inclusión descolonización y políticas interculturales

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CORAZONANDO SOBRE SUBALTERNIZACION, EXCLUSION, INCLUSION Y POLITICAS INTERCULTURALES (P.I.C.) COMPROMETIDAS CON LA VIDA, Patricio Guerrero Arias Corazonamientos de entrada Una de las dificultades que a menudo podemos encontrar en el trabajo cultural, o en el diseño y aplicación de políticas culturales, es su sentido mayoritariamente culturalista, que ignora que el trabajo cultural, es además una cuestión eminentemente política. Esa mirada ha implicado la negación de una problemática que en tiempos de revoluciones ciudadanas, bolivarianas o de celebración rimbombante del Bicentenario en nuestro continente, ha invisibilizado una realidad sobre la cual muy poco se ha discutido, o que simplemente se ignora, o que se la cree superada, la cuestión del poder y su ejercicio; pues si bien, los procesos de independencia enfrentaron el colonialismo, posibilitaron la continuidad de la colonialidad, de una matriz colonial-imperial de poder que opera para el control absoluto de la vida. La colonialidad como matriz de poder y de dominio plenamente vigente, nos ha heredado discursividades y praxis para ejercer su legitimación y ejercicio que se muestran aparentemente como propuestas inocentes y con supuestas buenas intenciones, como las de buscar implementar políticas de inclusión de sectores subalternizados, con los que se trabaja desde perspectivas culturales meramente cognitivas y folklorizantes, que no ven que también la cultura está atravesada por relaciones de poder, y que por lo tanto, es un escenario de lucha de sentidos. Una de las expresiones más perversas de la colonialidad del poder, del saber y del ser ha sido la negación de la afectividad a fin de que de esa forma, el poder sustentado en la tiranía de la razón, pueda legitimar su dominio. Por ello se plantea el Corazonar que nos permite mirar que nuestra condición de humanidad no solo se sostiene en la hegemonía de una razón sin alma, sino como nos enseña la sabiduría Secoya, Somos estrellas con corazón y con conciencia. El presente trabajo es un intento por hacer una lectura crítica y política de estas perspectivas; busca conversar sobre las implicaciones que la colonialidad del poder, del saber y del ser tienen en la totalidad de la vida; quiere advertir que las políticas de inclusión pueden ser herederas de esa mirada colonial, por eso las actuales políticas culturales siguen ignorando dimensiones claves para la construcción de subjetividades políticas diferentes y de sentidos distintos del vivir; nos proponemos también mirar la dimensión política de la cultura y la dimensión cultural de lo político, lo que implica analizarla como escenario de lucha de sentidos; mostrar la cultura como una fuerza insurgente insustituible para la reafirmación de la vida; y evidenciar que el corazonar se muestra como una respuesta espiritual y política insurgente, para decolonizar el poder el saber y el ser. Finalmente, se hacen algunas sugerencias que podrían resultar útiles para superar la visión cognitiva, elitista y letrada, y la noción de rescate cultural que sigue siendo hegemónica en el trabajo cultural, para proponer corazonar desde la perspectiva de la fuerza insurgente de las culturas, de las identidades, de las alteridades y de las memorias vivas, teniendo siempre como horizonte la existencia; por eso se propone hablar de Políticas Interculturales (P.I.C) comprometidas con la vida, y trabajar procesos de gestión intercultural con ese mismo horizonte, que aporten a la transformación de la existencia.

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Page 1: Inclusión Descolonización y Políticas Interculturales

CORAZONANDO SOBRE SUBALTERNIZACION, EXCLUSION, INCLUSION Y POLITICAS INTERCULTURALES (P.I.C.) COMPROMETIDAS CON LA VIDA,

Patricio Guerrero Arias Corazonamientos de entrada Una de las dificultades que a menudo podemos encontrar en el trabajo cultural, o en el diseño y aplicación de políticas culturales, es su sentido mayoritariamente culturalista, que ignora que el trabajo cultural, es además una cuestión eminentemente política. Esa mirada ha implicado la negación de una problemática que en tiempos de revoluciones ciudadanas, bolivarianas o de celebración rimbombante del Bicentenario en nuestro continente, ha invisibilizado una realidad sobre la cual muy poco se ha discutido, o que simplemente se ignora, o que se la cree superada, la cuestión del poder y su ejercicio; pues si bien, los procesos de independencia enfrentaron el colonialismo, posibilitaron la continuidad de la colonialidad, de una matriz colonial-imperial de poder que opera para el control absoluto de la vida.

La colonialidad como matriz de poder y de dominio plenamente vigente, nos ha heredado discursividades y praxis para ejercer su legitimación y ejercicio que se muestran aparentemente como propuestas inocentes y con supuestas buenas intenciones, como las de buscar implementar políticas de inclusión de sectores subalternizados, con los que se trabaja desde perspectivas culturales meramente cognitivas y folklorizantes, que no ven que también la cultura está atravesada por relaciones de poder, y que por lo tanto, es un escenario de lucha de sentidos.

Una de las expresiones más perversas de la colonialidad del poder, del saber y del ser ha sido la negación de la afectividad a fin de que de esa forma, el poder sustentado en la tiranía de la razón, pueda legitimar su dominio. Por ello se plantea el Corazonar que nos permite mirar que nuestra condición de humanidad no solo se sostiene en la hegemonía de una razón sin alma, sino como nos enseña la sabiduría Secoya, Somos estrellas con corazón y con conciencia.

El presente trabajo es un intento por hacer una lectura crítica y política de estas perspectivas; busca conversar sobre las implicaciones que la colonialidad del poder, del saber y del ser tienen en la totalidad de la vida; quiere advertir que las políticas de inclusión pueden ser herederas de esa mirada colonial, por eso las actuales políticas culturales siguen ignorando dimensiones claves para la construcción de subjetividades políticas diferentes y de sentidos distintos del vivir; nos proponemos también mirar la dimensión política de la cultura y la dimensión cultural de lo político, lo que implica analizarla como escenario de lucha de sentidos; mostrar la cultura como una fuerza insurgente insustituible para la reafirmación de la vida; y evidenciar que el corazonar se muestra como una respuesta espiritual y política insurgente, para decolonizar el poder el saber y el ser.

Finalmente, se hacen algunas sugerencias que podrían resultar útiles para superar la visión cognitiva, elitista y letrada, y la noción de rescate cultural que sigue siendo hegemónica en el trabajo cultural, para proponer corazonar desde la perspectiva de la fuerza insurgente de las culturas, de las identidades, de las alteridades y de las memorias vivas, teniendo siempre como horizonte la existencia; por eso se propone hablar de Políticas Interculturales (P.I.C) comprometidas con la vida, y trabajar procesos de gestión intercultural con ese mismo horizonte, que aporten a la transformación de la existencia.

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Fin del despotismo y primero de lo mismo: Colonialismo y colonialidad El descubrimiento de Abya-Yala como se llamó nuestro continente desde la palabra de los pueblos Kunas, hace posible la planetarización de la dominación, pues la colonialidad y la modernidad que emergen de dicho proceso, le posibilita a occidente, instaurar por primera vez en la historia de la humanidad, un nuevo patrón global, monocultural y uni-versal de poder, para el control absoluto de la vida. Matriz colonial-imperial de poder que se sustenta en la violencia y el despojo, y que ha estado presente como un continum histórico desde los iníciales proyectos colonialistas de Colón hasta los actuales proyectos imperialistas globales de Obama. De ahí que la globalización actual, no sea sino una nueva careta del viejo rostro de la dominación.

Al siguiente día del 10 de agosto de 1809, en Quito, apareció pintado en la casa de gobierno, una profética frase que ya anunciaba la realidad futura de los pueblos ‘independizados”: “Fin del despotismo, y primero de lo mismo”. Esto evidenciaba, que si bien las luchas contra el colonialismo español, lograron trastocar las formas administrativas del orden colonial, no lograron transformar las relaciones de poder sobre las que dicho orden se sustentaba; por el contrario, los procesos de independencia, si bien enfrentaron el ‘colonialismo’, posibilitaron la continuidad de la ‘colonialidad’ de una matriz colonial-imperial de poder que ha mantenido la misma situación de dominación y subalternización de los pueblos indios y negros, hasta estos días.

Por ello, resulta, conceptual y políticamente necesario, hacer una clara distinción entre lo que es el colonialismo y la colonialidad. El colonialismo hace referencia a un momento histórico marcado por la dominación, la administración política, económica, cultural, de determinadas metrópolis sobre sus colonias, pero que no adquirieron un carácter uni-versal, y que, supuestamente, terminó con la independencia. Mientras que la colonialidad es una realidad de dominación y dependencia a escala planetaria y uni-versal que no ha concluido, que se inicia con la conquista, que sobrepasó el periodo colonial, se mantuvo después de la independencia en el período de surgimiento de los Estados nacionales y continúa operando en la actualidad con el capitalismo global-imperial.

Hay que diferenciar también que, así como el colonialismo hizo necesarios procesos de lucha por la descolonización, que buscaban transformar las dimensiones estructurales, materiales, institucionales del poder y la dominación; la vigencia de la colonialidad hoy nos plantea la necesidad de la de-colonialidad (Walsh, et. al., 2006), que busca sobre todo, enfrentar la colonialidad del saber y del ser y transformar radicalmente las subjetividades, los imaginarios, las sensibilidades, por eso hace de la existencia su horizonte, la recuperación de la humanidad y de la dignidad negadas por la colonialidad. La descolonialidad se plantea la lucha por un horizonte “otro” de civilización y de existencia.

La colonialidad del poder del saber y del ser

La matriz colonial-imperial de poder impone la colonialidad como forma de dominación, para el control absoluto de la vida, la misma que opera en tres niveles: La colonialidad del poder, que se refiere a los aspectos sistémicos, estructurales de la dominación para el control de lo político y la política, de la economía, de lo religioso, de lo cultural, de lo social, de la naturaleza.

La colonialidad del saber que opera a nivel epistémico, para la subalternización de las lenguas y los conocimientos; sustentada en la hegemonía y universalización de la razón y la epistemología de la ciencia moderna, a fin de silenciar e invisibilizar otras culturas y sabidurías que están fuera de la epistemología dominante.

La colonialidad del ser para el dominio de la sexualidad, de las subjetividades, los deseos, los imaginarios y los cuerpos, y para ejercer la colonialidad de la memoria y la

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alteridad. La colonialidad del ser ya no sólo opera en lo estructural, desde la exterioridad y a través de sus instituciones y aparatos represivos, sino que se instaura en lo más profundo de nuestras subjetividades, para hacernos cómplices de la dominación, pues instala el represor dentro de nosotros mismos, se impone así un ethos que hace más viable la colonialidad del poder y del saber. La subalternización, la discriminación, la inclusión, herencias de la colonialidad

Se hace necesario hacer una diferenciación que resulta necesaria no solo como un asunto meramente semántico, sino fundamentalmente político, y es que así como resulta equivoco hablar de pobreza y de pobres, dado que esto implicaría la naturalización de un orden que no es buscado por los sujetos, sino impuesto por una estructura de poder perversa que requiere de ese orden para su legitimación y perpetuación; igualmente resulta erróneo hablar de subalternidad o subalternos, dado que como ya lo mostro Gramsci, la subalternidad, no se trata de un estado natural, sino resultante de relaciones de poder y dominación que conduce a diversos actores sociales a un estado de subalternización, mediante el cual dichos actores son subalternizados por dicho poder, para que dicho orden se perpetué; esto demanda por tanto, hacer también una reconceptualización de lo subalterno, visto no solo como atributo de subordinación, sino como una posición crítica, como recalcitrante diferencia, que surge y se revela dentro del discurso hegemónico y contra el poder hegemónico, es decir implica el reconocimiento de la agencia histórica de esos sujetos.

Hablar de subalternización en consecuencia, implica la necesidad de mirarla como una herencia y condición constitutiva y constituyente para el ejercicio de la colonialidad. La subalternizacion, es una herencia colonial y que se muestra como un espacio geo-monocultural dominante, que se erige como centro civilizatorio universal de dominio, y que conduce como forma natural del ejercicio de la violencia, la muerte y el despojo en los que históricamente se ha sostenido el poder, a la exclusión y subalternización de otras formas distintas de sentir, de pensar, de decir, de hacer, de tejer la vida.

Una de las estrategias del poder para el ejercicio de la colonialidad, de la subalternización, de la exclusión de la diferencia, siempre ha sido la de buscar homogeneizar el potencial político insurgente que tiene la diversidad y la diferencia, a través de diversas estrategias que han ido desde los intentos de civilizar, desarrollar, modernizar, ciudadanizar a quienes ha conducido a condiciones de subalternización, para ello ha implementado políticas civilizatorias, sustentadas en la asimilación, la integración, y ahora se habla mucho de inclusión, políticas que son determinadas previamente por las instancias del poder, para que aquellos actores subalternizados y excluidos del poder, sean por tanto integrados, asimilados y ahora incluidos, a fin de que respondan funcionalmente a las políticas civilizatorias dictadas por el poder y de esa forma legitimen, reproduzcan, recreen y mantengan con otros rostros inalterable la colonialidad.

Pero los actores sociales subalternizados, no han sido actores pasivos frente a este proceso, sino que así como ha sido un continuun histórico la dominación, también lo ha sido la lucha por la defensa de la vida, ha sido esa lucha por la existencia la que ha mostrado no solo el potencial político e histórico de dichos actores, sino que desde la energía constructora de la cultura que ha sido la fuerza que ha alumbrado y ha acompañado estas luchas; es desde la sabiduría de la cultura y la lucha por la vida, que dichos actores le están planteando al conjunto de la sociedad y de la humanidad, propuestas que son un horizonte no solo para la transformación del Estado, de la Nación sino para transformaciones civilizatorias y existenciales, como son las propuestas de las utopías posibles de la Interculturalidad y el Sumak Kawsay.

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El Corazonar como respuesta espiritual política insurgente para la decolonización de la vida

Un asunto muy importante que no podemos seguir ignorando, es que el encuentro con dicha diferencia, no es una cuestión que solo se resuelve en el territorio de la reflexión académica, sino fundamentalmente en el territorios de los afectos, pues el encuentro con la insoportable diferencia del otro es un acto de ternura, de amor, que va más allá de la mera inclusión de los subalternizados diferentes, o del mero reconocimiento legal de una política cultural de la diferencia, sino que se legitima en los cotidianos territorios del vivir y que se lo debe hacer desde el corazón; de ahí que proponemos la necesidad de empezar a corazonar una trama distinta del tejido de la alteridad.

Una de las expresiones más perversas de la colonialidad del ser, ha sido la colonialidad de la afectividad, la colonialidad del corazón, erigir la razón como el único ‘uni-verso’ no sólo de la explicación de la realidad, sino de la propia constitución de la condición de lo humano, de ahí la definición desde occidente ‘del hombre como ser racional’; en nombre de la astucia de la razón (Hegel), nos secuestraron el corazón y los afectos para hacer más fácil la dominación de nuestras subjetividades, de nuestros imaginarios, de nuestros deseos y nuestros cuerpos, territorios donde se construye la poética de la libertad y la existencia; la hegemonía de la razón fragmenta la condición de nuestra humanidad, pues desconoce que no sólo somos lo que pensamos y peor que sólo existimos por ello como sostiene el fundamentalismo racionalista cartesiano; sino que fundamentalmente, el sentido de lo humano está en la afectividad, no sólo somos seres racionales, sino que somos también sensibilidades actuantes, o como nos enseña la sabiduría shamánica Secoya: “somos estrellas con corazón y con conciencia”.

Y así como se colonizó, dominó, silenció, invisibilizó, los conocimientos, saberes, prácticas y a seres humanos, se colonizó también las sensibilidades, la afectividad, la espiritualidad, la dimensión femenina de la vida, las sabidurías pues constituían la parte que negaba la hegemonía falocéntrica de la razón y de un pensamiento e ideología guerrerista que era necesario para el ejercicio del poder, pues al estar marcado por la ausencia de sensibilidad, de espiritualidad, de un sentido matristico, y de sabiduría, lo otro, y los otros, el mundo, la naturaleza, las sociedades, las culturas, los seres humanos y la vida, se vuelven objetos de dominio, cosas, recursos, cifras para obtener plusvalía, por eso se hizo necesario legitimar la hegemonía de la razón, y silenciar la voz del corazón.

Hoy sabemos que existimos, no sólo porque pensamos, sino porque sentimos, porque tenemos capacidad de amar. Si un centro hegemónico de la dominación ha sido siempre la razón, se hace necesario empezar a considerar la dimensión política insurgente que ha tenido la afectividad, la espiritualidad, y la sabiduría en la lucha por la existencia de los pueblos sometidos a la colonialidad; y si un rasgo de esa colonialidad del saber, es haber quedado prisioneros de la matriz logocéntrica y epistemocéntrica, recuperar la afectividad y empezar a Corazonar las epistemologías hegemónicas, se vuelve un acto de insurgencia decolonial.

Corazonar es una respuesta insurgente para enfrentar las dicotomías excluyentes y dominadoras construidas por occidente, que separan el sentir del pensar, el corazón de la razón; implica senti-pensar un modo de romper la fragmentación que de la condición humana hizo la colonialidad. En el razonar, la sola palabra connota la ausencia de lo afectivo, la razón es el centro, y en ella la afectividad no aparece ni siquiera en la periferia. Corazonar busca reintegrar la dimensión de totalidad de la condición humana, pues nuestra humanidad descansa tanto en la afectividad, como en la razón. En el Corazonar no hay centro, por el contrario, lo que busca es descentrar, desplazar, fracturar el centro hegemónico de la razón, y poner primero algo que el poder siempre negó, el corazón, y dar a la razón afectividad, ternura a la inteligencia; Corazon-ar, de ahí que el corazón no excluye, no invisibiliza la razón, sino que por el contrario, el Co-Razonar la nutre de

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afectividad, a fin de que decolonice el carácter perverso, conquistador y colonial que históricamente ha tenido.

En consecuencia, el corazonar busca recuperar las dimensiones afectivas y también racionales de nuestra humanidad para nutrir de ternura a la inteligencia y para que no siga siendo una razón sin corazón la que determine el vivir. El corazonar se muestra por lo tanto, como una respuesta espiritual y política insurgente. Asistimos a un tiempo en el cual, la sabiduría del corazón ya no puede seguir siendo ignorada, por ello, como dice el Pueblo Kitu Kara: “Este es el tiempo del Corazonar” y no sólo la academia, sino todas las dimensiones de la vida. Ya en las antiguas profecías de Abya-Yala se habla de la llegada de un tiempo en donde el cóndor del sur símbolo de la fuerza del corazón, se una para volar libre y junto con el águila del norte símbolo de la razón, ya las y los Amautas anunciaban la llegada del tiempo de corazonar, en el que se unan el corazón y el pensamiento como posibilidad para que la humanidad encuentre otros senderos y horizontes para seguir tejiendo el sagrado milagro de la vida. En consecuencia, el corazonar se muestra también como necesario para la construcción de Políticas Interculturales (P.I.C.), así como para la realización de un trabajo de gestión intercultural, comprometido con la vida; puesto que trabajar desde la fuerza insurgente de la cultura solo se lo puede hacer, desde la fuerza de la sabiduría del corazón, y de una razón con alma.

El corazonar le plantea al trabajo intercultural, superar aquellas negaciones que han sido ejes claves en el ejercicio de la colonialidad, la negación de la afectividad, del sentido sagrado y espiritual de la vida, de la dimensión femenina de la existencia, y la negación de la sabiduría, ya que –como antes decíamos- sin estas fuerzas que construyen el sentido del vivir, el poder podía ejercer el dominio absoluto de la totalidad de la existencia; pues, sin afectividad, sin sentido espiritual y sagrado, sin sentido femenino, matristico, y negando la sabiduría para imponer como hegemónico un saber epistemocéntrico sustentado en una razón sin alma, se hacía más fácil la dominación, se podía hacer que toda la vida, la sociedad, la cultura, la naturaleza y todos los seres que la habitan, sean transformados en cosas, en recursos, en mano de obra barata para la acumulación de ganancias, que son las bases sobre las que se levanta una civilización que prioriza el capital sobre la vida. En consecuencia una Política Intercultural (P.I.C.) comprometida con la vida, debe empezar a corazonar la lucha por la recuperación de la dimensión afectiva, del sentido espiritual y sagrada de la vida, de la dimensión femenina de la existencia, y por la recuperación de las sabidurías, a fin de ir sembrando una civilización que prioriza la vida, la dignidad y la alegría sobre el capital.

Corazonando sobre Políticas Interculturales (P.I.C.) En realidades como las nuestras habitadas por la riqueza de la diversidad y la diferencia se hace necesario construir P.I.C. que posibiliten el encuentro y convivencia de esa diversidad y diferencia como requerimiento para la convivencia pacífica de nuestras sociedades y la construcción de muchos mundos interculturales posibles.

Es necesario comprender la política como toda acción social y colectiva que busca transformar la vida; y la cultura como constructora del sentido de la existencia. Una Política Intercultural (P.I.C.) en consecuencia, debe tener como horizonte la existencia, y plantearse contribuir a transformar todas las dimensiones de la vida; es por ello que planteamos la construcción de P. I. C. comprometidas con la vida.

Una P.I.C. no puede dejar de hacerse una pregunta vital: ¿qué tipo de proceso, de sujetos y de horizonte de existencia estamos aportando a construir con nuestras acciones?.

Una P.I.C. es el conjunto de representaciones, de discursos, de intervenciones, practicas y acciones que lleva adelante no solo el Estado, sino también los Movimientos Sociales (M.S.), las diversas organizaciones del conjunto de la sociedad, que con

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perspectivas políticas de acción, en forma organizada, y permanente movilización, van dando sentidos diferentes a su praxis social, a sus luchas presentes y horizontes de futuro.

Una P.I.C. no puede hacerse al margen de la sociedad, de las actoras y actores sociales que las construyen, ni de los procesos políticos e históricos en los que sueñan y por los que luchan. Una dimensión que no se puede dejar de considerar, es mirar cual es la dimensión política de la cultura y la dimensión cultural de lo político, puesto que todas estas luchas se las están haciendo teniendo la cultura como un centro vital para su acción política

La agencia histórica y las luchas de las y los diversos actores/as sociales, han evidenciado que las políticas culturales no son patrimonio exclusivo del Estado y sus instituciones, sino que se construyen también, desde campos emergentes en los que se disputa el sentido, puesto que, la cultura es un escenario de lucha de sentidos por el control de los significados y el poder interpretativo.

Las luchas de las diversidades sociales, sus demandas y cuestionamientos al poder, son también luchas por la resignificación de los sentidos hegemónicos sobre los que el poder legitima la dominación. Todos/as las y los actoras y actores sociales que están luchando por la existencia, ponen en acción una P.I.C.; pues hacen de la cultura el horizonte de sus luchas de sentido, todos/as activan fuerzas culturales, se movilizan a partir de un diverso repertorio de demandas de significados diferentes, pero que tienen en común la cultura como vertebradora de la lucha social y política Una Política Intercultural (P.I.C.) debe aportar a la decolonización de la vida. El eje de una P.I.C. debe ser trabajar por impulsar procesos de decolonización cultural, social, económica y política, decolonización del poder, del saber y del ser, de la totalidad de la vida, que rompan con las formas alienantes heredadas del ejercicio de la matriz colonial-imperial de poder imperante.

Para una P.I.C. que busque la decolonización de lo político, se hace necesario evidenciar la existencia de otras formas de hacer sociedad y de construir lo político que se sustentan en la riqueza de la diversidad y la diferencia y en matrices culturales comunitarias como el Ayllu andino, o el principio Tojolabal de mandar obedeciendo, puesto que en la democracia liberal, el que manda no obedece, y el que obedece no tiene ninguna posibilidad de mandar.

Para construir una P.I.C. que busque la decolonización económica, se hace necesario, trabajar en la construcción de una civilización diferente, que priorice la vida sobre el capital, que se sustente en matrices propias de sabidurías con sentidos comunitarios colaborativos y no competitivos, y que hacen, no de la acumulación del capital, sino de la solidaridad, la complementariedad, la reciprocidad, la redistribución los ejes no solo de su racionalidad económica, sino de su propia vida.

Para la decolonización religiosa, se hace necesario una P.I.C, que haga evidente el sentido político de la espiritualidad como conciencia liberadora, que propugne el respeto a las diversas y diferenciadas espiritualidades y trabaje en una diferente ecología del espíritu.

Una P.I.C. que contribuya a la decolonización lingüística, para que nuestras lenguas maternas, recuperen el potencial que siempre han tenido como lenguas de conocimiento; que fomenten la diversidad lingüística, así como el dialogo entre las diversas lenguas en equidad de condiciones.

Para un proceso de decolonización del saber, es necesario una P.I.C. que contribuyan a la construcción de diferentes políticas del nombrar, que nos permitan superar el saber ventrílocuo hegemónico que hemos heredado, para empezar a hablar desde y con nuestras propias voces, desde nuestros propios lugares y territorios del vivir y con nuestras propias palabras, desde el potencial no solo epistémico, sino sobre todo ético,

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estético y político de las sabidurías insurgentes o del corazón, que nos ofrecen posibilidades no solo de conocimientos diferentes, sino para sembrar formas distintas de sentir, de imaginar, de pensar, de decir, de hacer, de significar, es decir sentidos distintos de la existencia.

Se hace necesario para la decolonización de la afectividad, empezar a corazonar la vida; la cultura es un instrumento que la hace posible, corazonar desde el potencial insurgente de la ternura y la afectividad y abrir espacios para su presencia en la academia y en las P.I.C.

Para la decolonización de la alteridad, es importante una P.I.C. que haga posible la radical insurgencia del otro, para empezar a mirar en nosotros su presencia, a construir formas distintas de alteridad que nos permita entender que somos el otro, que habitamos inexorablemente en el otro, y que el otro habita inevitablemente en nosotros, pues como dice la sabiduría Nahualt: Yo soy tú, tú eres yo y juntos somos Dios. Se hace necesario además romper la visión antropocéntrica y humanista de la alteridad sobre la que el hombre de occidente legitimo la usurpación, el dominio y la depredación de la naturaleza, para empezar a construir una alteridad cósmica, biocéntrica, cosmocéntrica, que tengan como centros el cosmos y la vida, que nos permita hermanarnos y empezar a conversar con amor y con respeto con todos los seres que habitan la naturaleza y el cosmos.

Sabemos que no solo existe crisis ambiental y contaminación del aire, los ríos o mares, sino que la peor contaminación es la del espíritu. Por ello, una P.I.C. debe aportar a sembrar en el corazón esta alteridad cósmica, pues no se trata solo de reforestar el suelo sino los corazones; no solo se trata de sembrar árboles, sino de sembrar sobre todo esperanzas, sueños, utopías.

Una P.I.C. que trabaje en la perspectiva de la decolonización del ser, debe propiciar una reapropiación de nuestras subjetividades, de la afectividad, del potencial insurgente de la imaginación simbólica; impulsar procesos para una guerrilla de lo imaginario, para una insurgencia simbólica que posibilite la recuperación de nuestro cuerpo y nuestra sexualidad como territorios de la libertad; una P.I.C. que haga posible corazonar, re-erotizar el mundo y la vida, que nos permita la construcción de otras éticas, estéticas y eróticas de la existencia.

Frente al sentido de universalidad que impone occidente; una P.I.C. decolonizadora debe responder desde la riqueza de la pluridiversalidad de la diferencia.

Frente al sentido uniformizador, totalitario, y fragmentador de la vida de la racionalidad de occidente; debemos responder desde un P.I.C. que se nutra del pensamiento totalizante, holistico y sistémico, propio de nuestras sabidurías insurgentes.

Una P.I.C. debe impulsar la construcción de sociedades interculturales basadas en el respeto a la diversidad y la diferencia, que permita el dialogo de seres, saberes, sensibilidades, experiencias de vida y tienda puentes interculturales que permitan retejer una trama distinta de la alteridad social.

Una P.I.C. no debe limitarse a buscar la inclusión cuantitativa de la diversidad y la diferencia, pues estaría reproduciendo una vieja herencia colonial, una estrategia colonizadora. Es necesario impulsar una P.I.C. que no se quede en la simple inclusión cuantitativa de las diversidades y diferencias, sino que posibiliten el encuentro dialogal de dicha diferencias y diversidades en condiciones de equidad, solo así podremos retejer una trama diferente de la alteridad, hoy fracturada por la colonialidad, por herencias coloniales hoy vigentes como el racismo, la discriminación, la exclusión, que permean toda la gramática social.

Una P.I.C. debe contribuir desde la fuerza insurgente de la cultura de la diversidad y la diferencia, a combatir toda forma de negación del otro, de la diferencia, combatir toda forma de racismo, etnocentrismo y heterofobia; esto aportará a la construcción de verdaderas sociedades interculturales, pues quedarse en meras políticas de inclusión

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como ahora se pretende, termina siendo una estrategia simplemente multicultural, que busca solamente la simple inclusión numérica de la diversidad y la diferencia, a fin de administrar y despolitizar el sentido insurgente que estas tienen; las políticas multiculturales de inclusión, se quedan en el mero reconocimiento cuantitativo de lo distinto, y buscan que estas sean funcionales al orden dominante, se las incluye siempre y cuando se ajusten a las políticas que determina el poder, se les incluye y se les abre espacios para que se expresen, siempre y cuando no cuestiones el orden sistémico y este quede inalterable; las políticas de inclusión no cuestionan para nada las relaciones de poder que ahí se ejercen. Retejer la trama de la alteridad desde el potencial político de las diversidades y diferencia, como busca la interculturalidad, implica cuestionar las relaciones de poder y su ejercicio y buscar transformaciones civilizatorias y existenciales.

Un eje importante de las luchas de las diversidades sociales que no es considerado, es la dimensión política que tienen la afectividad, de ahí la necesidad de corazonar la lucha y la totalidad de la vida desde el potencial insurgente de la ternura; para ello se hace necesario construir, comunidades afectivas, desde la diferencia y trabajar en la formulación de modelos afectivos, de políticas del amor necesarias para dar otros sentidos a las luchas que llevan adelante las diversidades sociales por una existencia diferente.

Aproximaciones a una estrategia conceptual de la cultura La cultura no es un concepto, pues al igual que el amor o la esperanza, no pueden ser conceptualizados (Puig), es algo que solo puede ser profundamente experimentado desde la intensidad de la vivencia de la propia vida, y desde el compartir la vida con los otros, para poder comprender la profundidad de sus sentidos y significados múltiples. Por ello más que hablar de un concepto, univoco, terminado de cultura, proponemos trabajar en

una Estrategia Conceptual de la Cultura,1pensada en términos políticos, desde la

perspectiva de las y los propios actores/as que la construyen y desde sus luchas, sus sueños, y sus horizontes de existencia.

Una estrategia conceptual de la cultura, en consecuencia, no formula un concepto unívoco, unidireccional de cultura, no dice la cultura es esto, sino que dado el carácter polisémico (múltiples significados) que la cultura tiene, solo abre caminos para poder transitar y aproximarnos a los distintos sentidos que debemos considerar cuando hablamos de cultura, como los siguientes:

Una P.I.C. debe romper con la visión cognitiva hegemónica, ideologizada, formal, elitista propia de los sectores dominantes, que la ven como sinónimo de buen gusto y articulada a los procesos educativos. Este concepto letrado de cultura, heredado de la Ilustración que la veía como “cultivo del espíritu”, la limita al universo cognitivo, y/o educativo, está unida a las ideas, al conocimiento, a la instrucción, a lo académico, a las letras, al arte, a la filosofía. Los espacios de creación de la cultura, solo serian los museos, la academia, la escuela, la universidad, las salas de conciertos, las instituciones del Estado, los Ministerios de Cultura; la cultura se vuelve así un patrimonio elitista.

Esta visión etnocéntrica que privilegian las políticas culturales oficiales, no es sostenible, puesto que la cultura nada tiene que ver con la educación, el buen gusto, ni es patrimonio de las élites, ni está solo en la música, la danza, el teatro y la pintura; sino que la cultura es una construcción de sentido, específicamente humana, y por lo tanto, todos los seres humanos y todas las sociedades, letradas o no, poseen cultura.

Una P.I.C. debe entender la cultura, como una construcción simbólica de sentido, social e históricamente situada, que nos ofrece claves para el vivir humano, son valores

1

GUERRERO, Patricio, La Cultura Estrategias conceptuales para comprender la identidad, la diversidad, la alteridad y la diferencia. Abya-Yala, Quito, 2002

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ideas, principios, practicas, mentalidades, sensibilidades actuantes; es un horizonte de sentido, que hizo posible nuestra dimensión de humanidad; y dentro de ese proceso, ha sido la capacidad de “lenguajear” (Maturana), esa capacidad de empalabramiento, la que nos permitió dar sentido a nuestra existencia, dar significado y significación a lo que sentimos, pensamos, decimos y hacemos; el sentido es lo que define nuestro ser y estar en el cosmos, en la realidad, en el mundo de la vida.

El ser humano como homus simbolicus, como animal simbólico, es un ser que comunica y genera comunicación, sin ella no es posible la cultura, pues la cultura es comunicación que habla a partir de diversos lenguajes, y todos ellos son portadores de significados. La comunicación es cultura, pues todo aquello que expresa la gramática de la creación cósmica y de lo humano, comunica sentido, el lenguaje, las artes, la religión, la política, el deporte, el amor, el sexo, y todo lo que habita los territorios cotidianos del vivir.

La cultura constituye una forma de herencia social aprendida y compartida, que se transmite no genéticamente sino en forma social. La cultura se aprende de y con las y los otros, pues nadie como el ser humano necesita tanto de las y los otros para aprender y ser parte de la sociedad; es quizás allí, en su marcada dependencia de las y los otros, en donde se encuentra la mayor fragilidad, pero también la mayor grandeza de lo humano, el saber que solo podemos llegar a ser lo que somos, gracias a las y los demás, y a la cultura que otras y otros han construido; por lo tanto la cultura es un acto supremo de alteridad y para construir alteridad. Una P.I.C. debe superar el equívoco generalizado, de confundir cultura con folklore. Esta es una noción cognitiva y objetivante de la cultura que la reduce a cosas a ser miradas y por ello exotizadas; tienen una carga ideológica que alimentan una mirada racializada, esencialista, ahistórica de la cultura, pues se la ve anquilosada en el pasado, atada a tradiciones en las que se quiere encontrar la “pureza” de nuestro pueblo, la fuerza telúrica de nuestra raza, la “esencia” de nuestra identidad, que tienen que ser “rescatadas”. Así se reduce la cultura solo al nivel de sus manifestaciones más externas y exóticas, música, danza, vestimentas, artesanías, fiestas, ritos, comidas, etc. para que puedan ser fotografías y destinadas al deleite y consumo turístico. El trabajo intercultural y las P.I.C., no pueden únicamente limitarse a la realización de festivales que muestren solo las manifestaciones más cognitivas, folklóricas de la cultura, sino que deben trabajar desde el potencial de las sabidurías del corazón que están presentes en la cultura, para la lucha por la decolonizacion de la vida. Una P.I.C. debe mira la cultura como un sistema constituido por dos ámbitos: El ámbito de las manifestaciones y el de las representaciones: Cuando se habla de cultura, es común el error de referirse únicamente al sistema de manifestaciones que son más fácilmente observables: artesanías, vestido, fiesta, música, danza, vivienda, tradición oral, comida, bebida, juegos, etc; que constituyen el aspecto material, signico, externo de la cultura, su ámbito secundario, y por ello mismo han estado sujetas a procesos más acelerados y continuos de cambios. Pero el ámbito principal, el corazón de la cultura, está en el sistema de representaciones, en su aspecto interno, ideal o mental, conformada por los imaginarios, los valores (ethos), las creencias, las cosmovivencias, las mismas que no se encuentran obviamente manifiestas, sino que pertenecen al ámbito de lo simbólico y se estructuran en procesos de larga duración histórica, lo que les ha permitido ir configurando el acumulado social de la existencia de un pueblo, esa raíz ancestral que está en su memoria colectiva y que es lo que le ha permitido a una cultura llegar a ser lo que es; allí están los conceptos estructurantes que regulan el ordenamiento de la totalidad de su existencia. Una de las mayores dificultades en el trabajo intercultural y el diseño de P.I.C., es no tener claro el horizonte de su acción. Desde la visión del Estado y los sectores dominantes, se prioriza el llamado rescate cultural, el mismo que está cargado de un

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profundo sentido etnocéntrico e ideológico. Rescatar la cultura, implica la noción de “salvación”, es un hecho paternalista, externo, que se lo hace desde afuera, desde la autoridad del experto o el rescatador, que reduce la cultura a meras manifestaciones exóticas y folklóricas, y la comunidad no tiene sino un mero rol de objeto pasivo, de simple informante, lo que contribuye a su alienación y dependencia, pues no se la ve como un sujeto con agencia histórica capaz de encargarse de sus propias construcciones culturales; por ello el “rescate cultural”, no es sino un acto asistencialista, otra forma disimulada de ejercer un acto colonial y colonizador.

El potencial que tiene la cultura como fuerza para la construcción del sentido del vivir impone por lo tanto, sembrar P.I.C., que trabajen en procesos no de rescate de la cultura, sino que si entendemos que la cultura es esa fuerza que hace posible la reafirmación de la vida, entonces tenemos que trabajar en procesos de revitalización de la cultura, que supere el sentido folklorizante y exótico con el que se la sigue mirando e instrumentalizando. Una P.I.C que trabaja desde la perspectiva de la revitalización cultural, como su mismo nombre lo dice, implica que el trabajo cultural solo puede hacérselo desde la propia vida de las y los actores/as vitales que la construyen, allí ellas y ellos se constituyen en sujetos sociales, políticos e históricos; quien revitaliza la cultura lo hace desde sus horizonte de lucha por la vida, desde las dimensiones profundas de su memoria colectiva. La revitalización cultural no implica dar vida a una cultura que está muerta, sino por el contrario, implica mirar a la cultura como una respuesta creadora frente a la vida y que hace posible la reafirmación y transformación de la vida, por ello, la revitalización, tienen una dimensión política insurgente, liberadora y decolonizadora.

Es necesario superar la visión culturalista, cognitiva de cultura con la que se viene haciendo el trabajo cultural, y empezar a mirar sus implicaciones políticas. Si consideramos a la cultura como constructora del sentido de la existencia, debemos por tanto considerar a la cultura como un escenario de luchas de sentidos por la vida y por cambiar la vida, de lucha por el control de los significados y las significaciones sociales, por el poder interpretativo, que inevitablemente se expresan en toda sociedad; de ahí que cuando hacemos trabajo intercultural, no podemos ignorar la cuestión del poder y su ejercicio, pues las culturas, las diversidades y diferencias no son atributos naturales, esencias incontaminadas de relaciones de poder, sino que están atravesadas por ellas.

Si la cultura es un escenario de lucha de sentidos implica que la cultura, por un lado, ha sido y está siendo instrumentalizada por el poder para su legitimación, para el ejercicio de la dominación y la naturalización de las desigualdades, a través de políticas de civilización, asimilación, de desarrollo, de integración e inclusión, de ciudadanización, procesos a los que llamamos de usurpación simbólica. Pero por otro lado, también, la cultura desde quienes sufren la dominación y el poder, desde los actores subalternizados, ha sido y está siendo empleada como un instrumento insurgente, de lucha en perspectivas de la impugnación y superación de ese poder y la dominación, pues no quieren ser meramente incluidos, no buscan la sola democratización de la cultura, sino la democratización del poder, y buscan transformar no solo el Estado, sino transformaciones civilizatorias y existenciales, procesos a los que hemos llamado de insurgencia simbólica. Una P.I.C. debe mirar esos procesos.

Una P.I.C. debe superar el sentido necrofilizante que tienen la políticas culturales patrimoniales que priorizan las cosas muertas sobre los actores sociales vivos; que ve el patrimonio solo ligado a un pasado muerto y fosilizado, que prioriza las dimensiones materiales, y da más importancia a los objetos, los monumentos y los museos, que a los actores sociales que lo construyen, a los cosmos de sentido que tejen en su vida cotidiana.

Por ello una P.I.C. no puede hacerse al margen de la sociedad, ni de los actores sociales que desde sus territorios cotidianos del vivir tejen la vida; tiene que trabajarse desde el potencial de las memorias vivas; deben tener como centro de su praxis, los

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horizontes de lucha por la existencia de los actores sociales vitales que construyen la cultura, pues esas luchas son el eje para ir corazonando, Políticas Interculturales comprometidas con la vida.

Una P.I.C. mira al patrimonio como ese legado, esa herencia cultural colectiva, material, natural, espiritual, simbólica que una generación recibe de sus ancestros, a fin de que se continúe en ella y se construya referentes de identidad y pueda seguir tejiendo la vida. Es una construcción simbólica de sentido social e históricamente situada, entonces una P.I.C. no empobrece la tradición confundiéndola con costumbre, sino que mira la tradición como la conciencia política del pasado que crea memoria.

Una P.I.C. no puede reproducir el equívoco de creer que el patrimonio solo tiene que ver con los “restos arqueológicos” y los “objetos” que se encuentran encerrados en los museos, o a las edificaciones antiguas, esta visión cognitiva del patrimonio, se olvida de la importancia del patrimonio espiritual, pero sobre todo, del patrimonio humano vivo, pues no se ve, que el mayor patrimonio son los actores sociales que cotidianamente tejen el sentido de la existencia de mano de la cultura.

Una P.I.C. debe entender la memoria colectiva como el acumulado social de la existencia de una sociedad, que le ha permitido llegar a “ser” lo que se ha construido como pueblo. Mira que no existe memoria sin cultura, pero que tampoco existe cultura sin memoria, puesto que las dos son constitutivas de la vida social.

Es importante no olvidar las dimensiones de afectividad en la construcción del pasado. La memoria es una construcción social del significado, pues si bien existe memoria, no recordamos todo el pasado, sino que solo se recuerda aquello que resulta significativo para la vida individual o colectiva, hay memorias, pero también hay silencios y olvidos; de ahí la importancia de la afectividad en la construcción social de la memoria, del recuerdo y el olvido, que explicaría el porqué unas cosas importan a la gente y otras no, porque se recuerdan unos hechos y se olvidan otros.

La memoria es un fenómeno social colectivo que tiene un profundo sentido político; las construcciones patrimoniales se han vuelto lugares de la memoria, escenarios de lucha de sentidos, pues por un lado se busca revitalizar la memoira desde los sectores subalternizados, y por otro desde los sectores hegemónicos, se busca la domesticación y usurpación de las memorias populares y construir otra memoria social, para legitimar su hegemonía, pues quien controla el pasado no solo que controla el futuro, sino que controla quienes somos.

De ahí que una P.I,C. debe aportar a la decolonización de la memoria y de la historia, hacernos mirar la existencia no de una sola historia lineal como la impuesta por occidente, sino mirar la existencia de historias, de historicidades otras, emergentes que han estado en los márgenes, en los espacios liminales del poder y que hoy insurgen para mostramos que aquellos actores y actoras no buscan ser simplemente incluidas/os en la historia, sino que están reescribiendo historias otras, desde sus propias voces y luchas, que evidencia su voluntad política para dejar de ser pueblos clandestinos, y constituirse hoy como pueblos con destino.

Es importante no olvidar, que no solo debemos hablar de los lugares de la memoria ligado a la materialidad de los objetos, esto hace que se prioricen las cosas sobre los seres humanos, debemos a empezar a reconocer la existencia sobre todo, de actores vitales de la memoria, de las memorias vivas, de los sujetos concretos que desde la cotidianeidad de sus vidas tejen tramas de recuerdos y olvidos, multiplicidad de memorias, no son las cosas las que construyen la memoria, son los actores sociales los que, por encima de las cosas y con ellas, dan significado al recuerdo y al olvido. Una P.I.C. comprometida con la vida, debe trabajar entonces, en la revitalización de esas memorias vivas.

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Corazonamientos finales sobre P.I.C., gestión intercultural y gestores interculturales Es necesario abrir procesos de descentralización de las P.I.C. como oportunidad para refundar la Nación desde las perspectivas de la Interculturalidad y la Plurinacionalidad, es decir, desde el potencial político de la diversidad, la pluralidad y la diferencia, y romper así el actual carácter centralista, monocultural y homogeneizante de la Nación hegemónica y de la “Identidad Nacional”.

Junto con contribuir a la revitalización y fortalecimiento de las identidades múltiples y diferenciadas de nuestras naciones plurales, es necesario no olvidar como la colonialidad ha moldeado esas diversidades y diferencias, pues estas no son atributos naturales de las sociedades, sino que están atravesadas por relaciones de poder, de ahí la necesidad de mirar cómo operan los procesos de diferenciación colonial vigentes, que buscan naturalizar, biologizar, etnologizar, racializar las diferencias.

La reconstrucción de la identidad en torno a una P.I.C. desde nuestros propios territorios del vivir implica, considerar la lucha por la preservación de la memoria colectiva, de la ancestralidad, la defensa de territorio, de la cultura, de la naturaleza, del derecho a la diferencia; el territorio es una unidad ecológica cultural, espacio donde se teje la vida, pero también se lucha, referente indispensable de identidad, es en el lugar y en la lucha por su defensa, es en donde se construyen sus horizontes de sentido.

Otro centro vital de la lucha contra la globalización a nivel planetario, es la lucha por la defensa de la naturaleza, que no es sino una respuesta a la crisis ambiental como expresión de la crisis civilizatoria, de sus paradigmas, de la ciencia, de la técnica y de una razón instrumental sin alma, que evidencia que desde dicha racionalidad, no es posible una salida para la vida. Por ello una P.I.C. debe aportar a la implementación no solo de una ecología ambiental diferente, sino de una sabiduría de la naturaleza, que permita una reapropiación del sentido de la vida negado por occidente.

Hay que considerar las dimensiones espaciales, de territorialidad de los fenómenos culturales, analizar sus propias especificidades regionales, provinciales, cantonales, parroquiales, comunales, barriales y locales

Una P.I.C. debe considerar la potencialidad y contemporaneidad de la tradición, como conciencia política del pasado y fuente de sentido y de memoria que articula pasado, presente y porvenir, pues memoria y utopía son parte de la cultura.

Una P.I.C. debe organizar actividades que permitan mostrar no solo las dimensiones manifiestas, exóticas y folklóricas de la cultura; sino que aporten a la revitalización de la memoria histórica colectiva, del mundo de las representaciones simbólicas, de la sabiduría, de los valores y conocimientos que el pueblo emplea cotidianamente para tejer su vida.

Las P.I.C. no pueden considerar en abstracto la cultura, como desarticulada de los otros aspectos de la realidad social. Debe cuestionar el actual modelo económico neoliberal hegemónico, pues resulta ser el mayor obstáculo para impulsar P.I.C. autónomas, pues las actuales políticas que instrumentaliza el estado o las ONGs, no responden a las demandas de nuestras identidades diversas, sino a los intereses de las transnacionales financieras y del mercado globalizado

Una P.I.C. debe combatir los intentos de las empresas privadas nacionales y transnacionales de la cultura, que pretenden su reorganización en respuesta a las demandas del mercado, a fin de producir nuevas formas de cultura de masas que nos transformen en meros consumidores pasivos de una cultura aburguesada y hamburguesada, planetaria homogeneizante y globalizada, diseñada por las transnacionales de la cultura

Una P.I.C. debe aportar a la lucha de sentidos, por el control de los significados y del poder interpretativo, lo que significa disputar espacios de difusión de las expresiones

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culturales populares a través de los medios masivos de información, lo que implica demandar al Estado, la democratización de los medios de información

Una P.I.C. debe promover un sentido político diferente de participación de las diversidades sociales, que supone no su simple inclusión numérica, sino que haga posible que estas construyan procesos de autogestión económica, autonomía política y revitalización de su identidad, de su memoria colectiva y su cultura, que respondan a sus propios horizontes históricos. Una P.I.C. no debe por tanto, solo trabajar en la perspectiva de buscar la democracia cultural, lo que se trata de democratizar no es solamente la cultura, sino sobre todo la sociedad y el poder, que son las causas de las asimetrías sociales y culturales

Una P.I.C. no debe limitarse únicamente a la búsqueda de asignación de recursos estatales o privados; sino que se debe considerar que el aspecto más estratégico de una política intercultural, es, impulsar la lucha por la decolonización de la vida.

Hay que combatir la noción de cultura construida desde los intereses del mercado, una cultura de masas, una cultura planetaria, una ciber cultura. Hay que combatir el proceso de virtualización y ficcionalización de la realidad que nos vacía de sentido, que nos impone más información pero menos comunicación, más proyecciones y menos proyectos históricos, evidenciar que la pornografización de la violencia que nos ofrecen los medios, está matando la poética de la vida; que nos homogeiniza para anular el sentido insurgente de la diversidad y la diferencia; que nos conduce a la indiferencia frente al dolor del mundo y de los otros, que espectaculariza la muerte. Que nos impone el acostumbramiento a la barbarie, la corrupción, la dolorosa soledad y el anonimato entre la multitud, que nos llena de un profundo vacío existencial.

La cultura hace posible construir gramáticas diferentes de la vida, cartografías distintas de la realidad y el mundo, es por tanto un horizonte para empezar a sembrar sentidos otros, distintos de existencia.

Hay que combatir desde la cultura como horizonte de esperanza, estos tiempos de desesperanza que desprecian la vida, llenos de intolerancia, violencia, fundamentalismos morbosos frente a la diferencia, de pornografización de la fuerza espiritual que tiene la eroticidad, la pasión, y que ha hecho también de la ternura mercancía. La cultura hace posible que tengamos la esperanza, la utopía, la alegría como horizontes, nos impulsa a luchar porque no se extinga el fuego de la magia de los sueños.

La cultura debe ayudarnos al reencantamiento del mundo, a la recuperación de la magia del milagro de la vida, ayudarnos a mirar el mundo con ojos de mago, a reaprender a maravillarnos con el sagrado milagro de la existencia, a recuperar nuestra capacidad de asombro perdida por la hegemonía del logos de la tiranía de una razón sin alma, a recuperar la poética de la vida y a ver el potencial de la cotidianeidad para la construcción de la vida y la historia.

Los y las gestoras/es interculturales no queremos seguir siendo custodios de la razón, estar aprisionados en un epistemocentrismo que no nos permite mirar la riqueza de las dimensiones que tiene la vida, sino que buscamos aprender de lo que nos enseñan las sabidurías insurgentes, del corazón y la existencia, y de ellas hemos aprendido que no se trata solo de “conocer”, sino de cosmos-ser, de ser en el cosmos, es decir de construirnos un sentipensamiento articulado a la totalidad del cosmos y la vida, pues no se trata solo de tener esa cosmovisión de la que habla la antropología de occidente, sino de construirnos una cosmovivencia, una cosmoexistencia, como nos enseñan las sabidurías.

Una y un gestor/a intercultural, o interculturalizador, no debe quedarse preso de la hegemonía de los epistemes de las certezas de las verdades de la razón debe empezar a abrirse a una pedagógica del error, a la incertidumbre, a la posibilidad de lo imposible, si quiere decolonizar el poder, el saber y el ser. Hay que volver a corazonar no solo las epistemologías, sino sobre todo la propia vida.

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Una y un gestor/a intercultural no debe quedarse inmóvil en un mundo de certezas, de cientificidad vacía que no nos ha hecho ni mejores ni más felices, sino que tiene que estar dispuesto a interrogarse permanentemente, es aquel que está aprendiendo a aprender como desaprender lo aprendido, pero sobre todo que tiene la humildad de aprender escuchando; que está abierto a la incertidumbre, al azar, al caos, al misterio. Aquel que tiene capacidad de autopoiesis, es demiurgo de una existencia diferente.

Los y las gestoras/es interculturales, debemos tener encendida la intransigente seguridad, de que otros mundos diferentes son posibles, que una humanidad otra es posible, que una civilización otra diferente que tenga la vida como horizonte, es posible y debemos luchar por ello.

Las y los gestores/as interculturales sabemos que primero debemos andar nuestros propios patios interiores para empezar una revolución del ethos; que si queremos la decolonización de la vida, del poder del saber y del ser, debemos empezar la decolonización primero por nosotros mismos, decolonizar nuestras propias subjetividades, nuestra propia vida.

Sabemos que la ternura, la esperanza, la alegría son fuerzas insurgentes insustituibles para transformar la historia y todas las dimensiones de la vida.

Estamos abiertos para encontrarnos con la globalización pero con un rostro propio de identidad y desde la fuerza de nuestras culturas, identidades, saberes y horizontes de existencia propios y diferenciados.

No rechazamos a occidente, sino hacemos visible su perversidad y su histórica complicidad con la violencia, el despojo, la dominación, instrumentos de poder a los que ha recurrido históricamente, para ejercer la colonialidad de la vida.

No rechazamos la razón, sino que mostramos que en nombre de ella, se fragmento nuestra condición de humanidad, por ello buscamos corazonar la vida, para dar afectividad a la inteligencia y mostrar que nuestra condición de humanidad no está solo en la razón, sino sobre todo en la afectividad.

Un trabajo intercultural comprometido con la vida debe aportar, no solo al dialogo de saberes, sino sobre todo, al dialogo de seres, sensibilidades, saberes, de experiencias de vida; las y los gestoras/res interculturales buscamos aprender de todo lo mejor que ha producido la cultura humana y que forma parte de nuestra herencia como parte de la humanidad, de la naturaleza y del cosmos.

No queremos seguir bailando sobre nuestros muertos y celebrando las conquistas, expresión nítida de la razón colonial aun vigente, queremos celebrar las luchas, hacer visible los anónimos rostros, los nombres y las vidas de los verdaderos actores constructores de una historia que está en los márgenes del poder; por ello una P.I.C. debe aprender a seguir las huellas de los rostros y rastros de las alteridades invisibles y mostrar todo el potencial que en ellas habitan.

No queremos ser un mero reflejo del espejo de occidente, ni el eco ventrílocuo de los discursos de verdad que impone el poder, queremos hablar desde nuestros territorios del vivir, desde nuestros propios mundos de vida, por nosotros mismos, desde nuestros propios lenguajes y con nuestras propias palabras, por ello estamos comprometidos en la construcción de distintas políticas del nombrar y del decir, como forma de combatir la colonialidad del saber; y por ello hablamos desde el potencial insurgente de las sabidurías del corazón de Abya-Yala, como ese lugar otro de enunciación no solo político, sino sobre todo de posibilidades de un horizonte diferente de existencia.

Buscamos que todo aquello que hagamos desde el trabajo intercultural, interpele el sentido de nuestra existencia y la de los otros, que seamos capaces de generar caos constructores y que después de cada actividad, salgamos transformados y la forma de mirar la vida sea distinta.

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Cultura no es nostalgia del pasado, no es pureza de tradiciones, no es folklore. No es sinónimo de civilización, de progreso tecnológico y de riqueza material y económica, no es un capital monetario (Puig), ni tampoco un capital simbólico, no produce bienes materiales, sino horizontes de sentido para vivir la vida.

La cultura hace posible a través de todas sus manifestaciones y representaciones, la presencia vital y la fuerza constructora de lo humano y la esperanza de una distinta y mejor humanidad. Una organización de trabajo cultural debe ser una promesa de vida (Puig), una sembradora de sentidos distintos, “otros” de la existencia.

No buscamos solo otro mundo posible, sino posibles mundos “otros”, mundos de otro modo (Escobar); no buscamos otros conocimientos, sino conocimientos “otros”; no otro “proyecto” de nueva sociedad, sino horizontes “otros”, diferentes de existencia; puesto que sabemos que “lo otro” implica la radical insurgencia de la diferencia gestada en los márgenes, en los intersticios, en los espacios liminales, fronterizos del poder, desde el potencial político de las sabidurías insurgentes, de todos los Damnés, los condenados de la tierra (Fanon) que han vivido y viven, que han sufrido y sufren, la colonialidad del poder, del saber y del ser, en sus propias subjetividades, en sus espíritus y en sus cuerpos.

Gracias al poder insurgente de la cultura podemos seguir hablando desde lo más ancestral del tiempo con palabra propia, y sabemos que nuestra mayor victoria, es que a pesar de tantos siglos de dominación y muerte, estamos aquí, seguimos existiendo, pues como dice la sabiduría de Mama Dulu Cacuango: Somos como paja de páramo que cortada vuelve a crecer, de paja de páramo sembraremos el mundo. O como nos enseña la sabiduría de Mama Transito Amaguana: Después de mi tiempo, otro tiempo vendrá, y ustedes cogerán leña de otro tiempo.

Sabemos que un horizonte civilizatorio y de existencia otro requiere no solo de epistemologías, sino sobre todo de sabiduría, por ello aprendemos con humildad del potencial epistémico, ético, estético y político de las sabidurías insurgentes o sabidurías del corazón o la existencia de los pueblos de Abya-Yala y de la humanidad entera.

Frente al modelo egocéntrico, individualista y competitivo que induce el poder, nosotros anteponemos los horizontes de sentido que están en las sabidurías ancestrales de los pueblos de Abya-Yala, la solidaridad, la reciprocidad, la redistribución, la complementariedad, lo colectivo, lo colaborativo; pues la cultura nos enseña que no podemos ser sino con los otros; sabemos que nuestra fuerza no está solo en nosotros, sino que nuestro verdadero poder está, en el amor que damos y recibimos de los otros.

Un y una gestora/or intercultural, si quiere comprender la totalidad del sentido, debe construir un saber corporizado, que aprenda desde la totalidad de nuestros sentidos y de nuestras sensibilidades, que han sido atrofiados por el poder.

La cultura nos abre al misterio del milagro de la vida, para convertirnos, no solo en gestores interculturales, sino fundamentalmente, en gestores de vida (Puig).

La sabiduría nos ha enseñado que es necesario construir un pensamiento desde la afectividad, que debemos empezar a corazonar, a sentipensar la vida, si queremos reintegrar la humanidad que nos fragmentó la razón hegemónica de occidente.

Sabemos que corazonar, que sentipensar, que hablar desde el cuerpo, desde el corazón, tiene un carácter político insurgente, pues la sabiduría Nasa nos enseña que es en el corazón en donde está el poder para la construcción de la memoria, pues recordar es volver a pensar desde el corazón.

Por eso sabemos que el corazonar implica una respuesta política y espiritual que busca recuperar esas fuerzas que el poder negó para ejercer el dominio absoluto de la vida, la dimensión, sagrada y espiritual, la dimensión afectiva, la dimensión matristica, femenina de la existencia y el poder insurgente de las sabidurías.

Un y una gestor/a intercultural lo que busca es el Sumak Kawsay, el buen vivir que en la sabiduría andina no es sinónimo del desarrollo o de la calidad de vida o del vivir bien

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capitalista de occidente; sino que implica vivir en equilibrio y armonía cósmica, en todos los ámbitos de la vida, en lo económico, lo social, lo político, lo cultural, pero sobre todo en lo espiritual, de una existencia no para el acumular y el tener, sino para el ser, implica la recuperación de las dimensiones sagradas, espirituales, femeninas y cósmicas de la existencia que nos permita ser y seguir siendo, simplemente más felices, que es lo que busca el corazonar.

Los y las gestores/as interculturales, como nos enseña la sabiduría del anciano Guaraní Karai Miri Poty: debemos mantener siempre encendido el fuego en el corazón, porque solo así podremos encontrarnos con nosotros, y con los otros y con el espíritu del cosmos, la naturaleza y la madre tierra. Sabemos que debemos reencausar nuestro camino y nuestro caminar, que debemos aprender a crear, a ser nuestra propia agua, nuestro propio sol, nuestra propia tierra, y que no olvidemos que la única forma de hacerlo es desde la fuerza del corazón, por eso se hace necesario empezar a corazonar la vida.

Una y un gestor/a intercultural sabe que es urgente que empecemos a curar las heridas de la madre tierra, si queremos seguir tejiendo la vida, hoy mortalmente enferma a causa de una civilización de muerte que le interesa más la acumulación de capital y la preservación de su poder, que la preservación de la vida; y apara ello, como nos pide Karai Miri debemos ser puentes para una nueva existencia, lo que implica convertirnos en Pacha Kamaks, guerreros/as guardianes/as de la tierra y de la vida, pues si queremos heredar un mundo diferente a nuestros hijos y a los niños y niñas que aun no nacen en el cercano mañana, debemos trabajar para que la humanidad empiece a hacer hoy mismo, un urgente pacto de ternura con la vida.

Para todo ello, un y una gestora/or intercultural debe impregnarse, como nos enseña la sabiduría shamánica de los Andes, del poder de los elementos con los que el gran espíritu tejió la sagrada trama de la vida, para que siempre tenga en su corazón: la frescura y transparencia del agua, la generosidad y fecundidad de la tierra; para que ponga la pasión del fuego en todo lo que haga, y que igual que el aire y el viento, se alce siempre libre, al sagrado vuelo de la vida.

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Referentes Bibliográficos. GUERRERO ARIAS, Patricio

2010 Corazonar una antropología comprometida con la vida: Miradas otras desde Abya-Yala para la decolonización del poder, del saber y del ser, Abya-Yala, Quito.

La Cultura Estrategias conceptuales para comprender la identidad, la diversidad, la alteridad y la diferencia. Abya-Yala, Quito, 2002

WALSH, Catherine.

2006 Interculturalidad y colonialidad del poder. Un pensamiento y posicionamiento otro desde la diferencia colonial. En: Interculturalidad, descolonización del Estado y del conocimiento, WALSH, Catherine; Mignolo, Walter; Álvaro García Linera, Buenos Aires: Ediciones del Signo.