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207 11 La construcción de la identidad personal y nacional en los Comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega 1 SANTIAGO SEVILLA VALLEJO Universidad de Alcalá La construcción de nuevas identidades tras el descubrimiento del Nuevo Mundo D esde el momento en que la búsqueda de nuevas rutas co- merciales permitió que los europeos descubrieran un Nue- vo Mundo para ellos, se inició una nueva situación económica, política y cultural. El descubrimiento de América amplió los horizontes del mundo conocido y despertó de manera extraor- dinaria la imaginación. Aquellos que viajaron al Nuevo Mundo encontraron un vasto territorio que ningún otro europeo había visto hasta ese momento (a excepción de las expediciones vi- kingas, que no parece que influyeran en lo que se llamó la Con- quista de América porque no se confirmaron como reales hasta mucho tiempo después de la Conquista, Logan, 2014) y los ha- bitantes del Nuevo Mundo se encontraron inmersos en un pro- ceso de conquista comercial, militar y religiosa sin precedentes. El encuentro entre el Viejo Mundo y el Nuevo Mundo supuso un cambio radical en las identidades grupales de ambos. 1 Agradecemos la ayuda fundamental de Estrella Guerra Caminiti y de Patricia Oliart Sotomayor para orientar esta investigación.

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11La construcción de la identidad personal y nacional en los Comentarios reales del Inca Garcilaso de la Vega1

santiago sevilla valleJo

Universidad de Alcalá

La construcción de nuevas identidades tras el descubrimiento del Nuevo Mundo

Desde el momento en que la búsqueda de nuevas rutas co-merciales permitió que los europeos descubrieran un Nue-

vo Mundo para ellos, se inició una nueva situación económica, política y cultural. El descubrimiento de América amplió los horizontes del mundo conocido y despertó de manera extraor-dinaria la imaginación. Aquellos que viajaron al Nuevo Mundo encontraron un vasto territorio que ningún otro europeo había visto hasta ese momento (a excepción de las expediciones vi-kingas, que no parece que influyeran en lo que se llamó la Con-quista de América porque no se confirmaron como reales hasta mucho tiempo después de la Conquista, Logan, 2014) y los ha-bitantes del Nuevo Mundo se encontraron inmersos en un pro-ceso de conquista comercial, militar y religiosa sin precedentes. El encuentro entre el Viejo Mundo y el Nuevo Mundo supuso un cambio radical en las identidades grupales de ambos.

1 Agradecemos la ayuda fundamental de Estrella Guerra Caminiti y de Patricia Oliart Sotomayor para orientar esta investigación.

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La identidad es un aspecto esencial para entender las moti-vaciones, las emociones, los pensamientos y las conductas de cada individuo y de cada sociedad. Tal como ha demostrado Paul Ricoeur, la identidad es fruto de un proceso discursivo. Esto quiere decir que «el sujeto [la persona o la sociedad] no es ningún tipo de esencia dada a priori sino que se acerca más a un simulacro o una ficción lingüística y cultural (construida sobre todo a partir de estrategias narrativas y que, por tan-to, no tiene ningún tipo de consistencia ontológica)» (Roca, 2003: 14). El empleo del lenguaje es fundamental tanto para establecer una cierta visión sobre las personas como sobre la realidad en su conjunto. Según Ricoeur, el sujeto mediante el discurso «se construye a sí mismo y, a la vez, construye un mundo como objeto. Su paradójico estatus es pues el de ser a la vez productor y producto de su discurso» (Roca, 2003: 14). En todo momento, el ser humano construye su visión sobre sí mismo, los demás y el mundo con una combinación entre hechos y ficciones porque «el tiempo humano se constituye en la intersección, o percepción conjunta del tiempo histórico (cosmológico) y el tiempo de la ficción, abierto ilimitadamen-te» (Roca, 2003: 53). Por estas razones, la experiencia humana se desdobla en dos facetas: los hechos objetivos y la existencia percibida (Ricoeur, 1990: 148).

Un caso especialmente interesante de construcción discur-siva se refiere a la Conquista de América. Desde el momento en que Cristóbal Colón zarpó rumbo a las Indias empezó a escribir una narración que definiría la percepción que tendría el Viejo Mundo sobre la Conquista, sobre el Nuevo Mundo y sus habitantes y sobre el papel que los europeos desempeña-rían en el enorme continente que en el imaginario occidental era como arcilla en manos de un alfarero. Como ha estudia-do Enrique Pupo–Walker, la imagen que tenemos del Nuevo Mundo es fruto de las confusiones mutuas y los imaginarios de aquellos que a través de ciertas anécdotas han relatado su historia (1992a: 14’ ss.). Esta narración sería retomada y compartida por numerosas personas con intereses y sensibi-

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lidades muy diferentes. Podría pensarse que las crónicas solo muestran cómo ven los autores las realidades que retratan, pero, en realidad, ellos también se retratan al escribirlas.

Uno puede descubrir a los otros en uno mismo, darse cuenta de que no somos una sustancia homogénea, y ra-dicalmente extraña a todo lo que no es uno mismo: yo es otro. Pero los otros también son yos: sujetos como yo, que solo mi punto de vista, para el cual todos están allí y solo yo estoy aquí, separa y distingue verdaderamente de mí (Todorov, 1998: 13).

Es más, no solo muestran cómo es el otro y cómo es el yo que escribe, sino que la misma reflexión que se hace en la cró-nica cambia la imagen de ambos. Sin lugar a dudas uno de los autores más trascendentes para la narración sobre el Nuevo Mundo, y particularmente para aquella parte que acabaría siendo Perú, es el Inca Garcilaso de la Vega. El texto Comen-tarios reales es un claro referente en el que el «texto histórico no consistía en dejar un registro lo más fidedigno posible de lo ocurrido, sino que su función primordial era la de educar a partir de lo efectivamente acaecido» (Guerra, 2009: 333). El Inca Garcilaso emplea el lenguaje para resaltar la belleza del Tawantinsuyo, los logros de los incas y el complejo encuentro de dos culturas entre las que halla una continuidad.

Los relatos culturales

Tal como ha estudiado Raúl Porras Barrenechea, el ser hu-mano necesita de narraciones para construir su identidad como individuo y como parte de una comunidad. Del mismo modo, cada comunidad establece a través de los relatos unas señas de identidad que la diferencian de otras comunidades. O, en palabras de Porras Barrenechea, «hay un instinto o ape-tencia de historia, que cristaliza también en el amor por los mitos, cuentos y leyendas, y más tarde en las formas oficiales de la historia que planifica el estado incaico» (1951: 20). Este

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investigador indaga en el sentido concreto que tiene el relato en el Perú precolombino:

Así, revisando el ilustre Vocabulario de González Holguín, hallamos palabras especiales para significar el relato de un simple suceso, el relato de fábulas de pasatiempo (sauca ba-hua ricuycuna), contar fábulas o vejeces (agua ricuni), contar cuentos de admiración fabulosos (hahuari cuy simi), referir un ejemplo temeroso (huc manchay runap cascanta hucca ri-pus caiqui), y por último, un vocablo para expresar el canto o relato de lo que ha pasado y contar ejemplo en alta voz a muchos (huccaripuni) (Porras Barrenechea, 1951: 21).

Raúl Porras Barrenechea percibe que el discurso de los re-latos tradicionales peruanos previos a la conquista tiene una gran actitud vital y positiva. «Predomina también en la mito-logía peruana un burlón y sonriente optimismo de la vida» (1951: 23), que destaca en oposición con los otros imaginarios: «En contraposición con la historia occidental, afecta más bien a recoger las huellas de dolor y de infortunio, la historia incai-ca sigue una trayectoria de optimismo y de triunfo» (1951: 36).

Con la llegada de los españoles al Nuevo Mundo, comienza la crónica de Indias, que establece un nuevo género textual en relación con América. «La crónica es en nuestra cultura el primer género mestizo» (Porras Barrenechea, 1951: 44), por-que no se limita a contar hechos, sino que recoge tradiciones, historia, creencias, ritos, ceremonias y supersticiones, tanto de los conquistadores como de los conquistados. La crónica combina hechos acaecidos (históricos) con varios tipos de hechos simbólicos (creencias, ritos, ceremonias y supersti-ciones), que son productos culturales. La crónica de Indias es fruto de influencias muy diversas, en las que la separación entre lo real, lo ocurrido verdaderamente, y lo imaginario, la representación que hace un determinado grupo acerca de la realidad, es muy difusa. En términos de Gérard Genette, se trata de relatos factuales: «obras que simultáneamente atien-den a dos naturalezas al parecer incompatibles: la documen-

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tal o historiográfica y la poética o literaria, que privilegian las funciones representativa y poética del lenguaje, respecti-vamente» (Latasa, 2011: 30).

No solo los españoles llegaron a una tierra que era totalmen-te desconocida para ellos y los nativos de Perú desconocían todo sobre los españoles, sino que la dificultad de comunica-ción entre ambos debió potenciar que la imaginación de cada grupo predominase en los primeros momentos sobre las ver-daderas pretensiones que tenía el grupo contrario. Señala el Padre Valera que ocurría con cierta frecuencia que «el indio entendiese mal lo que el español le preguntaba y el español entendiese peor lo que el indio le respondía» (Inca Garcila-so, 2015: 112). El encuentro entre americanos y europeos es un mutuo descubrimiento (Pupo–Walker, 1992a: 53’) en un sentido profundo. Los habitantes de América y los europeos que llegaron allí pertenecían a contextos culturas que habían existido durante cientos de años sin ninguna conexión entre ellos hasta ese momento. Sus costumbres, sus conocimientos, sus lenguas, sus creencias habían crecido en paralelo y cada grupo desconocía por completo al otro. Una de las barreras más grandes entre incas y españoles era la lingüística. Desde el comienzo, el lenguaje produjo la separación en dos grupos. «Como se sabe, la realidad andina colonial, como la actual, era la de una sociedad diglósica en la que se contraponían dos mundos y dos repúblicas: la de los españoles y la de los indios» (Cerrón–Palomino, 1991: 135). Esa separación entre lo peruano indígena y lo peruano español ha pervivido hasta hoy en día, pero existen puentes de conexión entre ambos, como es el caso del Inca Garcilaso. En este trabajo, no se pre-tende entrar a valorar la influencia de este autor en la socie-dad. En lugar de ello, estudiaremos el esfuerzo discursivo que hizo por encontrar las conexiones entre el mundo inca y el es-pañol para dar sentido a su vida y a la realidad en la que vivía.

La riqueza de testimonios y textos acerca del Nuevo Mun-do desde los mismos orígenes de la Conquista pone las bases

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para una visión más profunda acerca de su cultura. Señala John Howard Rowe que: «Gracias a los testimonios de los viajeros y exploradores del Nuevo Mundo, humanistas como Pedro Mártir de Anglería pudieron transformar el acarreo de datos e informaciones en fuente de conocimiento sistemático. Estamos en los albores de la antropología moderna» (Latasa, 2011: 39). En este contexto de gran producción literaria, no siempre acertada debido en parte a los obstáculos lingüísticos mencionados, el Inca Garcilaso escribió su obra para corregir algunos errores que los cronistas que no sabían quechua intro-dujeron. Este autor y sus Comentarios reales han recibido una gran atención por parte de la comunidad académica. El pre-sente trabajo se apoya en los estudios de los especialistas en la obra del Inca Garcilaso para aproximarse a su realidad. Par-timos de un enfoque general sobre las crónicas, para después estudiar la construcción de la identidad que realizó, tanto de sí mismo como de su país de origen.

La comunidad académica está de acuerdo en el valor artís-tico de la obra del Inca Garcilaso de la Vega. Nos sumamos a esta afirmación, pero no se ha de entender que artístico sim-plemente quiere decir que hizo un buen uso de la retórica o que sus escritos se limitaron a transmitir belleza. Cuando de-cimos artístico nos referimos al uso original que hizo del len-guaje para dar significado a su propia biografía y a la historia de Perú. Tal como señala Mercedes Serna, el libro publicado como los Comentarios reales y el que los editores decidieron lla-mar Historia general del Perú responden al mismo proyecto. Así que nos referiremos a estos libros como primera y segunda parte de los Comentarios reales, respectivamente. El conjunto por ahora supera las posibilidades de análisis de este artículo, por lo que vamos a centrarnos en la primera parte de estos por haber sido escrita antes, aunque mencionaremos algunos estudios que hacen referencia a la segunda parte en la medida que completan la identidad individual y nacional elaborada por el autor. El Inca Garcilaso de la Vega empleó tanto los términos patria (Monguió, 1978: 452) como nación (Guerra,

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2017: 44). En sus escritos no se limita a establecer su pertenen-cia al Tawantinsuyo, sino que presenta ciertas características comunes a esta organización y a la misión de los incas que da-rían lugar a rasgos nacionales (Anderson, 1993: 48). Hay que tener presente que «la nación en el siglo xvii es el grupo hu-mano que comparte costumbres, creencias, raza, origen, etc.» (Guerra, 2017: 45). No vamos a entrar a las interpretaciones posteriores sobre el nacionalismo del Inca Garcilaso porque esto ya se encuentra en los trabajos de José Antonio Mazzotti y Estrella Guerra. En este caso, el objetivo es estudiar cómo se construyen en paralelo la identidad individual y nacional del autor de acuerdo a las definiciones dadas.

Por otros estudios y por lo dicho en este artículo, ha sido suficientemente demostrado que la difusa separación entre lo histórico y la ficción responde a la retórica del tiempo en el que vivió el Inca Garcilaso. Por este motivo, no tiene sentido entrar de nuevo en el debate sobre si los Comentarios reales son veraces o no porque en su época tenía lugar el siguiente proceso social:

[...] writings produced were «not merely reflective of so-cial and political practices but were in fact constitutive of them». These works do not describe events; they are events, and they transcend self–reference to refer to the world outside themselves […] the objective of influencing readers’ perceptions, royal policies, and social practices (Adorno, 2007: 4).

Debemos tener presente que, como dice Manuel Vázquez Montalbán, «el lenguaje sirve para dos cosas: para defender-nos de algo que nos amenaza que, al ponerle nombre, nos sen-timos un propietarios un poco de aquello que nos amenaza o bien para designar aquello que es una aspiración y que toda-vía no tiene nombre» (1999: 48’). El empleo del lenguaje no es solo para referir a lo que existe, sino para crearlo. Muchos de los referentes que tiene una persona responden más a las representaciones mentales que ha construido que a los hechos

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ocurridos. El hecho histórico puede ser difícil de corroborar o incluso puede ser secundario en el caso de las crónicas, en las que la imagen que se ha transmitido ha influido de forma pro-funda en la sociedad: «Ironically, if convinced by the writer’s claims, it is our supposition as readers about the existence of an external, historical referent that makes these narrations elliptical» (Adorno, 2007: 9).

José Carlos Mariátegui señala que, en el caso del Imperio inca: «La civilización autóctona no llegó a la escritura y, por ende, no llegó propia y estrictamente a la literatura, o más bien, esta se detuvo en la etapa de los aedas, de las leyendas y de las representaciones coreográfico–teatrales» (2007: 196). Si bien la cultura occidental está construida sobre la palabra escrita y, por lo tanto, entendemos como literatura aquella expresión lingüística que queda impresa; no necesariamente tiene que ser así. La transmisión oral puede ser una forma de comunicación cultural y artística muy valiosa. De hecho, cada sociedad tiene relatos que podemos llamar fundacio-nales, que son aquellos que explican los orígenes bien de la humanidad (mitos), bien de un lugar concreto (leyendas) y estos suelen provenir de la tradición oral. El Inca Garcilaso constata que hay ciertos mitos que son recurrentes en dife-rentes civilizaciones y, como señala Enrique Pupo–Walker, se da cuenta del valor que tienen esos relatos para entender el origen de los pueblos. Uno de esos mitos recurrentes es el diluvio, que acaba con aquellos que tienen un mal compor-tamiento y deja como herederos del mundo a los que fue-ron fieles a los dioses. En la mitología clásica, por consejo de Prometeo, Decaulión y Pirra construyen un arca con el que se salvan. En el mundo judeo–cristiano, Jehová señala a Noé cómo salvar a su familia y a las distintas especies. En el mundo preincaico e incaico también hay un diluvio. El Inca Garcilaso relata que había oído decir que la primera tierra que recibió los rayos del Sol después del diluvio fue la isla Titicaca. En el libro III, capítulo XXV, eso representaba la pro-mesa del Sol de que allí mandaría a sus primeros hijos, los

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cuales vendrían a enseñarles y alumbrarles para sacarlos de «las bestialidades en que vivían» (243). Según el escritor, el Inca Manco Cápac aprovechó esta fábula para convertirse a sí mismo y a su mujer (Mama Ocllo) en mitos diciendo a los indios que ellos eran los hijos del Sol, que venían a educarlos y conducirlos a una vida más digna:

El primer Inca Manco Cápac, favorecido de esta fábula an-tigua y de su buen ingenio, inventiva y sagacidad, viendo que los indios la creían y tenían el lago y la isla por lugar sagrado, compuso la segunda fábula, diciendo que él y su mujer eran hijos del Sol, y que su padres los había puesto en aquella isla para que de allí fuesen por toda la tierra doctrinando aquellas gentes (243).

El Inca Garcilaso no se limita a recoger mitos, sino que los reelabora no para engañar a sus lectores, sino para dotar de un sentido a la historia de Perú. En el libro I, capítulo XVIII, sugiere «la posibilidad de que los indios presintieran las sa-gradas escrituras. Todo lo cual contribuye […] al proceso de equiparación cultural que el Inca gradualmente establece en-tre el mundo incaico y el europeo» (Pupo–Walker, 1982: 117). Como vamos a ver, el Inca Garcilaso percibe la historia de la humanidad como un camino de búsqueda espiritual. Esta visión le permite establecer una continuidad entre los indios previos a los incas, los incas y los españoles. El Inca Garcilaso fue consciente del valor que tiene la ficción para explicar la realidad de un pueblo determinado:

Exactitud, sobre todo, en el terreno histórico, donde Gar-cilaso se empeña siempre en esclarecer y comentar, en en-contrar los rumbos esenciales dentro de la heterogénea y a veces contradictoria multiplicidad de los relatos. Para eso no desdeña acoger hasta las «fábulas», cuando conside-ra que pueden insinuar un camino o que, bajo la forma legendaria y poética, se pueden vislumbrar la reacción mental o las características anímicas de un pueblo (Miró Quesada, 1971: 210).

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Por otro lado, el Inca Garcilaso se nutre del imaginario euro-peo, tal como los otros cronistas, a la hora de describir la reali-dad americana. Enrique Pupo–Walker explica la situación en la que vivió de la siguiente manera:

[...] en los siglos xv y xvi, el contexto referencial del dis-curso histórico se había consolidado parcialmente en un dilatado conjunto de referencias bajo el influjo poderoso de la narración literaria como tal y también de los libros de viaje [y los libros de caballerías] que tanto auge tuvieron en España en el siglo xv (1992b: 23’).

Así, en el libro VI, capítulos xxiv y xxv, se describe la for-mación militar de los incas con aspectos comunes a la de los caballeros andantes. Tanto los incas como los caballeros an-dantes deben pasar por una iniciación de privaciones y otras pruebas para demostrar que son dignos de armarse caballeros. «Esa curiosa aparición del mundo caballeresco en el seno de la civilización incaica confirma, una vez más, la primacía del referente literario en la escritura» (Pupo–Walker, 1982: 128). Realidad y ficción se ayudan mutuamente para construir la imagen del imperio incaico, porque los hechos ocurridos solo pueden ser entendidos en base a los esquemas mentales de quien los escribe y los lee y parte de esos esquemas se nutre de la imaginación. El Inca Garcilaso percibe y transmite la histo-ria de las conquistas de los incas de acuerdo a la sensibilidad occidental de su tiempo.

Hacia una narración coherente de Perú

Tratar sobre la identidad de un colectivo es un proyecto tan inacabable como el libro de arena del cuento de Jorge Luis Borges. Está fuera de las posibilidades de este estudio y de nuestro conocimiento tratar de establecer características de la identidad peruana. En cambio, queremos resaltar la capaci-dad que tuvo el Inca Garcilaso para, a partir de la turbulenta historia del Perú de los incas y del Perú bajo los españoles,

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construir un relato con una continuidad que permitiera com-prender la historia del país.

El Nuevo Mundo llegó hasta la conciencia del Viejo Mundo como un espacio inmenso en sus dimensiones y su compleji-dad. En el momento de su descubrimiento, los conquistadores y las poblaciones de las que salieron los conquistadores tra-taron de explicar una realidad que desbordaba sus referen-tes con nuevas geografías, fauna y flora, con un conjunto de sociedades diversas en sus costumbres y con una antigüedad cultural comparable o superior a la cultura europea en algu-nos casos2. «La imposibilidad de verificar una identidad pre-fijada por los términos del imaginario europeo se presentaba para los conquistadores como resistencia de una naturaleza» (Pastor, 1996: 3). Los escritores del siglo xvi se encontraron con la necesidad de llevar a cabo un intento de síntesis de aquel mundo desbordante. Esta tarea no podía ser realizada a través del mero estudio objetivo de datos, porque la realidad huma-na requiere de la subjetividad para captar todo su significa-do. Para ello, el Inca Garcilaso incorpora toda clase de relatos: «entendió que en el mito y la leyenda subyace una vivencia colectiva y un concepto de la sabiduría que puede tener senti-do histórico» (Pupo–Walker, 1982: 115).

Como estudiaremos más adelante, el Inca Garcilaso fue el primer autor mestizo. La escritura le sirvió para explicar su peculiar situación en el mundo y para comprender la historia de Perú. La importancia del Inca Garcilaso como mestizo no se deriva de que su padre fuera un noble español y su madre una noble inca, sino de que esa situación biográfica le lleva a una profunda investigación de la realidad de ambos mundos. En la primera parte de los Comentarios reales, «el fino espíritu observador que se manifiesta en su itinerario geográfico abar-ca lugares, grados, leguas, costas, mareas y puertos, vientos

2 En el caso concreto de Perú, cuenta con una riqueza arqueológica que se remonta a los orígenes mismos de la civilización, como es el caso de la ciudad de Caral, que tiene una antigüedad de 5000 años.

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e incluso su aplicación a las navegaciones» (Latasa, 2011: 38). El Inca Garcilaso viajó de Perú a España en 1560, con veintiún años, y nunca más volvió a su país de origen. De modo que los datos que maneja sobre este provienen de sus recuerdos, de lecturas y de las noticias que le mandan personas que seguían viviendo allí. A partir de esas informaciones, hace inevitable-mente una reconstrucción:

Las fabulaciones reproducidas por Garcilaso conllevan, pues, una función ordenadora que emana de un doble proceso de evocación imaginativa: o sea, la retenida por la cultura incaica y, a posteriori, la gestada –desde su com-plejo equipo intelectual– por el Inca (Pupo–Walker, 1982: 167).

El gran valor de los Comentarios reales reside en que, en base a informaciones parciales, es capaz de construir un relato co-herente del Perú, primero bajo los incas y después con los es-pañoles.

El mestizo como el resto de autores que escribieron sobre la Conquista del Nuevo Mundo no puede informar de ello de manera objetiva. Por este motivo, los textos acerca de la Con-quista presentan los hechos según las inquietudes de cada uno de sus autores. «En la conquista, escenario simultáneo de logros espectaculares y expectativas frustradas, el pensa-miento utópico se levanta precisamente sobre esa imposibi-lidad y se desarrolla en la distancia que media entre imagen y realidad concreta, deseo y realización» (Pastor, 1996: 3). Se genera:

[...] el pensamiento utópico [que] organiza todo un proce-so de aprehensión de América y un sistema de estrategias de representación que articulan la visión de América como objeto del deseo, locus utópico en el que se resuelven sim-bólicamente toda contradicción histórica y toda carencia personal (Pastor, 1996: 37).

Por este motivo, se puede decir que:

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América es el lugar donde todo es posible y, por eso mis-mo, es el lugar donde la amenaza del Otro se presenta en toda su complejidad. Porque la posibilidad de una liber-tad ilimitada lleva consigo a posibilidad de transgresión ilimitada: la misma suspensión de las leyes del orden na-tural y social que caracterizan la figura de América como objeto de deseo la convierte en el lugar privilegiado de la alteridad (Pastor, 1996: 42).

Los Comentarios reales son especialmente interesantes por-que responden a toda la vida de sentimientos y reflexiones del autor acerca de sí mismo, del imperio incaico y de la conquis-ta española. El Inca Garcilaso establece puentes entre la visión española, predominante en otros autores, y la visión incaica. Las obras del mestizo construyen la imagen de la utopía de un mundo que progresa hacia la civilización y la espiritualidad. «El discurso utópico funciona […] como figura textual que dramatiza una solución imaginaria a una contradicción fun-damental abriendo un espacio simbólico de neutralización de oposiciones» (Pastor, 1996: 68). Creemos muy valioso y origi-nal el esfuerzo de este autor por construir una interpretación de su biografía y de su realidad que supera los conflictos a los que se enfrentó.

La identidad personal en los Comentarios reales

Cuando en 1532 llegaron los españoles al Tawantinsuyo, se encontraron con una terrible guerra entre los partidarios de Huascar y los partidarios de Atahualpa. Manuel J. Portal Ca-bellos explica los cruentos enfrentamientos entre ambos gru-pos, que llevaron a la victoria de Atahualpa y a la matanza de los familiares de Huascar, de la que se salvó la princesa Chimpu Ollco, una niña de aproximadamente nueve años, hija de Huallpa Túpac Yunpangui y sobrina del Inca Huay-na Cápac (Portal, 2014: 52). Seis años después, esta conoció al capitán Sebastián Garcilaso de la Vega y se bautizó como Isabel. En el año 1539, Chimpu Ollco y Sebastián Garcilaso de

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la Vega tuvieron un hijo que acabaría por conocerse como el Inca Garcilaso de la Vega. Además de la indudable calidad de sus textos, es interesante porque su doble procedencia le llevó a un complejo proceso de formación de su identidad:

Se trata de un mestizo de primera generación, fruto de la unión entre uno de los primeros conquistadores que lle-gan a estas tierras y de una representante de la nobleza incaica. Una unión favorecida como estrategia política de colonización, que luego se replantea para asegurar lo con-quistado con la promoción de matrimonios entre iguales, y deja relegada la primera unión. Encontramos, entonces, que se imprime en este mestizo la huella de su doble per-tenencia: el mundo hispano y el mundo incaico (Guerra, 2017: 44–45).

La obra del Inca Garcilaso es un meticuloso y amplio tra-bajo por establecer puentes entre lo que significa ser inca y la historia inca y ser español y la historia española. Tal como ha estudiado Antonio Cornejo: «lo que es esencial en toda la obra de Garcilaso: su tenaz y hasta agónico esfuerzo por hacer valer la doble autoridad que le confiere su condición de mes-tizo y por asegurar que esta es el signo mayor de una síntesis armónica, conciliante y englobadora, trasmutando a tal efecto lo que es heterogéneo y hasta beligerante en homogeneidad tersa y sin fisuras» (1993: 1). Existe una larga polémica en tor-no a qué representa el carácter mestizo del Inca Garcilaso de la Vega (Mazzotti, 1998: 90, Cortez, 2011: 100). Con este trabajo, queremos conocer mejor el proceso por el que este autor da un sentido a su vida y al mundo peruano y español al que pertenece. Según Mercedes Serna, el Inca Garcilaso atravesó dos etapas: una primera de «servidumbre colonial», en la que trata de integrarse en la sociedad española como militar; y otra de «identidad originaria», en la que mediante las letras reivindica su naturaleza mestiza (2016: 12’). El Inca emplea el lenguaje para incorporar con orgullo a la visión que tiene de sí mismo la construcción del imperio que él solo ha conocido conquistado por los españoles.

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El mestizo siente que el mundo del imperio incaico no ha muerto del todo por las historias que le han contado de pe-queño, por los restos recientes de los últimos incas y los tes-timonios que le llegan de quienes conocieron a los últimos gobernantes: «la circunstancia histórica se refleja y también se evalúa desde las percepciones individualizadas de Garcilaso; lo que se pretende, en muchas ocasiones, es tomar posesión del pasado a partir de la inmediatez existencial del relator» (Pupo–Walker, 1982: 86). El Inca Garcilaso de la Vega es un observador excepcional por su cercanía biográfica al final del Imperio inca, nace muy poco después de la muerte de Ata-hualpa; y, por ser hijo de una inca y un español cuenta, con numerosos testimonios. Pero lo más interesante es que esa situación despierta en él la necesidad de construir una identi-dad que haga coherentes ambos orígenes. Así tanto en Comen-tarios reales como en Historia general del Perú elabora su iden-tidad en relación a la memoria de los incas, a la mentalidad española y a su experiencia de la compleja relación entre los conquistados y los conquistadores. «Garcilaso llegó a contem-plar su vida como entidad que resumía, en términos humanos e históricos, la empresa española en América» (Pupo–Walker, 1982: 87). Se puede decir que la construcción de su identidad se elabora en paralelo con la búsqueda del sentido de la his-toria reciente. «La suya es también una suerte de recherche du temps perdu que se lleva a cabo desde la inmediatez de sus vivencias conflictivas» (Pupo–Walker, 1982: 98).

Garcilaso, al contemplarse en la historia, se verá siempre en dos planos culturales diferentes: el incaico y el español. Muy a pesar suyo se instalará en una zona oscilante: la del mestizo americano, que era en el siglo xvi, y en el mejor de los casos, una categoría cultural incierta» (Pupo–Walker, 1982: 101–102).

Se encuentra frente al reto de hacer algo para lo que no tiene modelos: definir una identidad que pertenece a dos mundos que se conocen desde no hace mucho y cuya rela-

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ción es conflictiva. El trabajo que hace de búsqueda personal de lo que significa ser inca y ser español le lleva a construir una representación de ambos y de su continuidad. Defiende Pupo–Walker que «los textos del Inca alcanzan un nivel de elaboración formal que convierte el discurso en referente de sí mismo. Se trata entonces de una construcción escritural que en buena proporción instituye su propia realidad por encima de la contingencia histórica» (1982: 102). Dedica sus conoci-mientos y habilidades de escritura a mostrar una imagen miti-ficada y grandiosa del imperio que otorga también un sentido a su propia identidad. En este sentido, la escritura se convier-te en un proceso de elaboración discursiva del yo: «Pero no solamente porque varias fuentes convergen en la escritura sino porque esta cristaliza el presente del acto deliberativo de escribir –ya que los Comentarios actualizan su ocurrencia, son un acontecimiento de escritura» (Ortega, 2009: 671). Esa ima-gen majestuosa de los incas, de los que desciende, cubre una necesidad psicológica y social: «le sirvió para compensar su status periférico» (Pupo–Walker, 1982: 105), es decir, se da un proceso creativo de elaboración de lo que significa lo inca y lo español, qué relaciones tienen y quién es el propio autor como representante de ello.

La situación desde la que escribe el Inca y otros autores con-temporáneos es algo que debemos tener presente para enten-der los textos:

El hombre del Renacimiento se enfrenta a una serie de rea-lidades y situaciones inéditas para él acerca de las que tie-ne que dar cuenta. El resultado, obviamente, es complejo porque solo puede aprehender esta nueva realidad des-de lo que le permite su sistema de creencias y conceptos (Guerra, 2009: 332).

El Inca Garcilaso es uno de los grandes escritores de la his-toria universal porque se da cuenta de que ese contexto le permite escribir una historia del imperio incaico en la que las noticias recogidas y la ficción se ayuden mutuamente. En este

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sentido, se puede ver que al alto componente identitario de sus textos responde la necesidad de toma de postura que tenía frente a una realidad todavía poco explicada. Tal como dice Enrique E. Cortez, «en el caso de la ficción garcilasista, pre-cisamente esa relación con la historia es fundamental para la construcción y el significado de los textos» (2009: 126).

La imagen del Inca Garcilaso cuando llegó a España fue con-tradictoria porque, aunque era hijo de un noble español y una noble inca, su padre era considerado un traidor por su vin-culación con Gonzalo Pizarro. Después de la muerte de Ata-hualpa, la situación política bajo el mandato de los españoles se volvió muy conflictiva. Las luchas de poder entre los con-quistadores dieron comienzo a las guerras civiles entre ellos. Uno de los aspectos que despertó las disputas fue la defensa que hizo el Padre Bartolomé de las Casas de la protección de los indígenas, que dio lugar a las Leyes Nuevas que elimina-ban las encomiendas. Los encomenderos rechazaron la nueva situación y Gonzalo Pizarro se erigió como líder de la rebelión contra la Corona de España. En 1544, cuando el Inca Garcila-so contaba con cinco años, Gonzalo Pizarro entró en Cuzco como Gobernador de Perú. Tuvo lugar una serie de batallas por el control del país, pero una de ellas resultó fatal para el honor del padre del Inca Garcilaso. Sebastián Garcilaso de la Vega estaba asignado a las fuerzas de Gonzalo Pizarro antes de la rebelión, pero su mala fama llegó cuando en la batalla de Huarina, en el año 1547, los rebeldes de Gonzalo Pizarro obtuvieron una inesperada victoria que cronistas como Diego Fernández de Palentino y Francisco López de Gomara acha-caron a que él le había entregado su caballo a Gonzalo Pizarro (Castro 2010). En 1548, se ofreció amnistía a los sublevados que habían obedecido órdenes, a la cual se acogió el padre del Inca Garcilaso, y Gonzalo Pizarro fue apresado y ajusticiado como enemigo de la Corona de España. Pese a que el padre del Inca Garcilaso no recibió ningún castigo, su nombre que-dó asociado a la rebelión de Gonzalo Pizarro.

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El Inca Garcilaso defiende que es una acusación injusta. «En la segunda parte de los Comentarios reales, el cronista escri-bió un brioso alegato sobre la compleja situación de su padre ante la rebelión de su amigo y compañero de armas Gonza-lo Pizarro, una situación que arrastró a numerosos capitanes y oidores a una muy delicada dilucidación de los conceptos de lealtad y deslealtad en los derechos de los conquistadores a las encomiendas» (Castro, 2010). En el momento en el que escribió los Comentarios reales, fue dolorosamente consciente de que su identidad y posición social en España dependían de restaurar la imagen de su padre. Para lo cual debe tam-bién justificar las obras de Gonzalo Pizarro, al que, tal como ha estudiado Carmela Zanelli, presenta como a «un héroe en el sentido aristotélico» (2014: 162). El Inca Garcilaso defendió que la forma con que se impusieron las Leyes Nuevas pertur-bó el orden que se había logrado hasta ese momento, por lo que las acciones de Gonzalo Pizarro combatían una situación en la que los indios habían quedado en realidad desprotegi-dos (Serna, 2016: 23’–39’). Señala José Durand que Gonzalo Pizarro representa para el Inca Garcilaso el ideal del héroe: «la honra es fe y moral del héroe, y siendo todo español aspirante a héroe, la moral de la honra a todos pertenece» (Zanelli, 2014: 162).

El Inca Garcilaso presenta a Gonzalo Pizarro como un es-forzado guerrero que afronta enemigos y adversidades con total entereza. En 1539, el año en que nació el Inca Garcilaso, Gonzalo Pizarro recibió el encargo de adentrarse en el Ama-zonas en busca de la mítica tierra de la Canela. En el libro III, capítulo II de la segunda parte de los Comentarios reales se relata cómo él y sus hombres se abren paso a través de un terremoto y de una tormenta que duró cuarenta o cincuenta días. «Pareciera que Garcilaso quisiera —con esta evidente re-sonancia bíblica al Diluvio Universal— otorgarle a la jornada de Pizarro un carácter fundacional, la proeza de una suerte de patriarca, en proceso de descubrimiento de un Nuevo Mun-do» (Zanelli, 2014: 166). Gonzalo Pizarro aparece como un lí-

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der carismático e implicado que merece la admiración de sus hombres: «Pizarro participa en la elaboración misma del na-vío, como resalta nuestro cronista, va literalmente «forjando» su carácter de líder» (Zanelli, 2014: 166). Representa en los Co-mentarios reales un héroe trágico: «En palabras de José Antonio Mazzotti, “Gonzalo empieza a adquirir los rasgos de un héroe que arriesga la vida y la hacienda en aras del bien común” y Garcilaso “termina proponiéndonos un Gonzalo Pizarro víc-tima de las circunstancias e incomprendido por la tozudez de las autoridades y el oportunismo de sus partidarios de pri-mera hora”» (Zanelli, 2014: 169). Se puede comprobar cómo este conquistador es presentado discursivamente de acuerdo a rasgos propios de un prototipo. Gonzalo Pizarro pasa a te-ner las características comunes de los héroes. El énfasis en es-tas características y la interpretación que hace del personaje histórico están al servicio de la identidad del autor. Cuando el Inca Garcilaso reelabora la imagen de Gonzalo Pizarro, está haciendo algo semejante con su padre y con él mismo. Si Gon-zalo Pizarro fue una víctima de las aspiraciones políticas de otros y de la incomprensión por parte de la Corona de España, los Garcilaso de la Vega también lo son.

La identidad nacional en los Comentarios reales

Como dice César Vallejo en Los heraldos negros, hay golpes en la vida tan fuertes que ponen al ser humano en situacio-nes complejas, como es el reto de repensar su identidad. Lo mismo ocurre con las naciones que, frente a los avatares de la historia, deben estar constantemente reescribiendo su identi-dad. José Carlos Mariátegui ha escrito extensamente sobre los problemas de Perú para encontrar una voz literaria propia. Escribe en 1928 lo siguiente: «El dualismo quechua–español del Perú, no resuelto aún, hace de la literatura nacional un caso de excepción que no es posible estudiar con el método válido para las literaturas orgánicamente nacionales, naci-das y crecidas sin la intervención de una conquista» ([1928]

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2007: 197). Según Mariátegui la literatura de Perú nace como «importación de literatura española» y se ha mantenido esta dependencia unida como un «enfermo cordón umbilical» ([1928] 2007: 201). Afirma que la literatura peruana se redu-ce a un imagen exótica e idealizada del tiempo precolombino y no hay cultura propia peruana porque la educación se ha europeizado ([1928] 2007: 202). Además, señala un dualismo peruano, según él irreconciliable ([1928] 2007: 210). No quere-mos restar valor a la obra de uno de los intelectuales más im-portantes de Hispanoamérica y no vamos a negar que el tono enfadado y derrotista de las citas tomadas responda a golpes fuertes en la historia de Perú, que no pasan desapercibidos. Sin embargo, no sería bueno para la identidad nacional de Perú quedarse atrapada en un discurso victimista. Mariátegui no parece contemplar que el Inca Garcilaso fue en su tiempo un escritor con voz propia. Como hemos comentado, a partir de su accidentada biografía, fue capaz de construir una iden-tidad propia fuerte, como descendiente tanto de la nobleza incaica como de la española, y pudo reivindicar el honor de su padre. Del mismo modo, otorgó un sentido a la historia de Perú, antes y después de la Conquista. El Inca Garcilaso tenía motivos para considerarse retoño «de la raza caída» y aboca-do a un destino de perdedor (Mariátegui, [1928] 2007: 210), pero no lo hizo porque empleó el lenguaje para construir una realidad mucho más luchadora y poderosa.

La Conquista del Nuevo Mundo representa un aspecto fun-damental de la narración de la modernidad. Tal como ha es-tudiado Walter D. Mignolo (2003), la construcción que se ha hecho de la modernidad parte de la colonialidad. La Conquis-ta no es solo el hecho histórico de la influencia de los países europeos sobre los americanos, sino un cambio radical en la forma de concebir el mundo. El discurso colonial se caracte-riza porque está centrado en justificar y explicar las relacio-nes de poder entre colonizadores y colonizados. El caso de la conquista de Perú es un proceso por la influencia recíproca que se dio entre ambos. Tal como ha estudiado José Antonio

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Mazzotti, la Conquista española no borró por completo las instituciones del imperio inca, sino que tendió en cierta medi-da a mezclarse con la cultura conquistada.

La antigua transplantación de soldados y ciudadanos ro-manos a territorios alejados era entendida en la España del xvi y xvii como una forma de dominación que no ne-cesariamente implicaba la reproducción de todas las ins-tituciones y la transformación identitaria de los pueblos dominados» (Mazzotti, 2000a: 8).

El mestizaje en las colonias españolas dio lugar a un colec-tivo que debía mantener algunos aspectos ideológicos y re-ligiosos de España pero que tenía características propias. En este sentido, los conquistadores tuvieron descendencia con las mujeres más destacadas del imperio inca y esos hijos mes-tizos debían ser el punto de contacto entre ambas culturas. De modo que:

[...] la peculiaridad del sistema español de dominación sobre el Nuevo Mundo permitía, además del traslado de instituciones y fueros, el crecimiento de un grupo social nativo y novedoso que supuestamente serviría como fuer-za de penetración ideológica (y, naturalmente, biológica) entre la población indígena (Mazzotti, 2000a: 15).

La Conquista provocó el contacto entre los súbditos de la Co-rona española, los del Imperio incaico y de mestizos, como el Inca Garcilaso. Con esto no se quiere transmitir que la Conquis-ta española fuera un modelo de buena convivencia. En lugar de ello, se señala la complicada confluencia entre identidades gru-pales muy diferentes. En esta situación novedosa y conflictiva, «Los Comentarios del Inca se generan en el interior de un discur-so estatuido–el de la política como norma ordenatriz, de raíz neoplatónica– para construir desde él la imagen confluyente de una moderna respuesta americana» (Ortega, 2009: 670).

Dado que la mayor parte de la población europea descono-cía el Nuevo Mundo, los cronistas relataban hechos que no se

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podían o eran difíciles de corroborar (Todorov, 1998). Por este motivo, los cronistas tenían que emplear estrategias discursivas para reforzar la verosimilitud de lo que contaban. Si los hechos no eran demostrables, debían presentarlos de manera que fuera creíble. Tal como señala Luis Cabrera de Córdoba, las crónicas de indias «relatan acontecimientos que han ocurrido realmente pero que están fuera de lo habitual, de lo esperable y, por lo tanto, son difícilmente creíbles a pesar de ser ver verdaderos» (Guerra, 2009: 331). Es imposible saber si los hechos que cuentan los cronistas ocurrieron como se dice e incluso podemos consi-derar que eso no tiene una importancia fundamental, porque la Conquista del Nuevo Mundo se construye como un relato del imaginario más que como una historia propiamente dicha:

Al transcribir la historia oral de los incas, Garcilaso habría buscado otorgar al discurso andino el valor historiográfico de los textos europeos […] se preocupó por demostrar que estos mitos no circulaban libre y únicamente en el imagi-nario de los incas, ya que contaban, al igual que todo su universo simbólico, con el apoyo de los quipus (Schuessler 84). El mestizo explica que, aunque pudo ser testigo de vista de las idolatrías, fiestas y supersticiones de los incas, las historias sobre las conquistas le fueron dadas por sus parientes y, con mayor detalle, por las relaciones que guar-daba cada provincia (Arias, 2013: 44).

Por todo lo visto, el Inca Garcilaso de la Vega es uno de los principales autores que definieron la identidad nacional de Perú. En la primera parte de los Comentarios reales, el Inca Garcilaso cuenta la historia del imperio inca como un proceso progresivo de civilización. Así, Manco Cápac es caracterizado como un hombre juicioso que fingió ser hijo de Inti (el Sol) y Quilli (la Luna) para conseguir que los indios siguieran sus dictámenes para organizar una sociedad más desarrollada:

[...] debió ser algún indio de buen entendimiento, pruden-cia y consejo, y que alcanzó bien la mucho simplicidad de aquellas naciones, y vio la necesidad que tenían de doctri-

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na y enseñanza para la vida natural, y con astucia y saga-cidad, para ser estimado, fingió aquella fábula (89).

En todo momento, el mestizo caracteriza a los incas como sabios protectores que cuidan de su pueblo: «dice muchas ve-ces el padre Blas Valera que en ninguna manera los debían llamar reyes, sino muy prudentes y diligentes tutores de pu-pilos. Y los indios, por decirlo todo en una palabra, les llama-ban amador de pobres» (136).

El Inca Garcilaso escribe en la primera parte de los Comenta-rios reales una historia de las conquistas de los incas que refleja aspectos retóricos presentes en las crónicas de la Conquista del Nuevo Mundo. Así, dice lo siguiente acerca de los incas: «nunca hicieron guerra sino movidos por alguna razón que les parecía bastante, como era la necesidad que los bárbaros tenían de que los redujesen a vida humana y política» (328). Los discursos que tratan la conquista habitualmente son es-critos por personas que se identifican con los conquistadores y encuentran motivos que justifican las acciones bélicas con-tra poblaciones que no buscaban el enfrentamiento. Podemos considerar que la justificación de la guerra es una respuesta psicológica universal. La conquista puede tener motivaciones muy diversas entrelazadas, pero el discurso de conquista los sintetiza como la necesidad de dar una vida mejor a los que son conquistados. En la primera parte de los Comentarios rea-les, el Inca Garcilaso sostiene una visión de progresivo perfec-cionamiento, por el que los incas acercaron a los habitantes de Perú hacía un cierto grado de verdad: «con la lumbre natural que Dios les dio, alcanzaron que había un hacedor de todas las cosas» (458). Los incas traen un orden, una prosperidad y, sobre todo, una espiritualidad mejores que la barbarie que se da a entender que había antes de ellos en Perú. Asimismo, el Inca Garcilaso consigue unir sus dos naciones en un proyecto coherente y utópico a través de esa espiritualidad que ha de llevar a la salvación de Perú. Los incas civilizaron parcialmen-te a la población de Perú:

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La vida nómada, la ausencia de una verdadera religión, la poligamia, entre otras prácticas descritas, son formas de vida incompatibles con la civilización. Luego de esta repre-sentación, los incas se perfilan como la clara oposición fren-te al mundo primitivo que los antecede, y como los impul-sores de la conversión de las «fieras» en hombres de bien, a partir de los principios de la Ley natural (Arias, 2013: 36).

No obstante, aún su fe no era completamente verdadera y conservaban algunas costumbres bárbaras. El cristianismo traído por los españoles acabaría la tarea de civilización y de descubrimiento de la fe verdadera: «Garcilaso is able to make Inca civilization an integral part in the providentialist march of all peoples towards salvation» (Zamora, 2004: 116).

Aunque los incas heredaron parte de los logros culturales de grupos anteriores, es verdad que llevaron a cabo una ha-zaña que debió fascinar a los conquistadores españoles y que maravillaba al Inca Garcilaso. Tal como dice José María Ar-guedas: «La unidad política y cultural realizada por los incas en una inmensa población y territorio, diverso en lo humano y lo geográfico» (1998: 1). El Inca Garcilaso refleja un proceso de progresiva mejora de la sociedad peruana bajo el manda-to de los incas, que anticipan el conocimiento de la fe cristia-na. «Esta concepción de evolución está presente en el Inca, aunque en él está asociada a su argumentación fundamental: demostrar que el Imperio Incaico tuvo un papel civilizador» (Guerra, 2011: 335). El Inca Garcilaso percibe que la conquista de la fe es un proyecto que humaniza y une a los hombres. Los incas intuyen la verdadera naturaleza de Dios y los espa-ñoles traen consigo esa fe auténtica que les pone por encima de las dificultades de la vida terrena. En el libro I, capítulo VIII, se relata el naufragio de Pedro Serrano, que está solo hasta que naufraga otro hombre. Pedro Serrano vive de una manera primitiva, lo cual se refleja en su aspecto desaliñado y largos cabellos. Al tercer año, otro hombre naufraga muy cerca y, cuando se encuentran, Pedro Serrano cree que el de-monio ha cobrado forma humana para tentarle, mientras que

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el recién llegado toma a Pedro Serrano por el demonio debido a su aspecto salvaje. En cambio, cuando ambos apelan a Dios para que les libre del demonio se reconocen como hermanos. «Se reproduce una situación de encuentro entre dos seres, aparentemente extraños que, a pesar de la diferencia exterior, logran reconocerse mediante el lenguaje y, aún más, mediante una misma religión» (Guerra, 2011: 337). La fe que primero traen los incas a los indios y que luego los españoles descu-bren por completo a los incas sirve como hilo conductor entre la historia precolombina y la historia contemporánea del Inca Garcilaso y establece una narrativa de progreso constante ha-cia la salvación (Mazzotti, 1998: 104). Las creencias unen a los españoles entre sí, a los incas entre sí y a los españoles con los incas. Según Jeffrey Klaiber, este mensaje, habitualmente implícito en el desarrollo del texto, convierte al Inca Garcila-so en parte de «la primera generación de teólogos del Nuevo Mundo» (En Arias, 2013: 25).

El Inca Garcilaso dice acerca de las leyes incas lo siguiente: «innumerables de ellas vemos que guardan hoy los indios fie-les, todas puestas en razón y muy conformes a las leyes de los muy grandes letrados» (325). Acentúa el orden y el concierto de la cultura incaica por su visión y su formación renacentista (Miró Quesada, 1971: 213). La mirada del autor se centra en el poder organizativo de los incas para gobernar un vasto y diver-so imperio. Toma como modelo a Roma y, por comparaciones, describe la organización política de los incas como la del impe-rio romano: «Sus modelos son Julio César, Cicerón, Tito Livio, en su gran propósito de hacer del «Cuzco otra Roma en su im-perio» y demostrar su carácter civilizador» (Guerra, 2017: 49). Asume «la fundamental uniformidad psicológica del hombre, vale decir, que a pesar de las diferencias de clima, raza, tiem-po, etc., el hombre reacciona siempre de una manera sustan-cialmente igual» (Avalle–Arce, 1964: 20). En este sentido, Roma y Perú comparten un lugar de privilegio como orígenes de la civilización. Es fácil ver que en la obra del Inca Garcilaso de la Vega hay un sentido utópico que autores y políticos posterio-

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res han recogido para establecer la identidad nacional: «Lo que se rescata del Inca es su claridad al definir un nuevo espacio, una nueva patria, que se denomina Perú, en el que conviven criollos, mestizos e indios. Es esta la utopía de un patriotismo multiétnico, fraterno y solidario» (Guerra, 2017: 49).

En este trabajo, hemos analizado la importancia que tiene la imaginación para la construcción de la identidad. Los mi-tos tienen una fuerza muy grande sobre cualquier sociedad (Sevilla Vallejo, 2017: 47). Tal vez uno de los aspectos más bellos de la visión que recoge el Inca Garcilaso acerca del imperio inca es que surge, vive y muere por los mitos. En la mezcla entre una cierta realidad y la ficción construida por el pueblo andino están las claves para la evolución de una sociedad. Del mismo modo que el mundo inca nace con el designio del Inti de que Manco Cápac y Mama Ocllo traigan la civilización a los indios y los sucesivos incas continúan este proyecto; el dios Viracocha anuncia el final del imperio. El Inca Yáhuar Huácac tuvo como hijo primogénito a un jo-ven cuyo comportamiento era cruel. Por este motivo, lo des-terró, aunque no se atrevió a desheredarlo. Un día ese hijo se presentó ante él y le dijo que había visto al dios Viracocha, que «tenía barbas en la cara de más de un palmo, y el vestido lar-go y suelto que le cubría hasta los pies» (291), y que le había avisado de que se acercaba una rebelión contra Cuzco. Con el tiempo, se extiende la profecía de que, después del inca número doce, ha de venir una nueva dinastía para gobernar el Tawantinsuyo y esa futura amenaza toma la imagen del hombre barbudo que apareció en los sueños del hijo del Inca Yáhuar Huácac. Y ya en el siglo xvi, cuando cae un rayo en la casa de Huayna Cápac, los curacas «dijeron que se ha-bía de perder parte de su imperio o acaecerle otra desgracia semejante» (97). Entonces, Huayna Cápac reúne a sus pa-rientes, capitanes y curacas y les dice: «Muchos años ha que por revelación de nuestro padre el Sol tenemos que pasados doce reyes de sus hijos vendrá gente nueva y no conocida en estas partes, y ganará y sujetará a su imperio todos nuestros

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reinos» (691). El mismo Inca Garcilaso escucha la historia de un inca viejo, que le dice: «Estas palabras que nuestro Inca nos dijo, que fueron las últimas que nos habló, fueron más poderosas para nos sujetar y quitar nuestro Imperio que no las armas que tu padre y sus compañeros trajeron a estas tierras» (692–693). El mito y la realidad se mezclan cuando aparecen los españoles, que son barbudos y representan en el imaginario de los incas a esos hombres que vienen a rele-varles en el mando de Perú.

Por todo lo visto, podemos decir que el Inca Garcilaso no describió los hechos históricos de la expansión de los incas y la realidad peruana de manera objetiva, cosa que en pureza es imposible de conseguir, sino que se empapó de las histo-rias de su pueblo de nacimiento y también de las historias de España y consiguió para sí mismo y para ambos pueblos una continuidad que les daba sentido. Este es el proceso que hace para configurar su identidad como persona y como au-tor: «La nacionalidad del escritor se funda, no tanto en la co-pia fotográfica del escenario (casi el mismo en todas partes), como en la sincera expresión del yo y en la exacta figuración del medio social» (González Prada, 1888). Seguramente, el aspecto más valioso del Inca Garcilaso es que sus escritos parten de una verdadera necesidad de identidad individual y nacional. La primera parte de los Comentarios reales está escrita desde el amor a un pasado repleto de grandeza y tra-gedia (Zanelli, 2007). El Inca Garcilaso nace en un país que ha caído bajo el poder de los conquistadores españoles y de-dica su vida a reconstruir la historia del imperio incaico. En los Comentarios reales retrata cómo los incas trajeron orden y bienestar material y, sobre todo, anticiparon la fe verdadera, que completaron los cristianos. Asimismo, aprovecha los mi-tos para explicar el progresivo desarrollo de Perú hasta que se cumple la profecía por la que los incas son reemplazados por los españoles.

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