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151 legrémonos en la adversidad igual que en la prosperidad. cc iez años de altibajos, y una duquesa Los diez años que siguieron a la salida de Emily de la Sociedad vi- eron un crecimiento notable, varias amenazas a la estabilidad de la congregación, y un fatídico encuentro entre Cornelia y la excén- trica Duquesa de Leeds. El crecimiento se debió al buen número de vocaciones y el éxito del proyecto educacional en distintas partes del país. Se abrieron nuevas escuelas en Blackpool, Preston y Londres, y un orfanato cerca de St Leonards. Y la Sociedad adquirió un palacio en ruinas en Mayfield. Un paso gigante se dio cuando Cornelia pudo mandar un grupito de religiosas a los Estados Unidos, en 1862, seguido por otro en 1863. Además escribió, para los alumnos de las escuelas, un libro de meditaciones, y para las maestras su Libro de estudios. Abundaron las amenazas. Tomando en cuenta la difusión de la Sociedad por distintas partes y el daño causado por Emily, Cornelia necesitaba más que nunca la protección de una regla aprobada por Roma. Sin una tal aprobación la Sociedad estaba a merced de los que quisieran dañarla. Wiseman, influido por las mentiras de Emily, trató de convencer a las autoridades en Roma de imponer sobre Cornelia una regla ya aprobada. Propuso que la Sociedad fuera dividida en grupos diocesanos, haciendo de la fundadora una figura decorativa. Sólo la intervención de otros obispos salvó la unidad de la Sociedad y le dio el derecho a una regla propia.

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legrémonos en la adversidad igual que en la prosperidad. cc

iez años de altibajos, y una duquesa

Los diez años que siguieron a la salida de Emily de la Sociedad vi-eron un crecimiento notable, varias amenazas a la estabilidad de la congregación, y un fatídico encuentro entre Cornelia y la excén-trica Duquesa de Leeds.

El crecimiento se debió al buen número de vocaciones y el éxito del proyecto educacional en distintas partes del país. Se abrieron nuevas escuelas en Blackpool, Preston y Londres, y un orfanato cerca de St Leonards. Y la Sociedad adquirió un palacio en ruinas en Mayfield. Un paso gigante se dio cuando Cornelia pudo mandar un grupito de religiosas a los Estados Unidos, en 1862, seguido por otro en 1863. Además escribió, para los alumnos de las escuelas, un libro de meditaciones, y para las maestras su Libro de estudios.

Abundaron las amenazas. Tomando en cuenta la difusión de la Sociedad por distintas partes y el daño causado por Emily, Cornelia necesitaba más que nunca la protección de una regla aprobada por Roma. Sin una tal aprobación la Sociedad estaba a merced de los que quisieran dañarla. Wiseman, influido por las mentiras de Emily, trató de convencer a las autoridades en Roma de imponer sobre Cornelia una regla ya aprobada. Propuso que la Sociedad fuera dividida en grupos diocesanos, haciendo de la fundadora una figura decorativa. Sólo la intervención de otros obispos salvó la unidad de la Sociedad y le dio el derecho a una regla propia.

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En 1858 un nuevo sacerdote llegó a St Leonards designado para la Misión -el Reverendo Mister Foy, de 23 años, que llegaría a ser uno de los más implacables enemigos de Cornelia. Foy se identificó inmediatamente con el Doctor Duke en su pelea contra Cornelia y la fundación de Towneley, que favorecía al convento. Duke y el Obispo Grant lograron convencer al nuevo sacerdote de que el convento tenía la obligación de construir, sobre los cimientos de la iglesia proyectada por Mister Jones, una iglesia para la Misión. Apoyado por Foy, Duke mandó ocho indignadas cartas a Roma insistiendo en que Propaganda Fide obligara a Cornelia, bajo pena de sanciones, a pagar el costo de la construcción. Grant, como una forma de coerción, suspendió el permiso de hacer votos en la Socie-dad. Y Wiseman agregó su voz al coro, convencido de que Cornelia había dictado a Towneley, para beneficio propio, las condiciones de la fundación. Cuando Cornelia recibió de Roma una orden de obedecer y construir la iglesia para el uso de la Misión, Towneley intervino bloqueando dicha obra. Esta violaba las condiciones de la fundación, que estaban aseguradas in perpetuum por la ley civil de Inglaterra. Roma no podía meterse en el asunto. Cornelia quedaba así paralizada; no podía obedecer las órdenes de Propaganda Fide sin cometer un delito. Towneley mandó una carta a Roma expli-cando toda la historia. La fundación, decía él, era para el bien de la Sociedad y sus obras, y la Iglesia no tenía derecho alguno de cambiar su propósito. Insistió en que ya el convento había sido demasiado generoso para con la Misión. La pelea se alargó sin fin mientras volaban órdenes y contraórdenes de aquí para allá. Duke, Wiseman, Grant, Foy, y Propaganda en Roma, se unieron contra Cornelia, Towneley y la fundación. Fue una batalla campal librada a través de cartas. Finalmente, en 1864, el entonces capellán de St Leonards, Mister Searle, fue a Roma clandestinamente acompañado del Obispo Roskell, miembro del consejo de administración de la fundación. Reconocían el aprieto de Cornelia y la justicia de los reclamos de Towneley. Llevaron una carta de este que exponía la verdadera situación de la fundación. Propaganda captó entonces que había sido engañado por Duke con el apoyo de Foy y sus alia-

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Cornelia en 1860

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dos, y tomó partido por Cornelia contra sus detractores. Cuando Propaganda cambió su posición, el único comentario de Wiseman fue que hasta entonces no había entendido bien el asunto. (Pero no fue el final feliz de la historia. Foy sobrevivió a todos los demás actores del drama, y perpetuó una pésima imagen de Cornelia entre el clero de la diócesis.)

En 1858, el Privy Council sobreseyó la Causa Connelly contra Connelly. Pierce se marchó de Inglaterra para siempre con Ady y Frank. Se fue a Bélgica, desapareció del escenario por diez años, y reapareció en Florencia, Italia, donde echó raíces como rector de la Iglesia Episcopal de América. Cornelia nunca volvió a verlo, pero jamás dejó de rezar por él y por sus hijos. Le llegó el rumor de que Pierce estaba buscando el divorcio, pero al final no pasó nada.

En el mismo año, presionada por Grant, Cornelia llegó a un acuerdo financiero con la familia Bowles. Fueron tales las amenazas de Emily sobre Grant si no ejercía su autoridad sobre Cornelia, que él colapsó de miedo al escándalo que Emily podía armar y, como ya hemos visto, ordenó que Cornelia asumiera las deudas restantes, una suma enorme que la dejó perjudicada económicamente por años.

a uquesa

En 1860 entró en la historia de Cornelia su gran benefactora, y gran dolor de cabeza, Luisa Catherine Osborne, Duquesa de Leeds. Era estadounidense y muy católica, una de tres famosas sobrinas de un firmante de la Declaración de Independencia, Charles Carroll. Cada una de las tres se había casado con un miembro de la nobleza in-glesa. Viuda dos veces, la Duquesa estaba pasando el invierno en el balneario de moda de St Leonards, y probablemente asistía a la misa en el convento. Conoció a Cornelia, y atraída por ella y por la vida religiosa, la Duquesa, de 67 años, quiso entrar en la Sociedad como postulante. Cornelia, sabiamente, se lo negó; pero cuando murió Lady Stafford, hermana de la Duquesa con quien esta vivía, Corne-lia le ofreció espacio en el convento. La Duquesa vendió su coche

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y caballos a favor de los pobres y, en la medida de lo posible, trató de vivir como religiosa. “En la medida de lo posible” porque, por ejemplo, necesitaba para su desayuno su huevo especial, recién sacado por sus propias gallinas, separadas de las demás gallinas. Y cada mañana su toilette demoraba dos horas. El rol de la Duquesa en la historia no está muy lejos del de la Duquesa de Alicia en el país de las maravil-las—una mujer autócra-ta, excéntrica, alterable, impredecible, generosa y muy piadosa. Se quedó bajo el alero de Cornelia hasta su muerte.

Cuando una sob-rina de Cornelia llegó de visita de los Estados Unidos, la idea de hacer una fundación allá tomó cuerpo. La Duquesa tenía propiedades en Pennsylvania, y el pár-roco que ocupaba el ter-reno le había pedido que estableciera una escuela al lado de la capilla. Sería un lugar ideal para una primera fundación en los Estados Unidos. La Duquesa ofreció esas propiedades y sus rentas a Cornelia. Su agente en América le aseguró que la casa estaba en perfectas condiciones. Solo faltaba el permiso del Obispo Grant.

Grant, siempre temeroso de caer en una deuda enorme, no dio su visto bueno al proyecto. ¿Quién iba a pagar el mantenimiento de las hermanas misioneras, etc.? Bajo la fuerza persuasiva de Cornelia, Grant cedió un poco, imponiendo varias condiciones. Y cuando Cornelia pudo asegurar el cumplimiento de cada una de

Louisa Catherine, Duquesa de Leeds

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ellas, Grant se rindió. En este asunto Cornelia se mostró insistente hasta la tozudez.

El 2 de agosto de 1862, seis hermanas misioneras zarparon en La Scotia para Nueva York. Después de una serie de aventuras, llegaron a Towanda, Pennsylvania, para descubrir que su nuevo hogar era una pequeña casa de madera llena de arañas y ratones, con el techo roto. Pero con el espíritu de Cornelia, de buen humor y gozo en medio de los desastres, se prepararon para recibir a sus alumnos y enfrentar un invierno riguroso. Cuando llegó el día de las inscripciones, no apareció ni un solo alumno. Además, el pár-roco mostró poca simpatía hacia esas inglesas en tierra yanqui. El maravilloso regalo de la Duquesa no era nada más que una ilusión. Finalmente, llegaron alumnos, y las hermanas sobrevivieron a su primer invierno. La pequeña banda de pioneras perseveró y triunfó pagando un costo muy alto en salud.

Otras ideas de la Duquesa terminaron de otras maneras. Siempre conmovida por la suerte de los huérfanos, compró una mansión y

Towanda, Pennsylvania

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abrió un orfanato cerca de St Leonards. Durante la breve existen-cia de dicho orfanato -hasta que un robo y la profanación de la capilla le pusieron fin-, la Sociedad estuvo a cargo de él, pero con la Duquesa bien entrometida. Luego el orfanato se trasladó a otro sitio donde la Duquesa construyó locamente, sin ver los gastos. Mientras el edificio tomaba cuerpo, alguien oyó a la Duquesa proc-lamando: “Yo construiré una capilla mejor que la de ella (Cornelia estaba construyendo la capilla en St Leonards sobre los cimientos dejados por Mr. Jones). Yo tendré pilares de mármol.” Cuando la Duquesa murió, dejó el orfanato en manos de la Sociedad. Fue un regalo muy caro -un enorme edificio, con su cuota de huérfanos, sin dinero para mantenerlos.

Un día el capellán del convento, Mister Searle, encontró en la aldea de Mayfield una amplia propiedad con una granja y las ruinas de un palacio, no muy lejos de St Leonards. La ruina era la antigua residencia veraniega y aula sinodal de los arzobispos de Canterbury. Searle quiso que la Duquesa la comprara y la regalara a Grant para un seminario. Parece que la Duquesa, encantada con la propiedad, estuvo a punto de comprarla, pero Grant no la quiso. Días después, Searle le sugirió a Cornelia que Mayfield fuera el destino del paseo tradicional de Pentecostés, y ella estuvo de acuerdo. Y así fueron todos -Cornelia, Searle y las escolares, en tren, en carros y a pie.

Tuvo lugar allá un gran picnic, tan memorable que llegó a ser parte de la tradición. En el transcurso de esta primera visita, Cor-nelia se enamoró de Mayfield. Searle trató de persuadirla para que la comprara: serviría como noviciado, fuente de alimentos para St Leonards, un escape en el caso de que este fuera capturado por la Misión, y un lugar de descanso. Cornelia estudió con sus consejeras los medios para juntar dinero, y decidió pedir a Grant permiso para comprar la propiedad. El Obispo respondió con un “no” rotundo, y la obediente Cornelia se retiró. La Duquesa entonces se enfureció con la “inexplicable debilidad” de Cornelia frente a Grant, y compró la propiedad ella misma.

Ahora, ¿qué hacer? La Duquesa no sabía nada de agricultura ni del manejo de una granja. Ofreció la propiedad a los jesuitas, a

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los benedictinos, y fi nalmente a Grant para un seminario. Nadie la quiso. Cuando Grant, inesperadamente, sugirió que la Duquesa se la regalara a Cornelia, la Duquesa lo hizo, siempre bajo la condición de que Cornelia restaurara el palacio. Así, los espacios de Mayfi eld—ter-reno, granja, palacio y aula sinodal en ruinas- pasaron a la Sociedad, y llegaron a ser su casa matriz en años venideros.

Con gran solemnidad, Grant bendijo la ruina y todo su entorno; una pequeña comunidad tomó posesión de la casita del granero, y Cornelia contrató el mejor arquitecto del estilo medioeval, Edward Welby Pugin, para llevar a cabo la restauración. Para fi nanciar el proyecto, mandó a hermanas de dos en dos y a pie por toda Europa a mendigar dinero para la restauración del aula sinodal. Se invitó a distintos católicos a ayudar a devolver a su redil católico uno de los tesoros de Inglaterra de antes de la Reforma. Cornelia organizó además una rifa y repartió por toda Europa 80,000 paquetes de billetes. Hasta el Papa aportó un premio, un broche montado sobre oro fi no. Hubo otros premios, como una vaca Alderny y su cría. La respuesta a la rifa fue tal que cada mañana el correo llegaba a la puerta del convento en una carretilla. Así, con mucho entusiasmo y audacia, Cornelia logró

Las ruinas del Antiguo Palacio de Mayfi eld, Sussex, antes residencia del Arzobispo de Canterbury

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conquistarle a una “toma” protestante este sitio de antaño, para el benefi cio de todos los católicos del país.

En 1864 Corne-lia cumplió 55 años de edad. La autora de una parte de su proceso de canon-ización escribió de ella a esta altura de su vida: “Durante la mayor parte de esos ocho años fue

superiora general, superiora local, directora de una escuela normal y visitadora de las casas en Londres y en el norte. Compuso un Libro de estudios, luchó para la aprobación de la Regla, asumió el peso fi nanciero de la demanda de la familia Bowles y de Pierce, hizo una fundación en los Estados Unidos, lanzó un proyecto masivo de restauración, y sufrió angustia e impotencia en la disputa sobre la propiedad de St Leonards. Probablemente sus más grandes pruebas fueron las calumnias de sus enemigos, las acusaciones de amigas antiguas, y el poner en duda su integridad personal ... No dotada de buena salud, ella perseveró con constancia. Entre sus labores y difi cultades, logró comunicar a hermanas y alumnos la impresión de un gozo siempre sereno y un celo inmutablemente entusiasta.”

El camino en delante no sería menos arduo.

efl exión La vida de una persona es mucho más de lo que su biografía puede contar. Es más que logros y achaques. En el caso de Cornelia, hay

Ruinas del Antiguo Palacio de Mayfi eld, Sussex

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algo que da cohesión y consistencia a su carácter. ¿Puedes identifi-car lo que es? ¿Qué rasgo de Cornelia admiras más? ¿En qué te gustaría asemejarte a ella?

Mirando atrás, Cornelia podía nombrar un sin número de cosas que había emprendido y que jamás hubiera esperado hacer cuando jovencita. ¿Ha sido así en tu caso también? Trata de nombrar algunas de esas cosas que no esperabas hacer y has hecho en el transcurso de tu vida.

En cierto momento, durante la pelea sobre la propiedad de All Souls en St Leonards, Cornelia se encontró paralizada. No podía satisfacer ni a su Obispo ni a Propaganda ni a la Misión. Desespera-damente le escribió a Grant: “Mi Señor Obispo, después de haber leído tu carta dos veces, la llevé a Nuestra Señora de Dolores y se la leí a ella pidiéndole que la escuchara con su dulce mansedum-bre. Y la respuesta interior que recibí fue: ‘Quema la carta y dile al Obispo que se olvide de lo que había escrito y que venga para decirte qué puedes hacer más allá de lo que ya has hecho.’ La he quemado, Monseñor, y ahora que venga usted para decirme que puedo hacer más allá de lo que ya he hecho...” ¿Qué piensas de esta respuesta de Cornelia al obispo Grant? ¿No has escrito nunca una carta que necesitase de todo tu coraje, sin saber cómo caería? ¿Qué pasó al final?

El mundo está lleno de personas excéntricas como la Duquesa. Agregan algo rico y sabroso a la vida, aunque a veces causan muchas complicaciones. La capacidad de Cornelia para llevarse bien con la Duquesa, una mujer sinceramente bien intencionada pero muy difícil, muestra algo más del carácter de Cornelia. ¿Hay Duquesas en tu vida? ¿Cómo convives con ellas?

Grant y Cornelia representan dos caras de una misma moneda: temor y confianza; cautela y riesgo; vacilación y determinación; nerviosismo y tranquilidad. La moneda entera es su apego común a Dios y su respeto del uno para el otro. ¿Tienes amigos totalmente diferentes a ti con quienes te llevas bien? ¿Cómo describirías las diferencias?

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¡uán lleno de dolores es este mundo pasajero, y todavía cuán lleno de júbilo en las profundidades del dolor! cc

a egla siempre por hacer

El asunto de la Regla no es un tema interesante en sí para un lector que no sea miembro de la Sociedad. Pero no es posible seguir las huellas de Cornelia sin comprender su importancia para ella. Si Dios fue el eje de su vida, la Regla fue su tarea siempre inacabada. La vida y la muerte de la Sociedad dependían de la aprobación de la Regla por Roma y su aceptación por los miembros de la con-gregación.

Uno de los grandes problemas de Cornelia era cómo conciliar su visión como fundadora y todo lo que la experiencia le había enseñado, con lo que Roma requería para una regla. Otro problema era la necesidad de revisar la Regla con los consultores en Roma, sin poder consultar con todas las hermanas, paso a paso, sobre sus cambios. Esto derivó en incomprensión de parte de las hermanas cuando Cornelia tuvo que introducir cambios que ellas no querían o no comprendían.

Hasta ahora, Cornelia jamás había sido elegida por las hermanas como líder de la Sociedad. Fue instalada por Wiseman en 1847, y siguió a la cabeza de la congregación, sin tregua. Así que su autori-dad no había sido confirmada por las hermanas. Cornelia reconoció que la Sociedad necesitaba urgentemente una regla con el sello de aprobación de la Iglesia sobre sus estructuras de gobierno, capítulos generales (reuniones deliberativas), elecciones en plazos determina-dos, mandatos para sus superiores con claridad sobre sus roles...

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Cuando Searle fue a Roma en 1864 para abogar por la fundación de Towneley, llevó consigo una versión de la Regla en italiano a la cual Cornelia había agregado previsiones para provincias, capítulos y elecciones. Searle dejó el paquete en la portería del Colegio Inglés (seminario inglés) para la persona que iba a buscarlo. Pero nadie apareció, y el paquete con la Regla quedó allá por cinco años.

Una y otra vez Cornelia le pedía a Grant que autorizara un capí-tulo general para dar voz a los miembros de la Sociedad. Y Grant lo negaba siempre dando como razón el hecho de que no había reglas y constituciones aprobadas con previsiones para un capítulo.

Como ya sabemos, en 1854 Grant mandó a Cornelia a Roma con el pretexto de la revisión de la Regla. Pero no fue hasta 1864 que decidió mostrarle a Cornelia los comentarios de los consultores sobre la Regla de entonces, que Fransoni le había enviado. Ahora, diez años más tarde, Grant quiso que Cornelia llevara a cabo el trabajo de revisión.

Por otra parte, la Sociedad en los Estados Unidos estaba creci-endo, pero no sin complicaciones y roces con el Obispo Wood, de Filadelfia. En su momento él quiso separar la Sociedad en su diócesis de la Sociedad en Inglaterra, reduciéndola a un grupo diocesano. Pero encontró tanta resistencia de parte de las hermanas de allá, que abandonó la idea. La necesidad de un gobierno central estable y fuerte contra tales esfuerzos para dividirla era un motivo más para insistir en una Regla. Así se mantendría la unidad amenazada por obispos que quisieran un control absoluto sobre las religiosas en sus diócesis.

En mayo de 1869, una vez más, y esta vez con el pleno apoyo de Grant, Cornelia fue a Roma con una Regla puesta en armonía con las observaciones de los consultores de 1854, y que incorporaba nuevos arreglos de Grant sobre los votos. Cornelia fue acompañada por dos hermanas, y llevó consigo testimonios documentales de los obispos en cuyas diócesis estaban dichas hermanas. En Roma, visitó el Colegio Inglés, y descubrió el paquete con la Regla de cinco años antes todavía descansando en la portería del Colegio. No valía la pena llorar, así que se puso a trabajar.

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El trabajo demoraría dos meses. Era monótono copiar y recopilar textos en inglés y en italiano, pero Cornelia estaba contenta de estar de nuevo en Roma y aprovechaba toda oportunidad para visitar sus sitios favoritos.

El consultor asignado por Propaganda era un padre franciscano que vio la regla muy favorablemente. Se hallaba impresionado por la manera en que Cornelia estaba dispuesta a incorporar todas sus sugerencias hasta que se pudiera establecer la Regla perfecta.

Hubo algunos cambios que no le agradaron a Cornelia porque iban contra el espíritu abierto y familiar que regía en las comuni-dades de la Sociedad. La Iglesia exigía más rigidez sobre el claustro, una división más marcada entre hermanas domésticas y hermanas maestras, y vigilancia más estricta. Cornelia tuvo que aceptar esos cambios o perder la oportunidad de conseguir la aprobación. Firmó el texto final; luego tendría que conseguir las firmas de cada hermana profesa -un buen requisito de Propaganda.

Antes de volver a Inglaterra, Cornelia asistió a una audiencia particular con el Papa Pio IX. Sentado con ella el Papa le dijo: “Pro-paganda está estudiando tu regla y promoviendo tus intereses,” lo que le dio a Cornelia un consuelo enorme.

A la vuelta a Inglaterra, en presencia de algunas superioras, Cornelia compartió la versión final de la Regla, basada en su propia copia. No pidió comentarios ni dio explicaciones. Grant, sabiéndose muy enfermo de cáncer, presionó a Cornelia para traducir la Regla al inglés, y, tan pronto como Roma mandara la versión oficial, con-seguir las firmas de las hermanas y procurar que la Regla con sus firmas llegara a Roma sin demora.

En febrero de 1870, mientras Cornelia estaba de visita en Francia buscando dónde establecer una fundación allá, la Regla le alcanzó en italiano. Había algunos artículos nuevos sobre la autoridad del obispo diocesano sobre las hermanas en su sector. Preocupada por una pérdida de unidad, Cornelia pidió a las superioras que con-sultaran con expertos en la ley canónica. Les mandó desde Francia copias de la Regla traducida al inglés, y les pidió que la leyeran a las hermanas en voz alta sin solicitar observaciones. Ya no había más que

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hacer salvo esperar las firmas para mandarlas a Propaganda. Parecía que la meta tan largamente deseada por Cornelia estaba a punto de alcanzarse. Pero la historia no estaba destinada a terminar así.

tros acontecimientos

Otros acontecimientos, entre 1864 y 1870, nos proporcionan un contexto de lo que estaba pasando con la Regla. Durante esos años hubo un desarrollo notable de la Sociedad en los Estados Unidos. Desgraciadamente, el clima de Towanda mató a una hermana y enfermó a las demás. La valiente comunidad perseveró, pero el rigor del lugar provocó finalmente un traslado a Filadelfia. La prim-era profesión de votos en 1867 indicó que la Sociedad iba a echar raíces en suelo estadounidense. Y la rápida adquisición de nuevas escuelas -un colegio internado en Sharon Hill, otro no internado, nombrado St. Leonard’s por su gemelo en Inglaterra, y una escuela parroquial en Spring Garden Street- demostraba la buena reputación de educadoras que las hermanas iban ganando.

Una crisis inminente sobre la propiedad en Sharon Hill provocó el único viaje de Cornelia a su propio país. Además de lograr la deseada reconciliación allá, se vio inundada de visitas de distintos miembros de su familia. Especialmente conmovedoras fueron las dos visitas de su hermana Mary Peacock, religiosa del Sagrado Corazón, sabiendo ellas que no volverían a verse en la vida. Cornelia conoció también a sus dos sobrinas, Cornelia (Nelie) y Bella Bowen, hijas de su hermano favorito Ralph y alumnas en Sharon Hill, y las invitó a acompañarla a St Leonards en Inglaterra para terminar su educación.

Cornelia tuvo que acortar su estancia en los Estados Unidos por una peligrosa infección pulmonar con hemorragia. Su repen-tina salida del país, sin saludar al obispo Wood en Nueva York, lo ofendió, y él acusó a Cornelia de falta de respeto. Solamente después, cuando Cornelia nombró a una nueva vicaria para la Sociedad en Filadelfia, Wood ablandó su actitud y llegó a ser un amigo devoto de la Sociedad.

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Durante este período dos antiguos opositores de Cornelia, Duke y Wiseman, desaparecieron del escenario, así como su querido her-mano Ralph, mientras las hijas de este se hallaban con Cornelia en Inglaterra. Cuando, en 1869, su mala salud y su deseo de investigar la posibilidad de abrir un colegio en Francia la llevaron a Hyères, Nelie y Bella Bowen la acompañaron. Cornelia pasó en cama, o en una silla de ruedas, la mayor parte de los seis meses que estuvo allá, pero logró de todos modos supervisar los estudios de sus sobrinas y gozar de su cercanía.

Grant siguió temeroso como siempre. Descubrió que Cornelia había permitido que algunas de las hermanas de St Leonards se bañaran en el mar, y rapidito puso fi n a eso. Sal en la tina serviría igual, dijo él. Descubrió también que las alumnas bailaban el vals y la polka y jugaban al whist (juego de naipes) con el consentimiento de las hermanas. Los bailes fueron censurados y el whist restringido a las vacaciones bajo la supervisión de las hermanas.

Hubo tres “grandes eventos” durante estos años, todos relacio-nados con la construcción de iglesias y capillas. Primero, en 1865, el arquitecto Edward Welby Pugin completó la restauración de la antigua aula sinodal en Mayfi eld. En esta aula convertida en capilla,

La restaurada aula sinodal, Mayfi eld

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había resucitado una belleza de la pre-Reforma, insospechada bajo los escombros. Gracias a la Duquesa y Cornelia, es hasta hoy una de las joyas arquitectónicas del sur de Inglaterra.

El segundo caso se debió al deseo de Cornelia de satisfacer al-gunas de las demandas de la Misión en St Leonards, lo cual le hizo ofrecer 1,500 libras esterlinas para facilitar la construcción de una iglesia para el laicado fuera del terreno de All Souls. La inauguración de esta iglesia, en 1866, fue un evento de gala. Foy, el capellán, to-davía buscando cómo herir a Cornelia, ahora consiguió una orden de Propaganda que prohibía la asistencia de cualquier laico a misa en el convento.

El tercer caso fue aun más eufórico: la inauguración de la capilla de Mister Jones, finalmente terminada en 1868. La noche antes de la ceremonia Cornelia entró con una joven religiosa para revisar los preparativos. Sobrecogida de emoción se puso a cantar, himno tras himno, llenando todo el espacio con su bella voz. Esta iglesia llegó a ser el centro de la vida litúrgica de generación tras generación de alumnos y religiosas en St Leonards. También sería el sitio de los espléndidos funerales de la Duquesa de Leeds, en 1874.

a familia de ornelia

En 1868 Pierce asumió como rector de la Iglesia Episcopal americana en Florencia, Italia. Frank y Ady vivían allá con él. (Permanecería en el mismo cargo hasta su muerte, en 1883, cuatro años después de la de Cornelia.)

El año anterior, 1867, antes del viaje de Cornelia a Filadelfia, Frank, ahora un flamante escultor, buenmozo de 27 años, sorpre-sivamente había visitado a su mamá -su primera reunión con ella, que sepamos, desde 1848. Se quedó con ella ocho días, y juntos madre e hijo visitaron Mayfield, Londres y Hornby Castle, el castillo de la Duquesa en el norte. Una hermana estaba con Cornelia en la terminal Victoria, en Londres, cuando Frank se despidió de su madre. Recordaría cómo, por un largo rato, Cornelia permaneció sentada

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mientras el dolor se apoderaba de ella. En su falda, paulatinamente, se acumuló una pequeña charca de lágrimas. Habría un encuentro más entre Cornelia y Frank, una visita sumamente triste.

Ady, protestante convencida, se quedó al lado de su papá y lo cuidó hasta su muerte. Una vez fue a Filadelfia para visitar a la familia, y la encontraron poco madura para su edad. Una sola vez se reuniría con Cornelia en Inglaterra.

eflexión La Regla de 1869-70 que Cornelia revisó en Roma con el consultor franciscano era, según su entendimiento, la última y definitiva ver-sión. Su interpretación de la obediencia la llevó a aceptar los cam-bios en el espíritu de fe. Esperaba que las hermanas formadas en su “escuela” de obediencia harían lo mismo. Por eso, no les reveló su propia decepción sobre algunos de los cambios. ¿Piensas tú que se equivocó en esto?

Imagina ese momento, cuando Cornelia entró en la capilla de Mister Jones la noche antes de su inauguración. Toda la pena de la larga pelea hizo que su gozo se desbordara, y tuvo que expresarse humanamente con un estallido de canto. ¿Ha habido momentos en que tuviste que cantar, bailar, gritar de gozo, dar saltos mortales?

Parece que Cornelia estaba al día en los bailes populares de la época y no se escandalizaba con ellos. Si ella fuera de nuestra época ¿cómo, piensas tú, reaccionaría a la cultura popular de hoy? ¿Cuál es tu reacción?

Ponte en el lugar de la acompañante cuando Cornelia se des-pidió de Frank. Cornelia y Frank estuvieron en el compartimento de un tren en la Estación Victoria, en Londres, y pasaron una media hora juntos. ¿Cómo habrías acompañado a Cornelia después de la separación de su hijo?

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rocura que tus juicios sean justos, mi querida. cc

uerra poco civil

Entramos ahora en la última etapa de la vida de Cornelia, quizás la más penosa espiritual y físicamente. Una vez más, la Regla ocupa el escenario central, esta vez como fuente de división dentro de la Sociedad. Un grupo de religiosas en el norte tomó el asunto en sus propias manos y dio lugar a casi un cisma.

En la ciudad de Preston la Sociedad estaba a cargo de tres es-cuelas parroquiales muy bien administradas. Los católicos del norte, aislados culturalmente del sur y sus corrientes progresistas, eran más tradicionalistas y estaban más estrechamente unidos entre ellos. Eran los que habían guardado la fe católica en la clandestinidad durante varios siglos, y se sentían naturalmente orgullosos.

En Preston había toda una red de conexiones de las religiosas de la Sociedad con párrocos jesuitas, sacerdotes del sector, y el Obispo Alexander Goss, de Liverpool. Un sacerdote y hermano de sangre de una de las hermanas estaba en el Vaticano, bien colocado para transmitir chismes.

A través de los años, las religiosas en Preston, muy metidas en las escuelas, llegaron a sentirse más identificadas con el norte que con Cornelia y todo lo que estaba pasando en el sur. Cornelia se había dado cuenta de un cierto prurito profesionalista entre las hermanas, lo que llamó ella un schoolmistress spirit (espíritu de maestrilla), un espíritu que opacaba algunos de los valores fundamentales de la vida religiosa. Pero no calculó a qué extremos llegaría esta ten-dencia. A través de los años, fue creciendo la distancia sicológica y

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Vaticano, y próximo a morir. En la medida en que Grant presionaba a Cornelia para conseguir las firmas de las hermanas y ver concluido el proceso de aprobación antes de morir, Cornelia presionaba a la comunidad en Preston. Les escribió algunas cartas perentorias que fueron fuertemente resentidas. En este caso su sentido común y su natural respeto por la libertad de conciencia de las hermanas se veían eclipsados por la urgencia de aprovechar la ventana de esta oportunidad.

En Preston, toda esa red de curas diocesanos, párrocos jesuitas, y familiares de las hermanas, estaba zumbando con rumores y malas interpretaciones de las acciones de Cornelia. La tachaban de autócrata y déspota. Las superioras, Alphonsa Kay y Lucy Woolley, decidieron actuar independientemente. Hicieron que las hermanas firmaran la Regla y le mandaran a Cornelia las firmas, pero antes, mandarían a Propaganda una protesta formal diciendo que sus firmas habían sido dadas bajo presión. Pidieron que Roma suspendiera el proceso de aprobación y mandara a alguien para investigar el gobierno de la Sociedad.

Cuando Cornelia fue a Preston de visita, poco después, las her-manas la recibieron amigablemente sin decir nada sobre la Regla. Cornelia volvió a St Leonards sin saber nada de la protesta contra ella con motivo de las firmas, y pensando que las inquietudes sobre los votos se habían solucionado.

Grant murió en Roma en 1870, antes del fin del Concilio. Para Cornelia fue una triste pérdida personal, y para la Regla un desastre. El grupo en Preston se movilizó aun más contra Cornelia. Con el apoyo del Obispo Goss, Alphonsa mandó al cardenal Barnabo, en Propaganda, un largo memorando muy crítico acerca de Cornelia y su “autoridad sin límites”. Incluía críticas sobre la renovada Regla.

Durante todo el año 1871, cartas y representaciones volaron hacia Roma de parte de Goss, Alphonsa, y Lucy. Goss visitó las tres comunidades en Preston, esas fuentes de desacuerdo con Cornelia, y continuaron las fuertes representaciones a Roma contra el gobierno de la Sociedad. Pero a Cornelia Goss le escribió que estaba bien sat-isfecho con todo lo que había visto durante su visita en Preston.

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comunicacional entre las hermanas en Preston y las de St Leonards y Mayfield. Aquellas llegaron a ver a Cornelia como remota, arbi-traria, sin contacto alguno con su mentalidad e intereses. Cornelia las visitaría y las superiores del norte irían al sur, pero en la brecha afectiva se introdujeron suspicacias y malentendidos.

No es de sorprenderse que en Liverpool Emily hiciera del Obispo Goss un aliado contra Cornelia en el asunto de Rupert House y en la debacle posterior. Las dos superioras en Preston, Lucy Wooley y Alphonsa Kay, estaban con Emily desde los primeros años de la Sociedad, y se solidarizaron con ella. Así, el escenario estaba listo para lo que se llama “el Cabal de Preston”.

Cuando llegó desde Hières, en Francia, la nueva versión de la Regla con su formato distinto, sus contenidos en otro orden, y nue-vos artículos que tocaban el gobierno y el estilo de vida, el grupo de Preston tuvo justo lo que buscaba para culpar a Cornelia. Esta “nueva” Regla, tan rara a sus ojos, era lo que necesitaban Lucy y Alfonsa para emprender una acción contra Cornelia.

El tema más neurálgico era el de los votos. Grant, en 1859, había borrado de la fórmula de votos la palabra “perpetuo”, que tenía carácter canónico, pero dejó las palabras “prometo vivir y morir en ella” (la Sociedad), que tenían sólo la fuerza de una promesa. Hasta la aparición de la renovada Regla de 1869, que incluía votos per-petuos después de nueve años bajo votos temporales, las hermanas no habían distinguido entre este voto, con una promesa de fidelidad hasta la muerte, y un voto perpetuo. La nueva Regla, objetaron el-las, ponía en duda la validez canónica de su profesión religiosa ya hecha, aunque Cornelia siempre había insistido en que era para toda la vida. Y si los votos no eran perpetuos, decían, entonces eran vulnerables, quedaban a merced de los antojos de Cornelia, quien podría destituirlas arbitrariamente y sin defensa. Lo que querían era restringir la autoridad de Cornelia, que consideraban absoluta.

Parece que las demás comunidades aceptaron más o menos de buen grado lo que Roma exigía. Y todas firmaron. Pero en Preston, la demora estaba estancando el envío de las firmas a Roma. Estamos en el año 1870, y Grant se hallaba en Roma para el Primer Concilio

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Una última protesta, en mayo de 1871, fue fi rmada por cinco hermanas y enviada a Pro-paganda. Las firmantes no contaron con Agatha Gray, una joven reli-giosa que, bajo la infl uencia de Alphonsa, había fi rmado la Regla estando en de-sacuerdo con esta. No debía, según su con-ciencia, haberla fi rmado. Sabía de la protesta que anulaba su fi rma, y se dio cuenta de que no había sido transparente con Cornelia. Entonces se arrepintió de su acción y confesó su duplicidad. “En realidad, querida” le escribió a Cornelia, “siento que jamás voy a sacar esto de mi conciencia. Estoy avergonzada de mí misma.” Y le mandó a Cornelia el papel que le había dado a Alphonsa para retirar su fi rma ante Propaganda. Sólo entonces Cornelia descubrió que había sido objeto de un burdo en-gaño. Y, simplemente, le envió el papelito a Alphonsa con la palabra “confesión” escrita encima. A una antigua amiga le confi aría: “Es la duplicidad con que actuó la superiora, no dándome a conocer la verdad. Mi queja es por la falta de verdad y la traición de toda mi confi anza en ellas.”

Cornelia en 1863

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eflexión Hay personas que simpatizan con las hermanas en Preston. Es en-tendible su distanciamiento de lo que estaba pasando fuera de su ámbito. Estaban muy centradas en las tareas a su cargo, y en su mundo, y entregadas a la educación. Además, personas muy res-petables como el Obispo y los párrocos jesuitas tomaron partido en contra de Cornelia. Emily Bowles, también. Es una tentación común encerrarse en el pequeño mundo de uno y olvidar el más amplio. ¿Conoces tú ejemplos de esto en la vida personal, familiar, laboral, social, política, económica, eclesial?

Una vez más Cornelia se encontró entre dos polos opuestos -Grant con su presión por un lado, y el grupo disidente en Preston, que necesitaba tiempo y explicaciones cuidadosas, por el otro. Según tu parecer, ¿qué debió haber hecho Cornelia para evitar lo que pasó? ¿Qué consejo le hubieras dado tú?

Lo que más hería a Cornelia era la duplicidad de personas de confianza. El poeta Dante pone a los traidores en la parte más pro-funda del infierno. ¿Por qué, piensas tú, es una ofensa tan grande? ¿Piensas tú que el Cabal de Preston merece la acusación de “traidor”? ¿Has sufrido tú la traición de alguien? ¿Qué pasó después con la relación con esa persona?

Agatha Gray fue la única que se arrepintió de su engaño. Aunque joven, tuvo el coraje de ir en contra de la corriente en el norte. Además, conoció a Cornelia, la quería y se había formado en su espíritu de “coraje, confianza y alegría”. Ponte en el lugar de Cornelia. ¿Cómo habrá reaccionado ante Agatha al recibir su con-fesión? ¿Cómo habrías reaccionado tú? ¿Has recibido alguna vez la confesión de alguien que te ha ofendido o traicionado? ¿Cómo terminó esa historia?

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