historias de un tico sin historia

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HISTORIAS DE UN TICO SIN HISTORIA FRANCIS DEL MORAL 1985 1

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Narracion personal de la vida de la Costa Rica de los años 40 - 80's

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Page 1: Historias de un tico sin historia

HISTORIAS DE UN TICOSIN HISTORIA

FRANCIS DEL MORAL1985

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Page 2: Historias de un tico sin historia

Historias de un Tico sin historiasFrancis del Moral © 1985

Primera edición, Abril 2008

Todos los derechos reservadosFamilia Morales BurgosCosta Rica

Prohibida la reproducción parcial o total de este libro sin previo consentimiento.

Foto portada: Atardecer en Manuel Antonio, Costa Rica AM © 2008

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A la memoria de mamá y del abuelo, que nos cuidan desde el cielo. AM

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Mi origen

Hijo de un matrimonio netamente campesino, de esos que emigran de su pueblo (en este caso, Naranjo de Alajuela) en busca del sustento diario para la crianza de sus hijos, este fue un rodar para esta familia, motivado por la ocupación del padre que se dedicaba a la construcción de casas, oficio que en ese tiempo era poco solicitado en los pueblos, por ese motivo la familia no podía echar raíces en ninguna parte. Así dando tumbos fueron de pueblo en pueblo: San Pedro de Poás, Puntarenas, Villa Quesada, Zarcero, San Isidro de Coronado. Son algunos de los lugares en que vivieron períodos cortos o largos, dependiendo su duración algunas veces del nacimiento de uno o más miembros de la familia y sobre todo de la consecución del trabajo por parte del padre. En aquellos tiempos en que trasladarse de u pueblo a otro era una tarea bastante difícil por la carencia de caminos y por supuesto de vehículos, salvo las cachazudas1 carretas. Así de tumbo en tumbo, al igual que miles de campesinos costarricenses, esta familia llegó por fin a sentar sus reales2 en la capital.

Mi madre

Una “valiente mujer” así en dos palabras puede resumirse como era ella, pues desde niña supo luchar contra la adversidad, ya que estando muy pequeña quedó huérfana de padre y madre, viviendo en las montañas de Palmira en compañía de sus tres hermanos y tres hermanas, aprendiendo desde niños todos los oficios caseros.

Mi bisabuelo paterno

Hay una versión que no sé hasta donde tendrá algo de cierta sobre el origen de mi bisabuelo, se dice que: era un mozalbete3 hindú que llegó a las costas de Guatemala y de ahí se vino por vía terrestre hasta llegar a Naranjo, en donde fue acogido por una familia de apellido Morales, con la cual se quedó a vivir. Tiempo después adoptó el apellido de ellos, pues el suyo solo molestias le acarreaba, ya que era algo así, que al pronunciarlo en español sonaba como “Totó” y los muchachos de la vecindad se ponían a hacer que llamaban al ganado: tooo, tooo, solo para molestarlo.

Existen en este pueblo varias familias con este apellido, que no tienen parentesco entre sus antepasados, son conocidas como los Morales de Bajo Corrales, los de Sirrí, los de Naranjo propiamente y los de Guatemala. Bien, nieto de este hindú era mi padre que nació en el año de 1887 siendo hijo del hogar formado por Don Casimiro Morales Paz y Doña Guadalupe Rodríguez Quirós.(Recientemente escuché de un familiar otra versión en la que se dice que nuestro bisabuelo fue un chino quien llegó a Costa Rica escondido dentro de un barril y que por eso con frecuencia en nuestra familia hay miembros, especialmente femeninos, con rasgos de la raza oriental)

Una tíaUn recuerdo muy especial a la memoria de mi tía María Luisa, esa noble alma que desde niña vino a este valle de lágrimas a sufrir y se convirtió en consuelo de los afligidos, porque dedicó su vida al cuidado de los 1 Lentas, parsimoniosas2 Los Reales eran la división monetaria del Peso en Costa Rica entre 1850 y 1896. Los Reales fueron luego sustituidos por los centavos. Los pesos fueron luego reem-plazados por los colones en 1896.3 Joven de poca edad

enfermos en la Clínica Figueres y en el H.S.J. de D.4 en donde obtuvo su título de enfermera, no por sus estudios, sino por su práctica de toda una vida. Fue Hija de la Legión de María y a su muerte en su muy querido hospital, le hicieron vela en capilla ardiente5 y unos solemnes funerales con un concurrido entierro y despedida de este mundo terrenal con cánticos celestiales.

Un tío

Tantos tíos que tuve por parte de padre y madre, pero había uno preferido: mi tío Magín. Lo veía poco porque él vivía allá en las montañas de Toro Amarillo, pero cuando venía no me despegaba de su lado para que me contara sus aventuras en las que casi siempre terminaba luchando con un tigre, al que la mayor parte de las veces vencía agarrándolo con una mano del pescuezo6 mientras la otra se la introducía por el hocico hasta agarrarle el rabo y volver al revés al feroz animalito. Qué pena más grande sufrí cuando yo ya hecho un hombre lo vi agonizar y morir en el hospital. Contemplaba como golpeaba sus manos ya casi sin fuerzas contra la pared, aquellas manotas trabajadoras de campesino que fueran mi admiración.

Otra tía

Guadalupe se llama ella, pero nunca le hemos dicho así, solamente Tía Lupita, a pesar de que es la única que Dios me ha dejado, no he sabido apreciarla como se merece, cuando mi salud era buena, por mis ocupaciones, la visitaba muy poco, ahora es por mi enfermedad. Que diferencia cuando era niño, en que más de una vez me llevé una castigada de mi mamá, que me enviaba donde ella con algún recado y me recomendaba que volviera pronto, pero yo me quedaba hasta tarde. Mi tía me preguntaba si tenía que regresar pronto, pero le mentía, le decía que no; sabía que me llevaba una castigada, pero con gusto, pues valía la pena. Ya adolescente continué visitándola con gran frecuencia, hasta que la vida me llevó por otros rumbos.

Mi tata7

Antes de contarles algo de él, voy a hablarles de mi tía Angélica.

La llegada del año 1900 fue un gran acontecimiento para la humanidad y mi padre que para el 8 de mayo de ese año cumplió 13 años, nos contaba que ese suceso fue celebrado con gran pompa8 en todas partes, pues mucha gente se había preparado espiritual y cristianamente, al transcurrir los días y no suceder nada anormal, las gentes volvieron a lo de siempre, o sea: a joder al prójimo apenas se les presentaba la ocasión.

Mi tata que ya andaba en los 23 años y soltero, se sintió flechado por el amor de Malaquías, una linda jovencita que era todo un primor9 y que había llegado a Naranjo a vivir en compañía de sus hermanos (7 en total). La mayor de mis tías, de nombre Angélica, casó con un señor de apellido Durán y enviudó muy joven y con dos hijos de nombres Juanita y Laudencio, pero tiempo después volvió a contraer matrimonio, esta vez 4 Hospital San Juan de Dios5 Por estar alumbrada con muchas luces. La de la iglesia en que se levanta el tú-mulo y se celebran honras solemnes por algún difunto.6 Parte del cuerpo animal o humano desde la nuca hasta el tronco.7 Referencia al padre de modo afectivo8 Acompañamiento suntuoso, numeroso y de gran aparato, que se hace en una función, ya sea de regocijo o fúnebre.9 Persona de buenas cualidades.

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con un señor que era el maestro de capilla de apellido Castro, con el cual vinieron otros dos hijos: Vicente y Paúl, los que junto a sus hermanos maternos y a sus tíos y tías, que por ser muy jovencitos, vivían en compañía de mi tía, la que fue una segunda madre para todos ellos, tenían además una fonda10 que atendían entre todos y que bastante les sirvió para sus gastos cotidianos.

Mi tía Angélica volvió a enviudar y volvió a casar, ahora con un señor Marín, con el que tuvo 3 hijos: Teresa, María Luisa y Otoniel. Volviendo a enviudar, de manera que cuando vine a conocer a mi tía, ya era tres veces viuda.

Pero lo más grande fue, que por su condición de huérfanos y el lugar tan apartado en que se criaron (Palmira), mi madre y sus hermanos no pudieron asistir a la escuela, sin embargo todos ellos aprendieron a leer y escribir, así como las 4 operaciones básicas de la aritmética, lo mismo que la doctrina católica cristiana.

Pues bien, mi padre ya le había echado el ojo a Malaquías, nombre con el que mi madre aparece en todos los documentos oficiales, pero ella siempre fue conocida con el María Magdalena, posiblemente esto se originó e la costumbre que existía en aquellos tiempos de encaramarle a los muchachos, fueran hembras o varones, el nombre de salto del día de su nacimiento.

Mi madre correspondió a ese amor, y comenzaron los preparativos para la boda. En su afán de recoger toda la platita posible para la nueva vida, Miguel fue a Cartago, recién sacudido por el terremoto de mayo de 1910, con la esperanza de que el trabajo en construcción fuera abundante, todo lo contrario, solo miseria y desolación por todas partes. Fue reclutado para desenterrar víctimas, tarea en la que no duró mucho tiempo porque enfermó, regresando a Naranjo sin salud y sin un cinco en la bolsa, pero se repuso rápidamente y el 13 de agosto de ese mismo año unían sus vidas en el santo vínculo del matrimonio: María Magdalena y Miguel.

Además de carpintero y pintor, papá también sabía hacer carretas al gusto del cliente, con bastante o poco sonido, porque había viejo que el orgullo de él era que: a gran distancia la gente dijera: allá viene la carreta de “fulano de tal” al oír el sonido con que se distinguía. No solo hacerla, sino que pintarla, eran tareas de mi padre que además era músico de la filarmónica del pueblo; fue compañero en esa labor, del compositor nacional autor de la famosa diana y cientos de canciones escolares, Don José Guevara, pero estos oficios no le reportaban mayor cosa por el poco movimiento comercial en el lugar, razón por la que la familia (para ese entonces había nacido Guillermo, el primero de mis seis hermanos) se trasladó hasta Puntarenas en donde nació Angela Dora, ahí vivieron unos años par luego regresar a Naranjo en donde nacieron Miguel y Evelia. Pero nuevamente emigraron, esta vez con rumbo a San Isidro de Coronado en donde mi padre se “enganchó” en la construcción del templo parroquial, además construyó varias casas, en cuenta una que tuve oportunidad de conocer, porque casi a los 50 años de hecha fue ocupada para formar parte de las instalaciones de un jardín zoológico.

Transcurría el mes de marzo de 1924, el territorial nacional fue sacudido por fuertes temblores, lo que obligó a mi familia a instalarse en unos ranchos 10 Establecimiento público, de categoría inferior a la del hotel, o de tipo más an-tiguo, donde se da hospedaje y se sirven comidas.

construidos en un sitio llamado La Colonia, ahí en Coronado. Este fue el escenario para mi nacimiento ocurrido el 8 de abril de ese movido año. Tengo en mi hogar una joya muy preciada para mí. Se trata de un cuadro del Corazón de Jesús que fue entronizado la víspera de mi nacimiento y obsequio de la señorita Carolina Dent, alma noble que dedicó su vida al servicio de sus semejantes y la propagación de la doctrina católica cristiana. Este cuadro que en su reverso hasta hace pocos años se podía leer: Librería Alsina, me lo dio de regalo mi madre cuando contraje matrimonio. En Coronado nació también mi hermana Olga, con lo que la familia ya era muy numerosa, por lo tanto cada día más difícil de alimentar, por lo que nuevamente a alistar bártulos11 y rumbo a San José, esta vez. En mi pueblo quedaban muchas familias amigas, entre ellas la de mi padrino Don Rafael Barrientos y el de mi hermana Olga, Don José Cordero, también la de Don Moncho Villalobos, compañero de papá en la construcción del templo parroquial, habiendo sufrido tres caídas desde considerables alturas estaba todo maltrecho, pero vivito y coleando. Siempre decía en tono socarrón12 que arriba no lo querían, porque apenas iba llegando lo empujaban para abajo.

En San José llegamos a vivir por donde estaba la famosa caballeriza Güell, cerca de la salida de la Plaza González Víquez hacia Desamparados, también hubo por ahí un sesteo13 para carretas, o sea un sitio en el que tenían que pernoctar14 bueyes, carretas y boyeros en espera de que fueran las cinco de la mañana, hora en que ya podían hacer su ingreso a la capital sin perturbar el sueño de sus moradores, que para ese entonces eran también muy madrugadores. No vivimos mucho tiempo en ese lugar, poco tiempo después nos 11 Enseres que se manejan.12 Burla13 Dicho del ganado: Recogerse durante el día en un lugar sombrío para descansar y librarse de los rigores del sol.14 Pasar la noche en determinado lugar, especialmente fuera del propio domicilio.

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fuimos a vivir con una de las familias que habíamos conocido en Coronado al igual que nosotros se habían venido para la capital en busca de mejores horizontes. El jefe de casa era de apellido Méndez y había comprado una parcela situada por donde se erige hoy día la iglesia de San Cayetano. Mi papá trabajó muchos años para él. Le hizo su casa de habitación y otra para alquiler que era ocupada por nosotros. Aunque tenía pocos años me acuerdo que no teníamos cañería, el agua la hacían llegar a través de unas cañas de bambú partidas a lo largo para ser depositadas en unos barriles de madera, recuerdo que por las noches nos hacían acostarnos muy temprano, bien envueltitos en las cobijas mientras mi padre subido en una escalera con la ayuda de unas candelas encendidas y una escoba, se dedicaba a matar alacranes que eran muy abundantes.

Mis recuerdos

Puedo decir que de aquí en adelante es que comienzo a recordar pues a lo sumo contaba en ese entonces 4 años de edad; siguiendo con ese peregrinar, nos trasladamos a unas casitas que a unas casitas que aun existen y que están situadas frente al campo de juegos infantiles de la Escuela República de Chile en el Barrio Luján; viviendo en ese lugar nos visito la cigüeña, la que de seguro ya cansada de seguirnos por todo el país, nos trajo la última de la familia: una hermanita a quién le fue impuesto el nombre de Marta; cuando fuimos al Hospital San Juan de Dios por mi mamá y

ella desde luego (la entrada para menores no estaba restringida), la maternidad quedaba en el segundo piso sobre la capilla, desde donde se admiraban los árboles del parque La Merced, con sus grandes raíces y sus hermosas copas; los coches había que ir a traerlos allá por el mercado, por supuesto que andar en coche era todo un acontecimiento para nosotros, como me acuerdo del cochecito que le fabricó mi tata a mi hermanita, consistía en un cajón con ruedillas de madera en el que orgullosamente la paseábamos por toda la acera de enfrente; fue la primera y única de la familia en disfrutar de un cochecito, ya que eran casi desconocidos, lo mismo las andaderas; para aprender a caminar nos metían en un cajón de pino. En ese tiempo eran muy baratos los terrenos, cerca del barrio González Laman los ofrecían vender a ¢ 2.50 la vara cuadrada pero aun a ese precio era una cosa imposible de comprar para una familia pobre como la nuestra.

Vida de gitanos

Del barrio Luján brincamos a un pasaje allá por la pulpería y cantina “La Luz”, situada cerca de lo que es hoy en día “Los Yoses”, en ese lugar una de las entretenciones favoritas nuestras era la de adivinar el número del próximo tranvía en pasar; hacíamos reuniones con los vecinos para tratar de divertirnos y pasar el rato, en aquellos tiempos en que no habían radios, menos televisión, casi ni cines, ni nada parecido. A mí me ponían a bailar y luego al final de mi actuación me hacían recitar una cuarteta que decía: “soy el payasito número uno, por esta bailada que dado, me dan un cinco cada uno”, mientras pasaba entre los asistentes, una gorra o un chonete. Mi hermano mayor Guillermo consiguió trabajo en la cantina “El mar Atlántico” y esa fue una gran ayuda para nosotros, él al igual que todos mis hermanos mayores, hombres y mujeres, fueron acostumbrados desde muy pequeños al “yugo” apenas sabían leer y escribir tenían que dejar a escuela, pues un pobre no podía darse ese lujo de estudiar mientras hacía falta para que le fuera a dejar el almuerzo a su padre, o ayudar en otros menesteres; yo acostumbraba acompañar a mi hermana Evelia en los mandados al “Mar Atlántico”, pasábamos junto a una tapia muy larga con unos orificios hechos a diferentes alturas para facilitar el desagüe del terreno, pues bien, desde una vez en que nos apareció una serpientilla en uno de los huequillos, nosotros seguimos caminando alejados del rincón, en una ocasión en que íbamos a un mandado, siguiendo la costumbre que teníamos de llevarnos el uno al otro con los ojos cerrados y que éste fuera adivinando por donde íbamos pasando, en cierta ocasión no nos pusimos de acuerdo y los dos cerramos los ojos, para abrirlos dentro del caño, con el consiguiente susto por la caída ya que el caudal era grande y de feria al llegar a casa nos dieron una gran “fajeada” y doble bañada, una con agua limpia y otra con alcohol, luego a la cama mientras se nos secaba la ropa.

Pasó el tiempo, nuevamente a buscar carretón, esta vez nos íbamos a vivir ahí por donde está hoy el mercado de la coca cola, en ese tiempo no era nada más ni nada menos que un barranco sembrad de higuerillas, enfrente había una placita rodeada por árboles de pino los que silbaban mucho en las tardes al pasar

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el viento entre sus ramas. Nuestra nueva morada estaba exactamente donde están ahora una oficinas del I.N.S.15, esta casa era de una familia Aguilar que vivía en otra contiguo a la nuestra, con quien hicimos gran amistad; mi hermano Guillermo pasó a trabajar en la cantina “El Cometa”, mi hermana Angela Dora en la panadería “La Josefina”, Miguel en la cantina “La Proveedora” y Evelia en la Bolsa Mercantil, que era un establecimiento dedicado a la venta de granos y artículos para uso del hogar, ellos tres: Angela Dora, Miguel y Evelia, trabajaban en tres negocios que estaban uno a la par del otro, frente al costado oeste del mercado central, que en ese entonces lucía sus calles empedradas y con una hilera interminable de carretones en espera de que alguien solicitara sus servicios, las aceras ciertos días por la mañana se veían invadidas por docenas de sacos de gangoche16, en que los campesinos venidos de los pueblos aledaños ponían sus productos a exhibir, ahí encontrábamos: frijoles de Puriscal, arroz, maíz dulce de Villa Colón, trenzas de cebolla de Santa Ana, cubaces y hasta racimos de plátanos verdes o maduros. Pero sigo con la descripción del (para mí) nuevo barrio: en el había una pulpería llamada “El Progreso”, de un señor González que cada vez que yo llegaba me decía: “todo cepillo muere pelón”, esto por ser yo pelado de “al rape”17, costumbre muy generalizada entonces en los güilas18 para evitar el contagio de piojos y porque salía más barato el pelarlos así (unos ¢0.50). Por las tardes casi llegando la noche nos dábamos gusto jugando: manos arriba, escondido y policías y ladrones entre otros juegos. Nuestra zona de juegos abarcaba donde está ahora “Abonos Agro” y la terminal de buses para Guanacaste y San Isidro del General, ahí nos ponían a pelear, azuzados19 como siempre por los mamulones20, los que se encargaban de separarnos en caso de que la ventaja a favor de cualquiera fuese manifiesta. Esta diversiones duraban hasta que el señor ronda21 hiciese su aparición montado en su brioso corcel22. En el día los más pequeños teníamos otra clase de juegos, como el de casita, las que construíamos aprovechando para techarlas con las matas de maíz recién arrancadas, pero una vez que llegaban los grandotes nos botaban la casa, nos quitaban los pantalones y los escondían solo para gozar viendo como tratábamos de cubrirnos las nalgas con las mismas matas de maíz mientras pedíamos auxilio. Los domingos por las tardes nuestra casa se convertía en un club social, era lugar de reunión familiar y de vecinos, mientras unos pasaban el rato cantando y tocando la guitarra o aprendiendo a tocarla, otros se distraían con los juegos tan de moda en aquel tiempo como: el tablero, el tresillo23, el jon o home, el bolero y otros a base de la baraja; se armaba el juego de la sortija con sus prendas queridas, las cuales para rescatar había que cantar, bailar, recitar o hacer una diablura de las que mandaba el director del juego. Cuando aburridos de la sortija seguíamos con el de las tinajas o el de la gallina ciega que eran muy populares. No faltaban los aficionados a coleccionar “preventivos”, eran estos unos volantes impresos por ambos lados en los que venían las fotos de los protagonistas y los cuadros más impresionistas de las próximas películas a estrenarse en nuestros cines, estos “preventivos” eran de colores: café para las películas de vaqueros, azul o 15 Instituto Nacional de Seguros16 Tela basta, especie de arpillera para embalajes, cubiertas, etc.17 Estilo de peinado tipo militar18 Niños19 Instigados20 Niños que se aprovechan de otros por su condición de altura o edad21 Guarda, policía22 Caballo ligero, de mucha alzada, que servía para los torneos y batallas.23 Juego de naipes carteado que se juega entre tres personas, cada una de las cuales recibe nueve cartas, y gana en cada lance la que hace mayor número de bazas.

verde para las de amor y de intrigas, y rojo para las de acción. Cuando venía combinados se trataba de un estreno excepcional, esta propaganda era repartida entre los asistentes a la salida de los cines, algunas llegaban a tener gran valor porque talvez su impresión era muy limitada o venían con la foto de un gran ídolo de la pantalla; no se podía ir todos los días al cine por el factor monetario, si acaso los domingos.

Nota: hace pocos años el famoso “Yuca” me dijo que él era poseedor de una gran colección de “preventivos” (viejísimos, claro está).

Quedaron grabados en mi memoria unos comentarios que hicieran mis primos Vicente y Paúl con mis hermanos, acerca de una película llamada “el mundo en 1980” que se exhibía en el Teatro Raventos y que contenía escenas que ese tiempo se consideraban fantásticas e irrealizables, como las de que un ser terrenal pudiera alimentarse por medio de cápsulas o viajar por el espacio sideral, los comentarios versaban también acerca de las posibilidades que tenía cada uno de los presentes de llegar a ese año pues faltaban casi 50 años, uno de ellos dijo: nosotros no llegamos pero Kikito sí, pero estaba desacertado porque con excepción de Vicente quien murió en el mes de octubre de 1976, todos los demás llegamos a 1980 (a mí me tenían el mote24 de Kikito).

Eran los tiempos en que los fabricantes de cigarrillos, para promocionar su venta, insertaban en las cajetillas postales de los ídolos de la pantalla (también vendían caramelos “popies” con las fotos y álbumes para pegarlas y tener así una interesante colección), cuando esto pasó de moda, los paquetes de cigarros venían con fotos de los diferentes pueblos de la república, sitios de interés y edificios de importancia, luego los paquetes salían premiados con fracciones de lotería, después comenzaron las tabacaleras a invertir en propaganda radial (ahora en la televisión), otro sistema que emplearon fue el de que la gente presentara en la puerta de entrada a un cine un paquete de determinada marca y obtenía el pase a presenciar una bonita función con artistas nacionales.

No sé cómo me las arreglaba para averiguar y estar de primero en las casas donde se iba a celebrar una fiesta familiar con su correspondiente reparto de helados de barquillo, me ofrecía para trabajar dándole vuelta a la manigueta de la sorbetera y echarle sal a los pedazos de hielo para mantener el frío, al final de la jornada recibía como pago un buen vaso de helados.

Ya estaba en edad de ir a la escuela (7 años) hasta me habían matriculado en la República Argentina, de reciente construcción, no me pusieron en el Kinder, porque esa palabra ni siquiera se había inventado para nosotros. Enfermé de tos ferina, no pude ingresar en la escuela por temor de contagiar a los demás niños, en casa, mi mamá me daba a tomar zacate25 de limón hervido con un poco de azúcar, en ese tiempo las enfermedades se combatían son remedios caseros, solamente las graves o los accidentes serios ameritaban las consultas en un hospital, como le pasó a mi papá que sufrió varios accidentes en el trabajo, a veces le iba bien que llegara un patrón a visitarlo en su lecho de enfermo y dejarle alguito para socorrer a la familia. La mayor parte de las veces cuando alguien faltaba al trabajo, aunque fuera por enfermedad o accidente, era inmediatamente sustituido sin derecho a ningún 24 Apodo25 Hierba

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reclamo, claro está, no existía seguro sobre accidentes laborales y si lo había eran muy pocos los que gozaban de él, ni mucho menos se había pensado en la 4,5,6,7 o sea la C.C.S.S. (Caja Costarricense del Seguro Social).

El nuevo barrio

Año de 1932, nuevamente los chunches26 al carretón que nos pasamos de casa. Esta vez fuimos a dar al barrio “Las Pilas”, de donde está el edificio de la Cruz Roja, 100mts. al sur y 25 oeste. Era esta una casa bastante grande con su amplio jardín al frente, con su cerca de olivos, sus matas violetas, rosas lilas y rosadas, dos árboles de nísperos, uno de ellos, el más viejo, daba unos frutos que eran pura miel en cáscara, motivo por el cual siempre estaba lleno de hormigas; la cerca de la casa de a la par formaba una fila de árboles de anona, las que cogíamos para hacer “huacas”27 junto con algún trompo, botones, bolillas de vidrio y alguna que otra chuchería28, en eso consistía nuestro “tesoro” que no queríamos que cayera en manos enemigas. Tenía la casa un gran patio con su chayotera, árboles de güitite, guayaba, jocotes, naranjas, etc. y claro está no podía faltar el clásico excusado de hueco con su baño a la par; en cuanto a habitaciones la casa tenía: una sala, cuatro cuartos, comedor y una cocina que servía como para un “turno”29 y aun le quedaba campo, hasta un horno de barro le hizo mi papá. El alquiler era de respetables ¢24, que más de una vez me diera cuenta andaban en carreras para recogerlos; poco tiempo después de pasados a esa casa teníamos nuestro patio de gallinas y perros, que nunca faltaban, porque papá si estaba sin trabajo, salía a vender unos cuantos zagüates30; hasta un terrenito adyacente le prestaban en donde cultivaba una hermosa huerta.

De donde tengo los recuerdos más interesantes de mi niñez es de este lugar, ya que me tocó vivir en él una etapa en que le mente de uno comienza a interesarse por todos los acontecimientos que suceden en el mundo, y fue este un tiempo de grandes avances para la humanidad.

A un lado Doña Josefina, al otro Doña Felícitas, luego una familia Mondragón y después los Sanabria, dueños de aquella famosa “Marimba31 Costa Rica” que fuera orgullo nacional, los días de ensayo por las tardes nos íbamos al patio de casa, que colindaba con el de ellos, a escucharlos, tenían un perro que siempre ladraba en tono lastimero al oír sonar el saxofón, al igual como lo hacía el “Capiate” de Lencho Salazar cuando éste le sonaba la dulzaina. Recuerdo al famoso 21, el hombre que tocaba la batería (le tenían ese apodo por tener un dedillo más de la cuenta en una de sus manos), y de la pieza musical “orquídeas a la luz de la luna”, que hacía suspirar a todas las damiselas de ese entonces; luego enfrente vivían los Indunni con su destacado puente, ya que el terreno en ambos lados de la calle era más bajo, casi todas las casas quedaban “hundidas”, vivían también por allí los Saravia, familiares nuestros que tenían un hermoso palo de chicasquil al frente de la casa, de cual en más de una ocasión nos regalaron unas ramitas para hacer una olla de riquísimo picadillo. Entre la güilada del barrio recuerdo a Quincho Prado quien llegara a ser sobresaliente músico arreglista, Eugenio Molina gran billarista y miembro destacado

26 Cosas27 Tesoro escondido o enterrado.28 Cosa de poca importancia, pero pulida y delicada.29 Fiesta popular para recaudar fondos, generalmente a beneficio de la parroquia o de alguna obra de beneficencia, que se suele celebrar los fines de semana.30 Perros sin raza31 Instrumento musical en que se percuten listones de madera, como en el xilófono.

del cuerpo de bomberos, los Palavicini, los Rovira, los Garro, Jorge y Olman Vargas, los Muñoz y muchos más.

En la esquina de la avenida 10 y calle 14 estaba la carnicería “Las Pilas” de Don Guido Solano, persona muy popular quien era vecino de Hatillo, quién vivió tantos años en el barrio en donde fue muy querido y se consideraba parte de él; media cuadra hacia el norte la “Foto Alegría” con su exhibición permanente en la ventana de retratos y en la esquina donde está el edificio de La Cruz Roja, la pulpería y cantina “El imán” de un señor Gómez, la esquina de la Funeraria Polini era una construcción de adobes y alojaba una verdulería llamada “La Esperanza” de una señora del mismo nombre, en esa cuadra vivían gentes tan conocidas y populares como el Macho Madrigal, gloria del fútbol de antaño y centro delantero del Club Sport Libertad, con gran entusiasmo se formó en el barrio La Libertad Junior, integrada entre otros muchachos por los hermanos Jorge y Eddie Gómez, Jorge y Olman Vargas y otros de apellidos Solano, Jarquín y el hijo del “Macho” de quien se creía iba a seguir los pasos de su padre, pero en el mundo los hijos de deportistas famosos (con pocas excepciones) han destacado en deportes que ni es el de su progenitor, como el caso de Orlando con el judo. En la esquina frente a la carnicería estaba la “Marmolería Portugués” y por ahí vivían los Portela, Luis era boxeador campeón en su categoría y caminaba balanceándose como esquivando los golpes imaginarios.

En esa cuadra con frente a la avenida 10, comenzó la radio San José y su recordado programa de aficionados, su tema era cantado por todos los participantes al principio de la transmisión y que más o menos decía así:

Somos los grandes concursantesde la corte suprema del arteque noche a noche está radiandola potente estación San Joséy por eso pedimos oyentesun aplauso tenaz y sinceropara siempre seguir adelanteen pos del arte de nuestra nación.

Conocidísimas figuras de la radio y las “tablas” costarricenses dieron sus primeros pasos en ese programa.

Nota: Aunque me parece que sí, no puedo decir con exactitud su estas actividades eran dirigidas por el chileno-tico Jorge Valenzuela, porque mis escritos están basados en recuerdos muy lejanos y si me pongo a averiguar la verdad de los hechos o su exactitud, se me irían años haciendo averiguaciones (solo trato de pasar al papel lo mejor que recuerdo las cosas), lo que sí tengo por cierto es que esta radioemisora pasó después a llamarse Radio City y estuvo en al esquina de la Av. C. y C.1032, siempre presentando su programa de aficionados, la corte suprema del arte se trasladó a un local en el paso de la vaca y llevó presentaciones a varios teatros del país.

Siguiendo con la descripción del barrio: más al este de la radio S.J. se encontraban las instalaciones de la C.A.N.S.A. (Compañía Arrocera Nacional), en esas mismas instalaciones años atrás fue instalado un molino para trigo nacional, proyecto de Don Alberto Odio, que no fructificó, luego en la esquina la botica “La

32 Tal y como aparece en el manuscrito original.

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Victoria” de Don Adolfo Salazar, al norte la panadería “San Cayetano” de Don Antonio Arce, y casi a la par un almacén de granos al que llegábamos a sentarnos sobre los sacos para escuchar cómodamente la transmisión radiofónica dramatizada, porque era a base de cables que se recibían desde Panamá, juegos en que nuestra selección de fútbol siempre salía victoriosa por goleadas a nuestros vecinos centroamericanos, en esa cuadra vivían los Trejos, distinguidos hombres públicos. De la botica 100 al este, la venus de Don Pascual, un simpático italiano con su gran delantal de mezclilla, que se dedicaba a la compra y venta, empeño de herramientas y venta de pintura y materiales de construcción, cuántos cincos de cal para pelar el maíz me mandó mi madre a traer ahí! Y cuántas pesetas de pintura porque le hacía falta para terminar un trabajo, le fui a traer a mi padre! Siempre me decía que la pidiera cargadita de secativo porque él tenía que entregar el trabajo tempranito; en ese tiempo la pintura venía en pasta como en 4 o 5 colores por lo tanto cuando le aparecía un trabajo, mi papá nos ponía a ayudarle “reventando” la pintura con aceite de linaza y para adelgazarla, un poquito de aguarrás, encargándose él de la preparación de los colores, Don Pascual gozaba de una mente con una retentiva fantástica, porque siempre recordaba en donde ponía las cosas y a pesar de que tenía cientos de objetos, cuando llegaban y le preguntaban por algo que talvez hacía meses de guardado, sin pensarlo dos veces se dirigía al sitio exacto donde estaba.

Devolviéndose 100 varas al oeste quedaba la pulpería y cantina “La Melba”, donde en varias ocasiones llegué a cambiarle a su propietario Don Abel Castro, botellas por unas cuantas libras de arroz o algún comestible del que carecíamos. Al frente la cantina “El Cuatro Vientos”, llamada así en recuerdo de un famoso avió

y su tripulación (creo que mexicanos). 50 varas al oeste la casa de Don Raúl adónde íbamos a comprar leche ordeñada al pie de la vaca, siempre que nos descuidábamos nos bañaba la cara con un chorrazo, a mí me hacía mucha gracia esta broma y más cuando se la hacían a otro. Hoy día me parece ver las vacas desfilando muy orondas33 como si ellas fueran grandes damas por el zaguán34 que era de mosaico y lo mantenían limpiecito y brillantes. Las 100 varas de calle 14 entre las avenidas 10 y 12 no existían, en su lugar había una jardinería que en ese tiempo eran muy abundantes en esa zona, y gran trecho de la avenida 10 que era llamada la calle de los cementerios o del panteón, donde está la Iglesia de las Animas, fue un viejo camposanto; algunos dicen que fue utilizado en 1856 para las víctimas del cólera la esquina en donde hay ahora un campo de juegos para niños, tenía su vieja tapia de adobes y unas ruinas no sabemos de qué en completo abandono, poco antes de llegar a ellas estaba la fábrica de “Sal Sol” con su gran letrero, un producto bueno para el ganad y fabricado por un señor de apellido De Lemus que vivía enfrente más abajito de la fábrica habitaba alguien a quién siempre recuerdo con cariño por su trato afable, me refiero al popular Efraim Granados, hermano de la gloria nacional: Carmencito Granados, era él productor-editor del cancionero “Palmera”, de gran circulación en todo el país, trabajó en la Radio City, donde tenía un programa con los títulos de los discos en inglés, pero Efraim impecablemente nos hacía la traducción al español, tenía un programa para niños y otro especial para cumpleañeros, a mi me encaramó el apodo de “Zángano” y con el que me llamó desde que yo era un güililla.

En esos añorados tiempos del inicio de la radio en Costa Rica eran muy pocas las personas las que poseían un aparato receptor y aun así la mayoría tenía que esperar a que fueran las 5 de la tarde, hora en que llegaba la corriente eléctrica, nosotros carajillos35 nos sentábamos en el quicio36 de la puerta para ver pasar al viejillo armado de una gran varilla con su respectivo gancho para echar “la luz”, entonces la vecina se ponía el programa del mago de la luna para deleite nuestro, entre las primeras emisoras recuerdo a : Radio Para Ti, Alma Tica, Estación X, La Voz de la Victor, Nueva Alma Tica, La Voz del Trópico, Radio Cristal, Radio el Mundo, Radio Atenea, Radio Titania. Eran de admirar los radios de galena37 traída del Pico Blanco, allá por el monte de la cruz, que íbamos a imaginarnos en ese entonces los radios de baterías a transistores. Hoy en día a los muchachos les ponemos en las manos todo hecho, antes para disfrutar de algo había que aguzar el ingenio. Cuando la radio esta más metida, el orgullo de algunas personas era tener un buen aparato de potente onda corta y sintonizarlo a gran volumen para que lo oyeran y vieran todos los que pasaran frente a la casa.

Benditos aquellos tiempos!, en que no había refrigeradoras y el hielo lo repartían en carretones cerrados, forrados y techados en lata. Se vendían pedazos desde 10 cts. en adelante, y lo dejaban en las puertas de las casas; las mulas que halaban los carretones ya se sabían de memoria el recorrido con sus respectivas paradas, por eso a las mujeres que les 33 Llenas de presunción y muy contentas de sí mismas.34 Espacio cubierto situado dentro de una casa, que sirve de entrada a ella y está inmediato a la puerta de la calle.35 Carajo: Para suplir el nombre de un hombre que no se quiere mencionar para desvalorizarlo.36 Parte de las puertas o ventanas en que entra el espigón del quicial, y en que se mueve y gira.37 Mineral compuesto de azufre y plomo, de color gris y lustre intenso. Es la mejor mena del plomo.

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gustaba “volar pico” de casa en casa les decían que parecían “la mula del hielo”, en todo lado se andaban quedando. El maíz lo llevábamos al molino (casi en todos los barrios había uno) porque en las máquinas caseras era muy lerdo, la máquina la teníamos para cuando no había el diez para el molino, era muy poca cantidad o por si nos íbamos a un barrio en donde no había molino; las piedras, aunque las llegamos a conocer, ya casi no se usaban en esos tiempos modernos. El carbón se compraba en las carboneras por cuartillos y cuando se disponía de suficiente dinero se le dejaba un saco a los camioneros que lo distribuían semanalmente. La leche era repartida a caballo con grandes tarros de lado y lado del animal, una vez finalizado el reaparto, a los lecheros les gustaba detenerse en las cantinas situadas en la ruta a su hogar, a echarse su mechacito38 y los caballos se acostumbran a esas paradas, hasta hace poco tiempo a la persona que andaba de cantina en cantina le decían que parecía “caballo de lechero”. La llamada de banda – qué era eso?- pues si un personaje como decir un expresidente moría repentinamente y urgía convocar a los músicos de la banda militar para los funerales o para cualquier otra actividad imprevista, como casi no habían teléfonos, entonces mandaban a los cornetas acompañados de un tambor por todos los barrios para que hicieran unos toques de corneta que efectuaban frente a las puertas del Cuartel Bellavista, plaza de la artillería y la peni, estos se daban a las 6am, 12m y 6pm, se oían casi por toda la ciudad dado el silencio reinante, la gente les tenían sus estribillos, pero son impublicables, solo les diré que al oir el de las doce coreábamos: “desde la mañana en que me levantéééé no he tomado pero ni caféééé.

Nueva vida

Febrero de 1932. Mi mamá se puso la toalla sobre los hombros, me dio la mano y jaló a matriculare en la Escuela Porfirio Brenes Castro, allá por la Iglesia de La Dolorosa, nunca supe porqué tan lejos de mi casa, si era que en la Mauro Fernández, que me quedaba más cerca no había cupo o por temor a los temblores, ya que esta escuela es de dos plantas, con los años me dí cuenta que no era yo el único en esta situación, pues tuve compañeros que vivía más lejos, como los Montoya de Barrio México, un muchacho De La Vega, que el papá tenía una fábrica de refrescos y siropes 100 vs al norte de la panadería Musmanni, Alfredo Sancho que vivía contiguo al nuevo canal, una cantina y venta de abarrotes de un gallego llamado Don Pedro, me acuerdo de mi primillo Pepe que una vez, apenas le cayó en sus manos una moneda de diez céntimos fue corriendo donde Don Pedro a comprarle un diez de abarrotes para averiguar a que sabían creyendo que los abarrotes eran confituras.

Donde los Sancho tenían unos pares de guantes de boxeo y se armaban la voladas de cato y mecos, casi al frente de ellos vivía Porfirio Espinoza (chumpi), otro de mis compañeros de escuela y cuyos familiares eran grandes comerciantes de ajos y cebollas, los alumnos que vivían más cerca de la escuela eran: los Rescia, los Repetto, los Cuendis, los Alvarez que tenían un taller especializados en reparar muebles de piano y los Montes de Oca.

Nuestra escuela siempre gozó de un gran prestigio en el país, Don Rogelio Solano era el director que imponía respeto con solo su presencia, su trato amable y

38 Trago pequeño

paternal, a quien todos acudíamos en busca de consejo o solución a los problemas, al ingresar a primer grado fuimos como quien dice “entregados” a la niña Sole, para que ella se encargara de nuestro aprendizaje y educación, bajo su cuidado llegamos hasta tercero, luego cuarto y quinto con la niña Herminia y sexto, la especialista en graduaciones, la niña Claudia Fernández, hermana de aquel zapatero, Beto, forjador de varias generaciones de futbolistas (en cuenta el “Deportivo Saprissa”), el primer día de clases fue una especie de reunión con ella y recuerdo que nos dijo que teníamos que ser muy aplicados y bien portados pues éramos el “trapito de dominguear” de la escuela y creo que no la defraudamos. De los maestros de educación física únicamente me acuerdo de Mr. Papez, un machote grandotote que nos ponía a marchar por las calles y de Don Manuel María Murillo, quien nos puso a practicar muchos ejercicios, a saltar a lo alto y largo, también trató de inculcarnos el béisbol, porque recuerdo una vez que nos llevaron a la plaza del pacífico a jugar un partido, pero lo que sí fue el fuerte de esa escuela era el básquet en los años que tuvo un famoso equipo formado por los hermanos Páez y Nancho Fernández, y otros más que llegaron a jugar en primeras divisiones, este equipo era tan bueno que llegó a enfrentarse con el del Liceo de Costa Rica. La escuela propiciaba otras actividades deportivas y algunas veces sirvió de punto de partida y meta de llegada de las carreras ciclísticas ida y vuelta a Naranjo. Me parece ver a Fernando Naranjo y otros corredores metidos en un aula comiéndose el almuerzo llevado en una ollilla despuecito del evento y rodeados de todos sus curiosos admiradores.

Por un momento olvidé al insigne educador Don Claudio Quesada Solera quien también fuera director – el segundo apellido de Don Rogelio es Monge -.

De las maestras de dibujo no me acuerdo del nombre de ninguna a pesar de que hubo una por quien siempre guardé un gran cariño por haberme calificado con un nueve en un bimestre, máxima calificación obtenida en mis años escolares en esa materia, con las maestras de religión me pasó igual, pues también olvidé sus nombres, solo recuerdo una muy viejita que una vez nos hizo un dibujo con tiza a colores en el pizarrón, de las puertas del cielo con flechas apuntando de izquierda a derecha y al revés, colgando de un péndulo con la siguiente inscripción: NUNCA JAMAS, esto para referirse a las personas que morían en pecado mortal. Nuestro estandarte escolar tenía la siguiente inscripción: DEL SUELO AL CIELO.

Estando en la escuela y con el beneplácito de los padres de familia, nos llevaron a la Iglesia de la Dolorosa para que nos “echaran” la cuerda de San Francisco, consistente en un grueso cordel lleno de nudos que teníamos que llevar atado a nuestra cintura y con el que nos castigaban cada vez que cometíamos una fechoría, “claro que no fue mi culpa” el que pasara justamente por una hendija del piso de un excusado de hueco al bajarme los pantalones y adiós cuerda.

Don Julio Caballero fue nuestro maestro de trabajos manuales, hombre de una disciplina férrea y que nunca se dejó cuentiar de ningún alumno, tenía él grandes conocimientos en su profesión y quería transmitirle este saber a sus educandos, nos enseñó a hacer bolsas de mecate y de manila, trabajos en burío, y a los más avanzados, en mimbre; una vez en clase de trabajos manuales, un compañero se tragó unas

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tachuelas que tenía prensadas en los labios, y Don Julio, sin perder la calma, inmediatamente mandó a comprar bananos para darle de comer, con lo que el asunto no tuvo consecuencia que lamentar, Don Julio, era el esposo de la niña Herminia, nuestra maestra en cuarto y quinto grado, ella al igual que él, exigían de sus alumnos mucha obediencia y aplicación, en los primeros días de clases nos hizo saber que esperaba un buen comportamiento de nuestra parte, en especial cuando tuviera que salir del aula un momentito y dejarnos solos, no hacerlo así significaría una callada, en efecto así fue, más de una vez puede decirse que se oía una mosca volar en el aula cuando ella salía, ni que decir del asombro de cualquier persona que llegara a buscarla en ese momento y veía nuestro comportamiento, terminaban felicitándonos. Maestros de música tuvimos varios, a cual más competente, como el maestro Repetto, el maestro Cardona, Don José Guevara y Don Rosendo Valenciano, quien una vez nos llevara a su casa de habitación situada en Desamparados a un día de campo, al regreso tuvimos la suerte de que nos transportaran hasta la esquina del Pipiolo en una vagoneta de obras públicas, donde venía la güilada hechos una piña; el servicio de buses de pasajeros, en esta línea no había nacido. Para una de las tantas celebraciones escolares nuestro grado, junto con otros, tenía “que salir” haciendo unos ejercicios rítmicos y cantando una composición hecha por Don Rosendo, que comenzaba así:

Al cinto las manoserguida la fazun paso adelantey otro paso atrásalzar la derecha…

Y así continuaba toda la canción indicándonos lo que debíamos hacer, como que el acto resultó muy lúcido y hasta unas fotos del mismo fueron publicadas en el Diario Costa Rica.

Para un 11 de abril, hubo en la escuela una exposición de armas de las usadas en la guerra del 56, rifles iguales a los que colocaron de adorno sosteniendo los faroles en la plaza del pacífico y que fueran robados. Para un aniversario de la gesta del soldado Juan hubo una representación muy bonita e interesante: construyeron un mesón de guerra en el patio de la escuela, defendido y atacado por soldados armados de rifles que consistían en un palo de escoba con una ranilla de lata pegada y que servía de gatillo, las que hacíamos sonar a más y mejor como si fueran disparos. La fiera batalla duró su buen rato, primero nos recomendó el cuidado de su madre en caso de que él fuese herido o muerto, luego tomó con la mano derecha la tea encendida y al ser alcanzado por una bala, se la pasó a la izquierda, siguió avanzando hasta llegar a su objetivo, el que al momentito estuvo envuelto en llamas, los pobres muertos junto con todos los demás tuvieron que abandonar la escena rápidamente para no salir chamuscados, en medio de los aplausos de todos los concurrentes y la vigilancia de un maestro que extintor en mano se aprestaba a intervenir por si las moscas.

Imposible olvidar a Chuzita la portera, con su venta de grandotas y sabrosas cajetas de coco a cinco céntimos, y las riquísimas y duraderas melcochas “Boza”, qué deleitada durante los recreos!, felices tiempos aquellos!. Un recuerdo de agradecimiento para Don Jaime, el portero que en una ocasión, todo acongojado nos

auxilió para poder salir por un portoncillo del costado oeste, ya que frente a la entrada principal se había suscitado un tumulto con saldo doloroso de muertos y heridos entre unos trabajadores y la policía.

La Porfirio Brenes formó parte de cuanto desfile escolar se llevó a cabo en la capital, recuerdo que era feliz al asistir a los desfiles, vistiendo una camisa de seda, olor cremita y de mangas largas, prenda que solo me ponían en grandes y solemnes ocasiones.

En cooperación con la municipalidad de San José, para una fiesta del día del árbol, asistimos a la siembra de unos arbolitos en el centro de la calle del pacífico y en un trecho de unos 400mts que remataban frente al edificio principal del ferrocarril, a cada alumno de sexto grado le fue asignado un palito para que velara por su cuido, pero el esfuerzo de todos por embellecer el ambiente resultó inútil ante las disposiciones de otros que siempre han tenido fobia contra nuestro protectores de los árboles, igual a como sucedió en el parquecito de la dolorosa en el que fueron derribados, hasta un hermoso quioskito se fue en banda, para poner en su lugar el clásico planchet de cemento.

De la esquina oeste de la escuela 50vrs al sur era el fin de la calle cuarta y había una cerca de zinc con una gran leyenda que decía: “la vida está en peligro para el que se meta en esta propiedad”, claro con semejante advertencia eran pocos los que se atrevían a meterse en ese terreno que estaba sembrado con una hermosa hortaliza, tiempo después la calle fue abierta y continuado el cuadrante lugar muy concurrido por nosotros a la hora de la salida de la escuela, para hacer guerrillas, primero con semillas de higuerillas, después a terronazo limpio, era éste también el sitio ideal para montar el imaginario ring y poner a pelear a cualquiera y por cualquier cosa, hasta que se sacaran “la colorada”.

Teníamos en cuarto grado un compañero a quien le decíamos “el loco Alvarado”, era un mamulón que le gustaba mucho quedarse después de clases limpiando el piso, lo tenía muy bonito, hasta teñido con cáscaras de mangle, pero su dedicación le llegó hasta el día en que se descubrió que se estaba tomando el jarabe de yodotánico de un galón que se guardaba en el aula, junto con otro de aceite de bacalao.

Frente al teatro constructora que quedaba 100vs al sur de la Castellana, en el tendido eléctrico había un bolsillo guindando, varios carajillos nos pusimos a tratar de apearlo a punta de pedradas, hasta que lo consiguió Santiago Vargas, hijo del dueño de la Lluvia de Oro, una pulpería de Bo. Keith, examinado el contenido de la bolsita, resultó ser solo botones y una bolita de vidrio con la que llegó Santiago al día siguiente a la escuela jugando y echándosela en la boca, hasta que en un momento dado se la tragó, el susto fue grande para todos y la maestra lo mandó para la casa con la recomendación de lo purgaran, al día siguiente llegó nuevamente con la bolita en la mano… y metiéndosela en la boca.

Alfredo Oreamuno (Sinatra) fue mi compañero de escuela varios años, en una ocasión lo llevé hasta la iglesia de la Merced porque él no me creía que el reloj de esa iglesia tiene 4 carátulas, para corroborar esto le dimos la vuelta a la manzana en medio de su asombro, pero lo que nunca olvidé de él es la lección que nos diera el día que nos llevaron al H.S.J. de D., para un

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examen de sangre, nos metieron todos en una salita y para salir de ahí, teníamos que pasar por un zaguancillo en donde estaban las maestras y unas enfermeras encargadas del martirio, de manera que no teníamos escapatoria, Alfredo fue el primero que en forma decidida y voluntaria ofreció su bracillo al sacrificio, al felicitarlo después por su valor nos contestó: “de todas maneras me tenían que chucear tarde o temprano, así que mejor de una vez, y me quité de estar sufriendo”. Desde entonces he tenido esas palabras muy presentes cada vez que en la vida se han presentado situaciones difíciles, las he enfrentado rápidamente sin mayores dilaciones; para qué andar con rodeos?

Escuelita querida, las celebraciones patrias y demás días importantes eran celebrados con una asamblea que se hacía en la última hora de clases y con un programa para el que se tenía un “machote” que era más o menos el siguiente:

Himno Nacional, entrada del estandarte y Pabellón Nacional, palabras del señor director, recitación a cargo de un alumno, vals Leda, canción y palabras alusivas al acto de parte de algún invitado o maestro, los ensayos los hacíamos en los días anteriores y en horas fuera de clases.

Qué se hicieron mis compañeros de escuela?, especialmente los de los últimos años?, Corella el hijo del que trajo los Magirus, de los primeros autobuses de pasajeros; Piquín Naranjo, hermano del periodista deportivo Fernando; Villa el hijo del bombero; los Zamora, hijos de la niña Sole; Rafael Biramontes, de quien supe se fue a Golfito a trabajar con la compañía bananera y ahí goza de gran prestigio; Adrián Ramírez, hijo del dueño del bazar Venus donde está el cine central y que vivían ahí mismo, familia muy cooperadora con la escuela; Carlos Luis Marín, destacado miembro del colegio de contabilistas y funcionario de la C.C.S.S.; Guillermo Rojas, empleado

eficiente del Banco Central y Álvaro Rojas también empleado bancario, ambos ya jubilados; José María Gallardo, el famoso pintor y escritor; Francisco Álvarez, quien parece se fue a Bélgica y allá se quedó; que sepa yo han fallecido solo dos: un muchachito Rodríguez que murió en un accidente mientras entrenaba con su bicicleta en los alrededores del Estadio Nacional y Alfredo Oreamuno, que murió en la Sabana mientras corría. De Bioley, Vega, Ramírez, García, Díaz Villarreal, Vargas y otros más nunca volví a saber nada, tantos recerdos tengo de mis años escolares, como el de la vez que me botaron y me quebraron un diente, que sería tedioso el ponerme a contarlos, así que será mejor el pasar a otra cosa.

Año de 1932, un día de tantos, muy temprano estaba ayudándole a mi tata en la construcción de una cerca con zunchos39 y alambres, cuando escuchamos unos gritos de un carretonero que venía “espantado” dando la noticia de que la revolución había estallado, inmediatamente dejamos el trabajo y a tratar de informarnos mejor ya que no teníamos radio, pocas horas después supimos que los alzados en armas tenían en su poder el cuartel Bellavista, como medida de protección la familia dispuso en compañía de mi tía Lupita y mis primillos, el traslado hacia Desamparados donde una comadre de mi tía, lugar que se consideraba muy seguro por lo alejado del sitio del conflicto bélico, y para allá enrumbamos llevándonos un galón de aceite ARGO, que en ese entonces valía ¢700 en el almacén El Gremio de Don Antonio Urbano, situado frente al costado norte del mercado. Poco antes de partir, se trazó la ruta que seguiríamos porque no sería conveniente pasar por sitios, que como la estación del Pacífico estaban fuertemente resguardados, así que dimos un rodeo para ir a salir allá por la Y griega, en nuestro refugio no duramos ni la semana, recuerdo una tarde que nos sacaron al patio de la casa para que oyéramos mejor el tableteo de una ametralladora, los revoltosos, después de una amenaza de cañoneo optaron por rendirse, regresamos a casita contemplando al lado y lado del camino los árboles de naranja que cuando íbamos lucían amarillititos, ahora todos pelados, pues era mucha la gente que había emigrado.

La iglesia de la Merced

Con flores a María, con flores a porfía, que madre nuestra es, así cantábamos cuando niños mientras desfilábamos por la nave central hasta la imagen de la virgen María, colocada frente al altar mayor en la Iglesia de la Merced. Esto sucedía en los meses de mayo en los años treinta y tantos durante los rosarios vespertinos, llevando en nuestras manos las más bonitas flores cortadas de los jardines caseros, las que iban quedando a los pies de la virgen depositadas con candor por aquellas almas inocentes. No quise que me apuntaran en el catecismo de la Merced porque el padre Valenciano era muy bravo, me apuntaron en la Dolorosa, pero desde un día en que vi a un dominico talvez fingiendo enojo, zafarse la faja y amenazar con pegarle a un desobediente, mejor me pasé a la Merced.

Y llegó el gran día de mi primera comunión, el salón parroquial lucía bellamente arreglado por manos voluntariosas, con flores y unas hojas de pacaya que nos regaló una vecina, ahí nos sirvieron el café después a hacer el clásico recorrido visitando los familiares y conocidos para recibir felicitaciones y nos obsequiaran 39 Refuerzo metálico, generalmente de acero, para juntar y atar elementos con-structivos de un edificio en ruinas.

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unas monedas. Fui donde una tía que trabajaba en la clínica Figueres allá por el parque Morazán, para que me viera y me regaló una peseta lo que traía toda llena de sudor de lo apretada que venía en mi mano y de mi atuendo ni que decir, estaba todo galán: zapatos de ¢7.00 comprados en el mercado, y regalo de una hermana, unos pantaloncillos cortos de rayillas, que parecían un acordeón, solo arrugas, una camisita blanca de manga larga y pelado de coco con pavita, bueno que me decían que parecía un novio y yo creyendo que era cierto, eso era lo mejor.

Turno en la Merced

Todo el mundo se volvía loco con solo el anuncio, lo primero que veíamos era la banderita de la Santa Sede que el padre Valenciano mandaba a colocar en la torre de la iglesia, luego se acondicionaban los galerones que existían del lado norte para juegos de lotería, argollas, conejos, ruletas, mecates, refresquería, el panchito, cocina y otras diversiones, como no estaba ampliada la av. 2da había suficiente campo para presenciar los juegos de pólvora y donde echar luchas, que era la diversión preferida de la güilada que llegábamos a distraernos pero sin plata, del lado sur de la iglesia era el sitio preferido por los adolescentes para “coparse” después de haberse estado “cuerdiando” en el turno. Estos galerones eran de mucha utilidad, en especial el jueves santo, para servirles el café y que pasaran ratos de descanso los grupos que se turnaban en la vela del santo monumento, actividad que congregaba a cientos de hombres.

En al esquina noreste del parque, los sábados desde muy temprano se instalaba el mercado de pájaros con una gran concurrencia de vendedores y compradores que llegaban en busca de alguna ganga, todas las especies de emplumados eran llevadas a vender, desde pericos y loras, hasta pajaritos de bellísimos colores y cantos celestiales, no faltaban ardillitas, zaguanes y otros animalitos, así como jaulas y en especial cogedoras, había que ver el barullo que se formaba cuando algún pajarillo lograba escapar.

La herencia

Siendo un chiquillo viví unos días entretenidos y divertidos, alguien echó a rodar la bola de que en España había muerto una condesa muy rica, sin dejar herederos allá, pero que las familias Quesada de aquí, específicamente las de la Villa Quesada, eran sus legítimos herederos con derecho a herencia. La noticia corrió como reguero de pólvora encendida y pronto nos vimos invadidos por oleadas de familiares que venían de pueblos como Zarcero, Palmira, Bajos del Toro Amarillo, Aguas Zarcas y otros adyacentes, gentes que venían a apuntarse en un censo para reclamar su fortuna. La mayor parte por no decir que todos ellos, era primer vez que venían a San José, y como se hospedaban en casa, a mi me tocaba servirles de guía turísticos, llevándoles a conocer la Sabana y sus aviones, algo que les impresionaba mucho, así como las torres de la radiográfica, algo de los más alto construido por el hombre existía en S.J. (aparte del hotel Costa Rica), el laguito con su islita en el centro adornada de cepas de bambú, su arqueado puente y en sus alrededores el bosque de los niños sembrado de árboles frutales, ahí nos llevaba mi hermano Miguel, los miércoles, días que tenía libre en su trabajo, para montarnos en los botes y hacer competencias de velocidad con otros asistentes. Unos 15 años después, inauguraron el

laguito de los juncales y el de Guadalupe, en ambos había servicios de lanchitas y remando por los ríos se podía viajar por debajo de los puentes que comunican a San Rafael - Desamparados y Guadalupe - La Paulina respectivamente, su aguas eran limpias y el “progreso” con su montón de basura y cochinadas aun no hacía su aparición.

Siguiendo el recorrido llevaba a mi gente a conocer el estadio nacional aunque fuese por fuera porque no les interesaba el fútbol, si teníamos la suerte de ver pasar un tren, algo muy interesante por ser primera vez y quizás la única para ellos, que contentera!, yo por mi parte aprovechaba esas giras para comer anisillo, una plantita muy sabrosa y abundante, decían que era bueno comerla para no orinarse en la cama y como en la mía caían goteras aunque no lloviera. Otra entretención era coger abejones de colores que se encontraban debajo de las boñigas. El tranvía llegaba hasta el final de la Sabana, pero esas gentes no lo usaban, unos por temor de montarse, otros por no invitar porque sacaban cuentas, somos tantos a 10cts c/u, que va me sale muy caro!, otros sitios para llevarlos a conocer eran: el mercado central, parque Bolivar, cuartel Bellavista, cuesta de Moras, Museo Nacional, la Catedral con su parque Central, el Congreso, edificio de correos, el club Unión (por fuera), y si hacíamos una visita de noche, esa gente volvía maravillada de haber contemplado los rótulos luminosos, especialmente el de la Compañía Nacional de Fuerza y Luz, situada en la av. Central a la par de la Librería Universal que estaba frente a su actual edificio, con sus ventanas siempre admiradas por los costarricenses en especial en el mes de diciembre, cuando íbamos con la cabeza llena de ilusiones a ver que le pedíamos al niño, aunque sabíamos que le niño probablemente esos juguetes se los llevaría a los niños hijos de ricos, pero talvez, quién quita a lo mejor le sobraba alguno. Otro rótulo de maravilla era el de la KINOCOLA, de la botica francesa, frente al Parque Central, donde está ahora el Banco A. de C.

El desplazamiento de parientes hacia San José fue disminuyendo luego de varias reuniones con un tinterillo40 que pedía dinero para gastos y total nada. Mi casa sirvió de hospedaje con las puertas abiertas para todos los familiares que así lo solicitasen, no faltaba quien se viniese a pasar con nosotros unos días mientras conseguía trabajo o se internaba en el hospital; una vez nos llegaron unos primos que venían desde Grecia e iban para Puntarenas, como no había carretera al puerto, a gira era mejor hacerla pernoctando en San José a la ida y a la vuelta.

Ya en la infancia ayudé con los gastos familiares

Comencé a trabajar estando aún en la escuela, de manera alterna, es decir que si en la mañana iba a clases, en la tarde iba a la panadería “La Josefina” a “poner galleta” labor en la tomábamos parte muchas personas debido a la gran producción. Como ahí trabajaba en el despacho mi hermana Angela Dora, no me fue difícil encontrar empleo que me reportaba ¢2.50 por semana y derecho a una peseta de pan diario. El pan era a 3x5 y seis cincos por peseta, eran unos bollitos bien hechos con harinas de primera calidad, suficiente manteca cochinito, lo mismo que malta, ingredientes ahora desconocidos. La galleta la poníamos en las latas en perfecta simetría, sin estirarla, sin que se tocasen entre si o con las orillas o el centro

40 Despectivo coloquial de oficinista.

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de la lata, con los huequitos para arriba y en forma rápida. Trabajaban en ese taller los González, los Lestón, los Noguera, un muchacho Talí, Hermenegildo, Chepe y el gran Emilio Castrillo, quien comenzaba a hacer sus primeras armas en el boxeo nacional. Yo era el acompañante preferido en los paseos de mi hermana Dora y por el parecido físico con ella, un repartidor de pan, de apellido Mora, me encaramó el mote de Doro; los domingos íbamos donde unas compañeras de ella que vivían en Barrio Aranjuéz, que en ese tiempo lucía en ambos lados de sus calles una hermosa siembra de árboles de Alcornoque, árbol que según dicen, en España y en otros países, se emplea en la fabricación de tapones de corcho, pero que aquí no sirve para nada, de ahí la costumbre de algunas personas de tratarlo a uno de “pedazo de alcornoque” cuando no podía o no sabía hacer alguna cosa; árboles que siguiendo con nuestra tradición asesina fueron mandados a desaparecer, porque hay que darle campo al progreso. Luego por las tardes la caminadita de regreso, desde Santa Teresita hasta barrio Las Pilas, porque en ese tiempo, felizmente, no había servicio de autobuses de pasajeros, aunque el de ese barrio (Aranjuéz) fue el primero en San José. Me mandaban por las mañanas muy temprano a traer el pan, mandado que tenía que hacer corriendo y cantando o repasando mentalmente la tarea de la escuela, casi siempre iba acompañado de mi gancho y mi rueda de metal, con un saquillo de manta al hombro y pateando una semilla de aguacate, la que dejaba guardada en algún huequillo de descargue al caño, mientras iba a la panadería, en esos ajetreos me tocó ver desde la iniciación de los trabajos hasta el final de la construcción de los edificios del cuerpo de bomberos y banco de seguros, edificios que le dieron albergue a estas entidades puede decirse durante pocos años, hoy en día está instalado ahí el Ministerio de Economía, dado su gran crecimiento tanto el Instituto Nacional de Seguros como el benemérito Cuerpo de Bomberos tuvieron que buscar asa nueva, otra construcción que vi desde su principio hasta su inauguración y desgraciadamente también su destrucción por un incendio, fue el de la gobernación y municipalidad de San José, creo que si me pusiera a hacer lista de los edificios que he visto construir sería algo larga y aburrida, interesante por lo menos para mí, quiero dejar constancia de que estuve en la inauguración del obelisco en el Paseo Colón, obra que luego fue echada abajo por considerarla culpable de varios accidentes de tránsito.

Teníamos en casa un trabajito extra que lo hacíamos por las tardes y en las primeras horas de la noche en compañía de casi toda la familia y hasta de algunos vecinos, consistía este en hacer bolsas para empacar la galleta TOSTA, de La Josefina, nos daban la harina para la goma, el papel impreso ya cortado y nos pagaban por cien las bolsas hechas, para embarrar la goma lo hacíamos con unas brochitas que fabricábamos con una ramita de olivo y un rollito de pelos del rabo de una perra que teníamos llamada PRISMA.

Como ya sabía leer, me interesaba por los periódicos (valían 10 cts.), en especial el vespertino “La Hora” con sus tiras cómicas, con el sufrido Don Fenelón, su esposa Doña Ruperta, un mastodonte que lo apaleaba y lo exprimía hasta el máximo y el hijo de ambos, el mamulón del NENE. Si de resolver los casos más intrincados se trataba, ahí estaba el infalible detective X-9. Los domingos me deleitaba leyendo la página

de los niños del “Eco Católico” con la colaboración de “Luduvico”, muchos años después me vine a dar cuenta que este personaje era nada más ni nada menos que el muy ilustre: Monseñor Arrieta.

Los domingos, como buenos cristianos, teníamos que cumplir con la obligación de oir la Santa Misa, cuando no íbamos temprano, teníamos que volar caite41 para agarrar la misa de 12 en Catedral, que era la última del día. A la salida nos íbamos a entretener viendo los pececitos en la pila del Parque Central, oyendo y viendo el final de los sorteos de la lotería, que se llevaban a cabo en el viejo kiosco, después pasábamos a la venta de helados “Pinto”, situada frente al Sagrario. Como quien dice a ver comer helados, que eran de forma cilíndrica y como de una cuarta de grandes, los de mas venta eran los de: coco, mora y los de crema.

Pacientemente esperábamos a que nos abrieran un salón contiguo, en donde la Niña Livia Dent nos dada catecismo de perseverancia, por medio de láminas, lecturas, oraciones y ejercicios, trataba de acrecentar nuestra fe en la doctrina cristiana, al final de las clases nos osequiaba confites y otras golosinas. Todos los meses habían premios para los más aplicados: estampas, medallitas, libros, etc. Hoy le pido a Dios que la Niña Livia esté gozando de su Gloria, por sus esfuerzos y dedicación de la instrucción católica a la niñez costarricense. Una vez entré a su casa de habitación, en el mero centro de la capital. Me llamó la atención el oratorio que poseían (costumbres de antes dice la gente), ahora el dueño de la futura casa se desvela pensando en que sitio va a instalar el BAR y como le irá a quedar. Y el “oratorio”?... qué es eso?... Siendo ya un hombre volví al mismo salón de catecismo pero ya en esa época convertido en sala de reuniones de los sindicatos de la Rerum Novarum.

Los cines o teatros

El cine por esos días estaba en todo su furor y la gente como loca por asistir a las funciones; los teatros prolifereaban por todos lados. En mi barrio existía el Induni, al que fui a ver “El Rey de la Selva”, con Tarzán y Boy. El “Constructura” 100 varas al sur de la Castellana y el famoso Teatro Keit, en el que vi: “Miguel Strogof el correo del Zar”; no faltaban las familis con su proyector casero en el que pasaban peliculillas trilladas cobrándonos por la entrada cincos o botones.

Qué gran entusiasmo despertaba la propaganda del camión de la Casa Bayer con sus enormes altoparlantes anunciándonos que tal día a tal hora y en tal sitio, darían una función al aire libre de una gran película. Una noche asistimos a una, en donde años después construyeron la primera ermita de Cristo Rey, y esa vez hubo que comenzar por chapear el lote contiguo dado la gran cantidad de gente que llegó.

Otro día lo pasé muy afanoso ayudándole a papá para terminar la construcción de una escalera grande, de esas de abrir y cerrar. Luego de ir a entregarla para que como premio por la ayuda me llevara al teatro Adela a ver la película de Franck Buck “Atrapándolos vivos”.

Los teatros de llenaban a reventar los sábados en que se pasaban series tan emocionantes como aquellas de “Flasch Gordon va a Marte”, o películas de vaqueros tan taquilleros como Tom Mix, Kennd Maynard o Tin Mac Coy, verdaderos ídolos del celuloide. Los teatros tenían

41 Caminar

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galería, preferencia y luneta, a esta última asistían los matrimonios, los galanes con sus novias y alguien de la familia para que los cuidara. A preferencial iban los que no querían revolverse con la chusma de galería, que era el lugar más concurrido y vacilón, pues no faltaba alguien que le pegara a otro cristiano un semillazo de jocote o de la fruta de temporada, motivo por el cual muchas veces se armaban las broncas. Tampoco faltaban los tipos especiales para aflojarse pedos, que retumbaban por todo el teatro, perfumando el ambiente y se oían exclamaciones como la de: “idiay hijo de p... si en su c... hay tormenta, aquí tengo el pararrayos!” o la de “no cierre el gallinero que le falta la chiricana”; entre las risotadas y algarabía de los presentes.

El Teatro Palace fue el primero que recuerdo, fue construido sin galería y después todos los demás fueron remodelados, haciendo desaparecer la galería. Únicamente el Teatro Nacional es que la conserva.

El mercado central

En las esquinas del mercado central se apostaban los vendedores de empanadas de: chicharrón, papa, chorizo, queso y frijoles negros o colorados. Todos con sus canastas bien forraditas con mantel blanco, sus bolsas de empaque dentro de la bolsa de atrás del pantalón y en la otra la botellita con vinagre y chile picante, acostumbraban para acomodarse la canasta a su cuerpo, pararse con un pie sobre la acera y el otro en el caño. Sus gritos eran: están hirviendo tome las calientes! ya se terminan, cliente cuantas va a llevar? tome a 10, tres por la peseta para terminar la venta. En las ventanas del edificio de la bolsa mercantil habían unas pequeñas baranditas de hierro, que al llegar la noche lucían llenas de canastas colgando, con gallos de comida, adonde mucha gente llegaba con pocas monedas y muchas ganas de comer, ahí se conseguía desde el clásico huevo duro con ensalada en su respectiva tortilla, hasta el jugoso muslo de gallina, además: gallos de carne, chorizo (pero no del de ahora) y las tortas de huevo con quelites42 de cebolla, ah que ricura! dentro del mercado existía el acogedor Hotel Correte y pasame el chile con sus sabrosos platos de sopa de mondongo, capaz de hacer sudar a un muerto, según el decir de la clientela, y ya que estoy en el mercado, voy a recordarlo así por encimita, con sus callejones, uno exclusivo para venta de papas. Me parece ver las lluvias de ese tubérculo cuando hacía su aparición aquel personaje a quien le decían YEGUAS y que se disgustaba si pasaba y le decían el apodo y si no también otro personaje muy popular era Rafaelito, del grupo de flaquines, a quien le gustaba empolvarse la nariz, de él tenían una gran fotografía con su buen marco, en la Foto Jimenez, 50 vrs. al oeste de la cantina El Cometa. Las carnicerías tenían sus locales a media cuadra frente al costado norte, en el mercado de las carnes, la libra valía 40cts. con derecho a pedirla a gusto del cliente, por ejemplo: un pedazo de de pecho duro, otro rabo, un hueso con tútano43, sesina, alipego, posta de falada o de ratón; con su correspondiente feria, una rodaja de mortadela con jamaica. Nosotros éramos clientes de un señor italiano: Don Juan Marchini. En el envoltorio de las carnes venían páginas del “Observatorio Romano” por lo de las “clases” del idioma italiano, nos salían gratis. Al caminar por los callejones había que hacerlo con mucho cuidado, porque si estaban descargando la carne, los hombres encargados de esa tarea pasaban como un ciclón con 42 Brote comestible43 Nombre antiguo del tuétano

las pesadas piezas de la res al hombro y gritando: MISO! MISO! que esto mancha.

Había que estar en el mercado un día de vísperas de fiestas cívicas a las 12m., cuando reventaban las bombetas anunciando la iniciación de los festejos, comenzaba el cato libre, es decir que las autoridades se limitaban a ver y desapartar los contendientes después de que se daban gusto su buen rato, o alguno de los dos estaba en malas condiciones, costumbre que gracias a Dios desapareció. Me olvidaba decir que en el mercado trabajé en dos tramos, una venta de comestibles y el otro talabartería, pero salí porque siendo un chiquillo un día me mandaron a entregar un saco con mercadería muy pesada, al echármelo a la espalda me hizo dar vuelta en el aire.

Vida de chiquillo

Mi hermano Guillermo trabajaba en la cantina el cometa, yo pasaba gran parte del día con él, me ponían a hacer trabajillos de ayudante como por ejemplo: barrer, mandados y ayudar en las ventas pero del lado que no había venta de licor, por temor a que me viera la policía. Lo que me encantaba era cuando me mandaban a abrir las cajas que venían con uvas, mi tarea, además de abrir las cajas, consistía en sacudirles el aserrín cuadradito que se quedaba pegado a los ramos y comerme las uvas sueltas, que a veces eran muchas, cuando no, yo las soltaba; en varias oportunidades fui a traerle la comida al patrón, uno de los primeros italianos llegados al país, a esta raza se le achaca el haber introducido la costumbre de dar “bocas” en las cantinas. La comida había que traerla del Hotel Rex, quedaba donde está ahora el edificio de radio monumental, en la esquina de enfrente La Magnolia, más arribita La Alhambra diagonal al hotel una botica en la que no hubo tico que no se pesara en su romana, al otro lado, el Congreso, donde están los jardines del Banco Central la Plaza de Artillería, pero me venía sopladito con la portavianda bien agarradita, por la acera del Banco de Costa Rica, pasando frente a La Eureka la tienda de Chepe Esquivel, y en la otra cuadra La Constancia, la tienda La Gran Señora, que hacía aquellos baratillos. Mandaban por todos los barrios a un negro que le decían Manigueta, en un coche con un tambor que no paraba de sonar, repartiendo unos volantes con los precios de todas las gangas, la Botica La Violeta, que después fue el almacén el Buen Precio y ahora otra vez botica. Cruzando a la otra calle, la cantina El Manzanero, la planta de leche pasteurizada Irazú, frente al almacén de Don Tomás Fernandez y 50vrs. más a entregar la comida calientita.

Mi mamá padecía de jaqueca, cuando amanecía enferma yo ni siquiera iba a la escuela, me tocaba cocinar y atenderla a ella, porque mis hermanos mayores trabajaban, los menores estaban muy pequeños, así que siendo un güila de unos 10 años era todo un cocinero, además me turnaba con mis hermanillas menores en lavar los utensilios de la cocina, lo que hacíamos con ceniza que traíamos de una ladrillera situada donde ahora es el pasaje Keith y Ramirez, nada de comprar detergentes, ni se conocía esta palabra, barríamos la casa con escobas que

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hacíamos con una rama de güitite, escobilla cortada en cualquier lote o a la orilla de la calle, y una media vieja de mi mamá o cualquier tirilla para amarrarla, ahora que si habían pulgas en la casa, en vez de escobilla le poníamos unas matillas llamadas mastuerzo44. Vivía en el barrio una señora que nos daba lotería para que la vendiéramos a colón el pedacito, ganándonos un cinco en cada uno, el lugar preferido por mí para ir a vender era la estación de camiones que quedaba donde ahora está el Mercado Borbón, tenía una gran sala de espera, con unas cómodas bancas en donde me sentaba a esperar que llegaran a comprarme la lotería, otras veces me iba a vender tiquetes del tranvía, pero en cada esquina habían vendedores que ya tenían el puesto “copao” y nos sacaban a los mocosos45 a punta de patadas.

Algunos domingos me iba de pesca con mi primillo Pepe, que fue mi compañero inseparable en más de una aventura, alistábamos el bulto de la escuela, con cuerdas, anzuelos, plomadas, lombrices, bananos, melcochas y pan con mortadela, lo cargábamos a modo de salveque y enrumbábamos hacia los Anonos, pero siguiendo el curso del río María Aguilar, desde atrás del cementerio Calvo, hasta su desembocadura en el río Tiribí, en donde se situaba un pescador “profesional” de barbudos46, aunque uno se le pusiese a la par no lograba agarrar ni uno, el hombre todos los días se traía su gran sarta, nosotros nos veníamos sin pesca por los potreros o pastizales buscando conejos para corretearlos o tortuguillas que eran muy abundantes a la orilla del río, el “adelanto” no habían llegado con sus cloacas, basura y detergentes a terminar con la vida de pececitos y demás animalitos; otros domingos estaba a las 8 de la mañana en la misa de tropa en Catedral, que espectáculo más bonito ver a nuestras fuerzas armadas, en compañía de la Banda Militar rindiendo homenaje de respeto y simpatía para el supremo Creador de todas las cosas, con gran fervor escuchábamos la ejecución del himno sacramental y luego a la salida el público asistente a la misa se situaba en el atrio de la Catedral y la acera del Parque Central para ver pasar a la tropa que en correcta formación se dirigía a la plaza de la artillería para deleitarnos con unos ejercicios militares, en esa plaza llegué a ver muchos espectáculos deportivos como: partidos de fútbol entre güilas, lanzamiento de bala, martillo, disco y salto a lo alto y largo, salto con garrocha, carreras cortas y hasta una de bicicletas en la que el ganador era el último en llegar.

La puerta del solicitara

Guillermo mi hermano, se trasladó a trabajar del Cometa a la Puerta del Sol en San Pedro de Montes de Oca, claro está, me iba en mi tiempo libre (que era todo el día) con el pretexto de que iba a ayudar, pero fuera de hacer algunos mandados, el resto del tiempo lo invertía en vagabundear por todo San Pedro, ligerito por el gran parecido con m hermano me pusieron el apodo de “el hijo de Memo”, yo era el encargado de venir a comprar los tosteles donde Curling 350 vrs. al sur del balcón de Europa, me daban los pases de tranvía (20 cts) ida y vuelta y un gran canasto cuadrado, que acomodaba sobre mis rodillas, 30 colones para la

44 Planta herbácea anual, hortense, de la familia de las Crucíferas, con tallo de 30 a 60 cm de altura, hojas inferiores recortadas, y lineales las superiores, con flores blancas, y fruto seco capsular con dos semillas. Vive en España y América del Norte y Central. Es comestible y tiene usos en medicina tradicional.45 Dicho de un niño: Atrevido o malmandado.46 Pez de río que se caracteriza por tener dos salientes delgados a uno y otro lado de la boca.

compra, no se podía más porque se desboronaban y entonces pobrecito yo! tenía que comérmelos, aparte de los que me regalaban en la tostelería, yo que siempre fui tilinte pal’diente, que compromiso!, que hermosas y deliciosas cuñas, orejas, gatos, prusianos, quequitos, cachos, pastelitos de carne, en fin todo lo que hacían para vender a 10 cts. c/u, otros días me iba con Monchón el carretonero, con quien hice gran amistad, hasta Guadalupe a traer guaro, me parece que allá se compraba más barato, además daban su buena feria; la Puerta del Sol tenía su amplia sección de cantina, así como otra pulpería y un salón de baile que un tiempo fue convertido en cine, pero no pegó, ahí vimos una película por José Mojica. Para unas vísperas del día de San Pedro fui invitado por el sacristán a subir al campanario a las 12 del día hora del repique, y la verdad es que casi me tiro desde lo alto, porque cuando no se está acostumbrado, se siente lo mismo que debe sentir un gato cuando lo encierran en un estañón y le vuelan palo por fuera.

En la cantina los días de fiestas eran de mucha actividad, sin faltar una marimba alegrando aun más el ambiente. Adán, hijo del dueño y yo, nos juntábamos para hacer diabluras, nos llevábamos las botellas para hacer tiro al blanco, y los rollitos de tiros para pistollillas de juguete, para extenderlos sobre la línea y ver la cara de asombro del maquinista al oír la reventadera al pasarle las ruedas del tranvía. Adán era el de las “ideas” yo el ejecutor, siempre me ordenaba: rebelde! haga tal o cual cosa porque solo así me decía: rebelde.

La mayor parte de las veces que fui a San Pedro, fue a pie, por falta del 10, al regreso igual, porque no hallaba como pedírselo a mi hermano, después de haber estado todo el día vagueando.

Seguimos rodando

De nuevo y para variar, a pasarnos de casa, esta vez nos economizamos el pago del carretón, pasamos los chunches al hombre, atravesando un lote hasta salir a la avenida 12, contiguo a la planta eléctrica del barrio Los Ángeles, era esta una casa muy bonita, grande y de bajo alquiler. Las casas para alquilar eran abundantes y las familias se mudaban por cualquier cosita, tenía esta una verja de cemento con barandas y portón de hierro, esto nos servía los lunes para subirnos a contemplar la pasada de ganado, que en grandes manadas era conducido hacia el rastro municipal, aquellas escenas parecían sacadas de una película de vaqueros, como teníamos la planta a la par, recién pasados nos desvelamos por el zumbido, pero pasado algún tiempo nos acostumbramos en tal forma, que si se iba la corriente y al parar la planta nos despertábamos, en un portón grande que había para garaje, papá construyó un tramo para vender frutas y verduras, era el encargado de atenderlo en horas que no tenía clases, iba a hacer compras para surtir el negocio y uno de los mandados preferidos por mí era ir a Moravia, a comprar naranjas a 3 colones el cien, con mi primo Pepe me iba donde una familia amiga de la nuestra y nos daban de tomar café con biscocho y pan casero y frutas, a comer la cantidad que apeteciéramos, luego de apear las naranjas, llenar los sacos y cargarlos al hombro por las enzacatadas calles hasta depositarlos en la compuerta de la cazadora, ya que ese acarreo no lo cobraban, con solo pagar el pasaje personal teníamos derecho a llevar grandes bultos, desde la terminal donde es ahora

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el Mercado Borbón, otra vez al hombro hasta el tramo que le pusimos verdulería Las Cuatro Milpas, nombre de la película mexicana y una canción muy popular en ese tiempo. Que de recuerdos tengo de los viajes a ese pueblo, como la vez que matamos de una pedrada un carraco y la dueña se dio cuenta, gracias a la señora donde íbamos, que se hizo el cargo de pagarlo, si no, nos llevan a la cholpa47.

Entre las nuevas amistades habían varios muchachos que asistían los domingos al oratorio festivo Don Bosco, fui enrolado, llegando a ser un asiduo asistente a todas las actividades: misas, catecismo en el que nos daban un tiquete para ver una función de cine y a jugar en el patio del oratorio, la plaza aun no existía, anteriormente se jugaba en Mata Redonda. Vi arrancar una milpa para iniciar su construcción, una vez hecha, se formó aquel poderoso equipo de fútbol que tantas glorias le dio al deporte costarricense; todo el despertar y progreso de este barrio se debe a la titánica labor del siempre bien recordado: Padre Turcios y su grupo de colaboradores, quienes implorando la divina protección de su Santo Patrón (Don Bosco) hicieron una labor exitosa en beneficio de la niñez costarricense, especialmente la desamparada.

Conclusión de estudios primarios

Ya se aproximaba el fin del año escolar de 1937 y con el mi conclusión de estudios primarios (y únicos), para nosotros era un gran acontecimiento porque era el primero de la casa en llegar a sexto grado, como quien dice, no hay quinto malo! (en este caso malísimo), mis cuatro hermanos mayores fueron sacados de la escuela, apenas aprendieron a leer y escribir, para que le llevaran el almuerzo a mi tata y para que trabajaran, ayudando con los gastos de la casa, no fui a la secundaria, porque eso se quedaba para los hijos de las familias pudientes y los pocos pobres que asistían, tenían que hacer verdaderos sacrificios, por eso, antes la mayoría de los estudiantes aprovechaban el tiempo, no como ahora que son muchos los que van únicamente a perderlo. Por esos años los colegios secundarios nocturnos comenzaban a hacer su aparición, llenando una función muy necesaria y útil para la juventud trabajadora y estudiosa. Había que conseguirme un traje que yo no usase, en perfecto buen estado de conservación y que lo vendieran barato, en esas gestiones, un domingo por la noche fuimos allá por la iglesia de La Soledad, al regreso, al pasar frente a un club deportivo situado 100vs. al sur de la Catedral, fuimos blanco del lanzamiento de un torpedo que desde el segundo piso hiciera un cobarde y desalmado anónimo, aturdiéndonos con el estallido, e hiriendo levemente en la frente a mi madre, bendita sea ella por todos sus esfuerzos para que sus hijos fuésemos horados trabajadores.

Nueva vida

A mis trece años de edad, tenía mis noviecillas, puedo decir que desde muy antes era un gran enamorado, pero ellas nunca lo llegaron a saber, ahora, era muy diferente, muy conversón, me animaba a besuquiarlas, eso era lo que les gustaba a ellas. Bueno, ya había terminado mis años de escuela, ahora a trabajar, conseguí empleo como mandadero y encargado del aseo en la oficina de un ingeniero contratista

47 Cárcel

constructor, ganando 7.50 colones semanales, los que entregaba a mis padres, claro me ganaba algunas extrillas y recibía propinas de unos abogados vecinos por mandados que les hacía. Por las tardes cuando el contabilista de la empresa me silbaba: “la llamada de rancho”, me dirigía presuroso a la cafetería Monte Carlo, a traer un azafate, con su pichel de café, otro de leche, azucarera y lo que era mejor: unos sabrosísimos “sanduiches” de queso colorado o de jamón, mi parte la hacía devorada, pues el servicio era para nosotros dos. La oficina estaba frente al costado oeste del Banco Nacional, donde tiempo después hicieran la estación de camiones A.B.C., contiguo a nosotros había una bomba de gasolina de un señor Tinoco, en la planta alta vivía una familia Escalante, que tenían una empleada muy simpática, le decíamos Guadalupe la Chinaca.

Una semana en que las propinas habían sido abundantes, me alcanzó la platilla (7 colones) para comprarme una capa de hule, que al domingo siguiente, aunque no llovió, llevaba en ratos en mis brazos y en ratos al hombro, en fin no hallaba como lucirla y regar veneno entre las chiquillas, que según yo me admiraban, en el trayecto de mi casa al teatro Adela, donde fui a ver la película de Shirley Temple.

En este trabajo conocí a mucha gente, visitaba frecuentemente las construcciones y los trabajadores iban a la oficina por la paga los sábados; como en todo lado me ponían apodo, ahí me decían “secreto”, ese empleo tuve que dejarlo porque no había esperanza de que me subieran el sueldo.

Me fui con mi primo Paul, de ayudante de pintor, con él trabajé en varios lugares, una vez en Piedades de Santa Ana, donde pasábamos toda la semana, porque el servicio de buses no nos permitía viajar diariamente; un sábado, casi a la hora de venirnos, sentí ganas de ir al cerco a hacer una necesidad, no es nada que estaba con el ruedo suelto, a consecuencia de una gran comida de naranjas que eran muy abundantes, tuve que dejar los calzoncillos en un matorral y venirme sencillito en la cazadora, la que apenitas me dio tiempo de cogerla. Trabajar de pintor me gustaba, pero cuando no le salían contratos a mi primo, pasábamos varios días varados, en ese tiempo que estaba de vago, salía a buscar trabajo, cogía para la plaza del kilómetro a jugar y esperar que sonaran la sirena del Pacífico anunciando las 11 de la mañana, entonces regresaba a la casa a almorzar cansado de buscar trabajo.

Mi primo Manuel, oriundo de Naranjo, estaba internado en el seminario estudiando para sacerdote, lo visitábamos los domingos, (ahí conocimos otro familiar de apellido Sancho, de Buenos Aires de Palmares, con quien hicimos gran amistad) asistimos a su ordenación sacerdotal y a sus primeras misas: la cantada en la capilla del Buen Pastor de Guadalupe, la solemne en Palmares con buena comilona para celebrar tan sonada ocasión. Con Manuel, se vino Pedro su hermano a estudiar pintura en la escuela de Don Tomás Povedano, se alojaba donde una señora, Doña Micaela, que vivía en Barrio México, la que le lavaba la ropa al seminarista, lo que hacía sin recibir paga, únicamente por cooperación.

Contraje las paperas, me puse muy mal, seguidamente me dio fiebre intestinal, el médico me mandó unas inyecciones, cuando me daba cuenta que me iban a poner una, me tiraba de la cama y me tenían que ir a traer bien lejos.

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En esos días llegó papá, que estaba trabajando en Parrita, trajo una carne seca de animal de monte, pero me quedé con ganas de probarla porque no me dieron dado mi estado delicado de salud, pasé varios días viéndola colgar de un alambre deseando comerla. Estaba resentido con Pedro mi primo porque en esos días no me había visitado y era que el pobrecillo también había contraído las paperas y sus complicaciones y estaba resentido conmigo porque no lo había visitado, hay que recordar que no teníamos con ahora la facilidad del teléfono.

Seguimos rodando, esta vez nos fuimos a vivir por el Colegio Superior de Señoritas! que bellas eran esas horas de las 7 y las 11 de la mañana!, ver pasar ese desfile de colegialas, cuerdiar a más de una.

Durante un tiempo estuve de repartidor de la panadería la Samaritana, en mi recorrido tenía que ir por barrios como: Gonzales Lahmanm El Carmen, Bajo de Amón, casa presidencial y otros. Nunca me dio vergüenza que las muchachillas me vieran con una canasta al hombro, como le sucedía a un compañero de nombre Rafael, a quien se le ponía la cara colorada cada vez que topaba con alguna. Cuando él tenía oportunidad, ponía la canasta en el suelo y se hacía el disimulado. Un día fui detenido por un inspector de salubridad pública y conducido al edificio “La Arena”, frente al parque Morazán, por andar haciendo el reparto de pan en sacos de manta y la ley estipula (creo que aún), que el pan podía ser transportado en sacos, pero dentro de una canasta debidamente tapada y con patas de cierta altura, después del decomiso y levantamiento de un acta, fui dejado en libertad.

Otra vez a cambiarnos de casa, ahora nos íbamos para Barrio Luján, y la mudanza ya no era en carretón con su quebrazón de chunches, ahora lo moderno era en camión de carga, al venir a vivir a este barrio completábamos una vuelta alrededor de la capital. Me inscribí en un curso de radio, al poco tiempo aunque iba bien en los exámenes, me aburrí, lo dejé, después ingresé en la escuela de telegrafía, de reciente fundación, estaba ubicada 50 vrs. al sur de la Botica Francesa, el director Don Alfredo Portuguez, era un hombre muy versado en teoría de la electricidad, e impartía muy bien sus conocimientos entre el alumnado, en cuanto a la práctica de la telegrafía, estábamos bien respaldados con las enseñanzas de Don Jorge Nilo Ramos y otro apellidado Salas a quien le gustaba mucho el “bello canto” haciéndonos demostraciones cada vez que podía, había gran camaradería entre los estudiantes, mujeres y hombres nos llevábamos muy bien y más de un idilio amoroso se formó en el grupo, llegamos a organizar varios paseos, entre ellos, uno a Aguacaliente de Cartago, con su bosque de bambúes, algo precioso, del que no volví a saber nada, posiblemente desapareció, otro paseo inolvidable para mi fue el que hicimos al Volcán Poás, cuando los puentes no estaban terminados, la caminata era grande, no eran todos los que llegaban, muchos quedaban en la cuesta de los arrepentidos, después de haber caminado toda la noche!, que impresionante era el géiser mas grande del mundo con sus continuas erupciones!, que emocionante era bajar hasta la laguna a tocar sus frías y sulfurosas aguas. Hicimos bailes con gran éxito, formamos una barrilla para ir en las noches al cine a tanda de 9, después a tomar café y contar chistes hasta pasada la media noche, para nosotros esa era una gran entretención, pero pasado

un año y al darnos cuenta de que el telegrafista no tenía un porvenir muy alagüeno, por la total escasez de plazas, fuimos abandonando la escuela quedándonos únicamente gratos recuerdos y grandes amistades, como la de Antonio Castro, que después sería padrino de mi primer hijo. Nicolás Azofeifa de Santo Domingo de Heredia, que me invitó a conocer su casa, pocos días antes de ir soñé con el pueblo, cuando llegué, quedé asombrado pues todo era igual a como lo había visto en el sueño.

Para seguir adelante con mi narración, quiero hacer un recuerdo de varios edificios, por ejemplo, frente al Bar Imperial, quedaba la Corte Suprema de Justicia, en la otra esquina el hotel Valencia, primero con su parada de coches, luego de carros de servicio público, más arribita, la Escuela Italia, donde estudiaron mis hermanitas, a la que cambiaron de nombre a raíz de la segunda guerra mundial, me parece le pusieron Escuela América o Naciones Unidas. En la otra cuadra, el pasaje la Parra con la prestigiosa radiodifusora La Voz de Victor, la esquina feliz, era la cantina Los Cuatro Gatos; 50 vs. al sur se instaló el conocido internacionalmente centro turístico El Sesteo, creo que la primera persona en trabajar (aunque fuera una estrilla) aquí para Don Edmundo Fernandez, su propietario, fue quien esto escribe, que llegué navajilla en mano a quitarle el letrero de dispensario antivenéreo de las ventanas del local, luego remodelado y convertido en el más popular centro social del país, elegante club que le dio acogida a todos nuestros destacados artistas y nuestras mejores orquestas.

Las oficinas de la Junta de Protección Social y el pago de premios de la lotería eran donde ahora es el edificio del ICE, donde está el edificio de la Caja del Seguro Social estaba la cocina escolar, adonde llegué un día que se me quebró una botella de leche y para que no me castigaran me zafé de la casa y me fui a almorzar ahí, pero no me sirvieron nada por no estar “apuntado”, unos amiguillos me consiguieron un poco de frijoles y unos bananos. Por el lado este, quedaba el Museo Nacional con su famoso esqueleto de mono, cuando alguien estaba muy enamorado le decían: deje esa vieja, porque si no va a quedar como el mono del museo, en el puro hueso. En el lado oeste de la cuadra estaba la Cruz Roja con su caritativa “gota de leche”, a la que llegaban las mujeres con sus cajitas de madera con divisiones para seis cuartas y las botellitas bien lavaditas, para llevarlas con leche, bien tapaditas con un inmaculado algodoncito.

Seguimos dando vueltas

Que feliz estaba! Nos habíamos pasado de casa, sí! Ahora vivíamos en el barrio La Dolorosa, contiguo a la panadería la Samaritana, todo me quedaba cerquita, la iglesia, los cines, billares, cafeterías y el trabajo. La calle central Alfredo Volio, era empedrada y el de basura se hacía en carretones con gran acompañamiento de zopilotes, el encargado entraba en las casas hasta la cocina, donde después de saludar, tendía un saco de gangoche en el piso para vaciar los tarros con los desechos caseros. El trabajo en la panadería me aburría por tiempos, buscaba en otros lados, así llegué a trabajar en la construcción de la casa del Dr. Calleja, hondureño que convivió con nosotros los ticos, en ese trabajo papá alistaba las piezas: alfajillas, reglas, tablas, etc. en la casilla de una lechería situada en lo alto de un cerro y las trasladábamos en un

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de atraer a los jóvenes, mujeres y hombres para aglutinarlos bajo su bandera, en su lucha contra el totalitarismo, el local de esa agrupación estaba en el edificio Feoli en av. 10 cs/ 2 y 4, en el después de ser admitido como socio se el entregaba un carné para tener derecho, previo pago de una modesta contribución mensual, a disfrutar en varias actividades: ping pong, ajedrez, tablero, bailes, paseos y muchas mas. Este era el punto de reunión por las noches de una alegre muchachada, formada entre otros por los hermanos: Fernando y Enrique López, Noel Marín, Luis Vincenti, Victor Ml. Lara, Alfonso Jiménez, Gonzalo Avalos, Juan Cedeño, José Joaquín Alvarado, Antonio Figueroa, Ricardo Tijerino, Antonio Gómez, Fernando Bolaños y muchos más, además de un grupo grande de simpáticas señoritas, casi a todos nos tenían un cariñoso apodo con el que nos distinguían pero únicamente dentro del grupo: Dumbo, El Loco, Cara de Palo, Mata de Maíz, Muñeca, Galleta, eran algunos, de ese grupo solo amistades quedaron.

Vivía en el barrio San Bosco una familia muy acogedora, cuyas dos hijas habíamos conocido en el Frente Juvenil, visitábamos esa casa casi como si fuera la nuestra, dado el gran cariño y aprecio que nos tenían todos sus miembros, ahí pasábamos las horas jugando naipe, bingo o bailando, algunos domingos hacíamos paseos en compañía del papá, la mamá y hasta de la abuela.

Un paseo

Hacía tiempo tenía ganas de conocer Villa Quesada, en donde sabía tenemos mucha familia, así que aproveché la primera oportunidad que tuve para enrumbar hacia allá, ese día me levanté muy temprano, como a las 5 de la mañana estaba tomando café en una cafetería del barrio, cuando oí comentarios acerca de una bomba que había estallado en la casa de Don Manuel mora, sin sufrir daños personales sus moradores, no le di mayor importancia al asunto y me dirigí al edificio del correo, ya que frente a uno de sus costados “salía” la cazadora, al pasar por Naranjo tuve oportunidad de conversar con una prima, quien me informó que su papá estaba ejerciendo el cargo de Alcalde en la Villa, que podía ir a visitarlo, así lo prometí, el viaje continuó normal hasta la Villa, en donde mientras tomábamos un descanso para continuar hasta un lugar llamado quebrada del palo, donde vivía un tío con su familia y donde me hospedaría, en ese momento llegó un patrulla de 4 policías, quienes me pidieron muy amablemente, que los acompañara a la jefatura de policía, donde el señor jefe político tenía ganas de hablar conmigo, claro está, salí de la cazadora completamente asustado, hasta dejé olvidada mi valija, me sentía en el aire como un santo en procesión, a quien llevan “encumbrao” y por media calle, solo oía el quedo murmullo de las gentes, después del interrogatorio a que fui sometido, pregunté el motivo de mi detención, se me informó que tenían orden superior de detener todo sospechoso de haber cometido el atentado dinamitero de esa mañana, al viajar solo me convertía en uno, después de haberme identificado como sobrino del señor Alcalde, quien en ese momento andaba en una comisión en Aguas Zarcas y por ser yo amigo personal de Lalo (Eduardo Mora) a quien había conocido en el Frente Juvenil, se me permitió seguir el viaje, toda la tarde estuve a la orilla del camino, esperando el regreso de mi tío para darle las quejas, hasta que pasó montado a caballo y envuelto en un capa “colorada” de hule, me dijo que

no me preocupara, que él me arreglaría el asunto, así lo hizo, a parte del disgusto los días que pasé por allá fueron muy placenteros.

Una noche fuimos a un baile que se celebró en una casa bastante retiradito de donde estábamos, los músicos, un “rejuntao” de guitarristas, violinistas y mandolinistas, cada uno por su “lao”, pero todos muy entusiastas; hasta vi formarse parejas de baile entre hombres, ante la escasez del elemento femenino y en la euforia del baile, las mujeres tenían que caminar descalzas por media calle y con los zapatos en la mano hasta llegar al lugar de la fiesta a lavarse los pies y calzarse. Al regreso de mi gira decidí traerle a mi madre, unas cuantas gallinas, para tal fin compré una java llena de esos cuitiones animalitos, entre los que venían una gallina negra y un gallo blanco que se querían mucho, pues siempre estaban juntos, hasta que un día la gallina murió ahogada por un poco de ropa que involuntariamente le depositaron encima, en un canasto donde se encontraba poniendo, el triste viudo, fue tan grande la pena que lo embargó, que a pesar de tener varias compañeras, se puso triste y a los pocos días murió dejando un claro ejemplo de que el amor hasta entre los animales existe.

Sigo paseando

Conocer Puntarenas, ah! qué gran aventura! llegar a ver el mar, era casi como ir al extranjero, a pesar de que el ferrocarril ofrecía excursiones los fines de semana, la precio de 7 o 9 colones, no me acuerdo bien (ida y vuelta) pero esa cantidad más lo que se gastaba en hospedaje, comida y diversiones, sin olvidar los recuerditos para los familiares, no estaba al alcance de todos los bolsillos, por eso haciendo economías logré reunir unos 150 colones!, para la semana santa de 1941, año en que cumplía mis 17 abriles, me fui “pal” puerto en compañía de mi amigo Juan Cedeño. El viaje en tren muy bonito, uno se sentía persona muy importante de ir ahí sentado, el ver por primera vez el mar, no me impresionó, porque lo había visto en el cine, me causó más admiración el ver por primera vez el volcán Poás. Entre las diabluras que cometimos fue: la gran “samueliada” que nos dimos en los baños, donde después de atravesar gateando por debajo del piso, que estaba montado en bazas, y eludiendo la vigilancia de los guardias, llegamos directo a una hendijita en la pared del baño por donde desfilaban todas las mujeres, viejas y jóvenes, feas y bonitas, altas y bajas, gordas y flacas, todas chinguitas en pelota, tratando de quitarse la arena que les quedaba de la bañada en el mar, cuando ya sentimos los ojos cansados de tanto trabajo, nos retiramos, al hacerlo, nos dimos una gran embarrada de mierda, ya que ese sitio era usado como excusado, nosotros veníamos atontados y azurumbados.

Una vez en San José a nuestro regreso no se nos quedó amigo o conocido a quien no le enseñáramos los brazos y la espalda para que se dieran cuenta de que habíamos ido al puerto y nos habíamos quemado con la asoleadota.

Otro paseo bonito que hice fue con Alfonso Jiménez, para otra semana santa, en esta ocasión nos dirigimos hacia Buenos Aires de Palmares, a la casa de un primo de mi mamá, un señor llamado Don Julio quien gentilmente nos recibió, la ida la hicimos a pie, no por falta de dinero, simplemente queríamos volar pata.

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carretillo hasta el lugar de la edificación, gran cuidado tenía él de marcar todos los empates, cuando ni siquiera habíamos oído hablar de casas prefabricadas.

Estábamos en el mes de diciembre, ese año hubo una ola de frío hasta tremenda, para dormir nos echábamos encima todos los chuicas de que disponíamos, aun así nos llegaba el frío hasta los huesos, para colmo una noche fuimos “asustados” por algo o alguien que nos visitó....oímos pasos en el corredor, preguntamos quien era, no nos contestaron, más bien una ráfaga de viento (estando la puerta cerrada) nos apagó la candela, la perrilla que nos acompañaba ladraba insistentemente, encendimos los focos, buscamos por todos los alrededores sin encontrar nada, a pesar de que nunca he creído en espantos, nunca me pude explicar que pasó esa noche.

Días después al ir a orinar en el tronco de un árbol, estaba una gran serpiente de coral bien arrolladita en el mismo, fue tal el susto que me llevé que se me olvidó orinar, mientras fui a llamar unos compañeros desapareció el animalito.

Las primeras semanas no tuvimos dificultades con la comida, porque íbamos donde una familia conocida nuestra, pero después ya no se pudo, teníamos que venir al centro del pueblo a una fonda, en que parece que nos hacían los frijoles contados, pasábamos las del hilo azul.

Un sábado con ocasión de un matrimonio que se celebraba ahí fui invitado a bailar, esa vez hube de comenzar por comprar en los alrededores del mercado Central, un foco de segunda mano, para alumbrarme desde Guadalupe que era donde llegaba el tranvía hasta Coronado, después de la volada de pata, la bailada y luego a dormir en el galerón de la lechería, que amor al arte, esta vez fue la única que trabajé con papá. Regresé a trabajar en la panadería con un horario de las 5 de la mañana a la 1 de la tarde, por tanto me quedaba medio día libre para leer, ir al cine a tanda de tres (un día en que estaba con mi compañero de trabajo, Rafael, él nos hablaba de Enrico Caruzo, el famoso tenor italiano y nos decía que cuando ese hombre cantaba retumbaba todo el teatro, a la vez que agitaba los brazos, sentí un movimiento raro y me extrañaba que Rafael pudiera mover todo, al momento vi a todos los asistentes a la galería del Raventós salir despavoridos, que había pasado? pues que en ese momento se había venido uno de los más fuertes temblores sentidos en San José, a propósito la gente siempre ha dicho que bajo la Catedral y el Raventós pasa una vena volcánica).

Otros días vagabundeaba por los talleres del barrio, donde tenía muchos amigos, como Don José Vicente Zamora, que en su sastrería en sus ratos libres nos jugábamos una partidita de ajedrez. Don Bruno Castro con su zapatería donde nos metíamos a jugar 21. Reca Mora y su fábrica de guitarras, lugar de reunión de guitarristas destacados, como los del Cuadro Buenos Aires que llegaban a ensayar donde Don Severo Gonzales fabricante de Kepis, se armaban los domingos por las tardes unas partiditas de ron, bacará y 21 bastante entretenidas, aunque se jugaba por dinero siempre fue en pequeñísimas cantidades.

Para aprovechar mi tiempo, mi amigo Antonio Castro, me cedió una circulación del vespertino “La Razón”,

periódico que se editaba en los talleres de La Tribuna, que dirigía el Macho Pinaud (Castrito entró a trabajar en el Banco Nacional), comenzaba el reparto en el Hotel Costa Rica, luego el pasaje de las arcadas, después de andar todo ese sector venía a rematar por la escuela Ricardo Jiménez O.

Cuando en el año de 1946 se necesitaron voluntarios para la chorrea de la nueva torre de la iglesia de La Dolorosa, ahí estuve con mi padre y mis hermanos dando nuestra modesta colaboración. La mezcla se hacía en la calle, la subíamos hasta lo alto por medio de mecates y baldes, la negra Alvarado, nos dio café, quién era ella? una simpática mujer que dedicó su vida al servicio de los pobres ayudando a los hospicios en todo lo que pudo, se dedicaba a pedir en los mercados para tan noble causa, recibiendo de unos agravios, de otros su generosa ayuda.

El estadio Mendoza estaba en su temporada de grandes éxitos, la Compañía Nacional de Teatro, con el Gordo Ortiz, El Flaco Castillo, Leila Alvarado, Roberto Desplá, Isabel Quirós, José Ma. Carbonell, Concho Vindas y tantos que no recuerdo sus nombres, nos hicieron pasar ratos de verdadero solaz48 y diversión. En lo deportivo ahí se escenificaron electrizantes encuentros del campeonato nacional de basquet y las actividades boxísticas que ahí se celebraban, traían a mucha gente vueltas locas de entusiasmo, teníamos grandes ídolos como: Ruedita, Farah, Tuzo (que comenzaba), Vicente Sterling, Arazita, los hermanos Alberto y Jorge Cox, Lito Barboza, JJ Ulloa, Mariano Morúa Cantinflas, Kid Lona, Perci Garnet, Arturo Clark, Leongardez el León turrialbeño, y tantos buenos boxeadores que nos visitaron, entre los que recuerdo al peruano Rodolfo Carrillo, a los panameños Cesar Leal un jovencito ambi-dextro, invencible, de un gran provenir boxístico pero parece que tuvo una muerte repentina, Jhon Pino, quien junto al nicaragüense Francois Gonzales, nos brindaron varias peleas a cual mas interesante o emocionante de principio a fin, el anunciador en todos los combates era un señor a quien le decían Guatemala Lito Barboza, “jalaba” con mi hermana menor, yo como buen cuñadillo le ayudaba en los entrenamientos, tuve así la oportunidad de conocer de cerca a muchas figuras del deporte de las narices chatas y las orejas de coliflor, tanto nacionales como extranjeras, de las que agarraba todos los volados que me fuera posible, en varias peleas le serví de “second” a Lito, junto al maestro de todos los tiempos: Lelo García.

Que de recuerdos me quedaron del barrio, la foto Martínez, las olas el mar, el Teatro Capitolio, el restaurante Alfonso XIII, el Café Jalisco, la lechería el Mosquero, Cantina la Noche Buena y en los altos el centro para el estudio de los problemas nacionales, la soda Curling, la cantina de cascarilla con su coctel 5 para las 11, cantina La Africana frente a la casa del refugio, frente a lo que es hoy el cuartel de bomberos, había una bodeguita de verduras y frutas donde vendían aguacates a 10 y 15 cts. corrientes, los de a peseta eran algo excepcional, a un melcochón de pan le embarraba dos de esas fritas y con media botella de café me daba un verdadero banquete.

El Frente Juvenil

Un día de tantos apareció en el barrio el Frente Juvenil Democrático, era esta una organización que trataba

48 Consuelo, placer, esparcimiento, alivio de los trabajos.

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Alfonso con un salveque, yo con una valijilla. Nos echamos a caminar un miércoles santo, como a las nueve de la noche, apenas llegamos a la Uruca nos atajó la policía, para preguntarnos de donde veníamos y para donde íbamos, por ser menores de edad no teníamos cédula de identidad (la daban hasta los 21), les pareció bien nuestras explicaciones y nos dejaron seguir deseándonos buena suerte y buen viaje. Como a media noche estábamos en Alajuela tomando café para reponer energías y espantar el sueño, para proseguir el viaje tranquilos, hasta poco antes de llegar a Grecia, en que vimos a unos 75 mts. delante de nosotros a unos individuos que blandían en sus manos unos cuchillos, seguimos avanzando cautelosamente y oh sorpresa! se trataba de cuatro amigos nuestros del barrio la Castellana que habían salido de San José desde las cinco de la tarde hacia Puntarenas, al vernos a nosotros en la obscuridad y a la distancia creyeron que se trataba de gente hostil, por esa razón sacaron a relucir sus cuchillos, una vez pasado el susto para ambos grupos en alegre camaradería proseguimos la marcha, al llegar al parque de Grecia, cometimos un gran error, pues nos tendimos a descansar en los pollos, se nos enfrió el cuerpo, y al momento de seguir adelante nos sentíamos muy adoloridos, para colmo de males, seguimos un camino equivocado, pues cogimos para San Roque, al devolvernos, para llegar a Naranjo, el pueblo de mi padre, como a las siete de la mañana, luego a las 10 a Buenos Aires, ahí nos separamos de los amigos que iban para el puerto, al que no llegaron a pie, porque se cansaron y fueron auxiliados por unos amigos de ellos que iban en carro.

Inmediatamente de llegados hicimos amistad con los muchachos de la casa entre los que recuerdo, los nombres de Jolo y Andrés, con quienes íbamos a pasear en las noches, en el día a las procesiones, a ver a las solteronas del pueblo peleándose por alzar a la Virgen para que les hiciera el “milagro”, tan criticones nos volvimos que solo de “tijeras” nos tratábamos, nos gustaba meternos unos traguitos y el vacilón para nosotros era ver “jumao”49 a un perro policía que tenían y que los acompañaba a todas partes, hasta a beber guaro, a la hora de caminar lo hacía de lado a lado de la carreta, mas parecía un caballo de a mil pesos de los de antes que un perro. Un día fuimos a un cerro allá por San Ramón, tuve la curiosidad de conocer un nido de zopilotes, algo muy raro para nosotros los capitalinos. El domingo de resurrección regresamos, dejando en Palmares varios corazones destrozados, porque no habíamos perdido el tiempo con el elemento femenino, que se nos desmayaba con solo saber que éramos de San José.

Más paseo

Vamos a San Isidro del General?.... claro que sí! y Gonzalo Avalos, Alfonso Jiménez, otro muchacho llamado William y el hijo mas bonito de mi mamá (que fui yo) modestia aparte, comenzamos los preparativos para el viaje, lo primero que conseguimos fueron unos grandes cuchillos, que nos prestó Don Alfredo Martínez, para defendernos de unos imaginarios enemigos que enfrentaríamos; el sombrero, focos, salveques, cantimploras y que se yo, constituía el equipo para la gira. Salimos para Cartago un martes en la noche de la estación Los Ángeles, situada donde ahora es la parte este de la tienda La Gloria; al llegar a la vieja metrópoli buscamos y conseguimos alojamiento en

49 Borracho

un hotelillo cerca del mercado, esa noche fue poco lo que dormimos, porque en la habitación contigua a la nuestra había otro grupo tan alegre como el nuestro, con el que celebramos un campeonato de pedos, a cual más sonoro, hediondo, prolongado y en mayor número; seguido de una guerra de almohadas. Muy de madrugada teníamos que estar levantados para coger la cazadora que nos llevaría cerquita de la cúspide del Cerro del Muerte, el dueño del Hotel no nos dejó salir sin antes haber revisado que no le faltara algo al mugroso cuarto, así que tempranito y para combatir el frío, nos pusimos en media calle a jugar cascarita, mientras esperábamos la hora de partir, al fin ésta llegó, pusimos proa a San Isidro del Guarco, ruta obligada por no existir la carretera interamericana debidamente terminada, en ese punto comenzó la penosa ascensión del cerro y digo penosa porque aunque fuera en carro, este tardaba de Cartago al cerro poco mas de cinco horas. Llegamos a un sitio frecuentado solo por carboneros, la única gente que aventuraba por esos lares, adonde tenían servicio de pasajeros únicamente los miércoles, de ahí en adelante el trayecto tendríamos que hacerlo a pie, porque en la trocha existente únicamente los vehículos de la compañía constructora de la carretera circulaban, al llegar a Villa Mills habían fijado un aviso en el que se hacía saber que ese territorio estaba bajo la protección de las leyes del gobierno de Estados Unidos y cualquier delito cometido ahí sería penado de acuerdo a las mismas. Como a las 2 de la tarde ya cansados íbamos llegando a División, y William para animarnos nos dijo que ya de ahí se veía San Isidro, que no aflojáramos, corrimos a trepar a una lomilla y era cierto, de ahí se podía ver pero con binóculos!, porque a simple vista lo que se veía era una manchita nada más, que desengañada nos llevamos y sin poder volver atrás! nosotros!, que en cada vuelta del camino nos parecía que ya era la última y saber que estábamos tan lejos, bueno pero después de todo fue mejor, porque ya no íbamos cuentiados y tomamos la cosa mas en serio. A las cinco de la tarde arribábamos a Campo Painer en donde se encontraba una cuadrilla laborando, en el momento que pasábamos hacían explotar una carga de dinamita para volar una roca muy cerca de nosotros que presenciábamos las piedras en el aire cual si fuera una bandada de golondrinas para luego caer a nuestro alrededor, milagrosamente sin tocarnos, parecía cosa de película, repuestos del susto, continuamos nuestro camino, a las ocho de la noche estábamos a las puertas del pueblo, pero no queríamos seguir porque ya no le creíamos al vaqueano, pensamos dormir dentro de unos grandes tubos de cemento que habían por ahí depositados, su insistencia fue grande y casi suplicante, era verdad, la casa donde íbamos no distaba mas de unos 500 mts., fuimos muy bien recibidos, la momento nos tenían agua con sal calientita para que metiéramos nuestros adoloridos pies, los que después del cambio de medias y zapatos, sentíamos en condiciones de ir a bailar. Mientras comíamos lo que a esa hora nos pudieron conseguir les contábamos todas las peripecias del viaje, esa noche caímos en un profundo y reparador sueño.

La familia Barrientos Fallas, parientes de Avalos, nuestro compañero, nos había alojado; una de las muchachas de la casa era novia de William. Eran propietarios de una fonda llamada El Casino, un yerno era el agente de la TAN, la compañía de aviación que hacía servicio a toda la zona sur y resto del país, el campo de aterrizaje estaba muy céntrico, a el fuimos varias veces atravesando algunas cuadras que

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tenían muchos lotes llenos de matas de chan que se desprendía al paso nuestro. Durante la estadía en ese pueblo hicimos muchas amistades; por las noches en la casa se reunía una gran cantidad de muchachas y muchachos que llegaban en busca de diversión y esparcimiento, algo muy escaso en ese entonces en ese tranquilo pueblo, ahí pasábamos alegres veladas practicando juegos, que como el de: Pedro llama a Juan, produciendo gran algarabía entre la concurrencia; una noche fuimos la cine a ver una película por Luis Sandrini, había un solo proyector, pasaban un rollo y había que esperar a que montaran el siguiente, pausa que la clientela aprovechaba para comer golosinas, tomar refrescos o coversar.

Otra noche asistimos a un baile en un teatro frente a la plaza, entre los asistentes estaba un señor respetable con sus grandes bigotes por quien todas las muchachas se disputaban la oportunidad de bailar; otra noche me puse a hurgar en una almohada encontrándome varias prendas femeninas, las que comencé a probarme en medio de las bromas de mis compañeros, hasta que oímos grandes risotadas en la habitación contigua, desde donde la familia anfitriona me estaban “samueliando”. Un día fue William que vestido de mujer, con pañuelo de colores en la cabeza y falsos pechos de jícaras, se colocó junto a la pila que quedaba a a orilla de la acera, cada vez que venía algún muchacho se ponía a cuerdiarlo, ellos se ponían buenísimos ante esta encantadora y desconocida damisela.

En cuanto a paseos hicimos varios, visitamos “General Viejo”, donde nos encontramos con Humberto y Francisco Morales que resultaron ser de Naranjo y primos segundos míos con varios años de afincados en esa zona; un día que andábamos chiroteando a caballo en el pueblo llegó una pareja a casarse, nos enrolamos con los invitados y nos fuimos con ellos haciendo pelota, llegamos a un lugar que llamaban “el patio”, a casa de los padres de la novia, donde disfrutamos de gran comilona, traguitos y baile, ya tarde emprendimos el regreso pero mi caballo no quería caminar por estar enfermo con gusanera en las orejas, así que me quedé a pasar la noche en uno de los tantos ranchos que por ahí existían, se dormía en el suelo de un lado los hombres y del otro las mujeres separados por única pared que existía, como el rancho no tenía puerta, colocaban una banca acostada para evitar que se metiera una chancha, pero la luz de luna si se metía alumbrando toda la habitación, al día siguiente muy temprano estaba levantado viendo pilar arroz, algo nuevo para mí, después del desayuno y de agradecerles a mis anfitriones las atenciones brindadas a mi persona, proseguí el viaje hasta hacer mi entrada triunfal en San Isidro montado en mi veloz corcel (3 km por h). Cuando íbamos en el camino disfrutamos de bellos paisajes y atravesamos el río General, también pasamos pendientes muy pronunciadas en donde la bestia se inclinaba hacia adelante y nosotros nos hacíamos hacia atrás para poder mantener el equilibrio.

Qué gran sorpresa nos llevamos Alfonso y yo de encontrarnos por esos lares con Andrés (tijeras), el mismo que habíamos conocido en Buenos Aires. Ahora él al igual que muchos palmareños se habían trasladado a esa región y habían fundado Palmares del General.

Antes de la actual Catedral, lo que había era una pequeña ermita con su barandal de madera y al frente en vez de parque, una plaza para fútbol, todas las “conas” se tiraban de un mismo lado porque habían

construido, metidos en el campo de juego, unos quioscos para venta de refrescos y golosinas.

Después de inolvidables y atareados nueve días, el regreso a San José era impostergable, lo emprendimos como a las cinco de la tarde con mucho dolor en el alma de tener que dejar esa tierra en donde nos habían tratado tan bien, un buen grupo de jóvenes de ellas y ellos nos vinieron a despedir y caminaron por espacio de una hora acompañándonos, luego a seguir subiendo, pasamos el único puente que existía en ese trayecto en donde hacía como un mes habían matado uno de los tigres mas grandes de que se tenga conocimiento en C.R. Al día siguiente por la mañana nos encontrábamos en la cumbre esperando la cazadora que nos llevaría a Cartago para tomar el bus hacia la capital; un hecho curioso fue que tanto de ida como de vuelta se nos uniera un compañero desconocido para nosotros, de aquí para allá el que iba decía ser de San Gabriel de Aserrí y de allá para acá, el que venía, nos dijo que era de San Ignacio de Acosta, no faltó quien nos dijera que ese era nuestro Ángel de la Guarda.

Paseo a Limón

Escuelas Internacionales B.B.C. anuncia su excursión a Limón decían unos volantes, allá me fui acompañado al equipo de beisbol que tuvo tan brillante trayectoria en el ámbito nacional con jugadores tan destacados como los hermanos Palomo y Pelín Castro la cosa prometía. El viaje desde luego tenía que ser en tren, aunque se tardara su buen rato en el recorrido, no era monótono, todo lo contrario, no nos aburríamos los pasajeros de admirar el paisaje, con el Río Reventazón en su sinuoso recorrido acompañándonos durante largos trechos, la pasada de los tres túneles y la inmensa cantidad de humo que había que soportar no dejaba de ser emocionante, así como la pasada de los puentes, la llegada del tren era un acontecimiento de mucha importancia en la vida diaria limonense. La terminal estaba frente al Parque Vargas, en la pensión del mismo apellido me hospedé, por la noche salí a conocer y dar una vuelta, me sorprendió la ciudad por su limpieza, su inmensa cantidad de casas de dos o más plantas y su gran número de bicicletas en circulación. Era frecuente ver vehículos para dos y cuatro ciclistas, en esa ocasión veía por primera vez volar un avión de noche, no existían en C.R. aeropuertos con servicio nocturno y los aviones que venían del norte pasaban sobre Limón rumbo a Panamá. Aproveché un paseíto para ir a conocer la Isla de la Uvita, a pesar de que el mar lo sentíamos picadito los que no estábamos acostumbrados a viajar en “gasolina”, lo cierto es que esto se disimulaba muy bien con la alegría reinante a bordo motivada por un grupo, que con sus acordes, guitarras y cantos nos amenizaron el paseo de ida y vuelta.

El juego de beisbol fue celebrado en un campo abierto por no contar con estadio, ante una enorme concurrencia de fanáticos que interrumpían el partido cada vez que se suscitaba una jugada de esas sensacionales, como una atrapa extraordinaria hecha por Pelín, que fue largamente ovacionado por los locales y visitantes, el resultado final no lo recuerdo, pero si recuerdo que todo mundo quedó contento y era tal el entusiasmo existente por el beis en esa zona, que al regreso, en lugares como Bataan y Siquirres, la gente lo acosaba a uno con preguntas sobre el desarrollo del juego y si habían conectado de “home round” y que

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jugadores, etc...

Al año siguiente regresé al puerto del atlántico, esta vez en compañía de mis amigos: Palenque y Lara, como como veterano era el guía, puse todos mis conocimientos limonsísticos al alcance de mis compañeros, habiéndolos llevado por todos los sitios por mi conocidos: el mercado, el parque, la iglesia, el tajamar, el muelle, los baños, etc. Hasta logramos visitar la Isla Uvita de donde regresaron mis compañeros encantados y con deseos de volver, haciendo planes para el año siguiente, pero esto nunca se realizó.

Un diciembre de antes

Aunque vivía en el barrio La Dolorosa y trabajaba en la panadería la Samaritana, lo cierto era que la “güelguilla” mía era la de barrio Carit, porque casi todos los compañeros de trabajo eran de ese lugar, a donde me iba en las tardes a jugar can, quedó, rayuela y tantos juegos que se podían hacer en las calles sin peligro de un accidente automovilístico. Había ahí una academia de baile que no era otra cosa que una salita a la par de una caballeriza, en donde nos reuníamos una muchachada a volar patadas y majonazos con los disculpa de que estábamos aprendiendo a bailar charlestón para ir a fin de año a debutar en el Parque Central en los bailes populares que se “armaban” con la orquesta comodamente instalada en al antiguo kiosco, rodeada por miles de ansiosos bailarines.

En barrio Carit vivían los Brenes, los Hidalgo, los Bermudez, los Cervantes, los Vargas, los Aguilas, los Ulloa, los Montero, los Quesada, los Piedra y tantos otros que escapan a mi memoria, creo que aun viven en el barrio bastantes de estas familias, pues todas eran propietarias de sus “ranchitos”.

Diciembre de mil novecientos cuarenta y tantos, víspera del día de la purísima. Al igual que en años anteriores, San José parecía una ciudad sitiada por un ejército, dado el gran estruendo que se oía por todos los barrios, producido por la reventadera de pólvora y de lo que era muy doloroso el frecuente viajar de las ambulancias hacia el hospital, conduciendo a los quemados de esta salvaje y gracias a Dios, casi desaparecida costumbre nuestra que nos dejó como saldo varios incendios, seres mutilados y la muy lamentable pérdida de varias vidas humanas.

Venían las fiestas mal llamadas cívicas y había que prepararse, primero entrenábamos con las de Zapote, luego Guadalupe, después a retirar el traje para el estreno de fin de año, que con seguridad lo habíamos pagado. En un club con sorteos en combinación con la lotería, sistema tan de moda en ese entonces, me hice el primer traje en la casa New York de Don Valentín Fonseca L. situada donde ahora está el cine Rex, sastrería que a la par de otras como Pacheco y Conde. Hnos., Montero, la Colombiana, Gentleman, Sojo, Nestor Vargas y Ramírez Valido, se disputaban la preferencia de la inmensa clientela, y es que hasta el mas “tieso” se hacía su trajecito para diciembre, era emocionante el ir a tomarse las medidas, que le hicieran la primera y segunda prueba para finalmente llegar a retirarlo para ir a “rociarlo” en las fiestas de Plaza González Víquez, desfilando por el iluminado paseo de los estudiantes, con sus alegres marimbas y mas de un “encubrao” con sus estridentes: GÜIPIPIAS.... hasta llegar al Parque Morazán, lugar tradicional de reunión de la gran familia josefina para recibir el año nuevo repartiendo y recibiendo saludos de familiares y amigos, y hasta de gente desconocida.

De ese parque me quedan muchos recuerdos, uno fue la vez que estando aun güila, iba caminando detrás de unos muchachillos que le tocaron las posaderas a una joven que se volteó furiosa y la emprendió conmigo asiéndome del copete de pelo, me hizo dar vuelta en el aire, insultándome, llenándome de improperios,

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mientras yo todo compungido no atinaba que hacer, solo escuchaba las carcajadas de los espectadores, especialmente los verdaderos culpables.

Otro fue un año en que la campaña política estaba al rojo vivo, me había separado de la “barra” por andar “copao”, así que me libré de la volada de cincha50 de que fueron objetos mis amigos por parte de la policía (dicen) de Alajuela, traída para reforzar la tranquilidad nuestra que se vio alterada por miles y miles de gritos de vivas a León Cortés, lo que provocó la ira de sus superiores que dieron la orden de cinchonear51 a todo el que pudieran.

Francis, Francis...! me gritó una amiga de ambos, acaban de matar a Alfonso y señalándome hacia donde se encontraba el cuerpo de aquél, acaté en mandar a mi acompañante con ella y después me lancé desesperado en busca de mi amigo, luchando con la gente que en estampida se alejaba de aquel lugar tratando de ponerse a salvo, sin importarme lo que pudiera suceder logré llegar a su lado y alzarlo para colocarlo sobre mi hombro y emprender la retirada en medio de la voladera de cincha. Sonaba aquello como cortando caña, con la humanitaria ayuda de un automovilista lo llevamos al San Juan de Dios en donde el personal de emergencias lo atendió, además de la paliza tenía una herida en la cabeza que le había hecho perder mucha sangre, hasta el punto de desmayarse, pero una vez atendido y con la cabeza vendada que parecía momia, me lo llevé en la madrugada para su casa situada en Calle 20, al abrirnos la puerta su mamá casi sufre un síncope cardiaco de la fuerte impresión que le causó ver en ese estado a su hijo, una vez respuesta del susto me retiré hacia mi casa, en donde me esperaban mis familiares, los que me recibieron asustados de verme el traje negro recién estrenado todo lleno de sangre, de lo que no me había dado cuente, dado mi ánimo alterado a consecuencia de los últimos acontecimientos que acababa de vivir.

Un paseo en bicicletas

Verano del 47, había que aprovechas los domingos, con ese fin acordamos hacer un paseo en bicicletas en la compañía de mi amigo Sergio, mi primo Pepe y Pablo, un compañero de trabajo que estaba estrenando bici, después de una corta deliberación decidimos dirigirnos a Puntarenas o hasta donde llegáramos, apenas en Heredia, ya nos estábamos metiendo el primer traguito, que resultó ser un tragote, para repetir en Alajuela y pedaleando, pedaleando llegamos al Cacao en donde hicimos otra paradita, esta vez para un mechazo de contrabando que nos vendieron unos vecinos, después de eso me sentía Tarzán en bicicleta y a poco de haber cogido la curveante bajada de Tacares, alguien me gritó que Pablo se había caído, un poco preocupado por él, iba volteando la cabeza de cuando en cuando y de pronto ZAS!... me salí de la carretera con tan mala suerte que la rueda delantera se me incrustó en una zanja para desagüe, haciéndome salir por los aires pero sin soltar la manivela, al caer a tierra sufrí muchos golpes, escoriaciones y la fractura de la muñeca de la mano izquierda, que me quedó vuelta para fuera, mis compañeros acudieron presurosos a auxiliarme temiendo algo peor, después de reponerme de un pequeño desmayo fui trasladado en un camión

50 Faja de cáñamo, lana, cerda, cuero o esparto, con que se asegura la silla o al-barda sobre la cabalgadura, ciñéndola ya por detrás de los codillos o ya por debajo de la barriga y apretándola con una o más hebillas.51 Golpear con la parte plana del machete

de carga que pasaba por ahí a la ciudad de Grecia, donde llegué a una botica directo a pesarme para ver cuantas libras había perdido en el accidente, después de atenderme el boticarios me envió al hospital en donde estuvimos tamaño rato esperando al doctor que andaba jugando fútbol, una vez que éste llegó decidió montarme la mano, para eso fui anestesiado, aplicándome directamente el éter del tarrillo a un pedazo de gasa colocada sobre mi nariz, labor que estuvo a cargo de mi primo Laudencio residente en esa población, cuando estaba el doctor en su labor, llegó un colega que venía de San Ramón a visitarlo y entablaron conversación, pero yo con mis intromisiones los interrumpía, entonces se pusieron a hablar en francés o latín y fue peor la cosa, seguía de metiche52, hasta que me quedé profundamente dormido, cuando desperté me encontraba enyesado y con el brazo hinchado, seguidamente fui trasladado del hospital a casa de unos primos que vivían cerca, esa noche pude dormir bien, gracias a unas cápsulas, al día siguiente fui internado en el H. Calderón Guardia, por espacio de 22 días, teniendo tiempo de meditar en que el guaro y el deporte no se deben mezclar nunca.

Víctor Lara era mi amigo “inseparable”, siempre andábamos juntos, hasta las novias nuestras tenían que ser amigas entre sí, o por lo menos del mismo barrio para ir los dos a marcar a las mismas horas, era asombroso como nos las arreglábamos para saber en que casa iban a hacer una fiesta de cumpleaños, onomástico, bautizo de güila o de residencia, rosario, baile, en todo aparecíamos, entre los invitados lográbamos colarnos de paracaidistas, además conseguíamos regaladas entradas o contraseñas para los salones de baile, todo lo que fuera gratis nos servía.

Un día, me dijo Víctor, que allá por su casa en barrio Güell, se iba a celebrar una fiestecita con motivo de que una muchachita había obtenido el título de taquigrafía, puntualmente a las 7pm de ese día, 21 de Julio de 1947, me hacía presente en el portoncillo de entrada en donde estaba la señorita, luciendo un vestido sastre, 52 Entremetido

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color café, una blusita rosada y peinada de bucles sobre la frente! esta es la festejada.... me dijo mi amigo al presentármela, ah! mucho gusto!, pasen adelante, muchas gracias y chupulún pa’dentro. El baile era con radio, los traguitos de un compuesto suavecito, al promediar la fiesta fuimos a la Radio El Mundo a solicitarle a mi amigo Manuel Jiménez, locutor de esa radioemisora, unas piezas musicales y en especial “linda mujer” éxito del momento, la fiesta iba transcurriendo y no había (sacado) a bailar a la anfitriona, lo que me parecía descortés de mi parte, así que cuando tuve oportunidad la invité a bailar, pero apenas tomados de la mano, los pies se nos resistían a moverse, ella me dijo que mejor probáramos con otra pieza, pero insistí, que es eso?, tenemos que bailar, dificultosamente la terminamos, ahora para que nos acostumbremos, tenemos que seguir bailando, en efecto bailamos dos piecitas mas sin dificultad.

Por ese día la cosa terminó sin novedad, a los pocos días salió en el periódico La Tribuna, una publicación de la Escuela Gregg, dando cuenta de la nueva graduación y las fotos de los graduados, cosa que aproveché para recortar la foto de ella: la señorita Argentina Burgos G., para guardarla en mi billetera, me llamaba la atención el nombre y el apellido poco comunes en nuestro medio. Como a los 15 días me dijo Víctor que donde ella iban a hacer un rosario a San Cayetano, que lo habían encargado de invitarme, aunque no era muy devoto de rezos no iba a desaprovechar la oportunidad de visitar nuevamente esa casa en donde había “algo” que me llamaba la atención, así lo hice y esa noche sucedió algo curioso, un señor de apellido Espinoza, viejo amigo de la familia Burgos, al vernos nos toma por novios y sin darnos tiempo de explicarle nuestra relación, comenzó a darnos consejos para cuando nos casáramos y a desearnos felicidad por adelantado, nosotros no pasábamos de volvernos a ver durante su perorata53 y tratábamos de disimular su equivocación, era segunda vez que nos veíamos y de eso a ser novios había gran diferencia. Al terminar el rezo fui nuevamente invitado, esta vez por Argentina quien me dijo que el 17 de Agosto cumpliría 17 años, que me esperaba, que cuidado le iba a faltar, ante tal pedido prometí asistir para esa fecha y me despedí.

Cuando se acercaba el día, me decidí por regalarle flores para su cumpleaños, me puse al habla con José Luis González esposo de mi prima María Cristina, para que él me las supliera (encargo que me cumplió por espacio de más de 30 años, hasta que dejó de trabajar en jardinería), para esa ocasión me alistó un arreglo especial, que consistía en un “centro” hecho con rosas botón, algo muy bello, lo fuimos a dejar en horas de la mañana de esa fecha, que cayó domingo, no estaban en la casa, andaban en una manifestación política de Don Otilio Ulate B., del que eran fervientes admiradores. El regalo quedó en espera de su dueña donde una vecina; ese mismo día en horas de la tarde se casaba Alicia, una muy apreciable prima, no podía faltar a su boda, menos a la parranda y allá me fui, la fiesta estaba muy animada y ya con un traguito adentro y copao no encontraba la manera de retirarme, pero no, tenía que hacer la fuercita, pues sentía un “algo” que me jalaba, en un descuido de los familiares asistentes hice el arranque, atravesando la ciudad de lado a lado, llegué a donde me esperaban con ansias y preocupación temiendo que mi tardanza en hacerme presente era originada por algún percance, o lo que era peor, que no me fuera a presentar por andar donde alguna novia,

53 Oración o razonamiento molesto o inoportuno.

una vez que llegué, di mis disculpas por el atraso, recibí las muy efusivas gracias por el arreglo floral que había sido colocado en un punto que era la atracción visual de los presentes. La fiesta llegaba a su fin, le manifesté a Argentina mi preocupación porque ya no tenía pretexto para visitarla nuevamente y conversar con ella, que únicamente sería pidiendo la entrada, le pareció buena la idea, me decidí y así lo hice, yo que nunca había pedido una entrada, porque las noviecillas habían sido a escondidas o porque en las casas me aceptaban como algo natural el que jalara con alguna de las muchachas, así que hablé con los futuros suegros, los que me hicieron ver que podía visitar la casa siempre que me supiera comportar, guardando las normas de respeto y obediencia a sus dueños, de una vez fijamos los días de visita. Me encontraba un poco confundido, acababa de pedir la mano de una joven, a la que ni siquiera le había dicho: que ojos más lindos tienes!, menos darle un beso.

En el trabajo cuando enseñé su foto recortada del periódico, los compañeros me preguntaron si era mi novia, les dije que no, que era pasar el rato, pero el rato se me hizo muy largo, como que todavía lo estoy pasando. La primera vez que la invité a ir al teatro, me aceptó, me puse todo bueno, me dije: ya la agarré toda!, como ella era profesora de mecanografía en la Escuela Gregg, entonces la esperé en el Parque Central, nos dirigimos al Teatro Moderno, pero oh desinflada!, en la puerta estaba la suegra esperándonos, Argentina me dijo que a ella sola nunca la dejarían salir conmigo, y cuantas veces fuéramos al teatro tendríamos que ir con su mamá. Para evitar ser la comidilla del barrio, en un principio acepté de mala gana, pero luego recapacité, pensé en que una novia “fácil” no era la más conveniente para ser mi compañera de por vida.

Seguimos asistiendo al cine en compañía de la suegra, aun después de casados la invitábamos, ella entre risas nos decía: que va a decir la gente, que todavía los estoy cuidando. El noviazgo siguió, ya cumplía tres meses, por lo que estaba asustado, nunca había durado tanto tiempo jalando, así que con el cuento de que si quebraba con ella tenía que pagarle prestaciones, decidí seguir adelante, que va, la verdad es que había encontrado quien me pusiera la paleta en su lugar; yo que siempre había tomado los noviazgos como un vacilón, me encontraba ahora frente a uno que me tenía completamente amarrado, lo mejor era que yo no me quería soltar.

Llegó diciembre de ese año de 1947, primer fin de año que pasaría con ella y último de mi soltería (aunque yo no lo sabía), la amistad con la familia de mi novia era grande, ya me tenían por un miembro más, a pesar del poco tiempo de conocerme. Los domingos tenían por costumbre invitarme a almorzar, mi suegra se encargaba de lavarme y plancharme las camisas con su cuello y las mangas bien almidonadas, tarea en la que no tenía rival, pero si una gran fama, luego enseñó a su hija para que fuera ella quien me las arreglara. Con estas atenciones cada día me iba encariñando más.

Al pie de un gran árbol en el Parque Morazán, tenía por costumbre reunirse la familia de ella para esperar la llegada del año nuevo, no había donde perderse, pues en medio de aquella multitud y aquel bullicio, el árbol con su inmensa altura nos servía de guía, cuando a las 12 de la noche estallan las bombetas, sonaban las sirenas de los diarios, los cines, e instituciones como obras públicas, el Pacífico, etc., y echaban al

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vuelo las campanas de las iglesia, sonaban los pitos de los automóviles, la banda militar desde el kiosco entonaba el himno nacional, los intercambios del “feliz año nuevo” con los familiares y amigos, seguidamente comenzaba el éxodo, cada uno para su casa, nosotros con rumbo a la Plaza González Víquez, por todo el Paseo de los Estudiantes, saludando a los conocidos y hasta los desconocidos que nos eran presentados.

Dábamos una vuelta por la plaza asomándonos en los salones de baile, especialmente en el “Aquí me quedo”, y el “Chacumbele”, lugares que yo frecuentaba cuando andaba solo (pero cállese no diga nada), después de unas cuantas vueltas nos metimos en un chinamo para “palmar la amanezca”, que era la hazaña suprema.

Pasado diciembre, venía el paseo a Alajuelita, al igual que miles de costarricenses nos dirigíamos a ese lugar con el fin de disfrutar de una divertida caminata y un sabroso almuerzo al que era invitado cuanto conocido pasara por ahí. En un concurrido potrero a la orilla del majestuoso y perfumado por mieles del café, Río Tiribí, ese era el sitio mas visitado por los “turistas” de agua dulce, se formaban improvisados bailes amenizados por un conjunto musical, conjunto formado por lo general de uno o dos guitarristas, un maraquero, cantante y el acompañamiento de las claves o bongoes y el vámonos. Había que agarrarse bien duro de la muchacha para no salir rodando, tal la inclinación del terreno. La visita al Santo Cristo era de rigor, y aunque no tenía promesa alguna que pagar, la hacía para agradecerle los beneficios de él recibidos y pedirle un sin fin de cosas.

Tiempo de la revolución

Finales de enero de 1948, la campaña política estaba en su apogeo, pero eso me importaba poco a pesar de que siempre fui muy apasionado en esa actividad, ahora toda mi atención estaba en mi novia. Llegaron las elecciones en febrero y el posterior desconocimiento que de el resultado de ellas hizo el gobierno, la efervescencia popular no se hizo esperar, ña huelga de brazos caídos y otros sucesos presagiaban lo que al fin sucedió: la revolución.

Vino una situación crítica, peligrosa, pero no dejaba de ir a visitar a mi novia, aunque lo hacía en horas vespertinas para esquivar las balaceras, que casi siempre se desataban despuesito de las seis de la tarde, no dejé de llevarme mis susticos, en más de una ocasión la pelotera me agarró en la calle, tenía que jugármela para poder llegar a la panadería en donde dormía. Para cruzar las calles en las esquinas los transeúntes teníamos que hacerlo en carrera, de uno en uno, como se veía en series de televisión combate.

Años después una noche me anduvieron las moscas, fue durante una balacera, ya casi llegando a la panadería, sentí unos disparos que pasaron my cerca de mi humanidad corrí como loco, abrí el portón del taller, en donde junto conmigo también entraron a refugiarse unos muchachos a quienes la balacera los sorprendió en el Parque Central, se encontraban frente a la Voz de la Víctor, escuchando una transmisión de un partido de fútbol de nuestra selección que andaba en Guatemala. Mucha gente acostumbraba reunirse frente a las emisoras o las pizarras de los periódicos para informarse de las noticias de actualidad.

Otra noche estando en casa de mi novia, otra balacera,

mi suegra se opuso rotundamente a que me fuera, a la vez ofrecía muy gentilmente su hospitalidad para que pasara la noche en la casa (pero bien retiradito de la muchacha).

Dichosamente la revolución terminó, puede decirse que en poco tiempo, con la derrota de las fuerzas gubernamentales, la paz y la tranquilidad volvió a los costarricenses. Pasaron unos meses y ya estaba decidido, me casaría, el futuro se me presentaba alagüeno, en el trabajo yo era el jefe, con un salario de 13 colones diarios. Don Alberto, mi patrón, estaba enfermo, muy delicado, casi no llegaba por el establecimiento, de manera que todo el manejo de la empresa estaba en mis manos, hasta que sintiendo la muerte muy próxima, mi patrón decidió vender el negocio y dejar todos sus asuntos debidamente arreglados. Don Luis, el nuevo dueño, era un joven de muy nobles sentimientos, pero de panadería no sabía absolutamente nada. Una de sus primeras medidas fue la de aumentarnos un poquito el salario y dotarnos de guantes para trabajar, pero esto no sirvió, porque se nos prensaban en los bolillos de las máquinas además las manos nos sudaban mucho.

Entro a la vida seria

Entre los preparativos para mi casorio, ya había comprado la cama, el jueguito comedor, un ropero a mi amigo Sergio, además mi papá en un afán de cooperación, me estaba construyendo un trastero y otro ropero igual al que había comprado, de muebles casi estaba aperado54, pero me faltaba lo principal: la casa, claro que propia era imposible en ese tiempo, y de alquiler no se conseguían, le encargué a todos mis conocidos que me buscaran una, a los pocos días Lorenzo Solís un repartidor de pan, me dijo que una familia vecina suya iba a dejar la casa desocupada, que debían varios meses de alquiler, ese misma tarde saliendo del trabajo me fui directamente a la oficina de Don Arturo M., propietario de la casa a decirle que me la alquilara, que Lorenzo me recomendaba, Don Arturo me manifestó no saber nada del asunto, pero no estaba recibiendo nada del alquiler y yo llegaba a pagarle dos meses por adelantado y sin compromiso de su parte, pues me recibió el dinero, 60 colones por mes, ese era el valor, después de cerrar el trato, fui a una ferretería a comprar dos armellas55 y un candado a esperar el día siguiente en que me avisaron que ya la gente se había ido, que fuera a conocer y cerrar la casa (35 años después de estos acontecimientos, no quedaban de esta casa mas que ruinas, pude rescatar la plaquita con el número 1017, que en ese tiempo lucía en su puerta de entrada, hoy luce en la puerta de nuestro dormitorio, ella fue testigo mudo de nuestra feliz luna de miel, ha querido seguir siéndolo en nuestra amorosa vida).

La futura ama de casa se encargó de la limpieza, para eso fue unas tardes acompañada de sus hermanas menores, escobas, palos de limpiar pisos y demás utensilios necesarios para la tarea. La fecha fijada para la boda fue el 19 de setiembre de 1948 en la Iglesia de la Soledad, la misma en que Argentina fue bautizada y también hizo la primera comunión. Que día más especial fue ese: por la mañana cayó una mancha de langosta en la parte suroeste de la capital, fenómeno que aquí nunca se había visto, ese domingo los josefinos tuvimos oportunidad de ver a un piloto que con su avión hacía acrobacias y nos escribía en el aire 54 Proveer, abastecer de instrumentos, herramientas o bastimentos.55 Anillo de hierro u otro metal que suele tener una espiga o tornillo para fijarlo.

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el nombre de un sabroso refresco.

Los padrinos nombrados fueron: Don Luduvico Soto y señora, Doña Olivia Robleto de Soto, quien fuera la fundadora y directora de la Escuela Gregg, Lid. Don Fernando Nuñez Qu. y señora, y una larga lista de padrinos, acompañantes, damas de honor, porta colas, porta anillos y demás personajes. La ceremonia estaba fijada para las 5 de la tarde, hasta pasé la víspera a la iglesia a corroborar que todo estuviera bien.

Pero llegó la hora y el padre no apareció por ninguna parte, fueron a la casa cural a preguntar por él, se les dijo que posiblemente se había confundido, que andaba en Moravia celebrando otro matrimonio, nada! a buscar otro sacerdote, cuando éste apareció nos manifestó que necesitaba un permiso especial de la curia, carreras van y carreras vienen, hay que recordar que no habían misas en horas de la noche, al fin todo se solucionó, nos vinieron casando después de las seis de la tarde. Al salir del templo junto con los parabienes de los presentes, recibí algunos comentarios que en forma jocosa me hacían por la manera en que contesté al señor cura cuando me preguntó que si aceptaba por esposa a la señorita Argentina, porque le di un si! que retumbó en toda la iglesia; aun me parece oír el eco.

Nos fuimos a buscar una “foto”, se nos dificultó por lo avanzado de la hora, luego de algunos intentos logramos que nos atendieran en la Foto Electra, situada

en donde está el cine Metropolitan, de ahí nos fuimos al salón de la radio El Mundo, que muy gentilmente nos lo habían cedido para la recepción a los invitados y el consiguiente baile amenizado por una magnífica orquesta, la fiesta estaba a todo dar, mis amigos acordaron hacer “una vaca” para pagar la música un par de horas más, al enterarme me opuse alegando que los novios teníamos sueño y deseábamos retirarnos porque teníamos que madrugar. La fiesta terminó y los “fiebrudos” bailarines (ya picados) se dirigieron al Magirus a seguir con la zapateada, nosotros en un carro de servicio público para nuestro nidito de amor; llegando a la casa se fue la corriente eléctrica, circunstancia que aproveché para entrar en la casa llevando en mis brazos todo lo mío, solo mío!, parecía un gato con un ratoncito en el hocico.

Tres días después de mi boda regresé al trabajo, solo para recibir la triste noticia de la muerte de Don Alberto, mi patrón, sucedida esa misma madrugada, a él le agradezco todos sus buenos consejos y el haber tenido para mí una actitud paternal cuando las circunstancias así lo requerían.

Las cosas en el panadería marchaban mas o menos bien, pero Don Luis, el nuevo patrón, como que no estaba muy interesado en el negocio, tenía otras actividades y ya estaba pensando en vender.

Soy papá

Nos habíamos trasladado a vivir temporalmente donde mis suegros, porque mi señora ya estaba próxima dar a luz el primero de los cinco hijos, con que Dios bendijo nuestra unión.

28 de julio de 1949, después de varios días de estar en gran tensión y de que ya, que me fuera para la casa, pero nada que llegaba la cigüeña, por fin ese día me hicieron levantarme como a las tres de la mañana, para que fuera nuevamente a traer la obstétrica que se había retirado a la media noche, esta llegó y después de un riguroso examen a mi señora me dijo que no podía hacerse cargo del caso, que mejor la pasara al hospital, luego de varias “vueltas” la llevamos al San Juan de Dios en donde quedó internada, yo también me interné, pero en la cantina El Cometa, en donde pedí al cantinero un buen trago y grande que fuera llevador, luego me dirigí a casa de mi madre, en donde al verla me puso a llorar, no sé si fue por efecto del cañazo y la desvelada o fue emoción, lo mas seguro fue el trago, mi madre al verme se asustó, me preguntó si me pasaba algo trágico, a lo que contesté que no, por el contrario, ahora podíamos estar tranquilos pues mi señora estaba hospitalizada, al cuidado de los médicos y que se hiciera la voluntad de Dios. Rato después caía profundamente dormido, entrada la tarde desperté, almorcé y me dirigí a casa de mis suegros; unas 300 vrs. antes estaba el teléfono mas cercano a la casa, llamé al hospital para recibir la grata noticia de que era el feliz padre de un hermoso muñeco, y que para evitar una barbaridad, me lo tenían amarrado a la cuna porque en ese salón habían 7 preciosas niñitas recién nacidas, y el hombre tenía “pinta” de ser un tenorio56 muy inquieto.

Por la manera tan calmada en que llegué dándoles la buena nueva, no me creyeron, se fueron a telefonear de nuevo, al rato aquella casa parecía de locos, la alegría cundía por todas partes, la nueva abuela se

56 Hombre mujeriego, galanteador, frívolo e inconstante.

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alistaba para ir a conocer su gran “tesoro” (como siempre lo llamó ella).

Pasada la cuarentena regresamos a nuestro hogar, donde vivíamos felizmente, pero Dios tenía reservado un tiempo bastante difícil, todo comenzó cuando mi patrón decidió vender y dejó a su suegro encargado del negocio, por espacio de un año aproximadamente este señor actuó correctamente, pero para nosotros sus empleados, ya las relaciones obrero-patronales nos eran las mas óptimas. Un buen día apareció un nuevo dueño, un tal Carlos, era un trabajador cualquiera, pero no hay peor cuña que la del mismo palo, este señor no podía ser la excepción a la regla, la agarró con nosotros como un toro cuando sale al ruedo, dijo que los métodos que estábamos usando no servían (a pesar de que el negocio había marchado bien durante muchísimos años), impuso sus ideas propias, comenzó a variarnos el horario, estábamos acostumbrados a entrar a las 6 de la mañana y nos pasaba a las 4 de la mañana, luego a las 7 am, después a las 5 am, así por el estilo, lo mismo que con las horas de almuerzo, era un completo trastorno y al que no le guste que se vaya, si alguien iba a consultar a la oficina del trabajo y él se daba cuenta, el hombre lo agarraba entre ojos y le buscaba una “cama” para despedirlo sin pago de prestaciones y reponerlo con gente servil a su voluntad, vimos marcharse a varios viejos compañeros, a mi me hizo renunciar la jefatura de la cuadrilla, quedé como peón corriente, con un salario de 7.50 colones diarios, la situación económica de penuria que se venía encima era desesperante, el nuevo salario apenas alcanzaba para pagar el alquiler de casa y comer muy pobremente, ante esta situación les expuse a mis suegros las necesidades que estábamos pasando y la gran ayuda que nos darían si nos pasábamos a vivir con ellos, a lo que accedieron de mil amores, porque así tendrían el nieto al alcance de sus mimos todo el tiempo, la casa donde vivíamos no la desocupé del todo, porque ahí dejé el juego de sala y otros muebles, mis papás se pasaron a ella con el cuento de que me la iban a cuidar un tiempo.

Sigo rodando, sigo luchando

Diciembre de 1950, me visitó mi compadre Antonio a mediados del mes, con el objeto de llevarle un regalito a su ahijado, a la vez de saludarnos, conversando salió a relucir el tema de mi situación económica, Toñito como cariñosamente le decíamos, tuvo un gesto para con nosotros, que toda la vida se lo hemos agradecido, como fue el de ofrecernos completamente gratis, para que viviéramos en una habitación que tenía en el Barrio Cuba, le aceptamos el ofrecimiento, y el 23 de ese mes nos pasamos a lo que por 17 años sería nuestra vivienda, constaba esta propiedad de un lote esquinero de unos 25 x 12 mts. con un cuartito construido sobre unas altas bazas dado la pronunciación de la gradiente del terreno. A mi suegra no le hizo mucha gracia que nos fuéramos, pero yo pensaba que si hasta el momento no había ninguna desavenencia, era mejor pasar a vivir aparte antes de que sucediera; el 24 y el 31 desde luego que lo pasamos con ella como todos los diciembres mientras vivió.

El tiempo pasaba y nada que mi situación mejoraba. Hubo necesidad de reparar el piso del taller y al solicitar el patrón voluntarios para ese fin, me ofrecí aunque tenía poca voluntad para trabajarle, lo cierto es que las “extras” me caerían muy bien, así con esos colones ganados batiendo mezcla, y lo que obtuve de la venta de la colección del periódico La Nación, venta que le hice a unos carniceros, con mucho dolor en el alma, pues sabía que está completa, incluidos los números que salieron para el tiempo de la revolución, ya para mí era muy dificultoso el seguir coleccionando papeles, los peores enemigos eran las ratas y el agua de lluvia que se nos metía en la casa; con esos pesos me fui con la familia para Puntarenas, porque ya sentía que iba a estallar, tanto tiempo de penalidades y nada de esparcimiento.

Un día después de una conversación con Carlos, éste

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me propuso darme 800 colones como pago de mis prestaciones y que comenzáramos nuevo contrato, de acuerdo a la ley yo tenía derecho a mas de 8000 colones, pero viendo lo que le había pasado a otros compañeros que los habían echado sin derecho a nada, me puse a pensar, que de el ahogado el sombrero, y mas vale pájaro en mano que cien volando; le acepté la oferta, que era diez veces menor de lo que por ley me tocaba, recibí el dinero que era muy mío y buena falta me hacía. Tenía que descansar tres días para volver al trabajo, pensaba hacerlo, eran muchos los años de trabajar en ese sitio, me daba miedo aventurarme en otro lado. Mi señora me aconsejó que no volviera con ese patrón que tan mal se había portado conmigo, me puse a meditar sus palabras y le di la razón, tomé determinación, no volver nunca más a servirle a aquel individuo, dejaría la panadería la Samaritana en donde había pasado tantos años de mi vida, llegué cuando era un local viejo de bahajareque, al igual que la mayoría de las construcciones del barrio. Barrio con sus calles empedradas y el tranvía en su ir y venir de la estación del pacífico al diario de Costa Rica, que de recuerdos, de las muchachitas que llegaban a trabajar ahí y yo ni lerdo ni perezoso las enamoraba, Rocío, Virginia, Rosita, Ana María, Cecilia y otras tantas que ni siquiera el nombre me viene a la memoria, que de buenos amigos entre mis compañeros de trabajo, especialmente los de barrio Carit, con los que acostumbraba ir a pescar barbudos al Río Tiribí, entre ellos estaba Ricardo Brenes, del que fui su padrino de matrimonio, luego padrino de bautismo de sus cinco hijos, ahora en los últimos años, que amarguras, tenía que madrugar mucho, dirigirme desde Barrio Cristo Rey primero, luego Barrio Güell y después Barrio Cuba hasta mi trabajo mal pagado, la comido y mal tratado, pero soportando todo con estoicismo.

No faltó quien me dijera que me había caído “el moto”, siempre he creído que en la vida tenemos tiempos buenos y tiempos malos, y que en los buenos tenemos

que guardar algo para que cuando vengan los malos sean menos malos. Adiós a todo esto, adiós al barrio, era joven y con mucha fe en Dios del que sabía que a veces aprieta para no ahoga. Al día siguiente del arreglo monetario fui a trabajar una noche en la barcelonesa como peón de mesa, me costó mucho adaptarme, nunca había trabajado de noche, mi especialidad era picar galleta y preparar las masas. Tuve una idea: trabajaría las noches o los días que pudiera “pescar” ahí, además instalaría una sucursal de panadería en mi casa, papá me agrandó el ranchito, haciéndole otros cuartos y me acondicionó con un mostrador y un pequeño estante el que habíamos estado habitando, conseguí unas latas vacías de las que venían con manteca, les coloqué vidrio en uno de los lados, les hice tapa y me quedaron listas para la exhibición y venta del surtido, a saber: manitas, palitroques, bizcotelas, polvorones, enlustrados, acemitas y tantos artículos ya casi desaparecidos, puede decirse que los 800 colones se me hicieron de hule; me alcanzó hasta para comprar unos cuchillas, que tanta falta nos estaban haciendo, la madera para la ampliación y me quedaron 90 colones para comenzar el negocio.

Pulpería El Chorro

Al llegar los primeros clientes a comprarnos pan, nos preguntaron si teníamos azúcar, café y otras cositas para la venta, les respondíamos que sí, les vendimos de lo que teníamos para nuestro gasto, comprendí en ese momento, que si me limitaba a vender pan, la cosa no iba a resultar, porque la clientela no me iba a comprar solo el pan, y tener que ir a otras partes a traer lo demás para el desayuno, afortunadamente siempre hemos tenido la costumbre de comprar los víveres de tal forma que nunca hay que salir corriendo a comprar un cinco de algo, porque hace falta, menos pedir algo fiado mientras llegaba yo del trabajo; mi señora tuvo la costumbre, aun en los tiempos mas difíciles, cuando mi salario fue tan bajo y me pagaban al día, de apartar en varios tarritos unos cuantos céntimos diarios para comprar: azúcar, arroz, frijoles, etc,. así sucesivamente

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con todos los gastos del hogar, de manera que cuando se iba a terminar algo ella me decía: tiene que traerme tal cosa, y me daba el dinero recaudado para ese fin, procurando que siempre quedara algún pequeñísimo ahorro, ahora este sistema me estaba ayudando.

Esa misma tarde me vine al almacén La Estrella de los Hnos. Estrada, que estaba situado frente a la Castellana, a comprar víveres para reponer los vendidos y poder ofrecer al día siguiente a mi potencial clientela. En total en la Barcelonesa no trabajé ni tres noches, entusiasmado como estaba con la naciente pulpería, pensé que lo mejor que podía hacer era dedicarle todo mi tiempo, en efecto parecía una hormiguita arriera jalando mercadería todo el día por no contar con suficiente dinero para comprar grandes cantidades, además todo lo jalaba al hombro y a la espalda. Eran muy pocas las veces que pagaba pasaje de camión para economizar, en ese tiempo valía 15 cts. Tenía un gran problema que superar, la falta de fluido eléctrico, no me había hecho de un derecho por falta de dinero, en cuanto reuní algo me fui a las compañías eléctricas a hacer los trámites necesarios, pocos días después me estaban instalando el medidor.

No tardó en aparecer un inspector municipal con quien al conversar me instruyó para que fuera a sacar la patente de pulpería, a la hora de pensar en que nombre le pondría, se me ocurrió “El Chorro”, porque esa esquina era conocida así, a poca distancia estaba una naciente de agua, donde iban a lavar ropa las mujeres y a bañarse los muchachos.

El negocio iba viento en popa y a toda vela, entre los nuevos artículos para la venta ofrecía leña a tres astillas por cinco céntimos (a mi me costaba 25 colones la carretada), también vendía granizados y papelotes a 10, 15 y 25 céntimos tenían fama de ser los mejores en cuanto a frenos y confección. Vender helados? parecía un buen negocio, pero como hacerlo? ni siquiera las grandes pulperías del barrio con muchos años de establecidas las vendían, quién iba a comprarse una nevera que valía tanta plata solo para eso?, llegué a conversar con Don Douglas de Ford, dueño de la polo crin, ahí por el teatro Capitolio, accedió a darme prestado un cajoncito en donde llevaba unos seis o siete colones de helados de palito para vender a 10 cts c/u, los que tenía que vender rápidamente, porque si no se deshacían.

Un obstáculo en el camino. La tifoidea

Un día amanecí medio engripado, comenzaron a hacerme remedios caseros, no mejoraba, pasada una semana no quedó otra alternativa, traerme el doctor, me inyectó, me entró un gran frío, seguí igual, vuelta a traer el médico, vuelta a inyectar, nada de mejoría, decidimos que los mejor era llevarme al hospital, pedimos ambulancia, en el San Juan de Dios, el médico que me atendió me dijo que lo mío no era nada, que podía irme para la casa, a lo que repliqué que como era posible que no tuviera nada con mas de una semana de estar en cama, dos visitas médicas y las medicinas no me habían curado, perezosamente y como quien no quiere la cosa, el doctor se volvió hacia la asistente, le preguntó si me había tomado el pulso y la temperatura, a lo que le contestó negativamente, mandó que me lo hicieran, al saber los resultados, borró todo lo que había escrito en su libro y volviéndose hacia mí me dijo: está bien, vamos a internarlo en observación, así fue

como aquel domingo en la tarde ingresé en el hospital.

Primeramente estuve en el salón Keith en donde fui objeto de varios exámenes, a cual mas doloroso, hasta que vino el diagnóstico final: tifoidea!, me trasladaron al salón de aislamiento, esa enfermedad parece que hoy en día está completamente erradicada de nuestro país. Ya que en ese entonces eran muy raros los casos que se presentaban, fue algo inexplicable la forma en que contraje, el Ministerio de Salud Pública mandó hacer una vacunación voluntaria y masiva en el barrio para evitar una posible propagación.

A finales de febrero de 1952, me encontraba muy delicado de salud, entre la vida y la muerte como dicen algunos, mi señora estaba próxima a dar a luz nuestro segundo retoño, la pulpería mostraba un futuro prometedor, pero ahora todo se venía abajo!, en mi lecho de enfermo era víctima de una terrible fiebre. Fue entonces cuando surgió la figura de mi cooperadora suegra, haciéndole frente a la situación, se llevó a Argentina mientras se mejoraba para su casa, me mandó una cuñadita para que atendiera el negocio en esos días.

Me trasladaron al salón de aislamiento, Chepito Rubí el encargado me dijo: bueno mi hijito, ha caído usted en el cielo; le respondí preguntándole si estaba muerto (hasta en los momentos mas difíciles de mi vida he conservado destellos de buen humor), ya verá me replicó, en efecto, que atención mas humanitaria y abnegada del personal bajo las órdenes de ese bienhechor de sus semejantes, sin importar la condición social o económica de estos, “el papá de los pobres” como era conocido el Dr. Arturo Romero López, fallecido trágicamente en Choluteca, Honduras, dejando en la orfandad espiritual a cientos de costarricenses, bendito sea ese hombre exiliado salvadoreño, quien una vez manifestó que no cambiaba su atención a los pobres en Costa Rica, por la presidencia de su patria cuando le fue ofrecida la candidatura.

El Dr. Romero se destacó en la lucha contra la lepra, llegando a vencer a tan terrible enfermedad, mi recuerdo imperecedero para él y para las enfermeras Mariquita y Balbina por sus atenciones para mí y todo paciente que les fuera encomendado.

María Luisa

El 12 de Marzo, mi señora daba a luz una preciosa niñita, desde el mismo momento en que me fue comunicada la noticia, sentí unos deseos inmensos de curarme para ir a conocerla, la fiebre comenzó a ceder apresuradamente hasta su desaparición total, aun así debía permanecer en el hospital 14 días mas en cuarentena. En los primeros días del mes de abril, después de 35 días de hospitalización y de haber rebajado 30 Lbs. de peso, a pesar de que recibí cerca de 60 litros de suero y de dos transfusiones, de parte de dos donantes que quisieron permanecer en el anonimato, pero que Dios que todo lo ve, les ha de haber recompensado.

Volví a casa, mi hijita tenía 22 días de nacida, edad en que la vine a conocer, mi hijito Albertito dos años y medio, en cuanto me vio me gritó: PAPAAA.... grito de recibimiento que nunca olvidaré. Encontraba todo muy diferente, mis deseos eran los de ponerme inmediatamente a trabajar, pero mi estado de salud

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era el de un débil convaleciente. Contraté un carro de servicio público (a pesar de mi pobreza) para visitar a mis familiares y amistades y agradecerles su comportamiento para con nosotros durante mi enfermedad. La primera vez que volví al mercado compré una trencilla de cebolla como de unas 20 libras, cada pequeño trecho de recorrido me veía obligado a descansar, tal mi estado de debilidad.

Otro día en que andaba comprando fideos, se vino un aguacero, por lo que me vi forzado a coger un taxi, una mojada significaba el retorno al hospital. Proseguía mi lucha por la vida, ahora impulsada por el motivo de que éramos cuatro seres. Mi salud ya se encontraba completamente restablecida. Un buen día apareció por esos rincones un señor de apellido de Castillo, agente de ventas de refrigeradoras, pero que va... quien por ese bajo le iba a compra nada?, llegó donde mi a ofrecerme su mercadería, pero como hacer?... si tan solo pudiera conseguir para pagar la prima, y si otro competidor se le ocurría hacerse de refrigeradora?... esos pensamientos tenían debajo del sombrero, cuando recordé que era poseedor de una póliza de ahorro y capitalización del I.N.S., años atrás estando trabajando en la Samaritana, llegó un agente a ofrecerlas, lo atendió mi hermano Guillermo quien para “quitárselo de encima” le dijo que él no tenía interés, pero que yo sí, me llamó diciéndome que ahí me buscaban, casi sin oír las ventajas del plan de ahorros acepté comprar la póliza tan solo por molestar a mi hermano, de por si, que eran 8 colones mensuales para mí que en ese tiempo manejaba buena harina? seguí pagando las cuotas puntualmente, hasta en los tiempo difíciles, ahora ese ahorro me podría ser de gran utilidad, quedé de encontrarme con el señor Castillo al día siguiente.

Muy temprano de ese día estaba en el I.N.S de donde retiré 300 colones para pagar la prima, ese mismo

día me llevaron la refrigeradora, eso fue un gran acontecimiento en el barrio, no se conseguía otra en un radio e unos 300 metros, con la llegada de la nevera se nos aumentó el trabajo y las ventas, ahora podíamos surtirnos de embutidos, queso, mantequilla y otros artículos que antes solamente en muy pequeñas cantidades llevábamos, para hacer los helados, compré dos enormes ollas para cocinar las cremas, para rayar los cocos me hice de un cuchillo viejo un aparato especial, todo esto aconsejado por mi amigo Sergio, quien me indicó que con buena leche, canela, clavos de olor y demás ingredientes, los helados me quedarían de primera calidad, como en efecto así fue. Llegamos a coger gran fama en el barrio, luego vino la inmensa variedad a base de frutas: cas, banano, maní, cacao, chan, nances, marañones y guanábana con su par de motitas cada uno. Todos esos heladitos eran para vender a 10 cts. inclusive los de natilla la clientela era grande, a los pocos días ya tenía recogido el dinero de la primera mensualidad, de manera que pagué el aparato antes del tiempo estipulado, tambien repuse los 300 colones al I.N.S. La instalación de la nevera fue un “home round” con las bases llenas, esto unido a que vendía de todo lo que gente andaba buscando a saber: cal, aguarrás, carbón, manzanilla, clavos, materiales eléctricos, de cañería, canfín, encajes, cintas, caballito, zipers, hilos, filosedas, paquetillos de botica; en fin de todo lo que me preguntaran, si no tenía lo llevaba. La mayoría de las ventas eran “la pichuleo”, esto es, poquitos de cada cosa, tenía muchos clientes que la compra consistía de: una peseta de pan, una onza de café, un diez de azúcar, una onza de margarina, un diez de cigarrillos y así por el estilo; claro tenía mis clientes con familia numerosa, estos me compraban un colón o mas de pan, la jalea y el queso en polvo por cuartos de libra y el azúcar que valía a 55 cts la Lb. Comencé las ventas con una pequeña romanita para cocina, el Lic. Don Guillermo Gómez, con el fin de ayudarme me vendió de oportunidad otra más grande. Habíamos sido compañeros de escuela y ahora era mi proveedor de café molido, además de vaselinas y otros artículos que preparaba en su laboratorio. Cuando terminé de pagar la refri el polaco me ofreció vender una romana grande, marca Detecto, se la habían devuelto al no poder seguir pagándola, como me notó interesado en comprarla, me la mandó a la pulpería sin haberle pagado un cinco adelantado, al otro día firmaba la obligación, ya que contaba con una gran adelanto al servicio de mi clientela, pues en ese aparato, además de los víveres llegamos a pesar a todos los chiquillos del barrio, recuerdo uno que como a los diez minutos de haber berriado anunciando su llegada a este valle de lágrimas, ya me lo tenían frente a la báscula.

En otra pulpería del barrio alquilaban a 5 cts. las leída revistas cómicas o paquines permitiendo llevarlas a la casa, eran revistas viejas, sucias y rotas, a algunas les faltaban páginas enteras, inicié competencia en esa actividad llevando ejemplares nuevos, los que renovaba cada semana y no permitía llevar “prestados”, el alquiler costaba 10 cts. los corrientes y los anuarios 25 cts. por ser extraordinaria su edición. Compraba a 1 colón cada número y los vendía a 50, 60 o 75 cts. después de haberle sacado 15, 20 o 30 alquiladas, dependía del personaje, los taquilleros eran: supermán, tarzán, bat-ban, Roy Rogers y la pequeña Lulú; seguían una larga lista, como grande era mi clientela de lectores y compradores los que mientras leían me compraban helados, kolas, tosteles y otras golosinas.

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Seguimos creciendo

El tiempo iba pasando, la familia se iba agrandando, Francisco, mi tercer hijo iba a nacer, mi señora se fue unos días donde su madre para tan gran ocasión, al año siguiente vendría Antonio y cuatro años después María Gabriela; ya pasando raya para hacer la cuenta, cinco en total; estos dos últimos nacieron puede decirse que detrás del mostrador de la pulpería, pues mi señora me ayudaba mucho en la atención del negocio, Albertito desde que entró al kinder le ayudaba a la madre a “cuidar” cuando yo tenía que salir a mis mandados, cuando podía lo llevaba conmigo y él feliz. Francisquito a la edad de dos años contrajo el sarampión, fue objeto de grandes cuidados por parte de la madre, le enfermedad la pasó sin mayores problemas, pero curándose él y enfermándose Antonio del mismo mal, se le dio igual tratamiento, por eso nos extrañó cuando pasado cierto tiempo el niño no mostraba mejoría, al contrario, padecía una deshidratación, el pechito le sonaba como un pitillo, lo llevamos al médico, le recetó varios antibióticos pero la curación fue a medias, el niño seguía delicado de salud, nosotros comenzábamos con ese peregrinar pero nada, los médicos decían que le estaban tratando: primero que era una infección estomacal, después que era pulmonar, por último ni ellos mismos sabían que era la cosa, hasta que un día, cuando se cumplía el novenario del fallecimiento del Papa Pío XII, a cuya alma le habíamos pedido por la curación de nuestro hijito, el milagro se realizó!, porque el niñito al defecar expulsó junto con la obra un ARETE que inexplicablemente se había trabajo y era el culpable de tan delicada situación.

Una vez vuelta la tranquilidad a nuestro hogar proseguimos con mas brío a nuestro laborar, la refrigeradora estaba paga, la romana también, habíamos comprado recurriendo nuevamente a la póliza del I.N.S. para pagar la prima de una magnífica lavadora Easy, máquina de coser, urnas nuevas grandes y modernas, el local era mas del doble de grande que al comienzo. A Toñito le pagábamos un modesto alquiler, al señor Nicolás Rojas en su joyería Chapato le compré un reloj Record para mi señora, para mi adquirí otro

marca Pier-point, prendas que le pagué en abonos de 10 colones semanales por gozar de su confianza, mi reloj trabajó como el primer día durante 30 años.

Pasando una tarde frente al bazar central los bajos del diario de C.R., vi en una de sus ventanas una licuadora Braum, precisamente lo que me hacía falta, entré a conversar con Ignacio García (Pardón) gloria futbolística nacional, se puso a explicarme las ventajas de esos artefactos, los planes de crédito, etc. le manifesté interés en adquirir una, pero no podía en ese momento, que gran sorpresa! al salir del establecimiento me tenía una debidamente empacada y diciéndome: mira ñato, llévatela y me la pagás como vos podás, esas son cosas que en la vida jamás podré olvidar.

Sigo progresando

Tiempo después mi compadre Orlando Hernández M. estaba pagando un lote de terreno en Lotes Bermudez, me ofreció vender su parte, vuelta a recurrir al I.N.S. a retirar esta vez 800 colones (lo retirado anteriormente lo había retribuido), seguí el trillo que tenía al I.N.S., esta vez para retirar la totalidad, esa platita mas que una economía personal me sirvió para la transacción, creo firmemente que a ninguna de esas pólizas de 8 colones mensuales se le sacó tanto provecho como a esa mía. Una vez pagado el lote pensé en abrir una cuenta de ahorros para tener un alguito con que construir una casita, asi lo hice, ya con mi librete de ahorros, cinco que podía, cinco que guardaba.

El 24 de octubre de 1962 salí de la casa con un propósito: comprar un televisor a pagos, me fui donde PANATRA, escogí un Admiral de 19 pulgadas que me dieron con una prima de 250 colones y pagos mensuales de 115 colones, el valor del aparato era de 2500 colones, además les compré de contado un juego comedor de alumiplastic por 600 colones, la antena y la mesita para el televisor valían 211 colones también a pagos, aceptaron a mi señora como fiadora, cuando volví a la casa y les dije el trato, mi señora salió rapidito a firmar el pagaré y antes que ella volviera, recibía el

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televisor y demás muebles. Esa noche en compañía de vecinos disfrutamos de la televisión, a pocas horas de haberme propuesto conseguirlo; en otras agencias donde consulté me aseguraron que en ese bajo donde yo vivía, solo con una buena antena sería posible, pero con ese no hubo problema y llegué a captar transmisiones de Venezuela, E.E.U.U. y otros países.

Para dic. de ese año, al igual que todos los costarricenses, jugué mis pedacitos de lotería navideña, salí favorecido con 3000, como ya teníamos comprados nuestros “estrenos” y para no despilfarrar, metí la plata en el banco. En el mes de enero siguiente decidí cancelar la deuda con Panatra, ellos como premio me hicieron precio de contado, me regalaron un precioso y magnífico radio portátil de baterías que eran la sensación del momento.

Alberto se había criado obediente, honrado y trabajador, al igual que sus hermanos, me hacía sentirme orgulloso de ser su padre, era un chiquillo a quien le dábamos 10 cts. diarios para que los gastase en la escuela, muchas veces volvía a la casa y nos devolvía el 10 porque no lo había gastado. Cuando al finalizar sus estudios de secundaria en 1966, me manifestó deseos de que le regalara una motocicleta si me era posible, le contesté que eso sería comprarme una vida intranquila para mí y para su madre, por lo tanto no se la iba a dar, que mejor para celebrar la obtención de su bachillerato le iba a regalar un paseo a Venezuela para que conociera esa tierra y también a su abuelo maternal, quien reside allá hace mas de 40 años, el abuelo s entusiasmó demasiado con la idea de conocer a su nieto, como se alegró cuando supo que su nieto había nacido un 28 de julio día de la independencia del Perú, su patria, el día mas solemne para él.

Comenzamos los preparativos para el viaje, compré el boleto aéreo (1000 colones) ida y vuelta, unos cuantos dólares a 7.50 colones, pocos días después valía el dólar a 13 colones, el abuelo se haría cargo de lo demás desde recibirlo en el aeropuerto, hasta venirlo a dejar el mismo. Mi hijo encantado de los sitios que visitó, las

atenciones recibidas y la estadía que fue prolongada unos cuantos días mas de los fijados originalmente.

El negocio de la pulpería comenzaba a declinar, el efecto de las competencias se hacía sentir, ahora tenía 6 nuevas pulperías en el barrio más el expendio del C.N.P. de reciente aparición, amenazaban con dar al traste de mi negocio, busqué nuevos horizontes, eran muchos los años de madrugar, de trabajar duro en compañía de mi señora y de mi hijo mayor, había sido cobrado ocasional de Chapate, vendedor ambulante de jabón con una carretilla prestada; un día frente a los lavaderos Carit, me vi envuelto por una gran manada de ganado que por milagro no me destrozó junto con la carreta, gracias a Dios y a mis desaforados gritos; fui miembro del patronato del kinder y de la Escuela Omar Dengo, socio fundador y por muchos años activo de la Sociedad de San Vicente de Paul a la que llegué a ocupar varios puestos en su directiva, también fui miembro del consejo central con el cargo de vocal, seguidor de varios de los equipos de fútbol que eran abundantes en el barrio, recuerdo al Nandayure, el Barcelona, Espiga Roja, Juventud Católica, la Habana, los Pinos, etc. con ellos tuve la oportunidad de conocer muchos pueblos de la República, entre los que recuerdo: Tierra Blanca, Palmar Sur, Finca La Lucha, Boca del Arenal, Mercedes de Puriscal, Santa María de Dota, San Marcos de Tarrazú, San Pablo de León Cortés, San Ignacio de Acosta, El Rosario de Desamparados, Puente de Piedra, Baatán, Esquipulas y muchos más. Pero la satisfacción mas grande que tuve fue la de ver jugar al River Plate en la Argentina, no, no es lo que ustedes se imaginan, ese era un equipo del barrio, y lo vi jugar en finca La Argentina de Grecia, lástima.

La Barata

Con mi amigo Sergio me iba a embarcar en una nueva aventura, él pondría una cantina a la llamaríamos La Barata, yo se la iba a atender, así fue, ni tuve dificultad para adaptarme al nuevo oficio a pesar de mi inexperiencia y al hecho de trabajar solo, aunque por un corto período de tiempo el negocio iba prosperando, fue necesario un empleado, aunque mis hijos me dieron mucha ayuda, primero Alberto, luego Francisco, después Antonio, a medida que se iban criando, me los iba llevando a trabajar en la cantina, y por sus estudios ya no lo podían hacer. Ante las dificultades para atender la pulpería y la poca rentabilidad de ésta, decidí cerrarla, justo era un descanso para mi abnegada y

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trabajadora señora, que sufría desde hacía varios años de una úlcera varicosa, la que gracias a Dios por medio de una operación quirúrgica y el consiguiente reposo fue completamente sanada.

Un hecho jocoso sucedió el día en que ya no se abrió la pulpería, un chusco chofer de autobús que pasaba frente a la casa, al preguntarle una señora que porque estaba cerrado El Chorro, le contestó que yo había caído muerto en las ciudades de Italia, allá por el mercado central, que antitos de morir había preguntado por mis hijos, claro! semejante embuste, la señora y demás pasajeros del bus le creyeron, la noticia corrió como reguero de pólvora encendida por todo el barrio, lo que provocó que hasta las autoridades se hicieran presentes en mi hogar preguntando por mi salud, mi señora medio asombrada les dijo que yo estaba bien, que temprano me había marchado para la cantina, en una verdulería frente a mi casa se aprestaban a recoger dinero para enviarme unas coronas, luego la presencia mía en las terminales de autobuses y otros sitios eran motivo de comentarios y cuchicheos de la gente, que no se explicaba cómo era posible que un muerto estuviera ahí. En la ciudad de Turrialba una señora vecina del barrio se encontraba pasando unos días, al llegarle la noticia, me hizo novenario, bueno siempre se lo he agradecido, pues ya tengo algo adelantado.

Me hago de casita

Con unos 20 mil colones que logré ahorrar me dediqué de lleno en las construcción de la casita, mi compañero en la conferencia de vicentinos, Sr. Edwin Rodríguez, era el maestro de obras, la idea era hacer cuatro paredes y el techo para pasarnos, después a empujones ir haciendo lo demás, no hubo necesidad de llegar a tal extremo, lo cierto es que con la platita nos alcanzó para dejarla casi terminada, faltando la pintura y demás detalles los que fuimos haciendo poco a poco. Nunca he podido terminar, por aquello de que “casa y mujer nunca se terminan de componer” con el ranchito hecho. Si tenía unos cincos para hacerle algo más y se me presentaba un paseo, mejor el paseo, que el trabajo puede esperar. En el mes de octubre de 1967, después de vivir 17 años (13 de ellos con la pulpería) dejamos el Barrio Cuba, cuando llegamos fue con un hijo, nos retiramos con cinco, como que ahí hace buen clima! como buenos fueron todos los vecinos con nosotros, a todos muchas gracias!

De nuevo a pasear

Excursión a Panamá para los carnavales, con visitas a Colón, las exclusas de Miraflores, el puente de las Américas y no sé cuantos lugares más, el pasaje valía solamente 90 colones, los trámites de pasaporte baratísimos pues era colectivo, una verdadera ganga! tentadora oferta para mí que nunca había salido del país, aunque sentía temorcillo de alejarme de mi familita, a mis 48 abriles nunca había vivido esa experiencia, me animé, fui a reservar el pasaje donde un señor Bonilla en Guadalupe. logré rejuntar unos 125 colones (la vez que llevé menos) y fue la vez que me rindió mas por la cantidad y calidad de artículos que adquirí. La partida estuvo fijada para una noche a las 9, toda la familia acudió a despedirme, esa noche fue de viajar, a eso de la una de la mañana estábamos en San Isidro donde después de descansar y tomar café proseguimos, llegamos al majestuoso puente del Térraba como a las 6am y a Paso Canoas a las 9am, la carretera estaba asfaltada hasta poco después de San Isidro. Luego de unas dos horas que se tardaron los trámites de aduana, entramos en territorio panameño! que contraste más marcado! ellos con una carretera pavimentada, terreno plano y rectas interminables, nosotros con un territorio montañoso, en donde la construcción de la vía fue labor de titanes. Me llamó la atención la forma de conducir el ganado por la carretera, con sus jinetes arrieros luciendo en alto banderas rojas al principio y al final de la manada; también la gran cantidad de bombas manuales a lo largo del camino para la extracción de agua.

En David el chofer y bus se tomaron un merecido y necesario descanso, tiempo que nosotros los pasajeros empleamos en almorzar y andar por ahí husmeando, la gira continuó sin contratiempos, al llegar a la entrada de Agua Dulce, hicimos una paradita en un jorón, quien sabe que nos dieron a tomar ahí, la cuestión es que desde momento nos volvimos mas amigos, como si fuéramos una sola familia o un grupo acostumbrado a pasear juntos, nos dio por cantar caña dulce y otras

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típicas nuestras, disfrutando de ese ambiente de camaradería llegamos a las 11 de la noche a Ciudad Panamá, el hotel al que íbamos está situado en la parte vieja de la ciudad, allá por la Plaza Bolívar frente a la iglesia de San Francisco. Topé con un problemón, como iba solo, me obligaban a tomar una habitación con varias camas, con la excusa de que no tenían para uno solo, quedé desconcertado, no sabía para donde coger a esas horas de la noche y sin conocer la ciudad, lo único que veía eran calles estrechas, obscura y desiertas, cuando aparecieron dos compañeros de viaje, los señores Don Arturo Montero de Guadalupe y Don Otoniel Cordero, quienes precisamente andaban buscando “socio” que les hacía falta para alquilar un cuarto en la Pensión Alfaro situada en la parte posterior de la iglesia Catedral, con ellos me fui, quedé encantado con el aseo, orden, tranquilidad, ambiente familiar y el trato amable de su propietaria, la niña Adriana, tanto que casi todas las veces que volví a ese país, esa fue mi casa.

Para el día siguiente de nuestra llegada estaba programado un paseo por la ciudad, visitando sitios de interés, estuve desde temprano esperando la salida de los buses, pero esto no se efectuaba, regresé a la pensión a bañarme nuevamente, al salir de la misma apenas alcancé a verlos pasar a una cuadra de donde me encontraba, otra vez en pocas horas estaba solo en un país para mi desconocido, no me amilané, adió, que va! caminé hacia una parada de autobuses, allá por el edificio viejo de la lotería, me monté en el que mejor me pareció, el bus comenzó su recorrido por la parte central, luego se internó en unos barrios, como estaban de carnaval los muchachos se divertían lanzándole agua y harina a cuanto mortal se les pusiera por delante, como a la media hora de haber partido, llegamos a una bomba de gasolina, como vi que se bajaban lo que quedaba de pasajeros, yo también me bajé, claro era la parada final, di una vueltilla por ahí, me tomé una chicha (refresco), pregunté donde se tomaba el bus para dirigirme de nuevo hacia el centro, desde ahí me

fui caminando “pelando” mis bellos ojitos que parecían y perecen perrillas de puerta; los ticos sufrimos cierto descontrol en esa ciudad, estamos acostumbrados al cuadrante, ahí no hay nada de eso, que va! las calles tienen muchas curvas (de las dos clases) y no hay esquinas cada 100 mts. como aquí, además hay muchas calles angostas que desembocan en la avenida central frecuentemente.

En la tarde regresé a la pensión después de haber andado conociendo por donde a mi se me antojó, rato después regresaron mis compañeros, me reintegré al grupo para seguir paseando, formábamos grupos y alquilábamos taxis que nos llevaran a sitios de gran diversión, una noche de carnaval contratamos una chiva o bus de los antiguos, de los que hay que entrar y caminar agachados dentro de él, dado su pequeña altura, sus asientos consistían en dos largas bancas colocadas lado a lado, en el centro íbamos un montón sentados en el piso, de estas chivas creo que ya no quedan en circulación. Toda la noche anduvimos en puro vacilón, cantando y contando chistes, no podía faltar una gran bailadota que nos echamos allá en San Francisco de la Caleta (o de la jareta como decían algunos), después de la tentadora visita al casino del Hotel Panamá para probar suerte en la máquinas traganiqueles.

Hicimos otro día el paseo a Colón, lugar que es parecido a Pto. Limón, al regreso me vine e tren, algo muy interesante porque la vía en su mayor parte corre al lado del canal; nos llevaron a conocer las exclusas de Miraflores, con dieron un paseo gratis por un gran trecho del canal, en una embarcación del gobierno norteamericano (antes nos habían llevado al museo del Canal), después nos llevaron a un zoológico, pero de visita nomás! sin derecho a que nos dejaran internados, en el vecino país del sur disfrutamos de una semana aproximadamente, fuimos muy bien tratados por nuestros hermanos canaleros, al regreso pernoctamos en David, tomando en cuenta, que lo mas duro de la

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jornada faltaba por recorrer, nuestra aduana en Paso Canoas era un pequeño local, la revisión del equipaje se efectuaba a la orilla de la calle y a la intemperie, los panameños ya contaban con modernas instalaciones, fue hasta años después que nos superamos.

De regreso en casita a repartir las cositas, todos esperaban algo, por dicha para todos alcanzó y traje varios artículos para la casa, al año siguiente y para la misma época enrumbé nuevamente a Panamá, esta vez en compañía de mis hijos Francisco y Antonio, luego fui con mi señora y mis hijas María Luisa y María Gabriela, a mi hijo Alberto no lo llevé porque ya lo había mandado al extranjero, aunque de paso, había estado en Panamá y se lo impedían en el trabajo y estudios.

Olvidaba decir que mi señora cuando niña vivió 2 años en ese país en compañía de su padre. Vinieron en un lapso de diez años muchas salidas del país, y a mi edad, lo que me hace pensar en que no debemos perder las esperanzas en cuanto a lograr un objetivo, yo que hasta los 17 años de edad fui a conocer Puntarenas me encontraba ahora a los cincuenta y tantos disfrutando de paseos que quizás ni siquiera soñé. Además de los de ciudad Panamá, hice tres a David visitando sitios tan pintorescos como el balneario Majagua en Chiriquí, y a nuestro bello puerto de Golfito, hice varios a Nicaragua, en compañía de mi señora y algunos de mis hijos, visitando puerto Corinto, el balneario de Poneloya, León, Chinandega, Rivas, Granada con su inmenso y precioso lago. Masaya y Managua donde admiré el monumento a Rubén Darío, los pocos edificios que quedaron en pie después del terremoto. Tanto años de estar viendo en las etiquetas del ron flor de caña, una calle en medio de dos hileras de palmeras, que sorpresa para mi! cuando fui con el equipo de béisbol Glidden al ingenio San Antonio, a la inauguración de la iluminación eléctrica en su estadio, hubo una cuadrangular entre el campeón y sub campeón de Nicaragua, el equipo Aceros de El Salvador y nuestra representación que tuvo una destacada actuación, cuando menos lo esperaba voy viendo a la entrada del ingenio las dos hileras de palmeras, solo que en lugar de calle al centro, una línea de tren, la calle va a la par.

Venezuela

En enero de 1973 se me presentó la oportunidad de viajar a Venezuela en compañía de mi señora, para visitar a su papá, a quien ella tenía por ahí de 30 años de no ver, yo ni siquiera lo conocía, que emocionado estaba, primera vez que me montaría en avión, pensaba en todas las películas que había visto de tragedias aéreas, me daba temorcillo, hasta pensé en ir a confesarme porque tenía mucho tiempo de no hacerlo, pero recapacité y me dije: si me voz a confesar es por miedo, para pecar no he sentido miedo! así el día que quiera ponerme bien con Dios, que sea porque tengo ganas, no presionado, así me voy.

Salimos un domingo a medio día en un vuelo de Lacsa, la compañía que es orgullo de nosotros los costarricenses, cuando se cerró la puerta del jet me dije: ahora sí! que sea lo que Dios quiera, y lo que él quiso fue un viaje maravilloso, seguro, de so me di cuenta, me pareció mas peligroso andar en bicicleta o a caballo que andar en avión. Con tanta medida de seguridad y tanta precaución, una vez que nos enderezamos allá arriba nos sirvieron un traguito que terminó de confortarme, al ratito ya estábamos divisando el canal de Panamá, la costa del pacífico con su mar y sus olas llegando en sucesión a la playa, tardamos en la travesía del Coco57 a Tocúmen, cincuenta y cinco minutos, llegaba para mi el primer aterrizaje, trataba de no perder detalle del mismo, la verdad es que lo disfruté mucho. Concluida la primera etapa nos elevamos de nuevo, me sentía todo un veterano, hasta me animé a caminar dentro del avión, con el pretexto de conversar con el sobrecargo el señor Guillermo Sancho, que fue compañero de escuela mío; nos sirvieron un delicioso almuerzo de esos de chuparse los dedos, que cuando me acuerdo se me hace agua la boca, la próxima escala sería en Barranquilla, Colombia. El aeropuerto creo que se llama La Chinita, nos dio por bajar del avión y visitar el edificio, la verdad, no nos gustó, la mayor parte de las instalaciones eran provisionales, seguramente estaban sufriendo remodelaciones, los artículos a la venta para los turistas eran a precios muy elevados, además de eso, 57 Antiguo aeropuerto internacional ubicado en lo que es actualmente el parque metropolitano La Sabana en San José centro.

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al reingresar fuimos “cacheados”, esto es registrados superficialmente por las autoridades, esto me costó quitarme las ganas de pisar suelo colombiano, pero fui recompensado con la vista que desde el aire tuve de las montañas de Santa Marta, que impresionante! verdaderamente que hay un Dios.

Cuando se contempla allá abajo esos cerros andinos cubiertos de una capa blanquecina, nueva escala, esta vez Maracaibo, ya en suelo venezolano, pero aquí n dejaban salir del avión, después de una corta espera emprendimos nuestra última etapa, comenzaba a obscurecer, era poco o nada lo se podía observar, finalmente divisamos las luces de Caracas y La Guayra, lugar de nuestro destino, primer aterrizaje nocturno para éste ya experimentad viajero aéreo. Lo primero que nos recibió en el aeropuerto fue una descomunal escalera eléctrica a todo lo ancho del corredor, luego me daría cuenta de que estos aparatos son comunes en los establecimientos comerciales, después de mostrar el certificado de vacuna, pasamos a la revisión del equipaje, el funcionario encargado nos tomó por españoles dado que el avión anterior al nuestro en aterrizar procedía de allá, abrió las maletas, vio recuerditos ticos que llevábamos y nos dijo: ah! de Costa Rica! buena gente, no quiso revisar, sentí que no cabía en la ropa, que alegría, le di gracias a Dios, le pedí que esa buena fama de que gozamos los ticos nos durase siempre.

La distancia entre La Guayra y Caracas es similar a la del Coco y San José, cuentan con una moderna autopista que atraviesa un interminable túnel llamado El Boquerón, iluminado por lámparas fluorescentes, tiene cuatro vías y los carros lo atraviesan velozmente, el taxista se portó muy amable y conversón, después de recorrer unos tres kilómetros de ciudad nos llevó a la dirección indicada, bajó del taxi para preguntar en el negocio la Eureka por el edificio que buscábamos, no le supieron dar razón a pesar de ser 9 pisos y encontrarse a la par, gracias a su acuosidad vio la placa con el nombre, llamó por el intercomunicador, el hombre nos hizo el servicio completo, así son de amables con el turista los venezolanos, era casi la media noche cuando entrábamos en el departamento de mi suegro, a quien iba a conocer después de 25 años casado con su hija, el reencuentro de ellos fue algo enternecedor, luego de los

saludos, una conversadita, ocasión que aproveché para pedir disculpas por mi tardanza en pedirle al suegro la mano de la muchacha, nos dispusimos a dormir para descansar, al día siguiente mi suegro nos llevó al centro para que nos diéramos una buena estiradita, nos anduvo paseando y enseñando lugares de interés como la Catedral, con su pintura inconclusa de la Santa Cena, obra del pintor venezolano Arturo Michelena, quien tuvo la ocurrencia de morirse y dejar el cuadro a medio hacer, hay unos apóstoles apenas esbozados, otros a medio pintar y algunos si están terminados, fuimos a las torres del silencio, son dos edificios gemelos enormes, que alojan oficinas públicas, se llaman del silencio por estar en ese barrio, que de silencio es lo que menos tiene, por ser el sector preferido por los estudiantes para sus protestas, huelgas y desfile, en los días en que estuvimos allá vimos varios molotes con el consiguiente lanzamiento de gases asfixiantes por parte de la policía, al regreso en el autobús mi suegro me iba señalando para los edificios de mayor importancia.

Al segundo día me animé a ir al centro con mi señora, la caminada fue grande como provechosa para conocer, un detalle curioso, es la costumbre que tienen de ponerle nombre a todas y cada una de las esquinas, hay esquina del Samurio (zopilote), Dr. Paul, Marrón, Cristo, Córdoba y miles más. Algo que me pareció muy práctico, las direcciones se dan: de la esquina tal, a cual, No tal. Nos llamó la atención ver a la gente haciendo fila ordenadamente para tomar los buses, cuando esa costumbre aun no se había puesto de práctica entre nosotros. Los taxis haciendo un recorrido fijado desde tiempo atrás, como si fuera una ruta sobre rieles, por ejemplo de nuestro Parque Central a San Pedro, Curridabat, Zapote, San Francisco, Desamparados y de nuevo al parque, estos servicios son colectivos, es decir que uno viaja en compañía de desconocidos, para abordarlos se integra en una larga fila que se mueve con una rapidez asombrosa, dado el gran número de taxis.

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Mi suegro por su avanzada edad y su quebrantada salud no podía salir mucho con nosotros, especialmente por la noches, las que aprovechaba para ver por televisión un campeonato de béisbol del Caribe que se estaba celebrando en esa ciudad. Una tarde nos fuimos a conocer el teleférico del monte Avila, una especie de carros como los que tenía nuestro desaparecido tranvía, que van y vienen hasta la cumbre, guindando de unos cables, transportando diariamente a cientos de turistas, en su mayoría europeos y gringos.

Mi suegro sacó fuerzas de su flaqueza en esos días de nuestra visita, su salud mejoró mucho, desempolvó su carrito para llevarnos a pasear por toda Caracas, un domingo hicimos un paseo a puerto La Guayra y al balneario de Macuto, en donde la gente va únicamente a asolearse ya que lo que hay de playa es muy poquito por ser un terreno rocoso, los vestidores para bañistas consisten en dos inmensos salones, uno para hombres y el otro para mujeres, todo el mundo a “rejo pelao”, me pareció que a los homosexuales hasta que les lloraba la vista. Visitamos un zoológico donde admiramos enormes osos, feroces tigres y leones, cebras, emús, llamas, vicuñas, avestruces y otros para nosotros raros animales. Fuimos a la iglesia Santuario de la Virgen de Coromoto patrona de Venezuela, conocimos el Panteón Nacional, lugar donde descansan los restos de Simón Bolívar, el sitio tiene una guardia de honor permanente, la casa del libertador que la conservan tal como cuando él vivió, hasta con su acera empedrada, valiosas pinturas que nos describen en parte la historia de esa Nación, ahí permanecen sus muebles, hasta abusé arreglándome el mostacho, en el mismo espejo que usó Don Simón, hay habitaciones que las tienen cerradas al público para evitar el deterioro, lo que si tienen abierto todo el tiempo es un libro de visitantes de donde firman todos lo que por ahí llegan, nacionales y extranjeros.

Aprovechando al máximo nuestra estadía anduvimos

los sitios de interés que nos fue posible, el Parque del Este es un lugar que un día se nos hace poco para recrearnos en sus instalaciones, tiene arboledas bajo las cuales se puede ir a almorzar o descansar, un zoológico donde los animales se encuentran en su ambiente natural, ahí admiramos unas nutrias o perros de agua muy graciosos, cuenta este parque con su explanada con escenario adonde llegan gran cantidad de artistas, unos novatos, otros consagrados, hacen sus presentaciones artísticas con el afán de darse a conocer y distraer al numeroso público que se hace presente, recibiendo como pago sus aplausos.

En esta capital hay una avenida especial llamada las tribunas, dedicada a los héroes de la historia venezolana, en ella se encuentran numerosos monumentos para recordar las luchas de sus gloriosos antepasados, aquí se les inculca a los niños gran admiración y profundo respeto a sus héroes.

La pasión del venezolano por las apuestas en las carreras de caballos es muy grande, los sábados y domingos se movilizan millones de bolívares por ese concepto, además diariamente se juegan loterías con grandes y tentadores premios. La víspera de nuestro regreso fuimos a conocer el hipódromo de la rinconada, algo impresionante, cuenta con modernas graderías, dotado de ascensores, escaleras eléctricas y corrientes, cómodos palcos, etc., como fuimos un día fuera de carreras estaba cerrado al público, pero al enterarse los encargados del hipódromo que éramos visitantes ticos, nos brindaron toda clase de atenciones, inclusive el chofer del bus con su vehículo nos fue a dejar frente a la puerta de entrada (su recorrido terminaba unos 300 mts antes de la misma) él estaba en su hora de almuerzo, son muy amables y serviciales con el extranjero, por eso los turistas se ven llegar por oleadas a los sitios de gran interés, en su mayoría proceden de Holanda, Alemania, Italia y E.E.U.U., en cuanto a los residentes extranjeros se notan muchos portugueses, que tienen copao el comercio abarrotero, pero los que mas han emigrado a ese país son los colombianos. Después de dos semanas de paseo en aquella bella tierra, regresamos, siempre en alas de Lacsa, quedando en nuestras mentes grabado el recuerdo de días muy felices.

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Viaje a México

Cuatro años después de la anterior paseada a finales de enero de 1977, nos preparábamos para otra excursión, esta vez sería a la República de México por vía terrestre con la empresa de Don Jorge León Castro a quien le había pagado unos clubes de viajes en abonos semanales. El paseo lo haría en compañía de mi señora y de mi hija menor María Gabriela, nos fuimos el domingo 30 de enero a las 11 de la noche para llegar a comenzar el nuevo día en el puesto de Peñas Blancas, en el recorrido a nuestra frontera tuvimos oportunidad de conocer a nuestros compañeros de viaje, todos ellos se veían de un espíritu jovial a pesar de que entre los que íbamos habíamos varios que pasábamos de los (y cinco), éramos un grupo bastante grande ocupando dos buses, uno manejado por Jorgito, como guía su señora Cecilita, en el otro el chofer era Don Alfredo empleado de la empresa y competente mecánico, como guía nos acompañaba Doña Tinita, este personal se preocupó en atenciones para con nosotros sus pasajeros.

Ese día ya bien entrada la tarde llegamos al hotel Chico en Estelí, un lugar bonito, aseado y tranquilo con sus cómodas habitaciones esperándonos, reservadas de antemano. De ahí en adelante comenzaríamos a extrañar nuestro plato de arroz y frijoles, es decir nuestras comidas, porque en Nicaragua y otros países centroamericanos se sirve, “café listo”, el chorreadito lo volveríamos a ver a nuestro regreso. Temprano al día siguiente nos encontrábamos en la frontera con Honduras, fuimos bien recibidos por el personal de las dos aduanas, entramos en tierra catracha dejando atrás el país de los lagos y volcanes, a poco de recorrido llegamos al trágico sitio del accidente en Choluteca, en donde murieron tantos jóvenes costarricenses

integrantes de un ballet que se dirigían a dar unas presentaciones con fines benéficos, ahí se puede admirar un sincero homenaje del gobierno y pueblo hondureño, consiste en un monumento para recordar tan trágico suceso.

El recorrido en territorio hondureño fue corto en relación con los demás países, pronto estábamos en otro frontera, la de Honduras-El Salvador, para agilizar los trámites aduanales se usa pagar (un custodio) este es un policía que viaja con la excursión de frontera a frontera sirviendo de testigo de que los equipajes nos son abiertos a su paso por el país, también se usan los marchamos. Hicimos un pequeño descanso en San Miguel, llegamos ya muriendo la tarde a San Salvador, en el hotel tuvimos problemas por la escacés de agua, mal del que nos dimos cuenta afecta a todo el país, vimos a lo largo de la carretera numerosas carretas halando barriles llenos del precioso líquido como también a nuestro paso por Honduras, observamos que eran muchos los pobladores que andaban tras de la leña, nos pusimos a pensar que en comparación a esos países y a otros, nosotros estamos muy adelantados, gracias al S.N.A.A. y al I.C.E., con todos los defectos que podamos encontrarles, al día siguiente estábamos en la frontera con Guatemala, vimos grupos de familias indígenas que lucían trajes de fiesta, venían de pueblos vecinos a celebrar el día de la Candelaria. En esa gira visitamos un mirador situado a gran altura con un clima muchas mas frío que el del volcán Irazú, desde donde contemplamos el volcán del agua y el volcán del fuego situados uno frente al otro, fuimos al lago de Amatitlán, dimos un paseo sobre sus aguas en una embarcación con motor fuera de borda, ahí se venera una imagen del Niño en su trono, se le celebra una fiesta anual con su procesión de gran número de embarcaciones y miles de fieles.

En ciudad Guatemala, una vez alojados en el hotel Spring, nos encontramos con un equipo de jóvenes basquetbolistas ticos que andaban en gira por ese país, nos dedicamos esa tarde a recorrer la ciudad, visitamos entre otros lugares la Catedral con su Cristo Negro, el Palacio Nacional lleno de oficinas públicas y fuertemente custodiado, un faustuoso salón que tiene en su piso un gigantesco mapa del país hecho con maderas nacionales y es el punto desde el qu están medidas todas las distancias a los pueblos de la República, de su cielo raso cuelgan unas preciosas “arañas”, entramos a Palacio pasaditas las 5 de la tarde, tuvieron cortesía de ir a traer las llaves para abrirnos las puertas de los salones, encendieron las lámparas para que

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apreciáramos todo bien iluminado, nos recibieron muy amablemente nuestros hermanos mayores, nos gustó una gran plaza situada frente al Palacio, dotada de una moderna concha acústica, en donde una melodiosa marimba deleitaba a la gran cantidad de público que todas las tardes ahí se congregaba, por la noche salimos a divertirnos, con ese fin, mientras unos compañeros se encargaban de reunirnos a un buen número de excursionistas, Carlitos Jiménez y yo nos fuimos a “explorar”, le hablamos a un taxista para que nos llevara a ver sitios de diversión, nos decidimos por la discoteca La Manzana, adonde trasladamos el grupo, habiendo pasado unas horas divertidas y agradables, bailamos y tuvimos oportunidad de escuchar a Carlitos y otros compañeros que nos deleitaron con sus canciones, a las 2 de la mañana regresamos al hotel, para levantarnos tempranito, porque ese día teníamos paseo a La Antigua, es un lugar muy interesante ya que en el se encuentran vestigios de la cultura de nuestros antepasados, como son las ruinas de conventos, universidades, iglesias, etc,. vimos en pleno funcionamiento un telar manual, mucha artesanía indígena y miles de cosas más.

Llegada la tarde alistamos maletas, en el hotel dejamos guardado artículos no indispensables para continuar nuestra gira rumbo a México, pudimos ver en Guatemala, parte de los efectos causados por el pasado terremoto (feb. del 76), la gran proporción de indígenas de su población, y gran parte de sus habitantes, varones especialmente, en las provincias andad con revólver al cinto, como si se tratara de andar con reloj pulsera, los autobuses en que íbamos quedarían en Guatemala centro, de ahí a la frontera nos trasladaríamos en unos de una empresa de ese país, luego en territorio mexicano solo buses de ellos, por aquello del nacionalismo, después de darle unos regalitos al personal de la aduana para que no nos pusieran trabas para ingresar, nos acomodamos en los buses y nos dispusimos a enfrentar el largo recorrido que nos faltaba. La primera población de importancia que vimos fue Tapachula, algo muy diferente de como la imaginaba, siempre había creído que era mas grande, no sé si fue que nos llevaron a un suburbio, pero me pareció un pueblo desolado de feria cuando al regreso pasamos era de madrugada, no se podía apreciar ninguna actividad, frente a las primeras haciendas que pasamos se podían ver enormes rótulos con el nombre de las mismas, el tamaño y otros datos, que estaban sembrada de café, café de México “el mejor del mundo”, la frasecita nos pareció abusiva por ellos, porque desde niños nos han inculcado que el mejor café del mundo

es el de Costa Rica, como también tenemos las mujeres más bellas y el mejor fútbol.

Los choferes de los buses, dos mexicanos por unidad pronto se nos unieron a nuestro vacilón, nos pedían que les cantáramos viejas melodías, debo decir que ya habíamos formado un magnífico coro que se lo deseaban en los mejores teatros del mundo...para echarlos a patadas. Las entretenciones y pasatiempos siguieron tratando de hacer lo más agradable el viaje, y creo que lo conseguimos, según parece esa fue una de las excursiones más divertidas de las efectuadas hasta entonces por la empresa de Don Jorge León. Una mañana muy tempranito llegamos a desayunar en uno de los tantos restaurantes a la orilla de la carretera, mientras nosotros reponíamos energías, los buses también eran sometidos a una revisión y una buena provisión de gasolina; fue cuando Jorgito me llamó y me dijo: vení ve! quedé embelesado, ante mis ojos tenía todo el panorama de la montaña conocida como la princesa dormida y su príncipe guerrero arrodillado a sus pies! creo que esto es una de las maravillas del mundo (por lo menos para mi lo es) aunque no sea de las siete famosas.

Ya vamos a llegar a Veracruz, nos avisaron; para mí fue otra agradable sorpresa, era algo que no esperaba conocer en ese paseo, aunque siempre lo había deseado, visitar esa linda tierra, cuna e inspiración del poeta y músico Agustín Lara, a quien le erigieron en la estrada de la ciudad una estatua que es visitada diariamente por cientos de turistas. Veracruz, lo más lindo que tiene México, aunque no conozco el norte, creo que será difícil que exista algo parecido.

Estuvimos en el café La Parroquia, un negocio muy peculiar, pues para que le sirvan tiene el cliente que hacer sonar la taza golpeándola con la cucharita por

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el lado de adentro y Dios guarde sacarla cuando le van a servir el café, los meseros andan por todo el establecimiento con grandes cafeteras de hirviente bebida. El tintilleo que se escucha es grande, producido por los clientes que piden servicio; esperamos su buen rato una mesa desocupada, dada la gran cantidad de parroquianos.

En esta ciudad las fresas son muy abundantes y baratas, nos dimos gusto comiendo hasta compramos para seguir engullendo en el camino, fuimos a la oficina de correos y enviamos unas postales a nuestros familiares. Seguimos el viaje hacia la capital, habíamos pasado por Tapachula, Veracruz, Puebla, Orizaba; viajábamos de noche y de día hasta llegar al hotel congreso. Punto final de nuestro destino en el mero centro de la capital, eso fue a las 11 de la noche y al día siguiente muy temprano comenzaron nuestras andadas (en ese país las actividades comerciales comienzan ya avanzada la mañana). Visitamos el monumento a los niños héroes, el castillo de Chapultepec y tuvimos oportunidad de ver pasar la comitiva presidencia, la verdad es que no supimos en cual carro iba el mandatario, pues eran muchos todos con gente bien armada y apuntando sus armas hacia fuera. Algo raro para nosotros que estamos acostumbrados a toparnos con nuestro Presidente en ejercicio en cualquier esquina, sin acompañamiento militar.

Después de admirar un buen rato el lago, seguimos recorriendo las demás instalaciones, la casa de los espejos es una diversión bastante entretenida, un zoológico con una variada población de animales provenientes de muchos países, un moderno museo con toda la historia de la revolución mexicana. En la sección de juegos mecánicos con la montaña rusa segunda en el mundo en cuanto altura y longitud, pasamos enfrente al estadio Azteca, anduvimos en trolebús, tranvía, autobus y en el metro, algo muy diferente a todo es

este medio de locomoción, los tiquetes los venden con un descuento de cierta cantidad en adelante, una vez que se entre por una estación se puede andar todo el día montado en lo coches si uno le da gana, habiendo pagado un solo boleto, mientras no salga de sus instalaciones en las que se encuentran tiendas, restaurantes y toda clases de comercios, la manera de entrar o salir de los carros es a empujones, porque el tiempo para las paradas es de pocos segundos y la gente llega por oleadas, parece aquello una salida del estadio después de un llenazo.

Visitamos la nueva Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, han tenido que cambiar esta iglesia de lugar debido al hundimiento del terreno, algo parecido le ha sucedido a la iglesia Catedral que se ve frecuentemente apuntalada y sus enormes columnas de piedra han comenzado a ladearse y hundirse pese a todas las medidas que se han tomado y trabajos que se han hecho, por algo le dicen que México es una laguna.

Guadalajara en un llano me pareció que la Basílica es el lugar más visitado de toda la Nación, se celebran misas continuas para los miles de fieles peregrinos que acuden diariamente de todas las partes, dicen que para el 12 de diciembre la celebración es apoteósica, cerquita está el monte de Teneyac, donde según la leyenda se le apareció la Virgen al indio Juan Diego, hay que subir muchas gradas, como 3000 o más, hay suficientes descansos y la subida no se siente muy pesada como en las pirámides, en que los escalones están casi perpendicularmente, obligándolo a uno a hacer un gran esfuerzo con las rodillas, produciéndole enorme cansancio en las pantorrillas, una vez que hubimos bajado de la cumbre hasta donde llegamos, a mi señora no le parecía posible que ella hubiera subido tan alto, a cada rato me decía que como era posible eso. Hicimos el paseo a Xochimilco, cuando llegamos al embarcadero sufrí cierta desilusión al ver aquellas aguas verdosas y sucias! que distinto a lo que esperaba! pero en cuanto comenzó la travesía de los canales que diferencia, cambió el ambiente, al momento de nuestra lancha se vio asediada por fotógrafos, vendedoras de flores, mariachis, todos en sus respectivas embarcaciones ofreciendo sus servicios para hacerle pasar al turista un rato bien agradable. Doña Tinita aprovechó la “embarcada” para celebrarle los 15 años a dos de las viajeras, una muchachita

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hija del Sr. Lozano y su estimada Sra., encantadores compañeros de quienes guardo un agradable recuerdo, la otra quinceañera mi hija María Gabriela y otra Srta. María Luisa cumpleañera también, por todas ellas brindamos (lástima que no eran mas), tienen en este lugar un mercado con ventas de comidas, refrescos y muchos y variados recuerditos.

El paseo a Acapulco era algo que vale la pena, salimos en sábado por la tarde temprano, en un bus especial, pasamos a Cuernavaca, estuvimos en su parque y otros sitios todos muy agradables, seguimos el viaje y llegamos en horas de la madrugada del domingo al hotel San Francisco, a dormir unas pocas horas (el que pudo) otros nos tiramos sobre unas sillas plegables un buen rato y de ahí a la piscina, ese día sería de mucha actividad para nosotros, desayunamos y nos fuimos para las playas de Caleta y Caletilla, abordamos una pequeña embarcación con parte de fondo hecha de vidrio, lo que nos permitió observar interesantes pasajes de la vida submarina, uno de los jóvenes marinos se lanzó a bucear, provisto de una lanza con la que desprendió de una roca un espino, pequeños animales que viven aferrados a las piedras en el fondo del mar, provistos su cuerpo de espinas, luego de partirlo se lo colocó en la boca, siendo seguido al instante por multitud de pececillos de todos los colores, que se disputaban el derecho de pegarle un mordisco a tan (para ellos) delicioso manjar, claro que después de esta demostración tan completa, el buzo pasó el platillo para que le depositaran nuestros óbolos, vimos en el fondo del mar una estatua de la Virgen de Guadalupe, adornada de coronas de flores plásticas con sus respectivas anclas, nos alejamos un poquito de la costa donde el mar se sentía picado, pasamos frente a muchas de las mansiones de famosas personalidades de la política y del cine mexicano y norteamericano, regresamos a la plaza para entre otras cosas, admirar una exposición de pinturas que al aire libre efectúan los artistas en su mayor parte aficionados, seguidamente el paseo en el yate fiesta, la entretención comienza no mas subido al yate, mientras este zarpa, un grupo de muchachitos se dedica a bucear las monedas que son arrojadas al mar por los turistas, una vez que la encuentran salen a la superficie con la mano en alto enseñando su trofeo, en el recorrido se hace presentes unos feroces piratas amenazando de muerte a los paseantes, para que se tomen una foto con ellos, es

una broma simpática, mucha gente acepta para tener un lindo recuerdo, una alegre y sonora orquesta con altoparlantes en las dos plantas de la nave, se encarga de hacer mover el esqueleto de la concurrencia, no quería tomar licor, para calmar la sed me fui al bar a comprar una pipa, me cobraron muy caro, me dijeron que lo mismo valía con licor que sin él, entonces de “cólera” la pedí con ginebra, pero tuve que alzarle la mano al cantinero, si lo dejo me vacía toda la botella, con la pipa y sus respectivas pajillas o pototos como dicen ellos me dirigí hasta donde mi señora para que me ayudara, con el vaivén de los olas y el efecto del “agua de pipa” ligerito me sentía “encumbrao”, pero gracias a la bailada y a la sudada, pronto descendí, hay un trecho en que el yate es seguido por bandadas de golondrinas que como buenas mexicanas llegan a pedir su propina, cuando se les lanza comida la hacen atrapada en el aire, terminado el paseo marítimo nos dirigimos a ver los clavadistas, por hacerlos visto varias veces en el cine, admiré mas la forma en que suben agarrándose de las rocas cual si fueran monos, que al hecho de tirarse.

Al día siguiente después de haber comprado la famosa crema de tortuga, regresamos pasando a Taxco, un pueblo enclavado en lo alto de un pico montañoso, famoso por la gran cantidad de artículos de plata que se consiguen en sus variadas tiendas, al descender confieso que el alma no me volvió al cuerpo hasta que llegamos a lo llano, la velocidad a que veníamos era exagerada, las curvas muy cerradas y los guindos amenazantes en ambos lados de la carretera, para colmo el chofer en una conversadera con un amigo casi no veía hacia el frente, creo que si no nos pasó nada se debió a que el bus ya conocía el camino, entrada la noche se formó un embotellamiento en la carretera, la cola de carros era larguísima, semejando los focos encendidos un inmenso gusano de fuego que le daba varias vueltas a la montaña.

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Una noche fuimos a la torre latina, el edificio más alto de México con sus cuarenta y tres pisos (si no miento) para visitarla hay que comprar tiquete de entrada, en el primer ascensor se suben 40 pisos y en el segundo 3, más unas escaleras para llegar a un mirador desde donde se divisa toda la ciudad, el sitio es bastante concurrido por grupos de gentes de muchos países, otra noche fuimos al teatro Blanquita, famoso porque su escenario han desfilado todos los artistas mexicanos, noche a noche se llena de un público que llega a divertirse con las revistas y comedias musicales que le son presentadas, mientras esperábamos la hora de entrada nos encontramos con muchacho tico, estudiante de medicina que estaba en ese país sacando su doctorado, que alegría! la de él y la nuestra de vernos, que de recuerdos, este joven había sido compañero de escuela y colegio con mi hijo Alberto, después fuimos al Tenampa, sitio obligado de visita para todo viajero a ese país, está situado frente a la plaza Garibaldi, donde todas las noches se congregan los conjuntos musicales, especialmente mariachis, norteños y otros artistas que mientras hacen sus presentaciones esperan ser contratados por alguien del numero público que llega en busca de unos músicos para llevarle gallo a su ser querido, no lejos de ahí está el nombrado mercado de Lagunilla que ocupa más de dos manzanas, en el cual se puede conseguir lo que uno quiera, a precios que después de regateados son baratos, tienen la costumbre los vendedores de santiguarse en con el dinero, diciendo siempre que es la primera venta que hacen del día. La primera vez lo impresionan a uno.

En cuanto a las comidas son bastantes diferentes a las nuestras especialmente en las fondas y ventas callejeras, ellos tienen una gran predilección por el chile picante, no es raro que al vender una fruta, por ejemplo un mango, le pregunten al cliente si lo quiere con picante, nos dimos gusto paseando por las calles tratando con mucha gente, cuesta acostumbrarnos al smog, hay días en que se siente la vista irritada, pasamos allá el día de la amistad, todos los disgustos que se tengan con familiares o amigos se olvidan y santa paz, las parejas de tórtolos se intercambian regalos como aquí en navidad.

Con dolor en el alma y la esperanza de volver algún día, teníamos que regresar, así que alistamos los motetes y para tiquicia se ha dicho; al regreso procuraron traernos por carreteras que no habíamos pasado para

que tuviéramos oportunidad de conocer mas, recuerdo que en El Salvador veníamos por la costanera, hay un cruce para el puerto de La Libertad, ahí paramos para almorzar, vendían una sopa de cangrejo muy nutritiva, a algunos les causó repugnancia la presencia en el plato de los bichitos, pero a otros no, les dijimos nada mas que encogieran las patas y chupulún para adentro.

A la llegada a San Salvador le telefoneamos a mi amigo Don Juan Sandoval, costarricense quien para ese entonces se encontraba residiendo y trabajando en ese país. Don Juan apenas se lo permitió el tiempo llegó al hotel por nosotros, nos llevó a su casa, fuimos cordialmente recibidos por su estimable familia, en horas de la noche nos llevaron a dar una vueltita por la capital, vueltita que terminó en horas de la madrugada, hacía un par de horas que nos habíamos puesto a arrugar la oreja, cuando oímos frente al hotel que estaban calentando los motores de los buses, la salida estaba fijada para las cinco de la mañana, apresuradamente nos alistamos a ver si lográbamos dormir en el bus, pero eso no fue posible. A nuestro paso por Honduras nos dio por comprar vasijas de barro de las que venden en uno de los tantos puestos a la orilla de la carretera, aquello se convirtió en un vacilón, porque todos veníamos cuidando que no se nos quebrara lo adquirido, recuerdo de una señora vecina de Alajuela, que traía un conejo de barro, alzado en sus brazos para que no se le fuera a quebrar, al bajarse del bus en la frontera, le pegó las orejas contra la agarradera del camión, que llorada!

El día de nuestro regreso vimos el sol salir sobre el lago de Managua y esconderse atrás del océano pacífico frente a Puntarenas, de vuelta en nuestra querida patria le dábamos gracias a Dios por el feliz regreso y por todo lo que habíamos disfrutado, por todos los sitios tan bellos que conocimos, pero llegamos a una conclusión, al parecer unánime: no hay tierra tan linda como la nuestra!

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No me estoy quieto

Tantos años que estuve con las patitas amarradas, ahora me estaba desquitando, en los años siguientes no dejé de pasear dentro del país y unos cuantos viajes mas a Nicaragua y Panamá, porque es lo que mas me ha gustado, pasear, especialmente s sitios para mi desconocidos, quisiera que todo el mundo paseara y pasear por todo el mundo, me entristece tanta traba que hay hoy día, lo dificultoso y caro que le cuesta a una familia un simple paseo a Puntarenas.

Para mí era primero un paseo, después el arreglo o reparación de la casa, tan pequeña nuestra patria y me di cuenta de una cosa, entre mas lugares conocía, yo, que creía conocer mucho, me faltaba conocer aun mas, como le ha pasado al hombre en el espacio (y valga la comparación) entre mas descubre, se va dando cuenta de su grandeza y su pequeñez al mismo tiempo.

Después de los años difíciles en que la crianza de los hijos está por encima de todas las cosas, creo que un descanso para los padres es merecido “descanso” que podemos compartir en compañía de esos pequeños seres que Dios nos ha mandando para que recordemos viejos tiempos, y que se llaman nietos, que no son otra cosa que una bendición del cielo y la coronación a todos nuestros esfuerzos en la crianza de los hijos.

Por fin me estoy quieto (momentáneamente)

Miércoles 8 de setiembre de 1982, ese día me levanté alegre como de costumbre, no tenía disgustos en el trabajo, menos en el hogar, ni siquiera sabía que era un dolor de cabeza en los últimos días, estaba esperando el fin de semana para ir a Limón, acompañado de mi señora y de mi hija María Luisa con sus hijitos, mi vieja me alistaba el desayuno, yo me daba un baño, comencé a sentir como si hubiera caído en el centro de un remolino, trataba de alejarme del mismo, las fuerzas me abandonaban, acaté a ponerme la ropa

interior, salí del baño lo más rápido que pude, les dije a mi señora y a mi hija lo que sentía, que podría ser un derrame cerebral, nunca me había sucedido ni había visto a una persona atacada de ese mal, que llamaran la unidad de rescate del cuerpo de bomberos, así lo hicieron, momentáneamente me sentí mejor, telefoneamos a los bomberos, que ya no lo mandaran, llamamos a un taxista para que me llevara al hospital, cuando este llegó, ni siquiera pudo alzarme de la silla en que me encontraba, vuelta a llamar a la unidad de rescate que llegó al momento a prestarme los primeros auxilios, me trasladaron al Calderón Guardia, donde desperté al día siguiente, preguntando que me había pasado, recuerdo que antes de salir de la casa hice varias recomendaciones, una vez que me subieron a la ambulancia no volví a saber nada de nada, los primeros días de hospitalización fueron terribles, casi no tenía acción en parte alguna de mi cuerpo. Para orinar o defecar tenía que hacerlo en las cobijas y esperar a que llegaran a cambiarme la ropa de cama, piyamas, bañarme y demás. El alimento me lo servían en la mesita y nada más, porque no había quien me lo diera y cuando aparecía alguien ya estaba frío, mi señora obtuvo permiso para permanecer un ratito después de la visita, la cosa fue diferente, porque ella me servía bocaditos, unos días mas (12 en total) y me dieron la salida, en mi casa mi señora se convirtió en un ángel encargado de mi atención, sufría de una gran quemada entre las piernas, gracias a sus cuidados, pronto estuve bien, alquilamos una cama especial y una silla de ruedas, antes de un mes las devolví, me deprimía ver un artefacto de eso en mi casa, me entristecía, además tenía la esperanza de que pronto recuperaría mis facultades perdidas, comencé el tratamiento en el centro nacional de rehabilitación (CENARE), para cuyo personal, desde los médicos y enfermeras, hasta los misceláneos, tengo un recuerdo que me hace sentir en deuda con ellos! que gente más comprensiva y cariñosa con sus pacientes! para ellos, todos somos merecedores del mismo trato amable de su parte, sin importar nuestra condición social, aplican sus conocimientos técnicos en beneficio del enfermo, parece que hacen su trabajo no por ganar un salario, sino por amor a sus semejantes inválidos, los primeros días de viajar a rehabilitación fueron muy penosos, para sacarme en camilla de la casa era necesaria la colaboración de mis vecinos Don Mario y Don Elicinio, el viajar en ambulancia era incómodo, a pesar del trato amable de su personal, hasta que pude hacerlo en el busito del CENARE, viajando cómodamente, deleitándonos con

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la música de radio eco (qu.e.p.d.) bajo los cuidados de Luisito el camillero y Don Antonio el chofer, para Miguelito, Mariño, Alex, Hermes y Federico mi agradecimiento, todos ellos tan amables en su trato con los pacientes.

Siete meses estuve en ese peregrinar hasta que me dieron el alta, muchas gracias al personal de ese centro quienes en mi caso recibieron un hombre hecho un puñito en una cama, gracias a sus atenciones y conocimientos me devolvieron bastante mis perdidas facultades para desenvolverme en mis diarios quehaceres, hasta el punto de que puedo yo solo bañarme, vestirme, afeitarme, comer, caminar un poco dificultoso, con la fe en Dios que cada mañana será mejor, que gran cosa es un centro de rehabilitación, pensar que antes, mucha gente, que ahora pueden reincorporarse a sus labores, estaban condenadas a pasar el resto de su vida atadas a una cama. Ya no más idas al CENARE.... al principio lo tomé como descanso, después me sentí descontrolado metido en mi casa, alejado de todos mis amigos, familiares y clientes. Yo siempre había vivido rodeado de un “montón” de gente, ahora confinado a mi hogar, no me acostumbro, mi señora está atenta a complacerme en todos mis deseos, las visitas de mis amigos son pocas, ellos alegan falta de tiempo, mis salidas son cuenta-gotas, aparte de asistir a las reuniones del grupo de minusválidos RENACER al que pertenezco, para lo cual COTRACOOP nos da gratis el servicio de autobús, no tengo agilidad para abordar o descender de un bus, ando en ellos lo menos posible, viajar en taxi me resulta muy oneroso, así que en mis ratos de ocio recuerdo tantas cosas que he resuelto escribir estas memorias que son mis recuerdos, algunos talvez equivocados, como tal admiten correcciones, en ellos no he podido seguir un orden cronológico, pero he tratado de hacerlo lo mas ajustado a la realidad posible, tampoco me he puesto a consultar con familiares o libros, porque sería cosa de nunca acabar... Y parodiando al tango, acuden a mi mente, recuerdos de otros tiempos y de aquellos momentos que nunca olvidaré, de las bailadas que nos echamos por todo el país: Limón, Cahuita,

Turrialba, Cartago, San Antonio de Belén, Alajuela, San Carlos, Grecia, Naranjo, Playas del Coco, Puntarenas, Herradura, Jacó, Heredia, Coronado, San Joaquín de Flores y quien sabe cuantos lugares más en San José y sus alrededores. Creo que anduve por todas las discotecas, teniendo la oportunidad de conocer muchos sitios agradables ya desaparecidos.

De los paseos con mi señora, mi socio Sergio y su compañera, a tantos lugares que fuimos los cuatro con el pretexto de pescar, Matina, Pto. Vargas, Tapantí, Lago del Arenal, varios ríos de San Carlos, Playa Hermosa, Playa Panamá, Flamingo, Tamarindo, Brasilito, Conchal, Coyote, Boca de Barranca, Mata de Limón, Tivives, Tárcoles, Agujas, cuantos paseos? cuantas “paraditas” en el puente del río Tárcoles, talvez a media noche con su gran habladota de paja cerca de los marcianos, platillos voladores y otras cosas. Otros lugares que visitamos fueron: Dominical, Golfito, Paso Canoas, Coto 47 y muchos más, cuando no acampábamos en nuestras tiendas, lo hacíamos en cabinas u hoteles con su correspondiente bailada el sábado por la noche.

Recuerdo al señor Carlos Miranda vecino de Tres Ríos, organizador de excursiones, en que los pasajeros, con muy pocas variantes éramos siempre los mismos, llegamos a formar un grupo familiar y divertido sabiendo guardar el respeto y orden que den reinar en estos eventos, su señora doña Luz, su cuñada y sus sobrinas se encargaban de amenizarnos el paseo pues formaban un magnífico coro, con él fui a diversas partes del país, hasta Nicaragua y David Panamá visitamos en sus siempre grata compañía.

Otro organizador de excursiones con el que viajé mucho, lo es el señor don Claudio Araya, entre los paseos inolvidables está el de Puerto Cortés, para una semana santa, en la que salimos con rumbo a Puerto Limón, en Curridabat no más, nos informaron que no había paso por motivo del mal tiempo, después de una corta deliberación entre los pasajeros y el empresario, resolvimos ir a dar allá. En otro oportunidad si pudimos viajar a tomar (agua de limón), hay que recordar que

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en ese tiempo estaba recién abierta la trocha o rústica como la llamaban. Con Arayita como cariñosamente le dicen, fue la primera vez que viajé al Guanacaste, que experiencia mas agradable para mi conocer esa tierra de la que tanto había oído hablar y no me había sido posible visitar, entramos a Bagaces para que lo viera una señora excursionista, oriunda de ahí, que tenía muchos años de haber salido de ese lugar, puede decirse que a despedirse de su ciudad natal porque poco después murió.

En este paseo a Brasilito, al igual que en todos los de Arayita, el propietario y chofer del bus lo era don Juan Bautista Quirós, empresario de la ciudad de Alajuela, con quien hice gran amistad que ha perdurado atravez de los años, con él hemos hecho varios paseos familiares.

Se que me quedan muchas cosas por fuera, si alguna persona por eso se me resiente, le pido me disculpe y un poquito de comprensión para este joven escribidor, hay nombres como el de Villa Quesada y direcciones en varas y no por metros, pero que se le va a hacer, así era antes, ahora le han cambiado el nombre a todo. Ejemplo: Esparza por Esparte, Barva por Barba, centro educativo por escuela, antisocial por delincuente, y así sigue la cadena, especialmente con lugares de interés, teatros, aeropuertos y hasta iglesias, nombres como el de Plaza González Víquez muy pocas veces lo decimos correctamente, hay calles y monumentos que han sido pomposamente bautizados y ni siquiera nos preocupamos por saber cómo se llaman.

A usted que ha tenido la paciencia de leerme, muchas gracias y que Dios se lo pague, como gracias le doy a El por haberme permitido nacer y en un país como Costa Rica, único en el mundo por su libertad, y gracias también porque aunque fuera con solo el dedo índice de la mano izquierda pude llevar a ustedes las historias de un tico sin historia.

FINFrancis del Moral

1985

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Amigo hermano

Caminando caminandoPresentí que ya veníaEl viento cegó mi caraEra una mañana fría

Han caíd once mesesCasi finaliza el añoYa no llueve por los camposSe divisa ya el verano

Amigo hermanoVamos todo de la manoQue la navidad se acercaY el café ya ha madurado (bis)

Deja que la paz entre en tu casaDale a tus hijos la alegríaCanta a ese sol que te calientaA la navidad tan bellaQue muy pronto llegará.

Han caido once meses….

AutoresWarren Barboza V.Hernán Cortés S.

Tico

Vienen los vientos bajandoDesde el Norte de mi TierraTraen consigo presentesDe la navidad eterna

En las ventanas miramosUn trineo un venadoEn la sala de la casaUn portal bien arreglado

Tico se feliz con tus hermanosQue la navidad que vieneVayan todos de la manoTico busca siempre el buen caminoPara que esta nochebuenaLa alegría este contigo

Los maniquíes se vistenMuy de gala en estos tiemposLos colores van y vienenEn luces intermitentes

Todos los niños miranAtrapados los juguetesEn los grandes ventanalesDe las calles josefinas.

Tico se feliz….

AutoresWarren Barboza V.Hernán Cortés S.

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Gracias a todos por creer en esta familia, porque hemos estado unidos en todos los momentos, ya sea muy cerca o a la distancia, pero siempre atentos.

Doy gracias Dios por haberme dado la oportunidad de crecer y aprender en nuestra familia, porque los llevo cada día donde quiera que voy en la memoria, sin ustedes no hubiese tenido esta felicidad!

Andres

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