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III Crónicas, ensayos y estudios históricos

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Page 1: III Crónicas, ensayos yestudios históricos · 3º. El general Bolívar convocó un congreso constituyente para 1830 en Bogotá; pero desde fines de 1829 el general Páez se había

IIICrónicas, ensayos y estudios

históricos

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21. Compendio de la historia de la Nueva Granada

José Antonio de Plaza

El título completo de la obra de Plaza es el siguiente: Compendio de la historia de la NuevaGranada. desde antes de su descubrimiento hasta el 17 de noviembre de 1831. Para el usode los colegios nacionales y particulares de la República, y adoptado como texto deenseñanza por la dirección general de instrucción pública.

Para este volumen hemos seleccionado la corta referencia que hace el autor a laconspiración en el capítulo 20 de su obra, según la edición que la imprenta del Neograna-dino preparó en 1850 (Nota del editor).

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1º. El congreso de Colombia convocó en 1827 una convención consti-tuyente en la ciudad de Ocaña para reformar la constitución, y los parti-dos políticos, exasperados en esta asamblea nada hicieron, disolviéndosedicha corporación sin haber acordado nada. El general Bolívar seinvistió en 1828 de facultades extraordinarias, a virtud de reunionestumultuosas y de actas de los pueblos, arrancadas por el temor; y creó ungobierno provisorio dictatorial. Varios ciudadanos concibieron el crimi-nal proyecto de asesinar a Bolívar, y encalladas algunas tentativas, al finen la noche del 25 de septiembre, con el apoyo de una columna deartillería, invadieron el cuartel de un batallón y el palacio de Bolívar,asesinando a las guardias; pero se frustró el plan, por haberse salvadoBolívar; y la fuerza veterana en esa misma noche ahogó la conspiración,aprehendiendo a varios de los comprometidos. Muchos de estos fueronsacrificados sin fórmula de juicio, por tribunales especiales militares y elresto quedó indultado, sufriendo otros la pena de destierro y de expul-sión, siendo del número de los últimos el general Santander, aunque no sele probó su participación en la conjuración.

2º. El año de 1829 continuó Bolívar en el pleno ejercicio de susfunciones dictatoriales, organizando los departamentos de Venezuelaespecialmente, y nombrando jefes superiores en varias secciones de laRepública. En septiembre del mismo año el general Córdova se insurrec-cionó en Antioquia, y el teniente coronel Vargas en el Chocó; pero unafuerza respetable al mando del general O'Leary derrotó al general Córdo-

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va, y el segundo fue reducido a la obediencia. El gobierno peruano habíadeclarado la guerra al de Colombia, mas fue vencido el ejército del Perú,fuerte de 8.000 hombres y mandado por los generales Lamar, Plaza yGamarra, por el ejército colombiano, bajo las órdenes del general Sucre,en el campo de Tarqui.

3º. El general Bolívar convocó un congreso constituyente para 1830en Bogotá; pero desde fines de 1829 el general Páez se había puesto alfrente de una revolución en Venezuela, que tuvo por objeto desconocer laautoridad del general Bolívar y constituir aquel territorio en naciónindependiente. Inútiles fueron los medios de avenimiento que se pusieronen acción para reintegrar a Colombia; y el congreso constituyente deBogotá terminó sus sesiones, después de promulgar una constitución, queno debía ser aceptada en el país; y nombrando para presidente de laRepública al señor Joaquín Mosquera y para vicepresidente al generalDomingo Caicedo, que solo fueron reconocidos por los pueblos de laNueva Granada, pues los del sur se hallaban bajo el mando militar delgeneral Juan José Flores.

4º. El general Bolívar partió para Cartagena, despojado de todomando yen agosto del mismo año el batallón Callao se insurreccionó enla capital, yen el campo del Santuario derrotó a las fuerzas del gobierno,cayendo los magistrados nombrados por el congreso constituyente yelevándose al mando usurpado al general Rafael Urdaneta, cuya auto-ridad fue reconocida por muchos pueblos de la Nueva Granada. Este jefeconvocó un congreso constituyente para la Villa de Leiva y en diciembrede 1830 expiró el general Bolívar en Santa Marta.

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22. Apuntamientos para la historia de la Nueva Granada

José María Samper

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Para la presente edición hemos seleccionado los capítulos 22 a 28 de la obra que en 1853publicó la imprenta del Neogranadino (Nota del editor).

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XXII. Si el continente colombiano es profusamente rico en su esplén-dida naturaleza, tan variada como pintoresca, tan poética como intere-sante a los ojos del naturalista; no es menos abundante en esos episodiospolíticos que aturden a las sociedades, debidos no solo al espíritu irresisti-ble del siglo, sino también al genio colombiano, el cual tiene en susarranques, semiespañoles y semisalvajes, hermosos rasgos de un heroís-mo sin ejemplo.

La conspiración de septiembre de 1828, en Bogotá, es uno de lossucesos más interesantes en los anales de Colombia, y especialmente delpueblo de valientes en cuyo seno brillaron Caldas, Santander, Azuero,Córdova y Ricaurte; de ese pueblo cuya historia es un sangriento poema,y que a la manera de esos genios gigantes que de tiempo en tiempoaparecen en la escena social para aturdir al mundo y eclipsarse en breve,fue tan glorioso y próspero en sus primeros días, como precoz en su ruinay decadencia.

Hacia el principio del mes de agosto de 1828,poco después del regresodel dictador Bolívar, Bogotá se revolvía en una especie de agitación febrily parecía que su hermoso cielo azul se oscurecía con el viento de unatempestad cercana y terrible. Era evidente que una crisis decisiva estabapróxima a aparecer.

Los acontecimientos políticos ocurridos después de 1825,sucediéndo-se con increíble rapidez, no sólo habían empañado las glorias militares deBolívar, sino que, minando los cimientos de la República, habían difundi-

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do tal desconfianza de los gobernantes, de su política y del porvenir delpaís, que, sin suma previsión, cualquiera podía hacer un augurio siniestroacerca de la suerte de Colombia.

La constitución, por más que la defendiesen los demócratas como lagarantía de la existencia nacional, a pesar de sus defectos, había sido tancontinua y audazmente violada, que ya carecía del respeto del pueblo ydel prestigio que su origen le daba.

Bolívar, un tiempo el talismán de la independencia, el ídolo de loscolombianos, el símbolo de las glorias nacionales y el orgullo de losveteranos de la libertad, había degenerado tan visiblemente, merced a laobcecación de su espíritu, descaminado por la lisonja y la ambición, quesu nombre parecía la personificación del despotismo y su poder se hacíacada vez más insoportable y odioso.

La fuerza militar, como los hechos lo comprueban, era el únicoelemento de gobierno. El atentado de 1826, en Valencia, lejos de colocar aPáez en el banco de los acusados, por su doble delito, le había granjeadouna posición ventajosa y la intimidad y confianza de Bolívar. Los escán-dalos de Mosquera en Guayaquil, en 1827, permanecían impunes, porqueellos halagaban las aspiraciones del presidente. La disolución de la consti-tuyente de Ocaña era debida a las intrigas de Bolívar, apoyadas por lafuerza de que disponía. En fin, el ignominioso 13 de junio había sido unareacción militar cuyo primer acto se preparaba en los cuarteles para tenersu desenlace después en la plaza pública. Dondequiera la soldadescadominaba con orgullo. La aristocracia de las cartucheras habían arreba-tado su imperio a la filosofía y al talento.

XXIII. Entretanto, una revolución de caracteres bizarros cundía enla República rodeada del misterio y dirigida con tino y perseverancia. Esarevolución, fruto de la desesperación de un pueblo humillado por la másinsolente oligarquía, la oligarquía de los advenedizos y de las nulidadespolíticas, esa revolución, decimos, es a nuestro juicio la más legítima decuantas se han cumplido en la Nueva Granada después de la independen-cia. Si esta opinión pareciere inmoral, la exposición de incontestablesraciocinios probará lo contrario. Recordemos los hechos.

La juventud de Bogotá, ligada con algunos patriotas y veteranos de laindependencia, contando con el descontento del pueblo, profundamenteconvencida de la justicia de su causa y esperanzada en obtener algunos

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auxilios de la misma guarnición, componía la base de la conjuración en lacapital. Siete de los principales comprometidos tenían constituidas sussecciones respectivas de las cuales eran jefes, y cada una de ellas obraba encombinación con las demás, pero tenía sus reuniones por separado, yadelantaba sus trabajos con admirable sigilo. De tiempo en tiempo lossiete jefes de sección se reunían para darse cuenta de sus operaciones ycombinar sus medidas.

Allí se encontraban reunidos el valor, el genio, las luces y el másardiente patriotismo. La conjuración contaba con bravos oficiales de laindependencia, como Briceño, Mendoza, Carujo, Guerra, Herrera, losGaitanes, y el intrépido general Padilla, preso a la sazón por una tentativarevolucionaria que había dirigido en Cartagena recientemente. Contabatambién con lo más brillante de la juventud civil, puesto que tenía entresus adeptos a Pedro Celestino Azuero, Vargas Tejada, Rojas, González,Vargas, Espina (Francisco), el impetuoso Horment, francés de nacimien-to, Ospina (hoy jefe del partido jesuita) y otra multitud de ciudadanosdecididos y de mérito.

Pero los conjurados de Bogotá no tenían jefe alguno propiamentedicho. Llegaron a comunicar muy someramente su propósito a Santan-der, con el fin de asegurarse de que consentiría en ponerse a la cabeza delEstado, una vez realizada la revolución; pero él, sea por repugnancia almedio violento que se empleaba, sea por miramiento a la posición queocupaba, como vicepresidente de la República, improbó decididamentela empresa de los conjurados.

Aquella conjuración era, pues, una inspiración de muchos, una em-presa espontánea, regularizada pero libre en su desarrollo; sin más jefeque el patriotismo, sin más obediencia que la impuesta por la propiavoluntad; pero de un carácter bizarro y atrevido.

¿Tenía ramificaciones la conspiración? Ella contaba con el apoyo quele prestarían los pueblos del norte y Casanare, donde el amor a lalibertad estaba profundamente arraigado; con los del sur de Neiva, deMariquita, del Istmo y de la Costa; y según el plan adoptado, la revolu-ción debía estallar el 28 de octubre en todas las provincias, proclamandola caída de la dictadura y la reconstitución del Estado en el sentido másdemocrático.

Pero con más especialidad, los republicanos contaban con el apoyoeficaz y decidido de dos valientes y leales ciudadanos, los coroneles López

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y Obando, los cuales debían ponerse a la cabeza del movimiento revolu-cionario en la provincia de Popayán y avanzar por Neiva hacia la capital.

XXIV. Así se encontraba la combinación hacia el fin de septiembre,cuando un incidente imprevisto vino a precipitar los acontecimientos deuna manera fatal para la causa de la libertad. La indiscreción de uno delos conjurados hizo comprender a Bolívar el peligro en que se encontraba;y sospechoso ya por tener la vaga noticia de que desde la noche del 7 deagosto había estado a pun to de sucumbir en el coliseo, tomó las providen-cias más eficaces para averiguar con sigilo el plan de la conjuración yhacer prender a los comprometidos.

Colocados estos en la alternativa de dos peligros resolvieron inmedia-tamente, el 25, reunirse en junta superior para deliberar. Celebróse lareunión a las ocho de la noche en casa de Vargas Tejada; y resuelto elataque como indispensable para la salvación de la patria y de los mismoscomprometidos, cada cual reunió a sus compañeros, comunicó el santo yseña, y se preparó a librar el combate a las 12de la noche. ¡Cuán dolorosoes para un alma republicana y leal el considerar que muchas veces seanecesario defender la causa de la libertad con el sable del conspirador y enel silencio sublime de la noche! ¡Tal es la situación extrema a que puedeverse reducido un pueblo que desea mantener ilesa su soberanía, conquis-tada con la sangre, la abnegación, el heroísmo y el martirio!

Pero ¿cuál era el plan de la conjuración? El estaba reducido a términossencillos. Asaltar el palacio y dar muerte al dictador; apoderarse de loscuarteles, de las armas y de los hombres más adictos a la dictadura;desarmar la guarnición; y una vez conseguida la victoria, llamar algobierno del Estado a Santander, vicepresidente constitucional, destitui-do despóticamente por Bolívar; y hacer convocar una convención nacio-nal que reorganizase el país y afianzase su estabilidad por medio de unaconstitución bien liberal, bajo la dirección de los magistrados que eligierael pueblo.

En el concepto de los conjurados la muerte de Bolívar era necesariapara que la libertad resucitase. El era la dictadura y el solo talismán delpartido absolutista. Sin Bolívar, ese partido iba a quedar sin cabeza, sinnombre, sin inspiraciones y sin la firmeza del genio fascinador que loarrollaba todo. Bolívar era la cabellera de ese Sansón que aniquilaba aColombia y era preciso emplear la tijera de Dalila para quitarle la fuerza.

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Pero la Providencia que vela por la gloria y los derechos de lospueblos, había dispuesto que la libertad granadina triunfase de unamanera menos sangrienta y misteriosa, más noble, franca y popular. Yasídebía suceder, porque es una ley de todas las sociedades, eterna como lahumanidad y sabia como la naturaleza, que los malos gobiernos tarde otemprano se hundan en el abismo cavado por ellos mismos a los pueblosy que la libertad triunfe en todas partes por el poder de la razón y el cursoinfalible de los acontecimientos.

xxv. Llegada la hora, los conjurados distribuidos en pelotonessegún su plan, se dirigen simultáneamente al palacio de Bolívar, a laprisión de Padilla y al cuartel de Vargas protegidos por el silencio y lasoledad, pero alumbrados por una espléndida luna. Bien pronto la voz delcañón y la detonación del arcabuz, anuncian a la ciudad adormecida queel momento supremo de la dictadura ha llegado. La alarma se difunde portodas partes, la confusión reina, la sangre corre, las calles son ocupadaspor las tropas, la guardia de Bolívar y sus edecanes sucumben; y el sablede Carujo y el puñal de Horment llegan hasta el recinto de la magistratu-ra, por en medio de algunos cadáveres a pedir cuentas al dictador de lalibertad de Colombia aniquilada.

Pero los conjurados habían olvidado que Bolívar contaba con lafidelidad de una mujer, y que en los momentos solemnes y los peligrossupremos el genio de las mujeres es fecundo, resuelto, y sabe dominar lasituación con la serenidaJ y la presteza. Bolívar, creyendo inevitable sumuerte, resolvió dejarse prender sin oponer resistencia. Por primera vezera débil y pequeño delante del peligro, o acaso contaba con que su mismaresignación le salvaría.

Pero Manuela Sáenz, la compañera de sus vigilias, la testigo de sussecretos remordimientos y el último refugio de su gastado corazón,comprende que nada puede esperarse de los conjurados y busca el mediode salvación. En tanto que Bolívar se prepara a morir, ella se lanza a unaventana, observa que la calle lateral del palacio está libre, y pronta comola inspiración, arrastra al dictador y le señala el camino por donde puedeescapar a la muerte. Un momento después, segura de llamar la atención,por el odio que inspiraba a los amigos de la libertad, se arroja al encuentrode los conjurados exponiendo su propia vida, los detiene, les habla concalor, y gana un minuto que asegura la fuga del tirano ...

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El hecho estaba consumado y Bolívar a salvo. La revolución estabaperdida y los papeles se habían cambiado.

Era forzoso a los conjurados huir y buscar la salvación a su turno. Laguarnición estaba sobre las armas, las fuerzas de la conjuración dispersasyen derrota, abandonaban las calles de la ciudad. Todo había terminadoen menos de una hora; yen tanto que Bolívar quedaba vencedor sin habercombatido, solo el cadalso ganaba algunas víctimas que debían rendirleen breve preciosos días consagrados a la causa del pueblo y de lalibertad ...

¡Tal es el resultado de las conspiraciones! Ellas, por legítimas quesean, casi nunca triunfan y no sirven por lo común sino para aumentar elpoder de los tiranos, diezmar las filas de los buenos ciudadanos, yexponer su memoria a calificaciones deshonrosas. ¡Siempre los mediospacíficos, lentos pero seguros, dan un triunfo más espléndido a la causade la razón y la justicia!

Bien pronto después, Padilla, el intrépido marino; Azuero, ese geniofecundo y poderoso; Horment, Zuláibar, Guerra y otros republicanosgenerosos, subieron al altar de la tiranía, ese monumento sombrío cuyoministro es el verdugo, para completar el sacrificio que su amor a lalibertad les había impuesto ... ¡Si alguna mancha podía haber caído sobresu memoria, el cadalso debía borrarla, puesto que él les concedía lainmortalidad del martirio!

Bolívar, arcabuceando a los conspiradores y vengándose bárbara-mente de sus adversarios, probaba la justicia de la insurrección. ¡Siempreel ministerio del verdugo fue necesario en el impuro sacerdocio de latiranía!

Pocos días después, Santander, inocente de toda complicidad, comosu juicio lo comprueba, es condenado a muerte, con escándalo inaudito yviolación de todas las leyes, por uno de los secuaces de Bolívar, el mismoque dos años después había de insultar la independencia y las leyes deColombia con la más inmoral usurpación. ¡Era necesario cortar la cabezade Santander, para que sus ojos no presenciaran el sacrificio ignominiosode la patria que él había liberado en Boyacá ... !

Empero, Bolívar, espantado de su carnicería y hostigado por lasreflexiones de Restrepo, Vergara y Córdova que formaban con Revengael ministerio, sin resolverse a ser justo ni magnánimo, se detuvo en la

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mitad de su venganza sangrienta. El miedo consiguió lo que la justiciahabía sido impotente para alcanzar. Bolívar conocía que la cabeza deSantander valía mucho para que Colombia se resignase a perderla sinlevantar como un trueno el grito de su indignación; y temeroso de queLópez y Obando le tomasen cuenta de tanta iniquidad, expidió en no-viembre de 1828 un decreto que conmutaba en destierro la pena de muertea los conjurados. De esta manera, inocentes unos, convictos otros, San-tander, Azuero, Rojas, González, Briceño, Mendoza, Carujo y todos lospatriotas más distinguidos del partido republicano, fueron a esconder enlos calabozos yen las playas extranjeras una existencia que les era odiosadespués de la muerte de la libertad.

¡Entre tanto, Vargas Tejada, ese genio gigantesco que fuera hoy elpoema viviente de Nueva Granada, huyendo del martirio, se sepultó en eltorbellino de un torrente, con la chispa luminosa de sus inspiracionesinmortales!

Mas no se crea que la aparente generosidad de Bolívar fuese inspiradapor el deseo de evitar el derramamiento de sangre. Su resolución depen-dió de la actitud imponente que tomaron López y Obando en Popayán; ytal fue el terror que sobrecogió a la dictadura que, batida en el campo de laLadera, se vio forzada a celebrar una capitulación que diese garantías alos comprometidos y ofreciese esperanzas de buen gobierno a la Repúbli-ca. La historia recordará siempre con honor el desenlace que alcanzó lainsurrección del sur, merced a la pericia, la prudencia y el valor de susjefes.

XXVI. Ahora bien. ¿Cuál es el juicio que la historia, con la severidady la imparcialidad que la moral exige, debe tomar acerca de la insurrec-ción de septiembre? Examinemos los hechos, investiguemos las causasque dieron lugar al acontecimiento y los principios que lo dominaron. Lahistoria, para ser verídica, tiene precisión de ser filosófica; de consultarlos principios de la ciencia y compararlos con la aplicación que les handado los partidos, los gobernantes y los pueblos.

Para establecer la moralidad de la revolución de septiembre es precisoelevar la cuestión al examen de la teoría de la soberanía y definirnetamente lo que se entiende por moral. De otra manera es imposiblefijar los términos de la discusión.

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La moral, como ha dicho un célebre escritor, es la ciencia de lasrelaciones humanas. Pero ella tiene diversas denominaciones según laescala en que analiza a la humanidad.

Cuando la ciencia del buen vivir, de los derechos y de los deberes,considera las relaciones individuales de los hombres, tiene el nombregenuino de moral.

Cuando determina el curso de las relaciones entre los gobiernos y lospueblos, se llama política.

Cuando se extiende a establecer relaciones de los Estados entre sí,toma el nombre de derecho internacional.

Todo lo que es bueno y lo que es malo, lo que es justo o injusto es deldominio, en sus escalas respectivas, de la moral, de la política y delderecho internacional. Pero en todo caso, no hay otra fuente de donde laciencia pueda derivar sus conclusiones que la conveniencia. Todo lo queen política es útil, es moralmente justo y legítimo; bien entendido que esautilidad no sea sofistica o viciosa.

El derecho del hombre y los deberes que le son correlativos, nacen dela conveniencia como los derechos de los pueblos. El día que se probaseque no son útiles para el bienestar del género humano la independencia ylibertad de las naciones, dejaría de existir en estas, por carecer de objetoel derecho inmanente de la soberanía. Así, un pueblo procede conforme alos principios eternos de la moral, derivados de la naturaleza, siempre queconsulta la ley de su mejoramiento y desarrollo.

Pasemos adelante. Reconocido el derecho perfecto de la soberanía, esnecesario examinar en quién reside su ejercicio, o mejor dicho, el poderdel soberano: la teoría democrática lo acuerda a la mayoría. ¿Por quérazón?

Si es fisica y moralmente imposible la unanimidad absoluta de unpueblo en la expresión de sus mandatos, para que no se hagan ilusoria lasoberanía es necesario determinar quién la representa en sus decisiones; yla razón indica que donde encuentra reunido un número mayor devoluntades, hay una mayor probabilidad de acierto, de justicia, de fuerzay de razón. El ejercicio de la soberanía es, pues, un hecho identificado conla existencia de la mayoría.

Ahora bien: la soberanía, que es el derecho de constituirse y gobernar-se, se ejerce por dos medios: el uno pacífico y regular -el del sufragio-; yel otro violento y extraordinario -el de la insurrección. Cuando un

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pueblo está en posesión de su independencia y libertad, se gobierna pormedio del sufragio y la mayoría establece los gobernantes y las leyes.

Pero cuando la libertad sucumbe, cuando el sufragio, la prensa, lapetición y la tribuna, que son los órganos más genuinos de la opiniónpública, se encuentran deprimidos por el gobernante, la tiranía existe; elgobierno deja de ser legítimo y popular, para ser de hecho; y la mayoríanacional adquiere a virtud su soberanía, el derecho de insurrección, elderecho incontestable de repeler la fuerza con la fuerza, que es el segundomedio de gobierno, y al cual solo se puede apelar en los casos extremos.

En resumen: si solo la mayoría tiene el derecho de gobernar, solo ellatiene el derecho de la insurrección, puesto que esta no es más que unmedio fatal. Jamás las minorías pueden insurreccionarse, sin violar lamoral o el derecho social, porque carecen del derecho de gobernar por elsufragio.

Establecidos estos preliminares, examinemos los hechos que precedie-ron a la revolución de septiembre.

XXVII. Colocado Bolívar al frente de Colombia por la constituyentede Cúcuta y luego por el voto de las asambleas electorales, su misión, sumás alto deber era consagrarse a promover el desarrollo de la prosperidadnacional. Pero lejos de proceder así, tan pronto como queda investido dela magistratura abandona el gobierno a Santander, y se lanza a regionesextranjeras en busca de glorias y popularidad, desentendiéndose casitotalmente de la suerte de su patria.

Triunfante en el Perú, y embriagado por los inciensos de la victoria,presenta a esa República con el mayor empeño, y hace adoptar a Bolivia,una constitución esencialmente monárquica y en abierta oposición con lasnuevas instituciones que había jurado en Colombia sostener y defendercon lealtad.

Envanecido después con el suceso alcanzado en el extranjero, preco-niza su constitución como un código perfecto, lo recomienda a su patriacomo la prenda segura de estabilidad; y envía a su confidente el señorLeocadio Guzmán, a emprender en Nueva Granada y Venezuela unapropaganda reaccionaria, cuyo fin no podía ser sino la ruina de laconstitución de Cúcuta, consumada por el triunfo de las ideasabsolutistas.

172 Conjurados, t. III

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Ambicioso Bolívar de extender su poder, en tanto que aparentementerenuncia a los honores que le brinda el Perú, introduce la desconfianzaentre esta República y Colombia, por medio de intrigas y artificios,preparando así una hostilidad que condujo a los dos Estados a la guerra,hasta el punto de regar el campo de Tarqui, en 1829, con la sangre depueblos hermanos, identificados en su causa y en sus intereses.

Acusado Páez y llamado a juicio ante el congreso de Colombia, apelaen Valencia, en 1826, a la insurrección militar, para apoyar su criminaldesobediencia a la autoridad ya la ley. Bolívar vuelve entonces a Bogotá,se inviste por un decreto suyo de facultades extraordinarias y dejandorestringida al encargado del ejecutivo su legítima autoridad, por reservarseel gobierno exclusivo de Venezuela, se lanza a esta región, deja sus tropasatrás, y encaminándose a Valencia se avista con Páez en el teatro de sudelito, se entretiene en una larga confidencia cuyo sentido nadie llegó apenetrar, le colma de alabanzas, le estrecha en sus brazos y entrandoluego a Caracas con ostentación, le coloca a su lado en el carro triunfalque el pueblo entusiasmado le presenta.

Páez queda impune, y su impunidad es autorizada por el primermagistrado de Colombia, el cual, lejos de castigar el delito del rebelde, ledeja mandando en Venezuela como jefe supremo civil y militar.

Terminado ese escándalo, Bolívar regresa a Bogotá en 1827, renunciaa la presidencia después de asegurarse de que no se le aceptará su dimisión,y disuelve el congreso tan luego como logra arrancarle la convocatoria deuna nueva convención que entraba en el plan del partido reaccionario.

Mientras que tales sucesos ocurrían, Mosquera hacía proclamar ladictadura en Guayaquil en una especie de junta de notables inspirada poralgunos militares; y Bolívar, tolerando y aprobando tan escandalosaviolación de la ley fundamental, daba un nuevo golpe a la estabilidad delpaís y al respeto debido a la soberanía nacional.

Convocadas las asambleas provinciales para elegir diputados a unanueva convención constituyente, contra la expresa prohibición de laconstitución de Cúcuta, persigue, destierra y encarcela a Soto ya algunosotros ciudadanos que en el congreso habían sostenido con calor laconveniencia de aceptar la dimisión que hiciera; y emplea los manejosmás audaces para alcanzar un triunfo eleccionario.

Vencido en el terreno del sufragio, tan luego como la convención,cuya mayoría le era contraria se reúne en Ocaña, Bolívar va a situarse en

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Bucaramanga, a pocas leguas de distancia, con una fuerza de 3.000hombres, y emprende la corrupción de la asamblea por medio de intrigasy amenazas. Y cuando la evidencia lo persuade de que la mayoría de losconvencionales es incontrastable, induce a la minoría a emprender unadeserción vergonzosa que, cercenando el quórum constitucional, obliga ala convención a disolverse.

Entretanto, los agentes militares de Bolívar promueven en diversospuntos la celebración de juntas que aprueben sus abusos y proclamen lanecesidad de la dictadura, y el 13 de junio aparece en los anales deColombia para oprobio de la libertad y del buen sentido.

Bien pronto, investido de la dictadura por los esfuerzos de sus adeptosde cuartel, Bolívar, arrojando la careta de su fingido respeto a la sobera-nía y a la opinión, deroga ostentosamente, viola y suspende multitud deleyes vigentes; anula del todo la libertad de imprenta y de enseñanza;suprime las elecciones y las asociaciones públicas; hace despedazar lasimprentas y atropellar cobardemente a los escritores de la oposición pormedio de sus edecanes; establece el fuero militar; aumenta el ejército;restituye a la vida conventos de frailes fanáticos suprimidos por la ley;prohíbe la enseñanza en los colegios y las universidades de las cienciasintelectuales y políticas, sustituyéndoles la esterilidad teológica; destierray persigue a ciudadanos eminentes; y para completar el cuadro de tanodiosa tiranía, expide el 27 de agosto un decreto orgánico derogando laconstitución de la República, sustituyéndole el régimen de la arbitrarie-dad y destituyendo al vicepresidente elegido por el voto popular.

Tales eran los antecedentes más notables; y en presencia de ellos,ningún republicano que comprenda lo que valen los derechos de unpueblo y estime la libertad como el primero de los bienes humanos, dejaráde afirmar, juzgando imparcialmente, que la conspiración de septiembrefue justa, legítima o moral; es decir, que al hacerla, los granadinos esta-ban en su derecho.

Si las palabras se entienden en su genuina significación, es innegableque bajo el gobierno de Bolívar existió en Colombia la tiranía másinjustificable y odiosa. La insurrección es injusta, y por lo mismo inmo-ral, cuando el pueblo, oprimido o atacado en sus derechos, puede sinembargo reclamar su satisfacción o procurar un cambio en la política y elpersonal de los gobernantes por medio del sufragio, de la imprenta, de latribuna y de la petición ...

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Pero cuando el gobernante destruye esos derechos inherentes a lalibertad y la soberanía; cuando desconoce y deroga abiertamente laconstitución a que debe su origen; cuando anula por medios violentos elpoder de la mayoría representado en el cuerpo legislativo; su conductamisma quebranta los vínculos que ligan al gobierno con el pueblo, yhaciendo retroceder a este al statu quo, le devuelve por el mismo hecho sulibertad de constituirse y gobernarse de distinta manera y le absuelve deljuramento tácito de lealtad y de respeto a la autoridad.

Cuando la libertad, que es el derecho del soberano, se encuentra enpugna con la autoridad, es necesario que triunfe la primera, so pena dereconocer que la voluntad de las parcialidades o de los hombres aislada-mente, puede sobreponerse al querer de una nación, a las conveniencias dela sociedad y a las leyes inmutables de la naturaleza.

Desde el momento en que Bolívar se puso en pugna abierta con laconstitución, empeñado en aniquilar la existencia de Colombia, él careciódel título constitucional que tenía para gobernar; su gobierno vino a serde hecho y reaccionario, y el pueblo se encontró autorizado para oponerla fuerza a la violencia. Tal es la conclusión a que la lógica nos conduce.

Por lo demás, la historia para ser justa, así como lanzará su reproba-ción sobre la dictadura militar de Bolívar, condenándola como inmoral,violenta y sanguinaria, honrará la memoria de esa generación intrépida,inteligente y entusiasta que, llevando su ardiente inspiración y el olvido desí misma hasta el heroísmo de la abnegación, no vaciló entre la libertad deColombia y el riesgo de sufrir la censura de los que reputasen su empresacomo criminal; y que expió en la proscripción y en el martirio su profundoamor a la República, su valor eminente y su lealtad a la constituciónsancionada en los días de las glorias colombianas por los nobles patriotasde la independencia.

Pero digámoslo todo. En nuestro sentir, la revolución de septiembreno es perfectamente intachable. Ella fue justa, patriótica, tan legítimacomo la soberanía del pueblo. Pero fue imprudente, desacordada, fuerade tiempo, e inspirada por la falta de una fe ciega en la libertad, en lamarcha de la civilización y en el porvenir del género humano.

Las armas de la razón son siempre más poderosas que las de laviolencia. La opinión es siempre más fuerte que todos los batallones deuna insurrección, y la caída de Bolívar, en 1830, lo comprueba. Ojalá quelos pueblos del continente colombiano se penetraran de esa verdad que

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arroja la historia de la humanidad, a saber: que el triunfo de la fuerza essiempre transitorio, en tanto que las victorias de la libertad, obtenidaspacíficamente, son duraderas como la necesidad del bienestar que lessirve de apoyo.

XXVIII. Sofocadas las tendencias revolucionarias de los adversariosde la dictadura, la reacción absolutista que iba a operarse desde octubrede 1828, debía tener naturalmente un carácter sobrado amenazante parael porvenir de la República. Y en efecto, la política del gabinete deColombia, aunque contrariada momentáneamente por las atencionesque demandaba una guerra extranjera, se contrajo a desarrollar consolícita perseverancia el pensamiento de monarquización del país y apreparar la ejecución del plan meditado.

Las perfidias de Bolívar, no solo hostiles al noble y heroico generalSan Martín -la primera figura de la revolución del Plata y del Perú-,sino también a la paz e independencia de esa República, habían provoca-do un rompimiento y bien pronto las bayonetas colombianas salieron alencuentro de los invasores. La situación se complicaba de día en día, yBolívar veía amenazado seriamente su poder, observando que la opinióny los sucesos se conjuraban contra él. Apenas había terminado la insu-rrección del sur y ya fermentaba el descontento dondequiera.

El recuerdo mismo de los sucesos de 1828, tan recientes aún, escande-cía los ánimos y avivaba el descontento público.

Venezuela maduraba en silencio el pensamiento de un paso radical;Antioquia estaba próxima a levantarse; Casanare murmuraba contra ladictadura; el sur era un volcán y la guerra exterior tenía en alarma aBolívar y sus partidarios.

Pero Colombia, orgullosa cual la pintaba el elocuente Zea, estabadestinada a triunfar de sus enemigos exteriores y no sucumbir sino ante supropia debilidad. Los dos ejércitos se avistaron y la sangrienta batalla deTarqui, librada el 27 de febrero de 1829, puso en derrota a los peruanos.

Ese triunfo colocaba a Bolívar en una situación ventajosa para ade-lantar sus planes de engrandecimiento personal y de reacción política. Lavictoria aumentaba su fuerza y su prestigio, y así le exhibía como elhombre necesario. ¿Cuáles fueron sus tendencias? La historia puede yadeterminarlas con precisión, porque no pertenecen al dominio del miste-rio. En breve las expondremos nosotros también.

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Pero antes de ocuparnos en señalar a los ojos del pueblo las inspiracio-nes del partido boliviano, desarrolladas con más precisión después de lossucesos de septiembre, hagamos una rápida reseña de los acontecimientosmás importantes de que fue teatro la República en 1829.

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23. Historia eclesiástica y civil de la Nueva Granada

José Manuel Groot

Para el presente volumen hemos seleccionado el capítulo 99, en el tomo quinto, según lasegunda edición aumentada que publicó la editorial de M. Rivas en 1893 (Nota del editor).

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La convención después de retirada la minoría. Resolución tomadapor los miembros del consejo. Acta del 13 de junio. Se produce en todaspartes. El Libertador se encarga del mando. Su proclama. Organiza elmando. Estado de la capital después de llegados los convencionistas.Proyectos contra la vida del Libertador. Fiestas de Boyacá. Se trató deasesinar al presidente en el teatro. Se organiza la conspiración del 25 deseptiembre. Se trata de asesinar al Libertador en Soacha. Se opone alproyecto el general Santander. Estalla la conspiración del 25 de septiem-bre. Consecuencias y resultados de ella. Carácter de los jefes de laconspiración. Circular sobre reforma del plan de estudios. Se prohíbe laenseñanza de legislación por Bentham. Se establecen cátedras de funda-mentos de religión e historia eclesiástica. Decreto sobre prohibición de laslogias. Se recomienda a los obispos que hagan predicar al clero y enseñarla moral cristiana. Dispone el Libertador su marcha para el sur. Decretosque expide antes de partir. Decreto que erige en metropolitana la iglesiade Quito. ¿Estaba esto en las facultades del Libertador? Los consideran-dos de este decreto demuestran la soberanía temporal del papa. Decretode indulto en favor de los conspiradores del 25 de septiembre. El Liberta-dor se retira al campo.

Ausentada de Ocaña la minoría, quedó falta de número la conven-ción y los demás diputados tuvieron una junta en que la declararondisuelta, poniendo mano a la obra de la revolución para acabar deprobar que ellos en lo que menos pensaban era en el bien de la República.

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"Mas el partido exaltado, dice el señor Restrepo, no se pudo separarsin que en una reunión de sus miembros preparara revoluciones contra elgobierno del Libertador 1, comprometiéndose algunos diputados a con-mover las provincias de Antioquia, Popayán, Socorro, Pamplona y Boya-cá; movimientos que serían la base de una conflagración general. Otros deVenezuela debían promover allí revoluciones y guerrillas, con la mayorextensión que les fuera posible. El grito y el objeto ostensible seríarestablecer la constitución de Cúcuta y poner término al mando deBolívar. El general Santander asistió a la junta o juntas que se tuvieroncon tales designios y fue señalado como jefe de la proyectada reacción.Aunque estos planes solo se traslucieron entonces, porque estaban cubier-tos con el velo del misterio, después se han averiguado hasta la evidencia.No faltaron tampoco quienes oyeran y denunciaran al Libertador lasescandalosas proposiciones de algunos hombres menos escrupulosos,que dijeron en Ocaña ser preciso matar a Bolívar para conseguir susintentos" .

El Libertador, supo, por cartas de los mismos diputados de la mino-ría, la resolución en que estaban de abandonar sus puestos si la mayoríaapasionada no cedía a nada, de sus planes proditorios contra el votonacional. Como el Libertador conocía demasiado la índole del partidosantanderista, no dudó un momento sobre la disolución de la convencióny del estado en que iba a quedar la República. En vista de esto, escribió alos miembros del consejo de gobierno en Bogotá "para que meditaran lasprovidencias que debieran dictarse en aquella dolorosa hipótesis, que élno deseaba y que era muy probable iba a suceder".

Los miembros del consejo, discutiendo el negocio con varias personasde influencia y valimiento en la sociedad, trataron de sondear bien laopinión pública, teniendo presentes mil razones, entre ellas la de los malesque ocasionaría un constitución federativa como la redactada por Azue-ro, contraria al voto nacional, bien expresado por medio de las actas yrepresentaciones dirigidas a la convención; constitución por la cual sedebilitaba enteramente la fuerza del gobierno nacional, cuya acción seentrababa de mil maneras, solamente para que no pudiera gobernar elactual presidente, y esto cuando, a más de las divisiones interiores, se veíaamenazada la independencia de Colombia por España, con su ejército ymarina de Cuba, a la vez que el Perú tenía situadas sus fuerzas en lafrontera para echarse sobre una parte de los departamentos del sur.

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Considerando todo esto y sabiendo perfectamente que la mayoría de laconvención se había entregado al furor de las pasiones, sin ser otro suobjeto que arruinar al Libertador, aunque fuera arruinando la República,y que el resultado definitivo de los trabajos de esa convención no daríaotro fruto que una revolución general, de que se aprovecharían losenemigos exteriores con ventaja; mediante todas estas consideraciones,resolvieron tomar medidas de circunstancias para cortar el mayor mal,impidiendo que la convención llevara a efecto su proyecto de constituciónfederal. Pero como de cualquier modo resultaría la disolución del cuerpo,se acordó también que al presidente constitucional se le invistiese deamplias facultades para toda emergencia, ínter se consolidaban el ordeny la paz para constituir de nuevo la República.

En virtud de este acuerdo, el intendente de Cundinamarca, generalPedro Alcántara Herrán, convocó un plebiscito por medio de una procla-ma, en que manifestando el estado en que el país se hallaba y que laconvención no ofrecía esperanzas sino de desgracias, excitaba a losbuenos ciudadanos para que, en vista de las circunstancias, propusieranlos medios que se creyesen convenientes para salvar la República.

La reunión tuvo lugar el 13 de junio, fue muy numerosa, yen ella seacordaron los puntos siguientes: 1º. No obedecer los actos que emanarande la convención de Ocaña; 2º. Revocar los poderes a los diputadoselectos por la provincia de Bogotá, y 3º. Que el Libertador presidente seencargara del mando supremo de la República con plenitud de facultadesen todos los ramos, los que organizaría del modo que le pareciera másconveniente, y cuya autoridad ejercería hasta que juzgase oportunoconvocar la representación nacional. Acordóse llamar al Libertador a lacapital y que el acta de la junta se imprimiese y circulase por todos losdepartamentos.

En el mismo día se pasó esta acta al consejo de gobierno, que laaprobó, y en la misma noche se envió al Libertador. Estaba este en elSocorro y había recibido allí el manifiesto de los 21 diputados que habíanabandonado la convención, cuyo documento, con otros relativos almismo objeto, había puesto en sus manos el coronel Montúfar, uno deesos diputados.

El Libertador siguió para la capital y entró en ella el día 24 de junio,entre un concurso numeroso de gentes que había salido a recibirlo, conlos miembros del consejo de gobierno, el intendente y demás altos funcio-

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narios. Acompañaban también al Libertador otras muchas gentes quevenían de los pueblos. Las demostraciones de alegría con que se le recibiómanifestaban bien las esperanzas que se tenían en que se remediasen losmales de la República. El Libertador se dirigió con el acompañamiento ala iglesia catedral, y después de dar gracias, se le condujo al sitio que sehabía preparado en la plaza, donde recibió las felicitaciones de losempleados públicos. Los liberales hacían cargo al Libertador por haberaceptado la dictadura, en lugar de continuar bajo el régimen constitucio-nal, y por esto lo calificaron de tirano. Pero ya no estaba en el caso del añode 1826 para rechazar la dictadura y mandar observar el orden constitu-cional, como lo había hecho en Guayaquil. Las circunstancias eran muydiversas, porque la revolución de Venezuela, que se había apagado con laesperanza de reforma constitucional se había vuelto a encender, y no soloen Venezuela sino en muchas otras partes que habían concebido lamisma esperanza, se habían originado nuevos trastornos. La efervescen-cia de los partidos; la amenaza de enemigos exteriores; el desprecio en quehabía caído la constitución de Cúcuta, habiéndola declarado insuficientela misma convención cuando declaró que era preciso reformarla; todoesto junto hacía imposible la consolidación del orden y la defensa de laRepública.

El acta de Bogotá se reprodujo en todas partes. En el centro, en elnorte, en el sur se repitió el mismo eco con unanimidad espontánea, sinque fueran emisarios a promover los pronunciamientos, lo que se notódemasiado por el número prodigioso de firmas de personas conocidas yde lo principal de las ciudades, villas y pueblos. Todas esas actas se fueronpublicando en la Gaceta con todas sus firmas, a medida que se ibanrecibiendo en la capital. Así se vio en muy poco tiempo un pronuncia-miento tan general y uniforme como nunca se había visto. Esto impusosilencio a los que reclamaban la constitución y ninguno se atrevió adisculpar a la convención de los cargos que contra ella se hacían.

El Libertador no se declaró en uso del poder dictatorial hasta que seaseguró que la voluntad de la mayoría nacional se lo confiaba. Cuandoesto se supo, expidió con fecha 27 de agosto un decreto orgánico de lanueva administración. En el título último se mandaban conservar todaslas garantías individuales de la constitución de Cúcuta y se les prescri-bían a los ciudadanos los mismos deberes que esta enumeraba. Ofrecíasesostener y proteger la religión católica, apostólica y romana como la

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religión nacional; y que se convocaría a los representantes del pueblo parael día 2 de enero de 1830, a fin de que dieran la constitución de laRepública. Con este decreto expidió el Libertador una proclama en quehablaba sobre la crítica situación en que se hallaba la República, cuandoel pueblo había tenido que ocurrir por sí mismo al remedio de sus males,estableciendo una magistratura peligrosa. "Mi carácter, decía, de primermagistrado me impuso la obligación de obedecerle y servirle aún más alláde lo que la posibilidad me permitiera. No he podido, por manera alguna,denegarme de momento tan solemne al cumplimiento de la confianzanacional; de esta confianza que me oprime con una gloria inmensa,aunque al mismo tiempo me anonada, haciéndome aparecer cual soy.

"[Colombianos! Me obligo a obedecer estrictamente vuestros legíti-mos deseos, protegeré vuestra sagrada religión como la fe de todos loscolombianos y el código de los buenos; mandaré hacer justicia, por ser laprimera ley de la naturaleza y la garantía universal de los ciudadanos; serála economía de las rentas nacionales el cuidado preferente de vuestrosservidores; nos esmeraremos por desempeñar las obligaciones de Colom-bia con el extranjero generoso. Yo, en fin, no retendré la autoridadsuprema sino hasta el día que mandéis devolverla; y si antes no disponéisotra cosa, convocaré dentro de un año la representación nacional".

"[Colombianos! No os diré nada de libertad, porque si cumplo mispromesas, seréis más que libres, seréis respetados; además, bajo de dicta-dura, ¿quién puede hallar libertad? ¡Compadezcámonos mutuamente delpueblo que padece y del hombre que manda solo!"

El Libertador formó un consejo de ministros, compuesto de losseñores José María del Castillo, José Manuel Restrepo, general RafaelUrdaneta, Estanislao Vergara, Nicolás María Tanco; arzobispo de Bogo-tá, doctor Fernando Caicedo, José Rafael Revenga, Francisco Cuevas,Joaquín Mosquera, Gerónimo Torres, Félix Valdivieso y Martín Santia-go de Icaza.

Con este personal, no más, se estaba indicando lo que iba a ser laadministración dictatorial del Libertador. ¿Qué más garantía de orden,de seguridad, de libertad y de acierto? Era este un senado respetable,compuesto de las primeras notabilidades de todos los departamentos yque representaba todos los intereses sociales y políticos. ¡Qué conjunto deluces, de patriotismo y de probidad! ¡Cuándo se ha visto Colombia enmejores manos!

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El nuevo gobierno juró solemnemente por todas las corporacionesy clases de la sociedad, y se celebraron fiestas públicas en todas lasciudades y aun en los pueblos, con gran júbilo; porque no hay mayorjúbilo para los pueblos como el que los gobierne aquel en quien tienentoda su confianza.

El Libertador empezó una reorganización y arreglo en todos losramos de la administración pública e hizo publicar en la Gaceta todas lasactas de la convención de Ocaña, para que los pueblos se acabasen depersuadir de los males que semejante corporación preparaba a los pue-blos. Se fueron publicando todas las actas de adhesión a la de 13de junio,con las firmas de los ciudadanos que la suscribían. Nunca se había visto nise ha vuelto a ver un pronunciamiento de opinión más uniforme ni másgeneral; hay suplementos de Gacetas ocupados solamente de firmas, sinque se pudiera decir que había suplantaciones de nombres, porque cadaciudad, cada vecindario daba testimonio de conocimiento de laspersonas.

Las providencias del Libertador y sus ministros, inspiraban confianzay satisfacción pública; nadie tenía de qué quejarse, excepto algunosenemigos del gobierno a quienes se removió de los destinos en que podíanperjudicar; cosa que hace todo gobierno, que no quiere ser traicionado yembarazado en su marcha; pero todos gozaban de las más ampliasgarantías, hasta para faltarle al respeto al mismo dictador, cosa bien rara,porque ningún dictador se ha dejado irrespetar, ni menos mofar, como sevio en uno de los bailes que se dieron en palacio, en que un joven de losexaltados enemigos del Libertador tomó el asiento que en lugar preemi-nente se había puesto para este, y sentado allí, con aire atrevido, hablabay reía con otros amigos, mientras el Libertador conversaba con unasseñoras, sentado en un canapé.

Desde la llegada de los convencionistas de Ocaña a la capital seempezó a notar mucha animación en el partido santanderista. El generalSantander, en virtud del nuevo orden de cosas, había dejado de servicepresidente, lo cual se le hizo saber por el gobierno; pero el Libertador,por una medida de política, tanto para darle una prueba de que no teníaresentimiento con él, como para alejarlo del partido revolucionario, quesin él nada podía hacer, le nombró ministro plenipotenciario de Colom-bia cerca del gobierno de los Estados Unidos del Norte. Santander admi-tió el nombramiento, manifestando que no podía partir inmediatamente,

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porque necesitaba de algún tiempo para dejar arreglados sus intereses, ypidió por secretario aljoven Luis Vargas Tejada, uno de los más ardientesliberales, que había desempeñado la secretaría de la convención de Oca-ña, lo cual le fue acordado al general Santander.

Los liberales no trataron ya de otra cosa, desde que se reunieron enBogotá, sino de matar al Libertador. En las tertulias y aun en los corrillospúblicos no le daban otro nombre que el de tirano; los jóvenes exaltadoshablaban con la mayor libertad contra los pronunciamientos de lospueblos y sin embargo, nadie les decía nada; el tirano los sufría conpaciencia; las mujeres liberales hacían gala de hablar contra el Liberta-dor, a quien ponían varios apodos. Todos veían que se preparaba algo yalgunos amigos se lo advertían al Libertador; pero él les contestaba comoa los de Venezuela, en casa de Páez: "No hacen nada".

En el mes de agosto se celebraron fiestas por el aniversario de labatalla de Boyacá. El día 10, último de las fiestas, fue el aniversario de laentrada del Libertador en Bogotá, después de esa gloriosa jornada y se leobsequió, por la municipalidad, con el baile de disfraces en el teatro. Comola conspiración contra la vida de! Libertador fermentaba ya un tanto,pareció oportuna esta ocasión a los asesinos; y llevando las divisas deentrada al teatro, se introdujo una pandilla de ellos con armas ocultaspara asesinarle al salir de la función. Eran demasiado conocidos los de lacompañía de El Conductor y El Zurriago, que junto a otros, uno de ellosLopotez, mulato de Mompós, oficial degradado por mala conducta,rodeaban por diversas partes del teatro con cierto aire misterioso yhablando entre sí, por lo que varias personas llegaron a sospechar ytemerosas se retiraron antes de concluir el baile. El Libertador hizo otrotanto y por cuyo motivo se evitó, no solo la muerte de este, sino quiénsabe cuántas más de personas inocentes, que habrían sido víctimas deldesorden y confusión que tal hecho habría ocasionado en aquel granconcurso. ¡Esto era mucho patriotismo, mucho liberalismo!

Para organizar en regla la conspiración, se formó una junta secretadirectiva, compuesta del viejo portugués Juan Francisco Arganil, direc-tor de ella; del francés Agustín Horment, del taciturno y reconcentradocomandante Pedro Carujo, de Luis Vargas Tejada, secretario del generalSantander, y de algunos otros magnates. Arganil se había presentado ene! país como médico y con todas las pretensiones de sabio. Era fraile

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apóstata portugués de los Sans-culottes de Marsella en la revoluciónfrancesa y Carujo que había sido oficial de la escuela de Boves.

Esta sociedad secreta dirigía otra que se formó, denominada filológi-ca, compuesta de jóvenes bajo pretexto de perfeccionarse en el estudio delas ciencias, y al efecto, asistían a ella algunos catedráticos de los del plande estudios. "Esmerábanse en estas juntas, dice un papel de la época, enexaltar la imaginación de los demás jóvenes; en familiarizarlos con lasideas de la muerte y de la carnicería; y aun hubo quien en una de ellas hi-ciese un largo y acalorado elogio de las atrocidades de Robespierre, querepresentaban como sacrificio necesario, porque pretendían los malva-dos que el árbol de la libertad ha de regarse con sangre".

Se trató de ejecutar el asesinato del Libertador en el pueblo de Soacha,a donde había ido de paseo por tres días, acompañado únicamente por elgeneral Urda neta y los dos hermanos París (Mariano y Ramón)y algunoscriados. "Carujo tenazmente insistía, dice el papel que citamos, en queera forzoso aprovechar aquella oportunidad; podía hacerse todo sin estarfuera de la ciudad más de tres horas; él creía que eligiendo la noche podíanquedar a cubierto para siempre sus autores, y nunca habría necesidad dematar más de las ocho personas que había en la casa".

Este proyecto no se llevó a cabo por haberse opuesto a ello el generalSantander, y por eso decía el perverso Carujo en 3 de marzo de 1830,desde Puerto Cabello: "El pueblo de Soacha pudo haber sido la escenafeliz donde Bolívar expiase sus crímenes y se fijara la época de la restaura-ción nacional; pero por otro evento funesto hubo quien detuviese nuestrobrazo en aquella ocasión favorable, aunque de una influencia individual;y ese hombre, a quien el tirano debe hoy la existencia, vaga por el antiguocontinente como víctima de los efectos que él mismo hizo producir de unamanera negativa'".

Por último, quedó resuelto en la sociedad secreta que el 28 de octubre,día en que se celebraba la fiesta del santo del Libertador, se le diera lamuerte, asaltando por la noche el palacio. Se contaba con el jefe de estadomayor y con el comandante de la brigada de artillería, para apoderarse enla misma noche del cuartel de Vargas y poner en libertad al generalPadilla, que era el jefe designado para encabezar la revolución. Lo únicoque temían, según decía Horment, era que luego tendrían que habérselascon Páez y con Flores; pero decía que del primero darían cuenta losespañoles, y del segundo los peruanos. Tanto así era el patriotismo de esta

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gente, que con tal de dar muerte al Libertador, aunque el país cayera enmanos de los enemigos exteriores, no era del caso. Ya se ve, el jefe delpartido decía que prefería a Morillo sobre Bolívar, y que con tal de salir deeste, era capaz de hacerse mahometano.

Todo estaba preparado para la conspiración del 28, cuando el 25 deseptiembre se presentó al gobierno el oficial de Junín, Francisco Salazar,denunciando que el oficial Benedicto Triana le había invitado a entrar enla conspiración para asesinar al Libertador. Inmediatamente se redujo aprisión a Triana; pero no pasaron de aquí las diligencias, porque no se letomó declaración el mismo día, como debió haberse hecho. El jefe deestado mayor, que era uno de los conspiradores, les avisó en el acto queTriana había sido denunciado y que estaba preso. La junta secreta sereunió en la misma noche en casa del secretario del general Santander,Vargas Tejada, y antes de las 11 resolvieron dar el golpe en aquella mismanoche. Dispusieron las operaciones y se nombraron las personas quedebían ejecutarlas.

El comandante Carujo, Horment, Wenceslao Zuláibar y el mulatoLópez, con un piquete de artillería, fueron señalados para atacar elpalacio y matar al Libertador"; Silva, para asaltar con la artillería elcuartel de Vargas; y los capitanes Mendoza y Briceño, para sacar a Padillade la prisión. Los primeros salieron después de las 11 a ejecutar suoperación, y mientras Carujo fue al cuartel de artillería a tomar lossoldados que necesitaba, Horment, con los compañeros de la filológica,lo esperaron en la plazuelita de San Carlos, media cuadra distante delpalacio. Como tenían el santo y seña se dirigieron a su destino; y habién-doles abierto la puerta del palacio, el primer centinela fue muerto enel acto por Horment, quien le clavó el puñal en el corazón. Siguieronadentro y él mismo mató otros dos centinelas; y Carujo sorprendió a losdemás soldados de la guardia, que por todos eran 20 y estaban dormidos ysin paquetes, porque tal era el descuido en que estaba el Libertador.Puestos ya en los corredores altos se dirigieron a las piezas que no estabancon llave y no encontraron más oposición que la que les hizo en laantesala el joven Andrés Ibarra, ayudante del Libertador; el cual, consable en mano, los detuvo hasta que López lo puso fuera de combate,dándole un sablazo en el brazo derecho. Entonces penetraron en tropelhacia la última pieza contigua a la que dormía el Libertador, quien,oyendo a los asesinos, saltó de la cama y, echando mano a su espada, se

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dirigió a la puerta; pero en este momento la señora Manuela Sáenz, queasistía al Libertador, y que estaba en las piezas interiores, vino corriendoy abriendo la puerta del último balcón, hace que salte a la calle elLibertador, siendo imposible su defensa. Los conjurados entran a laalcoba y no encontrando al Libertador vuelven a salir gritando: ¡murióel tirano! A tiempo de salir para la calle se encuentran con el coronelFergusson, quien venía volando para el palacio al oír los tiros del cuartel;el primero que se le presenta es Carujo , quien le apaga la pistola en elpecho y lo mata, siendo su amigo.

El Libertador, al dar en la calle, tornó por la cuadra arriba, y al doblarla esquina para el convento de las monjas del Carmen, lo alcanza sucriado, que por fortuna estaba en la calle, y viéndolo saltar porel balcón,le siguió y lo condujo debajo del puente del Carmen, donde se mantuvopor más de tres horas.

Aquí debe recordar el lector el decreto que con fecha 25 de septiembrede 1819 puso el Libertador para socorrer con $ 100 mensuales a lasmonjas del Carmen de la Villa de Leiva", La Virgen parece que quisofavorecerle de sus enemigos, en correspondencia de la caridad con quehabía socorrido las necesidades de sus hijas, deparándole un asilo bajo elpuente del Carmen.

Al mismo tiempo que se atacaba el palacio, fue atacado el cuartel delbatallón Vargas, en el cual no estaba su comandante ni había prevenciónalguna, y antes bien, lo que había eran unos oficiales presos, con quienesse había comunicado Pedro C. Azuero para que ayudaran al tiempo delataque. El comandante de la brigada de artillería abocó un cañón a lapuerta del cuartel para impedir la salida del batallón, pero la guardia deprevención hizo una resistencia heroica. Estaba de centinela el tuertoMárquez, indio natural de la Ciénaga, que negó en la Nueva Granadahasta el grado de coronel; otros soldados, desde las ventanas altas,apagaron los fuegos del cañón y lograron salir, mandados por el oficialTorrealba, que estaba preso en el cuartel. Cuando el batallón salió, ya elnegocio se redujo a perseguir a los conjurados, que no habían logrado suprincipal intento.

Mientras se atacaba el cuartel, otros de los conjurados, con un piquetede artillería, entraron por encima de las paredes al edificio donde sehallaba preso el general Padilla, que estaba custodiado por el coronelJosé Bolívar, que era uno de aquellos llaneros valientes y esforzados

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del ejército. El coronel Bolívar dormía; los conjurados se acercaron a lacama y le dieron un balazo en la frente, del que murió en el acto. Padilla seciñó la espada del muerto y salió con los asesinos para la calle, mas nopudo hacer nada, porque la cosa estaba ya perdida. Al día siguiente loencontraron en el cuartel de artillería con la espada de Bolívar".

El Libertador permaneció oculto hasta que una de las partidas deVargas que se habían destinado a buscarlo, pasó por el puente delCarmen publicando que los facciosos estaban derrotados. Entonces salió,e incorporándose a ella siguió para el cuartel de Vargas y hallándolosolo, marchó para la plaza mayor donde estaban el secretario de guerra,general Urdaneta, el intendente, comandante general, parte de la tropa yotros muchos jefes y personas que habían salido a reunírseles. Allí fuerecibido el Libertador con los más grandes trasportes de alegría, abrazán-dolo todos,jefes y soldados, que no sabían cómo manifestarle el cuidadoque tenían por su persona y el júbilo de verlo salvo. De la plaza se dirigióal palacio acompañado del intendente y demás personas que allí estabanreunidas. El comandante general, coronel Joaquín París, eljefe de estadomayor, general Córdova, los generales Vélez, Ortega, los jefes de loscuerpos y otros empleados de categoría, todos obraron con la mayoractividad por aprehender y perseguir a los conjurados.

Avisada la gente de los pueblos de la Sabana, se vieron entrar a la ciu-dad, a las ocho de la mañana más de 1.000 hombres montados yarmados.Fue tal el empeño que tomó la gente de los pueblos por aprehender a losconspiradores, que en ese mismo día fueron cogidos Horment, Zuláibar,Pedro Celestino Azuero, sobrino del doctor Vicente Azuero, López y lamayor parte de los artilleros.

Estos declararon que se les había ofrecido su licencia absoluta, conseis meses de paga y el saqueo de la ciudad; y esto ¡por matar al tirano![Qué patriotismo! [Qué principios tan liberales! ¡Qué heroísmo!

Los conjurados contaban con que publicando la muerte del Liberta-dor, se les había de reunir mucha gente del pueblo; y por eso, desde quesalieron del palacio, y después de derrotados en el ataque del cuartel,gritaban por las calles: [Murió el tirano! [Viva el general Santander! [Vivala constitución de Cúcuta! Pero nadie los seguía; la población se horrori-zaba y unos permanecían encerrados en sus casas llenos de espanto y

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otros salían a unirse con las partidas de Vargas que perseguían a losasesinos.

El día 26 se celebró una misa pontificial por el arzobispo, en la iglesiacatedral, con Te Deum, en acción de gracias al Todopoderoso, por haberlibrado del puñal asesino al Libertador, y se hicieron exequias a los doscoroneles Fergusson y Bolívar muertos alevosamente. En este mismo díadispúsose, a propuesta del señor Antonio Castillo, del doctor MiguelTobar y otros sujetos respetables, se conmemorase el beneficio queColombia había recibido de la Providencia salvando la vida del Liberta-dor y padre de la patria, dándole feliz salida por aquella ventana, sobrecuyo dintel se incrustaría una lápida de mármol con la inscripción quetrasmitiera la memoria de este hecho a las futuras generaciones.

Este monumento lo costeó el cabildo de la ciudad, y la lápida se pusoallí con una inscripción latina, cuya redacción se encargó al doctor MiguelTobar. El grabado de los caracteres se hizo con todas las reglas del arte",

En aquel mismo día y en los siguientes recibió el Libertador lascongratulaciones de las autoridades y de todas las corporaciones civiles,eclesiásticas y militares, y hasta de las monjas. Los agentes extranjeros levisitaron inmediatamente. El ministro plenipotenciario de su majestadbritánica, coronel Patricio Carnpbell, que se hallaba fuera de la ciudad,dirigió al secretario de relaciones exteriores la siguiente nota:

"El infrascrito, encargado de negocios de su majestad británica, tieneel honor de esperar que el honorable ministro de relaciones exteriores deColombia tenga la bondad de presentar a su excelencia el Libertadorpresidente en nombre de su gobierno, las más sinceras congratulacionespor haberse librado de la conspiración del 25 del corriente, en que estuvoal suceder el asesinato del jefe del gobierno de Colombia, acontecimientoque habría inundado el país en sangre y sumergido en todos los horroresde la guerra civil y de la anarquía.

"Sin embargo de las instrucciones que el infrascrito tiene de sugobierno para no mezclarse en las disensiones civiles e intrigas del país endonde se halla acreditado, puede garantizar al honorable ministro elhorror con que mira su gobierno toda amenaza contra la vida del jefe deun pueblo amigo de la Gran Bretaña, y particularmente contra personaque, como su excelencia el Libertador, ha demostrado siempre ser, nosolo amigo de su país, sino de la humanidad, y cuya pérdida habría sido

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sentida por todos los amantes de la libertad nacional y del génerohumano.

"El infrascrito se aprovecha de esta oportunidad para ofrecer alhonorable ministro de relaciones exteriores de Colombia su más distin-guida consideración y respeto personal.

"Guaduas, 28 de septiembre de 1828.Patricio Campbell",

El inmediato resultado de la conspiración fue que el Libertador se vioprecisado a declararse en uso de las facultades extraordinarias de que nohabía querido usar hasta entonces y en consecuencia expidió el siguientedecreto:

"Simón Bolívar, etc., etc.,

Considerando:1º. Que la lenidad con que el gobierno ha querido caracterizar todas

sus medidas ha alentado a los malvados a emprender nuevos y horriblesatentados;

2º. Que anoche mismo han sido atacadas a mano armada las tropas a ,quienes estaba confiada la custodia del orden y del gobierno, y el palacio,de este convertido en teatro de matanza, y aun se amenazó con encarniza- ~miento la vida del jefe de la República;

3º. Que si no se detiene oportunamente el crimen y se escarmienta a:! '

los perversos, en breve perfeccionarán la disolución y ruina del Estado; ;_:4º. Que en semejante caso sería culpable de esta catástrofe el gobier- 2;

no, por las restricciones que, por el decreto de 27 de agosto último, puse Oen beneficio de los pueblos a la autoridad de que ellos mismos voluntaria-mente me invistieron;

De acuerdo y a propuesta del consejo de Estado,

Decreto:Artículo lº. De hoy en adelante pondré en práctica la autoridad que

por el voto nacional se me ha confiado, con la extensión que las circuns-tancias hagan forzosa.

Artículo 2º. Las mismas circunstancias fijarán la duración de estaextensión de autoridad.

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Artículo 3Q• En su virtud, el consejo de Estado me consultará me-

didas que en su opinión exija el bien público, expresando su mayor omenor urgencia,

Artículo 4Q• Cada ministro secretario de Estado, en su respectivodespacho, queda encargado de la ejecución de este decreto.

Dado, firmado de mi mano y refrendado por el ministro secretario deEstado en el despacho del interior.

Bogotá, a 26 de septiembre de 1828.Simón Bolívar.

El ministro secretario de Estado en el despacho del interior,

José Manuel Restrepo".

Dictáronse por el intendente varias providencias de policía y seguri-dad; y fueron reducidas a prisión muchas personas entre las cualesbastantes eran inocentes, aunque sospechosas, y de ellas se pusieronvarias en libertad después de tomarles confesión, y otras fueron confina-das a diversos lugares.

Exigióse un empréstito forzoso para gratificar a la tropa que habíapermanecido fiel. Pudo el Libertador en estas circunstancias exigirloúnicamente de los individuos del partido revolucionario liberal, siendo elmal originado por ellos, y sin embargo no lo hizo así, sino que lo impusogeneral sobre todos. De este modo manifestaba, cada vez más, el Liberta-dor su carácter generoso y enteramente ajeno a la venganza 7.

Formóse un tribunal especial y mixto de cuatro jefes militares y decuatro letrados escogidos por su probidad, saber y patriotismo, parajuzgar breve y sumariamente a los conspiradores. Los nombrados fueron:el jefe de estado mayor, general José María Córdova; el comandantegeneral, coronel Joaquín París, los generales Francisco de P. Vélez yJosé M. Ortega. Los letrados fueron: el ministro de la alta corte, doctorFrancisco Pereira; el fiscal de la corte superior, doctor Joaquín Pareja; eldoctor Manuel Alvarez y el doctor José Joaquín Gori.

Los primeros condenados a muerte fueron: Horment, Zuláibar, Silva,Galindo y López, los cuales fueron pasados por las armas el día 30 deseptiembre. Siguieron el general Padilla y eljefe de estado mayor, coronelRamón Guerra, que sufrieron la misma pena el 2 de octubre; Pedro

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Celestino Azuero, Hinestrosa, un sargento y cuatro soldados de artillería,la sufrieron el 14 del mismo mes. No hubo más ejecuciones; los otroscondenados a muerte, entre ellos el general Santander, obtuvieron delLibertador la conmutación del cadalso por penas temporales.

El general Santander, a quien se conmutó la pena de muerte por destie-rro temporal de Colombia, no fue condenado por haber tenido parte en elcrimen del 25 de septiembre, sino como aconsejador y auxiliador de laconspiración. "Esa sentencia es justa, dijo el consejo de ministros alLibertador, por cuanto resulta probado que aquel tuvo conocimiento dela conspiración, que la aprobaba y daba consejos y opiniones sobre ella, yque quiso tuviese su efecto después de su salida de Colombia; mas no tuvoparte en el suceso del 25, y la ejecución de muerte se miraría como injusta,excesivamente severa y tal vez como parcial y vengativa".

Sin embargo, el general Santander representando desde el castilloSan Fernando de Bocachica 8 al Libertador contra la sentencia, comoinjusta, decía: "Mas al lado de este borrón resaltará la página quemenciona la indulgencia con que vuestra excelencia ha reformado lasentencia que llevo refutada, imponiéndome penas menos graves, salván-dome la vida, mis bienes y aun la esperanza de ser útil a mi patria algunaotra vez. Ha sido muy digna de vuestra excelencia esta conducta, porquehabría amancillado la gloria y reputación del Libertador de Colombia 91aejecución de una sentencia mal fundada y verdaderamente injusta. ¿Quéhabría dicho el mundo culto, qué la historia imparcial, si vuestra excelen-cia hubiese mandado llevar a efecto la ejecución de pena de muerte contramí, cuya memoria creo que no es posible sepultar?.. El Libertador deColombia debiera ser en todo superior a los hombres comunes, porque sumisión es mucho más ilustre y mucho más digna del que está llamado aser el benefactor de todo el mundo" "'.

A Luis Vargas Tejada no se le pudo coger; este se escapó por el ladodel norte y se ahogó al atravesar un río. De los individuos apresados, que,aun cuando no resultaron cómplices en el crimen del 25, sí se sabía queeran de los fautores y promovedores de la revolución, algunos fuerondesterrados a diversas partes, fuera y dentro de Colombia, entre ellos losdoctores Vicente y Juan Nepomuceno Azuero, Francisco Soto, LópezAldana, Liévano, etc. Los doctores Vicente Azuero y Soto habían tenidocuidado de estar retirados de la mina al tiempo de prenderla. El primerose hallaba en el Socorro, lugar de su nacimiento, y allí fue reducido a

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prisión, como que se sabía y era público y notorio ser este individuo lasegunda persona del plan revolucionario acordado en Ocaña. Azuerodirigió desde la cárcel del Socorro una representación humillante alLibertador, con fecha 5 de octubre, en que afeaba la conspiración,protestando su inocencia y su resolución de abandonar la política paravivir retirado y solicitaba se le dejase tranquilo, puesto que ningún cargose le podía hacer por la conspiración del 25 de septiembre. Al mismotiempo escribió una carta al secretario de relaciones exteriores, doctorEstanislao Vergara, su amigo y compañero en la dirección de estudios,suplicándole se interesase con el Libertador para que despachase favora-blemente su memorial, asegurándole que tenía tan aborrecida la política,que nunca volvería a injerirse en ella, y agregaba: "Haga, pues, losúltimos esfuerzos en mi favor, firmemente persuadido de que nunca,nunca le haré quedar mal. Yo no quiero ni aun volver a esa ciudad, nipasar a otra provincia, tengo aversión hasta a la abogacía; una reducidahacienda aquí, es todo mi anhelo y sepultarme allí hasta la muerte" 11.

El Libertador era generoso, no conocía el espíritu de venganza; peroconocía mucho a los hombres, y en estas protestas, que parecían tansinceras no vio sino el lenguaje falaz del miedo, y por eso no creyó en ellasy desterró fuera de Colombia al doctor Azuero. Estando en el destierropensó, sin duda, agradar al Libertador para hacérsele favorable y leescribió acompañándole un proyecto de constitución monárquica paraColombia 12.

A Carujo lo había escondido en Santo Domingo el padre fray TomásMora de aquel convento, con motivo de haber tenido íntimas relacionesde amistad, no solo por identidad de opiniones, sino también por habersededicado Carujo al estudio de las matemáticas, de cuya ciencia le dabalecciones dicho padre. Este indicó al general Herrán que Carujo sepresentaría si se le garantizaba la vida. Consultado con el Libertador,autorizó a dicho general para que ofreciera la garantía. Entonces Carujodirigió al Libertador un largo memorial, lleno de filosofías y de historiaromana, de que tenía llena la cabeza y quién sabe si los Brutos y Casios,Scévolas y demás, fueron los que le volvieron al revés el juicio a estecaballero, como al de la Mancha los Roldanes, Amadises y otros. Peroeste Scévola no era de los que se quemaban la mano por haber equivocadoel golpe, sino de íos que se los daban en el pecho disculpándose, y no solo

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pidiendo gracia, sino ensalzando la magnanimidad, la generosidad yotras virtudes del Libertador.

Esto es lo que se ve en la representación que, desde el escondrijodirigió al Libertador, en la cual, disimulando haber sido con su anuenciacomo el padre Mora había ocurrid v donde el general Herrán a ofrecer supresentación, si se le garantizaba la vida, decía: "He entendido, sinembargo, de los enemigos, que vuestra excelencia, encargado del gobier-no, es clemente, generoso y filósofo ... Ahora, señor excelentísimo, ¿nosería natural que en seguida yo me permitiera la libertad de interrogar avuestra excelencia sobre si su clemencia y generosidad filantrópica eranlimitadas, o si eran proporcionales, como deben serlo, a los otros donesde corazón y de alma que el Eterno Ser le concedió para caracterizarle enla escena de la tierra? .. Sólo murieron dos. Vuestra excelencia pudo seraprehendido y no muerto".

Dice que no permita se aumente el número de víctimas, y añade: "Unatal conducta, excelentísimo señor, ha de añadir quilates al conjunto deacciones que señalan la vida de vuestra excelencia", y concluía así: "Diosguarde la interesante vida de vuestra excelencia, que tanto importaconservar para evitar el presente naufragio, que amenaza el aniquila-miento general de la República".

y no parándose en esto, ofrecía espontáneamente hacer revelacionessobre los planes de la revolución. Indultado este hombre de la pena demuerte, publicó su despedida de Bogotá, yen ella dijo a los bogotanos:"Es necesario deciros aquí, en obsequio de la imparcialidad del gobierno,que yo he sido indultado de la pena capital en virtud de una garantía queal intento se expidió, con la condición de que me presentara y descubriese,según ofrecí, el plan y elementos de la conspiración.

"[Bogotanos! Es con el corazón dilacerado, suma pena en el alma yelllanto en los ojos, que me separo de vosotros: nada más puedo deciros. Lamagnanimidad y clemencia del Libertador han confundido tanto miespíritu y mis ideas, y tales son las presentes circunstancias, que ya no mees posible expresarme cual lo haría en época muy diferente".

Oigasele ahora 10que escribía en Venezuela después de dejar el mandoel Libertador:

"El 25 de septiembre, aunque precoz e imprevisto en el proyecto a quecasual y desgraciadamente perteneció, pudo, sin embargo, ser el día enque Colombia reasumiese su libertad y su esplendor, usurpada y ec1ipsa-

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da por el más inicuo de todos los tiranos; y la sola sangre vertida delmalvado, habría prevenido los grandes desastres y ruinosas dilacionesque sufre un pueblo una vez libre, siempre que emplea los métodosordinarios para recobrar la posesión de sus derechos. Pero desgraciada laconspiración por accidentes de sensible recuerdo y cuya mención es talvez inútil, tomé el partido de ocultarme para eludir la venganza deltirano".

Así fue como el Scévola del 25 de septiembre fue a quemarse la mano aVenezuela, después de pedirle gracia al tirano en cambio de descubrir losplanes de sus compañeros, y después de ensalzar la imparcialidad, lamagnanimidad y clemencia de ese que llama el más inicuo de todos lostiranos.

Pero no era esto solo. Carujo se disculpaba en la despedida; y es dignade notarse la disculpa, porque ella da a entender en dónde estaba el centrode las tenebrosas maniobras.

"Bien sé, decía, que varias personas y familias me son deudoras dealgunas lágrimas y males; mas yo espero que ellas me harán justicia. Uncomprometimiento, sí, un comprometimiento sagrado, a que no podíafaltar, por ningún título, es responsable de mi justificación en esta parte".

El lector debe recordar lo que Larrazábal dice en el paralelo que haceentre Bolívar y San Martín, sobre la causa por que este último dejó perderla libertad del Perú, después de haber obtenido tantas ventajas sobre losespañoles; y por qué Bolívar hizo lo que no hizo el otro, habiendo aquelempezado bajo mejores auspicios. Para que el lector no tenga que regis-trar la página 274, tomo 4, repetiremos aquí esa razón de Larrazábal,quien dice: "San Martín, hijo de las logias, al contrario, se ve sujeto, bajola ley de muerte, a una tenebrosa subordinación que al fin le pierde".

El intendente había publicado por bando que todo él que supiera endónde se hallaba oculto algún conspirador y no lo denunciara a laautoridad, sería juzgado como conspirador y sufriría la misma pena queel reo. Pues bien: el padre Mora ofrece que Carujo se presentará si se legarantiza la vida; luego el padre Mora sabe dónde está Carujo y desdeque se presentó al intendente con aquella solicitud, debía, en virtud delbando, apremiarse al padre para que dijera en dónde estaba o podía estarel reo, y caso de no denunciarlo, se le debía haber juzgado y aplicado lapena. Esto era lo que habría hecho, no diremos un tirano, un juezcualquiera en aquel caso. El padre Mora no se habría dejado matar ni

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atormentar por Carujo; lo habría descubierto, y Carujo habría sidofusilado irremisiblemente. ¿Y esto fue lo que se hizo? No: lo que se hizopor el más inicuo de todos los tiranos, fue ofrecerle la garantía quesolicitaba bajo la condición de que descubriese los planes de la revolu-ción, planes que el Scévola habría descubierto, juzgándolo como a Hor-ment y demás. Cuando llegó el caso de que cumpliera lo que ofrecía,empezó a embrollar al juez, sin hacer revelación ninguna. Hubo deconsultarse al gobierno; y el consejo resolvió que habiéndose le acordadoa Carujo la garantía bajo la condición de que revelase los planes revolu-cionarios, si no cumplía con hacerlo, no tenía derecho a la gracia y que sele juzgara como a los demás reos. Cuando esto se le notificó al Scévola,aflojó y dijo algunas cosas generales e insignificantes, que se le admitieroncomo buenas razones, porque ya no se trataba sino de cubrir el expedientepara que el gobierno no apareciese burlado.

Así se abundaba en clemencia y generosidad hacia ese insigne crimi-nal, para que luego, cuando se creyera seguro, levantara la voz paracalificar a su benefactor, al que debía la vida, del más inicuo de todos lostiranos. No parece sino que en Carujo era natural la ferocidad y laingratitud. El coronel Fergusson era su amigo, y por él, pocos días antesdel 25, se le había ascendido a comandante; lo encuentra en la calle y lesaluda dándole un balazo en el corazón.

Carujo estuvo preso en Puerto Cabello hasta el año de 1830, en quehizo una representación al congreso constituyente, digna de sus ideas y desus entrañas, respirando sangre y hiel por todas partes contra el Liberta-dor y en la cual se quejaba de que aún lo tuvieran detenido por haberemprendido una obra santa. El congreso decretó la libertad de Carujo yde todos los demás que se hallaran en su caso. Con tal motivo, nuestroJuan Petit publicó su representación y el decreto, bajo este título:

TRIUNFO DEL PRINCIPIO DEL TlRANICIDI013•

Horrnent, otro hombre feroz y que no lo manifestaba en su semblante,como Carujo, que tenía un aire taciturno y siempre pensativo; Hormentera un hombre fino, muy cortés, delgado, de pequeña estatura, narizón ypicado de viruelas. Hubo muchos fundamentos para juzgarle como sica-rio del gobierno español para matar al Libertador, porque el ministeriode Fernando VII estaba persuadido de que, faltando Bolívar, la recon-

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quista de las colonias de América era fácil. Hacía poco tiempo queHorment estaba en Colombia gozando de todas las garantías concedidasa los extranjeros, ningún motivo de encono tenía contra el Libertador yantes los tenía de gratitud, porque hacía poco tiempo que habiéndosevisto encausado por haber dado una puñalada a Mariano París, en unadisputa que tuvieron en la segunda calle del comercio sobre opiniones, elLibertador, que era amigo de París, se interesó para que se cortara lacausa, y Horment quedó en libertad.

Entre los papeles que se le cogieron se halló una carta escrita por sumadre en Navarrens, en que le decía: "Pero; en fin, es menester sometersea su destino, y yo te empeño a tomar tu partido con valor, cualquiera quesea el aspecto que tomen los asuntos en tu empresa, porque cuando se estáseguro, como tú, de alcanzar un acomodo tranquilo y bastante ventajoso,no se ha perdido toda esperanza".

El general Urdaneta envió a Páez el puñal con que Horment mató alos tres centinelas de palacio, y Páez, convocó una junta, ante la cualexhibió el puñal ensangrentado, pronunciando un discurso famoso, queel congreso constituyente de Venezuela debió mandar recoger y quemarpor mano de verdugo, cuando en 1830 declaró que esos asesinos eranservidores de la libertad.

Por consecuencia también del 25 de septiembre expidió el Libertadorel decreto de 8 de octubre, en que prohibía las logias, a gusto y contenta-miento del pueblo. He aquí este importante acto de alta policía:

Simón Bolívar, Libertador presidente, etc.

Habiendo acreditado la experiencia, tanto en Colombia como enotras naciones, que las sociedades secretas sirven especialmente parapreparar los trastornos políticos, turbando la tranquilidad pública y elorden establecido; que ocultando ellas todas sus operaciones con el velodel misterio, hacen presumir fundamento que no son buenas 14 ni útiles ala sociedad, y por lo mismo excitan sospechas y alarman a todos aquellosque ignoraban los objetos de que se ocupan; oído el dictamen del consejode ministros",

Decreto:Artículo 1º. Se prohíben en Colombia todas las sociedades o confra-

ternidades secretas, sea cual fuere la denominación de cada una.

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Artículo 2º. Los gobernadores de las provincias, por sí y por mediode los jefes políticos de los cantones, disolverán e impedirán las reunionesde las sociedades secretas, averiguando cuidadosamente si existen algu-nas en sus respectivas provincias.

Artículo 3º. Cualquiera que diere o arrendare su casa o local parauna sociedad secreta, incurrirá en la multa de $ 200, Ycada uno de los queconcurran, en la de $100 por la primera y segunda vez; por la tercera vez ydemás será doble la multa; los que no pudieren satisfacer la multa,sufrirán por la primera y segunda vez dos meses de prisión; por la terceray demás será doble la pena.

Parágrafo 1º. Los gobernadores y jefes de policía aplicarán la pena alos contraventores, haciéndolo breve y sumariamente, sin que ningunopueda alegar fuero en contrario.

Parágrafo 2º. Las multas se destinarán para gastos de policía, bajo ladirección de los gobernadores de las provincias.

El ministro secretario de Estado del despacho del interior quedaencargado de la ejecución de este decreto.

Dado en Bogotá, a 8 de noviembre de 1828.Simón Bolívar.

El ministro secretario de Estado del despacho del interior,

José Manuel Restrepo.(Véase el número 9).

Después de este decreto se expidió por el ministerio del interior unacircular, reformando el plan de estudios en la parte que tanto habíaperjudicado, y sobre que estaban cansados de reclamar los padres defamilia, los cabildos, y juntas de provincia sin conseguir nada. Estacircular fue dirigida a los gobernadores, y en ella decía el secretario delinterior, señor José Manuel Restrepo:

Los escandalosos sucesos ocurridos en esta capital a consecuencia dela conspiración del 25 de septiembre último; la parte que tuvieran desgra-ciadamente en ella algunos jóvenes estudiantes de la universidad, y elclamor de muchos honrados padres de familia, que deploran la corrup-ción, ya demasiado notable, de los jóvenes, han persuadido al Libertadorpresidente que sin duda el plan general de estudios tiene defectos esencia-

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les, que exigen pronto remedio para curar de raíz los males que presagiana la patria los vicios e inmoralidad de los jóvenes.

Su excelencia, meditando filosóficamente el plan de estudios, hacreído hallar el origen del mal en las ciencias políticas que se han enseña-do a los estudiantes, al principio de su carrera de facultad mayor, cuandotodavía no tienen el juicio bastante para hacer a los principios las modifi-caciones que exigen las circunstancias peculiares de cada nación 16. El maltambién ha crecido sobremanera por los autores que escogían 17 para elestudio de principios de legislación, como Bentham y otros, que aliado demáximas luminosas, contienen muchas opuestas a la religión y a lamoral." y a la tranquilidad de los pueblos, de lo que ya hemos recibidoprimicias dolorosas.

Añádase a esto que, cuando incautamente se daba a los jóvenes untósigo mortal en aquellos autores 19, el que destruirá su religión y sumoral, de ningún modo se les enseñaban los verdaderos principios de launa y de la otra, para que pudiesen resistir a los ataques de las máximasimpías e irreligiosas que leían a cada paso.

Para evitar estos y otros escollos, el Libertador presidente, con dicta-men de su consejo de ministros y visto el informe de la universidad centralde Bogotá, ha resuelto hacer las siguientes variaciones en el plan deestudios, las que se pondrán inmediatamente en práctica con calidad deprovisorias y mientras que el consejo de Estado propone al gobierno lasreformas permanentes que deban hacerse.

La primera consistía en el sistema que debería observarse en laenseñanza de lengua latina, por su importancia en el estudio de la religióny la literatura. Por la segunda se mandaba que en el segundo año defilosofia se estudiara moral y derecho natural. Por la tercera se suspendíael estudio de legislación universal, derecho público y constitucional. Porla cuarta se debía enseñar el derecho civil yel patrio y el derecho públicoeclesiástico. Por la quinta se disponía la enseñanza de fundamentos dereligión católica e historia eclesiástica. Aquí debemos copiar las palabrasdel gobierno: "Procurando que sea el tiempo bastante para que loscursantes se radiquen en los principios de nuestra santa religión y puedanasí rebatir por una parte los sofismas de los impíos y por otra resistir losestímulos de sus pasiones. Esta cátedra se pagará con lo que se diera alcatedrático de principios de legislación, y se cuidará mucho de escoger lapersona más apta para regentarla, así por sus luces como por su piedad".

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Por la sexta reforma se mandaba estudiar en el quinto y sexto años losprincipios de economía política y derecho de gentes.

Esta circular concluía así: "Por separado propondrá los medios quepudieran emplearse para conservar para la moral y las costumbres de lajuventud y para preservarla del veneno mortal de los libros irreligiosos yobscenos que hacen tanto estrago en su moralidad y conducta".

Consecuente a los principios de tales providencias, el Libertadorexcitó a los obispos para que coadyuvaran por medio de su ministerio yautoridad a fin de fomentar la moralidad de los pueblos. En una cartaparticular escrita al señor Méndez, arzobispo de Caracas, le decía: "Hemandado que se invite a los ilustrísimos arzobispos y obispos de Colom-bia, para que hablen a su clero diocesano con motivo del criminal sucesode la noche del 25; pero quiero dirigirme a usted con particularidad, paraque con mayor instancia exhorte usted a sus ministros a que no cesen en lapredicación de la moral cristiana y de la necesidad del espíritu de paz y deconcordia, para continuar en la vía del orden de la perfección social. Deldesvío de los sanos principios ha provenido el espíritu de vértigo queagita el país; y cuando se enseñan y profesan las máximas del crimen, espreciso que se haga también oír la voz de los pastores que inculque la delrespeto, de la obediencia y la virtud. ¿Cómo nos preservaremos de laanarquía y de las desgracias de la guerra intestina si no calman losespíritus y no se desvanecen los proyectos de la ambición? Hay muchosempeñados en tramar conspiraciones y en destruir la patria; es precisoque haya muchos más dispuestos a sostener el gobierno y salvar elorden, y salvar el poder de las tramas y maquinaciones parricidas ... Metiene usted salvo y bueno, librado como por milagro del puñal asesino, yconsagrando a la patria los días que la Providencia ha querido conser-varme".

Antes de partir el Libertador para el sur, expidió varios decretos yotros actos importantes, tales como el decreto de 12 de noviembre, sobreindulto; el de 24 de diciembre, por el cual convocaba para el2 de enero de1830 el congreso constituyente de Colombia; el de 23 del mismo, queerigía la silla episcopal de Quito en metropolitana, teniendo por sufragá-neas las de Panamá y Cuenca. En los considerandos de este decreto sedecía que siendo estos obispos sufragáneos del arzobispado de Lima, ysiendo Colombia y el Perú dos naciones independientes, no convenía a la

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independencia de Colombia que los obispos colombianos dependieran deun metropolitano extranjero.

Aquí ocurre una reflexión importante. El metropolitano de Limacomo autoridad eclesiástica, como prelado católico, no era extranjero.San Pablo decía a los gálatas, que habiendo abrazado la fe de Jesucristo,ya no eran extranjeros, sino ciudadanos de los santos y domésticos deDios20. En cuanto a ser católicos, somos todos ciudadanos de una mismasoberanía. Pero bien, el arzobispo de Lima dependía, como ciudadano dela República, del gobierno de ella, y Colombia debía tener la influenciaque ese gobierno exigiera sobre el arzobispo; de manera que el Libertadortenía razón en sus considerandos, y seguramente que no se la negaráningún liberal. Pues trasportemos la cuestión a mayor escala y considere-mos al papa, jefe espiritual de todas las naciones católicas, sin estadospropios, sin independencia en lo político, como súbdito de cualquiersoberano. ¿No temerán las naciones católicas la influencia de ese sobera-no extranjero sobre el papa? He aquí tocándose, en un hecho en pequeño,la gran cuestión de los estados temporales del papa; es decir, de laconveniencia que todas las naciones católicas tienen en que el papa seasoberano temporal del Estado en que se halle.

El dicho decreto del Libertador decía:

Simón Bolívar, etc.

Decreto:Artículo Iº. La Iglesia episcopal de Quito queda erigida en

metropolitana.

Artículo 2º. Serán sus sufragáneos los obispos de Cuenca, Panamá yMainas.

Artículo 3º. Inmediatamente se ocurrirá a su santidad solicitando labula de erección del nuevo arzobispado de Quito.

El ministro secretario de Estado del despacho del interior quedaencargado de la ejecución de este decreto.

Dado en Bojacá, a 23 de diciembre de 1828 18ºSimón Bolívar.

El ministro secretario del interior,José M. Restrepo.

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Al pie de este decreto se dice:"El gobierno ha solicitado de su santidad la ra tificación de la erección

del arzobispado, resuelta en el decreto anterior en cumplimiento delartículo 6º de la ley de patronato".

Tampoco se trató de celebrar el concordato con la santa sede bajo elgobierno del Libertador, y siempre siguió el abuso de meter la mano en lascosas del orden eclesiástico sin la autorización competente. La erecciónde obispados y de iglesias metropolitanas es negocio privativo del sumopontífice, y el Libertador no pudo, sin faltar a los cánones, decretar laerección de silla metropolitana en el obispado de Quito sin solicitarlo delpapa. De manera que, conforme a la ley de patronato, la cosa se hacía alrevés -ensillen mientras traen las bestias, como dicen vulgarmente-,erigir el arzobispado y después ocurrir al papa. El Libertador no entendíade cánones; pero parece que estaba dando algunos pasos para la celebra-ción del concordato, según lo hemos visto en su correspondencia privadacon el doctor Vergara, secretario de relaciones exteriores. En el mes deabril le decía desde Bucaramanga: "La carta de su santidad será buenoque ustedes la pongan allá y yo la firmaré acá, pues poco entiendo ellenguaje santísimo. Quizás no tendremos papel en qué hacerlo aquí... "¡La pobreza libertadora! En otra comunicación del mes de mayo lerepetía "Yo insisto en que ustedes me manden de allá la carta para susantidad. No es lo mismo hablar de la religión en general, que dirigirsedirectamente al papa; yo no conozco el lenguaje en que debe hablársele".

Otro de los decretos que dio el Libertador fue el de indulto. Decía:

Simón Bolívar, etc.

Deseando terminar con prontitud el proceso seguido contra los cons-piradores del 25 de septiembre último y tratar a los que se hallanprófugos con toda la benignidad compatible con la seguridad pública,usando de las facultades del poder supremo que ejerzo y conformándomecon el dictamen del consejo de ministros,

Decreto:Artículo 1º. Cualesquiera reos que se hallen prófugos por estar com-

prometidos en la conspiración del 25 de septiembre último, gozarán unindulto de su vida, aun cuando merezcan la pena capital; pero quedarán

493 Conjurados, t. III

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sujetos a las providencias que el gobierno estime convenientes para laseguridad pública.

Artículo 2º. Para gozar de este indulto deberán presentarse a lasautoridades locales dentro de quince días perentorios después que se hayapublicado debidamente.

El ministro secretario del despacho del interior queda encargado de laejecución de este decreto.

Dado en Bogotá, a 12 de noviembre de 1828.Simón Bolívar.

Por su excelencia el Libertador presidente. El secretario de Estado enel despacho del interior,

José M. Restrepo.

El Libertador se había retirado al campo después del 25 de septiem-bre, pasando algunos días en el pueblo de Chía y luego en el de Bojacá,donde permaneció hasta su partida para el sur.

NOTAS

1 Es decir, contra el gobierno constitucional, porque el Libertador estaba encargado delpoder ejecutivo conforme a la constitución.

2. Véase este infame escrito en la Biblioteca Nacional, colección de Pineda, serie 2a.,volumen 20, números 253 y 254.

) Carujo, en el papel que acabamos de citar, pone por compañeros suyos en el asalto delpalacio, los siguientes: "Horment , Zuláibar y Avila, comerciantes; González, Azuero yOspina , profesores; Ortega y Parra, artesanos; Acevedo, agricultor; López, oficial".Debía haberle agregado a la nota: "degradado y echado del servicio por mala conducta".Preguntado este asesino qué objeto tenía la revolución, contestó: "Matar y robar".(Documentos y piezas justificativas para servir a la historia de la revolución del 25 deseptiembre de 1828, tomo Iº).

4. Véase la página 43, tomo 4.

5. Nosotros tomamos estas noticias del documento oficial que se publicó entonces. Véasela Gaceta de Colombia del 28 de septiembre, número 374.

ó. Este monumento permaneció en su lugar hasta el año de 1832, en que vueltos al poderlos del 25 de septiembre, lo hicieron quitar, como era natural, habiendo declarado por undecreto el congreso constituyente de la Nueva Granada, en el que la facción tenía mayoría,que el asesinato no es asesinato, y que los asesinos no son asesinos, idénticamente lomismo que había declarado el congreso de Venezuela a petición del célebre Carujo,apologista de la doctrina del tiranicidio, que sirve para matar a nombre de la libertadcuantos mandatarios no gusten a los demagogos.

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7. En tiempos posteriores, el gobierno de los liberales de Nueva Granada, para contenerlos progresos de los guerrilleros de Guasca, dispuso que los gastos que causaran algobierno se sacasen del bolsillo de los de su partido.

K. El general Santander salió de Bogotá para Cartagena. donde debía ser embarcado paraEuropa, el día 15 de noviembre, acompañado del coronel José M. Briceño, su cuñado, ycustodiado por el comandante Genaro Montebrune. Fue detenido preso en aquel castillopor haber ocurrido a este tiempo el levantamiento de Obando y l.ópez en el sur, el de losCastillos en Venezuela y ser estos movimientos una ramificación de la revolución princi-pal que desde Ocaña encabezaba Santander como jefe del partido llamado liberal.

9 Es decir que el Libertador no había amancillado su gloria y reputación, hasta el 25 deseptiembre: luego era falso que se hubiera erigido en tirano; pues que nada más que estohabría amancillado su gloria y reputación, y entonces, ¿por qué fueron a asesinarlo en lanoche del 25 de septiembre?

111. 13 de diciembre de 1828. Estas piezas se hallan en la Biblioteca Nacional, colección dePineda, serie 2a., volumen 20.

11. Copiado de su autógrafo en la colección de la familia Vergara. Pronto veremos cómocumplió los propósitos del miedo.

12 Véase colección de Pineda, serie 2a., volumen 20, número 266.

1) Decreto. "El congreso constituyente de Venezuela, considerando:

que proclamados de nuevo por Venezuela los principios y restablecida en ella lalibertad, no es justo padezcan en manera alguna los ciudadanos que se han interesado enla consecución de este bien,

Decreta:Artículo Iº. Que todas las personas que se hallen presas o detenidas en el territorio de

Venezuela por los acontecimientos políticos que han tenido lugar en la Nueva Granadadesde que se disolvió la convención de Ocaña hasta el 26 de noviembre último, seanpuestas en libertad.

Artículo 2º. Que todas las personas que, por haber tenido alguna parte en dichosacontecimientos, o por sus opiniones políticas, fueron expulsadas del territorio de Vene-zela, puedan restituirse inmediatamente a él, reintegrándose (tanto a estas como aaquellas) en el goce de todos sus derechos.

Artículo 3º. El poder ejecutivo provisorio del Estado hará cumplir este decreto,publicándose, además, por medio de la imprenta.

Dado en la sala del congreso. Valencia, 25 de junio de 1830. Andrés NarvarteEl secretario, Manuel Muñoz. El secretario, Rafael Acevedo.Por este decreto, el congreso constituyente de Venezuela aprobó ampliamente el asesina-

to intentado contra el Libertador, y los consumados en los coroneles Bolívar, Fergusson ycuatro soldados, y declaró que los asesinatos son acontecimientos políticos. Le faltó alcongreso haber decretado que el puñal de Horrnent, ensangrentado, que se hallaba enValencia, se colocara en una caja de oro, como instrumento empleado en la consecuciónde la libertad.

14 Qui malé agit odit lucem. loan. 3, 20.

15 Todos menos uno (el señor Tanco) eran masones. Pero estos masones eran de otrocuño, y decían primero es la patria que la logia.

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1". En esto no iba muy filosóficamente su excelencia, porque ni el materialismo de Tracyni el sensualismo egoísta de Bentham son susceptibles de modificación. Con esos no haymás que entregarlos al brazo secular de la sobrina, y a carga cerrada al corral con ellos.

17. Por hombres escogidos para que escogieran esos autores.

IK. y no es extraño, porque el mismo Satanás se transfigura en ángel de luz, dice San Pabloen su epístola 2a. a los corintios, capítulo 11, v. 14.

19 No fue incautamente, sino estudiosamente, sabiendo bien lo que se hacía; pues que entanto como se escribió, se predicó y se reclamó contra esas enseñanzas, no se hizo otracosa que calificar de fanáticos y godos, a los que advertían el mal que se estaba haciendo.Testimonio dan de ello las II cartas de un patriota retirado que se publicaron entonces, yen que se hizo un análisis de los depravados principios del Tratado de Legislación deJeremías Bentham (Véase atrás, 127, capítulo 93).

20. Gálatas, capítulos 2, 12 y 19.

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24. La noche de septiembre

Joaquín Tamayo

Este texto de Tamayo corresponde al capítulo onceavo de su obra póstuma Nuestro sigloXIX. La Gran Colombia, y que pretendía ser parte de una obra mayor dedicada a lahistoria de Colombia. Para la presente edición hemos utilizado la publicada por el BancoPopular en su Biblioteca, volumen 78, impresa en 1976 (Nota del editor).

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"Bogotá, 13 de junio de 1828

Excelentísimo señor Libertador.

Mi general:¡Qué difícil es escribir lo que ha pasado hoy viernes! ...Revolución: se juntaron miles de ciudadanos, se empezó por un

discurso del intendente, reducido a que se desconociese la convención y alLibertador se le autorizase; siguió un niño oponiéndose; dijo mil sandecesque el pueblo no pudo sufrir; siguió otro lo mismo y tampoco pudieronaguantarlo. Tomó la palabra Manuel Alvarez y los vivas y aclamacionespasaban del entusiasmo. El canónigo Guerra siguió y como estaba en elmismo sentido fue aplaudido: intentaron varios hablar, pero el públicoquería que no se oyesen, o dijesen más que dos palabras: "Libertador yconvención". El general Córdova les dio gusto; preguntándome mi ma-dre cuál había sido su arenga, le dije: 'que el Libertador mande, y que sedesconozca la facción convencional'. Vivas, músicas, inmensa alegría, esel resultado; jamás se pudo imaginar una revolución más decidida, ni demás buena fe'".

Don Pepe París -autor de esta carta- fue el más desinteresadoamigo de Bolívar. Pasaba por hombre ecuánime; sin embargo, tal era elodio que se profesaban bolivianos y santanderistas, que a juzgar por loque dice, había renunciado a su ponderada tolerancia. Santafereño raizal

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y dadivoso, obsequió a la ciudad, años después, el bronce de Tenerani.Tradicionalista por los cuatro costados desdeñó a Santander y al CÍrculoun poco provinciano que le rodeaba. El señor París con ser tipo deselección, fue muy orgulloso: su carta no excusa la asonada del 13 dejunio, asesinato premeditado de la constitución de Cúcuta.

Al disolverse la convención de Ocaña, sin acordar reforma alguna deorden legal, la carta de 1821 quedó vigente. El gobierno del Libertador enarmonía con su juramento estaba obligado a respetarla y hacerla respe-tar. Todo lo que se diga en contrario, para justificar el desconocimientoflagrante de ella, son argucias sin crédito o razones de política y partido.

El cuartelazo de Bogotá se ejecutó bajo la inmediata dirección delintendente coronel Pedro Alcántara Herrán, en obediencia a un plantrazado de antemano por el consejo de ministros. La participación delgeneral Rafael Urdaneta, secretario de guerra y marina fue notoria. Yala voz de mando sus colegas Vergara, Restrepo y Tanco callaron. Elpueblo azuzado por Herrán exigió a gritos el cambio de régimen legal porla dictadura de los sables. No hubo efusión de sangre: la chicha corrió enabundancia, se dispararon algunos cohetes, las campanas tocaron agloria y los padres de familia, temerosos de perder míseros sueldos, en filacerrada suscribieron el acta. En ella acordaron: desobedecer de una vezpara siempre las disposiciones de la convención; revocar los poderesconferidos a los diputados elegidos por Bogotá; y confiar a Bolívar elmando supremo de la República con plenitud de facultades extraordina-rias. El alto clero cantó Te Deum por el hecho cumplido y las tiendas de lacalle del comercio se cerraron más temprano. Así se hizo una revolución.

En su Historia de Colombia el señor Restrepo disculpa el movimiento."Adóptese -dice- la base de que era útil, conveniente y aun necesariohacer todo lo posible para que la convención de Ocaña no diera constitu-ción alguna"2. Era la misma tesis de Castillo y Rada. Imponer la dictadu-ra militar con el pretexto que el santanderismo en caso de triunfar enOcaña conduciría el país a la anarquía. Revolución por revolución seapresuraron a hacerla los bolivianos, pero desde mediados de junio de1828 -rota la legalidad en Colombia- tan rebeldes eran los aparentesmantenedores del orden establecido, como los gendarmes de Valencia.Tan anómala la posición de los señores ministros como la de aquellosdiputados enemigos de Bolívar, de regreso a sus aldeas y en camino deconspirar. Más todavía: ellos habían jurado defender la constitución.

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Todo sucedió acorde con un plan. La conspiración de septiembre nofue un hecho aislado, producto de la fantasía acalorada de unos mucha-chos, sin nexo alguno con los sucesos inmediatamente anteriores, talcomo han querido decirnos. En absoluto. La conspiración obedeciófatalmente a las medidas adoptadas por el caudillaje en acción. El día enque Castillo y Rada decidió ahogar la convención con argumentos enga-ñosos -8 de mayo- contrajo un terrible compromiso para el porvenir.Necio sería suponer que ignoraba lo que iría a pasar con sus indelicadosprocedimientos. El motín del 13 de junio fue el segundo acto de estesainete, que a poco se convirtió en tragedia. Los decretos dictatoriales deagosto, el tercero. La conspiración, el final. No impunemente el señorCastillo salió de Ocaña: tarde o temprano vino la reacción. Y como en eseminuto de 1828 las armas estaban en poder de los bolivianos más frenéti-cos, los descontentos recurrieron al peor de los remedios: el tiranicidio.

Al choque de violentas arremetidas, cuando la República agonizaba,nacieron los partidos políticos en Colombia: santanderista y boliviano.Ambos a dos conservadores, separados por intereses de personas y brutalantagonismo ideológico. Caudillaje y legalismo fueron sus divisas. Aqueldel Libertador quedó maltrecho al extinguirse esa vida preciosa, razón desu existencia. Unas veces se mostró republicano, otras monárquico, decontinuo sometido al capricho de conductores apasionados, extra-ños a la política, entendida esta como interpretación de ideas. El bolivia-nismo fue producto de ambiciones militares, acción de caudillos venezo-lanos, símbolo de fuerza, mas no logró sobrevivir en la Nueva Granadapor carecer de fundamentos. Los pocos civiles que en él figuraron nosupieron contener sus desmanes ni dominar a sus agentes: atados a la colade los generales hicieron triste papel. El bolivianismo no puede mirarsecomo padre legítimo del partido conservador neogranadino: si acasopadrastro. En su ideología de momento jamás se preocupó del porvenir;no formó escuela ni correspondía a pensamiento elevado. Muerto Bolí-var sus imitadores buscaron ansiosamente abrigo bajo el ala derecha delsantanderismo. Allí lograron una vejez tranquila.

El partido del general Santander se fundó sobre la tradición colonial.Fue legalista en la forma y en el fondo. Su marcha ascendente en lapolítica de la Nueva Granada le obligó a renovarse, a desechar ciertastradiciones, a recibir el aporte fresco de la corriente juvenil, más partida-ria de Francia que de España. Fue entonces cuando se dividió por un

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fenómeno de mecánica política: don Mariano Ospina -por afinidad desentimientos- buscó la amistad de Herrán; Florentino González seacercó a Mosquera. Al desaparecer el general Santander su partidoparecía deshecho: unos fueron a parar al conservatisrno, otros siguieron ala zaga de Obando , no pocos murieron. En 184910s menores de 30 años alamparo de los últimos santanderistas -Florentino González y JoséMaría Plata- formaron el partido radical, inspirado en un programa derenovaciones económicas. Aquello que se estimó perdido en 1840 renacíacon vigor diez años más tarde.

Puede afirmarse que ningún otro como Santander intervino de modotan directo en la creación de los partidos -liberal y conservador- que alo largo del siglo XIX se disputaron agriamente el predominio de lasconciencias colombianas. Discípulos suyos fueron Lino de Pamba yRufino Cuervo, jefes espirituales del conservatismo neogranadino; yFrancisco Soto y Vicente Azuero, precursores del partido liberal.

El 24 de junio de 1828 el Libertador presidente entró en Bogotá. Noimporta que algunos ministros vistieran casaca; instrumentos compla-cientes del militarismo, su presencia sirvió para salvar el aspecto exterior,mas las decisiones de su juicio no se tomaron en cuenta en los negociospúblicos.

No todos los procedimientos de la dictadura pueden atribuirse aBolívar. Por conveniencia o fuerza de las circunstancias aceptó la inter-vención de los más jóvenes caudillos. No de otra manera se explica elpoder singular de estos generales, ignorantes de los asuntos del Estado ycolocados en los empleos de mayor categoría. El Libertador iba a cumplir45 años, edad que en el trópico americano señala el paso de la juventud ala vejez. Ya no era el jefe imponderable, de energía sin límites. Hombrecansado fisiológica y cerebralmente no opuso resistencia. La Sáenz y 20años de trajinar a caballo por los Andes habían destruido su prodigiosavitalidad. Era un anciano prematuro. Como Sansón, sucumbió a loshechizos de una cortesana, pero no hubo en él-a diferencia del persona-je judío- ese renuevo fugaz de voluntad antes de morir. Indolente dejóobrar a los favoritos, como si la acción supusiera esfuerzo doloroso,como si paralizado por hondo escepticismo todo le fuera igual. Estabaembrujado.

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Peru de Lacroix le conoció de cerca en Bucaramanga. En su Diariodice: "Cumplirá 45 años el 24 de julio; representa, sin embargo, 50. Suestatura es mediana, el cuerpo delgado y flaco, los brazos, los muslos y laspiernas descarnados. La frente grande, despejada, cilíndrica y surcada dearrugas hondas. El pelo crespo, erizado, abundante y canoso. Los ojos,que han perdido el brillo de la juventud, conservan la viveza de su genio:son profundos, ni pequeños ni grandes; las cejas espesas, separadas, pocoarqueadas y más canosas que el pelo ... El rostro es moreno y tostado, y seoscurece más con el mal humor; entonces el semblante cambia, lasarrugas de la frente y de las sienes se tornan más profundas, los ojos seachican, el labio inferior se pronuncia más y la boca es fea; en fin, apareceuna fisonomía diferente, un rostro ceñudo que manifiesta pesadumbre,pensamientos tristes e ideas sombrías" 3.

Este es el retrato de un hombre que ha sufrido y está enfermo. Que haperdido al contacto de la vida las esperanzas de su mejor edad, reserván-dose sus pasiones. Sus contemporáneos le pintaron con realismo veraz.Abatido e inmóvil, adusto en cuanto a transigir con opinión adversa,duro en la mirada, mandatario que se juzgó a sí mismo imprescindible. Ysoportó golpe tras golpe la ruina de sus ilusiones. En la quinta que hoylleva su nombre -al pie de Monserrate-, cerca de los pinos que aúnguardan su imagen, el Libertador, antaño feliz, buscó silencio y reposo.Era muy desdichado.

Sus primeros decretos dictatoriales no causaron graves trastornos.Todavía más: algunos fueron provechosos, oportunos, como suele suce-der en la luna de miel de las dictaduras. Al pronunciarse Bogotá en contrade la constitución de 1821 las aldeas y villas de la Nueva Granadasiguieron el ejemplo. En el Socorro, Tunja, Cartagena, Medellín, Pam-plona y Neiva hubo pequeñas revoluciones, hechura de los sargentos deguarnición asesorados al redactar las actas por el alcalde, el cura y losvecinos ricos. En Venezuela la legalidad se desconoció a toque de corneta;en Quito con fiestas de acción de gracias al Todopoderoso.

Aliados los coroneles, el alto clero y los caciques se apresuraron aofrecer a la dictadura los elementos vitales de triunfo: el dinero, las armasy la bendición de los párrocos. Así el gobierno de la capital en los meses dejulio y agosto de 1828 pudo hacer frente a la ruina fiscal y aplastar losensayos de rebeldía. Pero su suerte estaba ligada al caos económicocolombiano; el régimen encerrado en un círculo vicioso aumentó los

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gastos militares para afianzar su poderío en detrimento de otras necesida-des. La República se transformó en un inmenso y costoso cuartel: sudestino y la seguridad misma del Libertador quedaron atados al querer de40.000 hombres con sable y fusil. Por una extraña paradoja, al destrozaral partido santanderista y herir a su jefe, Bolívar perdió su independenciade mando. A partir de esa época se le ve sometido a los íntimos colabora-dores: tuvo que satisfacer exigencias cada día más atrevidas y por últimocayó vencido. Había creado algo tan mostruoso , que escapándose de susmanos le devoró a su vez.

Nada más humillante que la posición política a que se condenó alvicepresidente Santander. Antes de llegar a Bogotá -de regreso deOcaña- su caída estaba decidida. Y para anular su influencia los bolivia-nos echaron mano de recursos indecentes.

El Libertador dio por hecho que Santander era su enemigo declarado ysin indagar la veracidad de las acusaciones que partían de su grupo encontra del neogranadino, en carta a Páez le hizo esta confidencia:

"La causa del general Padilla se sigue con todo rigor y justicia y muypronto estará en estado de sentencia. El fiscal ha pedido ya el arresto delgeneral Santander, que se halla complicado en esta conspiración y que,como siempre hemos creído, ha sido un promotor corrompiendo a Padi-lla; pero como aún no ha regresado de su comitiva, goza de la inmunidadcorrespondiente a ella. Mas tan luego como venga, o antes si las circuns-tancias lo exigen, se cumplirá lo que el fiscal pide y lo que la vindictaclama para su reposo. Por mi parte bien resuelto estoy a llenar la senten-cia de los tribunales':",

Se ve aquí con anticipación de meses a la conspiración de septiembre,el propósito declarado de condenar a Santander. Primero el Libertador lesacó a empellones del palacio de San Carlos y en su lugar puso a Urdanetacomo ministro de guerra y presidente del consejo. Luego sin fundamentoalguno le atribuían la dirección de la asonada de Cartagena de la cual elúnico responsable fue Padilla: de grado o por fuerza la dictadura buscómotivo para satisfacer rencores pasados y despejar de su camino todoconato de resistencia.

Como fue imposible complicar a Santander en los sucesos de Cartage-na, le ofrecieron la legación de Colombia en Washington, a fin de acabarcon él y quitarle de en medio. El nombramiento, no confirmado de modooficial, lo aceptó en principio y sin apresurarse preparó el viaje, cuando de

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repente se le notificó que la vicepresidencia de la República, la que ejercíapor nombramiento del congreso, se había abolido por decisión ina pelablede Bolívar.

Las dictaduras como los vicios jamás se satisfacen. La razón de lafuerza se constituyó en imperio del país: el régimen boliviano pedía y pedíadecretos para calmar su pasión de mandar. Entonces los del círculosantanderista presenciaron cómo una soldadesca inmoral satisfacía susapetitos; cómo unos coroneles mercenarios se enriquecían a diestra ysiniestra; cómo O'Leary, Wilson, Crofton, Fergusson y Whittle corteja-ban a la Sáenz a cambio de mercedes y prebendas. Los neogranadinospagaban los impuestos.

Una noche de 1860 en la campaña del Estado de Santander donMariano Ospina Rodríguez, presidente de la confederación granadina, alescuchar en boca de sus generales la apología de la dictadura boliviana,no pudo contener su indignación y encarándose con ellos exclamó:

"[Ca ... ! [Cómo se ve que no sufrieron ustedes los desmanes, insultos yatropellos de la dictadura y su soldadesca, insolente y mercenaria, en esosterribles días del dominio brutal de la fuerza armada, en que la existenciade todo hombre independiente corría un cúmulo de incertidumbres ypeligros ... Ni han tenido que sufrir que una barragana, como la quedominaba en palacio, insulte, humille y se burle de sus madres, de susesposas y de sus hijas!">,

Fue el 27 de agosto de 1828 cuando el Libertador en decreto de estilomilitar impuso a Colombia su voluntad sin límites. Todo el gobiernoquedó a su orden. Suprimió la vicepresidencia de la República; creó unconsejo de ministros y un consejo de Estado, entidades irresponsables aguisa de cuerpos consultivos; suprimió las garantías individuales; designóa Castillo y Rada presidente del gabinete con $6.000 de sueldo anual yrestableció en todo su vigor las antiguas ordenanzas españolas sobre elfuero de los militares. En definitiva quiso y logró regresar al pasado másabsolutista, gozando de las preeminencias reservadas al monarca deCastilla en su trato con los fieles vasallos de las Indias.

La conspiración de septiembre fue gesto trágico de una época som-bría, apasionada y apasionante. Fue un crimen político, definido, clásicoen su ejecución y como tal es preciso juzgarlo: infame por la tentativa deasesinar al padre de la patria; nefasto de haberse cumplido, por los malesque habrían asolado al país de modo irremediable. El atrevimiento de

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esos jóvenes de 20 años aún pone pavor en el alma: cuando todos ellosprendidos a las faldas maternas balbuceaban el nombre de España,Bolívar había jurado la independencia de América. Atenuar la responsa-bilidad de los conjurados sería inicuo, pero fue tan intensa la exaltaciónde la hora, que en esos corazones juveniles prendió la llama de ladesesperación.

El atentado puso en juego los resortes más secretos de la pasiónhumana. El odio y el amor chocaron en la alcoba de Manuelita Sáenz; latemeridad y la fidelidad. A través de su curso accidentado no hubo unrasgo que no fuera de varones listos a morir; allí hubo audacia, perfidia deuna y otra parte, coraje, astucia en los vencidos, crueldad repugnante enlos vencedores. Nunca una tentativa de asesinato político se realizó tan decarrera, tan confiada en su buena estrella, tan sin mirar adelante y medirsus resultados. A un grupo de muchachos en trance de furor demagógicose unió con fines rastreros, a sangre fría, con caracteres precisos detraición, la peor chusma de los cuarteles bogotanos. Así se logró reunir aun miserable como Pedro Carujo con un idealista del estilo de VargasTejada, incapaz de matar a una rata y sin embargo intoxicado hasta lademencia por el ejemplo de Carlota Corday.

¿Qué se proponían los conspiradores? Don Florentino Gonzálezentrado en la vejez confiesa su intención: "Habíamos llegado a un punto-dice en sus Memorias- de donde no podíamos retroceder sin perder-nos y perder con nosotros la causa de la libertad de nuestro país. Resolvi-mos, pues, arrostrar todos los peligros, tomar a viva fuerza los cuartelesde Vargas y granaderos y el palacio del dictador; y apoderarnos de lapersona de este, vivo o muerto, según fuese posible, en medio de la lid enque íbamos a entrar. Ya no podíamos lisonjeamos de triunfar sino con laimpresión de terror que causase en nuestros contrarios la noticia de lamuerte de Bolívar" 6.

Estos conjurados de 20 años, Vargas Tejada, González, Zuláibar,Ospina Rodríguez, Pedro Celestino Azuero, querían salvar la causa de lalibertad seducidos por la leyenda famosa de los idus de marzo. Pretendíanllevar a escena el drama sangriento de César, no en el tablado del coliseo:en el palacio de San Carlos. Pero no consideraron que el resultadoinmediato de su acción criminal habría sido la guerra civil. Páez enVenezuela, Urdaneta en Cundinamarca, Montilla en Cartagena, Córdo-va en Antioquia, Flores en el Ecuador y Mosquera en Popayán habrían

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salido al encuentro de los conspiradores. Bolívar era el símbolo, el milita-rismo en realidad eran ellos. Los caudillos dominadores de la vasta tierra.

Supongamos que Santander -como hombre fuerte de la NuevaGranada y quizá en condición de hacer frente a la anarquía delmomento- se hubiera encargado del poder y de ese gobierno de facto,establecido en un asesinato. Para domar el caudillaje venezolano habríatenido que llamar en su auxilio a los caudillos neogranadinos, halagarlescon promesas y recompensas y seguir los azares de una guerra costosa yprolongada. Castigar a Urdaneta por medio de Córdova: a Montílla conapoyo de Padilla; a Flores con ayuda de Obando. ¿Y después?

Era ingenuidad creer que Carujo o el comandante Silva o el coronelGuerra -participantes del complot- obraban en favor de la constitu-ción de Cúcuta, cuando se traslucía a leguas en Carujo y en Silva el deseodescarado de alzarse con el mando e imponer su capricho. En cuanto aGuerra su conducta posterior demostró a las claras que jugaba a doscartas. Era pueril pensar que el régimen legal se restablecería con esoshombres manchados con la sangre de Bolívar; era aventura demasiadopeligrosa confiar que las guarniciones repartidas en el territorio neogra-nadino aceptaran sin resistencia el hecho consumado, pero más todavía,esperar que soldados de la categoría de Urda neta -capaces de todo-, auna indicación de los conjurados, mansamente entregaran sus espadas.

El golpe del 25 de septiembre se inspiró en la enseñanza teórica delsiglo XVIII, mas en su ejecución predominaron factores de otro orden.La idea inicial de suprimir al tirano es muy de los enciclopedistas france-ses: los hechos de aquella noche revelan la influencia romántica del nuevosiglo. El tiranicidio como instrumento político corresponde a mentalida-des fuertes, cínicas, curtidas por el desencanto. Los conspiradores -conuna o dos excepciones- eran la negación de ello. Eran discípulos incons-cientes de Chateaubriand, de Rousseau en último término. Eran románti-cos en una palabra. Por eso fracasaron. Tomaron parte en la conspiraciónsin medir los riesgos, sin esquivar el cuerpo -matiz muy significativo-animados por la llama del fanatismo, con desprecio de la vida, sinvacilación posible acerca de los siniestros planes concebidos. Los perso-najes del siglo XVIII jamás entraron en una conspiración sin tener antesla espalda cubierta. Eran demasiado calculadores. La luna, los puñales, elataque a los cuarteles son los aditamentos sentimentales: el pensamientodirector fue de otra época.

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Santander como tipo cerebral que era jamás obró al calor de impulsosrepentinos. Resentido como estaba por el trato indigno que adoptó elLibertador para con él a partir de la convención de Ocaña, enfurecido porla conducta atrabiliaria del régimen dictatorial al arrojarle de la vicepresi-dencia, como se lanza a un mendigo a la mitad de la calle, deliberadamen-te permaneció al margen del atentado. Al proceder así obedeció a sutemperamento. Cuando supo por confidencia de Florentino GonzáJez loque se proponían esos muchachos impulsivos manifestó su opinión ad-versa. No entró en detalles personales, contrarios a su modo de serretraído. Frío en política, su interés en aquel instante le llamaba del ladode los conjurados, pero no se decidió por ellos. Tampoco cometió lacobardía de traicionar su confianza e ir a palacio con el soplo. Se hizo delado, y al presentarse la ocasión probó ser caballero.

Días antes del 25 de septiembre en un baile de máscaras celebrado enel coliseo salvó a Bolívar de peligrosa asechanza: luego fue más lejos. Conindomable energía se impuso a Carujo en el pueblo de Soacha, evitandoque el venezolano apuñalara al Libertador. El Hombre de las Leyes nofue el facineroso que el señor Groot pretende en su cronicón historial.Siempre obró de modo consecuente. Caído y perseguido, no hizo méritoen el proceso que le siguió Urdaneta con intención declarada de conducir-le al cadalso, de haber preservado dos veces la existencia de Bolívar. En1830, cuando la dictadura ya en pedazos era odiada por sus miembrosautores, cuando Castillo, Vergara y el mismo Urdaneta con pérfidaingratitud pasaban al campo enemigo, el ex vicepresidente desde Europaen memorial al congreso admirable, por primera vez habló de su con-ducta en los días de septiembre.

"Júzguese como se quiera al general Bolívar-deCÍa- y repruébese sinmisericordia su conducta política, yo jamás convendré en que el asesinatode un hombre sea acción patriótica, ni que la muerte del que ha servidocon gloria a la causa de la independencia fuese meritoria ni justificabledelante de la moral pública. Yo salvé entonces al general Bolívar de serapuñalado en Soacha, por un principio de honor y moralidad".

En el desvanecimiento de su carrera política Bolívar no pudo ocultarel fuego de su carácter mal reprimido. En la noche de septiembre, domi-nado por inmensa amargura, se dejó llevar por las voces de venganza quele saludaron al reaparecer en el palacio de San Carlos. Héroe, también fuehombre. Presentarle en esa hora inmune a la pasión de mandar, atento al

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JUICIO de la posteridad, con ademán estatuario, es un contrasentido.Recogido sobre sí mismo, lívido, demacrado por el miedo anterior, alpasar el riesgo de muerte se desbordó en nerviosa excitación. La Sáenz y elgeneral Urdaneta con argumentos sutiles abrieron a sus ojos un panora-ma de miserias: conducido de la mano hirió a los autores del crimen.Castigó con puño de hierro.

El Libertador al defender su título de árbitro supremo procedióacorde con diez generaciones de abuelos españoles. Estaba predestinadopara ser el dominador. Investido de un poder casi infinito, dictatorial enel peor sentido del vocablo, se deshizo en coléricas exclamaciones, reacioa comprender el pensamiento de los otros, sometido a su genialidadexigente. Los puñales no dejaron en su cuerpo herida ni rasguño, peroaniquilaron su espíritu. Sus parciales le apresaron, le engañaron conmentirosas protestas de fidelidad. La dictadura continuó, pero ya no erasuya: era la irresponsable y frenética de una camarilla. Bolívar en el ocasoquedó con el recuerdo de la tragedia y en compañía de Manuelita Sáenz.

Todo en esta mujer fue contradictorio. Su origen, su matrimonio, suamor. Mujer de pasiones, en su particular belleza fue creada para elplacer. Hizo historia a su modo: en la alcoba y en el consejo de ministros.Su atractivo físico, con ser muy grande, fue inferior al talento, en ellainsuperable. Dos y tres veces se encontró perdida y en trance de humilla-ciones sin nombre: salió del aprieto con rara agilidad. Era inteligente. ElLibertador la llamó La amable loca. pero su locura fue ocasional. Porencima de sus flaquezas demostró ser intrigante y previsora. La amóBolívar con el ardor de su sensualidad probada desde Caracas hasta elPotosí: fue el amor de su vida, la hembra fatal de sus 45 años. Como todaslas favoritas de los grandes, la Sáenz tenía mucho de artificial y cortesano.En la quinta de Portocarrero fue la esposa irregular y en San Carlos laLibertadora.

Al leer hoy esos procesos amarillentos de la conspiración de septiem-bre aparece el general Rafael Urdaneta como hombre siniestro y validoafortunado. Protegido en su calidad de juez no pensó sino en tomar undesquite: en abrirse paso hacia arriba sin vacilar acerca de la verdad o lamentira.

La charlatanería de un ebrio perdió a los conspiradores. El jueves 25de septiembre de 1828, pasadas las doce se presentó en el cuartel deartillería el capitán Benedicto Triana, dando tumbos y gritos de borra-

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cho. Llamó al teniente Francisco Salazar y con esa minuciosidad propiade los que están embriagados refirió en tono incoherente lo que sabíallevaban en secreto algunos jefes del ejército. El otro, muy astuto, le diocuerda y al salir a la luz el complot, ni tonto ni perezoso le dejó encerradobajo llave. Triana quedó dormido: de allí al hecho solo mediaron diezhoras.

Aquellos que estaban en la conjuración habían decidido de maneravaga asaltar el palacio de San Carlos el 28 de octubre, onomástico deBolívar; mas no pasaban de conjeturas los detalles principales. Al cono-cer por informe de su cómplice el coronel Ramón Guerra la imprudentepalabrería de Triana, se alarmaron lo indecible. La vida de muchos deellos dependía de las declaraciones que el borracho hiciera y entre morircomo ratones en trampa o salir con las suyas, sin meditar, aterrados,aceptaron la violencia en el término del día. Al coronel Guerra, jefe delestado mayor, metido en la conspiración hasta el cuello le entró miedo yechó atrás, perdiéndose a sí mismo y de paso a los otros. Acogió el planimprovisado por Vargas Tejada y lo que se veía llegar, la muerte delLibertador, pero en la noche fue a casa del ministro Castillo y Rada endonde pasó el rato en un juego de tresillo y en aprender de memoria losinformes de una coartada. Y aquí surge Carujo, conductor del movimien-to, el más temerario y bellaco de los conjurados. Sobrino de Anzoátegui,venezolano pero hijo de español, realista pasado a las filas republicanasdespués de Carabobo. "Hombre de poco más de cinco pies, originalmen-te rubio, pero de una tez marchita y como de 27 a 28 años" 1 según lafiliación que se transmitió a los agentes de la dictadura a fin de apresarle.

Tan pronto el coronel Guerra puso en asecho a Carujo sobre lasocurrencias del cuartel de artillería, este se reunió a Vargas Tejada y decomún acuerdo con gran sigilo tramaron caer en la noche sobre elLibertador, apoderarse de los ministros y el gobierno. Primero que todopusieron en armas el batallón de artilleros y sin descanso buscaron a losmás resueltos: el francés Agustín Horrnent , y el antioqueño don Wences-lao Zuláibar, el teniente Ignacio López, alias Lopotez y el capitán Rude-sindo Silva. A la vez se llamó a Pedro Celestino Azuero, a los capitanesEmigdio Briceño y Rafael Mendoza participándoles la cita convenida encasa de Vargas Tejada, en el barrio de Santa Bárbara. Nada se olvidó enesas diligencias; sin embargo, nada se dijo sobre el día siguiente. El medioespiritual, la edad de los conspiradores, la angustia previa dieron al

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drama un desarrollo novelesco que se tornó trágico al compás de loenfático y solemne.

En la fonda de los paisas, bodegón con aires de club jacobino situadoa inmediaciones de la calle real, cenaron de prisa el comandante Carujo,Florentino González y Mariano Ospina, los comerciantes Horment yZuláibar, Lopotez y quizás otros. Muy cerca del lugar rondaba frayTomás Sánchez Mora de la orden dominicana, amigo de ellos e íntimo deCarujo. A eso de las siete de la noche desfilaron: congregados 30 o más encasa de Vargas Tejada, luego de hablar a gritos a las II y media salieron.Había luna y silencio.

Los conspiradores en el puente de San Agustín, divididos en tresgrupos de asalto, se lanzaron de lleno a cumplir su misión. El grupodirigido hacia el palacio iba al mando de Carujo con 20 artilleros yreforzado por Horment, a cuyas órdenes obedecían González, Azuero,Ospina Rodríguez, Zuláibar y unos cuantos artesanos anónimos. En SanCarlos hacía la guardia una escolta de granaderos montados al mando delcapitán José Martínez. El segundo grupo compuesto por los capitanesSilva, Briceño, Mendoza y una compañía de artilleros se propuso reducir ala impotencia al batallón Vargas, cuerpo muy partidario de Bolívar. Eltercero de esos grupos dirigido por el subteniente Alqueciras, venezolanocomo gran parte de los dirigentes militares del complot, constituía lareserva con instrucción de acudir sin demora al sitio de mayor peligro.

Las peripecias de la conspiración denotan notorio a turdimiento en loscabecillas. Matar por matar fue su designio: no hubo lógica entre lo que seproponían ejecutar con fines políticos y sus procedimientos de últimahora. Instintivamente los conjurados se formaron según su categoríamilitar o civil.

Los neogranadinos eran estudiantes al estilo de Ezequiel Rojas oPedro Celestino Azuero y su participación tuvo más de un rasgo quijotes-co. Los franceses cerraron a su lado y todos a una obedecieron a Carujo.Los de Venezuela, gente de tropa, por impulso irrefrenable marcharon alos cuarteles en donde esperaban vencer sin dificultad. Vargas Tejada,director supremo, desempeñó un papel mediocre, encargándose de apre-sar al coronel Whittle, jefe del Vargas; y como no le hallara en su casa,regresó a la suya muy tranquilo a tiempo que sus amigos jugaban elpellejo. Su compañero don Ezequiel Rojas declaró en diligencia posteriorque no pudo hacer nada contra Whittle por carecer de un arma. Todo salió

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al aire. Y don Mariano Ospina en camino del palacio preguntó a suscolegas cómo se manejaba el enorme cuchillo que le dieron: "Si una vez enel estómago se empujaba de para arriba o de para abajo". Estos detallesen su mínima importancia nos revelan la impreparación absoluta de losconspiradores: muy decididos como Vargas Tejada en la hora de losdiscursos y flojos en el peligro; muy inconscientes en última instancia.

Del segundo grupo se destacó el capitán Briceño con un piquete desoldados para asaltar la prisión en que se hallaba el almirante Padilla,prevenirle del levantamiento y obligarle a ser el caudillo del golpe militar.Una conspiración en que sus directores se quedan en la casa o juegantresillo para desechar sospechas, en que los ayudantes preguntan cómo semaneja un cuchillo en lance de muerte y necesitan sacar a viva fuerza de lacárcel quién dirija sus pasos, es un acto de irresponsables. Fue una grancalaverada.

Carujo y Horment sorprendieron al centinela de guardia en la puertaexterior del palacio, hiriéndole y desarmándole. Animados sus compañe-ros cayeron sobre los granaderos, los cuales, sin trabajo, cedieron el sitioa los de artillería. El hecho de ser los centinelas de San Carlos soldadoschilenos y peruanos, su jefe un venezolano, subalterno de un coronelirlandés, señala la desconfianza que traía el Libertador acerca de la tropay oficiales neogranadinos. Al estruendo del choque ya los vivas impru-dentes que pronunciaron Azuero y Zuláibar, se despertaron los galgosque tenía la Sáenz y se dieron a ladrar. La conspiración estaba descu-bierta.

Horment subió a grandes saltos la escalera seguido de los otros,alumbrados por la luz mortecina de un farol que hallaron a mano. Frentea la puerta que daba acceso a la alcoba de Bolívar, mal repuestos de laintensa emoción que agitaba sus nervios, pararon sin saber adonde ir.Salió a su encuentro el teniente Andrés Ibarra , armado de sable. A suspreguntas un tiro a quemarropa le destrozó el brazo derecho. EntoncesManuelita Sáenz salvó al padre de la patria.

Muchos años después esta mujer valiente refería a O'Leary las peripe-cias del drama. En su relato tardío, preciso, fijó en accidentada forma elgenio vivo del Libertador como también su personal sangre fría al impe-dir el holocausto de esa vida. Ella calzó con honda devoción al amado,abrió la ventana, le ayudó a descender a la calle murmurando a su oído laruta salvadora. Y luego, sin aparentar susto o sorpresa por lo inconcebi-

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ble, bella, desafiadora, fue hacia los conjurados, burlándose de su torpe-za, dando tiempo al tiempo, segura de sí misma, pues había ganado lapresa codiciada.

"Desperté al Libertador y lo primero que hizo fue tomar su espada yuna pistola y tratar de abrir la puerta; lo contuve y lo hice vestir. Me dijo:'¡Bravo!, vaya pues, ya estoy vestido, ¿y ahora qué hacemos? ¿Hacernosfuertes?'. Volvió a querer abrir la puerta y lo detuve. Entonces me ocurriólo que le había oído al mismo general un día. '¿Usted no dijo a Pepe Parísque esta ventana era muy buena para un lance de estos?'. 'Dices bien', medijo, y fue a la ventana; yo impedí el que se botase porque pasaban gentes,pero lo verificó cuando no hubo gente y porque ya estaban forzando lapuerta.

"Entraron con puñal en mano y con un cuero guarnecido de pistolasal pecho, puñal traían todos, pistolas también; pero más creo que teníanZuláibar y Horment; estos señores no entraron tan serenos, pues norepararon ni en una pistola que yo puse sobre una cómoda ni en la espadaque estaba arrimada, y, además en el sofá del cuarto había una fuerza depliegos cerrados y no los vieron; cuando se fueron los escondí debajo dela estera.

"Desde que me vieron me agarraron y me preguntaron: '¿Dónde estáBolívar?'. Les dije que en el consejo, que fue lo primero que se me ocurrió;registraron la primera pieza con tenacidad, pasaron a la segunda y viendola ventana abierta exclamaron: 'Huyó, ¡se ha salvado!' "9.

Fue el minuto de suprema decepción. Los conspiradores fallaron elgolpe por el coraje de esta mujer, a quien Lopotez pretendió ultrajar y lohubiera conseguido de no salir en su defensa Horment. Estaban perdidos,definitivamente perdidos; el pellejo propio andaba en juego y al presentirel desastre que caía sobre ellos dejaron el palacio de San Carlos con gestosombrío. En la calle, ya revuelta para cubrir las apariencias, a unagritaron "{Murió el tirano!", pero su grito no engañó a nadie. Carujo viovenir hacia él al coronel Fergusson, armado de pistolas. No vaciló: "¿Quépasa Carujo?", le preguntó el irlandés. El otro le tendió de un balazo en lafrente. Y abrió carrera en dirección a San Agustín.

El segundo grupo a órdenes del comandante Silva se perdió también.En vano los artilleros trataron de forzar la entrada del cuartel Vargas.Apuntaron un cañón a la puerta y el fuego de fusilería comenzó de amboslados. Silva abandonó a su tropa y con las descargas que hicieron los

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asaltantes y sitiados, la ciudad entera se despertó. El capitán EmigdioBriceño y el teniente Galindo escalaron la casa en que estaba presoPadilla; la sorpresa del negro fue enorme al encontrarse casi en cueros enla calle, con una pistola en la mano y jefe de una revuelta que desconoCÍa.Aquel hombre valeroso en pasadas ocasiones, se acobardó negándose deplano a encauzar el ataque a los cuarteles. Como viera a su carcelero, elcoronel José Bolívar, perseguido por Briceño, le salvó la vida. Mas nopudo evitar -al regresar a la cárcel- que el capitán argentino PedroGutiérrez le asesinara. En esa hora Carujo con un piquete de artillerosseguido de Horment y Zuláibar se retiró frente a los escuadrones delVargas y granaderos que le perseguían. Pasó muy cerca del generalCórdova y el venezolano con increíble audacia a la pregunta del antioque-ño por qué andaba armado y con escolta, se fingió perseguido de losrevoltosos. Al llegar a la Alameda los artilleros y Carujo se dispersaronpor en medio de los predios vecinos. Cuando Córdova supo el engaño elpájaro había volado.

El Libertador al salir del palacio subió por la calle del coliseo trope-zando en la primera esquina con su ordenanza. Los dos continuaron lahuida por la carrera transversal hasta el puente del Carmen, sobre el ríoSan Agustín. Lejos se oían los disparos y el ir y venir de los pelotonesenemigos, cuando por aquel lugar avanzaron combatiendo algunos sol-dados del grupo de artillería. El sirviente se deslizó por la hondonada queallí forman las aguas y prestó ayuda a su amo para que bajo el puente seocultara. En ese refugio húmedo, sórdido, cual si se tratara de un malhe-chor en incómodo escondite, Bolívar permaneció varias horas hasta quelos vivas que a voz en cuello daban los del batallón Vargas le hicieronsaber el éxito de los suyos. Aterido y a medio vestir, en situación ridículasi no fuera precaria, se presentó a los soldados fieles a su causa y se hizoreconocer. Luego se encaminó al cuartel de San Agustín y a caballo a laplaza mayor rodeado de algunos capitanes. En ella los generales Urdane-ta y Córdova con la tropa de guarnición le presentaron armas yen tornosuyo fue un rápido movimiento de abrazos: Santander, Herrán, París,Ortega dichosos al verle con vida.

Con el alba fría del 26 de septiembre Bolívar llegó a sus habitaciones yencarándose a Manuelita le dijo: "Tú eres la libertadora del Libertador".Entonces se presentó don Tomás Barriga listo a pronunciar un discursozalamero y lo envió al diablo. Quiso dormir pero no pudo. Sobreponién-

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dose a la fatiga y a la cólera, deseaba meditar acerca de lo que habíaocurrido en esa noche. En tal alternativa amaneció.

El Libertador había dado a Colombia su grandeza de espíritu, subor-dinando a un propósito final los elementos contrarios. Su vocaciónheroica le condujo a través de graves y frecuentes vicisitudes, sin desma-yar su empeño de vencer. Derrotó a los españoles enemigos de Américacon hambre de aventura y firmeza; trajo la idea revolucionaria a pueblosdormidos, apegados a la vieja tradición colonial; regresó del Perú engaña-do acerca de los sistemas de gobierno propios a su patria, con ánimo dereducir la anarquía y hacer la paz a su amaño.

Pronto la embriaguez del triunfo y mentirosas invocaciones de losgenerales a su servicio doblegaron su vigorosa energía de juventud,condenándole a hombre de partido. Se dejó caer por la pendiente queotros abrieron a sus pies con intención aviesa; fue el vengador empujadopor el despecho, por el deseo de preservar la quimera de Colombia.También por la ruina de su organismo, por el desencanto que en malahora le acongojó, cuando más necesario era lucir en rededor suyo indo-mable valentía. Abstraído en sus sueños a poco se persuadió que ladictadura de su nombre era símbolo de muerte, pero sin fuerza paradesandar lo andado, despreció con amargura las escenas de sangre ejecu-tadas en honor suyo y beneficio de sus herederos. En el camino delsepulcro el destino le hizo comprender con aguda ironía, cuán lejos lehabían llevado sus malévolos consejeros. Ya era tarde.

Sus enemigos recogieron esos errores con feroz algarabía. Se le dijousurpador cuando su autoridad maltratada por los mismos que antes leensalzaron, era sombra de lo que había sido. No se perdonó su inclinacióna lo magnífico, ni su voluntad creadora, ni su curiosidad por aquellosideales que hicieron de su existencia algo más noble que las torpesacusaciones recibidas. Confundida su acción de poder con los arrebatosde los auxiliares soportó impaciente la tormenta. Para alcanzar la unidadde Colombia había asumido con decisión todas las responsabilidades,mas el golpe de septiembre fue tan brusco y le hirió tan hondo, quedesmayó su empuje en lenta agonía. Hastiado de su mundo maldijo a susperseguidores, apartándose con desdén del tumulto de sus parciales.

El general Rafael Urdaneta fue el vencedor del 25 de septiembre.Pocas horas después del atentado ordenó la prisión de Santander. Nodesfiguró el hecho ni dio explicación razonable al atropello. El ex vicepre-

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sidente encerrado en el edificio de las Aulas pasó a un consejo de guerra.Comenzaba a gobernar en la Nueva Granada el caudillaje venezolano.

Bolívar en la intimidad de la alcoba, atormentado por la fiebre y laduda sobre su conducta, lleno de ira por lo que había sufrido, contraídoen su pena a descubrir la verdad y miedoso de hallarla, se abandonó deldelirio a la risa, del terror a la esperanza. Manuelita Sáenz -ella tam biénenferma y desolada- fue su consejera, la animadora, la apasionada,como si quisiera con sus labios cálidos borrar de esa mente la pesadillaatroz. El Libertador vistió su uniforme de gala, su sable más rico y ordenóllamar al ministro Castillo.

Habló Bolívar cara a cara con el político en dolorosa revelación.Quería irse, perdonar, renunciar a la presidencia, ausentarse de Colombiay corresponder así a la brutalidad de sus enemigos. Esas horas pasadasbajo el puente del Carmen le habían enseñado a desconfiar de su gloria, ano creer en la felicidad. Deprimido solicitó un decreto de indulto para losconjurados. El ministro al principio no supo qué decir. Tan extraordina-rio le pareció lo que había oído, tan distinto de lo que esperaba, tangrande el gesto del Libertador, que sin salir del asombro, conmovido, envoz baja aceptó esa muestra de hombría. Solo hizo un reparo. A juiciosuyo no era conveniente la renuncia inmediata, por indicarle su olfatopolítico el peligro que el gobierno rodara a manos de los santanderistas. Ya nada le tenía más miedo el señor Castillo como verse de nuevo frente adon Vicente Azuero.

Propuso convocar el consejo de ministros y redactar una fórmulahonorable que amparase a los sindicados, reunir el congreso y ante élrenunciar el Libertador la presidencia. Mientras tanto le aconsejó ir alcampo, olvidar lo ocurrido y cuidar de su quebrantada salud. Bolívar loprometió. Feliz por el inesperado curso de los acontecimientos, don JoséMaría del Castillo abandonó el palacio e inmediatamente citó a conseje-ros y colegas a sesión extraordinaria en las horas de la tarde.

Un suceso, al parecer fortuito, malbarató esos planes de concordia.Tanto el Libertador como el ministro Castillo y Rada creían ser losdominadores absolutos. Andaban equivocados. El ejército probó en estaemergencia su verdadera fuerza. Pensaba el ministro en su condición dehombre civil, que su parecer sería aceptado sin tardanza por los ayudan-tes de sable, olvidadizo que al destrozar el CÍrculo de Santander y dejar sincontrapeso la balanza política, habíanse convertido los bolivianos de

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casaca en satélites de los gendarmes. Cuando intentó imponerse el señorCastillo descubrió en la calle al general Urdaneta. Le dio aviso de lo quepensaba hacer en el consejo, y el otro, al escuchar sus argumentos deperdón, con rabia le dejó plantado. Al punto Urdaneta fue a reunirse conCórdova y los jefes en armas, desbaratando a porrazos el plan de lospacifistas.

Al palacio de San Carlos se presentaron los generales Rafael Urdanetay José María Córdova, los coroneles Whittle y Crofton, en uniforme degala, con cintajos y medallas, el ademán insolente, el puño contraído. Noiban a discutir con los ministros: pedían audiencia del Libertador comomensajeros del ejército. Exigían la horca, el destierro, la confiscación debienes. Eran soldados.

Bolívar escuchó sus razones y fue tanta la elocuencia de Urdaneta ytan acertado a sus fines traer en el discurso aquella frase: "Recuerdevuecencia que los puñales que se clavaron en el corazón de César fueronalzados por brazos perdonados en Farsalia"!", que el Libertador emocio-nado por esas argucias y sofismas repudió en violenta transición lapromesa hecha a Castillo. Indómito enterró la clemencia y resucitó lavenganza.

Creó un tribunal ad hoc encargado de acelerar la investigación crimi-nal. A los dos días los generales Córdova, Joaquín París y José MaríaOrtega, asesorados por los abogados Gori, José Francisco Pereira yJoaquín Pereira condenaron a muerte al comandante Rudesindo Silva, alos tenientes López y Cayetano García, a Horment ya Zuláibar, quienesnada negaron. Al estudiante Azuero se le absolvió acaso por su cortaedad; al coronel Ramón Guerra.le sentenciaron a ocho años de cárcel enPuerto Cabello. El expediente pasó al Libertador para su aprobación,reforma o rechazo.

La tentativa de dar muerte a Bolívar por parte de los militares enservicio revestía caracteres precisos de alta traición, delito castigado conel cadalso en todas las legislaciones del mundo. El coronel Guerra traicio-nó a sus superiores jerárq uicos al no denunciar en su calidad de jefe deestado mayor los planes de los conspiradores; también hizo traición a losmismos al escurrir el bulto en la hora de peligro. Lopotez pretendió en elpalacio valerse del atentado para ultrajar de hecho a la Sáenz; Silvaacaudilló y amotinó a los artilleros; Horment mató a un centinela de San

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Carlos e hirió a otro. Así estos individuos, unos homicidas, otros traido-res, debían morir y murieron.

El Libertador no aceptó las sentencias de absolución: disolvió eltribunal reemplazándolo por el general Urdaneta, único juez de conspira-dores, con orden expresa de condenar a muerte al infeliz Azuero y alcoronel Guerra. Urdaneta nombró secretario de oficio a un señor Barri-ga. Era la dictadura de los reaccionarios.

Octubre de 1828 fue el mes de todas las crueldades, de inaudita felonía.Sobre los banquillos teñidos con la sangre de las primeras víctimas, sesacrificó despiadadamente a Padilla, por el hecho de ser adversario de ladictadura. No pudiendo condenarle por su transitoria y forzosa partici-pación en el asalto del cuartel Vargas, Urdaneta y su secretario adultera-ron las fechas de los mismos decretos en que fundaban su autoridad. Paracolmo de infamia, al capitán Emigdio Briceño que sacó a empellones alnegro de la prisión en esa noche y le incitó a rebelarse, le condenaron soloa dos o tres años de cárcel. Se degradó al almirante Padilla en la plazamayor y acribillado a balazos izaron su cadáver en alta horca paraespanto de los neogranadinos. Era el regreso a la época de Morillo.

El general Urdaneta acorraló a los conspiradores sin misericordia. 15o más pasaron, tras de juicio sumarísimo, de la prisión al patíbulo, perosus designios iban más lejos: destruir el santanderismo, no ya comoentidad política sino como grupo nacional opuesto a su ambición. Ver-dugo de Azuero le juzgó por segunda vez y le envió a la horca; faltabanFlorentino González, Vargas Tejada y Mariano Ospina.

A los fugitivos se les persiguió sin descanso y ofreció premio a losdelatores. González, denunciado en el Socorro adonde había ido aocultarse, con un par de grillos en los tobillos hizo el viaje de regreso aBogotá. Don Mariano marchó a Antioquia y por espacio de años novolvió a la capital. Vargas Tejada, luego de esconderse en una cuevadurante meses, pereció ahogado al cruzar un río de los Llanos. A Carujoel general Urdaneta le perdonó la vida. ¿En cambio de qué? En cambio deque denunciara y acusara al vicepresidente Santander. Fue un trato dealcahuetas.

El comandante Carujo era tan militar como el coronel Guerra y tanculpable de haber dado muerte violenta a Fergusson, como Horment aun centinela. Con la circunstancia agravante que había sido el caudillodel asalto al palacio y Fergusson era edecán del Libertador.

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Charles Benoist en su ensayo crítico sobre el maquiavelismo cita estamáxima extraída de El Príncipe: "Aquellos que alcanzan el poder supre-mo por la debilidad o cansancio de los grandes, necesitan aturdirles paraconservar el mando". Eso hizo el general Urdaneta. Aturdir a Bolívarcon el estruendo de las descargas en la plaza mayor, con intrigas a diariorenovadas, con el espantajo de un Santander, mitad demonio, mitadgigante. Se propuso conducir al cadalso al más ilustre de los neogranadi-nos, sin escatimar diligencia perversa e inmoral, iracundo al no poseer eltestimonio prometido en el careo con Carujo, al ver que el preso escapabacon vida de sus manos. El 7 de noviembre para impedir tal cosa lesentenció a muerte, sin permitir defensa o recurso de abogado. Asísaciaba anteriores resentimientos e insidiosa venganza. Entonces escri-bió a Montilla:

"Todo ha sido en vano. Mi trabajo se ha perdido; se han fusiladocuatro miserables. Colombia está expuesta a nuevos alborotos y yodesengañado de la necedad que es meterse a redentor.

"Como aún quedábamos sin pruebas contra Santander, propuse algobierno la conveniencia de ofrecer a Carujo un salvoconducto si sepresentaba y declaraba la verdad, conforme a las citas que se le hacían enla causa; se aprobó mi indicación, y yo me valí para hallarlo de algunosindicios que me había suministrado el capitán Briceño.

"Aparece Carujo, lo confesiono, hace una exposición en que emplea-mos 48 horas el auditor y yo, y casi nada dice de importancia. Loamenazo y me contesta que sufrirá la muerte antes que decir más, porqueno sabe más ... Notifico a Carujo, se obstina; lo encierro en un calabozocon un par de grillos y cuando iba a pronunciar sentencia me mandallamar para decirme que estaba resuelto a confesar lo que sabía. Aquí sehallaron las pruebas contra Santander. .."11.

Era tan infame la trama fraguada por Urdaneta y tan de poco valor laacusación de Carujo ya con la cuerda al cuello, que el consejo deministros rechazó de plano la sentencia de muerte para Santander.Bolívar no pudo menos de modificarla y doliéndose de ello ordenó que elilustre general neogranadino pasara a las bóvedas del castillo de SanJosé de Bocachica, con secuestro de bienes y degradación previa.

"¡Con cuánto sentimiento habrá usted oído -escribía el Libertador aMontilla- la noticia de la gracia hecha a Santander y sus compañeros!Bien lo considero, pero no lo he podido evitar: primero decían mis

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JUICIOSOS amigos que no se debía condenar sin pruebas evidentes, ydespués que no era conveniente ejecutarlo; últimamente me han probadoque mi gloria valía más que la patria. Yo he conservado el título demagnánimo y la patria se ha perdido. Mucho me duele, pero no lo puedo yaevitar"!".

No es grato, ciertamente, observar de cerca los errores del super-hombre, embrujado por las lisonjas de sus serviles aduladores. Mons-truoso como era indultar a Pedro Carujo -el asesino de Fergusson- acambio de traicionar a sus desgraciados compañeros, peor aún decapitara Santander como lo pretendían. En mayo de 18291e enviaron a Venezue-la, pero como Urdaneta sospechara que Páez podía apiadarse, a los dosmeses de estar el prisionero confinado en una goleta surta en PuertoCabello, el Libertador dispuso que "se les echase fuera". En calidad deproscrito el general Santander se embarcó rumbo a Hamburgo.

Muy caro pagó Bolívar esa locura. Un mes antes de morir, situadomás cerca del bien y del mal, confesó sinceramente su pecado. "El nohabernos compuesto con Santander nos ha perdido a todos"!", escribía aUrdaneta.

No sólo ahorcaron a inocentes los vencedores de la conspiración.También desterraron a muchos: a Francisco Soto, a los dos Azueros-Juan Nepomuceno y Vicente-, a Diego F. Gómez y al clérigo Juan dela Cruz Gómez Plata, más tarde obispo de Antioquia, les enviaron a lasprisiones de Chagres, a las lejanas islas de San Andrés y Providencia, a loscastillos infectos de Maracaibo, por cuanto no resultó nada contra ellos.Los bolivianos celebraron el triunfo con espléndido baile en el palacio deSan Carlos en la noche del 28 de octubre.

Y surgió el grito inconforme de los neogranadinos, con entonaciónaguda, suplicante: ¡Señor! ¡Líbranos de los libertadores de Colombia!

NOTAS1. O'Leary. Memorias, t. 7, p. 453.

2. Restrepo. Historia de la revolución de Colombia, t. 4, p. 103.

3. Peru de Lacroix. Diario de Bucaramanga. Ediciones Ollendorff, p. 156.

4. Lecuna. Cartas del Libertador, t. 7, p. 350.

5. Botero Saldarriaga. El Libertador presidente, p. 125,

6. Florentino González. Memorias, p. 148.

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7. Archivo Santander, t. 18, p. 270.

x. O'Leary. Memorias, t. 3, apéndice, p. 332.

9 O'Leary. Memorias, t. 3, apéndice, p. 37l.

ro Botero Saldarriaga. El Libertador presidente. p. 168.

11. O'Leary. Memorias, t. 3, apéndice, p. 389.

12 Lecuna. Cartas del Libertador, t. 8, p. 116.

1.1 Lecuna. Cartas del Libertador, t. 9, p. 389.

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25. La dictadura y la noche de septiembre

Jesús María Henao y Gerardo Arrubla

Para el presente volumen hemos seleccionado el aparte correspondiente a la conspiración,el cual se encuentra en el capítulo cuarto del segundo volumen, según la reimpresión que laAcademia Colombiana de Historia hizo en su Complemento a la historia extensa deColombia en 1984 (Nota del editor).

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Los sucesos de Bogotá el13 de junio fueron muy graves. El intenden-te de Cundinamarca, general Pedro Alcántara Herrán, convocó al puebloa reunirse para que asumiera el gobierno, porque no había nada queesperar de la convención. Concurrieron al llamamiento muchas personasde cuenta que firmaron un acta en que protestaban no obedecer lo queemanase de la convención, revocaban los poderes de los representantesdel departamento y encargaban del mando supremo a Bolívar, a quien leinstaban para que volviera a la capital a organizar el gobierno a suarbitrio, hasta que se estimara oportuno convocar la representaciónnacional. Tal paso fue aprobado por el consejo de gobierno y por elLibertador, quien desde el Socorro anunció su pronta venida para llenarlos anhelos del pueblo. Las autoridades políticas y militares del país,enteradas de lo acaecido en Bogotá, levantaron en todas partes actasanálogas.

El 24 del mismo mes entró Bolívar a la capital y empezó a ejercer elgobierno que se le había conferido. Una de sus medidas fue reunir variosdepartamentos bajo una sola potestad política, civil y militar, establecien-do jefes superiores con facultades extraordinarias; después dictó el céle-bre decreto (27 de agosto) "que debía servir de ley constitucional delEstado hasta el año 1830", por el cual se reglamentaba la dictadura, seorganizaba el consejo de Estado de otro modo y se suprimía la vicepresi-dencia de la República. En una proclama expuso el jefe supremo delEstado las razones que le habían movido a aceptar el mando: "Colombia-

814 Conjurados, t. III

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nos, decía, no os diré nada de libertad, porque si cumplo mis promesas,seréis más que libres, seréis respetados; además, bajo la dictadura ¿quiénpuede hablar de libertad? ¡Compadezcámonos mutuamente del puebloque obedece y del hombre que manda solo!".

Bolívar, en su alta inteligencia, juzgaba que no podía gobernar alpueblo con la constitución existente y pedía recíproca compasión. El, queposeía el desprendimiento en grado eminente, que era generoso en ladádiva, en el perdón y en el olvido, hacía sin duda protestas sinceras ypensaba que el mejor apoyo de su gobierno se debía a su poderoso influjo;de allí el desengaño amargo que experimentó y su error político, ennuestro sentir, en aquel tremendo paso de su vida pública al asumir ladictadura en 1828. La constitución de Cúcuta estaba en vigor, y laconvención de Ocaña reunida para reformarla, de acuerdo con el clamorgeneral, la había dejado intacta; esa carta representaba la estabilidad y lafuerza, y el padre de la patria encarnaba la unidad y la gloria. Enlazadosíntimamente estos elementos, parece que lo acertado era el respeto por laorganización política establecida; el acatamiento a las leyes, el caminomás conveniente para fundar un gobierno vigoroso y respetable; pero acondición de que desde los principios se hubiera imbuido a los pueblos elamor y la obediencia a la ley, porque sin eso ella no tiene ningún poderaun cuando la dicte la más alta sabiduría.

Compasión pedía para sí el fundador de Colombia, y no dudamos desu sinceridad, porque entre sus rasgos de hombre superior ningunoigualaba a su desprendimiento; pero con la medida política que adoptópuso a la República en el inminente riesgo de que él mismo hablabacuando decía: "un país pendiente de la vida de un hombre corre tantopeligro como si se jugara todos los días a la suerte de los dados". Enpatriotismo nadie le aventajaba y su inteligencia le dejaba entrever elporvenir de Colom bia; y justamente en esto consistió su error, porque eseconocimiento era poderoso motivo para buscar en las leyes solas lasolidez de lo existente. Si malas eran ellas, no le correspondía suspender-las para sustituirlas con el mando absoluto. ¿Podrá decirse con enteracertidumbre que era mejor ese mando que las instituciones vigentes, o quelas que pensó dar la mayoría de la convención de Ocaña? Si no hay otroarbitrio que la dictadura para salvar la nación, decía un periódico de laépoca, la existencia de ella es tan precaria como la vida de Bolívar, quepor preciosa que sea es siempre la de un mortal.

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Creyó el Libertador, y así lo dijo en su proclama que acompañó aldecreto sobre dictadura, que la constitución no tenía fuerza porque lamisma convención de Ocaña había decretado unánimemente la urgenciade su reforma; pero obsérvese que aun los mismos diputados bolivianosque disolvieron la asamblea con el abandono de sus puestos, manifesta-ron a la asamblea que mientras no se le hicieran nuevas reformas conti-nuaba en vigor el estatuto de Cúcuta.

Pensamos que el deseo del jefe supremo era calmar, por el momento,la terrible convulsión que amenazaba al país y prepararlo a recibir una leyfundamental que se diera por el voto de la nación en circunstancias máspropicias, y que su ánimo no fue nunca hacer del coloso de la dictadura unsistema de gobierno. Pero la dictadura era de por sí misma un mal, unpaso trascendental que no podía justificarse por temor de otros, descono-cidos o futuros; y no sería, por tanto, prudente acudir a ese remedio, queno legalizaban las actas llamadas populares, obra por lo general de laseducción o de la fuerza, lo cual ignoraba el Libertador debido a losmanejos de sus amigos y ciegos admiradores.

Despreciada primero y rota luego la constitución de Cúcuta yen elpináculo del poder el más esclarecido de los ciudadanos con un título queya no derivaba de la carta sino de las malhadadas actas, Bolívar apareciópequeño y débil a los ojos de muchos; varios de los sostenedores delrégimen legal fueron hasta el frenesí; se dejaron dominar del odio, llama-ron tirano al que antes miraban como Libertador y padre de la patria ytiznaron sus servicios con el espantoso suceso de la noche de septiembre,que todavía asombra.

Los enemigos de las ideas políticas de Bolívar, especialmente los queformaban la mayoría de la convención de Ocaña, disuelta ella, vinieron aBogotá, siguieron en su empeño de que se respetase la vigencia de lasinstituciones y estaban muchos decididos a conseguirlo conmoviendo alpaís. Jóvenes distinguidos y ardientes tomaron parte en el plan político, yel extravío puso en el corazón de muchos la resolución abominable de darmuerte al que apellidaban tirano. Ideado el plan y escogidos los mediospara realizarlo, el 25 de septiembre fue denunciada la conspiración ypreso un militar que estaba complicado. No se tomaron las medidaspreventivas necesarias para frustrarla y los conjurados, en el riesgoinminente de ser descubiertos, precipitaron el desenlace. El palacio deSan Carlos, que habitaba Bolívar, debía ser atacado por una parte de la

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brigada de artillería, y la otra se dirigiría a los cuarteles del batallónVargas y del escuadrón de granaderos, a poner en libertad al general JoséPadilla, quien sería el jefe del movimiento. Gran número de conspirado-res armados se reunieron en las primeras horas de la noche del 25 encasa de Luis Vargas Tejada, ex secretario de la convención de Ocaña, yesperaron el aviso de que se habían impartido previamente algunasórdenes.

Entretanto, nada ocurría en la mansión presidencial. Bolívar estuvomás solo que nunca aquella noche; tenía sí en la habitación su espada ysus pistolas; sus edecanes estaban enfermos, uno en el palacio y otro fuera,y apenas había la guardia ordinaria. Se dio Bolívar un baño tibio, duranteel cual oyó alguna lectura; se acostó luego y durmió profundamente.Cerca de la medianoche, refiere un testigo ocular, doña Manuela Sáenz,se oyó el ladrido prolongado de los perros de la casa y un ruido extraño,como de lucha con los centinelas, sin armas de fuego. Despierto elLibertador, se lanzó sobre la espada y las pistolas y trató de abrir la puertade su dormitorio; se contuvo y se vistió con serenidad y prontitud,diciendo: "Bravo, vaya pues, ya estoy vestido, y ahora ¿qué haremos?Hacernos fuertes". Pretendió de nuevo abrir la puerta; la testigo lodetuvo, exclamando: "¿Usted no dijo que esa ventana era muy buenapara un lance de estos? -Dices muy bien, replicó, y se fue a la ventana"."Yo impedí que se botase, porque pasaba gente; lo verificó cuando no lahubo y porque ya estaban forzando la puerta; se fue con una pistola y unsable; pero no tuve tiempo para verle saltar ni cerrar la ventana. A tiempode caer en la calle pasaba su repostero y lo acompañó'":

Bolívar cayó de pie sin lastimarse, vestido con levita militar y enchinelas que no hacían ruido; corrió calle arriba (hoy calle 10) hacia eloriente, dobló la primera esquina hacia el sur (hoy carrera 5a.), continuóapresuradamente en esa dirección y pudo refugiarse debajo del puente delrío San Agustín (llamado El Carmen), en donde estuvo hasta las cuatro dela mañana oyendo tiros y algazara, sin saber nada". De esa manera sesalvó el Libertador de los puñales. Conocida la escena en la habitación,veamos lo que pasaba fuera.

En la ciudad, alumbrada por una 1una en toda su pleni tud , reinaba gransilencio; todo el mundo habría podido ver a los conjurados armados queandaban por las calles, ya gran número de ellos que entraban a la casa deVargas Tejada, o salían de ella. Allí alzó él la voz en medio del salón y

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exhortó a sus compañeros a perseverar hasta el fin. "Ya no podíamoslisonjeamos, escribía uno de los conjurados (Florentino González), detriunfar sino con la impresión del terror que causase en nuestros contra-rios la noticia de la muerte de Bolívar, y ella fue resuelta en aquel momentosupremo. 12 ciudadanos unidos a 25 soldados, al mando del comandantePedro Carujo , fuimos destinados a forzar la entrada del palacio y cogervivo o muerto a Bolívar. Iba con nosotros don Agustín Horment, francésde origen, quien fue el primero que, arrojándose a la puerta del palacio,hirió mortalmente al centinela y franqueó el paso. Entramos inmediata-mente, sin otra resistencia que la del cabo de guardia, quien recibió unaherida mortal, después de haber dado un sablazo al joven Pedro CelestinoAzuero. El resto de la guardia, que ascendía a unos 40 soldados selectosmandados por un valiente capitán, fue rendido y desarmado por la tropaque mandaba Carujo, sin que hubiese necesidad de un solo tiro de fusil...Subí el primero la escalera, y, con riesgo de mi vida, desarmé al centineladel corredor alto, sin herirlo. Quedó libre el paso y seguimos a forzar laspuertas que conducían al cuarto de Bolívar. Cuando hubimos forzado lasprimeras, salió a nuestro encuentro, en la oscuridad y desvestido, elteniente Andrés Ibarra , a quien uno de los conjurados descargó un golpede sable en el brazo, creyendo que era Bolívar. Iba a segundar el golpe,pero Ibarra gritó y yo detuve al agresor, habiendo conocido a aquel en lavoz. Wenceslao Zuláibar y Azuero empezaron a gritar vivas a la liber-tad ... Cuando rompimos la puerta de su cuarto de dormir, ya Bolívar sehabía salvado. Proseguimos a buscar a Bolívar, y un joven negro que leservía nos informó que se había arrojado a la calle por la ventana de sucuarto de dormir. Nos asomamos algunos a aquella ventana, que Carujohabía descuidado de guardar, y adquirimos la seguridad de que se habíaesca pado".

La señora Sáenz atrás citada, agrega: "Yo les decía (a los conspirado-res) no señores, no ha huido, está en el consejo; y "¿por qué está abierta laventana?". Yo la acabo de abrir, porque deseaba saber qué ruido había.Unos me creían y otros se pasaron al otro cuarto, tocando la camacaliente, y más se desconsolaron". "Vi, continúa la relación de González,que se había frustrado nuestro plan y me dirigí a la calle para escaparme.Horment y Zuláibar hicieron lo mismo, luego que hubieron vendado laherida que había recibido el teniente Ibarra, operación que hicieron conla corbata de Zuláibar, según se me refirió después. Cuando bajamos la

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escalera, oímos un tiro de pistola, y al salir encontramos muerto yatravesado de un balazo al coronel inglés Guillermo Fergusson, edecánde Bolívar, quien al oír los tiros de cañón y de fusil había corrido alpalacio a recibir órdenes, y con un par de pistolas en las manos habíatratado de abrirse paso. Carujo le dio un balazo antes de que Fergusson se10 diera a él. Cuando yo 10 vi tendido en el suelo, a dos pasos de la puertadel palacio, todavía tenía en sus manos las pistolas cargadas y amarti-lladas, y yo mismo tomé una de ellas"3.

El ataque a los cuarteles verificado por los otros conjurados no tuvoéxito, no obstante la lucha temeraria que empeñaron. Algunos se introdu-jeron a la prisión del general Padilla, escalándola, para ponerlo enlibertad, y dieron muerte al coronel José Bolívar, que le custodiaba".Trabada la lucha en las calles con las fuerzas del gobierno, los conspira-dores derrotados huyeron buscando refugio en las casas y fuera de laciudad.

Mientras tanto, Bolívar, en su escondite se agitaba en la incertidum-bre más cruel; el fuego ya había cesado; de vez en cuando oía gritoslejanos de [viva el Libertador! y temeroso de que ello fuese una asechan-za, no se atrevía a abandonar el desabrigado sitio que le deparó su"providencia especial", como él mismo decía. Repetíanse los vivas yalentado con el galope cercano de unos caballos, mandó a su fiel compa-ñero que saliese con cautela a cerciorarse de quiénes venían; la pruebaresultó eficaz, pues el sirviente reconoció a los jinetes cuya presencia eraprenda de salvación. Entonces salió de su asilo y se informó de 10 queocurría; llegó luego el general Rafael Urdaneta con varios jefes y oficiales,y el encuentro dio ocasión a enternecidas muestras de todos; en seguidaBolívar, mojado, aterido de frío y hablando muy poco, subió sobre elcaballo que le ofrecieron y con paso precipitado se encaminó rodeado delos suyos a la plaza principal, en donde las demostraciones efusivas dealegría, los vítores, las lágrimas, 10 conmovieron tan hondamente, quecercano a la pérdida del sentido, dijo con voz trémula: "¿Queréis matar-me de gozo después de verme próximo a morir de dolor?". Luego regresóal palacio, cambió sus vestidos y pretendió dormir; hacía preguntassucesivas sobre el terrible conflicto, callaba y dominado por la excitaciónvolvía a preguntar y el sueño no venía a sus ojos.

Al atentado siguió el castigo terrible. En los días subsiguientes algu-nos de los conspiradores perdieron la vida en el patíbulo; y el número

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total de los fusilados alcanzó a 14. Entre estas víctimas se cuentan PedroCelestino Azuero, joven de grandes esperanzas; Horment y Zuláibar.Carujo obtuvo la conmutación de la pena de muerte, porque delató a suscompañeros; y Vargas Tejada que logró escapar de la persecución, seahogó, probablemente, en un río en la región de Casanare. Tambiénperdió la vida en el cadalso el bizarro general Padilla, quien habíaprestado a la patria brillantes servicios. El general Santander fue juzgadoy sentenciado a muerte como responsable de la conspiración; pero a pesarde sus ideas políticas y de su oposición firme y franca contra la dictadura,no se le comprobó participación en el atentado>, El consejo de gobiernojuzgó que debía conmutársele la pena por la de destierro y este parecer fueaceptado por Bolívar; Santander siguió a Cartagena y varios mesesestuvo encerrado en el castillo de Bocachica; y al fin se le permitiótrasladarse a Europa.

El dolor y la ignominia de aquella noche los recuerda aún la ms-cripción grabada en mármol, en la ventana del palacio",

NOTAS

1. Carta dirigida por Manuela Sáenz al general D. F. O'Leary, desde Paita, ellOde agostode 1850, publicada en la Biblioteca Popular de Bogotá.

2. Carta de don .Joaquín Mosquera a don Santiago Arroyo, de 29 de septiembre de 1828.

3. La actitud bizarra de doña Manuela Sáenz, en la noche de septiembre, salvó a Bolívarde la muerte, y así lo reconoció este cuando la llamó Libertadora del Libertador. Habíanacido la señora Sáenz en la ciudad de Quito hacia el año de 1798, y en la época de laconjuración de 1828 era "una mujer de cabello negro, ensortijado; los ojos negrostambién, expresivos, atrevidos, brillantes; la tez blanca como la leche y encarnada como larosa: la dentadura bellísima; de regular estatura; de extrema viveza; generosa con susamigos, caritativa con los pobres; valerosa, sabía manejar la espada y la pistola; montabamuy bien a caballo vestida de hombre, con pantalón rojo, ruana negra de terciopelo ysuelta la cabellera, cuyos rizos se desataban por sus espaldas, debajo de un sombrerillocon plumas que hacía resaltar la figura encantadora" (.Juan Francisco Ortiz. Reminiscen-cias, cit.). En el año de 1834, doña Manuela Sáenz salió desterrada de Bogotá, y más tardefijó su residencia en Paita (Perú). Una persona que la trató allí íntimamente en los últimosaños de su vida, refiere que casi no podía moverse de un sillón por estar tullida; que lasbellas facciones de su rostro no se habían alterado y que conservaba sus hermosos colores;que su manía perdurable era hacer regalos a sus amigos, y acariciar una docena deperrillos que la rodeaban siempre, a los cuales había puesto nombres de generales deColombia: Cedeño, Santander, Piar, Urdaneta, Páez, Córdova , etc. Murió en Paita en1859.

4. No era pariente del Libertador.

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5. Del concepto del consejo de ministros, dado en 10 de noviembre de 1828 al ministro deguerra, y suscrito por José María del Castillo y Rada, Estanislao Vergara, Nicolás M.Tanco y José María Córdova, tomamos lo siguiente: "El general Francisco de PaulaSantander ha sido condenado a la pena de muerte y confiscación de sus bienes, previadegradación de su empleo. La sentencia que lo condena es justa y está arreglada al decretode 20 de febrero de este año, por cuanto resulta bien probado que ha tenido conocimientode una conspiración bien meditada, que la aprobaba, que ha dado sus consejos yopiniones sobre ella, y que siempre quiso tuviese su efecto después de su salida delterritorio de la República; pero como no está bien probado que tuviese igual parte en elsuceso específico del 25 de septiembre, en cuya noche abortó la conjuración, en que pormucho tiempo aparece que se ocuparon los facciosos, o porque no tuvo noticia de él, oporque no quiso prestarse a apoyarlo o a aprobarlo, el consejo opina que pudiéndosejustificar por esta circunstancia el indulto de la pena ordinaria, o la conmutación de ella,conviene tener en consideración el tiempo que ha pasado desde el 25 de septiembre;suficiente para que se haya convertido en sentimiento de compasión el horror que produjoel crimen que se trató de cometer aquella noche" (Documentos y piezas justificativas paraservir a la historia de la conspiración del 25 de septiembre de 1828, Bogotá, 1829).

6. La inscripción dice: Siste Parumper Spectator Gradu. Si Vacas Miraturus Viam Salutis.Qua Sese Liberavit. Pater Salvatore Patriac. Simón Bolívar. In Nefanda Nocte Septembrina.An. MDCCCXXVIlI (Detente espectador, un momento, y mira la vía de salvación delpadre y libertador de la patria, Simón Bolívar, en la noche nefanda de septiembre. Año de1828).

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26. Crónicas de Bogotá

Pedro María lbáñez

Para el presente volumen hemos seleccionado el capítulo 63, en el tomo 4, según lasegunda edición que en 1923 se publicó de su obra (Nota del autor).

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LXII 11• Difícil situación política en 1827. Llega el Libertador aBogotá. Desafío notable. Terremoto memorable. Ley que convoca a unaconvención. La facultad de medicina y enseñanzas universitarias. Losprimeros arzobispos y obispos de Colombia. Se ausenta el Libertador deBogotá. Asesinato del presbítero Barreto. Castigo de los asesinos. Plebis-cito. Llega Bolívar a Bogotá y establece la dictadura. Sociedades. Arga-ni!. Conspiración del 25 de septiembre. Doña Manuela Sáenz. Incidentesnotables. Consecuencias de la conspiración. Inscripción conmemorativa.

La Gaceta de Colombia, en la sección no oficial y El Conductor,periódico redactado por liberales connotados, entre los cuales se distin-guía el doctor Vicente Azuero, tenían columnas enteras proponiendo lafederación, la separación de la Nueva Granada de la Gran Colombia yagrias críticas a las medidas dictadas por el Libertador. Data de aquellaépoca y de aquellos infaustos sucesos el rompimiento entre Bolívar ySantander, quienes jamás volvieron a tener relaciones, y la formación dedos partidos exaltados: el boliviano, después conservador, que sosteníael régimen central y la integridad de Colombia, cuyo jefe era el Liberta-dor y el santanderista, dirigido por el vicepresidente de la República.

El congreso no había podido instalarse por falta de quórum en el díaseñalado, a causa de hallarse enfermo un senador en Tunja , ciudad dondese reunió en mayo, con el fin de continuar sus sesiones en Bogotá, lo quese verificó el día 12 del mismo mes, dando este acontecimien to esperanzasde calmar la ansiedad y extraordinaria exaltación política que reinaba,

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atizada por constantes publicaciones, pues "la guerra de papeles se hacíaa muerte contra toda reputación, contra todo mérito, acriminándose losunos a los otros con un furor que llegaba a la dernencia'".

El Libertador entró a Bogotá en la tarde del 10 de septiembre, yrecibió ovaciones de sus numerosos partidarios desde San Diego hasta elatrio de Santo Domingo, templo donde se había reunido el congreso, ydonde, en medio de inmensa concurrencia, prestó el juramento de cum-plir la constitución y las leyes.

El 30 de octubre de 1827 una alarmante novedad se transmitió de bocaen boca entre los habitantes de la capital: el señor Stuers, cónsul generaldel rey de los Países Bajos, admitido por el gobierno en los primerosmeses del año en tal categoría, apareció muerto en las orillas del ríoFucha, con un balazo en la frente. Pronto se supo que había fallecido endesafío, a manos del joven oficial Francisco Miranda, hijo del ilustregeneral venezolano del mismo nombre, y que el disgusto, causa de tanlamentable suceso, había ocurrido dos días antes en un baile que se dio enpalacio, en obsequio del Libertador. Referíase que Stuers, orgulloso de suhabilidad en el uso de las armas, se había jactado de la seguridad que teníade matar a Miranda, y que este, poco hábil en el manejo de la pistola, tuvoque recibir lecciones de tiro al blanco del coronel inglés Johnson, que ledieron la ventaja en aquella lucha a muerte. El cadáver del cónsul fuetraído a la ciudad por los hermanos de la cofradía del Santísimo, yqueriendo hacerle exequias fúnebres, hablaron con algunos curas y cape-llanes de los templos, quienes se excusaron, alegando lo dispuesto por elConcilio de Trento; fue de distinta opinión el cura de la catedral, don JoséJoaquín Cardoso, el cual convino en que se celebraran en la capilla delsagrario; allí tuvo lugar el acto religioso, no obstante la oposición decidi-da del mayordomo de la capilla, don Gregario de Vergara, y del capellánde la citada cofradía, doctor Francisco Margallo y Duquesne, sacerdotemuy respetado por su saber y virtudes",

Por la noche, en el mismo templo, en la acostumbrada plática, dijo eldoctor Margallo a los hermanos de la escuela de Cristo, que ese temploestaba profanado, y que él no volvería a entrar en él porque no queríaquedar bajo sus ruinas. 16 días después, a las seis y media de la tarde,estando reunidos los hermanos del Santísimo en la capilla, un terremotoque conmovió la capital y gran parte del territorio de la República,derribó la cúpula del templo, destruyó el hermoso sagrario de carey y

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tres magníficos cuadros de Vázquez. Ni los violentos terremotos de juniouel año anterior y de 1743, de que hemos hablado, causaron tantos y tangraves daños como el de 1827. La oscuridad y la lluvia aumentaron laconfusión de los aterrados habitantes, que abandonaron las casas paraagruparse en las plazas y plazuelas. No pocos salieron de la ciudad,prefiriendo pasar largas horas a la intemperie a permanecer en las habita-ciones. A la mañana siguiente se vio que casi no había edificio que nohubiera sufrido, arruinándose algunos totalmente, entre ellos la antiguacapilla de Las Cruces. Santo Domingo perdió su elegante cúpula, la que alpresente se reconstruye; San Victorino quedó arruinado; la catedral, SanFrancisco, San Juan de Dios y La Veracruz sufrieron daños considera-bles; el campanario de Santa Bárbara quedó en tal mal estado, que hubonecesidad de descargarlo, y la mayor parte de las casas particularesexigieron prontas y costosas reparaciones. Las iglesias de Cota, Engativá,Bojacá, Soacha y Facatativá quedaron en ruinas, y sufrió deteriorosgraves la de Fontibón, construida por los jesuitas. Cinco personas murie-ron en Bogotá, y el número de víctimas de la memorable catástrofe,causada por erupciones del Huila y del Puracé, alcanzó a 250 en laRepública. Los movimientos continuaron por muchos días, pero ningunode ellos causó daños en la ciudad, como sucedió en las provincias del surdel país".

El congreso expidió ley, que fue sancionada el 7 de agosto, octavoaniversario de la batalla de Boyacá, por la cual convocó a una convencióngeneral de las provincias de Colombia, que debía reunirse en Ocaña el 2de marzo de 1828; ley de altísima trascendencia política, que agitó a laciudad y al país entero, mientras se hicieron las elecciones de diputados.Conseguida la independencia, el mayor bien político que alcanzaron lospaíses americanos; terminaron las luchas y las residencias entre los gober-nantes coloniales y sus visitadores, pero principiaron entre los jefes delpoder ejecutivo nacional, lo que dio origen a la formación de los partidospolitices que han vivido y viven en agitada y constante lucha hasta elpresente.

Desde 1823 residían en Bogotá los doctores Bernardo Daste y PedroPablo Broc, médicos franceses, y el último anatómico distinguido quienfundó verdadera cátedra de anatomía especial en esta ciudad. Estosprofesores, unidos poco tiempo después con los médicos ingleses NinianoR. Cheyne, Lucio Davoren y Dudley, discípulos de Brown y por consi-

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guiente antagonistas de la escuela de Broussais, y con los profesoresbogotanos José Joaquín García, José Félix Merizalde, Benito Osorio,Miguel Ibáñez y Manuel M. Quijano, formaron brillante cuerpo médicoen aquellos años. La ley que reglamentó los estudios, expedida en 1826a solicitud del secretario del interior, don José Manuel Restrepo, quecambió la educación, aún viciada con los hábitos coloniales, tan comple-tamente como las instituciones políticas, incorporó los estudios médicosa las universidades. La primera escuela de medicina universitaria se abrióen 1827 con muchas y bien servidas cátedras. En aquel año se instalótambién la facultad de medicina, investida de autoridad bastante paradesempeñar las atribuciones conferidas por las leyes españolas a lostribunales de protomedicato. Esta respetable corporación se reunió el 3de febrero, con el siguiente personal: director, Juan María Pardo; vicedi-rector, Benito Osario; consiliarios, Bernardo Daste y Domingo Saiz;censor, Domingo Arroyo; conjueces, José J. García y José Félix Merizal-de; secretario, Bernardo De Francisco; miembros, Miguel Ibáñez, PedroP. Franco, Domingo Arroyo, Esteban Goudot, Mariano Becerra, Agus-tín Laperriére, Sinforoso Gutiérrez, Carlos Bongomeri, Rafael Flores,José C. Zapata, Manuel M. Quijano, Rafael Moya, Lázaro Herrera,Agustín Laiseca, Antonio Mendoza, N. Liendo, N. Vargas, Juan M.Céspedes y 20 correspondientes que residían en el extranjeros.

La ley sobre instrucción pública fue agriamente combatida, especial-mente por el clero católico, por comprenderse en ella la enseñanza de lalegislación por Jeremías Bentham, o sea el principio de utilidad, doctrinacondenada por Pío VII desde 1819; el poder ejecutivo nacional estableciódichas enseñanzas en los colegios públicos con el apoyo de los profesoresy de la prensa llamada desde entonces liberal, y contra la voluntad delpartido que se llamó en aquel tiempo servil y luego conservador. Hastaépoca reciente el periodismo discutió con calor tan grave asunto, uno delos gérmenes de discordias civiles de nuestra agitada vida republicana.

En los primeros días del año de 1828 recibió el Libertador los paliospara los arzobispos de Bogotá y de Caracas, presentados por el gobiernode Colombia y preconizados por su santidad León XII. También fueronpreconizados por aquel pontífice los obispos de Antioquia, Santa Marta,Quito y Cuenca y el obispo auxiliar de Mérida. El doctor don FernandoCaicedo y Flores, natural de Suaita, en jurisdicción de Vélez, fue el primerarzobispo de Bogotá, después de organizada la República. Sus servicios a

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la patria, por todos reconocidos; su larga prisión en España en los malostiempos de Morillo; el haber sido uno de los más distinguidos rectores delcolegio del Rosario, que lo llamó su segundo fundador y el haberselevantado la magnífica iglesia metropolitana bajo su dirección, hicieronmirar su elección como justa y merecida. A fines de enero dio el Liberta-dor suntuoso banquete a los nuevos pastores de la grey colombiana ypoco después, el 19 de marzo, con asistencia del gobierno y todas laspersonas notables que residían en la capital, fue consagrado el señorCaicedo en el mismo templo que él había construido, por el obispo deSanta Marta, ilustrísimo señor José M. Estévez.

El Libertador, por la agitación política de Venezuela, salió de lacapital el 16 de marzo, reteniendo el ejercicio ordinario del poder ejecuti-vo, en virtud de las facultades extraordinarias de que se había investidodesde febrero.

El día 28 de mayo se perpetró un asesinato en Bogotá que conmovió lasociedad en masa. Vivía el cura párroco de Machetá, doctor FranciscoTomás Barreta, eclesiástico respetable de 55 años de edad, en una casa dela antigua y medrosa calle del Arco (hoy calle 16, número 146) y que gozabade reputación de hombre acaudalado. Uniéronse José Manuel Almeida,natural de Cúcuta; Pioquinto Camacho, nacido en Honda; Manuel Vega,zapa tero, natural de Caracas, en quien predominaba la sangre africana; elnegro Pedro José Amaranto, esclavo de Almeida, nacido en Tena, yDolores Pinto, mujer del citado Vega, natural de Tunja, quien desempe-ñaba oficios domésticos en casa del presbítero, y convinieron en darlemuerte con el objeto de robarle. A las nueve de la noche del día citadopenetraron en la casa de habitación del doctor Barreta y con crueldadatroz lo asesinaron infiriéndole cinco heridas mortales e innumerablescontusiones. Aprehendidos, fueron condenados a muerte en pocos días, yprevia la ceremonia religiosa, que presidió el ilustrísimo señor Caicedo,de absolverlos de la excomunión en que habían incurrido, fueron pasadospor las armas, en la plaza mayor el27 de junio, Almeida, Camacho, Vegay Amaranto, "después de ser arrastrados en esteras a la cola de uncaballo, pregonado su delito y sentencia en las cuatro esquinas, y luegoconducidos a los banquillos, que estaban debajo de las horcas, yen ellascolgados los puñales del asesinato. Fueron fusilados y después colgadosde las horcas por tres horas, y descuartizados los principales autoresAlmeida y Camacho. Las manos de estos se pusieron frente a la casa de

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Barreto en escarpias y con sus inscripciones. La cabeza del primero estáen San Victorino y la del segundo en San Diego, en el camino real. (Elmismo día fue fusilado otro por ladrón)"6.

Aún estaban en vigencia y se cumplían las terribles disposicionespenales de 1781, que la civilización ha hecho desaparecer de nuestralegislación para honra de la República.

Dolores Pinto simuló estado grávido; pero convencida la justicia delengaño, fue fusilada el 12 de septiembre, después de ser arrastrada a colade caballo como sus cómplices.

La lucha de los partidos continuaba: en la convención de Ocaña laminoría conservadora se separó de las sesiones, dejando al país en situa-ción anómala, por la cual varios miembros de influencia y valimiento delpartido boliviano, apercibidos para la lucha, y temerosos de perderaquella oportunidad de vencer a sus contrarios, convinieron en convocaren Bogotá un plebiscito, y para efectuarlo, el intendente de Cundinamar-ca, general Pedro A. Herrán, dio una proclama el13 de junio, manifestan-do los peligros de la patria y la urgencia de tomar medidas para salvarla.La junta, que fue numerosa, se reunió en los portales que existían en lacasa número 376, en el costado oriental de la plaza de Bolívar, donde sefirmó acta en la misma fecha de la proclama, revocando en ella lospoderes de los diputados, desconociendo los actos de la convención yencargando a Bolívar del mando supremo, sin límite de autoridad.

Se inclina uno a creer -dice Quijano Otero- que ya escaseaba elpatriotismo en Colombia cuando para salvarla del abismo de la anarquíano se hallaba otro refugio que el abismo de la dictadura.

Aprobada por el consejo de gobierno, fue enviada al Libertador,quien recibió idénticas manifestaciones de la mayor parte de las poblacio-nes de la República. Llegó Bolívar a Bogotá el 24 de junio, rodeado de losaltos empleados yen medio de inmenso concurso, en el cual faltaban losliberales, que lo acusaban de tirano por haber aceptado la dictadura envez de seguir rigiendo el país al amparo de la constitución. El 27 deagosto, con el título de Libertador-Presidente, se encargó Bolívar detodos los ramos del gobierno, organizando por decreto la dictaduranombró un consejo de ministros y un consejo de Estado. Por este decretoquedó suprimida la vicepresidencia de la República, nueva herida quehizo Bolívar a Santander, a quien nombró ministro diplomático y convo-có un congreso constituyente para el 2 de enero de 1830.

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Existían en Bogotá, en 1828, dos sociedades: llamá base una filológica,compuesta por jóvenes y formada con el objeto aparente de hacer estu-dios literarios, pero que era en realidad un club político, en el cual seconspiraba activamente contra el gobierno dictatorial; la presidía enaquel tiempo el doctor Ezequiel Rojas; de la otra, secreta, era el alma elaventurero Juan Francisco Arganil, personaje misterioso en nuestrahistoria, cuyo nombre se encuentra en ella con frecuencia". Contabanentre sus miembros principales al francés Agustín Horment, advenedizocomo Arganil, y como él, sin familia ni lazos que lo unieran al país; alcomandante Pedro Carujo, venezolano; a Luis Vargas Tejada, nacido enBogotá en 1802, poeta y literato, cuyo nombre es orgullo de la literaturanacional; a Florentino González, jurisconsulto distinguido, nacido en eldepartamento de Santander, tres años después que Vargas; a PedroCelestino Azuero, joven notabilísimo por sus talentos e instrucción; aWenceslao Zuláibar, antioqueño, comerciante y a otros menos notablesque los nombrados".

Se pensó en dar muerte al Libertador en Soacha, donde había resididoalgunos días, a mediados de agosto, plan que improbó Santander; fijóseentonces el 28 de octubre, día de San Simón, para asaltar el palacio, golpepracticable, pues los conspiradores contaban con varios militares de laartillería y con el jefe de estado mayor, y no tenían que vencer sino albatallón Vargas, acuartelado en el viejo local de San Agustín, dondeestaba preso el general Padilla, por asuntos políticos ajenos de estarelación y al regimiento de granaderos montados.

El 25 de septiembre fue preso el capitán Triana, quien había invitado aentrar en la conspiración al teniente Salazar y por este había sido denun-ciado, acontecimiento que decidió a los conspiradores a dar el golpe alpalacio aquella misma noche. Reuniéronse desde temprano en la casa deLuis Vargas Tejada, cercana a Santa Bárbara (hoy carrera 7a., número196, propiedad nacional) y se distribuyeron en comisiones. Pedro C.Azuero, Ospina, Acevedo, Horment, Zuláibar, Avila, López, González y12 soldados de artillería atacaron el palacio, dieron muerte a cuatrocentinelas, desarmaron la guardia compuesta de 20 granaderos quedormían, hirieron al edecán de Bolívar Andrés Ibarra, y buscaron laspiezas donde dormía el Libertador, cuyos balcones dan sobre la calle 10.A los gritos de "viva la Libertad, muera el tirano", Bolívar, obedeciendoal consejo de doña Manuela Sáenz", quien lo acompañaba, saltó por la

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ventana más oriental, pasó por frente al teatro nacional, entonces coliseo,encontróse por casualidad con un fiel servidor y en tan humilde compa-ñía se ocultó debajo del puente del Carmen, pues el vivo fuego de fusileríaque se oía en la plaza de San Agustín le impidió llegar al cuartel de Vargas,asilo que buscaba en tan azarosa situación. El batallón que llevaba tan glo-rioso nombre, rechazó a los asaltantes del cuartel, y ya estos en retirada, pa-só una partida de artilleros por el puente mismo que cubría a Bolívar,perseguida por soldados del Vargas. Los conjurados que habían entradoal palacio, al retirarse en busca de los artilleros, único apoyo con quecontaban en aquellas circunstancias, vieron morir al coronel Fergusson,por un tiro que le disparó Carujo al llegar aquel a la puerta del palacio,donde lo llamaba su deber y supieron que mientras se atacaba al cuartel,los capitanes Mendoza y Briceño, seguidos de un piquete de soldados,habían escalado las paredes del edificio contiguo a este (situado entre loscuarteles del Vargas y de la artillería; hoy reconstruido estado mayorgeneral del ejército), donde estaba preso el general Padilla, custodiadopor el coronel José Bolívar, a quien dieron muerte dejando a Padilla laespada del valiente llanero venezolano!",

Dice el doctor Ezequiel Rojas que él llegó a casa de Vargas Tejadapasadas las once de aquella memorable noche, cuando muchos de losconjurados habían salido ya a cumplir sus peligrosas misiones y que estele dijo que a ellos tocaba la tarea de detener en su casa -que erainmediata a la de Vargas- al jefe del batallón de este nombre, coronelWhittle, lo que no cumplieron porque dicho jefe había salido, por lo cualpermanecieron inactivos hasta las horas del amanecer; y el general Posa-da asevera que los conjurados destinados a matar al coronel Whittledijeron que no lo habían hallado, y por eso hubo esa víctima menos,aunque el coronel estaba en su casa, en tan críticas circunstancias". ¡Eldesacuerdo de los historiadores hace ver opacos y nebulosos los sucesosimportantes y recientes, y a veces deja en el ánimo del lector despreveni-do, idea errónea de los hechos y opinión desfavorable para algunos de losque figuraron en las conmociones políticas de la patria! Si Whittle no salióhasta terminados los sucesos, ¿para qué hacían esfuerzos en detenerloVargas y Rojas? ¿Puede aseverarse que aquellos dos jóvenes, llenos deesperanzas en el porvenir, con grandes talentos y merecido renombre,fueran capaces de buscar una víctima o de cometer un asesinato como el

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ejecutado por el ex oficial realista Carujo? La fria razón dicta respuestanegativa.

Tres horas pasó Bolívar bajo el puente, ignorando lo que habíasucedido; la casualidad llevó al puente una partida del Vargas, con la cualse unió, fue al cuartel, y no hallando al batallón, se dirigió a la plaza,donde le rodearon los generales Urdaneta, Córdova, París, Ortega, Vélezy Herrán, éste prefecto del departamento, numerosos soldados e inconta-ble pueblo. A las cuatro de la mañana regresó al palacio y pocas horasdespués se declaró en ejercicio de facultades extraordinarias. Los conju-rados, que fueron aprehendidos, se les juzgó breve y sumariamente, conarreglo a las disposiciones vigentes, dictadas meses antes. En la mañanadel 26 fueron reducidos a prisión Santander, Padilla, Horment, Zuláibar,López, Pedro C. Azuero, Galindo, Guerra, Hinestrosa, etc.

Un tribunal, compuesto de cuatro militares y cuatro abogados"condenó a muerte a la mayor parte de los conspiradores. El 30 deseptiembre fueron pasados por las armas Horment, Zuláibar, Silva,Galindo y López; e12 de octubre sufrieron la misma pena el ilustre generalPadilla y el coronel Guerra, beneméritos de la patria. Condenados ahorca, pena que no se les aplicó por falta de verdugo, por lo cual fueronfusilados y después colgados en las horcas algunas horas, severidadinnecesaria que hizo recordar a los bogotanos que don Pablo Morilloultrajaba a los cadáveres de los mártires de la patria en 1816. El 14 delmismo mes murieron fusilados Pedro C. Azuero, Juan Hinestrosa, unsargento y cuatro soldados, los cinco últimos condenados sin necesidad,pues eran gente ignorante y probablemente inocente.

A Santander, Carujo, González, Briceño, Mendoza, Acevedo (JuanMiguel), Acevedo (Joaquín) y a otros les conmutó el Libertador la penade muerte por temporales. Soto, los Azueros, Gómez Plata, GómezDurán, José F. Merizalde, Liévano, Arganil, López (Manuel A.), LópezAldana, José M. Gaitán, Ramón Márquez, Pedro A. García, RafaelMendoza, Eladio Obando, Francisco de P. Castellanos y otros fuerondesterrados.

Vargas Tejada perdió la vida al huir hacia Casanare, ahogado en uncaudaloso río; Carujo, que se ocultó en el convento de Santo Domingo, sepresentó bajo la garantía de vida y fue desterrado a Venezuela, dondeestuvo preso hasta 1830. El 8 de octubre prohibió Bolívar las logias ydemás sociedades secretas, decreto dictado como consecuencia de lo

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ocurrido el 25 de septiembre, acontecimiento en verdad nacido del fana-tismo político, ejecutado por jóvenes de talento y gran corazón, queaspiraban al bien de la patria, acompañados de extranjeros advenedizosque quizás buscaban la muerte de Bolívar confiados en obtener fortunadel tesoro español. Pero la causa primordial de aquel acontecimiento,página oscura en la historia nacional, fue, a no dudarlo, las rivalidades deBolívar y Santander, que hemos mencionado al relatar los sucesos de1826 en adelante.

El 26 de septiembre se resolvió, a propuesta de los señores doctorMiguel Tobar y Antonio Castillo, que sobre la ventana por donde escapóel Libertador se incrustase una lápida de mármol con la siguiente inscrip-ción, que redactó el doctor Tobar:

Siste parumper spectator gradum - si vacas miraturusviam salutis qua ses e liberavit - pater salvatorque patriae -

Simón Bolívar - in nefanda nocte septembrina, an MDCCCXXVIll

(Detente, espectador, un momento, y mira el lugarpor donde se salvó el padre y libertador de la patria, Simón Bolívar.

en la nefanda noche septembrina).

La losa, costeada por el cabildo municipal, se colocó sobre el balcónpocos días después; en 1832 fue quitada por orden del gobierno. Mejora-do el palacio de San Carlos, se colocó en 1890 dicha inscripción, talladaen piedra, en el antepecho del histórico balcón. La ventana de madera,sustituida por otra moderna, como las demás del palacio, fue enviada almuseo nacional, donde se conservará con la cama en que dormía elLibertador la noche del 25 de septiem bre 13.

Figuraron entre los conspiradores, colombianos distinguidos por susaber, su posición social y sus servicios a la patria, aliado de personajesmisteriosos y de siniestros antecedentes, lo que dio a la conspiración uncarácter tan extraño y tan difícil de apreciar, que la historia aún no hafallado sobre hecho tan importante. Mañana, cuando las pasiones políti-cas se hayan extinguido, plumas imparciales referirán con verdad loocurrido aquella memorable noche, recogiendo lo mucho que sobre ellase ha escrito, hoy disperso!".

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NOTASI Este es el capítulo 23 de la primera edición. (E. P.).

Posada Gutiérrez. J. Memorias Histórico-políticas, vol. 1, p. 59.

J Véase nuestro escrito "Los hijos de Miranda", en Boletin de Historia. 1920, t. 13, p. 20.

4. Noticias tomadas de las Historias de Restrepo, vol. 4, p. 64; Groot, vol. 3, p. 485; EladioVergar a, lib. cit., p. 56; Yde las Visitas del prefecto general de policía, lib. cit., p. 89 Y90.

, La facultad de medicina, respetable y útil corporación, vivió, por desgracia, pocos años.Por ley de 15 de mayo de 1850 se dispuso que la enseñanza de todos los ramos de letras,ciencias y artes fuese libre en la República, y que el grado o título no fuera necesario paraejercer profesiones, con excepción de la farmacéutica (hoy, 1891, también libre). Lainestabilidad de nuestras leyes sobre instrucción pública produjo el funesto resultado desuprimir aquel cuerpo científico que prestó útiles servicios al país. (En las Memorias parala historia de la medicina en Santafé de Bogotá, que publicamos en 1884, expusimos lostrabajos de aquella sabia asociación).

1, Relación del cura de Engativá , don Fernando Benjumea y Mora, publicada en lasVisitas del prefecto, etc., ya citadas. El expediente de esta célebre causa se conserva en elarchivo del departamento.

7 Arganil ha sido llamado sans-culot te de Marsella, en la revolución de 1793 (Restrepo);fraile apóstata portugués (Groot ): hombre que cubría su nombre con el de una propiedadde familia (Quijano Otero); desaforado jacobino de la Revolución Francesa (Pedro Fernán-dez Madrid); y persona que tenía el timbre de haber llevado clavada en una pica la cabezade la princesa de Lamballe (Posada). Había llegado a Cartagena en 1824, y a Bogotá pocodespués, ejerciendo la profesión de médico, prohibida para los no incorporados a lafacultad nacional, por lo cual no se le permitió el ejercicio de ella; fue colaborador devarios periódicos, y redactó El Aguila de Júpiter, más notable por lo extravagante del títuloque por el contenido de sus columnas; y se distinguió por la parte activa que tomó en lapolítica colombiana desde 1826, y por su odio al Libertador. Como dato curioso diremosque habitaba con el francés Agustín Horment en los bajos de la casa número 120, calle 12,llamada hasta hace pocos años esquina del cuartillo de queso, por ser tan extraña la formadel balcón que formaba la esquina, como el título del periódico del doctor Arganil.Después de su muerte se ha dicho, equivocadamente, que Arganil era el revolucionariofrancés Juan Lamberto Tallien , olvidando que el célebre jacobino murió en París en 1820(Thiers, Lit tré), y aun que era el general Lafayette , el ilustre partidario de la independenciade América, sin recordar que el general falleció en 1834 y que contó en sus Memorias larelación de su vida pública. Arganil fue deportado a las bóvedas de Puerto Cabello por laparte que tomó en la conspiración del 25 de septiembre de 1828; a Bogotá volvió cuando elgeneral Santander. subió al solio presidencial. Entonces le entregó al príncipe PedroBonaparte , que viajaba en la República, cartas de su tío José, ex rey de España, llamándo-lo a su lado, invitación que rehusó, alegando que él no podía comer en Europa fresas todael año, placer que tenía en Bogotá. Denunció Arganil, como perteneciente a bienes desecuestros, una rica custodia, que hoy pertenece al templo de San Ignacio, denuncio queno le produjo otro resultado, pues perdió la cuestión ante el poder judicial, que el odio yojeriza populares. Comprometido en la revolución de 1840-42, fue aprisionado nueva-mente. En los últimos años de su vida fue sostenido por su sirviente Franzois, y falleció enagosto de 1842, dejando sus papeles en poder de la señora Josefa Amaya , quien nombróheredero suyo al general Francisco V. Barriga, y este los depositó en la legación francesa.El único retrato que de él existe, acuarela pintada por don José M. Espinosa, lo conserva el

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autor de estas líneas. (Estas noticias son tomadas de una carta de don Pedro FernándezMadrid).

g Figuraron en la conspiración del 25 de septiembre, a más de los nombrados, N. Avila,comerciante; el doctor Mariano Ospina Rodríguez, más tarde presidente de la República,nacido en Guasca en 1805; don Juan Miguel Acevedo, bogotano, quien sobrevivió a suscompañeros de conspiración; Ortega y Parra, artesanos; Rudesindo Silva, comandante deartillería; Teodoro Galindo, superintendente de milicias; coronel Ramón N. Guerra,benemérito de la patria desde 1811 y distinguido por su inteligencia; el general JoséPadilla, ilustre soldado de la independencia; los capitanes de artillería Benedicto Triana yFrancisco Torres Hinestrosa; el ex capitán José I. López (alias Lopotez); N. Rodríguez, N.Górnez, N. Herrera, Rafael Mendoza, después general; el distinguido médico José FélixMerizalde, confinado a Tunja; los presbíteros Gómez Plata y Juan N. Azuero; el generalAntonio Obando; don Patricio Parada, Francisco López Aldana, N. Liévano, donDomingo Guzmán, N. Vallarino, don Francisco Carrasquilla, Ramón Márquez, edecánde Santander, y algunos otros de menor respetabilidad social.

9. "Doña Manuela Sáenz, bellísima joven argentina, a quien el Libertador trajo del Perú,tenía hábitos tan poco femeniles, que montaba y vestía como hombre, con arreos militares,e iba siempre a todo el andar de un brioso corcel. Usaba una capita de paño azul, galoneada,y sombrero negro de ala tendida y copa baja, adornado con una pluma. Seguíanla comoescolta dos o tres húsares armados de lanza, carabina y machete, y la negra Jonatás, mujerya no muy fresca, y fea, montada también como hombre, con uniforme colorado y armadacomo los húsares". Venancio Ortiz,Recuerdosdeunpobreviejo. Don Ricardo Palma,en unade sus tradiciones intitulada: La protectora y la Libertadora, dice que doña Manuela nació enQuito en las postrimerías del siglo XVIII, y que contrajo matrimonio en 1817 con el médicoinglés Jaime Thorne, con quien residió algunos años en Lima. Después de la batalla dePichincha la conoció el Libertador, y con él vivióen Bogotáen lasañas de 1828-29. Despuésde la muerte de Bolívar se alejó de Colombia. Murió eu Paita, en el Perú.

10. El señor Groot afirma que los conjurados dieron muerte al coronel Bolívar estandodormido: el general Posada asevera que le dieron muerte en la puerta de la calle, adonde lohabían sacado junto con Padilla, en el supremo momento en que comprendieron queestaban vencidos, temiendo que el valiente coronel encabezase una reacción; el señorRestrepo dice que le dieron muerte estando desarmado; Quijano refiere simplemente quele dieron muerte. Nos satisface que mayor número de historiadores refieran el hecho sinaseverar la indignidad atroz que cuenta el señor Groot.

II Opúsculo titulado: El doctor Ezequiel Rojas ante el tribunal de la opinión pública, 1862,reproducido en el número 56 de los Anales de la Universidad de Colombia; Posada, librocitado, p. 119.

12. Los militares fueron los generales Córdova, Ortega, Vélez y el coronel París; losletrados, los doctores José Francisco Pereira, Joaquín Pareja, Manuel Alvarez y JoséJoaquín Gori, según el señor Groot; pero quienes instruyeron los sumarios fueron elgeneral Rafael Urdaneta, nombrado comandante general, y el auditor Tomás Barriga(Restrepo, libro citado).

1.1. Las noticias sobre la conspiración del 25 de septiembre las hemos tomado de loshistoriadores Restrepo, Groot, Quijano, Vergara y Gaitán, Posada y Miguel Tejera, dealgunos de los expedientes originales que se conservan en la Biblioteca Nacional, y de lasrelaciones publicadas sohre este asunto por los doctores Ezequiel Rojas y FlorentinoGonzález, conspiradores.

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14. Fueron alcaldes en 1827 Manuel Antonio Arrubla y Francisco Urquinaona , y en 1828Enrique Umaña y Raimundo Santamaría. El Constitucional, número 119 (Apunte manus-crito del doctor Ibáñez).

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