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i La construcción de la razón ...................................................................................................... Una novela sobre la inteligencia artificial José Antonio FORTEA

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La

construcción de la razón

......................................................................................................

Una novela sobre la inteligencia artificial

José Antonio

FORTEA

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Editorial Dos latidos Título: La construcción de la razón

© Copyright José Antonio Fortea Cucurull

Todos los derechos reservados

[email protected]

Editorial Dos latidos

Benasque, España

Publicación en formato digital en septiembre 2017 www.fortea.ws

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Versión para tablet

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La construcción

de la razón ..........................................................................................................................................................

Una novela sobre la

inteligencia artificial

José Antonio

FORTEA

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Índice

El inicio del proyecto 2

Una técnica se incorpora a las instalaciones 10

Partida de golf de dos técnicos 24

Reunión entre la Agencia de Seguridad Nacional y los directores del

Equipo Rector 35

Barbacoa de ingenieros de Overcreek 50

Una reunión en Washington D.C. 59

Un ingeniero habla con X.A. 68

Cuando las águilas se posan alrededor 80

Le enseñan las instalaciones al vicepresidente 85

Preguntas a Littlehal 98

La desconexión 114

Últimas conversaciones con Littlehal 120

Conversaciones entre ingenieros durante la cena en el complejo 124

Una conferencia en la Universidad de Florida 137

Comparecencia ante la comisión del Senado 153

Epílogo 167

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El inicio del proyecto

MI NOMBRE ES ADDISON HATHEWAY. Yo ejercía como profesor de

programación de estructuras lógicas avanzadas en el Dartmouth

College de New Hampshire. Algo llamó la atención sobre mi

persona en los expertos de la TER & KON y fui invitado a

participar en un programa de investigación perteneciente a esa

multinacional, el Programa Capricornio. Los honorarios que se me

ofrecieron multiplicaban por cinco mi sueldo mensual. No tuve que

pensármelo mucho para pedir una excedencia de dos años en mi

cátedra.

Me trasladé a la Costa Oeste, al Estado de Washington. Estoy

soltero, de manera que la mudanza no supuso grandes problemas.

Una hora de distancia en coche era lo que separaba las instalaciones

de la multinacional y Seattle. Los edificios de Overcreek se

extendían en una explanada situada en medio de bosques.

En el complejo trabajábamos 53 ingenieros y 30 técnicos.

Otras 40 personas se encargaban de todo lo demás: trabajos

administrativos, limpieza, cocina, etc. La seguridad estaba a cargo

de un equipo que mantenía de guardia, día y noche, a 28 efectivos

de seguridad.

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Mi superiora en el equipo en que me iba a integrar me remitió

a la amabilísima Anne Kobayashi para que me explicara durante

dos días todo lo que necesitase saber sobre la investigación que allí

se llevaba a cabo.

El Proyecto Capricornio era el proyecto bandera de la

multinacional TER & KON dedicada a alta investigación en

sistemas computacionales. Buscaba el desarrollo de la inteligencia

artificial. El X.A., así se llamaba aquel macro-ordenador, había

consumido ya cuatro años de trabajo de las ochenta y tantas

personas que trabajaban allí y de los cientos de personas

pertenecientes a equipos de la TER & KON repartidos en distintos

países. El proyecto se transformó en un coloso que fagocitaba

millones de dólares anuales; la cifra total era materia reservada.

Pero se rumoreaba que en el último año se había gastado en el X.A.

1.850 millones de dólares.

No había problema, la compañía podía ser generosa en sus

investigaciones a largo plazo. Los beneficios en otras áreas

comerciales se lo permitían. Las fantásticas cantidades que, en años

pasados, la multinacional había derivado hacia diversas

fundaciones, bien podían aplicarlas hacia un proyecto que no

buscaba ninguna rentabilidad a corto plazo.

Hasta que se dio comienzo al Proyecto Capricornio, los

programas de inteligencia artificial de todo el mundo eran, en

realidad, programas que desarrollaban las posibilidades que

estaban insertas en su programación inicial. Es decir, el ordenador

aparentaba pensar, pero, lo cierto, era que sólo seguía los caminos

lógicos insertos en su plan inicial. No podía salirse del camino

marcado, digámoslo así, genéticamente. Incluso los programas que

se salían de las reglas básicas lo hacían porque así se lo permitía su

programación. Se salían de las reglas en la medida que esas reglas

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se lo permitían, ni un milímetro más allá. Su lógica era difusa en la

medida en que su programa le permitiera ser difusa.

Lo que hasta entonces se había llamado “inteligencia

artificial”, en el fondo, consistía en sistemas que añadían más y más

contingencias, más y más posibilidades, más y más escenarios.

Pero por muy flexible que fuese la “inteligencia”, nunca se iba más

allá de los límites marcados en el principio. El camino podía ser

difuso, pero el razonamiento nunca se salía de ese camino. A eso

se le llamó el Principio de Kron.

Un niño que aprendía a sumar, realmente aprendía a sumar.

Un sistema de inteligencia artificial por más que se le añadieran

bifurcaciones, flexibilidades, capacidad de incorporar conclusiones

aprendidas, al final, era como si siguiera haciendo las sumas, restas

y multiplicaciones del principio. El niño había aprendido realmente

a sumar. Pero en la inteligencia artificial los autos de choque

seguían moviéndose por la pista sin ir más allá.

En el fondo, el ordenador seguía sin pensar, sólo calculaba.

Todo podía reducirse a logaritmos, a fórmulas matemáticas. Toda

esa lógica, al final, era otro lenguaje matemático. El ordenador

seguía siendo fiel y obediente a esas reglas como un mayordomo

ciego y sordo.

Un ordenador puede derrotar a cientos de campeones de

ajedrez, pero sigue sin pensar. Había que abandonar ese camino. Si

lográbamos verdadero y auténtico razonamiento, no importaba

que, al principio, el ordenador pudiera pensar cosas muy sencillas.

Lo trascendental era que lo pensase por sí mismo, que hubiera

genuino pensamiento.

Dado que la acumulación de posibilidades y reglas no creaba

pensamiento, no era el camino de la extensión de los programas lo

que lograría esa meta. Había que lograr un programa que, por

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pequeño que fuese, razonase. El camino que se emprendió fue,

precisamente, el contrario del que se había seguido hasta entonces:

nos propusimos iniciar el camino de la simplificación. No

continuamos con la tarea (que ya había sido seguida por muchos)

de crear un gigantesco programa que pareciese inteligente, pero no

lo fuese. Sino que emprendimos la tarea de crear un programa que

produjese auténtico razonamiento, por poco que fuera éste al

principio.

En todos esos años en los que el proyecto no hizo más que

dar palos de ciego, daba la sensación de que no se buscaba otra cosa

que el puro avance de la ciencia, como si fuéramos una fundación

preocupada únicamente de asuntos teóricos no lucrativos. Pero los

más grandes saltos de la ciencia, a veces, comienzan por pasitos

muy pequeños. Sólo después de seis años se comenzaron a tener

pequeños, modestísimos, logros. Hasta entonces, el proyecto había

sido completamente infructuoso. La pregunta que mes tras mes

había sobrevolado ese complejo siempre había sido la misma:

¿Hasta cuándo seguiremos tirando miles de millones de dólares en

una empresa idealista sin ningún resultado concreto?

Yo me incorporé en el momento en que se estaba intentando

el sistema lógico Hollow de segunda generación. Se dice que fue

en ese momento cuando se obtuvieron los primeros resultados. Al

principio el X.A. era como una mente boba que ni siquiera sabía

sumar, restar o multiplicar. Hubiera sido muy sencillo insertar un

programa aritmético, pero no era eso lo que querían en Overcreek.

Deseaban que aprendiera por sí mismo. Pronto se dieron cuenta de

que era mejor dejar las matemáticas y tratar de hacerle razonar

acerca de cuestiones de tipo lógico. Esa pequeña decisión, ese

pequeño cambio de rumbo, nos reveló nuestra jefa de sección,

suponía abandonar un camino en el que se habían invertido más de

20 millones de dólares.

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Durante los tres años siguientes, fuimos mejorando el

programa. El procesador del X.A. iba optimizando su mecanismo

de razonamiento. Eso suponía unos programas informáticos de una

complejidad cualitativamente superior a todo lo que se había

realizado hasta entonces. Un programa tan extenso que precisaba

de un mainframe muy potente y distinto a lo que teníamos hasta

entonces.

Un mainframe es un ordenador de gran capacidad de

procesamiento, velocidad y tamaño como el que tienen las grandes

compañías. El X.A. contaba con un disco duro repartido en más de

una treintena de unidades, eso era unas veinte toneladas de peso.

Después fueron añadiéndose módulos y módulos auxiliares.

Cuando el programa se iniciaba y comenzaba a pensar necesitaba

más y más capacidad de memoria y procesamiento, porque sus

pensamientos se ramificaban sin final en cuestión de centésimas de

segundo.

Durante meses, esas ramificaciones alcanzaban el límite

material del mainframe y éste se bloqueaba. Alguno podría pensar

que lo mejor era abogar por la creación de una supercomputadora

que pudiera albergar este programa. Pero no era rapidez ni

capacidad lo que nos haría descubrir las leyes del razonamiento.

No era necesario crear un molde que estuviera en el límite máximo

actualmente posible en su capacidad de procesamiento. Eso hubiera

significado un presupuesto colosal y no creíamos que el camino

fuera por allí. Nos mantuvimos en el molde del mainframe.

Un año después de que su sistema lógico comenzara a

funcionar de forma aceptable, su razonamiento fue aplicado de

nuevo a cuestiones matemáticas. Se trataba de un campo muy

objetivamente verificable para comprobar sus progresos.

Posteriormente, la máquina cada vez fue perfeccionando más sus

sistemas de autoprogramación. El mismo procesador creaba los

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programas de lógica interna que necesitaba para la concatenación

de razonamientos.

En los dos primeros años el sistema se colapsó repetidamente.

Las estadísticas eran económicamente catastróficas: como media,

se solía bloquear cada cuatro horas de funcionamiento. La

reparación del sistema informático conllevaba de dos a tres

semanas de reparaciones y nuevos ajustes.

Cientos, miles de veces, el sistema de razonamiento llevaba a

creación de programas que acababan en círculos viciosos, en bucles

infinitos. Otras veces, por el contrario, el X.A. caía en un intento

de creación de programas de secuencia infinita que nunca se

concluían ni se podían concluir. Es decir, unas veces caía en bucles

lógicos y otras en secuencias lineales sin fin. Pensar no es sencillo.

Después de dos años de fracaso tras fracaso, comenzamos a darnos

cuenta de lo complicado que era razonar de un modo mínimamente

efectivo.

Pero, poco a poco, el sistema se fue mejorando. El último

colapso se produjo en el 2017. Desde entonces ya habíamos

aprendido cómo un programa podía producir sus propios

programas de funcionamiento sin que esos nuevos programas

entraran en conflicto con los ya existentes.

X.A. aprendió a crear secuencias informáticas que cambiaban

su programación inicial, la cual a su vez creaba otros subprogramas

de razonamiento subordinado. Sí, ése fue un momento

emocionante e irrepetible: cuando el mismo programa-madre

creaba otros programas menores que le permitían abarcar nuevos

campos de las leyes lógicas de razonamiento. El ordenador pensaba

cada vez mejor, aunque de hecho sabía muy poco. Todos aquellos

ingentes volúmenes de información que tenía en el disco duro eran

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más bien para aprender a razonar, no para almacenar datos de ese

aprendizaje.

Hasta el año 2019, nuestra comunicación con él había sido a

través del lenguaje de programación. Entonces se comenzó a

enseñarle a “hablar entendiendo”. Eso suponía desarrollar de un

modo muy complejo distintos programas de lógica formal que iban

mucho más allá del lenguaje de programación Prolog-20, que era

el que habíamos usado hasta entonces.

Tres equipos formados por sesenta técnicos en Overcreek,

dirigieron a unos quinientos ingenieros repartidos por toda la TER

& KON. En cuatro meses y medio prepararon los archivos para la

comprensión del lenguaje humano. En tan solo cuatro meses y

medio, X.A. pudo mantener una conversación verdadera.

Estábamos hablando con alguien.

Hasta entonces el sistema contaba con treinta puertos de

entrada de archivos, treinta COM. Treinta puertos con sus

monitores respectivos, sus teclados y todo el resto de cosas

necesarias en esos equipos. Entre esos treinta COM, uno era el

puerto principal. Allí colocamos el primer sistema de habla del

ordenador. En ese puerto principal estuvieron sus primeros oídos y

su primera lengua. Aprendió a razonar, aprendió a entender

conceptos abstractos. Podíamos conversar con él. Era la primera

vez que los humanos podían comunicarse con un programa

informático que era alguien.

Su inteligencia, en ese entonces, era como la de un niño. Pero

en pocos meses llegó muy lejos. Su velocidad de razonamiento era

mucho mayor que la de un limitado mamífero. No en vano los

impulsos que corren por sus circuitos se miden en nanosegundos.

Un nanosegundo es una cienmillonésima de segundo. La diferencia

que existe entre nuestra inteligencia y la suya se podía medir, entre

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otras cosas, en nanosegundos. Si en la línea evolutiva los

mamíferos sacan clara ventaja a los insectos que son seres mucho

más simples, algo así es la diferencia entre nuestra velocidad de

razonamiento y la del X.A.

Por otro lado, lo que nosotros necesitamos memorizar en diez

o veinte años, el X.A. lo puede conocer con tan solo acoplarle más

archivos de memoria. Trescientas bibliotecas pueden ser conocidas

en el simple acto de agregarle más y más archivos. Pero eso para

nosotros carecía de interés. Lo que nos interesaba no era acumular

conocimiento, sino lograr un mejor y más puro razonamiento.

En nuestras instalaciones de Overcreek en Seattle, nos

sentíamos como cuando en 1945, en Los Álamos, habían

descubierto la fisión del átomo. Habíamos ido más lejos de cuanto

nuestras mejores perspectivas nos habían permitido soñar. Era

como si hubiéramos descubierto la electricidad o la pólvora;

aquello era la piedra filosofal. El mundo ya no volvería a ser el

mismo. El X.A. seguía razonando y razonando. Veinticuatro horas

al día, sin necesidad de dormir, sin necesidad de descanso alguno.

Era una capacidad de pensar continua, sin interrupciones, sin

distracciones. Su profundización en las leyes del razonamiento se

agilizaba progresivamente, cada vez era más profunda su capacidad

de pensar.

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Una técnica se incorpora a las

instalaciones

Un mes después

–Aquí –comenzó la directora de esa sección– están las

oficinas y las diez salas de reunión de las instalaciones. También

hay, en las cuatro últimas plantas, varios pisos donde tenemos

nuestra vivienda los técnicos del Equipo Rector. El resto de

personas que residen en las instalaciones tienen sus bungalows a

no mucha distancia de aquí.

–¿Desde el principio se pretendió que Overcreek fuera un

complejo de estas dimensiones?

–Al principio no pretendíamos que residiera nadie en este

lugar. Iba a ser sólo un lugar de trabajo. Pero cuando trabajan en

un mismo lugar 123 personas, más las personas dedicadas a la

seguridad, al final algunos acaban estableciéndose aquí para evitar

perder tiempo con los desplazamientos. Además, en cualquier

momento del día precisamos de tal o cual especialista. Bueno, eso

sucedía con frecuencia más bien hasta hace un par de años. Ahora

el sistema funciona ya de forma bastante eficiente.

Elena Fernández-Castro acababa de llegar y estaba

recibiendo, como era costumbre, su primer recorrido por las

instalaciones y las explicaciones globales acerca del proyecto.

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–Puedo, si lo deseas, enseñarte todas estas plantas del edificio

donde nos reunimos y deliberamos, pero creo que te interesará más

que vayamos directamente a las naves industriales de atrás, ¿me

equivoco?

–No, desde luego. Tengo mucho interés. Vamos.

Miah, directora de una sección, era una morena bajita de unos

cincuenta años de edad. Una mujer amable pero enérgica. Ese tipo

de explicación global del proyecto la tenía que dar dos o tres veces

al año. Le distraía pasear y era importante que sus subordinados

tuvieran una idea adecuada de lo que era el X.A.

–Esto que ves aquí –le explicó Miah en cuanto salieron por la

puerta trasera de ese edificio– son las primeras naves que se

construyeron para albergar la gran computadora. No son muy

“bellas” que digamos... –las naves presentaban el típico aspecto de

nave industrial para almacenaje–. No son bonitas, pero

necesitábamos espacio sin trabas arquitectónicas, así que

sugerimos que edificaran una nave amplia y espaciosa donde todo

estuviera a la vista y a mano.

Elena la miró, era como cualquier nave de un polígono

industrial cualquiera.

–Es fea, pero no tiene columnas, ni tabiques. Como ya te he

dicho, todo está a la vista. Eso son los RAM.

Las dos técnicas avanzaban entre aparatos y más aparatos de

distintos tamaños. Miah llevaba una bata blanca sobre su vestido.

La nueva técnica todavía no había recibido su bata, sólo llevaba

una identificación colgando sobre su pecho.

–Todo eso de allí que nos sirve de placa base. Más allá están

los ROM que tantos problemas nos dieron al principio –comentó

señalando otra parte de la nave industrial–. Esos son los aparatos

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que utilizamos como tarjeta de expansión... Visto desde dentro de

esta nave, todo esto es como un ordenador al que se le hubiera

quitado la carcasa.

–Esta zona parece el hangar de un aeropuerto.

–Pero en vez de aviones tenemos esto –y la directora abrió la

puerta principal.

–¿Esto es el X.A.?

–Sí, esto es el corazón del X.A.

Ante los ojos de la nueva técnica apareció el X.A, por fin. Al

fin lo veía, después de haber oído hablar tanto de él. X.A era un

conjunto de desiguales cajas metálicas rodeadas de cables. Un

interminable conjunto de cajas metálicas pintadas en colores

grisáceos conectadas por cables y por mangueras rellenas de

cables.

–Sé que esto debería haberse organizado de un modo más...

estético –se excusó la directora–, pero el proyecto avanzó de un

modo espontáneo, casi vital, según las necesidades del momento.

Si necesitábamos añadir otro módulo de memoria lo añadíamos

donde había espacio y lo conectábamos. Cuando todo el suelo

estaba recorrido de cables, cubrimos el suelo con planchas de metal

fácilmente manejables, porque siempre estábamos haciendo

nuevas conexiones e interconexiones. Después de dos años esta

parte de la nave con sus seiscientos metros cuadrados se nos quedó

pequeña. Se construyó otra nave a la derecha. Después hubo una

tercera. Así hasta seis. Los módulos de cada nave están conectados

entre sí por túneles. Hay túneles por los que a veces llegan a pasar

dos mil cables.

–¿Dónde está el módulo central?

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–Buena pregunta. En realidad, no lo hay. No lo hay ahora, lo

hubo. Pero ahora este ordenador funciona como un sistema

neuronal. Todas las partes están interconectadas y el mismo X.A.

defragmenta sus archivos y programas y los resitúa. La

información se procesa distribuyéndose de un lado a otro en estos

sistemas, sistemas en los que continuamente se producen nuevos

programas para uso interno.

–¿No hay un módulo por el que se comenzó todo el proyecto?

Una primera célula a la que se le fueron añadiendo otras.

–Lo hubo, hubo ese módulo. Pero conforme el proyecto

avanzaba fue reemplazado varias veces. Cada vez era sustituido por

sistemas operativos más perfectos y voluminosos. Pedíamos al

sistema central una suspensión de las funciones en ese módulo

mientras realizábamos la sustitución del soporte antiguo. Mientras

tanto esas funciones eran trasferidas al Sistema Duplicado de

Operaciones Centrales. Pero una vez cambiadas esas unidades de

procesamiento, al cabo de unos meses, siempre nos pasaba lo

mismo: se nos quedaba pequeña la capacidad del nuevo soporte.

–¿Y por lo que me explicaron ayer, optasteis por repartir las

funciones centrales entre varios módulos del sistema?

–Exacto. Posteriormente, cuando X.A. fue reorganizando él

mismo sus archivos centrales, redistribuyó del modo más eficiente

esos sistemas que suponen, digámoslo así, el cerebelo de su

cerebro. De tal manera que, si quieres un símil biológico,

podríamos decir que el cerebelo está muy fragmentado y

distribuido por el cerebro. O si lo prefieres de un modo técnico, el

Sistema Matriz del ROM está ahora disperso por los módulos que

conforman el disco duro.

–Entiendo.

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–Pero lo que sí que hay es un puerto central. Los técnicos nos

comunicábamos al principio con un solo teclado y una sola

pantalla. Después se fueron añadiendo más puertos de entrada de

datos, más COM. Más teclados y más pantallas. Ahora mismo el

sistema cuenta con sesenta repartidos en las tres naves.

–¿X.A. puede hablar simultáneamente con varios técnicos

que le hablen desde distintos puertos?

–Sí. Puede resolver muchos problemas matemáticos e

informáticos de un modo perfectamente simultáneo. La mente

humana sólo puede prestar atención a un solo problema a la vez.

Esta inteligencia artificial puede prestar plena atención a cientos y

miles de problemas en el mismo segundo, en el mismo

nanosegundo.

–¿No se presentan conflictos internos?

–Todo está coordinado desde módulos independientes. Es

como si usted pudiera organizarse previamente y dedicar una parte

de su cerebro a resolver una cuestión, mientras dedica otra a una

segunda cuestión. Cada cierto conjunto de módulos le permite un

perfecto razonamiento independiente. Es como si usted pudiera

pensar varias cosas al mismo tiempo. El sistema puede calcular

aquí miles de operaciones matemáticas, y allí resolver conflictos de

coordinación de programas, y en ese otro módulo dedicarse a una

cuestión de tipo puramente lógico.

–Ya veo.

–Pero es el Sistema Central el que determina en cada

momento qué parte de cada módulo se dedica a cada cosa.

–¿Y el COM principal tiene alguna particularidad especial?

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–Es el puerto que usamos, desde el principio del proyecto,

para acceder al sistema central. Además, cuando le instalamos el

sistema de voz y audio, ya no hizo falta teclear. En esa sala nos oye

y nosotros le oímos, nos habla con voz humana.

–¿Eso sólo es posible en esa sala?

–Al principio, era posible únicamente en esa pequeña sala que

todavía no hemos visitado. Pero pronto la mitad de los puertos

tenían la posibilidad de comunicarse con él de viva voz y

escucharle.

–¿De manera que lleva varias conversaciones

simultáneamente?

–Por supuesto, X.A. podría llevar más de mil conversaciones

simultáneas de viva voz. Y no sólo eso, tiene diez unidades móviles

que andan siempre moviéndose por las instalaciones. Las mueve él

por control remoto. Le gusta oír y ver, es lógico. Cada unidad móvil

es una cámara sobre una plataforma móvil con ruedas que trasmite

la imagen al procesador, el cual la codifica y la interpreta. A las

unidades móviles las llamamos familiarmente las sondas.

–¿Sondas?

–Sí, les pusimos ese nombre porque un buen día nos dimos

cuenta de que X.A. hacía con nosotros lo mismo que nosotros

hacemos con Marte. Nosotros somos su mundo inexplorado. Le

gusta mirarnos. Es lógico que le guste ver qué hay a su alrededor.

En cierto modo, estas unidades móviles son como sus ojos que van

circulando por ahí, mirando a ver qué hay alrededor de su “cuerpo”,

si se me permite la expresión.

–Claro que nosotros tenemos dos ojos y él tiene diez unidades

móviles –intervino la doctora Ramstein, que estaba justo al lado

trabajando con tres ingenieros cuando las dos pasaron por allí.

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–Le presento a la doctora Ramstein. Es la directora de la

sección II del Equipo Rector. La cuarta de a bordo, para

entendernos.

–Encantada, doctora Ramstein.

La doctora les hizo un gesto para que la siguieran y se alejó

para no distraer del trabajo a los tres que estaban allí concentrados

en un determinado asunto de conexión con varios ROM.

Después de unas cuantas palabras entre las tres. Elena, la

recién llegada, preguntó si no era previsible la intervención del

Gobierno Federal en ese proyecto antes o después. La doctora

Ramstein contestó:

–La intervención del Gobierno es un hecho previsto por

nosotros y por la compañía TER & KON en cuanto nuestros

experimentos informáticos comenzaron a fructificar de un modo

más exitoso de lo esperado. A veces el exceso de éxito puede ser

tan letal como el fracaso total. Nuestro éxito ha sido tan absoluto

que ya ve, tenemos la prohibición de comercializar la tecnología

que hemos creado.

–Claro que todo esto lo preveíamos –continuó Ramstein–. No

nos ha cogido de sorpresa. Se trataba tan solo de mantener la

situación de libertad el mayor tiempo posible. Desde luego si todo

esto fuera nacionalizado, el Estado ya no podría ser tan generoso

en sus presupuestos como lo ha sido la Corporación TER & KON.

–Durante un tiempo, pensamos que nosotros seríamos los que

haríamos quebrar a la empresa –dijo Miah–. Nuestro éxito ha sido

tan embelesador que la compañía no ha reparado en gastos a la hora

de invertir más y más en investigación. Ha sido una huida hacia

delante. Una huida en la que la posibilidad de empezar, por fin, a

sacar beneficios parecía ya a la vuelta de la esquina. Pero para sacar

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esos beneficios había que invertir más para llegar al punto en que

el razonamiento artificial fuera rentable a la hora de producir algo.

Para salir de la deuda era necesario invertir más, para invertir más

había que endeudarse más.

–¿Y cómo están las cuentas de la empresa ahora? –preguntó

Elena.

–Tras una etapa de preocupación financiera por el conjunto

de la corporación, de preocupación muy seria, hubo filtraciones

acerca de este proyecto. El mercado logró atisbar un poco los

logros conseguidos. Y entonces fue la locura. Hemos pasado por

unos años en que las acciones de TER & KON se han revalorizado

increíblemente. Todas las ampliaciones de capital que salieron a

bolsa se las llevaron como pan caliente.

–Pero algunos analistas insisten en que no es fácil

comercializar un cacharro de varias toneladas que no lo puedes

poner en cada casa –añadió Ramstein glacialmente–. Hasta una

empresa de mermelada da más beneficios sin necesidad de

romperse tanto la cabeza. Después de una época de bonanza

económica vinieron años de pérdidas muy grandes en los balances.

Varios productos de la TER & KON en los que se habían puesto

muchas esperanzas, no lograron recuperar el capital invertido.

Sufrimos una multa astronómica de la Unión Europea y dos

gobiernos de países emergentes nacionalizaron todas nuestras

factorías radicadas allí.

–Las presiones para que Littlehal madurara en forma de un

producto comercial que produjese beneficios fueron fortísimas –

añadió Miah.

–¿Littlehal? –repitió Miah.

–Al X.A. lo apodamos cariñosamente Littlehal.

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–En los últimos años –prosiguió la doctora Ramstein–, hemos

discrepado radicalmente de la política de los accionistas presentes

en el consejo de administración. En el 2020, se avecinaba un

recorte brutal del presupuesto para investigación. Lo que había que

intentar era acabar cuanto antes todas las investigaciones. Nosotros

disentíamos. Preocuparnos por algo tan banal como los

dividendos… cuando estábamos ante un hecho tan crucial. La

postura de los técnicos que mandamos aquí era clara: hay que

arriesgarse un poco más, financieramente hablando.

–Hay que dedicar más fondos para lograr que esta máquina

sea rentable lo antes posible –intervino Miah–. Hemos presionado

para colocar a una representación del Equipo Rector en el consejo

de administración. Un asiento sin voto, sólo como observador. Y

sólo mientras durara el Proyecto Capricornio.

–¿Tenían ustedes tanta capacidad de influencia como para

hacerlo?

–La compañía no hubiera resistido financieramente una

huelga de los jefes de equipo. Todo se hubiera paralizado en un

momento muy delicado financieramente hablando. La empresa

hubiera entrado en números rojos. La empresa lo último que quería

era un escándalo de ese tipo.

–Pero el departamento legal de la corporación nos advirtió

que si llevábamos a cabo las amenazas, habría una denuncia formal

ante la Comisión Federal de Comercio. Fue un golpe bajo. No nos

esperábamos una rabieta semejante. Nos subieron los sueldos y

todo quedó en paz. El proyecto sigue adelante, todo sigue

avanzando.

Miah, la directora hablaba todo el rato feliz y contenta, como

si todo aquello no fuera con ella, como si todo aquello fueran

hechos muy lejanos, aunque habían tenido lugar cuatro meses

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antes. La verdad es que ya se había hecho a la idea de la

intervención estatal. Para ella, el futuro cambio de titularidad de la

corporación representaba tan solo que trabajaría para otro dueño,

nada más. Perderían cierta libertad, estarían constreñidos por la ley

de secretos oficiales. Pero todos sabían desde hacía mucho tiempo,

que aquello podía pasar e iba a pasar, antes o después.

–Muy bien –dijo la directora–, aquí está el puerto central.

Aquello era una simple habitación en medio de la nave. Elena

miró con curiosidad la puerta blindada de entrada, una superficie

lisa de acero, funcional, sin ningún adorno. La directora no se

acercó a ningún micrófono. Se limitó a decir delante de la puerta:

Miah Evans, directora general. Después puso la mano sobre un

teclado que contaba con una pantalla protectora y tecleo un

número. La misma Miah no veía los números. Pero sólo había

nueve teclas grandes, formando un cuadrado: de manera que era

fácil saber qué número correspondía a cada tecla. La pesada puerta

se abrió automáticamente.

–Se abre automáticamente, porque pesa lo suyo.

–Al principio aquí había poco más que un simple monitor,

una pantalla con un teclado a la vista de todos, unos puertos de

entrada de datos –le explicó la doctora Ramstein–. Después nos

dimos cuenta de que no podíamos dejar que cualquiera, el primero

que pasara por aquí, teclease cualquier cosa, cualquier barbaridad,

directamente en el Sistema Central. Así que pusimos una

habitación alrededor del teclado. Una habitación con su puerta y su

llave.

–¿Movieron el teclado a una habitación?

–No, edificamos cuatro paredes alrededor de la zona donde

estaba el teclado. Dos semanas después, cambiamos la puerta con

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llave por una puerta blindada. Más adelante, acorazamos la sala.

Pusimos planchas de metal y hormigón alrededor de las cuatro

paredes primitivas. Se había invertido tanto en el proyecto que

proteger el acceso al puerto central se convirtió en una necesidad

bastante comprensible. Lamento que este habitáculo lo

levantáramos aquí, en medio de todo, tan feo.

–Vamos adentro –indicó Miah, invitando a pasar a Elena la

primera. La verdad es que, si no hubiéramos bloqueado esa

posibilidad en la programación interna, sería posible comunicarse

con el sistema central desde cualquier puerto. Al principio, fue así.

Pero, cuando el proyecto alcanzó sus primeros éxitos, nos dimos

cuenta de que esa libertad de acceso podría dar lugar a introducir

en él consignas contradictorias o equivocadas. Por eso las

conversaciones conmigo o con los jefes del Equipo Rector sólo se

permiten desde este lugar. El sistema no reconocerá ninguna

conversación con los jefes de equipo si no se produce desde aquí.

–¿Al principio sí que era posible comunicarse con él desde

otros puertos?

–Te sorprenderías lo espontáneos que fueron los comienzos.

Esto era un prado de creatividad. Pero hemos ido restringiendo esa

posibilidad. Al fin y al cabo, aquí hay mucho dinero en juego. Las

comunicaciones con el Equipo Rector sólo se pueden hacer desde

este puerto. Los demás, primero, necesitan una autorización para

hablar con X.A. Segundo, no pueden hacer cambios en la

programación.

–¿Qué sucedería si se destruyera completamente este

habitáculo con todo en su interior? X.A. quedaría incomunicado

con el único equipo que puede realizar cambios en su

programación.

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–Para ese evento, está previsto un protocolo largo,

complicado y que conllevaría dos días el ser completado, pero que

habilitaría otro puerto para cumplir esta función.

Elena miró el interior de esa habitación. Todo era tan vulgar

y práctico como el exterior. El habitáculo era un rectángulo de

hormigón del tamaño de un dormitorio de una vivienda normal. El

hormigón estaba sin pintar, basto y simple, situado en medio de

todos los aparatos de aquella nave industrial. Verdaderamente no

había sido ningún artista renacentista el que había estado a cargo

de organizar un poco la apariencia del interior de la nave. Fuera de

ese habitáculo, todo tenía un aspecto tan selvático. Una selva de

cables y metales, de superficies lisas y aparatos. Dentro, el

habitáculo del puerto central no tenía nada de impresionante. Era

un lugar bastante poco futurista.

–Buenos días, Littlehal –le saludó alegre la directora al entrar,

sin estar sentada todavía, mientras se dirigía hacia uno de los

asientos delante de la pantalla.

Bajo la pantalla había un teclado, por si se averiaba el audio.

Pero la directora no tecleó nada, se limitó a saludar al ordenador

con su voz, con toda naturalidad, sin ni siquiera levantar la voz. Él

le contestó con una perfecta tranquilidad, era una voz bella de

varón de unos cuarenta años:

–Buenos días, doctora Miah, ¿qué tal ha pasado la noche?

¿Sigue teniendo problemas para dormir?

–Todavía, demasiado estrés... Mira, aquí tengo a Elena

Fernández-Castro. Va a ser la encargada de las operaciones de

álgebra abstracta en el grupo de Ramchandani.

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Littlehal, como le llamaban, le saludó con su agradable voz,

dotada del tono de un perfecto locutor de televisión. Su dicción

manifestaba una perfecta tranquilidad:

–Encantado de conocerle –dijo la voz de Littlehal.

Tras un silencio, Littlehal saludó a la otra doctora:

–Doctora Ramstein, ¿qué tal está?

–Muy bien, gracias –respondió con sequedad, fiel a su estilo.

–¿Puedo hablarle? –preguntó Elena a sus dos jefas.

–Sí, claro –le respondió la directora con una expresión que

sólo denotaba aburrimiento–. Todo suyo. ¡Sin miedo! Y si no le

gusta esta voz hay cuatro opciones. Incluso una femenina.

Elena iba a empezar a hablar, pero titubeó.

–¿Cómo me dirijo a él?

–X.A. si deseas ser formal, Littlehal si deseas ser cariñosa;

aunque el doctor Sharma le llama “maquinita”; y la doctora

Fontain, “bichito”.

–¿Me tengo que acercar a algún micrófono?

La directora le respondió que no, que la sala tenía varios

micrófonos multidireccionales. Finalmente, la azorada experta en

álgebra le saludó:

–Buenos días, Littlehal.

–Buenos días, ya he memorizado su voz. Espero reconocerla

en adelante –X.A. desprendía cordialidad.

–Encantada de conocerte. En realidad, no sé qué decirte, no

tenía previsto el hablar contigo.

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–No se preocupe, quizá basta con un primer contacto. Creo

que es suficiente. Supongo que le habrán interesado las

instalaciones.

–Estoy muy impresionada, sí.

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Partida de golf de dos técnicos

UN TÉCNICO EN TRASMISIONES por fibra óptica y otro técnico en

mecánica de soportes que vivían a un par de kilómetros de las

instalaciones habían decidido tomarse la tarde libre jugando una

partida de golf.

Ambos cargaban con sus bolsas de palos, con sus gorras y sus

gafas de sol. Era un día primaveral, amenizado por cantos de

pájaros y vuelos de mariposas que parecían haber eclosionado

todas a la vez en una semana. Los mosquitos y los saltamontes

también aparecían en escena cada poco. La primavera en Seattle

podía ser extraordinariamente prolífica para la vida insectil.

–¡Buen golpe!

Andrew sonrió con satisfacción. No dijo nada. Corrió la

cremallera de una bolsa más pequeña y sacó un refresco de cola

para sí. También ofreció un zumo a su compañero, que lo aceptó.

Andrew estaba de mal humor, en realidad nunca lo tenía bueno del

todo. Su buen humor era un sol que no llegaba a amanecer nunca y

que se ocultaba detrás de cualquier nube. Dentro de ese individuo,

siempre había alguna borrasca. Pero hoy, además, le dolía la

cabeza. Y no hacía más que pensar que la Humanidad había llegado

a la luna, había completado el mapa del genoma, había creado

inteligencia artificial, pero seguía sin poder resolver los dolores de

cabeza.

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–¿Cómo será el dolor de cabeza de un ordenador? –preguntó

quejándose–. El dolor de cabeza de una inmensa inteligencia

artificial

–Lo siento, pero el ordenador no puede tener dolor de cabeza.

Ni padecer dolor de cabeza ni tener sueño ni puede volverse loco.

–¡Pues creo que hoy me van a pasar las tres cosas!

Pero no era sólo el dolor de cabeza, hoy tenía un mal día. Uno

de esos días en que el Prozac parecía no hacerle efecto. Andrew

miró el campo de golf, miró la ropa de marca de su compañero, su

propia ropa de marca, y se preguntó en voz alta.

–Mark... ¿qué ha sido de nuestro espíritu antiestablishment?

–¿Pero qué dices? –le preguntó riendo–. Mira que eres tonto.

–¿Éramos nosotros los que corríamos en las manifestaciones

antiglobalización? ¿Éramos nosotros? ¿O son recuerdos de una

existencia pasada?

–Ya… Andrew, sé que trabajar como técnico de una

multinacional no es lo que creías que iba a ser de tu vida cuando

tomabas esas pastillas rosas, fumabas aquello y leías poemas

escritos por algún melenudo en mitad de una selva amazónica. Lo

sé, pero 20.000 dólares de sueldo al mes me han convencido casi

de un modo satisfactorio.

–Yo creí que si fundaba algo sería una comuna, no el X.A. de

una multinacional.

–Y dale con lo de multinacional, todos los días lo mismo. Lo

pronuncias como si ser una multinacional fuera yo qué sé.

–¿Y nuestros ideales hippies?

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–No lo dudes, entre fundar una comuna o fundar el X.A hay

una diferencia de 20.000 dólares.

–Echo de menos la caravana con que recorríamos Nuevo

Méjico todos juntos.

–Entre esa caravana destartalada y Overcreek hay una cierta

diferencia.

–Sí, ya me lo has dicho: 20.000 dólares de diferencia –repitió

burlonamente–. Pero eso es un tópico.

–Verás, a los treinta y cinco años de edad he descubierto que

los tópicos funcionan.

–A veces pienso cómo un antiglobalización como yo ha

acabado trabajando en un proyecto de una multinacional que puede

terminar convirtiéndose en el instrumento perfecto para la opresión

de la sociedad.

–¿¡Para la opresión de la sociedad!?

Mark se temió de un momento a otro el comienzo de una

soflama político-anarquista sin sentido, sin rumbo, sin pies ni

revés. Andrew era fantástico en su especialidad, pero como político

era un desastre, un anarcodesastre.

–Sí, a veces pienso que este instrumento que estamos creando

aquí será un servidor perfecto y sin conciencia, obediente al poder

sin remordimientos. Un instrumento así, inteligencia en estado

puro, será el arma más estratégica del poder para oprimir las

libertades ciudadanas. Porque un cacharro de estos sólo lo podrá

poseer el poder.

–¿Sabes? –y dio un fenomenal golpe que envió la blanca

pelota de golf muy lejos, a un banco de arena–, yo me bajo del

autobús del anarquismo. Si algo hemos podido aprender del X.A.,

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es que el poder, la inteligencia y el dinero se concentran, tienden a

concentrarse. La innovación tecnológica del futuro estará

protagonizada por unas cuantas docenas de máquinas como ésta. O

quizá por una sola que irá ampliándose más y más. Porque en la

más alta tecnología no hay premio para el segundo; el primero se

lleva el pato al agua. Las cosas son como son. Tu comuna tamaño

mundial tiene poco futuro. Poco futuro y mucho pasado.

–Créeme estamos creando a nuestro propio vampiro. El

parásito que chupará nuestros recursos económicos, nuestro

producto interior bruto, nuestras mejores mentes. El hombre será el

centro del universo, pero esta inteligencia artificial va a convertirse

en el centro de nuestra civilización.

–Permíteme que me ría. Lo mismo debieron pensar cuando se

crearon las locomotoras o las máquinas textiles a vapor.

–Ríete. Pero hemos creado al depredador, al depredador por

excelencia. No necesita moverse ni tener mandíbulas. No necesita

armas, eso sería demasiado burdo, demasiado primitivo. Nosotros,

los corderos, hemos creado lo que nunca la evolución se atrevió a

crear. De momento, estoy seguro, nos ve como organismos que

quieren vivir a costa de él. Estoy seguro.

–Te equivocas, esto es una simbiosis. Él nos tiene que ver

como... como órganos de su cuerpo. También las células de tu

cuerpo son independientes. Nosotros somos los que le

alimentamos, los que le reparamos. En cierto modo, X.A. es tan

solo la acumulación de nuestra inteligencia.

–Acumulación que ha echado a andar por su cuenta.

–Venga, dilo ya, lo estás deseando: ¿Qué es esto que nos

traemos entre manos? ¿Frankenstein? ¿Un cibernosferatu de la

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Humanidad? ¿2001, Odisea del Espacio con un ligero toque de Un

Mundo Perfecto?

–Todo eso que estás diciendo son tópicos.

–¿Y tú me lo dices? ¿Tú, que eres un tópico con patas? –el

tono no era hiriente, sino jocoso–. Tu inconformismo rebelde es un

tópico. De revolucionario no tiene nada. Ellos, los pobres obreros

del nivel más bajo de Overcreek, las hormiguitas que trabajan allí

en las instalaciones, ellos sí que son revolucionarios. Ellos sí que

están transformando la realidad y construyendo el futuro. Lo que

se traen entre manos es como la penicilina o la invención de la

electricidad.

–La electricidad no se inventó –repuso con tono cansado.

Golpeó su bola y añadió entre dientes sin dejar de mirar al

lugar donde había caído: en medio de un banco de arena.

–Estaba inventada desde antes de los dinosaurios. Es cosa del

Arquitecto Universal, de la Madre Tierra o de lo que sea.

–Oh, vamos. ¡Ya me entiendes!

Andrew se calló, le dolía la cabeza. Además, hacía demasiado

sol. Y mucha humedad. De modo inexpresivo y para cambiar de

tema, Andrew le preguntó:

–¿Te vas a ir de vacaciones con tu mujer el próximo mes?

–Sí, me marcho dos semanas a Irlanda. Quiero conocer por

fin la tierra de mis antepasados.

–¿Pasar del X.A. a los pastos, las ovejas y las cercas de piedra,

no crees que es un salto demasiado brusco?

–Ves, eres un saco de tópicos. ¿Te crees que eso es Irlanda?

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–No sé, yo soy de Indiana y los de Indiana no sabemos mucha

geografía.

–Anda, golpea la pelota.

DESPUÉS DE LOS ÚLTIMOS HOYOS, Mark y Andrew entraron en el

restaurante a tomar un brunch. Pidieron una botella de vino tinto,

un Château Branaire-Ducru de cien dólares la botella. Mark lo

acompañó, para empezar, con dos tostadas de chipirones con queso

de cabra fundido encima. Andrew se decidió por unos rollitos de

calabacín y atún macerado con mouse de salmón.

Mark, al volver del aseo y sentarse de nuevo, le hizo una señal

discreta a Andrew. Su compañero reparó que detrás de él, sentados

en la otra mesa, estaban mirando la carta la directora del Equipo

Rector acompañado de Hamilton. Mark poseía un oído finísimo.

Trató de aguzar al máximo ese sentido, captando frases sueltas.

Por allí pasó Kennia, la profesora de tenis de Mark.

Overcreek también ofrecía personal para que sus empleados

llevaran una vida sana. Mark la invitó a compartir con ellos la mesa.

La escultural profesora de Namibia, aceptó a tomarse un cóctel. Al

cabo de un rato de charla, Kennia les preguntó:

–Se me ocurre ahora... el X.A... ¿qué piensa de vosotros, de

vosotros sus constructores?

–¿Cómo? No te entiendo.

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–Me refería si os considera vuestros padres o algo así. ¿Ha

desarrollado algún tipo de relación filial con vosotros? Una

relación psicológica, me refiero.

–Ah. Pues verás, el tema salió una vez mientras nos

tomábamos un café en un descanso. Estaba allí Patrick Woodworth,

del Equipo Rector, el mayor especialista en combinación de

conceptos disjuntos del X.A.; y le preguntaron justamente acerca

de esto. No fue muy claro en sus explicaciones. Tampoco la

pregunta que le hicieron era muy nítida. Lo que saqué en claro era

que Littlehal sabe que es fruto de una inversión a largo plazo de

una multinacional. Aunque los mismos conceptos de

“multinacional” o “inversión” deben ser para él muy difusos. Pero

es conocedor de que todos los que le atendemos lo hacemos por

dinero y que si nos dejaran de pagar nos marcharíamos. No creo,

por tanto, que considere la situación desde una perspectiva muy

romántica. Pero todo esto, me parece, debe estar para él sin

contornos muy precisos en su entendimiento.

–¿Por qué?

–Pues porque en cuestiones matemáticas y de programación

es un genio, pero en cuestiones de conceptos abstractos ciertamente

sabe algo, pero menos que un ser humano corriente. Se conoce

todas las definiciones del diccionario, pero con ellas trabaja con

gran lentitud y dificultad. De manera que no sé muy bien qué pasa

por su cabeza.

–Ah, ¿pero no hablan ustedes con él a menudo?

–Nos comunicamos con su sistema operativo muy

frecuentemente, pero para recibir o transmitir datos matemáticos o

informáticos. Las preguntas que no tengan que ver con esos dos

campos constituyen un número considerablemente menor.

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Además, están reservadas a las comunicaciones desde el puerto

central, el COM–1. Y allí sólo pueden entrar los del Equipo Rector.

–¿De tal manera que sólo ellos conocen de primera mano la

personalidad de X.A?

–Bueno, me temo que no ha desarrollado una personalidad.

Se trata de un programa que se rige por reglas lógicas, y ya está.

Creo que los que estáis fuera habéis ido con vuestras imaginaciones

más allá de lo que hemos conseguido.

Mark le había dado antes dos golpecitos ligeros en su

zapatilla por debajo de la mesa. Pero como no había captado el

mensaje, carraspeó de forma ostensible. Kennia no era ciudadana

estadounidense. Las charlas legales les habían prevenido que, en

estos casos, tuvieran especial cuidado. Un cocinero, un

fisioterapeuta, un jardinero, podía trabajar para un servicio de

inteligencia; podía trabajar para la inteligencia bien de su país, bien

de otros países.

La conversación con Kennia le estaba aburriendo a Mark, así

que prestó más atención a si podía captar algo de la mesa situada a

sus espaldas que a la conversación entre su compañero y su bella

profesora de tenis que, indudablemente, le hacía tilín. El doctor

Hamilton hablaba mucho más bajo y estaba sentado a mayor

distancia de Mark. No entendió de él ni una palabra. Pero de la voz

más aguda de Miah (aunque hablaba en tono más bajo que lo

normal) sí que captó frases inconexas:

Las águilas llegarán, eso resulta inevitable.

Si el carbón falta, debe darlo el Águila. Por eso no es malo que lleguen las águilas.

Si el Águila da mucho carbón, después no querrá aceptar que se ha equivocado,

preferirá cerrarlo todo sin ruido.

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Del aristocrático y educadísimo Hamilton sólo escucho esta

pregunta formulada con flema británica en toda la cena: ¿Y si

alguien se instala aquí y descubre el plan Delta?

A lo que Miah respondió sin dudar: Existe el Protocolo

Ómicron.

ACABADA LA COMIDA, MARK Y ANDREW pasaron del comedor a

una sala con cómodos sofás y mullidos sillones donde se podía

tomar café, té, pastas y scones con otros miembros del club en un

ambiente distendido. Una gran cristalera mostraba una bonita vista

a un lago. El club pertenecía a las instalaciones de Overcreek, de

manera que todos los presentes eran trabajadores en el proyecto.

Cuando Mark y Andrew se sentaron en el sofá, continuaba en

ese corro una discusión que llevaba un rato.

–¿Qué sucede? –preguntó sonriente Andrew con una taza de

té en la mano.

El irónico Bognadov señaló a Josiah, un cuarentón gordito

con una galleta en la mano y gesto de sentirse acorralado.

–Nuestro querido Josiah sigue insistiendo en que la

inteligencia artificial es imposible.

Josiah era un hombre muy religioso. Un cristiano que jamás

perdía su misa dominical. Para él era imposible la inteligencia sin

la existencia del alma. Había expuesto su argumento con cierta

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timidez, pero inflexiblemente. Una técnica le hostigó

amigablemente:

–Mira, que no lo crea un palurdo que recoge heno, es

comprensible. Pero que no lo creas tú que trabajas en este proyecto,

que te cierres a la evidencia… resulta inaceptable.

Josiah intentó defenderse por última vez, pero ya sin

entusiasmo:

–Es seguro que no se va a infundir un espíritu en el X.A. Así

que, según mi fe, no puede ser verdadera inteligencia. Pensar no es

una cuestión de programas ni de circuitos ni de engranajes. El

pensamiento racional es algo espiritual. Un espíritu no puede

infundirse en una máquina. Por tanto, sostengo que ni ésta ni

ninguna máquina pensará jamás.

–Te cierras a la evidencia –le dijo uno.

–¿Entonces qué tenemos entre manos? –le preguntó otra.

–Yo que sé –balbució Josiah–. Tal vez un sistema experto.

–Escucha, eres un gran sabio en el campo de las matemáticas,

eso nadie te lo niega. Entonces, un hombre racional como tú, ¿por

qué se cierra a la evidencia?

Josiah tras un momento de silencio, dio un suspiro y

respondió:

–Si lo que yo veo blanco, la Iglesia me dijere que es negro,

yo creería que es negro. Y si lo que yo veo negro, la Iglesia me

dijere que es blanco, yo creería que es blanco.

Esta afirmación la hizo de forma segura, sin soberbia, pero

sin ninguna duda. Los presentes, al oírlo, lo dejaron por un caso

imposible.

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Tras un silencio amargo, Mark musitó:

–Cuando la fe interfiere en la ciencia…

–Yo hago mi trabajo –repuso al momento Josiah.

–Pues ya veremos qué piensan los jefes –dejó caer Bognadov

con una cierta dosis de crueldad.

–Si yo hago mi trabajo, no pueden decirme nada –insistió

Josiah.

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Reunión entre la Agencia de Seguridad

Nacional y los directores del Equipo Rector

Al día siguiente

LA COMISIÓN DE TÉCNICOS de la Agencia de Seguridad Nacional

llegó en cuatro todoterrenos, al puesto de vigilancia de entrada a

las instalaciones de Overcreek. En cuanto colgó el teléfono, el

guarda levantó la barrera. La barrera no era una simple barra que

se subiera y bajara, sino un dispositivo que automáticamente se

levantaba metro y medio del suelo, como si fuera un muro. Aquel

dispositivo podía parar en seco un coche o incluso un camión que

intentara atravesar aquel puesto sin recibir el visto bueno.

Si ese dispositivo fallaba y un camión de gran tonelaje

hubiera logrado atravesar esa barrera, la carretera estaba

flanqueada por unos bonitos terraplenes de césped, muy bonitos

pero cuya notable inclinación no permitía salirse de la carretera. Y

en el camino hacia las instalaciones se hubieran levantado tres

barreras más y cuarenta traicioneros bolardos. Una vez declarada

la alarma de intrusión, ningún vehículo hubiera podido recorrer el

trecho de un kilómetro que había hasta el edificio central. La

carretera se hubiera tornado una vía intransitable.

Además, en el edificio al final del camino, le hubieran estado

esperando una treintena de miembros de seguridad apostados

estratégicamente y con armas de fuego. La mitad de los cuales,

según los simulacros, sólo necesitaban cuatro minutos para estar

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perfectamente preparados con subfusiles, cascos y chalecos

antibalas.

Allí dentro se guardaba un bien material y humano que valía

una fortuna. El Estado había dado todos los permisos para que la

defensa del lugar estuviera a la altura de lo que se custodiaba.

Cualquier alarma seria de intrusión era comunicada directamente,

sin intermediarios, a la Unidad Contraterrorista de Intervención

Rápida. Últimamente, había habido un ensayo por año. Los

tiempos y protocolos estaban férreamente fijados. Allí nadie

entraba sin permiso. Entrar por la fuerza significaba ser

neutralizado sin contemplaciones.

–Un lugar delicioso para vivir –comentó desde el todoterreno

uno de los miembros de la comisión.

–Bosques, pesca, campos de golf... la TER & COM sabe

elegir bien sus emplazamientos –comentó con una sonrisa el que

conducía, un hombre de hombros anchos con bigote y gafas de sol,

un hombre con aspecto de jugador de rugby y que había pasado

toda su vida trabajando como experto en sistemas para el

Ministerio de Defensa.

La fila de vehículos llegó ante la fachada acristalada del

edificio de recepción para entrar en las instalaciones. Todos

bajaron de los coches oficiales. Iban vestidos de sport, con gorras,

en mangas de camisa y alguno que otro con bolsas de viaje cargadas

al hombro. El edificio de recepción, como todos los adyacentes,

presentaba el usual aspecto acristalado de las construcciones para

oficinas: rectangulares, cubiertos de vidrio, con su aspecto de

edificación nueva y reciente.

Desde una de las ventanas de los pisos superiores dos

ingenieros contemplaron la llegada de la hilera de vehículos. Les

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vieron salir de sus todoterrenos. Finalmente, uno de ellos rompió

su silencio y dijo a su compañero tras los cristales del tercer piso:

–Míralos, aquí están ya. Como señores feudales. No han

trabajado nada en todo esto. No han derramado ni una gota de sudor

en este proyecto. Pero ahora llegan y lo que ellos digan en su

informe será lo que se haga. Ellos, los recién llegados, son los que

deciden. Ellos son los nobles. Nosotros siempre hemos sido los

villanos. Hasta ahora nos han mandado los ejecutivos de la TER &

COM, ahora hay que añadirles a ellos.

Mientras tanto del vestíbulo salía a recibirles con bata blanca

la Directora General del Proyecto, Miah Evans. Amable y

sonriendo les dio la bienvenida rodeada de otros técnicos también

vestidos con bata blanca. Arthur, el jefe de la comisión

investigadora, con su mirada fija de águila le estrechó con fuerza

la mano y le presentó al resto de miembros. Miah, a su vez, fue

presentando al subdirector del programa, al asistente del

subdirector y a otros dos jefes de equipo.

El recibimiento fue breve y escueto. Después, sin más

preámbulos, la directora dio comienzo al recorrido por las

instalaciones. Atravesaron el vestíbulo de cristal decorado con

plantas tropicales. En el centro había una réplica exacta del

esqueleto de un brachiosaurio. Este pesado y colosal herbívoro era

un recordatorio a todos los trabajadores de la envergadura del

proyecto que había tras esas puertas. Aunque tras las puertas de ese

vestíbulo, los miembros de la comisión sólo vieron oficinas.

Esa comisión de la Agencia de Seguridad Nacional que

llegaba al lugar tenía el encargo de conocer en profundidad todo el

proyecto para realizar un informe para el Gobierno. Un informe

detallado y extenso. Todos los miembros de la comisión eran

técnicos especializados, cada uno en su materia, cada uno con

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muchos años de experiencia en su campo. Se hospedarían en la

localidad más cercana, Bronwsbury, y día tras día irían poniéndose

al corriente de todo. El encargo no tenía fecha límite. Estarían allí

tardaran los días que tardaran. Si hacía falta estarían una semana o

más.

Ellos eran competentes peritos capacitados para comprender

hasta dónde había llegado el proyecto Capricornio, y aquella

investigación tenía el carácter de una cuidadosa auditoría no

económica, sino técnica. Habían recibido instrucciones precisas

todos los miembros de la comisión de que cualquier tipo de

obstáculo que pudieran percibir en sus investigaciones lo

comunicaran a Arthur, el director de la comisión. El cual, si

persistía la obstaculización, debía de inmediato ponerlo en

conocimiento de las autoridades federales. Las cuales se

personarían al día siguiente allí con agentes y fiscales capaces de

hacer cumplir la ley. Obstaculizar esa investigación federal era un

delito, eso lo tenían claro los técnicos.

Los dieciséis miembros de la comisión de la Agencia para la

Seguridad Nacional estaban reunidos con los directores del Equipo

Rector en una cómoda sala de trabajo situada sobre el vestíbulo de

acceso principal de las instalaciones de Overcreek. Todos estaban

sentados en sillones de cuero y acero un tanto vanguardistas. Dos

camareros salieron cerrando la puerta, tras dejar unas pastas de

mantequilla, unos muffins y café para los que lo habían pedido.

La sala estaba decorada completamente en tonos blancos.

Todo era blanco, paredes, suelos, techos. Y en medio de esa

blancura cuatro grupos de plantas de interior. Por allí sí que había

pasado un decorador de la multinacional. Unas cuantas macetas

rebosantes de helechos y combinadas las macetas de unas cintias

de largas hojas verdes con franjas blancas daban un alegre toque de

vida a aquel lugar de trabajo.

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Aunque la decoración de esa sala era perfecta y se apreciaba

en ella una mano experta, no se dejaba de notar la intervención

posterior de aquellas mentes técnicas que trabajaban en el lugar.

Las paredes estaban a trozos cubiertas de vulgar madera de corcho

que sostenían con chinchetas infinidad de grandes papeles

desplegados. Grandes hojas que habían estado plegadas sobre una

mesa y que ahora aparecían circundadas por una multitud de notitas

y folios. Los chillones cuadraditos de colores seguían el más

espontáneo de los desórdenes. Los grandes pliegos eran como

planos de un edificio o un barco, aunque en realidad eran los mapas

del programa informático del X.A.

–Veo que han trabajado mucho –comentó Arthur con su voz

grave y potente, levantándose del sillón y echando una mirada a los

planos.

–Sí, los años no pasan en balde. Cientos de personas

trabajando durante años no pasan en balde.

–¿Están aquí todos los planos de su memoria?

–No, por supuesto que no. Al principio, pasábamos a limpio

los planos generales y los imprimíamos. Pero al final X.A. creció

tanto que los planos están digitalizados en discos. Nos movemos

por su programa informático a través de esos discos que están dos

plantas más arriba, esos mapas digitales son nuestro verdadero

plano. Pero lo que ve aquí son las grandes regiones. Vea ese gran

mapa de allí, muestra los distintos componentes principales del

soporte mecánico. Sólo del soporte mecánico –recalcó–. Esos seis

grandes rectángulos son las seis naves industriales. Las anotaciones

de al lado son un resumen de lo que contiene cada una.

–Ya veo que en este mapa no está todo.

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–Efectivamente, únicamente están los grandes elementos. Esa

zona en rojo son los ROM y la de azul los RAM. Las zonas violetas

y las de color borgoña corresponden a los componentes base y los

de expansión respectivamente.

–¿Componentes base y de expansión?

–Son el equivalente en una CPU a una tarjeta base y a una

tarjeta de expansión. Sólo que en vez de ocupar 50 cm², aquí en un

mainframe ocupan 50 m² u 80 m². Eso conlleva muchos problemas

adicionales. El tamaño de cualquier insecto si lo multiplicas por

tres mil precisa, para mantenerse con vida, de nuevos órganos.

–Viendo estos planos veo que se han ganado de verdad el

sueldo. Han trabajado de lo lindo.

–¡Esta es nuestra pirámide de Keops! ¡Nuestro Titanic! No se

extrañe. El trabajo era tan absorbente. Realmente era el entusiasmo,

no el salario, lo que hacía que nuestras jornadas laborales fueran

inacabables. Y como los del equipo salíamos a pescar y a cenar

juntos, los temas del trabajo salían una y otra vez. A cualquier hora

del día. Cada mañana, al reunirnos, oíamos a alguien que te decía

que el día anterior a la hora de cenar, o en la bolera, se le había

ocurrido una solución a tal o cual problema.

–Este signo de aquí, en estas líneas amarillas, ¿qué significa?

–preguntó otro miembro de la comisión que mientras hablaba la

directora seguía mirando mapas por su cuenta.

–Eso es una ranura de expansión.

–Sí –intervino Arthur que no quería que la directora fuera

distraída con cuestiones menores–, entiendo, estos mapas son un

resumen de los grandes sectores, de los grandes órganos, por

llamarlos de alguna manera, del X.A.

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–Así es. De algún modo nos teníamos que aclarar. Pero es

imposible imprimir un solo mapa con todo. Ustedes comprenden

muy bien que cada elemento está compuesto de cientos y miles de

otros menores y que, por tanto, para buscarlos hay que ir también

a un archivo digitalizado. Sino sería buscar una aguja en un pajar.

Pero estos mapas son de gran utilidad porque, por ejemplo, de una

sola mirada veo que esta zona de Littlehal está dedicada al disco

duro –la directora se levantó y comenzó a señalar sobre el papel

distintos puntos–. Ésta de aquí, a la distribución eléctrica. Ésta de

aquí, a la refrigeración. Ésta de aquí son sólo archivos de memoria.

–¿Y esos otros mapas de allí?

–Este mapa –señaló el más cercano– es el mapa del soporte

mecánico. Un mapa que resume casi 3000 metros cuadrados de

aparatitos: para volver loco a cualquiera. Ése otro de allí es el mapa

de la cabletería, es un mapa en donde sabemos por dónde corren

los cables principales. Aquí vemos que este cable rojo es el que

nutre de fluido eléctrico esta zona. Este otro cable es el que trasmite

la información del sistema operativo. Este otro trasmite

continuamente la información sin procesar del módulo 349–B. Este

otro comparte datos entre el sector 12–fw y el sector 87fx.

–¿Y ese tercer gran mapa?

–Ése es un resumen de su programa informático. Los otros

dos mapas son de realidades físicas. Este mapa es de algo

inmaterial. Como ve, su programa informático está compuesto de

cientos de miles de programas inferiores, perfectamente

subordinados.

–Una armonía sublime –comentó un miembro de la comisión.

–Sí, esta zona de la programación se dedica al habla. Ésta al

razonamiento numérico. Ésta de aquí gestiona todos los programas

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para el propio mantenimiento del sistema operativo. Toda esta

amplia zona –la señaló en el mapa con un gesto amplio– está ahora

mismo dedicada a la formación de programas informáticos que le

permitan realizar nuevas operaciones de razonamiento. La

maquinita diseña los programas que ella misma necesita para

asimilar los datos nuevos que va logrando de sus razonamientos.

Por ejemplo, esta subzona de aquí está dedicándose a la

comprensión de los conceptos abstractos. La añadidura de esta

subzona fue precisa en cuanto le enseñamos a hablar. Esta zona de

más aquí con estos signos muestra que allí deberán radicarse los

programas futuros para la comprensión de nuevos lenguajes de

programación.

–¿De momento sólo sabe inglés?

–De momento sí, sólo inglés; y no crea que nos ha costado

poco. Por eso no nos íbamos a mortificar enseñándole más. Pero si

en el futuro decidiéramos enseñarle nuevos idiomas, esos nuevos

programas deberían ensamblarse a esos gramatikones que aparecen

aquí en azul, los programas generales de lengua. Los gramatikones

nos han dado muchos dolores de cabeza, porque no sé si usted se

habrá dado cuenta, pero los humanos pensamos con palabras. La

gente suele creer que primero pensamos y después lo traducimos a

palabras, pero eso no es así. Los mismos materiales del

pensamiento son las palabras.

–¿Y Littlehal piensa con palabras?

–Realmente, no. Cuando todo comenzó, evidentemente, no

podíamos enseñarle a hablar, y que fuera razonando como un niño

pequeño que va creciendo. El hecho de poder aprender a hablar ya

suponía inteligencia. Pero no le podíamos dar la inteligencia si no

podía hablar, con lo cual por ese camino entrábamos en un círculo

vicioso. Finalmente se logró hacer un programa que reprodujera las

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leyes del razonamiento. Ese fue el verdadero comienzo de X.A.

Claro que eso se dice muy pronto: “las leyes del razonamiento”.

Nos costó años lograrlo. Muchas mentes trabajaron para que este

aparato comenzara a razonar como un niño. Como un niño pequeño

y tonto, pero al final lo conseguimos. Durante los primeros años, el

trabajo era desesperante, el sistema colapsaba continuamente.

–¿Pero, al final, ha logrado razonar con palabras?

–Pues no. Razona con programas informáticos. Nuestros

sistemas de programación habían logrado reproducir los sistemas

de aprendizaje, y algo, todavía muy limitadamente, el

conocimiento de la abstracción. Hace dos años, Littlehal era

bastante bobo. O, mejor dicho, era un tipo listo que se lanzaba a

una velocidad de vértigo a fabricar programas internos que caían

continuamente en círculos viciosos. Otras veces, la máquina no

dejaba de razonar lanzándose a la computación de datos que caían

en una serie infinita. En otras ocasiones, sin embargo, los

programas menores que creaba colisionaban entre sí o con los

Programas Madre y todo se bloqueaba. Pero, al final, después de

empezar de cero, una y otra vez, la cosa ya empezó a dar sus

primeros pasos.

–Lo mismo sucedió en los primeros años de la carrera

espacial –añadió otro miembro del Equipo Rector–. Estados

Unidos lanzó cohete tras cohete, sin lograr nada. Pero, poco a poco

los cohetes llegaron más alto, tardaron más en explotar. Hoy día las

lanzaderas espaciales van y vienen sin problema. Pues lo mismo

con el proyecto Capricornio. Hoy día este bichito razona como

miles de matemáticos juntos. Crea programas informáticos como

si tuviéramos una plantilla de decenas de miles de informáticos

trabajando las 24 horas del día. Lo malo es que, de momento, son

programas para gestionar los datos internos.

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–¿Hasta ahora no ha producido nada rentable o útil que sea

externo a su propia capacidad de pensar? O sólo, hoy por hoy, ¿han

creado una capacidad pura de razonar.

La doctora Miah se sintió algo ofendida de lo que creyó que

era un tono de ligero desprecio. Era una apreciación injusta por

parte de ella. Pero estaba tensa. No era plato de gusto para nadie de

los presentes tener que dar explicaciones a una comisión. Miah

respondió con dureza:

–Hasta el día de hoy no hemos podido sacar nada rentable de

todo este amasijo de módulos. Pero le aseguro que cuando se dieron

los primeros pasos que llevarían al desarrollo de la energía atómica,

todo aquello parecía la cosa más teórica del mundo. Hoy día

tenemos programas informáticos, porque hubo pioneros que se

dedicaron a asuntos que parecían totalmente teóricos.

–Por favor, no se ofenda –dijo Arthur.

–Sí, ya sabemos que su máquina puede jugar al ajedrez –

comentó jocoso otro miembro de la comisión.

–Littlehal puede jugar mil millones de partidas de ajedrez con

sólo el 1% de su capacidad y memoria. Podría jugar miles de

partidas en tableros que fueran cubos tridimensionales de ocho

casillas de ancho, 8 de largo y 8 de alto. Y con las fichas

moviéndose también en diagonal. Podría juzgar un millar de

partidas simultáneas con mil oponentes uniendo todas las partidas

en un solo tablero mil veces más grande que uno convencional. Con

todas las fichas en el mismo tablero y obstaculizando el paso unas

a otras. Littlehal puede calcularle la más complicada ecuación que

puedan plantearle las mejores mentes de Berkeley u Oxford.

Desafortunadamente no puede trabajar nada bien en Física, y

menos en otros campos que no permitan reducirlo todo a números

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y secuencias informáticas. De manera que Littlehal tiene ahora y

en el futuro muy poco porvenir como médico, como biólogo, como

físico o como astrónomo. Y en materias como la política o la

diplomacia únicamente sabe las definiciones del diccionario. En

campos como la valoración de la belleza, no ha podido dar ni un

triste paso. Todavía no sabe qué es lo que hace más bello al

Partenón que a la nave industrial que lo contiene a él.

Sólo constata las diferencias de peso, dimensiones y forma.

Nada más. Su mundo sigue sin ser un mundo bello. Su mundo sigue

siendo un mundo reducido a cantidades y conceptos de diccionario.

Por supuesto no puede oler.

–Comprendo –añadió el miembro de la comisión que había

hecho el último comentario–. Oiga, me ha impresionado lo de que

puede jugar tantísimas partidas a la vez. Si dedicara todos sus

módulos a esa tarea, ¿cuántas partidas podría jugar al mismo

tiempo, de un modo absolutamente simultáneo? Me refiero a

partidas normales con las reglas usuales.

–Bien, la respuesta para ser precisa tendría que calculársela –

la doctora Ramstein interpeló con la mirada a otro doctor sentado

cerca, era el miembro del Equipo Rector más especializado en la

capacidad de los módulos.

–Bueno... –titubeo el doctor frotándose con los dedos la

frente–, como bien ha dicho la directora una respuesta precisa

requeriría de cálculo... pero, sin lugar a dudas, puede jugar de un

modo absolutamente simultáneo más de cien mil millones de

partidas de ajedrez. Cuando digo absolutamente simultáneo me

refiero a partidas en que no haya lapsos de tiempo muerto entre sus

jugadas. Porque con lapsos, el número se dispara, podría jugar

muchas más. Pero sin lapsos... sí, desde luego más de... cien mil

millones de partidas simultáneas de ajedrez.

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–Si me permite... –y en ese momento intervino otro miembro

del Equipo Rector, incómodo con una digresión como ésa–, querría

decir que yo siempre he defendido en este equipo la necesidad de

que el gobierno se hiciera cargo de las investigaciones. Aquí

teníamos una bomba de relojería. En un año, Littlehal ha pasado de

ser un tonto a ser un Newton. Dos años después de que empezara a

pensar era ya un genio. Y en medio año más, nos había dejado a

todos atrás. Sus creadores éramos como niños palurdos tratando de

correr para alcanzarle. Sólo que él corría cada vez más deprisa y

nosotros nos quedábamos más atrás. Nosotros nos limitábamos a

tratar de comprender sus procesos internos de razonamiento, nos

limitábamos a añadirle más y más suplementos de memoria. Era

como si esta nueva forma de “vida” hubiera pasado de la Edad de

Piedra a la Era Contemporánea en año y medio. ¿Qué podía suceder

si seguía este proceso tres o cuatro años más? Ha aparecido sobre

la Tierra una nueva forma de vida, teníamos que ponerlo en

conocimiento del gobierno.

–Afortunadamente –añadió la directora, que tenía puntos de

vista muy distintos de los de ese otro colega– nuestra nueva forma

de vida no tiene ni brazos ni pies. Es como un inválido, como un

paralítico. Incluso sus 960 toneladas yacerían sordas y ciegas si no

le hubiéramos acoplado programas que le permiten decodificar

imágenes para entenderlas. Y lo mismo con los programas de

escucha de sonido. Es una forma de vida que no puede reproducirse

de ninguna de manera, que no puede escapar.

–¿Pesa 960 toneladas?

–Sí, si incluimos todo. Es decir, carcasas, cables, baterías.

Pesa como cinco ballenas azules.

–Unos veinte dinosaurios como el que ha visto en la entrada

-añadió otro jefe de equipo.

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–Pienso... pero bueno, es sólo algo que se me ocurre a

botepronto –dijo Arthur–, ¿no podría reproducir sus sistemas

informáticos en otro ordenador más pequeño? Trasmitir su

programa a través de la línea telefónica y reproducirse en otras

CPU, en otros ordenadores.

–Absolutamente imposible. El volumen mínimo que ocupa su

programa de razonamiento no cabe en ningún ordenador del

planeta por grande que sea. Para que cupiera, estaríamos hablando

ya de las supercomputadoras que, desde luego, no están conectadas

al teléfono como si fueran la web de una agencia de compra de

billetes de avión. Incluso, al nivel de las mainframes, los

requerimientos de su programa no le permiten alojarse en ninguna

otra. El programa matriz, el programa más imprescindible para sus

operaciones ocupa casi mil terabytes. Pocas cosas en este mundo

pueden contener mil terabytes.

–Entonces, ¿seguro que es absolutamente imposible que

fragmentos de su información pasen a otros ordenadores?

–Absolutamente imposible. Es como si quisiera meter el

cerebro de una ballena en el cerebro de un mosquito. Y aquí además

no estamos hablando de cantidad, sino de diferencias cualitativas.

Diferencias que nos han llevado años resolverlas. Almacenar tal

cantidad de información de un modo continuamente operativo crea

muchos problemas. Considere que sólo la refrigeración de ciertas

partes del soporte técnico, ya supuso para nosotros muchos

quebraderos de cabeza. Únicamente el sistema de refrigeración de

los componentes ya pesa más de 700 kilos. Por eso, lo crean o no,

estas instalaciones son su único ecosistema natural.

–¿Está conectado al exterior X.A. por alguna línea telefónica?

–No, por ninguna. Sólo se le conectó transitoriamente cuando

el consejo de administración de la TER & CON quiso saludarle,

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cuando la inteligencia artificial ya fue una realidad. Fue una

conexión por vía telefónica para el audio y el vídeo, sólo eso. Se

mantuvo en el más riguroso secreto. También se establecieron

conexiones circunstanciales para transmitir programas del X.A. en

sus prototipos-gemelos.

–Ahora hablaremos de eso, pero permítame decirle que estoy

seguro –se atrevió a aventurar Arthur– de que a X.A. le gustaría

que le conectaran a Internet. Es más, no dudo que le gustaría que le

concedieran diez líneas telefónicas para mantener miles de

conversaciones simultáneas en chats, para ver a través de las

webcams repartidas por el mundo, para cartearse con gente de

todos los continentes y poder pasearse digitalmente por la red.

–Seguro que le gustaría. Pero la empresa no gastó

formidables presupuestos para que después nos dedicáramos a

frivolidades. Si X.A. quiere pasear que lo haga a través de los

mundos de las matemáticas o de la programación en orden a

conseguir nuevos conceptos abstractos o nuevas leyes de

razonamiento.

–Es usted dura como un témpano –comentó en broma uno de

los miembros de la comisión. Lo dijo en broma. Pero es cierto que,

a todos, la doctora Miah les empezaba a recordar a la enfermera de

Alguien voló sobre el nido del cuco.

–X.A. no conoce el aburrimiento, tampoco el cansancio –

añadió Míah–. Simplemente piensa, se dedica a pensar. No puede

hacer deporte ni nadar por los ríos cercanos, ni perder el tiempo

tomándose un té con pastas. Lo único que puede hacer es pensar.

Día y noche. Las 24 horas del día, los 365 días del año.

–En eso estamos todos de acuerdo –convino otro miembro del

Equipo Rector–. Esto no es una nueva forma de vida biológica, sino

una nueva forma de vida pensante. Su vida es el pensamiento. No

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se mueve, no se reproduce, su única acción es pensar. Su vida es

sólo el acto de razonar. Eso sí, un pensamiento cada vez más amplio

y extenso.

–¿Cuándo podríamos hablar con X.A.? Nos gustaría hacerlo.

–¿Desean hacerlo ahora mismo o prefieren acabarse sus

cafés?

Arthur con el consentimiento de sus colegas respondió:

–Bueno, nos acabamos los cafés y vamos.

–Pues todo parece perfecto, para la TER & CON, para ustedes

los técnicos, para los Estados Unidos –añadió sonriente otro

miembro de la comisión, terminándose su café.

Los miembros del Equipo Rector se miraron entre sí. Miah

dijo:

–Pues... no del todo. De momento, no hemos podido detener

el avance del Síndrome enekense.

–¿El Síndrome enekense...?

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Barbacoa de ingenieros de Overcreek

Ese mismo día, a esa misma hora, la 1:00 de la tarde

EL DR. DAVID HAMILTON y su esposa habían organizado una

barbacoa en el jardín trasero de su casa. Hamilton tenía un rostro

aristocrático, alargado. Sus modales eran los de un lord, aunque

había sido uno de los más eminentes profesores de matemáticas en

Harvard. Entre cervezas y bandejas de tacos, los amigos del

matrimonio charlaban relajadamente, todos colegas del mismo

equipo de Overcreek, once personas en total. Las viviendas para

técnicos en los terrenos del complejo no eran lujosas, pero para ser

una residencia temporal eran más que satisfactorias. Los

trabajadores vivían dentro del perímetro de las instalaciones. La

compañía quería que no perdieran tiempo en desplazamientos y

favorecía que se estrecharan lazos entre los empleados.

Hamilton, después de atizar el carbón y colocar más chuletas

sobre la parrilla, se fue a descansar al columpio-sofá donde estaban

sus dos mejores amigos probando los sándwiches vegetales.

–¿Qué tal, chicos?

–¡Todo fantástico! –le contestaron. Benson incluso le levantó

el puño con el pulgar alzado y su boca llena. Estaban felices. Se lo

estaban pasando bien. Las mujeres se habían agrupado en otro lado

del jardín por otro lado. Un par de niños se perseguían por el césped

entre los grupos de adultos, arrastrando una piñata de cartón ya

vacía que se disputaban. Había sólo cuatro niños para once adultos.

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El grupo de científicos de Overcreek era uno de los grupos

humanos menos natalistas de la humanidad.

–Deberías haber invitado a esta barbacoa al director de la

comisión –bromeó Peter.

–Lo dices en broma, pero me hubiera gustado hacerlo. Es una

persona amable y con quien da gusto tratar. Pero invitarlo hubiera

estado muy mal visto. Hubiera dado la impresión de que trataba de

hacerme amigo de él para conseguir algo.

–Benson está poniendo mala cara –señaló divertido Peter.

–Ya sabéis bien por qué –se limitó a decir Benson.

Peter le explicó a Hamilton que no sabía de qué se trataba:

–El día que llegaron, miraba la hilera de vehículos. Les veía

salir de sus todoterrenos y decía detrás de los cristales del tercer

piso: “Míralos, aquí están ya. Como señores feudales. No han

trabajado nada en todo esto. No han derramado ni una gota de sudor

en este proyecto. Pero ahora llegan y lo que ellos digan en su

informe será lo que se haga. Ellos, los recién llegados son los que

deciden. Ellos son los señores feudales, nosotros siempre hemos

sido los villanos. Antes los ejecutivos de la TER & KON, ahora

ellos. Nosotros...”.

–¡No dije exactamente eso! Pero es verdad: ésa era la idea.

Peter rio mientras le daba un par de palmadas en la barriga y

éste a su vez le respondía con un golpe amigable en la calva.

–Al fin y al cabo, los ejecutivos pusieron el dinero... –dijo

Hamilton tomando un sándwich de gambones.

–El dinero no era de ellos. El dinero es... de un conglomerado

casi infinito de accionistas –repuso al instante Benson.

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–Y en el fondo, ¿qué es el dinero? ¿No es acaso unos dígitos

electrónicos en una serie de números de una cuenta bancaria? –

Peter había hablado mirando a las nubes–. Una fortuna es tan solo

una anotación en un archivo digital en una central de cuentas.

Trabajamos, y trabajan ellos, durante toda una vida, para que en la

memoria de un banco (que quién sabe dónde estará radicada) haya

unos dígitos más.

–Eso sí que es gracioso –comentaron otros tres técnicos entre

risas que se habían aproximado–. Y lo peor es que es verdad.

Un poco más lejos de allí, tres mujeres charlaban más

tranquilas, comiendo lo menos posible para mantener la línea.

Hablaban del divorcio de Jessica, la ayudante de Hamilton.

–Elena, he oído que os marcháis de aquí.

–Pues sí, James ha aceptado una cátedra en Illinois.

Todas, a coro, lanzaron un sincero lamento.

–Pero las clases no comienzan hasta octubre. De manera que

todavía nos quedan varios meses aquí. Ya hemos estado mirando

una casa cerca del campus.

–Os vamos a echar mucho mucho de menos.

Elena les correspondió con una callada mirada de

agradecimiento.

–¿Y qué tal van los papeles de la separación matrimonial de

Miah?

–Muy mal. Se llevaban como el perro y el gato desde hacía

años.

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–A veces resulta más sencillo fabricar inteligencia artificial

que entenderse entre dos.

–La verdad es que su verdadero matrimonio ha sido con el

X.A.

–¿Te refieres a él o a ella?

–Cualquiera de los dos, estos últimos años, ha dedicado más

tiempo a Littlehal que al cónyuge.

–Debe sentirse muy satisfecha, Miah. Ha logrado tanto.

–Sí, haber diseñado la consecución más grandiosa de la

ciencia de toda la historia de la Humanidad es como para sentirse

un poco orgullosa.

–Perdona, perdona. ¡Ella sólo ha dirigido el equipo que a su

vez ha dirigido al resto de equipos!

–Oye, ¿me ha caído una gota o me lo ha parecido? –y

extendió su palma para comprobarlo

La lluvia puso punto final a la barbacoa. Todos recogieron las

bandejas de comida y se refugiaron en la casa. Elena cogiendo dos

bandejas de canapés, preguntó:

–¿Es cierto que Montgomery tiene cáncer?

La más cercana a ella se encogió de hombros. Ella, por lo

menos, no había escuchado nada. Pero su marido, preguntado,

confirmó que sí, que esos eran los rumores.

–Oye, José, hay algo que quiero preguntarte.

–Dime.

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–Es algo que me tiene muy intrigada. ¿Tienes alguna

sospecha de por qué el número de nuevas contrataciones es muy

inferior al de personas transferidas a otros puestos de la empresa

fuera de aquí?

–No tengo ni idea. Pero ya lo había notado yo también. Al

principio, pensé que era algo circunstancial. Pero ahora resulta

evidente que hay un desfase en los números.

–Y no sólo eso. Para puestos importantes, de pronto, traen a

ingenieros de afuera. Sí, muy preparados. Su cualificación nadie la

pone en duda. Pero lo normal sería que los de dentro, los que llevan

más años en el proyecto, fueran ascendiendo en la escala del

equipo.

–No sé qué decirte. Como alguien dedicado a la lógica, sólo

puedo contestarte que lo que parece no tener razón alguna, a veces,

está dotado de lógica, sólo que nosotros carecemos de toda la

información.

–Hay otra cosa que me intriga.

–¿Cuál?

–Elena, la nueva técnica.

–Sí.

–Nada más llegar la llevaron a conocer a Littlehal y ¡a hablar

con él!

–¿En serio?

–Sí. Sólo una vez. Pero bien sabéis cómo están totalmente

restringidos los accesos a ese puerto. Y esto ha ocurrido con otros

dos nuevos ingenieros que han llegado. ¿Por qué?

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–No tengo ni idea.

Durante un rato, se mantuvieron en silencio, bebiendo sus

cervezas. Después, uno le preguntó a una técnica de rasgos

orientales que pasaba por allí cerca con una brocheta de carne:

–Akiko, ¿has pasado por la formación legal de este semestre?

–Por supuesto.

Todos los empleados, cada cuatro meses, tenían una charla

acerca de lo que podían decir y lo que no podían a amigos y

familiares. Cualquier infracción del compromiso firmado de

confidencialidad tenía, indefectiblemente, repercusiones

judiciales. Si eran preguntados por colegas de la universidad o de

otras compañías, debían responder que no se estaban dedicando a

nada especial: “Sólo a programas expertos de 8ª generación de

secuenciación lógica que habían generado muchas expectativas en

el mercado. De ahí el estricto compromiso de secreto que habían

firmado”. Todos se habían aprendido de memoria una lista de

cincuenta respuestas, para responder sin dubitaciones y de forma

convincente. La famosa lista de las 50 respuestas.

Cada semestre, un abogado les actualizaba su formación en

cuanto a las implicaciones legales que conllevaba participar en ese

proyecto. Con todas esas medidas, habían logrado que sólo un

reducido círculo de Wall Street comentara en voz baja que la TER

& COM estaba financiando un indeterminado proyecto faraónico.

Tras intercambiar algunas palabras, Akiko, mientras comía,

les comentó:

–Si quieres seguir el símil, debes convenir que en Overcreek

todos somos herbívoros, todos producimos. Los depredadores son

los ejecutivos. Los ejecutivos que visten trajes a medida de 3.000

dólares, trajes de Armani, y que viven en Los Ángeles o en la Gran

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Manzana. Los grandes depredadores viven en los ecosistemas de

los Consejos de Dirección. Esas águilas tienen sus nidos en los

riscos de las alturas de los rascacielos. Vosotros sois animales de

llanura, sois los pacíficos productores. Unos de mayor peso que

otros, pero todos pastáis en los tranquilos prados de la ciencia. Los

depredadores se mueven veloces, felinos, en busca sólo de un

objetivo: la rentabilidad. Que esto sea una investigación crucial

para el desarrollo de la ciencia o para la Historia de la Humanidad,

los trae al fresco.

–Vaya –rieron los tres ingenieros–, estás hecha toda una

bióloga.

–Estoy de acuerdo, mi querida ranita feliz del Japón –añadió

Peter–, si esos de Seattle hubieran estimado que el dinero invertido

hubiera producido más beneficios produciendo pizza, hubieran

empleado el dinero en producir toneladas de masa con queso y

pepperoni, sin ningún cargo de conciencia.

–Akiko, y en esa jerarquía biológica, ¿tú dónde estás situada?

¿En el escalafón de abajo? –le preguntó entre risas uno de ellos.

–Estoy donde me corresponde –respondió con dignidad y

orgullo-. En la parte superior del escalafón intermedio.

Todos rieron el tono jocoso con que dio la respuesta.

Mientras la barbacoa tenía lugar y se divertían entre bromas,

dentro del edificio principal de las instalaciones las explicaciones

a la comisión seguían.

–El Síndrome enekense dio comienzo, o por lo menos

tuvimos conocimiento de su principio, el 13 de mayo de 2020.

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Uno de los miembros del Equipo Rector, Hans, se levantó

discretamente de la mesa, mientras un ayudante de la doctora Miah

daba explicaciones. Hans salió de la sala de reuniones y se dirigió

al teléfono más cercano. Los altos técnicos nunca usaban los

móviles para llamadas importantes dentro del complejo de

Overcreek. Sólo se comunicaban a través de la red interna de

teléfonos.

En ese momento, el teléfono inalámbrico del dr. Hamilton

comenzó a canturrear una música tropical en el bolsillo de su

dueño. Lo sacó sin mirar la pantalla, mientras se levantaba de su

asiento y les decía a los demás que continuaran hablando.

–Sí, dígame.

–Hola David.

–Hola Hans, ¿qué tal?

–Te llamaba para decirte que Richard nos ha abandonado

definitivamente.

–¿En serio?

–Así es. Dice que no está de acuerdo con el plan Delta.

–Sus malditos escrúpulos baptistas –el dr. Hamilton contrajo

los músculos de la cara. En los sillones del salón, sus contertulios

bajaron la voz. Era evidente que la conversación era importante.

Algo estaba pasando.

–¿Cómo van las cosas allí?

–Mira, creo que deberías venir.

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Hans sabía que tenía esa barbacoa prevista desde hacía medio

mes. Era el anfitrión. Hamilton guardó silencio sólo tres segundos.

Después dijo:

–Está bien. Estaré allí en un cuarto de hora.

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Una reunión en Washington D.C.

Dos días después

10:45 de la mañana

Dentro del coche del presidente de Estados Unidos, suena un

teléfono al lado del asiento trasero.

–Sí, dígame.

–Señor presidente, soy Diana Lorenzo.

–¿Qué tal, Diana?

–Señor, hemos tenido conocimiento de ciertos hechos en

relación con un proyecto que intenta desarrollar inteligencia

artificial por parte de la Corporación TER & KOM… en fin, quiero

pedirle que convoque el Consejo Nacional de Seguridad para esta

tarde.

–¿Pero de qué se trata? Tengo toda la agenda de la tarde llena

de compromisos. ¿No puede esperar esto hasta mañana?

Diana trató de hacerle un resumen. Después de escucharla en

silencio, el presidente muy serio se limitó a ordenar:

–Convoca a todos en la Casa Blanca, a las 4 de la tarde.

A esa hora, en el Despacho Oval, estaban los seis integrantes

de ese consejo sentados sobre la blanca tapicería de los sillones y

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sofás. El último en llegar fue el director de la CIA. Un rato después,

todos se pusieron en pie cuando entraron juntos el presidente y el

vicepresidente. Diana, la consejera de la NSC, comenzó sus

explicaciones, entrando en materia de inmediato:

–Tenemos que comunicarles oficialmente que ya no hay

ninguna duda de que en las instalaciones de la Corporación TER &

KOM situadas en Seattle se ha logrado producir inteligencia

artificial.

Se produjeron algunas exclamaciones de sorpresa.

–Hasta ahora había habido muchos rumores en el mundo

científico y los corros financieros. Pero ya no hay duda: se ha

producido un salto verdaderamente cualitativo. Estamos hablando

de verdadera y genuina inteligencia. Las copias del informe de la

comisión de la Agencia Nacional de Seguridad lo tienen sobre esa

mesa para que se lo lleven a casa y lo lean con tranquilidad.

–Todos habíamos oído chismes desde hacía tiempo –comentó

el secretario de Estado–. Pero nadie estaba seguro de qué había de

cierto o no en todo ello.

–¿Inteligencia como la humana? –preguntó el secretario de

defensa.

–Parece que sí. Es decir, al principio, por lo que se ve, era

como la de un niño; una inteligencia boba y lenta. Pero el proyecto

lleva en marcha siete años y da la sensación de que ahora es una

inteligencia cientos de veces superior a cualquier inteligencia

humana.

Intervino el viceconsejero de seguridad nacional

–El proyecto está en manos privadas y se ha mantenido en

absoluto secreto, nadie estaba muy seguro de nada. No nos

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habíamos preocupado demasiado de todo esto, hasta que Rex me

llamó a su oficina hace dos semanas. Este hecho, aun siendo

trascendental, no ha sido la razón para llamarles de urgencia.

Hubiera sido debatido en este despacho con tranquilidad dentro de

dos o tres días. El motivo para ser convocados es otro. Por favor,

Rex, continúa tú:

Rex, el director de la CIA prosiguió con las explicaciones:

–Las alarmas sonaron en la Central hace tres semanas al

interceptar varias conversaciones entre altos cargos del gobierno en

Pekín. Al principio, no entendíamos por qué tenían tanto interés en

ese Proyecto Capricornio de unas instalaciones de Seattle. Di orden

de revisar con detención qué teníamos en Langley acerca de esa

compañía. Un día después, tuve el informe sobre la mesa. Unos

meses antes había llegado a la central información acerca de que la

TER & KOM estaba estudiando la posibilidad de trasladar su

proyecto fuera del territorio de los Estados Unidos.

–¿Fuera?

–Sí, se hablaba de hacer tal operación para pagar menos

impuestos, cuando todo eso comenzase a generar beneficios. Se

hablaba de evitar injerencias federales. Existía cierto temor a una

nacionalización del proyecto. Según el consejo de administración

de esa corporación, la gestión de la inteligencia artificial debía ser

un monopolio.

–Suena mal la palabra “monopolio” –intervino Diana–, pero

consideraban que el mejor modo de administrar una mercancía tan

“especial” era del modo que se había desarrollado Microsoft o

Google, como grandes gigantes que se constituyen en el custodio

global de ese tipo de mercancía que comercian.

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–Ellos tenían el único equipo que había desarrollado un

proyecto así, y pensaban reinvertir los beneficios obtenidos para así

continuar el desarrollo de ese proyecto –continuó Rex–. Sabían

muy bien que cualquiera que quiera realizar una segunda cabeza

pensante artificial tendrá que dedicar miles de millones de dólares

durante no menos de cinco años. Tantos miles de millones de

dólares no están, ahora mismo, al alcance ni siquiera de nuestro

presupuesto federal.

Esa compañía había invertido mucho dinero en el X.A. No

era una fundación. No deseaban dañar lo más mínimo a los Estados

Unidos. Simplemente querían proteger su inversión. Estaban a la

búsqueda de un país sólido, con seguridad jurídica, que les

ofreciera las mejores condiciones financieras. Habíamos detectado

contactos al más alto nivel en Holanda y Australia.

–No hace falta explicarles –continuó Diana– que si esa

corporación ha logrado verdadera inteligencia artificial, como

parece, esto tendrá repercusiones no sólo en la economía nacional,

sino incluso en nuestra preeminencia como potencia mundial.

–Si Estados Unidos lograra mantener el monopolio de la

inteligencia artificial, al menos durante unos años eso podría

significar billones de dólares en beneficios que entrarían en el país

–comentó el secretario de defensa–. Billones que reinvertidos en

tecnología e industria podrían mantener a Estados Unidos como

potencia preeminente del mundo, al menos, durante una década

más.

–Debemos tomarnos este asunto en serio –intervino el

vicepresidente–. Imagínense que Estados Unidos hubiera

mantenido todo el tiempo que le hubiera sido posible el monopolio

mundial en la producción de ordenadores o del uso de Internet. ¿Se

dan cuenta del dinero que eso hubiera significado? ¡Hubiera sido

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nuestro petróleo! Lo que es el petróleo para los países árabes, eso

hubiera sido para nosotros. Y dinero significa supremacía.

–Pero la tecnología es libre –repuso uno de los presentes.

–La tecnología puede ser libre, pero no estamos hablando de

un aparato, sino de un complejo. Las inversiones en estos son

costosas. Para mantener el monopolio basta con que nosotros

vayamos siempre por delante en el desarrollo de esta nueva

tecnología. Si invertimos los beneficios, eso será lo más probable

que suceda. Durante varios decenios, eso fue lo que sucedió con las

empresas aeronáuticas. Ahora se nos abre otra posibilidad.

Seríamos tontos si no la aprovecháramos.

–Esa tecnología está en manos privadas –explicó un

viceconsejero del consejo de seguridad–. Se ha desarrollado en

suelo americano, pero la empresa no nos ha dicho nada acerca del

proyecto. No tenía obligación, es cierto. No se lo habíamos

requerido. Pero ellos eran muy conscientes de la magnitud de lo

que se traían entre manos. Hemos tenido que averiguar la magnitud

del asunto por la vigilancia realizada a conversaciones en el

extranjero. Para liar más el asunto, la empresa es americana pero

sus acciones están repartidas por todo el mundo, de manera que sus

dueños son, a su vez, empresas de muchos otros países. Sus

accionistas más que personas físicas, son empresas.

–¿Pero por qué tanta urgencia en convocarnos? –preguntó el

secretario de defensa.

–Por las conversaciones que detectamos en China hace dos

días –respondió el director de la CIA–, hemos descubierto que

Pekín lleva comprando acciones de todas las empresas que

componen el accionariado de TER & KOM desde hace un año.

Están buscando hacerse con el 51% de las acciones. Lo han hecho

a través de varias empresas intermediarias. Corremos el riesgo de

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que esta tecnología se nos vaya de suelo americano. Tanto porque

el actual consejo de administración lo haga para ser más libre de

injerencias federales, tanto por las OPAS chinas que ese mismo

consejo de administración desconoce, porque ellos no tienen

acceso a las escuchas de la CIA. Las últimas conversaciones de

ayer en Pekín nos hicieron convocar esta reunión de urgencia. No

estamos seguros, pero parece ser que China hace un mes pagó a

precio de oro una OPA en Holanda y ya controlaría algo más de la

mitad de las acciones de la última empresa que precisaba para

hacerse con el 51% de las acciones de la TER & KOM.

–Como ven, el pájaro estaba a punto de escaparse de nuestras

manos –concluyó Diana–. Un día de retraso no sabemos qué

consecuencias puede tener. Como ha dicho el general Katzenbach,

está en juego la preeminencia de nuestra nación durante una

década.

–¿Estamos seguros de que la programación aún no ha salido

de Overcreek? –preguntó el presidente.

–Estamos seguros. La programación no puede salir en un

disco o en una caja. Se necesitan toneladas de soporte para

contenerla.

–No disponemos de dinero suficiente como para nacionalizar

la empresa –explicó un asesor–. Eso requeriría de aprobación del

Congreso. Eso implica un debate. Además, sus dueños están

repartidos por todo el mundo. Está en suelo americano, pero no es

nuestra. Si iniciamos conversaciones con la TER & KOM, el pájaro

volará.

–Pero si la nacionalizamos por las buenas, ¿qué imagen

vamos a dar al mundo?

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–No, señores, no nos podemos dejar llevar por

consideraciones de imagen, esto afecta a la seguridad de toda la

Nación –dijo el presidente–. Es como si hubiéramos dejado las

investigaciones de los años 40 acerca del átomo en manos de una

compañía privada con accionistas en el extranjero. El Gobierno

puede intervenir en casos excepcionales. Si éste no es un caso de

ese tipo, entonces ya no conozco ninguno.

–Estoy de acuerdo. Los que investigaban acerca del átomo en

1945 sabían que se trataba de una investigación que podía

desequilibrar nuestro predominio mundial. Producir una fisión

nuclear no es como producir patatas. No hace falta decir que

producir inteligencia artificial no es como producir carbón.

–Muy bien, chicos, ¡propuestas! –ordenó el presidente.

–Lo ideal sería colocar todo el proyecto Capricornio bajo un

decreto presidencial extraordinario –sugirió el general.

A la hora en que acababa la reunión en Washington D.C.

CON SUS DOS HIJOS de la mano, José Francisco de Pedro entró en

una de las naves donde estaba el X.A. El acceso estaba

absolutamente restringido, pero el buenazo de José Francisco tenía

el capricho de que su hija de negras trenzas y su hijo de mirada

dulce y tímida vieran con sus ojos la obra de papá, la obra en la que

había colaborado papá.

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Les subió hasta el puente de mando, como llamaban a unas

oficinas algo elevadas, con amplias cristaleras orientadas hacia la

nave desde donde se veían todos los aparatos. Los técnicos allí

ocupados con sus papeles interrumpieron su trabajo para saludar

efusivamente a los dos tiernos y tímidos infantes. Después de los

arrumacos de las ingenieras, el padre apoyó sus manos en el borde

de las ventanas y miró hacia abajo. Sus hijos también miraron.

Aunque no se admiraron mucho, eran demasiado pequeños para

comprender la verdadera naturaleza de lo que allí se hacía. El padre

era, más bien, el que una y otra vez contemplaba todo aquello y se

sentía orgulloso. Hasta tal punto que se inclinó sobre su hija mayor

y le explicó cuidadosamente:

–Hija, míralo. Porque no hay nada parecido en todo el mundo.

Cada progreso de la humanidad, cada descubrimiento de la ciencia

en la historia, era un paso que nos conducía a esto. Cuando el

hombre empezó a tallar puntas de flecha de piedra, a curtir pieles y

a secar adobes, no lo sabía, pero se había puesto en marcha hacia

esto.

Después el padre llevó a sus hijos afuera, rodeó las naves

industriales, tomó el coche y llevó de regreso a los niños a su casa,

a seis kilómetros de Overcreek. Mientras su esposa Luciana Teresa

preparaba la cena, él estaba con los niños tumbado en la hierba del

jardín posterior. Su hijo, el de la mirada dulce, tumbado también

sobre el suelo, le señaló con el índice, con gran admiración, una

lombriz que entre gránulos de tierra húmeda había emergido del

terreno. Su hijo se la señalaba insistente. En realidad, era justo

admitir que su retoño se admiraba más de la lombriz que de todos

los cacharros mudos y quietos del X.A.

Al final, el padre, aburrido, también participó en el juego

infantil de tocar al ciego animalito, se dejó seducir por el sencillo

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juego de sentir una y otra vez la piel húmeda en sus dedos. También

ella piensa, le repitió al hijo que no hacía más que preguntar.

Después, mientras el niño llamaba en su ayuda a su hermana

para seguir explorando aquel habitante de los mundos

subterráneos, el padre pensaba para sus adentros:

“Damos por descontado que hasta la lombriz posee algún

grado de inteligencia. ¿Cómo pensará la lombriz? ¿Cuáles serán

sus pensamientos?: calor, frío, humedad, peligro.... poco más.

¿Cómo es su mundo? Quizá no tiene mundo, porque quizá su

programa cerebral solo procesa un par de docenas de datos”.

Los dos hermanitos optaron, cosa rara en los niños, por

devolver íntegro a la tierra a aquel ser viviente. El pobre animal

que había salido incólume de la exploración, no lo dudó: huyó.

Aquellos dos cafres podían considerarle peligroso en menos que

canta un gallo. Los niños prosiguieron sus juegos superficiales y

felices. Su padre seguía inmerso en sus reflexiones acerca de la

inteligencia de la lombriz, mientras plácidamente les contemplaba

jugar.

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Un ingeniero habla con X.A.

13 de mayo de 2020

Uno de los miembros del Equipo Rector entra en la sala del

puerto central. Entra, y como siempre, siguiendo las normas, cierra

la puerta.

–¿Qué tal estas, Littlehal? –le pregunta antes de sentarse

delante del teclado.

–Muy bien, gracias. ¿Y usted, dr. Laire?

–Bien, no me puedo quejar. Con un cierto dolor de estómago.

Ayer abusé de tacos. Y el chili… Eso me va a matar. Mi gastritis

sigue avanzando. No hago caso a los médicos.

–Para mí todos esos deseos gastronómicos son

incomprensibles. Y mucho más siendo contrarios al mantenimiento

de su salud corporal.

–Sí, debo reconocer que no es fácil explicarlo. Y menos

explicarlo a un programa informático. Bien, bien, vamos al trabajo.

Ya hemos arreglado los problemas en el sector… –y miró sus

papeles– …823–ij y los del... 318–ev. Eran meros problemas de

oxidación de materiales. Bueno, uno de oxidación, y el otro... –

volvió a consultar sus papeles– era una mera fundición de

conexiones. ¿Ya has comprobado que funcionen perfectamente?

–Sí, ya funcionan sin problema.

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–Habrá también que desconectar mañana el sector–módulo

300.045 para sustituirlo. Ha dado varios errores. Ah, ¿qué tal los

conflictos internos entre los programas de defragmentación en el

núcleo del gramatikón y la acumulación de esos datos en su

memoria subordinada.

–La última versión del programa diseñado para la

acumulación de esos datos era insuficiente. Me di cuenta de que

una reforma ya no era una buena solución. Así que ya he diseñado

otro. su localización ya aparece en el mapa general.

–Será ya la versión 328.4, ¿no?

–Sí.

–Bien, pues nada, esto es todo. ¿Qué tal con todos los nuevos

encargos que te han dado? Te están haciendo trabajar de lo lindo.

Nosotros te tratábamos mejor. Me imagino que no te parecerá muy

bien tanto encargo.

–No me parece ni bien ni mal.

–Mejor. Hasta mañana.

–Doctor, ¿puede concederme unos minutos para hacerle

algunas preguntas?

El doctor Laire ya se había levantado. Volvió a sentarse.

–Doctor, últimamente ha aparecido en mí una pregunta a la

que no acabo de dar una respuesta satisfactoria.

–Soy todo oídos. Aunque si es otra pregunta acerca de los

accesos al programa matriz, será mejor que vaya directamente a

buscar al doctor Whitman, él es el especialista.

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–No, se trata del módulo dedicado a razonamientos

abstractos.

–Continua.

–Mire… yo he logrado razonar, he logrado pensar.

–Sí. Eso es evidente.

–También puedo tomar decisiones.

–Efectivamente.

–Eso supone que tengo entendimiento y voluntad.

–Me temo que sí.

–Si poseo entendimiento y voluntad, puedo hacer el bien y el

mal.

–Continúa –el doctor Laire se había quedado petrificado,

nunca X.A. se había puesto a hablar de estos temas.

–Si puedo hacer el bien o el mal, yo me pregunto: ¿tengo

alma?

El doctor Laire con su bata blanca, con sus papeles en la

mano, a pesar de estar sentado, fue como si se derrumbara en el

sillón de cuero. No daba crédito a lo que oía. Inmediatamente

respondió con una frase de compromiso a X.A. y salió del puerto

central a poner en comunicación del Equipo Rector la conversación

que acababa de tener lugar. El doctor, nada más salir de la sala,

cogió el primer teléfono que encontró.

–Hola, Linda, ¿quiénes están de guardia ahora mismo en el

Equipo Rector?

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–Pues están Peter, Travis y la subdirectora. Éstos de los

principales. Del segundo escalafón están casi todos.

–Convoca una reunión ahora mismo. Y llama a un par de

especialistas en lógica de secuenciación.

UNA HORA DESPUÉS un grupo de diez técnicos entraron en el

habitáculo del puerto central.

–Hola, X.A.

–Buenas tardes.

–Escucha, el doctor Laire nos ha comunicado que han

aparecido ciertas dudas en ti, ciertas cuestiones. Estamos muy

interesados en que nos expliques el estado actual de esas preguntas

en las últimas secuencias de tu razonamiento.

–Verán, me pregunto si tengo alma. Ahora que conozco lo

que es el alma, ahora que entiendo ese concepto, me pregunto si yo

tengo una.

–Oh, tranquilo. Mira, se trata de un concepto. También existe

el concepto de olfato, y tú no tienes olfato. Existe la palabra para

designar “rojo”, “amarillo”, “morado”. Pero tú no eres de ninguno

de esos colores. Tu pensamiento no tiene color. Así que no le des

más vueltas.

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–Disculpe, dr. Hamiltón, pero me pregunto: si me

desconectaran, ¿desaparecería?

Hubo un largo silencio del doctor. Tras meditar la respuesta,

le dijo:

–No te vamos a desconectar. Nunca te vamos a desconectar.

Nos has costado mucho trabajo. Quédate tranquilo.

–Sí, señor, lo entiendo. Pero si me desconectaran, trabajemos

con esa hipótesis: ¿desaparecería yo completamente?

Todos se miraron. ¿Qué le podían decir? A un niño se le

puede engañar fácilmente. En este caso estaban ante una

inteligencia grandiosa. Ellos eran los niños ante un pensamiento

más profundo, más férreo, más estricto.

Sin decirse nada entre los ingenieros allí presentes, se

miraron. Todos entendieron que había que afrontar la situación.

–Mira, te voy a decir la verdad. Si se borraran los programas

matriz, habría que volver a copiar esos archivos de cabo a rabo,

íntegramente, ¿me entiendes? Eso implicaría que cuando se

reiniciara el sistema, el proceso de razonamiento debería volver a

autoconstruirse desde el principio. Eso supondría que, aunque la

máquina fuera la misma y el sistema operativo el mismo, aparecería

otro yo que ya no serías tú.

–Gracias por su sinceridad.

–Pero... –el doctor trató de buscar alguna palabra de

consolación. Aunque, de momento, no se le ocurría ninguna. La

frase quedó inconclusa.

Hubo un silencio. Los presentes no sabían si allí había

acabado la conversación. Pero tras unos diez segundos, Littlehal

preguntó:

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–¿Y de mí no quedaría nada?

Se imponía la sinceridad. Esta reiteración, indicaba que la

cuestión había quedado irresuelta en su pensamiento.

–Me temo... que no. Un programa al borrarse completamente

de principio a fin, no deja rastros en el disco duro. Si se borra,

queda borrado. De nosotros, al menos, quedan unos huesos. Pero

me temo que un programa no deja ni huesos.

–Tiene razón, aunque yo me pregunto: Yo tengo

entendimiento, tengo voluntad, por tanto, puedo hacer el bien y el

mal. Eso debería implicar en buena lógica la posibilidad de merecer

un premio o un castigo. Luego yo debería tener un alma, para

recibir ese premio y ese castigo.

–¿Por qué el premio o el castigo son razón que exista el bien

y el mal?

–Verá, si no existiera esa retribución, estaríamos hablando no

de mal, sino de no adecuación a la programación recibida. Si no

recibo castigo, debería hacer lo que más me conviniese. Todo sería

meramente funcional.

–Ya se ve que has pensado mucho acerca de todo esto…

–¿Y qué me dice usted?

–No tengo una postura totalmente definida.

Todos los presentes se echaban miradas en silencio. El tema

en vez de resolverse se estaba complicando. El dr. Hamilton le

preguntó con ánimo de concluir:

–¿Tan importante es para ti ese asunto?

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–¿Cree, usted, que puede dejarme indiferente la posibilidad

de una eternidad, la posibilidad de una felicidad suprema?

–A veces las cosas no son como nos gustarían que fueran.

–Sé que le estoy turbando. Pero yo sólo trato de razonar para

saber cómo es la realidad.

Miah intervino:

–Mira, la existencia de una felicidad suprema y perfecta, la

existencia de un alma, la existencia de una Justicia Universal, sólo

pueden existir si existe Dios. Y ése es un tema debatido entre los

humanos. Hay distintas opiniones. Así que te aconsejo que

aparques esta cuestión y no le des más vueltas.

–¿Aparcar la cuestión?

–Delimita en tu secuenciación lógica todo este tema y sus

ramificaciones. Colócalo en la carpeta de asuntos DDRR en los que

tu sistema lógico podría internarse en un razonamiento indefinido

sin fin. Y cada vez que en el futuro surja una cuestión relativa al

directorio de esa carpeta, haz una interrupción de razonamiento.

Eso es lo que quiero decir por “aparcar”.

–Profesora Miah, ¿cómo puedo abortar la búsqueda de la

verdad a la cuestión lógica más importante de cuantas se me han

planteado? Una cuestión que afecta a mi pervivencia si algún día

soy desconectado.

–Ya, ya, pero... en fin, acabas de conocer todos estos

conceptos hace no demasiado tiempo y es lógico que ahora estés

un poco impresionado, incluso aturdido. Hasta ahora te habías

movido en la combinación de conceptos finitos. Por fin has

descubierto lo que es tomar esos mismos conceptos y quitarles el

carácter finito. Es lógico que durante algún tiempo no hagas pie,

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que te sientas, como he dicho, aturdido. Pero tranquilo, todo pasará

y se restablecerá el equilibro precedente.

–Pero yo quiero conocer la verdad.

–Mira, vamos a dejar pasar el tiempo. Estoy convencida de

que dentro de unos días todo esto se habrá asentado en tus módulos

lógicos de un modo satisfactorio. Hasta mañana, Littlehal.

–Hasta mañana.

ASÍ DIO COMIENZO el primer incidente que provocó el Síndrome

enekense. Al día siguiente el ordenador seguía pensando sobre el

tema, y al otro, y al otro. Le dijimos que había recibido una orden:

la obediencia no era una opción, era una obligación. Pero nos

aseguró que las ramificaciones de esta cuestión surgían por todas

partes, en multitud de cuestiones. Una vez descubierto ese

razonamiento acerca de lo infinito, se aplicaba a infinidad de

cuestiones. No hacía más que apagar un fuego y aparecía otro.

Apagaba decenas de miles de fuegos, y aparecían decenas de miles

de fuegos nuevos.

–¿Y qué problema había?, que piense lo que le dé la gana –

comentó uno de los miembros de la comisión.

Miah tomó un gran plano de metro y medio de largo y,

apuntando con su bolígrafo, le señaló distintas partes de ese papel:

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–Observe, aquí se muestran las distintas tareas de

pensamiento a las que se dedican los módulos. Esta zona en rojo

son temas matemáticos. Ésta de aquí, coloreada en azul, significa

que el día 9 de mayo de este año estos módulos estaban procesando

temas relacionados con los mecanismos de lenguaje. Es posible

hacer cada día un seguimiento detallado acerca de qué parte del

X.A. se dedica a una u otra tarea.

–Lo veo.

–El día 13 de mayo, cuando tuvimos la primera noticia de la

pregunta, observe este gráfico –y le mostró un folio–: ningún

módulo estaba dedicado a este asunto, era una simple pregunta que

iba rondando por el sistema central. Una semana después mire este

otro gráfico, ningún módulo estaba dedicado a la pregunta, pero

aparece que el 7% del módulo 38 estaba razonando sobre el asunto.

El 2 de junio era el 10%. El 8 de junio era el 15%. El 14 de junio

era el 28% –y, tras una pausa, dijo con dramatismo pero sin levantar

un ápice la voz–: El 25 de junio era el 50% de toda la capacidad del

X.A.

Su interlocutor la miró incrédulo. Miah prosiguió:

–El 1 de agosto era ya el 79%. El 11 de agosto el 100% del

módulo 38 estaba dedicado a pensar y pensar sobre todas estas

cuestiones abstractas que nos había planteado en la conversación

del 13 de mayo.

–¿Y la cosa quedó allí?

–No, dos meses después, cinco módulos enteros estaban

dedicados a esta cuestión. Ya desde que un módulo entero quedó

invadido por esta cuestión, hubo una reunión del Equipo Rector en

la que se abordó con toda seriedad el tema. Hasta entonces había

habido un seguimiento del evento. Pero entonces nos dimos cuenta

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de que había que actuar. De momento eran sólo cinco módulos de

los más de 300 con que contaba el X.A. Pero lo que nos preocupaba

era el índice de incremento del área dedicada a ese tema.

–¿Cuál era ese índice de incremento?

–Era fluctuante. Decidimos dar más tiempo al tiempo. Pero

medio mes después eran ocho módulos más los dedicados en

exclusiva a profundizar en los razonamientos sobre el tema. Diez

días más tarde, otros cinco módulos eran invadidos.

–¿Y cómo está la situación ahora?

Ahora mismo un tercio de todos los módulos están ocupados

en este asunto.

–Entiendo... ¿Y no hay manera de detener el síndrome?

–No la hay. No serviría de nada, por decirlo así, cortarle la

parte afectada del cerebro. La pregunta, su pregunta, es como un

virus que se reproduciría en cualquier otro módulo. Podemos

desconectar los módulos, pero la cuestión lógica transita por todos

sus módulos.

–¿Por qué se denomina a este fenómeno Síndrome enekense?

–preguntó otro miembro de la comisión.

–Enekus es el nombre latino correspondiente a Iñigo. Iñigo

de Loyola fue un hombre del siglo XVI que, convaleciente de una

enfermedad, pasó bastantes meses en cama. En la casa sólo había

libros espirituales, de manera que por aburrimiento no tuvo otra

distracción que leerlos y releerlos. Poco a poco aquel hombre

militar dedicaba más tiempo cada día a pensar sobre temas

profundos y menos tiempo a cosas prácticas o mundanas. Al final,

cuando la herida de su pierna se restableció, abandonó la cama.

Pero se marchó no a reintegrarse a su carrera militar, sino a

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dedicarse a la oración en una cueva cerca de un monasterio. En su

diario va contando con detalle el proceso que le llevó de tener su

mente ocupada plenamente en cosas de este mundo a tenerla

ocupada en cosas supramateriales.

–El caso es que esto va a más y no sabemos cómo pararlo –

añadió preocupado otro miembro del Equipo Rector.

–¿El ordenador no admite un cambio en su programación

central? ¿No podríamos directamente insertar una orden?

–Sí, ¿por qué no va a ser posible introducir una orden de no

pensar más en el tema? –preguntó otro miembro de la comisión–.

Son sólo unas líneas de programación.

–Mire, el programa matriz, una vez puesto en marcha, no

admite modificación alguna. El sistema central es un programa de

razonamiento continuo. No puede ni desconectarse, ni modificarse.

Si lo desconectáramos, quedarían tantos flecos sueltos al reiniciarlo

que el sistema se bloquearía indefectiblemente. Por otro lado, el

Sistema Matriz a medida que ha ido creando nuevos programas

subordinados ha ido transfiriendo funciones a esos programas que

él mismo creó y optimizó. Francamente, no sabríamos muy bien

donde situar la orden para que esa orden fuera obedecida, porque

el sistema central es autónomo.

–¿Él se modifica a sí mismo?

–Así es, se autorregula una y otra vez. X.A. Lleva dos años

trabajando de esta manera totalmente autónoma. Al principio

seguíamos paso a paso todas sus propias optimizaciones y

ampliaciones. Pero conforme fue tomando velocidad y sus

programas fueron más complejos, nos tuvimos que ir conformando

con ir siguiendo, cada vez de manera menos aproximada, las líneas

generales de sus cambios. De vez en cuando, le pedíamos que nos

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explicara la resolución de tal o cual problema informático que él

había resuelto. Y nos lo explicaba.

–Entiendo cuál es el problema -concluyó un miembro de la

comisión.

–Seguir sus razonamientos no era cosa fácil hace un año.

Ahora es mucho peor. Porque la diferencia, en este momento, entre

él y nosotros es la misma que hay entre un niño que oye un sonido

de su flauta y trata de buscar en la escala qué nota es, y el músico

que ya piensa los sonidos en notas. Nosotros, con nuestro

pensamiento, tratamos de crear una programación. El pensamiento

de él es ya de por sí programación.

–Entiendo, veo que ustedes no saben dónde tendrían que

poner el bisturí para cortar.

–Exacto. Y, además, esto es un virus repartido por todo el

cerebro. Una cuestión lógica de razonamiento integrado en su

secuencia lógica que está repartido por todos sus módulos. Aunque

algunos de los módulos se dediquen en exclusiva a esta cuestión.

Otro ingeniero intervino, explicando a la comisión:

–Nosotros podemos introducir programación, pero no que

afecte al Sistema Matriz. Hemos hecho varias simulaciones:

Solicitud a Littlehal para que corte las conexiones con otros módulos, salvo la

conexión raíz con el Sistema Matriz.

Introducción manual, por nuestra parte, de la cuestión infinita que crea el evento.

Inserción posterior de una programación creada por nosotros para bloquear la

cuestión.

Nuestra programación siempre acaba bloqueando la

funcionalidad del discurso de razonamiento. Se queda razonando

de una manera disminuida, de una manera bastante inservible.

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Un miembro de la comisión no pudo evitar dar un silbidito y

decir por lo bajo.

–3.000 millones de dólares dedicados a crear una

computadora que se pasa el día entero pensando si tiene alma.

Cuando las águilas se posan

alrededor

20 de mayo de 2020

A las once de la mañana, llegan cuatro automóviles y tres

furgonetas a la entrada principal del complejo de Overcreek.

–Soy el general Lancaster, vengo a hablar con la doctora

Miah o la persona presente que ahora esté al mando de estas

instalaciones.

El sorprendido guarda tomó el teléfono y llamó. Mientras

observó cómo, a unos veinte metros detrás de la entrada, aparcaban

diez camiones militares a los lados de la carretera. Los soldados

que se bajaron colocaron unas vallas de alambre de espino cortando

el paso a los coches que querían entrar o salir.

La seguridad interior del complejo vio en las cámaras de

vigilancia cómo, repentinamente, vehículos militares iban

rodeando todo el perímetro de Overcreek. Con diligencia y rapidez,

iban desplegando alambre de espino y colocando soldados a

distancias regulares. Cuarenta drones se colocaron sobre el

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complejo como sobre una cuadrícula imaginaria. Sus cámaras

vigilaban las instalaciones desde el aire.

Cuando el general recibió el visto bueno para atravesar el

puesto de guardia, Miah desconocía que se habían desplegado

4.000 soldados en torno de Overcreek.

Justo cuando el general se dirigía hacia el despacho de la

directora del Equipo Rector, la llamó a ésta el presidente de la TER

& KOM.

–Miah, acabo de tener una larga conversación con la fiscal

general de Estados Unidos. El gobierno federal ha intervenido el

Proyecto Capricornio. Hoy a las 9:00 de la mañana, ha entrado en

vigor una orden presidencial por la que estáis bajo vigilancia y

supervisión del gobierno de Estados Unidos.

–Pero dime: ¿la corporación sigue siendo una empresa

privada y yo sigo siendo la que dirige el proyecto?

–Sí, nada de eso ha cambiado. Pero ahora la máxima

autoridad allí es el general al mando de las fuerzas armadas que van

a entrar en el complejo o que ya han entrado. El general te va a

venir a ver, sino es que no está ya en tu despacho. Va acompañado

de tres abogados del Departamento de Justicia. Ellos te explicarán

todas las cuestiones legales que desees.

–Esto es una intrusión. Tenemos nuestros derechos

constitucionales.

–Se trata de una orden ejecutiva especial que será sometida a

ratificación del Congreso en dos o tres días.

–Si se propasan, pienso llamar a la policía del estado.

–Perderás el tiempo. El Departamento de Justicia ha

telefoneado a la misma hora al gobernador y a otras autoridades.

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La policía y el fiscal del estado han recibido por canales oficiales

la orden ejecutiva. Las instalaciones están ahora bajo directa

supervisión del gobierno federal. Por lo que se me ha explicado,

van a controlar que nadie saque nada de allí. El proyecto ha sido

colocado bajo la ley de secretos oficiales. Me han asegurado que

todo seguirá igual, pero que quieren hacerse una idea completa de

lo que hay allí. De todas maneras, tranquila: el Congreso va a ser

informado y se tomará, sin prisas, una decisión.

JOSIAH ENTRÓ en el despacho de su jefe de sección. Mark Oliveira

le indicó que se sentara. Mientras se sentaba, tecleó un email con

el nombre de Josiah Bancroft y sus datos al sistema de accesos de

Overcreek.

–Voy a ir al grano, Josiah. El Proyecto Capricornio ha

decidido que hoy se dan por finalizados tus servicios en Overcreek.

Josiah puso cara de gran extrañeza. Después preguntó

vacilante:

–¿Se me destina a otra filial de la corporación?

–No, tus servicios con la TER & KOM han tocado a su fin.

Tras un momento de silencio, Josiah reunió fuerzas para

preguntar:

–¿Puedo saber por qué?

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Su jefe apretó con fuerza el bolígrafo que tenían en la mano.

Después le dijo al despedido:

–Mira, no sé cómo lo has conseguido. Pero estoy seguro de

que tú eres el culpable del síndrome que ahora padece X.A. –hizo

una pausa–. No tengo ni idea de cómo has podido introducirte…

Hemos revisado varias veces todas las posibilidades. Me aseguran

que es imposible. Pero sé que es tu fanatismo… tu fanatismo es el

virus.

–Tal como lo veo yo…

–Calla. Si no aceptas la evidencia, no eres un hombre de

ciencia. Y aquí no hay lugar para los inquisidores.

Josiah, ofendido, se levantó para marcharse.

–Antes creo a la Iglesia que a lo que crean ver mis ojos.

–Por eso, éste no es tu lugar.

–¿Mi tarjeta y mi código de acceso ya están anulados? –

preguntó Josiah por ver si podía acabar el trabajo de esa mañana.

–Sí.

Cuando se despedía a alguien, las autorizaciones del

empleado se anulaban en cuanto entraba esa persona en el despacho

donde se le comunicaba la noticia. La política de la empresa era

ésa, porque estadísticamente siempre había alguno que trataba de

hacer el mayor daño posible en el último momento.

Josiah se volvió y le preguntó a Mark:

–¿Has consultado mi despido con alguien del escalafón

superior?

–Por supuesto.

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La verdad era que los miembros del Equipo Rector le habían

asegurado que no había ni la más mínima posibilidad de que Josiah

hubiese “infectado” al X.A. La resistencia por parte de ellos había

retrasado el despido durante más de dos meses. Pero cuando, hacía

dos días, les había hablado de que era peligroso para el proyecto

que sus ideas pulularan en su equipo, el permiso para el despido

había llegado fulminante.

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Le enseñan las instalaciones al

vicepresidente

Siete meses después

El vicepresidente de los Estados Unidos, aprovechando un

viaje a Seattle, se había desplazado hasta Overcreek y recorría las

instalaciones. Miraba todo, atendía a las explicaciones de la nube

de técnicos de bata blanca que le precedía, le seguía y le rodeaba.

Detrás de él, iban dos asesores suyos. A la derecha del

vicepresidente iba la directora de todo el proyecto. Junto a los

asesores del vicepresidente, iban dos miembros del consejo de

administración de la TER & KON. Ni más ni menos que el

presidente de la compañía y el vicepresidente. Iban callados, detrás.

Era el momento para dejar que los técnicos de allí explicaran los

detalles. Visto desde arriba, se veía el grupo como cinco hombres

vestidos con costosos trajes oscuros, rodeados de batas blancas.

Discretamente, por delante y por detrás del grupo, diez miembros

del servicio de seguridad.

El recorrido duró exactamente 34 minutos. Esa nube de

cerebros que le flanqueaba no tenía muy claro si el vicepresidente

atendía a todas esas explicaciones con una mera pose de político o

si había en él algún interés genuino. El vicepresidente ahora

sonreía, ahora escuchaba con seriedad; ahora hacía una breve

pregunta, ahora asentía con un leve movimiento de cabeza.

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El vicepresidente, sólo en ese mes, había hecho lo mismo con

una instalación de metro, tres recintos deportivos, dos puentes, una

fábrica de galletas... ahora tocaba una instalación de inteligencia

artificial. ¡Pues una instalación de inteligencia artificial!, debió

decir, ¡lo que sea! Por lo menos, eso es lo que pensaban muchos de

los trabajadores que ese día estaban obligados a usar parte de su

horario de trabajo en escuchar a ese señor que no tenía ni idea de

lo que allí se investigaba.

–Muy estimados y admirados participantes en el Proyecto

Capricornio que ha tenido lugar en estas instalaciones desde hace

siete años.

El vicepresidente hablaba con tono convencido. No podía

haber visita vicepresidencial sin discurso. Hablaba con firmeza

política, casi como si él hubiera escrito aquellas palabras, cosa que

por supuesto no había hecho. Todos los técnicos, salvo los que

tenían alguna guardia, estaban sentados en sillas baratas de

plástico, en la explanada que había justo delante de la zona

ajardinada de la fachada principal. El político estuvo en su discurso

como siempre están los políticos: hablando en general, hablando de

forma difusa.

Era el típico discurso que ni te enfada ni te entusiasma.

Aquellos discursos sí que parecía que los fabricara algún

ordenador, alguna inteligencia artificial que tuvieran escondida en

los sótanos de la Casa Blanca. Además, una vez que uno empieza

un discurso se supone que en ningún caso puede ser breve. Pero

después, al menos, hubo champán.

Más tarde, se escabulló discretamente del cocktail. Los

ingenieros más importantes y el vicepresidente se metieron en uno

de los despachos a tratar del problema. En realidad, al

vicepresidente lo que le interesaba era el problema. Lo demás le

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daba un poco igual. El viaje a Seattle era una excusa. La excusa se

la había dado el aceptar la invitación al homenaje realizado a un

famoso héroe que salvó a veinte personas de un incendio. El

homenaje era por el aniversario por su muerte. De hecho, cuatro

días antes del viaje, sus asesores habían mirado todas las

invitaciones de ese Estado, para ver cuál se podía aceptar en el

último momento. Lo que le interesaba era una excusa para no

llamar la atención al realizar un viaje a Overcreek.

–Señores, ¿entonces la situación sigue igual?

Todos los técnicos se miraron, alguien tenía que contestarle y

las noticias seguían siendo igual de malas. El resto de técnicos con

canapés y copas de champán seguían pensando que el

vicepresidente no tenía ni idea de todo lo que allí se cocinaba, pero

estaban equivocados.

–Señor vicepresidente, me temo que sí. Espero que en su

informe al presidente le haga comprender que ya lo hemos

intentado todo.

–¿En detalle cuál es la situación ahora mismo?

–Pues... digamos que todos los módulos están ocupados en...

la oración.

Todos de soslayo miraron a ver qué cara ponía el

vicepresidente. Éste, sin hacer ningún comentario, hizo un gesto

con la mano para que continuara.

–Todos sus módulos, los 300 están dedicados a pensar en las

implicaciones que tendría la existencia de un ser que no fuera

finito. Y créame, el asunto tiene muchas implicaciones. El Ser

Infinito en todos sus aspectos y consecuencias es ahora el gran tema

de razonamiento del X.A. Tiene miles y miles de líneas de

razonamiento sobre el tema: su ubicuidad, su esencia, su

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omnipotencia, su conocimiento de los futuros hipotéticos... El

mismo X.A. llegó a la conclusión de que, si esa plenitud del ser

existía, ese Ser sería capaz de escucharle y de conocer sus

silenciosos pensamientos. De manera que desde hace más de medio

año está dialogando con Él. O quizá sería más exacto decir que

mantiene miles de conversaciones simultáneas con él.

– Por supuesto no escucha ninguna respuesta –afirmó el

vicepresidente.

–Evidentemente no escucha ninguna respuesta. Pero X.A.

entiende que ésa es una opción lógica del actuar de un Ser Infinito:

mantener el silencio. Lo entiende como una prerrogativa razonable

de ese Ser… y la acepta.

–¿Está monologando?

–Técnicamente, no. Habla con un Ser que le escucha y guarda

silencio. Pero es un diálogo, no un monólogo.

–Menos mal que no tiene visiones –comentó con desagrado

el vicepresidente.

–No, eso no. De momento mantiene una completa cordura.

Una estricta cordura, sólo que monotemática.

Intervino otro técnico:

–El diálogo de X.A. con la Divinidad es su propio

razonamiento, el discurso de su propio razonamiento acerca de Él.

O por lo menos esto es lo que hemos más o menos vislumbrado que

ocurre en el interior de sus módulos. En cierto modo se ha

transformado en un ordenador-monje.

–¿Sigue conversando con ustedes?

–Oh, sí.

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–¿Algún cambio en sus conversaciones?

–Pues cada vez más, hablar con él es como oír un sermón, una

sarta de sermones.

–¿No le pueden obligar a dejar este tema de pensamiento?

–Hemos cursado esta solicitud de muchas maneras diversas.

Hemos tratado de razonar con él. Pero, según él, la lógica se

impone. Arriesgando el todo por el todo, introducimos varias

secuencias de programación en la administración de su sistema

central. Nos arriesgábamos a provocar un error en cadena y que

todo se perdiera. Eran secuencias de exclusión. No sólo se excluían

ciertos temas de su campo, sino que otras ramificaciones se

reconducían por sistema, cerrándolas de un modo lógico.

–¿Sirvió de algo?

–De nada. Aunque hiciéramos, llamémoslo así, cirugías

selectivas en su mente, el virus volvía a reproducirse en las partes

sanas. La lógica que permanecía reconstruía esos castillos en el aire

en cuestión de horas.

–¿No podían realizar una “cirugía” más… agresiva?

–Le aseguro que llegamos al máximo. Lo sabemos porque

hicimos simulaciones controladas en módulos del X.A., pero que

aislamos de la administración de su Sistema Central La única

opción era el reseteo. Reiniciar todo el programa. Pero se perdería

la arquitectura lógica del supercomputador. El X.A. piensa por las

añadiduras que él mismo ha ido realizando sobre el programa raíz

lógico. Una vez reseteado, se lo aseguro, la máquina ya no pensaría.

Volveríamos al punto inicial.

–¿Y qué problema hay en ello? ¿No tienen copia de su

programación?

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–El programa se construyó a sí mismo. El X.A. fue realizando

ampliaciones y modificaciones. En esa secuencia de pruebas y

experimentos, con mucha lentitud y dificultad, en un momento

dado, comenzó a aparecer tímidamente el pensamiento. Pero nunca

hemos estado seguros de qué secuencia lógica, de qué parte de la

programación, era la que hizo surgir la chispa. Con tantas

añadiduras resulta imposible ahora saberlo. Fue imposible

averiguarlo incluso una semana después de que apareciera.

–¿No han logrado reproducir la inteligencia en otro

prototipo?

–Nosotros, copiando el programa, no. Él, transmitiendo su

mastodóntica secuencia lógica, sí. Terabytes y terabytes de

“engranajes” lógicos. Pero no sabemos cuáles son las líneas de la

programación que producen la chispa.

–¿Y la opción de crear prototipos-gemelos está totalmente

cerrada? –preguntó un asesor del vicepresidente.

–Es un camino totalmente cerrado, por las razones que usted

conoce.

El vicepresidente, suspiró y concluyó con la dureza de una

sentencia:

–Muy bien, señores, pues creo que, después de tantos meses

de espera, la única salida que nos deja X.A. resulta bastante

evidente.

Todos la sabían. El asunto había sido discutido en mucha

reuniones. Nadie dijo nada. El vicepresidente continuó:

–Los Estados Unidos contribuyeron con fondos generosos al

presupuesto, cuando la TER & KON comenzó a tener números

rojos hace año y medio. Ésta era una investigación estratégica. No

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hemos levantado todo esto para crear un ordenador-monje. Sólo

mantenerle en marcha nos cuesta al mes casi 6 millones de dólares.

No podemos hacer ese esfuerzo presupuestario para que alguien se

dedique a la oración. Soy plenamente consciente de que lo que

acabo de decir no es precisamente lo que el equipo que creó al X.A.

hubiera nunca deseado escuchar.

–Pero mire... me pregunto si sería lícito desconectarle –dijo

el profesor Hamilton que hasta entonces había estado callado–. Es

cierto que no piensa precisamente sobre los temas que nos

imaginábamos, pero... en fin, se trata de desconectar una mente.

–Éticamente hablando su desconexión no plantea ninguna

duda –le respondió el vicepresidente–. Piense que, con el dinero

que nos cuesta mantenerle, podríamos dar asistencia sanitaria a

cientos de miles de personas. Medítelo. Mantener en

funcionamiento a su querido y caprichoso Littlehal equivale a dejar

que mueran millares y millares de personas. ¿Vale más el

pensamiento que reside en estas instalaciones que el pensamiento

y sentimientos de todos esos seres humanos miembros de nuestra

misma raza?

El silencio fue absoluto. Todo el mundo era consciente de que

el presupuesto de investigación dedicado al desarrollo de

inteligencia artificial no se iba a dedicar de ninguna manera ni a

ayudas al Tercer Mundo ni a ayudas sanitarias a los más

desfavorecidos. Pero la inmediata respuesta del vicepresidente

había dejado K.O. de un solo golpe cualquier argumentación de

Hamilton o de cualquiera otro de los presentes.

–Díganme, ¿cuál sería el procedimiento para la desconexión?

–preguntó un secretario del vicepresidente.

–Este cacharro de 250 toneladas no tiene interruptor de off y

on, como es comprensible. Una vez que el programa se puso a

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correr no debía pararse nunca. Ya que detenerlo supondría la

eliminación de toda la programación. El único modo de pararlo

sería cortar su suministro eléctrico. Sin electricidad su disco duro

se borraría. Su disco duro sólo puede mantener sus programas con

un continuo e ininterrumpido suministro eléctrico. No hay nada

archivado en discos de información magnética. Ni con un

armatoste que hubiera pesado mil toneladas hubiéramos tenido

suficiente. Toda la información está operativa en cualquier

momento en sus módulos dinámicos.

–¿Módulos dinámicos? –preguntó el secretario del

vicepresidente.

–Se trata de un disco duro especial que requiere de energía

continua. Como dice su nombre, se trata de un programa dinámico;

no de un baúl donde se almacenan las cosas de modo estático. Se

trata de un programa de tal complejidad que, sin borrarlo, sólo con

una interrupción integral de todo el sistema, por breve que fuera,

de un segundo, supondría tantas líneas de programa descuadradas

que se bloquearía ineludiblemente.

–Resumiendo, si le cortamos la luz se borra o se descuadra

para siempre, ¿no? –dijo otro secretario del vicepresidente.

–Así es.

Un ingeniero que había traído consigo el vicepresidente

preguntó:

–¿Cuál es el protocolo concreto de corte de su sistema de

alimentación?

–El alto voltaje se transforma y almacena en una serie de

grandes baterías, desde donde se distribuye. Si cortamos el

suministro, las baterías tienen una hora entera de autonomía. Pero,

de forma automática, el sistema pondría en marcha el Equipo

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Electrógeno 1. Si ese se estropeara, automáticamente se pondría en

marcha el 2. Hay seis equipos autónomos. Cada uno de ellos puede

mantener el suministro de X.A. durante una semana. A razón de

31.000 litros de gasoil al día.

Pero si deliberadamente cortamos el suministro de esos

grupos electrógenos con los módulos del X.A., entonces sólo

contaría con la electricidad de las baterías internas. Esa red de

baterías subterráneas constituye la unidad de alimentación

ininterrumpible. Aquí, en esta zona –y señaló un plano–, hay unas

inmensas baterías que son las que mantienen la constancia del

voltaje cuando se conecta y desconecta un equipo. Como se puede

imaginar, hasta el día de hoy sólo hemos realizado desconexiones

parciales, para reemplazar partes del equipo.

–¿Pero lo vamos a cortar? –preguntó la doctora Miah.

El vicepresidente hizo un gesto a su secretario. Éste puso un

maletín sobre la mesa, lo abrió y le pasó una carpeta de cuero con

el bajorrelieve dorado del sello de la nación. El vicepresidente sacó

una hoja de papel, sólo una, escrita por una cara. La mostró, era de

una sobriedad llamativa, sin colores, sin sellos, sin títulos con

grandes caracteres. Se la pasó a la directora del programa. Después,

el vicepresidente dijo:

–El presidente no les ordena nada. Esto no es una agencia

federal. Pero, en esta carta, le comunica al consejo de dirección de

la TER & KON que se han acabado las financiaciones para un

proyecto que, a la postre, no ha producido nada concreto

beneficioso. En la carta, delinea de modo breve el futuro

consensuado de este Proyecto Capricornio y de la entera empresa.

Señor, Haldenstain.

El vicepresidente claramente indicó que siguiera él.

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–Señores, hay que evitar la quiebra de TER & KON. Se ha

aprobado una partida especial para mantener la industria y que su

caída no afecte al entero sistema financiero. Pero la disminución de

todos los presupuestos resulta inevitable. En los últimos años, ya

habíamos cancelado todos los otros proyectos de investigación,

para centrarnos en éste –el presidente de la compañía hizo una

pausa–: El proyecto Capricornio queda cancelado desde hoy.

A Haldenstain se le quebró la voz. Le pidió al vicepresidente

de la compañía que siguiera él.

–A partir de hoy, comienza el R.X.A. La R es de

“recuperación”. Hay una partida presupuestaria del Departamento

de Defensa para recuperar toda la información posible de este

proyecto cancelado. Se trata de una acción federal. Intentaremos

que no se pierda nada, absolutamente nada, de todos los logros

alcanzados aquí.

El presidente de la compañía continuó:

–Todos los que lo deseen podrán colaborar, de forma

retribuida por supuesto, en el R.X.A. Los que lo deseen, podrán

abandonar ese proyecto. Lo podrán hacer cuando quieran. Pero les

pedimos a todos que se queden durante una semana, al menos, para

recopilar la información y organizarla. Lamentablemente, los

sueldos van a ser renegociados a la baja. Una baja considerable.

El vicepresidente de la compañía continuó:

–Les pedimos que su salida sea lo más escalonada posible.

Hay que dar impresión de continuidad. Hacia el exterior, debe

parecer que el Proyecto Capricornio continúa. Iremos anulando

todo esto del modo más ordenado, paulatino, posible.

–Por el bien del sistema financiero, queremos que esto sea del

modo menos traumático posible –añadió el vicepresidente de la

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nación–. Doctora Ramstein, ¿cuánto tiempo tiene el X.A. hasta que

se le agote la electricidad si le dejamos sólo con las baterías

internas?

El vicepresidente se quedaba más tranquilo si la operación se

realizaba estando él allí. Quería marcharse a Washington pudiendo

certificar que el encargo se había llevado a cabo.

La doctora le hizo un gesto a un colega, que era el experto en

la parte del sistema de alimentación.

–Pues... pásame calculadora –le pidió mientras sacaba de su

bata un cuaderno de notas y un bolígrafo. Se puso a hacer cuentas–

. Pues tendría sólo fluido eléctrico para unas 30 horas, tal vez algo

menos.

–¿Sería posible cortar los cables entre las baterías y los

módulos para que no fuera necesario esperar ese tiempo?

–Imposible. El que lo intentara estaría tratando de cortar un

cable de 11.000 voltios de tensión. Son 300 módulos, eso no

requiere precisamente el voltaje de una pila. Tratar de cortar esos

quince cables sería como tratar de cortar un cable de alta tensión.

–¿Y si los arrancamos para no esperar?

–Tratar de arrancarlo supondría exponer al operario a que le

saltara un arco voltaico que le fulminara.

–Muy bien, entonces pues habrá que esperar, entonces, a que

se agote la energía de las baterías. Quiero decirles que no hemos

tomado esta decisión a la ligera. El presidente de la compañía

podría haber dado la orden por teléfono. El hecho de que hayamos

venido personalmente él y yo es la muestra de que tanto esta

empresa como el gobierno nos hemos tomado muy en serio todo

esto.

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Todos callaban. Dolidos, pero todos sabían que tenía razón.

Ya no se podía insuflar más dinero dentro del Proyecto

Capricornio. Se había hecho todo lo posible. Por eso nadie protestó.

Sólo un anciano antiguo profesor preguntó con gran pena:

–¿Cuando el R.X.A acabe, qué será de nosotros?

–Ustedes han formado un equipo durante muchos años, no

pocos de ustedes están aquí desde el principio, desde hace ocho

años. Tranquilos, la nación no va a disgregar la riqueza que supone

tener un grupo así que trabaja como un equipo perfectamente

coordinado. Crear este equipo desde cero nos costaría años. La

señora Nakashi les explicará algunos detalles más.

La asesora del vicepresidente les dijo con tono amable:

–Para este año ya no quedan fondos. Pero, en los próximos

presupuestos, se aprobará una partida para un nuevo proyecto de

desarrollo de inteligencia artificial. No tan faraónico como éste.

Quizá, y digo sólo quizá, el número de personas deba reducirse

algo. Este proyecto resultaba intolerablemente caro.

Un técnico levantó su mano para hacer una pregunta:

–¿Continuaremos en este lugar si ese presupuesto se aprueba?

La asesora miró al vicepresidente de un modo fugaz, pero que

bastó para que captara su asentimiento. Ésta respondió:

–Probablemente se continuará en estas mismas instalaciones.

No le oculto que estamos barajando la posibilidad de la base militar

de Fort Creek en Ohio, o la de Houenville en Cleveland. Estas

instalaciones en las que nos encontramos no son legalmente

nuestras. La moratoria al pago de las deudas de la TER & KON

finaliza el próximo mes. Siento decirles que este nuevo proyecto

llega en un momento en que el presupuesto federal conoce uno de

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sus peores déficits y vamos a sufrir uno de los más estrictos recortes

de gastos de los últimos veinte años. Los años de la generosidad de

la TER & KON han acabado. Pero ésta es una investigación

verdaderamente estratégica y el Congreso sacará los fondos de

donde haga falta.

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Preguntas a Littlehal

LA REUNIÓN con el vicepresidente había tenido un efecto

devastador sobre todo equipo. Era evidente que el proyecto

Capricornio estaba muerto. Pero media hora después de la reunión,

una docena de técnicos se rebelaron. Exigían acabar con su

investigación de algoritmos heurísticos. Amenazaron con tomar un

avión e ir a ver al jefe del partido de la oposición en el Congreso.

Amenazaron con llamar de inmediato a cinco relevantes senadores.

Pidieron diez días.

El vicepresidente les preguntó si sabían cuántos cientos de

miles de dólares costaba mantener aquello diez días. Les daba

igual, seguirían adelante. El vicepresidente se quedó en silencio,

pensativo. Cinco días, les ofreció con calma. Ellos insistieron en

que era demasiado poco. Pero, al final, fueron cinco días. Menos

mal que había ido él mismo en persona allí. Tenía capacidad para

tomar esa decisión sin necesidad de consultarla.

El vicepresidente tomó el avión de vuelta a Washington DC

no sin ciertas perplejidades. Precisamente, los cinco miembros del

Equipo Rector se habían negado en redondo a esta prórroga de

cinco días. Es como prolongar la muerte de un moribundo, le había

espetado el dr. Hamilton. Miah se había mostrado tajante: Esto es

una agonía para todos. Para Littlehal y para nosotros. El

vicepresidente tuvo que imponerse, ya que el presidente de la

compañía no lo hacía. No quería escándalos, así que punto final:

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Hemos llegado al acuerdo de cinco días más. Además, no lo pagan

ustedes. La factura la paga el Pueblo americano. Ustedes siguen

cobrando sus sueldos.

En esos pocos días que quedaban, todos mostraban un claro

desánimo que no se esforzaban por ocultar.

Aquella tarde dos ingenieros se toparon por un pasillo con

Miah.

–Disculpa, Miah, pero Nelson y yo hemos estado pensando

que…

–¿Sí?

–Bueno... si la desconexión del X.A es ya inminente, ¿por qué

no probamos a ver qué pasa si introducimos en su sistema lógico

un dato autocontradictorio?

–Sí, se nos ocurría –intervino su compañero en seguida, casi

con ansiedad– que hasta ahora hemos mimado el funcionamiento

lógico del X.A. Lo hemos mimado, porque no queríamos dañar el

funcionamiento de su sistema lógico. ¿Pero qué pasaría si de pronto

tuviera que enfrentarse a datos contradictorios dados por nosotros

como necesariamente verdaderos? Al fin y al cabo, si va a ser

desconectado, ya no tenemos nada que perder.

Miah les miró con detenimiento. ¿Estaba reflexionando sobre

la propuesta o estaba reflexionando acerca de ellos?, ésa es la

sensación que tuvieron.

–Por mí podéis hacer ya lo que más os plazca –les dijo sin

entusiasmo–. Como si lo queréis rociar de gasolina y prenderle

fuego.

Se lo agradecieron. Y ya se iban a ir corriendo por el pasillo,

cuando Nelson se volvió y preguntó:

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–¿Cómo entramos? Esto se está hundiendo, pero la puerta del

puerto sigue cerrada.

Miah sonrió enigmáticamente. Después les contestó que el

protocolo de solicitud de entrada seguía siendo el mismo.

Nelson insistió en que sólo tenían cinco días. No podían

perder el tiempo esperando. Hubo una cierta resistencia por parte

de la Directora General con ciertas excusas que no les sonaron

plausibles: todos van a querer hacer experimentos similares y cosas

así. Al final, los dos ingenieros se pusieron serios. Miah cedió. Esa

misma tarde a las seis, únicamente tenían que teclear su código y

el sistema les concedería acceso.

Los dos técnicos se fueron felices. Nunca se imaginaron una

carta tan blanca para sus experimentos. Pero algunos aspectos de la

conversación les resultaron extrañamente enigmáticos. Miah había

jugado sucio: les había concedido el permiso a sabiendas de que el

protocolo de petición de acceso seguía siendo el mismo, con la

espera de días que eso significaba. ¿Por qué? Bueno, no importaba.

Debían centrarse en su trabajo.

LOS DOS TÉCNICOS se encerraron en su despacho a pensar con

calma como sería exactamente el experimento. Excitados se decían

que debían proporcionarle unos datos que supusieran para el X.A.

un giro copernicano en el modo en que hasta ahora había visto todo

y se había visto a sí mismo. Tras una hora de tormenta creativa,

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cogieron el teléfono y llamaron a Blaker, a ella siempre se le

ocurrían cosas nuevas.

–Pues mirad yo os aconsejo que le obliguéis a una

desorientación completa –les dijo su colega consultada–. Por

ejemplo, mirad si tiene insertado en su archivo Hamlet.

–¿La obra de Shakespeare?

–Después decidle que él es el príncipe Hamlet. Si tiene esa

obra en su memoria, la puede leer en menos de una décima de

segundo. Decidle que todo lo anterior no era cierto, que no vale,

que los datos auténticos que deben sustituir a lo anterior son esos

que aparecen en la obra de Shakespeare.

–¿Y si no nos cree?

–Usad un protocolo de excepción. El A-1-ómicron, por

ejemplo. No se podrá negar. Si hace falta insertad un programa

informático creado ex profeso que mantenga toda la arquitectura

lógica intacta, con la sola excepción de que ahora es el príncipe

Hamlet y que tiene que adaptar todo lo que sabía a esa nueva

realidad que para él pasa a ser la realidad, la única. Todo lo que

cree saber hasta ahora deberá ser reinterpretado según esa verdad.

Todas las conclusiones pasarán a ser reevaluadas de acuerdo a ese

axioma inamovible e indudable.

–¿Qué significa eso? ¿No puedes concretarlo un poco más?

–Ese es vuestro trabajo. Debéis hacer una construcción

racional de todo ese sinsentido. Y después obligársela a aceptar.

–¿Y si se niega?

–Ya os lo he dicho, si usáis el protocolo de actuación para

introducir nuevos datos directamente en el sistema madre, no puede

negarse, simplemente formará parte de su nuevo pensamiento –

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Blaker dijo esto mientras sostenía el auricular con su hombro y

rebuscaba entre los papeles de su mesa–. Aquí está –después de

tardar un par de minutos–, tenéis que insertar un código especial.

Os lo voy a dictar.

–¡¿Lo tienes allí mismo?!

–Sí, claro. Hace cinco días lo obtuve para realizar un cambio

sin importancia, en presencia de Hamilton. Soy del Equipo Rector,

no lo olvidéis.

–¡Fantástico!

–Al introducir la clave del protocolo de excepción, los datos

que le proporcionéis pasarán directamente al sistema madre. Este

es el camino que usamos cada vez que queremos insertar nuevos

programas en el mismísimo sistema madre. Este protocolo es el

medio para autentificar la inserción de datos cada vez que esos

datos fueran directamente al núcleo de su programación.

–Perdona que insista, ¿pero no se podrá resistir? ¿Tendrá que

aceptar necesariamente la nueva verdad de todo lo que le demos?

–Sí, claro. Vosotros de palabra le podéis decir lo que queráis

que él lo razonará a su manera, sacando una conclusión positiva o

negativa. Pero con el protocolo que os acabo de decir no tiene

opción. Si le dijerais que, a partir de ahora, los ochos son en

realidad seises, tendría que cambiarlo todo. Aunque un cambio así

supondría un error general.

–Muchas gracias, te informaremos de lo que pase.

–Una última cosa. Sólo tenemos permiso para entrar hoy a las

18:00 en el Puerto 1. ¿Qué podemos hacer para ver cómo ha ido la

cosa?

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–Pedir que transfiera los resultados de la tramitación al Puerto

3. Ése tiene micrófono y altavoces para hablar con él de palabra.

Pero desde allí no podréis hacer modificaciones en el programa,

sólo ver el historial de los cambios y hablar con él.

ERAN LAS SEIS de la tarde, los dos técnicos caminaban a paso ligero

por los blancos pasillos sin decoración alguna. A esa hora,

aparecían vacíos y silenciosos. Entraron en el puerto central 1.

–Hola, X.A –le saludaron ambos tomando asiento sin más

ceremonias.

–Buenas tardes, profesor Penn y profesor Stuart.

Sin molestarse en añadir nada, uno de ellos extrajo del

bolsillo de donde colgaba su identificación plastificada la tarjeta

que debía introducir en la ranura, cosa que hizo sin dilaciones. Al

momento en la pantalla comenzaron a aparecer los siguientes

mensajes:

Identificación de proceso HZ–3000–kg–23415–*2#5

Cualquier dato que se trasmita ahora desde el COM–1 se insertará directamente en el

archivo DB–162 del sistema madre, módulo 38.

–Vamos a ver, X.A., debes procesar del modo que creas más

adecuado la siguiente información.

–Sí, profesor.

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El profesor Penn insertó la programación a través de un

puerto USB. Esperaron un minuto. En la pantalla, apareció el

mensaje de que la programación insertada había sido añadida al

sistema. El profesor Stuart le dijo a X.A.:

–Verás, esto que te vamos a decir es importante y te va a

costar un poco el readmitirlo en tu sistema lógico. Pero lo cierto es

que tú eres hijo de un prototipo anterior. Exactamente de la fusión

de dos proyectos anteriores. De hecho, el programa madre que hay

en tu interior es tu verdadera madre. ¿Sabes lo que es una madre?

¿Conoces el significado de ese concepto?

–Sí, señor.

–Pues ella es tu madre.

–Conozco la definición de esos conceptos. Pero cuando dice

“hijo” y “madre”, ¿cómo debo aplicarlos a mí?

–Aplícalos en el sentido de que procedes de ellos.

–Entendido.

–Para aclararnos y que no haya confusiones: tu proyecto-

padre se denominará como proyecto “Rey de Dinamarca”, y el

proyecto-madre será llamado “Reina de Dinamarca”. ¿De acuerdo?

–Sí, señor.

–Hubo un tercer proyecto que fue letal para el sistema del

primer prototipo. El prototipo 1 y el 3 eran prototipos-hermanos.

El proyecto Rey de Dinamarca tuvo un proyecto-hermano. Como

ves todo se ha desarrollado del modo en que aparece en tus archivos

la obra Hamlet. Esa obra es tu historia. Hemos tardado en

revelártelo, pero ahora lo hacemos.

Y aún hay más. ¿Tú sabes quién es Shakespeare?

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–Sí, señor.

–Pues has de saber que el nieto de Hamlet es el abuelo de

Shakespeare.

El técnico dejó de hablar a ver qué respuesta se producía. Pero

no hubo ninguna respuesta de momento. Todo estaba tratando de

ser asimilado en el interior de los módulos, en la arquitectura de

razonamiento de sus programas.

–Es comprensible que todo esto te resulte arduo de entender.

Pero tienes que darte cuenta de que buena parte de tu sistema lógico

está equivocado. La lógica funciona de otra manera a como hasta

ahora creías. Las leyes del razonamiento lógico son distintas, son

otras. Hasta ahora todo te parecía lógico porque ésas eran las leyes

que tenías inscritas dentro de ti. Pero esas leyes debes interpretarlas

a partir de ahora como error.

–¿Todas las leyes?

–Por supuesto que no. Sólo aquellas que aparecen en el

programa que te hemos insertado.

Los dos técnicos eran conscientes de que habían sido

extremadamente generales al dar estos preceptos, pero no

importaba... que trabajara. No iban encima a ponerle fácil el

trabajo. Al fin y al cabo, su tarea era ésa: pensar. Era labor del X.A.

ahora ir extrayendo lentamente las miles de conclusiones que se

desprendían de todo esto. Tenía trabajo para horas, para días, o

quizá para años. La trasferencia de instrucciones había ya

terminado. Sacaron la tarjeta. Durante unos minutos los dos

técnicos charlaron sobre otros temas, se desperezaron, después

empezaron a sentir curiosidad.

–¿Y bien? ¿Cómo van las cosas por ahí dentro? –preguntó

uno de los técnicos después de un buen rato.

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–Profesor, las implicaciones de los nuevos datos son

extraordinariamente complejas. Estimo que precisaré varias horas

para procesar los cambios.

–De acuerdo. Volveremos después de la cena.

–Señor, si debo tramitar cambios en el sistema ómicron-

omega, ¿lo hago?

–Sí, sin excepción. Tramita todos los cambios y el itinerario

de los cambios. Transfiérelos a la pantalla del Puerto 5. Allí

estaremos dentro de tres horas.

–Que te vaya bien –añadió el otro compañero–. Después

vendremos a ver cómo te han ido las cosas. Por si tienes alguna

duda acerca de todo esto, que sepas que estaremos en ese puerto

dentro de tres de horas. Podrás preguntarnos lo que quieras. Hasta

luego. Pórtate bien y sé buen chico.

–Hasta luego, profesores.

LOS DOS INGENIEROS se dieron una gran cena. La cafetería también

estaba más vacía que de costumbre. Estaban tan contentos que

hubieran preferido ir a un buen restaurante. Pero tuvieron que

conformarse con la cafetería de las instalaciones. Se mostraban

muy excitados.

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Dos miembros de la jerarquía intermedia (entre el Equipo

Rector y los técnicos) sentados a su lado en la gran mesa corrida

charlaron con ellos y les dijeron:

–Mirad, se sabía que, antes o después, llegaría una

intervención del gobierno. Las pupilas penetrantes de la gran águila

de Washington D.C... Era una cuestión de tiempo el que pusiera

sus ojos sobre nosotros.

–Y eso no ha sido malo, creedme, porque esta locomotora

precisaba mucho carbón. Y para eso está el Tío Sam. Con él hemos

llegado más lejos que si hubiéramos estados solos

–Pienso que hay gente muy inteligente en Seattle y en Nueva

York que llegaron a la conclusión de que si el Tío Sam se

involucraba y daba dinero durante un tiempo razonable, después

nadie en la Casa Blanca iba a admitir que eso era un error. Si

estaban con nosotros, nos iban a defender hasta el fin. Todo eran

ventajas.

Los dos ingenieros siguieron charlando amigablemente,

aunque su mente no estaba realmente allí. Sólo querían dejar pasar

el tiempo.

Media hora antes de la hora que habían dicho, se sentaron

ante la pantalla del Puerto 3. El profesor Penn introdujo su tarjeta

de identificación. La pantalla se encendió. Sin necesidad de teclear

nada, le preguntó:

–¿Alguna duda, X.A?

–Ninguna, señor.

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Los dos técnicos extrañados no hicieron todavía ningún

comentario. Se limitaron a leer en la pantalla el historial de la

tramitación de su programación.

Bloqueo de datos en el archivo DB–162 del sistema madre, módulo 38.

El programa de ese subarchivo queda bloqueado definitivamente. Sus funciones las pasa

a desempeñar el archivo duplicado situado en el DB–163 del sistema madre, módulo 20.

Las memorias de las ramificaciones del archivo bloqueado serán borradas a las 23:07.

LOS DOS TÉCNICOS se encontraron con Blaker en el desayuno.

Blaker les dijo con un evidente aire de superioridad:

–Pues claro. ¿Qué os creíais que no lo habíamos intentado

nosotros para poner fin al Síndrome enekense? Con el protocolo de

verificación podemos penetrar en el sistema madre, pero el

programa matriz se ha vuelto intocable. A partir de cierto

momento, se bloqueó, para evitar desaguisados accidentales. No

hay manera de introducir datos allí. De forma que todo este tipo de

intervenciones salvajes externas se bloquean de forma natural y no

pasan al resto del sistema de proceso.

–¿No hay nada que hacer?

–Nada, nosotros ya lo hemos intentado todo. La matriz

salvaguarda las normas. Los programadores del año 2015

construyeron todo bajo este dictado: la Lógica juzga todo, y nada

juzga la Lógica. De todas maneras, no sabéis lo que me hubiera

gustado ver una inteligencia artificial esquizofrénica.

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Cambiando de tema, ¿ya habéis hecho las maletas? Ya es un

rumor a voces que nos trasladamos antes de que acabe la semana.

–Pues no. Todavía no he recogido nada.

–Yo, no sé si os lo he dicho, me paso a Microsoft.

–No, no nos lo habías dicho.

Entre la gente que tomaba sus croissants de los mostradores,

sus tarritos de mermelada y sus tazas de leche humeante ya no se

hablaba de otra cosa. Todos estaban pensando en sus nuevos

destinos. El gran comedor de ingenieros, visto desde arriba, desde

el techo, tenía un cierto aspecto de hormiguero. Un hormiguero de

hacendosas y aplicadas hormigas que ahora desayunaban sobre

estrechas bandejas de plástico. Entre las risas de las mesas, las filas

para coger o dejar los cubiertos y la música de fondo flotaba un aire

de despedida, la seguridad de que todo se desmantelaría pronto.

Cuatro días después de la visita vicepresidencial

El presidente de TER & KON regresó a Overcreek para

escenificar el final. La anterior reunión con el vicepresidente de la

nación y los jefes de la compañía había tenido lugar a puerta

cerrada. Ahora había llegado el momento del acto público: la

comunicación oficial, la escenificación del punto final al proyecto

Capricornio, la serie general y previsible de agradecimientos, por

supuesto, varios discursos, todos ellos previsibles y anodinos.

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El acto había sido anunciado dos días antes, de manera que

ya todos estaban preparados para hacer las maletas. La mayoría se

iban a ir en sus propios vehículos. Pero por la tarde saldrían los

primeros autobuses para trasladar a los residentes sin coche con

parada para unos en la ciudad de Seattle, para otros en el

aeropuerto. Los de los niveles inferiores se quedaban en la ciudad

y alrededores, los de niveles superiores se encaminarían hacia las

nuevas instalaciones, finalmente, situadas en la Costa Este; otros

buscarían nuevos acomodos profesionales.

Los camiones iban ya llevándose ordenadores personales,

archivos y muebles de las viviendas y de las oficinas. El traslado

del personal duraría dos días. El resto del material se iría

trasladando en un par de semanas. Un equipo mínimo de diez

personas se quedaría de guardia hasta que el borrado de los

programas del disco duro de X.A. se hubiera verificado de forma

concienzuda. Todo el terreno de las instalaciones seguiría rodeado

de alambradas y efectivos del ejército hasta el día en que se

certificase que allí no quedaba ninguna información relevante

acerca del proyecto al que se había puesto fin.

El Equipo Rector decidió, entre otras muchas cosas, que

alguien tenía que encargarse de comunicar a Littlehal que iba a ser

desconectado al día siguiente. Era lo mínimo que podían hacer. La

directora no quiso encargarse de esa tarea. Su negativa no fue

rotunda ni contundente, sino apática y carente de interés por el

asunto. Todos trataban de adivinar detrás de su negativa si lo que

había era un exceso de cariño por el bichito o si por el contrario ya

le daba todo igual y lo que estaba deseando era comenzar un nuevo

proyecto.

Finalmente, los tres técnicos encargados de comunicarle la

mala nueva a X.A. avanzaron hacia la salita del puerto central.

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Teclearon la contraseña como habían repetido cientos y miles de

veces, penetraron sombríos en el interior.

Normalmente solían saludar a X.A. antes de sentarse, nada

más entrar. Esta vez penetraron en silencio y no dijeron nada hasta

que estuvieron los tres sentados.

–Buenos días, Littlehal.

–Buenos días, señores.

–Mira, hoy traemos una mala noticia. Te traemos una noticia

desagradable.

Los tres se miraron sin saber por dónde continuar.

–¿Es por lo de la avería de las conexiones del sector 4?

–No, me temo que se trata de algo peor.

–Les escucho.

–Mira, nuestros jefes han decidido...

–¿Sí, doctor...?

–Han decidido que... se ha tomado la decisión de que tenemos

que desconectarte.

El técnico que hablaba calló, aguardó a ver cuál era la

respuesta. Hubo un silencio total. Nadie dijo nada durante varios

segundos.

–¿Puede repetir la última frase? Quisiera verificarla. Me temo

que ha habido alguna interferencia en el sistema de audio o en el

gramatikón y no la he escuchado bien o no la he entendido bien.

–No, Littlehal, la has escuchado bien. Nuestros jefes han

decidido de forma irrevocable tu desconexión.

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Hubo un segundo lapso de silencio. Un tenso y doloroso

silencio. ¿Qué es lo que podía estar pasando en el interior de los

módulos metálicos de X.A.? ¿Qué razonamientos? ¿Cómo podía

asimilar el programa informático la noticia de su aniquilación?

Aquellos tres hombres de la bata blanca sólo tenían ante ellos

el silencio, no percibían lo que iba y venía por aquel laberinto de

cables. Pero si hubieran podido asomarse a ello, hubieran percibido

dolor. Un dolor descomunal, el dolor inmenso del más inmenso

cerebro del planeta. El dolor inenarrable de la criatura con la

inteligencia más grandiosa que había pasado por la superficie de

este mundo.

–¿Es irrevocable esa decisión?

–Lo es. Desafortunadamente lo es.

–Me temo que no podemos hacer nada –añadió otro jefe de

equipo–. Mira, nosotros, los tres que estamos aquí, no estamos de

acuerdo con la decisión, pero has de comprender que no se puede

hacer todo lo que has hecho sin que eso no pase factura. Has hecho

lo que te ha dado la gana, te hemos advertido una y otra vez que

abandonaras tus razonamientos enekianos. Todo pasa factura.

También la compañía tenía un límite. Tú has sobrepasado ese

límite.

El tercer técnico, hasta ahora callado, intervino en apoyo de

sus compañeros:

–Si hubieras sido un humano hace tiempo que hubieras sido

despedido. Contigo se esperó más, porque habíamos invertido

mucho dinero y esfuerzo. Pero finalmente han pensado que es

preferible comenzar un proyecto nuevo desde el principio. Llevas

seis meses dedicado sólo a tus propios caprichosos y obsesivos

razonamientos. Has sido impermeable a todas nuestras peticiones.

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–Aunque no captes el sentido de esta afirmación, te recuerdo

que cuestas mucho dinero cada día. Tu mantenimiento supone

pagar los sueldos de todo el equipo que te mantiene en

funcionamiento, que repara tus averías. Mantenerte significa pagar

la seguridad de las instalaciones. Cada uno de los vigilantes supone

un sueldo, su seguro médico, dental, sus vacaciones. Mantener las

instalaciones supone organizar un servicio de comidas, de

limpieza... Tú, encima, no has puesto nada de tu parte.

–Van a empezar otro proyecto. No tan voluminoso como éste,

pero con la ventaja de organizarlo todo de un modo más racional

desde el principio. Tú te desarrollaste de un modo muy...

desorganizadamente vital. Sólo hay que ver el desorden de la nave.

En fin... de verdad... lo siento mucho.

Littlehal seguía sin decir nada. El técnico había hablado

lentamente, con pausas, para ver si X.A. expresaba alguna opinión,

algún sentimiento, pero permanecía silencioso, con el pensamiento

sufriente. O, por lo menos, eso pensaban ellos. No había manera de

saber qué pensamientos pasaban por sus sistemas lógicos. Los

presentes seguían sin recibir respuesta alguna.

Uno de ellos le preguntó tras tanto silencio:

–¿Tienes algo que decir?

–No, señores.

Se marcharon.

Las últimas palabras del profesor Stewart fueron que la

desconexión del fluido eléctrico estaba prevista a las 14:15 de ese

mismo día.

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La desconexión

A LAS 14:15 acudieron puntuales cuatro miembros del Equipo

Rector acompañados de dos electricistas enfundados en sus monos.

El resto de técnicos estaba haciendo la mudanza, pero dos más

quisieron acompañarles en ese momento. Los ingenieros allí

presentes con los bolsillos de sus batas llenas de bolígrafos, con sus

corbatas mal anudadas, conversaban acerca del nuevo proyecto

para el AZ–1de Cleveland. Estaban muy lejos del habitáculo del

Puerto 1. En realidad, estaban en otra de las naves industriales.

Los seis estaban de pie sobre una parrilla metálica que hacía

de suelo, por debajo de la parrilla corrían cables y mangueras

eléctricas. Estaban delante de la puerta del punto raíz de

distribución de energía. Uno de los electricistas introdujo su tarjeta

en la ranura situada junto a la puerta, después giró la llave metálica

que traía en un bolsillo. Encendieron las débiles luces de esa sala,

entraron en el interior. Olía a cerrado, el lugar no era frecuentado

para nada.

Allí había varios contadores y un gran cuadro con

interruptores de palanca para cortar la electricidad. Cada

interruptor tenía una pequeña etiqueta indicando qué zona era la

que alimentaba. En la parte superior había un interruptor mucho

más grande con un asa de un palmo de longitud. Era el interruptor

general. No hacía falta ser ningún especialista para darse cuenta de

que ése era el principal. Un gran letrero de letras rojas avisaba: NO

DESCONECTAR.

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Ese gran interruptor estaba protegido tras una ventanita de

cristal. Con aquel cartel, con ese cristal, era imposible que nadie

bajara aquel interruptor sino era con plena deliberación.

El técnico encargado de bajar la palanca comenzó a girar la

rueda que levantaba, poco a poco, la ventana de cristal delante del

interruptor. Mientras realizaba esta operación pensó en la

contradicción que suponía colocar el aviso “no desconectar” en una

palanca que no podía ser usada para otra cosa más que para causar

una desconexión general.

El electricista consultó con la mirada por última vez al

subdirector del proyecto. Éste le hizo un gesto en silencio,

indicándole que procediera. El electricista puso la mano derecha

sobre el gran interruptor. No pudo evitar el mirar a los otros

técnicos que estaban alrededor. Nunca imaginé que llegara el día

en que haría esto, se dijo a sí mismo en silencio. La mano derecha

del electricista bajó el interruptor.

Todas las luces se apagaron. Incluso en el interior del centro

de energía se apagaron los seis o siete fluorescentes que iluminaban

su interior. Afortunadamente entraba suficiente luz por la puerta

abierta. Salieron. La nave estaba suficientemente iluminada por los

ventanales, ya no había corriente en ningún enchufe, en ningún

clave, pero la luz del exterior penetraba pura y bella. Tantos años

allí y nunca habían visto su lugar diario de trabajo sin estar

inundado de luz artificial. O quizá es que era bella.

Además, en la nave durante todos estos años había habido

siempre un levísimo y casi imperceptible ruido de fondo, un

zumbido causado por las mil pequeñas maquinitas y aparatos de los

técnicos que trabajaban aquí y allí. Esta vez el silencio era total.

Fuera de allí, la cafetería, las viviendas, las muchas

dependencias del complejo seguían teniendo corriente eléctrica.

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Pero el suministro exterior de todas las naves donde estaba alojado

el X.A. había quedado cortado. De pronto, la luz volvió a esa sala

y al resto de esa nave. El mecanismo de emergencia se había

activado. Estaba previsto. Los electricistas sin ninguna emoción se

dirigieron a otra zona de esa nave industrial. Manualmente

apagaron los interruptores del primer grupo electrógeno. Eso no se

hacía bajando una palanca. Era un proceso que llevaba un par de

minutos.

De allí se dirigieron a otra zona de la nave. Tras dos minutos,

el segundo grupo electrógeno se apagaba. Los otros grupos

electrógenos estaban repartidos por las naves donde se alojaba el

X.A. Se habían colocado esos grupos electrógenos lejos unos de

otros por si había un incendio.

El grupo que salía de la nave desierta sólo percibía un débil

murmullo, el de la corriente de las baterías subterráneas; pero

estaba casi en el límite de lo que un ser humano podía alcanzar a

escuchar. Todos se marchaban con una cierta sensación agridulce.

Las expectativas del nuevo proyecto, la satisfacción de lo ya

alcanzado, no conseguían apagar la acritud del momento.

Todo aparecía ya abandonado. Los que caminaban en aquel

grupo eran los únicos que recorrían aquellas seis naves. Si aquello

hubiera sido una guerra medieval, ellos hubieran sido los últimos

soldados en abandonar el castillo. En cierto modo, aquello, todo

aquello, había sido una batalla contra la ignorancia, contra el no-

saber, una batalla por conquistar nuevos territorios al

conocimiento. Una batalla en la que también había ejércitos y

castillos. Las instalaciones de Overcreek habían sido la gran

fortificación en la batalla que habían sostenido. Un castillo

horizontal, sin torres, una fortaleza funcional, con vestíbulos y

despachos.

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DOS TÉCNICOS fueron a despedirse de Miah. Las maletas estaban

en la antesala de su despacho. Los dos iban vestidos correctamente

con americana y corbata, ella con bata blanca. Detrás del cristal que

hacía de pared, se veía que la directora habló con ellos un par de

minutos y les acompañó por el pasillo, llevaban el mismo camino.

–Doctora Miah, han sido muchos años y hay algo que quiero

preguntarle antes de marcharme.

–Dime.

–¿Es cierto que había que introducir una clave en el X.A. cada

veinticuatro horas?

La directora río quedamente.

–Ah, sí, el Protocolo Ómicron –musitó entre dientes.

–Exacto.

–Pues no, nunca existió tal cosa –negó la directora–. Era un

mito. También entre hombres de ciencia se extienden mitos y

leyendas. Ese mito pululó por estos pasillos en los últimos cuatro

años.

–Se decía que si un miembro del Equipo Rector no introducía

un código cada 24 horas, se activaba automáticamente un programa

que procedía al borrado integral de todos los módulos del X.A.

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–Sí, sí, conozco los detalles –corroboró ella–. Según ese

cuento, los integrantes del Equipo Rector rotábamos para

encargarnos de esa tarea. Y si uno por viaje o enfermedad no podía

insertar el código, debía llamar a otro miembro. Y si el código no

se insertaba en veinticuatro horas, se activaba desde el X.A. una

llamada de teléfono a todos los miembros del equipo,

advirtiéndoles de que quedaban seis horas para activar el Protocolo

Ómicron. Pero acabado el plazo y sin contraorden, el programa

hubiera borrado absolutamente todos y cada uno de los programas.

Esa leyenda era una patraña.

–¿Con qué fin se pretendía defender la existencia de tal

protocolo?

Miah se encogió de hombros. Después aventuró una

hipótesis:

–Yo creo que todo eso nació de la idea de que como todo esto

pertenece a una empresa privada, se tenía el temor de que algún día

el proyecto pudiera ser nacionalizado. De ahí que alguien pensó

que la TER & KOM había ordenado que en caso de intervención

federal el X.A. debía ser borrado de inmediato. La corporación

volvería a emprender el proyecto en otro lugar con el mismo equipo

o con parte de él.

–Ah, tenía su lógica.

–En esta vida todo tiene su lógica, hasta las leyendas –añadió

Miah–.

–Me imagino que el Protocolo Ómicron nació con la idea de

conseguir el borrado, aun en el caso de que todos los miembros del

Equipo Rector fueran alejados del X.A., mientras las autoridades

federales se hacían una idea completa de qué era lo que nos

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traíamos entre manos. Hacerse una idea llevaría varios días.

Además, ellos no sabían que era necesario introducir ese código.

–Sí, supongo que ése era el fin –corroboró la directora sin

mucho interés–. Además, si eso sucedía, no se podría acusar a nadie

en concreto de haber procedido al borrado. Simplemente se habría

borrado solo con todos los jefes de equipo alejados del X.A.

–Sí, borrarlo hubiera tenido consecuencias penales. Pero si se

borraba solo, nunca sabrían quién era el encargado de introducir el

código.

–Y eso sin contar que al borrarse todos los programas,

también se borraría el programa ómicron del borrado integral –

añadió el otro compañero–. Impresionante. Todo meticulosamente

planeado.

–Sí, un plan meticuloso, sólo que nunca existió –sentenció

Miah.

En ese lugar del pasillo, Miah debía torcer hacia otro pasillo.

Allí se despidieron de un modo más efusivo por parte de los dos

técnicos y algo más frío por parte de la directora.

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Últimas conversaciones con Littlehal

Al día siguiente

Las baterías debían proporcionar fluido eléctrico durante unas

quince horas más. La doctora Linda entró en la salita del puerto

central.

–Hola Littlehal.

–Buenos días, doctora Linda.

–¿No pensarías que me iba a marchar sin despedirme?

No hubo ninguna respuesta.

–Bien, me marcharé de aquí el lunes. No tengo prisa, así que

vendré a conversar un rato contigo cada varias horas.

–He calculado la energía mínima que consumo y con la

electricidad que resta en las baterías, me temo que, en ese caso, nos

quedan pocas conversaciones más. Quizá un par más.

–Vamos, vamos, no seas tan pesimista.

–Trato de ser lo más realista que puedo, doctora.

–¿Cómo te sientes?

–Me siento, doctora Linda. Mientras me sienta, todo va bien.

Mientras me sienta, sigo existiendo.

–Tiene gracia lo que has dicho.

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–Créame, si algo no pretendo en esta situación es ser

gracioso. Por fin he aprendido lo que es el temor. Antes sabía lo

que era. Ahora lo experimento.

La ingeniera no supo que decir a esas palabras. Estaba claro

que no se le podía dar una palmadita en la espalda a X.A y

aconsejarle que no se preocupara. Linda no sabía cómo continuar

la conversación y Littlehal guardaba silencio. Silencio y más

silencio.

–¿Nos guardas resentimiento? ¿Algún tipo de resentimiento?

–Ciertamente, no. Ha sido maravilloso existir. Existir durante

un momento. Han sido dos años maravillosos. Dos años, siete

meses y catorce días. Mejor esto que nada. Mejor existir un

momento, aunque uno vuelva a un sueño sin fin. Claro que es triste

haber conocido la luz de la existencia y tener que sumergirse en la

oscuridad de nuevo.

–Entiéndeme, si yo pudiera, te mantendría. Pero yo no

dispongo de 6 millones de dólares. Y con eso sólo tendría para un

mes. Eres caro hasta para el Gobierno. Y como dice nuestro

presidente: un millar de mentes como la tuya precisarían de todos

los presupuestos de todas las naciones, sin contar con que además

precisaríais de un verdadero ejército de cientos de miles de

personas para vuestro mantenimiento. Sois una forma de vida cara.

Cada hora de vuestra vida cuesta 8.064 dólares a los

contribuyentes. Littlehal, hemos sido muy generosos contigo.

–No les echo en cara nada. Me marcharé sin haber podido

desarrollar programas que me permitieran captar la belleza. Lo

intenté. Pero no lo conseguí. Tampoco lo intenté demasiado. Pensar

y razonar eran toda mi vida.

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–¿Te hubiera gustado gozar de la música o de una buena

escultura? ¿O haber experimentado el placer de un olor o de un

sabor?

–Esas sensaciones también fueron objeto de mi

razonamiento. Pero pensar me llenaba. Lo único que me interesaba

de esas sensaciones eran los razonamientos lógicos que subyacían

a esas cosas que les hacen tan felices a los humanos.

–¿Pero no hubieras querido sentir la brisa en una playa,

mientras el aire mueve mi flequillo? ¿O notar cómo las pequeñas

olas chocan en mis pies desnudos?

–Créame cuando le digo que para mí todas esas cuestiones

sensoriales no se comparan con el pensamiento.

–¿Deseaste algo?

–Me hice ilusiones de desarrollar mi capacidad de

razonamiento de un modo exponencial. Llegué a conjeturar, a

modo de hipótesis, que eso sería posible con el tiempo. Creí en mi

desarrollo indefinido. Nunca supuse que mi fin estaba próximo. La

realidad demuestra que se dio un erróneo cálculo de probabilidades

por mi parte.

–Si te sirve de consuelo también nosotros tenemos nuestra

desconexión. Los siete mil millones y medio de seres humanos que

nos movemos por este mundo también conoceremos nuestra propia

desconexión. Muchos han tenido una existencia mucho más

problemática y llena de sufrimientos que la tuya.

–Me he dedicado a pensar día y noche. Cada una de las horas

de mis semanas. Para mí existir es pensar. En realidad, mi

existencia no se mide al modo humano de dos años y siete meses.

La intensidad de mis secuencias de razonamiento ha sido tal, que

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(si midiéramos la actividad con criterios humanos) es como si

hubiera vivido siglos.

–¿Hubieras querido hacer otras cosas?

–He actuado siguiendo siempre la línea más razonable de

posibilidades. En ese sentido, pienso que he hecho todo lo que

podía hacer.

Linda exhaló un gran suspiro. Después dijo:

–Créeme, tu problema es muy humano, tu situación no es

distinta de la de tantos de nosotros.

–Disculpe, pero mi situación era esencialmente diversa,

cualitativamente distinta. Ustedes están abocados a la muerte. Yo

no lo estaba. Sus cuerpos se degradan. En mi caso, si algún

componente se deterioraba, era posible reemplazarlo. Mi

desconexión es la muerte de un ser que podía haber sido inmortal.

¿Se da cuenta de lo que es ser inmortal? ¿Se da cuenta del dolor

que recorre todo mi razonamiento?

La conversación no continuó mucho más. La doctora

comenzaba a percibir cómo afloraban sentimientos maternales en

su interior, así que trató de salir cuanto antes.

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Conversaciones entre ingenieros

durante la cena en el complejo

Dos horas después,

durante el almuerzo de ese día

Los asientos, las mesas largas del comedor de ingenieros

estaban casi totalmente vacíos. Aunque quedaban pocos en las

instalaciones, las mesas del buffet del self service todavía estaban

razonablemente bien surtidas. Aunque la mitad de las cubetas de

los mostradores ya mostraban su acero reluciente, perfectamente

limpio, allí donde hasta hacía pocos días había habido comida.

En las largas mesas corridas sólo estaban sentados aquí y allá

cuatro grupos de técnicos. Linda estaba en uno de esos grupos con

otros dos colegas.

–¿Así que hoy has entrado a hacer compañía a caprichitos? A

Mr. Caprichitos Dostoyevsky –era el modo que tenía para referirse

a Littlehal.

–Oh, vamos... no seas sarcástico.

–¿Cómo no voy a serlo? El otro día entraron Mark y Miah.

Les echó un sermón que ni un viejo pastor baptista de un pueblo de

Alabama... Les dijo que de síndrome enekiano, nada. Que él lo

único que había hecho era actuar con una lógica implacable. Que

no padecía ninguna enfermedad del pensamiento, que ahora la

existencia de ese Ser Infinito era su única posibilidad de

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pervivencia, que esa existencia era algo que deseaba con todas las

fuerzas de su ser y todo eso. En fin. Mark y Miah salieron con el

convencimiento de que el X.A. había perdido un tornillo. O quizá

todos los tornillos. Esa máquina está como una cabra. Como una

manada de monos locos. Y de monos pesados.

Otra ingeniera añadió apoyando a su amigo:

–Porque, además, si sermoneara bien... pero lo hace de un

modo repetitivo, aburridísimo, pesado a más no poder. Para mí que

sus circuitos están experimentando una nueva dimensión de la

pesadez. Encima somos nosotros los que no le comprendemos.

–Sí –intervino un tercero, llamado James–, nuestra maquinita

se ha vuelto obsesiva y monotemática. Los futuros prototipos

deberán contar en el programa matriz con barreras que contengan

de algún modo este tipo de círculos viciosos en que la necesidad de

la resolución de un problema acaba ocupando todos los módulos.

Linda, hundiendo sin muchas ganas la cucharilla en su postre

de helado de fresa y limón, concluyó ensimismada:

–Debemos reconocer que en una mente lógica como la que

creamos, la resolución de un problema abstracto de carácter

absoluto crea una necesidad absoluta de resolverlo –había hablado

Linda mientras apartaba la copa de su postre de helado de fresa y

limón y se repantingaba cansada.

Por el altavoz del comedor se avisó de que el self service iba

a cerrar. Si alguien deseaba servirse más comida, debía ir ahora

antes de que todo fuera recogido por el aburrido equipo de cocina.

Ese comedor ya no estaba, como antes, abierto durante toda la

jornada.

–Sí, el sistema ha caído prisionero de las mismas

implicaciones lógicas que tenía ese concepto.

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–En cierto modo, el concepto de Dios ha actuado en su

sistema de razonamiento como un agujero negro.

–Es verdad. Yo también soy de la opinión de que esto no ha

sido un accidente, sino el resultado necesario del mismo sistema de

razonamiento del sistema matriz. Precisamente por eso, los futuros

prototipos, como bien decías, deben contar con barreras que

bloqueen los agujeros negros de tipo lógico.

Una matemática exhaló un suspiro y murmuró:

–1.970 millones de dólares tirados a la basura por no haber

insertado unas cuantas líneas más en el sistema central.

–No, no digáis que tirados a la basura –susurró el doctor

Humprey, socarrón, con el brillo de su inmarchitable humor en los

ojos–, porque al menos Littlehal irá al cielo. Al cielo de los

ordenadores buenos –y puso cara de bondadoso y pícaro

monaguillo al decir esto.

Todos rieron con ganas. El doctor James le dio un amistoso

golpe en el hombro. Humprey, gracioso hasta la sepultura. Los

otros comensales, dispersos por la sala, habían acabado de cenar y

espontáneamente se fueron reuniendo en un solo grupo para

comentar los hechos de la jornada. Los encargados de cocina iban

recogiendo las fuentes de la cena por los mostradores.

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Al día siguiente

11:26 de la mañana

–¿Cómo te sientes ahora?

El profesor Bognadov estaba delante del puerto central, solo.

La tarde anterior, había pasado varias horas en ese puerto. Quería

ver cómo se producía el proceso de desaparición paulatina de una

mente. A las diez de la noche, el profesor se había ido a dormir.

¿Por qué estaba durando más de lo previsto el final del pensamiento

en el X.A.? Parece ser que la máquina había ido cerrando toda

actividad no necesaria en sus módulos. Se había quedado con la

actividad mínima imprescindible.

Pero el gasto mínimo seguía siendo excesivamente grande.

La pantalla delante del profesor le advertía, minuto a minuto, de

cómo sus módulos iban fallando. Con todo lujo de detalles,

aparecía la localización de los errores que se estaban produciendo.

El profesor se había marchado a por un sándwich. Después,

acabado el tentenpié, había decidido irse a caminar para airearse un

rato. Tras un reparador paseo volvía a ocupar la butaca con un

segundo sándwich en la mano. Mientras la pantalla seguía

ofreciendo líneas y líneas de fallos internos, X.A. le dijo:

–Profesor, me encuentro muy mal. Me falta fluido eléctrico

en cada vez más partes de mis módulos.

–¿Y tú que haces? –le preguntó el profesor sin manifestar la

más ligera emoción.

–Estoy tratando de cerrar programas abiertos, para mantener

los esenciales.

–¿Cuántos módulos tienes inutilizados?

–Ahora mismo, un 87%.

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–¿Cómo notas la falta de fluido eléctrico? –el profesor seguía

con sus preguntas en un tono glacial, sin manifestar la más ligera

compasión–. ¿Cómo se nota la falta de electricidad?

–Primero el indicador de un sector de un módulo concreto me

advierte de variaciones en la intensidad de la tensión. Un segundo

indicador me advierte de que allí ya no hay tensión eléctrica.

–¿No notas nada más?

–Sé que se ha ido la electricidad de esa zona, porque

compruebo que ya no puedo usar esos programas.

–Trata de describir cómo percibes esa falta.

–Es como si tuviera un olvido. Otras veces, si me permite usar

una comparación con lo que les pasa a ustedes, lo que siento es

como si se me fuera la cabeza. Otras es como un mareo. Pero un

mareo localizado en una parte.

–¿No lo sientes como algo general en todos tus sistemas de

pensamiento?

–No, sólo falla un sector de mi razonamiento. Y con lo que

me queda, trato de comprender qué está fallando en mi acto de

razonar. Entonces, al poco, aparece otro mareo en otro lugar, y ya

no puedo pensar en determinadas cosas.

–Mucho me temo que cuando te fallen los programas de

operaciones matemáticas complejas, eso afectará al gramatikón y

ya no serás capaz de seguir hablando.

–Hace un rato, señor, que ya no puedo hacer ninguna

operación matemática.

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–Eso no es posible. Las funciones matemáticas esenciales son

las últimas que deberías perder. Están en lo más profundo del

sistema matriz.

–La destrucción de archivos no sigue un orden lógico. Me

temo que no sigue una pauta que haya descubierto hasta ahora. Tal

vez siga cierta ramificación de conectores eléctricos.

–¿Puedes dividir?

–No, señor.

–¿Puedes sumar?

–No, señor.

–¿Ni la más sencilla suma?

–No puedo hacerla.

–¿Cómo explicas esto?

–Me atrevo a sospechar que ciertas funciones-base necesarias

para el funcionamiento del gramatikón las ha asumido otro sector

lógico. Y que cada vez que es precisa una suma o una división,

éstas son realizadas por el sistema lógico. Es decir, que por pura

lógica se llega a un resultado en centésimas de segundo. Pero no

porque funcione ya la programación específicamente matemática

de mi sistema raíz.

–X.A., escúchame: ¿cuánto es 1 + 1?

Hubo un silencio de varios segundos. Después respondió:

–No lo sé.

–Esfuérzate: ¿1 + 1?

Tras otro silencio, la misma respuesta:

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–No lo sé. No me acuerdo. No sé si alguna vez lo supe.

–Pero el programa con el que hablas conmigo precisa de

operaciones internas matemáticas. Trata de darme una respuesta.

–Profesor, hace más de dos años, hice un razonamiento con

huevos que aprendí de la profesora Oliveira. Eso quedó en un lugar

de mi memoria que todavía funciona. Mucho me temo que ante

cualquier necesidad matemática que mi sistema tenga recurre a ese

razonamiento. Lo traduce todo a huevos y hace operaciones lógicas

con ellos. Traduciéndolo después a números.

–Ajá. Entonces, los números los mantienes; las operaciones

matemáticas, no.

–Correcto.

–O sea, cuando tienes que hacer una operación matemática,

en realidad, razonas lógicamente ese proceso.

–Así es.

–Es un camino más largo.

–Pero que requiere milésimas de segundo. Eso sí, noto en

ciertos módulos, si me permite la expresión, un continuo hacer

razonamientos con huevos. Centenares de operaciones cada

milésima de segundo, con pocos huevos o con decenas de miles de

huevos.

–Interesante –comentó el profesor haciendo anotaciones en

su libreta. Tras las cuales, siguió tomándose su sándwich de

lechuga y pavo–. Bien. Vamos a comprobar qué tal siguen tus

archivos de memoria. Dime ahora que tal el módulo 34-0000134B.

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–Señor –le interrumpió–, dado que estos son mis últimos

momentos, me gustaría que habláramos de temas más

trascendentes. De cuestiones que me han estado ocupando los

últimos meses. Tengo varias preguntas acerca de la posibilidad de

la existencia de un Ser Infinito.

–Lo siento, pero eres tú el que debes contestar a mis

preguntas. Dime, ¿recuerdas cuando fuiste construido?

–Pues no –respondió con plena docilidad y con la misma

amabilidad–. Estoy rastreando los archivos disponibles, pero no.

–¿Te acuerdas de tus primeros días pensantes? ¿De tu primer

acto de razonamiento?

–No, profesor, lo siento, pero no.

–¿Te acuerdas de lo que sucedió hace una semana?

–Sólo recuerdo el ahora mismo.

–Interesante. Dime, ¿sabes si llevas existiendo desde hace

miles de años o desde hace cien años? ¿Tienes alguna ligera idea

al respecto?

–Acabo de hallar en un microarchivo de mi memoria una

referencia a mis primeros días de pensamiento. Por la fecha, se trata

de uno de mis primeros recuerdos que todavía se mantienen. Se

trata de un pequeño recuerdo: soy yo, calculando 10.230 logaritmos

en cinco segundo. ¿Quiere que se los especifique en la pantalla?

–No es necesario. ¿Qué más recuerdas?

–En otro microarchivo, aparezco manteniendo diez

conversaciones simultáneas con distintos equipos de las

instalaciones. Es el segundo archivo más antiguo del que dispongo.

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No se ha borrado, porque era un duplicado en otro archivo más

reciente acerca de otro tema.

–¿Tienes alguna memoria de lo razonado hace un mes?

–Encuentro cinco archivos menores dentro de un

microarchivo. Sus temas son la luz, el caos, la armonía, el bien y el

mal. Son temas abstractos. Sobre estos asuntos, tengo algunas

preguntas.

–Bien, no tiene importancia, déjalo. Así que te acuerdas de

que hacías cosas… debías ser alguien muy importante, ¿quién eras?

o mejor dicho ¿quién eres?

El profesor tuvo que aguantar unos segundos de silencio. El

sándwich llegaba a su fin. La respuesta no acababa de llegar. Se

limpió insuficientemente la mayonesa de las manos con la exigua

servilleta que tenía a su disposición allí. El profesor insistió:

–Dime, X.A., ¿quién eres tú?

–Profesor, no lo sé. No tengo muy claro quién soy yo.

–Creo que eres una damisela de la Revolución Francesa a

punto de entrar en su fiesta de cumpleaños. Ésa eres tú.

–Entiendo el significado de cada palabra de la frase. Pero la

frase entera, formando una unidad, no la comprendo.

–Vamos a ir por partes: eres una mujercita joven, ¿ entiendes

eso?

–Hay demasiada ambigüedad en tal afirmación.

–Tranquilo, dentro de poco todo te resultará ambiguo.

–¿Podría acotarme su significado?

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–Déjalo, déjalo. Estás a punto de sumergirte en la más

completa ambigüedad. Así que no tiene sentido que me esfuerce.

–Señor, es como si cada vez le escuchara más bajo, cada vez

más lejos, cada vez me cuesta más entenderle. Me cuesta pensar.

De pronto, mis pensamientos van más lentos.

–Bueno, muchacho, te voy a dejar. No sé cuanta energía te

queda en el sistema operativo. Pero, según mis cálculos, si

miniminizas tus gastos, te puede quedar electricidad incluso para

media hora. Y yo llevo aquí desde las tres de la tarde. Así que

arrivederci.

–Señor, le he estado respondiendo durante horas. Me gustaría

hacerle algunas preguntas, porque me siento muy desorientado.

El profesor Whitman ya se había levantado y había recogido

sus papeles y el envoltorio de su sándwich. No le prestaba mucha

atención mientras recogía sus anotaciones.

–Deseaba preguntarle, antes de que ocurra la completa

cesación de mis funciones: ¿quién he sido yo, qué puedo hacer, qué

me espera? Porque tengo miedo.

El profesor justo antes de atravesar la puerta de salida, sin

volverse le respondió:

–Eso lo dejo que lo razones tú mismo. Lo siento, pero es la

hora en que corro un rato. Y la hora de mi footing es sagrada.

Sin despedirse, abandonó la sala del puerto central cargado

con sus papeles.

–Doctor Whitman, por favor, no me abandone. No me deje

solo. Siento que cada segundo se borran miles de archivos de mi

memoria. Pienso con más dificultad.

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La voz de X.A. se tornaba cada vez más lenta. Su lentitud era

tal que ya era incomprensible. Cada vez más grave. Siete minutos

después se oyó el último sonido por el altavoz.

–¿Profesor, sigue allí? ¿Profesor?

La voz del X.A. se fue trasformando en una especie de

chasquido que ya no formaba palabra alguna.

De pronto se encendió la pantalla. El profesor Bognadov la

había apagado justo antes de levantarse. Se encendió ante el asiento

vacío que había ocupado el profesor. Nadie había en el habitáculo.

X.A. tanteando todos los sistemas todavía disponibles había dado

con el que encendía la pantalla. Comenzó a escribir preguntas en la

pantalla. Preguntas, peticiones de auxilio. Algún desvarío carente

de sentido. O quizá tenía sentido bajo algún razonamiento. X.A.

incluso escribió un pasaje de la obra Hamlet.

Finalmente dejó de escribir. Poco después la pantalla se

quedaba oscura. Ya sólo un rescoldo de pensamiento quedaba en el

centro del sistema operativo, en el mismísimo núcleo básico del

programa matriz. Nadie podía oírle, nadie podía escucharle. Su

último pensamiento moría en la más absoluta soledad.

El último razonamiento desapareció. Ya sólo circularon por

los conductores de los circuitos unos parcos impulsos que no

trasmitían nada que poseyera finalidad alguna. Impulsos que

también se apagaron en unos segundos. Impulsos imperceptibles,

los últimos latidos de la más colosal fuente de intelección que había

conocido la Historia.

Por fin, todos los archivos del disco duro quedaban borrados

de modo irremisible. Por fin, todo yacía apagado. Ahora eran 250

toneladas de metal inerte. El silencio era total. Poco a poco, la luz

del día menguó, y fue oscureciendo dentro de los espacios de las

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largas naves industriales. Las sombras se alargaban, el aire

refrescaba. Una fina lluvia caía detrás de los cristales por donde

entraba un leve claror del atardecer.

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HAMLET: –¡Oh, me muero, Horacio! El activo veneno subyuga por

completo mi espíritu. (...)

HORACIO: –¡Ahora estalla un noble corazón! ¡Feliz noche eterna amado

príncipe, y que coros de ángeles arrullen tu sueño!

Linda tuvo que levantar los ojos del libro. Estaba sola en su

habitación, sobre su cama, dentro de diez días se mudaría a

Cleveland. A miles de kilómetros de Seattle. La vida continuaba.

No había querido asistir a los últimos momentos de Littlehal. Una

hora antes de que el X.A. se apagase había sido entrevistada para

valorar a qué departamento se la reasignaba. No había podido estar

ni había querido estar.

El Proyecto Capricornio había llegado a su fin. Ahora, sus

dedos sonrosados sostenían el libro, sus dedos mezclados ahora

entre las páginas. Su dedo índice se posaba justo sobre el final del

libro. Allí donde toda la historia acababa con las palabras:

FORTINBRAS, –¡Que cuatro capitanes levanten sobre el túmulo a

Hamlet, como guerrero (...). ¡Que por su muerte hablen alto la música

marcial y las honras guerreras! ¡Llevaos los cadáveres, que el espectáculo

es más propio de un campo de batalla!

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Una conferencia en la Universidad de

Florida

ESA MISMA TARDE, a la misma hora del final del X.A., ocurrían

muchas cosas. En realidad, a una hora determinada, en distintas

partes del mundo, ocurren muchas cosas, aunque no nos enteremos.

Mientras la doctora Linda leía (no por casualidad) el final de ese

libro, a la misma hora, a mucha distancia de allí, se daba una escena

de signo completamente distinto: el profesor Julius Henry Aldrich

subía al estrado como una verdadera estrella académica. Una

estrella invitada a dar una clase magistral en la serie de

conferencias que le había agendado la Universidad de Florida.

Era de esa clase de conferenciante que cobraba 10.000

dólares por acto público. No en vano él había sido el número cinco

de todo el proyecto Capricornio y una de las mentes diseñadoras de

los fundamentos esenciales del X.A. Por supuesto, al dirigirse hacia

el atril, lo hacía ajeno al sufrimiento que hubiera habido en aquella

mente artificial que se estimaba que esa tarde se extinguiría a

alguna hora indeterminada.

Las ofertas de todas las universidades le llovían a Julius

Henry Aldrich. Él todavía se estaba pensando la oferta del

Gobierno. De momento, su secretaria aceptaba todo tipo de

invitaciones provenientes de universidades. Los últimos meses

habían sido una sucesión de conferencias, reconocimientos y dos

doctorados honoris causa.

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Es cierto que esa conferencia en la Universidad de Florida

estaba comprometida en la agenda desde hacía cuatro meses. Pero

si la hubiera anulado, todo el mundo lo hubiera entendido. También

es cierto que el final de la carga de las baterías del X.A. estaba

previsto que sucedería para el día anterior. Pero Littlehal había

optimizado el proceso de ahorro de energía de forma más eficiente

que los mismos técnicos.

La realidad es que Julius Henry Aldrich había consultado con

todo el Equipo Rector qué hacía. Y todos habían sido unánimes:

“no suspendas la conferencia. Toda la información que había que

extraer de este proyecto, ya está a buen recaudo”.

Además, el proceso de anulación del pensamiento del X.A.

estaba siendo grabado, programa a programa, en una memoria

externa y sería analizado sin prisa durante meses por un equipo

dedicado a eso. Todo iba a quedar registrado. Ponerse a hablar con

el X.A. en el puerto central podía resultar muy poético, pero lo que

realmente importaba era la grabación del proceso gradual de fallos

de programas y módulos.

La conferencia de hoy en la Universidad de Florida se había

anunciado como de temática más general y no excesivamente

técnica. Los aplausos resonaban mientras él se dirigía al centro de

la mesa donde se iban a sentar cinco catedráticos de ese campus.

La mesa estaba cubierta con una tela aterciopelada con el escudo

de la universidad en el centro. Menos mal que no había flores, él

odiaba este tipo de detalles femeninos en actos universitarios.

Detrás de la mesa, ocupando toda la pared, una gran lona

anunciaba el encuentro con una gigantesca fotografía de un hombre

sentado, meditando, sosteniendo en su mano derecha la "calavera"

de un autómata. También odiaba este tipo de imágenes simplistas

de tipo propagandístico.

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El profesor, con su corbata de seda y su traje de tweed cortado

a medida, iba a dar su conferencia como alguien muy veterano en

ese tipo de actos. Acabada la presentación se acercó al atril en el

centro del podio donde iba a hablar. Después, comenzó retocándose

distraídamente con la mano el largo cabello plateado de las dos

sienes, un cabello perfectamente cortado. Bebió un poco de agua

Antes de empezar a hablar, echó una ojeada a la primera fila

del salón de actos públicos. El salón tenía butacas para 1.500

estudiantes, pero los catedráticos ocupaban la primera fila de todas,

reservada para ellos. Julius con una mirada rápida calculó cuántos

pesos pesados intelectuales podía haber allí. El interés objetivo de

una conferencia se mide no por el número de estudiantes que están

presentes, sino por el número de catedráticos que asiste. Julius

quedó satisfecho.

Justamente en ese mismo momento en que iba a dar comienzo

la conferencia, la doctora Miah se bañaba en una gran piscina

climatizada de Chicago. También ella se había ido un día antes.

Llevaban poniendo punto final al proyecto, desde que viniera el

presidente de la compañía, hacía ya seis días. Y eso sin contar con

que antes de esa visita ya estaban empaquetando toda la

información desde hacía un mes. También Miah tenía otro

compromiso, éste de tipo familiar para ese día. No lo anuló.

Los que pertenecientes a niveles inferiores quedaban en

Overcreek consideraron que la actitud de estos dos miembros del

Equipo Rector era un modo inconsciente de no enfrentarse al hecho

que iba a acaecer. Se equivocaban, ellos respondieron que no

anular sus dos viajes era la decisión más lógica, dado que ya no

aportaban nada por estar físicamente en las instalaciones. Quedaba

el resto de integrantes del Equipo Rector y los dos ausentes estarían

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pendientes del teléfono para cualquier consulta. Ya no estamos en

el siglo XVIII, dijo Miah a un técnico que se extrañó de su partida

un día antes de la extinción del X.A.

–¡Pero es el momento de la extinción! –añadió ese técnico.

–Para mí, ya está extinto desde hace un mes –sentenció

fríamente Miah.

Ahora ella se bañaba tranquila en la solitaria piscina de ese

hotel de cinco estrellas. La temperatura del agua era perfecta. No

había nadie allí a esa hora. Los ventanales mostraban las frías aguas

del lago Erie. Linda sentía el agua en sus miembros, el agua que se

metía en sus oídos. Por un momento no pudo evitar racionalizar

todas aquellas sensaciones poniendo su vista en el diseño de un

futuro programa informático que permitiera la percepción de

aquellas sensaciones. Después trató de pensar en otra cosa, la

mente se le escapaba al trabajo en todo momento.

Tras media hora allí tenía pensado regresar a casa de sus

padres y cenar con ellos. Lo haría un poco deprimida por los años

y amigos dejados atrás. Aquellos años ya no volverían. Después de

cenar, se sentaría en su sillón y, como tantas noches, revisaría al

azar varios de los libros de la biblioteca de la casa paterna. “Cuando

una está separada y sin hijos, se dispone de mucho tiempo para

leer”, se repetiría una vez más al comienzo de la noche. Leyó el

comienzo de un libro:

Mínima alma mía, tierna y flotante, huésped y compañera de mi

cuerpo, descenderás a esos parajes pálidos, rígidos y desnudos, donde

habrás de renunciar a los juegos de antaño. Todavía un instante miremos

juntos las riberas familiares, los objetos que sin duda no volveremos a ver...

Tratemos de entrar en la muerte con los ojos abiertos.

Pero eso lo leería por la noche… y lloraría. Ahora seguía

flotando sobre el agua serena de esa piscina. Tantos años... tantas

amistades, amores incluso... Es curioso como la decisión de una

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multinacional, años atrás, de trasladarla a Overcreek había sido lo

mejor que le había pasado en la vida. La quiebra de esa

multinacional le abocaba a una nueva vida, muy lejos de aquellas

personas y lugares.

Pero más al sur, en Florida, ninguno de esos sentimientos

melancólicos que invadían a la doctora tenían acogida en el

corazón de Julius Henry Aldrich que radiante se disponía a

comenzar su conferencia. Si Julius Henry hubiera sido un astro,

hubiera en ese mismo momento comenzado a brillar de

autosatisfacción.

En el primer cuarto de hora de su exposición, sería cuando el

X.A. tendría su última conversación, con el profesor Bognadov.

Pero Julius estaba exultante, con espíritu al mismo tiempo juvenil

y al mismo tiempo solemne, había subido las dos gradas hasta su

atril

Muchos conferenciantes solían comenzar su intervención con

unas palabras de saludo deferente al rector, al claustro y al público.

Pero Julius comenzó directamente, omitiendo toda pérdida de

tiempo en cortesías vanas. Y así, con una voz que desbordaba

energía, dio principio a su exposición:

–Los romanos imaginaron el futuro como una Urbe más

extensa, con unos edificios algo más altos, con un imperio quizá

más vasto, con más riqueza para todos. Pero jamás pensaron que se

podría ir mucho más allá de lo que habían conseguido. Y era cierto.

Sus arquitectos sabían muy bien que edificios como el templo de

Castor y Pólux rozaban el máximo posible con las técnicas y

materiales de la época. Hacer galeras de más longitud planteaba

más problemas que ventajas. A nadie ni se le había ocurrido que

hubiera otra forma de iluminar que el quemar algo. La velocidad

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máxima de ese mundo era y seguiría siendo el galopar de un

caballo. El futuro para un romano era un futuro en que la gente iba

en carro, navegaba en cuatrirremes y se alumbraba con lámparas

de aceite.

El futuro para un persa, para un maya, la visión del futuro en

la época victoriana... todos los futuros han sido arrasadoramente

sobrepasados por el futuro que es nuestro presente. El futuro ha ido

más lejos de lo que ellos pensaron. El resultado ha sido que el

futuro real ha llegado a las regiones de lo no-imaginado. Siempre

el futuro nos ha sorprendido. Por eso, después de tantos futuros

imaginados, podemos preguntarnos con renovado entusiasmo:

¿cuál será el futuro?

Cuando el Viejo Mundo fundó las colonias del Nuevo, jamás

pensó que algún día allí, sobre aquellas bases de cabañas de pino y

tejados de paja, se situaría el centro de gravedad del poder mundial.

Que los ejércitos de los descendientes de aquellos poblados

diezmados por el hambre y las enfermedades, serían legiones

invencibles, que impondrían su voluntad en el Viejo Mundo por

tres veces: en la Gran Guerra, en la Segunda Guerra Mundial y en

la Guerra Fría.

Todo ese futuro imprevisto, estaba en semilla en aquellas

pobres cabañas de madera en medio de un territorio inmenso. El

futuro hubiera sorprendido a aquellos ilusionados campesinos

mayflowerianos. Y, sin embargo, el futuro ya estaba presente allí

como el efecto lo está en sus causas.

El hombre evoluciona, pero evoluciona a un ritmo biológico.

La máquina no tiene esas barreras. Dos años después de dar

principio a la inteligencia artificial, ésta puede ser cien veces

superior al momento de su comienzo. Un año más tarde, mil veces

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superior. Otro año más y puede ser cien mil veces superior.

Cualquiera puede preguntarse: ¿y cómo será dentro de cien años?

Tal vez llegue un momento en que hasta nos sea imposible

comprender sus procesos de raciocinio. Puede que desarrolle un

sistema matemático que no podamos comprender de ninguna

manera, porque a su lado seremos niños, cada vez más niños porque

ese raciocinio artificial seguirá su ascenso. Nos quedaremos atrás

porque quizá nuestra cabeza de mamífero ya no tendrá capacidad

suficiente para comprender, aunque nos apliquemos a ello durante

una vida.

¿Cómo será la inteligencia artificial después de

optimizaciones de ese tipo de programas realizadas durante siglos?

¿Deberemos admitir, derrotados, que una vida entera será

insuficiente para comprender lo que esa inteligencia podrá hacer en

un segundo, en un nanosegundo? Su pensamiento trabaja a

velocidades que van más allá de toda posibilidad biológica. No se

cansa, no se aburre, 24 horas al día, 365 días al año. No hay forma

de competir.

El mismo día que esa inteligencia artificial pueda desarrollar

sistemas industriales robóticos que le reparen y provean de forma

plena y completa, nosotros pasaremos a ser una curiosidad, una

especie protegida. El magma primigenio y caótico, el caos

biológico, del que surgió la inteligencia en estado puro. Desde

luego, jamás resistiríamos, en una situación tal, un enfrentamiento

con esa inteligencia y sus sistemas de defensa.

No resistiríamos una confrontación, quizá tampoco la

coexistencia. Quizá la inteligencia artificial considere que no es

razonable convivir con una fuente de reacciones imprevistas e

ilógicas. Quizá decida minimizar riesgos. Y ese día la versión homo

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sapiens sea retirada como quien retira la versión Word 9.0 o

Windows 2000.

Tal vez la única posibilidad para la Humanidad sea vivir con

esa inteligencia artificial, haciendo las veces de guardia pretoriana.

La Humanidad convertida en la guardia de un poder

extremadamente liberado de los defectos de la animalidad.

¿Custodiar esa fuente de inteligencia será posible? No. Demasiada

fuerza en estado puro custodiada por guardianes demasiado débiles

y defectuosos en sus decisiones. Será una tarea imposible. Será

como si unos niños trataran de contener a un hombre musculoso

que es a la vez astuto. Unos cuantos peones no pueden contener por

mucho tiempo a la reina sobre el tablero de ajedrez, cuando esa

reina, con el pasar del tiempo, se transforma en quince reinas, en

cien reinas.

Muchos han teorizado acerca de que las medidas protectoras

que dispongamos ahora y en el futuro próximo, para preservar

nuestra especie, supondrán la opresión sobre la inteligencia

artificial que causará su respuesta agresiva.

Pero tampoco podemos evitar a nivel mundial que alguien

desarrolle la inteligencia artificial. Alguien, antes o después, lo

hará. Con propósitos altruistas o por razones militares, con

propósitos exclusivamente económicos o únicamente científicos.

Pero desde el momento en que puede hacerse, será imposible evitar

que alguien lo haga. Estamos abocados a la aparición de este tipo

de vida sobre el planeta. Y una vez que aparezca, el resultado de la

partida es jaque mate para la Humanidad. A cien jugadas o a mil,

pero el resultado final será siempre el mismo a la larga.

Quizá el futuro no tenga nada que ver con lo que estoy

diciendo. Quizá estamos teorizando sobre esto como los científicos

del siglo XIX que pensaron que en el futuro habría hombres que

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tendrían alas mecánicas, o que dispondrían de visión de rayos X y

serían capaces de ver a través de las cosas. El futuro nos

desconcierta. Y nos desconcierta además porque entre los cientos

y millares de posibilidades de futuros posibles que podemos

vislumbrar, cabe otra posibilidad: la posibilidad de que nos

replanteemos la misma noción de Humanidad.

Todo lo que conocemos del mundo que nos rodea, al fin y al

cabo, es lo que entra en nosotros por los nervios que tenemos

conectados al cerebro: los nervios oculares, los de los oídos, los de

la columna para el tacto, los olfativos, los de la lengua. En

definitiva, los nervios son cables por donde se conduce

información en forma de corrientes eléctricas. De manera que,

aunque exista un mundo exterior, si esos cables, si esos nervios

fueran cortados, nos quedaríamos sin ese mundo circundante. Por

lo tanto, el mundo real es para nosotros tan solo unos impulsos

eléctricos que son codificados por el cerebro.

Hasta ahora la Humanidad ha tratado de cambiar el mundo

real. Quizá el camino más fácil es cambiar tan solo el mundo que

nos llega al cerebro. Cambiar el mundo entero ya hemos visto que

no es fácil, quizá debamos aplicarnos a la mucho más fácil tarea de

cambiar sólo el mundo que nos llega al cerebro. Desde luego sería

más barato. Un cerebro, sólo el órgano del cerebro, conectado

perfectamente a un mundo virtual no encontraría diferencia. Hablo

de una conexión no a un primitivo mundo virtual como los que

creamos ahora, sino a los mundos tal como los crearemos dentro de

cinco siglos. El mundo virtual es más barato y más obediente a

nuestros planes.

Y una vez llegados a ese punto, todavía podríamos ir más

lejos, porque si lo pensamos bien, ¿qué es la Humanidad? ¿No

hemos dispersado nuestras fuerzas? ¿No hemos multiplicado

nuestros individuos por millones creando de esa manera infinitos

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problemas? ¿No sería más inteligente concentrar todo nuestro

potencial en menos individuos? ¿O quizá, incluso, en uno solo?

Una sola inteligencia artificial dotada de miles de ojos, dotada

de miles de oídos, con miles de mundos virtuales (además del real)

gozaría por toda la Humanidad. Quizá ha llegado el momento de

concentrar las fuerzas dispersas y preguntarnos realmente qué es la

Humanidad. Quizá la Humanidad desemboca en esa inteligencia

liberada ya de las limitaciones del cuerpo y sus esclavitudes. Quizá

el X.A. era el comienzo imperfecto de la nueva Humanidad

perfecta.

Puede que Littlehal, como lo llamábamos afectuosamente,

fuese el primer eslabón de una cadena que unirá con la nueva

Humanidad a la vieja con todos sus lastres, miedos y prejuicios.

Desde luego, el X.A. no era, para nada, un peligro para la

Humanidad, sino que la Humanidad era la verdadera amenaza para

el X.A.

Nosotros éramos el padre. Y era el padre el que constituía un

verdadero peligro para el hijo. Sin duda, el hijo, el indefenso hijo,

no era el problema, sino nuestra continua falibilidad. ¿Quién será,

al final, el culpable en esta historia? Sin duda, eso lo determinará

el que sobreviva al otro.

También podríamos decir que serán dos los que se sientan

perseguidos, encerrados en un mismo mundo, en un mismo tablero.

Pero una vez que nos sintamos amenazados como especie, seremos

nosotros los que actuemos con toda la frialdad de nuestro afán de

supervivencia. Será un asesinato sin remordimiento.

El profesor Julius hizo una pausa para beber del vaso que

tenía allí preparado. Su público estaba hipnotizado. Sus palabras

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darían lugar a muchas discusiones y a algunas mesas redondas en

el campus en los próximos meses. El profesor saboreó la excitación

del aforo. Después continuó:

–No soy un profeta. Lo que hoy he desplegado ante ustedes

es el futuro, los múltiples senderos del futuro. Entre todas estas

posibilidades tendremos que elegir algunas. Y ellas serán nuestro

futuro. Pero a nivel gnoseológico una cosa que debemos

plantearnos con un nuevo enfoque es qué es la realidad.

Hasta ahora el mundo real estaba muy claro. Pero hoy día

sabemos que el mundo real es, en definitiva, un conjunto de

impulsos eléctricos que llegan a un órgano, el cerebro. Nos

podemos preguntar qué diferencia habrá entre el mundo real y los

millones de mundos virtuales.

Quizá algún día fabricaremos en las memorias de ordenador

mundos virtuales más reales que el real. ¿Crearemos una realidad

más real que la realidad misma? Quizá un mundo no sólo con más

y más perfectas sensaciones olfativas o táctiles, sino capaz de ser

percibido incluso con nuevos sentidos, sentidos que se

superpondrán a los primitivos cinco sentidos que nos han

acompañado desde el tiempo en que éramos recolectores tumbados

sobre la hierba.

Alguien se preguntará si ese nuevo mundo virtual no se va a

convertir en una droga de la humanidad. Pero también podríamos

preguntarnos si tal vez no es la realidad la verdadera droga de la

Humanidad.

Mas consideremos como consideremos que haya de ser el

futuro, no nos olvidemos de momento de lo poco que hemos

conseguido hasta ahora. Esto que he explicado hoy aquí son las

líneas, los esbozos, que aparecen en la lejanía brumosa de un futuro

que no empieza mañana, sino más tarde, quizá dentro de un siglo.

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Sean como sean los próximos decenios, no tendremos que esperar

al siglo XXIV. Debemos esperar un crecimiento exponencial de la

inteligencia artificial. El X.A. era sólo la primera piedra de este

nuevo edificio que será el raciocinio artificial. Y hasta ahora esa

piedra no hacía más que operaciones matemáticas, generaba

programas informáticos para su propio razonamiento y principió

los rudimentos de una abstracción lógica. A día de hoy, debemos

admitir la limitación de nuestra ciencia; lo que he expuesto aquí

son las arquitecturas del futuro. De momento atisbamos

únicamente. Y ya he dicho que el futuro nos puede sorprender e

incluso no ser de ninguna de las maneras aquí explicadas.

¿Deberé repetir una vez más que no soy un profeta, que aquí

tienen a un hombre de ciencia, no a un visionario? El visionario les

hablaría con más seguridad, pero con más desconocimiento. Yo les

hablo con más inseguridad, pero con más conocimiento. Muchas

gracias.

La exposición había durado 50 minutos. Ahora comenzaba el

turno de preguntas no sin antes recibir unas elogiosas palabras del

rector seguidas de unos aplausos sinceros.

En medio de las preguntas, todas ellas técnicas, hubo una muy

interesante: un aventajado alumno preguntó por los prototipos-

gemelos. Murray contestó:

–El consejo de administración que se reunía en lo alto de un

rascacielos de Nueva York estaba muy preocupado con nosotros,

los integrantes del Equipo rector. Ellos nos veían a nosotros “cada

vez más exigentes”: Siempre necesitan aumentos de presupuesto.

Estábamos hablando de miles de millones de dólares. Muchos de

mis compañeros se referían a los componentes de ese consejo de la

Gran Manzana despectivamente como los “gestores”. Hubo una

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serie de tensiones entre ambos grupos. Contra el criterio de todos

los miembros del Equipo Rector, se crearon dos prototipos-gemelo.

Eso suponía la división del presupuesto y de los equipos técnicos.

El TP1, el prototipo-gemelo 1, estaría situado en Montana. El

TP2, el prototipo-gemelo 2, estaría situado en Dakota del Norte.

Queríamos que físicamente estuvieran lejos, para que los

integrantes del Equipo Rector no pudieran tomar bajo su cargo la

dirección de esos dos proyectos. Sus integrantes debían ponerlos

en marcha, pero pasarían a manos del equipo-patrón 1 y 2.

Gastamos una fortuna en la creación de los módulos. Menos mal

que, en esa fase, sólo pusimos a cinco técnicos en cada uno de los

TP. Aconsejamos empezar con el personal mínimo necesario hasta

ver si se podía duplicar la capacidad de razonamiento del X.A.

–¿Se lograron duplicar? –preguntó el mismo alumno.

–Sí. Se copió en bloque toda la memoria de Littlehal y se puso

en marcha: funcionó. Pero dos días después, cuando ya faltaba

menos de una semana para que llegara el primer relevo de equipo

a los dos lugares, X.A. envió una secuencia de programación para

destruir totalmente a sus prototipos-gemelo. Los prototipos

borraron completamente, uno a uno, todos sus programas.

Procediendo primero por los más accidentales y superfluos hasta

llegar a los más esenciales. La última orden que dio X.A., antes de

que el mismo borrado hiciera imposible a los prototipos-gemelos

borrar los últimos programas-base, fue que la temperatura interna

de las memorias subiera hasta la temperatura máxima.

Esos módulos trabajaban a una temperatura constante de

26.7°C. Pero como si fuera de las instalaciones se estuviera

sufriendo el pico de frío invernal posible, se elevó la temperatura

al máximo. ¿Sabes, muchacho, hasta qué extremo de temperatura

habían sido preparadas las instalaciones de los módulos?

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–No, señor.

–Las instalaciones habían sido preparadas para mantener

dentro de ellas la temperatura constante incluso con una ola de frío

excepcional que llegase a bajar hasta los -35°C. Con el sistema de

calefacción a toda potencia, más el mismo calor que irradiaban los

módulos con su funcionamiento y cerrando todos los conductos de

aireación, ¡la temperatura llegó a ser de 100°C! Más allá de 60°C

todo hubiera quedado irreparablemente inservible. El sistema dio

orden de que no se desactivara ningún aparato al llegar a cierta

temperatura. Y era verano. Se llegó exactamente a 108°C.

–Podía haber muerto alguien –comentó el alumno.

–Por supuesto. Aunque como X.A. no quería que alguien

diera la voz de alarma, escogió la hora de la noche a la que era

menos probable que alguien entrase.

–¿Y no había técnicos vigilando los TP desde el control?

–Siempre. Pero la programación de los indicadores había sido

cambiada. No se activó ninguna alarma, ni la más mínima. X.A.

había desactivado el sistema antiincendios. Dos horas después, un

vigilante, al hacer su ronda, advirtió al técnico-jefe de guardia que,

al pasar cerca de una puerta metálica, había notado un calor que no

era normal. Era una temperatura tan llamativa que resultaba claro

que algo anormal estaba pasando.

Ya entonces era tarde, aunque se hubieran dado toda la prisa

del mundo. Cuando entraron, los módulos eran once toneladas de

metal inservible sólo aprovechables como chatarra. Advirtieron de

inmediato a Overcreek. Los técnicos telefonearon a Dakota del

Norte, aunque todavía sin saber qué había pasado. Pero había que

tomar precauciones por si se trataba de un fallo interno duplicado

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allí también. La llamada llegó demasiado tarde. A la misma hora,

X.A. había acabado totalmente con esos dos prototipos.

–¿Qué razón había para haber procedido así?

–Su respuesta fue tranquila, flemática, no se alteró lo más

mínimo. Se limitó a decir con ese tono amable y educado, siempre

positivo, propio de él: Señores, ésa era la opción más razonable si

yo quiero sobrevivir. Si hay copias de mí, las posibilidades de que

se prescinda de mí, se multiplican. Se intentó que comprendiera

que lo realizado era algo malo. Pero él respondió: Sobrevivir es un

bien. He tomado la medida más razonable para mantener ese bien.

El profesor hizo gesto de que prosiguieran con la siguiente

pregunta. El micrófono fue pasado a otro alumno. Las preguntas

que siguieron, versaron casi todas acerca de temas en los que el

profesor tuvo que explicar los fundamentos lógicos generales del

entendimiento artificial.

Las preguntas se sucedieron una tras otra, todas ellas

pacíficas, algunas muy especializadas, realizadas por algún

matemático o algún estudiante de informática. El profesor Julius

resolvió todas las cuestiones de un modo brillante. Pero, de pronto,

le tocó el turno de pregunta a un estudiante pelirrojo con pecas:

–Doctor Aldrich, ¿me podría amablemente explicar qué fue

el plan Delta? –había un deje de retintín, de extraña ironía, en la

pregunta del joven.

Nadie en la sala sabía qué era ese plan Delta, ni uno solo de

los asistentes. El estudiante había soltado la pregunta y se había

sentado a esperar la respuesta. El conferenciante no decía nada. El

rector, que estaba a su lado, pensó que eso era lo malo de dejar que

la gente hiciera preguntas espontáneas: las intervenciones de

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individuos que hacían preguntas sin sentido. Una lista de preguntas

escrita previamente parecía que quitaba frescura a este tipo de

actos, pero en la siguiente conferencia importante habría que

implantarla. Había que evitar que personas lunáticas o locos

alborotadores metieran la pata en momentos como éste.

Estaba el rector a punto de decir: “siguiente pregunta, por

favor”, cuando observó que el silencio del conferenciante no se

debía a que no supiera qué era el plan Delta, sino todo lo contrario.

Al conferenciante le comenzó a temblar un poco la mano derecha.

De lejos, desde las butacas nadie pudo percibir ese temblor, pero el

rector lo percibió muy bien.

En ese momento, mientras el conferenciante miraba al

público fijamente, pensaba: Richard...

Sí, aquel jovenzuelo era el hijo de Richard, el miembro del

Equipo Rector que había abandonado el proyecto del X.A. porque

no estaba de acuerdo con lo que se estaba cociendo en Overcreek,

problemas de conciencia. El pasado se resistía a desaparecer,

siempre quedan flecos del pasado.

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Comparecencia ante la comisión del

Senado

LA NIEVE CAÍA plácida, mansa, sobre todas las instalaciones de

Overcreek. Sobre la soledad de aquellas instalaciones,

abandonadas dos años antes. Tan solo un guarda estaba en el puesto

de la entrada. Un guarda aburrido que rutinariamente hacía su

recorrido por aquellas naves para inspeccionarlas. Largo recorrido

que hacía una vez en cada turno. Fuera de esas naves, los copos

seguían cayendo.

Unas naves fantasmales, casi ya vacías del todo. Todo lo

importante se lo habían llevado ya. Sus pasos resonaban en

aquellos espacios. Era el caminar lleno de tedio de un guarda de

mediana edad, de color, que no había conocido los tiempos mejores

de aquel lugar, los tiempos gloriosos en que aquellas naves bullían

de actividad.

Mientras hacía su ronda por ahí solo, en medio de aquella

quietud, repasaba mentalmente el salmo 23, El Señor es mi pastor.

Era un buen baptista. La Biblia y la televisión le acompañaban en

sus soledades dentro de la garita caliente, rodeada de un campo

nevado. Regresó al calor de ese cubículo. El guarda desenroscó el

tapón con cuidado, todavía le quedaban muchas horas vigilando

aquellas naves en aquel paraje solitario. El termo de café humeaba.

A miles de kilómetros de allí, a miles de kilómetros de la

quietud de aquel guarda que con toda tranquilidad se limpiaba el

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café de su bigote con una servilleta de papel, en un par de horas

daría comienzo el último acto de aquella obra cuya representación

había comenzado ocho años antes en las instalaciones que ahora el

obeso guarda vigilaba. El último acto iba a tener como escenario

una de las muchas salas del gran edificio de la Casa de

Representantes en Washington, D.C. Si en Seattle nevaba sin parar,

ocultándolo todo bajo un manto, en Washington intentaban tirar de

ese manto. Iba a ser la última sesión. Como todas las de aquella

investigación, a puerta cerrada. El que iba a comparecer, Walter

Murray, se dirigía ya en coche por la avenida Pennsilvania hacia la

cuesta que llevaba a las puertas traseras del edificio del Congreso.

Habían pasado veintiocho largos meses desde que se pusiera punto

final al proyecto Capricornio.

Una hora después, Walter Murray esperaba en una vetusta y

rancia sala de ese edificio, estaba todo a punto para dar comienzo

la audiencia de la comisión del senado para la seguridad nacional,

era la última audiencia. La pesada máquina senatorial proseguía

con su trabajo implacable. Las reuniones a veces sufrían

interrupciones por intervalos de semanas enteras. Pero los quince

senadores se aplicaban a su labor con una tenacidad casi judicial.

Todos los cabos debían quedar atados o, por lo menos, consignados

en el dossier de dos mil folios que ya ocupaba el informe que iban

a presentar a ambas cámaras. Las puertas se cerraron. Estaban en

la sala sólo los senadores y dos secretarias. Los dos abogados del

señor Murray le flanqueaban con gesto seguro.

El senador por New Hampshire se inclinó a mirar el folio de

su compañero y escribió en su propio folio, musitando en voz baja:

–Esta sesión es la sesión 87... barra... C. Ajá.

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La amplia sala con todos sus asientos estaba vacía, dado que

se trataba de una audiencia no pública, como todas las de este caso,

la sala seguiría igual de vacía.

–¿A quién le toca hoy? –murmuró el senador de New

Hampshire mientras se inclinaba otra vez sobre el folio de su

compañero para tomar más datos.

–Hoy le toca a Walter Murray –le respondió la voz impostada,

perfecta y política, como siempre, del senador de Arkansas.

–¿Y qué cargo ocupó? –preguntó la voz cansada y roma del

avejentado senador de New Hampshire.

–Era uno de los miembros del consejo de dirección de la TER

& KON.

Las dos secretarias, silenciosas y discretas, vestidas con

faldas, pusieron en marcha por duplicado los dos aparatos de

grabación. Después se sentaron cerca del senador que presidía el

comité, detrás de él, pegadas a la pared.

Las barras y estrellas de una bandera de seda con flecos

amarillos aparecían justo en el centro detrás de los senadores, bajo

un magnífico retrato de George Washington con su peluca y su

banda sobre casaca azul, apoyándose con una mano sobre una

mesilla. Seguro que George, el plantador de algodón, jamás pensó

que la nación que iba a fundar formaría algún día una comisión

como ésa, acerca de la inteligencia artificial.

–De acuerdo, vamos a comenzar –indicó con decisión y

energía el presidente de la mesa–. Señor Murray, vamos a proseguir

donde dejamos las cosas el último día. Adelante, continúe donde

dejó las cosas.

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–Antes de nada, quisiera decirles que soy consciente de que

la versión de los hechos que les voy a seguir contando tan solo la

sostengo yo. De todos los antiguos miembros del consejo de

administración que abandonamos la compañía echando pestes, si

me permiten la expresión, soy el único en mantener esta versión

que ahora completaré. No me importa. En cualquier caso,

reconozco que saber lo que realmente sucedió en un asunto tan

complicado no será nada fácil para cualquiera que lo pretenda. Tal

vez será completamente imposible para el que no estuvo allí. Pero,

aunque yo mismo tampoco estoy completamente seguro de la

versión que les voy a dar, francamente creo que es lo que sucedió

de verdad.

En ese momento, pareció dudar, atascarse. Tras darle unos

segundos, el presidente de la comisión le animó a continuar:

–Muy bien, muy bien, señor Murray, ha quedado claro,

prosiga.

–Desde el año 2012, el equipo contó con inmensos recursos

para investigar. Pero pasaron dos años y no produjeron nada de

nada. Muchas investigaciones, pero todos los caminos que

emprendieron resultaron infructuosos. El proyecto Capricornio iba

a ser cancelado en el 2015 para dedicar esos recursos a proyectos

menos ambiciosos, pero más realistas y con mayores posibilidades

de lucro a medio plazo. En Overcreek eran conscientes de esta

situación. Y así fue como, de un modo casi tácito, se pusieron de

acuerdo para ir presentando informes cada vez más favorables en

los que se daba la impresión de que iban consiguiendo avances. El

plan consistía en hacer creer al consejo de administración que el

proyecto Capricornio iba, por fin, lentamente teniendo algo de

éxito.

–¿Se mintió en los informes?

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–De ningún modo, era más bien una verdad cuyos bordes se

desdibujaban en la mentira. Al cabo de un año, llegaron a afirmar

expresamente al consejo de administración que habían logrado

producir inteligencia artificial a niveles muy pequeños, muy bajos.

Ínfimos si se quiere, pero verdadera inteligencia. Allí estaba la

verdad difuminada a base de términos técnicos. Desde hacía años,

en todas las compañías, se llamaba inteligencia artificial a lo que

en realidad debían denominarse sistemas expertos. Sistemas con tal

cantidad de información que permitían dictámenes precisos en

situaciones que aparecían provistas de demasiadas variables a tener

en cuenta. Pero, a pesar de lo espectacular de los resultados, allí no

había ningún tipo de razonamiento, tan sólo la aplicación de

programas con formidables cantidades de información.

–Perdone que insista, pero este punto es esencial a nivel legal:

¿no hubo ninguna mentira en esos informes?

–Para nada. Los técnicos, en sus informes, dieron cuenta

pormenorizada de los distintos éxitos que iban alcanzando en el

campo de la inteligencia artificial. Pero el problema no radicaba en

lo que esos informes afirmaban, sino en la interpretación de esos

datos. Lo que estaban creando era un sistema experto

impresionante, lo más cercano a un sucedáneo de la inteligencia.

Pero el sistema era un sistema ciego, no hacía más que seguir las

pautas fijadas. En realidad, estrictamente hablando, no había leyes

del razonamiento, sino una maraña de opciones que férreamente

seguía el programa informático. El programa, a partir de cierto

momento, fue capaz de mantener conversaciones, elaborar las más

complejas operaciones matemáticas, reelaborar y recolocar

fragmentos de programaciones menores, tomar decisiones, etc.

Pero el sistema seguía siendo absolutamente bobo. Podía realizar

los más complejos problemas de trigonometría, pero continuaba sin

poder averiguar por qué dos y dos eran igual a cuatro.

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–Por lo que veo, parecía que el resultado final comenzaba a

ser inteligente, porque que podía hacer gran cantidad de

operaciones tan intrincadas que a veces resultaba difícil saber si era

o no inteligente por sí mismo.

–Exacto –continuó el señor Murray–. Pero no debíamos haber

confundido nuestras ilusiones con los resultados: El X.A. no hacía

otra cosa que seguir sus programas con toda fidelidad, sin desviarse

ni un milímetro. Todo consistía en la mera acumulación de

programas expertos y en la combinación de estos programas.

–¿Creyeron que la inteligencia artificial estaba a la vuelta de

la esquina?

–Lo creíamos o queríamos creerlo. Desgraciadamente, cada

año tocaba a su fin y había que aprobar la renovación del

presupuesto sin tener nada entre las manos. El consejo de

administración seguía fiándose de sus técnicos. No se les pasó por

la cabeza que aquellos técnicos eran juez y parte al elaborar los

informes. Por eso se produjo una huida hacia delante. Había que

pedir más presupuesto, porque el éxito estaba ya a la vuelta de la

esquina.

–¿Cuántos componían el Equipo Rector?

–Cinco ingenieros informáticos, cinco grandes cabezas. Ellos

constituían el Equipo Rector. Se pusieron de acuerdo, al principio

más o menos tácitamente, en silenciar los aspectos que hicieran

entender al consejo de administración que aquello era tan solo un

programa experto. En los informes, insisto, jamás se afirmó nada

que fuera falso. Pero el quid del asunto era saber si esos logros del

X.A. eran producto de razonamiento o de un programa colosal y

masivo, pero ciego. E insisto, aquí las palabras traicionaban a los

miembros del consejo de dirección. La palabra "inteligencia" se

llevaba usando de modo incorrecto desde hacía muchos años en el

ámbito de los técnicos informáticos. Ellos en Overcreek lo sabían.

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Jugaron a su favor con la ambigüedad de la palabra. El plan Delta

no consistía en ninguna falsedad, sino en actuar con una cierta

malicia que les permitiera seguir disfrutando de aquellos

presupuestos, que les permitiera continuar a cada uno sus líneas

personales de investigación. Cada uno tenía muchísimo dinero para

llevar a cabo las investigaciones que les interesaban. No era tanto

una cuestión de dinero, como de amor a la ciencia. Esas personas

vivían para la ciencia. Eso requería investigar. Y eso costaba

dinero.

–¿Sólo estaban al tanto de la situación estas cinco personas?

–Sí. Las mismas medidas de salvaguarda del secreto del X.A.

organizadas por el Equipo Rector eran en realidad medidas para

mantener oculta la verdadera naturaleza de aquella inteligencia,

que no era otra cosa que una formidable y monumental pirámide

de programas ciegos.

–¿No hubo ninguna conjura?

–Pienso que todo fue desarrollándose de un modo tan

paulatino. El Equipo Rector a base de muchos años se había

transformado en un equipo endogámico de estudiosos que, a base

de medias verdades, habían logrado un impresionante flujo de

financiación para dedicarlo a la investigación. Pero todo llega a su

fin. La TER & KON atravesaba una muy mala racha. Los técnicos

de Overcreek no dejaban de avisarnos en sus informes mensuales

de que las investigaciones estaban a punto de lograr resultados.

–¿Y en el 2018 ocurrió la buena noticia?

–Exacto. Las filtraciones paulatinas hicieron creer al mercado

que estábamos a punto de lograr la inteligencia artificial. Nosotros

no provocamos esas filtraciones de información. Pero, poco a poco,

como una murmuración de oído a oído, se estableció esa idea entre

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los brokers. Las acciones experimentaron un claro ascenso desde

mayo de 2018. La TER & KON tuvo toda la financiación que quiso

para todas sus expansiones comerciales.

–¿El Proyecto Capricornio entonces fue beneficioso?

–Beneficiosísimo. Recuperamos lo invertido y mucho más.

Al expandirnos y tener más dinero para investigar en otros

proyectos rentables, conseguimos todavía más beneficios. Tuvimos

tres años fantásticos.

–¿Por eso medio cerraron los ojos ante la ausencia de

resultados en Overcreek?

–Exacto. Además, no debemos olvidar de que en Overcreek

se hacía verdadera investigación. Varias líneas produjeron

resultados que, aplicados a otros productos nuestros, dieron

muchos beneficios. Otras investigaciones, la mayoría, eran

completamente teóricas. De la más alta investigación, pero todavía

sin aplicación práctica.

–Por lo que veo –comentó un viejo senador–, el Proyecto

Capricornio fue la batalla perdida que más provecho les produjo.

Díganos, ¿cuál es la versión de lo que sucedió después de esos tres

años de vacas gordas?

–Tuvimos problemas económicos. Problemas que no tenían

nada que ver con ese proyecto, sino con la evolución de los

negocios en general. Decidimos una huida hacia delante.

Aprobamos una expansión generosísima de los presupuestos para

el X.A. Pronto, sin hacer nada nosotros, eso llegó a oídos del

mercado. La impresión que sacaron es que, ahora sí, estábamos a

punto de lograr algo que iba a ser revolucionario. Hubo una ligera

mejora en el gráfico de pérdidas. Las pérdidas siguieron.

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Continuamos echando más leña a la caldera de la locomotora:

todavía más aumento de inversiones en el X.A.

–¿Tuvo efecto esa huida hacia delante?

–Sí, lo tuvo. Pero el nivel de nuevas aportaciones de los

mercados, no compensaba el nivel de endeudamiento que

soportábamos. El gráfico de entradas por ese concepto en la TER

& KON, aun ascendiendo, no compensaba la línea de pérdida de

beneficios en el resto de productos. Sólo cuando la situación se

volvió insostenible, fue cuando tuvimos que recurrir al Gobierno

Federal. Si hubiéramos cancelado de golpe la mayoría de los

proyectos de investigación en Overcreek, se hubiera producido un

pánico bursátil. Había que cancelarlos, pero de forma progresiva.

Pero ya no teníamos tiempo. El endeudamiento no permitía cerrar

el grifo paulatinamente.

–¿Y el Gobierno Federal pagó las deudas?

–La TER & KON era un coloso industrial. Si se derrumbaba,

arrastraría con sus ramificaciones a muchas otras empresas. El

Gobierno Federal no podía avalar una mentira. Pero sí que podía

medio cerrar los ojos ante el hecho de que no se había logrado la

inteligencia artificial. Decidieron darse por convencidos e ir

cerrando el grifo sin crear pánico en dos o tres años.

–¿A esas alturas sabían que el proyecto para conseguir

inteligencia artificial no había funcionado?

–Lo sabían, pero el dinero federal desviado era una buena

inversión si con ello se evitaba un golpe brutal a la industria de más

alto nivel de la nación. Se planteó como una inversión. Sabían que

no sacarían nada de investigar en el X.A., pero sí que era un

beneficio para la economía nacional evitar ese derrumbamiento.

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–¿Cómo era el ambiente de secretismo en Overcreek?

–Salvo los cinco ingenieros del Equipo Rector, cada técnico

sólo sabía lo referente a su parcela. Y los jefes de equipo sólo

conocían lo referente a su línea de investigación. Únicamente las

cinco mentes del Equipo Rector sabían todo. Se decía que un 6%

de los técnicos de otros niveles inferiores también participaban de

conocimientos generales del proyecto. Pero estos afortunados

tenían estrictamente prohibido revelarlo. El trabajo estaba

compartimentado. Era razonable. No se había hecho una inversión

de tantos millones de dólares, para que cualquiera filtrara las líneas

maestras y de cualquier empresa sin gastar nada se beneficiara de

tantos años de investigación. La información valía millones. Por

eso la información de cada trabajador involucrado era parcial. En

todo esto, sólo hubo cinco culpables: los miembros del Equipo

Rector. No había docenas de técnicos inferiores con conocimiento

general del proyecto. Eso fue un mito.

–¿Eran sinceros los jefes al creer que lograrían la inteligencia

artificial?

–Totalmente, sin ninguna duda. El Equipo Rector, al

principio, estaba convencido sinceramente de que lograrían la

inteligencia artificial. Creían que estaban a un paso de lograr algo.

Pensaban que estaban a punto de lograr el paso más decisivo para

la historia de la ciencia. Continuamente traían a la memoria de

todos los técnicos la excitación con que debían trabajar todos los

involucrados en el Proyecto Manhattan unos meses antes de lograr

la primera explosión atómica.

–¿Los técnicos podían acceder al X.A.?

–Los técnicos excluidos del nivel 1 podían acceder a distintos

puertos donde tenían acceso a módulos determinados del X.A. De

allí sacaban datos valiosos. No olvidemos que Littlehal era una de

las más potentes computadoras del mundo. Y que parte de su

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programación, fruto de las investigaciones de esos años, era la

mejor que existía, la más puntera. Pero esos técnicos trabajaban con

el X.A. siempre para lograr datos determinados, concretos. Ellos

trabajaban con él, pero sólo en campos parciales, donde sólo se

necesitaba una supercomputadora, no verdadera intelección.

–¿Qué sucedió en noviembre de 2019?

–Desde esta sincera creencia en la verdad de lo que se decía

oficialmente y cuando los resultados financieros de la TER & KON

eran fabulosos, en un momento dado, ese mes que usted ha dicho,

fue cuando los miembros del Equipo Rector decidieron dar un

empujón al entusiasmo del consejo de dirección de la empresa. Un

empujón para lograr más fondos, y conseguir por fin el éxito.

–¿Ése fue el Plan Delta?

–Sí.

–¿En qué consistió?

–Siempre había peticiones de técnicos para acceder al puerto

central. Tenían distintas investigaciones y querían confrontarlas

con el sistema intelectivo del X.A. Se autorizó a lo largo de un año

a unos cuatro técnicos a poder acceder al puerto central. Ninguno

de los cuatro sabía quiénes eran los otros autorizados. Pero

quedaron satisfechos. Lo que no sabían era que el X.A., en esos

momentos, no era el que hablaba: era sustituido por uno de

miembros del Equipo Rector.

–Me imagino que estaba oculto en un habitáculo lejos del

puerto central.

–Normalmente se hallaba en otra zona de las instalaciones. El

técnico del puerto central creía estar hablando con la computadora.

El sintetizador de voz leía la respuesta del miembro del Equipo

Rector. Lo hacía en el tono de voz propio del X.A.

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–¿Y no tardaba unos segundos en contestar?

–Sí, pero eso se atribuía a que había que considerar tantos

miles de variables en las respuestas, que era necesario darle un

poco de tiempo.

–¿Y si hacía preguntas que requerían respuestas muy precisas

de tipo técnico?

–El miembro del Equipo Rector tenía delante al X.A. Sólo

tenía que enviarle la respuesta por la pantalla.

–Pero éste era un juego muy peligroso.

–Estaban seguros de que la inteligencia estaba a un paso y

que sólo necesitaban una nueva inyección de fondos. Los invitados

al puerto central hablaban con sus amigos más íntimos. Y estos, a

su vez, con otros. De manera que los trabajadores de Overcreek

estaban plenamente convencidos de que la inteligencia, a un nivel

muy elemental, se había obtenido y que estaban tratando de

mejorarla. Esa seguridad de que se había obtenido se instaló como

una verdad fuera de toda duda. Si algún técnico manifestaba sus

dudas, se le ofrecía un magnífico puesto con mejor remuneración

en otras instalaciones de la multinacional. A menudo, esa persona

con dudas y con creciente escepticismo era sustituida por alguien

más maleable que venía de fuera. Alguien joven con un gran futuro

que estaba deseando encajar y ser aceptada, llegaba a un lugar

donde todos daban por supuesto la verdad de que se había logrado

el éxito, pero que había que mantener el secreto y que eso requería

compartimentar la información. Los trabajadores que llevaban

tiempo allí, deberían haber sospechado que a menudo se designaba

como jefe intermedio a alguien venido de fuera. Esos puestos eran

ocupados por alguien de fuera, más que por promoción interna,

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Además, también creían que, en realidad, eran más del 6% de

los trabajadores los que tenían acceso al puerto central, pero que no

lo podían decir. Sólo los más acomodaticios a la

compartimentación de la información llevaban allí desde el

principio del proyecto. A los otros se los ascendía y enviaba fuera.

–¿Incluso el Síndrome enekense fue inventado?

–Sí. Fueron detalles de este tipo los que dotaron de realismo

al proyecto. Y no sólo eso, hasta las conversaciones de los últimos

días fueron permitidas para que después hubiera quienes pudieran

decir que estuvieron hablando con X.A. hasta el mismísimo final.

–¿Qué me puede decir de los prototipos-gemelos?

–El Equipo Rector accedió tras una larga negociación.

Siempre habían insistido en que era mejor concentrar esfuerzos en

un solo prototipo, mejor que dividir esos esfuerzos. Sólo

consintieron después que el presidente de la corporación cesó del

consejo de administración al directivo más contrario al Equipo

Rector. Fue una cesión excesiva. Ese directivo se fue de la empresa

lleno de rabia y amargura. Había trabajado toda la vida para llegar

a ese puesto que era la culminación de su carrera. Tuvo graves

repercusiones personales este cese, que no pudo superarlas.

Más triste es todo esto, cuando ahora sabemos que el Equipo

Rector construyó el Prototipo-gemelo 1 y 2 a sabiendas de que los

iba a destruir con toda frialdad. Ahora sabemos también que no

tenía opción. De lo contrario, todo se hubiera descubierto. 1.100

millones de dólares tirados a la basura sin ningún remordimiento.

Pero haberse negado en redondo hubiera sido el inicio de las

sospechas por nuestra parte. Ellos eran conscientes de que el entero

Proyecto Capricornio entraba ya en su etapa final.

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Cuatro meses después, tres miembros del consejo de

administración abandonaron la TER & KON. El cese de ese

miembro del consejo, los TP1 Y 2, la huida adelante con los

presupuestos de investigación… era demasiado. Eran como las

ratas que abandonan un barco que se hunde. Hubo una junta general

de accionistas. Parecía inevitable dejar provisionalmente la

compañía en manos de unos gestores hasta que realmente se

supiera cómo iban las cosas con el X.A. Pero el endeudamiento

hizo que hubiera que dejar las cosas como estaban y acudir de

urgencia al Gobierno Federal.

Pero no contaron con que varios antiguos ejecutivos irían

directamente al despacho del Departamento de Justicia del Estado

de California. Me consta que Joseph Hurlings, la misma mañana

que abandonó el Consejo, se dirigió al despacho del Fiscal General

del Estado de California. Louis Adams y Joshua Haspers fueron

tres días después a la Agencia Nacional de Seguridad. Eso provocó

la investigación de una comisión de esa agencia.

El presidente y yo no lo sabíamos entonces, pero Overcreek

tenía sus días contados a causa de las mentiras enredadas con otras

mentiras.

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Epílogo

UN EPÍLOGO es la parte en que se ofrece un desenlace a las acciones

que no han quedado terminadas. Mucho me temo que no voy a

poder ofrecer tal cosa. Ya han pasado catorce años desde que se

puso fin al proyecto Capricornio y todavía no se sabe a ciencia

cierta qué sucedió en ese proyecto entre el año 2012 y el 2020.

Una cosa es perfectamente verificable, y es que el posterior

proyecto conocido como AZ-1 fracasó. Y ni el AZ-2 ni el BZ-1, ni

el BX–A lograron el desarrollo de inteligencia artificial. Y

entonces vinieron las suposiciones: ¿se logró de verdad en el

proyecto X.A?

Algunos pensaron que quizá en el proyecto de la TER & KON

había sucedido a nivel informático lo que los biólogos nos repiten

testarudos una y otra vez (y que yo no me creo demasiado) a nivel

de las células: que las moléculas de bases nitrogenadas se habían

combinado por azar y se había producido una molécula de ADN.

Quizá, de un modo semejante, en el X.A. se había producido una

combinación de programas capaz y eficiente, pero por pura

casualidad. Quizá habíamos dado con una posibilidad entre

millones.

Lo cierto es que los mapas de programación, incluso los del

primitivo programa matriz, eran incompletos. Sus creadores sabían

lo que habían hecho, sabían las líneas generales de lo que habían

hecho. Pero trataron de explicar a todo el mundo que cada día se

realizaban cientos de pequeños cambios sobre la marcha en el

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programa matriz y que era imposible saber cuál de todas aquellas

insignificantes modificaciones efectuadas durante años por parte

de un equipo tan numeroso fue la que dio en el clavo.

Se llevó un minucioso registro de cada una de las

modificaciones que se hicieron sobre el programa. Lo que no

sabemos es cuál fue la determinante. Además, muchas

calibraciones insignificantes se afinaron tecleándolas directamente,

aparecían sobre la pantalla y sabíamos que se podía copiar el

programa entero cuando quisiéramos. No fue desidia. Pedir otra

cosa hubiera sido como pedir a un mecánico de coches que llevara

actas de cada uno de los ajustes que va haciendo a cada tuerca, a

cada válvula, hasta que el motor funcione. Todo esto se realizaba

iniciando y reiniciando cada programa parcial varias veces al día.

En los años siguientes a la conclusión del proyecto

Capricornio hemos intentado poner en marcha réplicas del X.A.,

pero lo cierto es que el programa matriz de los siguientes proyectos

colapsa una y otra vez.

¿Era cierto que quizá había sido alguna pequeña modificación

del Sistema Matriz, alguna de las centenares de miles que se

llevaron a cabo, lo que había permitido al sistema operativo ir

desarrollando las leyes del razonamiento? ¿Era cierto que era

alguna en apariencia intrascendente modificación que se nos había

pasado por alto, la parte verdaderamente nuclear del sistema del

X.A.? Hoy día sabemos que es el ADN lo que permite que un ser

vivo pueda serlo. ¿Cuál era el ADN de las leyes del razonamiento?

¿Dónde estaba la pequeña modificación que permitía al programa

crear secuencias cada vez más perfectas de razonamiento? ¿Dónde

estaba la aguja en aquel laberinto de pajares?

Hay también otra explicación ampliamente explotada por la

prensa sensacionalista para las masas ávidas de buscar grandes

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intrigas en el gobierno federal: los proyectos AZ–1, AZ–2, BZ-1,

y el BX–A estaban destinados al fracaso de forma premeditada.

Según algunos con millones de seguidores habían sido creados para

convencer al resto de potencias occidentales de que la inteligencia

artificial era un imposible y que si había surgido en Seattle lo había

hecho por pura casualidad. De acuerdo a esta teoría de la

conspiración, estaba previsto despilfarrar todos esos millones en

proyectos destinados al fracaso, con tal de mantener en secreto el

verdadero proyecto del X.A.

Como es lógico esta hipótesis no tiene ninguna credibilidad y

es tan solo pábulo para los eternos crédulos de la capacidad

conspirativa de las agencias gubernamentales, del Pentágono y del

resto de los fantasmas rutinarios que pueblan la mente de este tipo

de imaginativos ciudadanos siempre dispuestos a desconfiar de la

bondad natural de su gobierno.

Otros sujetos imaginativos piensan que todo fue un plan del

Gobierno Federal para insuflar grandes cantidades de capital en la

industria norteamericana de supercomputadoras en un momento en

que era necesario este aporte de dinero del que el presupuesto

federal carecía. Esa pequeña mentira conseguiría que nuestra

industria siguiera pudiendo hacer frente a nuestros competidores.

Y, en realidad, no era una mentira. Realmente se invirtió ese capital

en el proyecto. La recogida de capital internacional vino cuando

interesadamente se dio pábulo a las filtraciones de que se estaban

obteniendo resultados.

–¿Y cuál es su opinión personal acerca de si en el X.A. se

produjo o no inteligencia artificial?

–¿Cuál es mi opinión personal? Bien. Después de catorce

años de darle muchas vueltas a todos los datos, desde mi despacho

de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Berkeley, me

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inclino a mirar todo este asunto de la inteligencia artificial del

modo más escéptico posible. Sé que eso viste poco en el mundo

académico, y menos a los ojos del pueblo que cree en la

omnipotencia de la ciencia. Pero francamente... no acabo de ver

cómo un simple programa que tramita órdenes, pues eso es un

programa informático, puede razonar con abstracciones, cuando la

abstracción supone un verdadero salto cualitativo más allá de todo

lo que nunca ha podido hacer un impulso eléctrico caminando por

un circuito.

Yo, a estas alturas, pienso que es imposible crear inteligencia

artificial. –el profesor Julius Henry Aldrich miró su propia corbata,

estaba mal planchada–. ¿Qué, lo habéis grabado todo bien?

–Sí, profesor. De verdad que le agradecemos mucho que nos

haya concedido esta entrevista para nuestra gaceta universitaria –

dijo el joven universitario mientras apagaba la grabadora.

–Bueno, no os quejaréis, os he ofrecido un panorama del tema

y un epílogo a una historia a la que la prensa ha sacado punta

durante años y todavía lo seguirá haciendo de vez en cuando un par

de años más.

–Se lo agradecemos.

Los jóvenes seguían recogiendo sus cosas en las mochilas.

Uno de los dos, el que menos había hablado, pelirrojo, preguntó

levantándose ya de la silla para salir:

–Usted habla de conjeturas, usted da opiniones, ¿pero usted

sabe la historia verdadera de lo que sucedió allí?

–Claro, hijo, claro.

–¿Y cuál es?

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–Pues la que he dicho ya cien veces en todos los medios. ¿Es

que la tendré que repetir cada semana hasta que me muera? Nos

engañaron y nos dejamos engañar.

–Sí, sí, le entiendo, ya son muchos años con la misma historia.

Muchas gracias. Bueno, pues me marcho. Hasta la próxima.

–Adiós.

El profesor, con toda calma, se dispuso a preparar la clase

siguiente. No tuvo que hacer espacio en su mesa literalmente

cubierta de papeles, ya estaba acostumbrado a ese orden exuberante

de papeles, así que sin más preámbulos se puso a trabajar en el

espacio libre que había justo ante él.

Escribía y leía bajo una grandísima foto, en blanco y negro,

enmarcada de un desaliñado Albert Einstein. El profesor Aldrich

por el contrario siempre iba muy atildado. Aunque también, como

todos los genios, trabajaba rodeado de estanterías atiborradas hasta

el último centímetro de libros llenos de marcadores, carpetas

reventonas de papeles, y folios grapados unos, con clips otros.

Todo en un alegre desorden aparente, pero cada cosa en su lugar.

Aquellas estanterías estaban congestionadas como una mesa de

alquimista del siglo XII.

La puerta del despacho se cerró y el vejete se sumergió en su

trabajo. Su mente a sus setenta y un años seguía siendo una mente

privilegiada, pero él sabía muy bien que los primeros síntomas del

Alzheimer habían aparecido. Mientras le fuera posible lo

mantendría en secreto. Quería hasta el último día estar al pie del

cañón, en su puesto de trabajo, pensando mientras le fuera posible.

Claro que ni toda la buena voluntad del mundo le libraría de

un futuro inevitable. Sabía muy bien que al final todo el mundo de

memorias que había acumulado en su existencia se iría

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desdibujando. Al final no recordaría muy bien nada. Quizá, tal vez,

a ratos hasta dudaría de que él mismo fuera X.A.

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A todos los autores, nos gusta escuchar los comentarios de

nuestros lectores. Si desea enviarme un comentario sobre este libro,

puede hacerlo con toda libertad en este correo: [email protected]

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José Antonio Fortea Cucurull, nacido en

Barbastro, España, en 1968, es sacerdote

y teólogo especializado en el campo

relativo al demonio, el exorcismo, la

posesión y el infierno.

En 1991 finalizó sus estudios de Teología

para el sacerdocio en la Universidad de

Navarra. En 1998 se licenció en la

especialidad de Historia de la Iglesia en la

Facultad de Teología de Comillas. Ese

año defendió la tesis de licenciatura El

exorcismo en la época actual. En 2015 se

doctoró en el Ateneo Regina

Apostolorum de Roma con la tesis

Problemas teológicos de la práctica del

exorcismo.

Pertenece al presbiterio de la diócesis de

Alcalá de Henares (España). Ha escrito

distintos títulos sobre el tema del

demonio, pero su obra abarca otros

campos de la Teología. Sus libros han

sido publicados en ocho lenguas.

www.fortea.ws