la calle del pecado y otros cuentos

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EDMUNDO DÍAZ COLMENARES LA CALLE DEL PECADO Y OTROS CUENTOS 1

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Las narraciones que integran este libro están inspiradas en el gran caudal de imágenes y emociones de la realidad cotidiana, pero la trascienden. No hay, por lo tanto, intención de satirizar o elogiar a alguien en particular, solo la pretensión de distraer al lector, generándole sentimientos estéticos en un territorio liberado en el que gobierna la dictadura de la imaginación única tiranía y autoritarismo admisible para un escritor.

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EDMUNDO DÍAZ COLMENARES

LA CALLE DEL PECADOY OTROS CUENTOS

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Índice

La Calle del PecadoSin AtracciónNuevos BríosDon Dinero Gran MaridoDoblezLa MédiumUn Caso ResueltoLa LuchaDecisionesPor Cuenta de la JusticiaEn la FronteraInfamio PlataLa CitaApariciónEleccionesTinieblasEstrellatoUn FalloFinal Inesperado

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La Calle del Pecado

Evocar el pasado desde la calma de la madurez, produce exquisita dulzura, apenas comparable con los retozos de la desenfrenada juventud. Es como estar en las gradas del teatro, ajeno a los peligros de la corrida, y a la vez protagonista de los sucesos en el recuerdo. Tiempos aquellos, idos para siempre, pero memorables a quienes vivieron la época. Puerto Frontera, entonces, era un villorrio de casas desparramadas en la vasta llanura con algunas de sus calles bordeando el río limítrofe. Como en todas partes del mundo, parroquianos que iban y venían por la vida buscando satisfacer sus necesidades. Ganadería, negocios de comercio y visitantes llegados desde Venezuela, movían el engranaje de la economía. Contrabandistas colombianos de medicinas que trajinaban los agrestes llanos apureños evadiendo el acoso de la guardia, en receso de trabajo; vaqueros llegados desde los hatos de la región; paisanos de Bolívar y uno que otro empleado local, confluían en aquella calle polvorienta y deshabitada que parecía dormir de día, -que sólo podía ser reconocida por los iniciados- y que con el llegar de la noche revivía, abriendo las puertas de sus casas medio recatadas con espesas cortinas y de allí bullía el ruido de rockolas a todo volumen con joropos y rancheras. Próxima a las riberas del río, a la vez céntrica, era evitada por las damas decentes de la localidad, que cuando la transitaban por imperiosa necesidad, miraban hacia arriba o hacia abajo, para evitar los malos rumores o caer en la tentación y hasta en el mismo pecado. El viernes antes de dar salida hacia las casas, el padre León reúne en formación en el patio principal a los estudiantes para recalcarles sobre el comportamiento del buen cristiano, en la casa y en la calle, enfatizando en la pureza de las costumbres morales. Para evitar la malicia en los más chicos, les ordena retirarse y sigue las observaciones con los mayores a quienes advierte. -Que no vaya a saber yo que alguien de ustedes ha ido a la casa de las mujeres malas, porque eso es gravísimo pecado mortal y ofende mucho a Dios, y yo aquí no lo voy a tolerar; de una vez los expulso del colegio.

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En la fila, detrás de compañeros de grado, Juvencio cambia la voz y se mofa de lo que dice el padre rector. -Esas mujeres no son malas, sino muy buenas. Los compañeros más cercanos sueltan risotadas al aire que suspenden de tajo cuando el rector reinicia las observaciones. -Esas mujeres -insiste el sacerdote- están llenas de enfermedades y se las transmiten a quienes estén con ellas; y esas enfermedades son terribles y vergonzosas. No hay algo que genere más curiosidad y tentación que lo prohibido. Aquel viernes, después de las clases, Juvencio no llega a la casa como de costumbre a las seis, sino que merodea por los alrededores en espera de que el tiempo corra y las sombras de la noche ayuden a cubrir con su manto las intenciones de llegar a la calle veintisiete y trascender las cortinas de las puertas que esconden ese mundo misterioso, y apetecible a los muchos que allí van. No más se acerca, una moza pintorreteada y con minifalda que lo ha estado observando como sin querer, le hace señas para que se aproxime. Entonces le llega al joven el olor de la abundante loción barata con la que está perfumaba la ramera que con la coquetería de su oficio, le toma de las manos y le da un fuerte beso en la mejilla que lo deja impregnado de polvos de mala calidad. -Papito, tú eres menor de edad y la policía no debe encontrarte aquí porque te lleva -le dice. Con ansiedad y susto, Juvencio saca valor de donde no tiene, mientras se deja conducir dócilmente hacia dentro de la casa. Asume una tranquilidad que no es suya pero que salva la situación para no desfallecer. -¡Yo soy mayor de edad! -se atreve a decir en la tribulación. -No trates de mentir papito que a leguas se ve que nunca has venido por aquí. Juvencio no puede objetar lo que le dice la mujer, que lo toma nuevamente de las manos y con ellas recorre sus muslos, hasta levantar provocativamente parte de la falda. -Ve que a mí no me engañas; estás frío del susto pero ya te calentaré bastante para que te pongas bien. -¡Tengo... que... irme! -dijo Juvencio. -¡Cálmate amorcito que aquí se pasa rico! Ya veras que no te pesará -expresó en forma zalamera la puta. -¡Es que me están esperando! –insiste desfalleciente el zagalón. A fin de no ir tan rápido y correr el riesgo de que el cliente se le corra, la mujerzuela trata de infundirle confianza en la conversación. -Mira chico, sentémonos en aquel rincón que está oscurito para que no te vea la policía, si es que llega; y si así fuere, yo hablo con ellos; son mis amigos y la mayoría han gozado mis favores. Ya sentados en el lugar escogido, para facilitar los asuntos Lolita -que así dice llamarse- pide con una seña dos cervezas, que le trae con prontitud el mesero. Maquinalmente sirve en los vasos abundantemente, desocupando de una vez las botellas.

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El salón se ha ido ocupando con clientes experimentados que llegan y manosean a las chicas que están a la entrada, mientras en diversos puntos sentadas, esperan las demás a ser llamadas a las mesas para hacer compañía. Con los codos sobre el mostrador, el mesero está pendiente de los pedidos, que sirve con rapidez, acompañándolos con hielo y pedazos de limón, cuando son licores fuertes. Bajo el desflecado cielo raso, varios ventiladores de paletas giran furiosamente, disipando el denso humo de cigarrillos y emanaciones etílicas. Algunos clientes ya ebrios, bailan con las chicas sin importarles armonizar en los movimientos y pasos, si no más bien en tocarlas iniciando la jornada erótica que han de culminar un rato después en las habitaciones. Varios clientes cambian sus billetes por monedas al mesero para seleccionar sus canciones preferidas en la rockola y la jarana sigue, cada vez más estruendosa y desordenada. Un pasillo que da al fondo, tiene a lado y lado puertas semiabiertas y por una de ellas ingresa Juvencio llevado de la mano de Lolita. Allí está como mueble principal la cama dispuesta, sobre la que se sienta tímidamente el joven estudiante, que con la compañía de la casquivana y las tres cervezas que ingirió ha perdido la voluntad y decisión y ahora sólo obedece. Al cerrar la puerta, asegurándola con el oxidado pasador, la meretriz extiende el brazo, indicándole a su amante ocasional que le cancele sus servicios, lo que hace aquel maquinalmente una vez ha sacado de sus bolsillos algunos billetes que entrega en su totalidad a la mujer, que los recibe ansiosamente y desaparece en un instante. Por último, ella se desviste totalmente y pone sobre su sexo tibio y húmedo, la mano fría y desmadejada del muchacho; luego lo termina de desvestir. Juvencio sale de la habitación y busca a Lolita que se ha evaporado entre el barullo del prostíbulo. Va hacia el rincón en donde había estado y ve allí otra ramera con cara destemplada, párpados cansados y cabellos despeinados que bosteza. Al tercer día, la molestia que sentía al ir al baño se intensifica y en vez de orina le sale un chorro intermitente y espeso de pus que le causa ardor y lo hace sentir el más desgraciado de los hombres.

* Muchas décadas han encanecido los cabellos de quien ahora regresa a la patria chica. Habiendo visitado a familiares y amigos que le prodigan efusivas y amables recepciones, Juvencio se entrega a la tarea de hacer nada y ahora camina solo, sin rumbo ni actividad pendiente, por las calles desparramadas como venas. Sin proponérselo, llega al frente del Colegio San Benito que ahora luce una fachada diferente de la de sus años de estudio en el bachillerato; los recuerdos llegan, la nostalgia lo invade. Avanza dos cuadras y gira a la izquierda y dos más adelante, lo cautiva el anuncio “Ferremateriales la 27”. Como sonámbulo se detiene y mira alrededor restaurantes, mueblerías, almacenes de ropas y otros buenos negocios. Hoy todo diferente, pero sin dudas, en el interior en donde ahora funciona esa ferretería, cuyo frente exhibe varillas y herramientas colgadas del borde del portón principal, existió el burdel en el que vivió su experiencia sexual inicial. Después de tanto tiempo y con la serenidad que dan los años, Juvencio rememora ese lejano pedazo de vida de momentos turbulentos, voluptuosos y llenos de riesgos, donde

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las puertas se abren para mostrarnos el cielo pero también el infierno; la seducción, pero a la vez la podredumbre y el sufrimiento.

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Sin Atracción

De haberlo sabido, Liborio se habría atado a una cuerda como un globo para no irse de casa contra su voluntad. Todo comenzó a partir de la nada y sin anuncio, como suele suceder con grandes acontecimientos. Estaba sentado sobre el borde de la cama terminando de vestirse, cuando tuvo la sensación de que sus zapatos le quedaban más holgados y que sin proponérselo se deslizaban sobre el piso de la habitación; sintió un leve aturdimiento. Pensó que era un pequeño mareo y ya se le pasaría. Pero el soplo de brisa que se coló por la puerta lo arrastró, llevándolo sin control hacia el centro de la cama, en la que pretendió acostarse a lo largo, sin lograrlo, pues al tratar de levantarse para hallar la posición deseada, quedó suspendido en el vacío, flotando a la deriva. Nunca había experimentado algo igual, y aunque sabía que la vida era una verdadera caja de sorpresas, no asimilaba todavía lo que le deparaba el nuevo día. Al principio fue una sensación de paz y tranquilidad, de desamarrarse de la tierra a la que había estado ligado desde siempre. La mirada a los objetos cotidianos, toma nuevas perspectivas que cambia la percepción de la realidad, y no logra erguirse, como de costumbre. Hace un gran esfuerzo y gira hasta quedar frente a la puerta y puede ver que en la sala los muebles se levantan solitos, conservando su posición de uso. Con la palma de la mano derecha, se da un golpecito en la frente a ver si está soñando, pero comprueba que efectivamente está despierto. Al bracear buscando la salida, da contra el cielo raso y se impulsa hacia uno de los muros, del que se va guiando y empujando suavemente hasta llegar al marco de la puerta, que trasciende ayudándose de las manos. Por entre el sofá y la mesita de centro de la sala, debe abrirse paso, en lento vuelo. Y las sorpresas ya no tienen límite. En el patio, Dangers el perro de la casa, boya de medio lado sobre las matas del jardín y aulla lastimeramente. En la cocina, el caldero flota encima de la parrilla de la estufa y de medio lado ha dejado escapar parte del aceite de fritar que sin caer, en forma serpenteada mantiene el mismo nivel del borde del recipiente metálico; la nevera, a veinte centímetros del piso, en posición oblicua, tiene la puerta semiabierta, permitiendo ver ondear en su interior una manzana, un aguacate y dos pequeñas vasijas rojas de plástico.

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Como no hay situación a la que el hombre no pueda adaptarse en la necesidad de supervivencia, Liborio se desliza junto a la pared, aprovechando los bordes de las puertas para empujarse suavemente con las manos y avanzar hacia la dirección deseada ya que los movimientos de pies y piernas lo descontrolan. En su esfuerzo va hacia la calle, una vez abre desde su incómoda posición semihorizontal, la puerta de acceso. Ya nada es igual; el mundo trastornado, es otro a Liborio. Afuera, encima de la vía, de varios vehículos suspendidos en el aire en diferentes direcciones, con sus ruedas girando aún algunos, salen conductores asombrados, quedando con sus pasos en el vacío; otros asustados, siguen sentados en su interior aferrados al volante y sacan la cabeza para mirar en varias direcciones los disparates con los que los ha sorprendido el naciente día. Un vendedor de helados de paletas lucha aguerridamente para no soltarse de su carrito y quedar a la deriva; sin embargo, ya se encumbra a la altura media de las fachadas. La vecina del frente, en piyama de falda, a varios metros de altura, lucha por cubrir su intimidad. La ley infalible de Newton ha pasado de moda y si el científico inglés viviera aún, al ver tamaño absurdo moriría de sorpresa. En este caos de cosas de las que nadie se reponía, Liborio recuerda que debe ir al colegio a practicar la evaluación a sus alumnos, prevista para ese día a la primera hora de clases. Y el establecimiento dista a varias cuadras de allí y las cosas sin gravitación han tomado un nuevo rumbo. Pero aún así, los educandos debían asistir a cumplir con sus obligaciones académicas. Como Jasver -personaje maniático de la novela “Los Miserables” del gran Víctor Hugo- Liborio insiste en que el deber es el deber y está por encima de todo. Y que la vida sólo tiene sentido en razón de hacer lo que está escrito que se debe hacer. Lo demás no es suficiente. Sobre la calle, Liborio trata de mantener la quietud ya que cualquier movimiento lo impulsa hacia arriba, alejándolo de lo que siempre ha sido su entorno de vida. Aún así, su casa y el área en donde estaba, se aleja con el paso de los minutos y una dimensión incomprensible se apodera de él y ya nada lo detiene en su ascenso al infinito. Cosas hasta ahora conocidas, dispersas en el vacío toman nuevas dimensiones y formas imposibles de reconocer. En el revoltijo de objetos y personas que se encumbran, a lo lejos, ve a Esperanza, una de sus dilectas estudiantes, con las que mejor se entendía en las clases de filosofía. -¡Dios mío… si hoy tengo clases con esta niña a la tercera hora -dice en voz alta, olvidando la novedosa anarquía del mundo-. Trata de seguirla con la mirada, pero en la confusión de enseres que cada vez están más distantes de la tierra, apenas si puede hacerle señas con las manos, indicándole con movimientos de dedos que es a la tercera. -¡Qué vainas estas de la vida! Y pensar que la subida al cielo de Remedios la Bella en cuerpo y alma no era pura ficción literaria, sino posible. –se dijo. -Pero que cosa, ni siquiera pude desayunar hoy -pensó con desconsuelo. Desde arriba, la tierra allá abajo, toma una coloración verde oscura y aunque Liborio vive en una ciudad de llanuras, por la altura, ve el perfil de la cordillera que con sus

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crestas coronadas en la parte más alta por blanca nieve, lanza destellos luminosos que lo enceguecen momentáneamente. -¡Pero qué me pasa a mí... carajo! ¡Será que amanecí chiflado hoy! En los últimos minutos su elevación acelera y se siente solo en el universo; pero aún así, lo sigue en las alturas el sentido del deber. -¡Qué dirá el rector cuando no me vea! Además no he pasado aún las planillas de calificaciones. Y mis pobres alumnos me van a extrañar. Y como humano cualquiera, pendiente de correr la fecha final, echa de menos sus medicamentos. -¡Caramba... lo que me faltaba, no me pude tomar la pastilla de la mañana. Mientras el mundo prosigue su insensata marcha, Liborio es apenas un punto en el cielo; luego un pequeño destello, un resplandor, y finalmente desaparece.

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Nuevos Bríos

Nada de especial habría tenido la noticia de la viudez de don Amador Rico, si no fuese estado acompañada del llamado a conseguir nueva mujer nueva, pues en su parecer la vida no era vida sin la grata compañía femenina. Don Ama, como le llamaban a este hombrachón de ochenta y algo más de años, era reconocido como el más grande hacendado de la comarca. En forma graciosa e irónica, decía a sus amigos y conocidos, que estaba recibiendo hojas de vidas para considerar la posibilidad de contraer nuevas nupcias. Eso si, las candidatas bajo ninguna circunstancia debían exceder los veinte años de edad, porque de viejas no quería saber nada. No pocas burlas, chistes y suspicacias suscitaban las pretensiones de Amador que con tamaña edad, aspirara a ganar el corazón de tierna flor. Pero cierto es que el dinero mueve montañas y la paciencia, habilidades y buen nombre hacen maravillas. Por toda la región fronteriza corrió la voz de que el prestante ganadero urgía de mujer. Del Apure venezolano, llegó Dulce Margarita al Hato El Futuro. Lo hizo en búsqueda de trabajo para oficios domésticos. Años antes, era impensable que los paisanos de Bolívar vinieran a Colombia, país más pobre, a emplearse. Su riqueza petrolera y moneda fuerte, los hacía grandes consumidores en la frontera, y con arrogancia, veían a sus vecinos del sur con desprecio. Pero los cambios que trajo la revolución socialista de un coronel que se entronizó como presidente, colapsó esta creencia e igualó a unos y otros a lado y lado del internacional río Arauca. Aunque la provocativa y hermosa doncella había cursado algunos niveles universitarios que debió suspender por razones económicas, como cualquier mujer de cocina, se dedicó a preparar alimentos a los muchos peones del hato y a su patrón, que no más la vio quedó prendido de ella, fascinado por las ondulaciones de sus caderas y los descotes que insinuaban senos enormes, redondos y duros como melones que lo perturbaron desde un comienzo y que alebrestaron a los trabajadores. Por razones de estatus, Amador ordenó que la nueva empleada cocinara sólo para él pues era de entender que a su edad no podía comer de todo lo que le gustaba, sino de lo que podía; con ello

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aislando a Dulce Margarita de las miradas que la desnudaban y obligándola a que concentrara sus atenciones en él. EL abandono en la manera de vestir y asearse diariamente, la reemplazó el hacendado por el deseo de afeitarse y estar bien peinado. Las muchas mudas de ropa sin estrenar que tenía guardadas en los baúles empezaron a ser usadas y fue tanto el interés por ser persona diferente en su presentación personal que mandó a traer desde la capital cajas completas de lociones importadas de Francia con las que cambió el ácido olor de las bregas del campo por las fragancias finas del hombre citadino. Tan repentino cambio no pasó desapercibido por trabajadores y familia que conociéndolo como lo conocían, pronosticaban ya el futuro matrimonio. -El patrón está perdidamente enamorado ya -dijo Miguel el caballicero. -¡Y le llegó buena comida al viejo! -completó Luis el encargado de las vacas de ordeño. -Cosa diferente es que la venezolana le pare bolas al viejo -expresa Luisa María la sirvienta más antigua del hato-. -Por la plata baila el perro -intervino Miguel. -¡Qué vainas de la vida! Uno llega a ser viejo y no deja de ser pendejo -aseveró Hernando, el hijo menor de Amador-. A las sabanas de Elorza, llegó la carta que decía:

Querida Tía:

Desde que llegué aquí logré colocarme a trabajar, sin dificultades. Hasta ahora todo marcha como debiera y sin contratiempos. Como lo imaginaba, el muy nombrado Amador Rico es un anciano que está más allá que de acá y aunque pretende aparentar de muchacho, está que masca el agua y cruza las patas. Desde el primer día está locamente enamorado de mí y aunque aún no me ha hecho propuesta de matrimonio, estoy seguro que lo hará más temprano que tarde. Por bien que le vaya y dure, ya tiene un pie en la tumba y no creo que sea mucho lo que fastidie, en caso de que lleguemos a algún arreglo, pues yo no estoy aquí por amor. ¡Ni más faltara con semejante cucho! Por lo demás, su hato es el que tiene más ganados en toda la región lo que garantiza un patrimonio al que puedo acceder muy pronto, si Dios lo permite y me va bien. Aunque yo no soy boba, me toca cuidarme de no ir a salir embarazada del maldito viejo pues ahí si las cosas se me complican; por eso le sugiero que me vaya preparando el bebedizo con la matica para que no le funcione el pájaro, si es que todavía no lo tiene muerto del todo.

Por lo demás, me ha tocado trabajar duro en la cocina y los asuntos de la casa ya que hay muchos peones. Aunque ya tengo un trato

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preferencial de Amador que ha querido que sólo lo atienda a él para tenerme más cerca y evitar que otros me pretendan. Si usted viera las miradas que me hace el viejo; está muerto de amor por mí. Como de verdad le gusto, no ha sido capaz de decirme nada todavía, pero ya llegará el momento en que no soporte más y lo haga. ¡Si supiera lo que le espera!

Me saluda a toda la familia, manifestándoles que los recuerdo mucho y que pronto van a tener buenas noticias de mí.

Sin más por lo momentos, se despide su sobrina.

Dulce Margarita.

Don Amador Rico transformado en lo físico y en lo emocional por los nuevos sentimientos que despertó en él la empleada, dejó a un lado el mal genio y la tacañería que lo caracterizaba y como por arte de magia se volvió generoso. De ahí el dicho de que el amor hace maravillas y nos muestra el mundo de una manera más amable. El hacendado sufrió mudanzas de ánimo. Antes pretendía mostrar menos de lo que tenía para evitar compartir, y ahora ordenó al caporal que en las tardes le reuniera en el corral las reses de los ganados para contarlas y evitar el abigeato y dejar amarrada la becerra más gorda para sacrificarla al despuntar del siguiente día. Por ser época de verano, cada rodeo levantaba una nube de polvo que podía ser divisada a varios kilómetros de distancia. Aquella tarde, mientras los vaqueros se encargaban de las reses en los corrales y a los demás trabajadores les había sido encomendada alguna labor que los mantenía ocupados, Amador un tanto nervioso pero decidido, se acercó por los lados de la cocina, con el pretexto de pedir algo a Dulce Margarita que en el momento estaba sola. -¡Qué calor está pegando ahora! ¿Será que me puedes dar un vaso de agua princesa? -¡Si Don Ama, ya se lo traigo! -respondió la mujer mientras le daba la espalda y caminaba con insinuante movimiento de caderas que hicieron estremecer al dueño de El Futuro. Cuando le recibió el vaso, el viejo descaradamente le tocó la mano y trató de apretársela pero la muchacha, fingiendo pudor la retiró inmediatamente y pretendió retirarse. -¡Qué mujer tan linda es usted Dulce Margarita! ¡Hasta su nombre me gusta! -dijo el viejo, mientras exhalaba un hondo suspiro. Con coquetería, la mujer se dio media vuelta y se quedó mirándolo con una sonrisa de aprobación, que para Amador fue definitiva en la pretensión de hacerla suya. -¡Caramba… con una dama como usted si me volvería a casar! ¡Claro… si fuera aceptado… cosa que veo difícil por mi edad! -¡Usted se considera viejo ya don Ama!-.

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-¡Los años no perdonan y son imposibles de evitar y esconder! ¡Pero en fin… a nadie le cobran por soñar, pues soñar no cuesta nada! -Usted es un señor muy conservado y todavía queda para rato. -¡Dios la oiga… pues no quisiera morirme sin haberla amado a usted como se lo merece! -¡No me haga dar pena Don Ama! ¡Qué pensarían los demás si lo llegaran a oír! -¡Qué tiene de malo que un hombre mayor como yo se enamore de una mujer tan bella como usted! ¡Culpable es el destino que la haya puesto en mi camino Dulce Margarita! -Pero… don Ama… si yo a duras penas soy su sirvienta. Un hombre de su categoría puede conseguirse una mejor mujer. -Dulce Margarita, todas las mujeres juntas no le igualan a usted. ¡Le Juro que la amo con todo mi corazón! ¡Por usted sería capaz de todo! -¡No exagere Patrón que eso no puede ser tan cierto! -¡Que no es cierto! ¡Estoy loco de amor por usted! ¡Pídame lo que quiera, pero no me prive de amarla! Al fin y al cabo no es mucho lo que me queda de vida, pero quisiera morir teniéndola a mi lado. ¡Permítamelo Dulce Margarita! El viejo ganadero exaltado en su ánimo se acercó a su pretendida y colocando entre las suyas las manos de ella las cubrió de besos hasta la saciedad. Luego, quitándose el sombrero cayó de rodillas frente a ella en tono suplicante. -¡Dulce Margarita!... ¡Quiero que seas mi esposa! -¡Don Amador… yo vine a su hato a trabajar… y no le convengo a usted! ¡Qué dirán sus hijos de mí! -¡Mis hijos! ¡Ellos ya tienen lo suyo! Para eso ya les di parte de lo que le corresponde a cada uno; lo demás es mío y con ello hago lo que me parezca. -¡Don Ama…pero…! -¡No me llames más don! ¡A secas Amador o Amadorcito! ¡Y quiero que seas mi mujer… ojalá desde hoy mismo! -¡Por favor don… digo, Amador! Sin más recato, el hacendado envolvió a Dulce Margarita en caricias y besos, mientras ella quieta como una estatua, no correspondía pero tampoco rechazaba las pretensiones del viejo. En los corrales, el ganado en torbellino de mugidos y pisadas, avivaba el hato, mientras el caporal a la cabeza y los otros vaqueros en medio de la espesa polvareda trataban de contar los semovientes para darle informe al dueño. A la siguiente semana se celebró el matrimonio, que no obstante la premura del tiempo, pudo ser divulgado a los cuatro vientos en toda la municipalidad, llegando invitados pudientes de todos los rincones. Con la pompa que correspondía a un personaje del linaje de Amador Rico fue traído desde la capital un cura que oficiara el sacramento, y al final de la gran fiesta que dieron en El Futuro amenizada con orquesta y una docena de novillas sacrificadas, los contrayentes estaban exhaustos y adoloridos sus cuerpos de tantos apretones de felicitaciones.

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Cuando los ríos de whisky y aguardiente mermaron, los chuzos de la carne asada desocupados por la voracidad de los asistentes y los ramilletes de flores con que habían adornado mesas, sillas y espacios por donde circulaba la concurrencia rodaron por tierra despedazados, el oferente del jolgorio, doblándose de la borrachera, arrebató el micrófono al presentador de la música y tomó la palabra. -Amigos y amigas… yo… yo… les agradez…co mu,,,mucho que hayan venido a mi matrimonio. Pe… pe… pero esta reunión ya terminó. Creo… creo que no deben tener quejas de… de… de mí. Ya… ya les di de beber y de comer todo lo que quisieron. A… a… a… costillas mías disfrutaron y gozaron. ¡Si o no! Entonces… ahora… ahora me toca el turno a mí que quiero irme a acostar ya con mi mujer. En conclusión, no… no… quiero ver a nadie más aquí. Los invitados, refunfuñando la mayoría, pusieron en marcha los motores de los vehículos en que habían llegado y otros montaron sus caballos y en cosa de minutos volvió la calma a la hacienda, mientras el patrón sin importarle la presencia de los de la casa, acosaba a su joven esposa que con las mejillas encendidas de la vergüenza y gestos suplicantes, trataba de frenarlo. Fue asunto de instantes llegar a la alcoba preparada para la ocasión y con cama nueva y dispuesta. Dulce Margarita, azarada por las actitudes de su senil marido, se paró en un rincón de la habitación con los brazos cruzados y con rostro de angustia, no se perdía ninguno de sus gestos y movimientos. Amador, aturdido por el hipo causado por tantas libaciones etílicas, con violencia se deshacía de la ropa, tirándola en distintas direcciones. Ya desnudo, el viejo mostró a la mujer su enorme arma de dotación que empezaba a levantarse. Ella, con asombro, abrió los ojos desmesuradamente y palideció del susto. -¡Usted… usted… piensa utilizar todo… todo eso contra mí! -pudo balbucear la mujer. -¡Íntegro -dijo el viejo sin titubear-.

* Un lustro pasó muy pronto en las vidas de Amador y Dulce Margarita y una prole de seis hijos fortalece la unión en el hogar, que cada año ha sido visitado por la cigüeña y en donde reina el amor que para muchos parece increíble en tan dispareja pareja, sino fuese porque la realidad demuestra lo contrario. Sólo el percance del parto con los mellizos -que casi cuesta la vida a Dulce Margarita- pudo amenazar este matrimonio modelo y feliz en que el anciano esposo parece rejuvenecer con el paso de los días.

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Don Dinero

Como rata de alacena que huye despavorida, el fugitivo corre velozmente en zigzag. -¡Alto o disparamos! ¡Cójanlo! ¡Arréstenlo! ¡Qué no escape! ¡Es él! ¡Él es! ¡No hay dudas! Los policías lo persiguen apuntándole con las armas desenfundadas, y él con movimientos rápidos busca alguna puerta abierta por donde entrar y refugiarse. En instantes, el acosado es controlado por varios revólveres que lo tienen en la mira. -¡A tierra o le damos! -grita el más lanzado de los uniformados-. ¡Acostado boca abajo y con las manos atrás! -insiste. Sobre el pavimento y tendido a lo largo sigue amenazado por las armas. ¡Jiménez… revíselo a ver si anda cargado! La escaramuza entre policías y capturado es el foco de atención de vecinos y transeúntes. Hacia un costado de la calle un grupo humano, constituido en su mayoría por varones, como el ganado de rodeo controlado por vaqueros, espera las órdenes de los otros agentes del operativo. Desde hace algunos minutos el comando policivo tomó el control del sector, atendiendo no a sus deberes investigativos, si no a una llamada telefónica que alguien hizo, informando que por allí merodeaba un peligroso terrorista. En la esquina de la cuadra una lujosa camioneta, de vidrios polarizados y atravesada sobre la vía, espera. Junto al conductor está el comandante, que una vez mira a sus hombres que se acercan llevando esposado y a empujones al capturado, sin prisa, se baja del vehículo. Las insignias del oficial brillan en esa mañana soleada de cielo azul. Su porte erguido y delgado, sumado al verde oliva de su traje de pantalones metidos entre las

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botas relucientes a la altura de las rodillas y su guerrera atravesada en equis por vistosas correas marronas de donde pende su pistola de dotación, más el kepis bordeado de dorado, le dan cierto tono de altivez y respeto. El capturado, de unos veinte años, estatura mediana y cuerpo macizo, deja ver unas manos nervudas. Su aspecto de momento, a raíz de los hechos narrados, lo presenta con cabellos desgreñados y parte de su ropa en jirones y sucia. -Mi teniente creo que hemos cogido a este pez gordo. –dice Salinas con entusiasmo. -¿Lo requisaron bien? -pregunta el comandante. -¡Claro mi teniente! Le encontramos esta pistola nueve milímetros y muy bien dobladitos en la cartera este par de papelitos. ¡Léalos mi teniente! El oficial recibe el arma decomisada y envolviéndola entre un pedazo de tela que sacó de la guantera, la coloca sobre el asiento de la camioneta. Acto seguido, uno a uno, abre los papelitos y los lee con detenimiento. Señor… entregar al portador la cuota impuesta por esta organización. Terminaba la misiva con una firma casi ilegible debido a la mala letra del autor. Sin levantar la mirada, con voz pausada, el comandante dice: -Ahora si te vas a acordar de nosotros. ¡Ya te conocemos terrorista! ¡Te veníamos siguiendo la pista desde hace algún tiempo! Miguel Preciado está atontado y parece querer escurrirse hacia abajo, lo que obliga a los uniformados a sostenerlo de mala gana desde los brazos entrelazados en la parte de atrás por los aros metálicos; su cara decaída sigue mirando el pavimento. Trata de balbucear algo, pero el teniente lo interrumpe, tajantemente. -¡Basta de mentiras! ¡Le pagarás a la sociedad todo el daño que le has causado! ¡Con que armado y sin salvoconducto! ¡Esto se te va a ir hondo! Y los papelitos estos te acaban de comprometer. No hay defensa que te valga en estos momentos. Entre el murmullo de los que están siendo identificados por los agentes, se dice con cierta sorpresa que se trata del hijo menor de don Víctor Preciado, un poderoso hombre de negocios de la región. El comentario se deshilvana en un run run que va de los retenidos a los uniformados y de éstos al comandante. Desde el teléfono de la camioneta, el teniente hace algunas llamadas que le van transformando el rostro frío y decidido de hace algunos instantes. Ahora parece dominarlo la preocupación. ¡Pérez… Pérez! ¡Llámeme a Salinas inmediatamente! El uniformado solicitado, se presenta en el acto, haciendo sonar los tacones de sus botas frente a su superior y en un movimiento enérgico de su mano derecha que lleva a la frente y baja hasta la pretina de su pantalón, se pone a disposición. -¡Ordene mi teniente! -¡Salinas! ¡Salinas! ¿Pero qué ha hecho usted? -¡Cumplir con mi deber… mi teniente! -¡No señor cabo! Su deber no es detener a las personas decentes; o bueno, a los hijos de las personas decentes.

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-Pero mi teniente, el capturado portaba un arma no amparada más los papeles con esos mensajes extorsivos. –insiste el subalterno, tratando de justificarse. -Alguien debió informar ya a mi capitán sobre el arresto del tal Preciado ese. Además, lo de la pistola -recalca el teniente- carece de importancia. Acaso es usted tan cerrado de sesos para no entender que la gente de bien tiene derecho a cargar un arma para defenderse y proteger sus bienes. En cuanto a los escritos esos, no son prueba alguna que lo comprometan; recuerda porque es bien sabido que “El papel aguanta todo”. Y arrugando entre la mano derecha el manuscrito lo reduce a un ínfimo envoltorio que lanza al piso de mala gana y le pone encima el tacón de la bota izquierda, depositando sobre él el peso de su cuerpo y de su autoridad. -Pero mi teniente, si el retenido es inocente, ¿por qué no atendió desde el principio el llamado a la identificación y requisa y al contrario opuso resistencia y quiso huir? -Entienda usted que los jóvenes por lo general son rebeldes; pero éste es de los buenos y hay que darle libertad ya. ¡Es una orden! Espero que usted mismo le pida disculpas y tome, devuélvale su pistola y asunto concluido. -Pero… mi teniente… -¡Basta ya de tonterías! O usted es muy nuevo en esto o muy corto de juicio para no entender las cosas. A mi no va usted a meterme en problema con los que mandan aquí. A todos los demás retenidos que no portan sus documentos al día, sin excepción, me los montan en el camión y al calabozo se ha dicho; esos si deben ser peligrosos y no hay que andarles con contemplaciones. ¡Mi teniente! ¡Mi teniente! Se acerca uno de los agentes, presentándole varios comprobantes de cédulas que el oficial ni se digna recibir. -Ya saben ustedes -dice enfáticamente el comandante- que el único documento válido de identificación es la cédula laminada y nada más. Lea y verá que ahí dice clarito: “No válido como documento de identificación”. Este operativo se da por terminado y quiero ver ya en el comando la relación de retenidos. Allá nos vemos. Y sin mediar palabras, da orden al conductor de llevarlo hasta su oficina.

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Gran Marido

Rígido dentro del ataúd, bajo el cristal, yace con la palidez de la muerte, pero a diferencia de otros difuntos, una sonrisa de vida cumplida a plenitud se dibuja en su rostro. Por el salón en donde reposa el féretro, desfila buena parte de la dirigencia regional y empresarial, pero también el pueblo raso, y se hace largo el turno para firmar la libreta a la que está amarrada con un cordel un lapicero. Aún no se reponen de la muerte repentina del linajudo personaje los muchos amigos y conocidos. En las afueras de la funeraria, junto a los andenes, los numerosos autos copan el espacio a tal punto que los últimos visitantes deben parquear a varias cuadras de distancia. Se cumple aquí la regla de oro de que “el número de vehículos que acompañan los actos fúnebres de un fallecido, miden también la cantidad de millones que ha acumulado en vida”. Juan Cobrizo en sus años de juventud, impulsado por sus padres ingresó a la universidad a estudiar derecho y cursó algunos semestres con cierto éxito, pero llegó al convencimiento, luego de ver tantos profesionales desempleados y frustrados, que el estudio no llenaba sus aspiraciones y que el camino más expedito para conseguir dinero y asegurarse un modo holgado de vida eran los negocios. Fue así como cambió la sabrosona vida informal de estudiante, por la de las reglas de seriedad, compromisos, y asuntos que fueron ocupando su agenda de trabajo más allá de los horarios normales y acrecentando una clientela que solicitaba sus servicios en el sector inmobiliario al que se vinculó exitosamente desde los veinte años. Hacer intermediación en negocios de finca raíz, le absorbía el total de su tiempo y en cumplimiento de su labor debía visitar otras ciudades para recoger información acerca de posibles interesados en sus asuntos. Eran diligencias que cada mes, por lo general, lo obligaban a estar algunos días fuera del hogar, situación que admitió de buena gana y

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como parte del trabajo de su marido Inocencia de Cobrizo, en sus casi treinta años de vida matrimonial. Padre ejemplar de cinco hijos contraídos en el matrimonio; esposo amoroso y comprensivo como pocos; empresario digno de todo crédito ya que su palabra no se movía un ápice en los compromisos asumidos; ciudadano de recto proceder. A todas luces era la imagen intachable y perfecta del hombre de bien que lo había constituido en un modelo digno de imitar, pero por razones del destino u otro designio, dejó la vida en la aurora de la madurez, para cumplir el compromiso ineludible con la madre tierra. La muerte repentina de Juan Cobrizo, destaca en primera página en el diario regional. Las constantes emisiones en la radio y los muchos anuncios que fueron pegados en los muros y fachadas de edificios y viviendas, eran indicio de la importancia del fallecido. Inocencia había estado permanentemente al lado del féretro de su esposo, pero antes del amanecer, transida de dolor y abatida por el cansancio, debió retirarse a casa a descansar un poco ya que las exequias estaban previstas para las ocho de la mañana. A las cinco, cuando el amanecer deja ver los primeros destellos del día, la escasa concurrencia que dormita en la sala y los pasillos cercanos, son despertados por los gemidos de una desconocida que con sus dos hijos, agarrados de la mano a lado y lado de ocho y diez años de edad, acaba de entrar. Su aspecto despeinado y ropas arrugadas, la presentan como quien llega de viaje. Los sollozos a medida que se acerca al ataúd, se intensifican hasta prorrumpir en un llanto emotivo, que culmina en desmayo al ver el rostro del fallecido a través del vitral. Los niños ayudan a sostener el peso de la madre que hace tambalear el féretro y caer uno de los cirios que inicia el fuego. Quienes dormitaban aún, con el estruendo y lo dramático de la escena, piensan que es la madre del difunto, pero al sincronizar mente y percepción ven que se trata de una mujer de unos treinta y cinco años que no habían visto antes. Del piso es ayudada a levantar por dos hombres mayores, que terminaron de despertase con ella entre los brazos, mientras que una señora que se hace presente apaga con rápidas pisadas la esquina del tapete que ya era lamido por las llamas. Otros curiosos se acercan y con movimientos de manos le echan aire en la cara a la desmayada a fin de reanimarla, lo que logran, ante el asombro y susto de los menores, que la llaman lastimeramente, temiendo lo peor. ¡Mamita… mamita! ¡Mamita… no te mueras… no te mueras! ¡Ya mi papito se murió y sólo nos quedas tú! ¡No te mueras mamita! El auxilio surte efecto en la adolorida mujer, que una vez se reanima y toma conciencia de los hechos se pone de pie y aproxima nuevamente al difunto, sumida en la desesperación. -¡Por qué… por qué … Dios mío! ¡Por qué te lo llevaste Señor! ¡Por qué te fuiste tan pronto Juancho! ¡Oh… esto no lo voy a soportar! ¡Un esposo tan bueno… un esposo tan sano! ¡Un marido sin igual! Los dos niños emocionados, no por la pérdida del padre, sino por el estado de la madre, lloriquean sin cesar.

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Los presentes se miran con asombro y no logran entender lo que está pasando, pero la malicia que anda a la velocidad del pensamiento, les da el primer combustible para comentarios del curioso suceso. El tiempo que no se detiene por las circunstancias humanas, siguió su curso y con él la hora de entierro del muerto. Una larga fila de carros, sigue al de la funeraria, a quien anteceden dos motorizados del tránsito que van despejando la vía que conduce a la catedral primero, en donde se haría la misa de despedida del prestante difunto y luego al destino final en el cementerio. El rugir de los motores en movimiento a marcha lenta, sólo es perturbado por la sirena del carro fúnebre, que por momentos deja escuchar su sonido, dándole más solemnidad al desfile. Después de recorrer algunas de las avenidas principales de la ciudad, en las que comerciantes desatienden sus ventas para salir al frente de sus negocios a darle una seria y digna despedida al fallecido empresario, se da el ingreso al templo, que a los pocos minutos queda colmado de gentes. Por tratarse de un personaje de alto nivel, la misa es oficiada en persona por el obispo, que además de la lectura del evangelio alusivo a la muerte y su connotación para los que quedan vivos, se refiere a las virtudes del personaje, haciendo énfasis en las virtudes morales practicados en vida, y dignas de imitar por los asistentes. Vocación de servicio al prójimo, responsabilidad, calidad humana de esposo fiel y abnegado padre, son resaltadas en el sermón. Una que otra risita pícara se escapa de la concurrencia, que hasta entonces había estado seria. El obispo continúa en su alocución haciendo ver que una pérdida así era de mucho lamentar, pero que a los designios de Dios era imposible oponerse y que finalmente por lo que había sido en vida, al lado del Señor estaría ya descansando el alma de Juan Cobrizo. El coche fúnebre agiliza la marcha rumbo al cementerio, en el que ya esperaba parte de la nutrida asistencia al sepelio, que tratando de ganar altura y estar lo más cerca posible de los últimos actos que se le rendirían al difunto, se paraban encima de las tumbas vecinas, tumbando floreros y aflojando lápidas. A empujones y codazos se mete por entre el tumulto una mujer vestida completamente de negro y con velo, que hala tras si a una niña de unos cinco años. -¡Por favor déjenmelo ver por última vez! La concurrencia extrañada empieza a cuchichear sobre la desconocida. -¡Hijita... mira a tu padre! -exclama la mujer acongojada- un momento antes de perder el conocimiento junto a la urna que había sido abierta antes del cierre definitivo. Uno de los personajes más prestantes de la ciudad vestido de saco y corbata gris impecable, trata de ganar altura entre los asistentes, con la intención de dirigir unas palabras de despedida al difunto, pero los gestos e indicaciones de Inocencia a los sepultureros para que bajen pronto el féretro a la fosa, lo dejan sin voz. La multitud del cementerio va disolviéndose en grupitos que hacen cábalas sobre la herencia del insigne fallecido. Y la murmuración sobre los nuevos herederos es el chiste de la temporada en la ciudad.

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Doblez

El tumulto de compradores que acosaban ante el propietario para que les recibiera sus pagos, lo empujaban por aquí y por allá. Otros, ignorándolo por completo, como si no existiera allí, lo pisoteaban, presión que lo llevaba de un rincón a otro, sin ser visto y menos atendido. Después de largo rato, al fin, Cándido puede acercarse al dueño y con la timidez de campesino y persona poco hablada, con mirada huidiza, al fin medio balbucea. -Su merced, ¿me puede regalar un ratico de atención?... no más un ratico -dice. Próspero Pallares, veterano y exitoso comerciante de víveres al por mayor y detal, medio repara en quien le hablaba. Por su vestuario y gestos debía ser, -pensó- uno de los tantos clientes ocasionales que llegaban a su negocio a comprar o vender frutos del campo. No le era una cara conocida, pero lo mismo le daba ya que allí se hacía negocios con quien llegara. Algo pequeño y pesado que sostenía sobre la espalda entre un saco de lona y que lo mantenía arqueado, llamó la atención del comerciante. Por lo demás, era el típico campesino de sombrero ajado, ropa arrugada y zapatos deformes y desgastados de color indefinido cubiertos por el polvo de los caminos. -Su merced... es que me dijeron... que usted era buena persona y me podía comprar mi cosechita -dijo Cándido, sin atreverse a mirarle la cara a Don Próspero. -¡Ajá! ¿Y de qué es su cosechita? -expresó el comerciante- mostrándose interesado en un posible buen negocio. -Pues verá... es una siembra de maíz que se me dio muy buena. -¿Cuántas cargas cosechó? -Aún no las he cuantificado. -Pero ¿y cómo las piensa vender si aún no sabe la cantidad? -Pero ya están dobladas las maticas y bien seco el grano.

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-¡Uhmm! Ni siquiera ha recogido el maíz. -Precisamente patrón, por eso estoy aquí ante usted, que espero sea mi bienhechor. Yo sé que si me va a comprar la cosechita porque me lo han recomendado mucho como generoso y hombre honrado que sólo quiere el bien del prójimo necesitado. Y yo estoy bien necesitado en estos momentos. De la actitud tímida al inicio, el campesino pasó a los gestos efusivos y conmovedores. -¡Señor mío! ¡Amigo mío! ¡Buen hombre! Por el amor de Dios... ¡Cómpreme mi cosechita! ¡Haga esa caridad conmigo! Mi hija está enferma y mi mujer está desesperada esperándome con el dinero que usted, estoy seguro, me anticipará por el negocio. -¿Cómo así? ¡No entiendo que quiere usted de mí! -¡Pues patroncito... usted me presta ahora dos milloncitos de pesos y yo le garantizo la paga con toda mi cosechita! Yo le aseguro que mi cosecha vale unos cuatro millones y a usted apenas le va a salir por la mitad. Usted al venderla al detal le hace más de diez. -¿Me está pidiendo que le adelante por el negocio? -¡Buen hombre...hombre de Dios...Nuestro Señor se lo compensará abundantemente! En esos momentos Cándido depositó sobre el piso la pesada bolsa de lona que tenía a la espalda y con movimientos suplicantes de manos, subiéndolas en dirección a su interlocutor, como en gesto de oración, insistió. -¡De usted depende la vida de mi hija Señor Pallares! Por las mejillas del campesino rodaron lágrimas. El comerciante conmovido por la situación, guardó silencio por un momento, mientras lo miraba con compasión. El campesino volvió a la carga. -¡Mire señor...esta situación por la que atravieso no se la deseo ni al más enemigo! Sin embargo Dios es generoso y nunca abandona a sus hijos; por eso me ha traído hasta donde usted y yo sé que de aquí no voy a salir con las manos vacías. -Disculpe amigo, no olvide usted que los negocios se hacen con la razón y no con el corazón. -Pero usted conmigo nunca pierde, porque yo le cumplo y digo la verdad. A los dos milloncitos que invierta le va a hacer más de ocho de ganancias. ¡Eso es muy bueno para usted! Y de paso aunque yo pierdo ahora, por lo menos solvento mi situación y logro salvarle la vida a mi hijita. El Señor mirara con buenos ojos esta acción que haga por mí. Él todo lo mira y todo lo juzga hermano mío! El comerciante mandó a sus dependientes a atender a los otros clientes que seguían llegando mientras él se encargaba del asunto de Cándido. -Señor entienda que no me es posible hacer un negocio con usted así como me lo plantea. Yo le podría pagar el maíz en lo que me pide, si me lo entrega ya; de otra manera no puedo. -¡Qué Dios conceda todo lo bueno que deseo para usted pero no me desampares! ¡Hoy por mí; mañana por ti! Yo ahora estoy en sus manos su merced, haga conmigo lo que quiera hombre de Dios, pero présteme el dinero. ¡Hágalo por mi hijita!

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Las emociones del campesino lo llevaron a arrodillarse frente al comerciante y a alzar sus manos en forma suplicante. De su pecho fluye un sollozo. Próspero, mira con misericordia a Cándido, quien con ímpetu se levanta y aproxima tomando entre las suyas, en forma lisonjera, las manos de su potencial benefactor. -¡Por favor señor no exagere! ¡No es para tanto! ¡Basta! Cándido no se daba por vencido y arreciaba en sus argumentos y gestos. -Yo sé que usted tiene todas las razones del mundo para no creerme, con tanto mentiroso que anda por el mundo; pero yo le soy sincero. -Señor, entienda que no puedo comprarle su maíz bajo esas condiciones. Usted nunca ha hecho negocios conmigo. Nunca lo había visto antes por aquí. Vaya a donde lo conozcan, puede ser que allí lo ayuden. -¡Mire don Próspero, a mi me conoce el párroco del pueblo y hasta el mismo alcalde! Ellos han estado en mi finca y saben que soy un hombre honrado. El comerciante queda por un momento callado y pensativo. Luego se retira hacia donde tiene la caja con el dinero de las ventas del día y regresa. -Bueno yo confío en usted; espero no ser engañado. Le voy a prestar sólo un millón para que resuelva su situación y la próxima semana me paga con el maíz. -¡Ángel salvador... Señor mío... por lo que usted más quiera considere mi triste situación! -¡Eso mismo estoy tratando de hacer... ayudarle a usted, y puede ser posible que el maíz no esté tan bueno y tenga que venderlo a pérdida! -¡Señor lo que me ofrece no me alcanza! El doctor me dijo que el tratamiento para salvar a mi hija de las garras de la muerte cuesta dos millones y medio y ni un peso menos. ¡Eso me dijo el doctor! Y como el maicito no da para tanto, yo traigo en este taleguito quinientos mil pesitos en puras moneditas de a mil que logré ahorrar en los últimos diez años en la alcancía; a usted le pueden servir para dar las vueltas a sus clientes. El doctor no me las quiso recibir como pago porque dijo que le pesaban mucho pero que en un negocio como éste me las podían cambiar por billetes. -¡Aja! Entre lo que le presto y el valor que le cambio de las monedas reúne millón y medio y eso ya es bastante ayuda. -¡Por el amor de Dios, hombre bondadoso, ángel protector! Puede ser bastante pero no me alcanza! ¡Haga el esfuercito y reúname los dos milloncitos y medio! Próspero fue hasta la caja nuevamente y buscó en los rincones del fondo, sacó unos billetes más que juntó con los de las últimas ventas, los contó y completó dos millones cien. -Como vera, esto es todo lo que puedo reunirle, -dijo mostrándole el fajo de billetes- no puedo más. -Su merced, usted debe tener algo más por ahí guardado. ¡Hágame el favor completo! ¡Yo sé que usted puede y se lo voy a agradecer mucho y Dios se lo va a compensar! -Pero, ¡luego no vio que saqué todo lo que tenía! -En sus bolsillitos usted tiene el resto; mire y vera que si.

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Próspero se metió la mano en el bolsillo izquierdo de atrás y extrajo ocho billetes de cincuenta mil cada uno. Los ojos de Cándido brillaron de alegría. -Me ha convencido usted y su situación; espero que estos recursos que le entrego le sirvan y su hija se restablezca pronto. Sólo me resta decirle que lo espero sin falta la próxima semana. Al recibir el dinero, con el fajo en la mano derecha se hizo la señal de la cruz y lloró de la emoción, sin importarle que a su alrededor se había ido aglutinando gente que lo veían conmovidos. Arrodillándose ante su protector, juró ante Dios y la Virgen que la próxima semana, sin faltar, estaría de regreso con toda la cosecha. -¡Mi Dios le compense todo el bien que me ha hecho¡ ¡Y lo colme de bendiciones! Mis datos personales y dirección aquí en la ciudad están claramente escritos en el documento que le firmé y que me compromete legalmente. Como la situación era de emergencia, el campesino entregó a su bienhechor la tula con las monedas y despidiéndose con saludos efusivos de manos y fuertes apretones de gratitud, salió apresuradamente. Diez minutos después apareció una patrulla de policías que se movilizaban en motos. Un agente se bajó con rapidez y sin preámbulos, se dirigió al propietario del supermercado, preguntándole si había venido alguien a cambiarle monedas de mil pesos. -¡Ah...! ¡De mil! Hace un momentito le cambié quinientos mil pesos a un campesino que vino a ofrecérmelas! -¿Hacia dónde se fue el tipo? ¿Cómo está vestido? -interrogó inmediatamente el uniformado. -Hacia allí lo vi dirigirse -dijo Próspero, señalando en una dirección. El agente gritó desde el negocio a sus compañeros, indicándoles la dirección que había tomado el campesino. Los demás policías hicieron tronar los motores de sus motos y aceleraron hacia allí, dejando una nube de humo frente al negocio que duró varios minutos en disiparse. Desde la tarde anterior las autoridades venían siguiéndole la pista a un individuo de las características de Cándido, que en varios sectores del comercio, había estado cambiando monedas falsificadas.

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La Médium

La sesión le ha exprimido el alma y el cansancio la mantiene en el nivel alfa en un estado hipnótico. El regreso al aquí, desde el más allá, esta vez ha sido agotador. En mitad del pequeño cuarto y a media luz, sobre el piso brillante, yace en posición de loto, pero su cuerpo, de la cintura hacia arriba está doblado hacia delante, haciendo que la cabellera, un tanto desordenada, caiga sobre sus rodillas. Poco a poco va recuperando el estado consciente y levanta la mirada –hace algunos instantes perdida por el sacudimiento de la posesión- y percibe la realidad inmediata. La temperatura del cuerpo que le produjo una abundante sudoración ya se evapora y al enjugar las lágrimas con la servilleta que le alcanzaron, vuelve a retomar el estado normal. Ahora todo es quietud, calma, reposo, pero hace poco, las sacudidas, voces, gestos y llanto impetuoso de la Hermana Helena, colmaron el espacio de murmullos y sonidos extraños y de pavor a los asistentes, para quienes el tiempo se había vuelto eterno. -¡El acusado es inocente! ¡No hay lugar a dudas! -dijo sin vacilación la médium. Los asistentes a la reunión guardaron silencio y se miraron entre sí. Felipe, interesado en que se aclararan pronto los hechos del horrendo asesinato de la familia de su hermano, intervino. -Hermana Helena, yo me crie al lado de Elías y lo conozco y sé que él no puede ser culpable. -Él tuvo la mala suerte de ir a vivir a un lugar de mala energía; aún así, es inocente y víctima de esta situación. –enfatizó la espiritista. -De eso estamos seguros quienes lo defendemos, y debemos demostrarlo ante la justicia que está a punto de condenarlo como culpable. –dice la abogada. -El asesino está en Cúcuta, pero va a ser capturado y todo se va a esclarecer. –terminó diciendo la médium.

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El caso que ocupa las facultades extraordinarias de Helena, tiene en suspenso a familiares del sindicado. Aunque sus conceptos, legalmente hablando, no pueden ser incluidos formalmente como elemento probatorio, si deben ser materia de análisis, en procura de esclarecer los hechos. Antes de la sentencia final, la abogada apeló ante los tribunales para dilatar el desenlace del juicio y buscar elementos que le ayudaran en la defensa. Fue cuando acudió a los servicios de la hermana Helena, que para entonces era ya una conocida médium en la región, habiendo logrado descifrar enigmas curiosos e imposibles dentro de la esfera de lo cotidiano. Cuando la médium visitó al sindicado en la cárcel y lo miró a los ojos por un instante, dijo sin vacilación. ¡Es inocente! Luego vendrían diversas sesiones espiritistas que darían revelaciones del más allá. En una primera escena, mostraban a un sujeto conocido de Mariana, lleno de odio y deseos de venganza en una ciudad distante a la del sindicado; luego, lo presentaban en otro lugar vestido de franela blanca y jeans azul descolgándose por una ventana hacia la calle.

* En sus primeros años, Helena fue una niña como tantas hay en el mundo. Lo único especial de su personalidad eran los ataques de rebeldía e ira intensa a eso de los 10 años, que la dominaban y sin aparentes motivos desafiaba a su madre. -¡Pégueme más! ¡Déme más duro con ese palo! -le gritaba mientras temblaba poseída por una fuerza que la controlaba. Al final, el amor materno dispuesto siempre al perdón ignoraba las llamadas a un mayor castigo y las cosas quedaban ahí. Cuando cumplió los quince años, las facultades paranormales se hicieron patentes en Helena, iniciando con una crisis de cuatro intentos de suicidio, que fueron superados por la paciente labor de los padres y familiares próximos que se sintieron conmovidos por el singular caso de la adolescente. Primero fueron los desmayos que la obligaron a ser atendida de emergencia en el hospital local, donde la inmediatez médica la remitía a exámenes clínicos para confirmar el posible embarazo que le causaba tales desvanecimientos. Desde la camilla y en estado inconsciente la chica oía los mismos conceptos errados de los galenos. En otros desmayos, veía altares o a la abuela paterna, recientemente fallecida, vestida de blanco. Los padres angustiados con tan increíbles visiones optaron por no dejarla sola. La última vez que la llevaron de emergencia, la doctora que la atendió, sin vacilación les dijo que la pusieran en manos de un yerbatero pues la medicina alopática ya había agotado su conocimiento para el caso. Las crisis nerviosas se agudizaron en Helena y la preocupada familia preguntaba aquí y allá sobre qué podría tener y los medios para tratarla adecuadamente. Pero no había solución posible y la niña se pasaba los días y las noches llorando y sin poder dormir ni estar en paz. Luego las visitas al cementerio local complicaron el misterio de la personalidad de Helena. Junto al sepulcro de una de las tías más querida, la vio claramente con la misma

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ropa del sepelio, hablándole espontáneamente como lo hacía en vida y mandándole a decir a una de sus hermanas vivas que si quería que el dulce de casquitos de tomate de árbol le quedara mejor, que no olvidara echarle una pizca de sal y algo de canela. Al visitar la sepultura de un político amigo, recibió sus quejas de no estar a gusto en el lugar por ser muy reducido y no le llevaban flores ni lo visitaban. Aprovechando la mediación de Helena con el mundo de los vivos, envió razones a un amigo con el que habían quedado asuntos pendientes. Así inició Helena ese contacto con las almas difuntas, que para muchos era increíble; para otros, locura y para no pocos, burla, risas y comentarios de todo tipo. De brujo en brujo, recorrieron medio país y a Venezuela llegaron las andanzas de los padres con la niña en procura de alivio para las crisis. Primero llegaron a Sabaneta en el estado Barinas en donde el brujo que los atendió, fue incapaz de sostenerle la mirada a Helena por considerarse inferior en poder, ordenándole en lenguaje alterado a los padres que la sacaran inmediatamente de su consultorio, pues era incompetente para tratarla. Como salida y de prisa les dio el nombre del Hermano Manuel en Acarigua, a donde llegaron cuatro horas después en el automóvil. Allí, por primera vez, la niña fue atendida por un Médium de reconocida solvencia profesional, que la sometió a una sesión donde bajaron los espíritus de la Corte India integrada por María Lionza, Guaicaipuro, Negro Primero y otros. Sin dificultades sintió la presencia de ellos y escuchó sus voces y murmullos. El Hermano Manuel tranquilizó a los angustiados padres, anunciándoles grandes ventajas para Helena. -Ustedes señores padres, tienen un diamante en bruto al que deben ayudar a tallar para que de allí salga una preciosa joya. Esta niña ha sido revestida de grandes poderes, los que debe aprender a manejar para bien personal y de los demás. -¿Cómo así Hermano Manuel? -fue la pregunta simultánea de ambos padres. -Si señores, esta niña es especial y debe aprender a desarrollar la capacidad de dominar el cuerpo y el espíritu para encontrar dones que le permitan una rápida evolución hacia mejores niveles de perfección. -¿Y cómo puede ella lograr esto? -A pocas personas se les manifiesta a esta edad las facultades paranormales, que les permiten tener una ventana abierta para que ingresen los espíritus, y éstas bajo control y encausadas en el sentir de Jesucristo, pueden generar mucho bien. El caso de la niña es privilegiado por cuanto ella al contrario de los espiritistas que deben desarrollar a través del estudio el conocimiento y las técnicas para entrar en contacto y comunicación con los espíritus, por una condición natural ha nacido con facultades mediúmnicas. El crecimiento de Helena lo da el conocimiento de la doctrina espírita del gran maestro francés Allan Kardec practicada mundialmente desde 1857. -Hermano Manuel ¿Los desmayos le van a seguir dando? -pregunta el padre. -Esos desvanecimientos se le pasan cuando logre potenciar su energía para no dejársela absorber en los eventuales encuentros con los espíritus, más adelante alterara con ellos sin dificultades. Por ahora le recomiendo darle unos baños con chimó, cebolla y amoniaco que le harán bastante bien como inicio en las artes del más allá. La niña debe

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dedicarse desde ya a estudiar. Le sugiero ir a Bogotá a la Asociación Espírita Sendero de la Esperanza en donde la hermana Lucrecia Villarreaga la capacita y prepara hacia un destino superior como médium y asuntos paranormales.

* El triple crimen de la esposa y sus dos menores hijos, había sacudido la conciencia colectiva de la pequeña ciudad no acostumbrada a hechos de esta naturaleza. Y más aún tratándose del marido y padre de las víctimas como principal sindicado. La noche de los hechos, por razones que sólo el destino conoce, Mariana e hijos, se alojaron en la alcoba principal, mientras que Elías lo hizo en la otra. A medianoche, gritos desesperados alertaron a los vecinos sobre posible situación de violencia en el apartamento del segundo piso. Llamada telefónica hizo que la policía se hiciera presente en el lugar. Los uniformados golpearon duro la puerta y después de algunos minutos, les abrió Elías, que también fue sorprendido por la escena dantesca que tenía por protagonista a su familia. Así los acontecimientos del homicidio múltiple, lo ponían en situación de flagrancia para investigadores y acusadores. Sin embargo los asuntos humanos suelen ser más complejos y paradójicos de lo que parecen y la conducta hasta entonces observada por Elías, -persona conocedora de la justicia pues trabajaba desde hacía varios años en esa rama del poder público- generaron dudas. El sindicado negó enfáticamente haber cometido el crimen. Las evidencias para el ente acusador eran claras y por ello fue omitida la inspección judicial en el momento de los hechos, lo que motivó a la defensa a solicitar nulidad por violación al debido proceso, viable dentro de la formalidad jurídica. Un detalle, aparentemente insignificante, sembró incertidumbre en el caso. Posterior al crimen, apareció una ventana abierta que daba a la calle, que dentro de lo posible podía haber permitido el ingreso o salida de alguien. En las sucesivas audiencias el imputado juró ante Dios y la justicia ser inocente y víctima de unos hechos tan confusos como incomprensibles. -Sindicado, sírvase decirle a esta audiencia si es culpable o inocente de los hechos que se le imputan -preguntó el juez. -¡Soy inocente y Dios lo sabe! -dijo sin vacilación Elías. -Diga el lugar en que se encontraba en el momento del crimen. -Estaba dormido en el cuarto de los niños. -¿Escuchó los gritos de su familia en tal situación? -No escuché nada. Sólo escuché el llamado fuerte de la policía que me ordenaba abrir la puerta. Ellos fueron quienes me despertaron. -Si es así como dice, ¿por qué estaba untado de sangre en el momento de su captura? ¿De quién era la sangre que tenía en sus manos y camisa? -Era de ella y los niños. En el momento en que fui despertado e ingresó la policía y revisaron el cuarto de los hijos, en lógica me sentí descontrolado y mi primera reacción fue revisar los cuerpos de mi familia a ver que había sucedido; en ese momento los palpé con mis manos, sumido en la desesperación y el horror. -¿Quién más estaba en la vivienda la noche de los hechos? -Solamente los cuatro: mi esposa, el suscrito, la niña y el niño.

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-Confiese con sinceridad lo que sucedió esa noche. Ahórrele trabajo a la justicia; ella le hará rebaja por colaborar. –insistió el fiscal del caso. -Sólo sé que soy inocente. Nunca sería capaz de quitarle la vida a los seres que más amo. Decir algo diferente es faltar a la verdad. Como era de esperarse, Elías fue condenado en primera instancia por homicidio agravado, pero la defensa apeló ante los tribunales. A más de trescientos kilómetros del lugar de los hechos del crimen, un diario local publicó una interesante crónica sobre la tragedia que había conmocionado a Santa Bárbara. Mientras Elías, prisionero y con pocas posibilidades de lograr convencer a la justicia de su presunta inocencia, un cantinero de un bar de Cúcuta, escuchaba discretamente una conversación de dos clientes, sobre un homicidio, con hechos similares al aparecido en la sección judicial del periódico. Aquella charla, sutil en su inicio, fue subiendo de volumen a medida que se vaciaban las copas y se descargaba la maldad de los corazones. El tabernero afinó el oído, y con perspicacia, pudo enterrarse de detalles del crimen, contados por el autor y su cómplice. John Jairo, un joven investigador recién ingresado a la policía nacional, al que le habían asignado el caso del triple crimen, fue trasladado a Cúcuta. Motivos que sólo Dios sabrá, lo llevaron a la whiskería a aplacar la sed y alguna nostalgia por la novia que había dejado. Como andaba solo, se sentó junto a la barra e inició una charla informal con el cantinero, a quien brindó algunas cervezas, que le permitieron entrar en confianza. -¿Usted trabajaba en Santa Bárbara? -Si, efectivamente y estaba amañándome bastante allí y ya ve me trasladaron sin más ni más. -¡Oiga! Antenoche estuvieron dos clientes aquí y les escuché una conversación sobre un crimen de una señora, su hijo e hija, cometido allá. -¿Qué me dice? ¿Quiénes eran los tipos? ¿Cómo eran? -Ellos han venido pocas veces, pero yo no sé sus nombres. Usted entenderá que aquí llega mucha gente y a todos hay que atenderlos. -Yo tengo especial interés en ese caso, tome mi tarjeta; ahí está mi teléfono. Si vuelven, llámeme de una vez. Le garantizo que no lo voy a llamar a testificar; guardaré toda la discreción del caso para que ellos no se enteren de donde me llegó la información. -Yo no quiero verme involucrado en problemas que no me incumben. -Lo entiendo perfectamente y le prometo ayudarle a proteger su identidad. De lo demás me encargo yo. -Cuando más se los puedo mostrar, pero no voy a testificar. -Usted sólo muéstremelos que las pruebas las hago aparecer yo por otro lado. Esa información que usted me dé ayudará a aclarar uno de los más sonados casos de homicidio de los últimos tiempos. -¿Y qué habrá para mí? -Es posible que haya una recompensa de parte de la familia del sindicado o de la misma justicia que está en la obligación de aclarar este asunto.

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-Bueno, si hay un pago que valga la pena, el asunto cambia. John Jairo pagó la cuenta y dos cervezas más a favor del dependiente y se marchó del lugar. El caso estaba a punto de cerrarse y los miembros de la justicia en pleno agotaban los últimos comentarios para dar el fallo definitivo que mantenía en la incertidumbre a la ansiosa audiencia que esperaba una larga y ejemplar condena para el criminal causante del horrendo asesinato. En el preciso momento en que el juez tomó la palabra para leer los considerandos y la sentencia final, ingresó a su teléfono personal una llamada de urgencia que cambió el rumbo de los acontecimientos. Levantándose dijo: -Esta sesión se interrumpe y en consecuencia el fallo queda pendiente. En el comedor, la hermana Helena quedó en suspenso, con la boca abierta y la cuchara repleta de sopa, en el instante en que le llegó con claridad fulgurante el desenlace del caso de Elías. -¡Se ha hecho justicia! ¡La justicia ha sido justa esta vez! Dios vio con ojos de misericordia al inocente. -exclamó. El responsable del triple asesinato en Santa Bárbara y su cómplice, habían sido capturados en Cúcuta y la fiscalía con las nuevas evidencias que serían allegadas como material probatorio, revisaría totalmente el caso de Elías.

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Un Caso Resuelto

Era una mañana diáfana, de cielo azul con escasas manchas blancas de nubes, cuando la buseta a toda marcha, avanza por la autopista en dirección norte hacia la población de Chía. Hace algunos minutos ha ido dejando atrás el bullicio de la gran ciudad y las edificaciones a lado y lado aparecen más esporádicamente a través del vidrio de los ventanales. La gran sabana de Bogotá, como felpuda alfombra verde, se extiende a lo largo de la vía, reduciéndose a medida que avanza entre ondulaciones y colinas cubiertas por pinares y eucaliptos que riegan deliciosas aromas en la brisa fría que golpea sobre el vehículo. Todo era normal o así parecía serlo, hasta que la cizaña humana, encarnada en el par de peligrosos delincuentes, toma el control del automotor y sus pasajeros. El más joven de los pillos, se para en la entrada y agarra por el cuello a Carolina, inmovilizándola con el brazo izquierdo, mientras con la derecha esgrime en forma amenazante el puñal que coloca sobre su pecho. -¡Esto es un atraco! ¡Nadie se mueva de su puesto y entreguen todo lo que tengan de valor si no quieren que deguelle a esta gomela! En la cabina de la buseta el conductor rígido en su puesto, atiende las amenazas del otro delincuente que con la pistola le apunta a la cabeza mientras le da instrucciones para no detener la marcha del automotor. Los viajeros están pasmados por la sorpresa y ni pestañeaban, pues nunca imaginaron que aquel par de compañeros ubicados en los últimos asientos, tan intempestivamente se convirtieran en tan peligrosos sujetos. Estrujando la rehén y empujándola por el pasillo del centro, mientras la punza cerca a la yugular, el delincuente da órdenes soeces y recoge a lado y lado lo que los asustados pasajeros le dan. -¡Todos los relojes, celulares, pulseras, cadenas, anillos y dinero me lo dan ya! -grita amenazante, mientras indica con gestos que le echen dichos elementos en la cartera de Carolina. De la parte delantera del vehículo sale la voz del más viejo.

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-¡Revíselos bien Pacho que estos carajos cargan! ¡Requise a la gomela H.P que yo le vi un buen teléfono! Quien controlaba al chofer, se vino desde la cabina hacia la parte de atrás apuntando con el arma. Un joven de unos quince años entra en pánico y se levanta del asiento y recibe un disparo en el tórax que lo derriba en el instante. El de la pistola no bajó la guardia, ni se amilanó por lo que acababa de hacer y al contrario con frialdad dice: -¡Ya vieron que esto no es un juego! ¡El que medio se mueva lo quiebro ya! Los bandidos recogieron el producto de su crimen y con tranquilidad le ordenan al conductor que detenga la buseta para bajarse y luego reinicie el viaje como si nada y que no le está permitido parar sino hasta quince minutos después. La marcha se reanuda, una vez se bajaron los atracadores. Por casualidades del destino o voluntad divina, aparecen cuatro policías en un par de motos. Desde las ventanillas, los asustados pasajeros les gritan que acaban de ser atracados y que hay un herido en la buseta. La patrulla policial se dividió en dos; unos se entendieron con lo del herido y otros aceleraron la moto hacia la dirección que les señalaron, a iniciar la persecución de los maleantes.

* Una llamada telefónica ingresa a una vivienda. -¡Aló! Me puede comunicar con Ernesto. -A la orden; con él habla. -Soy el agente Segura de la estación 11 de policía. ¿Es usted hermano de Carolina? -Si señor agente, efectivamente mi hermana es Carolina -responde el joven. -Mire Ernesto, hace un rato capturamos a un par de bandidos que atracaron la buseta en donde iba su hermana y entre las cosas que le quitamos está el teléfono en donde usted figura como hermano. -¡Queeee! ¡Dónde fue eso? ¿Ella está bien? -interroga el muchacho. -Eso fue saliendo de Bogotá rumbo a Chía, en la autopista norte; afortunadamente su hermana, aunque fue agarrada de rehén, no sufrió lesiones físicas y debe estar bien. -¿Ustedes hablaron con ella? -No fue posible, pues ella quedó muy alterada por el atraco y apenas se bajó del bus, se montó en otro y no pudimos informarle nada. -Yo tengo el teléfono de la casa a donde iba a estudiar con una compañera de universidad. -Pues llámela e infórmele para que venga y reclame a la estación sus pertenencias y de paso ponga la respectiva denuncia para judicializar a los criminales. Todos los elementos que habían sido sustraídos volvieron a sus manos y en el expediente que se abrió a los delincuentes, figuraba un cincuentón de antecedentes judiciales y un joven de escasos diecisiete años de familia pudiente que ya estaba representado por un prestigioso abogado, que reiteradamente llamó a Carolina para que llegaran a un arreglo económico que permitiera levantar la acusación contra su cliente.

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También aparecía en los escritos de la denuncia policial el operativo de la captura y en ellos, el veterano aprehendido había sido sacado por los agentes del orden de un humedal aledaño a la vía, mientras que su compinche, bajado de un árbol en donde se pretendía esconder.

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La Lucha

Atormentado por las fuerzas que chocan dentro de su ser, José María va de un lado para otro en el pequeño salón que le sirve de espacio de trabajo. Y aunque hoy está solo pues no han llegado sus clientes, un rato se sienta y otro se levanta como movido por una energía que lo impulsa a pensar, a pensar intensamente, sobre la decisión a tomar. Su mirada se pierde en direcciones imprecisas y vuelve al pasado, a la niñez al lado de padres campesinos en una aldea de ganaderos. A escasos tres años, aparecieron los primeros indicios que marcarían su existencia. Peinar, vestir y jugar con muñecas, suscitaron en el padre honda preocupación, ya que no era lo normal en un varón. Luego vendrían los señalamientos de los hermanos mayores, que empezaron a considerarlo desviado y la mamá -puro corazón- tratando de justificarlo y comprenderlo. La madre naturaleza actúa por sí acorde con sus principios y árbol que nace torcido, torcido será. José María, no obstante desarrollarse en cuerpo fornido y musculoso, y en un ambiente machista, acompañó sus modales con gestos afeminados, vocecita chillona y caminar muy erguido y tongoneado. En la escuela rural donde cursó la primaria, era objeto de burla de los compañeros que en tiempos de recreo no querían juntarse con él. En las fincas vecinas a donde llevaba la carne de obsequio de la res sacrificada en la quincena, era recibido con miradas y gestos despectivos. En la ciudad creyó sentirse mejor al interactuar con personas diversas que no reparaban tanto en su manera de ser y poco a poco fue haciéndose experto en el oficio al que se dedicó, consiguiendo un roll de trabajo y amistades que requerían sus servicios de peluquero. La presión familiar para que actuara como varón, cesó una vez se independizó. No obstante la madre lo seguía visitando con cierta regularidad, insistiéndole siempre en que el homosexualismo era pecado y condenado por Dios. El tiempo en su ininterrumpido devenir siguió adelante y con él la rueda furiosa de la vida de José María. Ya reconocido como profesional en el corte de cabello, maquillajes y afines, que realzaban la belleza física de personas, consiguió cierto prestigio dentro del gremio y en poco tiempo fue el estilista preferido por las élites de la moda. Entonces lo

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visitó la mala suerte, cayendo en una de esas extrañas enfermedades hepáticas, que suele quedarle grande a los médicos, que lo obligó a acudir a toda clase de tratamientos para soltarse de las garras de la muerte que parecía tenerlo en lista de espera próxima. De aquí para allá, visitó cuanto curandero pudo y en su afán de sanarse, hizo promesas a Dios de cambio de vida, si tenía una segunda oportunidad. Muchas pócimas ingestó, que sin saber exactamente cual, vino a recuperarse. Recordó que había asumido compromiso con quien mira desde arriba y con el que no se juega. Volver a vivir era grato y aunque se tuviera que morir algún día, mientras más lejana la fecha, mejor. Pero una cosa es estar enfermo y amenazado de pronta extinción y otra muy diferente estar alentado, gozando de todas las facultades, en donde los malos augurios se olvidan y sólo se presta atención al presente. Susana, no olvidaba la situación por la que había atravesado recientemente el hijo y en visita que le hizo a la peluquería que ya había restaurado completamente después de la crisis, le recordó las promesas hechas a Jesucristo sobre cambio radical de vida. -Hijito recuerda que Dios Nuestro Señor ha sido bondadoso contigo y escuchó mis súplicas de madre. No olvides que prometiste dejar las malas inclinaciones. –le dijo. -Mamita, cuáles malas inclinaciones si yo siempre he sido así. -Hijo, recuerda que tu comportamiento anterior no agradaba a Dios. -Pero tampoco debe molestarlo, porque en últimos él me hizo así, diferente; yo soy lo que él quiso que fuera. -Dios en su infinita sabiduría respeta las decisiones de cada persona. Él deja que cada quien actúe con libertad pero le exige responsabilidad. -Yo no ofendo la voluntad de Dios, pues no perjudico a nadie. -Te perjudicas a ti mismo; amenazas tu salud, tu vida, tu dignidad. Y Dios Nuestro Señor, no quiere males para ti. Los ruegos de Susana cayeron en vacío, pues José María volvió a sus andanzas y libertinajes con los muchos amigotes que lo visitaban después de las jornadas en la peluquería. Los fines de semana eran de jarana, trago, alucinógenos y lujuria y los lunes abría en horas de la tarde ya que la mañana apenas alcanzaba para medio desintoxicarse. Dios calla pero no otorga, tomó vigencia en la vida del estilista, a quien su bohemia apenas duró un año. La enfermedad renació y con ella volvieron las dolencias, y en menos de nada fue abandonado por quienes le daban ruidosa compañía y le ayudaban a gastar el dinero. Nuevamente fue el cuidado de Susana y de algunos familiares que se encargaron de recuperarlo. -Si Dios Santísimo me da otra oportunidad, esta vez si voy a cambiar de vida. –decía. -Te das cuenta hijo que madre no quiere mal para sus hijos –le recordaba Susana en su cabecera-. Tantas veces te dije que te ibas a perjudicar a ti mismo con esa forma de vida. -Si mamita, pero si vuelvo a vivir voy a ser diferente, esta vez para bien. -¡Dios te escuche hijo mío! Dios, la casualidad o el destino, escucharon las súplicas del enfermo. Recuperado rechazó a los antiguos amigos que empezaban ya a visitarlo.

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-¡Voy a casarme con una mujer! ¡Voy a rehacer mi existencia! No sigo con esta vida de pecado en donde ni amigos hay. Madre y familiares celebraron la decisión y prometieron ayudar para que este propósito se hiciera realidad. -Hijo, creemos que debes cambiar de ciudad, pues aquí vas a tener resistencia de quienes ya te conocieron. –le manifestó Susana. -Ya había pensado en esto y creo que tienes razón madre. -Cuente con nuestro apoyo. Tal vez en cualquier otra ciudad del país o Venezuela te puede ir mejor. -Si; debo dejar este ambiente en donde estoy desacreditado. -Lo mejor es olvidar el pasado y comenzar una vida nueva. -Si mamá, estoy decidido a borrón y cuenta nueva. Al centro de la fría y anónima Bogotá llegó José María, en su intención de cambio, abriendo allí una tienda de productos de medicina natural, al concluir que la peluquería era un oficio de vocación gay y tener que tocar hombres, una tentación que podía llevarlo nuevamente al pecado. Y se trataba de crear un ambiente de trabajo y vida diferente. Muy serio y respetuoso, detrás del mostrador, atendía a la clientela que preguntaba sus productos, que conoció y sugería, una vez se instruyó con cortas capacitaciones que les brindó las empresas y laboratorios que los suministraban. El negocio iba bien y las ganancias no eran despreciables, pero el montaje del sistema masivo de transporte transmilenio, el incremento de la prostitución y delincuencia callejera en el sector, ahuyentó a los clientes. Vinieron las deudas con facturas atrasadas. Para entonces, José María ya había contraído compromiso matrimonial con María, una boyacense blanca como la leche y mejillas encendidas, que había sido su asistente y empleada desde la apertura de la tienda. En el primer atraco le llevaron el producto de las ventas de una semana completa; dos meses después, mientras bebía una coca cola en un restaurante del frente, ingresaron al local y le desocuparon parte de la mercancía. Luego, al ir a consignar en el banco lo de las ventas, fue despojado a mano armada de lo que llevaba. Desesperado por la inminente quiebra en el negocio, y ya casado con María y con responsabilidades, José María acudió al lugar de consuelo en el infortunio, es decir, a un templo, en donde pidió a Dios su ayuda. Al informarle al pastor evangélico sobre su situación, aquel invocó con vehemencia a Jesucristo pidiendo protección para este hermano afligido y necesitado. Y Dios debió escucharlo porque de allí salió más tranquilo y dispuesto a seguir dando la batalla en la vida. En las apariencias, José María era un marido normal, pero no así en la intimidad con su mujer, para la que seguía siendo un extraño. Dejarse acariciar por manos femeninas y a la vez corresponder le era difícil, pero se esforzaba por sobrellevar la situación. Por necesidad de subsistencia ya que la tienda naturista había quebrado del todo, volvió a lo de la peluquería -que era lo único que sabía hacer- en otro sector de la ciudad capital. Empezó como empleado y al poco tiempo ejerció control del negocio por sus

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capacidades profesionales de estilista y honradez, ya que el propietario por achaques de la edad se había ido retirando de a poco. La vida es difícil de entender y las circunstancias empujan al hombre al abismo o lo exaltan a la gloria cuando es capaz de sobreponerse. Nuevamente José María se vio con las tijeras en las manos y masajeando cabezas masculinas y dedicado a la labor de embellecimiento de quienes eran su debilidad. Y es innegable que de la tentación al pecado hay ninguna distancia. Es conocido que peluquería y vida gay van de la mano. Muchos varones tienen inclinación por otros del mismo sexo, aunque socialmente lo encubran con actitudes varoniles, pero cuando ven la oportunidad se derriten como mantequilla en budare. José María con seriedad atendía su trabajo, mostrándose con sus clientes -en su mayoría hombres- amable pero respetuoso. Pero su interior era una caldera de pasiones y sentimientos que lo descontrolaban. Y el diablo que no duerme, a prueba lo puso, cuando Germán, un hombrachón rubio muy pendiente de la apariencia física, empezó a visitar la peluquería cada veinte días para ser atendido y retocado en su aspecto. Y vino a juntarse las intrínsecas inclinaciones con las circunstancias que avivaron el fuego que latía por dentro del peluquero. Ciertas conversaciones de diversos temas, sutiles al comienzo, fueron volviéndose confidenciales entre cliente y peluquero. Y la llama del amor nació, esta vez avasalladora y dominante, como nunca antes. José María, sólo vivía para esperar a que lo visitara el cliente rubio y entonces la peluquería lucía diferente, más pulcra que de costumbre y los jarrones con flores renovadas y el ambiente perfumado con las aromas predilectas del cliente. Desde el día anterior el peluquero preparaba su corazón para atenderlo lo mejor posible e iba y venía con la emoción que lo embargaba y que empezó a inquietar a María, a quien apenas si miraba y le dirigía sólo las palabras necesarias. La vida íntima con su mujer había desaparecido desde que Germán empezó a frecuentar la peluquería, por lo demás los asuntos eran normales ya que los ingresos del negocio daban para los gastos y ciertos gustos materiales que hacían más amable y llevadera las existencias. José María desde la quiebra con la tienda naturista había estado asistiendo a la iglesia evangélica los domingos, lo que le dio ánimo y lo fortaleció para levantarse desde las cenizas del fracaso. La fe blindó su voluntad en la lucha contra la adversidad. Pero salir airoso en lo económico, no garantizaba victoria en el desafío que le planteaban los sentimientos. Por un lado estaba el compromiso con Dios y la dignidad personal y por otro, las inclinaciones de género. En su interior batallan fuerzas que chocan y se repelen en chispas. ¡Dios mío qué me pasa! No me comprendo y no me encuentro. Hace tan poco logré librarme de la muerte por la misericordia de ti Señor Amado y ahora vuelve a llamarme el abismo y yo no sé que hacer. Quiero obedecerte Señor Jesucristo y servirte sólo a ti. Pero, ¿y Germán? Siento que sin él no soy nadie; mi felicidad sin él no es posible. ¿Acaso es posible vivir negándonos la felicidad? ¿Qué sentido tiene la existencia sin la dicha? ¿Acaso Diosito no nos creaste para ser felices? María ha sido una buena

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compañera y estoy agradecido con ella, pero no la he amado y creo que ella tampoco a mí. En cambio con Germán es tan distinto: sus palabras son para mí como la música, su sonrisa, sus gestos, el brillo de sus ojos, su calor, me transportan lejos, al paraíso de donde no quisiera regresar. Cualquier cosa que venga de él me embriaga, me satisface, hasta sus reproches son plenificantes. Pero, hice un compromiso contigo Señor Jesucristo y debo cumplir. Estoy entre la punta y el filo y no sé que hacer. Si atiendo al llamado de mi naturaleza, voy al lado de Germán y estoy feliz, pero te ofendo; si sacrifico los impulsos de mi cuerpo, mi alma se encumbrará por encima de la materia, pero me niego en lo que me nace desde dentro y me confirma como persona diferente. ¿Acaso la naturaleza se equivocó permitiendo nacer dos en mí? ¿Vale la pena aspirar a las glorias del cielo sacrificando la oportunidad de ser feliz sobre la tierra? ¿Luego el ser humano no es por naturaleza una criatura mortal aunque tenga pretensiones de inmortalidad? ¿Es preferible la vida eterna después de la muerte, a la terrenal que es pasajera pero presente? La preocupación sigue estrujando el corazón de José María pues esa noche en el culto debe bautizarse formalmente como miembro de la iglesia. Entonces suena el teléfono y fluye una voz suave, encantadora, como de sirena, la de Germán, invitándolo a salir en la noche y parece inevitable el fracaso de la miserable criatura humana a la que es imposible salvar, mientras no logre conquistarse a sí mismo.

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Decisiones

Sólo bastó con que Bill asistiera al templo evangélico para que su vida cambiara como por arte de magia. Como bohemio y exitoso en los negocios, había ganado prestigio que lo hicieron presa apetecible de solteras y casadas que lanzaban suspiros de deseos cuando lo veían en sus autos relucientes. Una existencia colmada a plenitud con dinero, amor de hermosas mujeres y distinguidas amistades con las que compartía en abundancia, sin reparar en gastos, se secaron en un instante. La mirada comercial que veía sólo ganancias en personas y situaciones, fue cambiada por una más tranquila y serena que buscaba más el alma que la materia. El cambio fue total. De ser un aventajado empresario que compraba y vendía autos ganando significativas sumas por su trabajo, perdió el interés por el dinero y lo que él representaba y en cosa de días se entregó al recogimiento y la oración, descuidando por completo los asuntos económicos, a tal punto que canceló y cerró negocios, ante la expectante mirada de familiares y amigos que no entendían el por qué de tan repentina y drástica metamorfosis. La vida ostentosa, de parranda, ruido y mujeres, fue sustituida por una recatada y sencilla que lo llevaba Biblia en mano todas las tardes al templo, a dar gracias y alabanzas a Jesucristo. El pastor Lamberto Falla, bien vestido y hablado era el centro de atención de los cultos y el modelo por excelencia para los fieles. Las prédicas sobre la necesidad de la pureza en los actos y la fidelidad entre los esposos era tema permanente desde el púlpito. Todo en la vida de Bill parecía ser para siempre, pero el diablo seguía suelto y haciendo sus oficios en este mundo material. Entre los compañeros de culto, Bill hizo especial amistad con Ana Diago y con ella iba al templo y venía a casa en razón a la vecindad. Aquella noche, después de la oración, Bill y Ana se dirigían a sus hogares.

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-Hermana Ana, el Pastor Lamberto es un gran hombre; el Señor Jesucristo le ha dado don a sus palabras; por eso convence. Para mí, es un modelo de vida. -¡Hummm..... tal vez si! -¿Usted tiene dudas sobre el Pastor? -Que mi voz no sea motivo de escándalo ni difamación, pues no quiero ofender a Dios. - A mi me parece un hombre de recto proceder. -Yo prefiero no hablar de esto. -Hermana, usted siembra dudas en mi corazón. Por un momento la conversación se interrumpió, pero la mirada de Bill insistió en Ana Diago, esperando que saliera a la luz el secreto, en caso de haberlo. -Hermano Bill, el pastor me ha estado molestando desde hace varios meses. -¿Cómo así hermana Ana? ¿Qué daños le ha causado? -Es una forma de decir; en realidad me ha estado haciendo invitaciones amorosas. -¡Quéeee! ¡No puede ser posible! -Si hermano, como se lo estoy diciendo. Muchas han sido las propuestas innobles que me ha hecho. -¡Esto es increíble! -¡Pero cierto! … Hasta el día de hoy no le he puesto cuidado, por dos razones. -¿Cuáles razones? -La primera es que no me gusta como varón; y la otra, que es un pecado abominable meterse con hombre ajeno. Bill perdió la voz por la sorpresa. En ese instante cayó de su cara el velo a través del cual había estado viendo la realidad. Allí mismo, se percató del abandono de sus negocios y propiedades y sintió fastidio por la pobreza en que había estado viviendo en los últimos diez meses dedicado a atender las cosas de Dios o más bien del Pastor. Una energía dormida dentro de su cuerpo despertó de repente; se palpó el cuerpo con sus manos; miró su ropa raída y decolorada por el uso y sintió vergüenza de su condición material. Entonces reparó en Ana, en las ondulaciones de sus pechos que se metían bajo la blusa y en los labios rosados y carnudos que reclamaban el beso. Recorriéndola con la mirada llegó a las curvas de sus caderas de guitarra y sintió un impulso y unos deseos irresistibles de acercarse y acariciarla. Era toda una hembra y mujer hermosa, plena, para la que estúpidamente había estado dormido, viéndola sólo en su alma, ignorando semejante cuerpazo apto para el amor. Sin detenerse a pensar en más nada, puso la palma de la mano izquierda sobre el mentón de ella, mientras con la derecha la enlazó por el talle besándola ardientemente en el acto. Tan repentina transformación, cogió pasmada a Ana, que se dejó conducir dócilmente por Bill hasta su vivienda de soltero. Al sentirse como una rama desgajada del árbol de la vida y en contravía a la naturaleza humana, al siguiente día y sin más reflexiones, el impulsivo joven, con la frente alta y paso sereno caminó decidido a abrir nuevamente sus negocios.

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Por Cuenta de la Justicia

El impacto del accidente lo dejó aturdido y como un zombi. Eran las 6:15 de la tarde y la confusión le impedía hilvanar los hechos. Al detener el vehículo que conducía, se vio abordado por curiosos que lo examinaban de arriba abajo. Con el paso de los minutos crecía el grupo de noveleros y ya le restaron importancia al concentrar la atención en auxiliar al motorizado que yacía tirado sangrando al borde de la carretera. -¡Llamen a una ambulancia! -gritó alguien. -¡El herido tiene fracturas! -agregó otro. -¡Qué venga el tránsito! -impetró un tercero. El pito de la sirena de la ambulancia hizo correr a un lado al gentío que rodeaba al herido y en cosa de minutos lo levantaron en una camilla, mientras el uniformado del tránsito se entendía aparte con Inocencio. Con la malicia de la experiencia se le aproximó hablándole cerca y en voz baja, detectándole el olor alicorado que le dio razones para increparlo sin preámbulos. -¡Déme todos los documentos suyos y del carro! ¿Es usted mayor de edad? ¿Es propietario del vehículo o tiene autorización para conducirlo? Sin perder de vista a Inocencio que caminaba como sonámbulo, el fiscal lo siguió hasta que extrajo del portapapeles del vehículo los documentos y se los entregó. El uniformado siguió hablándole mientras examinaba papel por papel. -Lo que ha hecho usted es grave, muy grave. Esto se le va a ir hondo pues me toca pasar en el informe que usted conducía en estado de embriaguez; y la distancia en que quedó su carro y el de la moto de la víctima me hace pensar que se iba a dar a la fuga y esto también es gravísimo. Así las cosas, el caso suyo va para la fiscalía Delegada en lo Penal y da para cárcel. -Señor yo nunca pensé en darme a la huida y aquí estoy dando la cara -balbuceó Inocencio. -¡Claro! Aquí estás porque yo llegué pronto y porque los testigos del accidente le impidieron irse. Además, chamo, tú pareces no ser de este país y la procedencia de tus documentos deben ser investigados para determinar la validez y legalidad.

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Inocencio, aún perturbado por los sucesos tan repentinos y las amenazas, se quedó sin palabras. -Mira chamo -continuó el uniformado- el herido quedó muy mal, usted manejando borracho y para completar trató de evadir la justicia; todo esto lo compromete bastante. -Señor fue un accidente que le puede ocurrir a cualquiera. –trató de disculparse el implicado. -Sin mi ayuda, usted va derechito para Santa Bibiana. -Señor fiscal, entonces le ruego que me ayude. -Claro que lo puedo ayudar; pero esa ayuda te cuesta cinco millones en efectivo y hoy mismo, pues si no es así, lo lamento pero tengo que pasarle en el informe todo lo que le indiqué. -¿Cinco millones? ¡Eso es demasiado dinero y ahora no los tengo! -¡Entonces le presto mi teléfono para que llame y me los levante ya! Inocencio se quedó un momento pensativo, tratando de encontrarle salida a la situación. ¿Qué hacer? No lo sabía. Recordó que tenía en su cuenta de ahorros algunos recursos que eran muy pocos para lo que le pedía el funcionario de tránsito. Si sus padres estuvieran cerca lo podrían ayudar pero ellos residían en Colombia y desde allí era imposible una llamada internacional para que los recursos llegaran rápido. Y Santa Bibiana era una prisión terrible. Acongojado se dejó conducir hacia el interior de la ambulancia en donde el herido era atendido por una enfermera que le prestaba los primeros auxilios. Antes de ingresar a ella el fiscal le recordó: -¡Chico... tienes dos horas para que me des esos riales o te jodiste! ¡Escúchalo muy bien: dos horas! ¡Okey! Inocencio, cabizbajo, ingresó a la ambulancia junto al herido, sentándose en una de las bancas instalada a lo largo del vehículo, a donde vino a hacerle compañía el uniformado, no en plan de amistad, sino para vigilarlo. Desde la ambulancia y a través de la puerta trasera, dio instrucciones al otro de tránsito para que le llevara su moto de dotación a la estación. El vehículo arrancó rumbo al Hospital Central a donde llevó primero al accidentado; luego se dirigió hacia las oficinas. Ya solos en la parte de atrás el agente arremetió de nuevo contra el implicado. -¡Está usted metido en la grande chamo! Y para completá chico, a mí se me hace que tú eres colombiano. -Mis padres si lo son, pero aunque yo he vivido con ellos, soy natural de este país como usted. -No te creo; eso hay que investigarlo primero. Voy a llevar tu cédula, licencia de conducción y certificado médico al sistema para verificarlo, porque si son falsos te llevaron los diablos; ahí si no sales ni con abogado. Ya veremos. -Lo que le he dicho es cierto. -Y conducir borracho es un gran delito y con las lesiones que le provocaste al de la moto, peor. -Yo no estoy borracho; es cierto, me tomé tres cervezas en la tarde, pero no más.

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-A mí no se me dicen mentiras porque eso ya es otro delito que también lo contempla el Código y que te puedo pasar en el informe. Al llegar a las oficinas del tránsito, Inocencio fue encerrado en una pequeña celda, mientras se le tomaban datos para el informe. Como el fiscal de tránsito del caso había desaparecido, el implicado quiso llamarlo con otro uniformado que pasaba por allí. -¿Qué quieres Chico? ¿Pensaste ya en quien te va a traer el dinero? -dijo bruscamente el burócrata al hacerse presente. -No señor, es que quería pedirle el favor de permitirme llamar a la casa en donde estoy viviendo ahora para informar que estoy aquí. -Para eso no se presta teléfono aquí. Y te recuerdo que sólo te queda una hora para levantar el dinero o te jodiste. EL único favor que puedo hacerte es rebajar eso a cuatro y medio y menos nada, porque de ahí me toca darle al jefe y a otros funcionarios más. A Inocencio le empezó gran desazón y se sintió indefenso en las manos perversas de aquel tipo. Trató de llamar la atención de otros uniformados que pasaban cerca a las rejas, pero lo ignoraban, como si no existiera. Cansado de estar de pie y sin ser atendido, se sentó en un rincón sobre las baldosas y colocando la cabeza entre las manos y las rodillas sintió unas infinitas ganas de llorar. Un rato después volvió a aparecer el agente extorsionista, esta vez con una cara más amable. -Tengo listo el informe para pasárselo al jefe para que entre ambos lo firmemos. Como me caíste bien voy a tener una excepción contigo. Te doy una hora más para que te traigan cuatro y en eso te dejo el favor. Yo sé que tú puedes levantar ese billete pues cualquiera no anda montado en ese carro que manejabas. La gente en Colombia actualmente tiene buen rial. -Ya le dije que no me es posible conseguir ahora ese dinero. -Después no ande quejándose de que no le quisimos colaborar; el abogado te va a sacar unos buenos millones para poderte defender y eso quién sabe si pueda hacerlo. En cambio yo te garantizo que con lo que haga ahora, mañana mismo estarás en la calle, como si nada. En el informe que te pasaría haría aparecer como culpable del accidente al herido, cambiando el croquis del siniestro y haciendo firmar a unos nuevos testigos de los hechos. -Pero yo no soy culpable de este accidente; el motorizado trató de adelantarme en esa curva. -Después de cada accidente, los implicados quieren aparecer como inocentes, echándose la culpa entre sí. Para nosotros es lo mismo ser culpable que inocente y lo único que hacemos es colaborarle a quien nos colabore; lo demás es paja. Como no hubo el dinero exigido, Inocencio fue trasladado en horas de la madrugada desde el tránsito hasta el cuartel de prisiones de la policía estadal, en donde fue recluido en un calabozo junto con treinta y cinco prisioneros más que dormían apiñados sobre el piso frío de cuarenta metros cuadrados. Por la incomodidad muy pocos minutos pudo dormir en el resto de noche y con la claridad de la mañana, empezó a ver rostros desaliñados, hasta entonces escondidos bajo sábanas harapientas y sucias. Poco a poco perfiles humanos de todos los tipos,

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demacrados y pálidos, inquisidores y enigmáticos, empezaron a erguirse y hacer la fila para visitar el único sanitario y baño disponible. Después del desayuno servido a las ocho, Inocencio fue llamado por un policía guardián. -¿Tú vas a seguir en esa celda o vas a habilitar una mejor? -No entiendo que es eso de habilitar una mejor -respondió el muchacho-. -No te hagas el que no sabes. Aquí todo tiene precio. Quiero decir, que te podemos trasladar a un calabozo en donde haya más baños y más espacio y gente menos peligrosa. Pero eso te cuesta un millón de bolos por mes. -¡Uhmm!... Yo no voy a estar aquí mucho tiempo -se atrevió a objetar Inocencio-. -Eso lo dirá el tiempo. Ingresar aquí es muy fácil; salir es difícil y nunca se sabe cuando. -Yo no he cometido ningún delito; lo que sucedió fue un accidente de tránsito ajeno a mi voluntad. -La verdad verdadera no es la que creen los implicados, sino la que demuestran los abogados. Así pues, las cosas no son lo que son o debieran ser, sino como las presentan o validan los defensores o acusadores. Pero en fin, yo no lo llamé para darle clase de moral o derecho sino para preguntarle si está interesado en ubicarse mejor. -Si debo pagarle por ello, le informo que no tengo dinero ahora. -Está bien; si cambia de parecer avíseme y hablamos. Inocencio fue regresado a la celda y allí pudo detallar más los rasgos físicos de sus compañeros de lugar. Sentados sobre el piso, la mayoría de aspecto demacrado, vestían pantalonetas y camisas mangas cortas sin abotonar, calzados sus pies huesudos con chancletas holgadas. La palidez era común a todos. Un guardia de vientre protuberante, cara colorada y redonda como un globo, que caminaba arrastrando las botas, se acercó y a través de los barrotes le hizo señas a un preso flacucho a quien le abrió el candado para que saliera. Inocencio en semejante hacinamiento apenas pudo hacerse a un reducido espacio, cerca a la puerta del baño de donde emanaban olores ácidos y en donde colocó sus posaderas, adoloridas como el resto del cuerpo. Un preso que lo había estado observando se le acercó tratando de hacerle diálogo. -¿Qué imputaciones te trajeron aquí? -le dijo el desconocido. -¿Qué por qué estoy aquí? -respondió Inocencio. -Si, eso creo haberte preguntado. -Por un accidente de tránsito. -Eso es un delito menor y no da derecho a que te hayan metido aquí a esta vaina. -Hubo una persona lesionada en el accidente. -Aún así, están violando tus derechos. Un buen abogado puede hasta demandar a quienes te trajeron a este cuartel de prisiones y hacerlos sancionar, y que te reparen económicamente. -Bueno, no creo que esto dé para tanto.

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-Aunque lo que dicen por ahí, porque aquí todo se sabe muy pronto, es que tú conducías borracho y después del choque trataste de darte a la fuga; y que además eres colombiano de los tantos que han sacado cédula aquí, últimamente. -Yo soy venezolano de nacimiento, aunque he estudiado y vivido bastante tiempo en Colombia con mis padres. Ayer en la tarde me bebí tres cervezas, luego no andaba borracho y tampoco en ningún momento quise evadir la responsabilidad del accidente. -Pero un policía de la guardia eso dijo y así las cosas, debes hacerte representar por un buen abogado para que te evites problemas. Yo soy amigo de una buena abogada que te saca de aquí en un dos por tres. Si quieres la llamo para que te represente; es efectiva y cobra muy poco. De aquí ha sacado a muchos en menos de nada. Otros prisioneros, sin ser llamados y por aparente casualidad se acercaron y ratificaron la efectividad de la abogada. Inocencio quedó un rato pensativo, tratando de encontrarle lógica a la propuesta. -¿Cómo pretende ayudarme a salir de esta vaina sin haber logrado él mismo resolver su problema con la justicia –pensó. Un murmullo de voces al otro extremo del salón los distrajo. -¿Qué sucede ahí? -preguntó Inocencio. Los internos se miraron entre sí y guardaron silencio durante algunos minutos. - No es nada nuevo –intervino el más dicharachero de los que estaba cerca- Orejas, le está cobrando el impuesto al Flaco. En esos momentos el jíbaro que rato antes había sido llamado por el policía barrigón, pasó de mala gana unos billetes arrugados al mandamás de la celda y el intento de gresca terminó. A Inocencio se le volvieron a unir otros presos a hacerle conversación. -Aquí todo es normal y también se pagan impuestos como afuera en la libertad -dijo alguien. -Ojalá y desde ya hables con Orejas para que te proteja y no se metan contigo los peligrosos de la celda o la misma guardia. -Eso si, debes pagarle de acuerdo a la tarifa. –intervino otro. Inocencio continuaba callado y sorprendido por este mundo de cosas que se ignoran en la vida de libertad. -En este lugar no se vive tan mal pero hay que pagar por todo -continuó un tercero que se unió a la charla-. Aquí es posible acceder a buena yerba, polvo, traguito o hembras, pero con billete. Aquí se sufre y se goza como en todos partes. La semana pasada nos echamos una pea de película y la cagamos poniéndonos a pelear. Creo que el director se enteró y regaño a los policías de la guardia, pero de ahí no pasó la vaina. El caso de Inocencio fue a dar a la Fiscalía Delegada en lo Penal que considerando los agravantes expuestos en el informe del Fiscal de Tránsito, armó el expediente con la respectiva acusación ante el Juez Primero de Instrucción que debía resolver la situación jurídica al implicado en los próximos cuarenta y cinco días, dándole libertad o ratificándole los cargos y continuando con el proceso.

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El abogado contratado para que asistiera a Inocencio, cobró por adelantado el cincuenta por ciento de los honorarios cuyo monto prometió destinar a sobornar al fiscal, juez y tránsito, haciendo cambiar el informe. Prometió sacar libre al implicado en la primera audiencia, llevada a cabo dos días después del incidente. Pero el sindicado siguió preso y el abogado ya no respondió al teléfono cuando lo llamaban. En la oficina hizo nuevas exigencias económicas, alegando que estaba haciendo hasta lo imposible para liberarlo pero los primeros recursos no habían alcanzado. Pasaron los días y los trámites se fueron dilatando y las fechas de salida postergando por una u otra razón. Y el abogado argumentando que haría efectiva ante el juez una medida que favorecería a su cliente. Y los días se volvieron semanas y éstas meses sin resultados. Acosados por la desesperada situación del muchacho que ya no soportaba más el encierro y el ambiente de la celda en que estaba recluido, la familia de Inocencio concluyó que estaba siendo víctima del engaño del abogado y se apersonaron del problema ante la justicia. Un empleado de los tribunales a donde fue a dar el caso, dijo conocer a una funcionaria de más alto nivel que movería los hilos de la administración de justicia y en pocos días evacuaría el proceso favoreciendo al implicado con la libertad. Y así fue, una vez se pagó una cifra millonaria al intermediario y se fijó una indemnización a favor del lesionado en el accidente de tránsito. Del abogado de la defensa no se volvió a saber. Este incidente le confirmó a Inocencio parte de lo que encierra la maraña infame de la justicia en la que puede caer cualquiera, magistralmente escrita por Frank Kafka en El Proceso.

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En la Frontera

Atravesado en la mitad de la precaria vía, el bus fue incendiado por el grupo guerrillero que lanzaba consignas contra el gobierno y disparaba ráfagas de metralletas contra la enorme llamarada roja y espesa humareda que se levantaba. Los pasajeros atónitos, pálidos del susto, retrocedían ante el fogaje que emanaba del vehículo en llamas y no salían del asombro, mientras cargaban sus maletas que habían tenido que bajar a las carreras para evitar que también se quemaran. A todos les fue dada la orden tajante de regresar a Puerto Frontera ya que había sido decretado el paro armado en todas las carreteras del departamento. Ante tal situación y la imposibilidad de viajar por suelo colombiano hasta San José, Jaime Durán debió tramitar en el consulado el permiso fronterizo para hacerlo por la vía de la vecina nación. Después de pagar tributos al Departamento de Seguridad Política y a la Alcaldía Municipal, aprovisionado del documento consular, Jaime inició el periplo en el taxi que lo llevaría a trescientos kilómetros de allí, debiendo sellar la salida de Colombia. Dentro de la oficina protegida por vitrales de seguridad, en el Puente Internacional, aún en Puerto Frontera, el mechudo que hacía de funcionario de migración continúo con la charla amena en su teléfono, mientras acomodaba los tenis encima del escritorio. Después de varios minutos empezó a atender la larga fila que se había formado. Al fin y a través de la ventanilla formuló algunas preguntas obvias al interesado y buscó y comparó nombres en una larga lista a ver si el solicitante estaba requerido por la justicia. Al confirmar que no había problemas, hizo el intento de validar el documento pero el timbre de su teléfono nuevamente lo distrajo y mientras respondía a la llamada de una voz femenina, estampó el sello de ingreso al país. Al regresar a Jaime el permiso, se percató del equívoco e hizo señas para que se lo devolviera. -Señor debo hacerle la rectificación en el sistema y con autorización de Bogotá -le dijo el burócrata-. Le agradezco hacerse a un lado y esperar a que atienda a los demás ya que lo suyo lleva tiempo y es bastante complicado y delicado. El taxi siguió su ruta y la demora a Jaime por el incidente del sello lo sometió a la espera de otro vehículo público, tres horas después.

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En la vecina nación, en la oficina de migración de la población de El Resguardo, lo atendió un gordo mal encarado de cejas arqueadas que se quedó mirándolo fijamente desde el otro lado del escritorio, como escrutándolo. -Ciudadano la fotocopia del documento original debe ser presentada a color. –le dijo sin más ni más. -En el consulado no fui informado de esto; sólo me dijeron que sacara fotocopia del permiso para dejarla aquí. -Pero esta fotocopia no te sirve. -Señor toda la información del permiso es legible en la fotocopia. -Ya te dije que no te sirve, vale. -¿Debo regresarme a Puerto Frontera a fotocopiar a color el permiso? -se atrevió a decir Jaime. -¡Si señor, así es el asunto! Aunque usted también puede habilitar esa fotocopia. -manifestó como sin querer el funcionario. -¿Qué es eso de habilitar la fotocopia? -Bueno eso es muy sencillo para usted; es solamente dejar una colaboración aquí y yo te sello ya. -Pero ¿y la fotocopia a color? -En ese caso la que tienes te sirve. ¡Aja! ¿Y de cuánto es esa colaboración? -Bueno vale, de algo que valga la pena, pues entenderás que soy casado, tengo hijos, pago arriendo y como a cualquiera humano me da hambre y sed. Jaime Durán se quedó pensativo y evocó la demora que ya había tenido su viaje, aún sin empezar y que las diligencias que requerían su presencia en San José debían hacerse pronto. Sin objetar más dio unos billetes al funcionario que los recibió con avidez y guardó en un santiamén. Jaime continuó el viaje sin inconvenientes hasta que llegó al siguiente retén militar diez kilómetros adelante. El uniformado que parecía detentar el mando de la pequeña guarnición, se quedó mirando fijamente al taxista, increpándolo en silencio y esperando algún indicio que indicara señal de temor; al no notar nada diferente de lo que buscaba, optó por solicitar los documentos a los viajeros. Al verificar todo en regla, hizo una señal que indicaba que podían continuar. El taxista hundió el pie en el acelerador y el vehículo se deslizó sobre el negro asfalto, recientemente restaurado. Cinco kilómetros adelante dos lomos pintados de amarillo naranja en la vía indicaron que estaban llegando al puesto de la Curva en donde tres miembros de la guardia civil se acercaron, fusil a la espalda, pidiendo los documentos a los pasajeros y haciendo bajar al conductor para que les abriera el baúl del vehiculo y les mostrara el equipaje que llevaba. Uno de ellos, hizo bajar y abrir maleta por maleta, esculcando minuciosamente en ellas hasta en los últimos rincones. De pronto se quedó mirando un pote de cápsulas, que tomó y examinó tratando de leer las indicaciones de la etiqueta. -¿Quién es el dueño de esta maleta? -dijo ásperamente el uniformado refiriéndose a la que contenía el frasquito de cápsulas.

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-¡Es mía! -respondió la señora que iba en la parte de adelante junto al conductor. -Muéstreme la fórmula médica de este medicamento señora. –ordenó sin preámbulos. -Señor, yo siempre debo tomar ese remedio para controlar los hongos y lo compro en las farmacias porque es de venta libre. -Entonces bájese del carro y devuélvase pues no puedes viajar por nuestro país con ese medicamento que no sabemos si es prohibido o no. -¡Por favor señor permítame seguir que yo debo estar mañana a primera hora en San José en un control médico! -¿Dónde está la cita del médico? La pasajera buscó entre su cartera y extrajo unos papeles doblados escritos en computador, que procedió a entregar al uniformado, que recibió de medio lado, como sin querer y empezó a leer con dificultad. Luego, con los documentos en la mano, se fue alejando del pequeño grupo. La pasajera angustiada se fue detrás de él. -Señor guardia por favor, permítame seguir. -No señora, aquí cumplimos con la Ley y usted no puede viajar por nuestro territorio, así como va. Baje sus otras maletas y quédese para que se regrese en otro carro. -¡Por favor señor no me haga esto que me perjudica! El gendarme hizo gestos al conductor indicándole que continuara el viaje con los restantes pasajeros y con el ceño fruncido y sin volver a hablar fue a sentarse al fondo del pequeño espacio detrás de un viejo escritorio desvencijado sobre el que colocó los codos y dejó vagar su mirada en el horizonte. Media hora después, bajo la sombra de un frondoso mango, un cono rojo de plástico ubicado en el centro de la vía, hizo reducir la velocidad del automóvil. Un uniformado de verde oliva que estaba sentado en una silla, junto al árbol, se levantó indicando con el movimiento del brazo que debían detenerse. Agachándose para percibir a través de la parte superior de la puerta a los pasajeros, el gendarme preguntó: -¿Hacia dónde se dirigen? -Hacia San José –respondió el conductor-. -Bájense del carro, me muestran los permisos y permítanme una requisa -continúo. Al revisar, en una de las maletas, aparecieron dos mudas de ropa aún con las etiquetas, que cautivaron la atención del agente. -¿Quién es el dueño de esta ropa nueva? -interrogó. Del grupo pequeño de pasajeros, que estaban atentos a los movimientos de quien requisaba, salió el propietario. -Yo señor -dijo. -Esto es contrabando. ¡Muéstreme la factura de compra de esta mercancía! -ordenó. -Señor, esa ropa aún no la he estrenado, pero es para mi uso personal, revísele la talla y verá –trató de explicar el aludido. -Yo creo que tú la llevas para revenderla aquí en mi país y eso es un delito. Te toca regresarte o dejar una muda aquí. -Pero señor… esa ropita es para mi uso personal. -No te creo vale; por aquí pasa mucho contrabando desde Colombia.

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-Señor Guardia, le pido el favor de respetar mis derechos; yo no estoy violando las leyes de su país, ni soy contrabandista. El miembro de la guardia civil, frunció el ceño y arqueó las cejas y su rostro palideció en un instante. -¡Ahh... con que usted viene a darme órdenes a mí colombianito de mierda! ¡Pues te meto preso y ya! -concluyó. Como los otros uniformados del puesto estaban pendientes de la conversación que se había ido subiendo de tono, se levantaron de sus asientos y tomando los fusiles entre sus manos se acercaron en actitud amenazante y de refuerzo al compañero. El conductor trató de intervenir a favor del pasajero, pero el gendarme del altercado, ya alterado en su ánimo y con las ínfulas de estar armado y en su patria, lo detuvo en seco. -¡Chico... el problema no es contigo! ¡No te metas en donde no te han llamado pues a ti también te puedo dejar aquí! ¡Apuesto a que también eres colombiano de los que han sacado cédula en mi país! -dijo en tono áspero. El taxista viendo la actitud intransigente e intimidante optó por no intervenir más en el asunto. Y el pasajero, aunque se humilló y pidió disculpas, no logró hacer cambiar de parecer al agresor que una vez le hizo bajar la maleta, dio órdenes al chofer de seguir el viaje. Treinta kilómetros adelante, el conductor hizo de algunos billetes un pequeño rollo que apretó en su mano izquierda. Al llegar al puesto de control de la autoridad, discretamente, como sin darse cuenta, deslizó su brazo hacia fuera y rozó la mano que extendió el uniformado que se acercó. Con un gesto miliciano éste le indicó que podían seguir adelante. El vehículo rodó raudo por la bien asfaltada vía que partía en dos la vasta llanura, en el momento verde y fragante por la floración de mangos y otros árboles que vivificaban la región durante los primeros aguaceros de abril. Algún rato después, debió detener su marcha frente a la señalización del puesto de control de las Montañitas por ser allí en donde sabanas y cordilleras hacían límites. Un guardia con la gorra de medio lado le hizo señas al conductor de que se bajara del automotor. -¿Cuánta gasolina llevas en el tanque vale? -le increpó una vez estuvo un poco alejado de los pasajeros. -Llevo el tanque medio. –le respondió. -¡Ajá...! ¿Y cuánta es la capacidad del tanque? -Creo que es de 45 litros. -¡Dígame la verdad para no demorarlo tanto! Mire que si le reviso y me está diciendo mentira le puedo hacer quitar el carro pues hay orden presidencial de contrabando cero. -Señor guardia, lo que le estoy diciendo es lo cierto, si gusta haga subir el taxi en el cárcamo y lo revisa por debajo. -¡Está bien... correcto! ¡Así son la cosas aquí! Las mentiras tienen sanción. -¿Puedo seguir? -preguntó el taxista-.

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-¡Adelante! Y no se te olvide que puedes traer indocumentados y ya sabes como es la cosa con nosotros -terminó diciendo el uniformado. El automóvil retomó la ruta siguiendo las curvas de la carretera que ascendía por la quebrada topografía ya que la llanura extendida hasta el infinito en el oriente, quedó atrás. En los dos últimos puestos de control fronterizo, las autoridades les solicitaron documentos e hicieron bajar los equipajes y revisaron maleta por maleta formulando preguntas sobre la naturaleza y uso de las cosas que llevaban. En la fronteriza y comercial población de San Luis pretendieron hacer sellar la salida del país en el permiso pero el funcionario de extranjería, aún en horario de trabajo, había cerrado la puerta de la oficina y no atendió. Luego de tantas horas de viaje y presiones de las autoridades extranjeras, en San José, Jaime Durán y el otro pasajero respiraron tranquilos en suelo patrio.

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Infamio Plata

Es tiempo de matrículas en la universidad y Modesto el menor de los hijos con respeto y no poco temor se dirige al padre. -¡Papá! Creo que se te olvidó que hoy es el último día que tengo para matricularme ya que a partir de mañana son las extraordinarias y bien sabes que cobran un recargo que a ti no te gustaría pagar. -¡Claro que no se me ha olvidado! Lo que pasa es que tú eres quien está estudiando y no yo. Y respecto a pagar más por el semestre ni se te ocurra; preferiría que te retiraras y te pusieras a trabajar. -¡Pero papá! -¡Hijo! Usted me conoce y sabe que conmigo no hay peros; conmigo las cosas son exactas, correctas y justas. Modesto quiso tratar de explicar su punto de vista, pero Infamio pareciendo no escuchar, caminó rumbo al cuarto principal. Mientras avanzaba sacó del bolsillo derecho una llavecita con la que hizo girar la chapa del armario del que extrajo un fajo de billetes que contó una y otra vez frente al joven, verificando que no fuera a ser más ni menos de lo que requería la situación. En el pequeño salón que servía de oficina, antes de hacer entrega del dinero, hincó en el hijo una mirada penetrante y le pasó el talonario con los recibos. -¡Firme y escríbale la fecha! -le dijo sin más ni más. -Y a propósito, ¿cuándo es que termina de estudiar usted? -increpó al zagal-. -Sólo me falta este semestre y el trabajo de grado. -¡Ya era hora! Es mucho el dinero que he gastado y manitas van para que manitas vengan. El muchacho en silencio se aproximó al escritorio y colocando los codos sobre él escribió el nombre legible y el día del calendario sobre el documento, devolviéndole al padre el comprobante. Una vez más y en voz alta Infamio volvió a contar los valores a entregarle a Modesto. Con mirada severa y aspecto silencioso, vio como el mancebo, presuroso y cabizbajo se alejaba.

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Fijado al piso del salón, meditabundo durante largos minutos, se dio a la tarea de recrear asuntos relacionados con las finanzas y crianza de los hijos. -Caramba… -así se decía- con estos muchachos míos que lo han tenido todo. Si les hubiera tocado un poquito de lo que me dio la vida en mis primeros años, tal vez me comprendieran más. Ellos sólo piden y lo tienen ya. En cambio a mí me tocó tan duro al principio y aún después, ya que nunca he tenido descanso y mucho me ha costado conseguir lo que tengo. Para ellos que han ido en coche todo es fácil; pero bueno, ya llegará el día en que Modesto me devuelva lo que le he invertido; con los mayores no hubo problemas y espero que con éste ultimo tampoco lo haya. Ya veremos. Y esto que quienes somos buenos padres nunca hacemos cuentas de todo lo que la persona ha comido, de la ropa y zapatos que ha gastado, de los servicios de agua y energía, teléfonos, y medicinas consumidos. Y prácticamente desde muy chicos estudiando y teniendo que comprarle cuadernos y libros tan costosos que ni cuidaban para dejárselos a los que les seguían, obligándome a comprar nuevos. Y tantos gastos más, imposibles de recordar ahora que han recaído sobre mí, porque la mamá no ha trabajado nunca. A través de la ventana que da al patio, vio en el rincón a Pepe, el hijo de la empleada, que en ese instante se llevaba una porción de pan a la boca. -Menos mal que esta vieja ya dijo que se iba -pensó-. Maldito chino que se pasa el día comiendo y como está tan pequeño no ayuda en nada en la casa, lo que constituye un desbalance pues quien come debe ganarse lo de la comida. Y apuesto que la mamá va a exigirme liquidación y prestaciones cuando se vaya porque para exigir derechos si están hechos los pobres. Un rato después, de salida hacia el negocio, inspeccionó muy rápidamente que todo estuviera en orden en la casa. Desde la puerta de la cocina, percibió con contrariedad que la nevera estaba sin seguridad. -¡Mujer! ¡Mujer! ¡Que vaina pasa aquí! ¡Parece que mis órdenes no fueran entendidas! -dijo en voz alta y tono severo a la esposa que solícita y atemorizada se acercaba ya. -¡Qué pasó! ¡Qué pasó! -respondió la mujer con susto y sumisión. -¡Mire no más como está la nevera… sin la cadena! Cualquiera la abre y en menos de nada lo que compré ayer se evapora y nos quedamos sin comida. ¡Y no olvide que todo está muy caro y hay que ahorrar para no quedarnos en la calle! Mientras Infamio Plata salía con paso sereno hacia el supermercado del que era propietario, la mujer, con humildad, encontró la gruesa cadena con la que rodeo la nevera a la altura de la mitad, pasándola por entre la manija y asegurándola con el candado que para tal efecto se tenía. No quedó conforme hasta que tiró de la puerta y corroboró que no se abría. El tiempo, amigo inseparable de los hombres, que los lleva entre sus manos y permite que todo lo que debe llegar llegue, acompañó a la familia al grado de ingeniero, donde Modesto fue laureado y exaltado como el mejor de la promoción por el gobernador que asistió al acto. En reconocimiento a sus logros académicos en el discurso protocolario le fue ofrecido un cargo en la administración.

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Al salir de la ceremonia, el padre hace un gesto al hijo para que se acerque y poderle decir aparte. -Tenga cuidado con el traje, apenas lleguemos a la casa se lo quita y lo cuelga en el armario ya que estando nuevo y limpio se le puede vender a otro que se vaya a graduar; con eso recuperamos el valor que se invirtió en él. Son las seis de la tarde del día 30 del mes. Infamio Plata, impaciente por la hora, espera en la entrada de la casa. Se nota serio, preocupado, con esa cara rígida de madera en la que no se nota ningún gesto de satisfacción. En la tarde de hoy cortó amistad con el único pariente que lo visitaba, ya que por esa manera formal, exacta y estricta de ser que aunque no despoja a otros de sus cosas, por ahorrativo tampoco comparte, amigos, familiares y vecinos se le han retirado y en la casa no duran las sirvientas a las que considera derrochadoras e inútiles. A las seis y treinta suenan pisadas en la acera y aparece Modesto que al aproximarse al padre que ha visto a la distancia, se tensiona y saluda con respeto. -¡Buenas tardes papá! ¿Cómo ha estado? -Digamos que bien, pero algo preocupado pensando en que usted se fuera a beber y a gastar el dinero. -Precisamente vengo contento porque hoy me pagaron el primer sueldo. -¡Ahh… qué bien! Precisamente lo estaba esperando para que habláramos sobre cómo me va a devolver lo que le presté. -¡A qué se refiere usted papá! -respondió el joven profesional. -Bueno… entienda que usted no estudió gratis, ni recibió becas ni préstamos del estado. Fue a mí a quien le tocó costear todo su estudio desde la primaria. Como los padres tenemos ciertos deberes para con los hijos, no le voy a cobrar la formación elemental, pero si la universitaria que fue la más costosa y que ahora lo ha preparado para desempeñarse bien y tener buenos ingresos. ¡Usted dirá cómo quiere papá! Acto seguido, el padre sacó del bolsillo de su chaqueta un montón de recibos que entregó al hijo, que los recibió con humildad. -¿Conoce esa firma? -¡Claro papá! Es mi firma, sin lugar a dudas. -Entonces con usted es lo mismo que con sus hermanos mayores. No le cobro intereses por ser mis hijos pero el capital si me lo regresan completico pues los negocios son los negocios y a cada cual lo suyo. Sume usted mismo para que vea que soy justo en cobrar sólo lo que me pertenece. Modesto, hábil en las matemáticas, en un dos por tres hizo las cuentas de los valores escritos en los distintos recibos e informó en voz alta sobre ello. -Son cincuenta y dos millones ochocientos cuarenta y cinco pesos. -¡Muy bien! ¡Muy bien! Se ve que de verdad aprendiste buen cálculo en la universidad. -¿Y cómo le debo devolver su dinero, papá?

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-Muy fácil y práctico. Para que le quede para sus gastos personales que debe costear desde ahora, le dejo la deuda en sesenta cuotas cada una de ochocientos ochenta mil setecientos cincuenta pesos que debe pagarme puntualmente cada treinta de mes. -¿Y que pasará si me quedo sin trabajo? -Eso es cosa suya. Mi obligación iba hasta darle estudio y eso hice; de ahí en adelante vea a ver como se las arregla, pero mi dinero me lo paga en esas cómodas cuotas que le fijé. Modesto se rascó la cabeza con la mano izquierda y con la derecha sacó del bolsillo el fajo de billetes de los que entregó la cifra exacta que le había indicado el padre, completando con unas monedas que tenía por ahí refundidas, recibiendo en contraprestación el primer recibo que había firmado cinco años atrás.

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La Cita

-¡Dios mío por qué ahora! ¡Señor Jesucristo dame otra oportunidad! ¡Ayúdame Dios mío! ¡No me desampares! ¡Soy tu hijo amado! Eran los pensamientos intermitentes que fluían del enfermo en manos de los atareados médicos que iban y venían presurosos, aplicándole medidas extremas de reanimación. Eran sólo momentos, ya que desde hacía varios días era mantenido vivo por medios artificiales en la unidad de cuidados intensivos. Estando más allá que de acá, la gravedad lo mantenía alejado del mundo consciente en donde el entorno deja de ser lo conocido para convertirse en lo insondablemente desconocido. La luz blanquecina al final del túnel dentro del cual estaba, emanaba sus resplandores como llamándolo, pero la vida era la vida y a ella no se renunciaba fácilmente. Total, avanzaba hacia ella, pero regresaba halado por los esfuerzos médicos, ya que su voluntad, como todo lo demás, lo había abandonado. -¡Llévenlo urgente a cirugía! -ordenó el médico que lo atendía en el momento-.

* Había regresado de Paris hacía un año, a donde fue a hacer prácticas del francés, llevado por el deseo de ser un buen parlante del idioma de Stendhal. Grandes sacrificios personales y privaciones de la familia le permitieron costear los pasajes al distante destino en donde con alegría y ganas se las arreglaba para hacerse entender en la refinada lengua que con el paso de los días fue mejorando en la pronunciación. La labor que desarrollaba en el negocio de comidas rápidas no le era ajena ya que en las épocas de vacaciones en la provincia fronteriza de donde era oriundo, con entusiasmo ayudaba a Victoria, su madre, en el modesto restaurante del que vivían. Bogotá, ciudad de todos y de nadie le había mostrado a Santiago los vericuetos y ambientes de lucha, sufrimientos, placeres y supervivencia. Las necesidades en los últimos semestres lo obligó a trabajar como profesor de lenguas en colegios particulares, ya que la subvención que recibía de la casa materna, no le alcanzaba y las estrecheces económicas que había sobrellevado con resignación hasta entonces, le resultaban insoportables. Al fin logró graduarse en la universidad de San Juan Bautista.

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Con el título de licenciado en lenguas modernas bajo el brazo y desde la fría, anónima y mundana capital, llegó a su provincia natal, reiniciando su apoyo al negocio materno. Con voluntad e interés a gran velocidad en la motocicleta repartía a domicilio los almuerzos que tenía contratado Victoria. Entusiasta y jovial, irradiaba confianza y amistad, siendo centro de atención, no sólo de clientes y amigos que los tenía por todas partes, sino de hermosas mujeres de la pequeña población. Cuando se vinculó como docente de francés de uno de los colegios, ganó con creces el afecto y cariño de sus alumnos y empezó a ahorrar algunos recursos para regresar a Francia a dar la verdadera guerra de la vida. Los sueños suelen estrellarse contra los designios del destino, entendido éste como lo que sucede. Extraños motivos lo hicieron amigo del trago, y aunque se le veía sonriente en el trabajo, por las noches no conciliaba el sueño sin la anestesia etílica. Cliente infaltable de la Taberna Normandía en donde escuchaba a Charles Aznavour en su nativo idioma a la vez que aplacaba la sed de licor que noche tras noche lo devoraba. Aquella noche, mientras la ciudad dormía, Santiago llevado por los arrebatos de la bebida y la dulce compañía femenina que lo apretaba, hacía tronar la moto en la céntrica vía. El campero que de la nada apareció en la esquina, lo hizo perder el equilibrio y en estrepitosa caída con moto y pasajera rodó varios metros sobre el pavimento, quedando tendido e inconsciente. Cuando volvió en sí, era atendido en una camilla en el hospital local. Al siguiente día, Johana se sintió extrañada, al recibir la visita solidaria de amigos y familiares que la imaginaban enferma después del accidente. Debió demostrarles que ella gozaba de total salud y no había sufrido eventualidad alguna que lamentar. Tal percance le produjo, además del golpazo, la ruptura momentánea con la novia, pero sus hábitos nocturnos continuaron inmodificables. Familiares y amigos no entendían el por qué de tan extraño comportamiento en una persona exitosa, sana, en plena juventud y sueños por alcanzar. Los consejos maternos habían caído en vasija rota, hasta la madrugada en que llegó a casa, ebrio y emotivo. Al entrar, cayó de rodillas frente a Victoria que a esas horas aún lo esperaba despierta. -¡Basta mamita! ¡Ya no te voy a causar más problemas! -¡Pero qué tienes hijito! ¿Qué te ha pasado? -dijo la madre abrazándolo-. -¡Esto para mí se acabó! ¡No puedo seguir así ni un día más! -enfatizó el joven-. -¡Por favor hijo… cálmate que me preocupas! Con profundo sentimiento y lágrimas que le rodaban rostro abajo, Victoria hizo sentar a Santiago mientras le ofrecía un vaso con agua. -¡Si mamacita… hoy lo he decidido y lo voy a cumplir! ¡No más trago! ¡No más vagabundería! ¡No más pecado! -¡Hijo mío! ¡Yo sabía que Diosito me iba a hacer el milagro! ¡Por eso nunca perdí la fe en ti que siempre fuiste un buen muchacho! ¡Bendito sea Dios Nuestro Señor que todo lo puede!

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-¡Esta tarde renuncié al trabajo y mañana a primera hora me voy para Bogotá! -¡Pero hijo! ¿Esto no es demasiado rápido? -¡No mamá! ¡Así lo he decidido y así será! -¡Bueno hijito si lo has decidido para bien… que así sea! -¡Ni una cerveza más me vuelvo a tomar! ¡Desde hoy voy a ser como antes de este maldito vicio con el que te he hecho sufrir tanto en estos últimos meses! ¡Ni una más lo juro por Jesucristo! Madre e hijo se fundieron en un abrazo salpicado de lágrimas y conmovedora emoción. ¿Qué lo indujo al cambio? ¿El instinto de conservación que guía y hace perspicaces a los que se encuentran en peligro? ¿El destino? Al tercer día de estar en la enorme urbe, le empezaron los primeros síntomas. Apenas una leve inflamación en los pies, que debía pasársele pronto. Luego la tos que fue volviéndose molesta, para agudizarse con esputos sanguinolentos que lo llevó a solicitar atención en el centro médico del sector. De allí, por lo extraño del quebranto fue remitido a un Hospital Universitario donde las dolencias se agudizan con insuficiencia renal, hemorragia hepática y varias complicaciones que obligan al cuerpo médico a permanentes juntas para tratar el caso que es atendido con diligentes tratamientos, exámenes y delicadas cirugías, que lo mantienen en la unidad de cuidados intensivos. El subdirector científico del hospital desde hace varios días se ha encargado del asunto de Santiago y todo su empeño ha sido infructuoso. Ahora forma parte de los cirujanos que tratan de ganarle la batalla a la muerte. Con la bata quirúrgica y la mascarilla verde puesta, mantiene en sus manos recubiertas con elásticos guantes de manejo, el filoso bisturí.

* -¡Dios mío por qué ahora si prometí cambiar! ¡Señor Jesucristo hágase tu santa voluntad… pero no quiero morir! ¡Dios mío perdona mis pecados! ¡Dios mío¡ ¡Dios mi...! El resplandor lo envolvió del todo y el túnel desapareció. La cita en el lugar y hora se cumplió, como seguirá cumpliéndose para los que siguen vivos.

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Aparición

Las vecinas más santurronas se hacían cruces y tapaban los ojos para no mirarlo y los transeúntes desprevenidos se quedaron atónitos, mientras Juan el bombero dando gritos, en calzoncillos, corría velozmente hacia la casa. A las pocas horas, la noticia como el aire, llegó a todas partes. -El difunto Luis se le apareció en interiores al bombero Juan -era el decir.

* Después de desempeñarse como técnico instructor del Servicio Nacional de Enseñanza durante largos años, en su natal Ciudad del Llano, Luis Almario pudo jubilarse y entregarse así a una existencia más tranquila, ajena al cumplimiento de horarios de trabajo y a los arrebatos de jóvenes díscolos sin Dios ni ley. Esto esperaba el recién pensionado, sin conocer los caprichos del destino. Aquella mañana de verano, malhumorado por la amarga noche que le habían hecho pasar los gatos del vecino, se levantó más temprano que de costumbre, dispuesto a tomar venganza en cuanto los claros del día se lo permitieran. El sol nacía rojizo como un incendio allá en el horizonte, cuando Luis destapó la enorme olla de agua hirviendo que dejó escapar una emanación de humo que lo hizo retroceder. El zinc arriba volvió a crujir estrepitosamente y los agudos chillidos gatunos que le habían hecho imposible la noche, volvieron a perturbar la paz del hogar. Evitando hacer ruido, acomodó la escalera en una de las esquinas del patio y a través de ella empezó a subir sigilosamente con la olla en la mano izquierda, mientras con la derecha llevaba el pequeño platón con el que esperaba rociar abundantemente a los felinos para enseñarlos a respetar el descanso ajeno. -Estos infelices me las van a pagar todas en una -pensó mientras se acomodaba y en las alturas tomaba posición de ataque-. Nuevos movimientos violentos encima del techo hicieron temblar parte de la humilde estructura de palos, y penetrantes maullidos ensordecieron a Luis que en ese preciso instante lanzó por encima de la punta de la teja el agua hirviendo que se esparció hacia

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arriba. El estruendo producido por la carrera de los felinos, fue seguido por ruidos más lejanos sobre otras viviendas vecinas. Luego el silencio reinó. Luis se movió sobre la escalera tratando de otear a los animales. En ese instante la madera bajo sus pies cedió y sus manos instintivamente soltaron las vasijas con el agua caliente, para agarrarse y sostenerse, sin lograrlo. Sobre el piso húmedo y humeante quedó tendido. Su mujer que había permanecido acostada, escuchó el ruido y semidormida se acercó asustada al lugar de los acontecimientos. -¡Qué te pasó hombre! -le dijo- mientras lo ayudaba a levantar. Mudo del golpazo y con la cara pálida y desencajada hacía esfuerzos para pararse, pero un pie no le respondía y el agudo dolor lo hizo volverse a tender sobre el piso. Al fin pudo tartamudear. -¡Creo… que… me he… jo… di… do el to… billo… derecho! -expresó con dolor-. -¡Pero qué estabas haciendo! -exclamó la mujer-. -Trataba de espantar a los malditos bichos que no nos dejaron dormir -respondió Luis. Como el dolor persistía en el tobillo, el accidentado debió ser trasladado por paramédicos hasta el hospital más cercano en donde fue hospitalizado y se le practicaron exámenes de rigor que diagnosticaron fractura que debía ser reducida mediante procedimiento quirúrgico. Para ser sometido a la cirugía del pie, le ordenaron otros exámenes que evitaran riesgos al ser intervenido, pero la vida le tenía guardado otras complicaciones como colesterol, triglicéridos altos y coronarias obstruidas, lo que obligaba, anterior al problema del tobillo, operar el corazón. El enfermo quedó perplejo al saber el dictamen médico, ya que como cualquier humano aspiraba llegar al cielo, pero no todavía. Pensó que no era justo que por tratar de castigar unos gatos en celo que le habían perturbado el sueño, las cosas se le complicaran a tal extremo. Pero las casualidades son así de incomprensibles. La cirugía parecía llevar a buenos resultados hasta el momento en que se complicó el cuadro quirúrgico y el paciente sufrió paro cardiaco que le causó la muerte.

* Como de costumbre Juan Moreno el bombero llegó a su sitio de trabajo a la hora de rutina y una vez saludó a los compañeros, fue hasta el vestier a colocarse el uniforme. En calzoncillos y mientras silbaba su joropo preferido, levantó la mirada para verse en el espejo. Quedó pasmado del susto. A sus espaldas, estaba el difunto Luis Almario mirándolo con un dejo de tristeza. Los pelos se le crisparon y en el estado en que estaba salió corriendo y gritando hacia la calle. Mientras avanzaba a gran velocidad, con la melena alborotada, se cruzaba con transeúntes que no lograban entender su obscena presencia. -¡Dios Santo me salió el difunto Luis Almario! -gritaba. -¡Se me apareció el difunto Luis! -repetía-.

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Los primeros que escucharon al bombero contaron a otros que el muerto se le había aparecido a Juan en calzoncillos. Y éstos a su vez transmitían que el muerto en calzoncillos se le había aparecido a Juan. Y así de boca en boca entre sustos, risas y chistes fue la noticia que entretuvo por varios meses a los habitantes de Ciudad del Llano.

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Elecciones

Es domingo día de elecciones. Vehículos van y vienen recogiendo personas que aproximan a los lugares en donde están ubicadas las mesas de votación. Frente a una de las sedes del “Partido Nuevo Tiempo” que se autoproclama como el más firme defensor de las libertades, modernidad y progreso, van llegando individuos de todas las condiciones sociales: campesinos y citadinos humildemente vestidos unos; elegantes y finamente presentados otros. En formación van recibiendo el bono con el que podrán reclamar el dinero, mercado, materiales de construcción o el almuerzo que le fueron ofrecidos. A escasos metros de allí, está la oficina del “Partido de Renovación Social”, considerado firme defensor de los valores morales y virtudes humanas. Allí también atienden con amabilidad, dando muestras de gran camaradería y confianza -como si fueran viejos amigos- a quienes llegan por el bono. A la vez les imparten instrucciones sobre el proceso eleccionario. En la siguiente calle, tiene asiento “Cambio Democrático” según ellos, la única y legítima fuerza de izquierda y socialista, representativa de los verdaderos intereses del pueblo humilde y trabajador. Aquí atiende el doctor Jesús Barriga, experto en elecciones y asesor de varias campañas políticas: primero al lado del “Partido Nuevo Tiempo”, de donde fue expulsado; luego como militante de “Renovación Social”. A dos cuadras de uno de los centros de votación se ha formado un tumulto que con el paso de los minutos crece y copa toda la vía. En el centro del alboroto, una aguerrida líder de “Cambio Democrático” ha agarrado de la camisa a un individuo de ropas raídas, seguidor de “Nuevo Tiempo”. Militantes de uno y otro bando se han enfrentado a empellones. -¡Eso es para enseñarlo a respetar, viejo capitalista desgraciado! ¡Cree que porque una es pobre y mujer no se puede defender! -grita la señora de la gresca. -¡Vieja vagabunda yo no me estaba metiendo con usted! ¡Yo no me rebajo con mujeres! -le responde el aludido que ha quedado desgreñado y con la camisa en girones-. Los del mismo grupo agarran a la mujer y a la fuerza la controlan, mientras que los copartidarios hacen otro tanto con el agredido.

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Una patrulla de la policía llega en el momento y a empujones toma control de la situación y el motín se disuelve tan pronto como se formó. José Ambrosio, habitante de un rancho miserable de latas y paroy que suele levantarse después de las nueve de la mañana, esta vez ha madrugado y antes de las siete está listo para salir de casa. Desde la puerta del tugurio y de prisa se dirige a su mujer. -Mami… ya sabes que hoy tenemos almuerzo asegurado con el candidato de “Nuevo Tiempo”; pero eso si, toca madrugar porque sino se acaba la carne asada. Lo de los cuadernos del niño hay que levantarlo con los de “Cambio Democrático”. -No se te olvide que también necesitamos dinero para los otros gastos -enfatiza la esposa de José Ambrosio-. -¡Qué se me va a olvidar si eso es lo que tengo más pendiente! -expresa el marido-. -¿Y con quién lo piensas levantar? -Me dijeron que los de “Renovación Social” están pagando muy bien el voto, pero toca ponerse la camiseta del candidato y mostrarse. -Tenga cuidado con eso pues podemos caernos si se dan cuenta y en todos los grupos nos cierran las puertas. -Acaso yo soy bobo; para eso es que he madrugado, para que el tiempo alcance para los tres. Y a propósito, ¿Es que usted no piensa ayudar hoy? -¡Claro que si! Si no aprovechamos hoy que es el único día en que nos dan lo que nos pertenece a los pobres, entonces nos quedamos sin nada. -Recuerde que a los políticos no los volvemos a ver sino hasta dentro de cuatro años en la siguiente campaña. -Yo en un ratico me baño, me cambio y salgo por mi lado a ver que hago, porque necesidades si tenemos y muchas. -Y con ese maldito desempleo en donde los ricos cada día son más ricos, mientras nosotros los pobres más pobres y aunque queramos trabajar no nos dan una oportunidad. -Pero bueno, ¡váyase ya que lo coge el tarde! Después seguimos conversando que para eso hay bastante tiempo -dice la mujer- mientras le da la espalda y busca en una caja de cartón alguna ropa arrugada que va examinando con la claridad que ingresa por la portezuela. Los carros que han recorrido distancias en la vecina nación, llegan atestados de gente hasta las barrancas del río y el Puente Internacional; allí se deshacen de su cargamento humano porque la frontera está cerrada por el proceso electoral. Como hormiguitas que buscan la colmena, las miles de personas traídas desde Venezuela, cruzan el río en canoas, botes o a pie por el puente y ya en Ciudad de Santa Bárbara, territorio colombiano, son conducidas en otros vehículos mientras las instruyen sobre la opción a elegir y en donde recibirán su pago; luego las dejan cerca a las mesas de votación. Las autoridades miran con indiferencia esta población trashumante que como marejada llega ese día. Hay constantes comunicados a través de los medios masivos de comunicación. -Sólo quedan tres horas para que termine la jornada electoral; ciudadanos aprovechen la oportunidad de ayudar a elegir a sus gobernantes. Todo está en orden y sujeto a la Ley

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para que las elecciones sean transparentes. El trasteo de votantes de otras regiones, en cumplimiento de la Ley, está totalmente controlado. –se escucha en la voz del alcalde en su emisora Radio Llano. -Voten libremente y a conciencia por el que consideren que mejor va a representar sus intereses; vender el voto o pagar por él es un delito. Si usted ve a alguien que quiera atentar contra el derecho al voto háganoslo saber para sancionarlo -expresa el gobernador en el micrófono de la emisora-. -Nuestro país es democrático y la institución armada, a mi cargo, está garantizando a todos los ciudadanos de la región el derecho a ejercer el voto; no pierda su oportunidad de hacerse sentir, porque usted vale y cuenta. Vote y hágalo libremente, sin presiones. Si alguien pretende ofrecerle dádivas u obligarlo a votar por un candidato que no es de su preferencia, llame a uno de nuestros hombres para que él haga valer sus derechos -dice el comandante de la policía. El cielo llanero es cortado por tres aviones mirages que con el rugir de sus motores, atraen la atención de los pobladores de la ciudad, que hacen esfuerzos para seguir la rápida línea que escriben allá arriba, entre el azul de fondo. La fiesta de la democracia sigue. Manuel Mora, uno de los candidatos, que nunca camina las calles, ahora lo hace como cualquier persona y con cara sonriente llama por el nombre a los paisanos, saluda y abraza a quienes encuentra a su paso. Al vendedor de jugos que suele ubicarse frente a la entrada de la catedral le da un fuerte apretón de manos. Sin detenerse, sigue caminando y se dirige hacia la vendedora de loterías a la que estrecha y besa en sus mejillas, sin importarle la humildad con que va vestida. La brisa de la tarde levanta los afiches de los candidatos que tapizan la vía frente a la cual José Ambrosio se abre espacio a codazos limpio para ingresar a la casa en donde puede cambiar su bono por dinero. Una patrulla de la policía pasa sin detenerse y la algarabía sigue a tal punto que el propietario de la vivienda tomando la palabra y haciéndose escuchar dice: -Si no hacen orden no vamos a seguir atendiendo a nadie. Miren, ya los otros grupos debieron darse cuenta y nos están echando encima la autoridad. Por un momento reina el silencio, pero al instante vuelve la algazara, esta vez propiciada por Álvara, mujerona de tez morena y cabellos ensortijados de unos cuarenta años, propietaria de dos hatos ganaderos, que también quiere participar de la arrebatiña. -A mí me dan lo mío y si no, no vuelvo a votar por nadie -dice colérica la mujer- mientras empuja con todas sus fuerzas hacia la puerta de entrada. Una secretaria de la rama judicial y un pensionado de la educación que participan del barullo fueron aplastados por el enardecido tumulto. La sirena de los bomberos deja sentir su pitido y el proceso electoral termina. Los jurados de votación inician la carrera de conteo de votos y el escrutinio, ante la mirada inquisidora de los veedores electorales. La algarabía de la calle va mermando y los votantes que fueron traídos en carros, deben regresar a los hogares por sus propios medios.

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José Ambrosio, en compañía de dos vecinas, por la calle polvorienta se aproxima a su casa, apretando bajo el brazo izquierdo una bolsa. En el sector céntrico, habiendo culminado ya la jornada electoral, por poco es arrollado por la lujosa camioneta vino tinto de vidrios ahumados en donde a gran velocidad viajaba un candidato. Al siguiente día, en las emisoras la Junta Local Electoral proclama a los ganadores para conocimiento de los oyentes. Y paradójicamente, los candidatos, que se habían acusado públicamente de corrupción, malos manejos administrativos y otros tantos crímenes, reconocen el triunfo limpio y democrático de los contrarios, a la vez que los felicitan y les ofrecen apoyo. En compensación, los ganadores prometen participación en el gobierno a los perdedores. Los odios y rencillas se van como el agua entre las manos y en cosa de horas todo vuelve a la normalidad: los campesinos a sus campos, los burócratas a las oficinas, los comerciantes a sus negocios y los contratistas del estado en asocio con los gobernantes a esquilmar el erario.

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Tinieblas

Tanteando con el bastón guía, como lo hacía siempre, calculó la aproximación a la pared y se ayudó con la mano izquierda. Luego dirigió el báculo hacia la derecha buscando el borde del andén y fue cuando la punta con una precisión demoniaca, entró por la rejilla y por un designio perverso se atoró, lo descontroló e hizo perder el equilibrio. Al tratar de afianzar el peso del cuerpo en su pie derecho, quedó en vacío y se fue de bruces, en forma estrepitosa, con la mala suerte de golpearse la sien con la orilla del bache. Quedó tendido a lo largo del pavimento irregular, quieto, sin señales de vida. Era la una y media de la tarde, hora de la siesta y las calles del pueblo estaban vacías, como de costumbre. El calor en su punto máximo había secado el canto de los pájaros y los ramajes de los mangos y matapalos del parque padecían una quietud muda. Nada se movía en el ambiente; el tiempo se había detenido en la tarde canicular. Un perro callejero, se acercó al cuerpo, le olfateó la cabeza de escasos y canosos cabellos desordenados y siguió. Cinco minutos antes de las dos, el ambiente se despertó del letargo. Un motor se oyó a lo lejos y pasos se acercaron a Antonio que yacía tendido. -¡Pero si es don Antonio! -exclamó el empleado bancario- y solícito se aproximó a socorrerlo. A los pocos minutos llegaron más vecinos y entre unos y otros agarraron de los brazos el cuerpo y trataron de reanimarlo. El desmayado lanzó un leve quejido y abrió los ojos y de la comisura de los labios dejó escapar un hilillo de saliva que le impregnó parte de la camisa. Manos afectuosas y solidarias sobraron para llevarlo hasta un negocio próximo, cuyas puertas habían sido abiertas a las dos en punto. Allí lo hicieron sentar sobre un sillón de cuero. -¡Qué le pasó don Antonio? ¿Sufrió un desmayo? -preguntó el dueño de la tienda. El accidentado trató de responder algo, pero las palabras se le enredaron en la boca; luego trato de levantarse, pero las fuerzas no le respondieron. Quienes lo auxiliaban lo calmaron.

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-¡Quédese tranquilo viejo, mientras se acaba de recuperar! -dijo la mujer del propietario del negocio- mientras le acercaba a los labios un vaso con agua. -¡Beba y vera que se siente mejor! -insistió. Antonio buscó con la mano derecha el vaso y lo apretó con la punta de los dedos, mientras escanciaba el contenido. Como el espacio de la tienda era estrecho, los propietarios colgaron entre los árboles del patio una hamaca y hacia allí llevaron al ciego para que terminara de recuperarse, mientras ellos seguían con sus asuntos comerciales. Antonio se dejó conducir dócilmente y fue acostado bajo la sombra del frondoso mamón. Más calmado, cerró los ojos, aunque lo mismo le daba tenerlos abiertos, y como por arte de magia le llegaron los recuerdos, aquellos que constituían su vida, de esos años consumidos ya y que sólo existían por pedazos en la memoria. El pasado afloró con la nitidez del presente. A los tres años en San Roque, Antioquia, donde había nacido, falleció su madre y quien lo engendró nunca quiso saber de él, lanzándolo a la orfandad, de donde fue rescatado por Ezequiel Henao, quien vino a ser su verdadero padre. La violencia política, corrió a la familia hacia las tierras del Valle, radicándose en Buga, la ciudad Señorial en donde se hizo bachiller agropecuario destacado, que le mereció ser contratado por una empresa gringa para trabajar en las bananeras del Urabá. De allí fue expulsado por traición a los intereses de la multinacional en favor de lo trabajadores. De regreso al Valle un antiguo amigo le habló del Sarare, de la fecundidad de los suelos y de las enormes posibilidades de progreso de esta tierra que estaba siendo colonizada por el Incora. Y sin pensarlo tanto se vino en su carro por la trocha que existía desde Pamplona hacia Labateca, Samoré y después de largas y fatigosas horas de lenta y penosa marcha llegó al llano. En Saravena, pasó algunos años brindando asistencia técnica a los campesinos de la zona y participando como dirigente en los asuntos de la comunidad. La fiebre política, que llevaba en la sangre, lo metió en la lucha, llegando a ser concejal y consejero intendencial. -¿Se siente mejor don Antonio? -le preguntó una voz femenina. El presente lo sacó de su cavilación. Por la costumbre heredada de los tiempos en que la visión lo acompañó, dirigió su cara hacia el lugar de donde le llegó la dicción. -¡Si, creo que ya me pasó el porrazo de la caída! -¿Usted se cayó? -¡Si señora! Y perdí el sentido del todo al golpearme la cabeza. -Nosotros pensábamos que se había desmayado, pero no más. Movida por la solidaridad que se da en estos casos, la señora le inspeccionó la cabeza, encontrándole un pequeño chichón delante de la oreja derecha. -Usted camina demasiado don Antoñito y por eso es que le pasó ese accidente; más bien debiera quedarse quieto; en una sola parte.

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-Mi señora, esta vida es para caminarla; si me quedo quieto hay si de verdad me derrota la enfermedad. Unos clientes llegaron a la tienda y la señora debió ayudarle al marido. El viejo ciego volvió a su soledad. Los recuerdos nuevamente poblaron su imaginación. Fue la peor noticia que recibió en la vida. El oftalmólogo lo había examinado ordenándole exámenes. Cuando salieron los resultados, le soltó de una el diagnóstico. -Usted señor, tiene la mala suerte de padecer de retinosis pigmentaria, hereditaria, progresiva e irreversible. Sin comprender el sentido de la retahíla de palabras que el médico mencionó, se atrevió a preguntar. -¿Y cómo afecta eso mi vista doctor? -Te vas a ir quedando ciego, poco a poco. -Pero supongo que eso tiene control con cirugía. -Supones mal, porque esa afección no tiene cura, al menos hasta el día de hoy, que yo sepa. Antonio quedó frío y mudo ante el dictamen médico. Por sus mejillas rodaron lágrimas silenciosas. Acababa de cumplir sesenta años, pero se sentía completo, al menos hasta ese momento, pero la ceguera, era lo último que esperaba de la vida. De médico en médico trató de encontrar un concepto diferente, pero a donde iba le confirmaban el diagnóstico. Las ganas de vivir y tener sueños como cualquiera, lo abandonaron. La depresión lo invadió y perdió el interés por la política y por todo. Sintió que sólo quedaba la opción de adelantar lo que para todos llegará algún día. Si, el suicidio es la salida; no tengo nada más por delante que la muerte -pensó en las largas noches de insomnio. Como a tantos humanos, nada le había importado el tema de Dios, por el que sentía especial aversión, considerándolo el opio del pueblo. Pero la enfermedad le sacudió el corazón con violencia y tocó las fibras más íntimas de su ser, haciéndolo tomar conciencia de la fragilidad de la existencia. Los nervios se le crisparon y la ansiedad lo invadió. Y como todos los ríos van al mar, así mismo el hombre va a Dios, tarde o temprano. A Antonio le llegó el día de echar por tierra los paradigmas en que fundamentaba sus creencias, ya que el poder supremo, está por encima de todo. Entonces se aferró a la misericordia de Jesucristo con todas las fuerzas de su corazón y sintió vergüenza del ateísmo necio vivido. En un instante vio el mundo diferente y sintió la pequeñez del hombre, la miseria y el sufrimiento del que apenas había tenido noción por los otros, pero ahora lo tocaba a él. Desaparecer para siempre o quedar ciego. ¿Qué era menos malo? La muerte, la desintegración total de su cuerpo y la extinción definitiva de la conciencia, de todo lo que había sido, era o podía ser. El fundirse con la nada, bajar a las profundidades del silencio y del olvido; entrar por la puerta de lo desconocido y caminar el misterio, le producía un espanto visceral imposible de representar con

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palabras. Las tinieblas de la ceguera era una condición terrible que implicaba renunciar a la libertad y autonomía que da la visión, al disfrute de poseer los paisajes y los senderos que se recorren, a perder las bellezas del mundo. Esto lo constreñía desde lo más íntimo de su ser. Pero difícilmente el hombre renuncia a la vida, y hasta los sufrimientos lo apegan más a ella; es algo que carece de lógica pero es así. Aislado de todos y de todo, selló sus labios a la palabra y no salió más del cuarto. Amigos preocupados por tan repentino cambio en Antonio, lo visitaban y sugerían que buscara asistencia profesional, lo que de mala gana hizo, encontrando la asesoría de una hermosa e inteligente sicóloga que con la dulzura de las palabras le hizo encarar la situación con nuevos paradigmas y posibilidades. A medida que la claridad de sus ojos lo abandonaba y nuevas formas llegaban, la penumbra estaba por todos lados. Las manos, herramientas de agarre, tomaron nuevo uso, y con ellas se guiaba y orientaba en la casa. Y Jesucristo, amigo que nunca falla, estaba con él y le brindaba compañía a donde iba y ya no se sintió tan solo en la oscuridad que con el paso de los días fue mayor. Comer, la actividad más elemental de la vida, lo dejaba untado en manos, nariz, labios y mentón. Por no aceptar la ayuda de otras personas, horas después, encontraba costras ásperas adheridas a la camisa. Las necesidades fisiológicas, otro problema. Malos olores quedaban por ahí en las ropas después de defecar. Lo que nunca imaginó se le hizo necesario, ya que le tocó orinar sentado, como una mujer, para evitar molestias en la casa en donde se alojaba. Horas después del baño, sentía viva la fragancia del jabón y encontraba pegotes enredados en el cabello o en otras partes del cuerpo. Rasurar la barba a tientas, se le dificultaba enormemente y le llevaba bastante tiempo, quedándole al final pelos cortados a medias en los pliegues de la cara. Ir de un lado a otro de la casa, lo hacía palpando las paredes y orientándose desde el umbral de la puerta del cuarto, por la cantidad de pasos que debía dar para llegar al comedor y a otros lugares. Mucho temor tuvo al salir de la casa las primeras veces y al andar pegado a las paredes, escuchaba pasos que se aproximaban y lo esquivaban y susurros de los transeúntes que se referían a él. Un mejor desempeño logró en el caminar, una vez se capacitó en orientación y movilidad, sumado a esto, la compasión y solidaridad de los habitantes del pueblo, que le ayudaban a cruzar las calles y le hacían conversación sobre política, su tema favorito. El día y la noche aprendió a distinguirlos por los horarios de las comidas y por la temperatura. Las noches solían ser más frescas y al contrario, los días más calurosos. El canto de los gallos y el sonido de los motores, le anunciaba el amanecer, como el silencio y la quietud indicaban la hora de dormir. La audición, el olfato, el gusto, se le desarrollaron más; pero el tacto, se le hizo hipersensible e indispensable en todo proceso del conocimiento y hasta en lo emocional. A través de él podía medir la aceptación o el rechazo; la ternura o la indiferencia. Palpando interactuaba con el mundo y penetraba en el secreto de las cosas y de las personas y tomaba consciencia de sí mismo como persona humana diferente.

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Aquella mañana, de rutina, salió a la calle después del desayuno. Ayudándose del bastón con la mano derecha y tocando los muros con la izquierda, avanzó en línea recta las cinco cuadras hasta llegar al parque principal, atravesó las vías con la ayuda y guía de quien pasaba por allí. Llegó al destino y se orientó por el ruido del tráfico y de las conversaciones, buscó el asiento de concreto que solía ocupar cerca de los emboladores de zapatos. -¿Cómo amaneció Don Antoñito? ¡Le traigo su tinto! -dijo la vendedora- rozándole la mano con el vaso. -¡Ah… si… está bien… gracias! -respondió el ciego- dirigiendo la cara hacia la voz. Soplando primero y luego sorbiendo, Antonio desocupó íntegro el contenido del recipiente desechable. -¡Ey viejo Toño! ¿Cómo ve las elecciones del domingo? -dijo un transeúnte, que no esperó la respuesta-. El ciego con su rostro buscó la voz, y quiso responder, pero como los pasos se alejaron, optó por el silencio. Y desde ese instante lo embargo la nostalgia al recordar que un día como ese, hacía ocho años el médico le diagnosticó la enfermedad. El mutismo lo embargó y no volvió a hablar en todo el resto de mañana. A las doce, vendedores y visitantes del parque se fueron, pero Antonio siguió allí sentado, hasta que la modorra lo cogió por su cuenta. A la una y quince despertó y al sentirse solo, tanteó con el bastón y se levantó buscando el regreso a casa. Cruzó la avenida y en la esquina giró a la izquierda, ayudándose siempre del bastón guía a la derecha, mientras con la otra mano palpaba la pared. Fue cuando la punta del cayado se atascó entre la rejilla y los reflejos le fallaron.

* Cuando la señora de la tienda llegó con el plato de sopa hasta donde Antonio, tuvo la impresión de que alguien la observaba. Un hálito como un suspiro ascendió al follaje del mamón y lo hizo mover levemente. Miró en todas direcciones pero sólo encontró al ciego dormido profundamente; o así parecía. -¡Don Antoñito! ¡Don Antoñito! Aquí le traje esta sopita para que se recupere -le dijo. Como no respondió, lo palmoteó en el hombro, pero el ciego siguió inmóvil. Entonces le levantó la cabeza y se percató que estaba muerto.

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Estrellato

No era de esperarse que un escándalo de tal naturaleza la posicionara dentro de la sociedad mojigata, haciéndola preferida de los privilegiados que querían fisgonear y saborear las curvaturas del hermoso cuerpo en esa época plena de la vida.. Acababa de cumplir los dieciséis años, edad en la cual toda mujer es bella. De tez morena canela, cuerpo espigado, cabello espeso y corto le daban cierto toque de distinción semejante al de los modelos de figurines de costureras. La sonrisa que en cada mejilla dibujaba el hoyuelo coqueto que encajaba con la nariz perfilada, bajo la cual resaltaban los labios, simétricos, perfectamente dibujados en el rostro, voluptuosos y rojos como carne de salmón, que invitaban al beso y al amor, completaban la guapura en Juana Magdalena. Cuerpo y rostro armonizaban en ese compendio misterioso y complejo que es la belleza, imposible de definir con palabras pero que llega con una mirada. Pero no fueron estos atributos los que la hicieron célebre en la pequeña ciudad. En lo interno, era tímida, un tanto ensimismada y huía del protagonismo ante docentes y compañeros de aula.

* En la primera clase el profesor de castellano llama a lista. -¡Ávila Perico, Manuel Felipe! -¡Presente profesor! -responde con un grito el aludido. -¡Jaimes Pedraza, María Paulina! -¡Presente! -¡Sanmiguel, Juana Magdalena! -Aquí estoy profesor -responde a media voz en el último rincón del salón. -¡Sanmiguel, Juana Magdalena! -reitera el llamado el profesor que con el lapicero se apresta a colocar la falla en la respectiva casilla. -¡Aquí está profesor! -dice en voz alta el compañero del lado. La clase se inicia y el aula está que estalla. Un alumno se para y va de un lado hasta el otro, volteándole de paso los cuadernos que tienen sobre el pupitre los compañeros. Algunos de los afectados se levantan y protestan, pero el desordenado hace todo el recorrido sin importarle la reacción que produce su comportamiento. El cuaderno de Magdalena va a dar al piso, de donde es recogido por su propietaria, que no chista nada. -¿Quién investigó sobre la novela telúrica latinoamericana? -pregunta el titular.

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Reina el silencio. Pero al instante el bullicio vuelve, esta vez con más estridencia, ya que algunos estudiantes han despojado a sus vecinos de los cuadernos tratando de encontrar en ellos lo que el profesor pregunta. El murmullo y la gazapera continúa. En su rincón, Magdalena observa el bochinche sin participar en él, soportándolo con resignación. Luis Mario, uno de los más inquietos del salón, ha hurgado dentro del bolso de una compañera y extrae de él una toalla higiénica que lanza por los aires, aprovechando que el profesor está de espaldas al grupo. Una carcajada estrepitosa estremece el salón de clases y la afectada que se ha dado cuenta, con furia y decisión se levanta del puesto y sale rumbo a la rectoría a poner la queja. Quince minutos después llega el coordinador de disciplina a poner orden en el aula y a fijar responsabilidades sobre el acontecimiento y entre observaciones, reprimendas y consejos transcurre la hora. Suena el timbre y la mayoría de alumnos abandonan su pupitre y se precipitan por las dos puertas de salida. Magdalena había consultado el tema referido por el profesor, pero la indisciplina reinante y la timidez le impidieron intervenir; ahora permanece sentada esperando que llegue el profesor de matemáticas. Era el ambiente cotidiano de estudio, dentro del cual transcurría la vida de Juana Magdalena, que al contrario de los compañeros se tomaba sus responsabilidades académicas con seriedad, pero debido al anárquico ambiente era ignorada y quienes hacían desorden y enfrentaban a los docentes eran los líderes del grupo.

* Qué mudanzas tan singulares da la vida y qué poco falta para salvarse o para perderse. Los impulsos desconocidos que lanzan al ser humano al abismo o lo exaltan a la gloria, tocaron a Juana Magdalena, que sin proponérselo y sin tener consciencia del impacto que tendría en su vida, se encontró desnuda sobre la amplia y reforzada cama de la habitación del motel, cuya pared del frente y del techo estaban recubiertos de espejos sobre los que la tenue luz roja, reflejaba a medias su hermosa figura en pantaletas y sostén. Del baño salió totalmente desnudo su acompañante, un moreno de cabellos parados y relucientes de gel, de contextura musculosa, que había conocido dos horas antes al son de música metálica en la discoteca a donde llegara con otra compañera de estudio. Del por qué estaba allí, no tenía explicación; sólo recordaba que había bebido tres cervezas y que de la nada apareció el muchacho, un poco mayor que ella, vestido con ropa de jean ceñida al cuerpo atlético, que en un abrir y cerrar de ojos la sedujo con su porte galante de conquistador. -Magda… biscocho, quiero que hagamos de esta noche algo inolvidable -le dijo el joven- mientras le rodeaba la cintura, olfateándole melosos entre la barbilla y la protuberancia de los pechos. -¡Dios mío… no sé por qué estoy aquí! -expresó con preocupación la joven. -¡Tranquila china que esto es lo que todo el mundo hace! -¡Pero esto no está bien!

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Juan, que así se había hecho llamar el mancebo, trató de responder, pero como impulsado por un resorte se levantó de la cama para recibir de inmediato el par de cervezas que habían colocado sobre la ventanilla giratoria. -Son cinco mil pesos - dijo la voz al otro lado del muro. Magdalena seguía pensativa sentada sobre la cama. Juan arremetió de nuevo y le aproximó a los labios de la muchacha la cerveza rebosante de espumas servida en vaso desechable. Ella quiso rechazar la oferta, pero él, tierno, le acarició la espalda desde la raíz de sus cabellos hasta la curvatura de sus sensuales nalgas y le dio un beso en el oído derecho que le aniquiló cualquier indicio de voluntad. Entonces aceptó gustosa la bebida. Despertada en los deseos que le erizó la piel, se dejó arrastrar por la ocasión. Lo demás fue una descarga de pasión y de lujuria, que como tantas habría pasado desapercibida, si no fuese sido por el video que luego apareció en internet. Nadie en el colegio lo quiso creer en un comienzo, ya que la conducta de Juana Magdalena no daba para eso; pero las imágenes no dejaban dudas de la protagonista de la pornográfica grabación. Directivos, docentes y padres de familia, pegaron el grito en el cielo y sugirieron cambio de plantel para evitar las murmuraciones y señalamientos que los demás alumnos hacían de la muchacha, que muerta de pena dejó de asistir a las clases. -¡Es imposible tolerar un mal ejemplo como éste! -decía el rector. -¡El colegio se desprestigia y es nuestro deber velar por su buen nombre! -insistían docentes y miembros de la Asociación de Padres de Familia. Diez días después del mare mágnum Juana Magdalena dio la vuelta a la página y aunque ya nada sería igual, se presentó al plantel, con la altivez de quien ha superado una humillante situación. Los chicos la rodeaban entre curiosos y fascinados por la belleza de esta compañera, hasta entonces ignorada. Las invitaciones a actos de sociedad le sobraron; los alumnos más prestantes del colegio esperaban con ansiedad el sonido del timbre de los descansos para llevarle algo de la tienda escolar y reunirse con ella y los profesores que habían rechazado su comportamiento inicial, no desperdiciaban ocasión para acercársele y hacerle conversación. La fama se extendió por toda la ciudad y la casa de la estudiante de noveno grado se volvió lugar de peregrinaje de los mozos ricos y galanes de la localidad. Es sábado en la tarde. La lujosa y reluciente Toyota gris Neptuno, blindada, último modelo, se dirige a gran velocidad hacia un distante barrio de la ciudad. Frente a una humilde casa, un chirrido de frenos cautiva la atención de los pocos transeúntes que por allí van. Los vidrios delanteros del vehículo bajan automáticamente y aparece la cara sonriente de Jorge, el hijo del alcalde, a quien se acerca Juana Magdalena. La chica abre la puerta, ingresa y besa al intempestivo visitante. Mientras los vidrios suben, la camioneta hace patinar las llantas, dejando un fuerte olor a caucho quemado y una nube de polvo que dura algún rato en disiparse.

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Aquel año, las autoridades locales, los representantes de la cultura y la distinguida sociedad, escogieron a Juana Magdalena como candidata al reinado de las fiestas populares, en donde finalmente fue aclamada reina del evento.

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Un Fallo

EL sonido de la sirena indica el final de las elecciones. Los Jurados con agilidad hacen el conteo de votos y las anotaciones en las planillas de resultados, ante la mirada escrutadora de testigos electorales. Dos horas después, a las seis de la tarde, el total de mesas ha reportado a los delegados de las comisiones municipales de cada jurisdicción el número de sufragios que sumados entre sí arroja los resultados finales de la contienda democrática. Las elecciones han enfrentado a los tres grupos políticos más representativos de la provincia. Los medios radiales y de televisión, en primicia, informan que ha sido electo por escaso margen Bayardo García, un corajudo dirigente del partido Patria Unida, quien es abordado por una nube de periodistas para que dé sus primeras declaraciones como gobernador de la provincia. -Primero que todo agradecer a Dios Nuestro Señor por la gran oportunidad que me da de servirle a mi gente, a toda la gente pues he sido elegido para gobernar a simpatizantes de mi causa, pero también a aquellos que fueron contrarios a ella. En segundo lugar, mi gratitud para quienes confiaron en mí y me respaldaron con su voto. Bajo ninguna circunstancia los defraudaré. Aunque el presupuesto es poquísimo para atender tantas necesidades, lo ejecutaremos con honestidad, transparencia y pensando en el interés general. -¡Señor gobernador… Señor gobernador! ¿Cuál es su mensaje para los candidatos perdedores? -insiste un periodista de voz fuerte y pequeño tamaño. -Mi llamado es a la cordialidad y a que trabajemos juntos por el bien de la provincia; estoy dispuesto a darle participación en mi gobierno a los otros partidos, para que entre todos jalonemos el progreso de la región. En ese momento entra una llamada a una de las emisoras que está transmitiendo en cadena las declaraciones del gobernante electo. Se trata del candidato de Nuevo Tiempo. -Doctor Bayardo, lo felicito por su triunfo, y desde ya le ofrezco todo mi respaldo en su gestión. ¡Usted ha ganado limpiamente! ¡Cuente conmigo incondicionalmente!

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Es medianoche. Conocidos los resultados, los ánimos se han aplacado un poco. Perdedores desocupan las últimas botellas y se van a comulgar con la almohada, mientras triunfadores siguen bombardeando el estómago con abundante whisky. La casa de García conocido el triunfo, es lugar de romería de quienes lo apoyaron y de quienes no, también. Dos veces Lucrecio Zorro ha enviado emisarios a Bayardo García para que lo reciba, pero su visita es rechazada. En la mañana siguiente, insiste personalmente en entrevistarse con el electo gobernador, pero no es atendido. Abogados marrulleros contratados por Zorro obligan a la Comisión Escrutadora a recontar los sufragios y aparece un faltante de treinta y un votos, a favor de Benjamín Franco, su archienemigo desde viejos tiempos. Esta cifra cambia los resultados, dando la victoria, -si son reconocidos los votos- al candidato de Cambio Total. El panorama electoral fue cubierto con un manto de dudas, la puja por el poder toma nuevos rumbos. Franco reclama su victoria que considera legítima; García exige el resultado inicial ya divulgado y Lucrecio trama su arremetida jurídica para sacar tajada. Benjamín Franco es técnico y no político y piensa que las matemáticas no fallan y que en lógica la Delegación Provincial Electoral debe proclamarlo gobernador. A una lujosa oficina del centro de la capital, llega un elegante funcionario vestido de saco, corbata y chaleco azul marino impecable. Una vez se ha hecho anunciar con la secretaria, ingresa y es atendido por otro burócrata en un espacioso despacho. -¡Doctor Celestino Pérez, qué gusto tenerlo por aquí! -expresa efusivamente quien recibe al recién llegado. -¡El gusto es para mí doctor Manrique! ¿Cómo van sus asuntos de trabajo? -¡Con dificultades que nunca faltan! -Y para completar, vengo a su oficina a traerle una más que ayude a resolver. -¡Caramba… que todo sea para bien mi doctor! El anfitrión levanta el teléfono y se acerca la empleada de servicios generales. -¿Me llamaba Doctor? -¡Si! ¡Tráiganos dos tintos bien buenos! -ordena. La mucama sale y cierra la puerta del despacho. Doctor Manrique estoy aquí para informarle que el Presidente de la Junta Nacional me comisionó para ir a Puerto Plata a tratar de resolver el problema de las elecciones. Me dijo que lo invitara a usted para ayudar a elegir un gobernador amigo que retribuya el favor. Allá reclaman la gobernación los candidatos de Cambio Total y Patria Unida. Por voluntad del jefe, fuimos comisionados usted que es afiliado a Patria Unida y yo que milito en el Partido Nuevo Tiempo. Anoche dialogamos largamente con el candidato de mi grupo, quien desea que sean anuladas las elecciones. Usted sabe que eso es conveniencia y aquí el más poderoso es el que impone sus razones y derechos. -Pero no se nos olvide, Doctor Pérez, que el alto gobierno ahora está en manos de Patria Unida y mal hacemos en negarle el triunfo a su candidato; eso puede tener

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implicaciones serias y hasta podemos terminar perdiendo el puesto. No olvidemos que el Congreso va a meter las manos en esto y nosotros podemos salir afectados -Para mí eso es claro; sin embargo, tengamos presentes que según información de la prensa obtuvo mayor votación Cambio Total. No obstante la confusión inicial, las cifras en los escrutinios finales, lo favorecen. -Bueno, ese asunto debemos tratarlo allá en la provincia. -Dr. Manrique, si está decidido a acompañarme, debemos estar mañana mismo en Puerto Plata. Le sugiero tramitar desde ya su comisión de trabajo para que a primera hora abordemos el avión. Los delegados llegan a destino y revisan el expediente completo sin llegar a un acuerdo. Candidatos, abogados y población electoral aglomerada en forma permanente frente a las oficinas de la delegación provincial, presionan una decisión. Celestino recibe una llamada del Presidente de la Junta Nacional. -Doctor Pérez, esta Junta ha decidido encargarse del asunto que los ocupa a ustedes. Fuimos informados que los ánimos de esa comunidad están muy alterados y eso les puede traer dificultades. Para evitar problemas, le solicito regresar a esta capital inmediatamente con la documentación completa de las elecciones y permitir así que sea esta instancia la encargada de dar el fallo final. El asunto se complica más para candidatos y dirigentes políticos que hacen de la capital su lugar de residencia temporal, presionando a los congresistas para influir ante los miembros de la Junta Nacional. Pero éstos, con indiferencia, parecen querer tomarse todo el tiempo del mundo, dilatando la decisión. El fallo queda en suspenso; los días siguen transcurriendo y la tensión entre elegido y electores se agudiza. La política hace maravillas. Desata los odios más feroces y establece alianzas y acuerdos maquiavélicos. En un exclusivo restaurante capitalino se dan cita los varones electorales más antagónicos que pueda la historia reciente registrar. Lucrecio Zorro luce sonriente y afable y es el primero en levantarse de la mesa a saludar efusivamente de abrazo quiebra hueso a Horacio Robles, director en la provincia de Cambio Total. Sobre la mesa cubierta con finos manteles blancos superpuestos, están los vasos repletos de buen whisky escocés, en la roca. Después del saludo, ambos dirigentes echan mano de los vasos y de un solo remesón los desocupan. El licor cumple con su papel de facilitador y a los cinco minutos cualquier rivalidad que existía desaparece en forma mágica. -¡Mucho lo pensé cuando me lo sugirieron los asesores! Pero esta vez no hay alternativa; o nos unimos o perdemos ambos. –dice Zorro. -¡Qué vaina tan jodida es la política en este país! -manifiesta Robles. -García la está metiendo toda y en este momento tiene bastante peso en el congreso y se puede salir con la suya, donde no nos pongamos las pilas nosotros. -Si se hace elegir nos borra a los dos del mapa político.

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-Sin lugar a dudas. -¿Cuál es su propuesta? Dos vasos más de whisky son desocupados en un santiamén. -¡Unirnos para recuperar la gobernación! -Usted sabe que mi candidato ha ganado limpiamente; no hay dudas de eso. -Eso puede ser cierto, pero desde el punto de vista legal todo puede cambiar y una demanda bien encausada, según mis abogados, anula las elecciones. Argucias jurídicas pueden producir un fallo en cualquier sentido. Si llegamos a acuerdos, yo me quedo quieto y usted negocia con los magistrados de la Junta Nacional; creo que esa gente está pidiendo una millonada para producir su veredicto. Y hay rumores de que el asunto está en subasta; quiero decir, favorecer al que dé más. -¿Qué pide usted por facilitar las cosas? -Algunas cuotas burocráticas para ayudar a la gente que me respaldó. -¿Algo más? -¡Claro! Usted entenderá que he gastado mucho dinero en esta campaña y justo es que lo recupere y me quede algo que compense tanto esfuerzo. -¡Pide bastante usted! Esto hay que consultárselo a Franco a ver si está de acuerdo. -¡El presupuesto da para eso y más! ¡Ahh!… también le puedo hacer el contacto con dos magistrados amigos para que negocie con ellos y los ponga a nuestro favor porque esto hay que hacerlo ya y en efectivo. Al ser informado sobre las exigencias de Zorro y la exorbitante cifra que piden los miembros de la Junta Nacional Electoral para reconocerle sus derechos, y ante la impotencia del manejo de la situación, Benjamín Franco sufre una crisis de ira y depresión que lo obliga a buscar atención médica. Una vez recuperado se entrevista con el director del partido. -¡Horacio es imposible continuar con este juego sucio! Por mi parte no tengo dinero ni estoy dispuesto a seguir sometido a este chantaje asqueroso. ¡Esto es un abuso inadmisible! ¡Qué den el fallo que quieran esos carajos corruptos! -¡Ya estamos metidos en esta vaina y no podemos echar reversa! -dice con tranquilidad el director de Cambio Total-. Esa es la política y esas son las costumbres de quienes deben dar buen ejemplo, cumplir la Ley y hacerla cumplir. -¿Qué hacemos entonces? Yo no tengo dinero para esta bellaquería. -Toca hacer préstamos con los amigos y contratistas; no queda otra. -Por mí parte que este asunto quede así y que gane el que gane; prestarnos para esta componenda es pisotear las leyes e incurrir en un delito. -Por tantas leyes es que el país va de mal en peor. Es claro que vivimos en una sociedad de doble moral, en donde pregonamos los valores y nos acostamos con el crimen.

* Dos días después los medios de comunicación dieron la primicia. En rigurosa sesión de anoche, los honorables magistrados de la Junta Nacional Electoral, después de examinar concienzudamente a la luz del derecho y en ejercicio

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legítimo de su autoridad, en decisión imparcial, ratificaron el triunfo de Benjamín Franco, candidato del partido Cambio Total, quien deberá posesionarse del cargo dentro de los ocho días siguientes.

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Final Inesperado

En el juego de la vida cualquier cosa puede suceder y las imprevisiones humanas suelen provocar desenlaces inauditos. Maquinarias y volquetas son movidas hacia la zona en donde la cuadrilla de trabajadores corre atareada de un lado para otro, atendiendo las instrucciones que da el ingeniero. -¡Esto no tiene espera muchachos! -dice el jefe mientras camina impaciente de un lado para otro. -Ingeniero, a esta parte ya se le puede extender la capa asfáltica -interpela el capataz de la cuadrilla- mientras se acerca y dirige la mirada hacia la superficie de coloración diferente que ha sido rellenada y compactada con piedra triturada y tierra-. Ya las primeras volquetas se aproximan, recubiertas en la parte de atrás con una lona ennegrecida y hacen fila, para vaciar su cargamento sobre el espacio a recubrir con la pasta asfáltica. Las primeras descargan su contenido sobre la calle, mientras un vapor con humo y olor aceitoso se levanta desde los montículos que empiezan a ser paleados y nivelados por los trabajadores. Los obreros son presionados para que los trabajos se hagan sin espera. -¡Muévanse muchachos porque en pocas horas por aquí precisamente, debe pasar el presidente y la comitiva! -insiste el ingeniero jefe. -¡Ingeniero… ingeniero! -dice uno de los trabajadores- Como hay suficiente asfalto, podemos irlo regando en los huecos de la siguiente calle. -¡No señor! ¡Quién dijo eso! ¡Yo soy quien ordena aquí; usted sólo remítase a hacer lo que se le manda! -responde con contrariedad quien dirige los trabajos. Los jornaleros se miran entre sí y guardan silencio, mientras siguen paleando el material de un lado para otro. -Este material que se compró sólo alcanza para tapar los huecos por donde pasará la comitiva; lo demás no está previsto arreglar. Esa es la orden del alcalde y eso es lo que hay que hacer y punto.

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El servicio de energía, restablecido para el momento estelar, tiene a disposición varios técnicos que a agrandes alturas de los postes, revisan para que nada pueda fallar. En las emisoras locales, durante las dos últimas semanas, repetidas emisiones en los noticieros anunciaron la llegada del Señor Presidente, completando la información con el llamado a pintar las fachadas de las casas y a mantener limpio el frente para que, si llegare a pasar por allí, se lleve la mejor impresión de la ciudad. En la misa dominical, el obispo de la diócesis hizo referencia al solemne acontecimiento, pidiendo a los feligreses oración por el bienestar y salud del mandatario, recalcando que gran honor es poderlo recibir con las mejores atenciones. El espacio aéreo ya es sobrevolado por los helicópteros camuflados que vigilan desde arriba. Gobernantes y personalidades, impecablemente vestidas de ropas claras, esperan impacientes en la sala del aeropuerto, mientras uniformados de las fuerzas armadas están rodeando la pista y la vía por la que el jefe de gobierno llegará hasta el salón de convenciones en donde se hará la recepción y todo luce de la mejor manera para la ocasión. El conjunto musical de arpa, cuatro y maracas, visten el liqui liqui y afinan los instrumentos, para recibir al presidente con los acordes del joropo, una vez pise tierra llanera. Cerca al restaurante del hotel y sobre piso de tierra, la brisa aviva las llamas en forma de lenguas, que se levantan de la leña, mientras a su alrededor, la carne de las tres becerras que se asan entre las estacas, deja caer sobre las cenizas, los jugosos líquidos. El experto asador, hace un corte sobre una presa y se lo lleva a la boca, haciendo gestos de satisfacción e indicando que la carne está en punto. Los estudiantes de los colegios con el uniforme de gala, esperan formados en todo el trayecto por donde pasará la comitiva presidencial. Los profesores por la ocasión, están encorbatados y atentos a la disciplina de los muchachos. El sonido de las turbinas del avión, indica la llegada. EL corazón de los anfitriones palpita con más emoción. El jet presidencial empieza a descender buscando la punta de la pista, que cada vez es más visible y larga, a medida que se aproxima. El comandante de la nave acciona los flap para sustentar el aterrizaje. Entonces sucede lo inesperado. No se sabe de dónde salen los animales, pero si porque. El burro suelta su rebuzno al aire, mientras pela los dientes y corretea a la burra. Ésta, en respuesta, huye a lo largo del pavimento para no dejarse alcanzar. Cuando el macho se le aproxima, la hembra lo recibe con fuertes coces y lo remata con vigorosos pedos que explotan en el aire y se oyen a lo lejos. Grandes e imprevistos esfuerzos hace en el último momento el capitán para elevar la aeronave, ante el inminente peligro de los animales en la pista, que siguen desprevenidamente con sus escarceos amorosos.

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En la sala de espera, la comitiva de recibimiento está ansiosa por estrechar la mano del presidente y se siente extrañada cuando el avión próximo a tomar tierra, nuevamente gana alturas intempestivamente. El aeroplano sobrevuela la zona, dando tiempo de espera para que quiten los animales y vuelve a descender y aproximarse a la punta de la pista. A escasos metros del pavimento del aeródromo está el jet cuando vuelve a aparecer la pareja de jumentos en veloz carrera en sentido contrario al avance del aparato. El asno trata de dominar la hembra con potentes mordiscos en el cogote El capitán hala hacia su vientre con desesperación el timón y el avión en el último instante se encumbra, agitando el pelambre de los animales que esta vez se dispersan asustados. El jet se remonta raudo, y a medida que avanza en dirección a la capital, empieza a dibujar en el cielo azul una delgada línea blanca que duró algunos minutos en desaparecer.

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Arauca, 03 de sept. 2009-09-03

SeñorKLAUSS RBogotá, D.C.

Un atento saludo y deseos por su bienestar.

El tamaño del libro va a ser de 17 X 12 centímetros con solapas. El Primer texto debe ir en la contraportada externa. En la primera solapa va el tercer o último texto y en la segunda solapa las Obras del Autor (Segundo texto).

Gracias por su buen trabajo.

Att. EDMUNDO DÍAZ C

“El narrador que pretenda darnos una imagen exacta de la vida, debe forzar al lector a pensar, a comprender el sentido profundo y oculto de los sucesos, para que observe, medite y mire el universo, las cosas, los hechos y los hombres de cierto modo que le es peculiar y que se deriva del conjunto de sus observaciones meditadas. Esta es la visión personal del mundo que intenta comunicarnos, reproduciéndola en un libro. Para conmovernos, como le ha conmovido a él mismo el espectáculo de la vida, debe reproducirla ante nuestros ojos con escrupulosa semejanza”.

Henry René Albert Guy de Maupassant “El arte de escribir, es el arte de acortar. Es decir, de manera breve, hablar con pocas frases, de cosas largas, de los más trascendentales problemas de la vida. La concreción del relato es tan indispensable como la sencillez del estilo”.

Antón Pávlovich Chéjov

“Sólo el libro que se mantiene página tras página sobre su nivel, y que arrastra al lector hasta la última línea sin dejarle tomar aliento, me proporciona perfecto deleite”.

Stefan Sweig

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Obras del autor

“Tiempos”. Novela llanera, 1.989.“Pasos Atrás”. Novela, 1.991.“El Encuentro”. Cuentos Llaneros. 1.997. La narración que da el título al libro fue ganadora en el Concurso de Cuento Luis Ernesto Camejo de Arauca en 1.988.“Instante Poéticos”. Poemario, 1.998.“Instantes”. Proverbios o Sentencias sobre la Vida. Edición año 2.000.“El Periódico Recurso Didáctico”. Teoría y práctica de periodismo escolar y redacción. 2.006.

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Las narraciones que integran este libro están inspiradas en el gran caudal de imágenes y emociones de la realidad cotidiana, pero la trascienden. No hay, por lo tanto, intención de satirizar o elogiar a alguien en particular, sólo pretenden distraer al lector, generándole sentimientos estéticos en un territorio liberado en el que gobierna la dictadura de la imaginación única tiranía y autoritarismo admisible para un escritor. Mempo Giardinelli dice que “el destino de un cuento, como si fuera una flecha, es producir un impacto en el lector, cuanto más cerca del corazón se clave, mejor; además, ser sensible, es decir, mostrar un mundo, ser un espejo en el que el lector vea y se vea”. Estampas de vicios, anhelos, sueños y luchas interiores del hombre, pasan por estas páginas sencillas y breves, en donde abundan más preguntas que respuestas.

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