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La acumulación del capital o en qué han convertido los epígonos la teoría de Marx. Crítica de las Críticas Rosa Luxemburg

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La acumulación del capitalo en qué han convertido los epígonos la teoría de Marx.

Crítica de las Críticas

Rosa Luxemburg

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ÍNDICE

I.................................................................................................................................................3II..............................................................................................................................................28

1...................................................................................................................................282...................................................................................................................................373...................................................................................................................................424...................................................................................................................................485...................................................................................................................................55

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Rosa Luxemburg

I

Habent sua fata libelli: los libros tienen su estrella. Cuando escribía mi Acumulación del Capital, me asaltaba de cuando en cuando la idea de que acaso todos los partidarios, un poco teóricamente versados de la teoría marxista, dirían que lo que yo me esforzaba por exponer y demostrar tan concienzudamente en esta obra era una perogrullada; que, en realidad, nadie se había imaginado que la cosa fuese de otro modo y que la solución dada al problema era la única posible e imaginable. Pero no ha sido así. Por la prensa socialdemócrata han desfilado toda una serie de críticos proclamando que la concepción en que descansa mi libro es falsa por completo, que el problema planteado no existía ni tenía razón de ser, y que la autora había sido lastimosamente víctima de una simple equivocación. Más: la publicación de mi libro ha aparecido enlazada con episodios que hay que calificar, por lo menos, de desusados. La “crítica” de la Acumulación publicada en el Vorwärts de 16 de febrero de 1913 es, por su tono y su contenido, algo verdaderamente extraño, incluso para lectores poco versados en la materia. Tanto más extraño cuanto que la obra criticada encierra un carácter puramente teórico, no polemiza contra ninguno de los marxistas vivos y se mantiene dentro de la más estricta objetividad. Pero por si esto no fuese suficiente, se inició una especie de acción judicial contra cuantos se atrevieron a emitir una opinión favorable acerca del libro, acción en la que el citado órgano central en la prensa (en la cual no habría, además, ni dos redactores que hubiesen leído el libro) se distinguió por su fogoso celo. Y presenciábamos un acontecimiento sin precedente y bastante cómico, además: la redacción en pleno de un periódico político, se puso en pie para emitir un fallo colectivo acerca de una obra puramente teórica y consagrada a un problema no poco complicado de ciencia abstracta, negando toda competencia en materias de economía política a hombres como Franz Mehring y K. Kautsky, para considerar como “entendidos” solamente a aquellos que echaban por tierra el libro.

Que yo recuerde, ninguna publicación del partido había disfrutado jamás de este trato, desde que existe el partido, y no son maravillas, por cierto, todo lo que están publicando, desde hace algunos años, las editoriales socialdemócratas. Lo insólito de todo esto revela bien a las claras que mi obra ha tocado en lo vivo a ciertos sentimientos apasionados que no son precisamente la “ciencia pura”. Pero para poder juzgar sobre el asunto con conocimiento de causa, hay que conocer antes, por lo menos en sus líneas generales, la materia de que se trata.

¿Sobre qué versa este libro tan violentamente combatido? Para el público lector, la materia resulta un tanto árida por el aparato, puramente externo y accidental, de las fórmulas matemáticas que en el libro se emplean con cierta profusión. Estas fórmulas son el blanco principal en las críticas de mi libro, y algunos de los señores críticos se han lanzado, incluso, en su severidad, para darme una lección, a construir fórmulas matemáticas nuevas todavía más complicadas, cuya sola vista infunde pavor al ánimo del simple mortal. Como veremos más adelante, esta predilección de mis “censores” por los esquemas no es un puro azar, sino que está íntimamente ligada a su punto de vista en cuanto al fondo de la cuestión. Sin embargo, el problema de la acumulación es, por sí mismo, un problema de carácter puramente económico, social, no tiene nada que ver con las fórmulas matemáticas y puede exponerse y comprenderse perfectamente sin necesidad de ellas. Cuando Marx, en la sección de El Capital en que estudia la reproducción del capital global de la sociedad, emplea esquemas matemáticos, como cien años antes de venir él hiciera Quesnay, el creador de la escuela fisiocrática y de la economía política como ciencia exacta, lo hacía simplemente para facilitar y aclarar la comprensión de lo expuesto. Con ello, tanto uno como otro, trataban también de demostrar, que los hechos de la vida económica dentro de la sociedad burguesa se hallan sujetos, a pesar de su superficie caótica y de hallarse regidos en apariencia por el capricho individual, a leyes tan exactas y rigurosas como los hechos de la naturaleza física. Ahora bien; como mis estudios sobre la acumulación descansaban en las investigaciones de Marx, a la par que se debatían críticamente con ellas, ya que Marx, por lo que se refiere especialmente al problema de la acumulación, no pasa de establecer algunos esquemas y se detiene en los umbrales de su análisis, era lógico que me detuviese a analizar los esquemas marxistas. Por dos razones: porque no iba a eliminarnos caprichosamente de la doctrina de Marx, y porque, además, me importaba precisamente poner de manifiesto la insuficiencia, para mí, de esta argumentación.

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Crítica de las críticas

Intentemos enfocar aquí el problema en su máxima sencillez, prescindiendo de toda fórmula matemática.

El régimen capitalista de producción está presidido por el interés en obtener ganancia. Para el capitalista, la producción sólo tiene finalidad y razón de ser cuando obtiene de ella, un año con otro, un “beneficio neto”, es decir, una ganancia líquida sobre todos los desembolsos de capital por él realizados. Pero lo que caracteriza a la producción capitalista como ley fundamental y la distingue de todas las demás formas económicas basadas en la explotación, no es simplemente la obtención de ganancias en oro contante y sonante, sino la obtención de ganancias en una progresión cada vez mayor. Para conseguirlo, el capitalista, diferenciándose en esto radicalmente de otros tipos históricos de explotadores, no destina exclusivamente, ni siquiera en primer término, los frutos de su explotación a fines de uso personal, sino a incrementar progresivamente la propia explotación. La parte más considerable de la ganancia obtenida se convierte nuevamente en capital y se invierte en ampliar la producción. De este modo, el capital se incrementa, se “acumula”, para usar la expresión de Marx, y por efecto de esta acumulación, a la par que como premisa, la producción capitalista va extendiéndose continuamente, sin cesar.

Pero, para conseguir esto, no basta con la buena voluntad del capitalista. Se trata de un proceso sujeto a condiciones sociales objetivas, que pueden resumirse del modo siguiente.

Ante todo, para que la explotación pueda desarrollarse, es necesario que exista fuerza de trabajo en proporción suficiente. El capital se cuida de hacer que esta condición se dé, gracias al propio mecanismo de este régimen de producción, tan pronto como cobra auge en la historia y se consolida más o menos. Lo hace de dos modos: 1º, permitiendo a los obreros asalariados a quienes da empleo que subsistan, bien o mal, mediante el salario que perciben, y que se multipliquen por medio de la procreación natural; 2º, creando, con la proletarización constante de las clases medias y con la competencia que supone para los obreros asalariados la implantación del maquinismo en la gran industria, un ejército de reserva del proletariado industrial, disponible siempre para sus fines.

Cumplida esta condición; es decir, asegurada, bajo la forma de proletariado, la existencia de material de explotación disponible en todo momento, y regulado el mecanismo de la explotación por el propio sistema del asalariado, surge una nueva condición básica para la acumulación del capital: la posibilidad de vender, cada vez en mayor escala, las mercancías fabricadas por los obreros asalariados, para de este modo convertir en dinero el capital desembolsado por el propio capitalista y la plusvalía estrujada a la fuerza de trabajo. “Condición primera de la acumulación es que el capitalista consiga vender sus mercancías, volviendo a convertir en capital la mayor parte del dinero obtenido de este modo.” (El Capital, I, Sección 7, Introducción1) Por tanto, para que la acumulación se desarrolle como proceso ascensional ha de darse la posibilidad de encontrar salida a las mercancías en una escala cada vez mayor. Como hemos visto, el propio capital se encarga de crear lo que constituye la condición fundamental de la acumulación. En el volumen primero de El Capital, Marx analiza y describe minuciosamente este proceso. Ahora bien, ¿en qué condiciones son realizables los frutos de esta explotación? ¿cómo encuentran salida en el mercado? ¿de qué depende esto? ¿reside acaso en la fuerza del capital o en la esencia de su mecanismo de producción la posibilidad de ampliar el mercado en la medida de sus necesidades, del mismo modo que adapta a éstas el censo de las fuerzas de trabajo? No, en absoluto. Aquí se manifiesta la subordinación del capital a las condiciones sociales. A pesar de todo lo que le distingue radicalmente de otras formas históricas de producción, el régimen capitalista tiene de común con todas ellas el que, en última instancia, aunque subjetivamente no tenga más designio fundamental que el deseo de obtener ganancia, tiene que satisfacer objetivamente las necesidades de la sociedad, sin que pueda conseguir aquel designio subjetivo más que en la medida en que cumpla esta misión objetiva. Las mercancías capitalistas sólo encuentran salida en el mercado y la ganancia que atesoran sólo puede convertirse en dinero siempre y cuando que estas mercancías satisfagan una necesidad social. Por consiguiente, el ascenso constante de la producción capitalista, es decir, la constante acumulación del capital, se halla vinculada al incremento y desarrollo no menos constante de las necesidades sociales.

1 Marx, Carlos, El Capital, Tomo I, FCE, México, 1972, página 474 ( N d E).

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Rosa Luxemburg

Pero ¿qué entendemos por necesidades sociales? ¿Cabe precisar y definir de un modo concreto este concepto, cabe medirlo, o tenemos que contentarnos con esta vaguedad e imprecisión?

Si enfocamos las cosas tal y como se nos presentan a primera vista en la superficie de la vida económica, en la vida diaria, es decir, desde el punto de vista del capitalista individual, este concepto es, evidentemente, indefinible. Un capitalista produce y vende, por ejemplo, máquinas. Sus clientes son otros capitalistas, que le compran las máquinas para producir con ellas capitalistamente otras mercancías. Por tanto, aquél venderá tantas más mercancías de las que produce cuanto más amplíen éstos su producción; podrá, por tanto, acumular tanto más rápidamente cuanto mayor sea la celeridad con que acumulen los otros, en sus respectivas ramas de producción. Aquí, en este ejemplo, “la necesidad social” a que tiene que atenerse nuestro capitalista es la demanda de otros capitalistas, y el desarrollo de su producción tiene por premisa el desarrollo de la de éstos. Otro produce y vende víveres para los obreros. Este venderá tanto más y, por consiguiente, acumulará tanto más capital cuantos más obreros trabajen para otros capitalistas (y para él), o, dicho en otros términos, cuanto más produzcan y acumulen otros capitalistas. Pero ¿de qué depende el que los “otros” puedan ampliar sus industrias? Depende, evidentemente, de que “estos” capitalistas, los productores de máquinas o víveres, por ejemplo, les compren sus mercancías en una escala cada vez mayor. Como se ve, a primera vista, la “necesidad social” de la que depende la acumulación de capital, parece residir en esta misma, en la misma acumulación del capital. Cuanto más acumule el capital, tanto más acumula: a esto, a esta perogrullada, o a este círculo vicioso, conduce el examen superficial del problema. No hay manera de ver dónde reside el punto de arranque, el impulso inicial. No hacemos más que dar vueltas a la noria y el problema se nos va de las manos. Tal es lo que ocurre si lo enfocamos desde el punto de vista de las apariencias del mercado, es decir, desde el punto de vista del capital individual, esta plataforma predilecta del economista vulgar.2

Pero la cosa cambia y adquiere fisonomía y perfil seguro tan pronto como enfoquemos la producción capitalista en su conjunto, desde el punto de vista del capital total, que es, en última instancia, el único criterio seguro y decisivo. Este es, en efecto, el criterio que Marx aplica y desarrolla por primera vez sistemáticamente en el segundo volumen de El Capital, pero que sirve de base a toda su teoría. En realidad, la autarquía privada de los capitales aislados no es más que la forma externa, la apariencia superficial de la vida económica, apariencia que el economista vulgar confunde con la realidad de las cosas, erigiéndola en fuente única de conocimiento. Por debajo de esta apariencia superficial, y por encima de todos los antagonismos de la competencia, está el hecho indestructible de que los capitales aislados forman socialmente un todo y de que su existencia y su dinámica se rigen por leyes sociales comunes, aunque éstas tengan que imponerse, por la falta de plan y la anarquía del sistema actual, a espaldas del capitalista individual y contra su conciencia, a fuerza de rodeos y desviaciones.

Si enfocamos la producción capitalista como un todo, veremos que las necesidades sociales son también una magnitud tangible, fácil de definir.

Imaginémonos que todas las mercancías producidas en la sociedad capitalista al cabo de un año se reuniesen en un sitio, apiladas en un gran montón, para aplicarlas en bloque a la sociedad. En seguida veremos cómo esta masa de mercancías se va convirtiendo, como la cosa más natural del mundo, en toda una serie de porciones de distinta clase y finalidad.

En todo tipo de sociedad y en todo tiempo, la producción tiene que atender, de un modo o de otro, a dos cometidos. En primer lugar, a alimentar, vestir y satisfacer, bien o mal, mediante objetos materiales, las necesidades físicas y culturales de la sociedad; es decir, para resumir, a producir medios de vida, en el sentido más amplio de esta palabra, para todas las capas de la población. En segundo lugar, para asegurar la continuación de la sociedad y, por tanto, su

2 Sirva de ejemplo de lo que son estos economistas el crítico de mi libro en el Vorwärts: G. Eckhstein, quien después de prometer al lector con gran suficiencia, al comienzo de su artículo, que le adoctrinará acerca de lo que son las necesidades sociales, no hace más que dar vueltas alrededor del rabo, como el gato, sin moverse del sitio, para acabar por decir que la cuestión “no es tan sencilla ni tan fácil”. Y es verdad. Es mucho más fácil y más sencillo estampar unas cuantas frases insustanciales.

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Crítica de las críticas

propia persistencia, toda forma de producción tiene que reponer constantemente los medios de producción consumidos: materias primas, herramientas e instrumentos de trabajo, fábricas y talleres, etc. Sin la satisfacción de estas dos necesidades primarias y elementales de toda sociedad humana, no se concebirían el desarrollo de la cultura ni el progreso. Y la producción capitalista tiene que atender también, pese a toda la anarquía que en ella reina y todos los intereses de obtención de ganancia que en ella se cruzan, a estos dos requisitos elementales.

Por tanto, en ese montón inmenso de mercancías capitalistas que nos hemos imaginado, encontraremos ante todo una porción considerable de mercancías destinadas a reponer los medios de producción consumidos durante el año anterior. Entre éstas se cuentan las nuevas materias primas, máquinas, edificios, etc. (lo que Marx llama “capital constante”), que los diversos capitalistas producen los unos para los otros en sus industrias y que necesariamente tienen que cambiarse entre sí para que la producción pueda funcionar en la escala que venía teniendo hasta allí. Y como (según el supuesto de que partimos) son las propias industrias capitalistas las que suministran todos los medios de producción necesarios para el proceso de trabajo de la sociedad, nos encontramos con que este intercambio de mercancías en el mercado capitalista es, como si dijésemos, un asunto de régimen interno, una incumbencia doméstica de los productores entre sí. El dinero necesario para mantener en marcha este intercambio de mercancías en todos sus aspectos sale, naturalmente, de los bolsillos de la propia clase capitalista (puesto que todo empresario tiene que disponer de antemano del capital necesario para alimentar su industria) y retorna, por supuesto, después de efectuarse el intercambio en el mercado, a esos mismos bolsillos.

Como aquí nos limitamos a suponer que los medios de producción se reponen en la misma escala de antes, resultará que todos los años será necesaria la misma suma de dinero para permitir periódicamente a todos los capitalistas que se provean unos a otros de medios de producción y que el capital invertido vuelva a sus bolsillos después de algún tiempo.

Pero en la masa capitalista de mercancías tiene que contenerse también, como en toda sociedad, una parte muy considerable destinada a ofrecer medios de vida a la población. Ahora bien, ¿cómo se distribuye la población en la sociedad capitalista, y cómo obtiene sus medios de vida? Dos formas fundamentales caracterizan al régimen capitalista de producción. La primera es el intercambio general de mercancías, lo cual quiere decir, en este caso, que ningún individuo de la población recibe de la masa social de mercancías ni lo más mínimo si a cambio no entrega dinero, medios de compra para adquirirlo. La segunda es el sistema capitalista del salariado, es decir, un régimen en que la gran masa del pueblo trabajador sólo obtiene medios de compra para la adquisición de mercancías entregando su fuerza de trabajo al capital y en que la clase poseedora sólo consigue medios de vida explotando esta relación. Por donde la producción capitalista, por el mero hecho de existir, presupone, como premisa, la existencia de dos grandes clases de población: capitalistas y obreros, clases de población radicalmente distintas la una de la otra en lo que al aprovisionamiento de medios de vida se refiere. Por muy indiferente que sea la vida del obrero para el capitalista, los obreros tienen que recibir, por lo menos, el alimento indispensable para que su fuerza de trabajo pueda desplegarse al servicio del capital y para que éste tenga en ella la posibilidad de proseguir la explotación. Por tanto, la clase capitalista asigna a los obreros todos los años una parte de la masa total de mercancías elaboradas por éstos, la parte de medios de vida estrictamente indispensable para servirse de ellos en la producción. Los obreros adquieren estas mercancías con los salarios que sus patronos les entregan en forma de dinero. Por medio del intercambio, la clase obrera percibe, pues, de la clase capitalista todos los años, por la venta de su fuerza de trabajo, una determinada suma de dinero, que, a su vez, cambia por una cantidad de víveres y medios de vida, salida de esa masa social de mercancías que es propiedad de los capitalistas, cantidad que varía según su nivel cultural y la pujanza de la lucha de clases. Como se ve, el dinero, que sirve de mediador para este segundo gran intercambio de la sociedad, sale también de los bolsillos de la clase capitalista: el capitalista, para poner en marcha su empresa, tiene que adelantar el que Marx llama “capital variable”, o sea, el capital en dinero, necesario para comprar la fuerza de trabajo. Pero este dinero, tan pronto como los obreros compran todos sus víveres y medios de vida (como están obligados a hacer para su propio sustento y el de su familia), vuelve, al céntimo, al bolsillo de los capitalistas como clase. No en vano son industriales capitalistas los que venden a los obreros, como mercancías, sus medios de subsistencia. Veamos ahora qué ocurre con el consumo de los propios capitalistas. Los medios

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Rosa Luxemburg

de consumo de la clase capitalista le pertenecen ya a ella, como masa de mercancías, antes de iniciarse el intercambio, y le pertenecen por virtud del régimen capitalista, según el cual, todas las mercancías sin distinción (con excepción de una sola: la fuerza de trabajo) vienen al mundo como propiedad del capital. Pero estos medios de vida “más escogidos” nacen, precisamente, por ser mercancías, como propiedad de toda una serie de capitalistas individuales aislados, es decir, como propiedad privada de cada capitalista individual. Por eso, para que la clase capitalista pueda disfrutar la masa de víveres y medios de consumo que le corresponde, tiene que mediar (como tratándose del capital constante) un intercambio permanente y general entre los capitalistas todos. Este intercambio social tiene también por agente el dinero, y las cantidades necesarias para estas atenciones han de ser puestas en circulación, como en los otros casos, por los mismos capitalistas, toda vez que se trata, como en la renovación del capital constante, de una incumbencia de carácter interno, doméstico, de la clase capitalista. Y estas sumas de dinero retornan igualmente, efectuado el intercambio, a los bolsillos de la clase capitalista, de la que salieron.

El mismo mecanismo de la explotación capitalista, que regula todo el régimen del salariado, se cuida de que todos los años se fabrique la cantidad necesaria de medios de consumo con el lujo exigido por los capitalistas. Si los obreros sólo produjesen los medios de consumo necesarios para su propia conservación, darles trabajo no tendría razón de ser para el capital. Esto sólo tiene sentido, desde el punto de vista capitalista, a partir del momento en que el obrero, después de cubrir sus propias necesidades, a las que corresponde el salario, asegura también la vida de sus “protectores”, es decir, crea, para emplear la expresión de Marx, “plusvalía” para el capitalista. Entre otras cosas, esta plusvalía sirve para que la clase capitalista viva, como las demás clases explotadoras que la precedieron en la historia, con la holgura y el lujo que apetece. Conseguido esto, a los capitalistas no les resta más que atender, distribuyéndose mutuamente las correspondientes mercancías y preparando el dinero necesario para ello, a la dura y ascética existencia de su clase y a su natural perpetuación.

Con esto, hemos separado de nuestra gran masa social de mercancías dos categorías considerables: medios de producción, destinados a renovar el proceso de trabajo, y medios de vida, destinados a asegurar el sustento de la población, o sea, de la clase obrera, de una parte, y de otra de la clase capitalista.

Habrá quien piense, sin duda, que esto que hemos venido exponiendo hasta aquí no es más que una fantasmagoría. ¿Qué capitalista sabe hoy ni se preocupa tampoco de saber cuánto ni qué hace falta para reponer el capital global de la sociedad, ni para alimentar a toda la clase obrera y a toda la clase capitalista en bloque? Lejos de ello, hoy todo industrial produce en una competencia ciega con los demás, y ninguno de ellos ve más allá de sus propias narices. Sin embargo, en el fondo de todo este caos de la competencia y de la anarquía hay, evidentemente, normas invisibles que se imponen; necesariamente tiene que haberlas, pues de otro modo ya hace mucho tiempo que la sociedad capitalista se habría derrumbado. Y la eco-nomía política, en cuanto ciencia, no tiene más razón de ser, ni la teoría marxista persigue tampoco, conscientemente, otro designio que descubrir esas leyes ocultas que ponen orden y armonía en el caos de las economías privadas, imprimiéndoles unidad social. Estas leyes objetivas invisibles de la acumulación capitalista (acumulación de capital mediante el incremento progresivo de la producción) son las que tenemos que investigar aquí. El hecho que estas leyes que ponemos de manifiesto aquí no presidan la conducta consciente de los capitales aislados puestos en acción; el hecho que en la sociedad capitalista no exista, en realidad, un órgano general de dirección llamado a fijar y a poner en práctica estas leyes con plena conciencia de su misión, sólo quiere decir que la producción actual camina como un ciego, por tanteos, y cumple con su cometido a fuerza de producir poco o demasiado, abriéndose paso a través de toda una serie de oscilaciones de precios y de crisis. Pero estas oscilaciones de precios y estas crisis tienen, si bien se mira, una razón de ser para la sociedad, enfocada en conjunto, puesto que son las que encauzan a cada paso la producción privada caótica y descarrilada dentro de los derroteros perdidos, evitando que se estrelle. Así, pues, cuando aquí, siguiendo las enseñanzas de Marx, intentamos trazar a grandes rasgos la rela-ción entre la producción capitalista en conjunto y las necesidades sociales, prescindimos de los métodos específicos (oscilaciones de precios y crisis) con que el capitalismo regula aquella relación, para mirar el fondo del problema.

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Crítica de las críticas

Hemos visto que de la gran masa social de mercancías salen dos grandes porciones: aquellas a que nos hemos venido refiriendo. Pero esto no basta ni puede bastar. Si la explotación de los obreros no tuviese más finalidad que asegurar a sus explotadores una vida de opulencia, la sociedad actual sería una especie de sociedad esclavista modernizada o de feudalismo medieval puesto al día, y no la sociedad capitalista en que vivimos. La razón de ser vital y la misión específica de este tipo de sociedad es la ganancia en forma de dinero, la acumulación de capital-dinero. Por tanto, el verdadero sentido histórico de la producción actual comienza allí donde la explotación rebasa aquella línea. La plusvalía, además de bastar para atender a la existencia “digna” de la clase capitalista, tiene que ser lo suficientemente holgada para que pueda destinarse una parte de ella a la acumulación. Más: esta finalidad primordial es tan decisiva, que los obreros sólo encuentran trabajo, y por tanto posibilidades para procurarse medios de consumo, en la medida en que creen este beneficio destinado a la acumulación y las perspectivas sean propicias a que pueda acumularse, real y verdaderamente, en forma de dinero.

Por consiguiente, en nuestro imaginario stock general de mercancías de la sociedad capitalista tiene que contenerse, además de las dos porciones conocidas, una tercera que no se destine ni a reponer los medios de producción consumidos ni a mantener a los capitalistas y a los obreros. Una porción de mercancías que encierre esa parte inapreciable de la plusvalía arrancada a los obreros, en la que reside, como decimos, la razón de ser vital del capitalismo: la ganancia destinada a la capitalización, a la acumulación. ¿Qué clase de mercancías son éstas y quién ofrece demanda para ellas en la sociedad, es decir, quién se las toma a los capitalistas, permitiéndoles, por fin, embolsarse en dinero contante y sonante la parte primordial de la ganancia?

Con esto, tocamos al verdadero nervio del problema de la acumulación, y hemos de examinar todas las tentativas que se han hecho para resolverlo.

¿Puede partir esa demanda de los obreros, a quienes se destina la segunda porción de mercancías del stock social? Sabemos que los obreros no poseen más medios de compra que aquellos que les suministran los industriales en forma de salario, salario que les permite adquirir la parte del producto global de la sociedad estrictamente indispensable para vivir. Agotado el salario, no pueden consumir ni un céntimo más de mercancías capitalistas, por muchas y grandes que sean sus necesidades. Además, la aspiración y el interés de la clase capitalista tienden a medir esta parte del producto global de la sociedad consumida por los obreros y los medios de compra destinados a ello, no con esplendidez precisamente, sino, por el contrario, con la máxima estrechez. Pues, desde el punto de vista de los capitalistas como clase (y es muy importante tener en cuenta este punto de vista y no confundirlo con las ideas más o menos confusas que pueda formarse un capitalista individual), los obreros no son, para el capitalismo, compradores de mercancías, “clientes” como otros cualesquiera, sino simplemente fuerza de trabajo, cuya manutención a costa de una parte de su producto constituye una triste necesidad, necesidad que hay que reducir, naturalmente, al mínimo socialmente indispensable.

¿Acaso puede partir de los propios capitalistas la demanda para esta última porción de su masa social de mercancías, extendiendo el radio de su consumo privado? La cosa sería, por sí misma, factible, a pesar de que el lujo de la clase dominante, y no sólo el lujo, sino los caprichos y fantasías de todo género, dejan ya poco que desear. Pero, si los capitalistas se gastasen alegremente la plusvalía íntegra estrujada a sus obreros, la acumulación caería por su base. La sociedad moderna retrocedería (retroceso totalmente fantástico, desde el punto de vista del capital) a una especie de sociedad esclavista o de feudalismo modernizados. Y lo que puede ocurrir y a veces se pone en práctica con todo celo es lo contrario precisamente: la acu-mulación capitalista con formas de explotación propias de la esclavitud o de la servidumbre de la gleba perduró hasta después de mediados del siglo pasado en los Estados Unidos, y puede observarse todavía hoy en Alemania y en distintas colonias de ultramar. Pero el caso opuesto, o sea, la forma moderna de la explotación, el asalariado libre, combinado con la disipación trasnochada, antigua o feudal, de la plusvalía, olvidando la acumulación, sería un delito contra el espíritu santo del capitalismo y es sencillamente inconcebible. Volvemos a encontrarnos aquí, evidentemente, con que no coinciden, ni mucho menos, el punto de vista del capital global con el de los capitalistas individuales. Para éstos, el lujo de los “grandes señores”, por ejemplo,

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Rosa Luxemburg

constituye una apetecible dilatación de la demanda, y por tanto una magnífica y nada despreciable ocasión para acumular. En cambio, para los capitalistas todos como clase, la dilapidación de toda la plusvalía en forma de lujo sería una locura, un suicidio económico, ya que supondría matar de raíz la acumulación.

¿De dónde, pues, pueden salir los compradores, los consumidores para esa porción social de mercancías sin cuya venta no sería posible la acumulación? Hasta ahora, hay una cosa clara, y es que esos consumidores no pueden salir de la clase obrera ni de la clase capitalista.

¿Pero es que en la sociedad no hay toda una serie de sectores, los empleados, los militares, el clero, los intelectuales, los artistas, etc., que no cuentan entre los capitalistas ni entre los obreros? ¿Acaso todos estos sectores de la población no tienen que atender también a sus necesidades de consumo? ¿No serán ellos los consumidores que buscamos para el remanente aludido de mercancías? Desde luego, para el capitalista individual, indudablemente. Pero la cosa cambia si enfocamos a todos los capitalistas como clase, si tenemos en cuenta, no los capitales aislados, sino el capital global de la sociedad. En la sociedad capitalista, todos esos sectores y profesiones a que aludimos no son, económicamente considerados, más que apéndices o satélites de la clase capitalista. Si investigamos de dónde salen los recursos de los empleados, militares, clero, artistas, etc., veremos que salen en parte del bolsillo de los capitalistas y en parte (por medio del sistema de los impuestos indirectos) de los salarios de la clase obrera. Por tanto, estos sectores no cuentan ni pueden contar, económicamente considerados, para el capital global de la sociedad como clase especial de consumidores, ya que no poseen potencia adquisitiva propia, hallándose comprendidos ya en el consumo de las dos grandes masas: los capitalistas y los obreros.

Por el momento, no vemos, pues, de dónde pueden salir los consumidores, los clientes para dar salida a esta última porción de mercancías, sin cuya venta no hay acumulación posible.

Y es lo cierto que la solución del problema no puede ser más sencilla. Tal vez nos esté ocurriendo lo de aquel jinete que buscaba desesperadamente el caballo que montaba. ¿Acaso no serán también los capitalistas los consumidores recíprocos de este resto de mercancías a las que buscamos salida, no para comérselas, ciertamente, sino para ponerlas al servicio de la nueva producción, al servicio de la acumulación? Pues, ¿qué es la acumulación sino el incremento de la producción capitalista? Ahora bien, para esto sería necesario que aquellas mercancías no fuesen precisamente artículos de lujo destinados al consumo privado de los capitalistas, sino medios de producción de todo género (nuevo capital constante) y medios de consumo para la clase trabajadora.

Está bien. Pero el caso es que semejante solución no haría más que aplazar la dificultad por unos momentos. En efecto, concedido que la acumulación se ponga en marcha y que, al año siguiente, la producción incrementada arroje al mercado una masa mucho mayor de mercancías que la del año actual, surge esta cuestión: ¿dónde encontrar, cuando ese momento llegue, la salida para esta masa de mercancías acrecentadas?

Acaso se contestará que esta masa acrecentada de mercancías volverá a ser consumida al año siguiente por el intercambio mutuo entre los capitalistas, empleándose por todos ellos para acrecentar nuevamente la producción, y así sucesivamente, de un año para otro. Pero esto no sería más que un tiovivo que giraría en el vacío sin cesar. Esto no sería acumulación capitalista, es decir, acumulación de capital-dinero, sino todo lo contrario: producir mercancías simplemente por producirlas, lo que desde el punto de vista capitalista constituye el más completo absurdo. Si llegamos a la conclusión que los capitalistas, considerados como clase, son siempre los consumidores de sus propias mercancías, de su masa global de mercancías (prescindiendo de la parte que necesariamente tienen que asignar a la clase obrera para su conservación), si son ellos siempre los que se compran a sí mismos las mercancías producidas con su propio dinero y los que tienen que convertir en oro de este modo la plusvalía que encierran aquéllas, ello equivaldrá a reconocer que el incremento de las ganancias, la acumulación por parte de la clase capitalista es un hecho imposible.

Para que pueda haber acumulación, necesariamente tienen que existir clientes distintos para la porción de mercancías que contienen la ganancia destinada a la acumulación, clientes que

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Crítica de las críticas

tengan de fuente propia sus medios adquisitivos y no necesiten ir a buscarlos al bolsillo de los capitalistas, como ocurre con los obreros o con los colaboradores del capital: funcionarios públicos, militares, clero y profesiones liberales. Ha de tratarse, pues, de clientes que obtengan sus medios adquisitivos como fruto de un intercambio de mercancías, y por tanto de una producción de mercancías, que se desarrolle el margen de la producción capitalista; ha de tratarse, en consecuencia, de productores cuyos medios de producción no tengan la categoría de capital y a quienes no pueda incluirse en ninguna de las dos categorías de capitalistas y obreros, aunque, por unas razones o por otras, brinden un mercado a las mercancías del capitalismo.

¿Quiénes pueden ser estos clientes? En la sociedad actual, no hay más clases ni más sectores sociales que los obreros y los capitalistas con toda su cohorte de parásitos.

Hemos llegado al nervio del problema. En el volumen segundo de El Capital, Marx parte, como en el primer volumen, del supuesto que la producción capitalista es la forma única y exclusiva de producción. En el volumen primero dice: “Aquí, hacemos caso omiso del comercio de exportación, por medio del cual un país puede cambiar artículos de lujo por medios de producción y de vida, o viceversa. Para enfocar el objeto de nuestra investigación en toda su pureza, libre de todas las circunstancias concomitantes que puedan empañarlo, tenemos que enfocar aquí todo el mundo comercial como su fuese un sola nación y admitir que la producción capitalista se ha instaurado ya en todas partes y se ha adueñado de todas las ramas industriales sin excepción.”3 Y en el volumen segundo: “Pues aquí sólo existen dos clases: la clase obrera, que no dispone más que de su fuerza de trabajo, y la clase capitalista, monopolizadora tanto de los medios de producción domo de dinero.”4 Es evidente que, bajo estas condiciones, en nuestra sociedad no existen más que capitalistas, con todo su séquito, y proletarios asalariados; es inútil que queramos descubrir otras capas sociales, otros productores y consumidores de mercancías. Y si es así, nos encontramos con que la acumulación capitalista se enfrenta, como me he esforzado en demostrar, con ese problema insoluble en el que hemos tropezado.

Ya podemos girarnos hacia donde queramos; mientras reconozcamos que en la sociedad actual no hay más clases que la capitalista y la obrera, los capitalistas, considerados como clase, se verán en la imposibilidad de deshacerse de las mercancías sobrantes para convertir la plusvalía en dinero y poder de este modo acumular capital.

Pero el supuesto de que parte Marx no es más que una simple premisa teórica, que él sienta para facilitar y simplificar la investigación. En realidad, la producción capitalista no es, ni mucho menos, régimen único y exclusivo, como todo el mundo sabe y como el mismo Marx recalca de vez en cuando en su obra. En todos los países capitalistas, incluso en aquellos de industria más desarrollada, quedan todavía, junto a las empresas capitalistas agrícolas e industriales, numerosas manifestaciones de tipo artesano y campesino, basadas en el régimen de la producción simple de mercancías. En la misma Europa existen todavía, al lado de los viejos países capitalistas, otros en que predominan aún de un modo muy considerable, como acontece en Rusia, los países balcánicos y escandinavos y España, este tipo de producción artesana y campesina. Y, finalmente, junto a los países capitalistas de Europa y Norteamérica, quedan todavía continentes enormes en los que la producción capitalista sólo empieza a manifestarse en unos cuantos centros dispersos, presentando en la inmensidad de su superficie las más diversas formas económicas, desde el comunismo primitivo hasta el régimen feudal, campesino y artesano. Y todas estas formas de sociedad y de producción no sólo coexisten o han coexistido con el capitalismo, en pacífica convivencia dentro del espacio, sino que desde los comienzos de la era capitalista se establece entre ellas y el capitalismo europeo un intenso proceso de intercambio de carácter muy particular. La producción capitalista, como auténtica producción de masas que es, no tiene más remedio que buscar clientela en los sectores campesinos y artesanos de los países viejos y en los consumidores del resto del mundo, a la par que no puede tampoco desenvolverse técnicamente sin contar con los productos (medios de producción y de consumo) de todos estos sectores y países. Así se explica que, desde los primeros momentos se desarrollase entre la producción capitalista y el medio no capitalista que la envolvía un proceso de intercambio en que el capital, al mismo

3 Marx, Carlos, El Capital, Tomo I, FCE, México, 1972, página 489, nota 2 a pie de página (N d E).4 Marx, Carlos, El Capital, Tomo II, FCE, México, 1972, página 375 (N d E).

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tiempo que encontraba la posibilidad de realizar en dinero contante su plusvalía, para los fines de su capitalización intensiva, se aprovisionaba de las mercancías necesarias para desarrollar su propia producción, y, finalmente, se abría paso para la conquista de nuevas fuerzas de trabajo proletarizadas, mediante la descomposición de todas aquellas formas de producción no capitalistas.

Pero esto no es más que el contenido económico escueto del proceso a que nos referimos. En su forma concreta de manifestarse en la realidad, este fenómeno forma el proceso histórico del desarrollo del capitalismo en la escena mundial con toda su variedad agitada y multiforme.

En efecto, el intercambio del capital con los medios no capitalistas empieza tropezando con todas las dificultades propias de la economía natural, con el régimen social tranquilo y seguro, y las necesidades restringidas de una economía campesina patriarcal y de una sociedad de artesanado. Para resolver estas dificultades, el capital acude a “remedios heroicos”, echa mano del hacha del poder político. En la misma Europa, su primer gesto es derribar revolucionariamente la economía natural del feudalismo. En los países de ultramar, su primer gesto, el acto histórico con que nace el capital y que desde entonces no deja de acompañar ni un solo momento a la acumulación, es el sojuzgamiento y el aniquilamiento de la comunidad tradicional. Con la ruina de aquellas condiciones primitivas, de economía natural, campesinas y patriarcales de los países viejos, el capitalismo europeo abre la puerta al intercambio de la producción de mercancías, convierte a sus habitantes en clientes obligados de las mercancías capitalistas, y acelera, al mismo tiempo, en proporciones gigantescas, su proceso de acumulación, desfalcando de un modo directo y descarado los tesoros naturales y las riquezas atesoradas por los pueblos sometidos a su yugo. Desde comienzos del siglo XIX estos métodos se desarrollan paralelamente con la exportación del capital acumulado de Europa a los países no capitalistas del resto del mundo, donde, sobre un nuevo campo, sobre las ruinas de las formas indígenas de producción, conquistan nuevos clientes para sus mercancías y, por tanto, nuevas posibilidades de acumulación.

De este modo, mediante este intercambio con sociedades y países no capitalistas, el capitalismo va extendiéndose más y más, acumulando capitales a costa suya, al mismo tiempo que los corroe y los desplaza para suplantarlos. Pero cuantos más países capitalistas se lanzan a esta caza de zonas de acumulación y cuanto más van escaseando las zonas no capitalistas susceptibles de ser conquistadas por los movimientos de expansión del capital, más aguda y rabiosa se hace la competencia entre los capitales, transformando esta cruzada de expansión en la escena mundial en toda una cadena de catástrofes económicas y políticas, crisis mundiales, guerras y revoluciones.

De este modo, el capital va preparando su bancarrota por dos caminos. De una parte, porque, al expansionarse a costa de todas las formas no capitalistas de producción, camina hacia el momento en que toda la humanidad se compondrá exclusivamente de capitalistas y proletarios asalariados, haciéndose imposible, por tanto, toda nueva expansión y, como consecuencia de ello, toda acumulación. De otra parte, en la medida en que esta tendencia se impone, el capitalismo va agudizando los antagonismos de clase y la anarquía política y económica internacional en tales términos, que, mucho antes de que se llegue a las últimas consecuencias del desarrollo económico, es decir, mucho antes de que se imponga en el mundo el régimen absoluto y uniforme de la producción capitalista, sobrevendrá la rebelión del proletariado internacional, que acabará necesariamente con el régimen capitalista.

Tal es, en síntesis, el problema y su solución, como yo los veo. Parecerá a primera vista que se trata de una sutileza puramente teórica. Sin embargo, la importancia práctica del problema es bien evidente. Esta importancia práctica reside en sus conexiones íntimas con el hecho más destacado de la vida política actual: el imperialismo. Las características típicas externas del período imperialista, la lucha reñida entre los estados capitalistas por la conquista de colonias y órbitas de influencia y posibilidades de inversión para los capitales europeos, el sistema internacional de empréstitos, el militarismo, los fuertes aranceles protectores, la importancia predominante del capital bancario y de los consorcios industriales en la política mundial, son hoy hechos del dominio general. Y su íntima conexión con la última fase del desarrollo capitalista, su importancia para la acumulación del capital, son tan evidentes, que los conocen y reconocen abiertamente tanto los defensores como los adversarios del imperialismo. Pero los

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socialistas no pueden limitarse a este reconocimiento puramente empírico. Para ellos, es obligado investigar y descubrir con toda exactitud las leyes económicas que rigen estas relaciones, las verdaderas raíces de ese grande y abigarrado complejo de fenómenos que forma el imperialismo. En éste como en tantos otros casos, no podremos luchar contra el imperialismo con la seguridad, la claridad de miras y la decisión indispensables en la política del proletariado, si antes no enfocamos el problema en sus raíces con una absoluta claridad teórica. Antes de aparecer El Capital de Marx, los hechos característicos de la explotación, del plustrabajo y de la ganancia eran sobradamente conocidos. Pero fueron la teoría exacta y precisa de la plusvalía y de su formación, la teoría de la ley del salario y del ejército industrial de reserva, cimentadas por Marx sobre la base de su teoría del valor, las que sentaron la práctica de la lucha de clases sobre la base firme, férrea, en que se desenvolvió hasta la guerra mundial el movimiento obrero alemán y, siguiendo sus huellas, el movimiento obrero internacional. Ya se sabe que la teoría por sí sola no basta y que, a veces, con la mejor de las teorías, puede seguirse la más lamentable de las prácticas; la bancarrota de la social-democracia alemana lo demuestra de un modo muy elocuente. Pero esta bancarrota no ha sobrevenido precisamente por culpa de la conciencia teórica marxista, sino a pesar de ella, y el único camino para remediarla es volver a poner la realidad del movimiento obrero en consonancia y al unísono con su teoría. La orientación general de la lucha de clases, y su planteamiento en un campo especial e importante de problemas, sólo pueden tener un cimiento firme que sirva de trinchera a nuestras posiciones en la teoría marxista, en los tesoros tantas veces inexplorados de las obras fundamentales de Marx.

Que las raíces económicas del imperialismo residen, de un modo específico, en las leyes de la acumulación del capital, debiendo ponerse en concordancia con ellas, es cosa que no ofrece lugar a dudas, ya que el imperialismo no es, en términos generales, según demuestra cualquier apreciación empírica vulgar, más que un método específico de acumulación. Ahora bien, ¿cómo es posible esto si nos atenemos cerradamente al supuesto de que parte Marx en el volumen segundo de El Capital, al supuesto de una sociedad basada exclusivamente en la producción capitalista y en que, por tanto, la población se divide toda ella en capitalistas y obreros asalariados?

Cualquiera que sea la explicación que se dé de los resortes económicos e internos del imperialismo, hay una cosa que es desde luego clara y que todo el mundo conoce, y es que la esencia del imperialismo consiste precisamente en extender el capitalismo de los viejos países capitalistas a nuevas zonas de influencia y en la competencia de estas zonas nuevas. Ahora bien; en el volumen segundo de su El Capital, Marx supone, como hemos visto, que el mundo entero forma ya “una nación capitalista”, habiendo sido superadas todas las demás formas de economía y de sociedad. ¿Cómo explicar, pues, la existencia del imperialismo en una sociedad como ésta, en que no existe margen alguno para su desarrollo?

Al llegar aquí, he creído que era obligada la crítica. El admitir teóricamente una sociedad exclusivamente compuesta de capitalistas y obreros es un supuesto perfectamente lícito y natural cuando se persiguen determinados fines de investigación (como acontece en el volumen primero de El Capital, con el análisis de los capitales individuales y de sus prácticas de explotación en la fábrica), pero a mí me parecía que resultaba inoportuno y perturbador enfocar el problema de la acumulación del capital social en bloque. Como esté fenómeno refleja el verdadero proceso histórico de la evolución capitalista, yo entendía que era imposible estudiarlo sin tener presentes todas las condiciones de esta realidad histórica. La acumulación del capital, concebida como proceso histórico, se abre paso, desde el primer día hasta el último, en un medio de formaciones capitalistas de la más varia especie, debatiéndose políticamente con ellas en lucha incesante y estableciendo con ellas también un intercambio económico permanente. Y si esto es así, ¿cómo podría enfocarse acertadamente este proceso y las leyes de su dinámica interna aferrándose a una ficción teórica muerta, para la que no existen aquel medio ambiente, aquélla lucha, ni aquel intercambio?

Me parecía que, planteadas así las cosas, la fidelidad a la teoría de Marx exigía precisamente apartarse de la premisa sentada en el volumen primero de El Capital, tan indicada y tan fructífera allí para plantear el problema de la acumulación, concebida como proceso global, sobre la base concreta del intercambio entre el capital y el medio histórico que le rodea. Haciéndolo así, la explicación del proceso se deriva, a mi juicio, de las enseñanzas

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fundamentales de Marx y se halla en perfecta armonía con el resto de su obra económica maestra, sin que para armonizarlo con ella haya que forzar nada.

Marx plantea el problema de la acumulación del capital global, pero sin llegar a darle una solución. Es cierto que empieza sentando como premisa de su análisis la de aquella sociedad puramente capitalista, pero sin desarrollar completamente el análisis sobre esta base, antes bien, interrumpiéndolo precisamente cuando llegaba a este problema cardinal. Para ilustrar sus ideas, traza algunos esquemas matemáticos, pero apenas había comenzado a interpretarlos en el sentido de sus posibilidades prácticas sociales y a revisarlos desde este punto de vista, cuando la enfermedad y la muerte le arrancaron la pluma de la mano. La solución de este problema, como la de tantos otros, quedaba reservada a sus discípulos, y mi Acumulación del Capital no perseguía otra finalidad que la de un ensayo sobre este tema.

Cabía reputar acertada o falsa la solución propuesta por mí, criticarla, impugnarla, completarla, dar al problema otra solución. No se hizo nada de eso. Ocurrió algo inesperado: Los “técnicos” declararon que no existía problema alguno que resolver. Que las manifestaciones de Marx en el segundo volumen de El Capital bastaban para explicar y agotar el fenómeno de la acumulación y que en estas páginas se demostraba palmariamente, por medio de los esquemas, que el capital podía expansionarse de un modo excelente y la producción extenderse sin necesidad de que existiese en el mundo más producción que la capitalista, que ésta tenía en sí misma su mercado y que sólo mi rematada ignorancia e incapacidad para comprender lo que es el ABC de los esquemas marxistas me podía haber llevado a ver aquí semejante problema.

Es cierto que entre los economistas se viene discutiendo desde hace un siglo sobre el problema de la acumulación y sobre la posibilidad de realización de la plusvalía: en los años 1820 y siguientes, fueron las controversias de Sismondi-Say, Ricardo-Mac Culloch; en los años 50 y siguientes, las polémicas de Rodbertus y V. Kirchmann; en las décadas del 80 y del 90, las discusiones entre los “populistas” rusos y los marxistas. Los teóricos más eminentes de la economía política en Francia, Inglaterra, Alemania y Rusia no han cesado de ventilar estos problemas, antes y después de publicarse El Capital, de Marx. Y dondequiera que una aguda crítica social estimulaba las inquietudes espirituales en materia de economía política, encontramos a los investigadores torturados por este problema.

Es cierto que el volumen segundo de El Capital no es como el primero, una obra terminada, sino una obra incompleta, una compilación suelta de fragmentos y apuntes más o menos perfilados, de esos que los investigadores suelen trazar para poner en claro sus propias ideas, y que las enfermedades impidieron constantemente a su autor terminar, y entre estos apuntes, el análisis de la acumulación del capital global, último capítulo del manuscrito, es precisamente el que peor parado sale: sólo abarca 35 míseras páginas de las 450 con que cuenta el libro, quedando interrumpido bruscamente.

Marx creía, según el testimonio de Engels, que este último capítulo del volumen “necesitaba de una urgente refundición” y que no constituía, siempre según el mismo testimonio, “más que un estudio provisional del tema”. En el transcurso de sus investigaciones, Marx iba dejando siempre para el final de su obra el problema de la realización de la plusvalía, planteando las dudas que este problema le sugería cada vez bajo una forma nueva, patentizando ya con ello la dificultad que el problema presentaba.

Es cierto que entre las premisas de este breve fragmento en que Marx, al final del segundo volumen, trata de la acumulación; en las manifestaciones del volumen tercero, en que describe “la dinámica global del capital”, se revelan flagrantes contradicciones, puestas de manifiesto en mi obra con todo detalle, contradicciones que afectan también a varias leyes importantes del volumen primero.

Es cierto que la tendencia arrolladora de la producción capitalista a penetrar en los países no capitalistas se manifiesta desde el instante mismo en que aquélla comparece en la escena histórica, se extiende como un ritornello incesante a lo largo de toda su evolución, ganando cada vez más en importancia, hasta convertirse, por fin, desde hace un cuarto de siglo, al llegar la fase del imperialismo, en el factor predominante y decisivo de la vida social.

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Es cierto que todo el mundo sabe que no ha habido jamás hasta hoy ni hay en la actualidad un solo país en que impere con carácter único y exclusivo la producción capitalista y en que sólo existan capitalistas y obreros asalariados. Esa sociedad ajustada a las premisas del segundo volumen de El Capital no existe ni ha existido jamás en la realidad histórica concreta.

No importa. Los “sabios” oficiales del marxismo declaran que el problema de la acumulación no existe, que este problema ha quedado definitivamente resuelto por Marx. La curiosa premisa de la acumulación en el segundo volumen no les estorba, pues jamás vieron en ella nada de particular. Hoy, obligados a fijarse en esta circunstancia, encuentran la singularidad como la cosa más natural del mundo, se aferran tercamente a esta manera de pensar y se revuelven furiosamente contra quien pretende descubrir un problema allí donde el marxismo oficial se ha pasado años y años sin encontrar más que complacencia en sí mismo.

Estamos ante un caso tan manifiesto de degeneración doctrinal, que sólo encuentra un precedente en aquel sucedido anecdótico de los eruditos a la violeta que se conoce con el nombre de la historia de la “hoja traspapelada” en los Prolegómenos, de Kant.

El mundo filosófico pasó un siglo entero debatiendo apasionadamente en torno a los diversos misterios de la teoría kantiana, y muy especialmente la de los Prolegómenos, y la interpretación de esta teoría provocó la creación de toda una serie de escuelas, enfrentadas las unas con las otras. Hasta que el profesor Waihinger esclareció, si no todos, por lo menos los más oscuros de estos enigmas de la manera más sencilla del mundo demostrando que una parte del párrafo 4 de los Prolegómenos, que no había manera de conciliar con el resto del capítulo, pertenecía al párrafo 2, del que se había desglosado por un error de impresión en la edición original, para colocarlo en un lugar que no era el suyo. Hoy, cualquier lector sencillo de la obra se da cuenta de la cosa inmediatamente. Pero no así los eruditos a la violeta, que se pasaron un siglo entero construyendo largas y profundas teorías sobre un error de imprenta. No ha faltado, en efecto, un hombre cargado de ciencia y profesor en la Universidad de Bona, que se descolgó con cuatro artículos en los Cuadernos filosóficos, demostrando ce por be, y muy enfadado, que “no había tal trasposición de hojas”; que, lejos de ello, aquel error de impresión nos presentaba de cuerpo entero, en toda su pureza y autenticidad, la teoría de Kant, y que quien se atreviese a hablar aquí de un error tipográfico era que no entendía ni una palabra de la filosofía kantiana.

Algo parecido es lo que hacen hoy los “sabios” al aferrarse a la premisa del volumen segundo de El Capital de Marx y a los esquemas matemáticos trazados por él. La duda cardinal de mi crítica es la de que estos esquemas matemáticos puedan probar nada en materia de acumulación, ya que el supuesto histórico de que parten es insostenible. Y a esta duda se quiere contestar diciendo: la solución de los esquemas no puede ser más clara; por tanto, el problema de la acumulación está resuelto, no existe.

¿Cabe ejemplo más elocuente del culto ortodoxo a las fórmulas?

Otto Bauer procede a investigar en el Neue Zeit el problema planteado por mí, el problema de cómo se realiza la plusvalía, en los términos siguientes: construye cuatro grandes cuadros con cifras, y no se contenta con las letras latinas que Marx empleaba para designar abreviadamente el capital constante y el variable, sino que pone de su cosecha, además, unas cuantas letras griegas. Gracias a esto, sus cuadros presentan un aspecto más aterrador todavía que los esquemas de El Capital de Marx. El autor se propone demostrarnos con todo este aparato cómo dan salida los capitalistas, después de renovar el capital consumido, a aquel remanente de mercancías en que se encierra la plusvalía destinada a la capitalización; “pero, además (después de reponer los medios de producción viejos), los capitalistas aspiran a invertir en ampliar la industria existente o en crear nuevas industrias, la plusvalía acumulada por ellos durante el primer año. Si al año siguiente se proponen invertir un capital incrementado en 12.500, tienen necesariamente que construir ya desde ahora nuevas fábricas, comprar nuevas máquinas, reforzar sus existencias de materias primas, etc., etc.” (Neue Zeit, 1913, número 24, página 863)

Así quedaría resuelto el problema. Si “los capitalistas aspiran” a extender su producción, necesitan, evidentemente, más medios de producción que antes, y los unos ofrecen salida a las

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mercancías de los otros, y viceversa. Al mismo tiempo, necesitarán más obreros y, por tanto, más medios de consumo para estos obreros, medios de consumo elaborados también por ellos mismos. De este modo se dará salida a todo el excedente de medios de producción y de consumo, y la acumulación podrá seguir su curso. Como se ve, todo depende de que los capitalistas “aspiren” en realidad a extender su producción. ¿Y por qué no van a aspirar a ello? ¡Ya lo creo que “aspiran”! “He aquí cómo puede realizarse todo el valor de la producción de ambas órbitas, y por tanto, toda la plusvalía”, declara Bauer triunfante, deduciendo de ello la siguiente conclusión:

“Del mismo modo, siguiendo el cuadro IV nos convenceremos de que el valor íntegro de la producción de ambas órbitas encuentra salida sin interrupción y la plusvalía total se realiza en cada uno de los años siguientes. La compañera Luxemburgo se equivoca, por tanto, cuando cree que la parte de plusvalía acumulada puede no realizarse” (lugar citado, página 866).

Pero Bauer no advierte que para llegar a este brillante resultado no hacían falta cálculos tan largos y tan minuciosos sobre sus cuatro cuadros, con fórmulas anchas y largas, prendidas entre corchetes cuadrados y triangulares. En efecto, el resultado a que él llega no se desprende, ni mucho menos, de sus fórmulas, sino que es, sencillamente, la premisa de que parte. Bauer se limita a dar por sentado lo que se trataba de demostrar; a eso se reduce toda su “demostración”.

Cuando un capitalista quiere ampliar la producción, y quiere ampliarla, poco más o menos, en las mismas proporciones del capital adicional que posee, le basta con colocar el nuevo capital en la propia producción capitalista (siempre y cuando, naturalmente, que produzca todos los medios de producción y de consumo necesarios); haciéndolo así, no le quedará ningún remanente invendible de mercancías; ¿cabe nada más claro ni más sencillo? ¿Hace falta acudir a fórmulas salpicadas de letras latinas y griegas para “probar” esto, que es la evidencia misma?

Lo que se trata de saber es si los capitalistas, que “aspiran” siempre, como es lógico, a acumular, pueden hacerlo; es decir, si encuentran o no salida, mercado, para su producción a medida que ésta se va acrecentando, y dónde. Y a esta pregunta no se puede contestar con operaciones aritméticas plagadas de cifras imaginarias sobre el papel, sino con el análisis de las leyes económico-sociales que rigen la producción.

Si preguntamos a estos “sabios”: que los capitalistas “aspiren” a ampliar la producción está muy bien, ¿pero a quién van a vender, si lo consiguen, la masa acrecentada de sus mercancías?, nos contestarán: “Los mismos capitalistas se encargarán de darles salida en sus industrias, conforme vayan creciendo, puesto que ellos “aspiran” siempre a extender constantemente la producción.”

“Y los esquemas mismos se encargan de demostrar quién compra los productos”, declara lapidariamente G. Eckstein, el crítico del Vorwärts.5

En una palabra, los capitalistas amplían todos los años su producción exactamente en la medida de la plusvalía por ellos atesorada, abriendo así mercado a sus propios productos, razón por la cual este asunto no les produce ningún género de desvelos. Esta afirmación es el punto de partida de toda la argumentación. Pero, para hacer una afirmación semejante, no hace falta acudir a fórmulas matemáticas de ninguna especie que, además, no podrían jamás probarla. La idea simplista de que las fórmulas matemáticas son lo principal aquí y pueden probar la posibilidad económica de semejante acumulación, es un ejemplo regocijante de la “sabiduría” de estos guardianes del marxismo y hará revolverse en su tumba a Marx.

A Marx no se le ocurrió jamás, ni en sueños, pensar que sus esquemas matemáticos tuviesen el valor de pruebas para demostrar que la acumulación sólo podía darse en una sociedad integrada por capitalistas y obreros. Marx investigó la mecánica interna de la acumulación

5 Y lo mismo, A Pannekoek, en el Bremer Bürgerzeitung del 29 de enero de 1913: “La respuesta la da el mismo esquema de la manera más sencilla, pues todos los productos encuentran salida en él [es decir, sobre el papel del periódico en que el autor escribe]. Los compradores son los mismos capitalistas y obreros… No hay. pues, problema que resolver.”

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capitalista, poniendo de manifiesto las leyes económicas concretas que gobiernan este proceso. Su argumentación es, poco más o menos, ésta: para que pueda existir acumulación del capital global de la sociedad, es decir, de la clase capitalista en bloque, tienen que mediar ciertas relaciones cuantitativas muy precisas entre las dos grandes secciones de la producción social: la de los medios de producción y la de los medios de consumo. Sólo cuando se den y se respeten estas relaciones, de tal modo que uno de los grandes sectores de la producción labore constantemente para el otro, puede desarrollarse el aumento progresivo de la producción y, con ella (como la finalidad a que responde todo), la acumulación también progresiva de capital en ambas esferas. Ahora bien, para exponer claramente y con toda precisión su pensamiento, Marx traza un ejemplo matemático, un esquema con cifras imaginarias, diciendo: tal es la proporción que deben guardar entre sí los distintos factores del esquema (capital constante, capital variable y plusvalía) para que pueda desarrollarse la acumulación.

Entiéndase bien: para Marx, los esquemas matemáticos no son más que ejemplos destinados a ilustrar su pensamiento económico, del mismo modo que el Tableau économique de Quesnay no es más que un ejemplo ilustrativo de su teoría, y los mapas del universo trazados en distintas épocas una ilustración de las ideas astronómicas y geográficas imperantes en cada una de ellas. Si las leyes de la acumulación demostradas, o mejor dicho, esbozadas fragmenta-riamente por Marx, son o no exactas, sólo podrá probarlo, evidentemente, su análisis económico, su comparación con otras leyes demostradas por Marx, el examen de las diversas consecuencias a que conducen, la demostración de las premisas de que parten, etc. Pero ¿qué pensar de “marxistas” que rechazan como una quimera de cerebros enfermos todo lo que envuelva una crítica semejante, pretendiendo que la exactitud de esas leyes está suficientemente probada por los esquemas matemáticos? Yo me atrevo a dudar de que una sociedad formada exclusivamente por capitalistas y obreros, como aquélla en que se basa el esquema de Marx, deje margen a la acumulación, y opino que el desarrollo de la producción capitalista en bloque no puede encerrarse en los cuadros de un esquema que refleja la relación entre diversas empresas puramente capitalistas. Y los “sabios” me contestan: ¡claro que es posible eso! Que es posible lo prueba claramente “el cuadro IV”, “lo demuestran palmariamente los esquemas”; es decir, que el hecho de que todas las series numéricas imaginarias puestas como ejemplo puedan sumarse y restarse limpiamente sobre el papel, demuestran lo que se trataba de demostrar.

En la Antigüedad, la gente creía en la existencia de diversos seres fabulosos: gnomos, hombres con un ojo en la frente, con un brazo y una pierna, etc. ¿Acaso dudamos de que existiesen jamás estos seres? No hay más que abrir un mapa universal cualquiera de aquellos tiempos y los veremos pintados. ¿Se quiere más prueba de que aquellas creencias de nuestros antepasados respondían plenamente a la realidad? Pero pongamos un ejemplo más concreto.

Supongamos que para el trazado de un ferrocarril desde la ciudad X a la ciudad Y se establece un cálculo de gastos, cifrándose con toda precisión el volumen que ha de alcanzar el tráfico anual de personas y mercancías para poder cubrir los gastos de amortización, los gastos de explotación, alimentar las “reservas” usuales y abonar, además, a los accionistas un dividendo “prudencial”, del 5 %, por ejemplo, en un principio, y luego del 8 %. ¿Qué interesa a los fundadores de la compañía ferroviaria? Les interesa, ante todo, naturalmente, saber si el ferrocarril proyectado conseguirá o no en la realidad el volumen de tráfico necesario para garantizar la rentabilidad prevista en el plan de costo. Y, evidentemente, para contestar a esta pregunta es necesario disponer de datos acerca del tráfico que haya venido desarrollándose hasta ahora en el trayecto en cuestión, acerca de su importancia para el comercio y la industria, desarrollo de la población en las ciudades y los pueblos que ha de servir el ferrocarril y toda otra serie de factores económicos y sociales. Pero qué pensaríamos de aquel que nos dijese: ¿les preocupa a ustedes la rentabilidad de este ferrocarril? ¡Por Dios! El cálculo de costo lo explica con toda claridad. En él se dice a cuánto asciende el tráfico de personas y mercancías y se demuestra que estos ingresos arrojarán un dividendo inicial del 5 %, que más tarde se convertirá en el 8 %. Y quien no lo vea es que no ha comprendido el sentido, la finalidad ni la importancia del plan de costo.6 Cualquier persona en su sano juicio daría a entender al

6 “Los mismos esquemas se encargan de demostrar quién compra los productos,” “La compañera Luxemburgo ha tergiversado radicalmente el sentido, la finalidad y la importancia de los esquemas de Marx.” (C. Eckstein, Vorwärts del 16 de febrero de 1913, suplemento)

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sabihondo, alzándose de hombros desdeñosamente, que su puesto era el manicomio o el cuarto de los niños. Y lo triste es que en el mundo de los guardianes oficiales del marxismo, estos sabihondos forman el areópago de los “sabios” encargados de discernir con su alta sabiduría quién comprende y quién tergiversa “el sentido, la finalidad y la importancia de los “esquemas” marxistas”.

Ahora bien, ¿dónde está el nervio de la concepción que, al parecer, “prueban” los esquemas? Mi objeción era que para que pudiese haber acumulación tenía que darse la posibilidad de colocar en escala cada vez mayor las mercancías productivas, transformando en dinero la ganancia contenida en ellas. Sin esto, no cabe que la producción se extienda progresivamente ni cabe, por tanto, que haya acumulación progresiva. Veamos ahora dónde encuentran los ca-pitalistas, considerados como clase, en bloque, este mercado progresivo. Mis críticos contestan: lo encuentran en ellos mismos, puesto que al ampliar más y más sus industrias (o crear otras nuevas) necesitan nuevos medios de producción para sus fábricas y nuevos medios de consumo para sus obreros. Según esto, la producción capitalista tiene en sí misma el mercado para sus productos, mercado que crece automáticamente al crecer la producción. Pero el problema cardinal desde el punto de vista capitalista es éste: ¿cabe conseguir o acumular ganancia capitalista por este camino? Si no cabe, jamás habrá acumulación de capital.

Volvamos a poner un ejemplo sencillo. El capitalista A produce carbón, el capitalista B fabrica máquinas, el capitalista C lanza al mercado víveres. Supongamos que estas tres personas representan por sí solas el conjunto de los industriales capitalistas. Es evidente que si B fabrica más máquinas, A podrá venderle más carbón, comprándole a su vez más maquinaria para aplicarla a sus minas. Esto hará que ambos necesiten más obreros, los cuales consumirán, como es lógico, más víveres, con lo que C encontrará a su vez un mercado mayor para sus productos, a la par que la necesidad de adquirir más carbón y más máquinas para su industria. Y este proceso circular y ascensional seguirá desarrollándose más y más… mientras nos mo-vamos en el vacío. Veamos ahora cómo se plantea el problema de un modo un poco más concreto.

Acumular capital no es amontonar filas cada vez mayores de mercancías, sino convertir en capital-dinero un volumen cada vez mayor de productos. Entre la acumulación de la plusvalía en forma de mercancías y la aplicación de esta plusvalía al desarrollo de la producción hay un paso difícil y decisivo, lo que Marx llama el salto mortal de la producción de mercancías: la venta de éstas por dinero. ¿Es que este problema sólo existe para el capitalista individual y no afecta a la clase en conjunto, a la sociedad? Nada de eso. “Cuando se habla del punto de vista social y, por tanto, se enfoca el producto total de la sociedad, que incluye tanto la reproducción del capital social como el consumo individual, no debe caerse en el método que Proudhon copia de la economía burguesa, viendo el problema como si una sociedad basada en el régimen capitalista de producción perdiese, al ser enfocada en bloque, como totalidad, este carácter económico, específico e histórico.” (El Capital, Tomo II7) Ahora bien, la acumulación de ganancia como capital en dinero constituye una de las características específicas más sustanciales de la producción capitalista, aplicable a la clase capitalista en general e individualmente a los industriales que la componen. Es el mismo Marx quien subraya (y lo hace precisamente al estudiar la acumulación del capital en bloque) “la formación de nuevo capital en dinero, que acompaña a la verdadera acumulación y la condiciona, dentro del régimen capitalista”. (El Capital, Tomo II8) y en el transcurso de su investigación no cesa de plantearse este problema: ¿cómo puede darse la acumulación de capital-dinero en la clase de los capitalistas?

Partiendo de este punto de vista, examinemos ahora un poco de cerca la ingeniosa y profunda concepción de los “sabios”. El capitalista A vende sus mercancías a B, obteniendo por tanto de éste una plusvalía en dinero. B vende sus mercancías a A, quien le devuelve el dinero recibido, para que aquél pueda transformar en oro su plusvalía. A y B, a su vez, venden sus mercancías a C, quien les entrega por su plusvalía la suma de dinero correspondiente. Y éste, ¿de quién las recibe? Sólo puede recibirlas de A y B, puesto que, según la premisa de que se arranca, no existen más fuentes de realización de plusvalía, es decir, más consumidores de mercancías.

7 Marx, Carlos, El Capital, Tomo II, FCE, México, 1972, página 386 (N d E)8 Marx, Carlos, El Capital, Tomo II, FCE, México, 1972, página 435 (N d E).

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¿Pero es que por este camino pueden enriquecerse A, B y C, ni reunir nuevos capitales? Admitamos por un momento que aumenten las masas de mercancías destinadas al intercambio en poder de los tres, pudiendo por tanto aumentar también las masas de plusvalía que encierran. Admitamos asimismo que se consume la explotación, dándose de este modo la posibilidad de enriquecimiento, de acumulación. No basta, pues para que esta posibilidad se convierta en realidad ha de surgir el intercambio, la realización de la nueva plusvalía acrecentada en nuevo capital-dinero acrecentado. Entiéndase bien que aquí no indagamos, como hace Marx repetidamente a lo largo del segundo volumen de El Capital, de dónde proviene el dinero lanzado a la circulación de la plusvalía, para acabar contestando: de los atesoradores. Lo que nosotros indagamos es esto: cómo entra nuevo capital-dinero en los bolsillos de los capitalistas, si nos obstinamos en pensar que éstos son (aparte de los obreros) los únicos consumidores de sus mercancías respectivas. Según esto, el capital-dinero no haría más que cambiar constantemente de bolsillo.

Pero volvemos a preguntarnos: ¿No pisaremos acaso en terreno falso al plantear estos problemas? ¿Acaso no consistirá la acumulación de ganancias precisamente en este proceso de emigración constante del oro de un bolsillo capitalista a otro, en esta realización sucesiva y gradual de ganancias privadas, sin que la suma total de capital-dinero necesite incrementarse, puesto que esa pretendida “ganancia global” de todos los capitalistas tal vez no exista más que en la teoría abstracta?

Pero nos encontramos (¡oh dolor!) con que semejante suposición echaría por tierra el tercer volumen de El Capital. El nervio central de este volumen está precisamente en la teoría de la ganancia media, que es uno de los descubrimientos más importantes de la economía marxista. Este descubrimiento es el que infunde un sentido real a la teoría del valor desarrollada en el volumen primero, teoría del valor en que se basa, a su vez, la teoría de la plusvalía, y todo el volumen segundo, que se vendría también, si aquello fuese verdad, a tierra. La teoría económica marxista es inseparable de la idea del capital global de la sociedad concebido como una magnitud real y efectiva, que cobra expresión tangible en la ganancia global de la clase capitalista y en su distribución, y de cuya dinámica invisible proceden todos los movimientos visibles de los capitales individuales. La ganancia capitalista global es una magnitud económica mucho más real que la suma global de los salarios abonados en una época dada, por ejemplo. En efecto, ésta no es más que una cifra estadística que resulta de sumar todos los salarios pagados en un período de tiempo; en cambio, la ganancia global se impone como un todo en la mecánica, puesto que mediante la competencia y los movimientos de precios la vemos repartirse a cada instante entre los capitales individuales, bajo la forma de ganancia media “usual en el país” o de ganancia extraordinaria.

Tenemos, pues, como resultado inconmovible, que el capital global de la sociedad arroja constantemente, bajo la forma de dinero, una ganancia global, ganancia que tiene que acrecentarse de un modo constante para que pueda haber acumulación global. Dígasenos ahora cómo es posible que esta suma se acreciente si sus partes no hacen más que cambiar de bolsillo girando sin cesar de unos a otros.

Aparentemente, esto permitiría por lo menos (como hemos venido suponiendo hasta aquí) que aumentase la masa total de mercancías en que aparece incorporada la ganancia, siendo la única dificultad la de suministrar el dinero, lo que tal vez pudiera tener su explicación en la técnica de la circulación monetaria. Pero esto es también una apreciación aparente, puramente superficial. En estas condiciones, tampoco crecería la masa total de mercancías ni se podría ampliar la producción, puesto que la producción capitalista tiene por condición previa indispensable desde el primer paso que da, la transformación en dinero, la realización total de la ganancia. A podrá vender a B, B a C y éste a los dos primeros, masas de mercancías cada vez mayores y realizar las ganancias con ello obtenidas, siempre y cuando que uno de los tres, por lo menos, rompa este círculo vicioso y encuentre fuera de él mercado para sus productos. De otro modo, este devaneo terminará a las dos o tres vueltas. Véase, pues, cuánta es la profundidad de pensamiento de mis “sabios críticos” cuando exclaman:

“La compañera Luxemburgo continúa: Nos movemos evidentemente dentro de un círculo vicioso. Producir más medios de consumo pura y exclusivamente para mantener a más obreros y fabricar más medios de producción con la exclusiva finalidad de darles trabajo es, desde el

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punto de vista capitalista, un absurdo. No es fácil comprender cómo pueden aplicarse estas palabras a los esquemas de Marx. La finalidad de la producción capitalista es la ganancia, ganancia que se deriva para los capitalistas del proceso que dejamos descrito; éste, lejos de ser un absurdo para la mente capitalista, es, en su modo de ver, todo lo contrario: la encarnación de la razón misma, es decir, del afán de ganancia.” (C. Eckstein, Vorwärts del 16 de febrero de 1913, suplemento)

Lo que no resulta “fácil comprender” es lo que debemos admirar más aquí: si la total incapacidad, simplemente confesada, para penetrar en la fundamental teoría marxista del capital global de la sociedad a diferencia de los capitales individuales, o la absoluta incom-prensión del problema por mí planteado. Lo que yo digo es que el producir en escala cada vez mayor por el mero hecho de producir, constituye, desde el punto de vista del capital, un absurdo, porque si así fuese (partiendo de las premisas a que se aferran los “sabios”) resultaría imposible que la clase global de los capitalistas realizase una ganancia, resultando también imposible, por tanto, toda acumulación. Y a esto se me contesta: No hay tal absurdo, puesto que procediendo así se acumula efectivamente ganancia. ¿Y por qué lo sabe usted, señor sabio? Pues, sencillamente, porque la acumulación real de ganancia es un hecho que “se desprende”… de los esquemas matemáticos. De unos esquemas en los que, poniendo la pluma sobre el papel, trazamos filas de números a nuestro antojo, filas de números con las que luego hacemos operaciones matemáticas maravillosas… sin tener para nada en cuenta el capital-dinero.

Es claro como la luz del día que todas nuestras razones se estrellarán irremisiblemente contra estos sólidos “sabios”, pues no hay quien les mueva a apartarse del punto de vista del capitalista individual, punto de vista que si bien puede bastar en cierto modo para la comprensión del volumen primero de El Capital, es de todo punto falso cuando se trata de estudiar su circulación y reproducción. Los volúmenes segundo y tercero de El Capital, en los que resplandece como idea central la del capital global de la sociedad, son para ellos un capital muerto, del que se ha escapado el espíritu, quedando sólo la letra, los “esquemas” y las fórmulas. Desde luego, Marx no era ningún “sabio”, pues no se contentaba, ni mucho menos, con el “proceso” aritmético de sus esquemas, sino que se preguntaba sin cesar: ¿Cómo puede darse en la clase capitalista la acumulación general, la formación de nuevos capitales en dinero? Quedaba reservado a los epígonos convertir en un dogma cerrado las fecundas hipótesis del maestro, acariciando una satisfacción cumplida y harta allí donde un espíritu genial sólo experimentaba la duda creadora.

Ahora bien, el punto de vista de los “sabios” nos lleva a una serie de consecuencias interesantes, que ellos no se han tomado, sin duda, el trabajo de analizar.

Primera consecuencia. Si la producción capitalista tiene en sí misma mercado ilimitado, es decir, si la producción y el mercado se identifican, las crisis, concebidas como manifestaciones periódicas, son inexplicables.

Puesto que la producción, “como muestran los esquemas”, puede acumular a su antojo, empleando su propio incremento en nuevas ampliaciones, es un enigma explicarse cómo y por qué pueden aparecer situaciones en las que la producción capitalista no halle mercado suficiente para sus mercancías. No necesita más que tragarse ella misma las mercancías sobrantes, introducirlas en la producción (parte como medios de producción, parte como medios de consumo para los obreros), “e igualmente y del mismo modo, en cada año siguiente”, como muestra “el cuadro IV” de Otto Bauer. Según esto, el resto de mercancías indigerible se transformaría, al contrario, para mayor gloria de la acumulación y beneficio del capitalista. En todo caso, la concepción específica marxista, según la cual la crisis resulta de la tendencia del capital a aumentar, cada vez en menos tiempo, más allá de todos los límites del mercado, se trueca en un absurdo. Pues ¿cómo podría exceder la producción del mercado, si ella misma es el mercado? Y, por tanto, éste crece por sí mismo, automáticamente, con la misma celeridad que la producción. ¿Cómo podría, con otras palabras, aumentar por encima de sí misma, periódicamente, la producción capitalista? Sería tan difícil como si alguien quisiera saltarse su propia sombra. La crisis capitalista se convierte en un fenómeno inexplicable. O sólo queda una explicación posible: la crisis no resulta de la desproporción entre la capacidad de expansión de la producción capitalista y la capacidad del mercado, sino meramente de la

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Crítica de las críticas

desproporción entre diversas ramas de la producción capitalista. Estas podían ser compradores mutuos de mercancías, pero a consecuencia de la anarquía no se ha guardado la debida proporción, produciéndose demasiado de unas cosas y demasiado poco de otras. Con esto le volvemos la espalda a Marx y vamos a parar, en último término, al padre de la economía vulgar, de la teoría manchesteriana y de las “armonías” burguesas, al “lamentable” Say, tan vapuleado por Marx, que ya en 1803 formuló el dogma: que pudiera producirse demasiado de todas las cosas, es un concepto absurdo; sólo puede haber crisis parciales, pero no generales. Por consiguiente, que una nación tenga demasiados productos de una clase, sólo prueba que ha producido demasiado poco de otra.

Segunda consecuencia. Si la producción capitalista constituye un mercado suficiente para sí misma, la acumulación capitalista (considerada objetivamente) es un proceso ilimitado. Si la producción puede subsistir, seguir aumentando sin trabas, esto es, si puede desarrollar ilimitadamente las fuerzas productivas, aun cuando el mundo entero esté totalmente dominado por el capital, cuando toda la humanidad se componga exclusivamente de capitalistas y proletarios asalariados, se derrumba uno de los pilares más firmes del socialismo de Marx. Para éste, la rebelión de los obreros, su lucha de clases es (y en ello se encuentra justamente la garantía de su fuerza victoriosa) mero reflejo ideológico de la necesidad histórica objetiva del socialismo, que resulta de la imposibilidad económica objetiva del capitalismo al llegar a una cierta altura de su desarrollo. Naturalmente, con esto no se dice (tales reservas que constituyen el ABC del marxismo siguen siendo indispensables, como vemos, para mis “expertos”) que el proceso histórico haya de ser frenado hasta el último borde de esta imposibilidad económica. La tendencia objetiva de la evolución capitalista hacia tal desenlace es suficiente para producir, mucho antes, una tal agudización social y política de las fuerzas opuestas, que tenga que poner término al sistema dominante. Pero estas mismas proposiciones sociales y políticas, no son, en último término, más que un resultado de que el sistema capitalista es económicamente insostenible. De tal fuente, sacan justamente su creciente agudización, en la medida en que se hace visible tal situación insostenible.

Si, por el contrario, aceptamos con los “expertos” la ilimitación económica de la acumulación capitalista, se le hunde al socialismo el suelo granítico de la necesidad histórica objetiva. Nos perdemos en las nebulosidades de los sistemas y escuelas premarxistas, que querían deducir el socialismo únicamente de la injusticia y perversidad del mundo actual, y de la decisión revolucionaria de las clases trabajadoras.9

Tercera consecuencia. Si la producción capitalista constituye un mercado suficiente para sí misma y permite cualquier ampliación para el total del valor acumulado, resulta inexplicable otro fenómeno de la moderna evolución: la lucha por los más lejanos mercados y por la exportación de capitales, que son los fenómenos más relevantes del imperialismo actual, resultaría totalmente incomprensible. ¿Para qué tanto ruido? ¿Para qué la conquista de las colonias, las guerras del opio y las peleas actuales por los pantanos del Congo y los desiertos de Mesopotamia? Sería mucho más conveniente que el capital se quedase en casa a darse buena vida. Krup produce alegremente para Thyssen, Thyssen para Krup, no necesitan ocuparse más que de invertir los capitales una y otra vez en las propias explotaciones y ampliarlas mutuamente de un modo indefinido. El movimiento histórico del capital resulta sencillamente incomprensible, y, con él, el imperialismo actual.

O queda también la inapreciable declaración de Pannekoek en el Bremer Bürgerzeitung: la búsqueda de mercados no capitalistas es ciertamente “un hecho, pero no una necesidad”. Esto constituye una verdadera perla de la concepción materialista de la historia. ¡Por lo demás, exactísimo! Si aceptamos el supuesto de los “expertos”, el socialismo como fin último, y el imperialismo como su estadio preparatorio, dejan de ser una necesidad histórica. Aquél se 9 O bien queda el consuelo, un tanto nebuloso, de un modesto “experto” del Dresdener Volkszeitung, el cual, después de haber aniquilado totalmente mi libro, declara que el capitalismo perecerá finalmente “por el descenso de la cuota de beneficio”. No sé cómo el buen hombre se imaginará la cosa. Si es que en un momento determinado, la clase capitalista, desesperada ante la escasez de los beneficios, se agotará colectivamente. o si declarará que, para tan míseros negocios, no vale la pena molestarse y entregará las llaves al proletariado. Sea de esto lo que fuere, el consuelo se evapora con sólo una afirmación de Marx: por la observación de que, “para los grandes capitales, el descenso de la cuota de beneficio se compensa por la masa”. Por consiguiente, queda aún tiempo para que sobrevenga, por este camino la rendición del capitalista; algo así como lo que queda hasta la extinción del Sol.

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convierte en una loable solución de la clase obrera, y éste es una indignidad y un deslumbramiento de la burguesía.

De este modo, los “expertos” se encuentran ante una alternativa que no pueden eludir. O bien la producción capitalista y el mercado de sus productos son idénticos, como deducen de los esquemas marxistas, y en tal caso se deshacen la teoría marxista de las crisis, la fun-damentación marxista del socialismo y la explicación histórica materialista del imperialismo; o bien el capital sólo puede acumular en la medida en que haya consumidores fuera de los capitalistas y obreros asalariados, y, en tal caso, es inevitable, como condición de la acumulación, que los productos capitalistas hallen un mercado creciente en capas y países no capitalistas.

Abandonada como estoy, tengo un testimonio libre de sospecha, y también muy “experto” para las consecuencias posteriores.

Sucedió que en el año 1902 apareció un libro: Teoría e historia de la crisis en Inglaterra del profesor marxista ruso Michael V. Tugan-Baranowski. Tugan, que en el mencionado libro “revisaba” a Marx sustituyendo, en último extremo, sus teorías con viejas verdades de la economía vulgar burguesa, defendía en él, entre otras paradojas, la opinión de que las crisis sólo provienen de la proporcionalidad deficiente y no de que el consumo con capacidad de pago de la sociedad no marche a compás con la capacidad de extensión de la producción. Y esta sabiduría, tomada prestada de Say, era demostrada (esto era lo nuevo y sensacional de su teoría) con los esquemas marxistas de la reproducción social que figuran en el segundo tomo de El Capital.

“Si es posible [dice Tugan] ampliar la producción social; si las fuerzas productivas son suficientes para ello, dada la distribución proporcional de la producción social, la demanda ha de experimentar también una ampliación correspondiente, pues, en estas condiciones, toda mercancías nueva representa un poder de compra nuevo para la adquisición de otras mercancías” (página 25). Esto se “demuestra” con los esquemas de Marx, utilizados por Tugan sin cambiarles más que los nombres, y de ellos saca la conclusión:

“Los esquemas aducidos tenían que probar hasta la evidencia el principio muy sencillo en sí mismo, pero que, con una comprensión insuficiente del proceso de reproducción del capital social, suscitará objeciones al principio de que la producción social se crea a sí misma un mercado” (subrayado por mí).

En su afición a las paradojas, Tugan-Baranowski se atreve a llegar a una conclusión final: la producción capitalista es, en general, “en cierto sentido” independiente del consumo humano. Pero a nosotros no nos interesan aquí los demás rasgos de ingenio de Tugan, sino tan sólo su “principio, en sí mismo, muy sencillo”, sobre el que levanta todo lo demás. Y en tal sentido hemos de hacer constar:

Lo que ahora contraponen mis críticos “expertos” se ha dicho, literalmente, en el año 1902 por Tugan-Baranowski en las dos afirmaciones características siguientes: 1ª, la producción capitalista constituye con su propia extensión el mercado para sí misma, de modo que, en la acumulación, la venta de los productos no puede ofrecer dificultades (salvo por deficiente proporcionalidad); 2ª, la prueba de que es así, está dada por… los esquemas matemáticos conforme al modelo marxista, es decir, los ejercicios de cálculos con sumas y restas sobre el papel indefenso. Esto defendía ya en el año 1902 Tugan-Baranowski. Pero tuvo poca fortuna. Inmediatamente, Kautsky lo tomó por su cuenta en el Neue Zeit y sometió los atrevidos absurdos del revisionista ruso, entre otros el principio arriba mencionado, a una crítica implacable.

“Si esto fuera exacto [escribe Kautsky, el que, como dice Tugan, dada la distribución proporcional de la producción social no hubiera para la extensión del mercado más limitaciones que las de las fuerzas productivas de que dispone la sociedad], la industria de Inglaterra debía crecer tanto más aprisa cuanto mayor fuera el número de sus capitales. En vez de ser así, se paraliza, y el capital suplementario emigra a Rusia, África, Japón, etc. Este fenómeno se explica, naturalmente, por nuestra teoría. Ella ve, en el subconsumo, el último fundamento de

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Crítica de las críticas

las crisis. El subconsumo, que constituye uno de los soportes de esta teoría, es incomprensible desde el punto de vista de Tugan-Baranowski” (Neue Zeit, 1902, número 531, página 140).

¿Cuál ahora “nuestra teoría”? ¿La que Kautsky contrapone a la de Tugan? He aquí las palabras de Kautsky: “Los capitalistas y los obreros por ellos explotados ofrecen un mercado que aumenta con el crecimiento de la riqueza de los primeros y del número de los segundos, pero no tan aprisa como la acumulación del capital y la productividad del trabajo. Este mercado, sin embargo, no es, por sí solo, suficiente para los medios de consumo creados por la gran in-dustria capitalista. Esta debe buscar un mercado suplementario, fuera de su campo, en las profesiones y naciones que no producen aún en forma capitalista. Lo halla también y lo amplía cada vez más, pero no con bastante rapidez. Pues este mercado suplementario no posee, ni con mucho, la elasticidad y capacidad de extensión del proceso de producción capitalista. Desde el momento en que la producción capitalista se ha convertido en gran industria desarrollada, como ocurría ya en el siglo XIX, contiene la posibilidad de esta extensión a saltos, que rápidamente excede a toda ampliación del mercado. Así, todo período de prosperidad que sigue a una ampliación considerable del mercado, se halla condenado a vida breve, y la crisis es su término irremediable.

“Tal es en breves rasgos la teoría de la crisis fundada por Marx y, en cuanto sabemos, aceptada en general por los marxistas ‘ortodoxos’.” (Número 3 (29), página 80. Subrayado por mí)

Prescindimos aquí de que Kautsky atribuye a esta teoría el nombre poco afortunado y equívoco de una explicación de las crisis “por subconsumo”, de cuya explicación se burla justamente Marx en el segundo tomo de El Capital.

Prescindimos también de que Kautsky no ve en toda la cuestión más que el problema de las crisis, sin advertir, al parecer, que la acumulación capitalista constituye en sí un problema, aun prescindiendo de las oscilaciones de la coyuntura.

Prescindimos finalmente de lo que dice Kautsky acerca del consumo de los capitalistas y trabajadores. Según él, este consumo no crece “con bastante rapidez” para la acumulación, y ésta, por tanto, necesita un “mercado suplementario”. Esto, como se ve, es bastante vago y no abarca exactamente el concepto de la acumulación.

Sólo nos interesa que Kautsky, en este punto, declara sin ambages como suya esta opinión, y esta teoría, “generalmente aceptada por los marxistas ortodoxos”:

1º Que los capitalistas y obreros solos, no hacen un mercado suficiente para la acumulación.

2º Que la acumulación capitalista necesita un “mercado suplementario” en capas y naciones no capitalistas.

Por tanto, queda esto establecido: Kautsky refutaba, en 1902, en Tugan-Baranowski, justamente aquellas afirmaciones que ahora se oponen por los “expertos” a mi explicación de la acumulación, y que los “expertos” de la ortodoxia marxista combaten en mí, como horrible extravío de la verdadera fe, la misma concepción, aunque más exacta y aplicada al problema de la acumulación, que Kautsky oponía, no hace más que catorce años, al revisionista Tugan-Baranowski, como la teoría de la crisis “generalmente aceptada” de los marxistas ortodoxos.

¿Y cómo prueba Kautsky a su contradictor que sus tesis son insostenibles? Justamente fundándose en el esquema marxista. Kautsky muestra a Tugan que estos esquemas bien manejados (en mi libro lo he explicado con detenimiento y por tanto prescindiré de cómo Kautsky opera con los esquemas) no prueban la tesis de Tugan-Baranowski, sino que, por el contrario, son un argumento en favor de las crisis por “subconsumo”.

El mundo vacila en sus cimientos. ¿Acaso el experto supremo habrá “confundido” también, lo mismo que Tugan-Baranowski, “la esencia, fin y significación de los esquemas marxistas” incluso de forma más imperdonable?

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Pero Kautsky saca interesantes consecuencias de la concepción de Tugan-Baranowski. Que esta concepción, conforme a Marx, contradice totalmente la teoría marxista de las crisis; que hace incomprensibles la exportación de capitales a países no capitalistas, ya lo hemos expuesto. Veamos ahora la tendencia general de aquella posición.

“¿Qué valor práctico tienen nuestras diferencias teóricas?”, pregunta Kautsky. “¿Que las crisis tengan su último fundamento en el subconsumo, o en la deficiente proporcionalidad de la producción social, no es más que una cuestión doctoral?

“Algunos ‘prácticos’ se sentirían inclinados a creerlo así. Pero, en realidad, esta cuestión tiene una gran importancia práctica, y ello, justamente, para las actuales diferencias prácticas que se discuten en nuestro partido. No es una casualidad que el revisionismo combata con particular ardor la teoría marxista de las crisis.”

Y Kautsky explicaba, con toda extensión, que la teoría de las crisis de Tugan-Baranowski, en el fondo, iba a parar a una supuesta “atenuación de las oposiciones de clase”, es decir, pertenecía al inventario teórico de aquella dirección que significa “la transformación de la socialdemocracia, de un partido de la lucha de clases proletaria, en el ala izquierda de un partido democrático con un programa de reformas socialistas.” (Lugar citado, número 5 (31), página 141)

Así, el experto supremo derribaba, hace catorce años, al hereje Tugan-Baranowski, conforme a todas las reglas, en 37 páginas impresas del Neue Zeit y terminado el combate, se iba con la cabellera del vencido.

Y ahora tengo que ver cómo los “expertos”, los fieles discípulos de su maestro atacan mi análisis de la acumulación exactamente con el mismo “principio” que le costó la vida al revisionista ruso en los cotos de caza del Neue Zeit. No resulta claro adónde va a parar en esta aventura la “teoría de las crisis aceptada, generalmente, según lo que sabemos, por los marxistas ortodoxos”.

Sin embargo, aconteció todavía algo original. Después que mi “acumulación” fue destrozada con las armas de Tugan-Baranowski en el Vorwärts, en el Bremer Bürgerzeitung, en el Dresdener Volksstimme, apareció en el Neue Zeit la crítica de Otto Bauer. También este “experto” cree en la mágica fuerza probatoria de los esquemas matemáticos en cuestiones de reproducción social. Pero no está totalmente satisfecho con los esquemas marxistas. Halla que “no son inatacables”, que son “arbitrarios y no desprovistos de contradicciones”, lo que explica por qué Engels ha “encontrado sin terminar”, en la herencia del maestro, esta parte de la obra marxista. Por eso traza, con el sudor de su frente, nuevos esquemas; “por eso hemos formulado esquemas, que, una vez aceptadas sus condiciones, no contienen ya nada arbitrario”. Sólo con estos nuevos esquemas, cree Bauer “poseer una base inatacable par la investigación del problema planteado por la camarada Luxemburgo” (Neue Zeit, 1913, número 23, página 838). Pero, ante todo, Bauer ha comprendido que la producción capitalista no puede girar “sin perturbaciones” en el aire; por eso busca alguna base social objetiva para la acumulación del capital y la halla, finalmente, en el crecimiento de la población.

Y aquí comienza lo más curioso. Según la opinión unánime de los “expertos”, bajo la bendición corporativa de la redacción del órgano central, mi libro es una total insensatez; revela una confusión completa, no existe el problema de la acumulación; en Marx se encuentra ya todo resuelto; los esquemas ofrecen una respuesta suficiente. Ahora Bauer se esfuerza en trazar sus esquemas sobre una base algo más material que las meras reglas de adición y sus-tracción; se fija en un determinado proceso social, el crecimiento de la población, y conforme a él traza sus cuadros. La extensión de la producción capitalista, tal como deben expresar metafóricamente los esquemas, no es, por tanto, un movimiento autárquico del capital en torno a su propio eje, sino que este movimiento no hace más que seguir al crecimiento de la población: “La acumulación presupone extensión del campo de producción; el campo de producción se amplía por el crecimiento de la población. […] En la producción capitalista se da la tendencia a acomodar la acumulación del capital al crecimiento de la población. […] La economía mundial capitalista, considerada como un todo, hace visible la tendencia a la adaptación de la acumulación al crecimiento de la población en el círculo industrial. […] El

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retorno periódico de la prosperidad, la crisis de la depresión, son la expresión empírica de que la producción capitalista suprime, por sí sola, superacumulación e infraacumulación; de que la acumulación del capital se acomoda constantemente, de nuevo, al crecimiento de la población” (Neue Zeit, 1913, número 24, páginas 871-873. Subrayado por Bauer).

Ya examinaremos más tarde, de cerca, la teoría de la población de Bauer. Pero hay una cosa clara: esta teoría representa algo nuevo. Para los demás “expertos”, toda preocupación acerca de la base social, económica de la acumulación, era pura insensatez, “difícil de comprobar en los hechos”. En cambio, Bauer construye toda una teoría para resolver esta cuestión.

Pero la teoría de la población de Bauer no es sólo una novedad con respecto a los otros críticos de mi libro; en toda la literatura marxista aparece por primera vez. Ni en los tres tomos de El Capital de Marx, ni en Teorías sobre la plusvalía, ni en los demás escritos de Marx, se encuentra la menor huella de la teoría de la población de Bauer, como el fundamento de la acumulación.

Veamos cómo Kautsky ha anunciado y explicado en el Neue Zeit, en su tiempo, el segundo tomo de El Capital. En el índice detallado del segundo tomo, Kautsky estudia los primeros capítulos sobre la circulación, del modo más minucioso. Aduce todas las fórmulas y signos empleados por Marx, teniendo en cuenta que al capítulo sobre la “Reproducción y circulación del capital social en conjunto” (la parte más importante y original del tomo) sólo dedica tres páginas de las 20 de que consta su trabajo. Pero en estas tres páginas Kautsky trata exclusivamente (no es preciso decir que con la reproducción exacta de los inevitables “esquemas”) la ficción inicial de la “reproducción simple”, es decir, una producción capitalista sin beneficio, que Marx sólo considera como mero punto de partida teórico para la investigación del verdadero problema: la acumulación del capital en su conjunto. Por su parte, Kautsky resuelve todo con las dos líneas siguientes: “… finalmente la acumulación de la plusvalía, la ampliación del proceso de producción producen ulteriores complicaciones”. Y aquí termina. Ni una sola palabra más, en aquel entonces, inmediatamente después de la aparición del segundo tomo de El Capital, y ni una palabra después, en los treinta años transcurridos. Por consiguiente, no sólo no encontramos aquí huella alguna de la teoría de la población de Bauer, sino que a Kautsky no le llamó la atención lo más mínimo el capítulo entero consagrado a la acumulación. Ni advierte que se trate de un problema particular, para cuya solución ha creado ahora Bauer “una base inatacable”, ni tampoco el hecho de que Marx interrumpe su propia investigación apenas iniciada, sin haber dado respuesta a las cuestiones por él mismo repetidamente planteadas.

Una vez más habla Kautsky del segundo tomo de El Capital, y es, en la serie de artículos contra Tugan-Baranowski, que ya hemos citado. Aquí, Kautsky formula aquel: “Por cuanto sabemos, la teoría de las crisis fundada por Marx y aceptada generalmente por los marxistas ortodoxos”, cuyo principio fundamental consiste en que el consumo de los capitalistas y trabajadores no basta como base de la acumulación; y aquel es necesario “un mercado suplementario, y ello en las profesiones y naciones que todavía no producen en forma capitalista”. Pero Kautsky parece no haberse apercibido que esta teoría de las crisis “aceptada en general por los marxistas ortodoxos”, no sólo no se acomoda a las paradojas de Tugan-Baranowski, sino tampoco a los propios esquemas de la acumulación de Marx, ni a los supuestos generales del tomo II. Pues el supuesto del análisis marxista en este tomo, es una sociedad compuesta solamente de capitalistas y trabajadores, y los esquemas tratan precisamente de mostrar con exactitud, a la manera de una ley económica, el modo cómo aquellas dos clases de consumidores no suficientes han de hacer posible, por su consumo, la acumulación sólo de año a año. Menos aún se encuentra en Kautsky la más mínima indicación de la teoría de la población de Bauer como verdadera base del esquema marxista de la acumulación.

Si tomamos El capital financiero de Hilferding, hallamos en el capítulo XVI, tras una introducción (en la que se ensalza la exposición marxista de las condiciones de reproducción del capital en su conjunto como la más genial creación de la “asombrosa obra”), una transcripción literal de Marx en 14 páginas, incluyendo, como es natural, los esquemas matemáticos y lamentando al mismo tiempo (con razón también) que estos esquemas hayan sido tan poco apreciados y, en cierto modo, que sólo hayan sido reconocidos en su valor por

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Rosa Luxemburg

Tugan-Baranowski. ¿Y qué es lo que advierte el propio Hilferding en esta creación genial? He aquí sus conclusiones:

Los esquemas marxistas muestran “que en la producción capitalista puede desarrollarse tranquilamente una reproducción tanto a escala simple como a escala ampliada si se mantienen únicamente estas proporciones. Por el contrario, también puede ocurrir una crisis en la reproducción simple cuando se vulnera la proporción, por ejemplo, entre el capital desgastado y el que se va a invertir nuevamente. Por consiguiente, de lo expuesto no se deduce que la crisis ha de tener su causa en el subconsumo de las masas inmanente en la producción capitalista. Una expansión demasiado rápida del consumo tendría que conducir en sí a la crisis lo mismo que la constancia o la reducción de la producción de medios productivos. Tampoco se deduce de los esquemas en sí la posibilidad de una superproducción general de mercancías; más bien resulta posible toda expansión de la producción que puede tener lugar con las fuerzas productivas existentes.”10

Esto es todo. Por tanto, también Hilferding ve, únicamente en el análisis marxista de la acumulación, una base para la solución del problema de las crisis, en cuanto que los esquemas matemáticos muestran las proporciones cuya justeza garantiza la acumulación y sus perturbaciones. De aquí saca Hilferding dos deducciones:

1ª “Las crisis proceden exclusivamente de desproporciones.” Con esto hunde al abismo la “teoría de las crisis” fundada por Marx, y aceptada, en general, por los “marxistas ortodoxos”; según esta teoría, las crisis provienen del “subconsumo”. El acepta, en cambio, la teoría de las crisis de Tugan-Baranowski, fulminada por Kautsky como herejía revisionista, y por cuyas consecuencias llega lógicamente hasta la afirmación de Say, según la cual la superproducción general es imposible.

2ª Prescindiendo de las crisis, como perturbaciones periódicas a consecuencia de deficiente proporcionalidad, la acumulación del capital (en una sociedad compuesta exclusivamente de capitalistas y trabajadores) puede aumentar ilimitadamente por “extensión” constante, “hasta donde lo permitan, en cada caso, las fuerzas productivas.” Esto también, como se ve, es una copia de la doctrina de Tugan, destrozada por Kautsky.

Por consiguiente, prescindiendo de las crisis, no halla Hilferding un problema de acumulación, pues los “esquemas muestran” que “toda extensión” es ilimitadamente posible, es decir, que con la producción crece, sin más, su mercado. Por consiguiente, no hay aquí tampoco huella alguna del límite puesto por Bauer, y que consiste en el crecimiento de la población, ni tampoco la menor idea de que semejante teoría fuese necesaria.

Finalmente, para el propio Bauer, su teoría actual constituye un descubrimiento completamente nuevo.

Sólo en 1904, es decir, ya después de la polémica entre Kautsky y Tugan-Baranowski, trató en dos artículos, en el Neue Zeit, la teoría de las crisis a la luz del marxismo. Él mismo declara que pretende hacer, por primera vez, una exposición sistemática de esta teoría y atribuye las crisis (utilizando una aseveración que se encuentra en el segundo tomo de El Capital de Marx, en la que trata de explicar el ciclo decenal de la industria moderna), principalmente, a la forma particular de circulación del capital fijo. Bauer no alude aquí, en lo más mínimo, a la significación fundamental de la relación entre el volumen de la producción y el crecimiento de la población. Toda la teoría de Bauer, que pretende explicar ahora las crisis y su coyuntura máxima, la acumulación, la emigración internacional del capital y, finalmente, el imperialismo; aquella ley suprema que pone en movimiento todo el mecanismo de la producción capitalista y lo “regula automáticamente”, no existe para Bauer, como no existe para los demás. Ahora, para contestar a mi libro ha surgido, de pronto, la teoría fundamental, gracias a la cual se asientan sobre “base inexpugnable” los esquemas marxistas, se la ha sacado ad hoc de la manga para resolver el problema que al parecer no existía.

¿Qué vamos a pensar ahora de todos los demás “expertos”? Resumamos en algunos puntos lo que queda dicho.

10 Hilferding, Rudolf, El capital financiero, Tecnos, Madrid, 1985, página 280, subrayado R. L. (N d E).

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Crítica de las críticas

1º Según Eckstein y Hilferding (como también Pannekoek) no existe problema alguno de la acumulación. Todo es claro y evidente como “muestran” los esquemas marxistas. Sólo mi absoluta incapacidad para comprender los esquemas puede explicar la crítica a que los someto. Según Bauer, los números empleados por Marx son “arbitrariamente elegidos y no están libres de contradicciones”. Sólo él, Bauer, ha hallado “una conclusión justa del razonamiento marxista” y ha formulado un “esquema libre de arbitrariedad”.

2º Según Eckstein y la redacción del Vorwärts, mi libro ha de ser rechazado como totalmente sin valor. Según el pequeño “experto” de la Frankfurter Volksstimme (1 de febrero de 1913), es incluso “altamente nocivo”. Según Bauer, “en la falsa explicación hay escondido, no obstante, un germen sano”; se refiere a los límites de la acumulación del capital (Neue Zeit, 1913, número 24, página 875).

3º Según Eckstein y el Vorwärts mi libro no tiene que ver en lo más mínimo con el imperialismo: “En general, el libro tiene tan poca relación con las nuevas manifestaciones que hoy alienta la vida económica, que lo mismo hubiera podido escribirse hace veinte y más años.” Según Bauer, mi investigación descubre “no la única”, pero “sí una raíz del imperialismo” (lugar citado, página 874), lo que, para una persona de tan poca importancia como yo, ya sería algo.

4º Según Eckstein, los esquemas marxistas muestran “cuál es el volumen efectivo de la necesidad social”; muestran “la posibilidad del equilibrio” del que la realidad capitalista “se aleja esencialmente”, porque se halla dominada por el ansia de beneficios, con lo cual surgen crisis; ya en la columna siguiente, “la exposición corresponde al esquema marxista y también a la realidad”, pues el esquema muestra justamente “cómo se realiza este beneficio por los capitalistas” (Vorwärts, 16 de febrero de 1913, anejo). Según Pannekoek, no hay ningún estado de equilibrio, sino aire vacío: “El volumen de la producción es comparable a un objeto sin peso que flota en cualquier posición. Para el volumen de la producción no hay ninguna posición de equilibrio a la que uno pueda referirse en caso de desviación”; “el ciclo industrial no es una oscilación en torno a una posición media dada por alguna necesidad” (Neue Zeit, 1913, número 22, “Teorías sobre la causa de las crisis”, páginas 783, 792). Según Bauer, los esquemas marxistas, cuyo verdadero sentido ha descifrado al fin, no significan otra cosa más que el movimiento de la producción capitalista en su conformación al crecimiento de la población.

5º Eckstein y Hilferding creen en la posibilidad económica objetiva de la acumulación ilimitada: “y los esquemas muestran quién compra los productos” (Eckstein), que sobre el papel pueden prolongarse al infinito. El “objeto sin peso” de Pannekoek puede, en tal caso, “flotar en cualquier posición”. De acuerdo con Hilferding, “resulta posible toda ampliación de la producción que pueda realizarse dentro de las fuerzas productivas presentes”, pues, como muestran los esquemas, con la producción aumenta también automáticamente el mercado. Según Bauer, sólo “los apologistas del capital pueden sostener lo ilimitado de la acumulación” y afirmar “que con la producción aumente también automáticamente el poder de consumo” (Neue Zeit, 1913, número 24, página 873).

Ahora bien; ¿qué es lo que hemos de preguntar? ¿Qué creen finalmente los señores “expertos”? ¿Había en Marx un problema de la acumulación que nosotros no habíamos notado hasta ahora, o este problema continúa siendo, aun después de la última solución dada por Otto Bauer, un puro engendro de mi “total incapacidad para trabajar con los esquemas de Marx”, como decía el crítico del Vorwärts? ¿Son los esquemas marxistas verdades definitivas en última instancia, dogmas infalibles, o son “arbitrarios y no desprovistos de contradicciones”? ¿El problema por mí abordado, llega a las raíces del imperialismo o “no tiene nada que ver con los fenómenos de la vida efectiva actual”? ¿Y qué han de representar los esquemas de Marx que, como dice Eckstein, se han hecho célebres? ¿Un “estado de equilibrio”, puramente pensado, de la producción, una imagen de la realidad real, una prueba de la posibilidad “de toda extensión”, de todo crecimiento ilimitado de la producción, una prueba de su imposibilidad ante el subconsumo, una adaptación de la producción a los límites del crecimiento de la población, el balón “sin peso” de Pannekoek u otra cosa; acaso un camello o una comadreja? Ya va siendo hora de que los “expertos” comiencen a ponerse de acuerdo sobre la cuestión.

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¡Entretanto, he aquí un bello cuadro de claridad, armonía y unanimidad del marxismo oficial con relación a la parte fundamental del segundo tomo de El Capital de Marx! ¡Y una excelente justificación para la altanería con que esos señores han tratado a mi libro!11

Una vez que, de este modo, Otto Bauer me ha librado de la necesidad de seguir discutiendo con los demás “expertos”, paso a entendérmelas con él mismo.

11 De todos los “expertos”, el que menos ha entendido de qué se trata, en lo fundamental, es el critico del Vorwärts. Eckstein. Este pertenece a ese género de periodistas, nacidos con el crecimiento de la prensa obrera, que saben escribir de todo: derecho de familia japonés, biología moderna, historia del socialismo, teoría del conocimiento. etnografía, historia de la civilización, economía política, problemas tácticos…, de todo lo que haga falta. Estos polígrafos se mueven por todos los campos del saber con una descarada seguridad que los investigadores serios pueden envidiar sinceramente. Y cuando les falta toda comprensión para el asunto tratado, la sustituyen produciéndose con osadía y petulancia. Véanse sólo dos ejemplos de estos: “Ya en esto se hace ver [dice Eckstein en un pasaje de su recensión] que la autora ha interpretado mal el sentido y finalidad de la exposición marxista, y esto se confirma por el resto del libro. Ante todo, no ha visto claramente la técnica de estos esquemas. Esto se ve ya, con perfecta claridad, en la página 72 del libro.” En esta página se trata de que Marx, en su esquema, incluye la producción del dinero en el capitulo de los medios de producción. Yo critico esto en mi libro y trato de demostrar que, como el dinero en sí mismo no es medio de producción, aquella mezcla tiene que ser necesariamente causa de grandes dificultades para la exposición exacta. A esto responde Eckstein: “La camarada Luxemburgo censura que Marx haya incluido en la sección I la producción del material monetario, esto es, de oro y plata, y la haga figurar dentro de la producción de medios de producción. Para ella esto es equivocado. Por esa razón, a las dos secciones de Marx agrega una tercera, en la que ha de hacerse visible la producción del material monetario. Esto es ciertamente aceptable: pero se siente curiosidad por ver cómo se va a verificar la transformación de unas secciones en otras.” Y el crítico se siente amargamente desengañado. “En el esquema formulado por la camarada Luxemburgo, la dificultad no sólo es muy grande, es insuperable. Pero ella no hace el menor intento de exponer estos “enlaces orgánicos”. El mero intento le hubiera hecho ver que su esquema es imposible”, y así sucesivamente. Pues bien; el “esquema formulado por la camarada Luxemburgo” en la página 72 no ha sido “formulado” por mi, sino… ¡por Marx! Yo me limito a transcribir los números indicados en el tomo segundo de El Capital, justamente para mostrar que, conforme a los asertos de Marx, no puede incluirse la producción de dinero, lo que indico con las siguientes palabras expresivas: “Por lo demás, una ojeada al mismo esquema de reproducción [de Marx] muestra a qué contradicciones tenia que conducir la confusión de los medios de cambio con los medios de producción.”Y viene Eckstein: me atribuye el esquema marxista que critico y, a base de este esquema, me despacha como a una estúpida porque no he percibido “con claridad” la técnica de estos esquemas.Otro ejemplo. Marx ha formulado en la página 487 del tomo segundo de El Capital su primer esquema de la acumulación, en el que hace que los capitalistas de la primera sección continúen capitalizando el 50 por 100 de su plusvalía, mientras los de la otra sección, porque Dios lo quiere así, sin que se perciba por virtud de qué regla, sólo capitalizan conforme a las necesidades de la primera sección. Yo trato de criticar como arbitrario este supuesto. Y entonces surge Eckstein con la siguiente andanada: “El error está en el cálculo mismo de la camarada Luxemburgo, y éste muestra que no ha comprendido la esencia de los esquemas marxistas.” Cree que éstos se basan en el supuesto de una cuota de acumulación igual, es de-cir, presupone que en las dos secciones fundamentales de la producción social se acumula siempre en la misma proporción, es decir, que una parte igual de plusvalía (siempre la mitad) pasa a ser capital. Pero ésta es una suposición totalmente arbitraria, que contradice a los hechos. En realidad no hay semejante cuota general de acumulación y teóricamente sería un contrasentido. “Hay aquí un error apenas comprensible de la autora, que muestra una vez más que para ella la esencia de los esquemas marxistas es puro enigma.” La ley real de las cuotas de beneficio iguales se halla “en perfecta contradicción con la supuesta ley de acumulación”, etc., continuando del modo concienzudo, con sal y pimienta, que emplea Eckstein cuando trata de aniquilarme. Pues bien, cinco páginas más allá, aduce Marx un segundo ejemplo de su esquema de la acumulación; ejemplo que es el verdadero, el fundamental, con el que, luego, opera extensamente hasta el final, mientras el primero no fue más que un intento, un bosquejo provisional. Y en este segundo ejemplo definitivo, Marx supone, constantemente la cuota igual de acumulación, “la su-puesta ley” en ambas secciones. El “contrasentido teórico”, la “plena contradicción con la ley real de la cuota de beneficio igual”, toda esta suma de delitos capitales se encuentran en el esquema marxista en la página 492 del tomo segundo de El Capital, y Marx persevera en estos pecados hasta la última línea del tomo. Por consiguiente, la andanada va a caer una vez más sobre el infortunado Marx; éste es,

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Crítica de las críticas

II

1

Como es natural, no entraré en los cálculos de Bauer. Lo principal de su exposición y de su crítica a mi libro es la teoría de la población, que me contrapone como base de la acumulación y que, en sí misma, nada tiene que ver con esquemas matemáticos. En lo que sigue nos ocuparemos de esta teoría. Pero antes es necesario conocer, al menos, la manera, el método empleado por Bauer en sus manipulaciones. Si sus cuadros no sirven para la solución del pro-blema puramente económico, social, de la acumulación, son, en cambio, muy característicos y sirven para comprender cómo aborda la solución del problema. Y este procedimiento puede ilustrarse con algunos ejemplos conocidos, de los que pueden juzgar fácilmente incluso los mortales ordinarios que profesan horror a los cuadros desconcertantes y a los signos cabalísticos.

Sólo voy recoger tres ejemplos.

En la página 836 del Neue Zeit (lugar citado) expone Bauer la manera de cómo se verifica la acumulación del capital social. De acuerdo con Marx, toma las dos grandes secciones de la producción (producción de medios de producción, producción de medios de consumo), suponiendo como punto de partida en la primera sección un capital constante de 120.000 y uno

indudablemente, culpable de no haber comprendido la esencia de sus propios esquemas. Desdicha que, por lo demás, comparte no sólo conmigo, sino también con Otto Bauer, que en sus propios esquemas “inatacables” trabaja igualmente con la fórmula “que la cuota de acumulación sea igual en ambas esferas de producción” (Neue Zeit, lugar citado, página 538). Esta es la crítica de Eckstein. ¡Y que se hayan de escuchar desvergüenzas de semejante tipo, que ni siquiera ha leído seriamente El Capital de Marx! Que semejante “recensión” haya podido publicarse en el Vorwärts es un resultado característico del predominio de la escuela de epígonos “austromarxistas” en los dos órganos centrales de la socialdemocracia, y si Dios me permite ver la segunda edición de mi libro, no dejaré de presentar esta perla íntegra en el apéndice, para que sea conocida de la posterioridad. (En esta edición se publica como apéndice, N d E)

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variable de 50.000 (lo que ha de representar miles o millones de marcos, en suma, valor en dinero). En la segunda sección toma un capital constante de 80.000 y uno variable de 50.000. Los números son naturalmente arbitrarios, pero sus proporciones son importantes, pues expresan determinados principios económicos, de los que parte Bauer. Así, el capital constante en ambas secciones es mayor que el variable, para indicar el nivel del progreso técnico. Este predominio del capital constante sobre el variable es, además, mayor en la primera sección que en la segunda, pues también la técnica puede hacer en aquélla progresos más rápidos que en ésta. Finalmente, como consecuencia, el capital total de la primera sección es mayor que el de la segunda. Estos son, hay que advertir, principios del mismo Bauer y muy dignos de encomio, porque coinciden con los de Marx. Hasta aquí todo va bien.

Pero ahora viene la acumulación. Y ésta comienza de modo que Bauer aumenta los dos capitales constantes en la misma suma de 10.000 y los dos variables en la misma suma de 2.500 (lugar citado). Pero con esto se echan abajo los anteriores términos dados. Pues, en primer lugar, el capital total menor de la segunda sección no puede crecer en modo alguno en la misma forma que el capital mayor de la primera sección, porque de esta manera su relación mutua, determinada por la técnica, se retrotrae hacia atrás y, en segundo lugar, es imposible que los capitales suplementarios se dividan en ambas secciones del mismo modo entre el capital constante y el variable, porque los capitales originarios no están divididos de la misma manera. También en esto el mismo Bauer echa abajo la base técnica por él aceptada.

Así comienza la cosa. Bauer va abandonando de un modo perfectamente arbitrario sus propios principios económicos, en el primer paso de la acumulación. ¿Y por qué? Simplemente, por amor a los resultados aritméticos; para obtener un resultado limpio con adición y sustracción, que de otra manera no sabría encontrar.

Pero sigamos. Después de la ampliación de la producción aquí verificada, Bauer puede mostrarnos cómo se verifica el segundo acto decisivo de la acumulación, aquel “salto mortal” consciente, es decir, la realización de la plusvalía. Ha de mostrársenos el trueque de la masa de productos incrementada, y ello de tal modo, que se llegue a un grado ulterior de acumulación, es decir, a una nueva ampliación de la producción. Esto acontece en la página 873.

Se trata de cambiar las dos masas de mercancías existentes como resultado del primer año de producción: 220.000 medios de producción y 180.000 medios de consumo. Primeramente, la cosa se realiza en la forma corriente: cada sección aplica gran parte de sus masas de mercancías, directamente o por cambio, a la renovación del antiguo capital gastado, así como para asegurar el propio consumo de la clase capitalista. Hasta aquí todo está bien y hasta aquí Bauer sigue naturalmente las huellas de Marx. Pero ahora comienza el punto delicado: la ampliación de la producción para el año siguiente, la acumulación. Este proceso se inaugura del siguiente modo, con la cita ya conocida por nosotros: “Además de esto, los capitalistas quieren aplicar la plusvalía acumulada por ellos en el primer año a las explotaciones existentes, o a la fundación de otras nuevas.” Aquí ya no tenemos que hacer nada con la cuestión de si es suficiente la “voluntad” de los capitalistas. En este punto compartimos la posición de Bauer. La voluntad del hombre es su reino y nos limitamos a estar atentos a las manipulaciones, en virtud de las cuales actúa la voluntad soberana de los capitalistas.

De manera que los capitalistas de la primera sección de Bauer “quieren” colocar, de su plusvalía, nuevamente en la explotación, 12.500. ¿Por qué esta cifra? Porque Bauer la necesita justamente para que le salga las cuentas. Pero acatemos también en esto, la voluntad de Bauer sin murmurar; sólo pedimos que se nos permita mantenernos fieles a sus propios datos libremente elegidos. Resulta, pues, que los capitalistas de la primera sección habían resuelto dedicar a la producción 12.500 de su plusvalía. Pero ahora les ocurre que, después de haber colocado 10.000 de sus mercancías en su propio capital constante, y otros 2.000 en la otra sección para obtener medios de consumo para los obreros suplementarios de la propia explotación ampliada, les queda todavía un resto de la masa total de mercancías de 4.666. Han realizado ya su consumo, han renovado el antiguo capital gastado, han dedicado nuevo capital para la ampliación, por cierto en la cantidad justa que Bauer estima conveniente, y ahora les queda todavía “un resto molesto de soportar”. ¿Qué se hace con ese resto de 4.666?

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Crítica de las críticas

Pero no olvidemos que los capitalistas “quieren” acumular, no sólo en la primera, sino también en la segunda sección. También aquí, a pesar de poseer, como hemos visto, un capital mucho menor, aspiran a colocar exactamente los 12.500, e incluso a distribuirlo exactamente como en la primera; la vanidad de imitar a los colegas más ricos que ellos, les lleva, incluso, a prescindir de puntos de vista técnicos. El caso es que para esta ampliación necesitan una cantidad suplementaria en medios de producción de la sección I, y, acaso esto sea la ocasión de librarse, del modo más sencillo, del resto de aquella sección. Pero no; todo esto está ya pensado y ha ocurrido ya. La ampliación de la sección II se ha verificado “conforme a un plan”, es decir, conforme al plan imaginado por el mismo Bauer. Allí no cabe colocar nada más. Y queda, después de todo esto, en la primera sección un resto de 4.666. ¿Qué hacemos con él? “¿Dónde encuentran mercado para él?”, pregunta Bauer (lugar citado, página 865). Y contesta lo que sigue.

“Los capitalistas de las industrias de bienes de consumo traspasan una parte de la plusvalía acumulada en el primer año a las industrias de medios de producción, bien fundando fábricas para elaborar medios de producción, bien poniendo a la disposición de los capitalistas de las industrias de medios de producción una parte de la plusvalía acumulada por ellos a través de los bancos, bien adquiriendo acciones de sociedades dedicadas a la elaboración de medios de producción. Por consiguiente, las industrias de medios de producción venden mercancías por valor de 4.666 al capital acumulado en las industrias de bienes de consumo, pero colocado en industrias de medios de producción. Por consiguiente, las industrias de medios de consumo junto a medios de producción por valor de 85.634 [que cubren plenamente sus propias necesidades. R. L.), compran medios de producción por valor de 4.666 destinados a la elaboración de medios de producción.” (lugar citado, página 863)

Esta es, pues, la solución: la primera sección vende el resto sin salida de 4.666 a la sección II, pero ésta no lo emplea en sí misma, sino que lo devuelve a la primera sección, empleándolo en él para una nueva ampliación del capital constante I.

No entraremos aquí, una vez más, en el detalle del hecho económico de los “traslados” de plusvalía de la sección II a la I supuestos por Bauer. Seguiremos a ciegas a Bauer en todas sus aventuras, sin atender más que a una cosa: a si las operaciones que él mismo ha elegido libremente se realizan con honradez y limpieza, a que Bauer se mantenga fiel a sus propios principios.

Así, pues, los capitalistas de la sección I “venden” su resto de mercancías de 4.666 a los capitalistas de la segunda, y éstos lo “compran”, trasladando a la sección I “una parte de la plusvalía acumulada por ellos”. ¡Pero alto! ¿Con qué lo “compran”? ¿Dónde está la “parte de la plusvalía” con la que se paga la compra? En los cuadros de Bauer no hay huella alguna. La masa entera de mercancías de la sección II se ha disipado ya para el consumo de los capitalistas de ambas secciones, así como para la renovación y aumento del capital variable (véase el cálculo del propio Bauer en la página 865), exceptuando, es cierto, un resto de 1.167. Estos 1.167, en bienes de consumo, es todo lo que queda de la plusvalía de la segunda sección. Y estos 1.167 son utilizados por Bauer, “no como adelanto a cuenta de aquellos 4.666 en medios de producción, sino para emplearse en capital variable necesario para los trabajadores suplementarios, para los 4.666 medios de producción que se suponen “comprados”. Por tanto, de cualquier modo que se plantee la cuestión, los capitalistas de la segunda sección han gastado totalmente su plusvalía, se registran los bolsillos y no encuentran en ellos ni un céntimo para comprar el resto de 4.666.

Por otro lado, si aquella compra se hubiese llevado a efecto, tendríamos que ver en la sección I los medios de consumo cambiados por el resto de 4.666. ¿Pero dónde se hallan si se hace con ellos la sección I? Bauer no hace sobre esto la menor indicación. Los místicos 4.666 medios de consumo que hubieran debido cambiarse en la “compra” han desaparecido sin dejar huellas. Pero quizá podamos figurarnos la cuestión así: quizá los capitalistas de la segunda sección disponen de capitales que no se ven en el cuadro y tienen, por ejemplo, depósitos en el Banco Alemán y sacan ahora 4.666 en dinero para comprar aquellos medios de producción. Pero si Bauer se hubiera figurado algo por el estilo; si hubiera construido sus cuadros como exposición del “capital social en su conjunto” mirando al mismo tiempo de soslayo hacia las cajas secretas provistas de capitales, a las que puede recurrir cuando le falta salida en sus tablas, sería esto

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una burla de los esquemas marxistas. Capital social en su conjunto, es capital social total. No caben aquí sutilezas ni interpretaciones. Por tanto, ha de hallarse comprendido en él, hasta el último céntimo, todo cuanto capital posee la sociedad; el propio Banco Alemán con sus depósitos ha de hallarse incluido, y la circulación entera debe verificarse en el marco del esquema; por tanto, ha de verse en las tablas el cómo y el cuándo. De otra manera, el es-quema y el cálculo enteros carecen de todo valor.

Se ve, pues, claramente que las maniobras de los capitalistas de Bauer son pura fantasía; estos señores se limitan a hacer como si se vendiesen o comprasen unos a otros los 4.666 medios de producción, pero de hecho carecen de recursos para comprarlos. Que los capitalistas de la primera sección entreguen a los de la segunda el resto de sus mercancías es, pues, puro regalo. Y los capitalistas de la segunda responden a esta generosidad con una generosidad igual: devuelven a sus colegas inmediatamente el regalo, e incluso añaden el propio resto, en medios de consumo, por valor de 1.167 (con el que no saben qué hacer) gratis también: tomad, amigos, lleváoslo y tendréis capital variable para poner en movimiento vuestras máquinas superfluas.

Así, al final del proceso de la acumulación (después que ésta se ha realizado siguiendo un plan conforme al deseo de Bauer) se produce un nuevo capital constante de 4.666 y uno variable de 1.167. Y Bauer, vuelto al público, dice con leve sonrisa: Voila, “con esto se ha realizado todo el valor de los productos de ambas esferas y, por tanto, toda la plusvalía.” (Lugar citado, página 865) “De la misma manera podemos convencernos por la tabla IV de que no sólo en el primer año, sino en cada uno de los años siguientes, se ha realizado, sin perturbación alguna, el valor total de los productos de ambas esferas: la plusvalía total. El supuesto de la camarada Lu-xemburgo de que la parte acumulada de plusvalía no puede ser realizada, es, pues, falso.” (Lugar citado, página 866)

El resultado es altamente satisfactorio, pero la manipulación empleada para obtenerlo atenúa un tanto la alegría. Expuesto sobriamente, consiste en lo siguiente: una vez que se ha realizado y terminado el cambio entre ambas secciones de la producción social para la renovación y ampliación del capital, le queda a la sección I un resto de medios de producción por valor de 4.666 que no puede colocar, y a la sección II, otro resto de medios de consumo por valor de 1.167. ¿Qué se va a hacer con ambos restos? ¿Cambiarlos por de pronto, al menos, por el importe de la suma menor? Pero en primer lugar, aun así quedaría todavía en la sección I un resto que no se podría colocar, y habríamos disminuido los números, pero no la dificultad. En segundo lugar y ante todo: ¿qué sentido y fin económico tendría entonces aquel cambio? ¿Qué iba a hacer la sección I con los bienes de consumo aquí adquiridos para obreros suplemen-tarios, si después del cambio no tendría ya en sus manos la cantidad suficiente de medios de producción para dar ocupación a aquellos obreros? ¿Y qué iba a hacer igualmente la segunda sección con los nuevos medios de producción aquí adquiridos, si por medio del cambio se había desprendido de los medios de consumo necesarios para obreros suplementarios? Por consiguiente, es imposible un cambio. Los dos excedentes del esquema no pueden colocarse.

Para salir del apuro, recurre Bauer a los siguientes artificios: en primer lugar, finge una “venta” del resto de mercancías invendibles de la primera sección a la segunda, sin decir lo más mínimo acerca de los medios con que esta última paga aquella venta; en segundo lugar, hace que los capitalistas de la segunda sección realicen algo todavía más original: después de la “compra” fingida, hace que los nuevos medios de producción adquiridos emigren de la propia sección a la otra y los coloquen en ella como capital; además, en tercer lugar, que se lleven con esta emigración los propios medios de consumo invendibles para colocarlos igualmente en la otra sección como capital variable.

Cabe preguntar, ¿para qué finge Bauer esta original transacción en vez de dejar sencillamente en la primera sección los medios de producción excedentes y emplearlos para fines de ampliación, como finalmente acontece? Pero esto significaría ir de una dificultad a otra, porque entonces Bauer se encontraría en el apuro de explicar cómo se puede atraer el capital variable necesario en forma de 1.167 medios de consumo de la sección segunda a la primera. Como esto no puede realizarse y el empleo total del producto por el camino del cambio es imposible, Bauer arma una confusión que produce mareos para llevar a la primera sección el resto de mercancías invendibles, y terminar allí la acumulación.

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Crítica de las críticas

Esta es, ciertamente, una ocurrencia atrevida. En la historia de la economía, Marx ha sido el primero en formular y exponer esquemáticamente la distinción entre las dos secciones de la producción social. Es éste un pensamiento fundamental que ha planteado sobre nuevas bases el problema entero de la reproducción social y ha hecho posible su investigación exacta. Pero el supuesto de esta distinción marxista y de su esquema es que entre ambas secciones sólo existen relaciones de cambio, lo que constituye una forma fundamental para la economía capitalista o productora de mercancías. Esta condición fundamental la mantiene Marx también severamente en sus operaciones con el esquema; con la misma severidad con que mantiene sus postulados, siempre con férrea consecuencia. Pero viene Bauer, y así, de pasada, echa por tierra toda la construcción de Marx “trasladando” sin cambio las mercancías de una a otra sección, y haciendo que en el severo esquema vayan, según un refrán polaco, de un lado para otro, como patos silvestres en el cielo.

Bauer se basa en que, con el progreso técnico, la elaboración de medios de producción aumenta a costa de la de los medios de consumo, y los capitalistas de la última sección, por consiguiente, colocan una parte de su plusvalía en esta o en otra forma (por medio de bancos, acciones o empresas propias) en la primera sección. Todo esto está muy bien. Pero los “traslados” de la plusvalía acumulada, de una rama de producción a otra, sólo pueden hacerse en forma del capital monetario, esta forma del capital indiferenciada, absoluta y, por tanto, indispensable en el intercambio, para servir de intermediario en los desplazamientos que ocurren en la producción de mercancía. No se pueden adquirir acciones de minas de cobre con una cantidad de velas invendibles, o fundar una nueva fábrica de máquinas con un depósito de zapatos que no se pueden vender. De lo que se trataba era, justamente, de mostrar de qué manera se convierten en capital monetario mercancías capitalistas, que es lo único que hace posible la circulación de una rama de producción a otra. Por consiguiente, es un refugio vano, cuando no se puede realizar el cambio, “trasladar sencillamente sin cambio a otra sección de la producción”.

Y también es igualmente asombrosa la ocurrencia de Bauer al hacer que una sección de la producción social funde nuevos establecimientos en la otra. Las “secciones” marxistas no son registros personales de los empresarios, sino categorías económicas objetivas. Que un capitalista de la sección II quiera “fundar” una nueva empresa en la sección I, no significa que la sección de los medios de consumo contribuya a la producción de los medios de producción, lo que es un absurdo económico, sino que una y misma persona actúa simultáneamente como empresario en ambas secciones. En ese caso, económicamente, tenemos que actuar con dos capitales, uno de los cuales elabora medios de producción y el otro bienes de consumo. Que estos dos capitales puedan pertenecer a una misma persona, que la plusvalía de ambas se meta en un bolsillo, es objetivamente indiferente para el análisis de las condiciones sociales de reproducción. Por eso, el cambio es el único medio de comunicación entre ambas secciones, y cuando se confunden ambas en una masa informe se quiebra la severa construcción de Marx; el resultado de la lucha de un siglo por la claridad en la economía nacional y el análisis del proceso de reproducción, vuelve al caos en el que se agitaban atrevidamente Say y sus semejantes.

Hay que decir que el mismo Bauer parte en su planteamiento de la misma manera. Así, dice, por ejemplo, al comienzo de la construcción de sus tablas: “Por eso, en el segundo año, el valor de los productos de la industria de bienes de consumo debe ascender a 188.000, pues sólo contra estas sumas de valor pueden cambiarse los bienes de consumo.” (lugar citado, página 837) Asimismo, una vez terminadas sus tablas y cuando va a comenzar la acumulación pregunta: “¿Quién compra estas mercancías?” (lugar citado, página 873) Por consiguiente, el mismo Bauer arranca queriendo realizar la acumulación y hace que la masa total de mercancías sea despachada por medio del cambio entre las dos secciones. Y al final, cuando tras diversos actos de cambio se encuentra en ambas secciones con mercancías que no pueden ser cambiadas, sale del apuro haciendo que las dos secciones se hagan mutuos regalos. Así, Bauer, ya al comienzo de sus tablas, abandona los propios supuestos y al mismo tiempo la condición fundamental del esquema marxista.

Y ahora un tercer ejemplo.

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Rosa Luxemburg

Como es sabido, Marx desarrolla sus esquemas para ilustrar la acumulación, suponiendo que el capital constante se encuentra en una proporción inalterable con el variable, y que la cuota de plusvalía es igualmente inmutable, aunque el capital crezca progresivamente. En mi libro hago valer frente a esto, entre otras cosas, que esta suposición es incompatible con la vida real, aunque facilite la marcha de la acumulación en los esquemas marxistas. Ya tener en cuenta el progreso técnico, es decir, el desplazamiento gradual en la relación del capital constante al variable, así como el crecimiento de la cuota de plusvalía, decía yo, ofrecería di-ficultades insuperables a la exposición de la acumulación dentro del esquema marxista, y mostraría que el proceso de la acumulación capitalista no puede encerrarse meramente en las relaciones mutuas de la industria puramente capitalista.

Ahora bien, a diferencia de Marx, Otto Bauer tiene ciertamente en cuenta, en sus tablas, el progreso técnico, y lo hace de un modo expreso, haciendo que el capital constante aumente de año en año con doble rapidez que el variable. Incluso en sus ulteriores explicaciones atribuye al progreso técnico el papel decisivo en la alternativa de las coyunturas. ¿Pero qué vemos del otro lado? Bauer, “para simplificar la investigación” supone al mismo tiempo una cuota de plusvalía constante, ¡invariable! (lugar citado, página 837).

En verdad, el análisis científico puede prescindir, para simplificar la cuestión, de las condiciones de la realidad o combinarlas libremente como corresponde a los fines que en cada caso persigue. El matemático puede reducir o ampliar a voluntad su ecuación. El físico puede realizar experimentos en el espacio vacío, para explicar las velocidades relativas de la caída de los cuerpos. Igualmente, el economista puede eliminar, para determinados fines de inves-tigación, ciertas condiciones reales de la vida económica. Marx, en todo el primer tomo de El Capital, parte de dos suposiciones: primera, que todas las mercancías se venden por su valor, y, segunda, que los salarios corresponden al valor total de la fuerza de trabajo, cosa que, como es sabido, se halla de continuo contradicha por la práctica. Marx empleaba este procedimiento para mostrar cómo, incluso bajo estas condiciones, las más favorables para el trabajador, tiene lugar la explotación capitalista. Sin embargo, no por eso su análisis deja de ser científicamente exacto: antes bien, por este camino nos da una base inconmovible para la apreciación exacta de sus desviaciones cotidianas.

Pero ¿qué se diría de un matemático que multiplicase por 2 la mitad de su ecuación, dejando la otra inalterada o dividiéndola por 2? ¿Qué se ha de pensar de un físico, que al comparar la relación de velocidades de móviles en descenso observase a unos cuerpos en el aire, a los otros en el espacio vacío? Así procede Bauer. Ciertamente, Marx toma plusvalías fijas en todos sus esquemas de la reproducción y cabe considerar ilegítimo este supuesto en la investigación del problema de la acumulación. Pero dentro y fuera de los límites de dicho supuesto, Marx procedió muy consecuentemente: prescindió siempre también del progreso técnico.

Bauer procede de otro modo: acepta, con Marx, una cuota fija de plusvalía, pero, al mismo tiempo, acepta un progreso técnico acentuado e incesante, en contradicción con Marx. Tiene en cuenta el progreso técnico, pero un progreso que no hace aumentar la explotación; acepta, pues, al mismo tiempo, dos condiciones en plena contradicción. Se anulan mutuamente. Luego, generosamente, nos deja que examinemos todas sus operaciones teniendo en cuenta una cuota de plusvalía ascendente, de la cual “pasajeramente” ha prescindido, y nos asegura que en tal caso todo sucedería con general contentamiento. Hay que lamentar que Bauer no se haya querido tomar el trabajo de llevar a término por sí mismo la bagatela, en vez de cortar el artificioso cálculo justamente allí, y despedirnos por quehaceres apremiantes en el momento en que debía empezar la demostración propiamente dicha.12 Sólo así tendríamos, al menos, una “prueba” aritmética para la aseveración de Bauer. Lo que ahora nos ha suministrado no sirve para ayudar al análisis científico, sino que es puro escarceo, que nada puede aclarar ni demostrar.

Hasta ahora no me he referido para nada al contenido económico de las tablas de Bauer; sólo he tratado de demostrar, por medio de algunos ejemplos, qué métodos aplica Bauer y cómo

12 Pannekoek, después de haber operado igualmente con un capital que crece rápidamente y con una cuota de plusvalía inalterable, dice: “De modo semejante pudiera considerarse también una modificación gradual de la cuota de explotación (Bremer Bürgerzeitung de 29 de enero de 1913). Pero también él deja todo el trabajo al lector.

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Crítica de las críticas

cumple las condiciones que él mismo se fija. Por eso he tenido que detenerme en sus manipulaciones, y no para triunfar fácilmente frente a la torpeza de sus operaciones esquemáticas. Muchas de sus equivocaciones podrían arreglarse fácilmente con tablas construidas con alguna mayor habilidad, en cuya materia Tugan-Baranowski, por ejemplo, es un gran maestro, aunque no por ello demostraría mucho más. Pero lo que importa es la manera como Bauer aplica el esquema marxista; es el hecho de que la confusión producida por Bauer con sus tablas delata claramente qué es lo que sabe hacer con los esquemas marxistas.

Que el colega de Bauer en el “expertismo”, Eckstein, lo amoneste por su “desconocimiento fundamental de los esquemas marxistas”, por su total “incapacidad para trabajar con los esquemas de Marx”, etc. Yo me limito a poner de relieve este par de pruebas, no porque quiera tratar tan cruelmente a Bauer como su colega “austromarxista”, sino porque Bauer declara ingenuamente:

“Rosa Luxemburgo se limita a indicar las arbitrariedades de los esquemas marxistas. Nosotros preferimos buscar un modo de hacer comprensible el razonamiento de Marx y realizar nuestra investigación empleando un esquema liberado de toda arbitrariedad. Por eso hemos formulado esquemas que, una vez aceptado el supuesto, no contienen ya nada de arbitrario, y cuyas magnitudes, por el contrario, se siguen unas a otras con necesidad forzosa.” (lugar citado, página 837)

De modo que Bauer no quiere perdonarme que, conforme a las citas aducidas, prefiera mantenerme fiel a Marx sin corregir sus “arbitrariedades”. Al final tendremos ocasión de ver la diferencia que existe entre los errores de un Marx y los de sus “expertos” epígonos.

Pero Bauer, no sólo me adoctrina, sino que (como es un hombre tan concienzudo) sabe explicar además mi error. Ha descubierto dónde está la raíz de mi equivocación: “Por consiguiente, el supuesto de la camarada Luxemburgo de que la plusvalía acumulada no puede ser realizada, es falso”, escribe después que sus tablas se han resuelto plenamente por las manipulaciones indicadas. “¿Cómo es posible que la camarada Luxemburgo haya llegado a este falso supuesto?” Y sigue la desconcertante explicación: “Hemos supuesto que los capitalistas compran, ya en el primer año, aquellos medios de producción puestos en movimiento por el incremento de la población obrera en el segundo año, y que los capitalistas, ya el primer año, compran aquellos bienes de consumo que venden el segundo año, al incremento de la población obrera. Si no admitiésemos este supuesto, la realización de la plusvalía creada en el primer año sería efectivamente imposible.” Y más adelante agrega:

“Rosa Luxemburgo cree que la parte de plusvalía acumulada no puede ser realizada. De hecho no puede ser realizada en el primer año, si los elementos materiales del capital productivo suplementario no se compran hasta el segundo año.” (lugar citado, página 836)

En esto estriba, pues, lo entraño de la cuestión. Yo no sabía que cuando en 1916 se quiere abrir una fábrica y ponerla en marcha, hay que construir ya en 1915 las edificaciones necesarias, comprar las máquinas y materias primas y tener almacenados los medios de consumo para los obreros que han de tener ocupación. Yo me imaginaba que, primeramente, se funda una fábrica y luego se compran los edificios necesarios; que primero se emplea a los obreros y luego se siembra el grano del que se ha de hacer pan. La cosa no puede ser más cómica, y mucho más si se tiene en cuenta que semejantes revelaciones aparecen en el órgano científico del marxismo.

De modo que Otto Bauer cree realmente que las fórmulas marxistas tienen algo que ver con “años” y se esfuerza en explicarme esto, a lo largo de dos páginas, de forma popular, con ayuda de fórmulas de tres tipos y de letras latinas y griegas. Pero los esquemas marxistas de la acumulación del capital no tienen nada que ver con años. Lo que le interesa a Marx son las metamorfosis económicas de los productos y su encadenamiento capitalista, y que en el mundo capitalista la serie de los procesos económicos se manifiesta en la siguiente forma: producción-cambio-consumo, otra vez producción-cambio-consumo, y así en una cadena interminable. Como el cambio es la fase de transición de todos los productos y el único lazo de los productores, ya sea para el afán de beneficio de los capitalistas, ya sea para la acumulación, en él hay realización de mercancías, y en él se reflejan los dos hechos siguientes:

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Rosa Luxemburg

1º Que los capitalistas en conjunto o individualmente no puedan realizar ningún aumento de la producción hasta que hayan conseguido cambiar sus mercancías.

2º Que los capitalistas en conjunto o individualmente no se proponen ninguna ampliación de la producción sin tener la perspectiva segura de un mercado más amplio.

Ahora bien, ¿dónde encuentra la clase capitalista un mercado ampliado como base de su acumulación? Esta es la cuestión. Y Bauer da finalmente la siguiente explicación:

“En realidad, se realiza también la plusvalía acumulada en la sociedad capitalista. Cierto que la realización se verifica por grados, lentamente. Así, por ejemplo, los medios de subsistencia que se emplean en el segundo año para el sustento de los trabajadores suplementarios, por regla general se producen ya en el primer año, y son vendidos por los productores al capital empleado en el comercio al por mayor; por tanto, una parte de la plusvalía contenida en estos medios de subsistencia se realiza ya en el primer año. La realización de la otra parte de esta plusvalía se verificaría después con la venta de estos medios de subsistencia por el alma-cenista a los detallistas, y por éstos a los trabajadores, con lo cual nuestro esquema es un reflejo fiel de la realidad.” (lugar citado, página 868)

Aquí, al menos, Bauer nos da un ejemplo tangible de cómo se figura la realización de la plusvalía, si en el primero o en el segundo año: se realiza en la venta de los medios de subsistencia por el productor al almacenista, por éste al detallista y, finalmente, por el tendero a los obreros “suplementarios”. Por consiguiente, en último término, son los obreros los que ayudan al capitalista a realizar su plusvalía, a transformarla en dinero contante. “En este sentido” el esquema de Bauer es un reflejo fiel de la visión del capitalista individual y de su escudero teórico, el economista vulgar.

Ciertamente, para un solo capitalista, no tiene importancia la persona que compra sus mercancías; lo mismo le da que sea un obrero como otro capitalista, un nacional o un extranjero, un labrador o un artesano. El capitalista guarda su beneficio en el bolsillo, venda a quien venda sus mercancías, y los empresarios del ramo de medios de consumo obtienen su beneficio vendiendo sus mercancías a los obreros, lo mismo que los empresarios del ramo de artículos de lujo vendiendo sus encajes, alhajas de oro y diamantes a las bellas mujeres de las clases elevadas. Pero si Bauer traslada esta vulgar sabiduría empírica del empresario al capital total sin darse cuenta de que lo hace; si no puede diferenciar las condiciones de la reproducción del capital individual, ¿para qué ha escrito Marx su segundo tomo de El Capital? Pues en esto consiste el fondo de la teoría marxista de la reproducción, es esto lo decisivo de la “obra asombrosa”, como la llama el colega de Bauer, Hilferding. Marx pone allí por primera vez de relieve, con clásica claridad, la diferencia fundamental entre las dos categorías: capital individual y capital social total en sus movimientos, y la saca de las contradicciones y tanteos de Quesnay, Adam Smith y los que después vulgarizaron sus trabajos. Examinemos, desde este punto de vista, la concepción de Bauer, empleando tan sólo los medios más simples.

¿De dónde sacan los trabajadores el dinero con el que han de realizar la plusvalía del capitalista comprando los medios de subsistencia? Ciertamente, al empresario particular le tiene sin cuidado de dónde ha sacado el dinero su “cliente”. Lo que le importa es que lo tenga; le es igual que se lo hayan regalado, que lo haya robado o que lo haya adquirido por la prostitución. Para la clase capitalista subsiste el hecho inconmovible que los obreros sólo sacan de ellos, de los capitalistas, a cambio de su fuerza de trabajo, los medios que necesitan para cubrir las necesidades de su vida: los salarios. Los perciben, como he expuesto arriba, conforme a las condiciones de la moderna producción de mercancías, en doble forma: primero como dinero, luego como mercancía, volviendo el dinero siempre a su punto de partida, al bolsillo de la clase capitalista. Esta circulación del capital variable agota totalmente el poder adquisitivo de los trabajadores y sus relaciones de intercambio con los capitalistas. Por consiguiente, cuando se asignan medios de vida a la clase trabajadora, socialmente no quiere decir que el capital realice su plusvalía, sino que suministra capital variable en mercancías (salario real), con lo cual retira, en forma de dinero, exactamente la misma cantidad de capital invertido en el período anterior. ¡Por tanto, esta llamada realización de la plusvalía, conforme a la receta de Bauer, consistiría en que la clase capitalista cambiara constantemente una parte

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Crítica de las críticas

de capital nuevo en forma de mercancías contra la misma cantidad del propio capital ya anteriormente adquirido en forma de dinero! Claro está que, en realidad, la clase capitalista realiza continuamente esta transacción, como que tiene que obedecer a la triste necesidad de ceder a sus trabajadores, en forma de medios de subsistencia, una parte del producto total para que le produzcan nueva plusvalía en forma de mercancía. Pero jamás la clase capitalista imaginó que con este negocio “realizase” su plusvalía anterior. Este descubrimiento quedaba reservado a Bauer.13

Por lo demás, el mismo Bauer tiene el “sentimiento oscuro” de que la transformación de la plusvalía en capital variable puede ser cualquier cosa menos “realización de la plusvalía”. Así, por ejemplo, no habla para nada de ello mientras trata de la renovación del capital variable en la misma escala. Sólo cuando llegan los “obreros suplementarios” comienza a funcionar el artificio. Los obreros que desde hace años son ocupados por los capitalistas, reciben primero simplemente salario en dinero, luego en medios de subsistencia, y producen, a cambio, plusvalía. Por el contrario, los obreros a quienes se emplea al ampliar la explotación, hacen algo más: “realizan” a los capitalistas su plusvalía, y lo hacen comprando, con el dinero que les pagan los capitalistas por sus salarios, medios de subsistencia a estos mismos capitalistas. Los trabajadores ordinarios no hacen más que realizar su propia mercancía (su trabajo) y hacen bastante para el capital produciéndole plusvalía. ¡Pero si se llama a los trabajadores “suplementarios”, entonces realizan un doble milagro: producir plusvalía en mercancías y, además, realizar esta plusvalía en dinero!

Afortunadamente, nos hallamos aquí ante los conceptos elementales del proceso de reproducción; en el umbral del segundo tomo de El Capital, y resulta claro hasta la evidencia, hasta qué punto Bauer está llamado, no sólo a explicar el segundo tomo de Marx, sino, sobre todo, a “liberar” la exposición marxista de sus contradicciones y “arbitrariedades” y dar una “expresión adecuada” para el razonamiento de Marx.

Bauer corona la parte esencial de su crítica de mi libro con el siguiente pasaje:

“La camarada Luxemburgo cree que las mercancías en que se hallan incorporadas alpha + beta [para mortales ordinarios: las mercancías en que se encierra la plusvalía destinada a la capitalización. R. L.], tienen que ser vendidas fuera del mundo capitalista, para que sea posible la realización de la plusvalía en ellas contenida. ¿Pero qué mercancías son éstas? Son aquellos medios de producción que los capitalistas necesitan para ampliar su aparato de producción, y aquellos medios de consumo que se destinan a alimentar el aumento de la población obrera.” Y Bauer, asombrado de mi obcecación conceptual, exclama: “Si se eliminan del mundo capitalista estas mercancías, no sería posible, al año siguiente, ninguna producción en escala ampliada: no podrían adquirirse ni los” medios de producción necesarios para ampliar el aparato de producción, ni los medios de subsistencia para alimentar a una población ampliada. Que esta parte de la plusvalía se fuese del mercado capitalista, no haría posible, como cree Rosa Luxemburgo, la acumulación, sino que, por el contrario, la imposibilitaría.” (lugar citado, página 868, subrayado por Bauer.)

Y, al final de su artículo, vuelve a decir categóricamente: “La parte del plusproducto en que se halla contenida la parte de plusvalía acumulada, no puede venderse a los campesinos y pequeños burgueses de las colonias, porque se necesita en la metrópolis capitalista para ampliar el aparato de la producción.” (lugar citado, página 863)

13 Un “experto” de menor cuantía ha resuelto en el Dresdener Volkszeitung (de 22 de enero de 1913) el problema de la acumulación de un modo admirable. “Todo marco de aumento [me adoctrina] que el trabajador recibe crea una nueva colocación del capital para diez y más marcos. De modo que la lucha de los trabajadores… crea el mercado para la plusvalía y hace posible la acumulación del capital en el propio país.” ¡Qué muchacho más inteligente! En adelante cuando a un “experto” se le ocurra escribir sencillamente “ki-ki-ri-ki”, seguramente se le imprimirá, sin más, como editorial en un órgano socialdemócrata. Es que los señores redactores, y más los de formación universitaria, que tienen bastante que hacer con mover la rueda de la historia universal en los salones de sesiones y pasillos parlamentarios, hace mucho tiempo que consideran pasado de moda tomarse el trabajo de sentarse y leer libros teóricos para formarse un criterio acerca de los problemas que se presentan. Es más fácil encargar esta tarea a un reportero cualquiera de los que escriben revistas económicas recortando datos estadísticos ingleses, norteamericanos y de otros países.

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Rosa Luxemburg

¡Dios sea loado! ¿Hay palabras para calificar semejante apreciación de las cosas, y semejante crítica? Nos encontramos aquí en el terreno de la inocencia económica. ¿Es éste el nivel del excelente Von Kirchmann o del respetable confusionista ruso Woronzof? ¿De modo que Bauer cree seriamente que cuando se “lanzan” mercancías a capas o países no capitalistas, desaparecen como si se las echase al mar dejando en la economía capitalista un vacío? En su celo por trabajar sobre los esquemas de Marx, no ha advertido lo que hoy saben hasta los niños: que cuando se exportan las mercancías, no se aniquilan, sino que se cambian, comprándose con ellas otras mercancías en aquellos países y capas no capitalistas, que sirven para proveer a la economía capitalista de medios de producción y consumo. ¡Describe patéticamente, como muy nocivo para el capital, lo que es realidad diaria, desde el primero hasta el último día en la historia del capitalismo!

Cosas asombrosas en efecto. El capitalismo inglés “lanzó” constantemente, desde el tercer decenio hasta el séptimo del siglo XIX, sus medios de producción, carbón y hierro, a Norteamérica, que entonces no era capitalista, y a América del Sur, y no se arruinó por ello, sino que prosperó recibiendo algodón, azúcar, arroz, tabaco y, más tarde, cereales de América. El capitalismo alemán “lanza” hoy, con toda actividad, sus máquinas, barras de hierro, locomo-toras y productos textiles a la Turquía no capitalista y, lejos de arruinarse por ello, está dispuesto a pegar fuego al mundo por sus cuatro costados, sólo para monopolizar en mucha mayor escala estos negocios perjudiciales. Para procurarse la posibilidad de enviar a China no capitalista sus propias mercancías, Inglaterra y Francia sostuvieron, durante tres decenios, guerras sangrientas en el Asia Oriental, y el capital europeo unido emprendió al declinar el siglo una cruzada internacional contra China. Pero, además, el cambio con campesinos y menestrales, esto es, con productores no capitalistas en la propia Europa, es un fenómeno diario que se verifica ante nuestros ojos en todos los países, y al mismo tiempo, como todo el mundo sabe, es una de las condiciones imprescindibles para la existencia de la industria capitalista. Y con estos antecedentes, Otto Bauer nos revela de pronto que si los capitalistas “lanzan” a medios no capitalistas las mercancías no consumidas por ellos mismos o sus obreros, sería imposible toda acumulación. ¡Como si, a la inversa, el desarrollo del capitalismo hubiera sido posible, y como si el capital hubiera tenido que atenerse, desde el principio, meramente, a los medios de producción y consumo elaborados por él mismo!

¡Hasta ese punto puede inducir a error el afán de sutilezas teóricas! Pero es característico, teórica y prácticamente, en todos estos epígonos del marxismo (más tarde lo hallaremos repetidamente confirmado), perder el sentido de la realidad por sumergirse en un “esquema” abstracto, y tropezar con los hechos de bulto de la vida real, mientras andan a tientas por entre las nieblas de la teoría.

Con esto podemos dar por conocidos los preliminares de Bauer, sus métodos, su procedimiento. Queda ahora lo principal: su teoría de la población.

2

“Toda sociedad cuya población crece, tiene que ampliar anualmente el aparato de su producción. Esta necesidad existirá lo mismo para la sociedad socialista del porvenir que para la sociedad capitalista del presente, del mismo modo que ha existido para la producción simple de mercancías, o para la economía campesina del pasado, que producía para el propio consumo.” (Neue Zeit, lugar citado, página 834)

Aquí se contiene en germen la solución dada por Bauer al problema de la acumulación. Para la acumulación, el capital necesita un mercado en continuo crecimiento, que haga posible la realización de la plusvalía. ¿De dónde viene este mercado? Bauer responde: la población de la sociedad capitalista crece como todas las demás y con ello aumenta la demanda de mercancías. Este es el fundamento de la acumulación en general. “En la forma de producción capitalista, existe la tendencia a acomodar la acumulación del capital al crecimiento de la

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Crítica de las críticas

población.” (lugar citado, página 871) De aquí deduce Bauer, consecuentemente, el movimiento característico del capital y sus formas.

Primeramente: el estado de equilibrio entre producción y población; esto es, aquella línea media en torno a la cual gravitan las coyunturas.

Bauer supone, por ejemplo, que la población aumenta anualmente en el cinco por ciento.

“Para que se mantenga el equilibrio, es necesario, pues, que también el capital variable aumente anualmente en el cinco por ciento.” Como el progreso técnico hace que aumente rápidamente la parte del capital constante (medios de producción) a costa del variable (salarios para los trabajadores), Bauer, para acentuar bien esto, supone que el capital constante crece con doble rapidez que el variable, es decir, en el diez por ciento anual. Sobre esta base construye aquellas tablas “inatacables” cuyas operaciones ya conocemos y que, en adelante, sólo han de interesarnos por su contenido económico. En estas tablas, Bauer hace que ingrese totalmente el producto social y concluye: “La ampliación del campo de producción, que constituye el supuesto de la acumulación, está dada aquí por el crecimiento de la población.” (lugar citado, página 869)

El punto esencial de este “estado de equilibrio” en el que la acumulación se verifica por sí sola, es, pues, la convicción que el capital variable crezca tan rápidamente como la población. Detengámonos un instante en esta ley fundamental de la acumulación formulada por Bauer.

La población crece, en su ejemplo, en un cinco por ciento anual y, por eso, el capital variable tiene que crecer también en un cinco por ciento. ¿Pero qué quiere decir esto? El “capital variable” es una dimensión de valor, es la suma de los salarios que se pagan a los trabajadores, expresada en una cierta cantidad de dinero. Esta cantidad puede representar masas de bienes de consumo completamente diferentes. En general, y bajo el supuesto de un progreso técnico general, es decir, de una productividad creciente del trabajo, a una suma relativamente menor de capital variable ha de corresponder una masa determinada de medios de consumo. De tal manera, que cuando la población crece anualmente en un cinco por cierto, el capital variable necesita crecer tan sólo en 4 3/4, 4 ½, 4 1/4, etcétera, para hacer posible el mismo nivel de vida. Y Bauer presupone un crecimiento técnico general, ya que, para expresarlo, acepta un crecimiento doble del capital constante. En este supuesto, el aumento uniforme del capital variable con el crecimiento de la población, sólo puede pensarse en un caso: cuando a pesar del rápido y continuado progreso técnico en todas las ramas de producción, a pesar de la productividad creciente del trabajo, los precios de las mercancías se mantuviesen siempre iguales. Pero esto, aparte de significar teóricamente la ruina de la teoría marxista del valor, en la práctica resultaría incomprensible desde el punto de vista capitalista. Pues el abaratamiento de las mercancías como arma en la competencia, es, justamente, lo que estimula al capital individual para aparecer como campeón del progreso técnico.

¡Pero alto! Acaso lo que ocurra sea que, a pesar de la productividad creciente del trabajo y del abaratamiento continuado de las subsistencias, los salarios en dinero (el capital variable, dimensión de valor) se mantengan inalterables, porque el nivel de vida de los obreros aumenta en proporción al progreso. En tal caso, se habría tenido en cuenta el ascenso social de la clase obrera. Pero que esta mejora del nivel de vida de los trabajadores sea tan sólida y duradera que el capital variable (suma de los salarios en dinero) haya de crecer en proporción de la población obrera, significa que el progreso técnico entero, la ventaja plena del aumento de productividad del trabajo beneficia, exclusivamente, a los obreros; es decir, que los capitalistas no aumentarían su cuota de plusvalía, elevándose así, en un mínimo, su nivel de vida privada. Como sabemos, Bauer acepta, de hecho, en sus tablas, una cuota de plusvalía inalterable. Es cierto que sólo la acepta “de momento” y únicamente “para simplificar con ella”, para tender la mano a nuestra torpeza espiritual y facilitarnos el ascenso a las alturas de su teoría, o cosa parecida. Pero, en realidad, este supuesto (como se ve claramente) es la base económica fundamental de la teoría de la acumulación de Bauer; en ella descansa todo el “estado de equilibrio” entre la producción y el consumo de la sociedad. Pues el propio Bauer dice justamente:

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“Nuestro esquema (tabla IV) presupone: 1º, que la masa obrera crece anualmente en un 5 por ciento; 2º, que el capital variable aumenta en la misma proporción que los obreros, y 3º, que el capital constante crece más aprisa que el variable en la medida exigida por el progreso técnico. Bajo estos supuestos, no hay que asombrarse que no cause ninguna dificultad realizar la plusvalía.” (lugar citado, página 869) Pero estos supuestos son “asombrosos” y lo son en el más alto grado. Pues si dejamos de movernos en el éter azul y descendemos a la tierra llana, tenemos que preguntar: ¿qué estímulo mueve a la clase capitalista para aplicar el progreso técnico y colocar sumas cada vez mayores en el capital constante, si el resultado de estos progresos sólo ha de favorecer a la clase obrera? Según Marx, la creación de la “plusvalía relativa”, el aumento de la cuota de explotación o el abaratamiento de los trabajadores, son los únicos impulsos objetivos que mueven a la clase capitalista, y el resultado objetivo verdadero a que se encaminan inconscientemente las luchas de los capitales individuales para obtener un beneficio mayor. Por consiguiente, el asombroso supuesto de Bauer es pura imposibilidad económica mientras exista el capitalismo. Si aceptamos con él el progreso técnico, esto es, el aumento de la productividad del trabajo, se deducirá con claridad meridiana que es imposible el aumento del capital variable (la suma de los salarios) “en la misma proporción” que la población. De manera que si éste crece anualmente en una proporción fija, el capital variable sólo puede crecer en una proporción constante decreciente; si la población crece anualmente en un 5 por ciento, el capital variable sólo crecerá, digamos, en un 4 5/6, 4 4/5, 4 3/4, 4 1/2, etcétera. Y a la inversa: para que el capital variable pudiera crecer anualmente con esta regularidad en un 5 por ciento, la población, dado un progreso técnico rápido, tendría que aumentar en progresión creciente, digamos, en 5 1/4, 5 1/2, 5 3/4, 6 por ciento, etcétera.

Pero con esto, la ley del “equilibrio” formulada por Bauer se viene abajo como un castillo de naipes. Basta comprobar que su “estado de equilibrio”, el punto de partida de toda su teoría de la acumulación acomodada al crecimiento de la población, se apoya sobre el dilema de dos absurdos económicos que contradicen la esencia del capitalismo y el fin de la acumulación: que el progreso técnico no abarata en absoluto las mercancías, y el otro: que este abaratamiento favorece exclusivamente a los obreros y no a la acumulación.

Veamos un poco qué es lo que ocurre en la realidad. El supuesto del crecimiento anual del 5 por ciento de la población (de Bauer) no es, naturalmente, más que un ejemplo teórico. Lo mis-mo podía haber elegido el 2 o el 20 por ciento. Pero, en cambio, no es diferente el crecimiento efectivo de la población, al que, según Bauer, tiene que adaptarse exactamente la evolución capitalista, pues en este principio descansa toda su teoría de la acumulación. ¿Y qué nos enseña el crecimiento real de la población, por ejemplo, en Alemania?

El crecimiento anual de la población ascendió en Alemania, según datos estadísticos oficiales, al 0,96 por ciento en el período de 1816 a 1864, y al 1,09 por ciento en el período de 1864 a 1910. En realidad, por consiguiente, el crecimiento de la población aumenta en un ritmo, conforme al cual, de 1816 a 1910, casi un siglo, el crecimiento anual aumenta de 0,96 por ciento a 1,09 por ciento, es decir, en 0,13 por ciento. Y si consideramos de cerca el período de la evolución del gran capital en Alemania, el crecimiento anual de la población fue de 1871 a 1880 del 1,08 por ciento, de 1880 a 1890 del 0,89 por ciento, de 1890 a 1900 del 1,31 por ciento y de 1900 a 1910 del 1,41 por ciento. Por consiguiente, también hay aquí un aumento del crecimiento anual, en el transcurso de cuarenta años, en un tercio por ciento. ¡Qué diferencia con el ritmo frenético e inaudito del crecimiento del capitalismo alemán durante el último cuarto de siglo!

Todavía se abren perspectivas mucho mejores si tomamos en consideración los demás países capitalistas. Según los últimos censos, el crecimiento anual de la población es el siguiente:

Austria-Hungría 0,87 %Rusia europea 1,37 %Italia 0,63 %Rumania 1,50 %Servia 1,60 %Bélgica 1,03 %Holanda 1,38 %Estados Unidos 1,90 %

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Crítica de las críticas

Francia 0,18 %Inglaterra con Escocia e Irlanda 0,87 %

Se ve que, tanto los números absolutos del crecimiento de la población, como la comparación de diversos países entre sí, desde el punto de vista de esta supuesta base de acumulación del capital, producen sorprendentes resultados. Para hallar la hipótesis del aumento del cinco por ciento supuesta por Bauer, en la realidad tendríamos que irnos a climas más cálidos, a Nigeria o al archipiélago de Sonda. En efecto, el crecimiento anual de la población asciende, según el último censo:

Uruguay 3,77 %Estados malayos británicos 4,18 %Nigeria del Sur 5,55 %Borneo septentrional 6,36 %Hongkong 7,84 %

¡Es lamentable que lugares tan propicios para la acumulación del capital se encuentren justamente allí donde no hay todavía ninguna producción capitalista, y que estas perspectivas se vayan enturbiando a medida que nos aproximamos a los territorios del capitalismo!

Consideremos ahora la cosa más de cerca. La acumulación del capital (dice Bauer) depende del crecimiento de la población; se acomoda exactamente a ella. ¿Y cómo se explica, entonces, por ejemplo, el caso de Francia? Aquí, el crecimiento de la población desciende constantemente. Según el último censo, sólo es de 0,18 por ciento y, por consiguiente, la población se aproxima lentamente al estancamiento y quizá al descenso absoluto. Pero, no obstante esta población estancada, el capital sigue acumulando alegremente en Francia, y lo hace de tal modo, que puede aprovisionar con sus reservas de capital a todos los países. En Servia, la población aumenta doblemente que en Inglaterra y, sin embargo, como es sabido, el capital acumula más en Inglaterra que en Servia. ¿Cómo se compagina esto?

Seguramente, la respuesta a esta duda se refiere tan sólo a nuestra torpeza: la teoría de Bauer no se refiere a un país aislado y a su población, sino que tiene a la vista la población en general. Por consiguiente, habría de considerar el crecimiento de la humanidad en conjunto. Muy bien, pero haciéndolo así resultan enigmas más asombrosos todavía.

Es evidente que el crecimiento anual de la “humanidad” sólo puede tener importancia para la acumulación capitalista en la medida en que la humanidad sea consumidora de mercancías capitalistas. No parece ofrecer dudas que el rápido crecimiento de la población en Nigeria del Sur o en Borneo septentrional, por ahora, y como base de la acumulación, interesa poco al capital. ¿Es que está de algún modo en relación la ampliación del círculo de clientes del capitalismo con el crecimiento natural de la población? Lo evidente y claro es que si el capital tuviese que esperar, para realizar sus posibilidades de acumulación, a la ampliación natural de su círculo originario de consumidores, se hallaría, probablemente, todavía en los pañales del período manufacturero, y quizás puede que ni tan cerca. Pero al capital no se le ocurre, ni en sueños, esperar a semejante cosa, sino que para ampliar su base de acumulación recurre a otros métodos abreviados, a destruir con todos los medios del poder político, la economía natural y la economía simple de mercancías, para crear, mediante la ruina recesiva de ambas, nuevas esferas de clientes para sus mercancías en todas las partes del mundo. Pero estos métodos no mantienen relación con el crecimiento de la población en los países y pueblos de que se trata.

Así, el círculo de compradores de mercancías puede aumentar mientras la población desciende. De hecho, el método capitalista de ampliación del mercado mundial por el ataque a la economía natural primitiva, va parejo con el aplastamiento e incluso con la extinción de pueblos enteros. Este proceso acompaña a la evolución capitalista desde el descubrimiento de América hasta nuestros días; véase a los españoles en México y Perú en el siglo XVI; a los ingleses en Norteamérica en el XVII, en Australia en el XVIII; a los holandeses en el archipiélago malayo; a los franceses en África del Norte y a los ingleses en India en el siglo XIX; a los alemanes en África occidental en el siglo XX. Asimismo, las guerras emprendidas por

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el capital europeo para “abrir” China al comercio, han conducido a matanzas periódicas de la población china, y, por tanto, a hacer inevitablemente más lento su crecimiento natural.

Mientras, de este modo, la ampliación de la base de la acumulación del capital en países no capitalistas, va unida a la extinción parcial de la población, en los países en que está arraigada la producción capitalista va acompañada de otros movimientos en el crecimiento natural de la población.

En los dos factores de este crecimiento: número de nacimientos y mortalidad, vemos en todos los países capitalistas dos movimientos contrapuestos. El número de nacimientos desciende en todas partes de un modo general y constante. Así, el número de nacimientos por 1.000 habitantes alcanzó en Alemania: 1871-1880, 40,7; 1881-1890, 38,2; 1891-1900, 37,3; 1901-1910, 33,9; 1911, 29,5; 1912, 29,1. La misma tendencia se manifiesta claramente comparando países de capitalismo muy desarrollado con otros que han quedado retrasados. Por cada 1.000 habitantes, había los siguientes nacimientos (1911 o 1912): en Alemania, 28,3; en Inglaterra, 23,8; en Bélgica, 22,6; en Francia, 19,0; en Portugal, 39,5; en Bosnia y Herzegovina, 40,3; en Bulgaria, 40,6; en Rumania, 43,4; en Rusia, 46,8. Todos los estadistas, sociólogos y médicos, atribuyen este fenómeno a la influencia de la vida en las grandes ciudades, a la industria fabril, a la inseguridad de la existencia, al progreso cultural, etc.; en suma, a los efectos de la civilización capitalista.

Al mismo tiempo, la evolución moderna de la ciencia y la técnica, y el mismo progreso cultural, ofrecen oportunidades para combatir la mortalidad. Así, en Alemania, la cifra de mortalidad anual por 1.000 habitantes era: 1871-1880, 28,8; 1881-1390, 26,5; 1890-1900, 23,5; 1901-1910, 19,7; 1911, 18,2; 1912, 16,4. El mismo cuadro resulta de la comparación de países capitalistas adelantados con países atrasados. La cifra de mortalidad por 1.000 habitantes (1911 o 1912) fue: en Francia, 17,5; en Alemania, 15,6; en Bélgica, 14,8; en Inglaterra, 13,3; en Rusia, 29,8; en Bosnia y Herzegovina, 26,1; en Rumania, 22,9; en Portugal, 22,5; en Bulgaria, 21,8.

Según el factor que actúe con más o menos fuerza, será más lento o más rápido el crecimiento de la población. Pero, en todo caso, y en todos sentidos, es la evolución del capitalismo, con sus concomitancias económicas, sociales, corporales y espirituales; es la acumulación del capital la que influye sobre el crecimiento de la población y lo determina, y no a la inversa. Más: en general, puede advertirse que la evolución capitalista actúa sobre el movimiento de la población en el sentido de que, con más o menos rapidez, conduce seguramente a contener el crecimiento de la población. La comparación de Hong Kong y Borneo con Alemania e Inglaterra, de Servia y Rumania con Francia e Italia, es suficientemente clara.

La consecuencia de todo esto se desprende sola: la teoría de Bauer invierte la situación real de las cosas. En cuanto Bauer hace que la acumulación del capital se acomode al crecimiento natural de la población en sus esquemas, ha perdido de vista el hecho diario, conocido de todo el mundo, esto es, que el capital modela y determina la población: tan pronto la extingue en masa, tan pronto apresura o detiene su crecimiento. El resultado general es éste: cuanto más rápida la acumulación, tanto más lento el crecimiento de la población.

Es éste un lindo quid pro qua para un historiador que olvida ver un poco lo que ocurre en la realidad, sin preguntarse de dónde depende el crecimiento de la población del que hace proceder la acumulación del capital. Federico Alberto Lange, en su Historia del materialismo, dice incidentalmente: “Tenemos en Alemania, incluso hoy en día, gentes que se llaman filósofos y que escriben grandes tratados sobre la formación de la representación (con la pretensión, incluso, de una “observación exacta por medio del sentido interior”) sin pensar que quizá en su propia casa tienen niños en los que pueden observar, con sus ojos y oídos, por lo menos las señales de la formación de representaciones.” Si hay todavía hoy en Alemania se-mejantes “filósofos”, no lo sé; pero la especie de los que por medio de cálculos esquemáticos exactos del “sentido interior” quieren resolver problemas sociales y olvidan, al hacerlo, ojos, oídos, el mundo y los niños, parece haber encontrado ahora en los “expertos” del marxismo oficial, los “legítimos herederos de la filosofía clásica alemana”.

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Pero la cosa es más curiosa aún. Hemos estudiado hasta ahora las condiciones económicas del crecimiento de población, en las que Bauer pretende fundar su teoría de la acumulación. Pero, en realidad, su teoría tiene otra base. Cuando habla de “población” y “crecimiento de la población”, se refiere propiamente a la clase de los obreros asalariados, y sólo a ella.

Para poner esto de relieve bastará citar los siguientes pasajes.

“Suponemos que la población aumenta en 5 por ciento anual. Por consiguiente, para que el equilibrio [entre producción y demanda social] se mantenga, es menester que también el capital variable [es decir, la suma de los salarios pagados] aumente anualmente en un 5 por ciento.” (lugar citado, página 835)

Si el consumo de la población sobre el que se halla calculada la producción, es igual al capital variable, es decir, a la suma de salarios pagados, esta “población” sólo puede ser la población trabajadora. Pero Bauer lo formula de un modo expreso:

“El aumento del capital variable [esto es, de la suma de salarios], expresa el suministro de subsistencias para el crecimiento de la población.” (lugar citado, página 834) Y todavía más categóricamente en el pasaje ya citado por mí: “Nuestro esquema presupone: 1º, que la clase trabajadora crece anualmente en un 5 por ciento; 2º, que el capital variable crece en la misma proporción que los trabajadores; 3º, que el capital constante [es decir, los gastos en medios de producción] crece más rápidamente que el variable en el grado exigido por el progreso técnico. Bajo tales supuestos no hay que asombrarse de que no surjan dificultades para realizar la plusvalía.” (lugar citado, página 869)

Adviértase que, según el supuesto de Bauer, no hay, en general, más que dos clases en la sociedad: obreros y capitalistas. “Como en una sociedad [dice, después] que sólo conste de capitalistas y obreros, los proletarios sin trabajo no pueden hallar otro ingreso que el que perciban por salarios”, etc. (lugar citado, página 869). Este supuesto no es casual ni ocasional, sino que tiene una importancia decisiva para la posición de Bauer frente al problema: tanto para él como para los otros “expertos” se trata justamente de probar, frente a mí, que conforme al “esquema”, también en una sociedad con producción exclusivamente capitalista, compuesta puramente de capitalistas y obreros, es posible la acumulación del capital y se verifica sin dificultades. Por consiguiente, en la teoría de Bauer sólo quedan dos clases sociales: capitalistas y proletarios. Pero la acumulación del capital sólo se dirige, en su crecimiento, por la clase proletaria. Por consiguiente, Bauer reduce, primero, la población a las dos únicas clases: obreros y capitalistas, de conformidad con su supuesto, y luego, tácitamente por sus operaciones, exclusivamente a los obreros. Estos constituyen la “población” a cuyas necesidades se adapta el capital. Así ha de entenderse cuando Bauer toma como base de su exposición esquemática el crecimiento anual de la población en un 5 por ciento, que lo que crece en un 5 por ciento es sólo la población obrera. ¿O habremos de considerar este crecimiento de la capa proletaria meramente como manifestación parcial del crecimiento general uniforme de la población total en un 5 por ciento anual? Pero esto sería un descubrimiento completamente nuevo, después de todo lo que Marx ha fundamentado teóricamente, y después que las estadísticas de profesiones han demostrado hace mucho tiempo que, en la sociedad actual, cada clase sigue sus propias leyes de población.

De hecho, Bauer tampoco piensa en un crecimiento uniforme de la población total. En todo caso, este crecimiento no rige para sus capitalistas; su aumento anual no es, en modo alguno, del 5 por ciento, como se demuestra fácilmente.

En la página 835, Bauer da como fondo de consumo de los capitalistas en los cuatro años sucesivos las siguientes cifras: 75.000, 77.750, 80.539 Y 83.374. Si Bauer supone que los salarios de los obreros crecen exactamente como estas cifras, podemos admitir que a los capitalistas no les va peor, al menos en cuanto a su nivel de vida, que a los obreros, y que también aumenta su parte de renta dedicada al consumo. Si es así, en el esquema de Bauer, correspondiendo al consumo de los capitalistas en los cuatro años, resulta el siguiente in-

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cremento anual de la clase capitalista: 5 por ciento en el segundo año, 3,6 por ciento en el tercero, 3,5 por ciento en el cuarto. Si esto continuase, pronto comenzarían a extinguirse los capitalistas de Bauer, y entonces se habría resuelto el problema de la acumulación del modo más original. Pero no tenemos que preocuparnos aquí de la suerte privada de los capitalistas de Bauer. Sólo nos interesa hacer constar que cuando Bauer habla de crecimiento de la población, como base de la acumulación, se refiere constantemente al crecimiento de la clase de obreros asalariados.

Y, finalmente, el mismo Bauer lo dice con palabras escuetas cuando en la página 839 expone: “Su aumento [de la cuota de acumulación] ha de realizarse por este camino hasta que se haya restablecido el equilibrio entre el crecimiento del capital variable y el crecimiento de la población.” Sigue a esto la explicación en la página 870: “Bajo la presión del ejército industrial de reserva, aumenta la cuota de plusvalía, y con ella la cuota de acumulación social hasta que ésta se ha hecho bastante grande, a pesar de su creciente composición orgánica, para hacer que el capital variable aumente con la misma rapidez que la población obrera. Tan pronto como esto ocurra se ha restablecido el equilibrio entre la acumulación y el crecimiento de la población.” Con la misma claridad, y formulado como regla general, se repite en la página 871: “En la sociedad capitalista se da la tendencia a adaptar la acumulación del capital al crecimiento de la población. Esta adaptación se consigue tan pronto como el capital variable [la suma de salarios] aumenta igual que la población obrera, pero el capital constante, más aceleradamente, en el grado que existe la evolución de la productividad.” Finalmente, se encuentra una vez más, en forma quizás más lapidaria, al final del artículo de Bauer, donde resume su quinta esencia: “Primeramente [en una sociedad capitalista aislada como la de su esquema] la acumulación se halla limitada por el crecimiento de la población obrera. Pues (dada la composición orgánica del capital) la magnitud de la acumulación está determinada por el crecimiento de la población obrera disponible”, etc. (lugar citado, página 873)

Es, pues, evidente que, bajo la apariencia de la adaptación de la acumulación del capital al crecimiento de la población, Bauer hace que el capital se rija exclusivamente por la clase obrera y su crecimiento natural. Decimos expresamente: crecimiento natural, pues en la sociedad de Bauer, en la que no hay clases intermedias, en la que sólo quedan capitalistas y proletarios, no es posible reclutar el proletariado de capas pequeño burguesas y campesinas y, por tanto, la reproducción natural es el único método de su multiplicación. Justamente, esta adaptación a la población proletaria es utilizada por Bauer para explicar las alternativas de la coyuntura capitalista. Y desde este punto de vista tenemos que examinar su doctrina.

Hemos visto que el equilibrio de la producción y el consumo sociales se logra cuando el capital variable, esto es, la parte de capital destinada al salario de los obreros, crece con la misma rapidez que la población obrera. Pero la producción capitalista tiene un impulso mecánico que destruye siempre el equilibrio, unas veces hacia abajo, “infraacumulación”, otras veces hacia arriba, “supraacumulación”. Comenzaremos con el primer movimiento del péndulo.

Si la primera “cuota de acumulación” es demasiado débil, dice Bauer, esto es, si los capitalistas no aportan, en suficiente cantidad, capital nuevo para emplearlo en la producción, “el crecimiento del capital variable queda por debajo del aumento de la población que busca trabajo. La situación que en tal caso se produce podemos llamarla situación de infraacumulación.” (lugar citado, página 879) Y, a continuación, Bauer la describe. Según él, el primer efecto de la infraacumulación es la constitución de un ejército industrial de reserva. Una parte del incremento de población queda sin trabajo. Los proletarios sin trabajo hacen presión sobre los salarios de los ocupados: bajan los salarios, aumenta la cuota de plusvalía. “Como en una sociedad compuesta exclusivamente de capitalistas y obreros, los proletarios sin trabajo no pueden hallar más ingresos que los derivados, los salarios tienen que bajar, la cuota de plusvalía tiene que subir, hasta que, a pesar que la disminución relativa del capital variable, halle trabajo toda la población obrera. La distribución verificada del producto que esto causa, se debe al hecho que, con la creciente composición orgánica del capital en que se expresa el progreso técnico, ha descendido el valor del trabajo, y, por tanto, se ha formado una plusvalía relativa.” De este incremento de la plusvalía resulta ahora un fondo fresco para una acumulación renovada más intensa, y con ello, para una mayor demanda de trabajadores: “Crece, pues, también, la masa de plusvalía que se aplica a la ampliación del capital variable.” Su ampliación, por este camino, ha de verificarse “hasta que se haya restablecido su equilibrio

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entre el crecimiento del capital variable y el crecimiento de la población”. (lugar citado, página 869) De esta manera salimos de la infraacumulación para volver al equilibrio. Hemos descrito aquí la mitad del movimiento pendular del capital en torno al equilibrio económico, y en este primer acto vamos a detenernos un poco más.

El estado de equilibrio significa (recordémoslo una vez más) que la demanda de trabajadores y el crecimiento de la población proletaria se compensan, es decir, que toda la clase obrera con su crecimiento natural, halla ocupación. Ahora bien, la producción pierde este estado de equilibrio, la demanda de trabajo se hace inferior al crecimiento del proletariado. ¿Qué es lo que le hace perder este equilibrio? ¿Qué es lo que determina este primer movimiento del péndulo fuera del punto central del equilibrio? Para un mortal corriente será difícil sacar esta respuesta de la sabia exposición que Bauer acaba de hacer. Afortunadamente, en la página siguiente viene él mismo en auxilio de nuestra torpeza, y, con un estilo algo menos oscuro, dice: “El progreso hacia una composición orgánica mayor del capital conduce constantemente a la infraacumulación.” (lugar citado, página 870)

Esto es, por lo menos, breve y claro. Es, pues, el progreso técnico el que determina el paro de los trabajadores por las máquinas, y con ello, periódicamente, la menor demanda de obreros, la formación de un ejército industrial de reserva, la baja de los salarios; en suma, el estado de “infraacumulación”.

Confrontemos a Bauer con Marx. En la infraacumulación, dice Bauer, “desciende el valor del trabajo” y, gracias a ello, se forma “plusvalía relativa”, que sirve para formar un nuevo fondo de acumulación. Perdón. Que por la aplicación de las máquinas “quede sin trabajo una parte del incremento de población”, y que por la presión de estos sin trabajo “bajen los salarios”, no significa, en modo alguno, que “el valor del trabajo” descienda, sino que el precio de la mercancía-trabajo (el dinero del salario) desciende simplemente a consecuencia del exceso de oferta por debajo de su valor (es decir, por debajo del nivel de vida ya alcanzado por los trabajadores). Pero, según Marx, la plusvalía relativa no surge, en modo alguno, porque los salarios desciendan por debajo del valor del trabajo a consecuencia de la disminución de demanda de obreros, sino (Marx repite esto incontables veces en el primer tomo de El Capital) bajo el supuesto que el precio del trabajo, es decir, el salario, es igual a su valor; o, con otras palabras, que la demanda y la oferta de trabajo se mantienen en equilibrio. Según Marx, el descenso surge, bajo este supuesto, a con-secuencia del abaratamiento de los costos de manutención de los trabajadores, es decir, a consecuencia de aquel factor que Bauer elimina, desde el momento en que declara necesario “para el equilibrio un crecimiento exactamente uniforme del capital variable y la población trabajadora”. O, dicho con palabras sencillas: la formación del nuevo capital con el que Bauer quiere alimentar a la futura acumulación, sólo sale bajo la apariencia de una “plusvalía relativa” de la presión ejercida sobre los salarios, impuesta a los trabajadores por la coyuntura.

¿Qué extraña ley económica es ésta del movimiento de los salarios, según la cual han de “descender constantemente”, hasta que toda la población trabajadora tenga ocupación? Nos encontramos, pues, con el extraño fenómeno de que, cuanto más bajan los salarios, tanto más aumenta el grado de ocupaciones. ¡Cuando los salarios están en el punto más bajo, trabaja todo el ejército industrial de reserva! Sobre la tierra prosaica en que vivimos, las cosas suelen ocurrir a la inversa: el descenso de los salarios marcha parejo con el aumento del paro; su subida, con el aumento de la ocupación. Ordinariamente, cuando los salarios están más bajos es cuando es mayor el ejército de reserva; cuando el nivel de los salarios llega a su culminación, desaparece más o menos completamente.

Pero aún hay más cosas sorprendentes en el esquema de Bauer.

La producción capitalista consigue salir del valle de lágrimas de la acumulación por un procedimiento tan sencillo como duro: justamente el gran descenso de los salarios ayuda a los capitalistas a realizar nuevos ahorros (que Bauer, con una interpretación un tanto equivocada, llama “plusvalía relativa”) y con ellos tienen un nuevo fondo para nuevas inversiones, para ampliar la producción y para reanimar la demanda de trabajadores. De nuevo nos encontramos, no en la tierra prosaica, sino en la luna de la “sociedad” de Bauer. ¡Es curioso sostener que el capital necesite hoy día ahorrar unos céntimos, gracias al descenso general de

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los salarios, para atreverse a crear nuevas empresas y establecimientos! Se le hace esperar hasta el último extremo; hasta el descenso general y prolongado de los salarios, para conseguir, por este camino, el nuevo capital que necesita para ampliar la producción. En la luna de la especulación de Bauer, en la que el capitalismo ha llegado a la mayor altura imaginable de desarrollo, ha acabado con todas las capas intermedias, transformando la población entera en capitalistas o proletarios. En esta sociedad no hay todavía reservas de capital; se vive al día, como en la época del “buen doctor Aikin” en la Inglaterra del siglo XVI. En aquella sociedad no hay evidentemente bancos como los que aquí, en la Tierra, guardan enormes reservas de capital acumuladas hace tiempo, y que sólo aguardan una oportunidad para lanzarse a la producción, cualquiera que sea el nivel de los salarios. La acumulación febril en la escala más alta, que ahora se manifiesta justamente en todos los países beligerantes y neutrales, para llevar apresuradamente a los graneros del beneficio del empresario la cosecha sangrienta de la guerra mundial, con una fuerte elevación de los salarios industriales, es la más clara e imaginable sátira al capital tísico de la fantasía de Bauer, que sólo puede sacar ánimo para nuevas empresas de acumulación de la depresión periódica general de los obreros. Pues nótese que Bauer, al describir el “equilibrio” de nuevo grado, subraya una vez más: “Bajo la presión del ejército industrial de reserva aumenta la cuota de plusvalía y, con ella, la cuota de acumulación social mientras ésta es bastante grande para hacer que el capital variable aumente tan rápidamente como la población obrera, a pesar de la creciente composición orgánica. Tan pronto como ha llegado este caso, desaparece el ejército industrial de reserva [¡por segunda vez, pues la primera había desaparecido ya, al llegar al punto más bajo de los salarios, es decir, al máximum de la infraacumulación!] y queda restablecido el equilibrio entre acumulación y crecimiento de la población.” (Lugar citado, página 870)

A este “equilibrio” restablecido sigue inmediatamente la segunda oscilación del péndulo, hacia arriba, hacia la “supraacumulación”. Bauer describe este proceso con extrema sencillez.

“Al subir la cuota de acumulación social [¡gracias a la presión ejercida conscientemente sobre el salario! R. L.], acaba por llegar a un punto en que el capital variable crece más rápidamente que la población. A esto es a lo que llamamos el estado de supraacumulación.”

Con estas dos líneas queda despachado el asunto. Bauer no dice nada más acerca del nacimiento de la “supraacumulación”. El impulso que produce la “infraacumulación” era al menos un hecho tangible: el progreso técnico; pero en lo que se refiere a la oscilación pendular opuesta nos abandona a nuestra propia imaginación insuficiente. Sólo averiguamos que la cuota de acumulación ascendente (es decir, la formación de capital capaz de ser invertido en nuevas empresas) llega “finalmente” a un punto en que la demanda de trabajadores excede a su oferta. ¿Pero, por qué ha de alcanzar “finalmente” este punto? ¿Quizá conforme a la ley física de la permanencia, puesto que ya se está en un movimiento de ascenso? Pero veamos de dónde procede ese ascenso. Bajo la presión de la falta de trabajo bajaron todos los salarios. De esta baja del salario resultó el incremento del capital disponible. Este incremento sólo puede durar hasta que todos los parados hayan conseguido ocupación, y esto acontece, en la extraña sociedad imaginada por Bauer, sólo cuando los salarios se encuentren en el punto más bajo. Pero una vez que la totalidad de la población tenga trabajo, dejan de bajar también, en esta extraña sociedad, los salarios, e incluso comienzan a subir lentamente como en nuestra Tierra. Y tan pronto como los salarios empiezan a subir, tiene que dejar de subir la “cuota de acumulación” que, según Bauer, sólo sale de esta fuente; incluso tiene que retroceder, por su parte, la creación de capital. ¿Entonces, cómo puede continuar subiendo, después que están ocupados todos los parados, para alcanzar “finalmente” el punto de la “infraacumulación”? En vano esperamos respuesta.

Si tenemos que permanecer en la ignorancia en cuanto al nacimiento de la “supraacumulación”, lo mismo nos sucede con el último acto del razonamiento: el proceso en virtud del cual la “supraacumulación” es a su vez superada y llevada al punto central del equilibrio.

“Si la cuota de acumulación es demasiado grande [¡entiéndase que sólo es en relación con los trabajadores existentes y su incremento! R. L.], el ejército de reserva desaparece rápidamente [lo que le ocurre, por tanto, por tercera vez ya], suben los salarios, desciende la cuota de plusvalía.” Con ello desciende también, más rápidamente incluso de lo que ocurriría a consecuencia de la creciente composición orgánica, la cuota de beneficio. De todo esto resulta

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“una crisis asoladora, durante la cual, el capital queda paralizado; se verifica una destrucción en masa de valores y un descenso brusco de la cuota de beneficios”. Ahora, la acumulación vuelve a hacerse más lenta, “el crecimiento del capital variable vuelve a determinar el crecimiento de la población”. (lugar citado, página 871) Y tenemos que precipitarnos, una vez más, en la “infraacumulación” que ya conocemos.

¿Pero por qué hace Bauer que la “crisis asoladora” estalle a la altura de la “supraacumulación”? Esta no significa para él más que el crecimiento más acelerado del capital variable con respecto a la población trabajadora. En términos sencillos, esto significa: la de-manda de trabajadores es superior a la oferta del mercado de trabajo. ¿Y esto ha de hacer que estalle una nueva crisis industrial y comercial? Bauer recurre en este pasaje a una cita de Hilferding, que ha de sustituir a una explicación de la aparición de la crisis: en el momento “en que dichas tendencias de la cuota descendente de beneficio se imponen frente a las tendencias que, a consecuencia de la demanda creciente, han determinado el aumento de los precios y del beneficio, se produce la crisis”. Pero prescindiendo que esta cita no puede aclarar nada, porque no es una explicación, sino sólo una descripción trabajosa de las crisis, este párrafo cae, sobre las especulaciones de Bauer, algo así como un ladrillo entre una bandada de pájaros.

En toda la exposición de Bauer no hay una “demanda” creciente o descendente de mercancías que pudiera determinar un “aumento de los precios y beneficios”. En Bauer no hay más que una danza de dos figuras: capital variable y proletariado (“población”). El total movimiento de la acumulación, su eje de “equilibrio”, sus alternativas en torno a este eje, resultan únicamente dadas por la proporción recíproca entre ambos factores: capital variable y población obrera. En Bauer no hay nada que se refiera a la demanda o a la venta de mercancías y sus dificultades; no las menciona ni con una sílaba. La “supraacumulación” no consiste, para Bauer, según esto, más que en el exceso del capital variable, o sea, de la demanda de obreros en comparación con el crecimiento natural de éstos. Esta es la única “demanda” que aparece en Bauer. ¿Y de aquí ha de salir una crisis, y, además, “asoladora”? ¡Quisiéramos ver cómo se explicaba cosa tan sorprendente!

Cierto que en la Tierra prosaica en que vivimos los demás, al estallido de la crisis suele preceder, igualmente, una coyuntura, en la que la demanda de trabajadores se presenta con la máxima tensión y en la que los salarios tienden a subir. Pero sobre esta misma Tierra, este último fenómeno no es causa de la crisis, sino el pájaro que anuncia la tormenta, como dice Marx en el segundo tomo de El Capital; es un fenómeno que acompaña a otros factores: a la relación entre la producción y el mercado.

Sea cualquiera la explicación profunda que se dé teóricamente a las nuevas crisis comerciales, lo cierto es que en la realidad resultan, de un modo perceptible para todos, de la desproporción entre producción y mercado; es decir, entre oferta y demanda de mercancías. ¡En cambio, para Bauer, que no menciona la cuestión de la liquidación de las mercancías, salen crisis periódicas de la desarmonía entre la demanda de trabajo y la reproducción natural de los trabajadores! ¡Porque los obreros no pueden multiplicarse tan rápidamente como exige la demanda creciente del capital, estalla “una crisis asoladora”! La falta periódica de trabajadores como causa única de las crisis comerciales, es seguramente uno de los descubrimientos más sorprendentes de la economía política, no sólo desde Marx, sino desde William Petty, y constituye una digna coronación de todas las demás curiosas leyes que en la Luna de la sociedad de Bauer gobiernan la acumulación del capital y sus relaciones.

Ahora conocemos el movimiento del capital en todas sus fases, y Bauer resume lo dicho en el siguiente final armónico:

“Por consiguiente, la forma de producción capitalista lleva en sí el mecanismo que vuelve a adoptar la acumulación, que ha quedado por debajo de la población ante el crecimiento de ésta.” (Lugar citado) Entiéndase, el crecimiento de la población trabajadora. Y más adelante insiste con mayor energía:

“La economía mundial capitalista, considerada en conjunto, percibe en sus ciclos la tendencia a la adaptación de la acumulación al crecimiento de la población [se entiende al crecimiento de la

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población obrera]. La prosperidad es “supraacumulación”. Se suprime a sí misma en la crisis. La depresión que le sigue es una época de infraacumulación. Se suprime a sí misma, en cuanto la depresión engendra en su seno las condiciones del retorno de la prosperidad. El retorno periódico de la prosperidad, de la crisis, de la depresión, es la expresión empírica del hecho de que el mecanismo de la producción capitalista suprime, por sí solo, supraacumulación e infraacumulación, y vuelve a adaptar la acumulación del capital al crecimiento de la población [entiéndase de la población trabajadora].” (lugar citado, página 872, subrayado por Bauer)

Ahora no cabe ya ninguna mala inteligencia. El “mecanismo” de Bauer consiste, dicho en pocas palabras, en lo siguiente. En el punto central de la economía mundial capitalista está la clase obrera. Ella y su crecimiento natural son el eje en torno al cual gira la vida económica. De ese eje depende el capital variable (y con él, en la proporción técnica exigible, el constante). Unas veces el capital existente es demasiado pequeño para ocupar a todos los proletarios, y entonces explota el excedente de éstos por medio de salarios bajos; otras veces es demasiado grande para hallar bastantes proletarios, y entonces se aniquila a sí mismo en una crisis; en todo caso, el movimiento entero de la producción y sus alternativas no son más que una aspiración eterna del capital a adaptar sus dimensiones al número de proletarios y a su aumento natural.

Esta es la quintaesencia del “mecanismo” de Bauer; de sus complicados cálculos y de las explicaciones que da acerca de ellos.

El lector que tenga alguna idea del marxismo sospecha ya qué inversión copernicana se encierra, con respecto a la ley fundamental de la economía capitalista, en esta teoría de la acumulación de Bauer. Pero para darle toda la importancia que merece es menester que sepamos antes, de qué modo Bauer, partiendo del nuevo centro de gravitación por él descubierto, está en situación de explicarnos como en un juego todas las manifestaciones parciales de la economía capitalista.

Ya conocemos la oscilación del capital en el tiempo. Veamos ahora los cambios en el espacio.

“La tendencia a adaptar la acumulación al crecimiento de la población [entiéndase crecimiento de la población obrera], domina las relaciones internacionales. Países con supraacumulación duradera colocan en el extranjero una gran parte creciente de la plusvalía acumulada en cada año: Francia e Inglaterra. [¿Y Alemania, por qué no? R. L.] Países con infraacumulación duradera atraen capital del extranjero y suministran a éste trabajadores. Ejemplo: en los países agrarios de la Europa oriental.” (lugar citado, página 871)

¡Qué breve y claro es todo esto! ¡Qué bien concuerda todo! Se está viendo la satisfacción sonriente con que Bauer resuelve, como si se tratase de un juego de chicos, los más complicados problemas con su nueva ley. Tratemos de examinar el ejemplo con algunas pruebas ligeras.

Hay, pues, países con “supraacumulación” duradera y países “con infracumulación duradera”. ¿Qué es “supraacumulación” y qué “infraacumulación”? La respuesta contenida en la página siguiente es: “prosperidad, es supraacumulación”… La depresión es una época de infraacumulación. Según esto, hay países con prosperidad duradera (a saber: Francia, Inglaterra, Alemania) y países con depresión duradera (a saber: los países agrarios de la Europa oriental) ¿No es verdad que es maravilloso?

Segunda prueba: ¿cuál es la causa de la infraacumulación? Respuesta en la página anterior: “El progreso hacia una composición orgánica superior (simplemente: progreso técnico) produce siempre la infraacumulación.” Por consiguiente, los países con infraacumulación duradera han de ser los países en los que el progreso técnico actúe más intensa y enérgicamente. Estos son: “los países agrarios de la Europa oriental”. Países con supraacumulación duradera han de ser los países con progreso más lento y débil. Son: Francia, Inglaterra, Alemania. ¿No es verdad que es maravilloso?

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Crítica de las críticas

Con la coronación del edificio aparece, evidentemente, la Unión Norteamericana, que consigue ser al mismo tiempo el país con “infraacumulación duradera” y “supraacumulación duradera”, con el progreso técnico más acelerado y con el progreso técnico más lento, con prosperidad duradera y depresión continuada, pues (¡oh maravilla!) atrae simultánea y “duraderamente” tanto capital como trabajadores de otros países…

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Confrontemos el “mecanismo” de Bauer con Marx.

La quinta esencia de la teoría de Bauer es la tendencia del capital a adaptarse a la población obrera disponible y a su crecimiento. Para Bauer, supraacumulación significa que el capital crece demasiado aprisa en comparación con el proletariado; infracumulación, que crece demasiado lentamente en comparación con éste. Exceso de capital y falta de obreros, falta de capital y exceso de obreros, he aquí los dos polos de la acumulación en el “mecanismo” de Bauer. ¿Y qué encontramos en Marx?

Bauer intercala en sus consideraciones un pasaje del tercer tomo de El Capital de Marx, en el que se trata de la “supraacumulación”, con lo cual parece como si la teoría de Bauer no fuese más que una explicación “inatacable” de la concepción marxista. Así, Bauer dice una vez que ha llegado a su estado de “supraacumulación”: Marx describe el estado de supraacumulación del modo siguiente:

“… tan pronto como el capital aumentase en tales proporciones con respecto a la población obrera que ya no fuese posible ni extender el tiempo absoluto de trabajo rendido por esta población, ni ampliar el tiempo relativo de trabajo sobrante (por lo demás, lo segundo no sería factible en el caso de que la demanda de trabajo fuese igualmente fuerte, es decir, en que predominase la tendencia al aumento de los salarios), es decir, tan pronto como el capital acrecentado sólo produjese la misma masa de plusvalía o incluso menos que antes de su aumento, se presentaría una superproducción absoluta de capital; es decir, el capital acrecentado C + ∆ C no se produciría más ganancia, sin incluso, tal vez, menos, que el capital C antes de acrecentarse con ∆ C. En ambos casos se produciría también una fuerte y súbita baja de la cuota general de ganancia, pero esta vez por razón de un cambio operado en la composición del capital que no se debe al desarrollo de la capacidad productiva, sino a un alza del valor del dinero del capital variable (a consecuencia de la subida de salarios) y al correspondiente descanso en la proporción entre el trabajo sobrante y el trabajo necesario.”14

A esta cita le agrega Bauer la siguiente coletilla: “Este punto designa el límite absoluto de la acumulación. Una vez alcanzado, sobreviene la adaptación de la acumulación al crecimiento de la población [entiéndase, como siempre, en Bauer: crecimiento de la población obrera] en una crisis asoladora”, etc. De aquí, el lector profano ha de sacar que en Marx se trata, exactamente como en Bauer, de la continua adaptación del capital a la población trabajadora, y que Bauer reproduce un pasaje suprimiéndole algunas palabras.

Pues bien, al pasaje citado por Bauer, antecede en Marx, en el mismo capítulo, casi inmediatamente, lo siguiente:

“Esta plétora de capital responde a las mismas causas que provocan una superpoblación relativa y constituye, por tanto, un fenómeno complementario de ésta, aunque se mueven en polos contrarios: uno, el del capital ocioso y otro el de la población obrera desocupada.”15

¿Cómo se entiende? Para Bauer, “supraacumulación” no significa otra cosa más que exceso de capital en relación con el crecimiento de la población obrera; por consiguiente, el exceso de capital es siempre idéntico a la falta de población obrera, de la misma manera que 14 Marx, Carlos, El Capital, Tomo III, FCE, México, 1972, páginas 249-250. (N d E)15 Marx, Carlos, El Capital, Tomo III, FCE, México, 1972, página 249. (N d E)

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infraacumulación, esto es, falta de capital, es siempre idéntica al exceso de población trabajadora. En cambio, para Marx, a la inversa, el sobrante de capital es simultáneo con el sobrante de población obrera, y ambos provienen de una misma tercera circunstancia.

Y en el mismo capítulo, después del pasaje citado por Bauer, se dice, un poco más allá.

“No constituye ninguna contradicción el que esta superproducción de capital vaya acompañada de una superpoblación relativa más o menos grande. Los mismos factores que elevan la capacidad productiva del trabajo, que aumentan la masa de los productos-mercancías, que extienden los mercados, que aceleran la acumulación de capital tanto en cuanto a la masa como en cuanto al valor, y que hacen bajar la cuota de ganancia, han creado y crean constantemente una superpoblación relativa, una superpoblación de obreros que el capital sobrante no emplea por el bajo grado de explotación del trabajo en que tendría que emplearlos o, al menos, por la baja cuota de ganancia que se obtendría con este grado de explotación.”16

En la misma página, un poco más lejos, añade Marx: “Cuando se envía capital al extranjero, no es porque este capital no encuentre en términos absolutos ocupación dentro del país. Es porque en el extranjero puede invertirse con una cuota más alta de ganancia. Pero este capital es, en términos absolutos, capital sobrante con respecto a la población obrera en activo y al país de que se trata en general. Existe como tal junto a la población relativamente sobrante, y esto es un ejemplo de cómo ambos existen al lado de la otra y se condicionan mutuamente.”17

Esto es claro, sin duda. ¿Pero cuál es el título del capítulo de Marx, del que Bauer cita un breve pasaje? Dice así: “Exceso de capital y exceso de población” (El Capital, Tomo III, XV-4). Y en estas condiciones, Bauer tiene la extraña ocurrencia de intercalar en su “mecanismo” una cita de este capítulo y hace aparecer un pasaje forzado, que no hace más que explicar la concepción de Marx. El simple título lapidario del capítulo, que representa, en efecto, la teoría marxista en esta parte, es por sí solo un golpe tan decisivo para la construcción de Bauer, que hace completamente añicos todo el ingenioso “mecanismo”.

Es perfectamente claro: la “supraacumulación” de Bauer y la supraacumulación de Marx son dos conceptos económicos totalmente distintos e incluso opuestos.

Para Bauer, supraacumulación equivale a período de prosperidad, de alta demanda de trabajo, de empleo del ejército industrial de reserva. Para Marx, el exceso de capital va de la mano con el exceso de obreros, con el paro más acentuado, y, por lo tanto, la supraacumulación equivale a crisis y depresión profundas. Bauer declara: hay periódicamente demasiado capital porque hay demasiados obreros. Marx declara: hay periódicamente demasiado capital, y a conse-cuencia de eso, demasiados obreros. Pero ¿”demasiado”, en relación a qué? En relación a la posibilidad de venta en condiciones “normales” que aseguren el beneficio necesario. Porque el mercado para las mercancías capitalistas se estrecha periódicamente, y por ello, se encuentra desocupada una parte de los trabajadores. Por consiguiente, las relaciones entre causas y efectos económicos son para Marx las siguientes:

El mercado para las mercancías capitalistas (mercado a precios “normales”, esto es, que contengan, por lo menos, el beneficio medio) es, en cada momento, el punto de partida. Conforme a él y sus movimientos, se rige en cada caso el volumen del capital aplicado. Conforme a éste se rige, en segundo lugar, la extensión de la población obrera empleada. Esto aparece en Marx, en la primera parte del tercer tomo, a cada instante.

Así, en la página en que trata de la “contradicción interna” de la producción capitalista, que se equilibra “por extensión del campo exterior de la producción”. Bauer habla también en un pasaje de la “extensión del campo de producción”, necesaria para la acumulación, lo que, evidentemente, debe ser una reproducción mutilada del pasaje mencionado de Marx y añade asimismo una coletilla en el sentido de su idea fija: “El campo de producción es ampliado por el crecimiento de la población” (entiéndase de la población obrera). Pero Marx da una explicación clara y precisa de lo que entiende por ampliación del “campo exterior de la producción”. Ya el pasaje que antecede dice de un modo lapidario: “Por consiguiente, el mercado ha de ser

16 Marx, Carlos, El Capital, Tomo III, FCE, México, 1972, página 253 (N d E)17 Marx, Carlos, El Capital, Tomo III, FCE, México, 1972, página 253 (N d E)

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extendido constantemente.” Igualmente, tras la descripción de la crisis y su superación: “De este modo, se reanudará de nuevo el círculo. Una parte del capital, depreciada por la paralización de su funcionamiento, recobrará su antiguo valor. Por lo demás, al extenderse las condiciones de producción, al ampliarse el mercado y al aumentar la capacidad productiva, se reanudará el mismo círculo vicioso de antes.”18

Igualmente:

“Los mismo factores que elevan la capacidad productiva del trabajo, que aumentan la masa de los productos-mercancías, que extienden los mercados, que aceleran la acumulación de capital tanto en cuanto a la masa como en cuanto al valor, y que hacen bajar la cuota de ganancia, han creado y crean constantemente una superpoblación relativa, una superpoblación de obreros que el capital sobrante no emplea…”19

Está claro como el agua que con “la extensión del campo de la producción exterior”, es decir, de los mercados, Marx no pudo haberse referido al crecimiento de la población trabajadora. Pues la extensión de los mercados corre pareja, como un fenómeno paralelo, con el sobrante de obreros, con el aumento del ejército de los parados, esto es, con el hundimiento del poder de compra de la clase obrera.

“Y se dice que el fenómeno de que se trata no es precisamente un fenómeno de superproducción, sino de desproporción dentro de las distintas ramas de producción, esto significa simplemente que dentro de la producción capitalista la proporcionalidad de las distintas ramas de producción aparece como un proceso constante derivado de la desproporcionalidad, desde el momento en que la trabazón de la producción en su conjunto se impone aquí a los agentes de la producción como una ley ciega y no como una ley comprendida y, por tanto, dominada por su inteligencia colectiva, que someta a su control común el proceso de producción. Con ello se exige, además, que los países en que no se ha desarrollado el régimen capitalista de producción consuman y produzcan en el grado que convenga a los países de producción capitalista.”20

Por consiguiente, aquí, Marx atribuye expresamente las crisis, no a perturbaciones de la proporción entre capital disponible y población obrera disponible, sino a perturbaciones en el cambio entre países capitalistas y no capitalistas; más, trata aquí provisionalmente este cambio como la base sobreentendida de la acumulación.

Y unas líneas más allá:

“De otro modo, ¿cómo explicarse que no haya demanda de esas mismas mercancías de que carece la masa del pueblo y que sea necesario buscarles salida en el extranjero, en mercados lejanos, para poder pagar a los obreros del propio país el promedio de los medios de subsistencia de primera necesidad?”21

Aquí Marx dice con perfecta claridad de qué depende el grado de ocupación de los obreros en los países capitalistas: de la posibilidad de hallar salida para mercancías capitalistas “en mercados lejanos”.

Con esto debía considerarse enjuiciada la referencia que del tercer tomo de El Capital hace Bauer. ¿Pero qué ocurre con el parrafito que cita Bauer tomado de las Teorías sobre la plusvalía? (tomo II, parte 2ª); “El aumento de población parece el fundamento de la acumulación como un proceso continuado.” ¿No se halla contenido en estas palabras el germen de todo el “mecanismo” de Bauer? Pero también aquí se trata de una cita parcial. El pasaje entero varía un poco.

Marx investiga en este caso las condiciones de la “transformación de la renta en capital”, es decir, la colocación productiva de plusvalía. Explica que esto sólo puede realizarse

18 Marx, Carlos, El Capital, Tomo III, FCE, México, 1972, páginas 252 y 253 (N d E).19 Marx, Carlos, El Capital, Tomo III, FCE, México, 1972, página 253 (N d E).20 Marx, Carlos, El Capital, Tomo III, FCE, México, 1972, página 254 (N d E).21 Marx, Carlos, El Capital, Tomo III, FCE, México, 1972, página 254 (N d E).

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transformando la parte mayor de la nueva suma sobrante de capital en capital constante, y su parte menor en capital variable. “Así, pues, primeramente ha de transformarse una parte de la plusvalía y del plusproducto, en medios de subsistencia que corresponden al capital variable; es decir, hay que comprar con ella nuevo trabajo. Esto sólo es posible cuando el número de los obreros aumenta, o cuando se prolonga la jornada durante la cual trabajan.” Lo último se produce cuando son ocupados totalmente proletarios que antes sólo trabajaban a medias, o cuando la jornada de trabajo se prolonga más allá de la medida normal. También entran en consideración capas del proletariado que hasta entonces no trabajaban productivamente: mujeres, niños, etc. “Finalmente [dice Marx] por crecimiento absoluto de la población obrera con el crecimiento de la población total. Si la acumulación ha de ser un proceso continuado, seguido, es necesario este crecimiento absoluto de la población, aunque disminuya relativamente en comparación con el capital empleado.” Y ahora sigue el parrafito citado por Bauer: “El aumento de población parece el fundamento de la acumulación como un progreso continuado.”

Así habla Marx en la misma página de las Teorías sobre la plusvalía que Bauer aduce como testimonio clásico en favor de su mecanismo. Si el lector reconoce algo a primera vista en el pasaje citado, es el siguiente razonamiento de Marx:

“Para que la acumulación, es decir, el incremento de la producción, se verifique, es necesario que haya trabajadores sobrantes. Por tanto, sin una población obrera creciente no puede verificarse ninguna ampliación continuada de la producción. Por lo demás, esto lo comprende el trabajador más sencillo. Por consiguiente, sólo en este sentido aparece “el aumento de la población como fundamento de la acumulación”.”

Pero para Bauer la cuestión no era la necesidad de un aumento de la población obrera para la acumulación, pues esto, que sepamos, no lo ha puesto en duda ningún mortal, sino si ello es condición suficiente. Marx dice: “La acumulación no puede verificarse sin una población obrera creciente.” Bauer lo invierte de este modo: “Para que haya acumulación basta que crezca la población obrera.” Marx presupone, en este caso, la acumulación, la posibilidad de que la venta no ofrezca dificultades; lo que investiga son las formas en que se realiza esta acumulación, y, en este aspecto, encuentra que el aumento de los trabajadores es, entre otros, una condición necesaria para la acumulación. Para Bauer, el aumento de obreros es lo dado, aquello por lo que se rige y para lo que se verifica la ampliación de la producción, sin preocuparse más del mercado. Por consiguiente, nos encontramos ante la misma inversión del pensamiento marxista que se comete en el testimonio clásico sacado del tercer tomo de El Capital.

¿Pero no será acaso que saquemos demasiadas cosas del pasaje de Marx? Quizá Bauer estuviera en situación de interpretar, o digamos, de confundir en su sentido las palabras de Marx. Sí, pero es un verdadero enigma cómo puede interpretarse mal a Marx, en este punto, si se ha leído el capítulo del que Bauer saca su párrafo. Pues unas páginas más allá, el mismo Marx precisa el pensamiento fundamental del problema propio de su análisis con las siguientes y claras palabras:

“La cuestión ha de formularse así ahora: supuesta la acumulación general [subrayado por Marx], es decir, suponiendo que en todas las ramas de producción se acumula, en mayor o menor escala, el capital, lo que es en realidad condición de la producción capitalista, ¿cuáles son las condiciones en que se resuelve esta acumulación general?” Y responde: “Estas condiciones son: que con una parte del capital en dinero, se compre trabajo, con la otra, medios de producción.”

Y como para evitar toda duda; como si hubiera adivinado a su discípulo “experto”, añade: “No tratamos aquí el caso de que se acumule más capital que el que se emplea en la producción; el capital, que, por ejemplo, se deposita en forma de dinero en el banco. De aquí los empréstitos al extranjero, etc.; en suma, la especulación por medio de la colocación de capitales. Tampoco consideramos el caso en que es imposible vender la masa de las mercancías producidas, crisis, etc. Esto pertenece al capítulo de la concurrencia. Así sólo tenemos que investigar las formas del capital en las diversas fases de su proceso, siempre en el supuesto de que las mercancías se vendan a su precio.” (lugar citado, subrayado por mí)

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Crítica de las críticas

Es decir, que Marx presupone la ampliación del capital, la posibilidad de la acumulación, y se limita a investigar en qué manifestaciones se resuelve, en tal o cual caso, el proceso. Una de ellas es el empleo de nuevos trabajadores, para lo cual es necesario, naturalmente, el crecimiento de la población obrera. De aquí saca Bauer que para que se verifique la acumulación basta con que crezca la población obrera; más aún, que la acumulación se verifica porque la población obrera crece. El sentido y fin objetivos de la acumulación y su “mecanismo” es acomodarse al crecimiento de la población trabajadora.

Para que el hombre viva, es condición necesaria que respire aire. De aquí sale esta conclusión a lo Bauer: el hombre vive del aire, vive de que puede respirar aire; el proceso entero de su vida no es más que una adaptación del mecanismo de su cuerpo a los movimientos de la respiración. He aquí los magníficos resultados que produce moverse entre abstracciones.

Pero aquí acaba la broma, pues la cosa no es humorística, ni mucho menos. No se trata ya de mi pequeñez y de mi libro, sino de los principios elementales de la propia doctrina de Marx. Ahora podemos abandonar también nosotros las alturas nebulosas y escarpadas del tercer tomo de El Capital y de las Teorías sobre la plusvalía, desconocidas para el público marxista, con escasas excepciones, y volver al primer tomo de El Capital, que ha formado hasta ahora la base económica verdadera de la socialdemocracia. Cualquier lector que conozca el primer tomo de la obra fundamental de Marx puede examinar, por sí mismo, con poco esfuerzo, toda la construcción de Bauer; no necesita más que abrir la obra por el capítulo XXIII para leer en la página 612 (de la 1ª edición):

“En la moderna industria, con su ciclo decenal y sus fases periódicas, que, además, en el transcurso de la acumulación, se combinan con una serie de oscilaciones irregulares en sucesión cada vez más rápida, sería en verdad una bonita ley la que regulase la demanda y oferta de trabajo, no por las expansiones y contracciones del capital, es decir, por sus necesidades de explotación en cada caso dado, de tal modo que el mercado de trabajo apareciera relativamente vacío cuando el capital se expansiona, y relativamente abarrotado cuando éste se contrae, sino que, por el contario, supeditase los movimientos del capital a los movimientos absolutos del censo de población. Y, sin embargo, así reza el dogma económico.”22 Marx se refiere al antiguo “dogma” de la economía política burguesa, el llamado fondo de salario que consideraba el capital disponible en cada caso por la sociedad, como una magnitud dada, perfectamente determinada, y frente a él hacía dependiente la población obrera ocupada por su crecimiento natural. Marx polemiza contra este dogma detenidamente y, al hacerlo, le da un palmetazo tras otro a su “experto” adepto.

Así, le explica:

“La demanda de trabajo no coincide con el crecimiento del capital, la oferta de trabajo no se identifica con el crecimiento de la clase obrera, como dos potencias independientes la una de la otra que se influyesen mutuamente. Les deux son pipés. El capital actúa sobre ambos frentes a la vez. Cuando su acumulación hace que aumente, en un frente, la demanda de trabajo, aumenta, también, en el otro frente, la oferta de obreros, al dejarlos “disponibles”…”23

Como hemos visto en el “mecanismo” de Bauer, el ejército industrial de reserva surge como consecuencia de una acumulación demasiado lenta que se ha quedado por debajo del crecimiento de la población. Bauer dice categóricamente: “El primer efecto de la infraacumulación es la formación de un ejército industrial de reserva.” (Neue Zeit, lugar citado, página 869) Por consiguiente, cuanto menor sea la acumulación del capital, tanto mayor será el ejército industrial de reserva. Tal es el punto de vista de Bauer. Pero Marx dice poco después:

“Cuanto mayores son la riqueza social, el capital en funciones, el volumen y la intensidad de su crecimiento y mayores también, por tanto, la magnitud absoluta del proletariado y la capacidad productiva de su trabajo, tanto mayor es el ejército industrial de reserva. La fuerza de trabajo disponible se desarrolla por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital.”24

22 Marx, Carlos, El Capital, Tomo I, FCE, México, 1972, páginas 539 y 540 (N d E).23 Marx, Carlos, El Capital, Tomo I, FCE, México, 1972, página 542 (N d E).24 Marx, Carlos, El Capital, Tomo I, FCE, México, 1972, página 546 (N d E).

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En la página siguiente, Marx adopta un tono sarcástico:

“Imagínese la estulticia de los sabios económicos que aconsejan a los obreros adoptar su número a las necesidades de explotación del capital. El mecanismo de la producción y la acumulación capitalista se encarga ya de realizar constantemente esta adaptación.”25

¿Cuál es ahora la mayor “insensatez”: la antigua, burguesa, que predicaba a los obreros para que adaptasen su crecimiento al capital, o la nueva, “austromarxista”, que quiere convencer a los trabajadores de que, por el contrario, el capital se acomoda constantemente a su crecimiento? A mi entender, la última es la mayor. Pues aquella antigua “insensatez” no era más que el reflejo subjetivo de la situación real mal entendida, mientras que ésta subvierte totalmente la realidad.

En todo el capítulo que trata de la población obrera y su crecimiento, Marx habla constantemente de las “necesidades de explotación” del capital. A éstas se acomoda, según Marx, el crecimiento de la población obrera; de ellas depende el grado de demanda de obreros, el nivel de los salarios, que la coyuntura sea brillante o apagada, que haya prosperidad o crisis. ¿Pero qué son estas “necesidades de explotación” de las que Marx habla constantemente y a las que Bauer no alude siquiera en su “mecanismo”?

En el mismo capítulo habla Marx continuamente de “súbitas expansiones” del capital, a las que atribuye importancia, así en el movimiento de la acumulación del capital como en el de la población obrera. Más incluso, la súbita e iluminada capacidad de expansión del capital es, según Marx, el rasgo característico y el elemento determinante de la moderna evolución de la gran industria. ¿Y qué hay que entender por aquellas “súbitas expansiones” del capital, tan importantes para Marx, y de las que tampoco Bauer hace mención?

La respuesta a ambas preguntas la da Marx, al principio del mismo capítulo, con las siguientes palabras claras:

“ …y finalmente, cuando se excita particularmente el instinto de enriquecimiento con la apertura de nuevos mercados, de nuevas empresas para la colocación del capital, o a consecuencia de necesidades sociales nuevas, etc., resulta de pronto ampliable la escala de la acumulación…”, etcétera.

Todavía con más detalle:

“Con la acumulación y el consiguiente desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, crece la fuerza súbito de expansión del capital, no sólo porque crece la elasticidad del capital en funciones y la riqueza absoluta, de que el capital no es más que una parte elástica, no sólo porque el crédito, en cuanto se le ofrece un estímulo especial, pone al alcance de la producción, como capitales adicionales, en un abrir y cerrar de ojos, una parte extraordinaria de esta riqueza, sino porque, además, las condiciones técnicas del propio proceso de producción, la maquinaria, los medios de transporte, etc., permiten, aplicados en gran escala, transformar rapidísimamente el producto excedente en nuevos medios de producción. La masa de riqueza social que al progresar la acumulación desborda y es susceptible de convertirse en nuevo capital, se abalanza con frenesí a las viejas ramas de producción cuyo mercado se dilata de pronto, o a ramas de nueva explotación, como los ferrocarriles, etc., cuya necesidad brota del desarrollo de las antiguas. En todos estos casos, tiene que haber grandes masas de hombres disponibles, para poder lanzarlas de pronto a los puntos decisivos, sin que la escala de producción en las otras órbitas sufra quebranto. Es la superpoblación la que brinda a la industria esas masas humanas.”26

Por consiguiente, Marx explica aquí, no sólo cómo sobrevienen las expansiones súbitas del capital (a consecuencia de ampliaciones súbitas del mercado), sino que formula también la función particular del ejército industrial de reserva: la de poder ser “lanzado” para aquellas expansiones súbitas extraordinarias del capital. En ello ve Marx la función más importante, la función propia del ejército industrial de reserva; gracias a esta función, lo considera como una

25 Marx, Carlos, El Capital, Tomo I, FCE, México, 1972, página 546 (N d E).26 Marx, Carlos, El Capital, Tomo I, FCE, México, 1972, página 534 (N d E).

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condición necesaria para la existencia de la moderna producción capitalista: la formación de la “superpoblación industrial” se ha convertido “… en palanca de la acumulación del capital, más aún, en una de las condiciones de vida del régimen capitalista de producción […] Toda la dinámica de la industria moderna brota, por tanto, de la constante transformación de una parte del censo obero en brazos parados u ocupados sólo a medias.”27

Quizá donde Marx formula más clara y concisamente su punto de vista, sea donde dice:

“Tan pronto como se han elaborado las condiciones de producción necesarias que corresponden a la gran industria, la forma de producción adquiere una elasticidad, una súbita capacidad de expansión que sólo encuentra límites en la materia prima y en el mercado.”

¿Qué hay de todo esto en Bauer? En su “mecanismo” no hay espacio alguno para súbitas expansiones del capital, esto es, para su elasticidad. Y esto por dos razones: en primer lugar, porque la producción se rige meramente por el movimiento de la población trabajadora y su crecimiento, ya que el mercado no desempeña papel alguno para Bauer. Pero, como es lógico, el crecimiento de la población, por su reproducción natural, no es susceptible de ninguna ampliación súbita. Cierto que en la población obrera hay aumentos periódicos repentinos del ejército industrial de reserva, pero, según Bauer, esto ocurre justamente en las épocas de “infraacumulación”, de crecimiento más lento, de falta de capital disponible en comparación con la clase obrera.

Pero, en segundo lugar, las expansiones súbitas no sólo se basan en ampliaciones repentinas de los mercados, sino también en reservas de capital ya acumulado, aquellas reservas sobre las que dice Marx: “Cuando el crédito se siente particularmente atraído, pone a disposición de la producción sus reservas como capital adicional.” Para Bauer no hay posibilidad de que así ocurra. En su “mecanismo” sólo es posible salir de la fase de la “infraacumulación” a medida que, bajo la presión del paro, la depreciación general de los salarios permite una nueva acumulación del capital.

Desde el punto de vista del “mecanismo” de Bauer, la expansión súbita del capital es tan inexplicable como la aparición de la crisis; por ello, en realidad, no hay aquí una función propia para el ejército industrial de reserva. Cierto que Bauer lo hace aparecer periódicamente como un producto del progreso técnico, pero no sabe atribuirle otro papel más que aquel que en Marx ocupa el segundo término: el de presionar sobre los salarios para deprimirlos. En cambio, no existe nada de lo que lo convierte, según Marx, en “condición de vida”, en “palanca” del sistema de producción capitalista. Y que Bauer no sabe qué hacer con el ejército de reserva, lo prueba ya la circunstancia humorística de que en el curso del ciclo industrial hace que sea absorbido tres veces: en el punto más bajo de la “infraacumulación”, en el apogeo de la “supraacumulación” y, además, en el nivel medio del equilibrio. Evidentemente, no sabe qué hacer con el ejército industrial de reserva.

Todas estas cosas extrañas provienen de una razón sencilla: de que en Bauer, el movimiento entero de la población obrera no existe para el capital y sus “necesidades de explotación” como para Marx y para la realidad efectiva, sino que, a la inversa, todo movimiento del capital gira en torno de la población obrera y su crecimiento. Al capital, según Bauer, le ocurre lo que al ternero con la mosca: corre de acá para allá jadeante detrás de la población obrera, y tan pronto la sobrepasa de un salto como se queda atrás, para oír constantemente al llegar a la meta: ¡aquí me tienes!

Pero en Marx, el pensamiento que la población obrera en su multiplicación se acomoda plenamente al capital y a sus posibilidades de mercado, encontrándose dominada por ellos, es el pensamiento de toda la última parte del primer tomo. Desde la página 573 a la 613 se esfuerza en aclarar este descubrimiento económico destinado a hacer época: “Esta es la ley general absoluta de la acumulación del capital”, subraya resumiendo. A continuación viene un capítulo de “Ilustraciones”, que abarca otras 65 páginas28. ¿Y qué es lo que en él se muestra aduciendo el ejemplo de Inglaterra, considerado como el país típico y directivo de la producción capitalista? Que mientras el crecimiento anual de la población en Inglaterra descendió

27 Marx, Carlos, El Capital, Tomo I, FCE, México, 1972, página 535 y 536 (N d E).28 De la página 517 a la 606 y las “Ilustraciones” de la 549 a la 606 de la edición de FCE de 1972 (N d E).

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constantemente de 1811 a 1861, la riqueza, es decir, la acumulación capitalista aumentó constantemente en proporciones gigantescas. Esto es lo que Marx ilustra con incontables datos estadísticos, desde los lados más diversos.

Quizá Bauer responda a esto: pero aquel crecimiento gigantesco de la industria inglesa en el siglo XIX no estaba calculado sólo para la población inglesa, y por tanto, no puede ser comparado con ella sola como su base económica. Véase el mercado inglés en la Unión Norteamericana, en la América meridional y central; véanse las crisis periódicas de la industria inglesa que sobrevinieron de 1825 a 1867, cada vez que el mercado se ampliaba súbitamente en aquellos países. Muy bien. Pero si Bauer sabe eso, lo sabe todo, y entonces sabe también que su teoría de la adaptación de la acumulación al crecimiento de la población, es absurda, sabe lo que Marx quería demostrar e ilustrar en el primer tomo de El Capital: que, a la inversa, la población obrera se acomoda en su magnitud a la acumulación del capital y a sus “necesidades de acumulación” variables, esto es, a las posibilidades del mercado.

Pues en esto culmina justamente la teoría del primer tomo de El Capital. En este pensamiento fecundo resume Marx todo el espíritu de su teoría de la explotación capitalista, la relación cardinal entre capital y trabajo, la “ley de población” particular del período capitalista.

Y siendo esto así, viene Bauer y, con la mayor tranquilidad del mundo, invierte toda esta construcción y explica al mundo que el movimiento entero del capital procede de la tendencia a acomodarse al crecimiento de la población obrera. En cuanto a su contenido, la concepción de Bauer es, como hemos visto, una pompa de jabón, Si se corrige a Bauer, aceptando con Marx una reserva de capital social elástica y una capacidad ilimitada de expansión del capital hacia todos lados, se viene abajo su “infraacumulación”. Si se le corrige, aceptando con Marx, una formación constante del ejército industrial de reserva, cuya función es satisfacer aun en la mayor prosperidad las exigencias del capital, se viene abajo su “supraacumulación” específica. Si se le corrige aceptando con Marx, como consecuencia del progreso técnico, un descenso relativo constante del capital variable en proporción con el número de trabajadores, se viene abajo su “equilibrio”. El “mecanismo” se disipa en humo. Pero más importante que la debilidad de esta construcción, es el pensamiento fundamental: la supuesta tendencia del capital a acomodarse, en su movimiento, a la población obrera. Esto se opone al espíritu mismo de la teoría marxista.

¡Y este sistema de la más atroz insensatez, expuesto con la más petulante pedantería, ha podido aparecer tranquilamente en el órgano oficial de la teoría marxista! ¡En su celo por la buena causa y para que fuese juzgado un hereje recalcitrante, no han notado que cometían un pecado mayor! En el campo de las ciencias naturales, se vigila hoy el control general y la crítica pública. Es, por ejemplo, imposible que, de pronto, alguien haga un cálculo exacto sobre el movimiento de todos los astros alrededor de la Tierra para explicar el sistema astronómico moderno, y sea tomado en serio por el público ilustrado. Más, semejante ocurrencia no llegaría siquiera a conocimiento del público, pues no habría director de una revista de ciencias naturales que pasara sin advertir semejante insensatez. ¡Pero, como se ve, el régimen de los “expertos” austromarxistas deja pasar tranquilamente semejantes cosas! La teoría de la acumulación formulada por Bauer, explicada desde una tribuna semejante, no es un error corriente como aquél en que puede incurrir cualquiera, movido de su afán de conocimiento científico; es, prescindiendo de la posición con respecto a mi libro, una vergüenza para el actual marxismo oficial, y un escándalo para la socialdemocracia.

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Hasta aquí se ha examinado la explicación de la acumulación del capital dada por Bauer. ¿Cuál es su conclusión práctica? Bauer la formula en las siguientes palabras:

“Por consiguiente, el resultado de nuestra investigación es: que, incluso en una sociedad capitalista aislada, es posible la acumulación del capital, siempre que no pase de un límite

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determinado en cada caso [el crecimiento de la población obrera disponible. R. L.]; segundo, que es traída automáticamente a este límite, por el mecanismo de la producción capitalista misma.” (lugar citado, página 873)

Y, poco después, Bauer resume otra vez la quintaesencia de sus investigaciones, en cuanto a su aplicación práctica, en un capítulo final. En él se lee:

“La camarada Luxemburgo explica el imperialismo del modo siguiente: en una sociedad capitalista aislada sería imposible la transformación de la plusvalía en capital. Sólo se posibilita porque la clase capitalista aumenta constantemente sus mercados con objeto de dar salida, en países que no producen en forma capitalista, a aquella parte del plusproducto en que se halla contenida la parte acumulada de la plusvalía. A esta finalidad sirve el imperialismo. Como hemos visto, esta explicación es equivocada. La acumulación es también posible y necesaria en una sociedad capitalista aislada.” (lugar citado, página 873, subrayado por mí)

Así, pues, utilizando el rodeo de una nueva “teoría de la población” inventada al efecto, Bauer, como los otros “expertos”, se esfuerzan en mostrar que la producción y acumulación capitalistas podrían crecer y prosperar, incluso bajo condiciones que no han sido encontradas todavía por ningún mortal en la realidad. ¡Y sobre esta base quiere abordar Bauer el problema del imperialismo!

También aquí hay que poner ante todo en claro que Bauer, aparentando defender contra mí la concepción de Marx tal como se expone en el segundo tomo de El Capital, atribuye a éste una invención propia, totalmente distinta de los supuestos marxistas.

Marx no trata de una “sociedad capitalista aislada” junto a la cual se admitiese, de antemano, otra no capitalista, y yo no he hablado nunca de ello. Semejante falsificación ha salido, por primera vez, como Venus de las espumas del mar, de la fantasía teórica de Otto Bauer. Recordemos cómo formula Marx su supuesto. En el primer tomo de El Capital dice expresamente que “para aprehender el objeto de la investigación en su pureza, libre de circunstancias accesorias perturbadoras”, quiere suponer que “el mundo comercial entero forma una nación”, un todo económico, y “que la producción capitalista se ha establecido en todas partes y se ha adueñado de todas las ramas industriales.” Y en el segundo tomo dice, del mismo modo categórico, que su supuesto en la investigación de la acumulación es el “general y exclusivo dominio de la producción capitalista”.

Parece que esto es bastante claro. Lo que presupone Marx no es la fantasía infantil de una sociedad capitalista en la isla de Robinson, que, “aislada” de continentes y de pueblos no capitalistas, prospera escondida; es una sociedad en la que la evolución capitalista ha llegado al más alto grado imaginable (téngase en cuenta que su relación sólo se compone de capitalistas y proletarios asalariados) y que no conoce el artesanado ni los campesinos, ni posee relación alguna con el mundo no capitalista. El supuesto de Marx no es un absurdo fantástico, sino una ficción científica. Marx parte de la tendencia real de la evolución capitalista. Supone que aquel estado del dominio general absoluto del capitalismo sobre la Tierra entera, aquella extensión máxima del mercado mundial y la economía mundial a que, de hecho, aspira toda la evolución actual económica y política, se ha conseguido ya. Por consiguiente, Marx realiza su investigación sobre el plano de la tendencia histórica real, cuyo objetivo extremo supone ya realizado. Esto, científicamente, es absolutamente correcto, y, por ejemplo, en la investigación de la acumulación del capital individual es perfectamente suficiente, como he expuesto en mi libro, si bien, al tratarse el problema fundamental de la acumulación del capital social, fracasa, a mi entender, y nos extravía.

En cambio, Bauer inventa el cuadro grotesco de una “economía capitalista aislada”, sin clases medias, sin artesanado, sin campesinos, que no ha existido, y que nunca existirá; que no tiene nada que ver con la realidad y la tendencia de la evolución; es una formación cuyo “mecanismo” artificioso es tan inservible para explicar las leyes de la acumulación capitalista como los famosos muñecos mecánicos de Vaucanson para explicar la fisiología y la psiquis del organismo humano. Hasta ahora, sólo los economistas burgueses han operado con el medio infantil de una “economía aislada”, para demostrar, con este maniquí, las leyes de la produc-ción mundial capitalista. Nadie se ha burlado y se ha reído tan cruelmente como Marx de las

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“robinsonadas” económicas. Ahora, es el mismo Marx el que resulta explicado por la robinsonada de Bauer y su teoría, asentada sobre una “base inatacable”.

Pero esta “explicación” de Bauer tiene sus razones. Si se supone con Marx, que ya ha sobrevenido en todo el mundo “el dominio absoluto y exclusivo de la producción capitalista”, no hay posibilidad de imperialismo, y no se puede hallar una situación para él, pues, por el supuesto mismo, queda ya sobrepasado históricamente, vencido, perimido. No se puede mostrar y describir, bajo este supuesto, el proceso de la base imperialista, del mismo modo que no se puede, por ejemplo, explicar, bajo el supuesto de un dominio exclusivo del feudalismo en Europa, la caída del Imperio Romano. Por consiguiente, colocados ante el problema de poner en armonía y conexión el imperialismo actual con la teoría de la acumulación tal como se expone en el segundo tomo de El Capital, los epígonos “expertos” de Marx hubieran tenido que decidirse por una de las dos fórmulas de la alternativa: o negar el imperialismo como necesidad histórica, o abandonar, por erróneo, el supuesto de Marx, como hago yo en mi libro, e investigar el proceso de la acumulación bajo condiciones reales históricamente dadas: como evolución capitalista en constante acción recíproca con el medio no capitalista. Claro está que Eckstein, que no ha comprendido ni de qué se trata, no se ha visto tampoco en el apuro de escoger en el dilema. En cambio, Otto Bauer, que al fin ha advertido la dificultad, como tímido representante del “centro marxista”, encuentra la salida en un compromiso: es cierto que el capitalismo puede prosperar muy bien en la isla de Robinson, pero su aislamiento pone un “límite” a toda prosperidad; límite que puede superar poniéndose en relación con el medio no capitalista. “En la falsa explicación [la mía: R. L.] hay, sin embargo, un germen de verdad”, dice al final. “Si la acumulación no es imposible en una sociedad capitalista aislada, está reducida al límite. El imperialismo, en efecto, a la finalidad de ampliar estos límites… Esta aspiración es de hecho una raíz, aunque no la única, del imperialismo.” (lugar citado, páginas 873 y 874)

Por consiguiente, Bauer no ha tomado sinceramente su robinsonada de la “economía capitalista aislada” como supuesto científico, es decir, como única base seria de la investigación, sino que la construyó, ya de antemano, mirando a los demás países no capi-talistas. Nos habla con todo detalle del “mecanismo” artificioso de una sociedad capitalista, capaz de existir y prosperar por sí sola, y, al mismo tiempo, piensa, en silencio, en el medio no capitalista para que, al encontrarse en la isla de Robinson, en el apuro de tener que explicar el imperialismo, pueda recurrir a él.

Quien haya leído con atención las notas y las observaciones críticas ocasionales del primer tomo de El Capital, en las que Marx se ocupa de las argucias teóricas de Say, J. S. Mill, Carey, etc., podrá imaginarse aproximadamente lo que pensaría de semejante método científico.

Pero, sea de ello lo que fuere, el caso es que hemos llegado finalmente al imperialismo. El capítulo final del trabajo de Bauer lleva el título: “La explicación del imperialismo.” Con semejante título, parece que el lector tiene el derecho de esperar tal explicación. Después de haber declarado que yo sólo había encontrado una raíz, “no la única”, del imperialismo, cabía esperar con fundamento que Bauer descubriese, desde el punto de vista de la concepción, las otras raíces. Desgraciadamente nada de esto ocurre. Bauer se libra bien, hasta el final, de hacer la menor indicación sobre las otras raíces; guarda el secreto. A pesar del prometedor título, y la introducción del capítulo final, se limita a la mísera “raíz” del imperialismo, que constituye el “germen verdadero” de mi falsa explicación.

Si su teoría, sacada del “crecimiento de la población” fuese exacta, sería completamente superflua la “raíz” consciente, pues, entonces, el imperialismo sería sencillamente imposible.

Recordemos en qué consiste, de hecho, el “mecanismo” de la acumulación de Bauer. Consiste en que la producción capitalista acomoda automáticamente su magnitud al crecimiento de la clase trabajadora. ¿Y si esto es así, en qué sentido puede hablarse de un “límite” de la acumulación? El capital no tiene la necesidad ni la posibilidad de traspasar este “límite”. Pues si la producción en uno de los casos (en la fase de la “supraacumulación” de Bauer) va más allá del crecimiento de la clase obrera, en cambio, en la fase siguiente de la “infraacumulación” se queda por debajo de la población obrera disponible. De este modo, en el “mecanismo” de Bauer no hay ningún capital sobrante que pudiera exceder de sus “límites”. Pues esta teoría, como hemos visto, excluye, justamente, por las mismas razones, la formación de una reserva

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de capital y la súbita capacidad de expansión de la producción. El exceso de capital sólo se presenta aquí como una fase pasajera para ser irremediablemente sustituida por el extremo opuesto: falta de capital. Ambas fases se suceden en la teoría de Bauer con la regularidad pedante de la luna nueva y la luna llena. No hay “límites” para la acumulación del capital, ni tampoco una tendencia a pasar de ella, pues el mismo Bauer dice expresamente que la acumulación vuelve automáticamente a este límite por el “mecanismo de la producción capitalista misma” (lugar citado, página 873). Por tanto, no existe aquí un conflicto entre el afán de expansión y un supuesto límite del capital. Bauer impone estos conceptos a su “mecanismo” para trazar, de algún modo, un puente artificial desde aquella concepción al imperialismo. Lo forzado de esta construcción es lo que mejor confirma la interpretación que del imperialismo se ve obligado a dar desde el punto de vista de su teoría.

Como, según Bauer, el eje en torno al cual gira el capital es la clase obrera, para él la ampliación de los límites de la acumulación es el aumento de la población trabajadora. Así se ve, literalmente, en el Neue Zeit. (lugar citado, página 873)

Primeramente, la acumulación se halla limitada por el crecimiento de la población trabajadora. Ahora bien, el imperialismo aumenta la masa obrera, que se ve forzada a vender al capital su fuerza de trabajo. Lo consigue destruyendo los antiguos sistemas de producción de los países coloniales, con lo cual obliga a millones de personas a emigrar a países capitalistas o a servir en su patria misma al capital europeo o americano invertido en ella. Como, dada la composición orgánica del capital, la magnitud de la acumulación se halla determinada por el crecimiento de la población obrera disponible, el imperialismo es, en efecto, un medio para ampliar los límites de la acumulación.

Esta es, pues, la función y la preocupación principal del imperialismo: ¡Aumentar los obreros por emigración de las colonias o en el mismo lugar! Y esto a pesar de que todo el que tenga el uso de sus cinco sentidos sabe que, a la inversa, en las metrópolis del capital imperialista, en los antiguos países capitalistas existía constantemente un ejército de reserva del proletariado consolidado y falto de trabajo, mientras en las colonias, el capital lamenta constantemente la falta de trabajo. Por tanto, en su apetencia de nuevos proletarios asalariados, el capital imperialista huye de los países donde los rápidos progresos técnicos, el proceso enérgico de proletarización de las clases medias, la descomposición de las familias proletarias, aumentan constantemente el ejército de reserva obrera, y se precipita, de preferencia, justamente en aquellas regiones del mundo en las que una organización social rígida liga a los trabajadores con tales lazos, que es menester un período de decenios para que, en último término, el ímpetu arrollador del capitalismo “libere” un proletariado poco más o menos utilizable.

Bauer fantasea acerca de una “poderosa” afluencia de nuevos trabajadores de las colonias a los viejos territorios de producción capitalista, cuando todo hombre con discernimiento sabe que, a la inversa, paralelamente a la emigración del capital de los países antiguos a las colonias, se verifica una emigración de los trabajadores “sobrantes” a las colonias, emigraciones que, como dice Marx, “de hecho sólo siguen al capital emigrante”. Véanse, en efecto, las “poderosas” corrientes de hombres de Europa que en el transcurso del siglo XIX han poblado Norte y Sudamérica, Sudáfrica y Australia. Véanse además las diversas formas de esclavitud “atenuada” y trabajo forzoso a que tiene que recurrir el capital europeo y norte-americano para asegurarse el mínimo necesario de trabajadores en las colonias africanas, en la India occidental, en Sudamérica, en el Pacífico.

¡Por tanto, según Bauer, el capital inglés ha sostenido, durante medio siglo, guerras sangrientas con China, ante todo para asegurarse, en vista de la carencia de obreros ingleses, una “poderosa” afluencia de coolíes chinos, y, sin duda, se trataba de la misma necesidad urgente en la cruzada de la Europa imperialista contra China en las postrimerías del siglo! El capital francés en Marruecos, había pensado principalmente en los bereberes para colmar su déficit de proletarios de fábrica franceses. El imperialismo austriaco buscaba naturalmente en Servia y Albania, en primer término, mano de obra fresca. ¡Y el capital alemán busca ahora con una linterna, en Asia Menor y Mesopotamia, obreros industriales turcos, tanto más, cuanto que en Alemania, antes de la guerra mundial, había una acentuada falta de trabajo en todos los ramos!

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La cosa es clara: una vez más Otto Bauer, como “un hombre que especula”, ha olvidado en sus operaciones fantásticas la tierra prosaica, y convierte tranquilamente el capitalismo moderno en el impulso del capital hacia nuevas fuerzas de trabajo. Y éste ha de ser el germen, el principio de movimiento más íntimo del imperialismo. Sólo en segunda línea menciona también la demanda de materias primas ultramarinas, que no tiene ningún nexo económico con su teoría de la acumulación, y cae como llovida del cielo. Pues, si la acumulación puede prosperar tan espléndidamente como ha descrito Bauer en la “sociedad capitalista aislada”, será menester que en la isla maravillosa se disponga de todos los tesoros naturales y dones de Dios necesarios. Otra cosa pasa en el capitalismo de la realidad prosaica, el cual, desde el primer día de su existencia hubo de atenerse a los medios de producción del mundo. Y, finalmente, en tercer lugar, menciona, de paso, todavía, en dos párrafos referentes al imperialismo, la adquisición de nuevos mercados, y esto únicamente para atenuar la crisis. Este es “también un bello pasaje”, sobre todo cuando, como es sabido, en el planeta en que vivimos toda ampliación considerable del mercado tiene como consecuencia la más marcada agudización de las crisis.

Esta es la “explicación del imperialismo” que Otto Bauer acierta a dar finalmente: “según nuestro entender, el capitalismo es también imaginable sin expansión.” (lugar citado, página 874) En esto culmina su teoría de la acumulación “aislada”, y nos despide asegurando, para consolarnos, que, en todo caso, de un modo o de otro, “con y sin expansión, el capitalismo produce él mismo su ruina”.

Este es el método histórico-materialista de investigación manejado por “expertos”. El capitalismo es, pues, imaginable incluso sin expansión. Cierto que, según Marx, el impulso que lleva al capital a expansiones súbitas es justamente el elemento decisivo, el rasgo más sobresaliente de la moderna evolución; cierto que la expansión acompaña toda la carrera histórica del capital, y que, en su fase final actual imperialista, ha adoptado un carácter tan impetuoso que pone en duda la total existencia cultural de la humanidad; cierto que este impulso irrefrenable del capital hacia su expansión, que ha ido creando paso a paso el mercado mundial, ha edificado la moderna economía mundial, edificando así la base histórica del socialismo; cierto que la internacional proletaria, que ha de acabar con el capitalismo, no es más que un producto de la expansión mundial del capital. Pero todo esto podía no haber ocurrido, pues cabe imaginar también un curso completamente distinto de la historia. Realmente, ¿qué no puede ser “imaginado” por un pensador? “En nuestra opinión, el capitalismo es también imaginable sin expansión.” En nuestra opinión, la moderna evolución es también imaginable sin el descubrimiento de América y sin la navegación en torno a África. Tras una reflexión llena de dudas, resulta que también la historia humana puede imaginarse sin el capitalismo. En último término, el sistema solar imaginable sin la Tierra. La filosofía alemana quizá sea imaginable sin “pedantismo metafísico”. Sólo una cosa nos parece absolutamente inimaginable: que un marxismo oficial así “pensante”, avanzada espiritual del movimiento obrero, hubiese de llevar en la fase del imperialismo a un resultado tan lamentable como es el fracaso de la democracia acaecido con la guerra mundial.

Seguramente la táctica y el comportamiento prácticos en la lucha no dependen inmediatamente de que se considere el segundo todo de El Capital de Marx como obra terminada, o como mero fragmento; de que se crea, o no, en la posibilidad de la acumulación en una sociedad capitalista “aislada”; de que se interpreten de un modo o de otro los esquemas marxistas de la reproducción. Miles de proletarios son bravos y firmes luchadores por los fines del socialismo, sin saber nada de sus problemas teóricos, sólo con la base del conocimiento fundamental de la lucha de clases, y sobre la base de un insobornable instinto de clase, así como de las tradi-ciones revolucionarías del movimiento. Pero entre la manera de comprender y tratar los problemas teóricos y la práctica de los partidos políticos, existe siempre la más estrecha relación. En el decenio que antecedió al estallido de la guerra mundial, la socialdemocracia alemana, como metrópolis internacional de la vida internacional proletaria, ofrecía perfecta armonía en el campo teórico y el práctico: en uno y otro reinaban el mismo desconcierto y la misma fosilización, y era el mismo imperialismo, como fenómeno dominante de la vida pública, el que había paralizado, tanto al estado mayor teórico, como al político de la socialdemocracia. De la misma manera que la orgullosa construcción de la socialdemocracia alemana oficial, en la primera prueba histórica, resultó ser algo figurado como el pueblo de Potemkin, así el aparente “expertismo” teórico y la infalibilidad del marxismo oficial, que daba su bendición a la

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práctica, ha resultado ser simplemente un pomposo bastidor, detrás del cual se escondían una severidad dogmática intolerante y pretenciosa, la inseguridad interior y la incapacidad para la acción. A la rutina seca que sólo sabía moverse por los carriles de la “vieja táctica probada”, es decir, de la acción exclusivamente parlamentaria, correspondían cumplidamente los epígonos teóricos que se aferran a las fórmulas del maestro, al paso que niegan el espíritu vivo de su doctrina. En lo anterior hemos visto algunas pruebas de este desconcierto reinante en el areópago de los “expertos”.

Pero el nexo con la práctica es, en nuestro caso, más tangible de lo que a primera vista puede parecer. Se trata en último extremo de dos términos distintos para combatir el imperialismo.

El análisis marxista de la acumulación surgió en una época en que el imperialismo no había aparecido aún en la escena del mundo, y el supuesto sobre el que fundamenta Marx su análisis, el predominio definitivo absoluto del capital en el mundo, excluye justamente, de antemano, el proceso del imperialismo. Pero (y en esto está la diferencia entre los errores de un Marx y las vulgares equivocaciones de sus epígonos) hasta el error es, en este caso, fecundo y animador. El problema planteado en el segundo tomo de El Capital y que queda sin resolver: la verificación de la acumulación bajo el dominio exclusivo del capitalismo y su demostración, es insoluble. La acumulación es imposible en estas condiciones. Pero basta traducir la contradicción teórica aparentemente rígida, a la dialéctica histórica, como corresponde a toda la doctrina y manera de pensar de Marx, y la contradicción del esquema marxista se trueca en un espejo vivo del curso mundial del capitalismo.

La acumulación es imposible en un medio exclusivamente capitalista. De aquí nace, desde el primer momento de la evolución capitalista, el impulso hacia la expansión a capas y países no capitalistas, la ruina de artesanos y campesinos, la proletarización de las clases medias, la política colonial, la apertura de mercados, la exportación de capitales. Sólo por la expansión constante a nuevos dominios de la producción y nuevos países ha sido posible la existencia y desarrollo del capitalismo. Pero la expansión, en su impulso mundial, conduce a choques entre el capital y las formas sociales precapitalistas. De aquí que, violencia, guerra, revolución, catástrofe, sean en suma el elemento vital del capitalismo desde su principio hasta su fin.

La acumulación del capital prosigue y se extiende a costa de capas y países no capitalistas, destruyendo y eliminando a aquéllos con un ritmo cada vez más apresurado. Dominio extensivo: tal es la tendencia general y el resultado del proceso de producción capitalista. Conseguido esto, entra en vigor el esquema marxista: la acumulación, es decir, la ulterior expansión del capital resulta imposible, el capitalismo entra en un callejón sin salida; no puede seguir actuando como vehículo histórico del desarrollo de las fuerzas de producción; alcanza su límite objetivo económico. La contradicción que se ofrece en el esquema marxista de la acumulación, dialécticamente considerada, no es más que la contradicción viva entre el impulso ilimitado de expansión del capital y el límite que se pone a sí mismo por el aniquilamiento continuo de las demás formas de producción; entre las enormes fuerzas productivas, que su proceso de acumulación despierta en toda la Tierra, y la estrecha base que se construye a sí mismo por las leyes de la acumulación. El sistema marxista de la acumulación (bien entendido), precisamente por ser insoluble, es la prognosis exacta de la caída económica inevitable del capitalismo como resultado del proceso de expansión imperialista, cuya misión especial es realizar el supuesto marxista: el dominio absoluto e indivisible del capital.

¿Podrá producirse en la realidad, alguna vez, ese momento? Cierto que no es más que una ficción teórica, justamente porque la acumulación del capital es un proceso no sólo económico, sino político.

“El imperialismo, al mismo tiempo que un método histórico para la prolongación de la existencia del capital, es el medio más seguro para señalar objetivamente el camino más corto del fin de su existencia. Esto no quiere decir que tal objetivo final haya de ser alcanzado. Ya la tendencia hacia este objetivo último de la evolución capitalista se expresa en forma que convierte, en un período de catástrofes, la fase final del capitalismo.” (La acumulación del capital, página 361)

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Rosa Luxemburg

“Cuanto más violentamente acabe el capitalismo con la existencia de capas no capitalistas, fuera y dentro de casa, y cuanto más rebaje las condiciones de vida de todas las capas trabajadoras, tanto más se transformará la historia de la acumulación del capital en el mundo en una cadena sin interrupción de catástrofes y convulsiones políticas y sociales, que, junto con las catástrofes periódicas económicas que se presentan en forma de crisis, harán imposible la prosecución de la acumulación y harán imprescindible la rebelión de la clase obrera internacional contra el régimen capitalista, aun antes de que tropiece económicamente con el límite natural que se ha puesto a sí mismo.” (lugar citado, página 389)

Aquí, como en el resto de la historia, la teoría presta un servicio completo mostrándonos el término lógico a que se encamina objetivamente. Este estado final no podrá ser alcanzado, del mismo modo que ninguno de los períodos anteriores de la evolución histórica pudo realizarse hasta sus últimas consecuencias. Y menos necesidad tiene de realizarse a medida que la conciencia social, encarnada, esta vez, en el proletariado socialista, intervenga como factor activo en el juego ciego de las fuerzas. Las sugestiones más fecundas y el mejor acicate para esta conciencia nos son dadas por la exacta concepción de la teoría marxista.

El imperialismo actual no es, como en el esquema de Bauer, el preludio de la expansión del capital, sino el último capitulo de su proceso histórico de expansión: es el período de la competencia general mundial de los estados capitalistas que se disputan los últimos restos del medio no capitalista de la Tierra. En esta fase última, la catástrofe económica y política es un elemento vital, una forma normal de existencia del capital, lo mismo que lo era en la “misma acumulación originaria” de su fase inicial. De la misma manera que el descubrimiento de América y de la ruta marítima hacia la India no sólo significaron un avance prometeico del es-píritu y de la civilización humanos, tal como aparece en la leyenda liberal, sino también, inseparablemente, una serie incontable de matanzas en los pueblos primitivos del Nuevo Mundo, y una interminable trata de esclavos en los pueblos de África y Asia. En la última fase imperialista, la expansión económica del capital es inseparable de la serie de conquistas coloniales y guerras mundiales que tenemos ante nosotros. La característica del imperialismo, última lucha por el dominio capitalista del mundo, no es sólo la particular energía y omnilateralidad de la expansión, sino (y éste es el síntoma específico de que el círculo de la evolución comienza a cerrarse) el rebote de la lucha decisiva por la expansión de los territorios que constituyen su objeto, a los países de origen. De esta manera, el imperialismo hace que la catástrofe, como forma de vida, se retrotraiga de la periferia de la evolución capitalista a su punto de partida. Después que la expansión del capital había entregado, durante cuatro siglos, la existencia y la civilización de todos los pueblos no capitalistas de Asia, África, América y Aus-tralia a incesantes convulsiones y a aniquilamientos en masa, ahora precipita a los pueblos civilizados de Europa en una serie de catástrofes, cuyo resultado final sólo puede ser el hundimiento de la civilización, o el tránsito a la forma de producción socialista. A la luz de esta concepción, la posición del proletariado frente al imperialismo adquiere el carácter de una lucha general con el régimen capitalista. La dirección táctica de su comportamiento se halla dada por aquella alternativa histórica.

Muy otra es la dirección del marxismo oficial de los “expertos”. La creencia en la posibilidad de la acumulación en una “sociedad capitalista aislada”, la creencia de que el capitalismo es imaginable también sin expansión, es la forma teórica de una tendencia táctica perfectamente determinada. Esta concepción se encamina a no considerar la fase del imperialismo como necesidad histórica, como lucha decisiva por el socialismo, sino como invención perversa de un puñado de interesados. Esta concepción trata de persuadir a la burguesía de que el imperialismo y el militarismo son peligrosos para ella desde el punto de vista de sus propios intereses capitalistas, aislando así al supuesto puñado de los que se aprovechan de este imperialismo, y formando un bloque del proletariado con amplias capas de la burguesía para “atenuar” el imperialismo, para hacerlo imposible por un “desarme parcial”, para “convertirlo en inofensivo”. Del mismo modo que el liberalismo en su época de decadencia apelaba de la monarquía mal informada a la mejor informada, el “centro marxista” pretende apelar de la burguesía mal aconsejada a la que necesita adoctrinamiento, de la tendencia imperialista a la catástrofe, a los tratados internacionales de desarme; de la pugna de las grandes potencias para imponer la dictadura mundial del sable, a la federación pacífica de estados nacionales democráticos. La contienda general para resolver la oposición histórica entre el proletariado y el

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Crítica de las críticas

capital se trueca en la utopía de un compromiso histórico entre proletariado y burguesía para “atenuar” las oposiciones imperialistas entre estados capitalistas.29

Otto Bauer termina la crítica de mi libro con las siguientes palabras:

“El capitalismo no fracasará por la imposibilidad mecánica de realizar la plusvalía. Sucumbirá por la indignación a que impulsa a las masas populares. El capitalismo no esperará, para caer, a que el último campesino y el último pequeño burgués de la Tierra entera se hayan transformado en obreros asalariados y, por tanto, no llegará hasta el momento en que no quede ningún mercado adicional; será derribado mucho antes, por la indignación creciente de la clase obrera en aumento constante, y, por otra parte, cada vez más entrenada, unida y organizada por el propio mecanismo del proceso de producción capitalista.” Para adoctrinarme de este modo, Bauer, como maestro de la abstracción, tuvo que abstraerse, no sólo del sentido completo y la tendencia de mi concepción, sino también de la clara significación literal de mis manifestaciones. Pero que sus propias valerosas palabras sólo han de considerarse como típica abstracción del marxismo “experto”, es decir, como inofensiva especulación del “pensamiento puro”, lo prueba la actitud de este grupo de teóricos al estallar la guerra mundial. La indignación de la clase obrera en constante aumento, entrenada y organizada, se transformó, de pronto, en la política de la abstención del voto en las decisiones transcendentales de la historia universal y en un silencio vergonzoso hasta que sonaron las campanas de la paz. El “camino hacia el poder”, que durante la paz, cuando había sosiego en todas las cimas, se pintaba con virtuosidad en todos sus detalles, al primer soplo de tempestad de la realidad se transformó, de pronto, en un “camino hacia la impotencia”. Los epígonos que en el último decenio tenían en sus manos la dirección teórica oficial del movimiento obrero en Alemania, se declararon en quiebra al primer estallido de la crisis mundial, y entregaron la dirección al imperialismo. La clara visión de esto es una de las condiciones más necesarias para restablecer una política proletaria que se halle a la altura de su misión histórica en el periodo del imperialismo.

Temperamentos sensibles lamentarán, una vez más, que “los marxistas se combatan entre sí”, que se ataque a “autoridades” prestigiosas. Pero el marxismo no es una docena de personas que se conceden unas a otras el derecho a actuar de “expertos”, y ante los cuales la masa de los creyentes haya de morir con ciega confianza.

El marxismo es una concepción revolucionaria que pugna constantemente por alcanzar nuevos conocimientos, que odia, sobre todas las cosas, el estancamiento de las fórmulas fijas, que conserva su fuerza viva y creadora, en el chocar espiritual de armas de la propia crítica y en los rayos y truenos históricos. Por eso estoy de acuerdo con Lessing, que escribía a Reimarus:

“¡Pero qué se ha de hacer! Que cada cual diga lo que se le antoje verdad, y que la verdad misma sea recomendada a Dios.”

29 Eckstein, que en su recensión del Vorwärts de febrero de 1913 me denunciaba por la “teoría de la catástrofe” empleando simplemente la terminología de los Kolb-Heine-David (“Con los supuestos teóricos se vienen abajo las consecuencias prácticas, y, ante todo, la teoría de la catástrofe, que la camarada Luxemburgo ha levantado sobre su doctrina de la necesidad de consumidores no capitalistas”), me denuncia ahora, desde que los teóricos del pantano han vuelto a “orientarse” hacia la izquierda, por el delito opuesto de haber ayudado al ala derecha de la socialdemocracia. Hace constar con regocijo que a Lensch, el mismo Lensch que durante la guerra mundial se pasó al campo de los Kolb-Heine-David, lo ha encontrado bien orientado, y habla de él mostrándose de acuerdo en el Leipziger Volkszeitung. ¿No está clara la relación? ¡Sospechoso, altamente sospechoso! Justamente por eso Eckstein se ha creído en el deber de aniquilar tan concienzudamente mi libro en el Vorwärts. Pero el mismo Lensch encontraba todavía, antes de la guerra, de agrado El Capital de Marx. Más; un Max Grundwald fue, durante años, intérprete entusiasta de El Capital de Marx, en la Escuela de formación de los trabajadores de Berlín. ¿No es ésta una prueba concluyente de que El Capital de Marx induce a desear ardientemente el aniquilamiento de Inglaterra y a escribir artículos laudatorios en el cumpleaños de Hindenburg? Pero estas cosas les ocurren a los Eckstein, quienes con su manera torpe, echan a perder aquello de que se han encargado. Ya Bismarck se lamentaba, como es sabido, del exceso de celo de sus reptiles periodísticos.