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CHINALa construcción del poder

en el siglo XXI

Arturo Oropeza García

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China. La construcción del poder en el siglo XXIArturo Oropeza GarcíaPrimera edición, 2019

© 2019,Universidad Nacional Autónoma de México/ Instituto de Investigaciones Jurídicas Circuito Maestro Mario de la Cueva s/n, Ciudad Universitaria, Ciudad de México Alcaldía Coyoacán, C.P.04510

ISBN: 978-607-29-1694-4

Las opiniones expresadas en este libro son responsabilidad exclusiva del autor y no reflejan necesariamente la posición de la institución a la que pertenece.

Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita del titular del derecho, la repro-ducción o distribución total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por la ley.

Impreso y hecho en México / Printed and made in Mexico

UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICOINSTITUTO DE INVESTIGACIONES JURÍDICAS

DR. PEDRO SALAZAR UGARTEDirector

DRA. ISSA LUNA PLASecretaria Académica

LIC. RAÚL MÁRQUEZ ROMEROSecretario Técnico

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Índice

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Introducción

Capítulo Uno China y la construcción del poder en el siglo XXIUn prólogo obligadoChina y su vigencia civilizatoriaLa cosmovisión China y sus intérpretesLa construcción del poder en ChinaLas modalidades del poder en el Estado chinoEl poder del Estado chino. ¿Un Estado Desarrollador?A manera de síntesisBibliografía

Capítulo DosEl modelo Asiático de Desarrollo y su legado Sino-JaponésIntroducciónJapón y el choque de civilizaciones del siglo XIXEl modelo asiático de desarrollo y su influencia

Sino-JaponesaReflexiones finalesBibliografía

Capítulo TresLa nueva Ruta de la Seda o el ascenso geopolítico de ChinaIntroducciónBRI o una vuelta al origen

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BRI, ¿choque de civilizaciones?BRI y la Segunda Reforma y Apertura ChinaBRI o la Reforma GeopolíticaLa Reforma Económica. Made in China 2025La Reforma del Poder. Reforma Constitucional de 2018Consideraciones finalesBibliografía

Capítulo CuatroLa confrontación China-Estados Unidos en el marco del desorden globalIntroducciónEl desorden global. Consideraciones generalesEl desorden global. Algunos de sus retosEl desorden global. El factor asiáticoEl debate China-Estados UnidosBibliografía

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“No hay una región más importante del mundo para que la comprendamos que Asia, y por lo tanto no podemos darnos el lujo de seguir equivocándo-nos con Asia. Su complejidad ha llevado a diagnós-ticos erróneos comunes”.

Parag Khanna

The Future is Asian, 2019

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Introducción

I.

CHINA, LA INDESCIFRABLE

La transfiguración supersticiosa del Malebranche. La nación sin pasado al margen de la historia (Hegel); que por quedarse fuera del desarrollo histórico estaba condenada a ser conquistada (Engels). China, el fósil viviente de Marx; el país que carecía de estructura sociopolítica, de falta de vocación por el lucro y una carencia de moral trascendente de vida (Weber). O en palabras de M. Friedman, el país increíblemente ignoran-te sobre el funcionamiento del mercado y el sistema capitalista.1

Por otro lado, China, el organismo social imposible de desapare-cer, como ese imperio inmortal, civilización milenaria de Graham que sobrevive desde la época de Egipto y Babilonia hasta nuestros días. La civilización viva más antigua de la tierra de Leys, que condena al que se mantiene ignorante de ella a tener una comprensión limitada de la experiencia humana.2

China, la del debate eterno entre si es lo mismo o lo otro. La hete-rotopía no reconocida. Subestimada o sobrevalorada. La pugna entre si es más de los mismo o si realmente estamos ante lo diferente. Si el problema es la diferencia de las culturas y las civilizaciones o solo la

1 Oropeza, Arturo (2019), China y el Estado Desarrollador. Una opinión desde las líneas de construcción del poder chino. En Estado Desarrollador. Casos exitosos y lec-ciones para México, coords. José Antonio Romero Tellaeche y Julen Berasaluce Iza. El Colegio de México.

2 Ibidem.

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indiferencia mostrada históricamente entre China y Occidente, o las dos cosas3.

Un debate que inicia apenas en el siglo XVII con Michele Ruggieri y Matteo Ricci, cuando llegaron sus primeras interpretaciones escritas, sus experiencias personales, sus diccionarios.

Cuando una Europa absorta en su renacimiento e ilustración, des-echó en lo general la oportunidad de conocer a ese otro lejano a sus ideas del ser, de dios, de libertad, etc. De cosmovisión diferente, lejana del saber occidental que presume su universalidad. Un debate desvir-tuado ante la falta de claridad reciproca de las partes y agravado en su confrontación en cuanto a sus mutuas aspiraciones de grandeza.

Este debate que nace viciado de origen ante una hegemonía occi-dental en ascenso frente a un imperio asiático en decadencia, después de más de tres siglos permanece anclado a sus viejos vicios y limitado en sus mismas insuficiencias que hoy, frente a los debates globales del siglo XXI y el renacimiento oriental, vuelven a cobrar vida y demandan de una actualización desde sus inicios, a fin de ordenar un tiempo con-fuso y convulso.

De ahí –dice Jullien– que es necesario pasar por China y concebirla frente a frente con el propósito de construir un disenso, en el seno de inteligibilidades diversas que “se hacen comprensibles a medida que se miran de frente”, lo cual desemboque en un “diálogo de culturas”, alejado de la tautología imperante de identidades tontas y cerradas4.

En el umbral de la tercera década del siglo XXI China sigue siendo un reto abierto a la interpretación, así como Occidente lo es en gran medida para China. Un reto que huyendo de los prejuicios recíprocos de las partes y de los lugares comunes, aspire a la construcción de un nuevo diálogo global a tono con los grandes temas de nuestro tiempo.

3 Jullien, François (2005). La China da que pensar. Ed. Anthropos.4 Jullien, François (2005). La China da que pensar. Ed. Anthropos.

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II.

El 70 aniversario del triunfo de la Revolución de la República Popular China se presenta como una nueva oportunidad para revisar lo avan-zado en el tema en estas siete décadas en las que el fenómeno ha pasado por múltiples interpretaciones y acercamientos.

La propia China, puede decirse, desde el fin de su imperio en 1911 no es poco lo que ha contribuido en abono de esta confusión. Ante el declinamiento de su imperio y la presencia hegemónica de una fuerza civilizatoria que nunca había enfrentado, China perdió el rumbo y la aparición de múltiples dudas existenciales fueron parte de un cuerpo social desbordado. Desde luego la inmediatez y el fracaso del momento llevaron como una primera reacción a la denostación del pasado; de ese pasado que no había servido para enfrentar exitosamente a fuer-zas militares superiores, tecnológicas desconocidas y cuerpos culturales multidisciplinarios que como parte de un todo, hacían ver pequeña a la China milenaria.

Olvidando pronto su éxito medido en milenios, Mao Zedong, en una Primera Etapa de Reconstrucción (1949-1976), ordena como punto central de una nueva China la eliminación del pasado, de esos “4 viejos” elementos de la cultura china que había que eliminar por que habían sido la causa de su declinamiento y derrota. Destruir los usos antiguos, las contribuciones antiguas, la cultura antigua y el pensamiento antiguo, y con ello el pasado confuciano, fue parte de una nueva voluntad polí-tica que creyó ingenuamente que las raíces poderosas y vigentes de la cultura China podrían simplemente substituirse de la noche a la maña-na. Como dice Octavio Paz, “las culturas son realidades que resisten con inmensa vitalidad a los accidentes de la historia y del tiempo”5 .Opinión con la que el mismo Presidente Mao estuvo de acuerdo en 1972, cuatro años antes de su muerte, cuando le contesta al presidente Nixon cuan-do lo felicita por haber transformado a la civilización china: “No he sido capaz de cambiarla. Solo lo he conseguido en unos cuantos lugares de los alrededores de Pekín”6.

5 Oropeza, Arturo. Coord. (2009). China-Latinoamérica: Una Visión sobre el nuevo papel de China en la Región. Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM.

6 Kissinger, Henry (2012). On China. Penguin Books

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No obstante, toda una generación dentro y fuera de China enterró al confucianismo y la herencia de un tiempo milenario.

En 1978, con la instalación de una Segunda Etapa Política de Re-posicionamiento con Deng Xiaoping (1978-2012), China vuelve a sor-prender a sus exegetas internos y externos y en el marco histórico de una Primera Reforma y Apertura, rompiendo con su historia ancestral de aislamiento, derrumba sus murallas políticas y económicas y sale como actor a un escenario global lleno de retos y oportunidades en el que China nunca había estado, bajo la consigna de que “… no existen contradicciones fundamentales entre el socialismo y la economía de mercado”7.

La política de los 28 caracteres que impuso Deng a China en esta etapa, también confundió a Occidente sobre la visión del posible re-surgimiento de una población de más de 900 millones de personas que en esa época no alcanzaban los 200 dólares per cápita. Bajo esta política se estableció que China debía observar con calma los temas glo-bales, asegurar posiciones, hacer frente a los asuntos con tranquilidad, ocultar capacidades y enfrentar el momento oportuno, ser bueno en mantener un perfil bajo, no liderar la reivindicación, llevar operaciones de carácter modesto8.

¿Quién era esa China y que quería?. Entre las antípodas del socialis-mo y el capitalismo más rampante, las opiniones se fueron decantando mientras china crecía económicamente al 10% anual promedio.

La llegada al poder del presidente Xi Jinping a partir de 2013, ha traído consigo una Tercera Etapa en estos 70 años y es la del Relanza-miento de China como hegemón mundial, ahora en el siglo XXI, con el objetivo de lograr para 2049, a cien años del triunfo de su revolución, la recuperación de su liderazgo mundial indiscutible y junto con él el de su cultura y civilización.

7 Oropeza, Arturo Coord (2008).México-China: Culturas y Sistemas Jurídicos Com-parados Instituto de Investigaciones Jurídicas, UNAM

8 Oropeza, Arturo (2019), China y el Estado Desarrollador. Una opinión desde las líneas de construcción del poder chino. En Estado Desarrollador. Casos exitosos y lec-ciones para México, coords. José Antonio Romero Tellaeche y Julen Berasaluce Iza. El Colegio de México.

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Para ello, el Presidente Xi le dice a China y a la comunidad global que “Nos encontramos en un nuevo punto de inicio, listos para emprender un nuevo viaje juntos en la búsqueda del desarrollo común y el sueño compartido de una vida mejor, a través de la construcción de un socia-lismo con características chinas para una Nueva Era” (Xi, Jinping, Confe-rencia de apertura, Foro Belt and Road Initiative, 2017).

Para este efecto lo que el Presidente Xi propone es una Segunda Reforma y Apertura, que si bien parte del socialismo de mercado que Deng lanzó a través de su Primera Reforma, la transforma bajo una nueva visión global que recupera a China de la sombra política de los 28 caracteres y la coloca con todas las luces en la vitrina mundial del liderazgo, en un tú a tú con los líderes occidentales dentro de una con-tienda que va más allá de los PIBS o de las balanzas comerciales.

De igual modo plantea un cambio central del modelo a través del alineamiento de por lo menos tres ejes estructurales que se desbordan desde su llegada (2013) con el lanzamiento del Nuevo Camino de la Seda (Belt and Road Initiative, BRI), propuesta geopolítica que dibuja un nuevo rumbo asociativo para el 70% de la población mundial, 55% del PIB global y 75% del petróleo y gas del planeta.

Le sigue una nueva generación de planes económicos que entran en vigor en 2015 (Made in China 2025, 2035, y 2045), donde se pone todo el apoyo del Estado en la industria 4.0 y la tecnología 5G, como parte de una estrategia que apuesta al liderazgo tecnológico de los ser-vicios, donde Huawei ya se posiciona a la vanguardia de estas discipli-nas frente a sus similares norteamericanas y europeas.

La última de las medidas, tal vez la más importante de todas, se refie-re a un regreso a las formas antiguas de construcción del poder político, al aprobar sin mayores ambajes la quinta reforma constitucional bajo un fuerte sesgo confuciano de poder único sin limitaciones. De este modo, Xi,como un nuevo emperador en vida, reconcentra el poder político del Estado al reunir en una sola persona los cargos de Secretario General del Partido Comunista Chino (PCCh), Presidente de la Comisión Mi-litar del PCCh, Jefe del Estado de la República Popular China, Núcleo del partido, Lin Xin (líder histórico como Mao Zedong) y Zuigao Tonge Huai, Alto Comandante de China, bajo la idea milenaria de un poder centrado en una sola persona, núcleo del poder sin limitación alguna.

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Para ello, entre otros, se reforma el artículo79 Constitucional, abriendo la posibilidad de una presidencia vitalicia y se incorpora en el texto el pensamiento del Presidente Xi bajo la consiga de construir “un socialis-mo con características chinas para una nueva era”.

Mientras Occidente debate sobre la naturaleza política, económica y social de China, el país asiático ya es la primera economía del mundo por poder de compra y la segunda de acuerdo a su PIB; primer expor-tador, primer país en manufactura, segundo importador de mercancías, líder en 5G, primero o segundo socio comercial de más de 120 países, la nación que cuenta con el mayor número de empresas en la Revista Fortune de las 500 empresas más importantes del mundo (129), que tiene los primeros cuatro bancos más grandes del planeta; que registra más del 40% de las solicitudes de patentes presentadas en 2018 (1.5 millones), etc. (B.M., 2018, OMPI, 2019, OMC, 2018).

III.

Mientras China avanza y se consolida geopolítica y geoeconómicamente junto con Asia del Este, como parte de una cuenca civilizatoria de raíces compartidas, las preguntas y el debate en Occidente se perpetúan.

¿El éxito de Asia del Este puede encontrar un principio de explicación vertebral en la influencia milenaria de China?. ¿ La civilización, la cultura China, son parte fundamental del éxito económico asiático?, ¿y si esto es así, el confucianismo sigue vigente?, ¿de qué manera?.

¿Existe el Estado Desarrollador Asiático?. ¿Es una expresión de desa-rrollo con características autóctonas ó es hijo de la ilustración económi-ca occidental?. ¿China es comunista-socialista?, ¿capitalista?.

¿Tiene autoría propia la construcción del poder en China?. ¿Guar-da reminiscencias significativas en Asia del Este?.¿Puede diferenciarse frente al Estado de Derecho Occidental?. ¿Tiene luz propia o debe occidentalizarse?.

¿Las sociedades chinas son confucianas u occidentales?. ¿Su com-portamiento es parte del éxito de sus modelos de desarrollo?. ¿Ya son occidentales?. ¿Deberían serlo?.

¿Hay dos cosmogonías estructurales entre China y Occidente o es un falso debate?

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¿Todo lo anterior guarda relevancia en los resultados globales de todos los días?. ¿Es parte fundamental de los liderazgos o de las hege-monías del siglo XXI?

¿Hay un choque de civilizaciones?.¿ Si lo hay, está empezando o dio inicio en el siglo XIX ?.

No cabe duda que estos primeros 70 años de la era moderna china se presentan como una buena oportunidad para la academia, el sector público y el sector privado occidental para recapitular sobre lo avanzado y generar un relanzamiento del estudio de lo chino y asiático a fin de cerrar las innumerables grietas y la insuficiencia de definiciones en los temas económico, político y social de China.

IV.

El presente libro se integra de cuatro ensayos realizados durante 2018 y 2019 que, aunque se pensaron de manera individual, al final guardan una consonancia que tiene como eje principal contribuir desde diversos puntos de vista a la construcción de la relatoría siempre demandante de China.

China nos plantea dos emplazamientos en el tiempo. El primero referido a la obligación de verla en retrospectiva, si es que aceptamos la sugerencia de Leys y queremos apropiarnos de su saber completo. Pero este emplazamiento también nos desborda hacia el futuro, en la línea de un cambio sin reposo que nos compromete a seguirla de manera sistematizada si no queremos estar bordando sobre el pasado de una China que ya cambió.

Pasado y futuro como motores explicativos dentro de un presente desbordante que nos invitan con frecuencia a la inmediatez y al error.

La visión de este libro está lejos de ser una mirada comprehensiva del fenómeno chino; aunque a través de su análisis intenta aportar al-gunos elementos de diferenciación que inviten a ratificar lo asentado o a arriesgar nuevas interpretaciones del relato chino.

En este sentido, desde el campo de la filosofía, Jullien nos alumbra el camino, primero, ante la aceptación académica del reto: “Europa (Oc-cidente), China: tendríamos ahí una especie de alternativa para el pen-samiento”. Aunque con prudencia advierte… “No pretendo que China

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sea lo más diferente; pero, a partir de la incomodidad todavía en la que me he situado, he optado por edificar la diferencia en el pensamiento”.9

Otoño, 2019Arturo Oropeza García

9 Jullien, François (2005). La China da que pensar. Ed. Anthropos.

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A. UN PRÓLOGO OBLIGADO

I.

Los temas del desarrollo y del crecimiento, bajo sus diferentes perspec-tivas, en los últimos tiempos sufren el agotamiento de sus resultados y la dificultad de su sustentabilidad. Hoy en la mayoría de los países, de manera especial en los occidentales, una de las preguntas más acu-ciantes para los gobiernos y sus políticas públicas es el cuestionamiento respecto a la estrategia a seguir para lograr un desarrollo más equitativo de largo plazo.

En la mayor parte de Occidente, por ejemplo, de 1945 a la década de los setenta dominó un modelo económico que privilegió el compro-miso con las políticas de bienestar, al que se le conoció en Estados Uni-dos como la Era de Paul Samuelson (Sachs, 2012, p. 27) y en Europa como la de Keynes o Estado de Bienestar, las cuales combinaban sin ningún problema existencial las políticas de mercado con la participa-ción comprometida del Estado (Economías Mixtas), mismas que moti-varon una de las etapas de mas estabilidad y crecimiento económico de la economía global.1 Como se sabe, esta política fue remplazada a partir de la crisis de los setenta y principios de los ochenta por otro paradigma económico, que con el tiempo se convirtió en un paradogma, que en su relato central abolió de toda actividad económica la participación del Estado, convirtiéndolo de aliado estratégico en enemigo.

1 De 1950 a 1974 la economía global creció cerca del 5% anual promedio, de igual modo que su comercio escaló en el mismo periodo a la cifra récord de 7.4/ anual promedio (Ocampo, 2017).

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Sobre esta tendencia que ha dominado la estrategia económica oc-cidental las últimas cuatro décadas, resume Escalante “Es claro que el programa neoliberal vive horas algo bajas después de la crisis de 2008. Por otra parte, los resultados económicos, mirados globalmente, al cabo de treinta años, son muy pobres. El aumento de la desigualdad es obvio, estridente, ofensivo. Algunas de las ideas básicas del modelo parecen claramente indefendibles y sin embargo, el neoliberalismo sobrevive, y más; sigue siendo el modelo dominante, y no parece haber alternativas. La crisis no provocó ningún cambio importante ni de políticas económi-cas, ni de legislación. El fenómeno es notable. Sugiere que el momento neoliberal a pesar de todo tiene todavía bastante futuro. Pero no es obvio porque” (Escalante, 2015, p. 295).

¿Por qué?, se pregunta Escalante, al igual que Judt, que con una perspectiva europea se cuestiona “¿Por qué nos resulta tan difícil siquiera imaginar otro tipo de sociedad?. ¿Que nos impide concebir una for-ma distinta de organizarnos que nos beneficie mutuamente?.¿Estamos condenados a dar bandazos eternamente entre un mercado libre dis-funcional y los tan publicitados horrores del socialismo?, – agregando– “Nuestra incapacidad es discursiva. Simplemente ya no sabemos cómo hablar de todo esto” (Judt, 2013, p. 295).

Resulta evidente que el pensamiento económico occidental, como resultado de sus insuficientes e inequitativos resultados económicos,2 vive un problema de identidad, que atascado en su propia inercia, no discurre a imaginarse nuevos escenarios que ofrezcan alternativas para un siglo con retos inéditos de naturaleza política, económica y global. Peor aún, a la luz de sus principales exégetas (Stiglitz, Sachs, Rodrick, Escalante, Rifkin, Judt, y muchos otros), más que la falta de audacia en imaginar lo nuevo, el problema permanece principalmente congelado en un viejo debate que nace junto con la Revolución Industrial, la cual se define epistemológicamente por la vieja ecuación no resuelta de Estado-Mercado,3 a través de la cual, a manera de síntesis, se ha que-

2 El 1% de la población mundial controla el 50% del Producto Interno Bruto mun-dial (PIB) y el 10% goza del 90% del PIB (Credit Suisse, 2015).

3 La participación del Estado en la economía nace, de diversas maneras, junto al mismo Estado. La opinión que se procura en este ensayo al referirse a la categoría de Estado, es la de su participación en el quehacer económico e industrial, en sus difer-entes modalidades.

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rido circunscribir la narrativa de una amplia generación de autores que se han ocupado de justificar la preeminencia, modalidad, grados de participación o ausencia total de cada una de las dos categorías.

El debate, desde luego, desborda los cubículos académicos y se in-crusta en los diferentes esquemas del poder político- económico, por razones tanto ideológicas como de interés económico, los cuales man-tienen secuestrada no solo la construcción de una nueva oferta más amplia e incluyente, sino que incluso evitan la posibilidad de un debate abierto.

Es este viejo-nuevo-debate, entre Estado-Mercado, que se da actual-mente en la mayoría de los países occidentales y su periferia, propio de los siglos XVIII y XIX, es una de las causas principales del atasco para generar una nueva política pública en materia económica, tanto a nivel nacional como en la esfera global. De ahí la importancia de deslizar el análisis, a manera de benchmarking, hacia los países de Asia del Este, en este caso hacia China, que vive alejada de esta vieja antinomia, al haberla resuelto desde los primeros siglos antes de nuestra era, lo cual sigue haciendo con todo éxito hasta nuestros días.

II.

A la segunda década del siglo XXI, China se presenta como la segunda economía del mundo y el proyecto más audaz para detentar la hegemo-nía de la primera mitad del siglo, sin que bien a bien la sociedad global que le rodea, atine a identificar con mayor grado de certeza que sucedió a partir de 1978, fecha en la que el país asiático dio un cambio dramá-tico a su milenaria tradición de resolver sus problemas internos a través de sus recursos endógenos, ya fueran económicos, políticos o sociales.

En el debate de las hegemonías de una época nueva, y a tres dé-cadas de llegar a la primera mitad de la centuria, China sigue gozando del privilegio de una falta de diagnóstico sólido que dé a Occidente una respuesta suficiente ¿ de cómo fue que un país marcado por las hambrunas, que a inicios de la segunda mitad del siglo pasado (1958-1960), durante su gran salto adelante, murieran cerca de 30 millones de chinos por falta de alimento, a 2018 sea la fuerza económica que impacte con mayor fuerza al impulso de la economía global (30%).

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China, la defensora del Libre Mercado nos dice Xi Jinping en el Foro de Davos, Suiza, de 2017. China, la proteccionista, acusa Trump, mien-tras le envía el primer aviso legal (disclaimer) que detona la guerra comercial entre las dos naciones (abril 2018). “China S.A”; nos define Fishman. “China, Capitalismo Rojo”, aclara Aguirre: “China y el Capitalis-mo Global, nos traduce Li Chun, al igual que nos detalla “La transfor-mación del socialismo chino”. Coase y Wang por su parte, nos explican con más acuciosidad “Como China se convirtió en Capitalista”. Woetzel, por su parte, nos brinda su versión de la “China Capitalista”. Zhu Ling se suma a las versiones del capitalismo chino con su obra “China Inc.”. Si hubiera dudas sobre el capitalismo chino, a pesar de lo anterior, Napo-leoni (Maonomics) fundamenta porque China hace un mejor capitalis-mo que Estados Unidos.

Bajo esta línea infinita de la libre interpretación de cómo China se ha convertido en una poderosa nación capitalista y de libre mercado, compiten también opiniones como la de Fukuyama, que auguraban que el éxito chino colapsaría en el siglo pasado (Trust), o como la de Chang Gordon (Coming Collapse of China), que predice el colapso chino en el siglo XXI, entre otros.

Lejos todavía de una definición generalmente aceptada por la ma-yoría de los especialistas globales, desde su primera apertura en 19784 hasta nuestros días (2018), China sigue gozando del privilegio de ser insuficientemente explicada en su estrategia económica (pero también política), que durante el periodo le ha generado un crecimiento del 8% anual promedio. A pesar de ello, la comunidad global sigue debatiendo si la naturaleza del fenómeno económico chino es socialista, si ya es un verdadero poder económico capitalista, o si el experimento al que alude Deng es exactamente eso, una nueva expresión de la combinación de estas dos tendencias, que no encuentra un referente teórico a modo, en el cual pueda recargarse la construcción de un nuevo paradigma global.

4 La segunda apertura, hacia el centro y Oeste de Asia, se realizó en 2013, ante el anuncio de la Belt and Road Initiative por parte de China, a través de la cual invitó a cerca de 70 naciones hacia un nuevo proyecto de asociación.

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III.

En este trabajo, que intenta generar una opinión sobre la posible calidad de China como Estado Desarrollador, desde las líneas de construcción del poder chino, por la naturaleza de la hipótesis, se le dará prioridad al análisis de su primera categoría de diferenciación, o sea, a la del Estado Chino, en la medida que bajo un análisis de poder político, la naturaleza, organización y visión de ese Estado (cosmovisión), o de cualquier otro Estado, es la que decide la estratégica pública en materia económica, así como las modalidades y sus políticas de aplicación.

De este modo, más que las particularidades de su calidad de Desa-rrollador, que de algún modo son consecuencia del poder y la visión del propio Estado y que son ampliamente conocidas, en los próximos apar-tados se procederá a analizar el origen del Estado chino, su naturaleza, sus líneas de construcción, sus diferentes modalidades, etc.; e incluso se intentará subrayar algunas de sus diferencias más relevantes respec-to a la realidad occidental, que como ya se dijo, vive de manera general el divorcio de su política económica con la participación del Estado, al cual en no pocos casos lo toma como el enemigo a vencer.

La propuesta anterior cobra mayor relevancia ante el importante fe-nómeno de un Estado chino que por más de 2200 años se presenta como la entidad política más longeva y de muchas maneras vigente entre los diferentes países del mundo.5

En los siguientes apartados se intentará dar cumplimiento y desaho-go a la hipótesis y temas planteados.

B. CHINA Y SU VIGENCIA CIVILIZATORIA

El análisis occidental de China, de manera general, parte del desprecio; del desdén que una región que vivía el fin de la historia a fines del si-glo XX sentía por un país lejano que durante ese mismo siglo se había caracterizado por el fin de su Imperio (1911), sus múltiples movimien-tos sociales (1912-1949), y por hambrunas que le causaron millones

5 Durante este ensayo, en razón de los objetivos planteados, se procurará analizar y describir las formas de construcción del poder y del Estado chino, sin entrar al tema de su calificación respecto a parámetros políticos occidentales.

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de muertos. Bajo esa percepción de China, este país no podía, como lo hace hoy, ser un rival para el orden occidental: ni en lo político ni en lo económico. Cuando Occidente, ya cerca del inicio del presente milenio, con gran tardanza decide responder al reto chino, la profundi-dad de una civilización poderosa, hoy vigente, le ha dificultado el cami-no, al grado de que hoy no existe coincidencia entre los especialistas, pero tampoco entre las principales economías desarrolladas, de cómo funciona el poder en China, cual es la naturaleza de su estrategia eco-nómica y de manera especial que quiere China con el orden global occidental establecido.

Escala esta discusión cuando el análisis occidental se hace desde la plataforma de sus propias herramientas, ya sean políticas o económicas, resultando en la mayoría de los casos grandes desfases donde la reali-dad china no cabe en los moldes occidentales o no se explica bajo los instrumentos de la razón de Occidente.

La vigencia de la civilización china como un elemento central de su análisis, se presenta entonces como un elemento ineludible de su es-tudio. No como un elemento histórico referencial o erudito, sino como parte de una dialéctica vigente que al día de hoy todavía explica con suficiencia la construcción del poder en China, y a partir de ahí, el actuar y los objetivos perseguidos en un mundo global que no era suyo, pero que desde 1978 que decidió abrirse a él, ha pasado del aprendizaje e implementación, a proponer al mundo un nuevo sueño y orden inter-nacional basado en la cosmogonía del Estado chino.

“China –nos dice Graham– ha venido produciendo, hasta el siglo presente, el singular espectáculo de un imperio que sobrevive desde la época de Egipto y Babilonia, y que preserva un escritura pre alfabética como instrumento de continuidad y de unidad, legible durante milenios por hablantes de dialectos mutuamente ininteligibles. Al mismo tiempo que el primer Emperador buscaba el elixir de la vida, China descubrió el secreto del Imperio inmortal, el organismo social imposible de matar” (Graham, 2012, p. 23).

Aceptar o no que elementos esenciales de la civilización más antigua del mundo siguen vigentes y operan en la construcción y actuar de su poder político y comportamiento económico de hoy, es una pregunta que carece de una respuesta clara. A falta de lo anterior, se usan como alternativas la idea de que la reforma Constitucional del 11 de mar-

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zo de 2018 define hoy nuestro conocimiento de China. O acaso éste parte de 2012/13 con la llegada de Xi Jinping al poder; o el desarrollo científico de Hu Jintao prevalece a la fecha; o quizá la apertura de 1978 de Deng Xiaoping es nuestro punto de partida. ¿O tendríamos que re-ferirnos como antecedente de explicación más antiguo al triunfo de la revolución maoísta de 1949?. China- agrega Leys- es la civilización viva más antigua de la tierra. Una entidad excepcional como esa entraña una relación muy compleja entre un pueblo y su pasado” (Leys, 2016, p. 307).Y con la comunidad global, podríamos agregar a lo señalado por Leys.

Cheng, sobre el tema apunta “Esta cultura política que se aferra a la visión antigua, cósmica y holística, de un mundo ordenado y jerarquiza-do, lejos de haberse oscurecido en el olvido como Europa, sigue infor-mando el espíritu de las instituciones hasta el siglo pasado en el que el emperador seguía siendo percibido ampliamente como “hijo del cielo” y como una especie de axis mundi que unía las tres órdenes del cielo, de la tierra y del hombre” (Cheng, en Relinque Eleta, 2009, p. 48). Leys cierra tajante: “Y el que permanezca ignorante de esa civilización, solo puede lograr, en definitiva una comprensión limitada de la experiencia humana”.

El desbordamiento que China está llevando a cabo del mundo occi-dental en lo económico y en lo político en el siglo XXI, encuentra una de sus principales explicaciones en la falta de un conocimiento suficiente de Occidente sobre China. Pero también porque Occidente no termi- na de ponerse de acuerdo sobre la validez y vigencia de sus postulados y si estos siguen siendo parte relevante de la construcción del poder chino y su política de Estado.

C. LA COSMOVISIÓN CHINA Y SUS INTÉRPRETES

No solo aceptar la vigencia de la milenaria civilización china como parte significativa de su realidad actual, lo cual no sucede con ningún otro país del mundo. Entender que esa realidad es en muchos casos diferente a la visión del mundo y de la de vida occidental, es otro de los retos a su entendimiento. En ese sentido, mirar al otro y aceptar al otro, tratar de entender al otro en su propio marco conceptual, se convierte en un segundo requisito de previo pronunciamiento para todo aquel que

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intente la interpretación de la entidad china, en términos culturales, po-líticos o económicos.

Es cierto que China y la propia región han abusado de esta diferen-ciación de lo oriental. Que en su nombre se ha desplegado una sofis-ticada política de poder suave para controlar a Occidente. Del mismo modo, la ignorancia de Occidente sobre la cultura china, no le ha dado el instrumental necesario para diagnosticar adecuadamente los térmi-nos y los modos de esta relación tanto en el trato económico como en el político; obteniendo China la ventaja en la mayoría de los casos. Occidente todavía voltea con precaución a lo que no conoce, razona con duda sobre lo que le es ajeno. Por ello en la mayoría de los casos se ajusta a un ceremonial y a un protocolo que no son suyos, pero que ante su ausencia de conocimiento cierto teme ofenderlos. China ha sido beneficiaria directa de este vacío.

Sin embargo la diferencia parece ser real y parte desde la complejidad del idioma y los signos del lenguaje y se eleva hasta la diferenciación del concepto del universo, la etnicidad, la existencia de un dios o las formas de la sociedad y el poder político. Reseña Leys sobre la diferenciación entre China y Occidente “El meollo de esta percepción no era tanto que China fuese enigmática, complicada y extraña, sino más concretamente que se trataba de un mundo patas arriba: los chinos lo hacían todo exactamente al contrario de nuestros usos y procedimientos normales. Por ejemplo: « Cuando los chinos construyen una casa, empiezan por el tejado»; « Cuando están de luto, visten de blanco»; «escriben de arriba abajo y de derecha a izquierda»; «cuando saludan alguien, estrechan su propia mano», etcétera. Ninguna de estas observaciones es errónea en realidad. Y la conclusión general es básicamente valida.En eso reside, de hecho, el secreto de la atracción inagotable que China y Occidente han ejercido siempre uno hacia otro: dentro del experimento humano, se hallan en mutuas antípodas” (Leys, 2016, 338).

China y Asia del Este no forman parte de la cultura occidental; una obviedad que se olvida fácilmente al abordar los temas chinos. Más aún, forman parte de un debate milenario donde las expectativas de ambos lados procuran significar la preeminencia de uno sobre el otro, generan-do confusión en un tema de suyo ya complejo.

Morris, en un estudio amplio sobre el debate hegemónico entre Oc-cidente y Oriente, aventura que “…nuestra conclusión al hilo de esta

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teoría sería que Occidente ha sido el líder tecnológico del mundo desde hace un millón y medio de años” (Morris, 2014, p. 71). Jaspers, a pesar de su gran contribución al entendimiento del pensamiento universal, se anima a asegurar que “Occidente tiene tras sí, en la profundidad de los tiempos, la tradición histórica más larga y segura. En ninguna parte –afirma– existe historia antes que Egipto y Mesopotamia. Occidente ha impreso su cuño en los últimos siglos a la Tierra. Occidente tiene la articulación más clara y más rica de su historia y sus creaciones, las más sublimes luchas espirituales, la máxima abundancia de grandes hom-bres visibles y palpables “ Jaspers, 2017, p. 108).

Más allá de esta confrontación que nace con los propios tiempos, dada la trascendencia de estas dos cosmovisiones, lo cierto es que el mismo Jaspers junto con Lasaulx y Viktor Von Strauss, generan la teoría del la era axial, que de manera objetiva explica Armstrong:

“Desde más o menos el 900 hasta el 200 AEC (antes de nuestra era común) en cuatro regiones distintas vieron la luz las grandes tradiciones mundiales que han continuado nutriendo la humanidad: el Confucianis-mo y Taoísmo en China; Hinduismo y Budismo en la India; Monoteísmo en Israel y Racionalismo filosófico en Grecia. Fue el periodo de Buda, Sócrates, Confucio y Jeremías, los místicos de las Upanishads, Mencio y Eurípides. Durante este periodo de intensa creatividad unos genios espirituales y filosóficos abrieron el camino a un tipo totalmente nue-vo de experiencias humanas”, “La era axial –concluye Armstrong– fue uno de los periodos más influyentes de los cambios intelectuales, psi-cológicos y religiosos de la historia que recordamos” (Armstrong, 2006, p. 14).

La era axial, además de ser una de las etapas más lucidas del ser huma-no, también determinó el devenir de dos cosmogonías y de dos culturas diferentes, que desde ese momento hasta la fecha han construido su propia explicación del mundo y de la vida; pero también de su ordena-miento social, político y económico, bajo parámetros y criterios distintos, generando dos historias paralelas de la humanidad, que a pesar de en-contrarse en diversos momentos de su historia, nunca se han juntado.

China, en el marco de su aislamiento histórico, determinado tanto por su geografía como por su cosmovisión, vivió una etapa pre imperial

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(Dinastías Xia, Shang y Zhou del siglo XXI al III a. C) tradicional, entre la inquietud de las preguntas primigenias, el cielo y los ritos, los huesos y los bronces, como un inicio de ordenamiento social. No obstante, des-de muy temprano, “… en lugar de imponer sobre la sociedad una ley moral externa que despertara el respeto por la libertad y la vida de cada ser humano, los mitos fundadores de la antigua china optaron, de en-trada por no disociar virtud y política, hasta el punto de confundir la una de la otra” ( Cheng, en Relinque Eleta, 2009, p. 37). Este anteceden- te de una edad de oro basada en el reino de la moralidad, dio pauta al surgimiento del padre del pensamiento chino, Confucio, autor de una relatoría política – social que si bien se inspiraba en su relación con el cielo (Tian), aterrizaba sus preocupaciones centrales en una solución del hombre basada en las ética y la virtud. China, con Confucio, en la era axial, pone a la civilización china en una línea civilizatoria que del Dios creador transita en una época sensible, a un naturalismo de las cosas determinado por el hombre, al cual invoca, no como un ente individual en el marco de su libertad, sino en el de un ser social determinado por una idea de grupo, de familia, de cuestión social; el cual, se ordenaba de una manera vertical en la que en su punta superior se ordenaba al Estado y en la inferior la persona, pasando antes por el súbdito; el padre y el hijo; donde el Estado era el padre y las personas los hijos, los cuales se debían reciprocas obligaciones.

A diferencia de lo anterior, Occidente, en una vía inversa, del natura-lismo presocrático y aristotélico transita a una línea civilizatoria determi-nada por la voluntad del cielo, donde la sociedad, el Estado y la persona, se agruparon bajo un orden divino del premio-castigo que prevaleció bajo sus diferentes modalidades hasta una etapa de renacimiento (S. XVI) e ilustración (XVII y XVIII).

Esta diferencia en la concepción de las cosmovisiones de China y de Occidente, en relación al orden social y a la construcción del poder del Estado, marcan una diferencia estructural cuyas consecuencias sobrevi-ven a la fecha.

El pensar, el actuar, el razonar chino. Toda la expresión cultural asiá-tica, en una sustentabilidad de más de 2000 años, da como resultado una etnicidad difícil de comprender por una cultura occidental que du-rante el mismo periodo ha vívido de todo, menos la continuidad, por el contrario, su relatoría actual se encuentra enfrentada en resolver social-

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mente el enorme hueco que le ha dejado el abandono de una teocra-cia que daba explicación a su ordenamiento social. Las certezas de su avance político que hoy presume, conviven junto con los fantasmas de su individualidad no resuelta.

La continuidad del imperio chino. La unidad y la armonía de lo que se vive, podría ser un principio de explicación del predominio económi-co chino durante el 90% de la era moderna. En este apartado tan solo lo subrayamos como una diferencia estructural entre China y Occidente, que nos invita a la precaución en el uso de los conceptos o las catego-rías políticas, económicas o sociales, en especial en el manejo de la idea política del Estado.

De igual modo, como señala Jaspers, esta diferencia de cosmovisio-nes también nos informa de otras posibilidades que no hemos realizado y nos pone en contacto con el verdadero origen de un ser humano diferente, que no somos y, sin embargo, como posibilidad también so-mos, y que es verdaderamente irrepresentable con existencia histórica; lo cual invita a repensar la idea de una historia universal como un círculo cerrado (Jaspers, 2017, p. 109).

D. LA CONSTRUCCIÓN DEL PODER EN CHINA

I.

El poder político en China nace como en toda agrupación humana: del caos. De la barbarie, del horror, de la guerra, de la muerte, de la lucha del fuerte contra el débil. Del momento en que esta realidad se trans-forma en un estado de crispación y la misma agrupación humana, en un acto de sensatez, decide organizarse y generar un poder político que sirva como una fuerza que administre y controle el caos reinante.

Esta preocupación la tuvo China desde sus primeras organizaciones sociales. Sin embargo, su relatoría trascendente da inicio con la etapa de los tres reinos pre imperiales, con los que parte un relato histórico político de orden y añoranza, a pesar de los múltiples conflictos que se suceden en esta era. El reino Xia, lejano y nebuloso en su recuerdo (XXI-XVI a.C).La etapa Shang, como punto de partida del camino de su integración (1600-1045 a. C) y la Dinastía Zhou, Occidental y Oriental (1045-256 a.C) como el recuerdo y la vivencia más fresca para los

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filósofos chinos, los cuales voltearon al pasado6 en la creencia de una edad de oro basada en reyes justos y virtuosos (Rey Wen, Duque Shou, etc.) para de ahí dar inicio a la construcción de una teoría del poder y la organización social.

Estos tres periodos pre imperiales, en su efervescencia política y so-cial, se entrelazan, e incluso dan origen a una era de ilustración (551 a 221 a. C.) donde “la filosofía china va a conocer su máximo desarrollo y va a alcanzar un florecimiento nunca después igualado” (Preciado, 2015, p. 48).

Es en este vasto periodo de casi medio milenio, que surge el periodo de las “100 escuelas”, así llamado por la considerable producción de pensadores y filósofos que discuten desde entonces sobre la existencia y el ser chino. No obstante, son solo seis escuelas las que logran incidir en su momento en la construcción de la etnicidad china. En primer lugar, la escuela confuciana o la de los letrados; luego la legalista; la moista; la daoista o taoísta; la Budista (Yin - Yang) y la nominalista. De todas ellas, son la confuciana y la legalista las que más influyen en el debate sobre el Estado chino, aunque no es menor la aportación de las corrientes moista y daoísta respecto al modelo de ser chino, su orden social y la construcción de sus formas de poder.

II.

Como se sabe, Confucio y sus seguidores a lo largo de dos milenios representan la fuente explicativa relevante de la sociedad china y su po-der político. Por otro lado, Shen Dao, Shang Yan y Han Feizi (S.III-II a.C), fueron las voces representativas del pensamiento legista. Modi (Mozi), (S. IV. a. C), a través de su obra (Mozi) contribuyó a la creación de una escuela particular con raíces confucianas. Laozi (Lao-Tse), a través de los importantes textos Dao De Jing o Tao Te Ching y Zhuangzi, entre otros, impacta de manera importante en el orden social y político, aunque

6 Benjamín Schwartz observa que de las civilizaciones de la era Axial, China es la única cuya preocupación principal es la de mirar desde el trastorno presente, hacia atrás, hacia un imperio y una cultura que florecieron en el pasado inmediato (Graham, 2012, p. 21).

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junto con el Budismo, su marco de referencia comprendió mayormente al campo espiritual de las personas.

Lo anterior es una visión sintética de las escuelas filosóficas que disputaron la forma de organización de las sociedades chinas pre modernas, las cuales, como se adelantó, durante la era Axial fueron contemporáneas a reflexiones semejantes en otras partes del mundo. Dentro de esta corriente intelectual, la figura de Confucio aparece como el filósofo más antiguo y trascendente de China al representar el pensa-miento nuclear de donde partió tanto la milenaria organización social de China, como las diversas modalidades de su poder político. De manera especial, Confucio fue el puente donde el pensamiento filosófico – po-lítico transitó de la teocracia al naturalismo de las cosas, al revelar la im-portancia per se del ser humano y de su relación con el otro, alejándolo de un mandato o sanción divinos, e inculcándole un respeto y amor a la humanidad (Ren).

Desde luego las cosas del cielo fueron la primera justificación del poder en China, durante el transcurso de sus nacientes monarquías. Las tradiciones y el ceremonial también constituyen sus primeros lazos de poder. Las fuentes de la era Zhou (XI-V a. C) ya sean recipientes de bronce o corpus de escritura etc. proclaman que el rey Wen recibió el Mandato del Cielo (Tianming). Sin embargo, desde entonces, prevé la posibilidad de retirar el poder al rey en turno en cuanto fracase en su misión que es: mantener la paz en sus territorios, asegurar la felici-dad del pueblo y preservar la unidad de “todo lo que está bajo cielo” (Tianxia) (el espacio de la civilización China) (Cheng, en Relinque Eleta, 2009, p. 39).

En este sentido, ante los retos y las preguntas de su tiempo, Confu-cio parte de las propias tradiciones para iniciar la construcción de una moral social y política, que sirva a la solución del caos y a la organización de una sociedad en formación que pudiera sostenerse axiológicamente al paso del tiempo. El gran maestro “Kong” (Confucio) de familia de baja nobleza de la ahora provincia del Shandong, en ningún momento se atribuyó la paternidad de una nueva escuela de pensamiento. Al contrario, declaraba su revisionismo hacia una edad de oro desapareci-da cuando afirmaba “Transito sin inventar, amo y confío en lo antiguo” (Graham, 2012, p.31). A lo cual agregaba “No soy alguien nacido con

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sabiduría, sino que me limito a amar la antigüedad y me esfuerzo seria-mente por emularla (Bauer, 2009, p. 60).

Y Confucio no engañaba con la verdad. Lo que hace es interpretar al poder de su época a través de su mejor expresión social, a fin de ofrecer una fórmula que rescate al ser humano de sí mismo: de su barbarie y de su caos de manera sustentable.

La trascendencia de Confucio en este sentido, es ofrecer a la mo-ral social como una fuente primordial del poder político, que lejos de convertirla en una religión y a él en su sacerdote, de manera reiterada hasta su muerte, antepone a la ética social como la única alternativa de una convivencia saludable; y a su compromiso con ella, como la única justificación de un poder central y sostenido. Así el amor a la humanidad (ren) el saber (shi), la ceremonia, caballerosidad y buenas costumbres (li), la rectitud (yi), la benevolencia, la piedad filial (xiao), la lealtad al monarca (zhong), la del príncipe a sus súbditos (shu), el amor al her-mano mayor (ti), etc; es lo que Confucio ofrece a la sociedad y al poder chino, como el único camino de la felicidad personal y colectiva.

Como en la mayoría de las sociedades de su tiempo, el recurso más a modo para Confucio hubiera sido seguir construyendo sobre una teo-cracia basada en el poder del cielo (tian), donde éste justificara al infini-to, como luego lo fue en Europa, al poder en turno. El colocar a la moral personal y no al cielo como la primera piedra de la construcción de la sociedad y del poder chino, fue tal vez una de sus mayores aportaciones a la sustentabilidad de la civilización china. Desde luego, en su discurso el cielo convive con la moral social, en un momento que requería de enorme sensibilidad en el manejo de los símbolos, las categorías y los conceptos; pero de manera clara y persistente, la moral social, la bene-volencia y el amor a la humanidad y a su pueblo, se convierten en la piedra filosofal del poder chino.

Basado en esta filosofía, Confucio sentenciaba que “Un pueblo que aprecia la moralidad no necesita contar con leyes o castigos especiales” (Schleichert & Rotz, 2013, p. 43). Que “cuando uno es recto, no necesi-ta mandar y todo funcionará por sí mismo. Pero cuando uno no es rec-to, aunque mande, nadie le obedecerá”. Llevando la recomendación al extremo decía “Aquel que gobierna a través de la virtud se asemeja a la

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estrella polar, la cual, manteniéndose fija en su posición, es reverenciada por el resto de las estrellas de su alrededor” (2.I).

“Trata al pueblo con respeto-recomendaba al príncipe- y serás vene-rado; se buen hijo para con tus padres y buen príncipe para tus súbditos y serás servido con lealtad; honra a los hombres de valor y educa a los menos competentes y todos se sentirán incitados al bien”. En cuanto a la forma de gobernar insistía “Que los gobernantes den ejemplo de solicitud hacia sus familias y el pueblo tenderá naturalmente hacia la humanidad; que den ejemplo de fidelidad hacia los viejos amigos, y el pueblo jamás será cínico” (Cheng, en Relinque Alicia, 2009, p.43).

Confucio no tuvo dudas entre el ser humano, el poder político y el poder del cielo. A pesar de su insistencia de la moral como fuente de validez y de acción política y social, con ligas históricas sensibles al Tian, en el texto del Lunyu, que trata sobre sus disertaciones, se señala: “El maestro nunca habló sobre (fenómenos) extraños, poderes, caos o dioses” (Schleichert & Rotz, 2013, p. 48). Y esta posición de alejar la vida social y del Estado de los dioses y los espíritus, es una segunda aportación trascedente para la civilización china si la comparamos con la ruta de la cultura occidental, la cual tardó cerca de 18 siglos en separar a la iglesia del Estado, e incluso en algunos países todavía sigue como una asignatura pendiente.

Su postura en este campo tuvo que ser sumamente cuidadosa para no ofender tradiciones ancestrales para la época o morir en el intento (en varias ocasiones su discurso le ocasionó peligro físico), al mismo tiempo que para concluir hacia ordenamientos racionales. Cuando le preguntaban como servir a los espíritus y a los dioses, Confucio contes-taba hábilmente, “Aquel que no puede servir a los hombres, como va a pretender poder servir a los espíritus”. Agregando también sobre el tema de la muerte de manera esquiva “Aquel que no entiende la vida, ¿cómo va a entender la muerte”(11.11).Por eso algunos autores concluyen “… diversos indicios señalan que Confucio podría ser considerado un agnóstico que no especulaba sobre el surgimiento o la determinación del mundo, ni sobre el origen de los hombres, ni sobre la vida más allá de la muerte, ni tampoco sobre los dioses y demonios” (Schleichert & Rotz, 2013, p. 49).

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III.

La lucha militar por la unificación de los siete reinos se sucede junto al debate filosófico del deber ser del Estado y su ejercicio del poder. Frente al moralismo chino, que en medio de las luchas tribales aparecía como una rara avis descontextualizada, surgían pensadores que de manera más realista apostaban a la creación de leyes como una forma de admi-nistrar el caos y la administración del jerarca en turno.

Por su naturaleza contrastante, estas escuelas vivieron un gran de-bate en cuanto a la organización de orden social, del Estado y el poder; el cual, como se sabe, fue ganando por el confucianismo, a pesar de que el primer Imperio declaró al legalismo como la escuela oficial para dirigir al Estado.

La racionalidad del legalismo se opuso desde su nacimiento al que-hacer de un Estado que supeditaba su origen y actuación en la ética del monarca, advirtiendo de la fragilidad de este fundamento. En lugar de los conceptos confucianos sobre la virtud, los legalistas introdujeron tres tópicos para el éxito político, la ley (fa), el poder y la posición del poder (shi) y las artes de gobierno de Estado (shu). De igual modo, los legalistas no apostaban a la existencia de un soberano sabio con capa-cidades sobrehumanas para solucionar problemas sociales y políticos. Más bien –apuntaban- debía establecerse una metodología política he-cha a la medida de soberanos y súbditos normales (Schleichert & Rotz, 2013, p. 200).

De los filósofos más destacados del legalismo aparece Shang Yang (+338 a. C) reconocido por su dureza en la generación y aplicación de leyes. “Un soberano sabio -decía- no valora la justicia, sino el derecho. Si las leyes son claras y los mandatos son ejecutados sin condición al-guna, entonces todo está en orden” (Schleichert & Rotz, 2013, p. 225). Han Fei (280-233 a. C) autor e impulsor del Han Feizi, representa otro de los exponentes más elaborados de la escuela legalista. Al igual que Shang Jang, respecto al ejercicio de poder indica que cuando ocupan la base de poder ciñéndose a la ley, hay orden; cuando pierden la base de poder por rechazar la ley hay desorden. Si uno abandona la base de poder y rechaza la ley para esperar que venga un Yao o un Shun, (reyes ejemplares) tendrá una generación de orden por cada mil de desor-den, si uno se ciñe a la ley y ocupa la base del poder previendo que

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habrá desorden solo cuando llegue un Jie o un Zhou, tendrá un genera-ción de desorden por cada mil de orden. Concluye Graham al respecto: “ Para Han Fei, entonces, el orden político no depende ni del poder como tal, ni del valor moral, sino del orden que recae en la base del poder, con lo cual él se refiere a que cuente con leyes establecidas, de-finidas con claridad, e implementadas con rigor”(Graham, 2012,p.393). No obstante la importancia que para Occidente pudieran tener estas re-flexiones milenarias entre un Estado de Hecho y un Estado de Derecho, como advierte Bauer “La filosofía del legalismo (en chino fajia, “escuela de la ley”) opera a primera vista dentro de la historia del pensamiento chino como un fenómeno aislado: fue una ideología aceptada en toda China solo durante la tristemente célebre dinastía Qin (221-206 a.C); después del dramático hundimiento de esta dinastía, se convirtió en una no filosofía inmoralmente proscrita( Bauer, 2009, p. 123).

Para Occidente no resulta fácil entender como esta lucha entre la utopía y la razón, como prolegómenos a la formación del Estado chino, pudiera decantarse por la primera en un ambiente donde la barbarie del ser humano apenas declinaba, y la religión y luego la ley, como sucedió en Occidente, fueron las instancias que marcaron el desenlace de su civilización. Aceptar que reinos militares optan por el “compromiso con la moral y la virtud” no solo como aspiraciones personales, sino como estructuras sociales y de gobierno, es un fenómeno que incluso en la propia China es sujeto a diversas interpretaciones.

Lo cierto es que a los siglos de las ideas, en la ruta civilizatoria de China, le sigue la integración política militar de los siete reinos princi-pales por el primer emperador chino, Shi huangdi, el cual construye la formación del primer Estado chino, que se prolonga por más de 2000 años. Ante la nueva geopolítica global entre Occidente y el Este asiático, este hecho se presenta como un elemento de la mayor importancia. Pri-mero, porque antecede a la formación del Estado occidental, milenio y medio antes, con todo lo que ello significa. Y segundo, porque su cons-trucción ancestral se da bajo una cosmovisión y parámetros opuestos a su similar de Occidente; lo cual ha derivado en una comparativa de fortalezas y debilidades entre ambos estados, que en los dos últimos milenios ha derivado en una mayor fortaleza económica del Estado chino, de acuerdo a los resultados no solo de los últimos cuarenta años, sino del 90% del tiempo del mundo moderno.

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PIB Mundial (Miles de millones de dlls.)

Fuente: Emilio Ontiveros/ Mauro F. Guillén, 2012.

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“En comparación - a la fortaleza milenaria del Estado chino- las di-nastías europeas eran apenas potentados provinciales dentro del Oiku-mene de la cristiandad, a la cabeza de reinos regionales. Como apunta Jacques Genet, a fines del siglo XVII el primer Estado moderno- el reino de Francia- recién se estaba organizando, mientras que China era desde hacia tiempo “Un gran imperio centralizado y gobernado mediante un sistema administrativo “uniforme” (Fairbank, 1996, p. 72). Fukuyama agrega “China construyó una centralizada y meritocratica burocracia que administraba su población, con impuestos uniformes, control militar y una sociedad organizada, 18 siglos antes que hubiera sido creado un Estado similar en Europa (Fukuyama, 2014, p. 354).

En esta dialéctica del constructo chino, la filosofía de su ideario y la integración política de su gobierno, coinciden en el tiempo para formar el primer Estado chino, como uno de los ejemplos más acabados de su época. La coincidencia de la integración territorial militar por el “Em-perador Amarillo” (Qin), coincide con la múltiple oferta de formas de organización social y de poder emanada de su época Axial de las “100

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escuelas”. De manera especial, destaca que el imperio constituido no solo tenía las directrices de gobierno y organización social del pensa-miento filosófico, sino que a diferencia de otras civilizaciones, lo trans-forma en oficial y obliga a su práctica como una forma de gobierno y una educación a respetar por la sociedad. De ahí otra de las diferencias milenarias con el comportamiento occidental.

La victoria y llegada al poder de Qin, como primer emperador de Chi-na, además de representar el primer acto fundacional del Estado chino, durante su breve mandato (221-206 a. C.), también significó la entrada al poder de la corriente legalista, basada en la herencia de Shang Yang y la influencia decisiva de su ministro Li Si. Sin embargo, en este ate-rrizaje de filosofía y poder en la dinastía Qin (“Seré primer emperador (Shi Huangdi), los reinados posteriores se contarán a partir de mí el segundo, el tercero y hasta diez mil, la transmisión nunca terminará” (Graham, 2012, p.510), también se sucede un primer corte de caja de las diferentes corrientes filosóficas, donde un emperador poderoso y violento, no solo oficializa el imperio del legalismo como una forma de gobierno, sino que proscribe al resto de las corrientes existentes, llegan-do al extremo de ordenar la quema de libros (213 a. C.) trabajados en el periodo de las cien escuelas, e incluso manda matar a 460 eruditos, principalmente confucianos, de los que algunos teóricos hablan de la posibilidad de que hayan sido enterrados vivos (Fainbank, 1996).

La agresividad en la aceptación de las líneas del poder y la oficiali-zación de las mismas durante el gobierno en turno, nos hablan de una idiosincrasia que desde siempre ha aspirado a un gobierno único, un pensamiento único y un poder único; que para lograrlo no dudaba en excluir o destruir a las corrientes de pensamiento diferente. También aparece, como un hecho altamente significativo que el debate que hoy se vive en China entre un Estado de Derecho y un Estado de Hecho, tuvo su primer antecedente en términos de poder, durante el segundo siglo antes de nuestra era. El debate de estas dos grandes escuelas, des-pués del breve triunfo legalista durante la dinastía Qin, fue substituido por la siguiente dinastía Han (202- a. C- 220 d. C.) la cual, si bien no mató filósofos ni prohibió del todo al resto de las escuelas, siguiendo la política de su antecesor, tomó al confucianismo como el pensamiento oficial de su período (más de 400 años) lo cual definió la etnicidad y la construcción del poder en China, de una manera diametralmente

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diferente a los parámetros legalistas y también occidentales. Comenta al respecto Armstrong “en 136, el erudito de la corte, Dong Zhongshu, presentó un informe al emperador Wu (140-87) asegurando que había demasiadas escuelas en competencia y recomendando que los seis clá-sicos, enseñados por los confucianos, deberían convertirse en enseñan-za oficial del Estado. El emperador accedió, pero en lugar de abolir todas las escuelas, como habían hecho los Qin, permitió que continuasen las demás. La filosofía confuciana respaldaba el sistema meritocratico de los Han, que elegía a sus funcionarios a través de un examen público. Los confucianos siempre habían creído que un hombre de virtud y sa-biduría debía ocupar una posición elevada en el gobierno, sin tener en cuenta su origen. Apoyaban a la familia, la unidad básica de la sociedad y por encima de todo, ellos eran tantos hombres de escuela como pensadores, familiarizados íntimamente con la historia cultural que era esencial para la identidad nacional China” (Armstrong, 2006, p. 503).

El confucianismo como pensamiento “oficial”, construcción del po-der, forma de gobierno, y organización social, bajo sus diferentes mo-mentos históricos y facetas, resulta la línea más clara de interpretación del milenarismo chino, incluso para las últimas reformas constituciona-les de marzo de 2018, como lo veremos más adelante. Junto con ello, el sincretismo de los demás pensamientos políticos y filosóficos, apa-recen como un acompañamiento que explica la propia sustentabilidad del confucianismo y el desarrollo del poder y la sociedad en China. A manera de síntesis sobre esta etapa inicial de construcción del pensa-miento chino, en palabras de Cheng podríamos apuntar lo siguiente:

“El pensamiento chino se basa en una relación de confianza fundamen-tal del hombre respecto al mundo en que vive y en la convicción de que este posee la capacidad de abarcar la totalidad de lo real con sus conocimientos y su acción, totalidad única a la que comprende la infinita multiplicidad de sus partes. El mundo como orden orgánico no se conci-be fuera del hombre, y el hombre que en él encuentra naturalmente su lugar no se concibe fuera del mundo. Así es como la armonía que reina en el curso natural de las cosas debe mantenerse con la existencia y las relaciones humanas” (Cheng, 2006, p. 35).

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A partir de esta segunda dinastía Han y durante más de 2000 años, bajo una decisión de un Estado que optó por el orden “moral” de las cosas en lugar de un orden jurídico, el pueblo chino construyó la civilización viva más antigua del mundo, que hoy confunde a Occidente.

E. LAS MODALIDADES DEL PODER EN EL ESTADO CHINO

No solo es relevante la significativa distancia entre la fecha de fundación del Estado chino respecto al Estado occidental, que desemboca para el primero, en una cultura política milenaria, capacitada ante el triunfo y la adversidad para sostener vivo al propio Estado por cientos de años. Sorprende también, que esta sustentabilidad se haya logrado, en su mayor parte, a través de las formas o modalidades que el propio Estado adoptó desde su origen, derivadas del confucianismo en todas sus ver-tientes y escuelas afines.

PODER ÚNICO

Actualmente a Occidente le llama la atención el “totalitarismo” chino, su alta concentración del poder en la figura del Partido Comunista Chino (PCCh), el Presidente en turno, Xi Jinping; como también fue motivo de observación en este sentido el periodo político del presidente Mao Zedong y el imperio tardío. Más allá de las reflexiones políticas respecto a este acontecimiento, que divide las opiniones dentro y fuera de China, el poder único (Core líder) es una concepción milenaria que se deriva de la forma en que China se organiza desde siempre frente al caos, la barbarie y los retos derivados de la composición binaria del ser humano y las adversidades de la naturaleza.

Al pensador chino pre moderno (Confucio, Menzio, Shang Yan, Xun-zi, Shen Dao, Mozi, Laozi, Han Feizi, y muchos otros) les preocupó la barbarie, la violencia, el caos, la guerra, la descomposición social. Los re-tos internos y externos de China. Su enfrentamiento respecto a los otros, la cohesión social y bienestar del pueblo. La organización de la familia y su papel frente al Estado. La formación del Estado y su capacidad para enfrentar estos retos.

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Su advertencia sensible respecto a los retos sociales y naturales lle-van a Modi, por ejemplo, a declarar que en el mundo gobernaba el caos, “Tal y como con los animales”, y que este caos había surgido porque no había ninguna administración, ningún superior. E incluso ya aventuraba como la solución de este caos, que éste debería ser resuelto por “el más capacitado”, el “más conveniente”, agregando sin salirse de la veta confuciana, que fuera “investido” como el hijo del cielo. El Guan-zi, por su parte, explica en consonancia con Modi, que “en la antigüedad no existía la distinción entre los monarcas y los vasallos o entre la auto-ridad y los súbditos -que- los hombres y las mujeres todavía no vivían conjuntamente en pareja. Vivian entre los animales, formaban hordas y se sometían unas a otras”, que personas con conocimiento introdujeron normas virtuosas para el pueblo; que de este modo surgieron los mé-todos morales; que al ver esto, el pueblo impresionado, también se diri-gieron a la vida moral (Dao)” (Schleichert & Rotz, 2013, p. 100 y 202).

La imagen del no orden, el caos animal, la injusticia humana, tiene como respuesta la creación de un Estado poderoso, unipersonal, ca-pacitado, al cual se le enviste de un poder absoluto, a cambio de su compromiso con la sociedad. El poder central y absoluto se fundamenta en China desde su época de las 100 escuelas y pervive, bajo diversas facetas hasta la presente fecha.

El recorrido de la construcción del poder y la creación del Estado en China, sigue un largo camino desde sus reinos ancestrales Xia, Shang y Zhou, como antecedentes inmediatos, apareciendo la figura de Con-fucio, como ya se indicó, como un sintetizador de teorías y como un impulsor efectivo en colocar la moral en la base del poder y proscribir la instauración de un Estado basado en leyes. De manera especial, la visión del poder, desde el momento que se hizo posible ante la inte-gración geográfica y militar del Estado chino, su aceptación moral fue dando pauta a la construcción de sus modalidades, con base a la pro-puesta filosófica pre imperial. De este modo, si la aceptación de una autoridad central fue la respuesta política a la demanda de control del caos, la construcción de esa autoridad se dibujo desde siempre pode-rosa, única, central, absoluta, sin condiciones, bajo la consideración que solo un poder investido de esas facultades tendría posibilidades de ren-dir resultados satisfactorios a la sociedad en turno. Esa idea original del poder, ha acompañado a la autoridad china a lo largo de 20 siglos y es

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uno de sus elementos esenciales a considerar en el marco de su larga sustentabilidad y éxito económico.

Desde luego el antecedente y acompañamiento del Tianming (mandato del cielo) durante sus primeros imperios, fueron parte de un ceremonial que, en base a la tradición, reconocía la vinculación del poder con la fuerza celestial. Después, poco a poco, bajo la fuerza de una corriente filosófica agnóstica (que aún cuando se puedan referir al cielo como Confucio, Mencio, etc; y puedan recomendar la creencia de los espíritus como Modi, todos los filósofos clásicos eran básicamente irreligiosos), China da inicio a la construcción de un Monarca único, con-centrador de poder y atribuciones, que a semejanza del “ padre”, tomará la responsabilidad de sus “ hijos”, en busca de dar orden a una cosmo-gonía holística y una cohesión social que facilitaran la gobernabilidad entre monarca y súbdito y diera una respuesta ordenada: cada categoría en su lugar, el cielo, la tierra y al Estado, como el ordenador responsable y virtuoso de las “cosas” del hombre (Schleichert & Rotz, 2013, p. 18).

En este ideal de centralismo chino, la influencia de Confucio es de-terminante al imaginar al Monarca y al Estado como una construcción natural de la organización familiar. Xunzi, en este sentido como uno de sus seguidores más claros, señala que el monarca es el padre y la ma-dre de su pueblo.

“¿Porque el duelo del gobernante debe durar tres años? Digo: el gober-nante es el señor de un gobierno ordenado; el origen de los modelos de una cultura refinada, la cumbre de sentimientos y apariencia (deco-rosos); así cuando el pueblo, entre unos y otros, lo convierten en el más eminente, ¿que tiene esto de inaceptable? Los poemas dicen: « feliz es el príncipe, [él es] padre y madre del pueblo ». Este príncipe merece sin duda, la definición de «padre y madre». El padre puede dar vida [a los hijos], pero no alimentarlos; la madre puede alimentarlos, pero no pue-de educarlos; el gobernante no solo puede alimentarlos, sino también educarlos…” (Pines, en Relinque Alicia, 2009, p. 72-73).

El Estado entonces como un ordenador central del universo social del “ser” chino, como un centro ejemplar (Geertz), un ejemplo moral, un educador para con su pueblo.

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Un monarca que llega en armonía con el cielo, pero que requiere del prerrequisito de la virtud y de la obligación de comprometerse con su pueblo. Y que su llegada no era un premio sino una responsabilidad que si la desarrollaba mal, justificaba su revocación o incluso su regicido (Xunzi, Mencio).

El gobierno único es crucial para el adecuado funcionamiento del sis-tema político (Shen Dao). El monarca no es un beneficiario del poder, es un servidor de su pueblo (Shen Dao). El monarca debe beneficiar a los demás y no así mismo (Lüshi Chunqiu/ libro), no hay orden social sin gobernante (Shang Yan). Un gobierno eficiente requiere la unidad, la duplicidad significa caos. Xunzi dice: “Un gobernante es la eminencia del Estado, un padre es la eminencia de la casa: cuando solo hay una persona eminente, existe un gobierno ordenado, cuando hay dos se produce la calamidad…”. Se debe centralizar el poder para enfrentar el caos; para lograr la armonía, la unificación y el triunfo frente a terceros (Laozi). El gobernante nunca debe dividir su autoridad (Laozi). No debe haber limitaciones institucionales (morales si) sobre el poder del gober-nante (Shang Yan). (Pines, en Relinque Alicia, 2009, p. 55-85).

Comentan Schleichert y Rotz (2013, p.203) “El Estado monárquico nunca estuvo en cuestión en la antigua China, aunque a menudo las relaciones de poder reales pudieran presentarse de otra manera. La filosofía china, desde la antigüedad hasta bien entrado el siglo XIX, parte de la evidencia de que el gobierno es monárquico De manera contun-dente Pines apunta “A lo largo del milenio, diferentes grupos políticos, religiosos y étnicos desafiaron repetidamente la legitimidad de la dinas-tía, pero ni uno solo puso en cuestión, el concepto básico del sistema político imperial. Agregando sobre la validez milenaria del impero que “Y así, a lo largo de toda la historia china, jamás se impuso limitación institucional alguna al poder del monarca” (Pines, en Relinque Alicia, 2009, p. 56, 57).

La construcción del poder en China surge de la reflexión y el debate filosófico de las ideas y no de un destello autócrata o revelación divina, aunque muchas veces el gobernante en turno se haya aprovechado de ello. Puede coincidirse o no con él, pero su valor ontológico resulta des-tacable. La visión del poder, hecho tiempo, caló hondo en la etnicidad y la política de China, de tal suerte que en una primera etapa, hasta la caída de su imperio en 1911, nunca se cuestionó su forma de organi-

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zación, y de manera más importante, tampoco se le impuso limitación alguna. Esta cultura del poder y de la convivencia social, muy diferente a los usos occidentales, marcan una buena parte de los contrastes entre estas dos civilizaciones.

PODER VERTICAL

La jerarquización, la verticalidad, el ordenamiento del Estado chino, es una categoría derivada de su concepción de centro ordenador de las cosas. Siendo esto así, el Estado y en consecuencia el monarca, como su representante, se convierten en el núcleo del cual parten todas las direcciones. Hacia arriba, su relación armoniosa- no dependiente- con el cielo, y hacia abajo su organización se estructura a manera de una gran familia en el Tianxia, que se convierte en todo el espacio civilizatorio chino. El resto pertenece a la barbarie.

Al respecto, Confucio señalaba: “Que el soberano sea soberano, que el súbdito sea súbdito, que el padre sea padre y que el hijo sea hijo” (Schleichert & Rotz, 2013, p. 35). La famosa pirámide social (filial) a través de la cual se ordenaba el acontecer humano.

Someterse al de arriba, lleva como justificación central, en el caso de Confucio, un principio de orden jerárquico soportado inicialmente en la alcurnia, pero más importante, en el mérito y la virtud del gobernante. En el caso de Modi, someterse al de arriba lleva como propósito unificar la moral (yi) en todo el mundo, a partir de un centro ético ordenador que cubre a gobernantes, padres, hijos y personas:

“En la antigüedad, para hacer resplandecer la luz de su luminosa virtud por todo el universo, [el soberano] empezaba ordenando su propio país. Para ordenar su propio país, empezaba arreglando su propia casa. Para arreglar su propia casa, empezaba por perfeccionarse a sí mismo. Para per- feccionarse a sí mismo, empezaba por enderezar su corazón. Para en-derezar su corazón empezaba haciendo que su pensamiento fuera auténtico. Para hacer que su pensamiento fuera auténtico, empezaba desarrollando su conocimiento; y desarrollaba un conocimiento exami-nando la naturaleza de las cosas” (Cheng, en Relinque Alicia, 2009, p. 45).

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La jerarquía social y política en China es parte central de una cosmo-gonía que se crea a partir de una interpretación del universo. El poder central es el sol de esa visión y las demás categorías se ordenan tratan-do de seguir un orden natural de las cosas. La jerarquía y la verticalidad del Estado, resultan un principio ordenador aceptado por siglos, que a pesar de su justificación moral, ha sido parte en no pocas ocasiones de un orden social político dictatorial excluyente.

En este sentido el referente de orden moral en el que se construye el Estado chino, a su manera se asemeja al Estado de Derecho occidental, en la medida que ambos resultan ideales sociales a alcanzar; guías de conducción, aunque las diversas sociedades que los componen tropie-cen todo el tiempo en la búsqueda de los objetivos.

ADMINISTRACIÓN PROFESIONAL. EL MANDARINAZGO CHINO

La falta de capacidad para gobernar del monarca en turno, fue tema de preocupación desde la época de Confucio. La zozobra de escoger un monarca que no cumpliera con los dictados del cielo, fue la causa del surgimiento de diversas alternativas, que desde Modi, como ya se ade-lantó, propuso la incorporación de ministros “capaces y convenientes”. Xunzi a su manera también reconocía que “no hay nadie que pueda ser soberano solo, pues necesita funcionarios y consejeros como apoyo y como muletas. Nunca se les puede requerir demasiado pronto” (Cap. 12.12). Xunzi incluso llegó a señalar que la selección de los funcionarios era la tarea más importante de un soberano. Incluso definía al burócrata ideal: “Los especialistas sin humanidad son tan inservibles como las per-sonalidades humanitarias pero carentes de conocimiento especializado: quien reúne el conocimiento especializado y la humanidad es una ver-dadera joya para un gobernante” (Cap. 12.8). Incluso para los legalistas, “El Estado ideal… está ordenado mediante una precisa burocracia que regula exactamente todas las diferentes tareas a través de competencias correspondientes” (Schleichert & Rotz, 2013, p. 232). Graham agrega “El gran cambio que acaeció con la reunificación de los Qin y de sus sucesores (los Han, 206 a. C- 200 d. C.) fue que, a pesar de un regre-so breve y parcial, al principio de la dinastía Han, a la política Zhou de distribuir feudos, China se convierte, de ahí en adelante, en un imperio centralizado, administrado por una burocracia de letrados designados y

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no por una aristocracia hereditaria educada en el carro y el arco. El termi-no Shi, que todavía designaba aquella clase de personas que ocupaban cargos políticos, ha sido mejor traducido como «eruditos» o «letrados» que como «caballeros»” (Graham, 2012, pp. 19-20).

Solo a Occidente le corresponde el mérito de la organización esta-mentaria de las comparaciones políticas y sociales y del funcionariado, exclamaba Weber a principios del siglo XX. Mientras tanto, en China, el tema del funcionariado se había tratado desde el siglo v a. C; e incluso durante la dinastía Han ya hay registros de la existencia de una Acade-mia Imperial (s. II a. C) que contaba con 30 mil alumnos, así como una bibliografía escrita de alto nivel y que esta Academia preparaba a los funcionarios para presentar sus exámenes de admisión. En el año 156 a. C, por ejemplo, los escritos canónicos se elevaron de manera oficial a objeto de estudio obligado dentro de una formación financiada por el Estado. También aparecen evidencias desde esa fecha de la realización de exámenes de admisión a los aspirantes a funcionarios públicos, los cuales constaban de pruebas anónimas y escritas, realizadas ante nota-rios para evitar la identificación de los sustentantes, los cuales sólo eran conocidos por número clave ( García, 2014,p.31). Sobre este impor-tante tema Leys agrega “Hasta la época moderna, éste fue sin duda el sistema de gobierno conocido más abierto, flexible, justo y refinado de la historia (fue, concretamente, el sistema que impresionó e inspiró a los philosophes europeos del siglo XVIII)” ( Leys, 2016, p. 362).

Al tratar de cuestionar las razones de la sobrevivencia de un poder que renunció a la ley y a la teocracia como, formas de sustentabili-dad, en momentos de construcción civilizatoria, la idea de blindar al gobernante en turno a través de una administración capacitada, leal y profesional, aparece como una de las explicaciones más creíbles en la obtención de buenos resultados políticos, económicos y sociales para una sociedad sobreviviente del tiempo.

EL CONFUCIANISMO Y SU VIGENCIA

UN ESTADO “IMPOSIBLE DE MATAR”

El imperio inmortal, insiste Graham. El organismo social más antiguo del mundo señala Leys.

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El constructo filosófico multidisciplinario, partiendo de Confucio, fue el que determinó la formación del poder y el Estado chino, así como la configuración central de su sociedad. Al alejarse de los absolutos y con-vivir desde la dinastía Han con pensamientos complementarios afines, el confucianismo fue perpetuándose frente a las adversidades de su tiempo. En el ejercicio del poder, Confucio aparece como un objetivo a seguir, como una inspiración y una forma de caballerosidad, dentro de un realismo político de todos los días. “Si el confucianismo simplemente hubiese promovido la idea de que en la política se debe proceder mo-ralmente; esto hubiese sido una valiosa aportación a la civilización hu-mana. Existe, sin embargo, otro hecho, adicional que no deja de llamar la atención, a saber, la existencia centenaria del confucianismo” (Schlei-chert & Rotz, 2013, p. 380). Y es esta existencia que trasciende milenios la que justifica precisamente el estudio actual del confucianismo, como una condición inevitable para conocer adecuadamente a China, para intentar interpretarla. Para conocer a la China de hoy, a través de sus atributos vigentes de ayer.

El confucianismo no desaparece con los Han. De múltiples maneras sobrevive hasta el día de hoy a través de su adaptación o recomposición a lo largo de la vida imperial. Su debilitamiento histórico y su afectación ante la ascendente influencia del budismo, por ejemplo, obliga durante la dinastía Tang (S. VI d. C), con Han Yu (768- 824) a un relanzamiento y adecuación de sus postulados. Durante la era Song (s. X), junto con el renacimiento de la identidad china, se sucede un movimiento neo confuciano dirigido principalmente por Zhou Dunji, al cual le continúa en el 1130 un movimiento confuciano muy poderoso orquestado por Zhu Xi, el cual reestructura la filosofía confuciana, poco antes de que el imperio caiga derrotado en 1280 por los ejércitos mongoles. Durante la dinastía Ming (1368-1644), sucesora e integradora de lo Mongol, aparece un idealismo confuciano liderado por Wang Zhouren, como una respuesta a la invasión y la reconstrucción de la identidad como nación. La segunda derrota china a mano de los manchúes en 1644, resultó un reto menos demandante para el confucianismo, ya que la milenaria influencia del imperio chino en Asia del Este, había ganado previamen-te la filiación confuciana de los conquistadores. No obstante en este momento, el imperio ya iniciaba su etapa declinante, apareciendo los primeros movimientos “nacionalistas” con Huang Zongxi (1610-1695),

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el cual dirigió críticas al monarca y al confucianismo, al propio tiempo que exhorto al apoyo de un gobierno legalista (Wang Fuzhi). Junto con la caída del imperio (1911) termina la etapa de oro del confucianismo y da inicio un revisionismo y cuestionamiento permanente, el cual subsis-te en términos académicos y políticos hasta la presente fecha.

Después del imperio y el largo periodo de agitación social, en 1949 apareció un Mao, crítico del confucianismo, simpatizante del legalismo y promotor de una nueva ideología marxista leninista. A pesar de ello, en febrero de 1972, cuando se dio su primer encuentro con el Presidente Nixon, éste felicitó a Mao por haber transformado una civilización anti-gua, a lo que Mao le contestó “No he sido capaz de cambiarla. Solo lo he conseguido en unos cuantos lugares de los alrededores de Pekín” (Kissinger, 2012, p. 128).

El confucianismo sigue siendo un tema de debate en el mundo glo-bal, pero no cabe duda como dice Mao tácitamente, que su enraiza-miento en China y su zona tributaria de Asia del Este, no será fácil de cambiar. Dice Octavio Paz que las culturas son realidades que resisten con inmensa vitalidad a los accidentes de la historia y del tiempo.

F. EL PODER DEL ESTADO CHINO. ¿UN ESTADO DESARROLLADOR?

I.

Más allá de las posiciones filosóficas sobre el confucianismo, siempre en un debate perpetuo dentro y fuera de China, lo relevante para este en-sayo es intentar demostrar la continuidad en la construcción del poder que sigue China desde el 221 a. C; y como éste, en sus diferentes ver-siones, siempre regresa a su forma original depositada en una persona, a partir de la cual se construye la verticalidad, el autoritarismo y el poder absoluto del receptor del poder en turno. A lo largo de los milenios y de los incontables choques históricos que sufre el país, las piezas del poder se pueden dividir o suspender temporalmente, pero hasta hoy, siempre vuelven a su centro ordenador, a su núcleo ejemplar, otorgándole pode-res sin límites; lo cual ha generado un componente político interventor (y desarrollador) hacia su economía de manera permanente.

Shi Huangdi, a pesar de ser legista, inaugura el gran poder absoluto. Los Han, con la adopción oficial del confucianismo, absorben el poder

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total como hijos del cielo al imponer gobiernos altamente centralizados. En estos casos, el Estado, como poder absoluto administraba la mayor riqueza que era la tierra y su venta estaba prohibida o muy limitada, y su reparto era parte de la gestión del gobierno, lo cual fue variando con cada imperio. A pesar de este gran poder, con base a los preceptos con-fucianos y de las principales escuelas, desde entonces se instaura un censorado compuesto de funcionarios de alto prestigio que operaban como una auditoria moral y política, incluso contra el propio emperador. Durante la dinastía Tang, en el marco de sus grandes éxitos culturales y problemas militares y económicos, el Estado intentó mantener su con-trol económico, regulando el comercio y precios estables. En la Dinastía Song las burocracias siguen siendo proclives a un Estado central fuerte, cerrado y confuciano, aunque las políticas aplicadas no siempre se ajus-taran al ideal de Confucio. Con los Ming, después del trauma del invasor mongol, el Estado y el Emperador, además de centrales y absolutos se transforman y se vuelven más interventores y represivos, generando una veneración hacia el Emperador, cosa que los mismos mongoles adoptaron, al mismo tiempo que pierde parte de su benevolencia. Esto genera que con los manchúes (Qing), ultima dinastía china, se genere una especie de Despotismo casi ilustrado (Botton, 2010), que desde luego profundizó en las raíces del confucianismo, ya que los Manchúes antes de su invasión ya se inclinaban por los preceptos de Confucio, tra-duciendo una gran cantidad de los libros clásicos para una mayor difu-sión de los mismos. El imperio, no la civilización china, se diluye de pie, fiel a sus preceptos milenarios de centralización de poder, poco apego a las utilidades y el capitalismo, agnóstico, con una permanente actividad interventora del Estado, orden social apegado a la costumbre moral y una negativa al Estado de derecho. No obstante, durante toda la época imperial prevaleció un Estado que si bien nunca dejó de luchar con sus aristócratas y fuerzas externas, acomodándose a las circunstancias políti-cas y económicas del momento, nunca renunció a los principios axiales de su origen, ni tampoco fue objeto del cuestionamiento o limitación a ese enorme poder del Estado y su histórica calidad de interventor y responsable de lo económico y de los súbditos.

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II.

Interesante apreciar que en la reconstrucción del poder del siglo XX, las piezas también vuelven a un centro político.

En 1976 habían muerto Mao y Zhou Enlai. En 1978 Deng Xiaoping apenas recuperaba el poder, pero desde ese momento ordenó y orga-nizó la apertura de un Estado milenariamente cerrado, que aceptaba su liderazgo y condición sin mayores cuestionamientos7, el cual mantuvo legal y extralegalmente hasta su muerta en 1997. El caso de Mao, con las reservas del caso, guarda una importante similitud con el propio Deng en la medida que desde el triunfo de la Revolución en 1949, hasta su muerte 27 años después, mantuvo un sólido poder que le so-porto las adversidades postrevolucionarias. Tanto Mao como Deng, Mao hacia el marxismo-leninismo y Deng hacia el socialismo de mercado, en los dos casos lo hacen bajo un poder central omnímodo, vertical y autoritario, donde el pueblo fue un fiel acompañante tanto en el caso del comunismo como el paso hacia un capitalismo con características chinas. Desde luego, como figura innovadora aparece la estructura del Partido Comunista chino, que se integra con una gran sofisticación a la construcción del poder del Estado; pero que en los dos casos permite y articula el liderazgo nuclear.

A partir de 1911, que cae el último imperio chino de Qing, se suele hacer un fácil corte de caja y concluir a la civilización china. Lo anterior, ante las múltiples invasiones que sufre el país en los siglos XIX y XX tanto por las potencias occidentales como por Japón, y ante su caída econó-mica a mediados del siglo XIX como líder de la manufactura mundial a manos de Estados Unidos, y con ello, la hegemonía económica que detentó junto con India durante cerca de 18 siglos. Sin embargo, termi-nado el período de su turbulencia social de 1911 a 1949, en el marco de la reconstrucción del poder y el proyecto chino, en la fortaleza de sus nuevos hegemones políticos y la forma general de ejercer dicho poder, se advierte un regreso (con las modalidades y actualizaciones del caso)

7 Lo anterior no desconoce las pugnas políticas internas a la muerte de Mao y los esfuerzos por quedarse con el poder de su esposa Jiang Qing (Banda de los cuatro).

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hacia la recuperación de un poder central, un liderazgo nuclear y caris-mático; vestido con nuevos nombres, pero que atrás de las etiquetas nos hace recordar con claridad los atributos otorgados al poder de parte del pensamiento filosófico-político, de antes de nuestra era. Y aquí surge nuevamente la pregunta en la que las diferentes escuelas no acaban de coincidir ¿si el confucianismo y todo su legado histórico como fuente del poder chino está muerto?, como sostienen Bauer, Cheng, y otros, al hablar de la autodisolución del confucianismo; o como postulan otras opiniones que “Desde hace unas décadas, la filosofía china, sobre todo el confucianismo, vive un renacimiento” (Leys, Schleichert, Rotz, etc.).

La reconstrucción del poder en Mao Zedong y Deng Xiaoping, dia-metralmente opuestas en lo económico y en lo político, muestran a primera vista los parámetros y características del poder que pensaron y se imaginaron los filósofos chinos de las 100 escuelas, en lo que se refiere a una solida construcción de un Estado con características chinas de poder central, que ha pasado a lo largo de los milenios la prueba feroz del olvido o más aún, el de los resultados.

III.

La apreciación de lo anterior cobra mayor claridad e importancia para este estudio, ante los cambios al poder realizados en China en marzo de 2018, los cuales nos hablan empíricamente del regreso de una etni-cidad del poder mayormente confuciana, que nunca se ha ido.

Xi Jinping llega al poder en 2013, como representante de una quin-ta generación política (Mao Zedong, Deng Xiaoping, Jiang Zemin, Hu Jintao, Xi Jinping) que hasta él se estructuraba bajo dos corrientes de posicionamiento. La del propio Mao (1949-1976), con un continuismo de casi tres décadas, y la de Deng, en la cual se acepta que pertenecen a ese proyecto económico y político tanto Jiang Zemin como Hu Jintao. La primera, como ya se dijo, intentó un regreso al “legalismo” en el marco de una nueva filosofía marxista leninista; y la llegada de Deng fue un primer intento de ampliar ese legalismo, pero bajo una perspectiva occidental, a través de un principio de separación de poderes entre el PCCh y la instauración de un Estado de Derecho. Bajo esta visión se aprobó la primera constitución china de corte occidental en 1982 (se habían promulgado tres de corte socialista en 1954, 1975 y 1978) a

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través de la cual se construyó en china, por primera vez, una sistemati-zación que a la fecha comprende cinco enmiendas y más de 240 leyes nacionales. La visión de Deng en este sentido, frente a la apertura y la globalización que le tocó enfrentar en 1978, estimó que era hora de di-rigir a China, por primera vez en su historia, hacia un Estado de Derecho, lo cual representaba en el tiempo la posibilidad de romper el apotegma confuciano del poder absoluto del Estado.

Este planteamiento para el futuro, que Deng en lo personal no practi-có y que tuvo pequeños avances en Zeming y Jintao, son revertidos por la reforma impulsada por Xi, al recuperar mediante una adecuación del siglo II a. C, al siglo XXI, todo el poder central del Estado en una persona, como se ha hecho los últimos 2000 años.

De este modo, mediante la reforma constitucional del 11 de marzo de 2018, votada casi por unanimidad por la Asamblea Popular Nacional (APN), el presidente Xi Jinping queda como un emperador del siglo XXI, al concentrase en su persona todas las categorías del poder real de China. A partir de la reforma, el presidente Xi asume o se le ratifica como Secretario General del Partido Comunista Chino; así mismo se le valida como presidente de la poderosa Comisión Militar y desde luego se le ratifica como jefe de Estado del gobierno. Si esto no fuera suficien-te, de manera especial, en un franco uso de las categorías ancestrales del poder, se le nombra como núcleo (Core líder) del Partido, en una remembranza sin perjuicios del lenguaje de siempre. En esta reacti-vación del lenguaje y de los símbolos del poder único, también se le titula como Ling Xin, con lo cual recupera un reconocimiento histórico que solo se le había otorgado a Mao Zedong después de la revolución. Finalmente, pero evitando cualquier duda sobre los nuevos límites del Estado, se le reconoce como Zuigao tonge Huai, que rescata un térmi-no de amplio simbolismo de comandante más grande, comandante supremo de China.

¿Se revive un Estado confucionista concentrador, ó este nunca se había ido?

Dentro de estas reformas constitucionales, también se inhabilita a la Suprema Corte Popular de China respecto a sus facultades originales de revisión judicial, trasladándolas al Comité Permanente de la APN y al PCCh, donde Xi Jinping es el titular. Así mismo se inserta en el cuerpo de la constitución el ideario del presidente que es la “construcción de un

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socialismo con características chinas, para una nueva era”, elevando sus pensamiento dentro de la constitución al nivel de Mao Zedong. Se inclu-ye de manera por demás relevante en el artículo 1° de la constitución, la declaración de que el liderazgo del PCCh es la característica esencial del socialismo con características chinas, cimbrando el concepto de validez de 1982 sobre la autonomía y fundamento del cuerpo legal, con lo cual se lesiona el planteamiento inicial de separación de poderes iniciado por Deng, motivando con ello un regreso a un Estado de Hecho dominado por la máxima autoridad del PCCh en la figura de Xi, en su carácter de Secretario General. También de inspiración confuciana, la reforma inclu-ye la creación de un censorado moderno a través del Comité Nacional de Supervisión, el cual abarcó el 50% de las reformas constitucionales y cuyo deber será cuidar colosalmente la no corrupción en el gobierno y el partido. (A finales de 2017, la política anticorrupción había sanciona-do de diferentes modos a más de millón y medio de personas).

Como reforzamiento de lo anterior, en el marco del 19° Congreso del Partido Comunista Chino (XI-2017) y del XIII Congreso de la ANP (3-2018), discursos y medios escritos y electrónicos oficiales y de los medios de comunicación, reiteraron permanentemente un mantra mi-lenario de total lealtad a Xi Jinping como el centro, núcleo del Estado chino. Incluso, para los trabajadores del Estado se hicieron los cambios jurídicos necesarios para que prometieran lealtad a la Constitución, a Xi y a su pensamiento.

“Los miembros del PCCh deben entrar en la mayor unidad con el Núcleo” “El partido debe tener un liderazgo poderoso y un núcleo o centro de poder”. “El core-líder es el tema clave de China”. “El partido y el pueblo chino necesitan un liderazgo.” “Cualquier liderazgo debe tener un alma, centro, eje, de lo contrario será poco confiable”. “La cons-titución del PCCh estipula que cada miembro del Partido debe obe-decer a la organización del partido. Que las minorías deben obedecer a las mayorías. Que las organizaciones de bajo nivel deben obedecer a las de mayor nivel y todas deben obedecer al Comité Central del PCCh, el cual demanda autogobierno, autorregulación y auto purificación” (China Daily, People Daily, marzo de 2018).

Como puede apreciarse de lo anterior, Confucio, Mencio, Modi o Laozi, pudieron haber escrito algunos de estos textos.

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IV.

Lo relevante en un acercamiento por diferenciar al Estado chino del Estado Occidental, empieza por reconocer que son diferentes el uno del otro. Que nacen bajo diferentes cosmogonías y que la construcción de su poder la hacen y administran de diferente modo. Que el Estado chino ancestral se mantiene vigente, con sus fortalezas y debilidades y que su adecuación económica a la globalización, industrialización y nue-vas tecnologías va muy avanzada; y que en cuanto a su convivencia con el orden político occidental, a diferencia del plano económico, lejos de caminar hacia la democracia practicada por sus contrapartes (los países desarrollados),regresa con gran decisión hacia el lugar que nunca ha dejado, a ese centro único del poder político que estima relevante en la construcción de un renovado Estado chino, el cual descansa en una frondosa civilización que aspira a un nuevo orden global euroasiático de inclinación oriental.

En cuanto a su calidad de Estado Desarrollador, podríamos señalar que atrás de todo Estado chino ha estado siempre presente una política desarrollista de manera tácita o expresa, directa o indirecta, en el marco de un Estado siempre poderoso, con una vocación natural de interven-ción no solo del mercado, sino de todo el tianxia o mundo de lo chino.

De este modo, en China, en términos de la construcción del poder y del Estado, todo ha cambiado para seguir igual.

G. A MANERA DE SÍNTESIS

I.

China o la dificultad de universalizar los conceptos. China o la disyuntiva de un orientalismo vigente o tan solo un actor más del reparto. China, o el gran reto occidental de entender al “otro”.

Este dilema sobre la otra mitad de lo Occidental no es nuevo, se da a partir de los siglos XVI y XVII cuando Matteo Ricci, Michele Ruggieri y los demás jesuitas descubrieron a China para el resto del mundo. Y desde entonces hasta hoy los pensadores occidentales no terminan de ponerse de acuerdo sobre ¿si existe una cosmovisión particular china?, ¿si esto en verdad nos hace diferentes?; ¿si el pensamiento chino es

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inferior al de occidente?; ¿si su filosofía no tiene el ensamblaje racional occidental?. ¿Si el confucianismo es una filosofía o una religión?; y ahora, las dudas que se han agregado en el siglo XXI, ¿si China es capitalista o socialista?, ¿si ya está integrada al libre mercado o no?, ¿si ya es parte del orden global occidental o busca crear uno nuevo?; o, de acuerdo a la pregunta de este ensayo ¿si a China se le puede catalogar como un Estado desarrollista más, o es más que eso?

China es compleja, densa, históricamente enredada y vigente. Un hilo jala a otro y se cruza o se intercala entre diferentes disciplinas que fácilmente invitan al error. Su vigencia exige un obligado viaje al pasado, que rompe voluntades. Bajo estos telones la misma China juega, como en un milenario performance, a mostrarnos cada día una cara diferente, a fin de que difícilmente sepamos cual es cada una de estas caras, o si son todas a la vez.

Esas caras, desde los primeros libros jesuitas que trataron de traducir lo que vieron, causaron la primera gran división sobre la interpretación del otro, de igual modo que la aceptación del otro. En el marco de un renacimiento y una incipiente ilustración europea, la llegada de un Esta-do agnóstico, moral, determinado por el pensamiento de Confucio, se sumó al debate que precedería a la aceptación occidental de la crea-ción de su Estado moderno y de manera relevante, de su separación del poder de la iglesia. De este modo, el nombre de Confucio y sus libros se agregaron al de Spinoza, Leibnitz, Foucquet, Montesquieu y otros, quienes lo mismo lo ensalzaron que lo denostaron como fun-dador de un Estado utópico o como articulador de un leviatán opresor. Malebranche y Voltaire, en estas antípodas, el primero es encargado de anatemizar a “La transfiguración superticiosa y el ateísmo confuciano”, y el segundo, primero, reconoce a “La china, otrora enteramente ignorada, largo tiempo entonces desfigurada a nuestros ojos”, para luego elevarla a la categoría de “una utopía política de absolutismo ilustrado donde el Estado subsiste por sí mismo, racionalmente, sin el auxilio de la religión” (Guarde, 2013, p. 349).

No solo el asombro o la denostación siguieron a la China de Ricci, junto con ello también apareció un sentimiento de competencia y su-perioridad occidental que desde entonces se ha incrustado en una larga cadena de pensamiento que ha prejuiciado su opinión sobre China y que junto con ello ha evitado un conocimiento más puntual y útil sobre

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la misma. Al propio tiempo no han faltado las corrientes sino filiales, exacerbadoras del mérito chino.

Adam Smith, por ejemplo, no puedo evitar este sentimiento de clase, y comparándola con la Inglaterra de mediados del siglo XVIII, habló de una China extraviada, donde “cualquier carroña, ya sea el cadáver de un perro muerto o de un gato, por ejemplo, aunque esté medio podrido y apeste, será tan deseable para ellos como el alimento más sano para los ciudadanos de otros países”, desde luego se refería a los europeos (Morris, 2014, p.62). Hegel, confundiendo la sostenibilidad china e ig-norando su pensamiento filosófico ancestral, llegó a comentar que aun-que China era uno de los países más antiguos del mundo, carecía de pasado, que no tenía historia real y que junto con India, eran países que se habían mantenido al margen de la historia. Marx tampoco se resistió a opinar respecto a China y la llamó fósil viviente, cautiva del tiempo, y que gracias a Inglaterra (seguramente por su invasión sobre China en 1839 en la guerra del opio) había podido asomarse al mundo civiliza-do. Engels, continuando con los juicios hegelianos también denunció a India y China como países que habían “quedado fuera de la línea del desarrollo histórico, por lo que estaban condenados a ser conquistados y dominados por la civilización europea” (Relinque, 2009, p. 11).

En el tema económico, por ejemplo, desde un inicio Marx ubicó a la economía china, sesgadamente, como un modelo de producción asiático (despotismo hidráulico), al no poder insertarla adecuadamente dentro de una teoría universalista en la materia. Al respecto comenta Derbik “Es lamentable que la única tentativa seria para introducir una plurilinealidad de la historia en el marxismo-quiero decir, el concepto de “modo de producir asiático”- sea tan negativo. Sus implicaciones- peyo-rativas, orientalistas-son evidentes. Pero sobre todo, la noción introduce una falsa pluralidad puesto que no hace más que teorizar estancamien-to y sólo da como resultado un impasse constante sobre sociedades sin presente ni futuro” (Relinque, 2009, p. 12).

Max Weber no se quedó atrás y a pesar de reconocer su falta de profundidad en los temas de China, desde luego la descalificó respecto a Occidente bajo los argumentos de contar con una negativa estructura sociopolítica, su falta de vocación por el lucro y su carencia de una moral trascendente de vida, lo cual afectaba la formación de una mentalidad

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económica. De igual modo, como ya se adelantó, Weber afirmaba que “Solo a Occidente le corresponde el mérito de la organización esta-mentaria de las corporaciones políticas y sociales, y del funcionariado”, ignorando la fortaleza científica y moral de la administración china. En este esfuerzo de interpretar a China sobre la superioridad de Occidente, también adelantó que solo en Occidente había nacido la literatura im-presa, y que solo en Occidente había existido ciencia en aquella fase de su desarrollo que actualmente se reconoce como válida. En lo primero, hay registros de caligrafía china desde hace 3700 años, el papel en el año 100 y la imprenta en 700, y desde el siglo IX ya había venta de libros al público, mientras que a la imprenta de Gutenberg se le recono-ce su aparición hasta mediados del siglo XV. El mismo Mateo Ricci co-menta de los miles de libros que encontró publicados en China. Sobre lo segundo, J.T.Needham (s. XX), con un trabajo que le ocupó más de cuatro décadas, le dejó claro a Weber y a Occidente que el modo de ser chino nunca fue un obstáculo para la ciencia y la innovación, terrenos donde China demuestra avances tecnológicos desde mil años antes de nuestra era.

La opinión sobre los temas chinos no resulta fácil. De Gaulle en su tiempo comentó que “China es un gran país, habitado por muchos chi-nos”. Nixon por su lado llegó a decir sobre la gran Muralla China “esta es una gran muralla” (Leys, 2016, p. 415).

II.

La naturaleza económica del modelo chino de desarrollo, como un tema derivado de la complejidad de entender a la propia China, con-tinua dividiendo las opiniones de los expertos en la materia desde su primera apertura de 1978.

¿China es un Estado Desarrollador?.Para acercarnos a un principio de respuesta dividiríamos su análisis, como se indicó al inicio de este ensa-yo, en sus dos atributos generalmente aceptados que son el ESTADO, como un elemento determinante de esta alternativa económica, y su calidad de DESARROLLADOR, que lo define frente a los otros modelos.

La primera categoría, la del Estado, si bien es la primera diferencia que identifica a los países que siguen este camino, al propio tiempo, en

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el caso de China, también es el que le otorga su distinción y lo individua-liza respecto a los Estados Desarrolladores occidentales.

Como lo hemos visto, el Estado chino, en su acepción política y económica, nacen juntos, aprenden juntos, viven juntos y son consus-tanciales en su origen. De igual modo, sus atribuciones económicas esenciales nacen en el mismo parto a manera de modalidades pri-marias que poco han variado, porque son parte la construcción de un poder que se pensó como un padre responsable para satisfacer las necesidades materiales y económicas de su pueblo; de un pueblo edu-cado no a tener, sino a ser, en la frugalidad de su moralismo confuciano. De un padre (Estado) imperial unipersonal, que no está acostumbrado a compartir su poder ni su responsabilidad porque nunca lo ha hecho. Porque nunca ha estado sujeto a limitaciones (checks and balances); que está acostumbrado desde siempre a actuar de manera autorita-ria, bajo la responsabilidad moral y virtuosa de su origen, sujeto al re-sultado de la satisfacción de sus gobernados (hijos). A organizarse de manera vertical como un padre a su familia, con una sola voz y mando de arriba hacia abajo, donde prevalece la lealtad ilimitada de cada uno de los miembros de la familia (Estado) hacia su gobernante, en una relación vertical sin atisbos democráticos reales, porque nunca han sido parte de su cosmogonía de Estado. De un Estado que para garantizar sus buenos resultados, se rodea de una organización civil de carrera mi-lenaria, meritocratica, de un gobierno de los mejores; dinámica, actuali-zada, disciplinada y pragmática, como un ejército administrativo que por milenios administró la tierra, el siglo pasado la industria y los servicios y ahora esta concentrado en su tarea para llegar a ser en 2049 la nación más poderosa del mundo (Xi Jinping, 3-2018). Un Estado, que como siempre, tratará de preservar a China del caos de la globalización y el desorden global, de la “barbarie” de Estados Unidos, bajo la idea com-partida entre el pueblo y el Estado chino, que este ultimo siempre será el más capacitado y único para decidir la mejor estrategia del momento. Así como en 1949 pueblo y Estado marcharon juntos hacia un modelo económico de planificación central, por creer que era la mejor alternati-va para China; de igual modo de 1978 a la fecha, como lo definió Deng Xiaoping, primero y Xi Jinping en 2012/2013, continuarán con una es-trategia económica de “socialismo de mercado”, con un “socialismo con características chinas para una nueva Era”, hasta que éstas sirvan a sus

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fines, y ésta a su vez será un modelo en construcción de socialismo y capitalismo (mercado), de acuerdo a los marcos globales e internos de China. Apunta Deng Xiaoping:

“Actualmente hay dos modelos de desarrollo productivo. En la medida que cada uno de ellos sirva a nuestros propósitos, nosotros haremos uso de él. Si el socialismo es útil, las medidas serán socialistas, si el capi-talismo nos es útil, las medidas serán capitalistas”. Al respecto, de mane-ra por demás inusual y pragmática señalaba “No existen contradicciones fundamentales entre el socialismo y la economía de mercado.” “La expe-riencia que hemos ganado a lo largo de los últimos años nos demostró que en una estructura económica rígida no podríamos desarrollar a las fuerzas productivas. Por eso es que hemos estado implementado algu-nas medidas capitalistas útiles. Es claro ahora que la correcta aproxima-ción para abrirse al mundo, es combinando una economía planificada, con una economía de mercado, a la cual se implementen reformas estructurales”. “De seguro es incorrecta –agregaba- la afirmación de que la economía de mercado sólo existe en la sociedad capitalista, que úni-camente hay economía de mercado capitalista ¿Por qué el socialismo no puede practicar la economía de mercado?”. A manera de resumen concluía “ambos son medios”. (Oropeza, 2008, p. 450).

El Estado chino, a diferencia de otros Estados Desarrolladores occidenta-les, en 1978 no tuvo que cambiar la naturaleza o vocación de su papel económico para optar por el socialismo de mercado. No decide en ese momento ser más intervencionista con su realidad económica para bus-car crecimiento o para apoyar el desarrollo industrial del país. Tampoco se torna autocrático ante la urgencia de sus demandas sociales para ex-ponenciar las nuevas políticas de su desarrollo. No da inicio, a partir de su apertura, de una expropiación de poder a sus empresas privadas o públicas para encabezar el nuevo desarrollo. El Estado chino, ese Estado de siempre, en toda su ontología y poder milenario lo que decide es ya no apostar a una estrategia comunista de planificación central y da inicio a una nueva etapa económica donde no inaugura ni cambia su papel, lo que hace es cambiar el medio, como decía Deng, para obtener los fines del desarrollo buscado.

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Mientras los modelos desarrolladores occidentales, la gran mayoría, incurren en alguno o algunos de los supuestos anteriores para intro-ducir o encabezar políticas industriales del desarrollo, el Estado chino interventor, como el dinosaurio de Monterroso, ya estaba ahí, en una in- tervención económica inveterada que nunca ha cambiado en cuanto a presencia (totalitaria) y responsabilidad; si, desde luego, en cuanto a su estrategia y herramientas de participación.

Un Estado presente desde siempre en el compromiso económico, estatista, monopólico, intervencionista, con mayor o menor grado o suerte, pero que sostuvo a China el 90% del tiempo moderno como la mayor economía del mundo, no es una característica que pueda compararse con ningún otro Estado de algún otro país del mundo. Un Estado longevo, sabio, opresor, protocolario, curtido en milenios, que ha resistido la prueba de las adversidades militares y del tiempo, tampoco puede compararse con ningún Estado occidental.

Pero a pesar de todas estas diferencias, todas ellas relevantes para marcar diferencias esenciales entre un Estado Desarrollador occidental y el caso de China, existen dos más que refuerzan ampliamente este supuesto.

La primera es que todas estas características que acompañan a la construcción del Estado chino, mientras los académicos debaten si si-guen vivas o no. Si murieron con el Imperio, con Mao, o continúan sien-do parte de su acontecer diario, la reforma política de marzo de 2018, la quinta reforma a su constitución de 1982, nos descubre con claridad que esa forma milenaria de construir el poder en China sigue vigente; por lo que la misma reforma ratifica la necesidad de un centro, un core, un núcleo de poder en la figura de Xi Jinping, que se asume como un centro ejemplar, un centro irradiante y principio organizador de todo el Tianxia, el espacio civilizatorio chino que hoy incluye a todo el mundo. De igual modo, a través de un confucianismo para el siglo XXI, el Estado chino convoca a la lealtad de los hijos con el padre, de los menos con los más, de los de abajo con el Tianming político.

La evidencia empírica de la reforma y las declaraciones oficiales y de medios que acompañaron su implementación vuelve a ratificar la exis-tencia de un Estado chino que inspirado en su cosmogonía de siempre, sin responder a absolutos, se instala y adecua para hacerse no solo de

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la hegemonía económica de China, sino también de la geopolítica del siglo XXI.

El segundo punto, como parte de una dialéctica oriental de concebir al poder y al Estado que difiere con el Modelo Desarrollador occiden-tal, es que mientras en el caso de aplicación del modelo en Alemania, Finlandia, o incluso en sus versiones latinoamericanas de mediados de siglo pasado como México, Brasil o Argentina, mientras en estos casos el Estado una vez cumplida su meta, o no, de implementar un proceso industrial competitivo con las naciones desarrolladas, arrió sus velas y regreso a una posición política de adecuación con el orden económico internacional, limitando su participación directa en empresas y procesos, alineado a una lógica económica global. China, en cuatro décadas de éxito económico, de ser la segunda economía del mundo, la primera potencia exportadora y la primera nación manufacturera, sigue ahí, bajo diferentes mascaras, manteniendo toda su presencia, y como señala el especialista Pankaj Mishra, la conclusión de la participación del Estado chino en el desarrollo de su economía “Nunca ha estado en su agenda” (Mishra, 2018).

III.

En cuanto al tema del desarrollismo de China, desde su apertura, éste se ha inspirado en el éxito de Taiwán, Corea, Alemania, Japón e incluso en Estados Unidos. En la teoría, desde luego que abreva y aprende de Hamilton y de Lizt. A sus académicos, como en otras disciplinas, les pide inspirarse en ellos; como también lo hizo en su momento con Toffler y Rifkin, y otros, a quienes ha llevado a largos seminarios con sus burocracias confucianas para que aprendan, pregunten y nativisen co-nocimientos y estrategias.

El desarrollismo chino desde 1980 se instala a través de sus zonas económicas que llegaron a incluir todos los modelos y vertientes, repre-sentando los cimientos de su milagro económico. Su apertura selectiva, progresiva y pragmática, enfocada en todo momento, a pesar de su debilidad, a potenciar su contenido e interés nacional. Su apropiación de tecnología, su visión de futuro; su apuesta siempre prioritaria a una industria nacional y no solo maquila. La fortaleza de su Banca de Desa-rrollo, como el musculo financiero de su éxito. Sus sectores campeones

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del desarrollo seleccionados dinámicamente en cada uno de sus planes quinquenales; sus clústeres industriales. El control selectivo de su mo-neda. Su compromiso con la ciencia y la tecnología. Su alta producción en volumen. Su política de apoyo estatal en exportaciones y produc- ción industrial. Su planificación de corto, mediano y largo plazo. Sus sub-sidios y exenciones fiscales a la inversión extranjera industrial, y sectores prioritarios; su política educativa para el desarrollo. La protección de su mercado interno, de sus empresas, de sus trabajos, etc, son parte de una lección económica ampliamente conocida8. El software de su éxito, que corresponde a las claves vivas de su civilización, es una tarea pen-diente para un mejor entendimiento y administración de una era nueva, que inevitablemente tendrá un alto componente asiático.

Sin embargo el tema de China por su importancia y dimensión no puede quedarse circunscrito a un debate si es un Estado Desarrollador de herencia occidental o no. La magnitud de los hechos rebasa esta pe-gunta y ante la evidencia de su enorme éxito, que la coloca de manera probable como el hegemón económico del siglo XXI, resulta necesario

8 Para una mayor información sobre el camino económico desarrollista de China, consultar “China entre el reto y la oportunidad” (Oropeza, 2006), de manera especial los capítulos II. “El comercio chino, un modelo de Estado”, III. “Una visión general sobre el sistema financiero chino” V. “La relación China-OMC, ¿Detonador o protocolizador del éxito comercial” y VII. “China-México: un encuentro inesperado”. De igual modo “México- China. Culturas y sistemas jurídicos comparados” (Oropeza 2008), de manera especial “China y su modelo de Desarrollo: líneas generales desde una perspectiva mex-icana”, a través del cual se detalla la estabilidad política, como un elemento fundamental del modelo chino y el Desarrollo Económico, como una prioridad del Estado, en el cual se incluyen las líneas generales del modelo económico a partir de 1978, entre otras, la isntrumentación de una política de apertura selectiva, la creación de Zonas Económicas Especiales, la visión de largo plazo de la estrategia económica, las empresas propiedad del Estado, la política industrial, la política china sobre los temas de investigación y de-sarrollo. Así mismo “El mundo según Goldman Sach: reflexiones generales al proyecto BRICS” en “BRICS. El difícil camino entre el escepticismo y el asombro” (Oropeza, 2014); “El acuerdo de Asociación Transpacífico: ¿bisagra o confrontación entre el Atlán-tico al Pacífico” en “El acuerdo de Asociación Transpacífico : ¿bisagra o confrontación entre el Atlántico al Pacífico” (Oropeza, 2013) y “Del Atlántico al Pacífico. Hacia un nuevo orden global” (Oropeza, 2017) y “El desorden global. México y su circunstancia” en “México 2018. La responsabilidad del porvenir”, Tomo II (Oropeza, Salazar, Romero, 2018).

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seguir explorando sobre las fortalezas integrales de un modelo asiático de desarrollo, de características propias, reconocido por China como so-cialismo de mercado, que si bien toma prestado parte del instrumental técnico del modelo desarrollista durante las primeras décadas de su apertura, está muy lejos de ser solo eso; e incluso, el know how chino de incorporación no solo al tema industrial, sino al proceso integral de globalización, representa ya un tema de caso y de inspiración para la mayoría de los países no desarrollados.9

9 En cuanto al nacionalismo como factor inherente a los modelos desarrolladores occidentales, puede señalarse que en China, a diferencia de los países europeos, las pri-meras expresiones nacionalistas pueden encontrarse en los postulados confucionistas milenarios, donde priva la idea de una pertenencia axiológica que daba identificación y sentido al pueblo chino. Como ya se dijo, Schwartz evidencia este hecho al señalar que China fue la única de las civilizaciones axiales cuya preocupación principal era mirar y reconocerse en su pasado. En su largo recorrido histórico y en relación a su confusión de identidad durante la Dinastía Tang y el auge del Budismo “La reconquista de China por una cosmovisión China…” (Bauer, 2009) operó como una herramienta siempre a la mano para no perder una personalidad propia, un orgullo chino que entre sus muchos significados puede etiquetarse con el sello moderno de nacionalismo. Este mismo sen-timiento y actitud político-intelectual se activo siempre, en mayor o en menor medida, frente a las amenazas externas que a lo largo de dos milenios frecuentaron a China. De manera especial, este nacionalismo o preservación de lo chino se destacó contra la invasión mongola y más fuerte contra la conquista de China por los manchúes, en donde la resistencia llegó hasta el suicidio. Desde luego el imperio tardío trajo consigo relanzamientos y revisionismos que enjuiciaron las causas de la decadencia imperial. En el siglo XVII, en el marco de estos eventos, por ejemplo, a Huang Zongxi se le considera como el primer nacionalista chino (Bauer) y como el responsable de introducir una cor-riente intelectual de crítica social. Por ello puede decirse que el nacionalismo en China, con características chinas, aparece desde su origen milenario, a través de un sentimiento de orgullo y pertenencia que voltea siempre al pasado para nutrir sus respuestas a los retos del presente. Lo mismo para defenderse de los retos del exterior de los últimos siglos (invasiones occidentales y japonesas) como para echar a andar el nuevo sueño chino para convertirse en la nueva hegemonía del siglo XXI. En el caso concreto de su inauguración, como Estado Desarrollador a partir de 1978, su nacionalismo lo usa como un motor para salir de su enorme atraso y como una motivación para lograr un mejor presente. La humillación de la guerra del opio u de la invasión japonesa, son también, sin duda, acicates permanentes para no declinar la agenda pública de construcción de un socialismo con características chinas para una Nueva Era.

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El tema del modelo japonés, por iniciarse en el siglo XIX y por la for-ma que lo hizo, genera un antecedente relevante al análisis de los mo-delos asiáticos de desarrollo, de tal suerte que permite que se le ponga como un ejemplo del éxito neoliberal (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional) o como un éxito económico del confucianismo tributa-rio, donde predominan mandarinazgos administrativos, burocracias al-tamente preparadas, leales y disciplinadas con sus gobernantes y con sus empresas, así como una planificación central después de 1950.10

Respecto a los modelos desarrolladores para el crecimiento indus-trial que se implementaron en todo el orbe con mayor o menor éxito desde el siglo XIX hasta la fecha, que encontraron un punto natural de expansión en el mundo chino de Asia del Este (Taiwán, Corea, Japón, Singapur, Malasia, ahora Vietnam y otras naciones asiáticas), la facilidad de adaptación en cuanto al exitoso papel jugado por el Estado de cada uno de estos países debe fundamentarse en buena medida, en una tri-butación confuciana cultural permeada por una civilización china que se ostenta y hay que creerle, como la única civilización viva de naturaleza milenaria.

Frente a una nueva era económica que se abre y una etapa que de-clina, en la que contrasta un neoliberalismo enfermo de futuro respecto a un modelo asiático de desarrollo liderado por China, la cual impulsa en solitario el 30% del crecimiento económico global contra el 28% de todos los países desarrollados (CEPAL, 2016), aparece el reto de ima-ginar nuevas alternativas para el desarrollo económico en una etapa de distorsión que no será fácil para nadie.

Cuando Milton Friedman fue invitado a China a principios de los ochenta, en esa euforia asiática por aprender del otro, al bajar del avión sobre el personaje chino que lo fue a recibir al aeropuerto, Friedman apuntó que despedía “un terrible mal olor”. Al terminar sus platicas, al dejar China, Friedman manifestó que los chinos eran “increíblemente ignorantes acerca de cómo funcionaba el mercado y el sistema capita-lista” (Mishra, 2018).

10 Para mayor abundamiento sobre el modelo de Estado Desarrollador Japonés ver Oropeza, Arturo 2019 Japón y la importancia de su papel en el encuentro entre Oriente y Occidente.

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A casi cuatro décadas de estas declaraciones y enorme ignorancia sobre lo que China representa, a la academia le queda el imperativo, para los fines que persiga, de no desestimar a China.

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A. INTRODUCCIÓN

El siglo XXI se ha caracterizado a lo largo de dos décadas por evidenciar de múltiples maneras las consecuencias del encuentro, choque, diálo-go, etc, entre dos culturas-civilizaciones, que a partir del siglo XIX han ba-tallado por el reconocimiento de su trascendencia dentro de un nuevo orden global, después de una lejanía histórica arropada por la dificultad de su geografía y la comodidad de un auto-confinamiento geopolítico asiático que ya anticipaba, ante un posible cambio, el desorden de lo sucedido en su tiempo milenario.

La llegada de Inglaterra a China en 1839 y de Estados Unidos a Ja-pón en 1854, bajo una embajada beligerante y amenazadora, es lo que provoca el primer encuentro de dos civilizaciones milenarias1 que se habían evitado por diversas razones, pero que a partir de ese momento, su convivencia se produce de manera ininterrumpida, llena de retos y temas pendientes que siguen en espera de una solución sustentable.

La relación Oriente-Occidente es tan antigua como el hombre mis-mo, pero la intensidad de lo sucedido a partir de la guerra del opio entre Gran Bretaña y China y poco después por la llegada violenta del Commodoro Perry a Japón, marcan un antes y un después entre dos civilizaciones, dos regiones que hasta ese momento marchaban por caminos geopolíticos y geoeconómicos distintos.

1 Para los efectos prácticos de este trabajo, en Asia del Este se reconoce la existencia de las civilizaciones china, japonesa y musulmana, en convivencia directa con la rusa y la india. Por civilización occidental se entiende la suma de Estados Unidos y la Unión Europea.

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En ese sentido Japón y China son las piezas culminantes de un pro-ceso civilizatorio de integración global que si bien siempre estuvo pre-sente, las circunstancias y las condiciones que le rodean lo muestran como la etapa geopolítica central de un dialogo inacabado, de un primer choque de civilizaciones entre Asia del Este y las naciones Occidentales herederas de la Primera Revolución Industrial.

Lo anterior cobra relevancia ante el crecimiento de un debate mun-dial que ya habla de un traslado político y económico del Atlántico al Pacífico, donde las diferentes vertientes empiezan a construir un nuevo relato que intenta explicar las razones o impedimentos de una inevitabi-lidad asiática, donde la derrota de ayer se traduciría en un regreso exito-so donde no se sabe a ciencia cierta el nivel o la naturaleza del mismo.

Dentro de esta larga jornada que ya abarca más de siglo y medio, aparece Japón como un país de la región de Asia del Este que desde el primer momento de este encuentro ha jugado un papel relevante por haber sido el primer eslabón entre dos universos.

A Japón, en el marco de su circunstancia le toca vivir el reto de ser el primer país de Asia del Este en enfrentar la experiencia del choque occidental. También le corresponde bajo una reacción acertada conver-tir este reto en la oportunidad de convertirse, primero, en una nación industrial, luego en una potencia y de manera general en una economía exitosa que desde finales del siglo XIX hasta la fecha, bajo diferentes for-mas y condiciones la mantienen como la tercera economía del mundo.

No obstante, la naturaleza de su respuesta económica y política tanto en el siglo XIX como en el siglo XX, sigue conservando tal vigencia que la mayoría de los países de Asia del Este, con sus propias condiciones y tiempos, la han venido reproduciendo con tal éxito que está dando lugar a lo que hoy ya se reconoce como un segundo encuentro o choque de civilizaciones en el marco del cual China, como lo hizo Japón en su momento, convoca nuevamente a la configuración de un nuevo orden global con características asiáticas.

La dimensión de las preguntas que se hacen hoy respecto a esta propuesta obligan a buscar dentro de sus primeras explicaciones sobre el origen de un modelo asiático del desarrollo, de un Estado Desarrolla-dor, que con gran éxito se ha venido desempeñando desde el siglo XIX hasta nuestros días. En ese sentido, lo sucedido en Japón en sus expe-

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riencias con Occidente, no obstante el tiempo transcurrido y la literatura generada sobre el tema, se representa como una pregunta de previo pronunciamiento, tanto por los logros nacionales obtenidos como por los efectos heredados a su región.

Japón es parte de una civilización oriental que con su gestión en el primer choque de civilizaciones del siglo XIX generó una estrategia económica y política con características propias, la cual se ha venido reproduciendo exitosamente por la mayoría de las naciones del Este de Asia, de manera especial por la Republica Popular China.

En los siguientes apartados se tratará de abordar la naturaleza de esta participación y su relevancia, como un principio de explicación de las consecuencias económicas y políticas que se siguen despren-diendo del primer choque de civilizaciones del siglo XIX, ahora en el siglo XXI.

B. JAPÓN Y EL CHOQUE DE CIVILIZACIONES DEL SIGLO XIX

Mucho se habla de China. Del milagro chino, de su posible hegemonía en el siglo XXI. Junto con ello también se agrega el ascenso económico y político de Asia del Este desde la segunda mitad del siglo XX, al mismo tiempo que se observa el declinamiento de una buena parte de las eco-nomías europeas y la problemática de los Estados Unidos.

Se discute de cambio de épocas y de eras y del traslado del centro global del Atlántico al Pacífico. De una nueva reconfiguración del orden establecido y del ocaso de un tiempo Brettoniano que no cumple más con su papel de ordenador razonable del flujo mundial.

Muchas son las razones que se comentan para que esto suceda, pero lo que destaca de ello en esta etapa de la inevitabilidad asiática e incluso de la inevitabilidad china, es que de ninguna manera es un proceso nuevo y más bien se remonta al tiempo donde se sucede el primer choque de civilizaciones -en sentido inverso al planteamiento de Huntington- donde la gran fuerza civilizatoria de Occidente del siglo XV al XX, choca de frente con las debilitadas civilizaciones de Asia (con China y Japón a partir del siglo XIX) y escenifican un primer encuentro

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militar, económico, político y cultural, cuyas consecuencias en el tiempo no han terminado, dada la profundidad y vigencia de sus culturas.2

Japón, como una de las civilizaciones destacadas de Asia del Este, en el siglo XIX jugó un papel central en la historia de este encuentro. Desde luego no fue la primera civilización asiática en resentir la llega-da del brote preindustrial-renacentista que empezó a tomar posiciones globales en Asia desde finales del siglo XV. Sin embargo, la forma como enfrenta la llegada de las hegemonías; su manera de administrar el reto; la rapidez de su reordenamiento político; su asimilación oriental de la cultura occidental y sobre todo, su manera de construir un modelo de desarrollo económico-político con características asiáticas, son parte de una realidad que sigue explicando en gran medida el cambio que se vive en esta primera mitad del siglo XXI.

En la amplia geografía civilizatoria de Asia, como ya se indicó, su parte centro-oriental destaca por albergar a cinco de sus más grandes exponentes que son las civilizaciones China, India, Rusa, Musulmana y Japonesa, de las cuales la última sobresale por haber iniciado en la segunda parte del siglo XIX el camino de la reivindicación regional, des-pués de que la mayoría de ellas, en diferentes tiempos y de diversos

2 El mundo fue transformado de forma radical en el siglo XIX por los titánicos nue-vos poderes desencadenados por la Revolución industrial y la revolución científica. Los transportes modernos y las tecnologías de la comunicación, como el buque de vapor, el ferrocarril y el telégrafo (el primer enlace telegráfico entre China y Europa se estableció en 1871), conectaron al planeta como nunca antes. Las nuevas tecnologías militares, incluyendo acorazados de guerra vapor y metralletas, dieron a los países industrial-izados una superioridad militar sin precedentes sobre los pueblos no industrializados. El poder y la riqueza también convirtieron a estos países industrializados en modelos muy atractivos, aunque se produjo un periodo de retraso perceptible antes de que muchos pueblos, fuera del núcleo de temprana industrialización, percibieran el carácter aparentemente irresistible de la modernización, y muchos de ellos nunca le dieron la bienvenida. “De 1860 a 1914, la red de acero [los ferrocarriles] se extendió por todo el mundo, y lo mismo sucedió con las técnicas políticas, financieras y de ingeniería que se desarrollaron junto con ella”, no obstante que “entre los pueblos no occidentales sólo los japoneses mostraron un entusiasmo real por los ferrocarriles” y que, incluso en Japón, el primer tramo de 29 kilómetros de línea férrea no se instaló sino hasta 1872. En China, la primera línea de ferrocarril corta fue construida por una compañía británica en 1876, pero luego fue adquirida por el gobierno chino para ser desmantelada al año siguiente (Holcombe, 2016, p. 253).

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modos, fueron coptadas por el ciclo hegemónico occidental a partir de la mitad del segundo milenio de nuestra era.

Las civilizaciones de Asia del Este, de manera especial China, India y Japón, vivieron durante muchos siglos el privilegio de la distancia que las alejó de un clima en extremo beligerante que caracterizó el devenir de las primeras sociedades occidentales y de Asia Menor. La distancia, la geografía, los obstáculos naturales y la falta de tecnología ocasionaron que los encuentros de Asia del Este con Occidente fueran excepciona-les, y si bien se asumían en sus respectivas antípodas, su comunicación y contacto solo empezó a multiplicarse de manera evidente hasta que la tecnología y la voluntad europea irrumpieron en los mares y los terri-torios desconocidos de su época.3

La primera generación de la innovación preindustrial, en especial el transporte marítimo y la nueva tecnología de la guerra, ocasionan que las distancias se reduzcan y las barreras caigan. Y que poco apoco y una a una estas civilizaciones asiáticas fueran cediendo progresivamen-te ante la superioridad bélica occidental. Primero India, con la llegada de los portugueses a la actual Kerala (1498) y poco después con los ingleses a través de la Compañía Británica de las Indias Orientales, que por cerca de 350 años dominaría bajo diferentes figuras políticas y eco-nómicas al país.

A China, después de múltiples intentos, en 1839 durante la guerra del Opio la superioridad inglesa sin doblarla la vence y la obliga a abrir-se al comercio y a los intereses ingleses y junto con ellos a los de los principales países europeos. Japón, que también había gozado del privi-legio de una política de aislamiento o Sakoku, como medio de defensa regional y desde luego global, 13 años después de la derrota China recibe la llegada de una flota norteamericana que le dice que su etapa de aislamiento había terminado y que junto con sus vecinos regionales,

3 El alcance y la calidad de la información sobre distintas partes de Asia dependían en gran medida de los europeos. En el siglo XVIII, a diferencia de la segunda mitad del siglo XIX, muchos gobiernos asiáticos aún estaban en condiciones de regular la entrada y movimientos de los extranjeros. Los informes de los viajeros de todas las provincias del país (China) solo estuvieron disponibles alrededor de 1900. Ningún otro Estado asiático practicó una política exterior tan inflexible como Japón, Corea y China. (Osterhammel, 2018, p. 113 y 117).

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a partir de ese momento ya era parte de un ajedrez global que desde entonces ha escenificado diferentes reacomodos. Que el mundo, como dice Thomas Friedman, se había hecho plano y más complejo.

India vive su circunstancia hasta su independencia en 1947. China enfrenta la suya a través de un pedregoso camino interno y externo que la recuperan parcialmente hasta 1949. Japón, a diferencia de sus vecinos regionales, a través de una diplomacia pragmática y eficiente y una traducción acertada del momento histórico que vive, logra el in-creíble salto de una transformación exitosa, que todavía en la actualidad sigue siendo tema de debate sobre el tipo de atributos y grado de par-ticipación de los mismos para lograrlo. De lo que no hay duda es que con el éxito de su incorporación a la sociedad occidental de su tiempo, Japón construyó un puente político, económico y cultural de múltiples dimensiones entre dos regiones del mundo cuyo dialogo está lejos de concluir.

Este encuentro o choque como sugiere Huntington de manera des-fasada, de cara al siglo XXI; o fusión como trata Mahbubani de suavizar, que se sucede frontalmente entre Occidente y Oriente del siglo XV al XIX, en detrimento de las naciones asiáticas, no ha concluido, y en una era del Pacífico que poco a poco se va instalando a cambio del decli-namiento de una era del Atlántico, pone nuevamente sobre la mesa el tema de una confrontación de dos regiones-civilizaciones que están obligadas a encontrar en el marco de sus diferencias, la fórmula de una convivencia global sustentable y armoniosa.

C. EL MODELO ASIÁTICO DE DESARROLLO Y SU INFLUENCIA SINO-JAPONESA

• LA CONSTRUCCIÓN POLÍTICA

La incorporación de China y Japón en este choque de civilizaciones ocasiona un sinnúmero de efectos para dos universos civilizatorios que poco habían dialogado y que poco habían compartido. En primer lugar, la fuerza de su oleaje genera entre otros efectos la interrupción de la inercia civilizatoria de una región de más de dos milenios de antigüe-dad, al propio tiempo que abre por primera vez la posibilidad de una convivencia plena entre dos mundos de visiones diferentes.

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Este encuentro deja en la inmediatez de su primer contacto un saldo coyuntural de ganadores y perdedores, así como una lectura fácil de civilizaciones superiores e inferiores que se produce con el humo de la pólvora de los cañones que no permitieron ver en su momento más allá de los resultados económicos de una superioridad militar.

A Japón su choque con Occidente lo ejemplifica el arribo de la flota del Comodoro Matthew C. Perry, que en 1854 lo obliga a firmar un trata-do (Kanagawa) por el cual se compromete a romper su aislamiento por medio de la apertura de los puertos de Nagasaki, Shimoda y Hakodate; al cual siguió otro tratado en 1858 en el que se incluyó una cláusula de extraterritorialidad, la cual significó el fin de una era milenaria de cultivo interno, huraña a todo tipo de relacionamiento exterior.

Japón como China, a partir de estos primeros acuerdos internaciona-les vive lo que se llamó “ el siglo de los tratados” en Asia del Este, los cuales fueron la llave que abrió la puerta para que después tanto Chi-na como Japón tuvieran que firmar tratados similares con otros países como Rusia, Holanda, Inglaterra, Francia, etc. La era del Sakoku había concluido para Japón, igual que la del Reino del Medio para China y su tradicional aislamiento.

En este primer choque de civilizaciones los poderes asiáticos tu-vieron que amoldarse y ceder de múltiples maneras a la hegemonía occidental, debido entre otras razones al agotamiento de sus ciclos civi-lizatorios que en su atraso, frente a la industrialización del Atlántico, los expuso fácilmente al dominio de los poderes marítimos de la segunda mitad del milenio.

China administraba con gran dificultad el declinamiento de una di-nastía (Qing), la cual a la postre vería su fin en 1911. Japón, con fuertes convulsiones, también presenciaba el fin no solo de una etapa de su Estado Moderno Temprano en la egida del Shogunato Tokugawa, sino que también vivía las postrimerías de un orden político normado prin-cipalmente por el poder de la espada y el Sho

_ gun en turno, así como

por una presencia imperial de naturaleza simbólica.En enero de 1869, catorce años después de la firma de Japón de

su primer acto de apertura con el exterior, esta situación cambia radi-calmente ante la declaración de la Dinastía Meiji de iniciar una nueva etapa de gobierno con base en la restauración de la monarquía, como

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un primer paso para reordenar las inercias del pasado y de manera im-portante, para hacer frente a las amenazas del exterior.

El proceso no fue terso ni rápido. Reorientar una realidad política, económica y militar que había prevalecido por lo menos los últimos 400 años no fue una tarea sencilla. Sin embargo, Japón operó de ma-nera ágil y eficiente y de vivir en lo interno una fragmentación feudal y en lo externo una nación mayormente tributaria de China, en 1894, 26 años después de su restauración, invade por primera vez al gigante asiá-tico, convirtiéndose en la nación dominante de Asia del Este al derrotar en 1905 también a Rusia.

Japón practica durante dos milenios una estrategia inteligente de desarrollo interno, al propio tiempo que una convivencia de aprendizaje y equilibrio con la nación económica más poderosa de su tiempo, la cual había inaugurado su Estado moderno desde el 221 a. C. De este modo, el aprendizaje y el pragmatismo se convierten para Japón en instrumentos de sobrevivencia que a partir del siglo VI le dan las pautas de un camino con características propias, pero siempre bajo la presen- cia de una civilización exuberante que lo mismo enriquece su patrimo-nio cultural que lo limita en su desarrollo interno y regional.4

Del siglo VI al XIX Japón recorre un largo camino en el que va cons-truyendo una civilización propia; explorando diferentes formas de or-ganización política donde pasa por un Estado Antiguo donde se da la aparición de sus primeros Estados y un Estado Central Unificado (siglo III-siglo XII); un Estado Medieval donde los Shogunatos rivalizan con el poder central y la figura del Emperador (siglo XIII-siglo XVI); un Estado Moderno Temprano, en el que el Shogunato Tokugawa genera mayor orden y estabilidad (siglo XVII-siglo XIX) hasta el momento de la Restau-ración Meiji en 1868.

4 Pocos pueblos han creado un estilo de vida tan inconfundible. Y sin embargo, muchas de las instituciones japonesas son de origen extranjero. La moral y la filosofía política de Confucio, la mística de Chuang-tsé, la etiqueta y la caligrafía, la poesía de Po Chü-i y el Libro de la piedad filial, la arquitectura, la escultura y la pintura de los Tang y los Sung modelaron durante siglos a los japoneses. Gracias a esta influencia china, Japón conoció también las especulaciones de Nagarjuna y otros grandes metafísicos del budismo Mahayana y las técnicas de meditación de los hindúes (Paz, Octavio en Asiain, 2014, p. 59).

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En 1221 con el Shogunato Kamakura, en 1392 con el Shogunato Muromachi y en 1680 con el Tokugawa principalmente, Japón admi-nistró una era de poder político medieval y de un Estado moderno temprano a través de la figura principal de un Sho

_ gun, que en apariencia

regia junto a la figura de un Emperador, además de múltiples señores feudales y un amplio gabinete y aparato administrativo. Sin embargo, “De hecho con apenas algunas excepciones de corta duración, desde finales del siglo IX por lo menos, el emperador japonés no gobernaba, sino que meramente reinaba. Cuando el Sho

_ gun Tokugawa asumió el

control político en el siglo XVII, tuvieron dificultades para mantener la idea de que estaban gobernando en nombre del emperador, afirmando que simplemente estaban atendiendo los asuntos mundanos que no eran dignos de su augusta majestad” (Heisig, Kasulis, Maraldo, Bouso, 2016).

A pesar de ello, de la suspensión de la figura imperial como centro del poder por casi mil años, Japón no duda en el siglo XIX de retor-narle al emperador su poder central a fin de aglutinar a los diferentes actores internos alrededor de su imagen nuclear y sagrada, tanto para orquestar su defensa como para dar inicio a su respuesta ante un orden desconocido.

¿Japón fue una civilización asiática en convivencia exitosa con un orden occidental?.¿Huyó hacia Occidente? ¿Se convirtió en un Estado capitalista industrial, o se mantuvo como un Estado asiático totalitario (Absolutismo Meiji)?, o ¿inauguró un modelo pragmático-ecléctico, en-tre la asimilación y puesta en marcha de lo mejor de dos realidades y dos modelos de Estado?.

Lo cierto es que Japón ante el arribo occidental, logra transformar una larga etapa de Shogunatos plagada de señores feudales (Daimyo

_ )

y de cientos de miles de Samuráis, a través de la restauración de la fi-gura del Emperador (Tenno

_ ).Con la llegada del Emperador Meiji Tenno

_

(Mutsuhito) (1867-1912) y una nueva organización del poder político, Japón da respuesta a la presencia occidental que a la postre, más que una irrupción en su vida interna, le sirve de catapulta para ascender a lugares geoeconómicos y geopolíticos que no había tenido antes.

Llegar a un principio de estabilidad política frente a Occidente a Chi-na le tomó más de 100 años (1840-1949), y de un principio de recu-peración económica más de 130 años (1840-1978). A India, del año

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1600, fecha que se concede el permiso para ejercer el comercio exclu-sivo a la Compañía Británica de las Indias Orientales, pasando por sus diversas expresiones de control y dominio hasta su independencia en 1947, le llevó casi tres siglos y medio liberarse del dominio occidental. A Japón, como ya se indicó, le lleva menos de 20 años su replanteamien-to institucional (1854-1868).

El modus liberal exigido a Japón por Occidente, como un requisito para reanudar negociaciones comerciales más amplias y justas, fue la historia de un primer encuentro de dos culturas en la que una de ellas, en el ejercicio de su hegemonía, exigió a la segunda su total asimilación a un lenguaje jurídico, económico y comercial que era ajeno a su cos-tumbre y a su idiosincrasia.

Para resolver estos retos Japón decide construir un puente de inte-gración occidental con características asiáticas. Bajo esta preocupación no fueron pocas las misiones que envió a los diversos países euro-peos con el fin de conocer al otro, saber del otro. Conocer sus culturas y aprender sus secretos de una revolución industrial que estaba defi-niendo el éxito y el atraso de las regiones. Va a Francia y Alemania a aprender los modelos jurídico-políticos, a Estados Unidos e Inglaterra los industriales, Alemania y Estados Unidos los militares, etc., en un pragma-tismo acelerado por dominar los secretos de las naciones dominantes. Sin embargo, en esta dinámica etapa de cambio, en este primer diálogo entre Asia y Occidente, lo que no hace Japón es olvidarse de los activos de una etnicidad y de una cultura del poder diferente a la occidental.

• EL CAMBIO POLÍTICO Y LA ETNICIDAD

Lo que sucede en este primer choque es la aproximación de dos ci-vilizaciones con cosmogonías diferentes, a las cuales las reúne y las enfrenta el aplanamiento global, donde la asimilación de Japón al orden occidental es la relatoría de un encuentro de dos culturas que día a día debaten sobre el grado de su asimilación en una dimensión que hoy sabemos no es solo económica o política, sino también civilizatoria. Es el experimento de un diálogo formado entre un país asiático milenario y complejo, que como lo señalaba el Príncipe Sho

_ toku desde el siglo VII,

como un gran árbol tenía las raíces sintoístas, el tronco confuciano y los frutos budistas.

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Por ello, si bien la dinastía Meiji promulga una proto-constitución en 1868 de 5 cláusulas y aprueba una primera constitución en 1889 para acelerar su dialogo con Occidente, nunca olvidó que sus fuentes confu-cianas y sintoístas le hablaban de un gobierno nacional fuerte, capaz de controlar a su sociedad, a sus señores feudales y negociar con fortaleza con el extranjero. Que si bien requería de un Estado moderno, este no debería perder los atributos ancestrales de un control absoluto que reconociera claramente la más completa reverencia y lealtad al empera-dor (Heisig, et al., 2016, pag. 1042).

Al respecto comenta Tanaka “… la constitución bien podría ser la prueba de un avance progresista, pero en realidad, con ella, la aristocra-cia no sólo había derrotado al liberalismo, sino también había ignorado el principio verdadero de las instituciones representativas”. Agregando que “Los poderes del emperador fueron definidos por ley en la consti-tución, y como ésta había sido promulgada por el emperador mismo, solo él tenía la capacidad de iniciar enmiendas y cambios, además la constitución misma estaba por encima de críticas, pues a nadie le esta-ba permitido criticar al emperador; su palabra era sagrada e inviolable” (Tanaka, 2011, pags. 202, 207).

Con la asimilación jurídica, política y económica de Japón al modelo liberal de la época, se da un primer encuentro entre dos concepciones que tienen diferentes visiones del mundo y de la vida y por lo tanto de la manera de vivirla y de resolverla; dilema que como señala Mishra, está lejos de resolverse ante la obsesión de Occidente, desde entonces, de imponer al mundo, en este caso a Asia del Este, la religión del Wes-tern Model (Mishra, 2017, p. 37).

Esta primera etapa de occidentalización de Japón, vale la pena su-brayar, no ocurre como un acto voluntario de cambio en la copia del otro. Se da en primer lugar como una necesidad de sobrevivencia ante la amenaza externa. Asimismo, su aparición se ve auspiciada por la con-veniencia de escapar de un ciclo endógeno agotado y de una depen-dencia regional tributaria. Se da con prisas y bajo los términos de un contrato externo de adhesión que no da espacio a negociar sus cláusu-las. Por eso, desde un principio la parte asiática en turno recurre a la asi-milación como una estrategia de simulación, que si bien intenta ceñirse al clausulado occidental, en el fondo opera la adaptación asiática que

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más le acomoda, ya sea en la forma política, jurídica o en la estrategia económica.

Así, por ejemplo, en los Cinco Principios del emperador Meiji (1868), además de emitir un mensaje tranquilizador hacia los actores políticos internos recién disueltos de inclusión y participación (señores feudales y samuráis), también define el fortalecimiento del gobierno imperial. De igual modo, en la constitución de 1889, después de enviar diversas misiones de aprendizaje a Occidente y de diseñar un sistema jurídico semejante a sus contrapartes occidentales, el emperador Mutsuhito en el artículo 4° se coloca como la “cabeza del imperio, reuniendo en si mismo los derechos de soberanía y los ejercita de acuerdo con las pro-visiones de la presente Constitución”. Para no dejar dudas a lo anterior, en el articulo 5° aclara que “El emperador ejercita el poder legislativo con el consentimiento de la Dieta imperial”. Y si había dudas sobre su poder omnipresente en el artículo 6° se establece con contundencia que “El emperador dicta y ordena las leyes para que se promulguen y ejecuten” (The Constitution of the Empire of Japan (1889), Harvard University).

En este primer choque Japón toma el liderazgo asiático de la rei-vindicación bajo una estrategia de integración acotada, forzada por el peso de una hegemonía del Atlántico que dejaba poco espacio para la negociación. Sin embargo, con especial sensibilidad da la impresión de abandonar Asia y huir hacia Occidente con un manejo diplomático que satisface a las naciones industriales, las cuales lo ponen como un ejemplo de éxito para toda Asia. China en este primer choque se queda desfasada, primero, porque las invasiones occidentales multinacionales dentro de su territorio se siguieron unas a otras a lo largo del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX, ante su negativa de renunciar a su jetatura de centro del mundo. También porque sus grandes diferencias internas, a diferencia de Japón, no pudieron resolverse rápida ni pragmáticamen-te. El frondoso árbol de la civilización china requirió de más décadas para renovar su follaje, aunque nunca dejó de observar y de seguir de cerca todo lo que Japón hacia en su acercamiento con Occidente, lo cual hasta la fecha ha venido usando a su favor desde su primera aper-tura de 1978.

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En esta huida hacia Occidente,5 Japón como país milenario, como miembro de una región rica en desarrollo civilizatorio, recurre a su cultu-ra ancestral, a sus creencias, a sus formas de ordenar el poder, al Estado y a la sociedad, para construir un nuevo perfil. Esta historia de mito, leyenda y realidad que reconstruyeron los reformadores Meiji, apunta Martínez Legorreta, lograron la lealtad de las masas hacia la institución imperial y su persona. “En ese momento histórico –agrega– le dieron a Japón una unidad que tal vez no habría alcanzado de otra forma, al mis-mo tiempo que un sentido de unicidad que le habría de servir no solo para contrarrestar las ideologías extranjeras, sino para, años más tarde, y bajo nuevas circunstancias, impulsar y llevar a cabo su propio proyecto nacional, hegemónico y expansionista en el Este de Asia” (Legorreta Omar, en Tanaka (Comp.), 2011, pág. 208). Agrega el mismo autor que en la historia moderna ninguna otra nación cambió tan drásticamente su sociedad, sus costumbres, prácticas económicas, y estructura política para crear una Estado moderno como Japón; aunque agrega que esto se dio sin que perdiera su identidad cultural en el proceso (Legorreta, Omar en Tanaka (Comp.), 2011, pág. 186).

Otros autores como Hajime Tanabe, con diferentes matices pero coincidiendo en esta asimilación cultural, explican al Japón de la era Meiji como una mezcla antigua de budismo y confucianismo, en convi-vencia y asimilación con la cultura técnica y científica de Occidente (Hei-sig, et al., 2016, pag.1049). Heisig, Maraldo y otros, también comentan que lo que se presenta en Japón en la primera mitad del siglo XX se pa-rece más a un caleidoscopio de fuentes orientales y occidentales dando tumbos y reflejándose de una u otra manera sobre las cuestiones que han marcado la búsqueda de la sabiduría durante siglos (Heisig, et al., 2016, pag. 823).

5 Entre los más populares y fervientes occidentalitas de la época estaba Fukuzawa Yukichi (1835-1901), quien llegó a opinar en 1885 que Japón debería “abandonar Asia” culturalmente y distanciarse de sus vecinos más atrasados. “Es mejor que dejemos las filas de las naciones asiáticas y echemos nuestra suerte con las naciones civilizadas de Occidente”, escribió Fukuzawa. H. M. Hopper, Fukuzawa Yukichi :From Samurai to Capi-talist, Pearson Longman, Nueva York, 2005, pp.121-122, en (Holcombe, 2016, p. 291).

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En su diversidad, las diferentes opiniones nos hablan de un encuen-tro-choque-asimilación de civilizaciones, de un proceso no agotado donde a pesar del gran cambio que vive Japón en las postrimerías del siglo XIX y primera mitad del siglo XX, aparece de manera constante la identidad de una civilización milenaria, de una región asiática rica en contenido cultural, en un dialogo con las civilizaciones desarrolladas del momento, que ahora vemos con claridad que se ha prolongado hasta nuestros días. Apreciamos también la presencia de dos visiones que a la fecha siguen dando tumbos, en un reacomodo que no acaba de con-cluir y que por el contrario, en la primera mitad del siglo XXI parece más vivo que nunca ante el ascenso de China y sus características asiáticas a la escena global.

Japón en su contacto-choque-fusión con Occidente no se presenta solo. Junto con él asiste toda la producción cultural que la región del Este de Asia había generado los dos o tres milenios antes de este primer encuentro. De manera especial, a su interlocución se agrega toda la in-fluencia de la poderosa cultura China, de la que Japón junto con Corea y los demás países de la zona desde siempre fueron beneficiados.6

Desde el 404, por ejemplo, (la tradición señala 284), a través de Corea recibe las ideas políticas y sociales de un confucianismo que poco a poco se va sumando al andamiaje de una etnicidad nipona en cons-trucción que a la postre se convertiría en el tronco del árbol. Al respecto comenta Smith que la primera prueba que se tiene sobre la utilización y adopción de las prácticas confucianas sobre ética y principios políticos es cuando el Príncipe Sho

_ toku (572-621) promulgó la famosa consti-

tución de los “Diecisiete Artículos” en 604, en la cual el confucianismo jugó un papel central sobre la organización vertical del poder y los debe-res del pueblo con el soberano. Que está tendencia de adoptar la línea

6 Estas paradojas insinúan que también China fue diversa en otros tiempos, como lo siguen siendo las restantes naciones muy pobladas. China solo se diferencia en que fue unificada mucho antes. Su «chinificación» supuso la homogeneización drástica de una inmensa región en un antiguo crisol de pueblos, la población china del Asia sudoriental tropical y una masiva influencia en Japón, Corea e incluso posiblemente en India. Así pues, la historia de China constituye la clave de toda la historia de Asia Oriental (Dia-mond, 2010, p. 371).

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confuciana para su organización caracterizó la actitud japonesa desde los primeros tiempos (Smith, 1959, p. 6).

El pensamiento confucianista ha sido parte de la realidad política y social del país del sol naciente a lo largo de su historia. A partir de su documento fundacional, la constitución de Sho

_ toku ya aceptaba en su

artículo segundo las formas del poder vertical de naturaleza confuciana y la moral como elemento fundamental del Estado. Que los superiores actúen y que los inferiores obedezcan, que se respete el rito, la justicia, la confianza, la armonía. Que se castigue la maldad, la injusticia, son criterios de un documento central de la historia de Japón marcado por influencias confucianas. En la época de los Shogunatos, en especial en la era Tokugawa, el confucianismo bajo la reinterpretación principal de Zhu Xi y Wang Yangming, vive una etapa de especial reconocimiento en la vida social y política del país ayudando a orientar el orden familiar, al gobierno e incluso a las clases militares (Samuráis). En esta etapa po-lítica, como en China, se pedía que los niños respetaran a sus padres, los sirvientes a sus maestros, las esposas a sus maridos; los hermanos y hermanas que vivan en armonía; que el joven respete al mayor, que la gente se comporte rectamente. Toda una tradición filosófica confu-ciana puede rastrearse a lo largo de la construcción del relato japonés. Fujiwara Seika, Nakae To

_ ju, Yamasaki Ansai, Asami Keisai, Ogyu

_ Sorai,

Baien y Sontoku, son algunos de los pensadores confucianos japoneses relevantes de la era Tokugawa.7

7 El debate sobre el confucianismo tiene dos milenios y medio. Con las novedades e inquietudes de cada momento se polemiza de manera periódica sobre su existencia, su naturaleza, su contenido, sus alcances, etc. En pleno siglo XXI el confucianismo no pierde esta vigencia y su realidad, defectos y atributos siguen siendo parte de una dis-cusión entre Occidente y Asia del Este, entre los diferentes países del Asia oriental e incluso dentro de la propia China. En el caso de Japón, como ya se señaló, el confucia-nismo se introduce al país desde los primeros siglos de la nueva era, “junto con la inser-ción del lenguaje chino escrito”. “Con el paso del tiempo, las nociones confucianas tuvieron una influencia decisiva en una parte significativa de la cultura japonesa, inclui-dos los nombres imperiales, los títulos de poder y el primer intento de articular una es-tructura constitucional para el orden político”. Con la expansión del neo confucianismo, especialmente a partir de la sistematización de Zhu Xi (1130-1200), el confucianismo vivió un segundo auge en el país nipón ante la subordinación del budismo durante la Dinastía Song. Al propio tiempo, el dominio Tokugawa a partir de 1600 permitió el de-

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sarrollo de una base cultural para que se diera el siglo de oro de la filosofía confuciana en Japón. “Durante este periodo, los filósofos confucianos fueron frecuentemente res-paldados por los miembros de la élite Samurái o ya eran parte de la clase guerrera. Pero aún durante esta era de divisiones hereditarias entre los samuráis, los campesinos, los artesanos y los mercaderes… los filósofos confucianos se dirigían al mundo desde una perspectiva inclusiva y que a priori tenía como intención no tanto omitir o marginalizar, sino más bien comprender holísticamente”. La clara influencia del confucianismo en Japón, a pesar del destierro que intenta la era Meiji, se refleja en la primera construcción de la palabra “filosofía” que surge en este periodo, al formarse con un neologismo que incluía “distinciones sutiles” derivadas del confucianismo antiguo y moderno. “Sin em-bargo, mucho más influyente que el hecho de que la nueva palabra “Tetsugaku” cata-pultase el confucianismo a la vanguardia de la filosofía japonesa, fue la impresionante obra producida por el primer japonés que obtuvo un puesto académico en el área de filosofía en la Universidad Imperial de Tokio, Inoue Tetsujiro (1855-1944). Inoue identi-ficó dentro de la filosofía japonesa tradicional diversas escuelas del confucianismo japo-nés temprano. En su monumental trilogía, Inoue revela que mucho antes de que la filosofía occidental hubiese llegado a Japón, los pensadores confucianos de la era Toku-gawa (1600-1868) produjeron un copioso volumen de literatura filosófica. “Los estu-dios de Inoue persuadieron a muchos japoneses y eruditos occidentales de que el confucianismo había sido un elemento de vital importancia dentro de la tradición japo-nesa” (Heisig, Kasulis y otros, pp. 315-317). Sin embargo, el confucianismo y su influen-cia en Japón sigue a debate con las categorías y los cambios inherentes al siglo XXI. Novedosos autores como Kang Xiaoguang, Jiang Qing o Kiri Paramore, estructuran nue-vas confrontaciones y realidades frente al “leninismo del Partido Comunista Chino”, en su comparativo con China; como el laissez faire, laissez passer neoliberal o el naciona-lismo cultural conservador, entre otros. Nuevos movimientos confucianos en Taiwán, Hong Kong, Singapur, China, etc., son parte de un debate interminable. En el caso de Japón, desde la era Meiji y la segunda parte del siglo XX, el tema ha tratado de ser rele-gado ante la construcción de una historia cultural única, llegando incluso de manera generalizada a ser parte de un tabú en los medios intelectuales y políticos. No obstante, académicos como Abe Yoshio, Watanabe Hiroshi, Kojima Yasunori, etc., son parte de una nueva ola de especialistas sobre el estudio del confucianismo en Japón y el resto de Asia. Aunque junto con ellos, académicos como Yonaha Jun (El Significado de Ja-pón), académico de gran brillo y respeto en el Japón de hoy, de manera irreverente y erudita reconstruye el paso histórico del confucianismo en Japón como parte de un evento huntingtoneano de choque de civilizaciones entre la civilización china y la civili-zación japonesa, en el marco hipotético de los acuerdos de Westfalia. Maruyama Masao,

Sin embargo en el siglo XVIII y sobre todo en el XIX, la necesidad de contar con un nacionalismo fuerte ante las amenazas externas en

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por su parte, a partir de 1945 inspira la “regla Maruyama”, la cual consiste en hablar del confucianismo evitando mencionar su nombre. Actualmente, como señala Paramore, del tabú de hablar de las formas culturales compartidas en el Este de Asia, se ha transi-tado a una limitación del tema derivada de los retos que ambos países enfrentan en el siglo XXI (Paramore, 2016, pp.173-182). La intención de este trabajo está lejos de pre-tender abundar en un tema de idiosincrasias y rivalidades regionales. Busca más bien encontrar claves que permitan desde una óptica occidental establecer las constantes de la construcción del poder de una región vasta en producción civilizatoria, cuyas estrate-gias han derivado en políticas comunes de naturaleza económica que las han catapulta-do a ser las naciones con mayor desarrollo y mejora social de una sociedad global que no se presenta con los mismos resultados. En este sentido, como ya se subrayó, las lí-neas políticas y económicas de Japón en los siglos XIX y XX resultan por demás sugeren-tes para entender las estrategias seguidas por la mayoría de los países de la zona en el siglo XX y XXI. Incluso la política económica de Japón de postguerra, se presenta como una prolongación de lo intentado a partir de 1868. Desde luego la imposición militar y hegemónica de Estados Unidos a partir de 1945 cambia de manera forzada el análisis, aunque en el terreno económico el poder del Estado Desarrollador japonés nunca se mostró vencido y al contrario, perfeccionó su participación para lograr su segundo mila-gro económico. También resulta claro que en la primera mitad del siglo XXI, ante el de-sarrollo económico logrado (40 mil dólares pércapita, 2018) y después de siglo y medio de convivir de manera estrecha con Occidente, el tema de Japón no puede tratarse bajo la misma línea de análisis. Sin embargo, basta estar en Japón y ver el permanente com-promiso entre política y economía, sentir su neo nacionalismo, la vigencia de los valores asiáticos, etc., para establecer que una ontología sintoísta, confuciana y budista conviven de manera preponderante sobre una cultura occidental. El tema del resultado del mes-tizaje “euroasiático” de Japón y Hong Kong, por ejemplo, son una asignatura pendiente en este tiempo de cambio de eras. Mientras tanto el debate sobre el confucianismo seguirá abierto en Asia del Este para establecer si ha sido un nacionalismo xenofóbico, si ha solapado un conservadurismo radical, si ha prohijado los fascismos nacionalis- tas, si ha sido un obstáculo para la promoción de la diversidad, del pensamiento crítico, del activismo crítico, etc., o si ha sido una pieza clave de un modelo socio político que ha contribuido a sostener tanto la vigencia de la civilización de Asia del Este por dos milenios, como su hegemonía económica mundial por el 90% de esa vigencia. Mientras se resuelven de manera suficiente estos enigmas asiáticos, Confucio sigue enseñando que “en la naturaleza del cielo y de la tierra, el hombre es la más digna de todas las criaturas; de la conducta de los humanos, ninguna es tan grande (moralmente) como la piedad filial”. Que la piedad filial incluye cinco relaciones básicas de naturaleza familiar,

ebullición, junto con la decadencia de la figura del shogunato, da lugar a un tiempo llamado de “Estudios Nacionales” donde se practica la re-

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social y política: padre e hijo, esposo y esposa, hermano mayor y hermano menor, so-berano y súbdito, amigo y amigo, las cuales aún son parte fundamental de la sociedad y el Estado asiático. A lo anterior Flora Botton nos dice que en estudios recientes en China (agregaríamos a Japón y a otras naciones del Este de Asia), resulta “importante la sobrevivencia de actitudes confucianas, que ponen énfasis sobre el deber hacia los pa-dres, la armonía y el bien común que hacen ver a la familia como centro de apoyo emocional y material en épocas de crisis. -y que- A pesar de las opiniones divergentes existe consenso entre los estudiosos de que los lazos entre los miembros de la familia permanecen vivos y fuertes (Botton Beja, 2019, p. 367).

construcción de un relato propio a través de la veneración del pasado, la cual lleva a que en 1890 se declarara dentro de la inauguración de la restauración Meiji al sintoísmo como la ideología nacional del Estado, a lo cual podría sumarse que en 1940 el Primer Ministro Fumimaro tam-bién lo reconoce como la única religión del país.

No obstante, a pesar de este hecho importante de la identidad japo-nesa, en plena época Meiji el Ministro de Educación Fukuoka Takachika no puede evitar declarar a pesar de la nueva ideología sintoísta, que “en materia de disciplina nosotros debemos promover el único pensamien-to moral de este imperio, que se refiere al seguimiento de las doctrinas del confucianismo” (Smith, 1959, p. 47). Sin desatender la importancia que guarda el sintoísmo para la vida política y social de Japón, como reconoce Smith, el nacionalismo sintoísta y el confucianismo se comuni-can y se consultan desde su nacimiento de manera permanente, a partir de una ética confuciana de valores comunes y de un orden político y social de naturaleza vertical en todos los niveles. De un principio con-fuciano de piedad filial como punto de partida para organizar al Estado y la máxima lealtad y devoción al Emperador, como el poder central establecido (Smith, 1959, p. 237).

La visión confuciana de la construcción del poder que comparten bajo su propia circunstancia tanto China como Japón, parte como ya se dijo de la idea de un Estado fuerte, poderoso, sin limitaciones, operan-do bajo un verticalismo del poder basado en el principio de la piedad

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filial.8 Bajo esta idea central convergen bajo diversas formas, pero con la misma esencia, la mayoría de los estados antiguos de Asia del Este. Por ello, lo que enfrenta, lo que choca con el orden político occidental en ese primer encuentro del siglo XIX no es solo la idiosincrasia de una nación que en lo industrial debatía sus fortalezas y debilidades políticas y económicas con el poder del momento, sino que en lo general era la suma del acervo civilizatorio de toda una región que en este primer mo-mento tuvo que reacomodar su realidad para preservar sus intereses y su futuro, pero que no claudicó de su etnicidad, de su cultura, ni renun-cio desde ese momento a la importancia de su papel en la nueva era global. Como lo declarara en 1905 el periodista Tokutomi Shoho cuan-do la flota japonesa derrotó en el estrecho de Tsushima a la fuerza naval rusa, “Nosotros hemos destruido el mito de inferioridad de las razas no blancas. Con nuestro poder estamos forzando nuestra aceptación como miembros de las grandes potencias mundiales” (Mishra, 2012, pag. 3).

8 Ahora los líderes de la corte japonesa estaban tratando conscientemente de con-struir un poderoso Estado centralizado, algo parecido al modelo utilizado por China en las dinastías Sui y Tang. Los monjes japoneses que habían sido enviados a China pa- ra estudiar, junto con las primeras misiones diplomáticas, comenzaron a regresar a casa en la década de 630, trayendo consigo conocimiento directo de las condiciones

imperantes en la dinastía Tang. En torno al príncipe Naka no O_ e (quién gobernó más

tarde como el emperador Tenji, r. 662-671), se formó una coalición con algunos de los maestros que habían estudiado en China y éstos fueron guiados por un hombre llamado Nakatomi Kamatari (614-669). De acuerdo con la tradición, Nakatomi Kamatari avaluó con sumo cuidado las habilidades de todos los príncipes reales y determinó que

Naka no O_ e era la persona más adecuada para llevar a cabo su anhelado proyecto de

establecer un gobierno centralizado. (Holcombe, 2016, p. 155). Los esfuerzos por fortalecer el Estado japonés en este momento de crisis incluyeron

una acelerada adopción de las instituciones imperiales de corte chino, que entonces constituían simplemente el modelo administrativo más impresionante que existía, y el cual es probable que se haya introducido sobre todo de manera indirecta en esta época a través de la mediación de Silla, en Corea, más que directamente a través de la China de la dinastía Tang. H.Ooms, Imperial Politics and Symbolic in Ancient Japan: The Tenmu Dynasty, 650-800, University of Hawai’i Press, Honolulu, 2009, p. 51 en (Holcombe, 2016, págs. 156, 157).

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• EL CAMBIO ECONÓMICO Y LA ETNICIDAD

El Estado asiático- el Estado chino como fundador del modelo pero en este caso el Estado japonés como país tributario- en su acepción política y económica nacen juntos, aprenden juntos, viven juntos y son consustanciales en su origen. De igual modo, sus atribuciones econó-micas esenciales nacen en el mismo parto a manera de modalidades primarias que poco han variado, porque son parte de la construcción de un poder que se pensó como un padre responsable para satisfacer las necesidades materiales y económicas de su pueblo; de un pueblo educado no a tener, sino a ser, en la frugalidad de su moralismo con-fuciano. De un padre (Estado) imperial unipersonal, que no está acos-tumbrado a compartir su poder ni su responsabilidad porque nunca lo ha hecho. Porque nunca ha estado sujeto a limitaciones (checks and balances); que está acostumbrado desde siempre a actuar de manera autoritaria, bajo la responsabilidad moral y virtuosa de su origen, sujeto al resultado de la satisfacción de sus gobernados (hijos). A organizar-se de manera vertical como un padre a su familia, con una sola voz y mando de arriba hacia abajo, donde prevalece la lealtad ilimitada de cada uno de los miembros de la familia hacia su gobernante (Estado), en una relación vertical sin atisbos democráticos reales, porque nunca han sido parte de su cosmogonía de Estado. De un Estado que para garantizar sus buenos resultados se rodea de una organización civil de carrera milenaria, meritocratica, de un gobierno de los mejores; dinámi-ca, actualizada, disciplinada y pragmática, como un ejército burocrático que por milenios administró primero la tierra, el siglo pasado la industria y ahora los servicios de la inteligencia.9

9 En su artículo “Formación y desarrollo del capitalismo en la modernización del Este de Asia”, Kyong Dong Kim comenta que a pesar de no intentar meterse en el rol cultural del desarrollo económico de Japón, China y Corea a partir de la Segunda Guerra Mundial, el foco de su análisis lo lleva en su descripción al papel que jugó el Estado en el proceso del desarrollo capitalista de esos tres países. Que su investigación reconoce que existe un antecedente en este sentido desde el siglo XIX, que se va desarrollando con diferentes características en cada uno de estos países. Sin embargo, en los tres se da una influencia confuciana que traducida en el papel desempeñado por el Estado con sus actores económicos privados, contribuye a sus impresionantes resultados económi-cos de su periodo respectivo, a lo cual sin precisarlo, no deja de señalarlo como un

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En el terreno económico Japón, como la región de Asia del Este en su conjunto, desde un principio reconocieron que la diferencia principal con Occidente era el grado de desarrollo industrial entre unas y otras. Que el poder de las potencias militares emanaba de una revolución industrial a la cual no habían asistido y que ahora la forma de alcanzar y luego competir con estas naciones era generar un desarrollo industrial acelerado propio.

En una era donde el liberalismo de mercado se imponía militarmen-te en toda Asia, la articulación de la respuesta política y sobre ella la estrategia económica llevada a cabo por Japón en el siglo XIX es lo que puede definirse como el antecedente más relevante del ahora exitoso modelo asiático de desarrollo o “Estado Desarrollador” como lo calificó Chalmers Johnson en el siglo XX.

En los ochenta del siglo pasado, bajo la nueva cauda de éxitos eco-nómicos de Japón y ante la observación de los atributos de un modelo asiático con características propias, Johnson declaraba con sensibilidad que “El Estado Desarrollador existe y está en el proceso de cambiar el balance del poder mundial, ya sea que lo reconozca o no, el establish-ment académico y periodístico angloamericano” (Woo-Cumings, 1999, p. 33). Al respecto Francks, sobre las características propuestas agregaba “En el mundo de Asia del Este que describe (Chalmers) Johnson, las elites gobernantes y los ministerios económicos estratégicos despliegan todo el arsenal que está a su disposición como normas, regulaciones, subsidios, protección comercial, restricciones a la inversión extranjera, para guiar a sus empresas nacionales en dirección al desarrollo que ellos estimaran necesario” (Franks, 2015, p. 17).

Este compromiso del Estado asiático con su economía y con sus resultados, tanto en China como en Japón, Corea, etc., lo ha practicado desde siempre y va mucho más allá de escoger ganadores (Picking Win-ners) o administrar fallas del mercado (market failures). La idea de un Estado interventor responsable de la suerte de sus súbditos, nace con Confucio y sus seguidores y se implementa bajo diferentes circunstan-cias a lo largo de dos milenios. La creación del primer Estado moderno

“capitalismo confuciano” del Este de Asia (Hyun-Chin Lim, Jan Nevederveen Pieterse, Suk-Man Hwang, 2018).

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por parte de China desde el siglo III a. C. y su influencia tributaria con toda su zona de influencia es lo que determina la naturaleza política y económica de un Estado asiático que siempre tuvo un compromiso con su economía y sus gobernados. La interpretación acertada que ofrece Johnson para el Japón del siglo XX, encuentra su origen en la etnicidad milenaria de una región que a través de esta característica ha sabido detentar el liderazgo económico del 90% del tiempo moderno de la humanidad.

Japón frente a su reto económico, construyó una respuesta política de forma occidental pero de naturaleza asiática, donde el poder del emperador y su equipo de restauración no tuvieron limites para la or-denación del aparato del Estado de 1868 a 1926 con los emperadores Mutsuhito y Yoshihito; e incluso, aunque bajo un esquema diferente, durante la democracia Taisho y el Régimen de Guerra (1931-1945). A partir de 1945 repite la estrategia económica bajo la circunstancia americana.

El resultado de ello, en materia política, fue un parlamentarismo ja-ponés con características asiáticas o un Absolutismo Meiji con particu-laridades occidentales, del cual nació un modelo económico- industrial japonés que en el tiempo se convirtió en el modelo asiático de desa-rrollo, el cual, del siglo XIX al XXI lo han repetido bajo sus propias condi-ciones Taiwán, Corea, Malasia, Hong Kong, Singapur, etc., y de manera especial la República Popular China.

En materia económica la Dinastía Meiji construyó toda una estructu-ra que ha sido catalogada por algunos especialistas como Sui géneris (Flath, 2014). El capitalismo japonés-subraya Martínez Legorreta-no se desarrolló como un capitalismo estatal ni tampoco como el resultado de la empresa privada, sino como una mezcla de ambos (Legorreta Omar, en Tanaka (Comp.), 2013, pág. 208).En los setenta del siglo XX, durante la apertura China, Deng Xiaoping traduciría lo anterior señalando que “Actualmente hay dos modelos de desarrollo productivo. En la medida que cada uno de ellos sirva a nuestros propósitos, nosotros haremos uso de él. Si el socialismo nos es útil, las medidas serán socialistas; si el capitalismo nos es útil las medidas serán capitalistas” “No existen con-tradicciones fundamentales –resumía Deng de manera pragmática– en-tre el socialismo y la economía de mercado” (Oropeza, 2008, p. 450).

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Tampoco las hubo entre el capitalismo liberal de la era Meiji y el nuevo Estado Desarrollador japonés.

El pragmatismo económico en Occidente lo inaugura Japón junto a su entrada al orden liberal de su tiempo en un afán de integrarse al círculo de ganadores, pero sin obviar su ADN asiático, más como una parte consubstancial del mismo que como una estrategia deliberada del momento. De este modo, la administración Meiji construye un po-der político-jurídico a modo de formas occidentales, pero centralista en su ejecución. En lo económico, este mismo poder, reflejado ahora en la imagen de un Estado Desarrollador Moderno dirige la industria-lización del país empezando por la nueva infraestructura, banca, telé-grafo, ferrocarriles, sistema monetario, etc. al propio tiempo que asume de inmediato el papel de siempre, de ser un Estado proteccionista, inyectando capital al sector privado, creando empresas, promoviendo empresas públicas y privadas, abasteciendo con ventaja el suministro de insumos, materias primas y distribuyendo en general todo tipo de estímulos, subsidios, o protección que contribuyera a la conformación de una economía industrial que pudiera competir y ganar con las em-presas occidentales.

Su relación con el sector privado, sin importar su tamaño, es de sumisión y dependencia, al propio tiempo que de oportunidad de ma-nejar políticamente a una clase samurái desplazada, que en el nuevo orden económico y político encuentra un lugar al frente de las nuevas empresas del Estado. Esta característica de Japón es la que explica en gran medida el nacimiento de los zaibatsus10 o grandes conglomerados económicos del país, a los cuales por razones estratégicas y políticas el imperio les proporciona un apoyo desmedido en sectores estratégicos, creando campeones mundiales en la industria pesada, en la de bienes de capital, automotriz, etc..Empresas y familias como Mitsui, Mitsubishi, Sumitomo, Kawasaki, etc., son todavía ejemplo de esta política que vie-ne del siglo XIX. Esta relación Estado- sector privado, por la naturaleza de su origen, genera un motor del desarrollo diferenciado no fácil de entender en otras regiones del mundo, pero que implican en síntesis,

10 En Corea esta figura dará lugar a la creación de los chaebols industriales después del fin de la guerra de 1950, y en China se desbordará con las grandes empresas de Estado o SOES, así como la creación de zonas económicas especiales.

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desde siempre, el compromiso por parte del Estado con su desarrollo económico y sobre todo con sus resultados. Esta estrategia económica que da inicio en Japón en su versión moderna desde la restauración, continúa hoy en día con las modulaciones del caso. “Aun cuando el pro-ceso de industrialización se cumplió y llevó a Japón a una nueva etapa de desarrollo” Legorreta Omar, en Tanaka (Comp.), 2011, pág. 229).

A las circunstancias asiáticas se les ha tratado de diferenciar desde siempre. En algunos casos se habla de “Orientación administrativa ja-ponesa” (Woo- Cumings en Aoki (comp), 2000, p. 434); en otras del “espíritu Samurái” (Francks, 2015), etc, lo cual nos habla que desde su incorporación las diferencias japonesas-asiáticas ya demandaban una distinción dentro del análisis económico-político occidental. A lo anterior puede añadirse el sentido de respeto y lealtad de los obreros, emplea-dos y funcionarios japoneses, que impactó y sigue impactando a Occi-dente y que ahora podría generalizarse hacia la mayoría de los países del Este asiático inspirados más en el nacionalismo, la lealtad y el merito que en las utilidades. A lo anterior Francks fundamenta “Sobre el éxito logrado en las nuevas empresas- japonesas- debe destacarse en primer lugar un compromiso patriótico y de responsabilidad social, más que una acumulación privada de la riqueza. Un fenómeno no conocido- en Occidente- pero fiel a una tradición confuciana y a una sociedad todavía en contacto con su pasado feudal” (Francks, 2015, p. 57).

La aportación que hace Japón a la región del Este Asiático es un fenómeno de la mayor relevancia cuyas consecuencias se siguen es-parciendo en tal magnitud, que se identifican ahora como una de las causas principales del cambio del centro económico del Atlántico al Pacífico. Sin embargo, la interpretación del éxito económico de la asimi-lación japonesa con Occidente tanto en el siglo XIX como en el siglo XX sigue siendo un tema controvertido que se discute periódicamente pero que no acaba de resolverse.

La corriente occidental predominante (Banco Mundial, Fondo Mone-tario Internacional, 1991, etc.) sigue explicando el éxito económico Meiji y su réplica a partir de la segunda mitad del siglo XX, como resultado de la adopción del modelo de economía abierta y de libre mercado, agregando en el aspecto político su adopción del Estado de Derecho y modelo democrático, o sea el Western Model. Otra corriente importante

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asume el éxito japonés a partir de la adopción de las enseñanzas occi-dentales de teóricos como Hamilton, Thomas Jefferson, Bismarck, etc., o de especialistas económicos como Lizt, Smith, etc., los cuales la moti-varon a la adopción de un modelo desarrollista industrial para después comportarse como una economía de mercado. Stiglitz y Wolfson por su lado, destacan en primer lugar algunas de las contribuciones propias del “milagro del Este asiático”, entre otras: el logro de un mejor funciona-miento de la sociedad; la flexibilidad de las políticas públicas; la relación entre el Estado y los mercados; la acumulación de capital físico y huma-no; modificaciones de la asignación de los recursos; apoyo oficial a la in-versión, etc. Pero no convencidos del todo de sus propias conclusiones comentan “Quizás el verdadero milagro del Este asiático haya sido polí-tico más que económico ¿Por qué -se pregunta sin responder- empren-dieron los gobiernos estas políticas?.¿Por qué los políticos o funcionarios no las tergiversaron en beneficio personal? -agregando- también en este punto la experiencia del Este asiático tiene muchas enseñanzas para compartirnos, en lo particular en lo tocante al uso de los incentivos y del diseño del sector público tendiente a encontrar la eficiencia y reducir la posibilidad de la corrupción” (Stiglitz, Wolfson, 1997, p. 347).

Otra corriente conocida como “Análisis Institucional Comparado” (World Bank, 1993), se presenta como una alternativa que rompe con el reduccionismo economicista sobre la procedencia o grado de partici-pación de la ecuación Estado- Mercado. Esta postura muestra un avance al incluir el estudio del comportamiento científico de ambas teorías, pero al señalar que “… el crecimiento económico de Asia Oriental no está culturalmente determinado, sino que ha surgido de un contexto re-gional particular de desarrollo tardío, un lugar particular llamado Noreste Asiático en un momento particular llamado guerra fría” (Woo- Cumings en Aoki (comp), 2000, p. 434)primero, como el resto de las teorías, desconocen a la región como cuna de las civilizaciones vigentes más antiguas del planeta y segundo, obvian la influencia de China, desde siempre,como el centro cultural -civilizatorio de una zona tributaria po-derosa y compleja, ante la seducción de un positivismo económico que se niega a analizar la influencia ontológica de una región milenariamen-te vigente, que las diferencias entre Estado y Mercado las debatió filosó-

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ficamente hace más de 2000 años y que su Estado Moral y Vertical sin limitaciones también lo decidieron siglos atrás.11

Japón irrumpe a la escena global y con sus características asiáticas logra hacerse imperio y nación desarrollada de 1870 a 1949. De 1950 a 1990, Japón repite la experiencia y ajustando lo ajustable, vuelve a colocarse como la segunda potencia económica hasta fines del siglo XX. Taiwán, Corea, Hong Kong, Singapur, etc. siguen el modelo asiático de desarrollo mostrado por Japón y en una mezcla afortunada de Estado- Mercado (Estado desarrollista asiático) consiguen el éxito económico. A partir de 1978, una China en banca rota, emulando la experiencia regio-nal ganadora, con características chinas y 900 millones de seres huma-nos se coloca a partir de 2010 como la segunda economía del mundo.

El modelo asiático de desarrollo existe y las categorías occidentales no terminan de descifrarlo.

Será importante, primero, que Occidente acepte que existe una cul-tura diferente a la suya con dimensiones históricas vigentes. Que a las categorías occidentales en debate: Estado- Mercado, Asia del Este les imprime otra interpretación y resultado. Que la dimensión del Estado Moderno asiático con 2200 años de antigüedad, es una entidad llena de contenidos, muchos de ellos con una ontología alejada de la idea occidental. Que Japón es una cultura individual al propio tiempo que tributaria, igual que Corea, Taiwán, Singapur, etc., y por lo tanto el aná-lisis de categorías para descifrar al modelo japonés o modelo asiático de desarrollo no es suficiente que parta de la mitad del siglo XX o de la restauración de la Dinastía Meiji, ni tampoco del siglo VII de la Cons-titución de Sho

_ toku. Es menester acudir a los debates por el Estado y

sus funciones del siglo V al I a. C., sucedidos en China; a las ideas y los escritos de Confucio, Mencio, Lao Tse, Zhu Xi, etc., para entender el

11 Asia es una. La cordillera del Himalaya separa, solo para destacarlas, dos grandes civilizaciones: por un lado, la china del comunitarismo confuciano, y por el otro, la india del individualismo védico, Sin embargo, ni siquiera las barreras nevadas pueden detener esa gran expansión de amor por lo definitivo y lo universal que constituyen el legado y el pensamiento comunes de los pueblos de Asia, que han posibilitado la gestación de todas las grandes religiones del mundo y que además los diferencia de los pueblos marítimos del Mediterráneo y del Báltico, que adoran concentrarse en lo particular y en la búsqueda del significado de la vida, y no en su propósito (Okakura, 2018, p. 39).

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verticalismo asiático y sus formas de construcción del poder y su partici-pación directa, desde siempre, en el desarrollo económico. A la piedad filial confuciana y su cultura ancestral al respeto al poder y a los valores sociales; a su forma de crear burocracias aristocráticas desde hace 2000 años y a su apego a una sociedad orientada al Estado de la Moral y no al Estado de Derecho.

¿Estado intervencionista eficaz?, ¿Capitalismo burocrático?, ¿Absolu-tismo Meiji?, ¿Paternalismo autocrático?, ¿Estado centralizado?, ¿Estado Desarrollista?, ¿Socialismo de Mercado?, ¿Democracia y Estado de De-recho con características asiáticas? ¿Una formula de Estado ancestral vigente en permanente movimiento? He ahí el reto.

D. REFLEXIONES FINALES

Actualmente Occidente se sigue preguntando que ha pasado con esa etapa sin dudas dominada por él, en la que en el marco de una fuerza sin obstáculos descubrió nuevos continentes, le dio la vuelta al mundo, inauguró una Revolución Industrial, conquistó los grandes imperios de su tiempo y en el siglo XX, en el ámbito de una contienda global, instau-ró una nueva institucionalidad para un futuro que se pensó intermina-ble. El fin de la historia, se dijo, en una conversación íntima donde todo funcionaba bien, donde todo estaba bajo control y adivinaba un siglo XXI de hegemonía occidental.

Toda esta percepción cambió y en un laberinto con muchas dudas y pocas respuestas, Occidente observa con preocupación cómo avanza una transformación global donde poco a poco va perdiendo su control y su dominio y camina de manera inexorable hacia una nueva normali-dad que no sabe cuál es pero en la que aparece la presencia progresiva de un actor asiático de mil caras, que de manera directa ya participa en los temas de su futuro y de su presente.

El estudio del fenómeno asiático en general, pero de Asia del Este en particular, desde su revelación moderna a cargo de los misioneros cristianos del siglo XVI y XVII12 ha padecido, en términos generales, de

12 Los jesuitas continuaron informando desde China en el siglo XVIII. La posición de los Padres en la Corte, entre los eruditos burócratas, y su calibre científico puedo haberse disminuido desde el siglo anterior. Varias descripciones del país, basadas en

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la ausencia de un análisis que este a la altura de la profundidad y rique-za de las diferentes civilizaciones que la habitan. Ignorancia, desprecio, olvido, supremacía, son algunas de las razones que al día de hoy han evitado que Occidente tenga una percepción más clara de sus contra-partes asiáticas.

Ante la pregunta hoy cada vez más repetida de si este será un siglo occidental o uno asiático, o euroasiático, la necesidad de contar con una relatoría más creíble de su encuentro moderno se convierte en una urgente necesidad si es que Occidente pretende salvaguardar los tér-minos de su futuro y abonar hacia la construcción de un nuevo orden más sustentable.

La vigencia de las civilizaciones de esta región asiática impiden las conclusiones apresuradas. Obviarlas no es opción si lo que se pretende es construir un relato solido de sus categorías políticas y en consecuen-cia de sus derivaciones económicas y sociales. Verlas también a la luz de los resultados de sus últimos lustros o años, se presenta como una trampa muy propicia al autoengaño. Finalmente, dividirlas, explorarlas únicamente en la línea de su individualidad, es olvidar la interrelación de una región que los dos últimos milenios operó, más allá de sus propias voluntades, como una cuenca cultural y civilizatoria de innumerables contagios.

Japón, en este sentido, surge como uno de los actores relevantes de Asia del Este que por más de dos mil años ha contribuido y ha participado en la producción civilizatoria de la región. Por ello, su papel en el escenario económico mundial en el siglo XIX no puede analizarse solo como una decisión atinada de la restauración del momento. De 1868 a 1945 el recorrido económico de Japón lleva con él una serie de atributos regionales propios y compartidos, que han operado con todo éxito dentro de una realidad política y económica occidental. De 1945 a 1990, en lo económico recupera la experiencia del siglo XIX y a pesar de su nueva realidad política, de 1946 a 1975 crece al 9.3 % anual pro-

viajes extensos a través de algunas provincias, se habían producido anteriormente, en particular los libros de Álvarez Semedo (1642) y Gabriel de Magalhães (1688). Sin embargo, no fue hasta la llegada de los primeros jesuitas franceses a Pekín en febrero de 1688, cuando la literatura sobre China comenzó a inundar el mercado europeo (Osterhammel, 2018, p. 115).

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medio y de 1976 a 1995 al 3.7% anual promedio, logrando ubicarse después de su derrota militar como la segunda economía del mundo.

Es cierto que para lograrlo Japón recurre técnicamente primero al Keynesianismo para la recuperación de la derrota; al Plan de Estabiliza-ción Económica del Ministro Tanzan; al periodo del Rápido Crecimiento de 1951 a 1960; al Plan para Doblar el Ingreso Nacional de 1961 a 1970; al Plan de Crecimiento Estable a partir de 1971, hasta la década de los noventa donde el país entra a una etapa de estancamiento que no ha podido superar. No obstante, durante la recuperación económica japonesa de la segunda parte del siglo XX la presencia nuevamente de un Estado Desarrollista de estilo asiático vuelve a hacerse presente.

Holcombe confirma lo anterior al identificar a Japón al igual que Jo-hnson, como el Estado Desarrollista original de Asia oriental, al que los propios japoneses calificaban en la década de los setenta como econo-mía de mercado orientada a la planificación. Holcombe al igual que muchos otros, recurre a nociones nativas de explicación al indicar que las altas tasas de ahorro con las que se financió buena parte del milagro japonés estaban relacionadas con la tesis controvertida de la cultura confuciana. Y aunque reconoce que esto es debatible, acepta como un “hecho que los altos índices de ahorro han sido una caracterís-tica común en toda la Asia Oriental moderna”. Y a manera de síntesis, a finales de los ochenta reconoce que “… el excepcional éxito económico japonés se debía precisamente a su carácter nacional único”. Aceptando la diferencia étnica del país, aunque obviando, como se repite en mu-chas ocasiones, su vinculación civilizatoria milenaria con el resto de su región (Holcombe, 2016, pp. 276 a 382).

La trayectoria política y económica seguida por Japón por más de siglo y medio, a pesar del tiempo transcurrido sigue siendo la piedra filosofal, el caso de estudio de un encuentro político-económico del cual Occidente no ha encontrado a la fecha la interpretación adecuada. Japón junto con China, en un sentido amplio, guardan la respuesta de la mejor identificación del Estado Desarrollista Asiático.

A pesar de la occidentalización de Japón en pleno siglo XXI, de su de-mocracia parlamentaria cuasi unipartidista con características asiáticas; de su neo nacionalismo sintoísta en lo político y de su estancamiento económico, si bien ha dejado de ser el mejor ejemplo de la aplicación del modelo asiático, a través de las hendiduras de su tiempo nuevo

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asoman en lo económico, lo político y lo social, la raigambre de una sociedad sintoísta, confuciana y budista.

Occidente, al inicio de la tercera década del siglo XXI y en el marco de una nueva era del Pacífico, tiene que decidir si los grandes contrastes económicos, políticos y sociales que prevalecen con los países del Asia del Este son resultado de una ecuación Jasperiana de la era axial, o sim-plemente son el desfase de dos regiones donde la parte conquistada está superando al maestro.13

Finalmente, estos dos mundos en coalición tendrán que asumir su responsabilidad de contribuir, a través de su mutua aceptación y reco-nocimiento, a que el siglo XXI sea un tiempo de todos.

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13 China es el terreno más fascinante, un sitio para explorar una civilización rica y complicada. Pero me atrajo el estudio de la lengua china por otra razón más espe-culativa. Debido a que el chino se encuentra fuera de los grandes grupos lingüísticos indoeuropeos y utiliza otra forma de escritura (ideográfica, no fonética), y porque la civilización china, que es una de las más antiguas (y se registró en los textos en etapas tempranas), se desarrolló sin ningún tipo de préstamo o influencia de Europa Occidental durante mucho tiempo, China presenta un estudio de caso a través del cual se puede contemplar el pensamiento occidental desde el exterior y, de esta manera, sacarnos de nuestro atavismo. No estoy afirmando que China sea totalmente extranjera, pero al menos es otra. Al principio, nada parece conciliar: fuera de su elemento, el pensamiento tiene dificultades para orientarse. Pero esa incomodidad presenta una oportunidad; esa desorientación puede ser benéfica. Cuando comencé a estudiar filosofía griega, tuve una extraña sensación debido a que esa forma de pensar me era familiar, nunca esperé conocerla (si es que logré identificarla). Tan diferente como es el pensamiento griego, todo lo que vincula a los occidentales implícitamente con el riesgo de evitar que veamos su originalidad, desde la medición de su inventiva. Para romper los lazos de parentesco, tendremos que romper con la familia. Por eso es necesario dar un paso atrás. Un dis-tanciamiento teórico es deseable, y esto es exactamente lo que ofrece China (Jullien, 2000, p. 9).

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La nueva Ruta de la Seda o el ascenso geopolítico de China

A. INTRODUCCIÓN

Desde que a principios de los ochenta, en el marco de su primera gran Reforma y Apertura hacia el exterior, Deng Xiaoping nos advirtiera que China seguiría como estrategia económica un experimento que no estaba en los libros, las voces occidentales que intentan una razonable interpretación del fenómeno asiático han vivido sin descanso, tratando de descifrar y llevar el paso de una China que desde hace cuatro déca-das no conoce el reposo. Desde entonces, aprendiz del proceso global y ahora convertida en líder de la globalización, impone su visión y su ritmo a un mundo occidental y periférico que no atina a descubrir lo que sigue.

La nueva iniciativa One Belt One Road (OBOR), o Belt and Road Ini-tiative (BRI), Una Integración, Un Camino en español; El Nuevo Camino de la Seda, etc.,1 constituye en los hechos la segunda gran apertura de China. Si en 1978 su salida fue al Pacífico, por ser un desdoblamiento natural hacia su fortaleza geográfica y del uso de la infraestructura que le había sobrevivido del colapso económico de su etapa comunista; el BRI, o su apertura hacia su eje contrario, o sea, hacia Asia Central, Asia Menor, Norte de África y los países fronterizos occidentales (más de 70 países), representa una medida audaz de innumerables interpretacio-nes sobre la que Occidente no acaba de acusar recibo, de construir una interpretación suficiente, o peor aún, de intentar elaborar una respuesta del tamaño del BRI.

1 El autor seguirá de manera preferente a lo largo de este ensayo la apelación BRI, en el marco de una lluvia de expresiones sobre el tema.

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¿El rescate de un proyecto milenario?; ¿una novedosa alternativa de comercio continental?; ¿ nueva integración o asociación regional?; ¿la construcción de un novedoso esquema geopolítico?; ¿un nuevo jugador del orden multilateral del comercio?; ¿una manera diferente de hacer comercio?; ¿adherentes contemporáneos del orden global establecido?; ¿los primeros andamios de un nuevo orden global desde el continente asiático?; ¿capítulos inéditos del choque China- Estados Unidos?; ¿un escalamiento más del choque de civilizaciones?; ¿emplazamiento chino hacia la confirmación de su liderazgo global hacia 2049?

No es exagerado suponer que la nueva estrategia BRI de China, ape-nas dibujada en el discurso que pronunciara Xi Jinping en el mes de septiembre de 2013 en Kazajistán , que luego la ratificara en Jakarta, Indonesia en el mes de octubre del mismo año, involucra de manera tácita o expresa las diferentes categorizaciones enunciadas en el párrafo anterior, las cuales intentan ser tan solo una pequeña muestra de lo que el mundo empieza a interpretar sobre el tema BRI, el cual se descubre poco a poco como una bola de nieve que a su paso rompe esquemas, teorías y paradigmas que apenas en la primera década del siglo se to-maban como inmutables; o peor aún, como es el caso de Asia Central, que de temas económicos antes intrascendentes, ocultos por la arena de los milenios, ahora a causa de China se asumen como estratégicos.

Con la propuesta BRI o el nuevo camino de la seda, con su relanza-miento, China le comunica al mundo sin ambajes su claro deseo de ser el líder global del siglo XXI en 2049, a los 100 años del triunfo de su revolución. Junto con ello, China hace pública su nueva estrategia para lograrlo, informando cada uno de los tres cambios estructurales imple-mentados para el efecto, a partir del ascenso de Xi Jinping al poder en 2012.

La primera de ellas consiste en la Reforma de su poder político, la cual fue operada en marzo de 2018 ante la promulgación de su Quinta Reforma Constitucional (1987, 1993,1997, 2004 y 2018). La segunda, consiste en la Reforma de su Estrategia Económica, ante la puesta en marcha de su Plan Made in China 2025, 2035 y 2045. Y la tercera que se refiera a su Reforma Geopolítica, ante el anuncio en 2013 de la nue-va ruta de la seda o la iniciativa global de asociación conocida como BRI.

A la China de fines de la segunda década del siglo XXI no puede vérsele únicamente a la luz de uno de estos tres cambios estructurales,

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por importante que sea cada uno de ellos; como tampoco opera ya el análisis tradicional de su primera apertura económica y política. Resul-ta necesario intentar una reflexión integral que busque la construcción de una nueva relatoría que describa cada una de estas tres grandes acciones; de manera especial, de su vinculación y sinergia respecto al objetivo último buscado por China que es llegar a ocupar el liderazgo hegemónico del siglo XXI.

Desde luego, todo este nuevo proyecto no puede asilarse de su mar-co referencial. Primero, el que corresponde a la puesta en marcha de una idea milenaria que da cuerpo al BRI, que se refiera a una figura em-blemática y épica del pasado –que es la Ruta de la Seda–. Y segundo, junto con la remoción de estas dunas histórico comerciales que habían permanecido ocultas por siglos, tampoco puede evitarse, aunque sea de manera referencial, analizar al BRI en medio del debate en ascenso entre un Oriente legendario (Asia del Este) y un Occidente declinante.

En la línea de estas preocupaciones, los apartados que siguen inten-tarán ser un primer acercamiento de la descripción y relevancia de lo que es el BRI o el Nuevo Camino de la Seda, y lo que podría representar en esta primera mitad de siglo.

B. BRI O UNA VUELTA AL ORIGEN

Para China, la civilización vigente más antigua del mundo, el BRI o el Nuevo Camino de la Seda significa el relanzamiento de una estrategia geopolítica que inauguró desde el año 138 a. C., cuando en el marco de su segunda dinastía, la Han, el emperador Wu Di encargó al Emba-jador Zhang Quian que se internara en su periferia oriental en busca de información, expansión y comercio, lo cual dio origen a la milenaria caravana de la seda.

En ese momento China venía de presumir la fundación del primer Estado moderno, en 221 a. C., ante el sometimiento de los siete esta-dos en guerra por parte del primer emperador Shi Huangdi, al mismo tiempo que inauguraba los primeros trabajos de la ahora muralla china, como defensa ante los bárbaros del norte.

Con el embajador Zhang, China intentó saber más sobre una re-gión desconocida y complicada ubicada entre enormes montañas y desiertos. El primer antecedente del camino de la seda duró 13 años,

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lleno de incertidumbres, riesgos y peligros. No obstante, el embajador Zhang hizo un segundo viaje que marcó un antecedente de interés y posibilidad que se repetiría con diversa imaginación e interés por alre-dedor de dos milenios.

El camino de la seda, en su origen, es un primer encuentro entre Occidente y Oriente a través de las presunciones, las mercancías y las especias. En el inicio del camino la contraparte occidental del segundo imperio chino era el imperio romano, el cual sabía desde Alejandro el Magno, que llegó a las riveras del Indo, que más allá de Antioquía (Siria) y de Persia (Irán), existían grandes reinos que nunca quiso explorar por no exponer la estabilidad del imperio. China hizo lo propio, a pesar de haber lanzado y protegido una caravana de la seda que le abrió comer-cio con pueblos lejanos y desconocidos; y a pesar de que se afirma que desde Tiberio (370 d.C) se conocían los vestidos de seda y que China sabía de Roma (el legendario Dagin), lo cierto es que los antiguos impe-rios de Occidente y Oriente no se conocieron;2 que los romanos creían que la seda crecía en los árboles y solo hasta 652 d. C, unos monjes nestorianos introdujeron a Europa capullos de gusano de seda escondi-dos en el interior de una caña de bambú (Polo Marco, 2014).

China se conformó con saber de Asia Central y Roma no quiso ver más allá de Antioquía, en un primer encuentro Oriente-Occidente don-de se supo del otro pero no hubo una voluntad política de expansión. Dentro de estas intuiciones, la caravana de la seda funcionó como un testigo del otro evidenciado por sus mercancías, que en el caso de China eran encabezadas por la seda y se multiplicaban en porcelana, maderas preciosas, metales preciosos, gemas, especias, animales, etc.

Desde luego el Soft Power chino desde entonces se hizo presente, como un arma estratégica de hacer negocios:

“Las palabras de los chinos fueron desde siempre suaves, sus conteni-dos siempre débiles. Con sus palabras suaves y sus contenidos débiles, así se dice, los chinos atraen a los pueblos que viven lejos…” (Inscripción en turco antiguo, Mongolia, Höllmann, 2015)

2 Decía Séneca “Estos trajes de seda son adquiridos a un enorme precio a pueblos que no son conocidos por su comercio: solo para que nuestras mujeres dejen ver de ellas tanto en público como a los adúlteros en el dormitorio” (Höllmann, 2015).

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Pero también la ruta de la seda fue una arteria abierta entre las civi-lizaciones de Oriente y Occidente, a través de la cual transitaron las religiones, los movimientos insurgentes, las invasiones, los esclavos, el oro, la plata, la guerra, etc. De igual modo, se abrió una ruta civilizatoria donde se filtró la cultura del otro, la cual tuvo una intermitencia deter-minada por el ciclo geopolítico del momento, de gran florecimiento, por ejemplo, en la era Han, pero dominada por los Kushans en el siglo III d. C. Relanzada con la dinastía Tang (618-907 d.C.) y defendida durante la Pax Mongólica (siglo XIV), colapsa junto con el imperio mongol. El surgimiento del imperio Otomano (1299-1922) vuelve a emplazar su operación y motiva la inauguración de una Ruta Marítima de la Seda que surge junto con la innovación de barcos e instrumentos chinos de los si-glos XIV y XV, y que partía desde Nan King (China), pasaba por el suroes-te de la India (Calcuta); y llegaba a Ormuz (mar de Arabia), y a Malindi, en la actual Kenia. Su expresión más audaz la tuvo en 1405 cuando se llegaron a fletar más de 300 barcos en los que se contaban 72 para el transporte de mercancías, sin embargo, por razones aún polémicas, los emperadores chinos Ming decidieron cancelar la ruta marítima, dejando solo tramos cortos, motivando el quiebre de su flota en un momento en que el mundo debatía su futuro geopolítico en los mares. En el siglo XIX la ruta de la seda (Asia Central) se vio definida por la influencia rusa. Y también en los siglos XIX y XX se da el declinamiento del imperio chino, que pierde capacidad de protección respecto a sus viajeros y co-merciantes. El renacimiento occidental y el cansancio de China motivan el inicio del olvido de una figura milenaria que paradójicamente se le reconoce históricamente y se le bautiza como La Ruta de la Seda por el geógrafo Ferdinand Freiherr von Richthofen hasta 1877.

Es ahora, en pleno siglo XXI, que China decide al amparo de su propia resurrección hegemónica, echar mano nuevamente de una al-ternativa de origen milenario que le da historia, sentido y rumbo a sus nuevos objetivos comerciales y geopolíticos con cerca de 70 países (49 países de toda Asia) en razón de que en alguna medida, todos ellos comparten en el recuerdo una larga historia de pertenencia y de rumbo. China como Thomas Friedman, cree que la tierra es plana y se alía con países asiáticos que el mundo global no recordaba y los invita a un gran proyecto económico. A través del BRI, China rescata a la zona del olvido

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y la pone de nueva cuenta en el mapa geopolítico como un hub estra-tégico de infraestructura, materias primas, gas y petróleo.

Sin embargo, la tarea no será fácil. Cuando Alejandro llegó al Punjab en India, sus ejércitos cansados lo obligaron a regresar a Occidente.3 Ahora China, frente a la nueva complejidad de Asia, en su emplaza-miento económico-político tendrá que lidiar con los problemas internos de Iraq, los movimientos revolucionarios de Kirguistán (2005-2010), los problemas civiles-religiosos de Pakistán y Afganistán, la guerra civil en Siria, la presencia de ISIS en gran parte de Asia, la violencia en Taji-kistán, el conflicto Kurdo, serán tan solo algunos de los retos que como los generales de Alejandro, retaran a China para llevar a buen puerto la audaz iniciativa BRI.

“El talento de seguir los pasos del pasado -declaró el Rey Wu-Ling en el 307 a.C- no garantiza mejorar el mundo de hoy” (Frankopan, 2015). La China milenaria del siglo XXI tendrá el reto, en este relanzamiento de la ruta de la seda, de tomar en cuenta estas palabras.

C. BRI, ¿CHOQUE DE CIVILIZACIONES?

En el siglo XIX se vive un primer encuentro de civilizaciones ante la lle-gada beligerante de Gran Bretaña a China (1839) y Estados Unidos a Japón (1854). Este primer debate, choque, encuentro, fusión, etc., lejos de concluirse se ha prolongado en el tiempo y ahora, conforme avanza la primera mitad del siglo, se hace más visible la competencia directa entre China y los Estados Unidos. La aceptación mesurada de los no-venta e incluso la negación de esta hipótesis (Huntington), poco a poco ha ido cediendo su espacio a los análisis que intentan opinar sobre este choque en términos más realistas. El debate ahora continua en cuanto al nivel y adjetivización del mismo. Si es tan solo un choque comercial o se trata de ventilar la hegemonía del siglo XXI. Si este se circunscribe a las dos naciones, o éste involucra a todo Occidente frente a Asia del Este. O como lo intenta ahora la configuración del BRI, la de incluir a 49 naciones de toda Asia, agregando a Asia Central y Asia Menor

3 Sin llegar a Occidente, muere en el año de 323 a.C. en Babilonia.

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Más allá de las negaciones y la exigencia de absolutos que confun-den al análisis, el BRI nos remite de manera obligada a un principio de confrontación Oriente- Occidente, que además de las diferentes escue-las de pensamiento que lo trataron desde el siglo XVIII, se conecta hoy de manera directa con el discurso y la estrategia contemporánea de los diferentes actores políticos de ambas partes.

El debate entre Oriente y Occidente no es un tema nuevo. Pero el resurgimiento de China y de Asia del Este, junto a la conflictiva y el de-clinamiento occidental, lo vuelven a colocar en la agenda de una mesa global donde reaparecen las historias y los liderazgos. Occidente, ante su renacimiento e ilustración, se olvidó muy pronto de su pasado me-dieval y decretó que el mundo comenzaba y terminaba en Occidente a partir del siglo XVI y desde ese triunfalismo construyó una interpretación omnipresente y un destino manifiesto que en el siglo XX lo interpretó como un fin de la historia donde Occidente reinaría en el mundo para siempre. De la raíz judeo- greco -latina, el poder occidental dio un salto irresponsable de más de 10 siglos y se instaló como un comienzo de todo a mitad del segundo milenio, en el marco de una era preindus-trial que lo dotó de los instrumentos necesarios para su avance militar geopolítico, teniendo como destino las ricas civilizaciones asiáticas.

En su prisa, Occidente olvidó que el 90% del tiempo moderno India y China encabezaron la riqueza económica del mundo en el marco de sus milenarias civilizaciones y vastas demografías.

El debate de la preeminencia Oriente- Occidente, que nace princi-palmente junto con sus encuentros marítimos en los siglos XV y XVI y el descubrimiento de China de parte de las agrupaciones religiosas que lo frecuentaron en los siglos XVII y XVIII, aparece con todo su peso histórico en corrientes de pensamiento que ahora rescatadas, empiezan a afilar argumentos en la recomposición de un debate dormido, no olvidado, de los simpatizantes de ambos lados. Los occidentales, enfundados en el discurso todavía supremacista del último cuarto de milenio, y los orientalistas, rescatando del baúl de los recuerdos los viejos blasones y culturas vigentes que les significaron.

La vertiente occidental, donde ha prevalecido un desprecio de lo oriental, desde la academia todavía considera importante subrayar que Occidente ha sido la región más desarrollada del mundo durante cator-

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ce de los últimos quince milenios de la historia de la humanidad. Que Occidente ha sido el líder tecnológico del mundo desde hace un millón y medio de años. Que en plantas cultivadas, fortificaciones, protoescri-tura, pueblos grandes, domesticación de animales, agricultura comple-ta, ciudades edificios grandes, cerámica elaborada, Occidente siempre estuvo por delante de Asia en una media de 1700 millones de años (Morris, 2014,.p.p 45,46,71,168 y 169). Bajo esta idea, Jaspers afirma también que “El hecho de que solo la evolución europea haya condu-cido a la Edad Técnica –que ha dado a todo el planeta una fisonomía europea-, y de que la manera racional de pensar se haya extendido a todas partes, parece demostrar esta primacía”. En un dejo de justicia agrega “Cierto es que también los chinos y los indios –tanto como los europeos- se han sentido como los auténticos hombres y han afirmado su primacía como evidente. Pero no parece ser lo mismo que cuando todas las culturas se tienen por el centro del mundo, pues solo Europa parece haber conservado su preeminencia por virtud de sus realizacio-nes” (Jaspers, 2017, p. 106).

Reclamo de supremacías en medio del desconocimiento del otro. A pesar de ser ambas culturas milenarias, puede decirse en términos ge-nerales que hasta los encuentros marítimos a partir del siglo XV, Oriente y Occidente solo se conocían por intuiciones, por dichos, por algunas mercancías y escaso comercio. Que la distancia y la dificultad de su geografía las mantuvieron distantes. Ambas exitosas y muchas veces fracasadas en su ciclo histórico, los arribos de los navegantes portu-gueses a diferentes puntos de África a partir de 1430.4 La llegada de Colón a América (1492), la de Vasco da Gama a la India (1498), la de Giovanni Caboto a Terranova (1497), la del primo de Cristóbal Colón, Rafael Perestello a China, la de Magallanes a Asia Pacífico (1480), etc., constituyen en su conjunto una invasión marítima militar que poco a poco fue dominando al continente asiático y en especial, a sus civiliza-ciones más exitosas.

4 Del que dice Morris que fue uno de los momentos decisivos de la historia del mundo, en el que el dominio de Occidente sobre Oriente se hizo posible (Morris, 2014, p. 480). Para Crespo, este momento se refiere al descubrimiento de América (Crespo, 2012, p. 25).

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Paradójicamente, el choque de la conquista también obligó a ambas latitudes a intentar en el conocimiento del otro. Occidente desde la soberbia del triunfo, y Oriente desde el rencor de la derrota. Por ello el entendimiento de uno respecto al otro sigue siendo un tema pendiente, del cual Oriente, desde el recurso de la reivindicación intenta generar una nueva plataforma de despegue.

La historia de Oriente, más allá de las fronteras europeas, la realizan en primer lugar los sacerdotes de la catequización como Juan de Plano Carpini (1245-1247) en la región de Karakórum, igual que Gillermo de Roubrouck (1253-1255), Juan de Montecorvino en Pekín (1271-1238); así como Odorico de Pordenone (1314-1330); o los jesuitas que llegaron a China desde 1582 y fueron la fuente de interpretación más cercana a la realidad de China, encabezados por Michele Ruggieri y Matteo Ricci, quien elaboró el primer proyecto de diccionario de traduc-ción chino. Desde luego estuvieron los comerciantes como Marco Polo (1271-1295) y aventureros o investigadores que como Sven Hedin de Suecia (1895-1899); Aurel Stein de Gran Betraña (1900-1906-1913); Paul Pelliot de Francia (1906), entre otros. (Höllman, 2015).

Significados por el conocimiento tardío, la tendencia que define a la mayoría de las relatorías de las diversas culturas de Oriente es el análisis que se hace desde la superioridad occidental, donde Morris las clasifica a través de la “escuela del destino antiguo” (1750-1950) que explica la jetatura de Occidente como un proceso que se venía gestando desde tiempos inmemoriales (Marx, Landes, Diamond,etc.), y la escuela del azar moderno, a partir de 1800, que argumenta que esta superioridad es algo azaroso y fruto de la coyuntura moderna (Morris, pp. 21-37). Ambas escuelas con diferentes enfoques, pero con la misma matriz de justificación sobre las ventajas de la civilización occidental.

Por azares, determinismos, cuestiones ambientales, biológicas, cli-máticas, etc., Occidente nunca se detuvo para construir, con mayor o menor pudor, una relatoría de lo oriental. La atalaya de la ilustración y la revolución industrial le brindaron los insumos suficientes para minimizar al otro, y descalificarlo para competir en lo militar y lo tecnológico.

Es cierto que el tema de lo oriental en Europa también tuvo un amplio grupo de filias como Leibnitz, Voltaire, Jones, Said y muchos otros, pero en el primer cuarto del siglo XXI y ante el evidente ascenso de China, como opina Osterhammel, el mundo está regresando a los

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momentos del siglo XIX donde no tuvo recato alguno en publicitar su dominancia no solo sobre Oriente, sino respecto a los cuatro continen-tes, que la llevó a desplegar su actitud más arrogante y condescendiente respecto a las demás civilizaciones (Osterhammel, 2018, p. 3).

Por el lado occidental, dentro de esta corriente del discurso de la conquista que prevaleció respecto a Oriente en lo general, se da un punto de quiebre a partir de 1978 con la aparición del libro del autor palestino- americano Edward W. Said,5 quién a través de su libro “Orien-talismo” fundamentó una reivindicación científica de las naciones asiá-ticas, así como una denuncia al discurso autista e incapaz para dialogar con objetividad con esas culturas.

Said coloca a Oriente como una parte fundamental de Europa;6 des-taca la vecindad de sus viejas colonias griegas, la riqueza de sus ideas; de su permanente contacto e intercambio con Occidente como par-te integral de la civilización europea. Como un referente intelectual de su discurso y justificación de sus instituciones, de su vocabulario, de su doctrina, etc. Lo define también a través del desarrollo de las principales características que lo explican. De las ideas y de las instituciones acadé-micas que hablan de lo oriental y lo tratan a través de sus principales doctrinas. En este grupo incluye libros, escritores, poetas, académicos que aceptan la idea de un Oriente- Occidente a través del estudio de sus diferencias ontológicas y epistemológicas. Lo soporta de igual modo a través de sus textos, bibliografía, historia; de su discusión, enseñanza, formas de poder; de su política, sociología, ideología, militarismo, des-potismo, de un realismo intelectual sin prejuicios, etc. (Said, 2001).

5 La obra de Said no ha estado exenta de un amplio debate y crítica, tanto de Oriente como de Occidente , entre otras: que adopta un determinismo Foucaultiano que limita la obra; que no le da crédito debido a sus predecesores como Anouar Abdel-Malek y Abdul Latif Tibawi, entre otros; que cae en las mismas falacias totalitarias que critica; que carece de un método historiográfico; que cae en contradicciones epistemológicas; que deja de tomar en cuenta importantes textos orientalistas; que su obra tiene rasgos antisemitas, etc. (Hallaq,2018,p.7). Temas relevantes que se antojan imprescindibles en el análisis de una producción cultural que abarca a las civilizaciones más vastas del mundo.

6 La idea de Asia como continente es apenas del siglo XX. Pero su nombre se adjudica a Herodoto, del nombre de una ninfa hija de Océano y Tetis, entre otras interpretaciones.

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El trabajo de Said, por la calidad y trascendencia de su contenido, ha sido punta de lanza de una amplia escuela de crítica y reflexión en la materia, la cual parte de la exigencia de reconocer la profundidad del tema sin los prejuicios de la conquista. De invitar a debates en el terreno académico o ideológico sobre el orientalismo y lo oriental; respecto a la procedencia y profundidad de cada una de las categorías; en el marco de una universalidad inagotable de las múltiples civilizaciones orientales (Hallaq, 2018).

El debate Oriente- Occidente, iniciado justo con la toma occidental de los principales estados asiáticos, atemperando por la sorpresa del siglo XVIII y radicalizado por el triunfalismo de los siglos XIX y XX, ante el nuevo encuentro China- Estados Unidos en el siglo XXI, resurge con gran empuje por ambas partes, en una línea de resistencia a no perder lo ganado por Occidente y a recuperar lo que se estima que se perdió en estos 200 años por Oriente.

Las voces más radicales proceden de los países orientales en as-censo, quienes más allá de las mercancías, el comercio y los números económicos, construyen día a día un nuevo discurso del regreso, donde no solo aparece la búsqueda de la hegemonía económica como el caso de China, sino también el de una civilización desempolvada que recla-ma un lugar en la construcción de un nuevo orden global. De manera clara ya se anuncia que “El siglo XXI atestiguará el enfrentamiento entre el ímpetu del Atlántico y el ímpetu del Pacífico…” y “Que el siglo XXI se distinguirá por el hecho de que el Este de Asia se alzará como centro mundial del poder…” “Que sería riesgoso tanto para Europa como para la humanidad entera que los analistas fueran incapaces de liberarse de concepciones eurocéntricas del mundo -que- al igual que las demás partes del orbe que gozaron de esplendor en otras épocas, Europa está exhausta” 7 (Mahbubani, 2002). Huntington, por su parte opina: “La era

7 Sobre el tema Mahbubani aporta recientemente la idea de “Una gran convergen-cia”, a través de la cual explica el cambio masivo que se está experimentando global-mente. Que desde el inicio de la historia humana, el hombre ha vivido en diferentes comunidades y tribus y en diferentes culturas y civilizaciones. Ahora, las fuerzas mo-tivadas por la globalización están creando una nueva civilización global. Que hasta hace poco, los temas Norte-Sur- Desarrollados-No desarrollados fueron los términos usados. Que ahora estos términos aparecen como irrelevantes. Que la convergencia del crec-

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que comenzó con las intrusiones occidentales en 1840 y 1850 está tocando a su fin, China está volviendo a asumir su lugar como potencia hegemónica regional y Oriente está tomando posición de lo suyo (Hun-tington, 2001).

Algunos de los intelectuales asiáticos contemporáneos recomiendan como parte de la solución de la problemática Oriente-Occidente, des-mantelar la arquitectura conceptual e intelectual de la historia ganadora occidental, la cual ha prevalecido peligrosamente en su historia y ha dado forma al pensamiento anglosajón (libros, reportes, periódicos, T.V., etc.). Junto con ello, proponen que Occidente retire como la religión del progreso universal al Western Model (democracia, capitalismo, libre mercado, etc.), así como a las recetas que imponen al mundo entero (Mishra, 2017, p.37).Osterhammel, desde la visión occidental también comenta que cuando se recuerda el equilibrio euroasiático del siglo XVIII, no sorprende que China entienda su nuevo ascenso geopolítico como un regreso a la normalidad histórica y no como un milagro eco-nómico. Que reconocer a Asia como un socio en igualdad de circuns-tancias a Europa no debería causarle ningún problema, aunque una mayor dificultad a Estados Unidos. Que después de todo, Europa ya lo ha hecho antes (Osterhammel, 2018, p. 33).

El BRI, dentro de este marco vigente de supremacías mal entendi-das, no puede interpretarse como un esquema comercial de asociación más. Su composición, aún hoy informal, con la participación virtual de los 49 países que forman parte del continente más grande de la tierra, que ocupa el 30% de su superficie habitable y contiene al 60% de la población mundial en 45 millones de km², no se parece en nada a los acuerdos comerciales del siglo XX y sus objetivos van más allá de un simple intercambio de comercio.

El cambio de Era anunciado del Atlántico al Pacífico, junto con la inevitabilidad asiática (Oropeza, 2017), que ponían la litis global, pri-

imiento de los ingresos debe ser la historia de nuestro tiempo. Que en los siglos XIX y XX la historia eran los ingresos divergentes. Que en esa época los ingresos de Occidente tuvieron una gran ventaja sobre el resto de la humanidad. Que ahora esto está cambi-ando rápidamente. Que esto es inevitable y deseable. Que Occidente no está perdiendo poder. Que solo lo está compartiendo (Mahbubani, 2013, pp. 1-11).

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mero, entre China y Estados Unidos, para escalar después a Occidente (la Unión Europea y USA) y Asia del Este (16 países); ante la audaz convocatoria de China a todos sus vecinos continentales a través de la milenaria figura del camino de la seda, obliga a los analistas occiden-tales a actualizar sus reflexiones desde el replanteamiento integral de la historia entre Oriente y Occidente, con base a un diferendo histórico aún no resuelto, que junto con las estrategias comerciales, económicas y políticas de ambas partes, estará jugando un papel preponderante en este encuentro, debate o choque de civilizaciones, donde los fantasmas de ayer resurgen exigiendo un nuevo orden de las cosas.

Es evidente que el discurso de Occidente sobre Oriente que parte de la arrogancia se ha agotado. Que Occidente no puede seguir igno-rando la vigencia de culturas y civilizaciones ajenas que desde sus raíces están reconstruyendo la integración de su poder político y de sus nue- vas estrategias económicas. Ante el peso de las cifras y los proyectos que ahora se anuncian como el BRI, seguir ignorando sus etnicidades y naturalezas sería un gran error. De igual modo, frente a los grandes retos que vivirá la humanidad entera, incluso el de su sobrevivencia, también sería deseable que Oriente pasara del útil recurso del rencor, a la propuesta integral de un mundo multicultural.

Para los efectos de este ensayo, basta llamar la atención de que el tema BRI, por su dimensión y número de países asiáticos convocados, forma parte ya de este debate de civilizaciones de la primera mitad del siglo XXI y que con ello, reconfigura la visión de una zona que todavía al día de hoy se le ve con ignorancia y recelo.

D. BRI Y LA SEGUNDA REFORMA Y APERTURA CHINA

A la primera reforma y apertura encabezada por Deng Xiaoping en 1978 la precedió el hambre, el miedo y el fracaso de un periodo maoísta que no logró dar solución a las grandes necesidades sociales del pueblo chino. En el marco de la muerte del presidente Mao en 1976, del se-gundo actor político en importancia en el mismo año, Zhou Enlai, el regreso de la figura de Deng Xiaoping bajo coyunturas políticas afortu-nadas, lo instaló al frente de un poder débil, con dudas, al cual le urgía para ratificarse dar respuestas concretas a una enorme población de

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más de 900 millones de personas que requerían de lo más necesario de su casa, de su vestido y de su sustento.

Si bien la decisión de la primera reforma y apertura del Estado chino fue ante todo un acto de valentía, después de dos milenios de amuralla-miento, las opciones internas se habían agotado y una economía global en construcción se presentaba como una solución irrenunciable para una nación que en materia económica todavía no entraba al siglo XX. Los resultados de la decisión ya son historia y quedarán como un ejem-plo de éxito económico en la historia de la humanidad: segunda nación por valor económico, primera en exportación, primera en manufactura, primera en contribución al crecimiento económico mundial, segunda nación en materia de importación, son algunos de los resultados eco-nómicos obtenidos en cuatro décadas que no han sido logrados antes por país alguno.

La llegada de Xi Jinping al poder en 2012, como el quinto relevo de una generación política que parte de 1949, ante el triunfo de la revolu-ción china, se dio en un marco de circunstancias totalmente diferentes a la llegada de Deng, determinadas por el éxito económico, la estabilidad política y un importante ascenso social del pueblo chino.

Bajo estas condiciones parecería natural que el gobierno de Xi, al igual que los que le precedieron de Hu Jintao y Jiang Zemin, continua-ran con la fórmula ganadora de apertura hacia el Pacífico en la línea de desdoblamiento de un modelo asiático de desarrollo con características chinas, para mantener el éxito de una estrategia económica ampliamen-te reconocida. Sin embargo, ante el asombro general, un presidente Xi, hijo de un héroe revolucionario (Xi Zhongxun), miembro de la elite política y declarado seguidor de la línea reformista de Deng, habiendo sido nombrado miembro del Comité Permanente del Buró Político del Partido (15-11-2012), en un discurso pronunciado en una inspección de trabajo en Guangdong (7-12-2012), adelantó que “… la guía del camarada Deng Xiaoping, fue sabia y correcta, y que es digno de ser considerado el diseñador general de la reforma y la apertura de China y el emperador del camino del socialismo con particularidades chinas” “En adelante, hemos de seguir este acertado camino, pues es la vía que fortalece el país y hace prosperar al pueblo-sin embargo advertía-. Además de seguirlo inalterablemente, tenemos que adoptar nuevas ne-cesidades y alcanzar un nuevo nivel” (Xi Jinping, 2014).

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Días antes de esta declaración, el 29 de noviembre de 2012, poco después de la clausura del XVIII Congreso Nacional del Partido Comu-nista Chino (PCCh), el recién elegido Secretario General del Comité Central del Partido, fue al Museo Nacional a visitar la exposición “El camino de la Revitalización” y al terminar la visita incorporó por prime-ra vez en la dogmatica política china la idea de la construcción de un Sueño Chino, la cual ratificó en su discurso de toma de posesión como presidente del país al profundizar en la búsqueda de un sueño que lleve a la revitalización de la nación china: “ El sueño más grandioso abrigado por esta desde el inicio de los tiempos modernos” (Xi Jinping, El Sueño Chino, 2014).

Xi le rinde pleitesía y reconoce al líder de la primera apertura, Deng Xiaoping, pero a través de la propuesta política de la construcción de un sueño chino, deja en el ánimo del Partido Comunista Chino (PCCh), la Asamblea Popular Nacional (ANP), y a toda China, que la etapa 1978-2012 estaba agotada y requería de una revitalización para el cumpli-miento de sus metas. “El mundo está cambiando - reconocía Xi- y China también. De ahí que el desarrollo del socialismo con peculiaridades chinas deba avanzar siguiendo los cambios de la situación y de las con-diciones. Solo cuando China avance sin cesar con los tiempos estará llena de vigor. Estamos dispuestos a tomar como referencia todos los logros de la civilización humana,-aunque aclaraba - pero no copiaremos la modalidad de desarrollo de ningún país - para sostener finalmente- La reforma de China supone el auto perfeccionamiento y el desarrollo del sistema del socialismo con particularidades chinas” (Xi Jinping, El Sueño Chino, 2014, p. 36).

Como parte de esta inquietud desde que llega al poder en 2012-2013 y dentro de la formulación de una nueva estrategia y visión del desarrollo chino (Segunda Reforma y Apertura), a lo largo de 2013 el presidente Xi Jinping realiza visitas de Estado a las ciudades de Asjabad (Turkmenistán), Taskent (Uzbekistán), Dushambé (Tayikistán), Bishkek (Kirguistán) y Astaná en Kazajistán, donde desde la Universidad de Na-zarbayev, el 7 de setiembre del mismo año, lanza en el centro de Asia la convocatoria para construir el nuevo esquema de Asociación BRI o nueva ruta de la seda; propuesta que amplía en octubre de ese año, en el Parlamento de Indonesia, con la estrategia marítima del mismo proyecto.

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El 8 de mayo de 2015, al lanzamiento del BRI le siguió el progra-ma económico denominado “Made in China 2025”, anunciado por el Consejo de Estado, como una herramienta para consolidar a China en el camino de la alta industrialización.Yen los meses de octubre de 2017 y marzo de 2018, se opera por el PCCh y la APN respectivamente, una profunda reforma de la organización del poder en China, a través de una reforma constitucional que consolida a Xi Jinping como el Gran Empera-dor chino por tiempo indefinido y sin limitación alguna.

La nueva China, la China de la tercera década del siglo XXI, como ya se opinó, no puede analizarse bajo los parámetros de la Primera Gran Reforma y Apertura de 1978 operada por Deng Xiaoping. Con todos los aciertos, pero también con todos los retos y riesgos de los grandes cambios operados por Xi Jinping desde 2013, la República Popular Chi-na nos obliga hoy a explorarla, para entender hacia donde se dirige a 2050, por lo menos a través de los tres nuevos cambios estructurales operados por Xi a partir de 2013, a saber: BRI o la Reforma Geopolítica, Made in China o la Reforma Económica, y la Reforma del Poder o la Reforma Constitucional.

E. BRI O LA REFORMA GEOPOLÍTICA

DE LA ERA DENG A LA ERA XI

Deng Xiaoping aconsejaba a su equipo en la década de los ochenta, ante la puesta en marcha de la apertura del Pacífico, que no alardearan de sus capacidades; que esperaran su tiempo y que nunca se mostraran como líderes ante la competencia mundial. Su dictum fue respetado y el relanzamiento y ascenso económico chino se hizo por casi cuatro décadas a través de una diplomacia de la discreción y una aparente adaptación a las instituciones y al orden global occidental establecido.8

8 “Observar y analizar con calma, asegurar nuestra posición, hacer frente a los asun-tos con tranquilidad, ocultar nuestras capacidades y esperar el momento oportuno, ser bueno en mantener un perfil bajo, nunca liderar la reivindicación, llevar a cabo opera-ciones de carácter modesto” La estrategia de los 28 caracteres, pronunciada por Deng Xiaoping a principios de 1990, poco después de Tiananmen, para hacer frente a los cambios. En Cardenal, Araújo, 2011.

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Sin embargo, el milagro económico chino y la declinación geopo-lítica de Estados Unidos en lo particular y de Occidente en lo general, entre otras razones, incidieron en la imaginaria de China y de Xi para estimar que el tiempo del recato había terminado y que había llegado el momento de mostrar otra actitud y tomar la bandera del liderazgo del futuro y proponer al mundo la construcción de un sueño chino; de mostrar a un pueblo dotado de una creatividad excepcional, creador de la gran civilización china, con la capacidad de continuar expandiendo y fortaleciendo su camino de desarrollo, avanzando intrépidamente y sin titubeos(Xi Jinping, El Sueño Chino, 2014, p.35). Dentro de esta nueva actitud de China frente al mundo, de consecuencias debatibles dentro y fuera del país asiático, es donde parte la primera consideración del BRI, el cual se crea como una mega estrategia geopolítica de múlti-ples objetivos, los cuales en conjunto deberán abonar a la consolidación de China como el hegemón global del siglo XXI.

El BRI a la fecha es una infinita multiplicidad de temas, países, pro-yectos, inversiones, retos, oposiciones, culturas, regiones, civilizaciones, poderes regionales, comercio, infraestructura, energía, demografía, mer-cados y muchos temas más que en su etapa de gestación se presentan como un enorme reto a la interpretación racional de lo que es hoy y lo que pueda llegar a ser en las próximas tres o cuatro décadas en la que se estima concluir su instalación. No obstante, esta falta de claridad tanto de los creadores del BRI como de los usuarios y espectadores interesados en el tema, no ha sido un obstáculo para que el mundo se muestre inquieto y asombrado en la incertidumbre de una mega tendencia que se debate entre la gran transformación del mundo global de hoy, o el fracaso de un grupo político que lanzó a China con gran audacia a la toma del liderazgo mundial a 2050.

Los números del BRI son impactantes. En su inicio participan cerca de 70 países de Asia, Europa del Este y África que involucran al 70% de la población mundial, que integran también 55% del producto económico del mundo y de manera por demás relevante al 75 % de las reservas de hidrocarburos del planeta.

El BRI en los tiempos de Xi, la Segunda Apertura hacia el Oeste, ya no se refiere a una apertura selectiva y tímida como la de 1978, en la que se privilegió la búsqueda de inversiones productivas a cambio de una mano de obra en extremo barata y abundante. Tampoco se refiere

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a ese proceso paulatino de asimilación a una institucionalización global en la que China a la fecha participa en cerca de 400 tratados internacio-nales. Ya no es tampoco la estrategia de un país que intenta aprender de los usos y costumbres del exterior para asimilarse con característi-cas propias. Atrás se quedó el aprendiz del orden global que hablaba con recelo desde su atraso. Ante su trascendencia económica mundial, donde China es el primero o segundo socio comercial de más de 120 países, o su contribución al crecimiento económico del mundo (32%), es superior a la suma de los países desarrollados (CEPAL, 2017), China, a través de BRI y sus estrategias complementarias, dibuja en el tiem- po a una hegemonía para mediados de siglo; al mismo tiempo que intenta ante el ocaso Brettoniano, reconstruir el orden global desde la plataforma del orientalismo chino.

En ese sentido el BRI, a pesar de los discursos y las definiciones contradictorias, intenta ser la base de un tiempo nuevo inaugurado des-de la visión del otro, de ese ser oriental que se quedó perdido ante el avasallamiento de la conquista occidental del siglo XVI hasta el siglo XX. Bajo este nuevo tiempo y visión de Xi, poco a poco emerge entre los discursos oficialistas la opinión de una nueva generación que ve a China ya no como el alumno aventajado de Occidente, sino como una potencia con una capacidad, fortalecida en los últimos 100 años, que le permiten ahora convertirse en un líder de la comunidad internacional destinado a promover el proceso de una globalización que construya un nuevo mundo más seguro y prospero. (Lei, Liqiang, 2017, p. 19).

Algunos medios oficiales de comunicación en China se suman a esta interpretación, señalando que bajo la presidencia del presidente Xi Jinping, el país va hacia adelante. Que Xi es más ambicioso e innova-dor en política internacional que sus predecesores, y está convencido de que China debe desarrollar una política diplomática que le permita beneficiarse de su papel de gran potencia (People´s Daily, 1 de octubre, 2014).Por su parte, algunos académicos también señalan que China está utilizando su ascendente influencia para rediseñar la gobernanza económica global (Lee Jong- Wha en Hong, p.15, 2016). David Arase sostiene que China está usando su gran poder en Asia para lanzar con el BRI una agenda geoeconómica y geopolítica que genere una “comuni-dad con un destino común” “que mantenga una dependencia asimétri-ca con China”. Para Yong Deng,” el nuevo camino de la seda claramente

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refleja la ambición de China de crear a través de un sino centrismo, un nuevo orden asiático” (David Arase y Yong Deng en Hong, 2016 p. 16).

La propuesta de China, por su lado, se define como una iniciativa y no como una estrategia, con la idea de que esta pueda ser construida por todos sus adherentes. Como una iniciativa abierta e incluyente que contribuya al desarrollo económico de todos sus participantes. Una pro-puesta que señala Xi, no deje fuera a nadie, ni esté en contra de nadie. Que se convierta en un camino para la paz, de prosperidad, para la innovación y avance de la civilización (Shicheng, 2018). Una propuesta que todavía a la fecha se presenta confusa y nebulosa en sus términos. Que a partir de su lanzamiento discursivo en Kazajistán, poco a poco ha ido tomando forma y estructura. Primero, a través de la formación de un equipo de trabajo y una página web en 2015, dos años después de su lanzamiento. En el mismo año, con la publicación de un docu-mento central que se presenta como el referente obligado de explica-ción de lo que es el BRI, titulado Perspectivas y Acciones Para Promover la Construcción Conjunta de la Franja Económica a lo Largo de la Ruta de la Seda y de la Ruta de la Seda Marítima del siglo XXI, el cual fue pre-parado por la Comisión Nacional de Reforma y Desarrollo (NDCR), en coordinación con los ministerios de Relaciones Exteriores y Comercio. También en 2015 se firmó por China en Kazajistán el primer Protocolo de Trabajo que se llamó Acuerdo de Producción e Inversión, el cual in-cluyó un número de 52 proyectos en diversas materias como minería, energía, manufactura, industria química, infraestructura, transporte, etc. Junto con los documentos anteriores, también aparece el Programa de Trabajo en Inversión firmado por China y Pakistán, al cual, por sus avan-ces en diseño y operación se le considera como el programa bandera para orientar los trabajos y las negociaciones del resto de los países que están en negociación con el gobierno chino.

Un nuevo pensamiento para una nueva era, anunciaba ya desde 2012 Xi Jinping. A cinco años de distancia el lanzamiento de la mega estrategia BRI y los avances alcanzados a la fecha, marcan ya un antes y un después en la estrategia china intentada desde 1949.

Fortalecido en el éxito económico de las últimas décadas, Xi rompe con la idea de una China prudente y pasa hacia un discurso inteligente de liderazgo global con el 70% de la población del mundo y la mitad del PIB económico global. Con esta posición, en el discurso rebasa a

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los Estado Unidos al ofrecer al mundo una nueva alternativa para el de-sarrollo económico, para lo cual ofrece inversión, créditos y tecnología, misma que no condiciona a cambio de reformas a los sistemas políticos o económicos de los países BRI.

La nueva oferta de China desdobla los términos de la primera aper-tura hacia su lado oeste. Con ello, el BRI bifurca el desarrollo de China hacia las problemáticas zonas autónomas del Tíbet, Xinjiang y Mongolia; dirigiendo el camino de la infraestructura a las difíciles zonas de monta-ñas y desiertos de Asia Central (AC); a las regiones de las tres fuerzas o demonios del separatismo, terrorismo y extremismo; a las largas distan-cias de una zona geográfica que antes del BRI todavía parecían ocultas a los ojos del mundo.

Una iniciativa que por su atipicidad y audacia, a un lustro de su lanza-miento e implementación, aún carece de una respuesta geopolítica por parte de Estados Unidos y de los principales países occidentales como Alemania, Francia, Italia o Inglaterra, quienes ante lo intempestivo de la iniciativa, lo más que han hecho es adherirse como socios fundadores al esquema financiero del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura en 2014 y 2015 (AIIB por sus siglas en inglés).

En el impulso de un nuevo líder chino, que frente a su tiempo no le ha bastado la cómoda inercia del éxito, el BRI encuentra su primera explicación. Un líder que arriesgando patrimonio y futuro político, invita al mundo en general a unirse a una gran convocatoria para el desa-rrollo y prosperidad de la economía mundial, para la construcción de un sistema de gobernanza global más justo y razonable, que ayude a edificar un futuro nuevo para la humanidad; objetivos que como bien apunta Li Xixia, van más allá de un nuevo sistema mundial de comercio y se instalan en una nueva propuesta de cooperación y orden global. (Li Xixia, 2018). Por ello, la esencia, la primera interpretación del BRI es geopolítica, En ella se deben redoblar los primeros esfuerzos para definirlo y entenderlo.

EL BRI Y SU CIRCUNSTANCIA GLOBAL

China, como señala George Soros, se ha convertido en la nación ga-nadora del proceso global, pero junto con ello, el país asiático también

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destaca por su capacidad para intuir e incidir en la conformación de los nuevos procesos y sistemas globales.

En 1978, su intuición la lleva a instrumentar una apertura selectiva y gradual que la protegió de cualquier mecanismo de choque que se le intentó imponer desde Occidente; como en el caso de Rusia, que en su apertura de 1991, orquestada principalmente por especialistas estadounidenses (J. Sachs), los primeros años le generó un costo de 4.5 veces su PIB, una cantidad superior a lo que perdió en la segunda guerra mundial. A diferencia de los ochenta, la apertura que intenta Chi-na hoy hacia el oeste es una propuesta audaz en términos geopolíticos y geoeconómicos, poniendo en la mesa de todos los países asiáticos una infinita gama de opciones económicas difíciles de rechazar. En este sentido, China extiende sobre el continente asiático las alas de un nuevo liderazgo regional, continental y global, que intenta por un lado substituir la hegemonía que Estados Unidos ha ejercido en la zona desde fines de la segunda guerra mundial, al propio tiempo que coloca las primeras piedras de la restauración del Reino del Medio (Zhongguo), el milenario esquema sino céntrico que operó en Asia del Este hasta el siglo XIX.

• Estados Unidos

La complejidad de la propuesta BRI en este sentido rompe los moldes regionales preexistentes, de igual modo que enfrenta con audacia la compleja geopolítica de una zona de raigambres ancestrales que hoy conviven en un tono beligerante. De manera especial, reta la presencia histórica de Estados Unidos en la región asiática.

La Pax americana que ha regido en Asia del Este de 1950 a la fecha se ha ido erosionando, entre otras razones, ante el aumento de la for-taleza económica de China, significada en el 10% de crecimiento eco-nómico anual promedio que registró en las últimas décadas. Junto con ello, los organismos multilaterales de control que diseñó Estados Unidos para la zona no han funcionado de acuerdo a los objetivos establecidos. Por ejemplo, el Foro de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC) lanzando con Australia y Japón en 1989, se ha tornado burocrático y ahora es irrumpido por China. Por otro lado, el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) que propuso a manera de Tratado de Libre Comer-

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cio a siete naciones asiáticas y que firmó en 2016, Trump lo canceló el primer día de su mandato en 2017.

De manera fundamental aparece también el hecho de la complici-dad comercial de Occidente con China, así como la región de Asia del Este en su conjunto, a través de la cual desde la década de los setenta participan conjuntamente en un modelo económico simulado, donde Occidente aporta financiamiento, tecnología y relocalización de proce-sos, a cambio de la precarización de la mano de obra barata asiática. A partir de la década de los setenta, esta confusión y compartimiento de intereses económicos ha llevado a una especie de estabilidad geo-económica simulada, que ahora explota a la luz de sus contradicciones con la guerra comercial entre Estados Unidos y China. Más allá de lo que devenga de este diferendo, el resultado es que los Estados Unidos perdieron poder y control en Asia del Este, el cual fue tomado por China al convertirse en el modelo económico a seguir en la región y el socio comercial más importante de la mayoría de los países de la zona (40% promedio aproximadamente).

En Asia Central (AC), y Asia Menor (AM), por ejemplo, zona de in-fluencia natural de Rusia, Estados Unidos ha incursionando con poca fortuna ante los descalabros en Irak, Siria, Irán, Afganistán, etc. No obs-tante, consciente de su importancia estratégica, en 2011 a través de Hi-llary Clinton, desde Kabul lanzó la idea de un corredor económico hacia los principales países de AC, a lo cual se le llamó el Camino Americano de la Seda. No solo Estados Unidos, Occidente en general, durante los últimos dos siglos intentó no perder el control hegemónico de la región en razón de su relevancia estratégica. Estados Unidos, en lo particular, ha tratado de desarrollar este trabajo desde la segunda mitad del siglo XX (Frankopan, 2015).A pesar de ello, sus fracasos recientes en Asia Central y Asia Menor y el nuevo papel exitoso de China en la zona han ido erosionado el blindaje de una hegemonía americana de la que hoy hay muchas dudas, a pesar de que algunos especialistas como Zeping, afirman que “E.U usará su sistema hegemónico, establecido desde la Segunda Guerra Mundial en el comercio, las finanzas, la moneda y el ejército, para frenar el ascenso de China” (Bloomberg Businessweek, p. 38, 23 de agosto de 2018).

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• Rusia

No es exagerado señalar que junto al reto del BRI de instalarse en Asia como un proyecto geopolítico estratégico de China y enfrentarse a la dominancia norteamericana, aparece a un nivel similar la figura de una Rusia con la que el país chino comparte 4250 Kms. de frontera, la cual desde el siglo XVII ha sido motivo de conflictos e invasiones entre am-bas naciones, la última apenas en 1969.

A lo anterior hay que agregar que el núcleo del proyecto BRI, como lo fue hace 2000 años para el viejo camino de la seda, está representado por cinco naciones de AC (Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán, Turkmenis-tán y Uzbekistán) que representan la pesada puerta a través de la cual tendrán que pasar todo tipo de relaciones y negocios entre Asia del Este (China) y Asia Menor y Europa.

Nunca ha sido fácil el tránsito en esta región de complicada geografía. Junto a su dificultad orográfica (Karakórum, Himalaya, etc.), se presenta desde siempre una inestabilidad política y social difícil de enfrentar. A lo anterior hay que agregar que a partir de 1922 la Ex Unión Soviética fue incorporando poco a poco a las cinco naciones asiáticas, a las cuales controló hasta 1991, fecha de su disolución. No obstante, Rusia sigue ejerciendo en la zona una dominación de hecho, con presencia militar, la cual programa ampliar y mantener hasta mitad de siglo, por lo que no le ha sido fácil aceptar la participación protagónica de China, incluso antes del lanzamiento BRI de 2013.

El entendimiento geopolítico coyuntural Rusia- China es un tema de amplia reflexión que no puede darse ante los límites de este trabajo, pero gracias a este entendimiento, a la diplomacia China y al compor-tamiento pragmático ruso es que el BRI, lejos de frenarse en los limites geopolíticos de Rusia, cruza de manera directa al país y a la zona a través de importantes inversiones chinas que en Rusia, por ejemplo, habla de 73 proyectos estratégicos a 2016 por un monto aproximado de 40 mil millones de dólares; y en la región de Asia Central, donde aparece que de 2005 a 2017 la inversión extranjera China (IED) tocó los 920 mil millones de dólares, mientras que la participación rusa en la zona durante el periodo fue tan solo de 29 mil millones de dólares (Heritage Foundation, 2017).

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La relación de Rusia con China nunca podrá ser normal y estable. Se debatirá cada día el orgullo dañado y el miedo de ceder espacio y con-trol político a una China que se ha presentado a los cinco países de AC como su única oportunidad para el desarrollo. Su alianza al inicio de la tercera década del siglo, se verá fortalecida ante el reto conjunto de hacer frente a una hegemonía declinante que son los Estados Unidos. Rusia, en el marco de estos encuentros y desencuentros con China, apuesta a vender una imagen de poder compartido, a pesar de que la economía rusa es actualmente la décima parte de la China.

El pragmatismo ruso, que ha permitido el crecimiento BRI por la puerta principal de Asia Central, se sustenta también en un discurso de dos salidas. La primera, la que señala que el BRI es una estrategia con-junta Rusa- China donde los dos países “no son solo socios, sino que sus relaciones son la columna vertebral para construir un nuevo sistema económico y político global” (Mikhail Fradkov en Gutiérrez, 2018). Y la segunda, la que explica que con base a la plataforma de la Unión Econó-mica Euroasiática (EAEU), convocada por Rusia en 2010 y ampliada en 2015, con la participación de Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán y Rusia, es que el BRI está generando las condiciones económicas de esta nueva integración. “Desde el punto de vista económico –señalan algunos analistas-no hay contradicción entre estos dos sistemas, por el contrario, los dos se complementan uno al otro.” (Mahdi Munadi, 2018).

Al final en el aire flotan dos interpretaciones que a manera de síntesis prevalecen respecto a la idea rusa sobre el nuevo papel de China en A.C. El primero, que corresponde a sentimientos de alarma por la gran diferencia que se abre respecto al nuevo poder de China en la zona y el miedo de que este se siga ampliando en el futuro no solo con Asia Central sino en toda Asia.Y el segundo, el de creer y difundir que Rusia lleva el control militar del proyecto y que China va como colíder en un papel económico.

• India

La India es un caso contrario a la posición rusa sobre el tema BRI. Ale-jándose del pragmatismo soviético y recreándose en el conflicto bélico que tuvo con China en 1962, el cual para India aún no ha quedado re-suelto en cuanto a los límites fronterizos, no ha aceptado todavía su par-

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ticipación formal en el BRI; declarándose desde 2014 por el presidente Modi su franca oposición al mismo. A lo anterior debe agregarse que desde 2015 la India se ha sumado a un equipo de dialogo integrado por USA, Japón, y Australia, a través del cual se intentan frenar algunas de las iniciativas chinas en la materia, e incluso lanzar otras propuestas en semejanza al camino de la seda como el que India ha propuesto desde el puerto de Chabahar, en la costa de Irán, el cual le daría acceso a Afganistán y a Asia Central.

Lo que para Rusia es Asia Central, para la India es la zona de Asia del Sur (AS) y el Océano Indico, que considera sus zonas naturales de influencia y donde ha construido lazos regionales de asociación a través de la Asociación de Cooperación Regional del Sur de Asia (SAARC). No obstante, donde aparece la mayor preocupación de India sobre el BRI, es en la política china con Pakistán, en razón de las posiciones franca-mente encontradas que mantienen los dos países desde su indepen-dencia y separación en 1947. Otro tema álgido para la India es el BRI marítimo, el cual lo estima como una amenaza para su zona histórica de influencia del océano indico, donde China está construyendo una plataforma marítima que se le conoce como el collar de perlas, a través de la cual está invirtiendo de manera estratégica en los puertos del Océano Índico.

China por su parte ha invitado a la India a participar en el corredor económico BRI, China-Bangladesh –India –Myanmar, en el cual ésta aceptó en principio su inclusión, pero a partir de sus diferencias geopolí-ticas suspendió las pláticas en 2015 por razones de seguridad. De igual modo, India ha dejado claro su malestar por estimar que en el Corredor Económico Pakistán se le trató con poco respecto al delinear su cons-trucción por zonas geográficas que aún estima en litigio desde 1962.

India no es parte de BRI pero si es el segundo socio fundador del AIIB, de lo cual se desprende el debate interno de una India que se resiste al crecimiento de la hegemonía china en la zona, auspiciada por Estados Unidos9 y otra corriente interna que le aconseja no quedar fuera del BRI, ya que sería quedarse fuera del futuro de Asia. Al respecto

9 En octubre de 2018 India firma un acuerdo de compra de armas (sistemas an-tiaéreos S-400) con Rusia por la cantidad de 5 mil millones de dólares , a pesar de la prohibición establecida por Estados Unidos, siguiendo los pasos que China había dado

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concluye Deepak que “El BRI pone a China en el centro de la geopolítica y la geoeconomía global, pero aún no está claro cual es el papel estraté-gico que le toca jugar a India” (Deepak, B.R en Hong, 2016).

• Japón

La oposición de Japón al BRI resulta más evidente, dado el papel des-empeñado por el país asiático en la región durante la segunda mitad del siglo XX; sobre todo en cuanto se refiere al periodo que abarca de las décadas de los sesenta a los noventa, donde Japón jugó un papel preponderante en la zona derivado de su éxito económico y asociación con Estados Unidos.

La rivalidad geopolítica entre Japón y China es milenaria y se tradujo durante muchos siglos en el papel tributario que tuvo el primero res-pecto a China, al igual que muchos otros países de Asia del Este. Esta relación tuvo su quiebre cuando en el siglo XIX, en el marco del avance occidental en la zona, China se ve enfrentada a un importante número de naciones occidentales durante el periodo de su imperialismo decli-nante, mientras que Japón se refugia en Occidente, huye hacia Occi-dente para transformar su economía y sus instituciones. Las decisiones tomadas por los dos imperios a fines del siglo XIX dan como resultado la primera invasión japonesa a China en 1894, donde la derrota y la desplaza del control de la región de Asia del Este; para luego en 1931 repetir la acción e invadir a China en el marco de la Segunda Guerra Mundial, con base al nuevo poderío militar y económico japonés. Al final Japón sale de China en 1945, pero las heridas de estos hechos no han podido cerrar para ambos bandos.

A la fecha Japón se resiste a reconocer el nuevo poder económico de China, aunque paradójicamente los dos países en materia de ma-nufactura comparten el liderazgo de la fábrica del mundo que es Asia del Este, donde China aparece como su segundo socio en exportación con 120 mil millones de dólares, y este a su vez como el tercer cliente de China con 148 mil millones de dólares (OEC, 2016). Sin embargo

en el mismo sentido semanas antes, poniendo a prueba la tolerancia y su relación estratégica con USA.

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Japón sigue privilegiando su relación estratégica con Estados Unidos, a pesar de que, como ya se indicó, el andamiaje multilateral que constru-yeron los dos países en Asia del Este, como la APEC, y el propio Banco Asiático de Desarrollo (ADB), que desde 1966 fue lanzado por Japón y Estados Unidos como un instrumento financiero de desarrollo asiático, hoy se muestra pálido frente a los actores e instituciones financieros con los que se acredita BRI.

Japón también intenta su camino de la seda en Asia, como una forma de defender su papel en la zona y así promueve con 110 mil mi-llones de dólares en 2015 el corredor Bangladesh- Bután, India –Nepal, en una línea similar a la propuesta BRI en esos países.

• Corredores Económicos Internacionales de Cooperación

A partir de su alianza estratégica con Rusia, su invitación al BRI y ofre-cimiento de créditos a India y la distancia geopolítica con Japón, prin-cipales referentes geopolíticos en la zona, China construye la nueva arquitectura geopolítica y geoeconómica de todo un continente para la primera mitad del siglo XXI. Derivado de este andamiaje geopolítico que tendrá que seguir siendo observado de manera detallada, China tiende seis vectores estratégicos (Corredores Económicos Internacionales de Cooperación) que a la fecha forman la columna vertebral del proyecto BRI.

De su alianza con Rusia emergen por lo menos tres de estos Corre-dores Económicos Internacionales de Cooperación. El primero, que se refiere a lo que China identifica como el Nuevo Puente Euroasiático, in-tenta conectar vía ferrocarril de alta velocidad al Este chino con el conti-nente europeo vía Rotterdam, Holanda, atravesando 30 países con una distancia de casi 11, 000 kms. Este proyecto fue uno de los primeros re-tos del BRI, ya que constituye una nueva alternativa que compite con el tren Transiberiano ruso, y desde luego fue motivo de grandes negocia-ciones donde para sumar a “Los dos caminos de la seda”, tanto el ruso como el chino, se llegó a comentar por Alexander Gabuev, académico del Centro Carnegie de Moscú, que “El acuerdo había sido resultado de dolorosas decisiones internas por el lado ruso” (Hong, 2016, p. 26).

El Segundo corredor llamado China-Mongolia-Rusia también com-promete de manera directa al eje China-Rusia, porque implica una

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Seis corredores económicos que abarcan Asia, Europa y África

Fuente: Global Infrastructure Connectivity Alliance, 2019.

Six economic corridorsChina-Mongolio-Russia Corridor

New Eurasian Land Bridge

China-Central Asia-West Asia Corridor

China Pakistan Corridor

China-Bangladesh-India-Myanmar Corridor

Indo-China Peninsula Corridor

intromisión china con un país como Mongolia, que en el tiempo ha funcionando como una frontera de amortiguación entre los dos países. Para China incluso su valor resulta más estratégico, al lindar su frontera con Mongolia con dos de sus dos regiones autónomas más sensibles que son la de Xinjiang y la Región Autónoma de Mongolia. En el marco de la instalación de este corredor en 2015 se firma un Memorándum de Entendimiento (Mou) y en 2016 el Protocolo Multilateral BRI, donde los tres países se comprometieron con 32 proyectos en 10 áreas relevantes de la industria, cooperación energética, facilitación aduanal, protección ambiental, tecnología, ciencia, educación, entre otras; y de manera es-pecial, con la nueva ruta del tren euroasiático en su tramo de Mongolia, cuyo diseño abaratará costos de transporte, días de entrega y reducción de trámites, como parte del proyecto del nuevo transporte regional.

En este corredor la suspicacia es de uno contra todos en el experi-mento de un multilateralismo desarrollado por China. Sin embargo, a

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pesar de iniciar el proyecto con gran dinamismo, los avances se vieron desacelerados a causa del eslabón más débil: Mongolia, quién ha utili-zado medidas prudenciales y verdaderos actos de enfrentamiento con China, como por ejemplo, invitar al Dalai Lama en 2016, a pesar de las advertencias respecto a lo mal visto de la visita, a lo que le siguió una fuerte represalia china traducido en el aumento de sus costos de expor-tación, a lo que el ministro exterior de Mongolia tuvo que disculparse públicamente con China y declarar que no invitarán al Dalai Lama nunca más (Minwang, 2018).

Si los dos corredores internacionales de cooperación de la relación estratégica China-Rusia antes señalados, no han sido fáciles, en el terce-ro de ellos, conocido como China- Asia Central- Asia Menor tampoco ha sido sencilla su implementación. Este corredor involucra a los cinco paí-ses de A.C más Irán, Irak y Turquía y en su Protocolo BRI de Producción e Inversión, firmado en 2015, se incluyeron 52 proyectos en diversos temas como minería, energía manufactura, industria química, materia-les, infraestructura, transporte, biotecnología, etc.

Además de la problemática geopolítica Rusa- China antes señalada, Asia Central, olvidada por siempre de la geografía global, presenta como región uno de los índices más altos de inseguridad, inestabilidad políti-ca, falta de Estado de Derecho, altos niveles de corrupción, bajo índice de desarrollo humano, etc., que se incrementan de manera proporcio-nal de Kazajistán ,con el mejor índice de riesgo de la zona (21), al más alto que involucra a Tajikistan (66), lo cual lleva también a la región a presentar los más bajos niveles de confiabilidad financiera y de ahorro (Ghiasy Richard y Zhou Jiayi, 2017).

A pesar del temor al poder de China, los países de A.C ven su lle-gada a la región con optimismo y como una esperanza para salir del subdesarrollo. China a su vez aborda la zona, primero, como un paso inevitable hacia el resto de Asia en la idea de la reconstrucción de un nuevo camino de la seda. Y segundo, como una zona altamente estra-tégica para su alta demanda de gas y petróleo, como un complemento estratégico a los acuerdos que en el mismo sentido ha firmado con Rusia. En el caso de Kazajistán, por ejemplo, además de firmar contratos para la construcción de infraestructura por valor de 44 mil millones de dólares, la Corporación China de Petróleo (CNPC) controla el 25% de la producción de crudo del país y tiene programada una inversión de 477

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millones de dólares para convertir Khorgos en una zona de libre comer-cio. Con Uzbekistán, en 2013 firmó acuerdos por 15,500 millones de dólares en los que se incluyó la construcción de un cuarto oleoducto y una línea férrea. Con Tayikistán, en 2014 se firmaron acuerdos por 6 mil millones de dólares para infraestructura y fundición de aluminio. Con Turkmenistán, que cubre la mitad de las importaciones chinas de gas, en 2013 se firmaron convenios por 7,600 millones de dólares, incluida la construcción de un gasoducto.En este país, la empresa china CNPC es la única que posee los derechos de explotación de los campos de gas de la zona de Bagty yarlyk y también participa con los desarrollos de Galkynysh, el segundo mayor campo de gas natural del mundo. Fi-nalmente con Kirguistán, en 2013 se firmaron ocho acuerdos por 5 mil millones de dólares, los cuales incluyen la construcción de un gasoducto hacia China (Vanguardia, Dossier, Num. 60, 2016).

El cuarto Corredor Económico Internacional es conocido como Chi-na-Península de Indochina y empieza en las provincias de Guangxy y Yunnan en China y se corre hacia Vietnam, Laos, Cambodia, Tailandia, Myanmar y Malasia, terminando en Singapur, y es la ruta que propia-mente menos costo geopolítico ha tenido para China, dado que se desarrolla en la zona histórica de su tributación y ahora está organizada bajo la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), aunque en algunas de estas naciones nunca ha dejado de estar presente la civi-lización India, sobre todo en el sur.

Por razones geográficas e históricas, los países del Este que se com-prenden en este corredor económico forman parte de la primera glo-balización de China, por lo tanto son con los que tiene un mayor trato económico e incluso un Tratado de Libre Comercio (TLC) firmado con ASEAN en 2010. Como ejemplo de lo anterior, el comercio intrarregio-nal de los países de ASEAN se aproxima al 25%, pero si se le agrega a China, Japón y Corea del Sur, la integración se escala hasta un 50%, superando al resto de los esquemas de integración salvo la Unión Eu-ropea (65%), lo cual demuestra el alto grado de cohesión que tiene la zona en la producción de bienes manufacturados,en la que si bien China representa el 21% de las exportaciones intrarregionales, absorbe el 44% de las importaciones intrazona, lo que marca la cohesión e im-portancia de la región con China desde hace décadas (Oropeza, 2016, p. 201). En consecuencia, en este corredor económico China ha puesto

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su mayor inversión desde antes del BRI y ahora lo ha reforzado con12 nuevas carreteras,11 nuevas rutas de mercancías, nuevas líneas de tren China-Vietnam, China-Laos y un avance del 80% del ferrocarril China-Myanmar, etc. Sin embargo, a pesar de la gran importancia económica de China en la Península de Indochina, algunos de sus países miem-bros guardan aún no muy gratos recuerdos de su presencia beligerante, como Vietnam, que aún recuerda su guerra con China en 1979; y de manera reciente, no solo Vietnam, sino también Malasia, Indonesia y Filipinas, quienes ven con temor y suspicacia el doble papel de China de socio y nuevo hegemón regional, respeto a sus fronteras marítimas en el Mar del Sur de China.

El quinto Corredor Económico Internacional de Cooperación corres-ponde a China-Pakistán (CPEC), el cual es el único corredor que con-templa la relación de un solo país BRI con China. A primera vista resulta significativo que China haya optado por darle este papel relevante a Pakistán, así como el de que no haya incluido en él, de manera directa, a su vecino cercano, Afganistán. El CPEC, por la apuesta geopolítica y económica que hace China, constituye el corredor BRI más importante a la fecha, a tal punto que se le estima como el corredor bandera, el corredor modelo que puede orientar el trabajo de los otros corredores, al mismo tiempo que el avance exitoso o problemático de BRI.

Respecto al CPEC es importante reiterar que su trazo se realiza ante la oposición y molestia de India, como hegemón regional, en virtud de que su trazo original atraviesa por territorios aún en debate con Pakistán y China (Gilgit-Baltistán), o únicamente con China (Cachemira), en un descuido que ha generado una indignada oposición India al BRI. Asi-mismo, en el CPEC se omite la participación declarada de Afganistán, lo cual habla de que si bien China está tomando altos niveles de riesgo en sus estrategias de inversión, por lo cual ha sido criticado, en el caso de Afganistán, por su inestabilidad política, por su vocación pro-americana (American silk road), evitó nombrarlo en el CPEC. Lo anterior no quiere decir que Afganistán no haya sido invitado al BRI y que no pueda parti-cipar en sus diferentes proyectos.

Pakistán se presenta ante China como un país de especial importan-cia por diversas razones. Una de ellas, porque su frontera es próxima a su región autónoma de Xinjiang, donde se avecina la mayor población musulmana de China, conocida como los Uigures (hui su), por lo que

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una buena relación con un país de 190 millones de musulmanes como lo es Pakistán, para China resulta de la mayor relevancia para evitar la contaminación con los grupos extremistas en la región como Al-Qaeda, los Talibanes, el Partido Islamista Turco, etc. con la zona Uigur. De igual modo, el crecimiento económico de China y su estabilidad política ha mantenido un riesgo constante al ser un gran importador de petróleo con casi 12 millones de barriles al día en 2017, el cual es suministrado en buena medida a través de la estratégica zona del océano Índico y sus múltiples estrechos, como el estrecho de Malakka, de Singapur, etc. En este sentido, la construcción de un puerto profundo en las costas de Pakistán en Gwadar, se presenta para China como una alternativa estra-tégica frente a USA e India, de igual modo que una salida al mar para su exportación del centro y del oeste Chino. A las inversiones chinas en el puerto de Gwadar se suman recursos para la integración de zonas eco-nómicas especiales, corredores industriales, un ferrocarril que conecta al puerto con toda China y Asia Central, 3000 Kms. de carreteras, líneas de electricidad, etc., reflejando una gran inversión y un trabajo muy impor-tante para lograr un mejoría económica visible del país, la cual daría una mayor estabilidad para todos los propósitos tanto económicos como políticos. En este sentido, el CPEC se ha convertido en un ejemplo del apoyo geopolítico que China puede brindar a través del BRI al resto de los países asociados. Por ello, como señalan Ghiasy y Zhou si CPEC se mantiene exitosamente sustentable, se convertirá en un claro mensaje para otros países con problemas de inversión y desarrollo, para que sean socios más cercanos a China. (Ghiasy, Zhou, 2017).

El sexto y último corredor se refiere a China- Bangladesh-India-Myan-mar, que como ya se dijo, se encuentra obstaculizado principalmente por el alejamiento de la participación de India desde 2015, al igual que por inestabilidad política de Myanmar. Sin embargo, este corredor también es relevante porque en él se incluye el proyecto de La Ruta Marítima de la Seda del siglo XXI, que empieza en el sudeste de China y se propone continuar por toda la ruta marítima hasta Europa.10

10 Al respecto comentaba Geoffrey Kemp en 2010 sobre la incertidumbre del pa- pel de China en la importante región de Asia Central y Asia Menor, dada su gran riqueza de hidrocarburos, que su enorme distancia geográfica con la zona tenía que resolverla.

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En el siglo XV, como se apuntó, durante la dinastía Ming, China deci-dió renunciar a la geopolítica por mar, a pesar de que en 1405 durante la dinastía del emperador Yongle, se integró una flota de 62 poderosos navíos bajo el mando de Zheng He, entre los que destacaban los cuatro barcos más grandes del mundo, de 120 metros de longitud y 50 de anchura. En el siglo XXI, en el marco del BRI, China intenta relanzar una estrategia marítima de posicionamiento a lo largo del Océano Índico, estrategia que ha sido calificada por Estados Unidos en 2004, en estu-dios de Booz Allen Hamilton, y C.J. Pehrson como Collar de Perlas. En estos estudios se definen como el collar de perlas a las instalaciones marítimas, terrestres y áreas que China ha ido construyendo desde prin-cipios del siglo en aras de crear una estructura de poder geopolítico en el Mar del Sur de China y el Océano Indico, como punto de partida de una nueva fuerza marítima global que acompañe los intereses chinos en la zona frente a Estados Unidos y la India en una primera instancia. Como parte del collar de perlas se incluyen el puerto de Gwadar, en Pakistán; Chittagong en Bangladesh; Sittwe en Myanmar; Sihanoukville en Camboya; Merguy, Thilawa, Kyanksyu, en Tailandia; a los que ahora se podrían agregar Hambantota y Colombo en Sri Lanka, Lanú en Kenia, Port Sudan en Sudán y el Pireo en Grecia, donde China detenta actual-mente el 70% de la operación (Vanguardia, Dossier, Núm. 60, 2016).

• BRI o los recursos económicos de la integración

En materia financiera el proyecto BRI también resulta una iniciativa anti paradigmática para el orden global, tanto por su dimensión como por la amplia oferta de proyectos e instituciones que comprende.

Si bien hoy el BRI no integra un nuevo paradigma formal de aso-ciación, la inclusión de nuevos temas al comercio de bienes como la energía, la ciencia, la tecnología, la infraestructura; los amplios niveles de financiamiento y los temas culturales o sociales con los que se com-

Que si su vía marítima la expandía por el Océano Índico y hacia nuevas vías terrestres de comunicación que transitaran por A.C. y Pakistán, podría convertirse en un jugador estratégico de Asia Menor y el Golfo Pérsico (Kemp, 2010, pp. 1-6). Como se aprecia a través de la estrategia BRI, parece que China ha seguido la recomendación.

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plementa, brindan una visión más amplia a los esfuerzos del desarrollo regional del siglo XXI.

A pesar de la diversidad de las fuentes, que brindan datos contras-tantes, a la fecha el financiamiento BRI se ha ofrecido en grandes can-tidades respecto a los países con los que ha iniciado su operación, a través de una batería muy amplia de instituciones y entidades financie-ras donde ya se comentó, participan el AIIB, Silk Road Fund, El nuevo Banco Chino de Desarrollo, que se crearon ex profeso para el BRI. Al mismo tiempo interviene el China-ASEAN Inter-Bank, China Investment Corporation (CIC), el Banco de Desarrollo de la Organización de la Coo-peración de Shanghai (SCO), así como toda la banca estatal china. A 2016, en materia financiera, los prestadores BRI que más contribuyeron fueron los cuatro grandes Bancos Comerciales Estatales chinos (SOES) con el 51%. La segunda fuente de suministro comprendió al Banco Chino de Desarrollo con el 38% y con el 8% participó el Banco de Exportación e Importación.Dada su reciente aparición a partir de 2015, el Silk Road Fund y el AIIB registraron un 1% respectivamente (Deloitte, 2018).

Funding for BRI by source: Outstanding loans or equity investment at end 2016 ($ billion)

Fuente: Deloitte, 2018.

Big four state-owned commercial banksChina Development BankExport-Import Bank of China

Silk Road FundAsia Infraestructure Investment BankNew Development Bank

1%1%

1%8%

38%51%

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Asimismo, de acuerdo al Ministerio de Comercio, los flujos de IED al BRI promediaron los 14 mil millones de dólares anuales durante 2015, 2016 y 2017, priorizando al corredor China- Península Indochina con 53% de lo invertido únicamente por las SOEs (2016); al corredor Ban-gladesh-China India-Myanmar con 47%; Central Asia, Rusia, Mongolia con 34%; y Europa del Este 34% y África y Asia del Este con 25%.

BRI investment destinations for SOEs

Fuente: Deloitte, 2018.

53%South Asia and other countries on Maritime Silk Road

South Asia (India, Pakistán, Blangadeshand Myanmar, etc.)

CIS (Commonwealth of Independent States, IncludingRussia and Mongolia) and Central Asia

Central and Eastern Europe

West Asia and Africa

Others

47%

34%

34%

25%

5%

• El BRI y sus resultados

El BRI es un movimiento telúrico geopolítico de grandes dimensiones que cualquiera que sea su resultado, cambiará los estándares concebi-dos, por lo menos en el continente asiático, a partir de su lanzamiento.

Como todas las grandes transformaciones de China, el BRI se pre-senta como una intuición global de gran aliento que se nutre de sus propios antecedentes para imaginarlo, primero, y luego sobre la marcha, ir armando su estructura bajo un pragmatismo con las tradicionales ca-racterísticas chinas.

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A la primera apertura china Deng la llamó experimento. A los BRICS los lanzaron oficialmente en 2009 después de ocho años de haber sido una idea exógena de Jim O’Neill. En el caso del Nuevo Camino de la Seda ocurre algo similar. De una idea milenaria que siempre estuvo ahí presente como parte de un archivo histórico, esta se reforzó con ideas paralelas que ya se ventilaban en la agenda geopolítica de Asia como la propuesta nipona en 2004 de la Diplomacia de la Ruta de la Seda, que ya comprendía a los cinco países de Asia Central; El Camino Turco de la Seda en 2008, que se une en 2016 con BRI. Incluso un Plan Marshall Chino que en 2009 lanzó la Administración Estatal de Ingresos, el cual a partir de 2013 ha sido negado reiteradamente como parte de la filosofía del BRI. El Camino Ruso de la Seda que ya se comentó y en 2011 el Camino Americano de la Seda que desde Afganistán propuso Estados Unidos.

En este sentido, el BRI parte de estas influencias pero en su lanza-miento global nace de una intuición política a la llegada al poder de Xi Jinping, la cual día a día se ha ido construyendo hasta los avances que lleva a la fecha. Por ello, después de cinco años, las versiones, las ex-plicaciones y las cifras del BRI cambian y difieren respecto a cada una de las fuentes consultadas, aunque esto no ha sido obstáculo para que no pueda reconocerse la dimensión de su tamaño, la infinitud de sus objetivos y el enorme potencial de sus repercusiones geopolíticas y geo-económicas sobre China, Asia y el mundo en general. Para China el BRI aparece también como la posibilidad de reeditar, bajo condiciones del siglo XXI, un nuevo papel inspirando en el rol hegemónico que mantuvo bajo diferentes condiciones hasta 1839, cuando la llegada de las po-tencias marítimas occidentales, iniciada por la invasión de Gran Bretaña en la llamada Guerra del Opio, terminaron con su milenaria tributación regional y el papel central que tuvo en la zona.

Dada la multidiversidad de la propuesta BRI, actualmente sus ob-jetivos se multiplican y confunden respecto a la fuente de la cual se parta. Como se adelantó, China habla de una iniciativa más que de una estrategia, a fin de que la construyamos juntos, la gocemos juntos y nos conozcamos juntos, manejando una postura abierta que aleje la idea de una imposición. De igual modo, la propuesta se presenta como una cooperación internacional, como una gobernanza global más razonable y justa; como la construcción de una comunidad donde se comparta el

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futuro de la humanidad, lo cual es una abierta invitación hacia un nuevo orden geopolítico (Munadi, 2018). Al propio tiempo, el presidente Xi señala que el BRI es una marca de desarrollo abierta e inclusiva, al igual que un bien público global propiciado por todas las partes. Durante su discurso en el Foro BRI en mayo de 2017, Xi explica al BRI como un camino para la paz, para la prosperidad, como un camino para la aper-tura, para la innovación y la civilización. Para el Segundo Foro celebrado en abril de 2019, frente a 150 países y organizaciones internacionales firmantes de la iniciativa Belt and Road Cooperation, el Presidente Xi ante el símil del BRI como un árbol frondoso de raíces fuertes, ratificó que este nuevo esquema de integración responde al llamado global de un nuevo sistema de gobernanza, donde la gente encuentre un lugar para vivir mejor. Xu Shicheng resume al BRI como un facilitador para la apertura de mercados y el aumento del comercio y de las inversiones; como un “Nuevo pensamiento y un nuevo proyecto para perfeccionar la gobernanza global” (Shicheng, 2018).

El BRI rompe con la caracterización de la integración regional del siglo XX y su consecuente fundamento del artículo 24 de la Organiza-ción Mundial del Comercio (OMC), invitando a la comunidad asiática, pero también al resto del mundo, a un nuevo esquema de asociación- pragmático, con características chinas, que rompa con las limitaciones del propio artículo 24 y despliegue sus alas en un vuelo incierto, pero sugerente, donde puedan sumarse los activos nacionales y regionales ya no solo a través del intercambio de bienes y servicios, sino también de todas las demás actividades económicas; imaginando nuevos esce-narios y desarrollos posibles. Y está es, tal vez,la mayor aportación que BRI hace a Occidente, más allá de los resultados que pueda lograr, al liberarlo de una camisa de fuerza, de un dogma neoliberal donde el crecimiento económico solo se imaginó a través de un comercio ex-terior fundamentado mayormente en tratados de libre comercio, con asimetrías y dominancias de origen, las cuales han limitado el desarrollo e intercambio de los países hacia nuevos y mejores escenarios, más acordes con un siglo XXI donde la visión del GATT de 1947 e incluso de la OMC de 1994 han quedado rebasadas.

La intuición china en este punto rompe el paradogma, aunque ape-nas dibuja a través de las principales líneas del BRI, la nueva estructura que ofrece para substituirla.

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En principio declara sin ambajes que “El BRI va más allá del sistema mundial de comercio en la implementación de objetivos, de mecanis-mos y de principios, al propio tiempo que es una exploración de un nuevo modelo de cooperación y gobernanza global, que busca no solo del desarrollo y la prosperidad de la economía mundial, sino que tam-bién propone un más justo y razonable sistema de gobernanza global” (Xixia, 2018). Partiendo de esta aclaración, el BRI entonces acepta en su operación una línea de Hard Law o Derecho Internacional vinculante, a la cual no renuncia en el marco de un pragmatismo incluyente; al mismo tiempo que abre la puerta a figuras comerciales de Soft Law, o sea no vinculante, como una herramienta posible en el nuevo sistema geopolítico BRI.

Bajo este amplio marco formal de posibilidades aparecen desde Me-moranda de entendimiento (Mou), Acuerdos de Producción e Inver-sión (Kazajistán, 2015), Acuerdos Multilaterales (China, Mongolia, Rusia, 2016), 50 Acuerdos de Cooperación, 56 Zonas o Corredores Económi-cos Especiales en más de 20 países, hasta la firma a 2017 de más de 15 tratados de libre comercio de China con cerca de 24 países; además de 11 TLCs en negociación y 11 más en inicio de platicas. Dentro de los Acuerdos de Soft Law, por su importancia, destaca el Acuerdo firmado por China con el grupo asiático europeo de los 16+1; así como también podrían incluirse a los propios BRICS, así como en menor rango pero ya operando, diferentes resoluciones, declaraciones, acuerdos etc. (Xixia, 2018).

Como puede apreciarse, China no renuncia al orden internacional de la OMC, pero tampoco acepta tender sus nuevas líneas globales de co-mercio y desarrollo exclusivamente bajo su marco conceptual, abriendo un debate sobre cuáles deben ser las regulaciones económicas para un nuevo mundo más demandante y complejo. Bajo estos nuevos paradig-mas BRI, la oferta occidental no aparece como una estrategia que vaya a poder competir en visión, alcance, financiamiento, formalidad, etc. con la oferta integral del nuevo camino de la seda, y la critica jurídica dogmatica no será suficiente para rescatar a los esquemas occidentales de comercio, que siguen manteniendo la misma visión y ambición de los países desarrollados del siglo anterior.

Desde luego la arquitectura lograda por la Unión Europea sigue sien-do un referente occidental obligado por sus resultados y la considera-

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ción a sus asimetrías y apoyo de todos sus participantes, a pesar de su crisis actual abanderada por el fenómeno Brexit. Pero el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), ahora en su nueva versión denominada Acuerdo Estados Unidos- México- Canadá (AEUMC) o US-MCA, por sus siglas en inglés, y el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP),en su nueva versión conocida como El Acuerdo Amplio y Progre-sista de Asociación Transpacífico (CPTPP o TPP-11),entre otros, desde su desdibujada renegociación a partir de la llegada de Trump al poder, se alejan de estas nuevas iniciativas incluyentes de altos niveles de fi-nanciamiento, que de principio brindan un mayor margen de maniobra a la realidad económica de la mayoría de los países participantes.

En cuanto a los resultados del BRI (2014-2017), de a cuerdo al Profesor Shicheng, actualmente lo han firmado más de 100 países y organizaciones internacionales. Asimismo China ha firmado Convenios de Cooperación BRI con más de 40 países y organizaciones internacio-nales. China ha elevado a 3 billones de dólares su comercio con BRI y ha invertido cerca de 50 mil millones de dólares. Se han instalado 56 zonas de cooperación económica y comercial con más de 20 países. Las empresas chinas han tributado 1100 millones de dólares con paí-ses BRI y se han creado 180 mil puestos de trabajo fuera de China. El AIIB entregó 1700 millones de dólares y el Fondo de la Ruta de la Seda 4 mil millones de dólares (Shicheng, 2018).

Además de lo anterior China ha otorgado 10 mil becas guberna-mentales; y agregará 100 mil millones de yuanes al SRF e incentivará a las SOEs por 300 mil millones de yuanes de nuevo crédito. Al NDB se le dotará de 250 mil millones de yuanes y al Ex -Inc Bank de 130 mil millones de yuanes para proyectos de infraestructura, capacidad produc-tiva y finanzas. En los próximos tres años, en síntesis, se aportará por China al BRI cerca de 8700 millones de dólares. De manera especial, se ofrecerá una ayuda alimentaria de 2000 millones de yuanes a los paí-ses BRI más necesitados; 1000 millones de dólares al Fondo de Ayuda Para la Cooperación Sur-Sur. 1000 millones de dólares para proyectos que beneficiarán a países BRI y se pondrán en marcha 100 proyectos de hogares felices; 100 de alivio a la pobreza y otros 100 de atención sanitaria y rehabilitación (Shicheng, 2018).

El BRI a 2019 se muestra inacabado, confuso, con luces y sombras. A la mayoría de los socios participantes los invade la esperanza y el

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interés, al propio tiempo que la confusión, la sospecha, el miedo y la división interna.

Les preocupan sus abultadas deudas, la calidad de las inversiones, la fuerte corrupción con sus clases gobernantes, donde en algunos casos se estima que asciende del 10 al 30% de los créditos. Les preocupan también cuales pueden ser los objetivos últimos de China.

A pesar de lo anterior, la gran mayoría no quiere quedarse fuera de esta gran e imaginativa ola de un nuevo desarrollo continental que apa-rece en muchos de estos países como la única alternativa.

Para China, para Xi Jinping, el éxito del BRI en los próximos años, junto con su reforma económica y jurídica, son la única garantía para que su permanencia en el poder se prolongue para la tercera y cuarta década del siglo, y así se cumpla el sueño chino de una China hege-mónica en 2049, a los 100 años de la Revolución e instalación de la República Popular China.

F. LA REFORMA ECONÓMICA. MADE IN CHINA 2025

A finales de las setenta China tenía todo por construir. Su crecimiento en relación con su PIB era errático con bruscas caídas e irregulares in-crementos que en el periodo 1966-1976 la llevaron a registrar un 4% anual promedio. Hace 40 años no existían flujos de IED, los cuales em-pezaron a mostrarse de manera significativa a partir de 1985. Su comer-cio era tan débil que se ubicaba en la posición 34 del ranking mundial y sus exportaciones solo representaban 4% de su PIB. En síntesis, cuando se dio su primer proceso de reforma y apertura en 1978, ningún actor político o económico creyó que un país de 956 millones de personas con niveles superiores al 60% en pobreza extrema fuera una amenaza. Nadie creyó que hubiera un milagro chino (Oropeza, 2006, p.274).

A lo largo de las cuatro décadas siguientes la comunidad económica global tampoco ha creído, cada incredulidad en su tiempo, que China pudiera fabricar motocicletas, vehículos, camiones, trenes de alta ve-locidad, aviones, portaaviones, satélites, etc., y ahora China es líder o fabricante destacado de cada uno de estos bienes o productos.

Frente a la tercera década del siglo XXI, la comunidad económica y política global, sobre todo Estados Unidos y Occidente, vuelven a ha-

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cerse la misma pregunta de si China podrá ascender al único liderazgo económico que le hace falta que se refiere a los servicios de la alta tecnología de la cuarta y quinta Revolución Industrial, a lo cual algunos pensadores clásicos como Montesquieu o Weber, etc., sostuvieron que la civilización china no era proclive a la ciencia, lo cual fue uno de los determinantes de su dominio occidental; ó de los criterios modernos de que China no era capaz de superar su manufactura barata; o los que ahora opinan que no podrá desplazar del liderazgo tecnológico a los Estados Unidos o los principales países europeos. Y la pregunta esencial respecto al tema vuelve a ser la misma que se hizo a partir de la primera década del éxito económico chino, ¿por qué no podría hacerlo, si las condiciones internas y externas para lograrlo siguen siendo básicamente las mismas?

China desde 1978 práctica un modelo económico que crece y se actualiza, pero que en su estructura nuclear no cambia y se correspon-de al de un poderoso Estado Desarrollador bautizado por China como Socialismo de Mercado, que Deng Xiaoping explicaría desde siempre como el experimento de combinar tanto capitalismo como socialismo sean necesarios para alcanzar sus objetivos, los cuales parecen ser hoy, el convertir a China en la nación hegemónica más desarrollada del siglo XXI, a partir de su liderazgo en la manufactura industrial y los servicios de la inteligencia.

China, en la segunda década del siglo vuelve a intuir y a interpretar los vientos globales, y entiende que el éxito económico de ayer no le garantiza el de hoy y que seguir con los instrumentos estratégicos de su primera apertura como su globalización selectiva y gradual, manejo nacionalista de la IED que llega al país, modernización de las zonas económicas especiales, una política industrial prioritaria, alineamiento de una Banca de Desarrollo amplia y poderosa al servicio del desarrollo industrial, incentivos fiscales y financieros, etc. que la llevaron a despla-zar a Estados Unidos en el 2010 como el mayor país en producción de manufactura, no le serán suficientes para esta, su última batalla sectorial económica, ahora la más relevante a nivel global, que es alcanzar y su-perar el avance tecnológico de Estados Unidos.

Ante tales retos, China decide alejarse de la comodidad de sus im-portantes triunfos económicos y transita hacia una nueva estrategia que

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lanza en 2015 como Made in China 2025, (MCh 2025) por medio de la cual concentra la mayoría de las acciones que considera no solo le darán un nuevo impulso a su crecimiento, sino que en base a una visión y un sueño civilizatorio, estima la puedan ubicar como la nación líder del siglo.

El espíritu de la nueva estrategia se explica en primer lugar, dentro de la visión que Xi Jinping viene construyendo desde su llegada al poder, la cual se refleja en los discursos y documentos que viene publicando desde esa fecha. Por ejemplo, en su participación con motivo de la ce-lebración del XIX Aniversario del Congreso Nacional del PCCh (octubre 2017), donde se compromete con el pueblo a proporcionarle una me-jor vida, una vida feliz; señalando que para ello China tiene que conver-tirse en un país de la innovación, reforzando su tarea en la investigación científica y tecnológica a fin de irrumpir en las nuevas tecnologías, don-de china penetre con innovaciones tecnologías que mejoren los niveles de vida del pueblo chino. A lo anterior agrega que la innovación es la fuerza estratégica para impulsar el desarrollo, así como el apuntalamien-to estratégico para construir una economía más moderna. De manera especial Xi Subraya que “Nosotros impulsaremos la investigación básica en ciencias aplicadas, para aumentar nuestros logros en proyectos de ciencia y tecnología, priorizando la innovación que genere tecnologías claves, que rompa fronteras tecnológicas y que modernice la ingeniería tecnológica; en síntesis, que rompa paradigmas tecnológicos” (China Daily, 20 octubre, 2017).

A manera de acompañamiento de esta visión, China lanza su 13° Plan Nacional de Cinco Años en Innovación Científica y Tecnológica (2016)11, a través del cual acompaña 15 Programas Preferentes en Innovación Científica y Tecnológica. En el mismo año aparece el Plan de Implementación de Tres Años de Inteligencia Artificial (AI) e Internet Plus; aunque de manera significativa por su amplitud y nueva visión, en 2015 China lanza el Plan Made in China 2025, como el nuevo paradig-ma que desdobla y acompaña la estrategia de su Segunda Reforma y

11 En 2005 aprueba el Programa Nacional para el Desarrollo Científico y Tecnológico de mediano y largo plazo (2006-2020).Y desde 1978, la ciencia y tecnología han sido una prioridad para China.

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Apertura hacia el Oeste, que junto con su Reforma del Poder (Reforma Constitucional), como ya se indicó, forman el triangulo estratégico hacia su éxito y dominio geopolítico y geoeconómico a 2049.

El Made in China 2025 no es, desde luego, el primer programa científico y tecnológico. De hecho, desde la primera apertura de Deng Xiaoping coloca al tema como una de sus cuatro grandes prioridades. Sin embargo, la diferencia con este lanzamiento consiste en que se privilegian los servicios de la alta tecnología (industria 4.0), sin olvidar la industria tradicional, planteando los objetivos de tres escenarios en el tiempo en donde en 2025 buscará reducir las diferencias con otros países; en 2035 busca fortalecer y empoderar la posición, y para 2045 (2049), se plantea ser el líder mundial en la producción de bienes y servicios tecnológicos (Plan Made in China 2025; ICEX, 2016).

Como en programas anteriores, el Plan selecciona 10 sectores gana-dores donde destacan equipo electrónico, maquinaria agrícola, nuevos materiales, ahorro energético, vehículos de nuevas energías, herramien-tas de control numérico, robótica, equipamiento médico, equipo marí-timo de tecnología avanzada, equipamiento ferroviario, equipamiento aeroespacial y tecnologías de la información. Para reforzar este lanza-miento planea la construcción de 15 centros de innovación a nivel na-cional a 2020 y 40 para 2025.

Sin embargo, donde el plan se aleja de ejercicios anteriores y es par-te de la nueva política de Xi Jinping, es que en este proyecto la política prudencial de Deng desaparece y se exponen públicamente vectores de temas sensibles que antes eran sesgados o que se negaban. El primero, el reconocimiento de que el plan aspira a integrar un contenido nacional del 40% a 2020 y un 70 % a 2025, con todo lo que esto confronta a la narrativa OMC. Al mismo tiempo el plan propone que para esa fe- cha la Ciencia y la Tecnología contribuyan al crecimiento del PIB en 60% y la inversión del sector ascienda al 2.5% del PIB. Para lograr el conte-nido nacional, se reiteran las políticas de protección y subsidio que a su manera se inauguraron junto a la apertura china en 1978. De manera especial, aparecen las estrategias que directa e indirectamente también hacen ostensible el estatismo chino para la implementación y logros de los objetivos del Plan. Se habla de presiones legales a través de la importante Comisión Nacional para la Reforma y el Desarrollo Nacional

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respecto a actores globales en China, para favorecer la transferencia tec-nológica. También se habla de presión para la firma de Joint Ventures en materia tecnológica. Exigencia y condicionamiento del mercado interno a cambio de tecnología. Presión para precios bajos en comercialización de tecnología, para facilitación de recursos humanos calificados, para la fabricación en China de tecnología, etc. En realidad, temas cuasi institu-cionales en el performance chino desde los ochenta, pero que siempre se negaron e incluso un sinnúmero de especialistas occidentales pasa-ron por alto en su análisis del milagro chino de desarrollo.

De acuerdo a un artículo de investigación del New York Times (How this U.S. Tech Giant is Backing China´s Tech Ambitions, 2018) Estados Unidos evidencia la aplicación de estas políticas al señalarse que las empresas americanas “están siendo forzadas para transferir tecnología, firmar Joint Ventures, bajar precios y ayudar con sus especialistas” a las áreas chinas de inteligencia artificial y semiconductores. Que a Qual-comm, empresa líder en la construcción de chips de alta tecnología, a través de la NDRC se le impuso una multa de casi un Billón de dólares y se le condicionó su participación en el mercado chino a una baja de precios y un mayor traspaso de tecnología a socios chinos. Para ello, el gobierno chino le ofrece tierra y financiamiento para que se asocie con la empresa china Huaxintong, al igual que con la empresa Thundersoft (drones), con base en Beijing.

En otro artículo del New York Times (Busca China el control global en tecnología, Reforma, 2018) se reitera la política china de exigir asocia-ciones o traspaso de propiedad intelectual “como el precio de admisión a la segunda economía más grande del mundo”. Incluso en contubernio con las empresas americanas (Advanced Micro Devices, licencia de mi-crochips) se intentan eludir las nuevas restricciones del gobierno ame-ricano sobre la transferencia de tecnología. Que sistemas tecnológicos sensibles del gobierno chino como bancos y laboratorios, todavía utili-zan chips de Intel y Qualcomm y software de Microsoft y Oracle, lo cual estiman como una debilidad de su seguridad nacional. Para resolverlo, integra un fondo para la fabricación de semiconductores de más de 100 mil millones de dólares, 150 mil millones de dólares para inteligencia artificial y 3000 millones de dólares para fabricación avanzada.

A lo anterior habría que agregar que dentro de esta estrategia integral de posicionamiento tecnológico formal e informal, los estrategas chinos

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Qiao Liang y Wang Xiangsui desde 1999 hablan de una Guera sin Res-tricciónes, donde incluyen como parte de la posible toma de tecnología al uso de hackers financieros y tecnológicos a través de los navegadores de internet (Jalife-Rahme, Reforma, 2018).

Al Plan Made in China 2025, los fabricantes occidentales, como hace cuarenta años, lo miran con desconfianza por su abierta carga de volun-tad estatal de llevarlo a cabo por medio de todos los canales formales e informales, con gran pragmatismo y enorme financiamiento público. Bradsher y Mozurmarch lo sintetizan como “El deseo de China de ob-tener el control de la mayoría de los segmentos rentables de la cadena global de producción” (2018). Y Lewis, Vicepresidente del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (USA), a la participación informal de China la resume diciendo “Todos temen represalias. Nadie quiere perder el mercado de China” (The New York Times, Reforma, 2018).

La batalla por la supremacía digital, como le llama The Economist (Marzo, 2018), o como podría escalarse: La batalla económica por la hegemonía global del siglo, es una parte central de la guerra comercial ya declarada a China por Estados Unidos a través del Memorándum Presidencial del 22 de marzo de 2018,con base en la sección 301 de la Ley de Comercio de 1974, el cual se deriva en lo general de la acumula- ción de inconsistencias comerciales entre los dos países desde la déca-da de los noventa, donde inició el abultado déficit comercial de Estados Unidos con China; y en lo particular, se centra en la guerra tecnológica entre los dos países.

En el marco de esta guerra comercial, junto al Memorándum Pre-sidencial, Estados Unidos está reforzando la vigilancia de la IED China hacia empresas norteamericanas a través de la Foreign Investment Risk Review Modernization Act (FIRRMA), donde incluye de manera especial los recursos otorgados a las start ups en áreas de seguridad nacional, vi-gilando especialmente a los nuevos Fondos de Riesgo en los que China ha centrado su triangulación financiera para invertir en desarrollo de tec-nología industrial en América, los cuales se estima por el Departamen- to de Defensa (USA), han contribuido con el 13% del total de este tipo de inversión (The Economist, agosto, 2018). A lo anterior se agrega la ampliación de facultades al Comité de Inversiones Extranjeras (CFIUS), para bloquear operaciones de toma de control de una sociedad ame-ricana si representa una amenaza para la seguridad nacional, no solo

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en la industria de la defensa como operaba anteriormente. A manera de ejemplo, en marzo de 2018 este Comité bloqueó la propuesta de compra hostil de Qualcomm. (Reforma, 8 de junio, 2018).

“Si se acepta como punto de partida que estamos en una gran lucha de poder con China y Rusia – comenta John Janser de la Universi- dad de la Defensa Nacional- entonces se debe pensar en garantizar la base innovadora, viabilizar la base industrial y llevarlo todo a escala.” (Financiero Times, julio, 2018).

En el marco de este histórico debate por la supremacía tecnológica- económica que sin duda definirá posiciones y fortalezas en las próximas décadas, como ya lo hace ahora, China ya coloca a 9 empresas en el Top Twenty de las líderes de internet, encabezadas por Alibaba (6) y Tencent (7), el resto son americanas. En materia de innovación (2018), China se coloca en el lugar 17 a nivel mundial y sube cinco lugares respecto al año anterior (lugar 22). Estados Unidos pierde dos lugares en el mismo periodo, pasando del lugar 2 al 4. A la fecha, China cuenta con 4.6 millones de graduados en ciencia y tecnología y Estados Unidos registra una octava parte. En 2016 China instaló una cifra récord de 87 mil robots, más que Estados Unidos y Alemania juntos. En 2017, China rebasará en inversión (43%) a USA (38%) en inteligencia artificial. De igual modo, China ya es el segundo generador de publicaciones cientí-ficas (293 mil publicaciones 2000-2015), después de Estados Unidos (354 mil publicaciones 2000-2015). Es líder en registro de patentes en aprendizaje profundo, inteligencia artificial, y segundo en aprendizaje automático, después de USA. Para 2025, China prevé generar tres cuar-tas partes de su propia demanda de robots industriales y más de un tercio de su demanda de chips para teléfonos inteligentes. En materia de comercio electrónico, Porter Erisman, asesor de Alibaba señala “si quieres entender la historia del comercio electrónico, estudia a Esta-dos Unidos, pero si quieres entender el futuro del comercio electrónico estudia a China” (The Economist, marzo, 2018/ The New York Times, Reforma 2018, Vanguardia Dosssier Num. 70, septiembre, 2018).

Desde luego que la Reforma Económica se liga con la Reforma Geopolítica china. Para el efecto existe, entre otras ligas, un Digital Silk Road a través del cual China intenta con cerca de 35 satélites, unir a una distancia de un metro o menos la geografía, las rutas y las georeferen-cias de 30 países BRI que a la fecha han firmado con la empresa china

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Bei Dou (Big Dipper), la cual es la encargada de construir la ruta de co-municación digital para el 67% de una población asiática que carece de ella. Xi señaló respecto a esta ruta de la seda de la comunicación, de la nanotecnología, de la inteligencia artificial, la big data, etc., que ayudará a crear “una comunidad de destino compartido en el ciberespacio” (The Economist, junio, 2018). De igual modo a la capital milenaria del comer-cio de la seda, Xi’an, se le está impulsando como un Sillicon Valley del oeste chino.

Finalmente, sobre la tecnología 5G, la cual definirá el liderazgo tec-nológico del siglo XXI, Ren Zhengfei, líder y CEO de Huawei declara con no poco orgullo: “Nuestra tecnologías 5G van al menos dos años por delante (de Estados Unidos) y serán líderes mundiales durante mucho tiempo” (El País, 2019).

G. LA REFORMA DEL PODER. REFORMA CONSTITUCIONAL DE 2018

En el mes de octubre de 2017, en el marco de la celebración del XIX Congreso del Partido Comunista Chino, la figura del presidente Xi Jin-ping fue elevada a los niveles más altos del poder chino de los tiempos modernos.

En un giro inesperado de acuerdo a la tendencia política progresista que había heredado Deng Xiaoping, de un principio de separación polí-tica entre el PCCh y el gobierno, hacia una mayor asimilación de un Es-tado de Derecho y orden democrático, al final del Congreso la figura del presidente Xi fue declarada como Emperador en vida y su pensamiento se elevó al nivel del presidente Mao Zedong y a la Teoría del presidente Deng Xiaoping, quienes se consideraron hasta entonces como los úni-cos guías políticos a partir de 1949.

Reforzando lo anterior, durante la celebración del congreso se de-cidió la reforma de la constitución del PCCh, lo cual ha sucedido en pocas oportunidades a partir de su aprobación en 1982, a fin de dejar plasmado dentro del mismo cuerpo legal “el pensamiento de Xi Jinping, de un socialismo con características chinas para una nueva era”, lo cual quedó como la guía del partido y del Estado.

Ante el cambio histórico registrado en el partido, en marzo de 2018, durante la celebración del XIII Congreso de la Asamblea Nacional Popu-

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lar, se operó la Quinta Reforma a la Constitución de la República Popular China. Dentro de los cambios operados, de manera relevante se elevó nuevamente al liderazgo del PCCh como fundamento central del poder político y a su secretario Xi, como núcleo de dicho centro, al modificar el artículo 1° de la Constitución para resaltar que “El sistema socialista es la base de la República Popular China, y el liderazgo del PCCh es la característica del socialismo con características chinas”, principio que se encontraba en el preámbulo de la Constitución de 1982, en la idea de generar una jetatura del Estado de Derecho sobre el poder político y no al revés, como queda de manifiesto con el cambio. También de mane-ra especial se crea el Comité Nacional de Supervisión, el cual abarcó buena parte de la reforma constitucional. Este poderoso Comité contra la corrupción, que a 2017 llevaba sancionadas a un millón y medio de personas, se constituyó en la idea confuciana del control moral del poder tanto del Partido como del gobierno, donde dicho Comité será supervisado por el Comité Permanente de la ANP, donde Xi es la figura suprema. Así mismo, se inhabilitó a la Suprema Corte Popular de China para la revisión judicial, trasladando sus atribuciones al Comité Perma-nente de la ANP y al PCCh, donde Xi es el secretario del Partido.

De manera por demás trascendente, se modifica el último párrafo del Artículo 79 constitucional, eliminando con ello el límite al mandato presidencial de cinco años con una sola reelección, dejando abierta la puerta a una estancia indefinida del poder constitucional en una refor-ma política que tiende hacia la consolidación de una figura, Xi Jinping, y un grupo político, en el marco de la construcción del sueño chino y su objetivo del gran reposicionamiento de la nación china, a través del logro de un país rico y poderoso que concrete tanto la revitalización de la nación y la felicidad del pueblo como fin último (Vanguardia Dossier Num. 70, septiembre, 2018).

El resultado de esta reforma, que se realiza desde la óptica de la reconstrucción del poder político, logra en los hechos la más alta con-centración de poder en la figura del presidente Xi, quien a partir de marzo de 2018 quedó como el nuevo Emperador en Vida de China, al concentrar las siguientes atribuciones legales y simbólicas:

1. Secretario General del Partido Comunista Chino 2. Presidente de su Comisión Militar Central

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3. Presidente del Gobierno chino4. Núcleo del Partido 5. Ling Xin, líder máximo 6. Zuingao Tonge Huai, Comandante Supremo7. Dang Zhong Yang, Centro del Partido

La Reforma jurídica de 2018, por la profundidad de sus cambios y el impacto de sus consecuencias en las formas de construcción del poder chino, es un tema que requiere de una mayor investigación. Dentro de China, la Reforma sigue siendo parte de una reflexión profunda que advierte del regreso de un poder que se inspira en el espejo milenario de un neo confucianismo, que a pesar de sus detractores, sigue vigente en las formas de su política y en la cultura de un pueblo chino del siglo XXI, que busca su modernización con características propias. De un poder que en base a sus expresiones, sigue prefiriendo el orden a la libertad social, la ética y la moralidad sobre la ley y el totalitarismo polí-tico meritocratico (mandarinazgo confuciano) respecto a la democracia. Cambios que Occidente no logra traducirlos adecuadamente, a la luz de un pensamiento y una metodología únicas que desconocen o que nie-gan la presencia de otras formas políticas más allá de su propia verdad.

La reconstrucción del poder en China a través de su reforma consti-tucional de 2018 es un tema de la mayor profundidad que no admite opiniones fáciles ni la aplicación inmediata de absolutos en ningún sen-tido. Por ello la trascendencia de sus consecuencias dentro y fuera de China deberán observarse detenidamente, con el mayor cuidado, a lo largo de los próximos años.

Para los efectos de este estudio únicamente debe señalarse que la construcción de una figura presidencial poderosa, monolítica y central en la persona de Xi Jinping, debe verse como una de las tres estrategias centrales que ha adoptado China en la búsqueda de sus objetivos de largo plazo, frente a una democracia occidental en crisis y falta de rum-bo. En materia política, un poder central sin dudas, en remedo a una herencia totalitaria, con características asiáticas, a través del cual intenta tanto mostrar su supremacía ontológica como su eficacia económica, respecto a un institucionalismo económico occidental que sigue sin re-solver su dicotomía Estado-Mercado.

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Asimismo, como parte de esta visión estratégica integral de China, la concentración del poder político podría entenderse como un com-plemento indispensable que facilite tanto el posicionamiento de un BRI planeado a 20 o 30 años y un Made in China con metas a 2025, 2035 y 2049, las cuales la visión china estima más fáciles de alcanzar, a través de un poder político sólido, estable y permanente, que acompañe y apoye las medidas a lo largo de la primera mitad de siglo.

La reforma jurídica del poder, como la estrategia BRI y la reforma económica de la conversión de los servicios, tendrán que transitar, des-de luego, por la prueba ineludible de sus resultados y su permanencia en el tiempo.

H. CONSIDERACIONES FINALES

La oferta china de asociación informal lanzada al mundo y de manera particular al continente asiático, bajo el acrónimo BRI (Belt and Road Initiative), rompe con los paradigmas regionales establecidos a partir de la posguerra, y por su dimensión y posibles implicaciones, plantea el punto de partida de un nuevo orden global económico y político de características asiáticas en lo general y chinas en lo particular.

Su instalación se explica en el fenómeno geopolítico evidenciado a principios de siglo, de una China y un Asia del Este en ascenso, y un declinamiento occidental mostrado por los principales países europeos y los Estados Unidos.

De igual modo, la oferta BRI se enmarca en el relanzamiento del pro-yecto económico y político de China (Segunda Apertura y Reforma), que de una política mesurada y tolerante respecto a su papel en el orden global establecido por Occidente (política Deng), a través del BRI pasa a encabezar un papel más activo, el cual intenta en su inauguración enar-bolar nuevas banderas para una globalización con características chinas (política Xi). En ese sentido, “El BRI va más allá del sistema mundial de comercio en la implementación de objetivos de mecanismos y de principios, al propio tiempo que es una exploración de un nuevo mo-delo de cooperación y gobernanza global, que busca no solo desarrollo y prosperidad de la economía mundial, sino que también propone un más justo y razonable sistema de gobernanza global” (Xixia, 2018).

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Bajo esta perspectiva, las posibilidades del análisis de BRI se ex-panden y se multiplican geométricamente, dificultando su explicación, la cual oscila desde una nueva propuesta de comercio regional, hasta la posibilidad de convertirse en una estrategia geopolítica y geoeconó-mica de dimensiones insospechadas, que podría tener como objetivo último el reposicionamiento de China como líder hegemónico a mitad de siglo. Asimismo, dentro de este último objetivo, podría incluirse la recuperación cultural y civilizatoria de un orientalismo siempre presente, que quedó relegado en los últimos dos siglos (pequeño paréntesis de Huntington) ante el avasallamiento occidental de las otroras potencias asiáticas como China, India, Japón, etc.

A seis años de su lanzamiento, el BRI transita también entre una megatendencia geopolítica y un mecanismo amorfo en construcción, el cual no acaba de definirse en estructura, contenido y rumbo. De igual modo, sus relatorías actuales se dividen entre el festinamiento de un nuevo orden global económico y político, como de un esquema de inversión de alto riesgo, ubicado en un marco geopolítico asiático teme-roso y retraído.

Las interpretaciones de BRI tenderán a ser más objetivas en la medi-da que avance su conformación jurídica, económica y política, las cuales permitan establecer sus verdaderas fronteras y posibilidades.

No obstante, dado los números que involucra en términos de países (70), PIB mundial (52%), población mundial (70%),reservas de gas y petróleo globales (75%), etc. sus primeras explicaciones no admiten el reduccionismo. En ese sentido y más allá del grado de éxito de sus metas, el esquema BRI tendría que situarse como la punta de lanza de una Segunda Reforma y Apertura china hacia el Oeste, como un movi-miento estratégico de complementación respecto a su primera Reforma y Apertura hacia el Pacífico de 1978, la cual a la fecha se presenta ago-tada, no para sostener un desarrollo económico moderado de China, sino para darle ese impulso final a un proyecto asiático que a diferencia de los setenta, ahora busca el liderazgo de un nuevo orden global con características chinas.

En la lógica de este planteamiento, la Segunda Reforma no puede verse únicamente a través del BRI, sino que por su importancia y valor estratégico, deben ser incluidas en este impulso tanto la Reforma Eco-nómica encabezada por el programa Made in China 2025, así como la

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Reforma de su Poder Político, operada en 2017/2018 por medio de su Reforma Jurídica Constitucional.

Estas tres reformas, cada una en el marco de su competencia, son ahora parte fundamental del nuevo proyecto chino del siglo XXI, con las cuales está apostando a su liderazgo hegemónico para mitad de siglo.

Dentro de un desorden global y un mundo en transformación, la propuesta China aparece como una opción articulada, en espera de una mejor respuesta e interpretación de la parte occidental y países periféricos.

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La confrontación China-Estados Unidos en el marco del desorden global

A. INTRODUCCIÓN

Las primeras décadas del siglo XXI guardan una atipicidad con sus si-milares inmediatos, aunque, forma parte de un mismo curso de la hu-manidad que comenzó a mediados del siglo XVIII con la Revolución Industrial. También, desde luego, en una visión más amplia, forma parte de una era que inició en la segunda parte del segundo milenio de la época moderna (1500 d. C.), en la que Occidente pudo resurgir y res-catar una presencia y un liderazgo respecto a Asia del Este, después de más de milenio y medio de predominio económico, aunque también civilizatorio de India y China.

Son muchos los factores que intervienen en el asentamiento eco-nómico, político, social y tecnológico del siglo XXI, y es difícil abarcarlos en una sola mirada, no obstante, en los siguientes apartados trataremos de hacer referencia a los puntos más relevantes que a nuestro parecer están incidiendo de manera directa en el reacomodo del mundo global, del cual reconocemos en primer lugar, por su tamaño y dimensión, un verdadero cambio de era geopolítica y tecnológica.

De igual modo, en el marco de este desorden global se intentará una primera explicación de la confrontación geopolítica que escenifican China y Estados Unidos en un debate incierto sobre la hegemonía del siglo XXI.

B. EL DESORDEN GLOBAL. CONSIDERACIONES GENERALES

El orden global nunca ha existido. No puede existir, en razón al carácter falible del ser humano y en consecuencia de las diferentes sociedades en que habita. En compensación, desde el origen de los tiempos siem-

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pre ha prevalecido un anhelo, una aspiración de que las cosas caminen bien para la mayoría de las personas, de las sociedades.

A pesar de que el concepto de lo global es reciente, en términos históricos, la idea de lo colectivo y su buen funcionamiento ha sido una constante de toda agrupación humana. No obstante, en esa construc-ción formal del término que ha crecido a lo largo de los últimos siglos, sobre todo a partir de los tratados de Westfalia (1640), respecto a la existencia de un orden global cada vez más normado y aceptado, en las últimas décadas deambula por el mundo una impresión generalizada de que lo que antes funcionaba razonablemente como un orden inter-nacional establecido se desmorona rápidamente, generando un senti-miento de orfandad y de preocupación, no solo sobre la solución de los problemas globales del presente, sino también, de manera especial, res-pecto a cómo el mundo resolverá los retos de la mitad y cierre de siglo.

Este sentimiento, cada vez más visible a partir de las primeras déca-das del siglo, no es nuevo. De hecho su expresión actual es una acumu-lación en el tiempo que inicia a mediados de los setenta, en esa etapa axial donde se registran muchas de las decisiones y de los hechos que empezaron a romper con el último antecedente formal de orden global que es Bretton Woods (1944), el cual después de siete décadas de vigencia demanda una reingeniería que articule toda el agua geopolítica y tecnológica que ha pasado por el rio de los últimos años de la historia mundial.

La sociedad global de inicios del siglo XX vio guerra a guerra, geno-cidio a genocidio, como en 1914 y 1945 lo sumado desde los impor-tantes acuerdos de Westfalia y las negociaciones del Congreso de París (1815), entre otros, se derrumbaban nuevamente ante el choque de los intereses geopolíticos de su tiempo, los cuales volvieron a incurrir en uno de los yerros más graves de la convivencia mundial, que es el de resolver su lucha de intereses a través del recurso de la guerra, lo cual se había logrado disminuir a través de los acuerdos internacionales antes alcanzados.

Los cien millones de muertos registrados durante los dos conflictos mundiales (Steiner, 2006) evidenciaron tanto la precariedad del orden global de su tiempo, como la de los importantes avances civilizatorios alcanzados por la sociedad occidental, ante la pérdida de la autoconten-ción de los diferentes intereses de los actores mundiales. Sin embargo,

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el trauma de la violencia sin freno disfrazada de legitimas aspiraciones nacionales, al concluir las dos guerras, también generó una dialéctica de mayor calado respecto a la necesidad de acuerdos globales más amplios y sustentables.

La Unión Europea, en su expresión más acabada, fue una de las consecuencias relevantes del trauma de 1914 y 1945. Fue también la evidencia de que había otros caminos de salida para todos. La firma de los acuerdos de Bretton Woods (junto con los Tratados de Roma en el caso europeo, entre otros) surgieron como una propuesta audaz para reordenar lo ordenable, para suscribir un nuevo punto de partida del cual emergiera por primera vez, en dimensión y contenido, una oferta de instituciones, mayoritariamente aceptadas, que pudieran impulsar un desarrollo global más equitativo e incluyente para una mayoría. A partir de este sentimiento de recuperación mundial, en el año de 1945 se relanza la Organización de las Naciones Unidas (ONU); en 1947, se firma el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), como un principio regulador del nuevo comercio internacional entre naciones; en 1944 se establece el Banco Mundial (BM), como una banca de apoyo al crecimiento de la economía mundial de la época, así como en 1945 aparece el Fondo Monetario Internacional (FMI), que completaba en materia financiera un esquema innovador de orientación y regulación de un pretendido desarrollo económico global. Desde lue-go esta plataforma institucional nunca fue perfecta ni pudo alejarse de los intereses de los países ganadores del conflicto armado. No obstante, el avance de su contenido y participación multinacional marcó un refe-rente histórico respecto a lo logrado en la materia los últimos dos mil años en la historia de la humanidad.

Si Bretton Woods fue la filosofía de un nuevo acuerdo de relaciona-miento global para apoyar el desarrollo de la economía y del comercio de la época, la aparición de Estados Unidos como el gran triunfador de los conflictos armados (Pax Americana) y detentador de aproxima-damente el 50% del Producto Económico Mundial (PIB) y la misma proporción de la manufactura del mundo, se convirtieron en los dos soportes de un orden occidental que primo de manera razonable hasta finales del siglo pasado.

Estos acuerdos mostraron la viabilidad de sus postulados ante el notable éxito de una economía global que de 1950 a 1974 creció cerca

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del 5% anual promedio, de igual modo que su comercio escaló en el mismo periodo a la cifra récord de 7.4 % anual promedio (Ocampo, 2017). De manera especial, el liberalismo salvaje de fines del siglo XIX y principios del siglo XX que llevó a Keynes a decir que “El decadente capi-talismo internacional pero individualista, en cuyas manos nos encontra-mos después de la guerra, no es un éxito. No es inteligente. No es bello. No es justo. No es virtuoso. Y no satisface las necesidades”. (Frieden, 2007, p.305), se cambio por un capitalismo social que en la mayoría de las naciones influyó en un aumento de las prestaciones sociales de los trabajadores y de la sociedad en general. En sus casos más destacados, como el de los países bálticos y Europa Occidental, construyó un verda-dero estado de bienestar que fue más allá de las demandas sociales de pre y entre guerras. Incluso Estados Unidos construyó un New Deal y los países latinoamericanos en general, operaron una renovación de política pública de carácter más incluyente para la mayoría de sus trabajadores y poblaciones. En el caso de México, donde de manera destacada se gestó su Revolución de 1910 y su Constitución de 1917, la impronta social destacó como un antecedente notable de su tiempo.

Agotados el ciclo inglés y su Pax Británica, así como la primera y segunda etapas de la Revolución industrial que se impusieron como orden mundial de 1750 a 1914, Bretton Woods surgió como el nuevo acuerdo global y Estados Unidos como la nueva hegemonía dominante. De manera especial, predominó un capitalismo más humano y compro-metido con la sociedad de su tiempo, el cual demostró, contra todos los pronósticos que la integración global, el desarrollo económico y el compromiso social, eran viables y posibles. Estas políticas fueron las constantes de una nueva era que como señalamos anteriormente, a partir de los setenta se han venido debilitando ante la renuncia o trans-formación de lo alcanzado.

¿Es verdad que hay caos en el orden global? ¿Puede afirmarse que existe un miedo y descontento generalizado con la ruta que sigue el mundo actualmente? ¿Las sociedades modernas se sienten amenaza-das? ¿Hay una crisis de futuro, pero también de presente? Lo anterior no es un cuestionamiento nuevo, pero lo que no puede negarse es que de un murmullo en las orillas del vecindario; de un tema de intelectuales, el tema (sentimiento generalizado) se ha ido incrustando cada vez más en la comunidad global, la cual, bajo diferentes enfoques pero con un

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mismo puerto de destino, acusa un gran descontento con lo que vive, pero peor aún, con lo que siente que está por venir. Sin embargo, lo que en Asia del Este es un murmullo, en Occidente (Unión Europea, Estados Unidos), Latinoamérica y buena parte del resto del mundo, la inquietud ya ha cobrado visos de preocupación, desaliento y miedo, por una realidad que no acaba de describirse, pero que tampoco se termina de solucionar.

Caos en el orden global del siglo XXI. Miedo, nos dice Bauman, a la inseguridad del presente y la incertidumbre sobre el futuro. La insegu-ridad y la incertidumbre de la impotencia de no tener control alguno sobre los asuntos del conjunto del planeta (Bauman, 2010, p. 166). Lipovetsky, también nos ratifica que esta etapa del siglo XXI está caracte-rizada por el miedo a la crisis del futuro; del miedo a la tecnocracia y la desintegración de las utopías políticas de la época (Lipovetsky, 2008, p. 69). Desde una visión más concreta Judt señala que algo en el mundo va mal, agregando que “La pobreza es una abstracción, incluso para los pobres. Pero los síntomas del empobrecimiento colectivo están a nuestro alrededor. Autopistas en mal estado, ciudades arruinadas, fuen-tes que se hunden, escuelas fracasadas, desempleados, trabajadores mal pagados, personas sin seguro: todo sugiere un fracaso colectivo de la voluntad. Estos problemas son tan endémicos que ya no sabemos cómo hablar sobre lo que está mal y mucho menos intentar solucionar-lo” (Judt, 2013, p. 26).

Bauman vuelve a argumentar sobre el tema, reiterando el desen-canto general que prevalece en el mundo sobre el futuro. Que el 90% de los padres en Francia y el 53% en Australia, como ejemplo de lo anterior, estiman que sus hijos estarán en peor situación que ellos, lo cual sintetiza comentando que “con semejante giro de ciento ochenta grados, el futuro se ha transformado y ha dejado de ser el hábitat natural de las esperanzas y de las más legitimas expectativas para convertirse en un escenario de pesadillas : el terror a perder el trabajo y el estatus social asociado a este, el terror a que nos confisquen el hogar y el resto de nuestros bienes y enseres, el tema de contemplar impotentes como nuestros hijos caen sin remedio por la espiral descendente de la pérdi-da de bienestar y prestigio, y el temor de ver las competencias que tanto nos costó aprender y memorizar despojadas del poco valor de mercado que les pudiera quedar” (Bauman, 2017, pp. 16-17).

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La renuncia de Inglaterra a la Unión Europea (Brexit), la amenaza de salida de Cataluña en España, la llegada de Trump a la presiden-cia de Estados Unidos, la desorientación y neopopulismo político y el surgimiento de un neoproteccionismo económico occidental, son tan solo algunos de los síntomas que miden la temperatura de un tiempo histórico que nos dice que algo no anda bien, a pesar de que se sosten-ga, como lo hacen diversos especialistas (Bregman, Mahbubani, Ridley; etc.) que “ Los últimos dos siglos han visto un crecimiento exponencial en población y prosperidad en el mundo entero. La renta per cápita es ahora diez veces la de 1850. – Que- El Italiano medio es 15 veces más rico de lo que era en 1880. ¿Y la economía global? Ahora es 250 veces más grande que la de la revolución industrial, cuando casi todos en todas partes seguían siendo pobres, hambrientos, sucios, temerosos, ignorantes, enfermizos…” (Bregman, 2017, p.12).

Todos estos datos y más no sirven. No son útiles para conformar a miles de millones que a pesar de los logros obtenidos por cada seg-mento social a partir de la Revolución Industrial, se sienten ofendidos y no satisfechos con lo que tienen y quisieran tener. De igual modo y tal vez más importante, que sobre la acumulación lograda pende un senti-miento de minusvalía y temor sobre el futuro.

Vivir tiempos interesantes nos desea el proverbio chino. Morris com-pleta: “Tenemos la desgracia de vivir tiempos difíciles” (Morris, 2014, p. 667).

C. EL DESORDEN GLOBAL. ALGUNOS DE SUS RETOS

A la sociedad global del momento se le acumulan los problemas. Para-fraseando a Judt podríamos decir que algo no va bien.

Declinación de liderazgos globales, ascenso de nuevos actores rele-vantes, cambio de eras geopolíticas, choque de culturas, de civilizacio-nes (megatendencias) etc., son demasiados temas que le complican a la sociedad de hoy tanto el análisis como la elaboración de las propues-tas de salida. Si esto no fuera suficiente, los nuevos vectores que la em-plazan como el declinamiento de la industria como sector económico preponderante, la substitución tecnológica y el consiguiente desempleo mundial; el fin de la era carbónica;el agotamiento de las materias primas y recursos naturales; las profundas desigualdades económicas y el reto

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de la sostenibilidad ecológica, etc; son parte de una agenda sobreex-puesta que demanda la sensatez y el compromiso de una humanidad que presume su arribo al nuevo milenio en calidad de triunfadora.

Tendencias Mundiales

Fuente: Finantial sense.

State of te World

Industrial output

ResourcesPopulation

Food

Pollution

1900 2000 2100Year

¿Tendremos que acostumbrarnos a la Nueva Normalidad que nos define La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)? ¿Viviremos la nueva mediocridad que describe el Fondo Mo-netario Internacional (FMI)? ¿Flotaremos en el estancamiento secular que nos revela Larry Summers? Ó ¿Estaremos en el caso mexicano, condenados a vivir en el estancamiento estabilizador al que alude Suá-rez Dávila?

El punto de partida a todos estos temas no parece ser muy sólido en términos globales. Ante el referente de que todo depende del cristal con que se mira, el 50% de la población mundial que vive con el 1% de la riqueza del mundo, no está muy optimista al respecto. El otro 1%, que controla el 50% del PIB, seguramente tendrá una opinión diferente, al

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igual que el 10% que goza de casi el 90% de la riqueza mundial (Credit Suisse, 2015). Un mundo tan desigual no es una plataforma confiable para solucionar el descontento global, máxime que en términos de po-blación se estima que llegaremos a 10 mil millones de personas para mitad de siglo, que al igual que los 7,500 millones de personas de hoy, reclamaran seguramente por condiciones económicas iguales o superiores.

La primera consideración encaminada a la solución de estos retos globales, tendrá que alejarse del debate falso entre el pesimismo y el optimismo de las ideas y con toda sensibilidad, aceptar que se viven tiempos complejos, nuevos, que requieren de esfuerzos especializados, continuos, para ir construyendo las alternativas de solución de un desor-den global que ya hoy enfrenta conflictos beligerantes, (Siria, Korea de Norte, Somalia, etc.) inconformidad global, o incluso el riesgo de su pro-pia extinción (antropoceno), lo cual hace palidecer aquellas expresiones que indican que este mundo ya ha resuelto este tipo de problemas en ocasiones anteriores.

En el marco de estos retos desbordados, resulta sano aceptar su dimensión y complejidad, a fin de no desestimarlos (recuérdese la po-sición de Trump sobre el cambio climático). Aceptar que no solo son materiales, sino como parte de su propio proceso de descomposición, actualmente responden también a perfiles descivilizatorios y de erosión social en sus vertientes cultural y moral, lo cual complica la ruta de su solución.

La problemática de nuestro tiempo, desde esta perspectiva, podría estructurarse en dos claras etapas que están poniendo a prueba desde ya al talento y la capacidad de la sociedad global para resolverlas. La primera, que nace con el siglo y se prolongará hasta mediados del mis-mo, se caracterizará, como ya lo hace, por el choque y el desenlace de las dos megatendencias que hoy preocupan mayormente que son el ascendente predominio por parte de China respecto a Estados Unidos (la inevitabilidad China) y su consecuencia directa, el traslado de la era del Atlántico al Pacífico (inevitabilidad asiática), como resultado también de un largo debate que se seguirá discutiendo todos los días, pero que sus consecuencias más importantes ya se habrán implementado para 2050. Las claras tendencias geopolíticas que hoy enfrentan a estos dos cambios en favor de China y Asia del Este, estarán expuestas a la diná-

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mica de sus propias gestiones, así como a la radicalización o beligeran-cia que asuman los actores desplazados como la Unión Europea y los Estados Unidos.

Desorden globalI. Megatendencias

2000-2050

A) La inevitabilidad ChinaDesplazamiento de Estados Unidos del liderazgo geopolítico del siglo XXI

B) La inevitabilidad AsiáticaDel Atlántico al Pacífico

Desplazamiento de Occidente como Era geopolítica preponderante

2000-2100

II. Nuevas tendencias globales del siglo XXI

1. Fin de la Era industrial2. Substitución Tecnológica3. Desempleo mundial4. Fin de la Era carbónica5. Explosión demográfica6. Agotamiento de Recursos Naturales

7. Cambio climático8. Empoderamiento ciudadano9. Ciudad del futuro10. Desigualdad económica11. Migración12. Alta concentración financiera

Fuente: Elaboración propia.

A la segunda etapa, a ubicarse desde el 2000 hasta final del siglo, le corresponderá la solución de temas urgentes nunca antes resueltos, como el gran desempleo mundial ocasionado por el declinamiento del desarrollo industrial y manufacturero,1 que junto a la substitución tec-

1 “La Tercera Revolución Industrial es la última de las grandes revoluciones indus-triales y pondrá los cimientos de la infraestructura de la era colaborativa actualmente emergente. Durante los cuarenta años que duré la construcción de esa infraestructura de la TRI, se crearán centenares de miles de nuevas empresas y cientos de millones de nuevos empleos. Su consumación marcará el final de una saga comercial de doscientos años, caracterizada por el pensamiento industrioso y el funcionamiento en mercados empresariales (y gestionada por una mano de obra de carácter masivo), y el inicio de una nueva era marcada por la conducta colaborativa, las redes sociales y una mano de obra formada por personal técnico y profesionales especializados. En el próximo medio siglo, el funcionamiento empresarial centralizado característico de las dos prim-eras revoluciones industriales irá siendo progresivamente subsumido en las prácticas empresariales y convencionales distribuidas de la Tercera Revolución Industrial, mientras que la organización jerárquica tradicional del poder económico y político cederá su lugar al poder lateral organizado de forma nodal a lo largo y ancho de la sociedad” (Rifkin, 2011, p. 18).

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nológica, a 2030 por ejemplo, ya nos amenaza con la posible pérdida de 2000 millones de empleos en el mundo (Millenium Project, 2017).Como ejemplo de lo anterior, los trabajos sensibles a esta pérdida repre-sentarían en Estados Unidos cifras del 47%, 39% en Alemania y 35% en el Reino Unido (OCDE). De igual modo, en las próximas décadas estaremos atestiguando la terminación de la era carbónica, la cual es-taría dando fin a cerca de 300 años de desarrollo industrial, los cuales iniciaron a partir de 1750 junto con la Primera Revolución Industrial. Esta etapa estará culminando ya sea por agotamiento del cheap oil o por ra-zones de sobrevivencia ambiental, lo cual debería llevarnos a una nueva etapa de energías renovables baratas y limpias.2 Asimismo, la explosión

2 La industria del petróleo, una de las más importantes de la primera y segunda rev-oluciones industriales, la base transformadora de un sinnúmero de sectores industriales, de acuerdo a las previsiones de Rifkin, en las próximas cuatro o cinco décadas vivirá sus últimas batallas, para pasar después a su expresión mínima y desaparición como arma estratégica de dominio. La conclusión de una era carbónica que tarde o temprano tendrá que abolirse; la substitución tecnológica que previó Keynes y ratifica Rifkin; una contaminación persistente que ya hoy es intolerable, serán entre otras las razones de la disminución de una industria del petróleo, que junto con el sector industrial en su conjunto, están condenados a dejar su lugar a nuevas expresiones económicas y en-ergéticas que cambiarán la fuente de riqueza y la importancia de la naciones.Por cultura o por necesidad, la industria del petróleo tiene ante sí la última oportunidad de generar desarrollo, empleos y crecimiento en las décadas por venir. El sector que vino a substi-tuir en empleo y desarrollo hace un cuarto de milenio al sector agrícola, producto de su propio éxito, se adelgazará hasta un punto en que será incapaz de determinar imperios, como lo hizo en el siglo XIX (Gran Bretaña) y en el siglo XX (Estados Unidos), como tampoco podrá volver a ser el gran empleador de la producción en línea que dio origen y sentido a la segunda revolución industrial. Las naciones que durante estos 250 años han sabido administrar las ventajas de esta revolución, tendrán una última oportunidad de acompañarle a lo largo de esta tercera y última etapa para generar desarrollo y em-pleo (Rifkin, Marsh,Pisano,Shih,etc). Aquellos países que no tuvieron esta oportunidad o no supieron aprovechar su momento, o incluso negaron su importancia industrial como México, tendrán un camino más difícil para ser beneficiarios de esta última ola de transformación energética basada en los hidrocarburos. Como sea, las próximas déca-das serán las últimas de una era industrial del petróleo, la última estación de un largo viaje, que a los que la vivan, además de multiplicarles su ingreso y desarrollo, les dotará de una mejor cultura de la transformación para ubicarse en una nueva era económica, que cualquiera que sea, cambiará diametralmente los instrumentos del éxito pasado (Oropeza, 2015, pp. 459-460).

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demográfica que todavía se vivirá hasta 2050, que como ya se dijo, se llegará a cerca de 10 mil millones de personas, durante las próximas décadas nos conducirá por un camino inédito de retos permanentes, como arribar en el 2030 a un promedio de 70% de clase media, la cual estará demandando más satisfactores y unidades de energía para una nueva población de tres mil millones de personas. De igual modo, los retos demográficos se radicalizaran para mediados del siglo, donde ha-brá más personas de 65 años que de 15 años (Millenium Project). Para que la tierra pudiera alcanzar sus primeros mil millones de habitantes tuvieron que pasar más de 10 mil años. Los segundos mil millones na-cieron solo 130 años después. Los últimos 1000 millones de personas tan solo necesitaron 12 años. Por otro lado, hablando de los recursos materiales de esa población y sus expectativas, si toda la población mundial pudiera ser atendida con recursos semejantes a los que tienen hoy los habitantes de las naciones desarrolladas, el consumo mundial tendría que multiplicarse por once, lo que representaría un número hi-potético de 72 mil millones de habitantes. Si se mantiene esta simula-ción de consumo occidental promedio (carne, pescado, agua, energía, plástico, madera, etc.) para 2050, para los más de 9 mil millones de seres humanos se tendría que estar hablando de un consumo comer-cial de 105 mil millones de personas (Smith, 2011, p. 36).En cualquier escenario, no existen en la tierra recursos suficientes para que el total de su población pueda arribar a los estándares de consumo actual que tienen los Estados Unidos, Alemania o Inglaterra.

En cuanto a los recursos naturales, actualmente cuatro quintas partes de la superficie terrestre del planeta (sin contar la Antártida) ya están sujetas a la influencia directa de las actividades humanas y algunos es-tudios prefiguran escenarios donde el petróleo convencional o cheap oil, tendría un horizonte de suministro de 40 años, el gas natural de 60 años, el hierro de 72 años, el cobre de 35 años, el zinc de 24 años, plata 14 años, el plomo de 22 años, niquel de 21, etc. (Smith, 2011, p. 383). En cualquier caso, no se requiere ver al futuro para saber que ya hay problemas en recursos energéticos, agua, pesca, bosques, hatos y producción agrícola. De manera importante, dentro de estos nuevos vectores del siglo XXI, por la trascendencia de sus consecuencias, que nos podrían llevar a la extinción del ser humano, aparece el cambio climático producido principalmente por la Revolución Industrial y su ad-

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ministración deficiente, sobre todo de parte de sus primeros ganadores como Inglaterra y los Estados Unidos y ahora por sus posibles suceso-res, China e India. Dentro de los vectores globales del siglo, no hay uno que preocupe más por sus posibles consecuencias que el del cambio climático. Desde Tokio a Paris, los avances adoptados para su solución por la sociedad global son limitados e insuficientes y requieren de un verdadero esfuerzo en la materia.3

En cuanto a las ciudades del futuro, la CEPAL señala que más de un 80% de la población mundial vivirá en ciudades para 2030. En el caso de América Latina será del 90%, con los consiguientes problemas en congestión vehicular, desaprovechamiento de las economías de esca-la, déficit habitacional, ineficiencia de los recursos, contaminación, en-tre otros. La planificación urbana entonces, aparece como inaplazable. Junto con ello, agrega la CEPAL, la conciencia ciudadana también se acrecentará exponencialmente. El aumento de los niveles educativos, el uso de internet, los derechos civiles, la nueva cultura computacional, la disminución de precios en este rubro (para 2030 se estima un pe-netración del 90% de tecnologías inalámbricas) hacen posible esperar en las nuevas generaciones una mayor exigencia en la atención de sus derechos políticos, sociales y económicos (CEPAL, 2016, p. 34).

3 El síndrome de los tres grados por el uso irresponsable de hidrocarburos dentro de la Revolución Industrial, es la interrogante que de mera inquietud de científicos ociosos, como se le trató los últimos cincuenta años, a la fecha se ha convertido en una verdad científica que más que en los libros ha encontrado su valor de prueba en los fenómenos climáticos que de diferente manera, está padeciendo cada nación,como huracanes, tornados, aumentos del nivel del mar, desaparición de mantos acuíferos, de nieve o árticos derretidos. En este síndrome del calentamiento global que empieza a tratarse con un principio de credibilidad, aparece que una simple variación de la temperatura actual entre 1.5° y 3.5 ° C. podrá derivar en una extinción en masa de la vida vegetal y animal en menos de cien años, y cuya recuperación tardaría millones de años. En esta problemática, al dióxido de carbono se le ha declarado como el mayor culpable y a la revolución industrial como el medio que lo ha hecho posible. Que los niveles preindus-triales de dióxido de carbono nunca habían superado las 280 partes por millón (ppmv) en los últimos 50 mil años y que los niveles industriales actuales ya han rebasado las 387 partes por millón en 2009; tendencia que de seguirse podría provocar un aumento no de tres sino de cinco grados en la temperatura de la superficie terrestre para finales de siglo o principios del siguiente, provocando la desaparición del ser humano (Smith, 2011; Rifkin, 2011), en (Oropeza, 2015, p. 456).

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Como puede apreciarse a la luz de esta breve semblanza sobre los retos del siglo y el desorden global, existen razones fundadas para este desorden, dada la naturaleza inédita de su reto. No obstante, la socie-dad global a través de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y otras instancias internacionales como La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), ya han iniciado el análisis y pro-puesta de solución de estos nuevos vectores globales. Sin embargo, mientras no se reconozca su nueva dimensión y su exigencia de una respuesta global, su influencia en lo político, económico y social seguirá siendo parte del descontento.

D. EL DESORDEN GLOBAL. EL FACTOR ASIÁTICO

La crisis geopolítica que vivimos no comenzó hoy, como tampoco sur-gió de la crisis económica 2007-2009. Tampoco a principios del siglo y milenio. En este sentido la inmediatez no ayuda a vislumbrar lo que acontece en la arena global. La antropología histórica, como recomienda Morris, para entender los cambios de un siglo tan atípico como este, resulta de la mayor ayuda.

1. EL CAMBIO AXIAL DE LOS 70

Al final de los 30 años gloriosos, como se les llamó por el éxito de sus resultados a las primeras tres décadas que siguieron a la posguerra, empezaron a sembrarse las raíces de los problemas que se enfrentan ahora.

En medio de sus primeros problemas económicos después de 1950, Estados Unidos abandonó en 1971 el patrón oro, entre otras cosas, por sus problemas inflacionarios y presupuestales acarreados por la guerra de Vietnam, lo cual fue una de las causas de las primeras crisis eco-nómicas globales. De igual modo, el abundante déficit comercial que ahora le inquieta tanto al presidente Trump, tuvo su punto de partida desde 1971, cuando comenzó una declinación en su balanza comercial que a lo largo de estos casi 50 años no ha parado en ningún momento y que solo en 2016 le llevó a perder 734 mil millones de dólares con el mundo, de los cuales 532 mil millones de dólares le correspondieron a

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Asia, (350 mil millones de dólares los perdió con China); 165 mil millo-nes de dólares a Europa y el 8% aproximadamente a México.

En este periodo también inicio el declinamiento de las tasas de cre-cimiento económico e industrial del mundo desarrollado, en el marco de la primera crisis del petróleo de 1973 1974.

De manera importante, en el marco teórico dio inicio la aparición de nuevas líneas del desarrollo económico como las que encabezaron Da-niel Bell, Hage, Block, Powers, etc; 4 quienes postularon la preeminencia de los servicios de la era de la información sobre la actividad industrial, lo cual influyó de manera relevante en la visión de las políticas públicas del momento, mismas que en un falso debate, optaron por privilegiar un nuevo mundo económico de la inteligencia, lo cual desde luego fue un acierto, salvo que la nueva política no solo pasó a segundo término a los quehaceres industriales y manufactureros, sino que en una especie de descuido mayor los colocaron en un subnivel de desarrollo interno y apoyo público.

4 Daniel Bell, en una obra destacada de su tiempo (El advenimiento de la sociedad post-industrial, 1973), alerta con antelación a una sociedad hipersensible al fenómeno del cambio industrial, que la época conocida como Revolución Industrial estaba llegan-do a su término y que una nueva Era post-industrial dominada por los servicios de la Era de la información (comercio, finanzas, salud, educación, etc.), en un nuevo maridaje entre ciencia y tecnología, pasaría a ser el detonante del desarrollo. Que una nueva Era soportada por el cambio industrial a lo electrónico; la miniaturización (nanotecnología); la digitalización; y el software en sus diversas expresiones, advertían ya de una nueva sociedad global dominada por la inteligencia y el conocimiento tecnológico, los cuales desplazarían al trabajo mecánico, eléctrico y electromecánico de la otrora Revolución In-dustrial. Respecto a su visión y su propuesta, a pesar de que claramente señalaba desde el inicio del título que se trataba de una Era por venir (la cual el mismo Bell en 1999, en documentos de seguimiento la ubicó partir del siglo XXI), no fueron pocos los toma-dores de decisiones –como Václav Havel, Margaret Tacher o el propio ex presidente Clinton–, así como toda una corriente académica a nivel global, que festinaron no solo el aviso del cambio, sino el desmantelamiento de sus propias estructuras industriales. Al respecto, con toda oportunidad, comenta Marsh: “Para todo lo que se ha hablado de que el mundo se está trasladando a una era ‘post-industrial’, las fábricas a principios del siglo XXI están produciendo considerablemente más bienes que antes. En el año 2010, la producción manufacturera fue aproximadamente 150% mayor que en 1990, 57 veces más de lo que fue en 1900 y 200 veces superior a la producción en 1800” (Marsh, 2012, p. 15) (Oropeza, 2013, p. 217).

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Junto con ello, la corriente del capitalismo social que había logrado imponerse en buena parte de la sociedad global al final de las guerras, que llevó a operar como ya se dijo, un mayor intercambio económico y comercial en el mundo, junto con la aplicación de una amplia gama de políticas sociales, ante el inicio del olvido del holocausto y el empuje de las élites económicas cosmopolitas (como las llama Nye) permitió que resurgiera una escuela de pensamiento económico que si bien es-tuvo presente desde los años decisivos de finales de los cuarenta, la vo-luntad de un mundo más justo la había desplazado a un segundo plano.

El pensamiento económico de la sociedad de Mont Pelerin enca-bezada por Friedrich Hayek, Mises, Lippman, Erhard y muchos otros, reapareció en los setenta como el fundamento (Dogma) de una nueva política pública que olvidó sus compromisos económicos de postguerra, alejando al Estado de su responsabilidad social. Al respecto lamenta Sachs “Afortunadamente para mí, yo fui educado en los méritos de la economía mixta durante mis años de estudio (1972-1980), por intelectuales de gran talla que orientaron a la economía americana des-pués de la segunda guerra mundial. Esta era de pensamiento económi-co que se prolongó de 1940 a 1970 fue llamada como la Era de Paul Samuelson, el economista genio del MIT que personificó al profesionis-ta económico durante el apogeo del liderazgo global de América. Más que ningún otro economista de su tiempo, Samuelson proveyó de los fundamentos intelectuales a la moderna economía mixta que operó en Estados Unidos y en Europa después de la segunda guerra mundial”. “La crisis de los 70- agrega Sachs- abrió la puerta a los ataques sistemáticos a las teorías de economía mixta de Samuelson, que sostuvieron, tanto el auge económico como el compromiso social de postguerra, dando paso a una nueva escuela de pensamiento liderada por Milton Friedman y Friedrich Hayek, los cuales introdujeron en substitución de la econo-mía mixta a la economía de mercado” (Sachs, 2012, p. 30).

Ronald Regan (1981- 1989) en Estados Unidos y Margaret Thatcher (1979-1990) en Inglaterra, como se sabe, fueron los principales instru-mentos políticos, que cobijados en una nueva era postindustrial y en un nuevo dogma económico neoliberal, dieron inicio al desmantelamiento de la economía mixta y la responsabilidad del Estado con la sociedad, enarbolando un dejar hacer- dejar pasar que radicalizó desde entonces y hasta hoy las contradicciones de un modelo económico que ahora

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se le acusa con no poco cinismo, de inequitativo e insuficiente por la mayoría de las economías occidentales.

2. LA APERTURA CHINA DE LOS 70

Eso pasaba en la década de los 70 del siglo pasado en el mundo oc-cidental, que para entonces, por su peso político y económico, parecía que era una realidad omnipresente y universal. Sin embargo, en el otro extremo del mundo, una China olvidada, agotada con los problemas sociales de su exiguo crecimiento económico, también a finales de los setenta tomó la histórica decisión de por primera vez en más de 2000 años del Imperio chino, romper sus murallas y salir en busca de solu-ciones económicas a sus graves problemas internos. Mao había muerto en 1976, dejando tras de sí a millones de muertos por las hambrunas derivadas del fracaso del Gran Salto Adelante. De manera importante, su proyecto de economía planificada no resultó exitoso para resolver sostenidamente las necesidades primarias de la enorme, desde siem-pre, población China. El artificie chino de ese momento histórico, Deng Xiaoping, urgido primero, de soluciones económicas de corto plazo re-lativas a comida, vestido y techo, no dudo en voltear la mirada hacia el mundo occidental de su tiempo e insertarse en él de manera por demás exitosa, imponiendo a una nueva realidad económica neoliberal que no conocía, el acento de las características chinas, a través de las cuales desde fines de los setenta ha logrado imponerse en todo mo-mento a la dogmatica económica occidental.

La importancia de la convergencia de los cambios estructurales occi-dentales en la década de los setenta, junto con la apertura china, radica en que el momento los une para cancelar lo mejor de los cambios so- ciales de postguerra, que eran el trabajo formal y las prestaciones sociales. Lo anterior, ante la propia renuncia que hace Occidente de su modelo de economía mixta, por un lado, y por el otro, la necesidad de una China pauperizada, que en el momento de su apertura y ante la fuerza de su debilidad, ofrece al mundo de la industria y la manufactura un número de 900 millones de nuevos obreros que por un plato de arroz ó 30 centavos de dólar la hora, estaban dispuestos a restablecer el status de precarización laboral que prevaleció en el mundo hasta antes

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de Bretton Woods y que había sido desarticulado con los cambios de postguerra.

En ese momento el mundo económico perdió la sensatez y el com-promiso con las políticas sociales y así como estas se vieron fortalecidas de 1945 a 1970 de manera generalizada, desde 1978 a la fecha, han estado expuestas a un franco deterioro, a veces paulatino y muchas veces drástico, el cual se presenta actualmente como una de las causas principales del descontento de la sociedad global.

A partir de esta coyuntura histórica, Occidente traiciona a Occidente en su compromiso social, aportando el financiamiento, la tecnología y la relocalización de su manufactura hacia China (pero también a Asia del Este) al no estimarla relevante para un nuevo mundo postindustrial, al mismo tiempo que decide su desplazamiento a Asia en busca de las máximas utilidades a través de la precarización de la mano de obra china -asiática. China, por su parte, actúa y decide lo mejor en el marco de su contingencia social y el pensamiento de Deng Xiaoping, el cual desde 1980 se comprometió a dotar de comida, vestido y casa a toda su población durante el último tercio del siglo XX (lo cual cumplió) y a proporcionar en la primera mitad de este siglo, como parece que lo hará, de un ingreso de país intermedio a su enorme población de 1400 millones de habitantes.

Las consecuencias globales de estas decisiones en materia de em-pleo y prestaciones sociales en el sector industrial, son que el 75% de la mano de obra en manufactura en el mundo se encuentra actualmente monopolizada en un 50% por parte de China y 25% por India. De igual modo, por un 84% por las naciones en vías de desarrollo, principalmen-te asiáticas y un 16% por países desarrollados. En materia de salario el resultado ha sido que los empleos y los ingresos laborales de Occidente y el mundo en general se han venido pauperizando progresivamente al formar parte ahora de una matriz global que precariza la prestación social de la mano de obra, en perjuicio de los estándares occidentales. Como efecto secundario, esta lógica del empleo global también incide en el aumento de la informalidad en el mundo, la cual en el caso de América Latina registra niveles promedio del 50% (2015, CEPAL).

Es cierto que actualmente una buena parte de China cubre sala-rios semejantes o superiores a los de México, y que cerca de un 80% de su población laboral formal, cuenta con prestaciones sociales. Pero

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también resulta cierto que una gran proporción de sus poblaciones cen-trales y occidentales todavía están lejos de esta realidad económica, en ese universo todavía confuso de las muchas Chinas dentro de China. Sin embargo, este factor ya resulta irrelevante, porque está práctica sis-temática de la precarización asiática se ha extendido a una mayoría de la población de Asia del Este y del mundo en desarrollo en general, la cual, bajo el mismo modelo de explotación, no duda en intentar el ca-mino de su desarrollo a partir de exiguos salarios y nulas prestaciones sociales de su gente (Vietnam, Bangladesh, India, etc.), lo cual ahora es aprovechado no solo por las multinacionales occidentales sino también por los propios consorcios asiáticos.

El problema de esta realidad de salarios precarios en manufactura (que cuenta en caso de prolongarse con un back up de respaldo en los más de 1000 millones de habitantes de África o 1200 millones en India, etc.), es que juega permanentemente como un factor de inhibi-ción para el aumento de salarios reales tanto en Occidente como en América Latina, ya sea de manera real (porque esa cantidad de puestos de trabajo pueda trasladarse efectivamente a Asia en condiciones de precariedad) o inducida (que amenacen a los trabajadores en relocali-zar, como un chantaje para no incrementar sus salarios y prestaciones). Esta mecánica que rompió de lleno con el espíritu de Bretton Woods, es una de las razones más fuertes hasta hoy (habría que sumar a partir del 2000 la variante de la substitución tecnológica) de la pérdida de la plusvalía de los salarios de las sociedades occidentales y de los índices per cápita de estos países, los cuales como en Grecia -22%, Portugal -5%, España -7%, Italia -11%, pero también Francia -1% e Inglaterra -4%, han visto disminuir su ingreso en los últimos años (Índices P/C 2007-2014, CEPAL, 2015). En el caso de México, los últimos 30 años se ha perdido el 75% del poder adquisitivo del salario. Y en Estados Unidos, por ejemplo, el ingreso anual medio de los hogares de 2007 a 2014 perdió 4.6%; y un 25% en cuanto al salario anual promedio en el mismo periodo (Godínez, De los Ríos, 2015).

La precarización asiática no es la única responsable del rompimiento del compromiso social de Bretton Woods y sus consecuencias econó-micas y comerciales en el mundo, pero no cabe duda que es una de sus causas más importantes.

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3. LA CONSOLIDACIÓN DEL MODELO ASIÁTICO DE DESARROLLO

China no fue la autora directa del modelo asiático de desarrollo indus-trial (Socialismo de Mercado), como tampoco lo fue de su estrategia central que se basó en la creación de las Zonas Económicas Especiales (ZEE). Lo que hizo el caso chino fue evidenciar la preexistencia de una estrategia de desarrollo con características asiáticas, mayoritariamente confusianas, que ya había sido implementada por otras naciones del área, ante lo espectacular de sus resultados económicos y la significan-cia de su enorme población.

Desde esta perspectiva, Japón resulta ser el articulador de este mo-delo hibrido de desarrollo que surge en el siglo XIX como una respuesta a la escalada hegemónica de las naciones occidentales de la época.

En el marco de apropiación de Occidente de los pueblos asiáticos, que se inicia con la llegada de Vasco de Gama a la India (1498), si bien este último país se vence ante el invasor inglés, China se dobla pero nunca se rinde al clúster de potencias occidentales que la invadieron en múltiples ocasiones a partir de la guerra del opio (1839-1842) a lo largo de los siglos XIX y XX. Japón, a diferencia de India y China, toma la decisión de no confrontarse y por el contrario, busca su asimilación con la oleada occidental a través, primero, de un ordenamiento interno de lo político a cargo de la dinastía Meiji en 1867, que acaba con la división del poder de los señores feudales que había prevalecido a la fecha; y segundo, por medio de una inteligente decisión de copiar las principales fortalezas del enemigo. Esta estrategia de asimilación se bordó principal-mente a través de dos campos que se estimaron de la mayor relevancia por la administración del Emperador Meiji Tenno

_ (1867-1912), que de

manera inmediata ordenó el estudio de las instituciones occidentales por medio del contacto directo con las potencias europeas, lo cual dio como primer resultado, en el terreno político, la constitución japonesa de 1888, y en el terreno económico, su sensibilidad lo llevó a compren-der que la diferencia económica de su tiempo entre Occidente y Asia estribaba en el saber industrial, el cual también adoptó como una línea principal de su periodo, organizando en 1877 la primera gran feria in-dustrial en el primer parque construido para el efecto en la localidad de Ueno, la cual fue solo la primera de una larga lista de ferias industriales patrocinadas por el Estado japonés. Esta significativa política de salida

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fue acompañada por una apropiación del saber occidental por medio de todos los medios a su alcance: compra de tecnología, contratación de personal foráneo especializado, copia de tecnología y desde luego, por una amplia campaña interna de educación que derivó, todo en su con-junto, que a finales de siglo XIX Japón fuera ya considerada una potencia industrial, y que en la primera mitad del siglo XX, en una estimación desafortunada de ese éxito, Japón decidiera dos invasiones a China y su participación malograda como hegemón asiático en la conflagración de 1939.5

Lo anterior lo único que intenta destacar es la toma tan importante que hace Japón del quehacer industrial occidental en un periodo tan corto, elevándose con ello de una nación pre moderna a un hegemón mundial industrializado. De igual modo, lo que se resalta es el maridaje de la toma del conocimiento industrial occidental por parte de una cul-tura y una idiosincrasia diferente, que en la combinación del quehacer político y económico da como resultado una estrategia de desarrollo con características propias.

Mucho se ha especulado al respecto. Primero, negando la posibilidad de la existencia científica de un modelo asiático del desarrollo. Después, con el señalamiento de que si bien, puede hablarse del tema, los auto-res del mismo transitan desde Alexander Hamilton, pasando por List y ampliando con Bismarck. Sin negar la influencia de estas y otras fuentes de un modelo que a todas luces se ha centrado en la impronta de un desarrollo basado en el quehacer industrial y científico que predomina en Occidente desde la primera Revolución industrial, lo que lo hace dife-rente y le da la particularidad de asiático, deviene no de las instituciones políticas occidentales que adopta, sino de esa milenaria visión del poder asiático y su relación con su sociedad, donde desde hace más de 2000 años las formas políticas se significan por su laicismo, al mismo tiempo que por su verticalidad y diferentes grados de autoritarismo. Donde el equilibrio de su poder se remonta a la milenaria asociación confuciana de gobernante –súbdito, donde para el gobernado es un deber incues-tionable el respeto al Estado, como para el gobernante -Estado es una

5 Para una interpretación más amplia del tema véase Japón. Una visión jurídica y geopolítica en el siglo XXI, Oropeza García Arturo, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2019.

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responsabilidad irrenunciable el cuidado permanente del bienestar del súbdito. Esta matriz del poder político es la que explica la carta de natu-ralización del modelo asiático de desarrollo y sus principales diferencias con el modelo occidental, máxime que este último, como ya se indicó, desde siempre pero más en las últimas décadas se ha insertado en un debate interminable entre Estado y Mercado que no acaba de tener una respuesta cabal ni en la dogmatica ni en la aplicación de las políticas públicas occidentales, y que día a día acrecienta su papel de asignatura pendiente como denuncian Sachs, Judt, Mazzucato y otros. Lo anterior sucede frente a un modelo asiático de desarrollo que desde siempre dejó resuelta esta polémica política- intelectual, concentrando toda su energía y estrategia en la obtención de un desarrollo donde el Estado jamás ha dudado de la importancia de su participación.

En este sentido Japón, y desde luego Taiwán (antes Formosa), Corea, Singapur, China y los demás países de Asia del Este, con amplia influen-cia confuciana, no necesitaron aprender de los papeles Fundamentales de Hamilton (1757-1804) el rol proteccionista del Estado; ni tuvieron que leer de List (1789-1844) sus tesis sobre el Sistema Nacional de Economía Política, donde también explica la importancia del papel del Estado para el desarrollo de un plan industrial y crecimiento económico de cualquier país. Tampoco requirió de investigar el manejo de posturas proteccionistas para favorecer el crecimiento y desarrollo de la actividad industrial adoptado Bismarck desde la década de los setenta del siglo XIX, en el marco del apenas surgimiento del Estado Alemán (1871). No tuvo la necesidad de hacerlo, no solo como un punto de partida para el buen desarrollo de un proyecto industrial nacional, sino como una política permanente y sustentable para el éxito del mismo, que es su principal diferencia con Occidente, porque desde el periodo anterior a la era moderna ya existían los libros del confucianismo que regían el ac-tuar de la política pública oriental. El libro del Gran Saber, Doctrina de la Medianía, las Analectas de Confucio, Mencio, entre otros, desde el siglo V a.C. y en diversos momentos de la civilización China, rigieron desde entonces como textos básicos de los exámenes imperiales, donde se le enseñaba al funcionario público sobre la responsabilidad y buen gobier-no del Estado, entendiéndose por ello desde el amor y el ejemplo del Estado sobre sus gobernados, hasta el vínculo indisoluble de respeto y responsabilidad entre Estado y gobernado donde el superior, el Estado,

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tiene la obligación de proteger al inferior, y este a su vez de ser leal y guardarle respeto, como un orden natural de las cosas.

A lo largo de los siglos, la participación del Estado asiático en el buen gobierno y el éxito en su ejercicio ha tenido visos de categoría ética, de costumbre permanente y no de mecanismo coyuntural de apoyo al despegue de cualquier proyecto público. Por ello, el dilema Estado- Mercado prevaleciente en la arena occidental, no es un tema que forme parte de la preocupación pública del Estado asiático moderno, lo cual se transforma en una de las grandes diferencias del quehacer públi-co oriental y occidental en la economía global, lo que ha sido una de las razones principales de la prevalencia del primero sobre el segundo. Todas estas interrogantes, no muy claras para la dogmatica occidental, Deng Xiaoping las resolvió cuando sobre el tema declaró que “No existe una contradicción fundamental entre el socialismo- o sea la participa-ción económica del Estado- y una economía de mercado”, agregando que era incorrecta la afirmación de que la economía de mercado solo existe en la sociedad capitalista; resumiendo sobre la postura china que “Actualmente hay dos modelos de desarrollo productivo. En la medida que cada uno de ellos sirva a nuestros propósitos, nosotros haremos uso de él. Si el socialismo nos es útil, las mediadas serán socialistas, si el capitalismo no es útil las medidas serán capitalistas” (Oropeza, 2008, p. 45). O sea, tanto Estado como nos convenga y tanto Mercado como sea posible. Al respecto Huntington concluye “Los asiáticos del Este atribuyen su espectacular desarrollo económico, no a la importación de la cultura occidental, sino más bien a la adhesión a su propia cultura. Estamos teniendo éxito, afirman, porque somos diferentes a Occidente” (Huntington, 1996, p. 109).

La década de los setenta, insistimos, es un territorio no acabado de explorar donde se encuentran muchas de las causas originales del des-orden global que acusamos hoy en día.

En esa década se deciden la mayor parte de los cambios estructurales que rompen con la idea original de Bretton Woods de un mundo más integrado con alto grado de compromiso social. El capitalismo desafora-do vuelve a tomar control de las cosas desde fines de los setenta y hoy sus resultados responden a la mayor parte de la insatisfacción global. La traición a un mundo de postguerra con compromiso social se perpetró desde el momento en que en el marco de la primera apertura china

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(1978), llegaron los grandes capitales para no pagar prestaciones socia-les y cubrir sueldos de hambre.

Junto con ello, la por demás exitosa incorporación de China en la economía global a fines de los setenta, a través del ejercicio amplio de un modelo de desarrollo protagónico y heterodoxo, con características asiáticas propias, han desembocado, entre otras causas, al rompimiento de paradigmas económicos antes generalmente aceptados, como el liderazgo geopolítico de Estados Unidos, así como el ciclo de una era Occidental del Atlántico.

Lo paradójico de esta pérdida de Occidente respecto a Asia del Este, es que el milagro chino, y ahora asiático, fue hecho con financiamiento, relocalización y tecnología proveniente de las elites cosmopolitas occi-dentales, que en su visión cortoplacista de Mercado, perdieron la supre-macía ante una visión de Estado de las civilizaciones asiáticas.

E. EL DEBATE CHINA-ESTADOS UNIDOS

1. HUNTINGTON CABALGA DE NUEVO

Las buenas conciencias intelectuales y las opiniones más reservadas de su tiempo, recibieron con cierto barullo la aparición en 1993 de un artículo que se hizo libro en 1996 (El Choque de Civilizaciones) de Samuel P. Huntington. Entendida como una lectura provocadora, por hablar del posible enfrentamiento entre las civilizaciones relevantes de Asia y Occidente, sin descartar el elemento de la religión como parte de esa confrontación, en la parte central de su planteamiento alertaba del regreso económico y geopolítico de esas civilizaciones asiáticas y en especial de China.

Más allá de la especulación de una obra de perspectiva, que arriesgó la visión de escenarios nuevos e inquietantes, el libro de Huntington es rico en contenido en alertar a Occidente en general, pero a Estados Unidos en particular, sobre la delicada situación que guardaba en los noventa respecto al ascenso vertiginoso de las nuevas civilizaciones de Asia del Este y de China.

Al respecto Huntington escribía “Parece plausible que durante la ma-yor parte de la historia, China haya contado con la mayor economía del mundo. La difusión de la tecnología y el desarrollo económico de

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sociedades no occidentales en la segunda mitad del siglo XX está pro-duciendo actualmente una vuelta a la pauta histórica habitual. Este será un proceso lento, pero para mediados del siglo XXI- auguraba Hunt-ington- si no antes, la distribución del producto económico y del volu-men de producción manufacturera entre las principales civilizaciones es probable que se asemeje a la de 1800- Pronosticando de manera categórica que si no se hacía nada al respecto - Los doscientos años de fugaz paréntesis occidental en la economía mundial habrán acabado” (Huntington, 1996, p. 103). Si esto no fuera suficientemente claro, al comentar como en 1919 Woodrow Wilson por parte de Estados Uni-dos, Lloyd George por Inglaterra y Georges Clemenceau por Francia, determinaban la suerte de los países del mundo “Cien años después- decía- ningún grupito de estadistas podría ejercer un poder parecido;- agregando que- en caso de que algún grupo llegue a ejercerlo, no lo formarán tres occidentales, sino líderes de los Estados centrales de las siete u ocho principales civilizaciones del mundo- agregando que- Los sucesores de Reagan, Thatcher, Mitterrand y Kohl tendrán como rivales a Deng Xiaoping, Nakasone, Gandhi, Yeltsin, Jomeini y Suharto- añadien-do para evitar cualquier duda que -La era de la dominación occidental habrá pasado a la historia” (Huntington, 1996, p. 107).

Que no entendió Estados Unidos hace un cuarto de siglo de esta y otras alertas que con toda claridad le avisaban del advenimiento de nuevos actores geopolíticos asiáticos encabezados por China, que ame-nazarían su predominio económico y liderazgo mundial en el siglo XXI, igual que al resto de Occidente. Huntington no fue el primero en hablar de la debilidad norteamericana y occidental en la tercera parte del si-glo XX. Ya otras voces menos elocuentes habían hablado de la debili-dad norteamericana y del riesgo del predominio occidental (Mac Ewan, Cypher, Cusminsky, etc.). No obstante, la voz de Huntington fué una de las más claras de su época, aunque tampoco logró ser escuchada en términos de una reacción geopolítica por los responsables en turno de Estados Unidos y la Unión Europea. Hoy, para beneplácito de China y preocupación de las naciones occidentales, la confrontación se encuentra muy avanzada en términos económicos y geopolíticos y es causa de los principales movimientos sísmicos del desorden global de nuestros días.

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2. LA INEVITABILIDAD DE CHINA

El mundo occidental reacciona tarde al tema de China. Llega tarde y entiende poco sobre su aparición en el escenario global. En la idea de un ciclo occidental eterno, Europa y Estados Unidos olvidan la historia del milenario predominio asiático (China e India) y la primera apertura China de 1978 la confunden con la oportunidad de multiplicar utilida-des a través de la precarización de la mano de obra asiática, creyendo que Asia del Este y China podrían cumplir un simple papel maquilador, el cual podrían suspender o cancelar cuando lo estimaran conveniente.

En el marco de esta confusión, Occidente olvida sus compromisos de postguerra, y ante la decisión de China de unirse al comercio y a la economía global a través de la fortaleza que le quedaba después del periodo Maoísta, que era la de su enorme oferta de mano de obra ba-rata, Occidente decide caer en la trampa global de tomarla y al hacerlo, rompió con la lógica del desarrollo global que prevaleció de los 50 a los 70 del siglo pasado y su filosofía de compromiso social. Esta renuncia a la postre operó tanto con los trabajadores asiáticos precarizados (de quienes no le importo ni sus mircosalarios ni la ausencia de prestacio-nes sociales o la destrucción del medio ambiente) como al final, de sus propios trabajadores y clases medias.

Cuando ahora se alude en no pocas ocasiones que la globalización es la culpable del desencanto mundial, de la baja de prestaciones y de empleos en Occidente, vale la pena recordar que globalización no es sinónimo de precarización y que la relocalización ocasionada por este motivo, principalmente en Asia del Este, pero no solo en Asia del Este, es una de las principales causas de lo que ahora entendemos como la Inevitabilidad Asiática, o sea, el debilitamiento occidental de Europa y Estados Unidos, y el fortalecimiento sistemático de China y de Asia del Este.

China, a lo largo del siglo XX, a partir de la caída de su último imperio en 1911, inicia el difícil camino de su reconstrucción después de un periodo decadente que se significó por el predominio de las naciones occidentales.

La recuperación después de las glorias imperiales no fue fácil. Un in-terminable proceso de reacomodo militar y social la ocupó hasta 1949,

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donde triunfa la revolución del presidente Mao. Pero tampoco lo fue después, porque el camino comunista emprendido por Mao durante su ejercicio no pudo resolver las necesidades primarias del pueblo chino. En ese entonces, ni en China ni fuera de ella se pensaba, como sucedió en los hechos, que en tan solo cuatro décadas posteriores a esas ham-brunas y fracasos económicos, China pudiera estar hoy rivalizando con Occidente en general y Estados Unidos en particular, por la hegemonía de la primera parte del siglo XXI.

Como no hay un antecedente histórico que supere la rapidez y con-diciones de la disolución de la Ex Unión Soviética en 1991, así tampoco hay un ejemplo en la historia económica que rivalice con China en cuanto al tiempo de su recuperación económica y geopolítica.

A la milagrosa recuperación de China le preceden los más de dos mil años de éxito civilizatorio. De manera especial, los que corresponden a sus últimos 1800 años de hegemonía mundial. A lo anterior le sigue la sensibilidad de una generación de estadistas (Deng Xiaoping, Jiang Zemin, Hu Jintao, Xi Jinping, etc.) que han entendido las particularidades de un tiempo nuevo que China, por cierto, no contribuyó a crear. La incorporación de China a la economía global en la década de los se-tenta fue un enorme reto de alto grado de complicación, que cualquier error cometido hubiera incidido en el alcance de los resultados que le festejamos ahora. Como se sabe esto no fue así y por el contrario, el diagnóstico acertado sobre un tiempo de cambio y el papel progresivo que le convenía elegir, han sido las constantes de su actuación las últi-mas décadas. Al propio tiempo, la falta de entendimiento sobre China y la ausencia de una estrategia afortunada para tratar con ella en términos económicos y geopolíticos, ha sido la constante occidental.

Una apertura acompasada, progresiva, selectiva, donde a pesar de sus múltiples limitaciones económicas, China decidió sobre Occiden-te, fueron las líneas de estrategia para orientar conforme a los propios intereses chinos los primeros flujos externos. Una selección de zonas económicas preferentes, de sectores elegidos, con sus propios tiempos y movimientos, les fueron impuestos en todo momento a los inversio-nistas occidentales. De manera especial y con ello cambio su destino de ser la gran maquiladora a la gran fabrica del mundo, fue el de exigir desde un principio a la mayoría de los actores económicos occidentales, a cambio del apetecible mercado chino, el traspaso de tecnología y la

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asociación con empresarios chinos. Lo anterior fue fortalecido con una amplia toma informal (piratería) de tecnología por parte de China sobre todos los sectores industriales de su interés.

De este modo la maquila, en un salto histórico, se convirtió en fabri-cación nacional en la que China participa activamente con el 50% del contenido de todo lo que produce, en su calidad de primer exportador del mundo; y donde el 50% de las empresas que lo fabrican son esta-tales. Si esto no fuera suficiente, a partir de 2013 China echó a andar un programa de aumento de su contenido nacional (Made in China 2025) a través del cual espera llegar al 2025 con un 70% en toda su manu-factura. Por ello cuando se habla del milagro chino, sin menoscabo del talento asiático, insistimos, tendría que pensarse en Occidente como uno de sus autores principales.

La guerra por las manufacturas en este ciclo económico ha termina-do y ha sido ganada por China. Lo anterior puede evidenciarse desde 2010, en el momento que China retoma el liderazgo de la manufactura mundial, el cual perdió en 1880 cuando fue rebasada por Estados Uni-dos. Hoy el país asiático detenta más del 25% de la producción mundial en la materia, mientras Estados Unidos, en franca declinación, participa con menos del 15% en este rubro.

En las últimas décadas pareciera que la constante sobre China ha sido la de apostar a dos posibles escenarios; más como parte de un deseo, que como el resultado de un análisis realista sobre la naturaleza e implicaciones del milagro chino. El primero, muy socorrido a fines del siglo XX (Fukuyama, Gordon, Guiddens, etc.) fue que China, por la propia inconsistencia de su estrategia económica, colapsaría irremedia-blemente antes del nuevo milenio. La otra apuesta, variando en tiempo y circunstancia, es que China no sería capaz de fabricar vehículos, ca-miones, trenes de alta velocidad, aviones, barcos, etc., por carecer de las tecnologías y porque la naturaleza innovadora asiática era inferior a la Occidental. Como se ha ido registrando éxito a éxito y logro a logro, hoy China es el principal productor de la mayoría de estos productos, como de muchas otras líneas de manufactura de baja, media y alta tecnología.

Ante el éxito económico de China y el escalamiento del debate sobre su inevitabilidad económica sobre Estados Unidos, la litis se ha trasla-dado al último escalón que le queda a China por conquistar, que es el de los servicios de la inteligencia, sobre el que igual que hace 30, 20 ó

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10 años, parte de la opinión occidental sostiene que China no tiene la capacidad para superar en este rubro a los avances occidentales, y en particular, el liderazgo de Estados Unidos, intentando con ello, al igual que en décadas anteriores, hacer de una negación o una falta de credi-bilidad la mejor estrategia contra al abordaje chino. Por su parte China, a través de un proyecto sistematizado, puntual en tiempos, objetivos y movimientos, como lo viene haciendo desde las “cuatro modernida-des” de Deng Xiaoping, ya tiene planes para reducir sus diferencias en los servicios de alta tecnología en 2025, así como fortalecer su posición en 2035, para convertirse en líder mundial en 2045 y la mayor potencia tecnológica en 2050. Bajo este enfoque de largo plazo, China espera que la ciencia y la tecnología contribuyan al 60% de su PIB, y que 2.5% del mismo se destine a su investigación y desarrollo, lo cual la llevaría a ser una de las naciones con el más alto índice de participación en la materia.

Para el logro de estos objetivos China ya se propuso construir 45 Centros de Innovación para 2025, así como llegar al 2020 con un pro-medio de 100 robots por cada 100 mil trabajadores. De igual modo prevé arribar al 2025 con un 84% de automatización por control numé-rico en sus principales procesos de manufactura y un 64% en digitali-zación en herramientas de diseño. Lo anterior, procurando el desarrollo de las capacidades de innovación nacional y promoviendo la forma- ción de talentos (Made in China, 2025).

En cuanto al up- grade del contenido nacional, lo estará buscando por medio de tres estrategias: a través del remplazo tecnológico, el do-minio chino en industrias emergentes y la “presión o motivación” a los actores occidentales de la vanguardia tecnológica para que compartan su tecnología. Esta última estrategia, publicitada por China sin ningún rubor, busca repetir la misma fórmula de apertura de fines de los seten-ta, o sea, la de ofrecer la seducción de sus millones de consumidores a cambio de tecnología.

En este sentido China sigue siendo clara (una claridad que Occidente se niega o no le conviene entender) al no ocultar los términos de su estrategia. A través de su plan Made in China 2025, y el resto de los programas en la materia, el país asiático avisa de la presión que aplicará a los jugadores occidentales relevantes de la tecnología a través de su Comisión Nacional de Competencia (NDRC, por sus siglas en inglés), a

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fin de que acepten colaborar en su proyecto de apropiación y desarrollo de alta tecnología. Este plan, se sistematiza en diversas acciones entre las que destaca la modalidad de transferencia de tecnología; la de pre-sión para el manejo de precios bajos para la compra de tecnología; la exigencia de recursos humanos foráneos calificados y la de fabricar alta tecnología en China con socios chinos, entre otras.6

Dentro de este último gran debate respecto a que China no podrá accesar a los niveles de alta tecnología detentados principalmente por los países occidentales, como el último reducto de su hegemonía eco-nómica (sin contar el renglón militar), vale la pena resaltar que esta es-trategia lejos de ser un proyecto de futuro ya forma parte de una política pública vigente que ya ha estado generando resultados concretos en el ambicioso camino chino de los servicios del conocimiento.

Como ejemplos de esta estrategia vale la pena resaltar casos como el de Qualcomm, que es una empresa norteamericana, líder a nivel mundial en la fabricación de chips y semiconductores, a la que prime-ro, a través de la N.D.R.C., China la multó con un billón de dólares por prácticas de dumping; para luego negociar con ella y motivarla a bajar sus precios y a fabricar en China en la región sudeste del país, en zonas marginales económicas. De igual modo, respecto a la misma empresa Qualcomm, China la ha motivado para traspasar tecnología y fabricar de manera conjunta con empresas locales como Huawei, Tencent, etc. A la empresa Hewlett Packard (H.P), también la motivó a capacitar a empre-sas chinas y trasladar tecnología; a I.B.M, para fabricar en el país equipo mainframe; a INTEL, a fabricar High-end mobile chips; a Google, a rea-lizar censura de búsquedas; a Apple, el retiro de Apps no autorizadas, así como la instalación de cuatro centros de investigación y desarrollo en diversas zonas del país, etc. Todo lo anterior ante el uso “inteligente” (China dixit) y no ilegal de la fuerza del poder del mercado chino.

Según el mismo plan 2025, la estrategia buscará profundizar en 10 sectores tecnológicos estratégicos a saber: el de equipamiento eléctrico,

6 En el siguiente enlace se puede consultar el texto del Plan Made in China 2025, sólo disponible en idioma chino: Made in China 2025 https://wenku.baidu.com/view/ 5a9dc25384254b35effd3410.html. De igual modo en : http://www.icex.es/icex/es/navegacion-principal/todos-nuestros-servicios/informacion-de-mercados/paises/naveg-acion-principal/el-mercado/estudios-informes/DOC2016671546.html?idPais=CN

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maquinaria agrícola, nuevos materiales, vehículos de nuevas energías, herramientas de control numérico y robótico, tecnologías de la informa-ción, equipamiento aeroespacial, equipamiento ferroviario, investigación marítima y barcos de alta tecnología y equipamiento médico.7

A pesar de la importancia de estos proyectos y de sus sectores tec-nológicos, en realidad no hay nada nuevo en la estrategia que China no haya hecho desde 1979, cuando aprobara la primera Ley de Equity & Joint Ventures a fin de negociar con los primeros actores económicos del momento, a los cuales a cambio de su inversión en China, los mo-tivó al traspaso de tecnología y en muchos otros casos a la aceptación del 51% de participación accionaria asiática, como el caso de algunas armadoras occidentales. Esta práctica nace desde la primera apertura china, cuando Occidente era un gigante y China en ese entonces no te-nía recursos financieros ni tecnología, y por el contrario, como manifestó Jiang Zemin en su momento, su mayor preocupación era proporcionar alimento tres veces al día a los cerca de 900 millones de personas que en esas fechas integraban su población. Tampoco hay nada nuevo en cuanto a la postura occidental, ya que desde entonces hasta ahora, su posición ha sido la de aceptar este tipo de términos de negociación, lo mismo en fábricas de automóviles y de autopartes en los ochenta, como ahora en los productos o servicios de la más alta tecnología.

Ante ello, el reiterado debate sobre si esta vez la inteligencia y el atraso chino no podrán ascender al exclusivo mundo de los High Quality Products Service, como se dijo en su momento de la industria automo-triz, aeronáutica, u otras, la pregunta más bien sería ¿por qué no po-drá lograrlo?, si las partes esenciales de su estrategia siguen siendo las mismas. Y en este caso, como en las últimas cuatro décadas, mientras China enfrenta al desarrollo como una estrategia de Estado, de posicio-namiento geopolítico de largo plazo, para las empresas occidentales, al igual que en 1979, su contacto con China no pasa de ser una nueva acción de mercado, de negocio, a través de la cual buscan satisfacer

7 El mercado asiático vive actualmente un furor por las acciones de tecnología. “Cualquier cosa que sea asiática y tecnológica parece ser una formula bastante potente” señala Mirabaud Asia ltd. Las acciones de compañías tecnológicas cotizadas en la bolsa de Asia (OPI) han aumentado un 141 % promedio durante 2017, contra un 25% para ofertas públicas iniciales en USA y 13% en Europa (Reforma, noviembre, 2017).

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el apetito de sus accionistas sin importar que al final cada uno de es-tos sectores, apropiada ya la tecnología por parte de China y escalado su nivel de contenido nacional al 70%; sufran con el tiempo la baja de su nivel de ventas en el mercado chino. Al final de este encuentro de civilizaciones, lo que queda es la fortaleza de un proyecto de Estado que transita por un socialismo de mercado con fines de liderazgo político y económico, frente a un CEO occidental que solo le interesa incrementar el porcentaje de sus ventas a fin de lograr un bono anual más jugoso. En cuanto a la nueva guerra comercial entablada por el Presidente Trump desde 2017, mientras esta no se articule desde una alternativa de insti-tucionalidad global, en coordinación con la Unión Europea, más allá de las fuertes amenazas o sanciones, serán más viscerales que estructura-les limitando la fuerza de sus resultados.

En 1980 la diferencia de PIB económico entre China y Estados Uni-dos era de 14 veces. Era un mundo prechino y ninguna de las naciones desarrolladas tomó al país asiático con la seriedad ni con la estrategia adecuada. En la década de los noventa, pasó lo mismo y si bien China ya crecía al 10% anual promedio, Occidente, ante la caída del muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética (1991), ocupado en el fin de la historia, todavía condicionaba ingenuamente a China su acceso a la Organización Mundial del Comercio. En 2001, ante la firma del Proto-colo de adhesión a la OMC y más de 20 años ininterrumpidos de alzas asiáticas del 10% promedio, Occidente empezó a notar que Asia existía y que China se alzaba de manera preocupante. A pesar de ello, la reac-ción sigue igual: aletargada e insuficiente. Sumida en la complicidad de la precarización, la cual se ha vuelto más focalizada y sofisticada. Como ejemplo de lo anterior, la mano de obra barata ya no está en el Pacífico, sino en el centro o en el Occidente de China. O los apoyos estatales del gobierno chino, al igual que en el caso de las zonas económicas espe-ciales de los ochenta, ahora a través de las Free Trade Zones creadas en 2013; o por medio de los apoyos especiales a las empresas tecnológi-cas como a Qualcomm, a quien ha proporcionado apoyos fiscales y de infraestructura sin costo; subsidios y créditos para nuevas plantas tecno-lógicas, igual que lo hiciera para las fabricas de motocicletas y vehículos a inicios de los ochenta.

De 1978 a 2019 han transcurrido apenas 40 años, pero en términos históricos y geopolíticos, China, la civilización de ayer, se alza con el

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proyecto geopolítico más creíble del siglo XXI, frente a un Occidente europeo que sigue en busca del rumbo perdido, en un marco de incer-tidumbres políticas y bajo crecimiento económico. Estados Unidos, en una versión política desafortunada, no solo vive una pérdida de rumbo, sino que padece un proceso de marcado retroceso ante el liderazgo de un presidente inestable de poco entendimiento.

Todo esto opera de manera directa a favor del concepto de una Chi-na de hegemonía inevitable8 y un debilitamiento occidental progresivo, en el que puesto en el mejor de los escenarios, dicho por Zhang Jun, Di-rector de Economía Internacional del Ministerio de Exteriores de China, China no dio un paso al frente, sino que Estados Unidos, y podríamos agregar Europa también, han dado un paso atrás.

La relación entre Estados Unidos y China, dada su importancia geopolítica, (en el caso de China desde siempre y de Estados Unidos a partir del siglo XIX) ha sido una intuición a la distancia que en el caso de la nación norteamericana se transformó en acciones concretas en la zona de Asia- Pacífico (Japón 1854, Filipinas 1899) hasta la colocación de tropas en territorio chino durante el levantamiento de los bóxers (1899) y en la segunda guerra mundial. El nacimiento de la hegemonía norteamericana en el marco de la declinación asiática determinó un resultado favorable claro para la primera. A la fecha las opiniones se divi-den. Incluso importantes tratadistas en la materia no logran ponerse de acuerdo respecto a las razones del enfrentamiento como del desenlace del mismo. Huntington, como ya se relató, elabora un amplio análisis que fundamenta la declinación de Estados Unidos frente a China a lo largo de la primera mitad del siglo. Después lo siguen Sachs, señalan-

8 Desde luego aparecen los pasivos chinos como su abultada deuda, su longeva población a 2050, su desigualdad, los términos de su occidentalización y sus retos ecológicos, entre otros. Sin embargo, la inercia exitosa de su futuro, tanto política como económica, son dos motores que difícilmente sufrirán un retroceso en el corto plazo. El Congreso 19 del Partico Comunista Chino (PCCh) celebrado en octubre de 2017, fue una muestra de consolidación de lo alcanzado y de poder estratégico por lo que falta por lograr. Paradójicamente de ese mismo Congreso podrá surgir la primera chispa de inestabilidad de China contra China, en el desborde de poder mostrado por el Presi-dente Xi Jinping, quien a lo largo del Congreso abrió la puerta de una reelección infinita que rompe con la ortodoxia política impuesta por el creador del milagro chino, Deng Xiaoping.

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do que el nuevo jefe de la plaza es China. Rifkin, que abunda sobre la debilidad americana, con un serio análisis de su crisis económica. De manera especial, Hobsbawn, quien desde hace décadas viene expli-cando detalladamente porque a los americanos ya no les interesa el liderazgo del mundo y prefieren su tranquilidad nacional. Krugman nos habla de que Estados Unidos está por descalabrarse con la gran muralla y Zakaria, ante la fuerza de los números del avanzado desencanto del pueblo americano en sus instituciones (1964-75%, 1979-50%, 2008-30%, 2010-19%), concluye que esta vez los pesimistas podrían tener la razón. Dese luego Nye encabeza las opiniones contrarias, con esa siempre ponderación de lo americano, pero con una no siempre oculta tolerancia respecto a las intenciones globales de China. Mazarr por su lado, con una postura más de negación que de análisis, declara que Estados Unidos “no puede” renunciar a su papel como principal patroci-nador del orden internacional. Fukuyama, basado en la experiencia y el fracaso de su análisis anterior al año 2000, donde anunció el quebranto de China, indica que aun no es tarde para la recuperación de la nación americana. Ghemawat y Hout, en amplios estudios en el terreno de la última batalla de los servicios entre Estados Unidos y China, sostienen que salvo que Washington cometa graves errores, no hay motivos para pensar que el país norteamericano perderá su ventaja tecnológica.

A la fecha y ante la necesidad de un referente geopolítico para avan-zar hacia el 2050, una debilidad acumulada del país americano preva-lece, ante una fuerza asiática que no se da reposo en su carrera rumbo al liderazgo geopolítico.

Lo anterior, lejos de ser un tema radicado en el morbo, al mundo global le es muy importante saber de las líneas individuales o colecti-vas de asociación que deberían estar dando referencia a la geopolíti-ca, pero también al comercio y al desarrollo económico de la época. Al respecto no ayuda una posición norteamericana que sigue jugando con la dualidad de hablar como el líder mundial y actuar como una decadente nación desarrollada. Al mismo tiempo China no suma a un mayor discernimiento, si al mismo tiempo de mostrar su desbordado interés en convertirse no solo en la principal economía, sino en la nueva civilización del mundo, al propio tiempo rehúye cualquier compromiso geopolítico respecto al nuevo orden del mundo. Esta doble ausencia de los actores relevantes en el siempre deseable orden y paz global,

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constituye una de las razones fundamentales de la no solución del de-bilitamiento de las instituciones de Bretton Woods, y del relanzamiento de un proyecto más razonable e incluyente para la población que habita hoy en el planeta.

Es evidente que la matriz del desorden global radica en el rompi-miento de su equilibrio ante la declinación de Estados Unidos y el súbito ascenso de China. Este movimiento de placas hegemónicas, en tan cor-to tiempo histórico, es lo que ocasiona el desfase del orden establecido y la consiguiente incertidumbre sobre su posible reacomodo, el cual no acaba de definirse ante el no agotamiento de sus tendencias.

Su problema mayor, tal vez radica, que el cambio de reglas común-mente aceptadas que acompaña a este rompimiento de equilibrio, guarda condiciones inéditas y no augura un fácil aterrizaje. El choque de hegemonías, a diferencia de eventos anteriores, no es entre dos potencias occidentales, sino que en la arena aparecen dos comosmogo-nias, dos modelos económicos y dos modelos políticos diferentes, que batallan más allá de los PIBS o del intercambio de mercancías. Nunca en la historia de la humanidad, por sus dimensiones actuales, el mundo habría enfrentado este tipo de confrontación por el poder de la época.

Lo que agudiza esta confrontación, es que el siglo XXI tampoco tiene parecido con sus antecedentes inmediatos. Nuevas fuerzas tecnológi-cas; el cierre de ciclos industriales; carbónicos; poblaciones insospecha-das y amenazas de extinción, son atributos particulares del cierre de un ciclo de alta envergadura que demanda de la madurez civilizatoria de la sociedad global y de sus posibles hegemones.

3. LA INEVITABILIDAD ASIÁTICA (ASIA DEL ESTE)

En su importante obra ¿Por qué manda Occidente… por ahora?, Ian Morris declara “A corto plazo, las pautas establecidas en el pasado su-gieren que el traspaso de poder y riqueza de Occidente a Oriente es inexorable” “La transformación del viejo núcleo oriental en una perife- ria de Occidente en el siglo XX permitió a Oriente descubrir las ventajas de su atraso, y la última de estas –la incorporación de la vasta y pobre fuerza laboral china en economía capitalista global– está todavía desa-rrollándose” Y cierra el comentario diciendo que “La transferencia de po-

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der y riqueza de Occidente a Oriente en el siglo XXI es probablemente tan inevitable como el movimiento en dirección opuesta, de Oriente a Occidente, en el siglo XIX”. (Morris, 2014, p.700). Iglesias, por su lado, al hablar de las perspectivas latinoamericanistas dentro de estas nuevas tendencias globales declara que “Nadie, por otra parte, niega la visión de que el siglo XXI es el siglo del Pacífico y mirar hacia allá es fundamen-tal” (Iglesias, Lagos, 2015, p.67). Ferguson condiciona, “De persistir las tasas de crecimiento actuales, la economía de China podría pasar a la de Estados Unidos en 2014 en términos de poder adquisitivo nacional, y en 2020 en términos de dólares actuales”- Agregando que- “De he-cho, en algunos aspectos el siglo asiático ha llegado ya” (Ferguson, 2012, p. 404).

Morris, Iglesias, Ferguson, Huntington, Sachs, son parte ya de un am-plio grupo de internacionalistas que de un modo u otro vislumbran o aceptan la “inevitabilidad asiática” en el siglo XXI. A nombre del pen-samiento asiático, Mahbubani pronuncia fuerte” “Pocos en Occidente han captado todas las implicaciones de los dos rasgos más salientes de nuestra época histórica. En primer lugar, hemos llegado al fin de la era de dominación occidental de la historia del mundo”. “En segundo lugar, veremos el renacimiento de las sociedades asiáticas en gran escala” (Mahbubani, 2013, p. 29).

El debate seguirá abierto ante la prisa de unos, de ostentar títulos apresurados y la de los otros, los amigos de la negación del cambio. La de los que pretenden la supremacía de los dividendos y los que se opondrán hasta lo último por no perderlos. A pesar de lo anterior, la acumulación de los hechos económicos y políticos a favor del avance asiático y el debilitamiento occidental, soportan ya las tesis que refieren a una inevitabilidad asiática como la fuerza global que está definiendo cada vez más el devenir económico y político de la época.

Los altos índices de crecimiento asiático desde la década de los 50 hasta la fecha. Primero por Taiwán, Corea y luego Japón. En los 60 Singapur; China en los 70 y hoy en general por la mayoría de las eco-nomías de Asia del Este, que han estado generando alzas entre el 5% y 6% anual promedio, contrasta con los bajos incrementos entre 1% y 5% obtenido desde el 2000 por la mayoría de los países occidenta-les. En cuanto a los ingresos per cápita, mientras China acumula cifras

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superiores al 175% (2007-2014), en el mismo periodo, como ya se indicó, las naciones europeas han visto disminuir su participación los últimos 15 años. La contribución al crecimiento económico mundial de las naciones desarrolladas del 50% que promediaba de 1991-1995, se ha visto fuertemente disminuida a un 28% (2011-2015), mientras que China e India en los mismos periodos escalaron de un 16 % a un 40%, superando sobradamente el esfuerzo económico Occidental en este rubro (CEPAL, 2015). De manera importante, las economías más representativas de Occidente no han podido recuperar a 2015 los coefi-cientes de inversión que tenían antes de la última erupción económica de 2007-2009, mostrando disminuciones reales de hasta -30% por parte de Italia, Reino Unido con – 8%, Francia el -5%, Alemania -3 % y Estados Unidos -1 % (CEPAL, 2017). Tampoco en materia de producti-vidad los datos son buenos. “En la economía de mejor comportamiento de la OCDE, Estados Unidos, la productividad por hora trabajada creció solo 1.3% anual entre 2005 y 2015, en tanto lo haría a un 3% anual entre 1995 y 2005. En los doce meses que van entre el segundo tri-mestre de 2015 y el de 2016, esa productividad ha caído 0.4%. La productividad del trabajo, al final del segundo trimestre de 2016, suma tres trimestres consecutivos de caída, el ciclo más largo de caída desde los años setenta (Fleming, 2016). A su vez, la productividad total de factores (PF) creció solo 0.2% en 2015, en tanto la misma variable mostraba una expansión anual del 1.1% en las dos décadas previas a la crisis.” (CEPAL, 2017).

La lista de pasivos podría ser más exhaustiva, pero en términos geopolíticos, la supremacía asiática respecto a Occidente podría resu-mirse en el fuerte regreso de Europa (Estados Unidos a partir del siglo XVIII) a los niveles que en materia de población, territorio y PIB tenía hace 500 años, cumpliéndose el pronóstico de Huntington del “breve paréntesis” del triunfo occidental en la era moderna.9

9 En cuanto al territorio, de la cifra de 1500 de un 10% de la superficie mundial, Oc-cidente a 2020 llegará con el 12% aproximadamente. Referido a población en el mismo ciclo, de un 15% cerraría con un 25% de la población mundial y en poder económico de una subida en 1500 del 40% que se alzó en su mejor momento a 80% (1913), para 2020 llegara en 35% (Ferguson, Sachs, FMI).

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Todo este deterioro occidental desde la década de los setenta hasta hoy, en favor de la región de Asia del Este en general y de China en particular, se ha traducido en el ascenso económico de estos países y la mejora social de sus poblaciones. De un un estudio de Homi Kharas (2017) sobre las clases medias, puede desprenderse con claridad el traspaso de riqueza del Atlántico al Pacífico. El estudio nos dice que de 2015 a 2022 el 90% de la nueva clase media en el mundo se gene-rará en Asia Pacífico, la cual se repartirá con 350 millones de personas beneficiadas en China, 280 millones en India y 210 millones al resto de Asia del Este, y que para 2030, las dos terceras partes de la clase me-dia mundial corresponderán a Asia Pacífico. En contra partida, de 2015 a 2030 los porcentajes de participación de la clase media de Estados Unidos pasará de un 11% a un 7% y de Europa también disminuirá del 24% al 14%.

La inevitabilidad asiática

1500

10%

40%

60%

80%

10%

35%

Territorio

Población

PIB

1913 2020

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80

70

60

50

40

30

20

10

0

PIB

POB

TERR

1500

40%

15%

10%

1913

80%

60%

60%

2020

35%

25%

12%

Fuente: Ferguson, Sachs, FMI.

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Si los números de las últimas décadas nos hablan del éxito del mo-delo económico de Asia sobre Occidente, sus estrategias de posiciona-miento geopolítico, nos ratifican esta tendencia.

Como ejemplo de lo anterior aparece un Estados Unidos y Europa que como ya se dijo, no han sabido construir una agenda con China ni con la región asiática. Permanecen absortos en la complicidad de la asociación por precarización de los recursos humanos del área, sin que acierten a discernir una propuesta que cambie la matriz de las cosas, como una de las fuentes principales de la inequidad distributiva y des-encanto general de la época, soportando a través del enriquecimiento de sus elites cosmopolitas el drenaje de recursos a Asia a través de sus abultados déficits comerciales. Este congelamiento occidental, que redunda directamente en el no éxito de su desarrollo económico y pro-yecto de futuro, los ha llevado, a la Unión Europea, hacia una amenaza de desmantelamiento que pone en riesgo lo alcanzado a la fecha. En Estados Unidos su escenario no es mejor. En cuanto a lo económico,

Contribución Regional a la Clase Media del Mundo (Millones 2015-2022)

Fuente: Homi Kharas, 2017.

Asia Pacific

1.1

1.0

0.9

0.8

0.7

0.6

0.5

0.4

0.3

0.2

0.1

00

Hea

dcou

nt (

billi

ons)

Middle Eastand North Africa

Sub-SaharanAfrica

Central andSouth America Europe

NorthAmerica

210

350

280

90% de

la nueva

clase

media

2030

2/3 de la

clase

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Rest

of Asia

China

India

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350

280

China

India

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la caída de nivel de su población las últimas décadas10 ha generado una irritación que desembocó en lo político con la elección de un pre-sidente polémico, que carece de los atributos adecuados para construir los acuerdos de un nuevo proyecto de desarrollo no solo para Estados Unidos, sino para su región y el mundo en general.

En materia de integración, Occidente marcha en retroceso. En el caso de la Unión Europea, el binomio Francia- Alemania ha mostrado su incompetencia para relanzar el proyecto de la zona, la cual ante su desgaste económico es presa de una inconformidad política que obsta-culiza su ruta hacia el futuro. La salida de Inglaterra de la Unión, la quin-ta potencia mundial, ha sido un descalabro al proyecto de integración que está lejos de solucionarse y que por el contrario, ha sido fuente de motivación para abrir nuevas inquietudes de separación como los casos en Bélgica, Escocia, Cataluña, Italia etc. Su oposición a concretar con Estados Unidos el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP por sus siglas en inglés), lejos de ser una postura por las mejores alternativas de desarrollo hacia el futuro, es como el Brexit y el problema Catalán, un regreso al pasado en un intento de fuga de una realidad que no gusta pero que no se atina a resolver. En el caso de Estados Unidos la actitud no es mejor. Presos en el descontento de la pérdida del poder adquisitivo y nivel económico, sus clases medias huyen hacia las regiones populistas que les ofrecen soluciones falsas, involucrando

10 No debiera sorprender que el brusco incremento en las desigualdades haya de-struido la confianza popular en la competencia y la probidad de las elites económicas, empresariales y políticas (Wolf, 2016). Como ya se ha mencionado, se trata de ten-dencias que ya venían desde hace algunas décadas y que se han agudizado con la crisis financiera. Por ejemplo, el ingreso promedio de 90% inferior de los hogares es-tadounidenses se mantiene estancado desde inicios de los años ochenta. En términos reales, el ingreso del hogar medio en 2013 fue 8% inferior al 2007 y casi 9% inferior al máximo alcanzado en 1999. El promedio de los ingresos entre trabajadores a tiempo completo es en realidad más bajo en términos reales (ajustado por inflación) del que se tuvo hace 42 años y en la parte más baja de dicha distribución de ingresos, los salarios reales se asemejan a los que se tenían hace 60 años (Stiglitz, 2016). De este modo, en los últimos 35 años, mientras que los salarios reales disminuyeron en aproximadamente un 6% para el 10% inferior de la pirámide de distribución y crecieron en apenas un 5/6% para la media de los trabajadores, se dispararon en más de un 150% para 1% superior (Tyson, 2015), (CEPAL, 2017, p. 17).

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a actores políticos superficiales que no atinan a identificar las solucio-nes acertadas hacia un nuevo desarrollo rentable. La cancelación del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP, por sus siglas en inglés), de parte del presidente Trump en enero de 2017, fue una clara muestra de una generación política americana que no entiende los flujos de la globalización del siglo XXI. De igual modo, su oposición al TTIP, como los propios europeos, y su sistemático ataque al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés) el cual prácticamente sirve en su mejor parte a los intereses de Estados Unidos, es un muestra más de la falta de claridad en el análisis sobre la naturaleza de los problemas globales que enfrenta y su incapacidad de repensarlos hacia una meta 2050. De manera importante, tanto Estados Unidos como Europa siguen evadiendo la causa central de su disminu-ción económica y la pérdida de su liderazgo, la cual es China, junto con Asia del Este. Estados Unidos, como un ejemplo de lo anterior, en el pe-riodo 2000-2015 perdió con China alrededor de 4 billones de dólares. La Unión Europea por su lado, de 2012 a 2016 ha registrado un déficit comercial con el país asiático de cerca de 700 mil millones de dólares (Comtrade, 2017).

Sobre esta falta de actuación de Estados Unidos respecto a China, Steph Bannon, en el marco de su salida del gabinete presidencial (agos-to de 2017), brindó una explicación poco ortodoxa sobre el tema. Pri-mero reconoció que la nación americana tenía una guerra económica con China, vaticinando incluso que estaban en riesgo de perderla en cinco o diez años, si no se actuaba. Sobre porque Estados Unidos no había sido más efectivo al respecto, habló del miedo que los funciona-rios de la Casa Blanca tienen sobre China (se están meando encima) (Reforma, agosto, 2017).

China por su parte, con una sonrisa disimulada al advertir que Oc-cidente es el mejor enemigo de Occidente, con una sensibilidad no perdida por sus dirigentes desde su primera apertura geopolítica y eco-nómica a finales de los setenta, en 2013 toma una nueva decisión histórica y anuncian una segunda gran apertura.

La primera apertura china, como se sabe, fue su inclusión al proceso global de la época, orientada hacia el Pacífico, que les ofrecía la mayor oportunidad de éxito (1978). Esta vez, una China ya empoderada (se-gunda economía del mundo, primera en exportaciones y manufactura)

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ya no se incorpora a un proceso global liderado por Occidente, sino que tomando la bandera de la globalización, invita a 70 países que represen-tan el 70% de la población mundial (10 de ASEAN, 7 de Asia del Sur, 9 de Asia Central, 2 del Noreste de Asia, 21 de Asia Central y Europa del Este, 2 de África, Australia y 15 de Asia menor), el 55% del producto global y el 70% de los recursos mundiales de gas y petróleo, a un nue-vo proyecto de asociación que de entrada, rompe con el paradigma del comercio como tema central de la asociación, escalando la propuesta a una visión que privilegia, junto a la parte comercial, a la ciencia, la tec-nología, infraestructura, finanzas, educación, a la ecología, y un tema de sensibilidad social llamado “people to people”, que atiende a los temas sociales de sus integrantes.

Mientras Estados Unidos ofende al mundo en general, y a sus ve-cinos en particular, rompiendo con sus principales socios regionales y geopolíticos; cancelando sus estrategias de posicionamiento global (TPP Y NAFTA), China, con mayor sensibilidad para identificar el tiempo que vive, toma el liderazgo de la globalización y en el marco de una segunda apertura hacia el exterior, lanza una oferta a la mayor par-te del mundo para trabajar conjuntamente en busca de un desarrollo incluyente con características más adecuadas al siglo XXI. El resultado de esta propuesta, que desde luego es una línea estratégica de poder para consolidar el liderazgo chino y asiático del siglo, está pendiente de mostrar la procedencia de sus resultados en los años por venir, aunque a través de 55 mil millones de dólares, China ya avanza con proyectos concretos de desarrollo en Kenia (ferrocarril eléctrico), Pakistán (plantas eléctricas, puertos), Grecia (puerto del Pireo, ferrocarril de alta velocidad Atenas-Budapest-Belgrado, para cubrir la ruta ferroviaria de la seda) etc., en el marco de los acuerdos del esquema One Belt One Road (Una integración - Un camino), conocido también como la Nueva Ruta de la Seda. Junto a lo anterior, en 2015 fundó el brazo financiero de este programa, a través del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, el cual ha iniciado sus operaciones con todo éxito con un capital de 100 mil millones de dólares, en el cual aparece India como segundo socio, y de manera relevante, a pesar de la oposición de Estados Unidos que se negó a participar en él, destacan las incorporaciones de países occi-dentales como Canadá, Francia, Inglaterra, Alemania, etc., en un franco apoyo a la viabilidad del proyecto y liderazgo de China.

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Junto con la iniciativa One Belt One Road aparece una amplia oferta de asociación global ofertada por China, en un impulso geopolítico sin rubor en donde el esquema BRICS (2009) integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica sigue jugando una posición estratégica en su política internacional. De manera significativa también el proyecto 16+1 (2012), integrado por 16 naciones de Asia del Este más China camina con todo éxito, como uno de los primeros antecedentes del esquema One Belt One Road, al que habrá que sumar a la Organización de Coo-peración de Shanghai (1996) ampliada ahora a 8 miembros (China, India, Kazajistán, Kirguistán, Pakistán, Rusia, Tayikistán, Uzbekistán), los cuales en suma fueron los prolegómenos geopolíticos para la segunda apertura china. Lo anterior sin menoscabo de que siga con una intensa actividad en otros esquemas relevantes como su integración formal con las 10 naciones del sureste asiático (ASEAN + 1), (ASEAN+3), (ASEAN+ 6 o RCEP), así como con los 21 países de la APEC, o los múltiples Trata-dos de Libre Comercio que continua firmando con diferentes países del mundo como Chile, Perú, Costa Rica, Nueva Zelanda, Singapur, Pakistán entre otros.

Como puede derivarse de este breve análisis, las inercias geopolíti-cas occidentales, en especial las que corresponden a Estados Unidos, padecen una ausencia o una interpretación equivocada de futuro. Las asiáticas y en especial las que corresponden a China, por el contrario, pavimentan con solidez un andamiaje creíble de posicionamiento a lar-go plazo.

El resultado de este inevitable debate por los espacios de liderazgo del tiempo nuevo, cualesquiera que sea su definición en las décadas por venir, lejos de ser el principio de un nuevo reinado, representará el punto de partida de una nueva sociedad global que si aspira a la sobre-vivencia, deberá trabajar conjuntamente en la solución de los nuevos vectores globales que como ya se dijo, amenazan su futuro.

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China. La construcción del poder en el siglo XXIde Arturo Oropeza García, se terminóde componer, imprimir y encuadernar

en el mes de noviembre de 2019.

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