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INFLUENCIAS DEL PASADO Andrea Rodríguez Hirtle COLECCIÓN DE NARRATIVA DEL IES PABLO NERUDA

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Relato de Andrea Rodríguez Hirtle, alumna de 1º C (curso 2007-2008)

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INFLUENCIAS DEL PASADO

Andrea Rodríguez Hirtle

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IES Pablo Neruda Las llaves de la literatura 2008 Castilleja de la Cuesta (Sevilla)

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PRÓLOGO Un relato breve, pero lleno de intriga y de suspense, cuenta en primera persona cómo Ana, una mujer de treinta y cuatro años intenta desvelar el misterio del asesinato de sus abuelos, sucedido veintiocho años antes. Ana será transportada a la fiesta de disfraces que sus abuelos organizaron la noche del asesinato, e intentara averiguar quién era el asesino.

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ESTABA SENTADA JUNTO A la ventana viendo caer la lluvia. Por la radio se escuchaba cómo había inundaciones cerca de los ríos y grandes olas hasta de cinco metros en las costas.

Yo estaba sola en aquella gran mansión de montaña. Este año me había tocado a mí ir a cuidar de la casa. Ninguno de mis seis hermanos podía acompañarme. Todos y cada uno de ellos habían encontrado una excusa perfecta para dejarme sola en aquella fantasmal mansión.

Desde que mis abuelos maternos murieron dejando a mis padres a cargo de aquella gran casa, había pasado mucho tiempo sentada junto a aquella ventana en la misma silla. La casa tenía más de un centenar de años y todos sus muebles también. La lluvia hacía que todo tuviera un aspecto más terrorífico. Los delicados suelos de madera cubiertos con exageradas alfombras crujían cuando les caía una pluma y de vez en cuando me asustaba de que crujieran solos.

No sentía miedo puesto que había pasado muchas tardes como esa desde

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que tenía seis años, pero hoy era un día especial. Hacía veintiocho años justos que mis abuelos habían muerto misteriosamente en esa casa. Aparecieron los dos muertos una mañana. Todo ensangrentado. Una puñalada en el corazón habría bastado para que murieran, pero su asesino necesitaba más…

Escuché un ruido extraño. Esto no había sido por culpa de una rama cayendo ni tampoco el usual crujir de la madera por el fuerte viento. Esperé quieta y en silencio a ver si solo había sido mi imaginación, pero instantes después escuché cómo un jarrón cayó al suelo y se rompió en mil pedazos.

Lentamente me levanté y subí al siguiente piso, donde se habían escuchado los ruidos.

El ruido parecía haber venido del antiguo dormitorio de mis abuelos, en el que murieron tantos años atrás.

Entré lentamente y asustada buscando cualquier cosa que se moviera con la mirada pero no había nada.

Me quedé en el dormitorio sentada en la cama de mis abuelos esperando a que algún ruido pudiera darme una pista de dónde se encontraba el problema, pero nada. No pasó nada.

Viendo que nada pasaba, me encaminé a las escaleras para volver a aquella antigua silla en la que había pasado tantas horas, pero algo me tocó. Estaba en la puerta dispuesta a salir y

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noté cómo algo se movía a mis espaldas. Me quedé inmóvil analizando la situación y me rozó el hombro. Rápidamente me di la vuelta para ver cuál era la causa de los destrozos al jarrón o de que los suelos crujieran, pero no había nada. La habitación estaba vacía. No había nadie más que yo.

Ahora sí estaba asustada. Si un fantasma estaba rondando por la casa me daba igual, pero si me tocaba y me molestaba me preocupaba más.

- ¿Hay alguien ahí?

No hubo respuesta. Empezaba a sentirme nerviosa. Yo nunca había sido de las que se ponían nerviosas por cualquier cosa, pero nadie tenía las llaves, excepto mis hermanos, que habrían pasado a saludarme.

Yo no creía en fantasmas ni en esas estupideces, tampoco creía que nadie se hubiera colado en casa porque era una casa muy antigua y alejada de todo, en realidad, no sabía lo que creía, un millón de estúpidas ideas pasaban por mi cabeza.

Decidí buscar el jarrón roto para limpiarlo y olvidar el asunto. Yo sabía perfectamente dónde estaba el jarrón puesto que solo había uno. Me dirigí al antiguo dormitorio de mi madre pero el jarrón se encontraba en mejor estado que nunca.

- Qué raro… a lo mejor se me ha pasado algún jarrón.

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Busqué por todos lados pero solo había uno y estaba en perfecto estado. Seguramente todo había sido fruto de mi imaginación y aburrimiento, eso era lo más seguro. Miré el reloj. Era hora de cenar. La cocina era antigua. Cocinar ahí era complicado pero yo lo había hecho muchas veces y estaba acostumbrada.

El comedor era grande. Tenía una larga mesa de madera en la que mis antepasados habían realizado tantas fiestas anteriormente. Se volvió a escuchar un ruido extraño en el piso superior.

Decidí hacerme la loca y esperar a que algo más sonara… y sonó.

Harta de todo esto, me levanté y con furia subí al piso superior. Había escuchado unos pies que andaban.

Cogí una silla del dormitorio de mis abuelos y me senté en una esquina.

- ¡¿Qué?! ¡¿Ya estás contento?! ¡Ahora no te podrás esconder de mí!

Algo brillaba sobre la cama. Creía que era mi imaginación pero seguía brillando. Extrañada, me acerqué. Antes había estado sentada en ese mismo lugar y no había nada. Las blancas sábanas tenían grandes manchas rojas. Era sangre. Entre las dos grandes manchas de encontraba un cuchillo de cocina completamente embadurnado con sangre. Yo supe lo que era nada más verlo. Montones de lágrimas recorrieron mi rostro al tener entre mis manos al asesino de los padres de mi madre.

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Llamé corriendo a mi hermano mayor, que llegó a la media hora.

Estaba preocupada. Esa sangre y el cuchillo no habían llegado ahí solos, alguien tenía que haber entrado en casa y la idea de un desconocido entrando en esa antigua casa, dejando sangre sobre la cama de mis abuelos y un cuchillo no me gustaba mucho.

Subimos al piso de arriba. Mi hermano quería verlo todo. Llegamos al lugar del crimen y miramos sobre la cama. Las blancas sábanas estaban limpias. No había ni una mota de polvo sobre ellas y menos un cuchillo con sangre.

- Ana, si me vas a llamar porque te sientes sola, llama a una de tus amigas, pero no me andes con tonterías.

Mi propio hermano, viéndome llorar con las manos llenas de sangre me llamaba loca. Creía que yo con treinta y cuatro años iba a inventarme un cuento como ese nada más que para que fuera. No me conocía.

Volví a subir al cuarto. No había ni pizca de sangre. Me miré las manos que antes estaban completamente embadurnadas. Estaban limpias, pero debajo de las uñas, ahí sí que había algo rojo, seguramente sangre.

A lo mejor era cierto. Podía haberme vuelto loca pero lo que yo vi era tan cierto… tan real… no podía haber sido fruto de mi imaginación, yo había notado cómo mis manos se llenaban de sangre…

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No podía ser mentira… Aquí había pasado algo…

Estaba sentada en la cama. Todo parecía volver a ser normal, desde que llegó mi hermano no había pasado nada raro, pero, de repente, un portazo.

- ¿Pedro, hermanito, eres tú?

No hubo respuesta por lo que sospeché que lo que fuera que estuviera haciéndomelo pasar mal había vuelto.

Estaba enfadada. No me dejaban aburrirme tranquila. Un fuego de furia recorrió mi cuerpo. Muy enfadada, salí al exterior de la antigua casa y chillando me quedé mirándola.

Sonaban truenos, y el agua caía a cántaros. Estaba empapada pero me daba igual, esa furia que recorría mi cuerpo me había quitado mi sentido común. Llorando caí al sueño. Esto era una pesadilla. El suelo lleno de barro comenzó a moverse. Intenté ponerme en pie pero era imposible. El suelo se movía violentamente y no me dejaba moverme.

Cuando me di cuenta, el suelo había cambiado. Ya no llovía y el suelo no se movía violentamente. Abrí los ojos y lo vi todo. Estaba en la entrada de mi mansión en el suelo revolcándome junto a las escaleras.

¿Qué había pasado? Yo estaba empapada… pero había aparecido en el interior… Estaba claro que algo raro había pasado. No quería preocuparme demasiado pero estaba asustada. Quería

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resolverlo todo pero estaba cansadísima y quería acostarme. Yo dormía en el que un día fue el dormitorio de mi madre. Durante la noche no se escuchó ningún ruido extraño.

Ya no llovía. La gran tormenta había pasado ya en numerosas partes del país. Aunque yo tenía que arreglar el jardín no podía porque estaba todo encharcado y me sería imposible poner un pie ahí. Me tenía que quedar en casa.

Sonaba la radio. Tenía mala señal debido a que la gran casa estaba alejada de todo y además al pie de una montaña.

Veintiocho años me separaban de esa espantosa muerte pero yo la sentía tan reciente como si hubiera pasado ayer. Mis ojos veían los dos cuerpos inertes de mis abuelos sobre aquella antigua cama, y, aunque yo sabía que no era cierto, que solo era mi imaginación, pero aún así era espeluznante ver a mis dos ancianos abuelos asesinados sobre la cama en la que había dormido alguna que otra noche.

No quería quedarme sola ahí hoy. Intenté llamar a mis hermanos pero un extraño mensaje que nunca había escuchado antes no me permitía comunicarme con ellos. Estaba sola en la casa. Estaban pasando cosas extrañas y yo estaba asustada pero no podía hacer nada. No podía salir de casa porque mi hermano el día anterior se llevó mi coche pero tampoco podía llamarle para que volviera por ese extraño mensaje.

Sonó un portazo. Era la puerta principal de la casa. Fui corriendo asta ahí

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como corre un niño chico hacia un pastel de chocolate. Mi hermano mayor, Pedro, estaba ahí.

- ¿Me has traído el coche?

- Sí, ya está ahí; de todas maneras, debería darte una copia de las llaves de mi coche.

Le ofrecí a mi hermano un café. Era temprano y seguramente había madrugado para venir.

Estábamos los dos en el salón, hablando de lo sucedido el día anterior, no me creía, pero, escuchó algo. Era otro portazo.

- ¿Has escuchado eso?

- Sí, lleva así desde ayer, no veo nada, y tú no me crees.

- Pues ya sí te creo…

Subimos al piso superior a ver qué había pasado. No vimos absolutamente nada. La casa estaba vacía, los únicos dos seres vivos de la estancia éramos mi hermano y yo.

Pedro iba a pasar el resto del día ahí, porque después del ruido ya me creía y no me quería dejar sola. Todo estaba en silencio. De vez en cuando se escuchaba el piar de un pajarillo, un sonido tranquilizador que le daba un aspecto un poco más agradable a la casa.

Encontramos viejos álbumes de fotos en los que se veía a mis abuelos de

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jóvenes y a mis seis hermanos de chicos. Estábamos tan ensimismados con las fotos que no nos dimos cuenta de que misteriosamente la puerta del desván se había cerrado.

Empezaba a hacer calor. El oxígeno empezaba a escasear pero mi hermano y yo estábamos tan ensimismados con las fotos que no caímos en la cuenta de que el pequeño agujero en el suelo por el que antes pasamos para subir, estaba cerrado.

- ¡Qué calor!

- Sí, será mejor que bajemos.

A gatas, nos acercamos al lugar de bajada. Estaba cerrado y con el seguro echado. Ni mi hermano ni yo éramos suficientemente fuertes como para romper el antiguo cerrojo que impedía que abriésemos esa puertecilla.

Dos horas nos llevó romper el cerrojo que nos impedía bajar. La pequeña puerta se abrió y dejó caer una gran cantidad de polvo junto al cerrojo completamente destrozado.

Bajamos. Todo estaba en silencio pero un ligero sonido lo rompía. A medida que nos acercábamos a las escaleras el sonido se iba intensificando. Lo podíamos escuchar perfectamente. Eran risas. Risas que provenían de la sala de estar, en la que las antiguas fiestas de mis antepasados tomaban el té a la hora de merendar.

Asustados, mi hermano y yo nos dirigimos a la habitación y lo pudimos ver,

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lo vimos todo. Todo estaba lleno de gente con antiguos trajes de gala con voluminosos encajes. Todo parecía extraño. Todo parecía antiguo, como si fuera un vídeo antiguo.

No podía creer lo que estaba viendo. Ante mis ojos podía contemplar una fiesta de hace un centenar de años.

- ¡Esto no puede ser! - Le dije a mi hermano

Mi tono de voz fue un poco brusco y casi gritando y todos los invitados a la fiesta dejaron sus conversaciones para prestar atención a la joven disgustada que estaba gritando, a mí.

Una clara cara de vergüenza apareció en mi rostro.

- Pedro, marchémonos; no podemos seguir aquí.

Mi hermano menor obedeció y se dirigió a la puerta principal pero la sorpresa fue cuando vimos que no había puerta principal.

- ¿Qué vamos a hacer? No podemos quedarnos aquí ¡esto es de locos!

Estaba muy asustada. Subí corriendo las carcomidas escaleras que me llevaban al segundo piso y cogí el teléfono. La línea no estaba en funcionamiento. Aquel extraño mensaje que no había escuchado nunca antes volvió a sonar. Colgué. No sabía qué hacer. No podía ni salir de la mansión ni llamar a nadie para pedir ayuda.

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Bajé corriendo las escaleras en busca de mi hermano. La fiesta continuaba y podía ver a mucha gente, pero no a mi hermano. Estaba asustada, ahora estaba sola en esa locura y mi hermano estaba perdido.

-¡¡Ana ayúdame!!- Pude escuchar.

Provenía del piso superior. Estaba claro que era mi hermano. Rápidamente subí las escaleras para buscarlo. Dos hombres con muy mala pinta se lo estaban llevando de los brazos. Fui corriendo a ayudar a mi hermano pero se encerraron en el dormitorio de mis abuelos. Yo no podía entrar, no era suficientemente fuerte. Estaba muy asustada pero no me dejé llevar por el pánico; mi hermano necesitaba ayuda y yo se la tenía que dar, no podía dejarme paralizar por el miedo, ahora no.

De repente, a los pocos minutos la puerta del dormitorio se desplomó. No había nadie en la habitación. Estaba completamente vacía. Ni un mueble. Nada.

Bajé corriendo al lugar de la fiesta. Me abrí paso entre la gente hasta llegar al majestuoso sofá italiano del siglo pasado. Ahí estaba ella. Más hermosa que una rosa. Mi abuela estaba ahí, sentada con un majestuoso vestido de terciopelo con exagerados volantes decorados con encajes. La pude reconocer por un retrato que siempre había estado encima de ese mismo sofá en el que estaba sentada en ese momento.

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Mi abuela me miró con una cara extraña. Yo no encajaba ahí. Me quedé absorta mirándola mientras reflexionaba sobre el asunto. Tras unos segundos de meditación comprendí que no podía decirle que era su nieta, en su conciencia yo tenía seis años, jamás entendería nada. Yo no entendía nada.

- Señorita, ¿De qué va vestida usted? Le recuerdo que esto era una fiesta de disfraces. Me dijo mi abuela.

Miré a mi alrededor. Caí en la cuenta de que jamás debía haberme visto, aunque no sabía que tenía que hacer, así que intenté escabullirme entre la multitud y pasar desapercibida. Yo sabía dónde estaba perfectamente. No sé cómo había llegado a la noche en la que mis abuelos fueron brutalmente asesinados.

Estaba asustada. Sabía perfectamente que entre la gente de mi alrededor estaba el asesino de mis abuelos, y yo tenía que encontrarlo, aunque no sé cómo había viajado al pasado, y si cambiaba algo sería fatal para mi futuro.

Cogí el teléfono. Esta vez no sonó el extraño mensaje que no había escuchado nunca antes.

Intenté llamar a la policía. Todo parecía normal pero la voz de una señorita estirada apareció diciendo que no se podía mantener conexión.

Me senté en una silla. De repente todo parecía ir más deprisa, como si el reloj antara más rápido para todos menos

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para mí. La gente se estaba yendo. Cada vez quedaba menos gente pero todo seguía moviéndose muy rápido. Pasaron los minutos y se fue el último invitado. De repente todo volvió a tener la velocidad normal. Yo casi me había olvidado de mi hermano pero entonces lo vi sentado en una silla.

-¡Pedro! ¿Dónde estabas?-

Mi hermano parecía sordo, como si nadie le hubiera hablado.

-Pedro, ¿Me estás escuchando?-

Nada, mi hermano no me escuchaba. Parecía que yo pudiera verlo todo pero nadie me veía a mí, pero era imposible, antes mi abuela me había visto. Todo estaba solitario. Mis abuelos subieron al piso superior y yo subí detrás de ella. Quería ver quién era el cruel asesino y cómo clavaba el cuchillo en los cuerpos dormidos de mis abuelos.

No había nadie. Estaba cansada. Me senté en una silla, no podía permitirme el lujo de dormir mientras mis abuelos eran asesinados. Llevaban horas dormidos y yo horas vigilando adormilada a ver si alguien entraba, pero nada. Entonces caí en la cuenta. Yo tenía que ser la asesina. Yo tenía que matar a mis abuelos. El mundo me había escogido a mí para ese horrendo trabajo y yo iba a ser la persona que yo tantas veces me había preguntado quién era.

Me acerqué lentamente y en silencio a la mesilla de noche de mi abuela.

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Encima de ella había un cuchillo de cocina junto a una nota que estaba dirigida a mí.

- Adelante, Ana, si quieres continuar con tu vida normal tendrás que asesinar a tus abuelos.

Mi rostro se recubrió de lágrimas. Podía visualizar en mi mente lo que tenía que hacer para volver a mi vida cotidiana.

Entre lágrimas cogí el cuchillo y me acerqué a mi abuelo.

El fuerte sonido del teléfono me hizo pegar un salto. Me caí de la silla… Pero… ¿Qué había pasado? Miré a mi alrededor… Todo había sido un sueño.