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La “autobiografía” secreta del Padre Pío Francesco Castelli La investigación del Santo Ocio PALABRA AR CADUZ

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La “autobiografía”secretadel Padre Pío

Francesco Castelli Francesco Castelli

La investigacióndel Santo Ofi cio

Francesco Castelli es sacerdote,historiador de la Postulación parala Causa de Beatifi cacióndel Papa Juan Pablo II y profesorde Historia de la Iglesia Modernay Contemporánea en el I.S.S.R.Guardini de Taranto.

Colabora en diversas revistasy ha descubierto y publicadola tercera carta de Karol Wojtylaal Padre Pío.

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La “autobiografía”secretadel Padre Pío

Francesco Castelli

En junio de 1921, un sacerdote llamaba a la puerta del convento de San Giovanni Rotondo. Era Mons. Rossi,

Visitador Apostólico enviado por el Santo Ofi cio para investigar en secreto al P. Pío. En esa época, el fraile de los estigmas había alcanzado ya una fama tan grande como la entidad de sus críticos. Por eso, era necesaria una investigación.

El obispo pasó ocho días interrogando y escribiendo las declaraciones de todas las personas que convivían o conocían al P. Pío. A todos se les impuso el juramento de decir la verdad y mantener el silencio más completo. Recogida la documentación, el inquisidor elaboró su valoración y la envió a Roma donde ha permanecido sepultada casi un siglo.

Este “documento excepcional”, según afi rma Vittorio Messori en el prólogo, se recupera hoy gracias a Francesco Castelli, que recoge en este libro los textos originales de la investigación. Entre ellos destacan varios relatos autobiográfi cos del P. Pío en los que explica cómo recibió los estigmas y vivió otras gracias sobrenaturales concedidas por Dios. Por eso, su interés es extraordinario.

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EDICIONES PALABRA

BIOGRAFÍAS SOBRESANTOS CONTEMPORÁNEOS(Siglos XIX – XX)EL CURA DE ARSEl atractivo de un alma puraFrancis Trochu16ª ediciónDON BOSCO Y SU TIEMPOEducador nato, patronode la juventud trabajadoraHugo Wast6ª ediciónLA MADRE TERESASu vida y su obra«Lo hacemos por Jesús»Edward Le Joly14ª edición NO OLVIDÉIS EL AMORLa pasión de Maximiliano KolbeAndré Frossard6ª edición EL APÓSTOL DE LOS LEPROSOSLa vida del Padre DamiánWilhelm Hünermann5ª ediciónSANTA TERESITAVida de Teresa de Lisieux, Doctora de la IglesiaMaxence Van der Meersch7ª ediciónSANTA GEMA GALGANIVida de la primera santa del siglo XXGermán de San Estanislao y Basilio de San Pablo4ª ediciónEL PADRE PÍOEl capuchino de los estigmasYves Chiron8ª ediciónUN OBISPO CONTRA HITLEREl beato von Galen y la resistencia al nazismoStefania Falasca2ª edición

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Título original: Padre Pio sotto inchiestaL’«autobiografia» segreta

Colección: Arcaduz

© Edizioni Ares

© Ediciones Palabra, S.A., 2010Paseo de la Castellana, 210 - 28046 MADRID (España)Telf.: (34) 91 350 77 20 - (34) 91 350 77 [email protected]

© Traducción: Antonio Esquivias

Diseño de cubierta: Marta TapiasISBN: 978-84-9840-387-9Depósito Legal: M. 21.815-2010Impresión: Gráficas Anzos, S.L.Printed in Spain - Impreso en España

Todos los derechos reservados.No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento

informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya seaelectrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos,

sin el permiso previo y por escrito del editor.

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«SOY UN MISTERIO PARA MÍ MISMO»Prólogo de Vittorio Messori

Un documento excepcional

«El futuro dirá lo que hoy no se puede leer en la vida delPadre Pío de Pietrelcina». Estas palabras fueron escritas enenero de 1922 por Mons. Raffaello Carlo Rossi, obispo deVolterra, inquisidor por orden del Santo Oficio en San Gio-vanni Rotondo en junio de 1921, cuando el Padre Pío teníaapenas 34 años. Se trata, ciertamente, de un modo de «cu-brirse la espalda», evitando encerrar en una jaula dema-siado estrecha un hombre y una situación que, al prelado,enviado en misión de reconocimiento para que valorase alfraile estigmatizado y el ambiente que lo rodeaba, se pre-senta, como veremos, ciertamente, fuera de lo ordinario,pero también sustancialmente sana y sincera. A la vez, laspalabras constituyen una profecía demasiado fácil.

Al leerlas ahora, cuando el Padre Pío, después de mu-chos contrastes y peripecias, ha sido por fin proclamadosanto en 2002, no pueden dejar de hacernos sonreír. Hoysabemos de hecho qué es lo que el futuro ha dicho sobreaquel fraile, que desde niño poseía una gran riqueza de ca-rismas extraordinarios, aunque también, yo diría que ne-cesariamente, sometido a una especial atención por partede la Iglesia con una severidad que a menudo ha parecidoexcesiva.

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Esto lo sabemos porque, a pesar de su humildad y dis-creción, la misión para la que ha sido llamado ha tenido uneco extraordinario, superando muy pronto todas las fronte-ras y dirigiendo hacia San Giovanni Rotondo a millones deperegrinos. Un evento que, se juzgue como se juzgue, habíaatraído la atención de todos, creyentes y no creyentes, con-tribuyendo notablemente a confirmar la fe de muchos.

Sobre él, de quien se ha escrito tanto por especialistasy a nivel divulgativo, debería, lógicamente, saberse todo.Sin embargo no es así, y lo demuestra este libro del histo-riador sacerdote Francesco Castelli, que recoge comentán-dolo lo que en jerga se llama el «Voto», es decir, el texto dela investigación de Mons. Raffaello Carlo Rossi, realizada,tal como hemos dicho, por encargo del Santo Oficio. Serecogen, además, algunos textos más breves para profun-dizar, como la Cronohistoria del Padre Pío, redactada poruno de sus directores espirituales, el padre Benedetto Nar-della de San Marco in Lamis.

Se trata de textos casi inéditos y de notable valor docu-mental, ya que, al haber sido declarados secretos en sumomento, no aparecían en las fuentes de los archivos deSan Giovanni Rotondo, permitiendo que fuesen ignoradosdurante largo tiempo. Como es sabido, Benedicto XVI hapermitido el acceso libre a los archivos del antiguo SantoOficio hasta 1939, y poder examinar finalmente tambiénlo que se custodiaba sobre el fraile de Pietralcina. La con-secuencia de todo esto ha sido relanzar la investigación,que parece no acabarse nunca, sobre este santo tan larga yprofundamente amado y a la vez, en algunos ambientes,tan discutido y mirado con arrogante desconfianza. Poreso, en estos últimos años se han vuelto a encender las dis-cusiones, que parecían haberse apagado con la canoniza-ción, tanto en contra como a favor del capuchino con es-tigmas.

Así, precisamente del estudio de algunos documentoscustodiados en el antiguo Santo Oficio, en particular, la

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denuncia de dos farmacéuticos, anexa a la Relación Le-mius, ha levantado bastante ruido el libro de un historia-dor hebreo, Sergio Luzzatto: «Padre Pio. Miracoli e Politicanell’Italia del Novecento». En este libro, al hablar breve-mente de la visita de Mons. Rossi, el autor pretende lanzaruna luz ambigua sobre la figura del fraile estigmatizado,apoyándose en sus detractores, en primer lugar, el padreGemelli. Esta operación Luzzatto la realiza insinuandodudas sobre la «verdad» de los estigmas, para los que nose podrían excluir hechos psicosomáticos ni incluso inter-venciones químicas, para producirlos y sostenerlos. Segúneste autor, gran parte del «fenómeno» Padre Pío sería, ensustancia, el fruto en aquellos años de un estrecho entrela-zarse entre la historia de la Iglesia y la política italiana, enparticular, con el clero-fascismo, unido al fanatismo de lasmasas católicas que enseguida hicieron prácticamente in-tocable al capuchino, y este, en su opinión, por su parte,habría consentido.

He tenido la oportunidad de intervenir en su mo-mento, para subrayar que la obra de Luzzatto utiliza cate-gorías histórico-políticas, cuando no ideológicas, entera-mente insuficientes para describir y comprenderfenómenos, como el que se examina, que, aun pertene-ciendo a la historia, son a la vez metahistóricos. Solo la fe,que no es fanatismo ni sentimentalismo, como algunas ve-ces resulta cómodo hacer creer, proporciona esa visión delmundo y, por esto mismo, de la historia, al admitir a Dioscomo hipótesis que permite aceptar todas las consecuen-cias. Entre otras, también que realice hechos extraordina-rios en una persona como el Padre Pío y que, a través deesa persona, actúe con fuerza en el mundo.

Luzzatto ha recibido una respuesta precisa y fuerte porparte de Saverio Gaeta y Andrea Tornielli, en el libro «Pa-dre Pio. L’ultimo sospetto», donde ponen de relieve no sololas muchas imprecisiones del historiador, sino tambiénerrores de fondo y las muchas instrumentalizaciones de

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los textos utilizadas para demostrar su tesis. Lo han hechoutilizando muchas fuentes, sobre todo, para responder alas insinuaciones sobre los estigmas, citando precisa-mente algunos párrafos de la investigación del Santo Ofi-cio de la que nos estamos ocupando.

Ahora, ese documento, al que muy pocos habían te-nido acceso, se ha publicado entero, desvelando de unasola vez todo lo no publicado que contiene, y son de pri-maria importancia, más de dos tercios, las respuestas delPadre Pío a las preguntas del obispo inquisidor y el deta-llado análisis que este realiza sobre los estigmas del fraile,ofreciendo nuevos elementos, imprescindibles para la in-vestigación: una carta del Padre Pío a una religiosa y di-versas cartas enviadas al fraile por el padre Benedetto deS. Marco in Lamis.

A Francesco Castelli no se le ha escapado lo excepcio-nal de este documento, que ha introducido desarrollando,por un lado, un trabajo fundamental histórico y, a la vez,ofreciendo a cualquiera la posibilidad de leerlo y darsecuenta en primera persona de su peculiaridad y tambiénde su belleza. Sí, porque una característica que distingueel texto de esta investigación es la sencillez del lenguajeempleado. Por mérito de Mons. Rossi, el lenguaje burocrá-tico curial queda reducido al mínimo, permitiendo conello una lectura fácil y, en algunos pasos, fascinante, ytambién una comprensión inmediata del texto.

«Te asocio a mi Pasión»

El cuadro que surge es verdaderamente interesante. Elinquisidor busca reconstruir todo lo que se refiere al Pa-dre Pío no solo interrogando y examinando directamenteal capuchino, sino también sondeando en profundidad en-tre los testigos más cercanos: los sacerdotes que traba-jaban en San Giovanni Rotondo y los frailes del convento.

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De este modo es posible al lector escuchar directamenteal Padre Pío que relata lo que le ha sucedido y el estado deánimo con el que lo ha vivido. Con brevedad humilde aun-que densa, relata cómo ha recibido los estigmas visibles,porque los invisibles los tenía desde hacía ya tiempo, el 20de septiembre de 1918, es decir, tres años antes. Sucedió unamañana, en el coro, mientras hacía la acción de gracias des-pués de la Santa Misa: «De repente me atrapó un gran te-mor, después volvió la calma y vi a Nuestro Señor en la acti-tud de quien está en la cruz, pero no me ha impactado sitenía la cruz, lamentándose de la mala correspondencia delos hombres, especialmente de quienes se han consagrado aél y han sido más favorecidos por él. Por eso se manifestabaque sufría y que deseaba asociar almas a su Pasión. Me invi-taba a compenetrarme con sus dolores y meditarlos, y a lavez ocuparme de la salvación de los hermanos. A continua-ción sentí una gran compasión por los dolores del Señor y lepreguntaba qué podía hacer. Oí esta voz: “te asocio a mi Pa-sión”. Y después, desaparecida la visión, he entrado en mí,he entrado en razón y he visto estos signos aquí, de los quegoteaba la sangre. Antes no tenía nada».

Nunca el capuchino había relatado de un modo tan ex-plícito este suceso tan importante. Sobre todo, nunca habíarevelado esa frase decisiva que hace comprenderlo todo, «Teasocio a mi Pasión», que es la clave para penetrar en el mis-terio de la vida del Padre Pío, unida a esa otra: «Me invitaba[…] a la vez (a) ocuparme de la salvación de los hermanos».Los «signos» externos de la pasión, después del largo perío-do de preparación en que han permanecido ocultos, le sonotorgados para que se haga más evidente su misión: confor-mado con Jesús, marcado con sus mismas heridas, estrecha-mente unido a él en el dolor y en el amor, podrá ser instru-mento, canal a través del cual pueda llegar de un modo muycopioso la salvación a los hermanos.

Suceso extraordinario y de gran turbación, por tanto. Y,sin embargo, aceptado y vivido por el capuchino en paz. El

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Padre Pío admitió que sufría mucho físicamente: «en algu-nos momentos no lo puedo soportar», confiesa. También re-conoce que, en algunos momentos, se encuentra asustadopor el ruido que todo esto ha suscitado, contra su voluntad:cada vez acuden más fieles, la presión de los devotos y, sobretodo, de las devotas, algo que continuamente le provocarámuchos problemas; el correo, cada vez más amplio, que co-rre el riesgo de agotar las pocas fuerzas presentes en el con-vento de San Giovanni Rotondo. Aunque todo esto es vividoen calma por él, que cada vez se pone en línea con la cruzque ha recibido, confiando en la ayuda de Dios y también enla de sus hermanos de religión y sus Superiores.

De este modo, con gran humildad, encontrándose en elcentro de unos carismas tan excepcionales, da cuenta de lasencillez de su vida espiritual, tejida con la meditación, ja-culatorias y la recitación del Rosario entero. Cuando se lepregunta si hace mortificaciones, confiesa con candidez:«No hago, tomo las que envía el Señor», y, a decir verdad,sabemos que estas eran abundantes. Después habla de laslargas horas en el confesonario escuchando los pecados eilustrando, advirtiendo, absolviendo.

A continuación, con la misma humildad y docilidad,muestra al inquisidor todas sus llagas para que las exa-mine detenidamente y pueda describirlas, como realmenteha hecho y como podemos leer ahora, con un pormenorbastante verosímil que desciende a todos los detalles; pre-cisando, entre otras cosas, que la del hombro derecho, dela que se hablaba mucho, era, al menos en aquel mo-mento, inexistente. No se sustrajo en modo alguno ni si-quiera a las preguntas más difíciles, ni siquiera a las sos-pechas y las dudas sobre los productos que algunosinsinuaban había utilizado para tratarlas.

Los demás frailes, por su lado, nos relatan detalles inte-resantes sobre su vida práctica, su carácter humilde, reser-vado sobre los aspectos más íntimos, y, sin embargo, tam-bién burlón: «En su conversación el Padre Pío es muy

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agradable, y con los hermanos es sereno, jovial, ocurrente».Detalles que son realmente sorprendentes si pensamos enlos dolores físicos que siempre le acompañaban y en la pre-sión psicológica en la que vivía. Por ejemplo, nos describenlo poco con que se alimentaba ya entonces, la taza de cho-colate que en aquel período constituía su cena, el vaso decerveza que bebía de tanto en tanto. Rasgos de una vidamarcada por el potente sello de Dios y que, sin embargo, semantenía sencilla y transparente.

Al final de su inspección pormenorizada y profunda entodos sus detalles, el obispo inquisidor concluye escri-biendo: «el Padre Pío es un buen religioso, ejemplar, ejer-citado en la práctica de las virtudes, que vive la piedad yelevado quizá en los grados de la oración, más de lo que seve desde fuera; en especial brilla de modo particular poruna humildad sentida y por una sencillez singular, que nohan desaparecido ni siquiera en los momentos más gravesen los que estas virtudes fueron para él puestas a pruebagrave y peligrosa». Un hombre que se percibe lejano detoda falsedad y cuya declaración, por tanto, «hay que con-siderar sincera, porque el engaño y el juramento en falsocontrastarían demasiado con la vida y virtud del Padremismo».

También el ambiente que le rodea deja una buena im-presión en Mons. Rossi, que concluye: «La comunidad re-ligiosa en la que el Padre Pío convive es una buena comu-nidad en la que se puede confiar».

El Padre Pío, los fieles, la Iglesia

Por tanto, si esta investigación, que se publica enterapor primera vez, es importante porque permite conocer aun Padre Pío de primera mano, que habla después de ha-ber jurado sobre el Evangelio y bajo el vínculo de la obe-diencia plena y total a la Iglesia, también es un fragmento

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verdaderamente interesante de una porción no secundariade la historia de la Iglesia.

Sabemos que nuestro capuchino fue rápidamente muyamado por los fieles y también por muchos no creyentes,que después se han convertido. También sabemos cómoha encontrado obstáculos, límites, humillaciones a lolargo de su vida. Y esto, casi hasta el final, hasta pocosaños antes de la muerte, que se produjo, como es sabido,el 23 de septiembre de 1968. En 1923, en 1931 y de nuevoen 1961, el Santo Oficio le aplicó procedimientos restricti-vos pesados y dolorosos. Será necesario llegar a 1964 paraque el cardenal Ottaviani, entonces a cargo del Santo Ofi-cio, comunique la voluntad de Pablo VI de que «el PadrePío desarrolle su ministerio en plena libertad». Por último,Juan Pablo II, que le estimaba desde hacía mucho tiempo,treinta y un años después de la muerte, en 1999, le pro-clamó beato y tres años después, en el 2002, santo.

Cuando se abran los archivos de los años sucesivos al1939, quizá se podrá decir algo más sobre el período de losaños sesenta, los de la última persecución del Padre Pío. Loque podemos decir ya ahora, penetrando con la lectura deesta primera investigación sobre el capuchino estigmati-zado, que se encontraba en los archivos secretos hastahace pocos años, es que la imagen que surge del órgano en-cargado de vigilar cuanto en la Iglesia corre el riesgo decomprometer la fe, es decir, el Santo Oficio, aparece bas-tante menos grave de lo que se había creído hasta ahora.

El modo de proceder del obispo enviado para la inspec-ción es firme pero sereno. Indaga hasta el fondo, pero sinprejuicios. Su juicio final sobre la persona del Padre Pío esampliamente positivo. En particular, el obispo inquisidorha sido el primer alto representante de una congregaciónromana que ha realizado un detallado examen teológico delos estigmas del capuchino, que concluye plenamente a fa-vor de su autenticidad y, de hecho, de su proveniencia di-vina. Desde el punto de vista histórico, este aspecto de la

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vida del Padre Pío es único y de excepcional importancia,demostrando que la Iglesia, en esa circunstancia, ha formu-lado un juicio preciso y fiable, que se demostrará que esexacto. Los estigmas del fraile son no solo reales, sino quese manifiestan en una personalidad equilibrada tanto desdeel punto de vista psicológico como espiritual.

Por todo ello, sus consejos sobre cómo gestionar en elfuturo ese conjunto de hechos extraordinarios son seguirsu desarrollo con prudencia, porque, ciertamente, conti-nuarán su camino, tomando algún procedimiento colate-ral para evitar posibles errores, más al ambiente que rodeaal fraile que al Padre Pío mismo.

Lo que es motivo de discusión, y esto me parece quesirve también para los años sucesivos, no ha sido nunca, almenos por parte del Santo Oficio, el hecho de los estigmasen sí mismo. Sobre esto, la investigación de Mons. Rossiparece decisiva, tanto que después ya no se volverá sobreese tema, al menos por lo que se sabe hasta ahora, sino, entodo caso, el modo como es gestionado: se tiene miedo deun excesivo ruido, un excesivo fanatismo de los devotos, elmovimiento de dinero, que inevitablemente se hace cadavez más grande, la posible corrupción que corre el riesgo deacompañar todo ello y alcanzar también al Padre Pío. Preo-cupaciones legítimas e incluso necesarias.

Lo que impresiona desfavorablemente, y sabemos queha tenido una gran importancia en los procedimientos dis-ciplinares y restrictivos del Santo Oficio, ha sido la pre-sión ejercida sobre este órgano de la Iglesia por algunosclérigos que, al menos en relación con el Padre Pío, se hanmovido con una dureza poco justificable. Entre ellos, elpadre Agostino Gemelli y el arzobispo de Manfredonia,diócesis en la que se encuentra San Giovanni Rotondo,Mons. Pasquale Gagliardi.

De las fuertes reservas del primero, psicólogo de granautoridad y fundador de la Universidad Católica, hechasllegar a Roma, nace la investigación publicada en este li-

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bro. Estas reservas seguirán estando presentes más tarde yse apoyaban, como actualmente se ha aclarado amplia-mente, en un conocimiento del Padre afirmado, pero enrealidad ampliamente distorsionado, porque el padre Ge-melli se encontró con el Padre Pío solo una vez y durantepocos minutos. A Gemelli se añade Mons. Gagliardi, desdeel principio desconfiado y hostil hacia el capuchino, y queha repetido continuamente sus acusaciones, que se handemostrado enteramente infundadas, hasta que fue prácti-camente obligado a dimitir en 1929.

En estas dos personas sobre todo parece concentrarsela actitud de prejuicio hostil con respecto a los sucesosmísticos extraordinarios que, aunque nunca ha sido ex-traña a la Iglesia de todas las épocas, se ha acentuado,ciertamente, en estos últimos siglos de un racionalismo amenudo crispado. Debido a los roles ejercidos por amboseclesiásticos, ciertamente ha tenido un gran peso.

Roma se ha movido entre esos dos polos, entre los se-guidores del Padre Pío y sus opositores, algunas veces, de-jando espacio a los carismas extraordinarios y a la misióndel primer sacerdote estigmatizado, llamado a una misiónextraordinaria, mientras que, otras, ha tirado del freno yha ralentizado su acción pastoral. Pero desde luego sin mo-dificar el profundo compromiso del Padre Pío a ofrecerlotodo como siempre, desde el comienzo, también por susmismos detractores. Su apostolado estará en esos períodoslimitado externamente pero será quizá todavía más eficaz.«Cuando sea levantado atraeré a todos a mí», decía Jesúsde sí mismo. Es probable que haya sucedido lo mismo conese «otro Jesús», en esos momentos todavía más atado a laCruz de su Señor, todavía más semejante al Maestro recha-zado, sobre todo, por los suyos. A ese hombre que Jesús ha-bía querido enviarnos, llagado como él, precisamente en elsiglo de los peores horrores ideológicos, para que nos re-cordase de un modo más vivo y cercano al Emmanuel, alDios con nosotros y su obra de salvación.

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Por ello, el documento que presentamos aquí creo quecontribuye a hacer comprender que la Iglesia instituciónpuede también, examinándola con el sentido común deldespués, incurrir en alguna severidad excesiva, aunquetambién que el Santo Oficio ni era ni es, actualmente bajola denominación de Congregación para la Doctrina de laFe, el lugar de la incomprensión y del dogmatismo inhu-mano que demasiado a menudo se nos quiere hacer creer.Ciertamente, la regla de la prudencia con frecuencia pre-valece sobre las demás consideraciones hasta imponer pe-sados límites incluso a carismas muy importantes. Pero,seamos sinceros hasta el fondo, ¿habría sido mejor arries-garse a un escándalo a nivel mundial por posibles simula-ciones de carismas o por una degeneración que habría,esto sí, comprometido verdaderamente la imagen de laIglesia y de la fe y desestabilizado a muchos? ¿O quizá hasido menos malo encauzar y tener bajo control una situa-ción que, si era verdadera, al final emergería con toda sugrandeza y profundidad?

También pienso que estaría bien no olvidar nunca, alrazonar sobre estas cosas, que, si hemos podido tener unPadre Pío, ha sido también porque la Iglesia ha conse-guido, aun con todos los límites de sus hombres, empe-zando por nosotros mismos, se entiende, mantener ínte-gra y viva la fe en Jesús, en aquel Hombre-Dios encarnado,muerto por nosotros y al final resucitado. Y precisamenteesa fe nos ha permitido y nos permite reconocer en el hu-milde y estigmatizado fraile de Pietrelcina los signos deaquella Pasión y de aquella Resurrección que todavía ysiempre operan precisamente a través de la Iglesia. Es, portanto, la Iglesia como Misterio lo que justifica y hace com-prensible al Padre Pío, que es enteramente inexplicablefuera de ella. Precisamente para proteger este Misterio, espor lo que la Iglesia como institución algunas veces puedeparecer demasiado desconfiada y severa.

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Pero el juego vale la pena y al final, debido a que la his-toria es justa, lo que es verdad, santo, conforme realmentecon la fe no puede dejar de emerger a largo plazo. Algo quede hecho ha sucedido aquel 16 de junio de 2002 en la plazade San Pedro, cuando una multitud inmensa ha participadoy gozado por la gloria dada a Dios a través de su santo ex-traordinario, imagen del Hijo, obra maestra del EspírituSanto. Así, igual que existen un P. Gemelli o un Mons. Ga-gliardi que frenan y producen algunos daños, siempre hay,antes o después, un Mons. Rossi, un Pablo VI y un Juan Pa-blo II que vuelven a abrir el camino.

Ciertamente, es justo, precisamente por seriedad his-tórica, hacer las precisiones necesarias, localizar culpas,si estas han existido, también en el caso del Padre Pío,juzgar los procedimientos y sus posibles límites, perosiempre con humildad, porque el historiador sabeque no es serio juzgar los acontecimientos del pasadocon los conocimientos y mentalidad de después. Hace al-gunos decenios podría haber dudas y perplejidades justi-ficadas en relación con el fraile estigmatizado, queahora, evidentemente, es fácil juzgar que carecen de fun-damento.

Pero el historiador tampoco ignora, por la experienciaque le da la observación de dos milenios de cristianismo,que es necesario trabajar sin arrogancia, porque al final «losjueces serán a su vez juzgados», y ninguno de ellos, ni si-quiera los de nuestra época, tiene la seguridad, inexistentepor definición para un cristiano, de no haberse equivocadonunca y, por tanto, de haber realmente comprendido todo elEvangelio y haber alcanzado la plenitud y la perfección alllevarlo a la práctica. La verdad es que todos caminamos ha-cia la meta que no será un fruto solo de la justicia, sino quesobre todo nacerá de la misericordia de Dios. En esto nosguía una Iglesia, ciertamente limitada en sus hombres, peroconstruida sobre una roca, que es Jesucristo, y si nuestra ta-rea es juzgarla, para ayudarla, porque también es nuestra, a

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la vez tenemos el deber de amarla desde lo más profundodel corazón, como se ama una madre, aceptando, cuando esnecesario, también su prudente, y quizá en algún caso exce-siva, severidad.

Por otro lado, si es verdad, como demuestra la investi-gación desarrollada por Mons. Rossi, que han sido los fie-les desde el principio, con su sensus fidei, los grandes apo-yos y los defensores del Padre Pío, hasta el punto que elobispo inquisidor debe admitir que trasladarlo de SanGiovanni Rotondo habría provocado un levantamiento ge-neral, también es verdad que el mismo Padre Pío no tienepudor en expresar sus temores: «Yo estaba aterrorizado.Intentaba escuchar a todos dentro de lo posible, y trabajar.Incluso nos invadían la Comunidad. Hemos debido recu-rrir a los carabineros». Por otro lado sabemos que no esdifícil traspasar el límite entre la justa devoción y el fana-tismo. Lo mismo que no está tan lejano de la verdad eseriesgo de idolatría que lleva a hacer prevalecer el signomismo, sobre la realidad que se encuentra detrás delsigno. Con razón, el Padre Pío repetía siempre que él erasolo un instrumento, que las intervenciones extraordina-rias eran obra de Dios y solo de Dios. Una multitud pre-ciosa, por tanto, la que buscaba al Padre Pío hasta ase-diarlo, un potencial a la vez rico y peligroso, para serobservado con alegría por parte de un creyente, pero tam-bién para ser gestionado con prudencia.

«Alter Christus», humilde Cirineo, signo de la Resurrección

Pero, si la investigación realizada por el Santo Oficioclarifica, como hemos visto, los aspectos más visibles y va-lorables de lo que se refiere al fraile que había recibido ensu carne las llagas del Señor, también nos invita a penetrarde algún modo en el interior del secreto más profundo deeste hombre, que a menudo repetía que era «un misterio

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para sí mismo». También porque desde el primer mo-mento nos muestra que el Padre Pío dividía los ánimosque, o comprendían alegres y acudían a él, o miraban aeste religioso, con carismas fuera de lo ordinario, con des-confianza, cuando no con fastidio y desprecio. Creo queambas reacciones son comprensibles.

Vamos por un momento a pensar en todo lo que semueve alrededor de los estigmas: una carne abierta que nose cura, sangre que sale de la herida, gasas que la recogeny que los fieles intentan acaparar, costras que se forman ydespués se caen para volver a formarse, multitudes a me-nudo excitadas y siempre llenas de problemas que se agol-pan con la esperanza de un milagro. Un conjunto de pro-cesos que no pueden dejar de impresionar ni tampoco deestremecer a quien no sea capaz de dar un significado quevaya más allá de las apariencias.

Tengamos presente que el fenómeno estigmas perte-nece solo al catolicismo, porque los evangélicos no apre-cian los aspectos «milagrosos» de la fe, mientras que losortodoxos tienen experiencia más bien de otros carismas,como, por ejemplo, la emanación de luz, que haría pen-sar en la resurrección, del rostro de san Serafino di Sa-rov. Pero tampoco se conocían los estigmas en el catoli-cismo antes de que san Francisco los recibiese en LaVerna, dejando de lado la interpretación literal que algu-nos exegetas dan a la afirmación de san Pablo: «llevo enmi cuerpo los estigmas de Cristo Jesús» de Gálatas 6, 17.Después, algún que otro caso hasta el Padre Pío, que,como hemos dicho, es el primer sacerdote estigmatizado,la ciencia ha indagado mucho sobre el fenómeno, aun-que sin llegar a una solución precisa. Excluyendo, obvia-mente, el dolo, todas las diferentes hipótesis psicosomá-ticas, en realidad, no han encontrado confirmacionesprácticas. De este modo, el fenómeno sigue siendo inex-plicable en su conjunto, si no se acepta una referencia so-brenatural.

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También porque, en el caso específico del Padre Pío,hay que añadir otros elementos a la reflexión. El pri-mero, el perfume que acompañaba al fraile capuchino yque ya Mons. Rossi advierte. De ese modo, las llagasabiertas, heridas que normalmente deberían aparecerjunto al mal olor de la sangre coagulada, en realidad ibanacompañadas de efluvios de flores que atraen conagrado. El hombre que lleva esas heridas se encuentraatravesado por continuos dolores y por fiebres que llegana los 48 grados, y se encuentra oprimido sin tregua porenfermedades crónicas y agudas a lo largo de toda suexistencia. Ese pobre fraile que se nos presenta oprimidopor su noche de los sentidos, como a menudo confía ensu correspondencia, y también por las peticiones deayuda por parte de millones de personas, a pesar de todoresiste toda una vida, pasando horas y horas en el confe-sonario con calma exterior e interior. Sostenido por unafuerza extraordinaria, sus llagas no se curan, es verdad,pero tampoco se infectan ni supuran, manteniéndose es-tériles hasta su desaparición muy pocos días antes de sumuerte, sin signo alguno de cicatrización.

Es comprensible que todo esto abrume y pueda oatraer fuertemente o, con la misma fuerza, alejar.

En este segundo caso, creo que se trata, detrás de lamáscara de quien dice que no es un ingenuo que se dejaembaucar, de un tipo de miedo o quizá de auténtico ti-mor Domini. Sí, porque creo que el Padre Pío ha tenidodentro de su misión también la tarea de abrumar, deplantear preguntas, de mezclar las cartas, de hacer saltarlas certezas de todo tipo, también las científicas. Él era ysigue siendo un misterio inexplicable, a no ser a los ojosde la fe.

Un «signo», lo decíamos antes, que reconoce y sabe leerquien ya ha encontrado a Jesucristo, o quien acepta humil-demente encontrarlo en el momento en que se halla antesu imagen actualizada y propuesta de nuevo precisamente

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en el Padre Pío. Porque, en tal caso, la sangre que brotacontinuamente le impacta, pero no le hace huir, es más, leatrae, desde el momento en que reconoce en esa herida losmismos signos que ha leído en los Evangelios, producto dela muerte en la Cruz del Hijo de Dios; del mismo modo quereconoce que esa carne llagada tiene una relación estrechacon la encarnación, que constituye el inicio de todo. Ha-ciendo presente así que nosotros los cristianos creemos enun Dios que no es solo espíritu, sino que ha querido, desdeel principio hasta la muerte, tener que ver con nuestracarne y nuestra sangre. Carne y sangre que, precisamentepor esto, no se encuentran destinadas a terminar en un se-pulcro y permanecer ahí para siempre, sino que están lla-madas a un destino de transfiguración y resurrección. Y enese momento comprendemos que, precisamente en las lla-gas del Padre Pío, en esas heridas rodeadas de efluvios deperfume, los cristianos podemos leer también otra cosa,podemos recordar las apariciones de Jesús resucitado, so-bre todo, la de santo Tomás, en las que el Redentor semuestra ya glorioso, pero con las heridas aún abiertas enlas que el apóstol dubitativo e incrédulo podrá poner sudedo. De este modo, la tradición occidental y la tradiciónoriental parecen reencontrar su unidad: los estigmas ape-lan fuertemente a la Pasión, pero llevan en su interior elmisterio de la Redención. La luz del rostro de los santos or-todoxos lleva directamente a la Resurrección, pero presu-pone, obviamente, la Pasión que a ella ha llevado.

En todo esto, el Padre Pío es el recuerdo de la dolorosaPasión del Señor, pero también y a la vez de su gloriosaResurrección. Nos recuerda conjuntamente el paso nece-sario a través del Calvario, pero también la mañana dePascua. Nos confirma una redención siempre activa en laque hay dolor y sufrimiento, pero no como fines. El puntode llegada es la vida, no la muerte.

«Te asocio a mi Pasión». También esta frase maravi-llosa y terrible que leemos en el testimonio del Padre Pío

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puede abrumar a quien se acerca por vez primera. Re-cuerda aquella potente de san Pablo: «Completo en micarne lo que falta a la pasión del Señor». ¿Cómo entenderestas expresiones tan desconcertantes? Ciertamente, sinsuponer que el ofrecimiento y el sacrificio de Cristo nohan sido suficientes.

Para comprender, debemos reflexionar sobre el hechoque esa redención obtenida hace dos mil años en el Gól-gota no ha sido un hecho burocrático, una especie de tasaque hay que pagar una vez por todas, con aplicación auto-mática a cada hombre en los siglos siguientes. No, cierta-mente ha sido un signo de justicia, pero sobre todo ha sidoun acto de amor al que hay que corresponder. Ha sido laposibilidad concreta, abierta para todo hombre, de entrarplenamente en el misterio trinitario y en la vida divina,una «puerta estrecha» para entrar, al aceptar seguir al Ma-estro, llevando, a nuestra vez, nuestra parte de cruz purifi-cadora.

Un yugo que el Padre Pío ha hecho posible llevar y haconvertido en ligero, pero que nos toca experimentar. Unyugo que en el Cuerpo Místico nos toca compartir con loshermanos, convirtiéndonos en su cirineo, lo mismo que elprimer Cirineo de la historia hizo con Jesús. Recibiendotambién nosotros la ayuda en este recorrido por tantos ci-rineos escondidos que ofrecen en silencio sus sufrimientosy su vida, y por esos extraordinarios que de vez en cuandoel Señor quiere elevar en el monte, como ha sido precisa-mente el Padre Pío, ese fraile humilde y silencioso, el grancirineo de nuestro tiempo. Solo en el más allá comprende-remos de verdad lo que este hombre ha aceptado que sehiciese por su medio, los ríos de gracia que han pasado através de sus estigmas y que han inundado y transformadolos corazones de tantos hombres.

Desde este momento podemos ya afirmar, sin em-bargo, creo que sin desmentidos, que pocos sucesos hancontribuido a lo largo del siglo pasado, aunque con ecos

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que durarán para siempre, a salvar la fe del Pueblo deDios. Para volver a llevar a Jesús a tantos que dudan e in-seguros, como la presencia humilde y doliente de estefraile, de este alter Christus, que la benevolencia divina haquerido darnos.

Vittorio Messori

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Los grandes santos están llamados a superar en el propio cuerpo, en la propia alma,

las tentaciones de una época, a sostenerlas por nosotros, almas comunes,

y a ayudarnos a caminar hacia Aquelque ha tomado sobre sí el peso de todos nosotros.

J. RATZINGER

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SIGLAS Y ABREVIATURAS

ACDF = Archivo de la S. Congregación para la Doc-trina de la Fe.

Epistolario = P. Pio da Pietrelcina, Epistolario, I, Corris-pondenza con i direttori spirituali, S. Giovanni Rotondo1992.

Il Beato Padre Pio = G. Di Flumeri, Il Beato Padre Pio daPietrelcina, S. Giovanni Rotondo 2001.

Lemius: Archivo de la S. Congregación para la Doc-trina de la Fe, S.O., Dev. Var., 1919, I, Cappuccini, P. Pio daPietrelcina, fasc. I, doc.14 (Voto manoscritto e stampato delP. Lemius, Qualificatore del S. O.).

Le stimmate = G. Di Flumeri, Le stimmatte di Padre Pioda Pietrelcina. Testimonianze. Relazioni, S. Giovanni Ro-tondo 1995.

Misteri di scienza = G. Festa, Misteri di scienza e luci difede. Le stimmatte del Padre Pio da Pietrelcina, Roma 1938, 2.

Rossi = Archivo de la S. Congregación para la Doctrinade la Fe, S. O., Dev. Var., 1919, I, Cappuccini, P. Pio da Pie-trelcina, fasc. I, doc. 21 (Voto manoscritto e stampato delVisitatore Apostolico + Mons. Raffaello C. Rossi).

Un tormentato settenio = G. Saldutto, Un tormentatosettenio (1918-1925) nella vita di Padre Pio da Pietrelcina,Roma 1974.

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Parte primera

UN NUEVO PUNTO DE PARTIDA

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INTRODUCCIÓN DEL AUTOR

I. Las actas inéditas de la primera investigación del Santo Oficio

Después de muchos estudios, debates, entrevistas, creía-mos que ya lo sabíamos todo sobre el Padre Pío. Ni siquierala reciente apertura de los archivos del antiguo Santo Oficiohasta el año 1939 dejaba prever que aparecerían novedades.Sin embargo había novedades. Sepultado entre los papelesdel archivo se encontraba un documento de extraordinariaimportancia que ahora regresa del pasado: las actas de laprimera investigación del Santo Oficio sobre el Padre Pío.

El documento se remonta a 1921 y conserva las revela-ciones secretas del capuchino. Se trata de 6 preciosas de-claraciones, realizadas bajo juramento ante un inquisidordel Santo Oficio. En ellas, relatando hechos y fenómenosnunca contados a nadie, el Padre Pío redacta con su pro-pia voz su autobiografía y la entrega definitivamente a laIglesia y a la historia.

Pero eso no es todo. El inquisidor que «recogió» los se-cretos del Padre Pío no se limitó a las afirmaciones del ca-puchino para trazar su perfil espiritual y su identidad mís-tica, buscó meter el dedo en la llaga y, una vez quitadas lasvendas de las manos del Padre Pío, examinó con rigor losestigmas del fraile. De ello surge un examen inédito condesarrollos fascinantes e inesperados.

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Por otra parte, con respecto al investigado, el inquisi-dor puso en marcha una investigación rigurosa, interro-gando a testigos e inspeccionando el ambiente. Recogióun material tan abundante que, aunque hasta ahora escasi desconocido, representa un informe completo y origi-nal sobre el capuchino y permite poner al día totalmentetoda la historiografía sobre él.

El documento ha estado escondido durante largosaños a las miradas de estudiosos y devotos, pero, gracias ala decisión de Benedicto XVI de hacer accesibles desde ju-nio de 2006 los documentos del Pontificado de Pío XI(1922-1939), las Actas de la primera investigación delSanto Oficio son ahora publicadas íntegramente por vezprimera1.

Los asuntos narrados en estas páginas, además, se re-velan útiles para escribir un capítulo de la historia delSanto Oficio, cuya imagen, tan vituperada en la mentali-dad común, surge renovada y limpia de lugares comunes.

En cambio se muestra discutible la figura de quienespretendían utilizar el dicasterio romano como instru-mento de batalla de sus envidias y de su animosidad.

Por último resulta edificante la imagen de la vida fran-ciscana de comienzos del siglo XX, en Puglia.

Ahora, para saber quién era el Padre Pío y por qué sepuso en marcha una investigación del Santo Oficio sobreél, no nos queda más que volver atrás en el tiempo. Correel 20 de septiembre de 1918.

II. El Santo Oficio, bajo presión

Europa está a punto de salir de la Primera GuerraMundial cuando el Padre Pío de Pietrelcina recibe los sig-nos de la Pasión de Cristo: los estigmas2. La noticia se di-funde con rapidez3 y llegan al convento de San GiovanniRotondo devotos, peregrinos y simples curiosos4.

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Después de las primeras comprobaciones clínicas5 seentabla un vivo debate sobre la naturaleza de las heridas ysobre la presunta santidad del estigmatizado. El debatellega también al Vaticano, hasta la Inquisición, que desdehace pocos años ha tomado el nombre de Santo Oficio6. Altemido dicasterio romano, a cargo de la tutela de la fe y dela verificación de la «santidad simulada», han llegado car-tas con un contenido inesperadamente contradictorio7. ¡Aquien exalta la santidad del capuchino se opone quien leacusa de hacerse los estigmas con ácido fénico y vera-trina!8. Entre quienes tienen sospechas de la autenticidadde los estigmas se encuentra un ilustre estudioso, el padreAgostino Gemelli o.f.m. El 18 de abril de 1920, el doctofranciscano tiene un brevísimo encuentro con su her-mano. Pocos minutos9, pocas frases, ningún examen delos estigmas, el Padre Pío que le despidió: eso es todo10.Sin embargo, al día siguiente, a título personal, Gemellienvía una carta al Santo Oficio declarando que los estig-mas son fruto de sugestión11 y, después de dos meses, envíauna segunda con propuestas precisas sobre las iniciativasque habría que tomar12.

Presionado por tantas denuncias, obligado casi a lafuerza a tomar posición, el dicasterio propone investiga-ciones más detalladas y, hacia finales de 1920, recibe delMinistro General de los Capuchinos nuevas informacionestranquilizantes. Se presentan dos grupos de documentos.El primero, de tipo religioso-disciplinar. El segundo, detipo médico-científico13. Mientras tanto, sin embargo, lle-gan también las primeras acusaciones del arzobispo deManfredonia, Mons. Pasquale Gagliardi14.

La situación es compleja y el Santo Oficio decide con-fiar el expediente de documentos sobre el Padre Pío a unhombre de probada experiencia, el dominicano padre Jo-seph Lemius, procurador general de los oblatos de MaríaInmaculada15.

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Al teólogo se le plantea una pregunta muy precisa: «Siy cuáles procedimientos deben ser adoptados por el SantoOficio en relación con el Padre Pío de Pietrelcina, capu-chino»16. El padre Lemius estudia con la «máxima diligen-cia y aplicación» el documento que se refiere al fraile yprepara su «voto», es decir, la respuesta esperada.

Desde las primeras líneas, introduciendo perplejidadessobre el origen divino de las llagas, reconoce no poderafirmar «nada cierto sobre el origen de los estigmas» de-bido a que no existe una verificación in situ.

Por esto sugiere enviar a San Giovanni Rotondo un Vi-sitador Apostólico con la finalidad de realizar «una deta-llada investigación […] sobre el carácter moral, ascético ymístico del Padre Pío […], especialmente sobre la humil-dad y la obediencia y prudentemente ponerlo a pruebacon respecto a estas dos virtudes», sin dejar de «vigilarloen su modo de tratar a las mujeres». Debería «vigilarlo enel uso de productos farmacéuticos […], visitar de tanto entanto con ese fin su celda, [verificar la acusación de ha-berse hecho los estigmas con] el ácido fénico que ha solici-tado para inyecciones para los novicios. Es decir, si verda-deramente les ha puesto las inyecciones […]; manteneralejado de San Giovanni Rotondo durante la investigaciónal padre Benedetto ex provincial […], seguir de cerca la“cronistería” [sic] ordenada por el Provincial de la que sehabla en las actas»17.

La sugerencia del consultor es acogida. De acuerdocon Pío XI, la congregación busca un candidato idóneopara la Visita Apostólica18, un eclesiástico que sea «a lavez buen teólogo y hombre de rara prudencia, capaz deno dejarse atraer por la atmósfera de sugestión de la quese ha hablado, sino que sepa conservar el espíritu críticonecesario para poder investigar la verdad en una materiatan delicada y también lo suficientemente hábil para ha-cer una investigación detallada sin darse demasiada im-portancia»19.

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La elección recayó en Mons. Raffaello Carlo Rossi,obispo de Volterra y futuro cardenal20. Es a él a quien laSanta Sede confía la difícil tarea de averiguar quién es deverdad el Padre Pío21.

III. Guía para la lectura

Antes de entrar en la investigación es útil presentar laestructura del volumen, sus contenidos, las partes inéditas.

La estructura de la obra se organiza en tres partes.En la primera, integrada por tres capítulos, se presenta

la historia de la Visita Apostólica de 1921, los contenidosde los interrogatorios y algunas profundizaciones históri-cas, el análisis y la originalidad del examen de los estigmasrealizado por el obispo inquisidor y su juicio positivo so-bre el origen de los signos de la Pasión.

En la segunda parte encontramos la transcripción ínte-gra de las preciosísimas actas de la Visita Apostólica. Setrata de una fuente histórica en gran parte inédita. En par-ticular son inéditos 2/3 de las importantísimas declaracio-nes del Padre Pío y enteramente inédito el examen de susestigmas.

Después de las declaraciones del Padre Pío, en el punton. XXVI, Mons. Rossi reproduce una carta del capuchinoa una hija espiritual, la hermana Giovanna Longo, quetambién es inédita.

También es inédita más de 2/3 de la relación del Visita-dor Apostólico y, en su casi totalidad, son inéditas las de-claraciones de los testigos interrogados en el proceso.

En la parte final del documento encontramos tambiénun apéndice de cartas enviadas al Padre Pío por el padreBenedetto Nardella de San Marco in Lamis, padre espiri-tual del estigmatizado. Algunas ya están publicadas, otras,sin embargo, se habían perdido y por ello no aparecen enel volumen del epistolario dedicado a la correspondencia

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entre el capuchino y su director espiritual. Concreta-mente, de acuerdo con la numeración dada por Mons.Rossi, son inéditas la n. 15, 16, 18, 24 y 27. Por tanto, deaquí en adelante han sido entregadas a la historia y pue-den ser incluidas en el epistolario del Padre Pío, así comola carta antes mencionada del capuchino.

En la tercera parte se ofrecen a la atención del lectorcuatro contribuciones. La primera es un breve perfil bio-gráfico del cardenal Rossi con algunas consideracioneshistoriográficas. La segunda es la transcripción íntegra deun documento en parte inédito, solicitado por el VisitadorApostólico al final de su investigación: «la Cronohistoriadel Padre Pío», escrita por el padre Benedetto Nardella. Setrata de una fuente de notable importancia, hasta ahorano estudiada, de la que ofreceremos en breve un estudiohistórico detallado en la revista «Parola e Storia». Despuésvienen dos profundizaciones para el lector que se acercapor vez primera a la vida y la espiritualidad del Padre Pío:una narración ágil de la estigmatización del Padre Pío,que comenzó mucho antes del 20 de septiembre de 1918, yuna cronología del Padre Pío con las fechas y hechos másimportantes de su vida.

En cuanto a los documentos inéditos, en su conjunto,este libro recoge una cantidad enorme de fuentes autobio-gráficas y otras sobre el Padre Pío, que resulta fundamen-tal para el conocimiento del capuchino.

Por último, para hacer más fácil la lectura, las notashan sido agrupadas al final del libro.

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Capítulo primeroUN INQUISIDOR EN EL CONVENTO

1. «Ve al Padre Pío»

En los primeros días de mayo de 1921, S. E. Revma.Mons. Raffaello Carlo Rossi cuando llega a su obispado seencuentra una carta del Santo Oficio con el encargo derealizar una visita canónica a San Giovanni Rotondo.

Toscano, con origen en Pisa, ahora obispo de Volterra,probablemente Mons. Rossi no sabe ni siquiera dónde seencuentra San Giovanni Rotondo. Pero esto no es lo que lepreocupa. Le inquieta el contenido de la carta. Se le or-dena llevar a cabo una investigación que no se refiere soloa sencillas cuestiones de disciplina o doctrinales, sino a un«estigmatizado». Una difícil tarea, Mons. Rossi lo sabebien y, por ello, decide rechazarla.

Escribe al cardenal Merry del Val1 pidiendo que se lequite el encargo ya que «es de una gravedad importante yardua. No digo ardua como observación, ardua, se com-prende, y llena de responsabilidad, para conseguir llegar aesas conclusiones sobre las que la S. C. [Sagrada Congre-gación] deberá apoyarse para emitir su autorizado juicio.A este respecto, por tanto, si pudiese de la benevolencia delos Eminentísimos Padres obtener el ser exonerado, seríamuy feliz y redoblaría desde este momento mis agradeci-mientos»2.

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A la negativa del Secretario del Santo Oficio3, el ya Vi-sitador Apostólico acepta el encargo y se dirige a Romapara examinar el dossier de documentos que se refiere alfraile4. Se trata de un nutrido grupo de documentos cus-todiados por el Santo Oficio en los que alabanzas y acu-saciones se superponen y contraponen. Con los papelesen su mano, Mons. Rossi dilucida los problemas másagudos de este asunto. Después se dirige a San GiovanniRotondo.

Una vez en Puglia, remonta las curvas del Gargano y sedirige al pequeño centro habitado donde vive el Padre Pío.¿Quién es exactamente este fraile? Al comenzar su in-forme, Mons. Rossi escribe: «El Padre Pío, en el sigloFrancesco Forgione, nació en Pietrelcina, la primera esta-ción después de Benevento, en la línea Benevento-Avellino(corr. Campobasso), hace ahora 34 años. En el año 1902 o1903 entró en los capuchinos de la provincia de Foggia, ypara el noviciado y sus estudios pasó de convento en con-vento, aunque más de una vez las delicadas condiciones desalud le obligaron a volver a respirar su aire natal. Decíanque padecía bronco-alveolitis, aunque, en realidad, losexámenes médicos no lo demostraron nunca de modo po-sitivo. A mí, que lo traté con frecuencia durante ocho días,me dio la impresión de que realmente sufría esa enferme-dad. Sin embargo se trata solo de una impresión produ-cida, más que nada, por una pequeña tos advertida en elreligioso y que generalmente caracteriza a los afectados deenfermedad pulmonar. En una de esas frecuentes estan-cias con la familia, el Padre Pío fue ordenado sacerdote,sobre el año 1910. Cuando estalló la guerra, fue soldado,pero lo fue a intervalos y por poco tiempo, más aún, lo fuemientras permanecía ingresado en el Hospital de Nápo-les5. Después fue enviado a Foggia y, a continuación, a SanGiovanni Rotondo, donde actualmente se encuentra. ASan Giovanni Rotondo le llevó un conjunto de circunstan-cias a las que él permanece totalmente extraño y que quizá

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ni siquiera advirtió. Pero había quien trabajaba por él, esdecir, quien se aprovechó de la ocasión del Padre Pío, conel ánimo, que queremos creer óptimo, de servir a la Reli-gión»6.

2. Llegada a San Giovanni Rotondo

Un paisaje desolador, un camino de tierra, un pobreconvento situado en un lugar poco accesible7. Cuandollegó a San Giovanni Rotondo el 14 de junio de 1921,Mons. Rossi se encuentra ante un escenario insólito parasituar a un místico.

Mientras probablemente reflexiona sobre esos detalles,se presenta en el convento. ¿Simplemente con la sotana?¿Como obispo? No tenemos ninguna noticia al respecto,pero es cierto que, una vez llegado, presenta sus «creden-ciales» y pone en marcha la investigación8. Toma el Evan-gelio, hace que lo toquen con la mano los interrogados yplantea un juramento solemne: decir la verdad y mantenerel silencio.

¿Mantuvieron el silencio los interrogados? No quedaduda alguna. En las fuentes de origen «capuchino» noqueda huella alguna de estos interrogatorios y el recuerdode la investigación se ha desvanecido en el tiempo9, a noser en las actas que ahora se pueden consultar.

Por la Cronohistoria del convento sabemos solo que el25 de junio de 1921, debido a la sospechosa actuación deun sacerdote forastero, se difundió por San Giovanni Ro-tondo la noticia de que el Padre Pío iba a ser trasladado10.

¿El sacerdote forastero del que se habla era Mons.Rossi? Probablemente.

De cualquier modo, para conocer lo que Mons. Rossive, a quién interroga, a qué conclusiones llega, no nosqueda más que seguir con atención su informe, que ahoraentra en el centro de la narración.

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3. El aspecto del estigmatizado

Al entrar en el convento, a Mons. Rossi le habría agra-dado, antes que a nadie, verle a él, al Padre Pío. Por ello,una vez llegado ante el indagado, lo observa con atencióny apunta los rasgos esenciales de su fisonomía. Esto es loque escribe: «el Padre Pío tiene un colorido pálido, aunqueno diría que excesivamente pálido, un aspecto enfermizosufriente, aunque no mucho; un andar caído, aunque diríamejor […] un modo de andar lento e incierto11. La actitudde la persona […] modesta y compungida, aunque mejorcompuesta»12.

Después, el visitador anota en su información algúnaspecto de carácter: «la frente alta y serena, la miradaviva, dulce y a veces vagante, aunque a veces también vi-brante […], la expresión del rostro, que es de bondad y desinceridad13, inspira simpatía. Es verdad». «Es verdad»,escribe Mons. Rossi manifestando su agrado por el carác-ter del Padre Pío14. El «arisco capuchino» se le presentacomo bueno, sincero e incluso simpático. ¡Un dato com-pletamente inesperado!15.

Entonces debe comenzar el interrogatorio. Como sedesprende de su información, Mons. Rossi no entra ense-guida en el nudo de su investigación. Sin embargo, tiene laposibilidad de rectificar casi enseguida una habladuría. Sedice que el fraile estigmatizado no recibe alimento. Mons.Rossi indaga y anota: «para decir la verdad se ha presen-tado al Padre Pío como un hombre que vive del aire, quizáhay un poco de exageración. Mucho no come, no, y en lostiempos de mayor afluencia de peregrinos sorprende quepueda mantenerse tantas horas en el confesonario sin unsustento conveniente. De hecho no toma nada por la ma-ñana […]; la comida, ciertamente, no es opípara, se ali-menta muy poco en la cena: un chocolate, algunas veces nisiquiera esta, reduciendo así a una todas las comidas deldía […], pero todos dicen que comer, come»16.

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Mons. Rossi saca las conclusiones de estas observacio-nes y desmiente que el Padre Pío carezca totalmente dealimentación. «Como se ve, la alimentación no es abun-dante, pero no me parece que estemos en un punto en quepodamos convertir al Padre Pío también en un fenómenoen este aspecto»17.

El Padre Pío, por tanto, se alimenta de modo insufi-ciente con respecto a la mole de trabajo que desarrolla,pero, al menos hasta 1921, no es exacto afirmar que no sealimenta en absoluto. Come un poco de verdura, una o dosmanzanas, no bebe café, sino cerveza hecha por un her-mano laico. A pesar de ello, resulta evidente que se verificaun hecho extraordinario por la desproporción que existeentre el trabajo incesante y la escasa alimentación. De he-cho, el visitador mismo no tardará en preguntar: «¿Cómose explica este gran trabajo con tan poca nutrición?»18.Nadie le responderá19.

4. Que comience la investigación

Después de haber observado el aspecto «físico» y exami-nado el tema de la alimentación, Mons. Rossi busca conocerlos rasgos «morales» y «espirituales» del fraile capuchino,una de las tareas más importantes de su investigación.

Para «estudiar» a su indagado procede de modo siste-mático. A partir del 14 de junio convoca e interroga a 9testigos, en concreto, dos sacerdotes diocesanos y 7 her-manos capuchinos.

«¡Háblame del Padre Pío, dime todo lo que sepas!». Deeste modo se puede resumir la ráfaga de preguntas a lasque Mons. Rossi les sometió durante 8 días. Los interroga-dos no se cortan y, sin temor a la importancia del interlo-cutor, responden con todo lujo de detalles.

En su conjunto, la respuesta es unívoca: «el Padre Píoha sido siempre un óptimo religioso»41. Casi parece una

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firme enunciación de principio que el obispo, asombrado,subraya con claridad: «todos a una lo proclaman con unasola voz, sacerdotes y hermanos».

«Un coro de aprobaciones y alabanzas»21, declaraMons. Rossi, particularmente digno de aceptación ya que«con ellas no se cae en exageraciones: la piedad del PadrePío se considera, por lo que se puede juzgar externamente,común, ordinaria, muy poco diferente de la de sus compa-ñeros»22. La autenticidad de las declaraciones, por otrolado, destaca por otra razón: «no se ahorran al buen reli-gioso también pequeñas observaciones». Inmunes de con-dicionamientos afectivos, de hecho, los testigos refierenlos aspectos positivos y también los límites del fraile».

En su conjunto, las declaraciones de los testigos con-tienen un hecho original. Por una vez, ¡ninguno hablarealmente mal de un futuro santo!23. Hablaremos de elloen el próximo capítulo.

5. Las dudas del inquisidor

¿Cómo ha acogido el Padre Pío la noticia de una inves-tigación del Santo Oficio sobre él? ¿Qué ha sentido al ver asu inquisidor? ¿Qué actitud ha tomado durante los interro-gatorios? Sería interesante saberlo, pero ni una frase niuna sola línea que aluda a estas circunstancias ha quedadoen el epistolario del capuchino. De su boca no ha salido pa-labra alguna y sobre este argumento las fuentes callan.

En cambio, Mons. Rossi, como él mismo admite, llegóa San Giovanni Rotondo prevenido sobre el Padre Pío24.

Sin embargo, en su informe escribe: «Debo decir que amí el Padre Pío real me dio una bastante favorable impre-sión». El motivo de este cambio de opinión lo da ense-guida25. El inquisidor se pone a «seguir de cerca» al PadrePío: al altar, al refectorio, en el convento. A Mons. Rossi nose le escapa nada. Le observa mientras habla con los de-

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más, le interroga personalmente, le pide explicaciones so-bre problemas y acusaciones. Constata que «en la conver-sación el Padre Pío es muy agradable, con los hermanos essereno, jovial, ingenioso»26.

En el diálogo «es […] educado y respetuoso», aunquesorprende que diga «¡por Baco!». Sería de esperarse, sigueMons. Rossi, «que como exclamación […] no nombrasenunca el santo nombre de Dios, con expresiones usualescomo Dios mío, Jesús mío, que no estuviese inclinado ahacer observaciones […] sobre los habitantes del pueblo».

En su conjunto, declara el visitador, ocurre que el Pa-dre Pío es «un religioso serio, distinguido, digno y, a la vez,desenvuelto en el convento. En la iglesia, como es debido,toma una gravedad medida. No tiene […] el actuarabandonado, descuidado, de no pocos de sus hermanosfrailes, aparte de lo que pueda haber de menos perfecto enel modo de estar en el coro, medio sentado, medio de rodi-llas, con los brazos en el banco y la cabeza sobre los bra-zos»27.

Mons. Rossi continúa sus consideraciones y añade sinreticencias: «se encuentran imperfecciones, por otraparte… camina hacia la perfección, ¿por qué afirmar queya la ha alcanzado?».

Después de esta observación, el obispo inquisidor seprepara para bajar a lo concreto y examinar los aspectosmás importantes de la vida espiritual del fraile estigmati-zado: las virtudes.

6. Tres motivos de acusación: pobreza, castidad, obediencia

Quizá el Padre Pío no se lo espera. Para comprobar supobreza, el inquisidor le pide entrar en su habitación. Unavez abierta la puerta, la habitación aparece modesta, estre-cha, «en los diversos cajones hay una especie de desorden:… folios, guantes, quinina28, confeti para los chicos, imáge-

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nes, todo más bien a la buena de Dios»29. En su conjunto,una celda muy pobre, sin elementos dignos de atención.

Otra cuestión a comprobar es el uso de las limosnas re-cibidas por el Padre Pío30. Inicialmente, el capuchino, conel permiso de su superior, «manejaba dinero»31 recibidoen las cartas que le llegaban de todas partes, hasta de losEstados Unidos de América. Después de las indicacionesdel nuevo provincial, sin embargo, ya no se ocupa de las li-mosnas, manifestando el deseo de que lo obtenido sea«destinado de acuerdo con los fines e intenciones de losbenefactores». En este punto surge un hecho chocante: asu familia, que es pobre, el Padre Pío no da nada, desti-nando todo a otros necesitados.

Si la pobreza es indiscutible, ¿se puede decir lo mismode su sencillez y pureza de corazón?32.

Entre las muchas habladurías, ha hecho surgir algunasdudas su confianza con las hijas espirituales, porque el Pa-dre Pío tutea a alguna mujer, lo que para algunos es ungesto de excesiva confianza. El visitador, en cambio,aclara esta circunstancia y sugiere que no hay por qué sor-prenderse: «no insistamos demasiado, estamos en la bajaItalia. “El usted no lo uso casi nunca, me declaró, utilizo eltu o el vos indistintamente”»33.

Con respecto a otras acusaciones, Mons. Rossi de-muestra ser un buen investigador, distinguiendo entre vo-ces, insinuaciones y calumnias. El Padre Pío, cuya purezaes reconocida y alabada por todos los testigos, ha sidovisto en la zona de alojamiento de los forasteros con unamujer. Hasta este punto, nada de particular. Pero sobre lacircunstancia alguno ha fantaseado, sin proporcionarpruebas o argumentos. Las voces han corrido aquí y allá yha surgido el bulo. Mons. Rossi descubre quién ha difun-dido esta noticia y entiende las intenciones: ¡se trata de«un antiguo novio de la joven!».

En otro caso se alude a «mujeres que tocaban [al PadrePío] enfermo [mientras le asistían un hombre y la her-

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mana del superior] “para coger la santidad”». También enesta circunstancia, Mons. Rossi depura la dinámica de loshechos y concluye: «todo era efecto de mentes ilusas y ca-bezas pequeñas, y la ocasión la había puesto, por desgra-cia, con poca prudencia el Guardián. Sin embargo, el Pa-dre Pío, que se había sometido a estar fuera de la clausura,por obediencia y necesidad, no fue consciente de lo quesucedía y nunca dudó de ello, como se desprende del inte-rrogatorio que prudentemente se le hizo al respecto».

Después de haber afrontado todas las posibles objecio-nes a la pureza, el visitador declara: «podemos estar segurosde que también en este importantísimo punto de la virtudcristiana, religiosa y sacerdotal, el Padre Pío es inatacable,como, por otra parte, atestiguan todos los testigos»34.

Queda el examen de la virtud más importante: la obe-diencia. El Padre Pío, observa el visitador, vive en una«profunda humildad»35 y en la «máxima sencillez e indife-rencia» ante las alabanzas de las que es protagonista. Pa-rece «como si nunca hubiese sucedido nada alrededor desu persona y no fuese objeto de tantas atenciones y de unaestima que, por parte de muchos, es veneración absoluta».Su humildad se manifiesta de modo particular en la sumi-sión a la Iglesia36. Preguntado sobre este tema37, el PadrePío ha declarado que pretende obedecer siempre, ya que «através de la santa Iglesia es el mismo Dios quien habla»38.Palabras fuertes, pero… ¿nos podemos fiar? Mons. Rossiconsidera que sí, porque el fraile le ha dado un testimoniolímpido de su obediencia. El inquisidor ha pedido exami-nar la correspondencia epistolar con el director espiritual,una petición inusual39, y el capuchino no ha movido unaceja: ha aceptado. Admirado y sorprendido, Mons. Rossiescribe: «Me dio una prueba insigne de obediencia40 al po-nerme en la mano, ante mi primera alusión y sin hacer lamínima observación, todas la cartas recibidas del padreBenedetto ex provincial […]. No solo, sino que, una vezque regresé a Volterra, al mostrar el deseo de echarle de

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nuevo un vistazo a las cartas, me las envió con la máximasolicitud y con sentimientos renovados de sumisión, y de-bido a que, al enviarlas, por despiste, se le habían quedadoalgunas que no habían aparecido a primera vista, se apre-suró a hacerme llegar separadamente también estas»41.

Antes de concluir su investigación, Mons. Rossi inspec-ciona la vida de oración del fraile. Le observa mientrasmedita, cuando está de rodillas, con el rosario en la mano:«nada extraordinario», observa, «aparece externamente enel Padre Pío, aparte de ese recogimiento especial que haadvertido el superior»42. El fraile capuchino, en cambio,reconoce haber sido favorecido por apariciones y visionesintelectuales y, más o menos, «por tan grande espíritu deelevación».

La investigación prosigue también durante la santaMisa. Mientras el Padre Pío se reviste con los ornamentossagrados, el inquisidor entra en la capilla y, sentado en losbancos de madera, espera. Después, el sonido de la cam-panilla. Mirando, Mons. Rossi anota: «el Padre Pío celebracon demasiada devoción: cinco minutos para el mementode vivos, cuatro o cinco para el memento de muertos, dosminutos para la consagración del cáliz, medidos reloj enmano». No deja de haber errores o defectos litúrgicos: «Nole he visto inclinar la cabeza al nombrar la santo Padre enla colecta, no abre y cierra las manos correctamente en losOremus, no hace perfectamente la inclinación sobre el al-tar en el Munda y en el Te igitur, quizá por el dolor del cos-tado, no es enteramente preciso en las ceremonias de lacomunión… Todos estos detalles a los que un… santo de-bería estar atento»43.

Pero Mons. Rossi corrige enseguida: no se trata de im-perfecciones que provengan del Padre Pío, sino «de la for-mación, de las instrucciones imperfectamente recibidasen la época de su ordenación sacerdotal»44.

Por tanto, Mons. Rossi cronometra los tiempos y ob-serva los gestos. En resumen, no se le escapa nada. Des-

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pués de lo que ha visto y registrado, tiene la conciencia deser un intérprete inteligente hasta llegar a su primera con-clusión: en estos aspectos, el Padre Pío es inatacable desdetodos los puntos de vista.

7. El segundo grado del juicio

«¡Milagro, milagro!». Mons. Rossi sabe que al PadrePío se atribuyen milagros y bilocaciones. El visitador no esni crédulo ni escéptico y, después de haber examinado lavida espiritual del Padre Pío, quiere ver claro. Ahora co-mienza un segundo grado de juicio dedicado a los fenóme-nos extraordinarios del Padre Pío.

El visitador interroga a algunos capuchinos y, de no-che, a la luz de la vela de su habitación lee las cartas llega-das al convento. Las curaciones que se afirman, muchasno son seguras o son inexistentes. Sin embargo, en la co-rrespondencia epistolar del Padre Pío hay algunas declara-ciones dignas de atención45, que atribuyen milagros a suintercesión46. No obstante, sin una comprobación médicaes difícil llegar a una conclusión y la cuestión sigueabierta.

Todavía más complejo es el caso de las bilocaciones.Verificar el fenómeno es imposible y no queda más reme-dio que preguntar al mismo interesado. Esquivo, pocodado a hablar de sí mismo, bajo juramento el Padre Pío nose puede negar y, aun con embarazo, da su confirmación.Confirmación que, «hasta prueba contraria, hay que con-siderar sincera, porque la mentira y el juramento en falsocontrastarían de un modo demasiado vivo con la vida y lavirtud del Padre mismo»47.

Con mayor precisión, el fraile estigmatizado reconocesolo algunos casos de bilocación y lo hace con una senci-llez y candor que deja enteramente sorprendido a su inter-locutor. No solo el Padre Pío le habla de su comporta-

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miento, confirmado por sus hermanos, dirigido a silenciary esconderlo todo.

La lectura de estos asuntos desagrada. Las acusacionesdirigidas contra este hombre y los numerosos interrogato-rios a los que es sometido no hacen justicia a su vida evan-gélica. Mons. Rossi lo reconoce y, cogiendo la neta contra-dicción entre las acusaciones de «fraile astuto» y laevidencia de los hechos, que le manifiestan humilde e in-clinado a esconder las cosas, escribe: «¡Y pensar quetantas vanas palabras habían lanzado una luz tan desgra-ciada sobre este pobre capuchino! Por esto me permito lla-mar la atención de sus eminentísimos sobre las genuinas eíntegras declaraciones suyas, porque hacen verle de unmodo muy diferente al de un taumaturgo oportunista o alde un enfervorizado agitador de la plebe. Se trata de unpobre fraile que, por lo que me consta, se confirma que demodo inconsciente ha llegado a ser el centro de tanta aten-ción. Se le han atribuido en estos años tantas cosas, cosasde las que a él, si fuesen verdad, no le habría gustado quese hablase: cuando pudo, nunca dejó de alzar la voz. Ade-más, estas son palabras suyas, de todas estas cosas que sedecían, verdaderas o inventadas, el último o el que sabíamenos era el propio interesado»48.

8. El inquisidor, el inquirido y los estigmas

En la tarde del 17 de junio, la visita apostólica vive sumomento más dramático.

La investigación está ya en un buen punto. Han pasadotres días, Mons. Rossi ha interrogado a muchos testigos y,por tres veces, también al Padre Pío. En su primer interro-gatorio, el capuchino le ha hablado de los estigmas y le harevelado hechos que le han dejado de piedra. El Padre Píole ha dicho: «[el día de mi estigmatización] vi a N. S.[Nuestro Señor] en la actitud de quien está en la cruz […],

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me invitaba a compenetrarme con sus dolores [y me dijo]:“Te asocio a mi Pasión”. […] Desaparecida la visión, he en-trado en mí mismo […] y he visto estos signos aquí, de losque goteaba sangre»49.

Desde entonces, el capuchino los esconde celosamente:ha cubierto las heridas de las manos con dos medio-guan-tes, mientras que en los pies lleva calcetines y zapatos.Pero ¿qué es lo que oculta?

Mons. Rossi decide clarificar el misterio. Son las16.30. Se dirige a la celda del estigmatizado, atraviesa elpasillo, llega a la puerta, llama con decisión y, modesto, eljoven capuchino le abre. «Hazme ver tus estigmas», le or-dena.

Para el Padre Pío es un rayo en un día sereno. Mons.Rossi se da cuenta y anota: «el Padre Pío […] se resignó apadecer la visita misma, aunque no me escapó su pena in-terna que se manifestaba en su rostro. Por la noche medijo: “¡cuánto he sentido hoy el peso de la obediencia!”»50.

El capuchino, resignado, descubre sus manos. Haysangre que se ha pegado a los guantes y, obviamente, qui-társelos hace daño. Ahora los estigmas están a la vista delinquisidor, que mira y escribe: «Los estigmas están. Esta-mos ante un hecho real. Imposible negarlo».

Explica lo que ve. «Son muy visibles los estigmas en lasmanos. Estigmas producidos, me parece, por exudaciónde sangre: abertura, disgregación de tejidos no hay en ab-soluto, al menos en las palmas, podrá decirse que hay enel dorso, aunque a mí no me lo parece, pero entonces sedeberá convenir que la eventual apertura no penetra entoda la cavidad de la mano y no llega a abrirse en lapalma»51.

Por tanto, estigmas diferentes de los de san Francisco,que tenían el aspecto de excrecencias carnosas.

Mons. Rossi observa con atención, toma un metro,mide las dimensiones de las llagas, se trata de algunoscentímetros, registra la presencia de costras, pide que las

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quite, prueba a quitarlas él mismo. En este momento, elPadre Pío debe sentirse ya muy molesto. Los momentos desilencio son separados por las preguntas. Su inquisidor leinvita a sentarse. La comprobación parece terminada,pero no es así: «Quítate los zapatos y los calcetines», pideaún Mons. Rossi. Los zapatos del Padre Pío son los de unpobre fraile capuchino. Una vez quitados y puestos a unlado, el visitador, curioso, se baja y mira.

Las llagas de los pies «estaban a punto de desaparecer,no se advertían más que como dos botones blancos con laepidermis más blanca y delicada». Los cambios de la feno-menología de los estigmas es un hecho que sorprende.Mons. Rossi se esperaba que estuviesen sanguinolentoscomo los de las manos y pide aclaraciones. El indagadoresponde «que los estigmas a veces aparecen más o me-nos, sucede que a veces da la impresión de que van a desa-parecer, pero no desaparecen, y de nuevo se rehacen, re-brotan, por lo que puede suceder que estas de los pies sehayan reabierto ahora».

Mons. Rossi está reflexionando sobre este fenómeno,cuando pide al Padre Pío que se quite el hábito, la camisainterna y que descubra la herida del pecho. El inquisidor,que ya conoce la forma de esa llaga por las descripcionesde los médicos que le han precedido, se acerca al pechodel Padre Pío y la observa: ¡increíble! A pesar de esperaruna cruz o un corte horizontal o vertical, Mons. Rossiconstata: «En el pecho, el signo está representado por unamancha triangular, color rojo vino, y por otras más pe-queñas, y no ya, por tanto, por una especie de cruz inver-tida»52.

Sin esconder su sorpresa, el inquisidor pregunta al Pa-dre Pío si hay otros «signos» u otros «cambios» sobre sucuerpo, pero el Padre Pío le asegura que «no hay nada si-milar sobre su persona». Por tanto, hasta 1921, el PadrePío no tiene sobre el cuerpo otros signos de estigmas.

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El tormento del capuchino se ha casi ultimado. Se re-compone, se pone el hábito de nuevo. La prueba está aca-bada.

9. La noche del inquisidor

Es por la noche. Quizá se encuentra en su habitación.Mons. Rossi piensa en lo que ha visto y oído durante lajornada. El Padre Pío le ha revelado que el autor de los es-tigmas tiene una identidad bien precisa. No solo. Según elcapuchino, habría dirigido palabras al capuchino y le ha-bría confiado una misión: «Te asocio a mi Pasión»53. Des-pués, la estigmatización.

Pero ¿es verdad? Con este interrogante, Mons. Rossicomienza el proceso a los estigmas del Padre Pío. Ahoralas llagas están en el banco de los imputados. La palabrava a acusar. Al tratar el caso del Padre Pío, el dominico Le-mius había propuesto cuatro posibles causas del origendel fenómeno:

1. La hipótesis de una autoestigmatización ab intrín-seco, debido a un estado enfermizo de tipo patoló-gico.

2. La hipótesis de una autoestigmatización ab extrín-seco, por una sugestión o aplicación voluntaria demedios artificiales.

3. La hipótesis de una estigmatización de origen di-vino.

4. La hipótesis de una estigmatización de origen diabó-lico.

En su informe, el inquisidor observa que la última hi-pótesis no tiene posibilidad alguna, especialmente a la luzde la espiritualidad del interesado. Por ello la descarta.

Con respecto a las demás, el tenor de vida del PadrePío, su compromiso con la vida espiritual, su dedicación a

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la pastoral, la índole fuerte y bien educada de su tempera-mento, su sonrisa y las bromas excluyen una situaciónmorbosa de autosugestión producida por las meditacionesdel crucifijo. Sobre esto, Mons. Rossi escribe: «Como [po-dría] un neuropático resistir a las fatigas del ministerio,como [dejarían de producirse] en él fenómenos conse-cuencia de la congestión, es decir, inflamación, etc.»54.

Las consideraciones precedentes excluyen también laautosugestión causada por la dirección espiritual del pa-dre Benedetto. En este punto, Mons. Rossi demuestra serun investigador perspicaz. Examina la correspondenciaentre ambos y constata que, a diferencia de lo supuestopor el padre Gemelli, es el Padre Pío quien trata en primerlugar el tema de compartir los sufrimientos de Cristo55.

Queda solo el tema de una autoestigmatización reali-zada desde fuera, con medios químicos y físicos.

Mons. Rossi piensa en las acusaciones de uso de ácidofénico y de veratrina. Después de preguntar: «¿Eran los es-tigmas una ficción, un vulgar fraude, y el Padre Pío, aun acosta de sufrir, las produjo, las acrecentaba artificial-mente, para aumentar así la fama de “santo”?»56. Despuésde una atenta comprobación, el inquisidor concluye: «Elácido fénico fue pedido [por el Padre Pío] para la desinfec-ción de jeringas para inyecciones; ¡la veratrina, para unabroma que quería hacer en el recreo! El Padre Pío habíaexperimentado los efectos de ese polvo en dosis impercep-tibles puesto en el tabaco que le había ofrecido un her-mano. Sin saber de venenos, sin ni siquiera pensar en quées la veratrina (y por ello pidió cuatro gramos), la pidiópara repetir la broma y ¡reírse de algún hermano! Esto estodo. Más que la malicia, se revela la sencillez y el espírituingenioso del Padre Pío»57.

Aun dejando a los cardenales del Santo Oficio el úl-timo grado de juicio, el veredicto de Mons. Rossi es claro.Desde el punto de vista racional, a la luz de los datos que

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se tienen, los estigmas del Padre Pío solo pueden tener unorigen: el divino.

10. Un olor de violetas en un horno

El inquisidor pensaba haber terminado su investiga-ción, pero durante su estancia en San Giovanni Rotondose encontró con dos fenómenos excepcionales que lo sor-prenden y que, como representante del Santo Oficio, tieneel deber de aclarar. Mientras está en el convento, siente unperfume agradable y muy vivo, «comparable al de las vio-letas»59. Se dice que proviene del Padre Pío y que lo perci-ben todos los exaltados. Pero «yo no soy un admirador delPadre, escribe en su informe, me siento en plena indife-rencia [respecto al Padre Pío]».

¿De dónde viene entonces este inexplicable perfume?Es difícil decirlo. En su celda, el Padre Pío no tiene másque jabón59. Además, el perfume se percibe en algunosmomentos, a oleadas, a distancia. Pasa el tiempo, inclusoaños, y los vestidos que ha llevado, también los cabellosdel Padre Pío, «conservan ese perfume»60.

Mons. Rossi se encuentra todavía pensando en esemisterio cuando conoce un segundo hecho inexplicable.El Padre Pío sufre hipertermias fortísimas. Los termóme-tros normales se rompen y los que se utilizan para caba-llos alcanzan los 48º. Lo testifican muchos, incluso incré-dulos que, a pesar de ellos mismos, lo han constatado.

Mons. Rossi quiere comprender qué pasa y le preguntaal Padre Pío de qué depende. De «afectos internos, le res-ponde, de la consideración de alguna representación delSeñor». Se trata, escribe el visitador, de un mal moral, nofísico, en el que el Padre Pío se encuentra, como él mismoadmite, como en un horno. El hecho es tan original que,«bajo la presión de esta fiebre, el Padre Pío no se quedaabatido, se levanta, se mueve, hace todo». También en este

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caso, el origen del fenómeno solo puede ser uno: el divino.Mons. Rossi, sin embargo, es prudente y no toma partido.Reflexiona y escribe en su informe: «Si el hecho, ademásde excepcional, es milagroso, lo manifestará el Señorcuando lo crea oportuno»61.

11. ¿Quién eres, Padre Pío?

Han pasado 8 días. Mons. Rossi ha entrevistado, pre-guntado, observado. Después de una encuesta analítica,precisa hasta la exasperación, sin ahorrar nada ni buscaratenuantes, el obispo inquisidor resume los datos recogi-dos y con rápidas pinceladas dibuja el rostro humano y es-piritual del Padre Pío. El informe tiene importancia histó-rica por la nitidez de las conclusiones. Nos gustaría quequedasen esculpidas para futura memoria: «el Padre Pío esun buen religioso, ejemplar, ejercitado en la práctica de lasvirtudes, que practica la piedad y elevado quizá en los gra-dos de la oración, más de lo que se ve desde fuera; en espe-cial brilla de modo particular por una humildad sentida ypor una sencillez singular, que no han desaparecido ni si-quiera en los momentos más graves en los que estas virtu-des fueron puestas por él a prueba grave y peligrosa»62.

12. El regreso

Terminado el examen moral, espiritual y místico delPadre Pío63, quizá Mons. Rossi ya ha regresado a Volterracuando se plantea un último interrogante: «¿Qué se hacehoy en el convento y en el pueblo alrededor del PadrePío?»64.

Después de ocho días de estancia en San Giovanni Ro-tondo, el visitador reconoce que «las cosas han tomado unaspecto diferente del pasado, más serio, más calmado. El

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entusiasmo popular ha bajado»65, aunque no faltan episo-dios de «ridícula exterioridad», que el Padre Pío desaprueba.

Trasladar al Padre Pío, observa el visitador, causaría«una oposición muy viva por parte de los habitantes deSan Giovanni Rotondo».

Y ¿los otros frailes, hermanos del Padre Pío? «El con-vento va bien», añade Mons. Rossi. «Los religiosos quecomponen la comunidad de San Giovanni Rotondo sonserios, reservados y prudentes, no es necesario tomar me-dida alguna con respecto a ellos»66.

Así, después de alguna breve observación y de trataruna cuestión particular relativa a la dirección espiritual deuna hermana Brígida, en su informe el visitador anota loselementos esenciales surgidos de su investigación antes deenviarla al Santo Oficio:

1. «El Padre Pío es un buen religioso».2. «De las “gracias” pedidas por sus oraciones, muchas

no subsisten, muchas han sido afirmadas, pero care-cen de prueba jurídica».

3. «Lo extraordinario que sucede en la persona del Pa-dre Pío no se puede decir cómo sucede, pero cierta-mente no sucede por intervención diabólica ni porengaño o fraude».

4. «Los entusiasmos populares han disminuido mu-cho».

5. «La comunidad religiosa con la que el Padre Píoconvive es una buena comunidad en la que se puedeconfiar»67.

Por último, Mons. Rossi hace algunas sugerencias so-bre las decisiones de las que el Santo Oficio se debe hacercargo, de modo particular, algunas indicaciones para co-municar al padre Benedetto sobre la dirección espiritual.A la vez pide que se consiga la Cronohistoria del Padre Píoque el padre Benedetto va redactando, o al menos lo queva recogiendo para escribir un día la vida del Padre Pío»68.

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Mons. Rossi termina su informe el 4 de octubre de1921, fiesta de san Francisco de Asís. Después la envía alSanto Oficio69, teniendo cuidado de añadir un anexo ricode otros elementos para observar con atención: El Suma-rio, es decir, las actas de las declaraciones de los testigos.

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