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Biografía completa de N’goro y Mayemba D.F. Torrents, 2010 Buena parte de los esclavos que se llevaban a América procedía de las capturas que se hacían de los pueblos sojuzgados y derrotados en las batallas entre tribus. Los jefes tribales vencedores comerciaban sus cautivos con otros pueblos africanos o con los europeos, intercambiándolos por cacerolas metálicas, ron, ganado o semillas de granos. Antes del viaje, las víctimas eran confinadas en profundos fosos para evitar que escaparan. Allí, muchos morían de enfermedades y falta de nutrición. Las condiciones era aún peores en el viaje, donde moría un tercio de los embarcados. Se estima que en el comercio de esclavos de aquella época murieron —sólo en los viajes por el Atlántico alrededor de dos millones de personas. La mayor población de esclavos negros que llegó a América procedía de la etnia Yoruba, asentada en la costa occidental de África, embarcados casi siempre en la Costa de los Esclavos, en la Costa de Oro o en la Costa de Marfil. En los barcos negreros llevaban consigo, como única pertenencia pues todo lo demás lo habían perdido, sus creencias y la esperanza de que sus innumerables dioses los protegieran en adelante. Eran tan fuertes y arraigadas estas creencias, que aun subsisten en toda la cuenca del Caribe y en el Brasil, principales destinos de la negritud arrebatada de sus tierras. No es extraño oír hoy en día de múltiples Orishas 1 tales como Yemanyá, la Madre Divina y deidad del mar, esposa de Aganyu, padre de Shangódivinidad del fuego, del trueno, padre de los cielos. O

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Page 1: Ibeyis

Biografía completa de N’goro y Mayemba

D.F. Torrents, 2010

Buena parte de los esclavos que se llevaban a América procedía de

las capturas que se hacían de los pueblos sojuzgados y derrotados en

las batallas entre tribus. Los jefes tribales vencedores comerciaban

sus cautivos con otros pueblos africanos o con los europeos,

intercambiándolos por cacerolas metálicas, ron, ganado o semillas de

granos. Antes del viaje, las víctimas eran confinadas en profundos

fosos para evitar que escaparan. Allí, muchos morían de

enfermedades y falta de nutrición. Las condiciones era aún peores en

el viaje, donde moría un tercio de los embarcados. Se estima que en el

comercio de esclavos de aquella época murieron —sólo en los viajes

por el Atlántico— alrededor de dos millones de personas.

La mayor población de esclavos negros que llegó a América procedía

de la etnia Yoruba, asentada en la costa occidental de África,

embarcados casi siempre en la Costa de los Esclavos, en la Costa de

Oro o en la Costa de Marfil. En los barcos negreros llevaban consigo,

como única pertenencia pues todo lo demás lo habían perdido, sus

creencias y la esperanza de que sus innumerables dioses los

protegieran en adelante. Eran tan fuertes y arraigadas estas creencias,

que aun subsisten en toda la cuenca del Caribe y en el Brasil,

principales destinos de la negritud arrebatada de sus tierras. No es

extraño oír hoy en día de múltiplesOrishas1 tales como Yemanyá, la

Madre Divina y deidad del mar, esposa de Aganyu, padre

de Shangódivinidad del fuego, del trueno, padre de los cielos. O

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de Oshún, divinidad del amor, de la belleza femenina, de la fertilidad,

del arte y, además, una de las amantes de Shangó y amada

de Ogoun, deidad de la guerra. O de Ibeyi, los gemelos sagrados —

hombre y mujer—, representantes de la juventud y de la vitalidad...

De seguro, Babalu Ayé, divinidad de los males y la enfermedades y

por ende de las curaciones, era uno de los más invocados en el

tránsito hacia el Caribe.1 Un Orisha es un espíritu o deidad que refleja una de las manifestaciones de Olodumare (Dios)

entre los Yorubas

Con un grito de parturienta —el último—, la mujer supo que había

parido dos criaturas que jamás conocería. Tres mujeres se afanaban

en detener la abundante hemorragia, mientras otras dos limpiaban a

los pequeños que anunciaban a todo pulmón su llegada a este mundo.

El primero en nacer, según la tradición yoruba fue llamado Taiyewo, el

“primero en probar el mundo” y el otro, Kehinde, el “último en llegar”.

Estos nombres místicos yorubas serían complementados con nombres

más terrenales, pues de no ser así la confusión sería grande en una

región donde, por cada mil nacimientos, casi cincuenta eran de

gemelos. Se pensaba que Kehinde —que siempre era el mayor—

enviaba a Taiyewo para comprobar cómo era eso de la vida y si era

buena: Taiyewo le comunicaba a Kehinde, por su forma de llorar, si la

vida iba a ser buena o no. Dependiendo de las averiguaciones de

Taiyewo, Kehinde llegaba vivo o no. Si la respuesta del primero en

nacer no era de buen augurio, ambos regresaban a donde

pertenecían. Ambos morían.

Se creía que los yorubas corrientes tenían un alma, pero los gemelos

la compartían y, lo que es más complejo, uno tenía la parte espiritual y

el otro la parte mortal de dicha alma. Por fortuna, era imposible saber

si este o aquel tenía la parte espiritual o la material.

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Antes de cumplir un mes, los gemelos fueron presentados al Ifá de la

aldea, y obtuvieron sus nombres familiares definitivos: N’goro y

Mayemba.

Pasaban los años. La única familia cercana de los chicos era su

abuelo, a quien los aldeanos miraban con recelo, pues casi nunca

salía de su choza. Ni se explicaban cómo era eso de que ni siquiera lo

vieran beber o comer. Los únicos que entraban y salían, alegres

siempre, eran los gemelos. Parloteaban con los vecinos y

retransmitían las historias que les contaba el anciano. Se iban

corriendo —buscando otra diversión— antes de ver los gestos de

incredulidad y enojo de los jóvenes y los mayores.

Desoyendo los consejos de todos, daban largas caminatas solos por la

sabana. Se sentaban cerca a la orilla del río, más inmenso aún por sus

tamaños, y arrojaban lajas apostando y riendo por ver cuál daba más

rebotes en el agua.

El diez de okudu1, el mismo día en que cumplían catorce años,

instintivamente dejaron de reír y se concentraron en el murmullo que

provenía más allá de los árboles a sus espaldas. Agazapados tras los

arbustos de la ribera observaban la tropa de nyamwezis que se

interponía entre ellos dos y la aldea. Los guerreros avanzaban en fila,

con cautela y en silencio. El roce de sus pies en la maleza los

delataba, pero sólo para oídos que estuviesen lo bastante cerca como

los de N’goro y Mayemba.

—¿Recuerdas lo que dijo el abuelo? —musitó N’goro.

—¿Lo del salto? Sí, me acuerdo.

—Baja la voz —la regañó.

—¡No eres mi hermano mayor! —reviró airada—. ¡Yo soy el Kehinde!

—añadió sin bajar el tono.

—Eres una tonta...

No alcanzó a terminar la frase cuando fueron descubiertos por quienes

avanzaban a la retaguardia de la incursión. N’goro agarró de la

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muñeca a su hermana y echaron a correr río arriba, alejándose aún

más de la aldea, seguidos a unos cien metros por dos de los

cazadores. Rodearon un baobab y, cuando estaban fuera de la vista

de los perseguidores, dijeron al unísono:

—Un, dos tres... ¡Salta!

El sol que se ponía iluminó sus cuerpos en el aire, proyectando sus

sombras en el suelo arenoso. Décimas de segundo ante de caer,

estiraron las manos y agarraron las sombras por los pies, antes de que

se unieran de nuevo con sus cuerpos. Desaparecieron en ese

instante. Se hicieron invisibles a los ojos de los sorprendidos

nyamwezis, que juraban les habían dado alcance. Por más que

aguzaban la vista y el oído, no detectaban a los jóvenes. Sólo se oía la

algarabía de los aldeanos que eran atacados por el resto de la tropa.

No se percataban —porque no podían— de que sus presas estaban a

su lado, invisibles. Así permanecerían mientras tuvieran agarradas a

sus sombras: invisibles para todos, menos para ellos dos. Perplejos,

los cazadores corrieron a reunirse con el resto que en la aldea

masacraba a los viejos y capturaba a los jóvenes.

—¡Chito!... El abuelo dijo que no nos ven pero nos pueden oír.

Recostados contra el tronco del baobab, sin soltar sus sombras,

pasaron la noche tiritando y ahogando sus sollozos, invisibles también

a un grupo de leones que pasaban a abrevar, seguidos por las hienas

que siempre pretendían sacar provecho de las sobras.

Lo despertó la lengua del perro paseando por su cara. De inmediato

cayó en la cuenta de que si el perro lo lamía era porque podía verlo.

Miró a su hermana y ella también había soltado su sombra durante el

sueño: las sombras de ambos se unían a sus cuerpos con los

primeros rayos del sol. Prestó atención y no oyó sino los chillidos de

las aves en el río. Entonces despertó a Mayemba.

En silencio, visibles, se dirigieron a la aldea sabiendo que debían

esperar lo peor. Atravesaron la boma de seto espinoso que los

protegía de las fieras durante la noche. Una de las chozas ardía y en

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la explanada central se veían varios cuerpos inmóviles, de ancianos y

niños. Los buitres ya habían llegado y daban saltos entre los

cadáveres, como si buscasen el más apetitoso.

—¡Abuelo!

Corrieron hacia el anciano que boqueaba recostado en el quicio de su

choza. Las tripas en su regazo salían por el corte en su vientre. Sólo

alcanzó a bendecirlos poniendo su mano sobre las cabezas de los

chicos y luego, balbuceando, señaló en la dirección en que los

nyamwezis se habían llevado a los sobrevivientes. Cerró los ojos sin

decir palabra.

N’goro y Mayemba permanecieron a su lado en cuclillas, acariciando

cada uno una de las manos del anciano y llorando en silencio. Sus

lágrimas marcaban surcos brillantes en las caras cubiertas por el polvo

que levantaban los buitres con su aletear.

Hacia el mediodía, el hedor era ya insoportable. Se levantaron y sin

decir nada, como si estuvieran de acuerdo en lo que tenían que hacer,

empezaron a correr en la dirección que había señalado el abuelo.

Trotaban a paso medio, constante, como estaban acostumbrados a

hacerlo cuando iban de una a otra aldea en la sabana. Sólo se

detuvieron a beber en un remanso y a dormir, ya casi de noche. Por

precaución, una vez que capturaron sus sombras, Mayemba las ató de

los tobillos a las muñecas, para no dejarlas volver a su posición

natural, con el consiguiente riesgo de volver a ser visibles. Así hicieron

tres jornadas, hasta que empezaron a oír lo gemidos de los vecinos y

los gritos de apremio de quienes los capturaron y los llevaban en

recua, atados con grilletes en los tobillos y varas en los cuellos. Era

una treintena. Como en el poblado no vieron muchos muertos,

dedujeron que los demás habían escapado internándose en los

matorrales. Sin ser vistos, vieron cómo eran zafadas las cadenas y

abandonados a la vera de la trocha a quienes ya no podían dar un

paso más. Con el tiempo, sus negros cuerpos se descompondrían y

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engrosarían las osamentas que bordeaban el camino. El camino a la

rada donde esperaban los barcos.

Los gemelos convinieron en que no se mostrarían a nadie, ni a sus

amigos, por doloroso que eso fuera. Y no teniendo familia a la cual

retornar, estuvieron de acuerdo también en seguir a los cautivos,

adonde quiera que les llevaran, para saber cuál sería su suerte.

Una semana estuvieron merodeando por el lugar, haciéndose visibles

sólo para robar algo de comer. 

Cuando ya no cabían más en el foso donde se acopiaban cantidades

suficientes para justificar un viaje, con un cañonazo anunció su arribo

el Zong, barco negrero y negro como ellos, el mismo que los

arrancaría de sus tierras para nunca más permitirles volver.

* * *

Ambos vomitaron los tres primeros días del viaje. Luego se

acostumbraron e instintivamente inclinaban el cuerpo en dirección

contraria hacia donde escoraba el barco. Lo recorrían asidos de sus

sombras, impotentes ante la miseria y la desdicha de sus paisanos,

amarrados a argollas en el fondo de las bodegas, hacinados de forma

tal que les era penoso respirar. Cuatro veces al día bajaban los

hombres encargados de retirar a los moribundos y a los muertos. Los

sacaban por los accesos de cubierta con los enjaretados removidos

para la maniobra, utilizando un cabrestante que pendía del palo

mayor. Luego eran arrojados al mar.

Dos meses y medio después de la partida, oyeron el alborozo de los

tripulantes que divisaron una isla que pensaron era la de su destino.

Se equivocaban. Tal vez por esto o porque era lo corriente, los ánimos

decayeron y varios de los marinos enfermaron y corrieron la misma

suerte de los negros que sacaban a diario.

En la masa oscura recluida en las bodegas se miraban unos a otros,

desorbitados los ojos, al oír los gritos de disputa que venían de arriba.

No comprendían la lengua y esto los aterraba aún más. Horas

después, se abrieron las escotillas por donde sacaban a muertos y

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moribundos y obligaron a salir a todos, en grupos numerosos. Seguían

oyendo gritos, pero eran indistinguibles debido al golpeteo del agua

contra el casco y a la distancia. Al disponer de mayor espacio y de

más aire fresco, muchos pensaron que sus plegarias habían sido

oídas por Babalu Ayé y hasta comentarios jocosos empezaron a

circular entre los miembros de las diferentes tribus. Mayemba y N’goro,

sin ser vistos recorrían de arriba a abajo la nave y sabían lo que

sucedía. Impotentes, lloraban en silencio lágrimas invisibles.

Los hermanos subieron con el último grupo, el restante, y se

acomodaron sobre la cofa de mesana. Desde esta altura, vieron cómo

eran arrojados por la borda, encadenados y sin posibilidad de

salvación, 26 negros más. Los últimos diez no esperaron su turno y

con una mirada orgullosa y de reproche a los hombres blancos que los

transportaban, se lanzaron al agua.

Pasaron las semanas y arribaron al destino programado. Los

hermanos no quisieron bajar a la isla, a pesar de la abundancia que se

veía por todas partes. Seguían robando comida a bordo para subsistir.

Cuando el barco se apertrechó y se hicieron reparaciones menores,

volvió a desplegar velas en dirección al horizonte. Los chicos

deambulaban cabizbajos y en silencio. Ya no lloraban pero sus ojos

brillaban más que de costumbre.

—Pérdoname por no haber llorado como debía —dijo N’goro.

—¿De qué hablas?

—De cuando nacimos...

Mayemba lo miró con ternura y con su sombra amarrada a las

muñecas, lo abrazó.

—Deja de decir bobadas. Yo oí bien cómo lloraste y supe que todo

estaría bien.

N’goro esbozó una sonrisa sin comprender.

—Lo que hemos visto y vivido, ha sido suficiente aún para varias

vidas.

—Tienes razón —replicó su hermano. Hagamos otro intento...

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Se miraron de hito en hito, sus mentes se fundieron, zafaron los nudos

que ataban sus sombras a las muñecas e, invocando el nombre

de Olokun —guardián de los profundos océanos y los abismos—,

brincaron desde el alcázar para hundirse en la estela del Zong y fundir

las dos partes de sus almas.

—¡Hombre al agua! —gritó el vigía desde lo alto.

Cuando se pasó revista a la tripulación, estaban completos. El vigía,

en medio de las risas de todos, juraba con los más obscenos tacos

que era cierto.

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Los Yoruba son con 20 millones de individuos

el grupo étnico más grande de África. Viven sobre todo en Nigeria, y

en Benin. Una particularidad de esta tribu es que tiene un porcentaje

extraordinariamente alto de partos múltiples, que es cuatro veces

mayor que en Europa. Mientras que la tasa de nacimiento de

gemelos monocigoticos es relativamente constante en todo el

mundo, a razón de 4 por cada 1000 nacimientos, existe una ciudad

Yoruba llamada Igboora donde la tasa es de 150 por cada 1000, por

lo cual es considerada la capital de los gemelos. La falta de una red

sanitaria moderna y el mayor riesgo inherente de embarazos

múltiples causan una alta mortalidad: alrededor de la mitad de los

gemelos muere en el parto o durante su infancia.

 

No es de sorprender que en su cultura los gemelos tradicionalmente

tengan un lugar destacado. Según la tradición de los Yoruba, los

gemelos comparten un alma que es inseparable. Cuando un gemelo

muere, se rompe esta unidad y pone implícitamente a su hermano

sobreviviente en peligro de muerte. Para evitar que el otro sigua a

su gemelo muerto, tienen un ritual que mantiene la unidad del alma

de los gemelos y que a la vez canaliza el proceso del duelo de la

madre y de su familia. Los padres encargan un Ibeji, una pequeña

escultura de madera de entre 20 y 30 centímetros de altura. (En el

lenguaje del pueblo de los Yoruba “Ibeji” significa gemelo: IBI =

nacido, y EJI = dos.) Esta figura representará el bebé difunto, pero se

le da la apariencia de un adulto, con claros signos del sexo de la

persona y del clan a que pertenece. El tallista es elegido con la

ayuda de un Babalowo (“padre de los misterios”), vidente y

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sacerdote del pueblo. Este habitualmente elige a un particular

tallista profesional, pero también puede ocurrir que encomiende al

propio padre esculpir el Ibeji.

 

Una vez que la escultura está acabada, el Babalowo realiza un ritual

público para invitar al alma del gemelo difunto a residir en el Ibeji. A

partir de entonces el Ibeji es tratado y cuidado como si el gemelo

siguiera de cierta manera vivo. La madre le ofrece comida, lo lava

con regularidad, para aplicarle después una mezcla de aceite y

polvo de madera roja en el cuerpo y pigmento azul en su cabello, y

en algunas zonas lo viste. Se le canta y reza, y también puede que

se lo lleve consigo, envuelto en su vestido. Es una imagen

conmovedora ver como sale la pequeña cabeza de uno o dos Ibeji de

la túnica de la madre. Mientras en los primeros años se guarda el

Ibeji cerca de la cama de la madre, con el tiempo se le coloca en el

altar de los ancestros que hay en casa. La responsabilidad de cuidar

a un Ibeji es en primer lugar la de su madre, después es de su

gemelo vivo y de las mujeres de las generaciones posteriores de la

familia.

 El primer nacido de los gemelos se llama tradicionalmente Taiyewo

o Tayewo que a menudo es reducido a Taiwo, Taiye o Taye. Significa

“el primero en saborear el mundo”. Kehinde es el nombre del

segundo gemelo, “el que llega después”. Se dice que Kehinde envía

a Taiyewo para ver como es la vida allí fuera en el mundo. De esta

manera Taiyewo sale y será el primer nacido. A continuación le

comunica a Kehinde a través de su forma de gritar si la vida parece

buena o no. De esta respuesta depende si Kehinde llega al mundo

vivo o muerto. Ambos vuelven al mundo de los ancestros de donde

han venido, si la respuesta de Taiyewo no es suficientemente buena

para ninguno de los dos. Se dice que Taiyewo es normalmente el

tranquilo y introvertido de los gemelos, mientras que Kehinde es

más bien extrovertido y inquieto. A estos nombres se le llaman

nombres celestiales, ya que están dados por las circunstancias del

nacimiento. Al niño o niña que nace en un parto posterior a mellizos

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se le denomina "Idowu" o Esu lehin Ibeji (travieso detras de

gemelos) porque los Idowus son normalmente niños o niñas muy

dificiles. Por ello Taiwó aparece como enviado por Kehinde, y se

convierte en el primer mellizo que nace. Kehinde por tanto es

llamado como Omokehindegbegbon que significa "el niño que viene

ultimo es el mayor" Sin embargo, al primero de los mellizos tambien

se le denomina Taiyelou, diminutivo de Omotaiyelolu que significa

"El niño que vino a saborear la vida sobresale"  

Como en la

tradición Yoruba, cada persona es un alma con su larga línea de

almas ancestrales, los mellizos se vuelven complejos, ya que se dice

que comparten la misma alma, pero uno de los dos representa la

espiritual y el otro la moral. Como no hay forma de determinar cual

es cual, si uno de los dos muere, el balance del alma se desnivela, y

por ello se manda a realizar una figura de madera para que

represente al otro, al que se trata como si fuera una persona, se le

atiende, se viste y se trata como si fuera el fallecido. Tener gemelos

en una familia se considera una suerte en buena parte del África

negra. Se cree que son intermediarios entre los dioses y los

hombres, y pueden influir a favor del bienestar de su familia. Cuando

los dos gemelos mueren en el parto, se tallan dos Ibeji, porque de

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esta forma su presencia bendice a su familia, siempre que ellos

estén honrados y cuidados ritualisticamente. También se talla un

segundo Ibeji cuando el segundo gemelo muere durante su infancia

o adolescencia.

Como en muchas sociedades de África negra, que ven a los gemelos

portadores bien de suerte o de desgracia, también los Yoruba han

tenido una relación ambivalente respecto a los gemelos. En los

viejos tiempos creyeron que los gemelos eran como algo malo y

antinatural que no tenía explicación, y que traian mala suerte a su

pueblo. En consecuencia era una practica habitual matar a los recién

nacidos. Este cruel trato cambió alrededor del siglo dieciocho. Según

una antigua leyenda el pueblo de los Yoruba cayó en una profunda

melancolía. Cuando a continuación el rey de los Yoruba consultó al

oráculo de Ifa, este ordenó que se dejara inmediatamente de matar

a los bebes gemelos, y que no eran malignos sino al contrario

portadores de buena suerte porque eran intermediadotes entre los

dioses y los hombres. A partir de este momento se instaló un culto

de veneración de los gemelos y de sus madres, que con el tiempo

acabó con el infanticidio. Otra leyenda dice que la esposa del

legendario rey Ajaka dio luz a gemelos, y este dio órdenes de

cambiar la tradición y salvar a sus hijos.

En los pueblos vecinos de los Yoruba de Nigeria, en la tribu de los

Ewe en Togo, Benin y Ghana hay un culto similar, que son los

Venavi. Estas figuras reciben un trato parecido a los Ibeji. Como se

tocan sus caras cada vez que se habla con ellos, se pierden los

rastros con los años. A menudo a las estatuas les falta algo,

normalmente una parte del pie o del brazo. Esto tiene su origen en

un rito de sanación. Cuando el gemelo vivo cae gravemente

enfermo, entonces se implora la ayuda del alma que reside en el

Venavi para el enfermo. El Babalawo prepara una medicina que

contiene limaduras del Venavi. De hecho a menudo el niño se

recupera de su enfermedad gracias a la ayuda de su gemelo.

Si ambos niños mueren, pues las dos figuras de madera son llevadas

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al altar y deificados, es por ello que esta tradición surgió en una

ciudad cerca de Badagry donde un altar a los Ibeji está situado, por

lo que se cree que los Orishas Ibeji y su adoración surgió allí.

 

Un canto tradicional que se hace allí reza

Yo celebraré, celebraré el festival de la muerte

con el dios muerto de los gemelos

sean favorables, sean favorables

Taiyewo se favorable, Kehinde se favorable rapidamente, Sean

favorables, sean favorables.

 

A mi entender, el Orisha Ibeji de Osha es la representación

divinizada de los gemelos, relacionada con todos los comienzos,

como el nacimiento, la germinación, etc. Los Ibejis de Ifá están mas

relacionados con formas espirituales de los gemelos y deben ser

recibidos por aquellas personas que tengan familiares fallecidos

gemelos (hijos o hijas sobre todo) o ancestros gemelos o gemelos en

su cuadro espiritual, o sean ellos mismos gemelos, para que a través

de la adoración de estos Ibeji Ifá llegue la prosperidad a sus hogares

y sus almas siempre estén en equilibrio.

 

Patakí

En la antigüedad, en el pueblo de Isokun, vivía un agricultor muy

próspero que era conocido en todas partes como un cazador de

monos. Esto era así porque como sus siembras eran muy prolíficas,

los monos venían a comer de sus cultivos.

 

     De modo que los monos se volvieron una plaga para el agricultor.

Este trataba de expulsarlos, pero ellos iban y venían, y comían de

todos sus frutos. Él y sus trabajadores vigilaban los cultivos, 

mataban a los monos y los sacaban con palos y piedras. Pero los

monos se negaban a irse. Y siempre regresaban a comer de sus

siembras.

                  

     El agricultor se las ingenió para mantener a los monos fuera de

sus cultivos. Entonces los monos hicieron Juju (brujería). Comenzaba

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a llover y los vigilantes se iban a la casa, pensando que con la lluvia

los monos no vendrían a comerse las cosechas. Pero los monos

hicieron que cayera la lluvia y mientras llovía, ellos comían y

comían. Cuando el agricultor descubrió esto, mandó a construir

techos para los vigilantes. Así pudo matar muchos monos.

     Aquél agricultor tenía varias esposas. Un día un adivino vino al

pueblo de Isokun y predijo para el agricultor: “Si continúas matando

monos, tus esposas no podrán tener hijos. Los monos son sabios y

poderosos, ellos tienen la facultad de enviar un abiku (nacidos para

morir prematuramente) a los vientres de tus esposas. Cesa de matar

monos. Permite que los monos vengan y coman en tu tierra”.

    

     El agricultor no le creyó a aquel Babalawo. Y continuó matando a

los monos. Estos se reunieron y discutieron la forma de vengarse del

hombre. Fue así como decidieron enviarle dos abikus. Entonces dos

monos se transformaron en abikus y viajaron al vientre de una de

las esposas del agricultor. Cuando la mujer parió, nacieron los

primeros gemelos en aquel pueblo Yorubá. Esto atrajo la atención de

todo el mundo. Era la primera vez que nacían dos niños a la vez.

Unos dijeron: “Qué buena fortuna para el agricultor”. Otros

manifestaron: “Esto es un mal signo para el agricultor, ya que sólo

los monos paren gemelos”.

 

     Pero como los gemelos eran abikus, al poco tiempo murieron. Y

los monos retornaron al “lugar de los no nacidos”. De nuevo, una de

las esposas del agricultor quedó embarazada, y cuando parió,

nacieron otros gemelos. Pero como eran monos, al poco tiempo de

vida, murieron. Así pasó con todas las esposas. El agricultor

desesperado, porque no podía tener herederos, viajó a un lejano

lugar para consultar a Orúnmila. Ifa le dijo: “Tus problemas son

provocados por los monos. Ellos están enviando abikus a los vientres

de tus esposas. Tú le has provocado a ellos un gran sufrimiento, y en

venganza ellos te hacen Juju (brujería). Permite que ellos coman en

tus cultivos, a lo mejor así se apaciguan”.

     El agricultor regresó a Isokun, y dejó de cazar monos. Los monos

comían tranquilamente. De nuevo, una de las esposas del agricultor

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salió embarazada y parió gemelos. Pero el agricultor, inquieto por

sus anteriores experiencias, fue de nuevo a consultar el oráculo de

Ifa para asegurarse de que sus hijos no murieran otra vez. Ifa le dijo:

“Estos gemelos no son abikus. Los monos se han apaciguado. Pero

tampoco estos gemelos son niños ordinarios. Estos gemelos tienen

el gran poder de premiar o castigar a los seres humanos. Su

protector es el Orisha Ibeji. Si alguien maltrata a estos gemelos, el

espíritu Ibeji castigará a esa persona con enfermedad, pérdidas

(embarazos) y pobreza. Y quien trate a los gemelos con bien, será

recompensado con hijos y buena fortuna”.

 

     Ifa también dijo: “Debes hacer cualquier cosa que los haga felices

en este mundo. Lo que ellos quieran, dáselo. Hazle ofrendas al

orisha Ibeji. Ya que los gemelos fueron enviados al mundo por los

monos. Los monos son sagrados para el Orisha Ibeji. Ni los gemelos

ni sus padres pueden matar monos ni comer carne de mono”.

     El agricultor retornó a Isokun y le dijo a su esposa lo que había

aprendido de Ifa. Él le explicó que lo que los gemelos quisieran,

había que dárselo. Si querían dulce, se los diera; si querían ir al

mercado a pedir, que los cargara y los llevara al mercado; si querían

bailar, que ella los cargara en sus brazos y danzara con ellos. Así

vino la buena fortuna a la vida del agricultor.

     Desde este día, los gemelos son llamados: “Adanjunkale” (“con

ojos brillantes en la casa”).

bejiPublicado por Sol

Los yorubas son uno de los principales grupos étnicos de África, en su cultura los gemelos son seres muy importantes tradicionalmente. En la lengua Yoruba "Ibeji" significa literalmente "gemelos". Las figuras de madera

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hechas para conservar el alma de un gemelo muerto también se llaman Ibeji. Estas figuras de madera, de quince a veinticino centímetros de alto y talladas con la máscara de la familia, suelen ser bien atendidas. El pueblo Yoruba cree que estos cuidados y atenciones ayudan a garantizar la supervivencia del otro gemelo. En la religión yoruba tradicional, es una deidad que representa a los gemelos llamados Orisha Ibeji o Ibeji Orisa. 

Orígenes

Aunque la tasa de nacimiento de gemelos monocigóticos es relativamente constante en todo el mundo, alrededor de 4 por 1000 nacimientos, la tasa de gemelos dicigóticos varía ampliamente. La incidencia de nacimientos de gemelos dicigóticos es significativamente mayor en gran parte de África que en los Estados Unidos, con mayor incidencia entre los pueblos yoruba de Nigeria, con una frecuencia de 45 por cada 1000 nacimientos. De hecho, el pueblo yoruba de Igboora se jacta de un promedio de 150 pares de mellizos cada 1000 nacimientos y es considerado por Nigeria y el mundo, como la capital mundial de los gemelos. 

Práctica

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Tradicionalmente, cuando los gemelos nacen, los padres visitan a un Babalawo , que significa "padre de los misterios", para conocer sus deseos. El primero de los gemelos en nacer es tradicionalmente llamado Taiyewo o Tayewo, (que significa "el primero en probar el mundo»), lo que se acorta a menudo a Taiwo, Taiye o Taye. Kehinde ", el último en llegar", es el nombre del segundo gemelo. A esto tipo de denominación de los nombres Yoruba se le llama "celestial": son nombres debidos a las circunstancias del nacimiento. El siguiente niño en nacer tras los gemelos se llama "Idowu" independientemente del sexo, un niño o una niña. "Alaba" es el de después de Idowu, ya sea un niño o una niña, que es generalmente seguido por Oni y Ola o "Idogbe", etc 

Se dice que Kehinde envía Taiyewo para que vea cómo es la vida en la tierra y decirle a él (o ella) si es bueno. Por lo tanto, Taiyewo es enviado por Kehinde, y se convierte en el primer niño en nacer. A continuación, le comunica a Kehinde espiritualmente (se cree que por su forma de gritar) si la vida es buena o no. La respuesta determina si Kehinde nacerá vivo o muerto. Ambos vuelven de donde vinieron si la respuesta de Taiyewo no es lo suficientemente buena para ambos. 

Ere Ibeji 

Los yorubas creen que los dos gemelos comparten un alma , así que si un gemelo muere en una edad joven, el equilibrio del alma se ve perturbado. La tasa de mortalidad de los niños es muy alto en África, y debido a esto, se lleva a cabo un ritual para equilibrar nuevamente el alma de los gemelos. El sacerdote de Ifá elige escultor reconocido para crear una pequeña figura que simboliza al niño muerto. El escultor tiene libertad para crear una figura del gemelo según los sentimientos que tenía hacia

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el niño. Si ambos gemelos mueren, se hacen dos figuras. El alma es conducida a las esculturas. Estas figuras son llamadas "ere Ibeji". Ibi significa nacer, eji, dos, y ere, imagen sagrada. La escultura sigue siendo tan respetada y tan poderosa como la persona que representa. Los padres de los niños deben tratar a la estatua como si fuera real, por lo que es bañada, alimentada y vestida del mismo modo que sería en vida. La escultura es particularmente especial para la madre, que la mantiene cerca de su cama. La madre frota la figura con polvo de madera roja para mantenerla libre de manchas, y la acaricia amorosamente. Los rituales y las oraciones se realizan para el cumpleaños del niño y otras celebraciones o festivales. 

La cabeza de la figura se asocia con el destino del niño, que mide su éxito o su fracaso. El tamaño de la cabeza es un tercio del tamaño del cuerpo porque es donde reside el espíritu. La cabeza debe ser grande en proporción al resto del cuerpo. La escultura es muy detallada, pero es sólo un símbolo del niño y no está destinada a ser una imagen realista, sino una semejanza de un humano. El niño se muestra como un adulto, algo muy común en la escultura africana. Las facciones del niño son más maduras, incluyendo cicatrices en la cara, y pechos grandes en figuras femeninas. La superficie de las esculturas es muy suave. La figura no se mueve para representar a la disciplina, la serenidad y confianza. La figura a veces tiene elementos simbólicos. Conchas o perlas pueden invocar a ciertos dioses o indicar riqueza. 

Los yoruba tradicionalmente dicen que Kehinde es el mayor de los gemelos a pesar de ser el último en nacer, porque es el que envía a Taiyewo a hacer un recado, una prerrogativa de los ancianos Yoruba. Kehinde, por tanto, es denominado Omokehindegbegbon (lo que significa, "el niño que quedó en último lugar se convierte en el

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mayor"). A cambio, al primer gemelo nacido en ocasiones también se le como Taiyelolu o Tayelolu, que es la abreviatura de Omotaiyelolu y significa, "el niño que vino a probar la vida sobresale". 

Dado que en la tradición yoruba cada persona es un alma en la larga línea de las almas de los antepasados, los gemelos son complejos, compartiendo la misma alma - pero uno de los dos es el alma espiritual y el otro el alma mortal. Puesto que no hay manera de determinar quién tiene el alma mortal y quién el alma espiritual, si un gemelo muere, el escultor es el encargado de representar al niño fallecido. Sólo el sexo y las cicatrices faciales (si el niño ha tenido) se especifican y son fielmente recreadas en la figura tallada. Se cree que Taiyewo es el más tranquilo, calmado e introvertido de los gemelos, mientras que Kehinde es el extrovertido.

Fuente: wikipedia.Traducción: Marisol García

Hierbas de los Ibeyis

* Anón (Annona squamosa)* Canistel (Pouteria campechiana)* Chirimoya (Annona Cherimolia)* Guanábana (Annona muricata)

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* Guayaba (Psidium guajaba)* Mamey de Santo Domingo (Mammea americana)* Mamoncillo (Melicocca bijuga)* Mango (Mangifera indica)* Naranja (Citrus sinensis)* Piña (Ananas comosus)* Platanillo (canna coccinea)* Rompezaragüey (Vernonia methaefolia)* Zapote (Achras sapote)* Zarzaparrilla (Smilax medica)