la encrucijada

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Julio Ramón Ribeyro

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La encrucijada

l crea que el camino no tena desvos, pero he aqu que, al doblar el recodo, se encontr con una encrucijada. Se qued un momento pensativo, buscando una seal, un letrero que lo orientara. Las dos vas se abran a derecha e izquierda del boscaje, perdindose en la misteriosa lejana. El caminante dej sus bultos en tierra, sintindose en el ms absoluto desamparo. El boscaje lo atraa. Ignorar el camino era un magnfico pretexto para descansar. Busc la sombra del follaje y, a expensas del csped, se qued profundamente dormido. Y son, entonces, con lo que siempre soaba: con una ciudad soleada al final de un camino largo, donde l tena su casa, su lecho, su vaso de agua fresca y su manzano en florUn ruido lo hizo despertar y, a travs de la maleza, le pareci divisar un rostro hirsuto y barbudo que se esconda. De inmediato se levant y, al apartar las espinas, encontr a un hombre muy viejo sentado en un tronco muy carcomido. Qu haca usted? pregunt el caminante. Observando cmo dorma replic el viejo. Le interesa? S. Qu es lo que quiere? Nada.A pesar de ello, sus ojillos brillaban de contento. Lo s. Y usted? Tambin, pero hace mucho tiempo. Usted no conoce su ciudad? Nunca pude llegar a ella Pero sabe de qu era? De cobalto. La ma, de granito. Quedaron un instante mudos. Pero no habr un medio de saber cmo se llega? se quej el caminante. Si lo hubiera yo no estara aqu, perdido en este bosque, alimentndome de bellotas al decir esto, sac una de sus bolsillos y se la ofreci al caminante. Quiere? como se la rechazara, el viejo comenz a roerla con una voracidad extraordinaria. El caminante se levant. Y pensar que solo son dos caminos exclam. Y no saber cul tomar! Cmo hacen los dems viajeros? Algunos vienen instruidos. Les han advertido: Toma por la derecha, toma por la izquierda. Y sin cavilar se lanzan en busca de su ciudad. Otros son ms afortunados porque tienen impreso en la frente el camino que han de seguir, y no necesitan sino que los dems les digan qu seal tienen sobre los ojos. Mrame! exclam el caminante. Mrame en la frente! No tengo alguna seal?El viejo lo observ. Nada dijo, haciendo un guio. Usted no es predestinado. Yo tampoco. Casi nadie. Y los que no son predestinados, y los que no estn advertidos, qu deben hacer?El viejo se ech a rer. Qu deben hacer? Pues, como nosotros: quedarse en la encrucijada. Nosotros? S. Yo no estoy solo. Hay muchos en mi condicin. Sgame dijo, levantndose. Despus de recorrer una pequea trocha llegaron a un claro. Varias chozas se alzaban y algunos ancianos beban el sol a sus puertas. Estos tampoco conocan su camino. Jams llegarn a su ciudad. Adems ya nadie los espera. Aqu, en medio de la va, hemos formado nosotros esta pequea familia de gente desamparada. Qudese, usted, si quiere. No. A m s me esperan! Lo s muy bien. En la ciudad de granito tengo mi sitio y mi destinoEl viejo se dio media vuelta. Siga, entonces, su camino replic. Es lo que voy a hacer contest el caminante, retirndose. Sabe por dnde? grit el viejo. Probar uno de ellos! exclam el caminante, perdindose en la trocha. Y si se equivoca? grit ms fuerte el viejo.El caminante no le replic, pero, a poco, asom su rostro. Y si me equivoco? pregunt a su vez. Entonces Entonces no podr regresar Entonces, qu cosa har? Entonces, entonces, entonces! Esa palabra no existe entre los viajeros! No hay entonces. No hay otra probabilidad de hacer lo que se ha hecho. No hay esperanza de enmienda. El que se equivoc de camino jams podra regresar. En la ciudad extraa usted vivir como un extranjero. No conocer a nadie. Nadie le dar la mano. Nadie le abrir su corazn. Vivir mendigando en una lengua que no se la entendern. Cuando pida pan le darn una escoba. Cuando pregunte dnde queda la ciudad de granito, le darn una bofetada. Comprende? No hay entonces. Si usted se equivoca morir para siempre. Para siempre? S, para siempre. Porque hay otra muerte. La que tenemos nosotros, por ejemplo. Nosotros hemos muerto para la ciudad, pero no hemos muerto para la encrucijada.Un rumor que vena del camino suspendi su conversacin. Ms viajeros? pregunt el caminante. QuizEscrutaron a travs de la maleza. Ah viene un joven dijo el viejo. Se acerca ya est frente a la encrucijada toma el camino de la derecha No ve? exclam el anciano. l conoce su camino. No ha dudado un instante. Est predestinado. El caminante sali a la encrucijada y trat de seguirlo. Detngase! grit el viejo. Si pone un pie en ese camino jams podr regresar! En esta clase de marchas est prohibido el retroceso!El caminante se detuvo y contempl, estremecido de envidia, cmo el joven viajero se perda, feliz y presto, por el camino asoleado.Otro viajero lleg a la encrucijada. Y si le pregunto? inquiri el viajero. Qu cosa? Dnde queda mi ciudad No le responder. Cierto? Eh! Peregrino! Adnde va usted?El hombre se detuvo. A mi ciudad. Por qu camino? Por la derecha. Su ciudad es de cobalto o de granito? Es de nix Usted miente De nix y de pedrera Usted me engaa. De pedrera y de cobalto Dgame De cobalto y de slex Y alguien lo espera? Me espera mi vaso de agua fresca y mi manzano en flor.El caminante enmudeci, viendo cmo el peregrino se alejaba silbando. No ve? pregunt el viejo. Por qu no quieren decir? No conviene. Mientras menos lleguen a la ciudad, mejor. Habr ms sitio en las plazas y ms viandas en las comidas. Har la prueba otra vez. Ser intil. He de encontrar un peregrino bondadoso. Perder su tiempo Calle! Una mujer! Mire! Parece cansada.Lleg hasta ellos. Sus largas pestaas estaban cubiertas de tierra y el traje, con el sudor, se le pegaba al cuerpo. Se detuvo junto a ellos, mirndolos con sus ojos extraviados. Dganme, seores, qu camino debo seguir? A qu ciudad va? pregunt el viejo. No s. Qu camino le han dicho que tome? No s. Entonces? De un momento a otro, sin darme cuenta, me encontr en el camino y comenc a recorrerlo. Igual me pas a m intervino el caminante. Igual nos pasa a todos terci el anciano. De pronto aparecemos en la va, sin saber de dnde ni por qu, con un gran horizonte hacia delante y una fuerza invisible que nos empuja sin cesar. Todos sabemos que hay una ciudad que nos espera, pero no todos sabemos de qu color es la ciudad y muy pocos, cul es el desvo que debemos tomar Qudese en la encrucijada le rog el caminante. La encrucijada? Esta es la encrucijada. Aqu se ha fundado una ciudad para los extraviados. Extraviados? Para los que, como usted y como yo, no conocen el camino. Camino? Usted no se encuentra bien intervino el viejo. Y quin se encuentra bien? En el camino todos estn alucinados. Yo slo s que tengo que llegar. Si estoy en el camino es para recorrerlo todo. Jams me detendr. Cobardes! Le espera alguien? He visto en sueos un hombre de cabello negro y una cuna rosada como la aurora. Djeme mirar su frente.La mujer acerc su rostro. No hay ninguna seal anunci el caminante. Usted, como yo, no estamos predestinados. Ni importa. Llegar.El viejo la cogi del brazo. Qudese Llegar!El caminante la abraz. Acompenos Llegar!Los dos suplicaron: No parta Llegar, llegar, llegar! Sultenme! Djenme seguir!La soltaron.Ella se perdi por el camino de la izquierda. Su andar era cada vez ms lento. A los cien pasos se detuvo cay y, con su traje escarlata pareca una mancha de sangre sobre el camino. He ah una mujer que no tena ciudad dijo el anciano. Mejor que haya cado, porque, donde quiera que hubiera llegado, sera tratada como forastera. Yo no quiero ser forastero musit el caminante. Nadie quiere serlo. Sin embargo, las ciudades estn atestadas de ellos. Es tan fcil equivocarse Preferible es la encrucijada. Amo la encrucijada. Yo no. La detesto!, porque he de tomarla como una compensacin a falta de mi ciudad. Qudese, que la noche se avecina. Me quedar hasta que amanezca. Es peligroso, le advierto. La encrucijada subyuga. Muchos pernoctaron aqu y se enamoraron para siempre de su tranquilidad. Es un remanso en el torrente del camino.Llegaron al claro del bosque. Los hombres de la encrucijada haban encendido hogueras y, en cuclillas, masticando races, evocaban sus ciudades distantes. En mi ciudad hay vino y claveles. En la ma alfajores y golondrinas. En la ma estanques con peces de colores... En la ma catedrales gticas Por qu no hemos llegado? Somos unos cobardes. No, unos ignorantes. No, unos desventurados. Somos hombres de medio camino. Somos hombres de encrucijada. No tenemos seales en la frente. Nadie nos ha advertido el desvo. Cmo me hubiera gustado emborracharme y adornar con claveles mis solapas Yo me hubiera hartado de dulces y cenara huevos de golondrina Yo dara migajas a los peces de mi estanque Yo hara genuflexiones ante los cristos de mis catedralesTodos en coro repitieron: Somos hombres encrucijada! Comamos nuestras bellotas!Se fueron apagando las hogueras y los ancianos retornaron a sus chozas. Qudese en la encrucijada murmur el viejo, cuando estuvieron solos. No tendr un palacio, pero s una cabaa. No tendr un lecho de rosas, pero s una tarima de hojas secas. No tendr un vaso de agua fresca, pero s un charco en el invierno. No tendr un manzano en flor, pero s un espino que florece cada lustro. Me quedar. Amo la encrucijada. Desde aqu ver pasar a la gente que conoce su camino y me burlar de ella. Qu otra cosa queda? Duerma. Todo el claro del bosque es suyo.El viejo se alej, dejando solo al caminante. An humeaban las fogatas. Tendise en el suelo, contemplando las estrellas y, sobre el cielo constelado, vio surgir las murallas radiantes de su ciudad de granito. Duerme? pregunt alguien a su lado. El caminante se incorpor. Una sombra se movi a su lado. Sueo contesto. Lo s, con su ciudad, con sus murallas Quin es usted? Un hombre de la encrucijada. Qu quiere?La sombra se acerc. Mire dijo, adelantando su frente. La seal! exclam el caminante. S, la seal. Y por qu no ha seguido usted el camino? Porque la descubr muy tarde, hace apenas unos das, mientras beba en el charco. Si la hubiera visto antes, estara en marcha. Pero ya estoy cansado. No llegar. He hallado tarde el camino Y los dems por qu no lo dijeron? La seal no es visible para todos. A veces solo el que la lleva puede verla. Y no siempre. Yo solo la veo de noche, en el charco, durante la luna nueva, cuando estoy desnudo y con hambre.El caminante qued en silencio. Siga el camino. Se lo aconsejo. La seal, para aparecer, tal vez necesite cierta dosis de cansancio, cierto paisaje, cierto ritmo en el paso. Vamos, haga la prueba, vaya en busca de la seal. Tiene razn Le dar bellotas para el camino.El caminante se puso de pie. La sombra se esfum. Cruz el bosque y lleg a la encrucijada. Los caminos se abran en la penumbra. Tom al azar el de la izquierda. Las alondras trinaban en los robledales y en occidente florecan los rosales del alba. Anduvo sin tregua por el camino que no tena desvos, atisbando desde las alturas el horizonte. Pasaron las horas, los das y, en cuanto charco encontrara, contemplaba su imagen, buscando intilmente la seal. Su frente agrietada solo guardaba tierra y cenizas.El camino tornbase cada vez ms ingrato. Pareca estar cavado en roca viva. Todo resto de vegetacin desapareci. No haba alondras ni regatos. Entr a un desfiladero. Abundaban los crneos. Heda. Al final divis una masa sobre la tierra. Era una mujer. Levntame gimi.l se detuvo. Crgame aadi.l se reclin. Llvame contigo. Adnde quieres ir? Adonde t vayas. Estoy fatigado. Yo estoy agonizante Cul es tu ciudad? No tengo. Alguien te espera? Nadie. Has tenido sueos? Nunca. Te gustara la ciudad de granito? Me da lo mismo Qu quieres entonces? Ir a tus espaldasEl caminante la subi en sus hombros. Pesas mucho.Ella no contest. Es muy dura la cuesta.Ella no contest. El sol calienta demasiado.Ella no contest.El caminante tropez en el ripio y cay de bruces. La sangre man de su frente. Me hice dao dijo.Pero la mujer no contest. Tampoco se movi. Quiso levantarla de nuevo, pero hallbase clavada al suelo como una roca. Era un pedazo de roca.Sigui el camino. Se desvanecieron a sus espaldas muchos crepsculos y las estrellas cambiaron de posicin. Las murallas de la ciudad no aparecan. El camino comenz a ondular. Despus de una curva, se detuvo violentamente: apareci otra encrucijada! Rod, entonces, exhausto por el polvo. Pero un ruido de piedras rebotando en el camino le hizo alzar la cabeza. Sobre el montculo que separaba los dos caminos, haba un anciano. Alzando el dedo le advirti: En el camino hay ms de una encrucijada y desapareci. He perdido el camino! Me he equivocado! dijo el caminante, avanzando hacia la roca.El viejo reapareci. En el camino hay ms de una encrucijada repiti, ocultndose otra vez. Aydeme! Busco la ciudad del granito y de la luz! Estoy ya muy cansado!El viejo asom por tercera vez. En el camino hay ms de una encrucijada y se esfum definitivamente.El caminante se apoy en la roca y la not hmeda. Elev la mirada y vio un hilillo de agua que resbalaba sobre el musgo. Escal el montculo y encontr un pequeo surtidor. Lentamente fue acercando el rostro y, antes de hundirlo, se detuvo. La sangre coagulada haba formado una flecha en su frente. La seal! Harto de alegra, se arroj al camino desde la altura. La flecha sealaba su diestra. Y tom esta va, danzando como en un escenario. Todo el da la estuvo recorriendo. Muchas encrucijadas salv, siempre girando hacia la derecha. En todas ellas encontr viajeros extraviados que le imploraban por la ciudad de sus ensueos, pero l ni les responda, enceguecido como estaba por su anhelo de llegar. Algunos intentaron seguirlo, pero, al no poder llevar el ritmo de su paso, cayeron de rodillas y quedaron arrastrndose sobre las piedras. Otros al ver la seguridad de su pisadas lo insultaron, llamndolo iluminado. Pero el no cej. Al fin iba a encontrar su ciudad, su lecho, su vaso de agua fresca y su manzano en florUna noche divis baada por la luna, una lnea blanca en el horizonte. Al amanecer llor de jbilo: eran las murallas de su ciudad. El granito reluca con el sol y, a travs de las almenas, asomaban las copas florecidas de sus huertos. Lleg al caer la noche. Cruz el foso emocionado, acarici los muros con voluptuosidad y besando las puertas guarnecidas de hierro, esper a que le abrieran. Mas pareca que no se haban percatado de su presencia. Golpe la puerta con ambos puos. Silencio. Nadie sala a recibirlo. Fue pasando la noche. Al amanecer tena los nudillos ensangrentados y quebrada la voz. Con el primer rayo del sol, se abri una ventana enrejada y asom un gendarme. Qu quiere usted? pregunt. Entrar. Por qu? Porque esta es mi ciudad. Quin lo espera? Mi lecho Aqu no hay lechos. Mi vaso de agua fresca Aqu no hay agua fresca. Mi manzano en flor Aqu no hay manzano en flor. No es esta la ciudad de granito? No, seor Qu ciudad es, entonces? La ciudad de cobalto.La ventana se cerr con estrpito, y toda la puerta qued resonando como un gigantesco tambor. El caminante mir a las murallas. Ya no eran tan blancas, como antes las viera. Un color rojizo violceo las tea. He equivocado el camino murmur. Esta no es mi ciudad. Soy aqu un forastero. Deb quedarme en la encrucijada!Dio media vuelta y quiso regresar, pero no pudo. Hacia atrs ya no haba camino. Todo era un campo eriazo por donde jams poda haber transitado un peregrino. Se haba ido borrando conforme lo recorriera. Solo a los costados se abra el foso que rodeaba las murallas. El caminante se asom. Estaba repleto con las osamentas de la gente que se equivoc de ciudad. Inclinando un poco, el cuerpo se dej caer. Los huesos crujieron bajo su peso y l quedo sepultado entre ellos, mirando, con ojos despavoridos, las murallas de la ciudad de cobalto, que reverberaban a la luz del sol.

1953