la contradiccion insuperable - thomas molnar

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Molnar y la política

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  • LA CONTRADICCION INSUPERABLE

    POR

    THOMAS MOLNAR

    La politologa moderna, desde Hobbes y Kant basta nuestros das, tratando por todos los medios de eliminar el despotismo, ba inventado una nueva forma de arbitrariedad aunque sin po-nerle esa etiqueta. Porque lo que hoy llamamoscon trminos casi equivalentes racionalidad, democracia, debate pblico o consenso, resulta d una clasificacin arbitraria. Porque se ha rechazado, sin la menor discusin filosfica, la nocin de fun-damento, so pretexto de que sera subjetiva y surgira de los impulsos inconfesados e incontrolables del pensamiento tradicio-nal. Est exclusin previa permite a cada uno, bajo la cobertura de objetividad y moderacin epistemolgica, no consultar sino sus preferencias ideolgicas, llamadas evidencias, introducindo-se por ah otra arbitrariedad pero a l que no se llama por su nombre.

    Se critican, con una benevolencia un poco desdeosa, las discusiones polticas y jurdicas de los siglos precedentes, en las que los contendientes hacan referencia al detecho natural, a la voluntad divina, a la enseanza d los filsofos clsicos y a la de la Iglesia. Estos son fundamentos sin ninguna validez se dice porque no expresan sino las creencias de un tiempo pre-moderno. En el mejor de los casos se tratara de juicios subjetivos, emotivos o dictados por el inters. Ahora bien, nosotros consta-tamos, por nuestra parte, que los interlocutores actuales tienen tambin su arsenal de referencias gratuitas, que no son ms vlidas que las de los pensadores de otros tiempos: el pluralis-mo, el dilogo, la sociedad democrtica sobre todo la ameri-

    Verbo, nm. 321-322 (1994), 73-78 73

  • thomas molnar

    cana, cuyas transformaciones tienen para tales intrpretes el va-lor de un modelo y las conclusiones de un ipse dixit, Tambin los derechos del hombre, el debate sobre las minoras tnicas, la liberacin de la mujer o la integracin sexual se han convertido a los ojos de los filsofos neo-racionalistas en depsito intocable de verdades seguras. De modo semejante, en cierta manera, a las referencias en el pasado a la fsica de Aristteles, a los milagros de los santos y a la moral cristiana.

    El nuevo dogmatismo y la introduccin indolora de la nueva arbitrariedad cuenta ya con una literatura suficientemente vasta. La epistemologa tradicional, de Aristteles a Leibniz, ha sido sacudida en Cuanto se ha puesto fuera de circulacin todo lo que no es racional, racionalidad definida verdaderamente en modo tal que pueda eliminar los valores subjetivos. Hans Kelsen es, a este respecto, una de las autoridades supremas, con deudas innu-merables para con la epistemologa kantiana. El derecho, segn este jurista, no tiene ningn fundamento ontolgico, ninguna po-sibilidad de referencia a un Bien o a un Mal; constituye un circui-to cerrado que no puede juzgarse desde criterios fijos, sino sola-mente segn las leyes del hic et nunc, vlidas porque han sido votadas por el legislador. Que el legislador se llame Hitler o Stalin importa poco: el horno crematorio y el gulag forman parte de un sistema jurdico dado en concret; Cuestionar esto no se puede hacer sino en nombre de una opinin subjetiva, apoyada sobre valores vagos, inventados e imaginarios. Preguntar si una norma de derecho positivo es vlida o invlida carece de sentido, comenta Agostino Carrino (1).

    S, pero el propio Kelsen llama a una validacin que est fuera del sistema cuando presupone, pese a todo, un cierto valor sin el que el derecho positivo no sera operativo: una sociedad ordenada y pacfica. Sin embargo, en cuanto a la crtica acerba del iusnatu-ralismo, qu decir de esta referencia del derecho positivo a un valor subyacente, muy vago y relativo, como el del orden y la paz?

    (1) Le positivisme critique de Hans Kelsen, en Cahiers de philosophie politique et juridique, nm. 20 (1991), Universidad de Caen, pg. 81.

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    Pero, sigamos lo racional, nico criterio qu quedara para nuestros juicios. Kelsen nos ensea que la verdad no existe como objeto de la ciencia -toda verdad sera una eleccin subjetiva y que corresponde al mtodo cientfico producir su objeto. Esto viene a decir que en el fondo nada es verdadero y que un juicio no es vlido sino en la medida en que sus elementos son cohe-rentes, no contradictorios y producen seales conformes al siste-ma. Razonamiento perfectamente circular en el que, precisamente, es esta clausura hermtica la que le vale los elogios. Ahora bien, los signos slo lo son en cuanto s interpretan y no hemos odo decir que toda interpretacin est en funcin del lector y no se desprende sinO del consenso de la comunidad intrprete? (2).

    S llega as al consenso, es decir, en otros trminos, a la so-ciedad ordenada y apacible querida por Kelsen. La racionalidad, que tendra el valor Supremo y que debera sustituir a la verdad, cede paso en nuestros pensadores relativistas a la comunidad de su eleccin (subjetiva), como acredita el sesgo de la democracia liberal y pluralista en los Estados Unidos. (Se recuerda que este papel, mutatis mutandis, era representado hasta hace poco por la Unin Sovitica y sus instituciones). En general, nuestros filso-fos apenas cesan en el elogio de esta sociedad, aunque disimulen su admiracin bajo las apariencias de la seriedad digna de todo filsofo reformista. En Andr Berten leemos que una organiza-cin social democrtica implica Un hbito moral universalista y racional, la capacidad de someter sus juicios morales a discusin pblica ; el autor recomienda el descentramiento en relacin a los intereses personales (3). Y aprendemos de Karl-Otto Apel, ci-tado por Berten, que la validez de los puntos de vista en la discu-sin se adquiere por la discusin y la comunicacin, por un ho-rizonte (que es) una comunidad de comunicacin ilimitada, es decir, universal.

    (2) JACQUES LENOBLE, Repenser le libralisme, Cahiers de philoso-phie, loc. cit., pg. 194.

    (3) Tradition dmocratique et universalit, Cahiers de philosophie, loc. cit., pg. 50.

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    Pero se trata menos del fundamento de una nueva epistemo-loga que del elogio de la democracia. Se tiene la impresin de que las teoras prestigiosas de Rawls, Kelsen, Larmore, Apel y Habermas constituyen menos una empresa cientfica rigurosa que sirven a una tesis francamente poltica, esto es, un conjunto de preferencias y opiniones subjetivas. Sobre esta base la admira-cin hacia un tipo de sociedad (en la Antigedad Esparta y Roma) han construido un sistema que llaman racional, pero en el que la racionalidad se suspende cuando se evocan sus funda-mentos indiscutibles e intocables. Cada uno ha elaborado una teora de la comunicacin y de la transparencia, pero han tomado como modelo un sistema existente, buscando suministrarle una justificacin en lo que llaman valores, espacio pblico, cultura, neutralidad estatal, en relacin a una sociedad legtimamente to-dopoderosa y que supuestamente presenta las mejores cualidades humanas: tolerancia, disposicin a la discusin permanente, aper-tura al cambio. El presidente Clinton no podra decirlo mejor...

    Hans Kelsen, por ejemplo, termina por afirmar la equivalen-cia entre el iusnaturalismo al que da la despedida y su propio sistema de formalismo jurdico, que acabamos de describir como el cierre de un circuito sin salida. El derecho natural, escribe, pone el derecho en relacin con un concepto vago y equvoco de justicia (en funcin del bien y del mal), mientras que el derecho positivo ve en el derecho un orden de paz, un punto de equilibrio en los conflictos sociales. La toma de posicin y el lenguaje libe-ral no podran ser ms evidentes. Kelsen toma las constituciones liberales de su tiempo (nos preguntamos que podra pensar de la de Stalin de 1936) como logros intemporales y emprende la tarea de encontrar en ellas las soluciones para los casos de conflicto. Si surgiesen conflictos de una nueva especie y si las constituciones liberales perdiesen su firmeza, la teora kelseniana quedara inva-lidada. Pero, qu puede ocurrir cuando aparecen interlocutores que rechazan no slo el equilibrio de los conflictos sino el propio sistema de derecho positivo que lo garantiza? El problema es le-vantado con las precauciones usuales por el profesor guada-lupano Jacquy Dohamay. Segn l, las normas tenidas por vlidas

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    hasta el presente, derivan de los principios kantianos pretendida-mente universales, pero que en realidad son productos de la historia. Si, como piensa J. Hahermas, debe haber un lugar de principio de universalizacin, este ltimo, afirma el profesor Dahomay, no es sino una universalizacin impuesta a otros, a los que asimila ( . . . ) y deshumaniza ( . . . ) porque les arranca de su cultura (4). En sntesis, la raza blanca, por medio de las malas artes de sus universidades, ha formulado principios y reglas, de-nominadas universales, imponindolas a las otras razas que estn atadas a sus particularismos. Cmo hablar entonces de intersub-jetividad, de una comunidad de comunicacin ideal que, a fin de cuentas, buscar homogeneizar a los habitantes del planeta sin pedirles su opinin? Slo Dios podra ser el fundamento ltimo, concluye el profesor antillano,

    Es obligado constatar que los nuevos epistemlogos, cuya in-fluencia sobre las nuevas politologa y teora jurdica es clara-mente perceptible, no son originales, y que slo son revolucio-narios en la medida en que derriban otras teoras que tienen fundamentos metafsicos. Pero carecen de originalidad y de co-herencia por dos razones.

    Parecen hallarse atrapados por la situacin del mundo occiden-tal con posterioridad a 1945, bajo la influencia dominante de los Estados Unidos, y quieren a toda costa integrar este hecho con-tingente en la estructura de la racionalidad. Ven en la poca actual, como Hegel despus de la muerte de Napolen, el punto culmi-nante de la historia y, en verdad, siempre como Hegel (y Fuku-yama), la abolicin de la historia y de la filosofa. Ambicionan desde entonces dar un anclaje permanente a la actualidad que por razones diversas les agrada; pero, como no creen en ningn fun-damento ni en ninguna permanencia, se ven obligados a levantar una interpretacin justificadora del estado presente del mundo. Ahora, formular una filosofa a partir de una cierta configuracin

    (4) Que peut tre une fondation universelle des normes, Cahiers de philosophie, loc. cit., pag. 66.

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    efmera del estado de las cosas, no es filosofar, sino ms bien lo contrario.

    Llegamos as a la segunda razn de la falta de originalidad y de substancia de estos filsofos sin norma y sin fundamento. La validez, escribe Andr Berten en el testo citado, se adquiere por la discusin y la comunicacin. Declaracin por lo menos sorpren-dente y que muestra que las nuevas definiciones son circulares y conducen a consecuencias arbitrarias, en cuanto que recusan la obligacin de tomar como referencia cualquier cosa exterior al sistema. Jean Brun caracteriza bien este trnsito cuando habla de los estructuralistas: Se define la verdad como la coherencia in-ferna de un sistema lgicamente construido; nos encontramos as en presencia de cdigos y de signos que no desembocan sino en s mismos y de los que ninguno es preferible respecto de otro en nombre de algn metasistema que los contemple desde un mira-dor tico (5).

    Decir, en efecto, que no es vlido sino lo que es discutido y constituye el objeto de la comunicacin, es disolver los slidos y verdaderos logros de la humanidad pensante en palabras que se alinean en una agenda demaggica. En el corazn de esta agenda se encuentra un mtodo circular en el que los trminos se definen irnos por otros. He ah un juego a lo Lewis Carroll y es Alicia la que lo juega en el pas de las maravillas.

    (Traduccin de M. A.).

    (5) La philosophie de Pascal, PUF, Que sais-je?, 1992, pg. 115.

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