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JACOB BURCKHARDT
Jacob Burckhardt dedicó toda su vida al estudio de la historia. Sin embargo, él
mismo se consideraba un historiador de la cultura y se distanció del concepto
positivista de historiador que, tras Leopold Von Ranke, se extendió, primero por
Alemania y luego por el resto del mundo.
Burckhardt nació en Basilea, Suiza, el 25 de mayo de 1818. Su padre era un
reputado clérigo protestante y miembro de una familia acomodada de la ciudad,
lo que le permitió acceder a una esmerada educación humanista. A los 19 años
empezó a estudiar teología pero pronto la abandonó para estudiar filología e
historia en la Universidad de Berlín (1839-1843). Tras concluir sus estudios en
1843 comenzó a impartir clases en la universidad. Bajo la dirección de Kugler
también se aficionó a la historia del arte que, desde ese momento, pasó a ser
un elemento imprescindible en su obra y un instrumento importante para
conocer las vicisitudes humanas.
Durante estos años Burckhardt coqueteó con el liberalismo romántico que se
extendía por Alemania reivindicando la unidad y el espíritu germano y colaboró
con periódicos de esta ideología. Con el paso del tiempo, no obstante,
abandonó este pensar y sus ideas políticas se volvieron más conservadoras. El
desencanto por la política hizo que se centrara exclusivamente en el estudio de
la historia. Con este fin, emprendió numerosos viajes a Italia.
En 1858 volvió a su ciudad natal para ocupar la cátedra de historia de la
Universidad, plaza que ya no abandonará hasta su muerte ni tan siquiera tras
serle ofrecido el puesto de Leopold Von Ranke en la Universidad de Berlín, tras
la muerte de éste, oferta que rechazó. El prestigio que adquirió atrajo a figuras
destacadas a la universidad suiza. Destacan las clases que durante diez años
impartió Nietzsche, con quien Burckhardt entabló una estrecha relación. Murió
en 1897 a los 79 años de edad.
A diferencia de otros historiadores contemporáneos que cuentan con una
abundante producción, Burckhardt tan sólo publicó tres obras relevantes en
vida y dos póstumas. La primera fue Época de Constantino el Grande,
publicada en 1852. En ella estudia la decadencia de la antigüedad, la
estrangulación de la cultura por parte del Estado y de la Iglesia durante el
período comprendido entre Diocleciano y Constantino, e ilustra los
instrumentos que se han de aplicar para analizar las civilizaciones. De entre
todas sus obras es la más propiamente histórica, en el sentido tradicional de
esta disciplina.
Tres años más tarde (1855) e influenciado por sus viajes a Italia y la historia del
arte publicó Cicerone. Bajo la apariencia de una guía de viajes o guía de
monumentos, dibuja un paisaje de gran belleza estética que algunos
estudiosos han comparado con una “pintura impresionista” escrita.
El reconocimiento internacional le llegó tras la publicación en 1860 de La
cultura del Renacimiento en Italia, en la que aborda los cambios que se
produjeron en la concepción del mundo a finales de la Edad Media y comienzos
de la Edad Moderna, la nueva configuración de las relaciones entre el Estado y
la Iglesia y la aparición de figuras individuales de gran influencia creativa.
Burckhardt destacó el papel que grandes figuras individuales tienen en la
orientación de la cultura, al imprimir su sello genial en tiempos de intensas
novedades y agudas crisis. Desconocemos por qué no publicó más obras
(median casi 30 años desde la última obra hasta la fecha de su fallecimiento).
Sus dos trabajos póstumos (Historia de la cultura griega y Reflexiones sobre la
historia universal) recogen apuntes de las clases que impartió en la
universidad. En el primero busca investigar la historia moral del pasado
helénico, bizantino e italiano, mientras que el segundo condensa sus
pensamientos y teorías sobre la historia y su estudio.
Estuvo en contra de aquellos para quienes el desarrollo histórico constituía un
progreso evolutivo que culminaba en el presente, como fue el caso de Hegel y
sus seguidores. A su juicio la historia no presenta un desarrollo lineal y
progresivo, supeditado a la cronología y al estudio de la concatenación de
hechos. Hay que estudiarla “in media res”, es decir, a través de cortes
transversales sin que exista un principio y un final. La sucesión de
acontecimientos carece de interés y lo relevante es el marco que se abre al
contemplar un período determinado.
Dentro de esta perspectiva hay tres agentes cuya mutua relación condiciona el
carácter general de cada época: el Estado, la Iglesia y la cultura. Los dos
primeros son estables. El Estado implica la organización de la fuerza que
asegura el orden, mientras que la religión satisface las necesidades metafísicas
del hombre. Estos agentes luchan por imponerse sobre los otros pero nunca lo
logran, tan sólo alcanzan “momentos favorables de fijación”. Frente al Estado y
la Iglesia, la cultura es el movimiento del espíritu en libertad, la respuesta del
hombre a las necesidades terrestres e intelectuales. Para Burckhardt la cultura
es “[…] el mundo de lo móvil, de lo libre, de lo necesariamente universal, de lo
que no reclama para sí una vigencia coactiva” o “llamamos cultura a toda la
suma de evoluciones del espíritu que se producen espontáneamente y sin la
pretensión de tener una validez universal o coactiva”.
La mutabilidad de la historia exige la presencia de un actor. Según Burckhardt
este actor no es otro que el hombre en general y, en particular, el “Gran
Hombre” que focaliza la fuerza colectiva y emerge en el seno del pueblo, por su
propia necesidad, para ejecutar su voluntad dispersa. Esta concepción del
individuo como motor de la cultura y de la voluntad conjunta se observa con
claridad en La cultura del Renacimiento en Italia donde destaca el papel
desempeñado por algunos líderes que sobresalen en todos los ámbitos, ya
sean artísticos, políticos o filosóficos.
Burckhardt rompe con el historicismo y el positivismo al afirmar que “ la historia
es la menos científica de todas las ciencias”, al dar cabida en su estudio a
todas las disciplinas posibles y al fomentar el subjetivismo del historiador, que
debe seleccionar, valorar e interpretar a su antojo los hechos del pasado.
Su obra ha sido muy criticada, especialmente por los historicistas, por
incorporar errores de bulto, no aplicar un sesgo crítico a las fuentes y
equivocarse en algunas de las conclusiones que vierte. Sin embargo, tampoco
era el objetivo del historiador suizo elaborar un producto rigurosamente
científico: su concepción de la historiografía se acerca más a la poesía o, como
se le ha querido denominar, al “historicismo estético”. A través de un lenguaje
elegante, sencillo y bello trata de transformar la historia en una forma artística,
en un conocimiento dotado de plasticidad en el que fluya la imaginación del
lector.