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LA ESPADA DE LA CATEDRAL DE BARCELONA Por Juan-Eduardo Cirlot EN Barcelona se conserva una de las espadas más bellas del mun- do (Figs. 1 a-b). Nos atrevemos a decirlo después de haber visto la llamada «de Carlomagno)) del Louvre, las de la Armería Real de Ma- drid, las del Lázaro Galdiano en la misma capital, las de los Museos de París, Ginebra, Zurich, Nuremberg, Turín, Milán y Venecia, aparte del conocimiento documental de las que se conservan en otros lugares. La espada de Barcelona se encuentra en el tesoro de la catedral, no en el pequeño museo con acceso por el claustro, sino entre las esplen- dorosas custodias y báculos, junto a los cálices, códices y arquillas, al lado de la espléndida silla gótica de plata dorada del rey Martín y de la tan restaurada corona del mismo monarca. Tal vez por su situación adquiere o, mejor, ratifica, el valor místico que la reina de las armas posee siempre y que se acrecienta con el paso del tiempo, con la me- tamorfosis de la sociedad y de la guerra. En efecto, ahora no es posi- ble, casi, ver la espada como un arma física; es más bien un arma espiritual, un símbolo de poder y de capacidad en esa «agresividad superior)) que identificamos con el espíritu. La belleza de la espada de Barcelona reside en la originalidad de su forma, tanto en la guar- da de hierro cincelado como en la hoja, en el matiz dorado viejo que la recubre por entero, en sus proporciones admirables y en las cali- dades de su materia. No tiene ni esa textura atormentada que suelen poseer las armas de excavación, ni tampoco la lisura ((de nuevo)) de las piezas privilegiadas de ciertas colecciones, como, por ejemplo, de los estoques de la Real Armería madrileña. Si bien es cierto que no posee la alta época de la espada románica del Louvre, a que aludíamos al principio de este texto, ni siquiera la de la espada atribuida a Fernando 111 de la Real Armería, corresponde, en cambio, a un mo- mento interesantísimo, a ese ocaso de la Edad Media tan bien ana- lizado por Huizinga en su famoso libro, y cuyo perfume percibimos en la pintura de Huguet (Figs. 2-3). La última floración del gótico se halla, pues, perfectamente representada en esta espada barcelonesa cuya pureza estilística es otra de sus relevantes cualidades. Pero su interés se ve acrecentado por el hecho de que es una pieza histórica, no perdida en el anónimo total que envuelve a tantas armas importantes, ni adobada con los falsos prestigios de una atribución absurda cuando no ridícula, como las que esmaltaban los catálogos de ciertas armerías a fines del pasado siglo, y aún inspiran que, en LA ESPADA DE LA CATEDRAL DE BARCELONA por Juan-Eduardo CirIot EN Barcelona se conserva una de las espadas más bellas del mun· do (Figs. 1 a-b). Nos atrevemos a decirlo después de haber visto la llamada «de Carlomagno» del Louvre, las de la Armería Real de Ma- drid, las del Lázaro Galdiano en la misma capital, las de los Museos de París, Ginebra, Zurich, Nuremberg, Turín, Milán y Venecia, aparte del conocimiento documental de las que se conservan en otros lugares. La espada de Barcelona se encuentra en el tesoro de la catedral, no en el pequeño museo con acceso por el claustro, sino entre las esplen· dorosas custodias y báculos, junto a los cálices, códices y arquillas, al lado de la espléndida silla gótica de plata dorada del rey Martín y de la tan restaurada corona del mismo monarca. Tal vez por su situación adquiere o, mejor, ratifica, el valor místico que la reina de las armas posee siempre y que se acrecienta con el paso del tiempo, con la me- tamorfosis de la sociedad y de la guerra. En efecto, ahora no es posi- ble, casi, ver la espada como un arma física; es más bien un arma espiritual, un símbolo de poder y de capacidad en esa «agresividad superior» que identificamos con el espíritu. La belleza de la espada de Barcelona reside en la originalidad de su forma, tanto en la guaro da de hierro cincelado como en la hoja, en el matiz dorado viejo que la recubre por entero, en sus proporciones admirables y en las cali· dades de su materia. No tiene ni esa textura atormentada que suelen poseer las armas de excavación, ni tampoco la lisura «de nuevo» de las piezas privilegiadas de ciertas colecciones, como, por ejemplo, de los estoques de la Real Armería madrileña. Si bien es cierto que no posee la alta época de la espada románica del Louvre, a que aludíamos al principio de este texto, ni siquiera la de la espada atribuida a Fernando !Ir de la Real Armería, corresponde, en cambio, a un mo- mento interesantísimo, a ese ocaso de la Edad Media tan bien ana- lizado por Huizinga en su famoso libro, y cuyo perfume percibimos en la pintura de Huguet (Figs. 2-3). La última floración del gótico se halla, pues, perfectamente representada en esta espada barcelonesa cuya pureza estilística es otra de sus relevantes cualidades. Pero su interés se ve acrecentado por el hecho de que es una pieza histórica, no perdida en el anónimo total que envuelve a tantas armas importantes, ni adobada con los falsos prestigios de una atribución absurda cuando no ridícula, como las que esmaltaban los catálogos de ciertas armerías a fines del pasado siglo, y aún inspiran que, en 5 Juan-Eduardo Cirlot Gladius, III (1964), pp. 5-11 ISSN 0435-029X Digitalizado por InterClassica http://interclassica.um.es Consejo Superior de Investigaciones Científicas http://gladius.revistas.csic.es

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LA ESPADA D E LA CATEDRAL DE BARCELONA

Por Juan-Eduardo Cirlot

EN Barcelona se conserva una de las espadas más bellas del mun- do (Figs. 1 a-b). Nos atrevemos a decirlo después de haber visto la llamada «de Carlomagno)) del Louvre, las de la Armería Real de Ma- drid, las del Lázaro Galdiano en la misma capital, las de los Museos de París, Ginebra, Zurich, Nuremberg, Turín, Milán y Venecia, aparte del conocimiento documental de las que se conservan en otros lugares. La espada de Barcelona se encuentra en el tesoro de la catedral, no en el pequeño museo con acceso por el claustro, sino entre las esplen- dorosas custodias y báculos, junto a los cálices, códices y arquillas, al lado de la espléndida silla gótica de plata dorada del rey Martín y de la tan restaurada corona del mismo monarca. Tal vez por su situación adquiere o, mejor, ratifica, el valor místico que la reina de las armas posee siempre y que se acrecienta con el paso del tiempo, con la me- tamorfosis de la sociedad y de la guerra. En efecto, ahora no es posi- ble, casi, ver la espada como un arma física; es más bien un arma espiritual, un símbolo de poder y de capacidad en esa «agresividad superior)) que identificamos con el espíritu. La belleza de la espada de Barcelona reside en la originalidad de su forma, tanto en la guar- da de hierro cincelado como en la hoja, en el matiz dorado viejo que la recubre por entero, en sus proporciones admirables y en las cali- dades de su materia. No tiene ni esa textura atormentada que suelen poseer las armas de excavación, ni tampoco la lisura ((de nuevo)) de las piezas privilegiadas de ciertas colecciones, como, por ejemplo, de los estoques de la Real Armería madrileña. Si bien es cierto que no posee la alta época de la espada románica del Louvre, a que aludíamos al principio de este texto, ni siquiera la de la espada atribuida a Fernando 111 de la Real Armería, corresponde, en cambio, a un mo- mento interesantísimo, a ese ocaso de la Edad Media tan bien ana- lizado por Huizinga en su famoso libro, y cuyo perfume percibimos en la pintura de Huguet (Figs. 2-3). La última floración del gótico se halla, pues, perfectamente representada en esta espada barcelonesa cuya pureza estilística es otra de sus relevantes cualidades.

Pero su interés se ve acrecentado por el hecho de que es una pieza histórica, no perdida en el anónimo total que envuelve a tantas armas importantes, ni adobada con los falsos prestigios de una atribución absurda cuando no ridícula, como las que esmaltaban los catálogos de ciertas armerías a fines del pasado siglo, y aún inspiran que, en

LA ESPADA DE LA CATEDRAL DE BARCELONA

porJuan-Eduardo CirIot

EN Barcelona se conserva una de las espadas más bellas del mun·do (Figs. 1 a-b). Nos atrevemos a decirlo después de haber visto lallamada «de Carlomagno» del Louvre, las de la Armería Real de Ma­drid, las del Lázaro Galdiano en la misma capital, las de los Museosde París, Ginebra, Zurich, Nuremberg, Turín, Milán y Venecia, apartedel conocimiento documental de las que se conservan en otros lugares.La espada de Barcelona se encuentra en el tesoro de la catedral, noen el pequeño museo con acceso por el claustro, sino entre las esplen·dorosas custodias y báculos, junto a los cálices, códices y arquillas, allado de la espléndida silla gótica de plata dorada del rey Martín y dela tan restaurada corona del mismo monarca. Tal vez por su situaciónadquiere o, mejor, ratifica, el valor místico que la reina de las armasposee siempre y que se acrecienta con el paso del tiempo, con la me­tamorfosis de la sociedad y de la guerra. En efecto, ahora no es posi­ble, casi, ver la espada como un arma física; es más bien un armaespiritual, un símbolo de poder y de capacidad en esa «agresividadsuperior» que identificamos con el espíritu. La belleza de la espadade Barcelona reside en la originalidad de su forma, tanto en la guaroda de hierro cincelado como en la hoja, en el matiz dorado viejo quela recubre por entero, en sus proporciones admirables y en las cali·dades de su materia. No tiene ni esa textura atormentada que suelenposeer las armas de excavación, ni tampoco la lisura «de nuevo» delas piezas privilegiadas de ciertas colecciones, como, por ejemplo, delos estoques de la Real Armería madrileña. Si bien es cierto que noposee la alta época de la espada románica del Louvre, a que aludíamosal principio de este texto, ni siquiera la de la espada atribuida aFernando !Ir de la Real Armería, corresponde, en cambio, a un mo­mento interesantísimo, a ese ocaso de la Edad Media tan bien ana­lizado por Huizinga en su famoso libro, y cuyo perfume percibimosen la pintura de Huguet (Figs. 2-3). La última floración del gótico sehalla, pues, perfectamente representada en esta espada barcelonesacuya pureza estilística es otra de sus relevantes cualidades.

Pero su interés se ve acrecentado por el hecho de que es una piezahistórica, no perdida en el anónimo total que envuelve a tantas armasimportantes, ni adobada con los falsos prestigios de una atribuciónabsurda cuando no ridícula, como las que esmaltaban los catálogosde ciertas armerías a fines del pasado siglo, y aún inspiran que, en

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determinadas exposiciones, se exhiban, como espada del Cid, armas con empuñadura de la segunda mitad del siglo xv, sin ninguna ad- vertencia sobre el hecho en artículos de prensa. Esta espada de la catedral de Barcelona perteneció a Pedro, condestable de Portugal, que reinó efímeramente en Cataluña, como resultado de sus propios problemas y aventurosa existencia, y como resultado también de la contienda de los catalanes con Juan 11 de Aragón. Pedro (1429-1466) es un personaje nobilísimo, aureolado por un romanticismo lejano, que le presta su vida azarosa, de la que daremos un breve resumen. Hijo del infante don Pedro, duque de Coimbra, a los quince años era nombrado cronista de Alfonso V, rey de Portugal. Poco después le armaba caballero el infante don Enrique, en el Monasterio de San Jorge, de Coimbra; a los dieciséis años combatía en Castilla en favor de Alvaro de Luna contra los infantes de Aragón. Al morir su tío el infante don Juan, fue nombrado condestable. Desde su juventud sin- tió la misma atracción por las armas que por las letras. Se sabe que, en 1449, a los veinte años, obtenía del marqués de Santillana-con quien había trabado amistad-que le enviara, por medio de Alvar González de Alcántara, sus obras poéticas. Su destino político, que hubiera podido ser brillante en su patria, se truncó con la batalla de Alfarrobeira, en la que murió su padre. Disensiones de éste con el monarca motivaron que se le despojara de sus bienes y se le castigara con el destierro. Pero se dirigió a Castilla, donde vivió nueve años, hasta 1457, de un modo ((mísero y erranten. En esa época se formaría su peculiar sentimentalismo poético, que refleja su divisa (tPaine pour joie» (Dolor por alegría), que se ha interpretado de maneras diversas, tal como lo recoge Martínez Ferrando (l), pareciendo la más lógica la que asimila el concepto al ((Durch Leiden Freuden beethoveniano (A la alegría por el dolor).

Un caballero de sangre real se vio obligado, pues, a vivir como no- ble sin peculio, ayudado por amistades y recursos diversos. En ese período de su existencia cultivó la literatura y aprendió el castellano, escribiendo su Satyra de felice e infelice vida, obra inspirada en el Laberinto, de Mena, pero dotada de un inconfundible carácter, que pudiéramos llamar «decadente» y que se relaciona más con la saudade portuguesa que con el conceptismo, aunque lo utilice, así como las hipérboles y alegorías que eran del gusto de la época, siguiendo la tónica del célebre Roman de la Rose. Más tarde, Pedro escribió la Tragedia de la insigne Reyna doña Isabel, en forma dialogada y dedi- cada a la memoria de su hermana. En 1457, Alfonso V le levanta el

(1) J.-ERNEST MARTÍNEZ F'ERRANDO : Pere de Portugal, ((Rez dels Calalans)). Barcelona, 1936.

determinadas exposIcIOnes, se exhiban, como espada del Cid, armascon empuñadura de la segunda mitad del siglo xv, sin ninguna ad­vertencia sobre el hecho en articulas de prensa. Esta espada de lacatedral de Barcelona perteneció a Pedro, condestable de Portugal,que reinó efímeramente en Cataluña, como resultado de sus propiosproblemas y aventurosa existencia, y como resultado también de lacontienda de los catalanes con Juan II de Aragón. Pedro (1429·1466)es un personaje nobilísimo, aureolado por un romanticismo lejano,que le presta su vida azarosa, de la que daremos un breve resumen.Hijo del infante don Pedro, duque de Coimbra, a los quince años eranombrado cronista de Alfonso V, rey de Portugal. Poco después learmaba caballero el infante don Enrique, en el Monasterio de SanJorge, de Coimbra; a los dieciséis años combatia en Castilla en favorde Alvaro de Luna contra los infantes de Aragón. Al morir su tío elinfante don Juan, fue nombrado condestable. Desde su juventud sin­tió la misma atracción por las armas que por las letras. Se sabe que,en 1449, a los veinte años, obtenia del marqués de Santillana-conquien había trabado amistad-que le enviara, por medio de AlvarGonzález de Alcántara, sus obras poéticas. Su destino político, quehubiera podido ser brillante en su patria, se truncó con la batalla deAlfarrobeira, en la que murió su padre. Disensiones de é~te con elmonarca motivaron que se le despojara de sus bienes y se le castigaracon el destierro. Pero se dirigió a Castilla, donde vivió nueve años,hasta 1457, de un modo «mísero y errante». En esa época se formariasu peculiar sentimentalismo poético, que refleja su divisa <cPaine pourjoie» (Dolor por alegría), que se ha interpretado de maneras diversas,tal como lo recoge Martinez Ferrando (1), pareciendo la más lógica laque asimila el concepto al «Durch Leiden Freude» beethoveniano (A laalegría por el dolor).

Un caballero de sangre real se vio obligado, pues, a vivir como no·ble sin peculio, ayudado por amistades y recursos diversos. En eseperiodo de su existencia cultivó la literatura y aprendió el castellano,escribiendo su Satyra de felice e infelice vida, obra inspirada en elLaberinto, de Mena, pero dotada de un inconfundible carácter, quepudiéramos llamar «decadente» y que se relaciona más con la saudadeportuguesa que con el conceptismo, aunque lo utilice, así como lashipérboles y alegorías que eran del gusto de la época, siguiendo latónica del célebre Roman de la Rose. Más tarde, Pedro escribió laTragedia de la insigne Reyna doña Isabel, en forma dialogada y dedi­cada a la memoria de su hermana. En 1457, Alfonso V le levanta el

(1) J.-ERNEST MARTfNEZ FERRANDO: Pére de Portugal, <cReí deis Catalans».Barcelona, 1936.

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destierro. Pedro retorna a su patria, donde sin duda no vio colmadas sus ambiciones. En 1465, habiendo muerto el príncipe de Viana, los catalanes, que han roto su juramento de fidelidad a Juan 11, ofrecen la corona a Enrique I V de Castilla, que rehúsa. Piensan luego cn el condestable de Portugal, en Pedro, por ser éste nieto del conde de Urgel, Jaime el Desdichado. En 1465 mandan una embajada y Pedro acepta la corona, que le obliga a una guerra con el monarca aragonés, llegando a Barcelona por mar. Jura los privilegios del reino. Derrota en febrero de ese año al conde de Prades, toma la Bisbal. Pero la vida de campaña quebranta su salud, nada vigorosa. Hay muchos docu- mentos sobre el efímero reinado catalán de Pedro, que acuñó mone- das y al que Huguet pinta, al parecer, dos veces: una (Fig. 21, en el retablo de San Bernardino de Siena y del Santo Angel custodio (ca- tedral de Barcelona), y otra (Fig. 31, como uno de los reyes magos, en la tabla de la Epifanía, del retablo llamado ((del Condestable)) (capilla de Santa Agueda, Barcelona). Pedro, al que testimonios de la época, juzgan bello y apuesto, aparece en estos retratos más bien como re- traído y lejano. Los documentos hablan de su gusto por el arte y lo refinado y suntuoso. No es de extrañar se hiciera labrar una espada como la que ahora perpetúa su recuerdo y que se sabe suya por la divisa ((Paine pour joien que está grabada en la hoja, divisa que el rey hizo esculpir en marcos de ventana y que aparece también en el retablo de la capilla de Santa Agueda. Esta espada podría ser obra de un armero italiano, pues en los documentos antes aludidos aparece citado «el daguer Joan lo florentí)), que también trabajó para el prín- cipe de Viana, por lo que se trataría de un artífice establecido ya en Barcelona antes de la llegada de Pedro. Hay el dato curioso de que el citado daguero cobró el precio de forjar «una espada, dos puñales y algunos cuchillos» para el monarca con la cesión de un esclavo ne- gro (2). El rey amaba la orfebrería, tenía un hermoso tesoro de obras en oro y plata, que hizo fundir para socorrer a la ciudad de Tortosa. Pero la enfermedad le minaba y sucumbió a la tisis en 29 de junio de 1466, hallándose en el palacio de Juan de Montbuy, de Granollers. Murió, pues, en el día de su santo patrón San Pedro, signo de favor del cielo.

La espada del condestable-rey, que llegó a la catedral de Barcelona posiblemente poco después de la muerte del monarca, acaso como legado, pero de lo cual no tenemos noticia, es una espada de dos ma- nos, muy semejante por las medidas-y por nada más-al mandoble de los Reyes CatóIicos de la Armería Real, pues éste mide 133 centí- metros y la espada de Barcelona 132,5 centímetros. Como dijimos, está

( 2 ) Op. cit.

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destierro. Pedro retorna a su patria, donde sin duda no vio colmadassus ambiciones. En 1465, habiendo muerto el príncipe de Viana, loscatalanes, que han roto su juramento de fidelidad a Juan II, ofrecenla corona a Enrique IV de Castilla, que rehúsa. Piensan luego en elcondestable de Portugal, en Pedro, por ser éste nieto del conde deUrgel, Jaime el Desdichado. En 1465 mandan una embajada y Pedroacepta la corona, que le obliga a una guerra con el monarca aragonés,llegando a Barcelona por mar. Jura los privilegios del reino. Derrotaen febrero de ese año al conde de Prades, toma la Bisbal. Pero la vidade campaña quebranta su salud, nada vigorosa. Hay muchos docu­mentos sobre el efímero reinado catalán de Pedro, que acuñó mane·das y al que Huguet pinta, al parecer, dos veces: una (Fig. 2), en elretablo de San Bernardino de Siena y del Santo Angel custodio (ca·tedral de Barcelona), y otra (Fig. 3), como uno de los reyes magos, enla tabla de la Epifanía, del retablo llamado «del Condestable» (capillade Santa Agueda, Barcelona). Pedro, al que testimonios de la época,juzgan bello y apuesto, aparece en estos retratos más bien como re­traído y lejano. Los documentos hablan de su gusto por el arte y lorefinado y suntuoso. No es de extrañar se hiciera labrar una espadacomo la que ahora perpetúa su recuerdo y que se sabe suya por ladivisa «Paine pour joie» que está grabada en la hoja, divisa que elrey hizo esculpir en marcos de ventana y que aparece también en elretablo de la capilla de Santa Agueda. Esta espada podría ser obra deun armero italiano, pues en los documentos antes aludidos aparececitado «el daguer Joan lo florentÍl>, que también trabajó para el prín­cipe de Viana, por 10 que se trataria de un artífice establecido ya enBarcelona antes de la llegada de Pedro. Hay el dato curioso de que elcitado daguero cobró el precio de forjar «una espada, dos puñales yalgunos cuchillos» para el monarca con la cesión de un esclavo neogro (2). El rey amaba la orfebrería, tenía un hermoso tesoro de obrasen oro y plata, que hizo fundir para socorrer a la ciudad de Tortosa.Pero la enfermedad le minaba y sucumbió a la tisis en 29 de juniode 1466, hallándose en el palacio de Juan de Montbuy, de Granollers.Murió, pues, en el día de su santo patrón San Pedro, signo de favordel cielo.

La espada del condestable-rey, que llegó a la catedral de Barcelonaposiblemente poco después de la muerte del monarca, acaso comolegado, pero de lo cual no tenemos noticia, es una espada de dos ma­nos, muy semejante por las medidas-y por nada más-al mandoblede los Reyes Católicos de la Armería Real, pues éste mide 133 centí­metros y la espada de Barcelona 132,5 centímetros. Como dijimos, está

(2) Op. cit.

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dorada en su totalidad por el peligroso procedimiento del dorado al fuego, que hoy no se practica y que es el único que admite el hierro directamente. La empuñadura está labrada con primoroso trabajo de tipo floral, muy intenso y estilizado. El pomo en forma de pera tiene un arrollamiento helicoidal que armoniza con el de paso mucho más fino de los brazos del arriaz. Estos brazos se curvan hacia arriba, en lugar de hacerlo hacia abajo, que es la estructura más normal y co- rriente. No se trata de una colocación al revés, debida a un montaje equivocado, pues el escudete de la parte central de la guarda está perfectamente colocado con el vértice sobre el recazo. Hay dibujos de miniaturas medievales y grabados de Durero con arriaces invertidos así, pero la falta de detalle impide ver si es disposición original o colo- cación equivocada al montar las piezas de la empuñadura. También aparece el arriaz de curvatura invertida en obras de pintores prerra- faelistas. Esta disposición, en la pieza que comentamos, aumenta su esbeltez y le quita, acaso, algo del sentido directamente utilitario. ¿Fue arma de parada o de combate? Creemos que ambas cosas.

Las dimensiones de la espada son las siguientes: Longitud total, del pomo a la punta: 132,5 centímetros; íd. empuñadura: 31,5 centi- metros; longitud total de la hoja: 101 centímetros, que se subdivide del modo siguiente: recazo: cuatro centímetros; parte alta, de cuatro mesas (en realidad, dos con dos anchas canales que las dividen): 30,5 centímetros; parte media, de tres mesas (una, con una ancha canal en medio, donde está grabada la divisa; esa zona de en medio tiene una sección ligeramente cóncava en cada cara) : 53,5 centímetros; parte baja, de dos mesas: 13 centímetros. Anchura máxima de la hoja: cua- tro centímetros y medio.

Contemplada la espada del condestable-rey y los retratos del mo- narca, en la misma catedral (museo) y capilla de Santa Agueda, tan cercana, se puede terminar el periplo de homenaje a este príncipe -menos desventurado por su muerte prematura y por su, al fin y al cabo, derrota por Juan 11, que por el hecho de que los historiadores de la literatura, despiadadamente, juzguen sus obras como ((de aficio- nado»-visitando su sepulcro, que sigue ya para siempre siendo pro- visional, en el coro de la iglesia de Santa María del Mar, de Barcelo- na. Es una sencilla lauda en bajo relieve, ya medio borrado, en el que se vislumbra la cabeza del rey, el cuerpo y sus manos sosteniendo un libro. El magno sepulcro escultórico, con yacente revestida de arma- dura, que debió haber labrado Claperós, no llegó a hacerse.

dorada en su totalidad por el peligroso procedimiento del dorado alfuego, que hoy no se practica y que es el único que admittl el hierrodirectamente. La empuñadura está labrada con primoroso trabajo detipo floral, muy intenso y estilizado. El pomo en forma de pera tieneun arrollamiento helicoidal que armoniza con el de paso mucho másfino de los brazos del arriaz. Estos brazos se curvan hacia arriba, enlugar de hacerlo hacia abajo, que es la estructura más normal y co­rriente. No se trata de una colocación al revés, debida a un montajeequivocado, pues el escudete de la parte central de la guarda estáperfectamente colocado con el vértice sobre el recazo. Hay dibujosde miniaturas medievales y grabados de Durero con arriaces invertidosasí, pero la falta de detalle impide ver si es disposición original o colo­cación equivocada al montar las piezas de la empuñadura. Tambiénaparece el arriaz de curvatura invertida en obras de pintores prerra·faelistas. Esta disposición, en la pieza que comentamos, aumenta suesbeltez y le quita, acaso, algo del sentido directamente utilitario. ¿Fuearma de parada o de combate? Creemos que ambas cosas.

Las dimensiones de la espada son las siguientes: Longitud total,del pomo a la punta: 132,5 centímetros; íd. empuñadura: 31,5 centí·metros; longitud total de la hoja: 101 centímetros, que se subdividedel modo siguiente: recazo: cuatro centímetros; parte alta, de cuatromesas (en realidad, dos con dos anchas canales que las dividen):30,5 centímetros; parte media, de tres mesas (una, con una ancha canalen medio, donde está grabada la divisa; esa zona de en medio tieneuna sección ligeramente cóncava en cada cara): 53,5 centímetros; partebaja, de dos mesas: 13 centímetros. Anchura máxima de la hoja: cua·tro centímetros y medio.

Contemplada la espada del condestable-rey y los retratos del mo­narca, en la misma catedral (museo) y capilla de Santa Agueda, tancercana, se puede terminar el periplo de homenaje a este príncipe-menos desventurado por su muerte prematura y por su, al fin y alcabo, derrota por Juan n, que por el hecho de que los historiadoresde la literatura, despiadadamente, juzguen sus obras como cede aficio­nado»-visitando su sepulcro, que sigue ya para siempre siendo pro­visional, en el coro de la iglesia de Santa María del Mar, de Barcelo­na. Es una sencilla lauda en bajo relieve, ya medio borrado, en el quese vislumbra la cabeza del rey, el cuerpo y sus manos sosteniendo unlibro. El magno sepulcro escultórico, con yacente revestida de arma­dura, que debió haber labrado Claperós, no llegó a hacerse.

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Fig. 1 a: Espada de Pedro, conttesiahle de Porlugril (1466). (Caicdrcil dc Rarcelorza.) h: Espada d e Pcdro. Deicillc de la crnpirfinditra.

¡:ig. 1 a: Espaúa de Pedro, condes/aMe d,' Por/llgl/I(1466). (CI//edral de Raree/olla.) h: Espada dePedro. De/I/lle de la emplllladllra.

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Fiy. 2. Refrafo que se suporle dc Pcdra, coridcsfuf~ic de Porticgul. (Rrtablo (le Saii Bernardirio, por Jaime Hugicct, 1466; ctrterircil tic A~ircc,loritr.)

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Fig, 2, Retrato que se sI/pone de Prdro, cOlldr.l'tllh!r de Por(I//jIlI, (Rrtablo dc SanBemardillo, flor Jaimc HI/¡:lIet, 14M;; catedrlll de Barce/ollll.)

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Fig. 3. Rcrrcito sirprresro de Pedro de Port~ignl. figura de la izqrrierdrr, por Hugliri. I¿ct(ihlo del condesrcible. (Capilln de Snntn Ag~leda. Barcelona.)

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Fiy. 3. Rctl"l/to SII/I/ICstO dc Pedro dc Portllgal. figllra dc la izquierda,flor Hugllct. RctaMo del conde.Hable. (ellpilla dc Sanla Agueda.Barcelona.)

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Juan-Eduardo CirlotGladius, III (1964), pp. 5-11 ISSN 0435-029X

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