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Historia del siglo XX chileno
Curso: EH-2505-1 Historia II
Alumno: Felipe Véliz V.
Profesor: Alfredo Jocelyn-Holt L.
Prof. Auxiliar: Pablo Moscoso F.
El siglo XX chileno presenta una realidad estructurada en torno a una sociedad cada
vez más compleja y con mayores problemáticas, que en su intento de realizar cambios
revolucionarios termina sufriendo consecuencias dolorosas y que, de paso, transforma
diametralmente la institucionalidad liberal decimonónica para encontrarnos, al finalizar el
siglo, con un país lleno de incertidumbre y paradojas.
Probablemente sea el personaje de Arturo Alessandri uno de los factores más
importantes a la hora de comprender éste período. Alessandri, desde un comienzo, marcó
una diferencia con el viejo estilo político que, en palabras de Correa y otros (desde ahora,
“los autores”) en Historia del siglo XX chileno: balance paradojal, “se caracterizaba por
mantenerse alejado del bullicio, de la calle y de la plaza pública, en la convicción de que su
carrera sólo dependía de la aprobación de los ciudadanos.” Para alcanzar la presidencia,
Alessandri hizo uso de un discurso eminentemente populista, cargado de personalismo,
capaz de movilizar la carga emocional de las masas. Este discurso dotó a la disputa política
de un carácter de conflicto social, algo inédito para Chile. Una vez alcanzada la
presidencia, Alessandri debe hacer frente a las trabas que le imponía el sistema
parlamentario, para lo cual recurre a la movilización de masas y a la publicación de
manifiestos en la prensa, así como también a la intervención electoral del presidente con el
fin de obtener un parlamento más favorable, prácticas que dan cuenta de una nueva manera
de hacer política que llegaba para instalarse en el país. En su afán por disminuir el poder del
Congreso, Alessandri llegó a dialogar con los oficiales del Ejército, acción que en última
instancia llevaría a la manifestación de los militares ante el Senado. El hecho de que las
exigencias el mundo militar no fuesen exclusivamente demandas sectoriales, sino que
incluyeran también modificaciones a la legislación y al funcionamiento del gobierno, pone
en evidencia lo que los autores describen como el fin de “una larga historia de
subordinación política de los militares, la que había hecho de Chile una excepción en el
concierto de naciones de América Latina.” Con posterioridad al breve exilio de Alessandri
en Italia (propiciado por los generales del Ejército, y finalizado gracias a las presiones de la
oficialidad) se produce la consolidación del ideario presidencialista en el proceso
constitucional de 1925, proceso realizado sin la existencia de un parlamento, sino que bajo
una Comisión Consultiva integrada por diversos actores políticos. Los militares
manifestaron su opinión, que terminó por definir la orientación de la carta fundamental y
que, a juicio de los autores, hacía quedar “a todos claro en manos de quién descansaba la
toma de las decisiones políticas trascendentales, así como arrogarse el derecho a actuar
como intérprete de ‘la voluntad soberana’ del pueblo.”
Es en este contexto en el cual el coronel Carlos Ibáñez termina haciéndose con el
control del gobierno, ya sea como un ministro particularmente fuerte o, de lleno, como un
dictador. Bajo la conducción del coronel Ibáñez, afirman los autores, “se quiso poner
énfasis en una febril actividad gubernamental desplegada para dar solución a los problemas
pendientes de orden económico-social, tanto así como en el principio de autoridad”, lo que
suponía, de hecho, la consolidación de un Estado fuerte con amplias atribuciones, que se
condecía con el presidencialismo instalado en el nuevo orden constitucional.
Acontecimientos tales como la crisis económica de 1929, la caída de la dictadura
ibañista y la instalación de la República Socialista, precipitaron la movilización al interior
del cuerpo militar en una búsqueda por reinstalar la prescindencia política de dicho
estamento; por su parte, desde el mundo civil nacían las Milicias Republicanas, en un
intento de neutralizar el poder militar. Aunque estas acciones parecieran esbozar el inicio
del fin de la intervención de los militares en el proceso político, la realidad es que los
militares nunca dejaron de reaparecer como agentes de movilización política durante todo
el siglo XX, sumando el hecho de que las acciones llevadas a cabos con el fin de disminuir
la influencia militar supuso conceder aún más atribuciones al presidente, hasta un punto en
el cual, durante el segundo gobierno de Alessandri y tal como señalan los autores, “tanto
socialistas como comunistas calificaron al gobierno de dictatorial”.
Las consecuencias de esta nueva manera de hacer política marcaron el resto del
siglo XX chileno en diversas ocasiones. Un episodio con particular importancia dentro del
período que estudiamos es el colapso que sufre la derecha política durante el gobierno de
Jorge Alessandri, un gobierno sustentado sobre la base de la puesta en marcha de un
proyecto económico capitalista cuyo principal objetivo era, como señalan los autores,
“transformar la economía del país en orden a conceder más autonomía a la empresa privada
y a restringir la intervención estatal”. Este proyecto, a pesar de su éxito inicial, fracasa por
diversas razones, muchas relacionadas con las condiciones económicas particulares del
país, pero también con la falta de una integración más amplia de la dimensión política al
proyecto. Este fracaso económico deja sin discurso propositivo a la derecha, un sector que
había permitido, mediante el uso de la negociación política, que se llevaran a cabo algunos
de los cambios exigidos por los sectores revolucionarios, pero desde el interior de la
institucionalidad política, siguiendo fieles a un estilo partidista más o menos similar al
estilo decimonónico. Con la pérdida del discurso propositivo, la crisis de confianza en el
empresariado y el apoyo que entrega la Iglesia Católica a la Democracia Cristiana en
desmedro del Partido Conservador, se produce el derrumbe definitivo de la derecha, lo que
tuvo consecuencias que se extienden durante todo el resto del período histórico. Según
menciona Sofía Correa en Con las riendas del poder, una de dichas consecuencias fue que
“al fracasar el proyecto de modernización capitalista, la derecha en su conjunto se volvió
preferentemente anticomunista”, un factor reforzado por el contexto internacional de la
Guerra Fría y que permearía en el apoyo sin transacciones que darían al proyecto
revolucionario de Eduardo Frei. El colapso político, en conjunto con este factor
anticomunista latente, llevaría a la derecha a aunar fuerzas con los elementos más
nacionalistas del sector, conduciendo a la formación del Partido Nacional, que utilizaría,
como señala la profesora Correa, “la estrategia política de movilización social y de
acercamiento a los militares, que estaba muy lejos de las prácticas de la derecha histórica”.
Este cambio profundo que vivió la derecha como agente político, así como los factores
populistas, presidencialistas y militaristas son fundamentales para comprender lo que vino
posteriormente.
A juicio de los autores, “durante cuarenta años nos hemos visto envueltos en un
ciclo revolucionario de un tenor casi clásico si atendemos a sus distintas etapas, nuestras
revoluciones en la Revolución: la girondina, la jacobina, el terror y, ahora último, desde
1986 en adelante, la restauración.” La etapa girondina, se viviría con intensidad durante el
gobierno demócratacristiano de Eduardo Frei, quien apostando por la “Revolución en
Libertad” llevaría a cabo un proceso de reforma agraria que, a pesar de haber tenido sus
comienzos en el gobierno de Jorge Alessandri, en esta ocasión fue diametralmente diferente
en sus métodos e intenciones, logrando poner fin a la estructura de la hacienda, lo que para
los autores, “trajo consigo el debilitamiento y posterior colapso de uno de los referentes
sociales más persistentes de la historia de chile, el grupo dirigente tradicional”. La
vertiginosidad del cambio derivó en una polarización política que alcanzaría su máxima
expresión durante el gobierno del socialista Salvador Allende, dando paso a la etapa de
revolución más exaltada o jacobina. Durante éste gobierno se vivieron expropiaciones a
empresas y terratenientes que causaron resquemores en la derecha y en la democracia
cristiana, lo que contribuyó a aumentar la tensión social hasta el punto de que fuerzas
militares y civiles conspiraran para llevar a cabo un golpe de Estado, que para los autores
supuso “la instauración de una nueva revolución” con características inéditas para un país
que “no conocía nada parecido al terrorismo de Estado sostenido en el tiempo, practicado
con tales grados de violencia y crueldad”. Con esto se iniciaba la etapa del terror, durante la
cual, además de la tortura, la matanza y la represión, se instauraría un proyecto reformador
impulsado por civiles afines al gobierno dictatorial. Dicho proyecto tendría un carácter
fuertemente economicista, y al ser instalado por medio de la fuerza y los hechos, marcaría
de tal manera al país que los opositores a la dictadura (en otros tiempos, los
revolucionarios) terminarían adscribiéndose a él. Este fenómeno se enmarca en la transición
consensuada que llevaría al restablecimiento de la democracia de forma bastante
cuestionable. Para la oposición “lo fundamental era asegurar la transferencia del gobierno,
aunque no se lograra la simultánea y equivalente transferencia del poder”, postura que llevó
a ciertas omisiones y concesiones que terminan por consolidar un modelo instalado a fuerza
de fusil, en conjunto con una preocupante desmesura del poder de las Fuerzas Armada y un
afán desmovilizador que emana desde las cúpulas de poder para con la sociedad.
En definitiva, el siglo XX chileno se presenta como contraparte a la institucionalidad del
siglo XIX, con el ascenso de un modo de gobernar basado en personalismos y populismos,
arraigados en la figura del presidente, y no pocas veces enmarcados en una relación casi
incestuosa con el poder militar. Las estructuras propias del siglo pasado colapsan y dan
paso a una permanente revolución que termina con una transición tan paradojal como el
siglo en sí mismo, una transición que en palabra de los autores, nos llevará a “quién sabe a
qué”.