decir, porque el Espíritu ruega, conforme a la voluntad de Dios, por los del pueblo santo. (Cf. Ro 8, 26-27).

Uno de esos gemidos inefables con los que el Espíritu ora en nosotros es la Sagrada Escritura. Cuando tomamos la Escritura como inspiración para nuestra oración, entonces es el Espíritu quien viene a orar en nosotros y con noso-tros, con las mismas Palabras de Dios.

Dicen varios textos de la Escritura que la oración tiene que ser una experiencia en el Espíritu:

No podemos decir Señor, Señor, sino con la ayuda del Espíritu Santo (1 Cor 12, 3).No podemos llamar a Dios Abba sino con la gracia del Espíritu Santo (Ro 8, 15).Y nos invita a tratar al prójimo y a orar a Dios con himnos y cánticos inspirados: “Llénense del Espíritu Santo. Háblense unos a otros con salmos, himnos y cantos espirituales, y canten y alaben de todo cora-zón al Señor” (Ef 5, 18-19).

Los siguientes son ejemplos de que la oración es obra del Espíritu Santo en nosotros:

María llena de Espíritu Santo, va donde Isabel y eleva 1. su oración inspirada, la Magnificat (Cfr Lc 1, 46 ss).

Isabel fue llena de Espíritu Santo durante la visita 2. de María, y elevó su oración: “Bendita tú que has creídos y bendito el fruto de tu vientre” (Lc 1, 42).

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Siete Cuerpos y un solo Espíritu

Zacarías lleno de Espíritu Santo hizo la bella ora-3. ción que documenta Lc 1, 67.

Simeón lleno y guiado por el Espíritu va al templo 4. y ora con el niño en sus brazos: (Lc 2, 25ss).

Ana da gracias a Dios y habla de las maravillas del 5. niño (Lc 2, 25 ss).

Pedro, Juan y la primera comunidad oran movidos 6. por el Espíritu y después de orar, el lugar tembló y quedaron llenos de Espíritu Santo (Hch 4, 31).

El mismo Jesús, un día se llenó de gozo en el Es-7. píritu Santo y comenzó a orar diciendo: “Te alabo Padre, Abba, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado estas cosas a los humildes y sencillos…” (Lc 10, 21). Y toda su experiencia en la cruz, fue una experiencia de oración impulsada por el Espíri-tu, pues dice Heb 9, 14 que el Espíritu lo asistía en el momento en que derramaba su sangre en la cruz.

La Iglesia, consciente de todo ello, no deja de orar y suplicar, bendecir y agradecer a Dios continuamente, por medio de los salmos y de las palabras inspiradas. Esa es la experiencia de la liturgia de las horas, por medio de la cual oramos los 150 salmos y otros himnos en cuatro semanas.

Orígenes decía que en la salmodia es Cristo quien ora a Cristo. Y en la Iglesia se enseña que los salmos no son so-lamente palabras humanas dirigidas a Dios, sino que esas

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palabras humanas son Palabra de Dios. Que Dios toma la palabra en cada versículo que decimos con nuestros labios y la hace suya, porque es suya.

Todo el aparato litúrgico de la Iglesia está inspirado en la Palabra y da un lugar explícito al anuncio de la Palabra y a la oración con la Palabra. La misma Eucaristía es la oración con la cual la Iglesia recibe la Palabra y la ofrece a Dios.

Y una oración muy bella de la Iglesia, el Santo Rosario, es una oración del Espíritu, pues está basada en las palabras que el Espíritu inspiró en el momento de la Encarnación del Hijo de Dios. El Rosario es una minibiblia, un evan-gelio suscinto, que nos transmite el esencial mensaje de Nuestro Señor. El Rosario es una forma simple y profun-da de orar con la Palabra.

Pero la práctica de oración con la Palabra se llama lectio divina. Es un arte de oración que el Espíritu Santo ha ins-pirado desde hace mucho tiempo en la Iglesia para hacer que la Palabra se convierta en un encuentro vivo con Dios que habla y con el hombre que invoca:

«Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre vá-lida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia» (NMI 39).

La pontificia comisión bíblica definió la Lectio divina como “una lectura individual o comunitaria, de un pasaje

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más o menos largo de la Escritura, acogida como Palabra de Dios, que se desarrolla bajo la moción del Espíritu en meditación, oración y contemplación”

“Buscad leyendo, encontraréis, meditando; tocad orando, entraréis contemplando. La lectura lleva el alimento a la boca, la meditación lo mastica y lo tritura, la oración le saca el sabor y la contemplación es este sabor mismo que agrada y rehace”. Este clásico texto nos muestra los pasos de la lectio divina: lectura, meditación, oración, contem-plación… hoy se agregan acción y transformación.

1.3. El Espíritu nos da la Palabra para que la anunciemos

El sínodo nos dijo bellamente, en su mensaje final, que los caminos de la Palabra son la Misión, que tenemos que re-correr… La Palabra existe para que la llevemos a todas las culturas, a todos los hombres, a los diversos pueblos, si es necesario a otros planetas, por medio de la evangelización inculturada y por medio del texto impreso, traducciones, radio, internet, on line, cd, dvd, ipods, mp3, tv, cine, pren-sa… y los medios que aparezcan

“La Palabra de Dios es la verdad salvadora que todo hombre necesita en cualquier época. Por eso, el anun-cio debe ser explícito. La Iglesia ha de ir hacia todos con la fuerza del Espíritu (cf. 1 Co 2,5), y seguir de-fendiendo proféticamente el derecho y la libertad de las personas de escuchar la Palabra de Dios, buscan-do los medios más eficaces para proclamarla, incluso con riesgo de sufrir persecución. La Iglesia se siente

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obligada con todos a anunciar la Palabra que salva (cf. Rm 1,14). (95) 97. El inmenso horizonte de la misión eclesial, la complejidad de la situación actual, requie-ren hoy nuevas formas para poder comunicar eficaz-mente la Palabra de Dios. El Espíritu Santo, protago-nista de toda evangelización, nunca dejará de guiar a la Iglesia de Cristo en este cometido”. (VD 97).

El Espíritu nos da la Palabra para que la anunciemos, para que prediquemos, y así otros crean, el mundo crea y se salve, pues la fe entra por el oído (Ro 10, 17). Por eso la principal tarea de la Iglesia en el trabajo de la evangelización es predicar la Pala-bra. Eso lo dice la Iglesia de los sacerdotes, pero se debe aplicar a todo cristiano, sacerdote, profeta y rey por su bautismo:

“Los presbíteros, como cooperadores de los obispos, tie-nen como obligación principal el anunciar a todos el Evangelio de Cristo” (PO 4).

“Los presbíteros, recodando que « la fe viene de la predi-cación, y la predicación de la palabra de Cristo » (Rom 10, 17), empeñarán todas sus energías en correspon-der a esta misión, que tiene primacía en su ministe-rio. De hecho, ellos son no solamente los testigos, sino los heraldos y mensajeros de la fe” (DVM 45).

El Espíritu Santo fue dado a los profetas para habar de Dios, y fue prometido al nuevo pueblo profético, la Iglesia, para evangelizar: “Mandaré mi Espíritu sobre toda carne, sobre sus hijos e hijas, jóvenes y viejos y todos profetiza-rán…” (Cfr Jl 2, 28-32. Hch 2, 14-21).

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El mismo Señor nos mandó a predicar la Palabra:

“Vayan por todo el mundo y proclamen la buena noticia a toda criatura. El que crea y se bautice se salvará” (Mc 16, 15-16). “Él, el enviado del Padre para cumplir su voluntad (cf. Jn 5,36-38; 6,38-40; 7,16-18), nos atrae hacia sí y nos hace partícipes de su vida y misión. El Espíritu del Resucitado capacita así nuestra vida para el anuncio eficaz de la Palabra en todo el mundo. Ésta es la experiencia de la prime-ra comunidad cristiana, que vio cómo iba creciendo la Palabra mediante la predicación y el testimonio (cf. Hch 6,7)”. (VD 91).

El mismo Señor Jesucristo nos dijo que el Espíritu nos daría Palabras: “No serán ustedes quienes hablen, sino que el Espíritu de su Padre hablará por ustedes” (Mt 10, 20)

Fue a Cristo a quien se le dio de manera plena el Espíritu Santo para evangelizar, para hablar Palabras de Dios: “El que ha sido enviado por Dios habla las Palabras de Dios, porque Dios le da abundantemente su Espíritu” ( Jn 3, 34).

Más aún, no solo Cristo, sino también el Espíritu nos en-vía a anunciar la Palabra:

“El Espíritu Santo « apartó » a Pablo y Bernabé para que predicaran y difundieran la Buena Nueva (cf. Hch13,2). Así, también hoy el Espíritu Santo llama incesantemente a oyentes y anunciadores convencidos y persuasivos de la Palabra del Señor” (VD 122).

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Como profetas, por nuestro bautismo, debemos vivir como creyentes: hablando con Dios, y la mejor manera es hacerlo con sus propias palabras, y hablando de Dios, y para hacerlo hay que anunciar su Palabra.

En fin, el Espíritu Santo nos da la Palabra: “El Espíritu Santo nos guía hacia el Evangelio” (VD 14).

2. La Palabra de Dios nos da el Espíritu Santo

La Palabra de Dios concede el Espíritu a quienes se su-mergen en ella, para cinco cosas:

2.1. En primer lugar, para ser santos, para ser evange-lios vivos. El Espíritu es un Espíritu santificador, es el que santifica en la Iglesia, es el que hace hombres y mujeres nuevos, de Dios, rectos y puros, testimonios vivientes del Señor. El es el que nos configura con Cristo Palabra, nos da fuerzas para vivirla, para cumplir la voluntad de Dios, para convertirnos en otros Cristos. El es el que nos transfi-gura, nos transforma totalmente en creaturas nuevas.

2.2. En segundo lugar, para llenarnos de dones, de ca-rismas, de gracias y bendiciones espirituales

El Espíritu es el que capacita a la Iglesia para evangelizar, la equipa con dones, carismas, con una cantidad de prerrogati-vas naturales, sobrenaturales, ordinarias y extraordinarias.

Es San Pablo quien nos recuerda que en el Cuerpo de Cristo hay diversidad de miembros, cada miembro capa-citado con carismas diferentes para hacer su misión, pero todos provenientes de un solo Espíritu. (Cfr 1 Cor 12).

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2.3. En tercer lugar, para luchar contra el mal.

Hay una relación estrecha entre Espíritu Santo y liberación. Jesús en el desierto fue guiado por el Espíritu para vencer el Mal. Y con el Espíritu que lo guiaba y con la Palabra de Dios que le inspiraba, él venció al enemigo (Cfr. Lc 4, 1 ss).

San Pablo nos recuerda que donde está el Espíritu de Dios allí hay libertad, allí hay liberación. (2 Cor 3, 17). Porque realmente “No hay otro poder con el cual se pueda expulsar al espíritu inmundo, si no es por medio del puro y santo Espíritu de Dios” (Didascalia Siria).

Por eso Jesús pasó venciendo al Enemigo con el Espíritu Santo: “Si yo expulso los demonios con el Espíritu San-to, con el dedo de Dios, con su poder y fuerza, entonces eso es manifestación de que el Reino de Dios se ha acerca-do a ustedes” (Cfr. Mt 12, 28).

Y nos prometió enviarnos no un Espíritu de esclavitud sino un Espíritu liberador.

2.4. En cuarto lugar, para hacer el bien

Porque el verdadero bien se hace con la fuerza del Espíritu Santo. Jesús lo recibió para ello: “El Espíritu está sobre mí porque me ungido y me ha enviado a (hacer el bien), anun-ciar la buena noticia a los pobres, a proclamar la liberación a los cautivos, a dar vista a los ciegos, a libertar a los opri-midos, y a proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4, 18-19), y San Mateó agrega: a dar oído a los sordos, piel nueva a los leprosos, vida a los muertos… (Cfr Mt 11, 2ss).

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Y en efecto, eso hizo Jesús, pasó haciendo el bien y sanan-do a los oprimidos por el diablo, porque estaba ungido por el Espíritu y porque Dios estaba con él (Cfr Hch 10, 38)

2.5. En quinto lugar, para interpretar la Palabra

El Espíritu tiene la misión de recordarnos todo, de darnos testimonio de Jesús, El es el Espíritu de la verdad, que nos lleva a la verdad completa. Por eso él actualiza el mensaje de salvación de Dios para que penetre a cada hombre y a cada cultura en cada nueva generación.

Es el Espíritu Santo el que pone palabras en la boca de la Iglesia y le da la audacia y valentía necesarias para anunciar el Evangelio en cada época, en los diferente areópagos, y ante las más variadas adversidades.

2.6. En sexto lugar, para dar la vida

Como Cristo que en la cruz entregó la vida, gota a gota, con la fuerza del Espíritu que allí lo ungía (Cfr. Heb 9, 14). Pues el mayor testimonio cristiano consiste en dar la sangre, en ser mártir de Cristo, en dar la vida por Cristo y por la Iglesia. Y esto solo es posible con la unción poderosa del Espíritu Santo.

2.7 En séptimo lugar, para evangelizar

Los numerales anteriores son aspectos de la evangeliza-ción. Pero ahora subrayamos como en una gran síntesis, que la Palabra nos concede el Espíritu para evangelizar. Porque evangelizar es la única misión que tiene la Iglesia.

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Con la unción del Espíritu que la santifica, que la llena de carismas, que le da fuerzas para vencer el mal y hacer el bien, con la unción del Espíritu que actualiza la Palabra en ella y le da fuerza y audacia para predicarla, con la fortaleza que le da el Espíritu para entregar la vida, dedicarla y consagrarla a la salvación del mundo, la Iglesia se dedica con fruto a la tarea siempre primordial y urgente de la evangelización. Ella existe para evangelizar con la fuerza del Espíritu. El Espíritu es el protagonista de la Evangelización, sin El es imposible que la Palabra penetre los corazones y las culturas.

Es una gran verdad decir que la Palabra contiene y da el Espíritu. En ella está el Espíritu Santo que la inspiró. La Palabra es un lugar teológico del Espíritu. Allí se le puede encontrar claramente. Y la Palabra concede el espíritu a quienes tratan con ella:

Un día que Pedro predicaba la Palabra en la casa de Cornelio, “El Espíritu Santo vino sobre los que es-cuchaban la Palabra” (Hch 10, 44). Y los santificó, y los llenó de carismas, y los hizo hablar en lenguas el mensaje de Dios.

Y cuando los samaritanos escucharon y aceptaron la Palabra en su vida, recibieron también el Espíritu San-to: “Los de Samaria habían aceptado la Palabra y Pedro y Juan les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo” (Hch 8, 14-17), y fueron santificados, capacita-dos y empezaron hablar las maravillas de Dios.

Todos nosotros debemos llegar a ser, en nuestra vida personal y comunitaria, nuevos medios, nuevos cuerpos a través de los

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cuales el Espíritu Santo siga haciendo llegar la Palabra de Dios a los hombres. Como Iglesia hoy, somos el cuerpo actual por medio del cual llega la Palabra a las generaciones presentes.

La vida es cristiana en la medida en que reproduzca la del di-vino Maestro. Y la vida de un presbítero es sacerdotal si está configurada con la de Cristo Pastor. De ahí que nuestra vida deba entonces ser imagen o mejor continuación de la suya, escritura viva donde se vea claramente el rostro de Jesús, “un evangelio vivo, una predicación continua, una regla perfecta”12.

Para poder llegar a ser evangelios vivos tenemos que leer y orar la Sagrada Escritura, pero antes de leerla y de orarla, “darnos al Espíritu de Dios quien las dictó, pedirle que las grabe en nuestros corazones y que haga de nosotros un evangelio y un libro vivo, escrito por dentro y por fuera, en el cual la vida de Je-sús esté perfectamente impresa”13. Es el Espíritu Santo el que puede tomar nuestros corazones y convertirlos en evange-lios de Jesucristo. Por eso, nos aconseja san Juan Eudes que “le entreguemos el corazón al Espíritu Santo y le roguemos que escriba en él la santa vida de Jesús” 14. Pues al fin y al cabo no hay que olvidar que “la práctica de las prácticas, el secreto de los secretos, la devoción de las devociones es darnos al Espíritu Santo de Jesús, con humildad, confianza y desprendimiento”15

Un Evangelio vivo es aquella persona que proclama a Jesús en primer lugar mediante el testimonio de su vida y luego por el anuncio explícito de la Palabra de Dios. Un Evangelio 12 OC III, 3413 OC III, 5314 OC VIII, 50515 OC I, 452

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vivo es aquella persona que se vuelve en este mundo carta de amor de Dios para los demás, escrita por el Espíritu Santo:

“Ustedes son una carta de Cristo redactada por ministerio nuestro y escrita no con tinta, sino con el Espíritu Santo de Dios vivo y no en tablas de piedra, sino en tablas de carne, es decir, en el corazón” (2 Cor 3, 3).

Es verdad, el Espíritu nos da la Palabra para creer, para orar y para evangelizar.

La Palabra nos da el Espíritu para santificarnos, para capa-citarnos y de esa manera Evangelizar.

El Espíritu es para evangelizar, la Palabra es para evangeli-zar. A la Iglesia se le dio la Palabra y el Espíritu para la única misión que posee: Evangelizar. La evangelización es obra del Espíritu Santo que es el Espíritu vivo de Dios, y obra de la Palabra Santa que es la Palabra viva y eficaz de Dios.

Pero recordemos que “El presbítero (y el cristiano) es un hombre de Dios. Sólo puede ser profeta en la medida en que haya hecho la experiencia del Dios vivo (esta expe-riencia es obra del Espíritu Santo). Sólo esta experiencia lo hará portador de una Palabra poderosa para transfor-mar la vida personal y social de los hombres de acuerdo con el designio del Padre” (DP 693).

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L a Palabra de Dios, hemos dicho es un arma cortante del Espíritu. Con ella hay que evangelizar. Con ella hay que destruir el mal, denunciándolo; con ella hay que defenderse de las tentaciones del Maligno. Más todavía, debemos vivir armados con esta espada día y no-che, como buenos soldados cristianos.

Armémonos pues con la Espada del Espíritu. Y para ello, es-cuchemos algunas exhortaciones de nuestro Santo Padre:

“Hagamos silencio para escuchar la Palabra de Dios y meditarla, para que ella, por la acción eficaz del Espí-ritu Santo, siga morando, viviendo y hablándonos a lo largo de todos los días de nuestra vida” (VD 124).

“Exhorto a los pastores a fomentar los momentos de recogimiento, por medio de los cuales, con la ayuda del Espíritu Santo, la Palabra de Dios se acoge en el corazón” (VD 66).

“Cuanto más sepamos ponernos a disposición de la Palabra divina, tanto más podremos constatar que el

Conclusión

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misterio de Pentecostés está vivo también hoy en la Iglesia de Dios. El Espíritu del Señor sigue derraman-do sus dones sobre la Iglesia para que seamos guia-dos a la verdad plena, desvelándonos el sentido de las Escrituras y haciéndonos anunciadores creíbles de la Palabra de salvación en el mundo” (VD 123).

“Que el Espíritu Santo despierte en los hombres ham-bre y sed de la Palabra de Dios y suscite entusiastas anunciadores y testigos del Evangelio”(VD 122).

“Dejémonos guiar por el Espíritu Santo para amar cada vez más la Palabra de Dios. (VD 5).

Y agrego yo: sumerjámonos en el río del Espíritu y en el océano de la Palabra para que oigamos lo que el Espíri-tu dice hoy a las Iglesias (Cfr Ap 2, 7), y para que Dios “convierta nuestra lengua en espada afilada” (Cfr. Is 49, 2), y hagamos la evangelización con unción y poder, pues El no nos ha dado un espíritu de temor, sino un Espíritu de poder (2 Tim 1, 6-7)

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Conclusión

Siglas

VD Verbum DominiDV Dei VerbumCEC Catecismo de la Iglesia CatólicaEN Evangelii NuntiandiOC Obras completas de san Juan Eudes, en 12 tomosPO Presbyterorum OrdinisNMI Novo Millenio IneunteDVM Directorio para la vida y ministerio de los presbíterosDP Documento de Puebla

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Celular: 044 55 9198 6435

México, D. F.

Libros de espirituaLidadCarismátiCa

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Los Eudistas, sacerdotes fundados por San Juan Eudes en Francia, en 1643, existimos para colaborar en la Iglesia con la Nueva Evangelización y en la Formación de buenos obreros del Evangelio (seminaristas, diáconos, presbíteros, religiosas, ministros laicos, servidores, grupos eclesiales…) Necesitamos personas que quieran ser parte de nuestra familia:

•Matrimoniosylaicosparaqueseanasociadoseudistas.•Jóvenesparaqueseansacerdoteseudistas omisionerosdelamisericordia.•Hombresymujeresentusiastasyemprendedoresque quierandedicarsuvidaaladorableJesucristo.

Comunícate con nosotros:

PadreCarlosTriana,[email protected]@hotmail.comCel.04455-9198-6435(D.F.)

ESTA OBRA SE TERMINÓ DE IMPRIMIREN ABRIl DE 2011, EN lOS TAllERES DE

IMPRESORA VARELCalle 8 No. 222 Col. Granjas San Antonio

09750 México, D.F. Tel. [email protected]