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25/04/02 5:43 P.M.
LA DIALÉCTICA ENTRE PODER E INSTITUCIÓN EN EL ANÁLISIS ORGANIZACIONAL: DE MAX WEBER AL NEOINSTITUCIONALISMO. *
Rigoberto Soria Romo Universidad de Occidente
Mesa # 4, Teoría de las Organizaciones Resumen:
El propósito de este ensayo es analizar la relación entre dos conceptos aparentemente
alejados uno del otro: poder e institución. Para argumentar esta afirmación, en un primer
apartado, se contrastan dos concepciones de poder: la funcionalista y la crítica. En una
segunda parte se analiza a March y Olsen (1997) en términos del nuevo institucionalismo y su
posición con respecto al poder y al cambio institucional. En la tercera sección se tiende un
puente entre estas dos concepciones con base en el desarrollo de la institucionalización de
Berger y Luckmann (1968) y se despliega su relación.
En esta forma se intenta trascender, de manera limitada, los marcos teóricos de diferentes
autores que desarrollan sus conceptos bajo el amparo de tradiciones teóricas distintas, y se
trata de establecer un diálogo entre los diversos enfoques disciplinarios para de esta manera
ampliar o reforzar las perspectivas que posibiliten analizar las organizaciones desde una teoría
enriquecida.
1 Introducción
Uno de los retos actuales de los estudios organizacionales es trascender la multiplicidad
de enfoques, pues no existe diálogo, o éste es muy limitado, entre las diferentes perspectivas
que lo conforman. Es común que diferentes autores, al analizar un mismo concepto, debido al
uso de distintos marcos conceptuales, alcancen conclusiones diferentes e incluso
contradictorias o incompatibles.
El propósito de este ensayo es analizar la relación entre dos conceptos aparentemente
alejados uno del otro: poder e institución. Aunque en la literatura neoinstitucionalista se acepta
la ausencia de la variable poder (Powell y DiMaggio, 1999:124; De la Rosa y Contreras en este
mismo volumen), en este trabajo, contrario a dicha afirmación, se plantea la existencia de una
* .- Ponencia presentada en el “VI Congreso Nacional y Primero Internacional de Investigación en Ciencias Administrativas, Paradigmas emergentes de la administración en las sociedades del conocimiento”; ACADEMIA DE CIENCIAS ADMINISTRATIVAS – IPN ; México, D.F., abril 24 al 26 del 2002; Ave. Benito Juárez # 435 Poniente, Col. Centro, Los Mochis, Sinaloa, E-mail: [email protected], [email protected], Tel Of. (01-668-812-6617 y 01-668-812-6126), Tel. Part. (01-668-812-2690), Los Mochis, Sinaloa. Profesor de la Universidad de Occidente, Unidad Los Mochis y estudiante del Doctorado en Estudios Organizacionales de la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. Agradezco a las autoridades de la Universidad de Occidente, especialmente a su Rector, Maestro Vicente López Portillo Tostado el apoyo para la realización de este trabajo. Agradezco al Dr. Luis Montaño Hirose de la Universidad Autónoma Metropolitana – Iztapalapa, el seguimiento y comentarios que permitieron mejorar en gran medida el presente trabajo.
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relación dialéctica entre poder e institución. Este argumento señala que el poder se forja en el
marco institucional de las organizaciones, lo que les da estabilidad en condiciones de un
contexto sin cambios sustanciales. Pero una vez que se genera un cambio en una variable
clave, como puede ser el medio ambiente, el campo organizacional, o en la correlación de
fuerzas al interior de la organización; el marco institucional se convierte en una restricción que
es necesario superar y el ejercicio del poder deviene en un mecanismo que contribuye a su
transformación y al cambio organizacional (Coronilla, en este mismo volumen), hasta que el
marco institucional se estabiliza de nuevo, reaccionando ante un cambio contextual posterior o
ante una variación de las relaciones de poder en la coalición dominante en la organización o
ante una transformación del campo organizacional. De esta manera, se genera una dialéctica
entre marco institucional estable- cambio en variable clave- transformación institucional-
estabilización del marco institucional y así sucesivamente. Esta dialéctica es la que permite el
ajuste de las organizaciones al marco institucional a la vez que contribuye a la explicación del
cambio organizacional.
Para argumentar la anterior hipótesis, en un primer apartado, se contrastan dos
concepciones de poder alternativas: la funcionalista y la crítica. En una segunda parte se
analiza a March y Olsen (1997) en términos del nuevo institucionalismo y su posición con
respecto al poder y al cambio institucional. En la tercera sección se tiende un puente entre estas
dos concepciones con base en el desarrollo de la institucionalización de Berger y Luckmann
(1968) y se despliega su relación.
En esta forma se intenta trascender, de manera limitada, los marcos teóricos de diferentes
autores que desarrollan sus conceptos bajo el amparo de tradiciones teóricas distintas, y se
trata de establecer un diálogo entre los diversos enfoques disciplinarios para de esta manera
ampliar o reforzar las perspectivas que posibiliten analizar las organizaciones desde una teoría
enriquecida.
2 Dos concepciones del poder
Existen varias concepciones del poder aplicadas en los estudios organizacionales, de las
cuales, dos se consideran especialmente relevantes para este trabajo. Aquellas que se
desprenden de la teoría funcionalista, de manufactura principalmente norteamericana y las
herederas del pensamiento weberiano, denominada perspectiva crítica por Hardy y Clegg
(1996: 623). En este trabajo se deja de lado la tradición que surge con Maquiavelo y los
desarrollos recientes asociados con Foucault (1979) relativos a la microfísica del poder, los
relacionados con género, identidad y resistencia reseñados por Hardy y Clegg (1996), así como
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los que se desprenden de la tradición marxista.
2.1 El poder en la teoría funcionalista
Esta corriente visualiza al poder como un recurso, como un atributo de quien lo ejerce
(Handy, 1982; Pfeffer, 2000, pp. 185-202). Como tal, tiene una estrecha relación con el
concepto de influencia y se asocia a distintas fuentes y métodos para su ejercicio.
Handy (1982) distingue entre poder e influencia. El primero es un recurso y la segunda, un
proceso activo. La influencia y el poder conforman un fino tejido en el cual los individuos o
grupos de la organización buscan hacer pensar o actuar a otros individuos o grupos en formas
particulares.
2.1.1 Las fuentes de poder
Para los funcionalistas, el poder surge de diversas fuentes. Handy (1982) hace referencia
al poder físico, al poder generado sobre la base de recursos, al poder derivado de la posición, al
poder experto y al poder personal. Estas fuentes son de alguna forma reproducidas por Pfeffer
(1992, 2000).
En este enfoque, el poder físico deviene de la fuerza superior de quien lo aplica. No tiene
que ser usado necesariamente para imponerse, pues es suficiente la creencia de su existencia.
Pocas organizaciones se basan en la fuerza física, por ejemplo las prisiones y los hospitales
mentales, en donde generalmente se emplea como último recurso.
La posesión o control de recursos (Handy, 1982: 114) o la capacidad para proporcionarlos
a la organización (Pfeffer, 2000: 197) es una segunda fuente de poder. Para que ésta sea
efectiva, debe haber control de los recursos y éstos deben ser deseados por el recipiente
potencial. Los recursos no tienen que ser materiales, sino que pueden ser elementos tan
intangibles como el status.
Una tercera fuente de poder es el lugar o rol del actor, que emerge como resultado de la
posición que un individuo tiene en la organización, lo que le permite el acceso a información
clave y a diversas cadenas de comunicación e influencia.
Otra fuente de poder es el conocimiento o expertise de los miembros de la organización.
Destaca la capacidad de enfrentar con éxito la incertidumbre que rodea a la organización
(Pfeffer 2000: 196). El poder también puede ser personal o derivado de las características
personales como facilidad de expresión, sensibilidad, habilidad social, competencia, carisma o
popularidad.
Hardy y Clegg (1996: 626) critican esta inclinación a destacar las fuentes de poder, pues
señalan que en la medida en que diferentes fenómenos o activos se convierten en recursos en
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diferentes contextos, la lista de fuentes de poder puede llegar a ser muy grande e indefinida, por
lo que hacer factible esta perspectiva teórica, requiere en primera instancia el entendimiento de
todos los posibles contextos que acompañan a la organización, lo cual es imposible de lograr en
términos prácticos, por lo que es difícil cerrar el listado de las bases del poder. De esta manera
una fuente de poder puede ser cualquier cosa, bajo las circunstancias apropiadas. Por lo
anterior, la perspectiva funcionalista termina siendo indefinida, o simplemente indeterminada.
Un punto importante de resaltar es que este enfoque analiza únicamente al poder que se
considera “legítimo”, es decir, aquel asociado a la autoridad o jerarquía formal de la
organización, a sus posiciones y líneas de mando reconocidas en el organigrama oficial. En
esta perspectiva, se reconoce otro tipo de fuerza que deviene de fuentes distintas a la autoridad
formalmente reconocida, por lo que se considera “poder ilegítimo” o informal y se asocia a la
política que se da al interior de la organización. En este enfoque la política se visualiza como
actividad no autorizada y practicada fuera de los canales formales, por lo que se considera
negativa y disfuncional a la organización, lo mismo que a la modalidad de poder asociada a la
misma.
El enfoque funcionalista, tiene dos características adicionales: el poder se asigna al
individuo o al agente por medio del cual se manifiesta o se ejerce y sus proponentes tratan de
medirlo empíricamente a través de vectores y otros mecanismos de operacionalización.
2.1.2 El ejercicio del poder
Acompañando a las fuentes de poder, se postulan una serie de mecanismos mediante los
cuales se ejerce. Handy (1982: 121) los divide en abiertos y ocultos. Los abiertos son el uso de
la fuerza, las reglas, el intercambio y la persuasión, y los ocultos son la ecología y el
magnetismo (Handy, 1982: 121-128). El ejercicio del poder requiere la aplicación de uno o
varios de estos métodos a la vez.
El primer método es la fuerza. Este es el más crudo de los mismos y se deriva del poder
físico, o la amenaza de su uso y, ocasionalmente, de los recursos como fuente del poder. Un
caso especial es el uso, o amenaza de utilización de la fuerza económica. Este es más común
que el de la fuerza física.
El poder también se aplica a través de reglas y procedimientos. Este método requiere que
se reconozca el derecho de instaurar estas reglas y procedimientos y que existan los medios de
hacerlos efectivos. Este método está asociado con el poder que surge de la posición y
respaldado por el poder de los recursos. Este es un método aceptado de aplicar el poder ya que
se somete a reglas.
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Un método adicional de ejercer el poder es el intercambio o negociación. Este es un
proceso que puede incluir sobornos, promociones, amistad, inclusión en un grupo, status, entre
otros. El intercambio puede surgir de cualquier fuente de poder, dependiendo de lo que se
ofrezca, pero los recursos y la posición son las bases más frecuentes. Idealmente ambas partes
deben obtener algo que buscan o desean.
Otro método es el de la persuasión. Ésta se basa en la lógica, el argumento y la evidencia
de los hechos. Es el método preferido y es el primero en utilizarse, pero normalmente se
contamina con el uso de algún otro mecanismo de poder. Los anteriores son métodos abiertos
de uso del poder, pero existen otros dos métodos que no son percibidos como tales: la ecología
y el magnetismo o carisma.
En términos normales, la ecología es el estudio de la relación entre un organismo y su
medio ambiente. En términos organizacionales, todo comportamiento se realiza en un medio
ambiente que es físico, psicológico y social y éste influencia al primero, lo condiciona o lo
facilita, de manera tal que entender la ecología permite comprender el comportamiento de las
personas, grupos y organizaciones, y por lo tanto, de influenciarlo.
Por su parte, el magnetismo o carisma es el uso del poder personal por alguien que posee
esta cualidad, que puede provenir de la confianza que genera, la habilidad que tiene, el respeto
que provoca, la lealtad o los principios que sustenta, entre otros factores que generan empatía o
simpatía. El carisma o magnetismo permite influenciar y ejercer el poder, sin que
aparentemente se imponga.
La selección del método aplicado depende de las circunstancias o el medio ambiente en
el cual se ejerce el poder. En un ambiente coercitivo, la fuerza física o económica, será el
método que comúnmente se aplique. En un ambiente de cooperación el poder experto y el
carismático funcionan mejor y en una organización en donde imperan la motivación y la
recompensa como fuentes de estímulo, la negociación es el método ideal.
2.2 El poder desde la perspectiva crítica
Para este enfoque, el poder es una relación, generalmente asimétrica, que implica al
mismo tiempo, dominación y resistencia a la misma. El poder se utiliza para resolver conflictos,
conciliar intereses y negociar los equilibrios al interior de la organización. El poder también
implica dependencia con diferentes grados de autonomía relativa. A diferencia del enfoque
funcionalista, el poder no se determina por los atributos de los actores. Esta concepción tiene su
matriz en los trabajos de Max Weber a principios del siglo XX.
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Para este enfoque, las relaciones de poder en la organización se asocian a la estructura
formal de la organización, y están determinadas por las relaciones de propiedad y control de los
medios de producción y mediadas por el conocimiento, la creatividad, la discreción, la
posibilidad y la capacidad y habilidad de gestión de los actores.
2.2.1 Weber: el poder y la dominación
El enfoque crítico del poder se asocia a Weber, el cual tiene sus bases metodológicas en
los "tipos ideales" (Weber [1922] 1977). Un tipo ideal es una abstracción, una construcción
intelectual, una utopía que se elabora acentuando en el pensamiento datos y hechos reales,
pero que difícilmente se encuentran en su expresión pura. Los tipos ideales sirven para formar
conceptos singulares, que comparados con el mundo real, ayudan al estudio y comprensión de
las situaciones históricamente verificables (Aktouf, 1998: 92; Hekman, 1999).
En términos del mismo Weber los
“tipos puros” (o ideales) deberán ser considerados como casos límite indispensables
y en especial valiosos para el análisis, casos entre los cuales la realidad histórica,
manifestada casi siempre en formas mixtas, se ha movido y aún se mueve (Weber
[1922] 1977: 752).
Algunos conceptos básicos planteados por Weber que surgen de sus tipos ideales son,
entre otros, poder y dominación (Barenstein, 1982). En términos de Weber, citado por
Barenstein (1982)
poder significa la probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación
social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa
probabilidad (Weber [1922] 1977: 43).
La base de ese poder puede ser cualquiera y en un sentido tan amplio que incluso
abarque fenómenos como la hipnosis (Barenstein, 1982). Weber habla entonces de dominación,
como un caso especial del poder:
Por dominación debe entenderse la probabilidad de encontrar obediencia a un
mandato de determinado contenido entre personas dadas (Weber [1922] 1977: 43).
Para Weber, la dominación es una relación, y como tal, debe ser efectiva todo el tiempo,
es decir, debe tener continuidad y, si no se ejercita, no existe. Weber establece diversos tipos
de dominación, cada uno de los cuales se asocia con una estructura sociológica
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fundamentalmente distinta del cuerpo y de los medios administrativos, instrumento mediante los
cuales se ejerce la dominación. Estos tres tipos ideales son denominados por Weber como:
dominación legal en virtud de estatuto. Su tipo más puro es la dominación
burocrática (Weber, [1922] 1977: 707). Dominación tradicional “en virtud de
creencia en la santidad de los ordenamientos y los poderes señoriales existentes
desde siempre”. Su tipo más puro es la dominación patriarcal (Weber, [1922] 1977:
708). Por último, la dominación carismática “en virtud de devoción afectiva a la
persona del señor y a sus dotes sobrenaturales (carisma) y, en particular: facultades
mágicas, revelaciones o heroísmo, poder intelectual u oratoria ... Sus tipos más
puros son el dominio del profeta, del héroe guerrero y del gran demagogo” (Weber,
[1922] 1977: 711).
La dominación, para que sea estable, debe darse al interior de una asociación. En el
tratamiento de Barenstein (1982) a Weber,
por asociación debe entenderse una relación social con una regulación limitadora
hacia afuera cuando el mantenimiento de su orden está garantizado por la conducta
de determinados hombres, destinada en especial a ese propósito: un dirigente y,
eventualmente, un cuadro administrativo (Weber, [1922] 1977: 39).
Una asociación es, entonces, un tipo de relación social con límites concretos, con un
orden interno y con una especificidad funcional interna, en el sentido de que se diferencia una
parte del contenido de esa asociación para mantener el orden establecido (Barenstein, 1982:
25). Finalmente, Weber señala que:
existe asociación de dominación cuando sus miembros están sometidos a
relaciones de dominación en virtud del orden vigente (Weber, [1922] 1977: 43).
De lo anterior se desprenden algunas consideraciones. En primer lugar, en Weber existe
una teoría de la organización representada por su concepto de asociación y su liga con los tipos
ideales de dominación. Una asociación es una forma de dominación, es decir, una organización
donde se ejerce el poder bajo ciertas bases y estructuras, cuyos “tipos puros” son la dominación
legal, la tradicional y la carismática.
En segunda instancia, los desarrollos actuales, no funcionalistas, acerca del poder en la
organización, son herederos de los conceptos weberianos, donde el poder y la dominación se
visualizan como una relación entre dos personas o grupos al interior de una asociación, es decir
una organización, que debe tener continuidad y vigencia para ser efectiva y no depende de la
persona ni de sus recursos y atributos. Además debe ser una asociación de dominación
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legítima, es decir estable ya que una asociación que no sea de dominación es relativamente
inestable (Barenstein, 1982: 26).
En tercer lugar, en la asociación de dominación, al igual que en la organización, coexiste
un titular de la dominación, es decir, una cúspide de la jerarquía organizacional, con un conjunto
de súbditos y un cuadro administrativo, o de mandos superiores e intermedios, que es el
aparato mediante el cual se ejerce la dominación.
Finalmente, de lo anterior se desprende que el poder, la dominación y su ejercicio están
integradas en la estructura formal de la organización, ya que se reconocen y adquieren
legitimidad e inclusive son funcionales a la organización en la resolución de conflictos, el
establecimiento de balances y la combinación de intereses a su interior. Esto marca una
diferencia fundamental con la perspectiva funcionalista del poder.
2.2.2 Los desarrollos de Crozier y Friedberg
Una teoría del poder específicamente desarrollada para las organizaciones, con base
weberiana es la de Crozier y Friedberg. Para estos autores una organización es
primordialmente
el reino de las relaciones de poder, de influencia, de regateo y de cálculo donde las
relaciones conflictivas no se ordenan según un esquema lógico integrado; (sino que)
para muchos actores, son el medio de manifestarse y de pesar sobre el sistema y
sus agremiados aunque sea de manera totalmente desigual ... (Esto es así porque
el hombre).... antes que nada es una cabeza, es decir, una libertad, o, dicho en
términos más concretos, un agente autónomo capaz de calcular y de manipular, que
se adapta e inventa en función de las circunstancias y de los movimientos de sus
agremiados. (Crozier y Friedberg, 1990: 39).
En toda organización el actor individual dispone de autonomía relativa, de un margen de
libertad irreductible para realizar sus actividades, es decir tiene poder relativo. Con base en esa
autonomía puede tomar las oportunidades que se le presentan en el marco de las restricciones
inherentes de la organización. Esta elección nunca es totalmente previsible, por lo que no está
absolutamente determinada y siempre tiene un elemento de contingencia.
Un segundo concepto clave para Crozier y Friedberg es el de poder, que:
en el plano más general, implica siempre la posibilidad, para algunos individuos o
grupos, de actuar sobre otros individuos o grupos... actuar sobre el prójimo es entrar
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en relación con él; y es en esta relación donde se desarrolla el poder de una
persona A sobre una persona B... El poder es, pues, una relación y no un atributo de
los actores (Crozier y Friedberg, 1990: 55).
El poder en términos de Crozier y Friedberg tiene varias características: es una relación
de intercambio, y por lo tanto de negociación; es una relación instrumental y no transitiva y
finalmente, es una relación recíproca pero desequilibrada. Es una relación de fuerza de la cual
uno puede sacar más ventaja que el otro, pero en la que, del mismo modo, el uno no está
totalmente desvalido frente al otro. La conceptualización de poder de estos autores es un
notable desarrollo de la teoría weberiana del poder y la dominación.
El poder se ejerce en el contexto de una estrategia, (Crozier y Friedberg, 1990: 46-48) la
cual es un comportamiento que siempre presenta dos aspectos: uno ofensivo, que es
aprovechar las oportunidades para mejorar su situación, y otro defensivo que consiste en
mantener y ampliar su margen de autonomía y por ende su capacidad de actuar. La utilidad del
concepto de estrategia proviene del hecho de que puede aplicarse indistintamente a los
comportamientos en apariencia racionales y a los que parecen completamente erráticos.
Para estos autores, las características estructurales de una organización delimitan o
restringen el ejercicio del poder entre los miembros de la misma y definen las condiciones en las
que éstos pueden negociar entre sí. La organización permite el desarrollo de relaciones de
poder y les da un carácter permanente.
Las estructuras y las reglas que rigen el funcionamiento oficial de una organización,
son las que determinan los lugares donde podrán desarrollarse (las) relaciones de
poder... (también) definen los sectores en que la acción es más previsible y ...
organizan procedimientos más o menos fáciles de controlar, crean y circunscriben
zonas organizativas de incertidumbre que los individuos o los grupos tratarán
simplemente de controlar para utilizarlas en la consecución de sus propias
estrategias y alrededor de las cuales se crearán, por ende, relaciones de poder ...
por último, la organización regulariza el desenvolvimiento de las relaciones de
poder. Dado su organigrama y sus reglamentos internos, restringe la libertad de
acción de los individuos y de los grupos que reúne, con lo cual condiciona
profundamente la orientación y el contenido de sus estrategias (Crozier y Friedberg,
1990: 66).
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Estos autores destacan algunas características organizacionales ligadas al ejercicio del
poder como las zonas de incertidumbre que se desarrollan alrededor de las relaciones entre
una organización y sus entornos; el control de la comunicación y de la información en la
organización y la existencia de reglas organizativas
Crozier y Friedberg establecen como conclusión que:
estudiar una organización desde el punto de vista de las relaciones de poder a
través de las cuales los actores organizativos manipulan las zonas de incertidumbre
con que cuentan para negociar continuamente su propia buena voluntad y para
imponer, en la medida de lo posible, sus propias orientaciones a otros actores, nos
revela una segunda estructura de poder, paralela a la que el organigrama oficial
codifica y legitima ... (con esto) permite situar y comprender las “anomalías” y el
“distanciamiento” que continuamente se observan entre la fachada oficial de una
organización y los procesos reales que caracterizan su funcionamiento. Esta
estructura de poder constituye, de hecho, el verdadero organigrama de la
organización, si se completa, se corrige e incluso se anulan las prescripciones
formales. Y de hecho las estrategias de unos y otros se orientan y se forman
partiendo de ella (Crozier y Friedberg, 1990: 75).
Los planteamientos acerca del poder de Crozier y Friedberg, se complementan con
los desarrollos respecto al mismo tema de Galbraith, que también tiene una clara base
weberiana.
2.2.3 El poder según Galbraith
John Kenneth Galbraith, partiendo de la economía plantea una concepción del poder
basada en Weber. Este autor señala que
la economía, divorciada de toda consideración del ejercicio del poder, carece por
completo de significado y, ciertamente, no tiene pertinencia (Galbraith, 1986: 11)
Se considera que la inclusión de una visión económica del poder, desarrollada por un
economista de vasto conocimiento y experiencia, complementa la perspectiva crítica sobre el
tema.
Galbraith (1986: 18-22), citando a Weber desarrolla su concepto de poder. El autor señala
que existen tres tipos de poder: el condigno, el compensatorio y el condicionado. El primero es
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aquel que gana la sumisión mediante la habilidad para imponer una alternativa a las
preferencias del individuo o grupo que sea lo suficientemente desagradable o doloroso, de
modo que tales preferencias sean abandonadas. El poder condigno logra la sumisión
inflingiendo o amenazando con el uso de la fuerza física, económica o emocional, que lleva
consecuencias apropiadamente adversas, de tal modo que renuncia a buscar su propia
voluntad o preferencia con objeto de evitarlo.
El poder compensatorio, por su parte, logra la sumisión a través de la oferta de una
recompensa, concediendo algo que tiene valor para el individuo que se somete. En la economía
moderna, la expresión más importante del poder compensatorio, consiste en el pago de dinero
por servicios prestados, lo que equivale a rendir sumisión a los propósitos económicos o
personales de otros. Este tipo de poder ofrece al individuo una recompensa o pago lo
suficientemente ventajoso o concordante para que él (o ella) renuncie a perseguir su propia
preferencia a cambio de la recompensa. En otras palabras, el poder compensatorio logra la
sumisión por la promesa o realidad de un beneficio.
Es un aspecto común tanto del poder condigno como del compensatorio, que el individuo
que se somete se da perfecta cuenta de su sumisión, en el primer caso, porque está compelido
a hacerlo, y en el otro, por la recompensa en contraprestación. Por su parte, el poder
condicionado se ejerce cambiando la creencia, aplicando la persuasión, educación o el
compromiso social a lo que parece natural, apropiado o correcto, por lo que hace que el
individuo se someta a la voluntad de otro u otros. La sumisión refleja el curso preferido; el hecho
de tal sumisión no se reconoce.
Por su parte, el poder condicionado es subjetivo:
ni quienes lo ejercen ni los que se hallan sujetos a él, necesitan darse cabal cuenta
de que se está ejerciendo. La aceptación de autoridad, la sumisión a la voluntad de
otros, se convierte en la más alta preferencia de quienes se someten. Esta
preferencia puede ser deliberadamente cultivada, bien sea por persuasión o por
educación. Se trata de un acondicionamiento explícito; o puede ser dictada por la
cultura misma: la sumisión se considera lo normal, apropiado o tradicionalmente
correcto. Este es acondicionamiento implícito (Galbraith, 1986: 39-40).
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Las fuentes principales de estos respectivos tipos de poder son: la personalidad, en
relación con el poder condigno; la propiedad, incluyendo el ingreso disponible, en lo que
respecta al poder compensatorio y la estructura en lo que se refiere al poder condicionado.
En las sociedades modernas, la organización es la fuente de poder más importante y
tiene su relación más estrecha con el poder condicionado. Cuando se busca o se ejerce el
poder, se requiere la existencia de una estructura y una organización. De ella proviene la
persuasión necesaria y la sumisión resultante a sus propósitos.
Para Galbraith existe una dialéctica del poder, es decir fuerzas que contrarrestan el poder,
estableciéndose una relación asimétrica entre las mismas. Coincidiendo en este punto con
Crozier y Friedberg, Galbraith manifiesta:
esta resistencia es parte tan integrante del fenómeno del poder, como su ejercicio
mismo. Si fuera de otro modo, el poder podría extenderse indefinidamente y todo
quedaría sujeto a la voluntad de aquellos mejor equipados para su uso (Galbraith,
1986: 87).
Desde una perspectiva histórica, a cada etapa en el desarrollo de la humanidad
corresponde un tipo o instrumento de poder utilizado en forma predominante: en la época feudal
el poder condigno era el más utilizado, (Foucault, 1976; Cevallos, 1994) ya que se basaba más
en la personalidad de los reyes y los señores feudales; con el desarrollo del capitalismo
comercial, y sobre todo del capitalismo industrial, la generalización de la economía monetaria, la
compra del trabajo asalariado, entre otros factores, ocasionó que el poder compensatorio se
convirtiera en predominante. Finalmente, con la consolidación del capitalismo industrial y el
ascenso de la economía de servicios, los medios de comunicación, y la llamada globalización,
el poder condicionado se convirtió en el dominante, lo que se ha sofisticado aún más en la
actualidad.
2.3 Las perspectivas funcionalista y crítica del poder: una comparación
Un análisis comparativo de las perspectivas funcionalista y crítica del poder indica que en
realidad no tratan con el mismo objeto de estudio, pues la perspectiva funcionalista se enfoca al
poder que se da asociado con la autoridad, la jerarquía, las posiciones y los roles asociados con
la estructura formal de la organización, así como las reglas que la rigen. Este enfoque considera
que el poder que surge fuera de los canales formales es “ilegítimo” y por lo tanto disfuncional
para la organización. Por su parte, la perspectiva crítica se concentra precisamente en el poder
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que se da asociado a la organización informal y a los canales no establecidos en la jerarquía
formal, aunque acepta que éste se traslapa con el poder formal y señala su complementariedad.
Para este enfoque el poder, aún el considerado “ilegítimo”, es funcional para la organización,
pues permite que los conflictos afloren, se concilien intereses y se establezcan equilibrios en la
organización. Sin embargo, como señala Rodríguez (1999: 63-64).
El poder formal y el poder emergente o informal son procesos centrales en el
devenir de toda organización. Ambos son complementarios y pueden generar
conflictos. Aunque se reconoce que tienen bases de generación diferentes, pueden
ser combinados y actualmente se intenta posibilitar que quienes sustentan
posiciones de poder formal, consigan, además, cierta cuota de poder emergente o
liderazgo.
Por lo anterior se puede afirmar que el poder formal y el informal son complementarios al
interior de una organización y las perspectivas que los estudian pueden calificarse de la misma
forma.
Otra diferencia importante es que para los funcionalistas el poder es un atributo de los
actores y para la perspectiva crítica es una relación, con las características ya señaladas. En
este sentido, el enfoque funcionalista reifica el concepto de poder (en el sentido de Berger y
Luckmann, 1968: 84), dándole una categoría de objeto independiente, como un atributo que se
puede o no poseer, y también perder,
... o una característica individual que, tal como el color de ojos o del pelo, podrían
tener algunas personas como parte de su ser individual ... La anterior cosificación
del concepto contribuyó también a que se perdiera de vista lo enormemente
variable, el carácter de proceso que tiene el poder, para entenderlo en términos de
estructuras estables y de características propias de personas o sistemas estáticos
(Rodríguez, 1999: 178).
También existen otras diferencias entre estas concepciones en lo que respecta a la
definición, la naturaleza del concepto, la relación entre poder y estructura organizacional y
el uso del poder, entre otras características. Esta comparación se presenta en el cuadro 1.
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(INSERTAR CUADRO 1)
El funcionalismo, como enfoque teórico no es tan sólo análisis del poder, sino que es una
perspectiva para entender el funcionamiento de la sociedad, la economía y la política en su
conjunto. Como concepción social global se enmarca en lo que Burell y Morgan (1979)
denominan la sociología de la regulación y tiene como finalidad última, explicar la unidad y
cohesión de la sociedad; el porqué la sociedad tiende a conservarse unida en lugar de dividirse.
Su interés es analizar el status quo, el orden social, el consenso, la integración social, la
solidaridad y la satisfacción de necesidades de los individuos.
Por su parte, la teoría de la dominación y del poder de Weber y los desarrollos
posweberianos se pueden clasificar en lo que Burell y Morgan (1979) denominan sociología del
cambio radical, que en contraste con la sociología de la regulación busca explicar la estructura
profunda del conflicto, los modos de dominación y la contradicción estructural que, según sus
teóricos, caracterizan la sociedad y que se encuentran detrás del cambio radical.
3. El nuevo institucionalismo
Este trabajo no pretende hacer un análisis exhaustivo del conjunto de corrientes de nuevo
cuño conocidas globalmente como nuevo institucionalismo, en sus diferentes variantes
(económica, sociológica y política), sino que pretende concentrarse en el enfoque representado
por March y Olsen en su obra El redescubrimiento de las instituciones (1997) para argumentar
la dialéctica entre poder e institución postulada al inicio del mismo.
3.1 Los antecedentes
Los primeros años de la década de los ochentas, época en que Galbraith escribía sobre el
poder, March y Olsen (1984) planteaban su concepción sobre el nuevo institucionalismo en la
teoría política, en momentos en que esta disciplina se encontraba dominada por el paradigma
racional (Vergara, 1997).
March y Olsen, al tiempo de criticar el modelo racional†, argumentan a favor de un cambio
del enfoque del individuo a la institución como unidad de análisis,
† Tanto March y Olsen como Vergara cuando se refieren al modelo racional, en realidad están hablando de la enfoque de elección racional, basado en los axiomas del modelo de economía neoclásica transplantado a la teoría política y al análisis de la decisión, por lo que no se debe confundir como el modelo racional instrumental derivado de Weber.
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los autores intentan establecer un puente entre ambas tradiciones, lo que en
algunos momentos los orilla a ser poco precisos con respecto a las características
de su posición teórica (Vergara, 1997: 19).
Estos autores parten del modelo de racionalidad limitada de Simon (1947), la atención
organizacional de March y Simon (1958), los modelos de bote de basura de Cohen, March y
Olsen y las anarquías organizadas de March y Olsen (1975) para llegar al análisis institucional
desde la teoría de la organización. Un segundo punto de partida desde la sociología del
conocimiento es el trabajo de Berger y Luckmann (1968), aunque a estos autores no se les
reconoce el crédito debido.
En esta evolución, March y Olsen cuestionan algunos supuestos del modelo de elección
racional, como el carácter exógeno de las preferencias y los axiomas de comparabilidad,
consistencia, selección y dominancia en los que se basa el comportamiento del individuo
(Newman, 1978: 16-17), ocasionando un vacío teórico que requería ser llenado. Las críticas, a
veces demoledoras, realizadas por March y colaboradores a este modelo generaron en
ocasiones más preguntas que respuestas. En términos de Vergara:
los trabajos organizacionales de March, Olsen y sus demás colaboradores terminan
así en una aparente paradoja: con base en el estudio del comportamiento han
logrado acumular evidencia que cuestiona seriamente la utilidad del modelo
racional; sin embargo, no logran proponer un modelo alternativo que explique
convincentemente el comportamiento y la toma de decisión en la vida organizacional
... Es necesario, por lo tanto, construir una explicación alternativa de los
mecanismos que permiten a las organizaciones operar y a los individuos decidir
(Vergara, 1997: 16).
La respuesta a este vacío es el marco institucional planteado en El redescubrimiento de
las instituciones de March y Olsen (1997).
3.2 El poder y el marco institucional
El poder en el neoinstitucionalismo de March y Olsen es una categoría menor, marginal,
que se analiza de manera un tanto forzada. Estos autores definen el poder como:
la habilidad para inducir a los demás a actuar de modo que contribuya a los
intereses de quien mantiene ese poder (March y Olsen, 1997: 232).
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Este concepto aparentemente similar a los planteados por las perspectivas funcionalista y
crítica, se basa en la comparación y evaluación interpersonal e intertemporal de las preferencias
o intereses de los individuos, por lo que es una concepción subjetivista e individualista del
poder.
Esto conlleva algunos problemas, ya que las preferencias no son, como supone el modelo
de la elección racional, claras, estables y exógenas, sino ambiguas, cambiantes y endógenas
respecto del sistema político, por lo que su comparación es difícil. Para hacer la comparación
intertemporal de las preferencias se requiere conocer o predecir las preferencias futuras de
cada uno de los individuos y establecer una medida homogénea de los intereses de cada uno
de ellos, cuestión que parece muy difícil de operacionalizar, o medir empíricamente, ya que se
trata de conceptos subjetivos.
Con estos, March y Olsen prácticamente anulan el concepto de poder en su enfoque.
Sin embargo, paradójicamente, como se planteó anteriormente, existe una relación dialéctica
entre las dos perspectivas del poder vistas y el nuevo institucionalismo de March y Olsen; esta
relación se establece por medio del marco institucional.
March y Olsen (1997) definen al marco institucional como:
las rutinas, procedimientos, convenciones, papeles, estrategias, formas
organizativas y tecnologías en torno a los cuales se construye la actividad política.
Asimismo, las creencias, paradigmas, códigos, culturas y conocimiento que rodean,
apoyan, elaboran y contradicen esos papeles y rutinas ... Las rutinas son
independientes de los actores individuales que las ejecutan y pueden sobrevivir a
una considerable rotación de los individuos. (March y Olsen, 1997: 68).
La conformidad con el marco institucional puede verse como un acuerdo o
"contrato" implícito al que aceptan conformarse los actores al interior de una organización
y bajo el cual se toman las decisiones. Este marco es propuesto por March y Olsen para
explicar diversos fenómenos como: a) la atención organizacional: b) la estabilidad
institucional; c) el cambio en los procesos sociales y políticos y en sus instituciones y, d) la
búsqueda de instituciones apropiadas.
3.3 El poder como categoría marginal en el nuevo institucionalismo
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Una de las cuestiones que llaman la atención al leer la multicitada obra de March y Olsen es
el frecuente uso de conceptos tales como negociación, conflicto, cambio, acuerdo, regateo,
intereses, preferencias, sacrificio, competencia y otros varios que en las tradiciones
funcionalista y weberiana, evocan la categoría de poder y su utilización para imponer los
intereses de la coalición dominante en las organizaciones. Sin embargo el poder en el nuevo
institucionalismo de March y Olsen es una categoría marginal y reducida a una concepción
subjetivista y estrecha, por lo tanto poco útil para incorporarse al cuerpo de categorías
principales del nuevo institucionalismo. Cabe preguntarse las razones de lo anterior.
Una de las posibles respuestas es que March, de manera un tanto temprana declara su
decepción con respecto al poder. En un artículo publicado en 1973 cuando, después de hacer
una revisión de las perspectivas funcionalistas señala:
Siempre y cuando puedan resolverse algunos problemas, bastante sustanciales, de
estimación y análisis, el concepto de poder y modelos de fuerza más elaborados
constituyen un enfoque razonable. En conjunto, sin embargo, el concepto de poder
es desalentador, ya que apenas nos proporciona una cantidad asombrosamente
pequeña de modelos razonables de sistemas complejos de elección social (March,
1973: 112).
El autor nunca abandona totalmente su concepción individualista y racionalista del poder y
su obsesión de operacionalizarlo y medirlo empíricamente, por lo que 11 años más tarde, al
publicar junto con Olsen (March y Olsen, 1984) el artículo que contiene las ideas seminales del
nuevo institucionalismo político es incapaz de abandonar esta concepción del poder, por lo que
sigue considerándolo como una categoría marginal en el conjunto de su análisis. Vergara (1997:
8-9) nos da la pauta nuevamente al señalar que:
en esta concepción de la política, (el nuevo institucionalismo) los actores no son
permanentemente enemigos o aliados, sino, más bien, ciudadanos que comparten
concepciones específicas del mundo, crean identidades colectivas e interactúan
dentro de espacios institucionalizados de actividad política. En consecuencia, la
unidad de análisis no es el individuo y sus preferencias, sino el conjunto de reglas,
normas y tradiciones que existen en las distintas organizaciones que conforman el
sistema político (énfasis mío). Este conjunto de reglas, normas, prácticas informales
y tradiciones es conocido como marco institucional.
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Sin embargo, en su análisis del poder, conservan al individuo y sus preferencias como
unidad de análisis, y no las instituciones como en el resto de su enfoque, por lo que no
consiguen abandonar la concepción funcionalista, positivista y empiricista del mismo.
Reforzando el mismo argumento, Vergara señala que March y Olsen realizan un esfuerzo por
desarrollar el:
enfoque institucional sin al mismo tiempo rechazar completamente los enfoques
racionales. En El redescubrimiento de las instituciones, los autores intentan
establecer un puente entre ambas tradiciones, lo que en algunos momentos los
orilla a ser poco precisos con respecto a las características de su posición teórica
(Vergara, 1997: 19).
Esta lucha que realizan los científicos sociales por romper con los moldes establecidos
por un marco teórico dominante y legitimado por lo que se considera como `ciencia normal´ no
es nueva y está documentado por Keynes (1964) cuando señala en el prefacio de su General
Theory que:
el desarrollo de esta obra (la Teoría General) ha sido una lucha para escapar de los
modos habituales de pensamiento y expresión. Las ideas que aquí expreso con
tanto trabajo son extremadamente simples y deberían ser obvias. Lo difícil yace, no
en expresar las nuevas ideas, sino en escapar de las viejas, que ramifican, para
aquellos que hemos crecido en ellas, en cada esquina de nuestra mente (Keynes
1964, viii)
Keynes fue capaz de romper con la tradición neoclásica en economía, mientras que
March y Olsen no pudieron escapar de los moldes de la elección racional en algunos aspectos,
especialmente en su conceptualización del poder.
Sin embargo, revisando el concepto de marco institucional de March y Olsen, está
implícito o subyacente el uso del poder por lo que aquí se argumenta la existencia de una
dialéctica entre poder e institución.
4. La dialéctica entre poder e institución
Aunque estos conceptos están aparentemente distantes en los estudios organizacionales,
algunos autores han sugerido su complementariedad, por ejemplo Powell y DiMaggio señalan
que:
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Concentrarse en el isomorfismo institucional también puede aportar una perspectiva
muy necesaria sobre la lucha política por el poder organizacional y la supervivencia
(Powell y DiMaggio, 1999: 124)
Por otra parte, también se han resaltado algunas limitaciones en el análisis de estos
temas. En este sentido, Powell y DiMaggio (1999: 124) indican que:
El enfoque de la institucionalización asociado con John Meyer y sus discípulos
postula la importancia de mitos y ceremonias, pero no se pregunta de dónde surgen
estos modelos ni a qué intereses sirven inicialmente (Powell y DiMaggio,1999: 124).
A su vez Hardy y Clegg (1996: 630) admiten que no se ha establecido un puente entre las
dos concepciones fundamentales del poder en la organización. En este apartado se avanzan
algunos argumentos para el análisis de estos temas.
En March y Olsen no existe explicación acerca del surgimiento y generación del marco
institucional, sino que este aparece como deus ex machina, por encima de los integrantes de la
organización, de sus partes componentes, de su estructura y su cultura, sin ninguna historia o
antecedente que lo explique, como la solución mágica para los problemas de la organización.
En este trabajo, se argumenta que en el proceso de construcción del marco institucional, en su
historia al interior de la organización, se establece una relación dialéctica entre poder e
institución, por lo que es necesario incorporar un desarrollo teórico que permita soportar este
argumento. Este marco teórico es proporcionado por Berger y Luckmann (1968), autores que
plantean una explicación del surgimiento y evolución de las instituciones. Si bien el objeto de
estos autores es la sociedad en su conjunto, aquí se argumenta que estos desarrollos se
aplican a las organizaciones y que son la base del nuevo institucionalismo de March y Olsen,
aunque no se les reconoce el debido crédito.
4.1 La respuesta de los individuos al ejercicio del poder
Tanto la perspectiva crítica como la funcionalista del poder plantean mecanismos de
respuesta de los individuos en la organización frente al uso del poder.
Desde el enfoque funcionalista, de acuerdo con Handy (1982: 130-134) existen tres
mecanismos psicológicos que los individuos pueden utilizar para ajustarse al ejercicio del poder:
el cumplimiento, la identificación y la internalización. En el primer caso, el individuo acepta
cumplir el mandato porque considera que lo tiene que hacer, es forzado, o vale la pena hacerlo,
por lo que no implica compromiso pleno y por lo tanto debe existir un mecanismo para mantener
la influencia. El individuo que recibe la influencia acepta que quien ejerce el poder lo tiene y
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sabe que no tiene opción. El uso de la fuerza, las reglas y procedimientos y algunos métodos de
negociación, usualmente resultan en el cumplimiento.
En la identificación, quién recibe la influencia adopta el mandato o propuesta porque está
de acuerdo con la fuente de poder. La identificación necesita ser mantenida y hace dependiente
a la persona sobre la que es ejercida. Depende de la persona y no de la institución. La
identificación no se mantiene por si misma y el entusiasmo inicial por un proyecto tiende a
desaparecer.
Finalmente en la internalización, el recipiente adopta el mandato o propuesta por que lo
hace suyo y de esta manera llega a ser uno de sus poseedores. La internalización es la forma
de compromiso más deseada por la organización. Este es un compromiso independiente de la
fuente de poder original. No requiere presión para sostener la influencia. Significa que el
individuo que la acepta hace suya la idea y el cambio de actitud o de comportamiento es
voluntario y actuará sin presiones, por lo que el cambio será autosustentable.
Por su parte, desde la perspectiva crítica también se acepta la internalización, producto de
la persuasión, la educación o el compromiso social a lo que parece natural, apropiado o
correcto, por medio del cual se ejerce el poder condicionado, para el cual la sumisión refleja el
curso preferido.
Es importante que desde ambas perspectivas se plantee el hecho de que el ejercicio del
poder sea internalizado, es decir que el individuo sobre quien se ejerce lo haga propio, como
parte de su cultura y su sistema de valores y, más importante, que se integre al marco
institucional de la organización. Ante esta situación lo que se requiere es un modelo que
explique esta cuestión. Este modelo es proporcionado por Berger y Luckmann (1968) en La
construcción social de la realidad.
4.2 Los planteamientos de Berger y Luckmann
Si bien es necesario aclarar que estos autores hablan de estos procesos para la sociedad
en su conjunto, se considera que pueden ser aplicables a nivel de una organización concreta.
Berger y Luckmann (1968) señalan que la construcción de las instituciones o el marco
institucional surgen por medio de dos procesos complementarios: la institucionalización y la
legitimación.
4.2.1 El proceso de institucionalización
La institucionalización es un proceso que se integra por tres momentos o fases:
externalización-objetivación-internalización. La institucionalización o creación del marco
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institucional comienza con la externalización que a su vez se compone de la habituación y la
tipificación de conductas. Los autores señalan que:
Toda actividad humana está sujeta a la habituación. Todo acto que se repite con
frecuencia, crea una pauta que luego puede reproducirse con economía de
esfuerzos y que ipso facto es aprehendida como pauta por el que la ejecuta.
Además, la habituación implica que la acción de que se trata puede volver a
ejecutarse en el futuro de la misma manera y con idéntica economía de esfuerzos
(Berger y Luckmann, 1968: 84).
La habituación genera rutinas que se incorporan al cuerpo de conocimientos del individuo
y restringen en gran medida las opciones existentes al tomar una decisión, por lo que hace
innecesario definir las situaciones cada vez que se presentan. La habituación antecede a la
tipificación que es la generalización de la habituación entre varios actores. Cuando se presenta
la tipificación, se considera que ha surgido una institución (Berger y Luckmann, 1968: 76). Las
instituciones, plasmadas en rutinas conllevan una historia de la cual son producto, no pueden
crearse en un instante. Aunque las rutinas, una vez establecidas, tienden a persistir, siempre
existe la posibilidad de cambiarlas o abolirlas.
Una vez que adquieren historicidad, las habituaciones y tipificaciones de los individuos,
es decir las instituciones o rutinas perfeccionan una cualidad que existía en germen: la
objetividad y el proceso por el que se adquiere esta cualidad se denomina objetivación.
Esto significa que las instituciones que ahora han cristalizado (por ejemplo, la
paternidad, tal como se presenta a los hijos) se experimentan como existentes por
encima y más allá de los individuos a quienes "acaece" encarnarlas en ese
momento. En otras palabras, las instituciones se experimentan ahora como si
poseyeran una realidad propia, que se presenta al individuo como un hecho externo
y coercitivo (Berger y Luckmann, 1968: 80).
De lo anterior concluyen que el mundo institucional es actividad humana objetivada, así
como lo es cada institución en sí misma. La sedimentación es parte del proceso de objetivación
y ocurre cuando el mundo objetivo es incorporado y sistematizado por un conjunto de símbolos,
cuyo representante más acabado es el lenguaje. Cuando las instituciones son incorporadas al
lenguaje, que también es una institución, se convierten en un cuerpo de conocimiento accesible
en general y se puede incorporar a la tradición y a la cultura de la sociedad y de la organización.
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El lenguaje se convierte en depositario de una gran suma de sedimentaciones
colectivas, que puede adquirirse monotéticamente, o sea, como conjuntos cohesivos
y sin reconstruir su proceso original de formación (Berger y Luckmann, 1968: 93).
El tercer momento del proceso de institucionalización es la internalización, por medio de la
cual el marco institucional y social se proyecta en la conciencia de los individuos durante la
socialización. Esta fase es equivalente a la reapropiación del marco institucional por parte de los
individuos, por lo que las instituciones se vuelven significativas para ellos.
La internalización se realiza mediante la socialización, entendida como la inducción
amplia y coherente de un individuo en el mundo objetivo de una sociedad o de un sector
de ella. La socialización puede ser primaria, la que se realiza en la niñez del individuo,
mientras que la socialización secundaria es un proceso posterior que induce a los
individuos a nuevos sectores de la sociedad. La socialización secundaria es la
internalización de las rutinas y campos semánticos que permiten interpretar las
instituciones y aprehender el contexto institucional. Mediante la internalización, la
sociedad y su marco institucional, sus rutinas e instituciones, se transforman en una
realidad subjetiva, reapropiada por los individuos e incorporada a su conciencia individual.
La socialización sólo se produce después de la identificación de los individuos con su rol o
roles en la sociedad y la identificación de los roles de las personas con las que interactúa.
El lenguaje juega de nuevo un papel fundamental en la internalización, ya que por
su intermediación los individuos reapropian los diversos esquemas motivacionales e
interpretativos definidos institucionalmente. Por otra parte, el diálogo, y por ende el
lenguaje, es el mejor vehículo para el mantenimiento y la reproducción de la realidad,
tanto en el mantenimiento de rutina, como cuando se da un rompimiento de la realidad
que requieren procesos de re-socialización. La institucionalización es reforzada por la
legitimación.
4.2.2 El proceso de legitimación
En términos de (Berger y Luckmann, 1968: 120) la legitimación es:
Un proceso (que) ... constituye una objetivación de significado de "segundo orden".
La legitimación produce nuevos significados que sirven para integrar los ya
atribuidos a procesos institucionales dispares. La función de la legitimación consiste
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en lograr que las objetivaciones de "primer orden" ya institucionalizadas lleguen a
ser objetivamente disponibles y subjetivamente plausibles.
La legitimación se da a partir de que las instituciones se integran en un sistema de
lenguaje y es necesaria cuando el orden institucional adquiere categoría histórica y debe
transmitirse a una nueva generación o a nuevos miembros de la organización. Existen cuatro
niveles de legitimación: pre-teórica, teórica rudimentaria, teorías explícitas y los universos
simbólicos.
Los universos simbólicos es el nivel de legitimación más elaborado, éstos son:
cuerpos de tradición teórica que integran zonas de significado diferentes y abarcan
el orden institucional en una totalidad simbólica ... el universo simbólico se concibe
como la matriz de todos los significados objetivados socialmente y subjetivamente
reales; toda la sociedad histórica y la biografía de un individuo se ven como hechos
que ocurren dentro de ese universo (Berger y Luckmann, 1968: 120).
La consolidación de los universos simbólicos sigue a los procesos de objetivación,
sedimentación y acumulación del conocimiento. Los universos simbólicos tienen un grado de
generalidad tal que las teorías legitimadoras de menor cuantía se ven como perspectivas de
fenómenos específicos. Los universos simbólicos dan orden a la historia y ubican todos los
acontecimientos colectivos dentro de una unidad coherente que incluye el pasado, el presente y
el futuro. Mientras los universos simbólicos no se conviertan en problema, estos se
autosustentan y autolegitiman por su sola existencia.
Berger y Luckmann contemplan la posibilidad de que se impongan los universos
simbólicos al señalar que el que tiene el palo más grande tiene más probabilidades de imponer
sus definiciones de la realidad (Berger y Luckmann, 1968: 140), pero señala que es un recurso
de última instancia.
El argumento de Berger y Luckmann (1968) se puede sintetizar en términos de Berger
citado por Thompson (1980):
El proceso dialéctico fundamental de la sociedad consiste en tres momentos, o
pasos. Estos son: la externalización, la objetivación y la internalización. Sólo si se
entienden juntos se puede mantener una visión empíricamente adecuada de la
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sociedad. La externalización es el constante desahogo de los seres humanos, tanto
en la actividad física como mental. La objetivación es el logro mediante lo que esta
actividad de una realidad que enfrenta a sus productores originales como una
factividad externa y distinta a ellos mismos. La internalización es la reapropiación
que los hombres hacen de esta misma realidad, transformándola otra vez más de
estructuras del mundo objetivo a estructuras de la conciencia subjetiva. Es a través
de la externalización que la sociedad se torna un proyecto humano. Es a través de
la objetivación que la sociedad se vuelve sui generis. Es a través de la
internalización que el hombre deviene en un producto de la sociedad (Berger, 1969,
pp. 3-4 ).
Lo anterior significa que la sociedad es un producto humano, que la sociedad es una
realidad objetiva y que el hombre es un producto social (Berger y Luckmann, 1968: 84).
Esta es una interpretación más amplia de la que han realizado algunos autores que
reducen este proceso a la habituación-objetivación-sedimentación (Del Castillo, 2000: 285)
4 Comentarios finales
Se puede argumentar que poder e institución o marco institucional son conceptos
complementarios en el análisis organizacional. Si bien en un primer momento el ejercicio del
poder pudiera requerir el uso de la fuerza, física o económica, lo que se denomina poder
condigno por la perspectiva crítica, el poder se manifiesta como una fuerza exterior al individuo
que es impuesto sobre él, independientemente que lo acepte o no. Es decir el poder se
exterioriza, es el primer paso del proceso de creación de los universos o culturas
organizacionales.
En un segundo momento se realiza un proceso de negociación, de regateo, de ajuste y
conciliación, de toma y daca, lo que lleva a la identificación según la perspectiva funcionalista o
poder condicionado en términos del enfoque crítico. En esta segunda instancia se observa un
proceso de objetivación.
Finalmente, el tercer momento es el de la interiorización de las reglas o los mandatos del
poder. En esta fase, el mandato se hace propio para quien lo recibe, y obedece de manera
inconsciente, es decir se interioriza, en términos del enfoque funcionalista o se aplica el poder
condicionado de acuerdo a la perspectiva crítica.
De esta manera el poder se hace norma, se rutiniza y se plasma en el marco institucional,
y se integra a la cultura de la organización. Esta transformación del poder en institución sigue, al
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igual que todos los procesos de institucionalización, el proceso reseñado por Berger y
Luckmann (1968) de exteriorización-objetivación-interiorización-legitimación
Cuanto más se institucionaliza el comportamiento, más previsible y, por ende, más
controlado se vuelve, sin que se requiera el uso de la fuerza o del poder condigno. Si se llega a
la legitimación, el poder se convierte en norma y se integra a la cultura de la organización por lo
que el comportamiento se encauza "espontáneamente" a través de los canales fijados por las
instituciones. En estos desarrollos se encuentra incorporado el poder como relación, que para
existir debe ser ejercido y ser de carácter permanente, tal como señala la perspectiva crítica del
poder en la organización.
Si el concepto posweberiano de poder condicionado o poder interiorizado de la
perspectiva funcionalista subyace en la definición de reglas y rutinas, entonces se encuentra
presente en el análisis de la atención organizacional, la estabilidad institucional, el cambio
social, tanto el estable como el radical, es decir, sin admitirlo explícitamente, y quizás de
manera inconsciente, March y Olsen incorporan el análisis del poder posweberiano en el cuerpo
teórico del nuevo institucionalismo político.
Esta conclusión es posible únicamente si se incorpora la historia y la evolución de las
instituciones y del marco institucional realizado por Berger y Luckmann (1968), por lo que, en
este sentido complementan el análisis de March y Olsen (1997), que carecen de un desarrollo
histórico que explique el surgimiento del marco institucional, lo que hace que los planteamientos
de Berger y Luckmann sean muy relevantes en el análisis organizacional.
Finalmente, se puede argumentar que a pesar de todas las diferencias entre las
concepciones funcionalista y crítica de poder, entre la que se encuentra el hecho de que no
tienen el mismo objeto de estudio, ambas convergen y se integran al marco institucional de la
organización más allá de sus diferencias y particularidades y en algún sentido se establece un
puente entre las mismas.
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Cuadro 1. Comparación entre las perspectivas funcionalista y crítica del poder en los estudios
organizacionales
Funcionalista Crítica Definición Parte de la definición de Robert Dhal
(1957) de que el poder como una relación entre actores en la cual uno es capaz de lograr que otra persona haga algo, que en otras circunstancias no habría hecho.
Parte del concepto de dominación de Weber, el que se entiende como la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas.
Conceptualización El poder se define como un atributo o característica de la persona que lo posee y surge de un número de “fuentes”.
El poder es una relación, generalmente asimétrica que implica dominación, conflicto, intereses y dependencia. No es función de los atributos de los actores.
Relación con la estructura organizacional
Distingue entre autoridad o poder “legítimo”, aquel asociado a la jerarquía formal de la organización y poder “ilegítimo” al asociado a la política que se ejerce fuera de los canales formales o en la organización informal.
Las relaciones de poder de la organización se encuentran asociadas con la estructura formal de la organización, y determinada por las relaciones de propiedad y control de los medios de producción y mediada por el conocimiento, la creatividad, la discreción y la posibilidad y habilidad para gestionar de los actores.
Uso del poder El poder se utiliza para acabar con los conflictos, derrotar resistencias u oposiciones, o impedir que éstas se manifiesten.
El poder se utiliza para resolver conflictos, conciliar intereses y negociar los balances y equilibrios en las organizaciones.
Características El poder se concibe como un sistema cerrado, como un juego de suma cero o suma constante donde el poder se distribuye entre los participantes de tal manera que si en una relación una de las partes gana poder, este mismo poder es perdido por la otra parte. Así, el poder existente en el sistema total se mantiene constante.
El poder no es una suma constante, sino que crece o disminuye, en la medida que aumentan o decrecen las alternativas de que las partes disponen de más alternativas de elección y mecanismos para ejercer el poder. El poder también puede variar con la relación organización-entorno.
Las diferentes perspectivas acerca del poder en realidad se refieren a objetos distintos y parten de premisas y sistemas de valores muy diferentes y no existe diálogo entre ellas, por lo que tender un puente es difícil.