la calle y el espacio publico

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8/16/2019 La Calle y El Espacio Publico http://slidepdf.com/reader/full/la-calle-y-el-espacio-publico 1/18  Revista Científica Guillermo de Ockham ISSN: 1794-192X [email protected] Universidad de San Buenaventura Colombia Alexis Salcedo, Marco; Caicedo, Silvia Cristina El espacio público como objeto de estudio en las ciencias sociales y humanas Revista Científica Guillermo de Ockham, vol. 6, núm. 1, enero-junio, 2008, pp. 99-115 Universidad de San Buenaventura Cali, Colombia Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=105312257008  Cómo citar el artículo  Número completo  Más información del artículo  Página de la revista en redalyc.org Sistema de Información Científica Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Revista Científica Guillermo de Ockham

ISSN: 1794-192X

[email protected]

Universidad de San Buenaventura

Colombia

Alexis Salcedo, Marco; Caicedo, Silvia Cristina

El espacio público como objeto de estudio en las ciencias sociales y humanas

Revista Científica Guillermo de Ockham, vol. 6, núm. 1, enero-junio, 2008, pp. 99-115

Universidad de San Buenaventura

Cali, Colombia

Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=105312257008

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Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Revista Científica Guillermo de Ockham. Vol. 6, No. 1. Enero-Junio de 2008 - ISSN: 1794-192X   99

La calle es una selva de cemento.Y de fieras salvajes, cómo no.

Ya no hay quien salga loco de contentoDonde quiera te espera lo peor.

Héctor Lavoe 

ResumenEl texto corresponde a una reflexión crí-

tica sobre una serie de metateorías que hanpredominado en las ciencias sociales y quehan determinado algunos de los modelosteóricos empleados para el estudio del espaciopúblico. Se parte del presupuesto de que esteestudio ha sido históricamente descuidadopor la academia a causa de los presupuestosepistémicos basados en el paradigma plató-nico del interior. Se señala, además, que sólocon perspectivas consecuentes con lo queFoucault nombró como “pensamiento delafuera” se podrá positivizar epistémicamentela temática del espacio público, al igual que

posibilitar meridianas comprensiones de lasdinámicas sociales asentadas en él.

Palabras claves: Espacio público, cons-truccionismo social, paradigma de lo interior,Platón, Foucault.

El espacio público comoobjeto de estudio en lasciencias sociales y humanasPublic space as a matter of study in social and human sciences

Marco Alexis Salcedo

Silvia Cristina Caicedo

MARCO ALEXIS SALCEDO. Docente investigador, Facultad de Psicología, Universidad de San Buenaventura Cali. E-mail:[email protected]

SILVIA CRISTINA CAICEDO. Investigadora, Facultad de Psicología, Universidad de San Buenaventura Cali. E-mail: silvicmster@gmail.

• Fecha de recepción del artículo: noviembre de 2007 • Fecha de aceptación: marzo de 2008.

Summarye text corresponds to a critical reflec-

tion on a series of meta-theories that havepredominated in social sciences and that havedetermined some of the theoretical modelsthat have been used for the study of publicspace. It starts with the assumption that thisstudy has been historically neglected by the Academy because of the assumptions basedon the platonic paradigm of the interior.It is indicated, in addition, that only withconsequent perspectives named by Foucaultas “thought of outside” the issue of publicspace can be studied positively, as well asthe possibility of understanding the socialdynamic that it involves.

Key words: Public space, social con-struction, paradigm of the inside, Plato,Foucault.

Introducción¿Por qué el espacio público ha sido una

temática de estudio históricamente desdeña-da en las ciencias sociales y humanas? Esta esla pregunta central que origina el siguiente

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artículo, el cual corresponde a un ensayosubsumible en la categoría de marco teóricode una investigación en ciencias sociales sobrelos usos sociales del espacio público de dos crucesviales de la ciudad de Cali.

La preocupación esencial fue establecer

una fundamentación teórica que permitadelinear los pilares filosóficos sobre loscuales se puedan seleccionar, evaluar y crear,posturas teóricas sobre el espacio público.Después de haberse revisado los resultadosde las investigaciones colombianas de losúltimos 10 años, acerca del espacio público y,en general, de los temas urbanos, se encontróque ha sido una temática tradicionalmentepoco valorada, no sólo para la gran mayoríade las disciplinas que conforman las cienciassociales y humanas, sino también para lasentidades gubernamentales encargadas deadministrar los intereses de la población. Aquí no se desconocen los nuevos desarrollostanto académicos como políticos que hansurgido al respecto. Lo que llama la atención,por un lado, son sus incipientes reflexiones,por otro, la permanencia de inquietantessignos sociales y culturales que pueden ha-cer del interés de hoy día en este tema unaexperiencia coyuntural; es decir, un asuntode primer orden en las agendas políticas de

algunos gobernantes de turno, sostenido porejemplo de manera continúa, en las últimasadministraciones de los alcaldes de Santa Fede Bogotá, pero eventualmente relegable porotras temáticas “más importantes”, en futurasadministraciones municipales.

Consecuente con lo anterior y después devarios intentos por producir el texto, se adop-tó como precepto básico para la escritura delmismo, el principio kantiano según el cual loque existe es un producto de lo que es pen-sado. Este principio es fundamental en todaforma de construccionismo e implicó paranuestro caso realizar el esfuerzo por identifi-car algunos de los lineamientos conceptualesque han decidido la forma de aprehendercognitivamente lo público y lo privado. Separtió de la tesis de que estos lineamientosobedecen a tradiciones filosóficas poco im-pugnadas, originadas probablemente en losgriegos y que se han preservado durante siglosa través de múltiples ropajes.

El acercamiento a esta problemática serealizó con los aportes teóricos que brinda-ron autores como Michel Foucault, CharlesPierce, Hannah Arendt, Kenneth Gergen, Jerome Bruner, y algunos otros tipificadosen la academia como construccionistas so-

ciales. La deuda es particularmente grandecon Foucault, quien, junto con los filósofosque fundamentaron su postura –Nietzsche,por ejemplo–, encontramos elementos im-portantes para pensar la “cuestión urbana”.Concluimos que sólo perspectivas, conse-cuentes con lo que Foucault nombró como“pensamiento del afuera”, pueden positivizarepistémicamente la temática del espaciopúblico, al igual que posibilitar meridianascomprensiones de las dinámicas socialesasentadas en él, creando mecanismos deintervención para generar transformacionesreales de aquellas dinámicas.

Este “pensamiento del afuera”, que no esla aplicación de lo sabido a nuevos objetosde estudio como la “calle” o cualquier otrofenómeno que pueda considerarse externo, esuna propuesta epistémica que aspira realizaruna reconfiguración radical de los sabereselaborados hasta el momento, y se funda enel hecho que llevamos 2.500 años de “pen-samiento de lo interior”, un pensamiento

que tiene en Platón uno de su máximosexponentes. La metafísica del “divino” seencuentra asentada en toda percepcióncotidiana que hace el hombre occidental. APlatón lo vemos en la relación que poseemoscon nosotros mismos, con los demás y conla realidad. El pensamiento del afuera es, en-tonces, la exhortación a realizar una reflexiónno platónica sobre cualquier asunto posible,abandonando las consideraciones metafísicasa las que hemos estado habituados a realizar.Exorcizar el fantasma platónico es una labor

que se requiere desarrollar, para redimir lopúblico de la estigmatización en el que ha es-tado inmerso durante siglos, pues la “filosofíaprimera” platónica, habla de verdades abso-lutas, de fundamentos racionales inmutables,principios que van a negativizar cualquierforma de amor de la calle, en tanto que esospreceptos no pueden operar en el ámbito dela vida pública. De este modo, pretendemoscon este debate aportar en las discusiones

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que realizan profesionales e investigadoresde diversos campos alrededor de temas deciudad, propendiendo por la positivización,en el sentido foucaultinao del término, delespacio público.

El desdeño de la cuestión públicaEn variados textos se señala al espacio pú-

blico como un lugar donde cualquier personadispone del derecho de circular, a diferenciade los espacios privados, en el que ese derechose ve restringido por criterios diversos (pro-piedad privada, disposiciones estatales, etc).Un rápido análisis histórico es suficiente paraestablecer que un espacio dispuesto, en dere-cho, “para uso y dominio de toda persona”,sin distinción, concebido desde la oposiciónprivado-público no se remonta más allá delperíodo histórico-filosófico de la cultura occi-dental conocido como modernidad. Aunqueese mismo análisis histórico nos brinda unantecedente significativo al respecto, el de laGrecia clásica, no obstante, la diferenciación jurídica de espacios en ese contexto operóprimordialmente con el par antitético de lomasculino-femenino, y no para toda personahabitante de la Polis (Sennett 1994).

Inmanuel Kant es determinante en esta

discusión, porque sus proposiciones se cons-tituyen en punto de confluencia de autorescomo Jurgen Habermas, Michel Foucault yHannah Arendt. Estos filósofos contempo-ráneos, fieles seguidores de la diferenciaciónkantiana “uso de la razón privada Vs. uso dela razón publica”, han desarrollado un con- junto de tesis de amplísimas consecuenciasen el pensamiento occidental, precisamentea partir del ideal de Kant acerca de la defensadel ámbito público sobre lo privado. Estaúltima circunstancia debería bastar para que

el lector escéptico sobre la importancia delespacio público, prevea en este emergentecultural moderno una dimensión de tal tras-cendencia que requiere ser tomada en muyseria consideración, además de propender enlos investigadores sociales un enorme cuida-do para abordar su complejidad, dado que esde anticipar que no cualquier tipo de posturateórica puede conceptuar la fenomenologíaque ella contiene y que en ella acontece.

Sin embargo, la revisión bibliográfica quese hizo sobre la temática “espacio público”,arrojó las siguientes conclusiones.

1. La ciudad, mucho más, lo público, con-nota todavía una dimensión moralmen-te negativa. En la literatura académicaencontramos señalamientos que resaltantodo el conjunto de dificultades y pro-blemáticas sociales que ocurren en elespacio público: delincuencia, asesinatos,violencia, privaciones, etc. Aunque lo que

explícitamente indican es que son hechosque ocurren en la calle, pero que igualpueden ocurrir en otras partes, aunqueestas perspectivas, en general, no afirmanque los hechos sociales mencionadosposean alguna relación estructural con elespacio donde se observan; sin embargo,si se escucha lo que el ciudadano comúndice de la calle y su código moral reinan-te, de los estamentos públicos, en general,de todo lo público, se podría concluir quees casi una verdad de perogrullo afirmar

el carácter negativo que inherentementetendría lo público, del mismo modo quelo ha tenido inherentemente la ciudad, alser concebida como sede del mal y ellosin menoscabo de cualquier utilidad quetendría lo público.1

2. Existe un gran desbalance entre los estu-dios del espacio público Vs. los estudiosdel espacio privado. La revisión biblio-gráfica ilustra que actualmente comienza

1. Es de agregar que esta visión nega-tiva de lo público y de la ciudad con-trasta fuertemente con la que exponenciertas comunidades que conservan lacultura budista, como Nepal. Allí laconcepción de la ciudad es la de imagensagrada del universo.

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a proliferar investigaciones de ciudaddesarrolladas desde múltiples puntos devista. Pero si contrastamos los estudiosexistentes sobre la “calle” con los de sucontraparte cultural y social, la “casa”,es fácil observar que los primeros no se

encuentran al mismo nivel de elaboraciónconceptual en que se haya los segundos.La enorme cantidad de información quehay sobre lo que ocurre del portón dela casa hacia adentro, junto con las su-gerencias que se plantean para generartransformaciones de las dinámicas fami-liares, hacen palidecer las relativamenteincipientes indagaciones que se estánimplementando sobre lo que acontecedel portón de la casa hacia fuera. Estedesbalance se refleja en la escasa parti-cipación y desarrollos académicos endisciplinas en ciencias sociales sobre estatemática, constatable flagrantemente enel caso de la psicología, la cual, a pesarde los desarrollos teóricos que ha tenidoen estas últimas décadas en psicologíasocial y ambiental, aún se observa a lasproblemáticas urbanas ocupando unlugar secundario en sus reflexiones.

3. A pesar de las innegables y positivastransformaciones de espacio público

que se están presentando en distintasciudades del país (implementación desistemas de transportes masivos y lasconsecuentes adecuaciones y obras enel espacio público que se realizan) haypreocupantes indicadores de un inestableinterés gubernamental por invertir enlos espacios públicos, a diferencia de lainversión económica que se realiza en loprivado. Este frágil e incierto interés porel espacio público, lo revela, en el contex-to nacional, el estudio sobre los parques

realizado en Bogotá (García, 1999),respecto a la valoración perceptiva deespacios públicos abiertos como parquesy de espacio público construido en ellos,en la que se que encontró que éstos noson valorados económica y socialmentepor diversos grupos de ciudadanos y porel Estado, lo cual impide evidenciar cómocontribuyen al bienestar de la sociedad,a la calidad de vida y al desarrollo social

del ciudadano y no facilita la inversiónen futuros proyectos públicos que bene-ficien los sectores que los usarían. Estoshallazgos empíricos los confirman otrosestudios internacionales. Asegura unapublicación relativamente reciente del

Reino Unido:  “Lamentablemente, a pesar de su

importancia para nosotros, nuestrosespacios públicos son descuidados otomados por sentados. Ciertamente,durante las últimas décadas del siglo 20,la cantidad de dinero invertido en su prestación y el mantenimiento no reflejael papel vital que desempeña en la vidade las personas. Según el Gobierno Ur-bano del Grupo de Tareas, por ejemplo,

la percepción general del público denuestro medio ambiente es que va endecadencia - un hecho que contribuyea una insatisfacción generalizada conla vida urbana (…) - calles, plazas, parques, jardines, y la gran variedadde accesorios de los lugares abiertos quese encuentran en nuestros pueblos yciudades” (Cabe Space. 2003).

Frente a esta de cosas, cabe entoncespreguntarse: en la dualidad público/privado¿debe siempre narrarse una historia a favorde lo segundo y en contra de lo primero? ¿Laciudad es inherentemente territorio del mal,que despreciaba con razón el apóstol Juan?¿Toda ciudad es una Babilonia, la grande;la madre de las prostitutas, de las abomina-ciones y de las inmundicias de la tierra? Nonecesariamente. Lo que ahora se intenta esla positivización de lo público y su erotismo.El amor de la calle es la historia que hay queempezar a re-escribir, haciendo de lo públicoun saber con efectos de verdad.

Para alcanzar tan cardinal objetivo, seconsidera que es imperioso objetar unaserie de metateorías que han predominadoen las ciencias sociales. Estas metateorías, apesar que desde hace algunas décadas hansido intensamente impugnadas en variadoscontextos académicos, su autoridad sigueprevaleciendo, algunas de ellas determinandolos modelos conceptuales que se empleanpara el estudio del espacio público. En

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otros términos, resultan muy discutibles,con caras consecuencias observables en lamisma fenomenología urbana que se registraen las ciudades, determinadas concepcio-nes teóricas que nos brindan imágenes delespacio público como las siguientes: 1) El

espacio público como mera realidad físicaque conforma secciones importantes de lasciudades: las calles, las plazas, los parques,algunos edificios gubernamentales, con todassus dotaciones e implementos necesarios paraser empleados; 2) El espacio público como es-cenario funcional para la realización expeditade un conjunto de prácticas predeterminadasy juzgadas como deseables en los ciudadanosy habitantes de una ciudad; y 3) El espaciopúblico como una sección esencial de la grancasa llamada ciudad. Esta última imagen,efecto de este notable desequilibrio teóricoque hay entre los estudios de lo privado enrelación a lo público, supone la importaciónde modelos conceptuales aplicados a lafamilia, hacia la sociedad en general. Según Jerome Bruner, existe un impulso a llevarlo privado al ámbito de lo público, a travésde la confesión o del psicoanálisis (Bruner,1998), ya sea por necesidad o por convicciónintelectual, y a pesar que cada vez es más claroque la sociedad no es aprehensible desde los

moldes conceptuales con que ha sido estu-diada la familia.

De este modo, lo que se objeta es el em-pirismo, el funcionalismo y la ideología dela casa como presupuestos filosóficos válidospara orientar reflexiones, investigacionese intervenciones en el espacio público, alestimarse que los mismos no afirman unaserie de elementos que pueden considerarseconstituyentes de la ontología del objeto dediscusión. Además, es probable que talespresupuestos sean, en gran medida, res-

ponsables de las graves confusiones que setejen alrededor de este tema. Por ejemplo, elespacio público de América Latina aparecehistóricamente confundido con, o subsumi-do en, lo estatal (Barbero, 1990).

La discusión que sigue se centra en señalarque no todas las perspectivas teóricas quehipotéticamente se pudieran emplear parapensar el espacio público, en su realidad físi-ca, social o política, resultan adecuadas, pues

algunas premisas epistemológicas desdibujanlas características que se pueden considerardefinitorias de lo que es el espacio público.2 Tratemos a continuación esas controvertiblespremisas epistemológicas.

La ideología de la casaRecurramos al saber popular para evaluar

los valores asociados a lo público: ¿Qué sig-nifica la palabra mujer cuando se le agregael epíteto de pública? ¿Cuánta credibilidadle daríamos a las promesas y compromisosque haría un hombre de la vida pública -unpolítico, por ejemplo-? ¿Cuán sinceras cree-mos que son las acciones que observamos, através de medios de comunicación, realizanpersonajes de la vida pública -como actores,artistas y otros-? ¿Qué virtudes adquiriríaun niño que acostumbra pasar el tiempoen la calle? Prostituta, embustero, hipócri-tas y gamín o delincuente son las palabrascon las que están asociadas las respuestasde las anteriores preguntas, las cuales nodejan margen para equívocos al decir quelo público connota falsedad, vicio y engaño.Este lugar común sobre la valoración de lopúblico, ubica igualmente a la casa como elterritorio privilegiado para constituir a las

personas en sujetos sociales, portadores deunos valores culturalmente promovidos. Deahí que se crea que los complejos que decidenla condición humana sean los familiares, losque se configuran del portal de la casa haciadentro. La ley es el padre; el deseo es la madre;los pares son los hermanos; y cada sujetoexistente es un hijo, síntoma de la parejaparental. La vida humana ha sido entoncesdefinida desde el vector de lo adentro-haciafuera. Lo que acontece en la casa decide loque ocurre en la calle; cuando eso que ocurre

en la calle angustia, la primera interrogada esla familia, principio supuesto de la causalidaddel sujeto. ¿Habrá tenido padre esa persona?¿Qué clase de madre lo habrá criado? ¿Cómopodemos ayudarlo? La respuesta a este últimointerrogante no se deja esperar: interviniendoa la familia.

Lo reinante ha sido, entonces, lo queproviene de lo privado, lo perteneciente alfuero interno. Lo público carece de efectos

2. Cabe destacar las que se figurancomo las más básicas, las dos primerasde un carácter tan obvio que solomediante la revisión de algunas de lasdiscusiones realizadas sobre el espacio

público se entenderá su pertinenteexplicitación. Estas características son:1) El espacio público tiene y suponeuna materialidad física indiscutible. Elespacio público se encuentra empla-zado físicamente en el tiempo y en elespacio. No es un sistema abstracto. Porello se requiere necesariamente tomaren cuenta el modo de presentarse, decompararse de los fenómenos que en élacontecen. 2) El espacio público es unescenario público y no privado. Entreotros sentidos de esta afirmación estáel que su fenomenología tiene funda-mentalmente un carácter social, noindividual. 3) El espacio público es unescenario político. Es decir, su razón de

ser no es otra que la de sostener, trans-formar o equilibrar las relaciones depoder que forman a una sociedad. Elespacio público –la calle, señala HenriLefebvre–, es objeto, centro, causa yfinalidad de la lucha política. Es el esce-nario político por excelencia, al poderseúnicamente cristalizar toda revoluciónpolítica en ese ámbito. 4) El espaciopúblico es escenario de fenómenosinestables e inciertos. Es ámbito forjadopor acontecimientos, en el sentidofoucaultiano del término, de eventosno contenidos, ni deducibles directa-mente de las leyes de una estructura.

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positivos de verdad; lo que se acuerde o serealice ahí, tiene el sentido de vicio y cons-piración, cuestión que contrasta con lo quesu contraparte cultural, lo privado, y aquelloque lo representa, el oîkos 3 y sus ideales, vienea connotar: virtud, verdad y sinceridad. El

“paradigma de lo interior” ha sido la refe-rencia de verdad que desde hace miles deaños ha operado en la cultura occidental,paradigma sintetizado en el viejo aforismo deSan Agustin in interiori homine habitat veri-tas.4 Los efectos de esta manera de concebirlo público y lo privado son los fenómenossociales que se difunden rápidamente en lagran mayoría de las ciudades: la violencia quese ha empotrado en las calles, el cercamientode las casas y unidades residenciales con

barreras protectoras (muros protegidos porsistemas de seguridad), la poca vida socialque se registra en la calles en días festivospor el progresivo encerramiento en que caenlos citadinos en sus casas. Se deja la calle afantasmas y delincuentes, corroborando deesa forma que esta es mala en sí misma, es lasede de la maldad. Los hombres que llama-mos virtuosos viven encerrados en las casas. Y dudamos de la virtud o de la inteligenciade quienes gustan recorrer cotidianamentelas calles. Esta tendencia llevada hasta su

máximo extremo, haría creer, en un expe-rimento mental que se propone al lector deeste escrito, que en la ciudad ideal sólo habríaespacio privado. Ni siquiera habrían vías;sólo portones que conducirían a todas lasdirecciones, a todos los sitios que se quiera,evitando los peligros de salir.

 “Cuando se han suprimido las calles (desdeLe Corbiusier, en los barrios nuevos), susconsecuencias no han tardado en manifestar-se: desaparición de la vida, limitación de la

“ciudad” al papel de dormitorio, aberrante funcionalización de la existencia… Allídonde desaparece la calle, la criminalidadaumenta y se organiza” 

 (Lefebvre, 1980).

Vivir encerrados en casa, sin correr ries-gos, trabajando, amando y muriendo enla seguridad de la misma, no se constituyeen una hipotética realidad. Será el naturaldestino al que arribaremos si las formas de

concepción de lo público y privado no semodifican. Mientras se logra construir eseportón de mil puertas que nos conduciráa donde queramos, sin pisar en ningúninstante un sitio público, o cuando menos,mientras se crea las tecnologías necesarias

para efectivamente nunca salir a la calle, larealidad social colombiana nos muestra una“alternativa” para lograr la estimación delo público: privatizándolo. Se ha vuelto undiscurso reiterativo de los gobernantes deturno afirmar que la eficiente ejecución delos servicios públicos sólo se puede garan-tizar entregándolos a consorcios privados.Nuevamente es el ámbito de lo privado elque se muestra con el poder de encumbrarlo que es objeto de desprecio natural para elciudadano común.

En contra de estas consideraciones, toma-das como incuestionables, se dirá lo siguien-te: en la ciudad, en sus espacios abiertos yexpuestos a los ojos de todos, también operauna educación sentimental. Las característi-cas de cada sujeto no son meros efectos delas experiencias sentimentales que vivencia enla familia o en las otras instituciones socialesque intentan homologarla. Sean conscientesde ello o no, la ciudad, con sus caracterís-ticas físicas y con sus habitantes, cumplen

con una función educadora, especialmenteel gobernante de la ciudad, cuya funcióneducadora se encuentra inextricablementeligada a sus deberes. En otros términos, hayque comenzar a comprender lo obvio para elgriego de la polis, el de la época clásica, quela ciudad tiene un poder causal enorme so-bre las personas. Como expresa Castoriadis,retomando a Platón: son las mismas paredesde la ciudad las que educan a los niños y a losciudadanos  (Castoriadis, 2002).

Esta educación se encuentra centrada enuna forma de erotismo que no representa elplatónico, el de la falta. Culturalmente esta-mos condicionados a creer que el único y ver-dadero erotismo es el de la casa, y todo lo quela evoque, con su figura dominante, la madre,la figura de lo perdible que reencontramosen toda parte, hasta en la naturaleza: maternatura . El erotismo del ámbito público es eldel poder, cuya génesis no puede formularsedesde una mítica carencia. El poder es pre-

3. Equivalente de los griegos antiguosde “casa”, es un conjunto de bienes ypersonas.

4. En el interior del hombre habitala verdad.

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sencia, mítica presencia, ejemplificada desdeel héroe fundacional de la ciudad, el sujetocreador del contexto citadino, que con suscódigos, valores, narrativas y emplazamientosdecretados, formuló los parámetros para regirtoda acción humana en ese escenario. El po-

der no se posee, se ejerce. No es una propiedad,es una estrategia: algo que está en juego (Morey,2004). Dicho en otros términos, la condiciónde posibilidad del poder es su omnipresencia,no porque tenga el privilegio de reagruparlotodo bajo su invencible unidad, sino porquese está produciendo a cada instante, en todoslos puntos, o más bien en toda relación deun punto con otro (Foucault, 1997). Porconsiguiente, el poder no es algo que vamosa conseguir; no es añoranza de la pérdidade un absoluto. No es pasado ni futuro. Eseterno presente. El poder no es algo que seadquiera, arranque o comparta, algo que seconserve o se deje escapar; el poder se ejercea partir de innumerables puntos y en el juego de relaciones móviles y no igualitarias(Foucault, 1997).

Este erotismo del poder es el que seejemplificaba en el ágora griega y desde elcual la esfera pública –el ámbito de la ekkle-sía – hallaba su legitimidad. Por tal motivo,absolutamente absurda es la afirmación que

la esencia de la democracia consiste en elhecho que el sitio del poder está vacío y quenadie puede pretender ocuparlo. El erotismoplatónico de la falta sólo puede generar con-fusiones en este punto. Porque “las decisionesde mandar a matar a la gente, de hundirlosen la desocupación, de confinarlos en guetos,emanan de un lugar de poder fuertementeocupado”  (Castoriadis, 2002).

Lo anterior nos permite entender quéclase de contenido educativo se va a im-partir como posibilidad, en algunos casoscomo feliz realización o actualización, en elespacio público: lo que Nietzsche llamó laHerren- moral , la moral de señor. Esta seríala moral del hombre de la calle. Esta moralharía de todo sujeto hombre de acción y decolectividad, capaz de correr riesgos. “Lo quetiene de grande el hombre es ser el puente y no fin; lo que puede amarse en el hombre es el sertransito y un hundimiento. Amo a quienes nosaben vivir, sino es pereciendo; pues son los que

cruzan el abismo”  (Nietzsche, 1993). Este es elhombre democrático, “no es cualquier indivi-duo, y estamos experimentándolo”  (Castoriadis,2002). Ser hombre de la calle, usuario delespacio público, es ser básicamente transeún-te. “Es decir, persona que está en tránsito, en

 passage… ¿o es que acaso no podría decirse detodo usuario del espacio público o semipúblicoque es un ser del umbral, predispuesto a loque salga, extranjero, adolescente, enamorado,outsider, alguien siempre dispuesto a cualquiercosa, fuente, por lo mismo, de alarma y deesperanza?”  (Delgado, 1999).

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La ausencia de esta clase de hombre es laque explica las imposibilidades para mante-nerse las democracias en las naciones occi-dentales. Qué democracia puede instituirseo perpetuarse si para muchos es aceptableafirmar que los políticos deben ir a la casa de

sus conciudadanos para conocer la verdad desu existencia. –Vayan los políticos a las casasde la gente. Ahí se darán cuenta de la pobreza,de la miseria en que viven las personas–  es loque se escucha de muchos ciudadanos. Porsupuesto, ninguna democracia puede surgirde estas prácticas. La única alternativa realque hay es que las personas salgan a la calle,con su enseñorío, a demandar lo que lescorresponde, a reclamar su propiedad, la detodos, guiado por este precepto: “En la calleencontraras la virtud” .

Este enseñoramiento del ciudadano esta-rá más allá de nuestras posibilidades, si loscolombianos siguen siendo temerosos delpoder; si siguen ubicándolo como potencianefasta. La precariedad de resultados enlos intentos por resolver las problemáticaspsicológicas y sociales que observamos coti-dianamente, y la progresiva extensión de losmales que agobian a la sociedad no se haránesperar, en tanto preservemos como idealde sujeto la persona pacífica e inofensiva.

“La inocencia, este es el nombre que dan a esteestado de embrutecimiento ideal; la beatitud,es el estado de pereza ideal; el amor, es el esta-do ideal de la bestia de rebaño que no quieretener mas enemigos. Así se erige en ideal todolo que rebaja y arruina al hombre”  (Nietzsche.Citado por Lefebvre, 1975).

Mientras no se logre comprender loanterior, el poder y sus estrategias se imple-mentarán con violencia, por fuera de todaconsideración de ley, pues la ley que legisla enel mundo de la vida es la de los ideales griegosfemeninos. Es la ley de la renuncia, del “dejeasí”  y que Nietzche llamó Heerden- moral , lamoral del rebaño. Imposible crear un ámbitode lo público, si los legislados gozan con lasdelicias que traen las mieles de la esclavitud.La polis son los ciudadanos que se ven a símismos como gobernados, pero tambiéncomo gobernantes. Este precepto aristotélicosignifica que el ciudadano común debe serefectivamente un co-gobernante del alcalde

o presidente de turno. Su moral no puede sersino la Herren- moral , la moral de señor. Debeverse a sí mismo como un señor, un amo,capaz de actuar, exigir y arriesgarse a tomardecisiones y no un súbdito que debe seguirórdenes. Eso es lo que etimológicamente

representa democracia, poder del pueblo.El enseñoreo de los ciudadanos es requisitopara que la forma de relación y percepcióncon el espacio cambie. Sólo un señor puededisponer de una manera de organizar y per-cibir el espacio, de cambiarlo y establecerun orden al respecto. Pero las circunstanciasque se observan cotidianamente en nuestropaís, ilustran muy poco de horror en la granmayoría de los colombianos al saber que lopúblico tiene dueños. Esto deja abierta lainquietud de si alguna vez se han sentidorealmente dueños de su casa, y están másbien acostumbrados a adoptar la moral derebaño, a sentirse súbditos de un amo, de unpatrón, o de un cacique. Heterodirección yapatía política constituyen elementos endé-micos de la cotidianidad (Lefebvre, citadopor Bettin, 1982).

Mientras siga prevaleciendo el temor a lacalle, a los caminos, a los viajes y siga incó-lume su contraparte emotiva, el amor hacialos destinos finales, seguros y protegidos de

los peligros, ninguna circunstancia social des-agradable para nosotros cambiará. Si somosmelindrosos con el poder, se deja que esepoder, que es además inevitable, sea utilizadopara bien de aquellos que lo tienen, seránotros, o pocos, los que tomarán decisionespor todo el conglomerado que conforma lacomunidad.

 Ahora bien, es consabido que el erotismodel poder conlleva grandes peligros para unasociedad. El ambivalente sentido que poseíael vocablo griego Kratos  (poder), claramentelo ilustra. Indica, por un lado, “el dominioque ejerce con pleno derecho el tutor sobreaquel que jurídicamente depende de su poder”  (Vernant, 1987). Paradójicamente, tambiénestaba asociado al campo semántico de vía(violencia). En este sentido traduciría vio-lencia pura, “la fuerza brutal del varón, ladominación masculina que la mujer no puedesino sufrir”  (Vernant, 1987). La palabra Kratos  oscila semánticamente entre el benevolente y

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legítimo dominio y la fuerza bruta excesiva.¿Puede entonces positivarse un erotismorelacionado con “un numen siniestro que semanifiesta bajo múltiples formas, en diversosmomentos, en el alma del hombre y fuera deél; una potencia maléfica que engloba, al lado

del criminal, al crimen mismo, sus antecedentesmás lejanos, las motivaciones psicológicas de la falta y sus consecuencias?” (Vernant, 1987).

Con sobradas razones Carl Schmitt afirmaque las únicas teorías políticas genuinas sonlas que parten de la concepción del hombrecomo un ser malvado (Carl Schmitt, citadopor Sampson, 2002). Pero malo no por na-turaleza, complementa Anthony Sampson,sino que es preciso, en lo político, tratarlocomo si lo fuese.

Pues, a pesar de que ese amor de la callees como todo amor, “…de tous les sentimentsle plus égoïste, et, par conséquent lorsqu’il estblessé, le moins généreux”,5 tiene como causade su grandeza su fuente de deificación, enque precisamente en su horizonte está siem-pre presente como potencialidad o actualidadla hybris , la desmesura. El poder encuentrasu sentido y su propósito en las estrategiasque desarrollan las comunidades humanaspara no ser dominados por la fuerza de lahybris . Lo público, como realidad política,es precisamente esa estrategia que la culturaoccidental creó para acotarla y para conver-tirla en manantial de creación y producciónsocial y cultural. Lo público tiene su másdecisiva sustancia en un milenario preceptodel oráculo de Delfos, enunciado por Sócra-tes, pero opacado comprensiblemente por lacélebre frase “conócete a ti mismo”, a partirdel predominio que alcanzara la vida privadaen nuestro contexto cultural. La máximadeifica dice: “nada con exceso”.

El hombre griego supo con prístina cla-ridad que las comunidades que no logranconstituir un mecanismo efectivo de controlpara todos, deja expuestos a cada uno desus miembros al desenfreno. Lo público esprecisamente el campo que constituyó lacultura occidental para formular un “nadacon exceso”. “La cuestión del hombre es lacuestión de la hybris, no hay regla última ala que pueda referirse para escaparse de ella,

ni Decálogo, ni Evangelio. El Sermón de la Montaña no me dice cuáles son las leyes quedebo votar”  (Castoriadis, 2002).

No es difícil descubrir este sentido de lopúblico, ya sea como intuición o formula-ción argumentativa explícita, en las líneas

de cualquier pensador aprensivo de esteámbito. Especialmente para la tradiciónliberal, aunque en cierto modo tambiénpara la tradición marxista, la esfera públicaayuda a contrabalancear el poder político afin de que no se desmande y a proveerle lanecesaria legitimación social. Lo público es,entonces, el gobierno de la mesura, del me-trón, de la justa medida. Por ello es que es tanintensamente virtuoso este campo. Habitarel espacio público es ser impregnado por su

erotismo y descubrir, si las circunstanciasculturales y sociales lo han favorecido, suética constituyente, que habrá de determinarla manera de vernos a nosotros mismos yde relacionarnos con los otros. Por eso sor-prende que los análisis que históricamentehan predominado sobre las problemáticasurbanas –como los desarrollados por Marxy sus más fervientes herederos– se hayancentrado en lo que acontecía en las fábricas.6 Ni aun desplazando el centro de interés,como lo hace Castells, hacia el aparato esta-

tal, se puede afirmar que se haya logrado unavance significativo en la comprensión de lacuestión urbana. Si “el nudo interpretativode la ‘cuestión urbana’ reside en el análisis del proceso político”  (Castell, 1974), entonces nilas fábricas, ni el Estado, con sus institucionesy procesos, podrán ser el objeto, centro yfinalidad de la lucha política. Las fábricas ylas instituciones gubernamentales son meroladrillo y letra muerta si lo que acontece enla calle no sostiene sus dinámicas. “¿Qué esla calle? Es el lugar del encuentro, sin el cual

no caben otros posibles encuentros en lugaresasignados a tal fin… La calle y su espacioes el lugar donde un grupo se manifiesta, semuestra, se apodera de los lugares y realiza unadecuado tiempo-espacio”   (Lefebvre, 1980).La calle es cotidianidad, “desorden vivo… queconstruye un orden superior”  (Lefebvre, 1980).El Estado es emanación directa de lo queocurre en el espacio público; y eso lo tienemuy presente la institucionalidad, pues la

5. “De todos los sentimientos, es elmás egoísta y en consecuencia una veztenido es el menos generoso. BenjamínConstant, citado por Nietzsche en“El caso Wagner”, citado a su vez por

Lefebvre. 1975.

6. A pesar de que los planteamientospolíticos de Marx han sido objetode muchísimas objeciones, y de estemodo, ya no se acepta, por lo menosteóricamente, que el vínculo societariodebe su poder principalmente por ladimensión económica, no obstante,Marx se constituye sin duda en unade las figuras más legendarias de estaépoca, debido a, en términos de JurgenHabermas, esa dimensión ontológicaque hay en su propuesta política. Dichaontología radica en que ubicó “afuera”,en el exterior, por fuera de la casa, lacausación de la acción del sujeto. Por

eso, todo autor que comparta esta exte-rioridad, se declara marxista, tal comolo hizo Lefebvre, Habermas, Castell, ylos filósofos de la escuela de Frankfort.Que la fuente de esa exterioridad lahaya ubicado Marx en las fábricas esun error que con tiempo y con sangrese comprendió; que la fuente de esaexterioridad algunos sociólogos creenencontrarla ahora en el Estado, será,desde nuestro punto de vista, otroerror que el tiempo también revelará.La particularidad de Lefebvre es queubica en la calle, en el espacio público,el principio de la exterioridad.

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primera ley que dictamina cuando es puestaen cuestión es “el toque de queda”.

En el espacio público fue que se hallóla posibilidad para descubrir que las insti-tuciones y las representaciones pertenecenal nomos  y no a la  physis . No es natural, ni

divina la institución humana. Es social. Estoabrió la posibilidad de cuestionar nuestraspropias instituciones y de actuar con respectoa las mismas. Puede cambiárselas a travésde la acción y la reflexión humana, cuandolas condiciones así lo requieran. “Debemosencontrar nosotros mismos las leyes que debe-mos adoptar; los límites no están trazados deantemano, la hybris es siempre posible. Sobreesto habla la tragedia ateniense, institucióndemocrática por excelencia, institución que

recuerda constantemente al demos la necesidadde la autolimitación” (Castoriadis, 2002).

De este modo, identificar la génesis de lopúblico y el precepto ético que lo gobierna,permite comprender el equívoco que seestablece al quitarle a la dimensión políticasu relación con lo epistémico. Así se le estáconfiriendo un sentido de verdad externoa ella; permitiendo de ese modo que seaninterrogadas las determinaciones de unacomunidad por algo universal, externo a loque acontece en la reunión con los otros. Esto

es puerta de entrada para los especialistas, losposeedores de verdad, que llegan a legislar porfuera de nuestras vivencias y experiencias. Ensíntesis, “la democracia es el régimen de la au-tolimitación, en otras palabras, el régimen de laautonomía o de la auto institución… Es poderque no acepta ser limitado desde el exterior, es poder autoinstituyente. La democracia es unrégimen que se autoinstituye explícitamente demanera permanente”  (Castoriadis, 2002).

La visión geométrica del espacioDesde los griegos se ha establecido un

vínculo casi indisoluble entre el espacio físicoy la geometría. Por tradición y por etimolo-gía, el objeto de estudio de la geometría hasido el espacio físico real, el cual fue percibidocomo susceptible de ser matematizado y conello de ser controlado y dominado a beneficiode los intereses humanos. Es a partir de la ins-tauración de la episteme moderna en nuestro

contexto cultural, que los principios de lageometría se independizaron radicalmentede la referencia a la realidad. El espacio,aunque real, fue concebido desde entoncescomo siendo esencialmente un vacío, unreceptáculo absoluto y tridimensional de los

objetos posibles, cuyas características eraninteligibles, pero inaprensibles para los sen-tidos. La modernidad hizo predominante laperspectiva de que el espacio era un principioconstituyente de la ontología de los objetos,cuya existencia no estaba supeditada a laexistencia de estos. Todas las cosas conocidasy por conocer podían desaparecer, y aún así,el continente tridimensional que los conteníasobreviviría a tal colapso de la materia. Laspropiedades del espacio, decía Newton, erala infinitud, la homogeneidad, la inmovili-dad y su métrica era la que Euclides habíafijado en su tratado Elementos , en el sigloIV a.C. Por consiguiente, el espacio sería,semánticamente hablando, una dimensióncarente de sentido. Sus propiedades eranuniversales, establecidas a priori. Estas erandescubiertas por el ser humano y eran aque-llas que revelaban los textos de geometría yfísica. El sentido aparecía como una opciónque introducía la experiencia humana conel espacio. Desde luego podía variar de caso

en caso, pero de ningún modo alteraba odefinía sus fundamentos estructurantes. Enconclusión, el espacio físico era euclidiano; sepodía conocer la estructura física del mundoa priori; y todo aspecto humano –su acción,sensación, percepción o significación- eranradicalmente posibles gracias al “espacioabsoluto”, superponiéndose a ese preexis-tente. Esta es la principal visión que hemoslegado de nuestros ancestros culturales sobreel espacio.

Como es de prever, esta concepción no

está libre de consecuencias. La perspectivaes base ideológica para proponer determina-das lecturas de las acciones que realizan laspersonas: siendo el espacio un vacío para serllenado, será un acto de ocupación la acciónprimera que los seres humanos desarrollaráncon este. Al espacio se le apropia. No es unacto de creación el que opera como actofundante, sino un acto primordialmente dedominio sobre lo natural, sobre lo a priori,

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lo dado; luego vendrá la ley, arbitrariamente,a decir si es legal o no esa ocupación. Lavisión geométrica del espacio es tambiénpropicia para hacer lecturas funcionalistasde los comportamientos de las personas. Dehecho, de ella deriva o encuentra su razón de

ser. Pues siendo el sentido un a posteriori, elaspecto primero será nuevamente un hechometafísico, la función, inherentemente pre-sente en la biología de un organismo o enel enunciado que se pretendió imprimir enlas disposiciones arquitectónicas observablesen el espacio.

Efecto del predominio de esta visión delespacio en nuestro contexto nacional es elsíntoma, que con mirada clínica, FernandoViviescas ha develado:

“Nuestra enorme ignorancia del significado y la trascendencia de la dimensión espacialcomo condición y determinante ineludiblede las condiciones de existencia, tanto en elorden individual como, particularmente para el caso que nos ocupa, en el ámbito co-lectivo. No nos referimos sólo a la dificultadque para el desarrollo de una reflexión sobreel espacio encuentra, incluso actualmente la filosofía sino la ausencia de una percepción y de una inteligencia sobre la dimensióndel espacio físico, material, construido alinterior del cual y por cuya construcciónsomos, y que ha conducido y da soporte ala tendencia y a la actitud negativas quehan llevado a que la especialidad, enespecial cuando tiene alguna connotacióncualitativa de las condiciones de vida, seaignorada o minimizada en su significacióncultural y material. [En síntesis] Colombiaes una sociedad analfabeta en lo espacial y,como consecuencia, la construcción de suidentidad histórico-social contemporánea

ha estado acompañado de un proceso incons-ciente pero sistemático de desespacializacióndel imaginario individual y colectivo: de lareivindicación social, del proyecto político yde la formulación poética”.

(Viviescas, 1997).

 A juzgar por lo que señala Viviescas, elpensamiento del colombiano común todavíasigue apegado a lo que hasta hace muchas dé-cadas atrás se venía sosteniendo con respecto

a la realidad. Esto es, que se requiere buscaruniversales a priori, verdades absolutas, encada aspecto de la vida, hasta en la más

insignificante de ellas.Por ello somos analfabetas del espacio,

porque no creemos que en él haya una de-notación posible. Las cosas aún siguen siendopara nosotros meras cosas. No comunicannada, del mismo modo que el espacio nodice nada, excepto su función. Todo aspectohumano –su acción, sensación, percepcióno significación– sigue siendo pensado como

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rialización es constituyente de la identidadde los sujetos posmodernos, los cuales seven definidos cada vez menos por el lugarde pertenencia (lugar físico, de los orígenes,o lugar simbólico, de la identificación convalores nacionales, ideológicos) y conlleva a

“una relación virtual con el entorno, dentro derecorridos puntuales, cambiables, que algunosdefinen como ‘no lugares’ (Marc Auge)”  (Im-bert, 1999). En consecuencia, dice Guattari,“ya no podemos contentarnos con definir laciudad en términos de espacialidad” . Y estoporque la naturaleza del fenómeno urbanoha cambiado. “La ciudad-mundo… se hadesterritorializado profundamente y sus com- ponentes se han diseminado sobre un rizomamultipolar urbano que abarca toda la superficie

del planeta”  (Guattari, 2003).Múltiples razones podrían aducirse para

explicar la desterritorialización que señalaGuattari se ha realizado en las comprensionesque se hacen de la ciudad y, en general, enel pensamiento occidental: las tendenciasglobalizadoras de la cultura y la economía,la aparición de nuevas tecnología de comuni-cación, las crisis de los sistemas políticos queregían para el mundo después de la segundaguerra mundial. Otra razón de primer ordenla ha brindado la misma realidad urbana co-tidiana, que ha mostrado que en las ciudadesdel mundo no se corrobora la existencia deun trasfondo estructural único, una ma-croestructura general que explique, deter-mine, organice y direcione los fenómenossociales que en ella acontecen. En contra dela aseveración de Barthes de que “cualquierciudad, no importa cual, es una estructura”(Barthes, 1993), Canclini argumenta queestas “ciudades desgarradas por crecimientoserráticos y una multiculturalidad conflictiva,

son el escenario en que mejor se exhibe ladeclinación de los metarrelatos históricos,de las utopías que imaginaron un desarrollohumano ascendente y cohesionado a travésdel tiempo” (Canclini, 1995). La homoge-neidad de la ciudad, sentencia Imbert, es unafalacia: “La ciudad es palimpsesto. Es un serinacabado, que se va construyendo de acuerdocon los recorridos que en él se efectúan”  (Imbert,citado por Maestro, 1990).

Lo anterior no obsta para seguir perci-biendo en la ciudad un topos , un lugar, o parahacer de la vieja intuición de Víctor Hugo,citada por Barthes, una tesis a desechar. Aúnsigue siendo cierto que la ciudad es una escri-tura y quien se desplaza por ella, el usuario

de la ciudad, es un lector de esa escritura.Solo que hay que reconocer que el sueñobarthesiano de encontrar “el lenguaje de laciudad” (Barthes, 1993), dominando, segúnlo afirmaba, todas las lecturas que hacían lasdiversas categorías de lectores presentes, seprefigura hoy día como una utopía, imposi-ble de realizar.

El reconocimiento de este aspecto permiteadvertir que estas tendencias formalizadorasconllevan a obviar hechos absolutamente

centrales en la realidad urbana. Ejemplifica-remos lo anterior, de una manera un pocoamplia, citando como caso el funcionalismo,perspectiva que ha forjado notablemente lasmaneras de comprender temáticas urbanasen áreas del conocimiento como la arquitec-tura, el urbanismo, la semiótica aplicada y lapsicología ambiental.

El funcionalismo ciertamente tiene unaversión formalista.7 Se trabaja matemática osemióticamente sobre un hecho para estable-cer la función general que la determina. Lafunción es la relación matemática o semióticade las dos o más variables presentes en la pro-blemática tratada. Su formalización terminaen la explicitación de un dato cuantitativo ode un enunciado específico. De ello resultaríaque realidades sociales como las que relataun arquitecto o un antropólogo, quedandelimitadas conceptualmente del siguientemodo: “Cuando se utiliza una cuchara parallevarse el alimento a la boca, su uso constituyedesde luego el cumplimiento de una función, a

través del empleo de un artefacto que permite y promueve esa función; sin embargo, al decirque promueve la función se indica que dichoinstrumento cumple también con una funcióncomunicativa: comunica la función que secumple” (Eco, 1984).

¿Podrían los objetos sociales comunicaralgo más que su función? “La cuchara pro-mueve cierta manera de comer y significa esamanera de comer, de la misma manera como

7. Existirían cuando menos dosversiones de funcionalismo; una querestringe el concepto de función almero objetivo para el cual fue realizadoun objeto social y otra que suponeque ese objetivo opera gracias a unasleyes algebráicas o semióticas que son

susceptibles de ser identificadas. En elprimero de esos funcionalismos las me-táforas que predominan son de origenbiológico; y en el segundo de los fun-cionalismos, se combinan las metáforasbiológicas con metáforas matemáticas.Un texto en el que se debate estas dosdistintas formas de funcionalismocorresponde a la introducción queescribió Claude Lévi-Strauss en el libroSociología y antropología, de su amigoel antropólogo francés Marcel Mauss.

 Allí se encuentra referencias directasa esa tensión entre esas dos manerasdistintas de concebir la función.

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la caverna promueve el acto de guarecerse ysignifica la existencia de una posible función, y ambos objetos significan, aun cuando nosean usados”   (Eco, 1984). Al parecer, paraUmberto Eco los objetos sociales, que no sonproposicionales, pueden sólo ser caracteriza-

dos como actos de comunicación a partir dela incuestionable consideración que puedenser significados bien y fácilmente comoposibilidad de función. “Lo que un marcode referencia semiótico reconocería en el signoarquitectónico es la presencia de un vehículosígnico cuyo significado denotado es la funciónque lo hace posible” (Eco, 1984). Lo anteriortiene su causa en que “nadie puede dudar deque un techo fundamentalmente sirve pararesguardar, y un vaso para contener líquidos de

manera que uno los pueda beber sin dificultad”  (Eco, 1984). La única precaución que cabetomar aquí es que a las funciones “desde el punto de vista semiótico cabría entenderlas y definirlas mejor… (para) descubrir otrostipos de funcionalidad, que son tan esenciales, pero que uno no logra percibir así, debido auna interpretación rígidamente funcionalista”  (Eco, 1984).

Esta visión funcional podría amplia-mente ser aplicada para cualquier temáticarelacionada con la ciudad. De hecho, cabedelimitar la ciudad misma de ese modo,como una realidad social que celebra funcio-nes; aprehender cognitivamente la ciudad esreconocer las funciones que operan en ella,por razones históricas o sociales.

Por supuesto, las funciones existen. Quesean las funciones el significado esclarecedorcon el que comprendemos y analizamos larealidad social de una ciudad, es lo que puedeser objeto de duro reparo. Si los muros de Atenas educaron no fue porque su sentido

denotado haya sido la función que los hizoútiles, proteger a los atenienses de los ataquesde sus enemigos. Educaron por el mero he-cho de que eran posibilidad de denotación,más allá de la función que comunicaban. Elser-ahí del muro, su efectiva presencia antetodos, portando un sentido que podía seraprehendido tanto por los atenienses comopor quienes los atacaban, es lo que le con-fiere su potencial educador, potencial que

difícilmente será comprensible a través de laperspectiva funcionalista.

Tal desdibujamiento de la realidad sociales consecuencia obvia de la aplicación delprincipio de abstracción. Los formalismospositivistas exigen sustraer la materia queanalizan de la vida cotidiana. Incluir losmuros de Atenas en el mundo de la vida esrevelar que estos son productos generadospor una potencia, la polis ateniense, capazde sostenerse independiente, a pesar de losesfuerzos de sus enemigos, y además, capazde liderar a las otras ciudades Estados en esteanhelado destino de la autonomía, en contrade las aspiraciones del rey persa. La esenciade la verdad, señala Heidegger, es la libertad.“El ‘ser’ que se dice en el ‘es’ significa: ‘realmente

 presente’, constante y materialmente existente’,‘tener lugar’, ‘estar destinado a’, ‘representaralgo’  ”(Heidegger, 1997). Esa es precisamentela razón por la que Lisandro, el general quelideró a Esparta en la tercera guerra delPeloponeso y que logró la derrota ateniense,haya decidido destruir, al son de flautas, esosmuros. Y es también el motivo por el cual esemismo general no aceptó la voluntad de susaliados tebanos, de no dejar una sola piedrade la Atenas de Pericles. Una sola piedra eri-gida en su lugar denotaba para sus enemigosla pervivencia del imperio ateniense y susideales, circunstancia políticamente molestapara quienes aspiraban sustituirla, pero encambio tranquilizante en alguna medida paralos lacedemonios en tanto que controlabalas tendencias expansionistas de los tebanosy corintianos.

El funcionalismo no nos puede hablar delas relaciones de fuerzas inmanentes y propiasdel dominio en que se ejercen; del juegoque por medio de luchas y enfrentamientos

incesantes las transforma, las refuerza, lasinvierte; de los apoyos que dichas relacionesde fuerza encuentran las unas en las otras; delas estrategias que las tornan efectivas, y cuyodibujo general o cristalización institucionaltoma forma en los aparatos estatales, en laformulación de la ley, en las hegemoníassociales. No nos puede hablar, en últimas,del poder, tal como nos lo ilustra MichelFoucault en “Voluntad de Saber”.

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El funcionalismo formalista hace de laacción social un enunciado que comunicauna última intención: la de garantizar lasubsistencia de un orden. Esta perspecti-va subsume la función en un paradigmaexplicativo continuista, circunstancia que

favorece la interpretación de las rupturasque se presentan en el sistema como déficitestructural, discontinuidades introducidasen el sistema por la inoperancia de un obje-to instalado para cumplir con una funcióndeterminada. El funcionalismo negativiza ladiscontinuidad y a quienes la representan.Propende, por lo tanto, por una visión reclu-siva y exclusivista, que no permite descubrirla ideología que hay en cada problemáticasocial y en cada modelo conceptual que dacuenta de él. En síntesis, oculta, a través de unconcepto finalista y/o formalista, la función,las dinámicas de poder que subyacen en todoenunciado y teoría.

De lo anterior es que surge la necesidadde aplicar una forma de análisis político paradiversas problemáticas; el reduccionismosemiológico privilegia “la forma apacible y platónica del lenguaje y del diálogo”  (Foucault,1997), y elude por ello el carácter violento,sangrante, mortal de la realidad históricahumana. “Pienso que no hay que referirse al

 gran modelo de la lengua y de los signos, sinoal de la guerra y de la batalla” pues “la histo-ricidad que nos arrastra y nos determina esbelicosa; no es habladora… [Y] ni la dialéctica,ni la semiótica sabrían dar cuenta de la inte-ligibilidad intrínseca de los enfrentamientos”  (Foucault, 1997).

En conclusión, aunque es innegable quetradiciones teóricas como la del funcionalis-mo o la estructuralismo lingüístico puedenofrecer grandes posibilidades explicativas dealgunos de los fenómenos que acontecen enla realidad humana, tenemos en objetos deestudio como el espacio público un escenarioque nos muestra que la realidad social no esun producto que se deja circunscribir en unálgebra definitivo, un entramado simbólicoestable y cerrado; La experiencia humanaestá también muy marcada por eventosimprevistos, e igualmente por sucesos quesurgen a partir de las acciones efectivas ycotidianas que realiza o sufre, y que no

aparecen implícitas en el formalismo quedescribe ciertas perspectivas. En este orden deideas, la verdad de la cultura no reside en lasformulaciones explícitas de los rituales de lavida diaria sino en las prácticas cotidianas delas personas que, al actuar, dan por supuestas

la explicación de quiénes son y la manerade comprender las acciones de sus seme- jantes (Rosaldo, citado por Jerome Bruner.1998). Verbigracia, nada hay en la lógicaenunciativa de los semáforos que indique,como parece saberlo el conductor habitualde algunas ciudades de Colombia, que elamarillo connota, en la mayoría de los casosy en cualquier orden de las luces, “acelere almáximo”, y muy pocas veces, “dispóngasea detenerse” por inminencia de cambio deluces. Este es un implícito que es consecuen-cia de las experiencias con las formas de vidadesarrolladas por el colectivo, implícito quepermite aseverar que resulta muy discutibleun modelo teórico o político de ciudad quela afirma como una estructura simbólicarelativamente estable y cerrada.

A modo de conclusiónMuchísimos aspectos adicionales se re-

quieren tratar para cambiar la inquietantesituación en que se encuentra todavía la

temática del espacio público. Para lograr talcometido, enfatizamos de todas las manerasposibles que hay que ser extremadamentecuidadosos con las perspectivas filosóficas,

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autores y teorías que se pueden emplearpara analizar problemáticas urbanas. Ungrupo demasiado selecto puede contribuira la positivización del espacio público. Aquí resaltamos una perspectiva teórica,el construccionismo social, ampliamente

desarrollada en campos disciplinares como lapsicología social crítica; y destacamos variosautores: Michel Foucault, Henri Lefebvre,Cornelius Castoriadis, entre otros.

Consideramos que con Foucault, Cas-toriadis y los teóricos del construccionismosocial se logra entender que la dimensiónpolítica es la dimensión clave que explica elestado de cosas que se ven en la ciudad. Yesto se afirma en contra de otras perspectivasque ven en la dimensión económica o en ladimensión simbólica/ideológica esa mismaclave. Lo que ellos nos indican es que el pun-to de partida para el estudio de la realidadsocial es la praxis cotidiana, la acción social,no la estructura social. Igualmente, creemosque con Foucault, Castoriadis y los teóricosdel construccionismo social, adquiere plenosentido esta frase de Nietzsche, descrita en“fragmentos póstumos” : la mentira es el poder.En otras palabras, la ficción es el hilo cons-tituyente de toda dimensión social, política,simbólica y cultural humana. Y, finalmente,

con Foucault, Castoriadis y los teóricos delconstruccionismo social se logra comprenderque el poder no es reductible a una relaciónde dominación, regulación y represión, unarelación a la que podría escapar algún sujetomediante algún dispositivo determinado.Son condiciones históricas e ideológicas, yno ontológicas del ser humano, las que hacenque sean poder y libertad conceptos antagó-nicos, visión particularmente promovida porla tradición política del liberalismo. En unasociedad las personas no permanecen juntas

con el sólo objetivo de luchar entre ellas ode superarse unas a otras; permanecen juntastambién para tratar de encontrar sentido a surelación mutua (Cecchin, 1994). El poder es,entonces, génesis y producción de sentido.

En conclusión, la importancia académicadel espacio público no reside únicamenteen el valor que por sí mismos puedan tenerlos fenómenos que acontecen en el espaciopúblico. Ciertamente pudiera enumerarse

una cantidad de sucesos urbanos, que porsu mera significancia social debería bastarpara conminar a los investigadores de lasciencias sociales y humanas a pronunciarse alrespecto. Obviando este aspecto de no menorimportancia, es de recordar que las ciencias,

a partir del estudio de un objeto específico,además de brindarnos una comprensión dela fenomenología que afecta cotidianamentea las personas, ofrecen igualmente escenariosepistémicos propicios para analizar la validezde los principios filosóficos que empleamospara aprehender epistémica y cognitivamentela realidad física y social. Ese el caso del espa-cio público, un objeto de estudio que ofrecela posibilidad para evaluar y rebatir una seriede metateorías y posturas filosóficas domi-

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