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18 El Hombre y la Máquina N o 18 Hoy, cuando hablamos de las Humanidades, ya no sabemos de qué estamos hablando. ¿Qué le per- tenece ahora a aquella orgullosa y antigua palabra, a aquel arrogante término Littera humanior que en- cerraba en su seno la concepción del hombre? Sin duda las matemáticas han ido conquistando el terreno de las Humanidades. Si hablamos de his- toria, actualmente cada vez más de sus ramas pertenecen al estudio so- ciológico-estadístico de los eventos y las estructuras, no al área de la narrativa. En la lingüística teórica y formal existe hoy más cercanía a la lógica matemática que al mundo de Humboldt y a la tradición del estudio lingüístico. El reino de la computadora separa Les Sciences de l´Homme (esa tercera categoría don- de los franceses ubican la antropo- logía y la psicología) de la esfera humanística y las aproxima más y más a las ciencias exactas. La frase trabajar en las Humanidades se ha- lla casi en total confusión. Por aña- didura ni en Europa Occidental ni en buena parte de los Estados Uni- dos existen perspectivas de empleo para los egresados de las facultades de literatura, filosofía o artes. Sim- plemente no hay evidencia de que algunas de estas áreas, tal como las conocemos, vayan a sobrevivir. Las Humanidades GEORGE STEINER** * Publicado en El País, Madrid. Traducción de Lorena Wolffer / Ana Terán. ** Investigador y crítico literario de prestigio internacional. Es Extraordinary Fellow del Churchill College, Cambridge, y profesor de inglés y literatura comparada en la Universidad de Ginebra. Ha publicado entre otros títulos: Lenguaje y Silencio, Antígonas, Presencias efectivas y Heidegger, Después de Babel, La muerte de la tragedia, Pasión intacta. Ilustraciones de Gustavo Doré, La Divina Comedia *

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18 El Hombre y la Máquina No 18

Hoy, cuando hablamos de lasHumanidades, ya no sabemos dequé estamos hablando. ¿Qué le per-tenece ahora a aquella orgullosa yantigua palabra, a aquel arrogantetérmino Littera humanior que en-cerraba en su seno la concepción delhombre?

Sin duda las matemáticas hanido conquistando el terreno de lasHumanidades. Si hablamos de his-toria, actualmente cada vez más desus ramas pertenecen al estudio so-ciológico-estadístico de los eventosy las estructuras, no al área de lanarrativa. En la lingüística teóricay formal existe hoy más cercanía ala lógica matemática que al mundode Humboldt y a la tradición delestudio lingüístico. El reino de lacomputadora separa Les Sciences del´Homme (esa tercera categoría don-de los franceses ubican la antropo-logía y la psicología) de la esferahumanística y las aproxima más ymás a las ciencias exactas. La frasetrabajar en las Humanidades se ha-lla casi en total confusión. Por aña-didura ni en Europa Occidental nien buena parte de los Estados Uni-dos existen perspectivas de empleopara los egresados de las facultadesde literatura, filosofía o artes. Sim-plemente no hay evidencia de quealgunas de estas áreas, tal como lasconocemos, vayan a sobrevivir.

Las HumanidadesGEORGE STEINER**

* Publicado en El País, Madrid. Traducción de Lorena Wolffer / Ana Terán.** Investigador y crítico literario de prestigio internacional. Es Extraordinary Fellow del Churchill College, Cambridge, y profesor de inglés y literatura

comparada en la Universidad de Ginebra. Ha publicado entre otros títulos: Lenguaje y Silencio, Antígonas, Presencias efectivas y Heidegger, Después deBabel, La muerte de la tragedia, Pasión intacta.

Ilustraciones de Gustavo Doré, La Divina Comedia

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Examinemos esta paradoja: Vi-vimos en uno de los períodos demayor construcción de museos enla historia, del nuevo Bilbao al nue-vo Hirshom al nuevo Getty, gasta-mos millones y millones en las gran-des bibliotecas —las recién inaugu-radas Bibliotheque National de Pa-rís y la British National Library—,pero resulta imposible conseguirfondos para lo que están escribien-do hoy los poetas, los escritores ex-perimentales; para lo que están pro-duciendo los artistas jóvenes. Elpoeta y el joven novelista, desespe-rados, buscan empleo en el campoacadémico y la dialéctica resultadañina para ambas partes: no esbueno para el escritor creativo per-manecer en una universidad y launiversidad, por su lado, cuando tie-ne que emplear al escritor distorsio-na su relación con la literatura. Deestar nuestra casa en orden, las Hu-manidades podrían hoy confrontarestas paradojas con más coraje yesperanza. Pero no lo está. ¿Cómofue que las Humanidades se convir-tieron en un gran campo académi-co? Sucedió en Alemania, a partirdel programa de Humboldt para laUniversidad de Berlín: de ese planevolucionaron todos los seminarios,conferencias y disertaciones docto-rales de Occidente. El objetivo fueeditar a los clásicos con el fin deestablecer un textus receptus paralos grandes poetas y escritores lati-nos y griegos. Claro que de vez encuando puede añadirse un pequeñotoque aquí o allá: toda edición esperfectible, pero esencialmente eltrabajo está hecho. Entonces, ¿quésignifica decir que nuestros estu-diantes están investigando en elcampo de las Humanidades? Escri-bir el dosmilésimo ensayo afirman-do que Keats es un buen poeta —yeso es lo que está ocurriendo— noes investigación, es banalidad ab-soluta. Trabajar una vez más en ésteo aquel detalle de Lope o Calderónes manía de anticuario. Los perió-dicos proliferan más allá de la ca-

pacidad de cualquiera para leerlosy hay una prisa delirante por publi-car, tanto en los flamantes investi-gadores estadounidenses como enlos de Europa Occidental. A nadiele importa la calidad, lo que cuentaes el número de artículos mediantelos cuales se puede o no sobreviviren la carrera académica.

Los premios se destinan al es-pecialista, al ultra-miniaturista, aquien orgullosamente proclama:«Mi período abarca los primerostreinta años de la época victoriana,por favor, no me pregunten ningu-na otra cosa». La especialización haalcanzado un nivel patológico. Nonecesitamos el diezmilésimo librosobre el carácter secreto de Hamlet,la grandeza de Milton o el ingenio

Ilustraciones de Gustavo Doré, La Divina Comedia

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de James Joyce. La Biblia fue clararespecto de la producción de libros.No habrá fin, anunció; lo que nopodía predecir era este período enel que escribimos libros sobre librossobre libros. Es cierto que algunasgrandes águilas, pocas, vuelan to-davía sobre la universidad, y tam-bién que hay maestros de la HauteVulgarisatión que poseen genio yproducen best-sellers, pero entre losaeropuertos donde viven ¿cuándoven a un estudiante?

Esta sobreabundancia, estaoleada de verbosidad en publicacio-nes eruditas, esta crítica reiterativaha llevado al actual fenómeno deveneración por la teoría. En la ma-yoría de los departamentos de artede las universidades de EstadosUnidos, y ahora también de Ingla-terra, hay nula oportunidad de con-seguir un puesto para quien no sedeclare teórico. A lo largo de miprofesión he intentado demostrarque no tenemos derecho a utilizaresta palabra: para un científico opara cualquier persona una teoríasignifica dos cosas: que existe unexperimento crucial —experimen-tum crusis— y que su refutación esposible. Y eso no puede ocurrir enlas Humanidades: ninguna autori-dad en el mundo, ningún consensoa través del tiempo, ninguna vota-ción de millones de lectores puederebatir o desaprobar en forma algu-na el juicio de Tolstoi cuando sen-tencia que el Lear de Shakespearees un enredo infantil —¡se trata deLeón Tolstoi, autor de grandes obrasde teatro!—, o el de Wittgensteincuando dictamina que Shakespearesólo puede crear nubes de lenguajey ninguna persona viva. No pode-mos refutar los grandes juicios delpasado ni impugnar un juicio esté-tico, por ofensivo que nos parezca.Sólo podemos decir que todos losdemás afirman que Shakespeare esmagistral, lo que en estricto sentidonada prueba. Y más inteligentes queTolstoi y Wittgenstein no somos.

El posestructuralismo, la de-construcción y el posmodernismo sealimentan de esta hambre de teoría.A menudo con brillantez, explotanlas profundas dudas que hoy debe-rían preocuparnos, y están en locierto cuando declaran que no po-demos continuar a la vieja usanza.Ellos cuestionan, como lo hicieronlas ironías creativas de Marx, Nie-tzsche y Freud, las posibilidades delsignificado, y llaman la atenciónsobre las presuposiciones —retóri-cas, teológicas, políticas— que ya-cen debajo de cada texto. Son lossátiros que danzan al final de la tra-gedia, y cuando afirman que hastael texto más formidable es un pre-texto para la deconstrucción, nohacen sino un juego de palabras deuna frivolidad casi imperdonable.

Pero la frivolidad no tiene ca-bida en la empresa del científico.Veamos la siguiente estadística: enla historia de la raza humana, detodos los hombres y mujeres a quie-nes podemos llamar científicos 96%están vivos, y tan sólo 4% en el pa-sado, remontándonos hasta Euclidesy Praxíteles. En otras palabras, hoyla lucidez, la creatividad y la inven-tiva humana están del lado de lasciencias.

Para mí es un privilegio convivircon científicos; tanto en Princetoncomo en Cambridge he podido hacermi vida a su lado. No quiero mencio-nar su inmenso prestigio social, ni suautoritas, sino algo mucho más sen-cillo: su gran alegría. Es algo difícilde explicar, es la Gaya Ciencia deNietzsche: la ciencia alegre. Hasta elcientífico más mediocre sabe que ellunes siguiente sabrá algo que hoyignora. Ninguna novela de desafíosfaustianos habría podido pronosticar,en por lo menos tres frentes, el mo-mento que hoy viven los hombres deciencia. Primer frente: están muypróximos a la creación de vida in vi-tro (tienen mucho tacto, no les gustausar la palabra vida sino el términomoléculas autorrepetitivas, que en Il

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cualquier idioma significa vida). Se-gundo: Se sienten muy cerca del en-tendimiento de los límites del cosmos.Stephen W. Hawking —totalmentelisiado, pero con una mente al filo deluniverso, quizá la más genial desdeNewton y Einstein— está por anun-ciar una nueva teoría sobre la crea-ción del tiempo (la famosa frase finalde su libro: Entonces conoceremos lamente de Dios, ya es parte de la len-gua inglesa). El tercer frente se refie-re a lo que Francis Crick llama el San-to Grial de toda ciencia: el descubri-miento de la química de la concien-cia. Crick se atrevería a decirnos quecuando pronunciamos la palabra yoes gracias a cierta composición de car-bón y azúcar.

Imaginen una época en la queéstos sean los parámetros, y que jó-venes de veintidós o veintitrés añospuedan producir contribuciones deprimer rango. No hace mucho, altérmino de un examen doctoral, elexaminador dijo: No está nada mal.Es probable que te veamos en Esto-colmo. Al año siguiente el estudian-te se hallaba en Suecia y no preci-samente para esquiar.

De haber vivido en la Florenciadel Cuatrocento habría sido tanagradable desayunar con los pinto-res como lo es hoy desayunar conlos científicos. Y nosotros, los hu-manistas, caminamos mirando ha-cia atrás Intuitiva, irracionalmente,muy pocos de nosotros creemos quevendrá otro Dante, Cervantes,Shakespeare o Goethe, otro Mozarto Bach u otro Miguel Ángel. Laverdad es que podría venir mañana,pero no logramos suprimir la intui-ción de que detrás de nosotros el solse está ocultando, mientras que enlas ciencias el mañana se vislum-bra ilimitado.

Estoy convencido de que unaeducación en la que las matemáti-cas no jueguen un papel significati-vo es, en lo sucesivo, un disparatearrogante. Porque si los estudiantes

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no logran, por ejemplo, seguir eldebate sobre la química de la crea-ción de la vida, sobre la clonación,no podrán acceder al campo de lasmás críticas decisiones morales,políticas y sociológicas que enfren-ta la raza humana. Si preguntamosa los jóvenes científicos qué haríansi la ley que se está debatiendo enEuropa entrara en vigor y no lespermitiera continuar experimentan-do con los clones, ellos responde-rían: Aunque tengamos que descen-der cientos de metros por el tiro deuna mina y vivir en la oscuridad, nodejaremos de pensar. Los hombressomos animales cazadores de la ver-dad. No se puede legislar en contrade esa pasión.

Es factible construir puentes através de la historia y la filosofía de

la ciencia, a través del estudio seriode los vínculos entre matemáticasy música, entre geometría y arqui-tectura, desde Platón hasta Dante,de Dante a Kepler y Hawking. Síexisten caminos, aunque intrinca-dos, para ayudarnos a entender algode nuestro mundo. Veamos las pre-misas que posibilitaron la gran cul-tura humanista del Renacimiento,de la Ilustración, de los siglos XVIII

y XIX: hombres de enorme inteligen-cia consideraron que el arte, la lite-ratura, la música, la historia y la fi-losofía mejorarían la conducta hu-mana. Era tan claro para Humboldtcomo para Jefferson, para Leibnitzcomo para Mathew Arnold: si amasesas disciplinas, lees los grandestextos, escuchas las grandes com-posiciones, si aprendes a amar elgran arte serás un ser humano máshumano.

Hoy sabemos que aquello fueun error, que los grandes logros enla educación, las artes, la literaturay el alfabetismo general no evitanni la tortura ni los asesinatos enmasa ni el deseo colectivo de san-gre. Hoy sabemos que los gritos delos hombres, mujeres y niños quemorían de sed dentro de los vago-nes en la estación de Munich, ca-mino a Dachau, podían escucharseen la sala de conciertos donde Wal-ter Gieseking interpretaba sus fa-mosos recitares de Debussy. Gie-seking no dejó de tocar, el públicono abandonó la sala. Y si me per-miten decirlo de una manera inge-nua, la música no dijo no, ni unasola nota dijo no. Los recitares deDebussy fueron espléndidos, estángrabados. Aquellos que torturabanpor la mañana cantaban en la no-che a Schubert y leían a Rilke y aGoethe. Ninguna formación artís-tica en poesía, ninguna sensibilidadmusical o estética parece detenerla barbarie total. Las Humanidadescoexisten íntimamente con lo in-humano, en demasiadas ocasionesson el ornamento de la bestialidad

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Estoy convencido

de que una educación

en la que las matemáticas

no jueguen un papel

significativo es,

en lo sucesivo,

un disparate arrogante.

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que las rodea. El gran pensadorWalter Benjamin, a quien mató elnazismo, escribió que en la base detoda obra de arte yace algo inhu-mano. No le creímos. Hoy sabemoscuánta razón tenía.

También sabemos que en losgrandes pensadores y escritorespuede caber una libidine absolutapor la violencia y el despotismo. Unejemplo: Cuando di clases en Chi-na, algunos de mis alumnos, lisia-dos de por vida merced a los golpesque las Guardias Rojas les propina-ron en sus espaldas, me confesarondiscretamente que habían enviadode contrabando a París una cartadirigida a Jean-Paul Sartre, el Vol-taire de nuestro siglo, pidiéndoleayuda. Y él ofreció una conferenciaen el Velodrome d’Hiver, dondeafirmó: “Todas esas historias quecirculan acerca de la tortura infligi-da por las Guardias Rojas son purainvención de la CIA norteamerica-na”. Y no es menester mencionar latrágica, inolvidable e insoluble cri-minalidad de Heidegger.

Tampoco existe evidencia algu-na que compruebe la famosa suge-rencia de Arthur Koestler acerca deque tenemos dos cerebros: uno pri-mario y masivo, una especie de ce-rebro animal, instintivo, territorialy sádico, y un lóbulo frontal queevoluciona lentamente hacia la mo-ral, el arte y el conocimiento. Seríasin duda una explicación maravillo-sa pero simplemente no tenemosprueba alguna de ella.

Lo cierto es que nos hallamos engraves problemas. No sabemos enverdad qué estamos enseñando, aquién, con qué finalidad, y no noshemos atrevido a enfrentar el fraca-so de las Humanidades cuando lahistoria llegó a la medianoche enEuropa Occidental. Subrayo: Aus-chwitz no estaba en el Desierto deGobi; Buchenwald se construyó entorno al árbol favorito de Goethe,quien caminaba hacia él desde su

jardín en Weimar. La medianoche delhombre —la que San Juan de la Cruzlogró desentrañar en su extraordina-rio poema— emergió de las cumbresmás altas de la civilización: de lasmás grandiosas bibliotecas, de losmás ilustres institutos, de los músi-cos, de los artistas.

Finalmente, ¿es esta crisis—como creo yo— en algún senti-do teológica? La idea misma es ver-gonzosa (en Inglaterra, cuando al-guien pronuncia la palabra teologíaes como si padeciera un dolor demuelas, la gente desvía la miradacomo buscando una aspirina: no esun tema cortés). Pero en la palabraHumanidades reside una gran con-tradicción: los Littera humanior, afin de cuentas, fueron fundados enla creencia judeocristiana del logos

Ilustraciones de Gustavo Doré, La Divina Comedia

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y el lenguaje. El primer gran pro-grama universitario arranca con elIV Evangelio. «En el principio erael Verbo». Idea profundamente ju-deohelénica, no universal, de don-de se desprende la gran tradición denuestros estudios. El humanista po-día confiar en las palabras y en susignificado. El lenguaje no era unjuego absurdo, una invención rela-tivista individual, reinventada acada momento, como en la decons-trucción pura del posmodernismo.A lo largo de la empresa humanistahubo una especie de reaseguraciónhasta que al final se irguió el murode una antigua fe trascendental, deun credo —el credo platónico— quesupone la existencia de algo másallá de nuestro profano mundo físi-co. Credo que aún forma parte de lavida de millones de hombres y mu-jeres, aunque ya no subsista comofuerza activa en nuestra cultura. Elescepticismo fundamental de unNietzsche o de un Foucault ha de-construido la palabra autoritas, y nohay que olvidar que esa palabra en-

cierra a nuestra palabra autor: elescritor apela al autoritas. ¿Dóndequedó hoy la autoridad?, ¿en quéideología?, ¿en qué sistematizadosartículos de creencia filosófica? Nocompartimos ya aquel pacto, aque-lla promesa de la historia que mo-raba en las Humanidades. Y no memalinterpreten, por favor, si digoque la caída del marxismo consti-tuye también un epílogo profunda-mente trágico del humanismo, por-que en el marxismo residía la pro-mesa mesiánica de justicia y unacreencia profundamente irracionalen la perfección del hombre. Cito aalguien que siempre asocio con laciudad de México, Leo DavidovichBronstein, mejor conocido comoTrotsky: Llegará el día en que loslogros de Aristóteles, Goethe yShakespeare parecerán colinas,comparados con las montañas quese yerguen detrás de ellos, cuyascimas empezarán a ser alcanzadaspor hombres y mujeres comunes ycorrientes. Nadie podría escribirhoy esta frase sin avergonzarse: for-ma parte integral del optimismomesiánico que ocupó el centro deesa gran herejía del judaísmo, esaherejía rabínica que es el marxismo.

En los últimos tiempos han sur-gido fuerzas de distinta naturalezaque se han puesto en marcha conenorme vigor; el aterrador funda-mentalismo religioso en el mundodel Islam, dinámico en su odio a latecnocracia occidental, en su odio alo seglar. Y nuestras guerras, que sehan vuelto otra vez religiosas. Pue-de que se haya activado de nuevoen el hombre cierta clase de ham-bre. Tal vez lo que intento decir fuemejor definido cuando visité Túnezy me presentaron a unas jóvenesdoctoras que trabajaban en un granhospital. Al percatarse de mi asom-bro porque traían puesto el chador,una de ellas dijo: Yo me gradué enHarvard, una de mis colegas enColumbia y la otra en Berkeley. Vi-mos lo que Occidente tiene que ofre-

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Qué les depara el futuro

al arte y la literatura,

no lo sé. Sé que su actual

tarea es la de una infinita

remembranza, la de preservar

aquello que nos ha hecho

humanos.

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cer, y no nos interesa. Y son jóve-nes mujeres, con una excelsa edu-cación superior.

Por más grande que sea el re-chazo a muchos de nuestros valo-res occidentales, no habrá aspectodel lenguaje, de la comunicación, dela memoria o de la enseñanza queno vaya a ser transformado por larevolución electrónica, la WorldWide Web, el ciberespacio. La téc-nica se ha convertido en metafísi-ca: ¿Fue un arquitecto quien diseñóel nuevo Museo Guggenheim deBilbao? ¿O es producto directo deuna supercomputadora que por sísola comprobó que el titanio podíautilizarse en esas proporciones, conesas curvas, con ese peso, que porsí sola pudo determinar la ilumina-ción de cada ángulo, de cada muro,y que produjo holográfica y tridi-mensionalmente la maqueta exactade lo que hoy es el edificio? ¿Quiénlo diseñó? Esta pregunta es filosó-fica; corresponde a un mundo com-pletamente nuevo.

Hace muy poco, David Wilde—matemático egresado de Cambrid-ge que trabaja en Princeton— de-mostró el último teorema de Fermat,uno de los más encumbrados del pen-samiento. Necesitó siete años de re-flexión, una pluma y un papel. Fer-mat habría comprendido completa-mente el método, lo que no hubierapodido entender es la demostración,que requiere el conocimiento de lasfunciones elípticas transfinitas delque no disponía Fermat. Un mes des-pués, en el quinto juego entre Kas-parov y la caja de metal Deep Blue,el hombre ofreció una jugada de sa-crificio, bastante clásica; la máqui-na tardó dos minutos —que en tiem-po humano equivale a alrededor deciento diez años— y respondió conuna jugada que Kasparov no podíaentender, y que lo llevó a escribir ensus notas: “No está calculando, estápensando”. En mi opinión, esta esuna de las frases más importantes delmilenio.

Kasparov perdió y sufrió unacrisis nerviosa. Cuando comenté elsuceso con mis colegas en Cambrid-ge, ellos me previnieron: Ten muchocuidado. ¿Cómo sabes que pensar noes calcular? Buena pregunta. ¿Quiénha demostrado que es algo más? Laspuertas están abiertas, y posiblemen-te un día los historiadores establez-can que, entre la demostración deWilde y la frase de Kasparov, la hu-manidad entró en una nueva era, ladel homo sapiens sapiens.

Qué les depara el futuro al artey la literatura, no lo sé. Sé que suactual tarea es la de una infinita re-membranza, la de preservar aque-llo que nos ha hecho humanos. Peroa partir de mi análisis sobre el futu-ro económico, social y metodológi-co de muchas ramas de nuestrosestudios, no puedo confiar en el des-tino de las Humanidades. ¿Esperoestar equivocado? Sí, con todo micorazón.

Ilustraciones de Gustavo Doré, La Divina Comedia