handke peter - el miedo del portero al penalty
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7/21/2019 Handke Peter - El Miedo Del Portero Al Penalty
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L I T E R A T U R AA L F A G U A R A
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Peter Ha-ndke nació en Gr i f f en (Aust r ia)en l -?42. Es uno de los autores de lengua ale-m a n a m ás conocidos y traducidos en la actual idad. su obra novelística, teat ra l y cinematográ f icale a c o m p a ñ a ' e l éx i fo a la vez que el escándalo. .H;i o b t e n i d o lo s más imp o r t a n te s galardones lite-r a r io s d e l * m u n d o germanq , E l mie o d e l porteroa l penal ty m a r c a el inicio de su madurez estilís-t k a - y , h a sido llevada a l cine p or Wim Wenders.
El despido de su.-trabajo de mecánico aJoscf R l o c h . a n t i g u o portero de un equipo de
f ú t b o l , le «pone el in ic io de una etapa en la que n a d a enca j a de m a n e ra clara y que se desenvuelvepor cauces dolorosos a la vez que distantes. C on
* precisa m i nu c i os i da d Han d k e no?'entrega un de- :l i cado c o n t r a p u n t o e n t r e ,1 a rup tura interior^y
• ^ J ¡ inundo ex te r ior que iSarcan cada movimientol f p ' ensamientó del personaje.
trg tq wn de Pilttr Fernández - Ga l iana
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Cu a ndo Peter Handke publica E l miedodel portero a l penalty ya había alcanzado am pl io
íenombfe, en la l it era tura a l em ana , pero es estanovela, p rec isamente , l a que m a r c a su m a du rez
estil ística. Josef Bloch, actua lmente mecánico yanteriormente portero de un equipo de fútbol ,es despedido de su t raba jo sin que se llegue asaber por qué. A partir de ese m o m e n t o nadie
conocerá ya las causas de lo que ocurre. Bloch,desde el m o m e n t o que ent ra en contacto con ellector has ta que se separa del m i s m o , v i v e co nconcentrada
escrupulosidad todos sus m o m e n t o s ,
deteniéndose en cada uno de ellos pero a t rave-sándolos como si un velo algodonoso lo envol-viera todo. Handke, poniendo al servicio delrelato u na m inuciosida d casi m icroscópica, s igue
las Devoluciones de Bloch primero en la ciudady después en una pequeña población prov incianacerca deja frontera. Ni el cine, ni el cr imen, ni
el viaje , ni los av atare s de la posada en la quese insta la , nad a parece l legar hasta el protagon is-
t a de una m anera d i recta o c la ra . Cada frasehecha, cada palabra dicha al a za r por él o por cual-qu ier in ter locutor , le presenta una du da , le pa-rece ajena y vacía . Los únicos e l ementos que sele ofrecen m á s o m e n o s aprehensibles, so n unosrecuerdos esporádicos de su época de fu tbol i s t aque tampoco f o rm a n un eje al cual pueda asirse.Así , el dogjjBvolvimiento de cada jornada , pesea su m inuciosa descripción, se ve roto por la dis-
gregación, por la dispersión, por la inconexión:e n que Bloch sum erge todo, sin llegar a saber laimpd£tí«jc¿a que cada e lemento t iene f rente a los
d e m á s o en sí m i s m o . E l resul tado es una novela
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OTRAS OBRAS DEL AUTOR:
DIE HORNISSENDER HAUSIRERDE R KURZE BRIEF ZUM LANCEN ABSCHIEDBEGROSSUNG DES AUFSICHTSRATSCHRONIK DE R LAUFENDEN EREIGNISSEWUNSCHLOSES UNGLÜCK
FALSCHE BEWEGUNGALS DAS WONSCHENRNOCH GEHOLFEN HA TDIE STUNDE DER WAHREN EMPFINDUNG *DI E LINKSHÁNDIGE FRAU
* Próximo a publicarse en esta misma colección.
El miedo del porteroal penalty
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LITERATURAALFAGUARA
DIRECTOR: EDUARDO NAVAL PeterHandkeEl miedo de l porteroal penalty
Traducción d e P i la r Fe rnández - Gal iana
EDICIONESALFAGU¿S ^H>
BRUGUERA
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TITULO ORIGINAL:DIE ANGST DES TORMANSBEIM ELFMETER
SUHRKAMP VERLAGFRANKFURT AM MAIN 1970ALLE RECHTE VORBEHALTEN
DE ESTA EDICIÓN:
EDICIONESALFAGUARA
AVENIDA DE AM ERICA, 37EDIFICIO TORRES BLANCASMADRID-2TELEFONO 416 09 001979
ISBN: 84-204-2510-9DEPOSITO LEGAL: M . 4.411/1979
El miedo del porteroal pen al ty
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LA MAQUETA DE LA COLECCIÓNY EL DISEÑO DE LA CUBIERTAESTUVIERON A CARGO DEENRIC SATUE ®
PARA LA COMPOSICIÓN TIPOGRÁFICASE HA UTILIZADO TIPO G A R A M O N TCUERPO 12
PARA LA CUBIERTASE UTILIZO PAPEL ACUAR ELAPAPELERA PENINSULARY PARA EL INTERIORPAPEL OFFSET EDITORIAL AHUESADODE 100 GMSDE TORRAS HOSTENCH, S.A.
«E l po r t e ro m i raba cómo la pe lo ta rodabap o r enc ima de la línea »
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A 1 mecánico Josef Bloch que ha-
bía sido anteriormente un famoso portero de
un equipo de fútbol al ir al trabajo por lamañana le fue comunicado que estaba des-pedido. Se a como sea Bloch lo interpretó asícuando al aparecer por la puerta de la garita
donde los obreros estaban descansando sola-mente el capataz levantó la vista de l almuerzoas í que se marchó de la obra. En la calle alzóel brazo pero el coche que pasaba por allí en
aquel momento no era un taxi —tampoco lohubiera sido si Bloch no hubiera levantado elbrazo para hacer señas a un taxi. Finalmenteescuchó el sonido de unos frenos; Bloch se
dio la vuelta: a sus espaldas estaba un taxi y
el taxista decía algo malhumorado; Bloch se
dio la vuelta de nuevo se metió en el taxi ydijo que quería ir al mercado.
Era un bonito día de octubre. Blochse comió una salchicha caliente en un quiosco
y después atravesando la zona de los puestosse fue a un cine. Todo lo que veía le moles-
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taba; intentó ver lo menos posible. Dentrodel cine dio un suspiro de alivio.
Al entrar le sorprendió que la taqui-llera contestara con un ademán muy naturalal gesto que hizo al poner el dinero en el platogiratorio sin decir palabra. Observó que juntoa la pantalla había un reloj eléctrico con la es-fera luminosa. A mitad de la película oyó quesonaba una campana; se quedó pensando du-rante un rato si había sonado en la películao venía de fuera, de la torre de la iglesia queestaba junto al mercado.
Al salir a la calle se compró unas uvas,
que en esa época del año eran muy baratas.Siguió andando, comiéndose las uvas por elcamino y escupiendo las pielecitas. En el pri-mer hotel donde pidió una habitación no leadmitieron, porque llevaba solamente una car-tera; el conserje del segundo hotel, que estabaen una callejuela, le llevó personalmente a lahabitación. Mientras el conserje se marchaba,Bloch se echó en la cama y no tardó en dor-
mirse.Por la tarde salió del hotel y se embo-
rrachó. Luego se despejó y se le ocurrió llamara algunos amigos; como la mayoría de estosamigos no vivían en la ciudad y el teléfonono devolvía las monedas, Bloch se quedó enseguida sin calderilla. Un policía, al que saludócon la intención de detenerle, no le devolvióel saludo. Bloch se preguntó si era posible que
el policía no hubiese interpretado bien laspalabras que le había gritado desde la acera
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de enfrente, y pensó por contraposición en lanaturalidad con que la taquillera del cine habíagirado el plato con la entrada hacia él. Larapidez del movimiento le había sorprendidotanto, que casi se olvidó de recoger la entradadel plato. Decidió ir a ver a la taquillera.
Cuando llegó al cine, hacía un mo-mento que se habían apagado las luces de lasvitrinas de las carteleras. Bloch vio cómo unhombre, subido en una escalera, cambiaba lasletras del título de la película por el título dela película del día siguiente. Esperó hasta quepudo leerlo; entonces volvió al hotel.
El día siguiente era sábado. Bloch de-cidió quedarse un día más en el hotel. Apartede un matrimonio americano, él era la únicapersona que había en el comedor; durante unrato estuvo escuchando su conversación, queentendía a medias, pues anteriormente habíaestado con su equipo varias veces de turnéen Nueva York; después se marchó rápida-mente a comprar algunos periódicos. Aquel
día los periódicos eran muy voluminosos, puesse trataba de las ediciones de fin de semana;así que no los dobló, sino que se los metiódebajo del brazo y volvió al hotel. Se volvióa sentar en la mesa del desayuno, que estabaya recogida, y apartó las páginas de los anun-cios; le agobiaban. Vio dos personas que pasa-ban por la calle con los voluminosos periódi-cos. Contuvo la respiración hasta que pasaron
de largo. Solamente entonces se dio cuenta deque se trataba de los dos americanos; en la
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calle no había reconocido a la pareja que habíavisto antes en la mesa d el comedor.
En un café se entretuvo mucho tiempobebiendo el agua qu e servían en un vaso, ala vez que el café. De vez en cuando se levan-taba y cogía una revista de los montones, quehabía encima de las sillas y las mesas, desti-nadas a ellos especialmente; la camarera, alcoger el montón de revistas que estaba a sulado, mencionó al irse las palabras «mesa delos periódicos». Bloch, al que por una parte nole gustaba hojear las revistas, y por otra parteno podía dejar ninguna sin haberla hojeado de l
todo, intentó mientras tanto mirar un pocoa la calle; el contraste entre la hoja de la re-vista y las cambiantes escenas de fuera le ali-viaba. Al salir, él mismo volvió a poner lasrevistas encima de la mesa.
Los puestos de l mercado ya estabancerrados. Bloch estuvo un rato dando patadi-tas a los desperdicios de verduras y frutas co nlos que tropezaba al andar. Allí mismo, entre
los puestos, hizo sus necesidades. Mientrastanto observó que en todas partes las pare-des de las barracas de madera estaban negrasa causa de la orina.
Las pielecitas de las uvas que habíaescupido el día anterior estaban aún en laacera. Al poner Bloch el billete en el platode la taquilla, se arrugó al girar; Bloch en-contró en ello una excusa para decir algo. La
taquillera respondió. El
habló de
nuevo. Comoeso no era frecuente, la taquillera le miró.
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Esto le proporcionó una nueva excusa paraseguir hablando.
Otra vez en el cine, Bloch pensó en
la novela y el hornillo eléctrico que estaban allado de la taquillera; se echó para atrás, yempezó a distinguir detalles en la pantalla.
Por la tarde cogió el tranvía para iral estadio. Sacó una entrada sin asiento y sesentó después encima de los periódicos, queaún no había tirado; no le molestaba que losespectadores de delante le taparan la vista.A medida que el juego avanzaba se iban sen-tando la mayoría. A Bloch nadie le reconoció.Dejó allí los periódicos, puso encima una bo-tella de cerveza y salió del estadio antes de lpitido final para evitar la aglomeración. Lesorprendió que hubiera tantos autobuses ytranvías medio vacíos esperando delante delestadio —se trataba de un partido de liga.Se subió a un tranvía y se sentó. Permaneciómucho tiempo allí sentado casi a solas, hastaque empezó a impacientarse. ¿Y si el arbitro
había decidido que el juego continuara? Allevantar la mirada vio que el sol se estabaocultando. Bajó la cabeza sin querer expresarnada con ello.
Afuera empezó a soplar el viento derepente. Casi a la par con el pitido final —treslargos pitidos—, los conductores y cobradoresse subieron en los autobuses y en los tranvíasv la gente empezó a salir del estadio. Bloch
se imaginó que escuchaba el ruido de las bo-tellas de cerveza al caer en el campo; al mismo
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tiempo escuchaba el sonido del polvo que cho-caba contra los cristales. Si en el cine se habíaechado para atrás, ahora se inclinaba hacia
delante, mientras lo s espectadores irrumpíanen los tranvías. Por suerte llevaba encima unprograma de la película. Le parecía como siacabaran de encender los focos de l estadio.Una absurda ocurrencia, dijo Bloch. El habíasido un mal portero a la luz de los focos.
En el centro de la ciudad le costó unbuen rato encontrar una cabina de teléfonos;y cuando la encontró, habían arrancado elauricular y estaba por los suelos. Siguió ca-minando y por fin pudo llamar por teléfonodesde la Estación de Ferrocarril del Oeste.Como era sábado, apenas pudo dar con nadie.Cuando al final contestó un a mujer , una co-nocida de antes, tuvo que explicarle quiénera para que ella le reconociera. Quedaroncitados en un bar, cerca de la Estación delOeste, donde Bloch sabía que había una má-quina tocadiscos. Entretuvo el tiempo hasta
qu e llegó la mujer metiendo monedas en lamáquina y dejando que otras personas apre-taran los botones por él; mientras tanto ob-servaba con atención las fotos y firmas dejugadores de fútbol que había en la pared;unos años antes el establecimiento había sidoalquilado por un delantero del equipo nacio-nal, que después se marchó a ultramar parahacer de entrenador de uno de los salvajes
equipos de liga americanos, y ahora, despuésde la disolución de la liga, se había quedado
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allí y se ignoraba su paradero. Bloch empezó hablar con una chica, que desde la mesamás próxima a la máquina tocadiscos extendíaa ciegas el brazo hacia atrás y escogía siempreel mismo disco. Salieron juntos del bar. Que-ría meterse con ella en el primer portal, perotodas las puertas estaban y a cerradas co n llave.Cuando por fin encontraron una puerta qu eno estaba cerrada, resultó que, a juzgar porlo s cánticos, detrás de una puerta qu e habíaa continuación se estaba celebrando en aquelmomento una ceremonia religiosa. Se metieronen un ascensor que se encontraba entre la
primera y la segunda puerta; Bloch apretó elbotón del último piso. Antes de que el ascen-sor comenzara a funcionar la chica quiso ba-jarse. Entonces Bloch apretó el botón del pri-mer piso; allí se bajaron y se quedaron en eldescansillo; entonces la chica se puso cariñosa.Subieron juntos la escalera. El ascensor estabaen el ático; se metieron en él, bajaron, y vol-vieron a la calle.
Bloch caminó un rato con la chica, des-pués dio la vuelta y volvió al bar. La mujer,qu e todavía llevaba el abrigo puesto, ya habíallegado. Bloch le explicó a la amiga de la chica,qu e estaba todavía esperando en la mesa juntoa la máquina tocadiscos, que la chica no ibaa volver y salió del bar con la mujer.
Bloch dijo: «M e siento ridículo, así,sin abrigo, cuando tú llevas uno». La muchachase le colgó del brazo. Para liberar su brazo,Bloch hizo como si le fuera a mostrar algo.
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Entonces no se le ocurrió qué le podría mos-trar. De repente quiso comprar el periódico dela tarde. Atravesaron varias calles sin encon-trar un vendedor de periódicos. Finalmente
cogieron el autobús para ir a la Estación deFerrocarril de l Sur, pero la estación estaba yacerrada. Bloch fingió que estaba asustado; peroen realidad estaba verdaderamente asustado.A la muchacha, que ya en el autobús, mien-tras abría el bolso y jugaba con algunos ob-jetos, le había insinuado que tenía la regla, ledijo: «He olvidado dejar una nota», sin saberlo que quería decir en realidad con las palabras
«nota» y «dejado». De cualquier modo semetió él solo en un taxi y fue al mercado.
Como los sábados había sesión de no-che en el cine, Bloch llegó con mucha antici-
pación. Fue a un autoservicio que no estabalejos de allí, y se comió un a fricadelle de pie.Intentó contar un chiste a la camarera en elmenor tiempo posible; cuando el tiempo trans-currió sin que hubiera contado el chiste hasta
el final, se interrumpió en medio de una frasey pagó. La camarera se rió.
En la calle se encontró con un conocido
que le pidió dinero. Bloch le dijo unas pala-bras malhumorado. El borracho le agarró de lacamisa y en ese momento la calle se quedó aoscuras. El borracho dejó caer la mano asus-tado. Bloch al darse cuenta de que los anun-cios luminosos del cine se habían apagado,
se alejó a toda prisa. La taquillera estaba en
la puerta del cine; iba a subirse en el cochede un muchacho.
Bloch la miró. Ella, que estaba ya sen-tada en el asiento de delante, junto al con-
ductor, respondió a su mirada mientras secolocaba el vestido para no arrugárselo; porlo menos, a Bloch le pareció una respuesta.No ocurrió nada más; ella cerró la puerta yel coche arrancó.
Bloch volvió al hotel. Cuando llegó,el recibidor del hotel estaba encendido, pero nohabía nadie; al descolgar la llave se cayó dela casilla una nota doblada; la desdobló: era
la cuenta. Cuando Bloch estaba aún en el des-cansillo con la nota en la mano, contemplandouna solitaria maleta qu e estaba junto a la puer-ta, el conserje salió del almacén. Bloch le pi-dió inmediatamente un periódico y mientrastanto miraba por la puerta abierta al interiordel almacén, donde se veía que el conserjehabía estado durmiendo en una silla que habíacogido del recibidor. El conserje cerró la puer-
ta, de manera que Bloch podía ver solamenteuna escudilla de sopa encima de una pequeñaescalera de mano, y solamente comenzó a ha-blar una vez que se puso detrás del mostrador.Pero Bloch ya había tomado el cierre de lapuerta como una respuesta negativa y subiólas escaleras para ir a su habitación. Solamentevio un par de zapatos delante de una de laspuertas del larguísimo pasillo; al llegar a suhabitación se quitó los zapatos sin deshacer
los nudos de los cordones, y los puso también
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delante de la puerta. Se echó en la cama y almomento se quedó dormido.
A media noche se despertó, poco antesde que comenzara una disputa en la habitaciónde al lado; pero quizás fuera solamente que,como se había despertado de un modo tanrepentino, su sentido de l oído se encontrabaen un estado más sensible de lo normal, y lepareció que las voces que oía estaban discu-tiendo. Golpeó la pared con el puño. Enton-ces escuchó el murmullo del agua del grifo.Cerraron el grifo; volvió la calma y se volvióa dormir.
Al día siguiente le despertó el teléfonode la habitación. Le preguntaron si tenía in-tención de quedarse aún una noche. MientrasBloch contemplaba la cartera, que estaba enel suelo —la habitación no tenía guardamale-tas—, dijo sí inmediatamente y colgó. Reco-gió los zapatos del pasillo, que nadie había lim-piado porque era domingo, y se marchó de lhotel sin desayunar.
En la Estación del Sur se afeitó en losservicios con una maquinilla de afeitar eléc-trica. Se duchó en una de las cabinas. Mien-tras se vestía leyó la sección de deportes delperiódico y los informes judiciales. Al cabode un rato, cuando aún no había terminado deleer —en las otras cabinas no había ningúnruido—, se sintió muy bien de repente. Seapoyó, vestido ya del todo, en la pared dela cabina, golpeando la banqueta de maderacon el zapato. El ruido hizo que la mujer qu e
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cuidaba de las cabinas preguntara inmediata-mente desde fuera qué era lo que pasaba y ,como él no contestaba, llamó a la puerta co nlos nudillos. Como Bloch tampoco contestóesta vez, la mujer golpeó desde fuera el pica-porte con una toalla (o lo que fuera') y semarchó. Bloch leyó el periódico de pie hastael final.
En la plaza de la estación se encontrócon un conocido que se dirigía a las afueras dela ciudad para actuar de arbitro en un partidode colegiales. Bloch no se tomó en serio estainformación y siguió la broma diciendo qu e
él podía ir también y ser el juez de línea. Asi-mismo, cuando el conocido abrió su macutoacto seguido y le enseñó lo que había dentro,un equipo de arbitro y una bolsa de limones,Bloch, como había hecho anteriormente al de-cir el otro la primera frase, tomó estos objetospo r artículos de broma y dirigiéndose de nuevoal conocido se declaró dispuesto a cargar in-mediatamente con el macuto si le permitía via-
jar con él. Incluso cuando se encontraban enun tren que les llevaba a las afueras de laciudad y tenía el macuto sobre las rodillas,le daba la impresión de que seguía tomándolotodo en broma, sobre todo ahora que era lahora de comer y el compartimento se habíaquedado casi vacío. Desde luego Bloch no po-día explicarse lo que el compartimento vacíotenía que ver con su jocoso comportamiento.Que el conocido se dirigiera a las afueras conun macuto y que él, Bloch, fuera con él, que
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comieran juntos en un restaurante de las afue-ras de la ciudad y que fueran juntos, comodecía Bloch, «a un campo de fútbol de carney hueso», también le parecía, cuando volvíasolo a la ciudad, un engaño mutuo. Todo esono había servido de nada, pensó Bloch. Porsuerte no se encontró a nadie en la plaza dela estación.
Llamó a su ex-mujer desde una cabinade teléfonos que se encontraba al borde de unparque; ella le dijo que todo iba bien, perono le preguntó nada. Bloch estaba intranquilo.
Se sentó en la terraza de un café, que
a pesar de la época del año estaba todavíaabierta, y pidió una cerveza. Como al cabo deun rato todavía no le habían llevado la cerveza,se marchó; además la superficie de acero de lamesa, que no estaba cubierta con un mantel,le cegaba. Entró en un bar y se sentó junto ala ventana; los otros clientes estaban viendola televisión. El la estuvo viendo un rato. Al-guien se dio la vuelta y le miró. Se marchó
de allí.En el Prater * se metió en una pelea.Un individuo le echó rápidamente la chaquetahacia atrás, atrapándole los brazos, y el otrole dio un cabezazo debajo de la barbilla. Blochcaminó un poco de rodillas y después dio unpuntapié al muchacho que tenía delante. Fi-nalmente los otros dos le llevaron a rastrasy detrás de un puesto de chucherías le derri-
* Parque de Viena muy famoso. [N. d el T.]
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barón a puñetazos. Se desplomó y los dos semarcharon. Bloch se arregló el traje y se lavóla cara en un servicio.
Estuvo jugando al billar en un cafédel segundo distrito hasta que transmitieronlas noticias deportivas en la televisión. Blochpidió a la camarera que encendiera el aparato,pero luego miraba como si todo aquello no leinteresara. Invitó a la camarera a beber algocon él. Cuando la cam arera volvió de una habi-tación interior, donde estaban jugando ilegal-mente, Bloch estaba ya en la puerta; pasó po rsu lado, pero no dijo nada; Bloch salió.
De vuelta en el mercado, al ver las ca-jas vacías de fruta y verdura amontonadas des-ordenadamente detrás de los puestos, le pa-reció otra vez como si las cajas no fueran rea-les, sino de broma. ¡Como los chistes sin pa-labras , pensó Bloch, que le gustaban mucholos chistes mudos. Esa impresión de engaño ysimulación —«¡esa simulación con el pito delarbitro en el macuto » , pensaba Bloch— des-
apareció solamente cuando estaba" en el cine,donde un cómico cogió una trompeta al azaral pasar por una chamarilería y con toda na-turalidad se puso a soplar en ella, y entoncesBloch volvió a reconocer esta trompeta y to-das las demás cosas sin cambiarlas de sitio einequívocamente. Aquello le tranquilizó.
Al terminar la película se quedó po rlos puestos del mercado para esperar a la ta-
quillera. Ella salió del
cine poco tiempo des-pués de haber empezado la última sesión. Para
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no asustarla cuando fuera a su encuentro en-tre los tenderetes, se quedó sentado en la cajay dejó qu e llegara a una parte de l mercadomás iluminada. En uno de los puestos aban-donados, detrás de la chapa derribada, sonabael timbre de un teléfono; el número de telé-fono de l puesto estaba escrito en letras gran-de s sobre la chapa ondulada. «¡Anulado »,pensó Bloch inmediatamente. Caminó detrásde la taquillera sin alcanzarla. Cuando se subióal autobús él llegó inmediatamente después yse subió también. Se sentó frente a ella, peroestaban separados po r varias filas de asientos.
Solamente cuando en la siguiente parada losviajeros que acababan de subir le taparon lavista, Bloch pudo comenzar a reflexionar denuevo: estaba fuera de duda qu e ella le habíamirado, pero desde luego no le había recono-cido; ¿era posible que hubiese cambiado tantodespués de la pelea? Bloch se palpó la cara.Encontraba ridículo mirar en el reflejo de lcristal de la ventanilla lo que ella estaba ha-
ciendo en aquel momento. Sacó el periódicodel bolsillo interior de la chaqueta, miró lasletras de abajo pero no las leyó. Entonces sesorprendió de repente a sí mismo leyendo. Untestigo presencial relataba el asesinato de unrufián al que habían disparado en un ojo acorta distancia. «De la parte de atrás de sucabeza salió volando un murciélago y se es-trelló contra el papel de la pared. El corazón
me dio un salto.» El hecho de que las frasessin una sola interrupción se refirieran a algo
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completamente distinto, a otra persona, le so-bresaltó. «¡Ahí tenían que haber hecho unapausa », pensó Bloch, que después del peque-ño sobresalto estaba indignado. Caminó porel pasillo hasta donde estaba sentada la taqui-llera y se sentó casi enfrente para poder mi-rarla, pero no la miró.
Cuando se bajaron Bloch reconoció quese encontraban muy a las afueras, cerca delaeropuerto. A aquella hora de la noche la zonaestaba muy tranquila. Bloch caminaba juntoa la chica, pero no lo hacía como si quisieraacompañarla o la estuviera acompañando. Alcabo de un rato la tocó. La muchacha se de-tuvo, se volvió hacia él y le abrazó tan apa-sionadamente que él se asustó. El bolso quellevaba en la mano que le quedaba libre lepareció durante un segundo más íntimo queella misma.
Durante un rato caminaron uno al ladodel otro, manteniendo entre ellos una peque-ña distancia, sin llegar a tocarse. Solamente
cuando llegaron a la escalera él la abrazó denuevo. Ella echó a correr; él iba más despacio.Al llegar arriba reconoció su casa por la puer-ta, que estaba abierta de par en par. Ellaatrajo su atención en la oscuridad; él fue a suencuentro e inmediatamente comenzaron a ha-cer el amor.
A la mañana siguiente se despertó co nun ruido y al mirar por la ventana del apar-
tamento vio que en aquel momento estabaaterrizando un avión. Corrió las cortinas para
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evitar el destello de las luces de posición delaparato. Como hasta entonces no habían en -cendido ninguna luz, no se había preocupadotampoco de correr las cortinas. Bloch se tum-bó en la cama y cerró los ojos.
Con los ojos cerrados le sobrevino un aextraña incapacidad para imaginarse algo. Aun-que intentaba reproducir en su mente los ob-jetos de la habitación con todos los detallesposibles, no podía imaginarse nada; ni siquierahubiera podido copiar en sus pensamientos elavión qu e hacía un momento había visto ate-rrizar y que en aquel momento frenaba sobre
la pista, e incluso podía reconocer el sonidode aquellos frenos. Abrió los ojos y se quedóun rato mirando hacia un rincón, donde estabael hornillo: intentó grabarse en la mente lamarm ita y las flores m architas que colgaban dela pila de l fregadero. Apenas cerró los ojosya no fue capaz de imaginarse las flores y latetera. Intentó prestarse ayuda construyendofrases para aplicarlas a estos objetos y poder
así prescindir de las palabras, pues pensabaque componiendo una historia con esas frasesquizás le resultaría más fácil imaginarse losobjetos. La marmita empezó a pitar . La s flo-res se las había regalado a la chica un amigo.Nadie quitó la tetera del hornillo. «¿Hagot é ? » , preguntó la muchacha . Todo era inútil:Bloch abrió los ojos, pues ya no aguantabamás. La muchacha dormía a su lado.
Bloch se puso
nervioso. Por una
parteestaba esa pesadez del ambiente cuando tenía
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los ojos abiertos y por otra parte esa pesadezaún más insoportable de las palabras que de-signaban los objetos que le rodeaban. « ¿ Y sifuera porque acabo de hacer el amor con ella?»,pensó. Fue al baño y se quedó mucho tiempodebajo de la ducha.
La tetera pitaba en la realidad cuandovolvió. « ¡Me he despertado con la ducha » ,dijo la chica. A Bloch le pareció que era laprimera vez que le hablaba directamente. Lecontestó qu e todavía no se había despejadode l todo. ¿Y si hubiera hormigas en la tetera?«¿Hormigas?» Cuando el agua hirviendo cayó
sobre las hojas de té en el fondo de la tetera,en lugar de las hojas vio hormigas y en unaocasión había vertido sobre ellas agua hir-viendo. Descorrió las cortinas de nuevo.
La lata del té estaba abierta y las pa-redes interiores le proporcionaban una extrañailuminación, pues reflejaban la luz que en-traba por la pequeña abertura redonda de latapa. Bloch, con la lata encima de la mesa,
miraba fijamente a su interior por la abertura.Le divertía el sentirse tan atraído por la extra-ña iluminación de las hojas de té, mientrasque al mismo tiempo hablaba con la chica,Finalmente puso la tapa en la abertura, peroal momento se calló. La chica no se había dadocuenta de nada. «¡Me llamo Gerda », dijo.Bloch nunca había querido saberlo. ¿S i no sehabía dado cuenta de nada?, preguntó, pero
ella ya había puesto un disco, una canción ita-liana acompañada con guitarras eléctricas
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«¡Me gusta su voz », dijo. Bloch, al que nole gustaban nada las canciones de moda ita-lianas, calló.
Cuando ella salió un momento a com-
prar algo para el desayuno —«¡hoy es lu-nes », dijo— Bloch tuvo por fin la oportuni-dad de mirar todo tranquilamente. Mientrascomían hablaron mucho. Al cabo de un ratoBloch observó que ella hablaba de cosas queél acababa de contarle como si se tratara desus propias cosas, mientras que él por el con-trario, cuando mencionaba algo que ella aca-baba de contar, o bien lo citaba solamente con
precaución o, desde el momento en que ha-blaba de ello con sus propias palabras, poníasiempre delante un extraño y distante «eso»o «esa», como si temiera inmiscuirse en susasuntos. Si él hablaba del capataz o se referíaa un futbolista llamado Stomm, podía se rque ella inmediatamente después dijera contoda confianza y naturalidad «el capataz» y«Stumm»; sin embargo cuando ella mencionó
a un conocido llamado Freddy y un estable-cimiento que se llamaba «El sótano de Este-ban», él decía siempre al contestar: «¿eseFreddy?» y «¿ese sótano de Esteban?» Todolo que ella sacaba a relucir le impedía intere-sarse por ello y le molestaba que repitiera loque él había dicho de una manera espontáneay natural.
Por supuesto, algunas veces, de vez encuando y solamente por un momento, la con-versación le parecía tan normal como a ella:
él le preguntaba y ella contestaba; ella pre-guntaba y é l daba una respuesta muy natural.«¿Es aquello un avión a reacción?» —«No,es un avión de hélice.» —«¿Dónde vives?»—«En el segundo distrito.» Incluso le faltópoco para contarle la pelea.
Pero entonces empezó a molestarletodo cada vez más. Quería contestarla, perose interrumpía continuamente porque le pare-cía que ya sabía lo que le iba a decir. Ellacomenzó a inquietarse, se paseaba por la habi-tación de un lado a otro; buscaba algo quehacer y sonreía tontamente. Pasó un rato dando
la vuelta a los discos y cambiándolos. Se le-vantó y se echó en la cama; él se sentó a sulado. ¿Iba hoy al trabajo?, preguntó ella.
Inesperadamente le puso las manos enla garganta. Al momento comenzó a apretartan fuerte que a ella ni por un instante se leocurrió tomárselo en broma. Bloch escuchóvoces afuera, en el descansillo. Tenía un miedomortal. Se dio cuenta de que a la chica le salía
un líquido por la nariz. Dio también una es-pecie de gruñido. Filialmente escuchó un so-nido parecido a un crujido. Le pareció comoel ruido que hace una piedra al golpear depronto la parte de abajo de un coche en uncamino vecinal lleno de baches. En el suelode linóleo habían caído gotas de saliva.
Apretaba con tanta fuerza qu e ensegui-da se sintió cansado. Se tumbó en el suelo,
incapaz de quedarse dormido e incapaz de le-vantar la cabeza. Oyó cómo alguien golpeaba
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por fuera el pomo de la puerta con un trapo.Aguzó el oído. No se oía nada. Por lo tantodebía de haberse quedado dormido.
No necesitó mucho tiempo para des-
pejarse; desde el primer momento del desper-tar se sentía ya ausente; como si hubiera un acorriente de aire en la habitación, pensó. Nisiquiera se había hecho un solo rasguño. A pe-sar de todo le daba la sensación de que porel cuerpo se le escapaba un líquido linfático.Se levantó y limpió todos los objetos de lahabitación con un paño de cocina.
Miró por la ventana: abajo un indivi-
duo caminaba por el césped hacia un camiónde reparto con un montón de trajes al brazoqu e colgaban de sus respectivas perchas.
Bajó en ascensor y al salir de la casacaminó un rato en la misma dirección. Luegocogió un autobús que le llevó desde las afue-ras hasta la última parada del tranvía; el tran-vía le llevó al centro de la ciudad.
Al llegar al hotel resultó que, creyendo
que no iba a volver, ya habían puesto su car-tera bajo custodia. Mientras pagaba el boto-nes sacó la cartera de l almacén. Al ver unaseñal en forma de anillo más clara en su su-perficie, Bloch se dio cuenta de que probable-mente habían puesto encima una botella deleche con la base mojada; mientras el porterobuscaba el cambio abrió la cartera y vio quehabían revisado también su contenido; el man-
go del cepillo de dientes asomaba del estuchede cuero; el transistor estaba encima de todo
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lo demás. Bloch se volvió hacia el botones,pero había desaparecido en el almacén. Comoel espacio detrás del mostrador del conserje
era bastante reducido, Bloch agarró al con-serje con una mano y le atrajo hacia él y des-pués, conteniendo la respiración, con la otramano hizo ademán de darle una bofetada. Elhombre se estremeció y se echó hacia atrás,aunque Bloch ni siquiera le había tocado. Elbotones se había quedado muy quieto en elalmacén. Bloch se marchó acto seguido conla cartera.
Llegó a la oficina del personal de laempresa justamente antes del descanso de lmediodía y recogió los papeles. Bloch se ex-trañó de que aún no estuvieran preparadosy de que tuvieran qu e hacer todavía unas cuan-tas llamadas telefónicas. Preguntó si podía lla-mar por teléfono y llamó a su ex-mujer; cuan-do cogió el niño el teléfono y empezó a decircon una frase aprendida de memoria que sumadre no estaba en casa, Bloch colgó. Mien-
tras tanto los papeles estaban ya preparados;metió la tarjeta, de impuestos en la cartera;cuando preguntó después por el sueldo atra-sado, la mujer ya se había ido. Bloch puso elimporte de la llamada telefónica encima de lamesa y salió del edificio.
También los bancos estaban ya cerra-dos. Así que esperó en un parque a que abrie-ran por la tarde y poder sacar su dinero de
la cuenta corriente —nunca había tenido unacartilla de ahorros. Como no le iba a durar
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mucho tiempo, decidió devolver su transistor,que estaba casi nuevo. Cogió el autobús parair a su alojamiento en el segundo distrito ycogió también un flash de una cámara foto-
gráfica y una maquinilla de afeitar eléctrica.En la tienda le explicaron luego que solamentepodía devolver las cosas si compraba otras acambio. Bloch fu e otra vez a su habitación ymetió dos copas en una bolsa de viaje. Desdeluego se trataba solamente de copas manu-facturadas qu e su equipo había ganado unavez en una turné y la segunda vez en un trofeo;cogió también un colgante de oro: un par de
botas de fútbol.Como era el único cliente en la chama-
rilería, sacó las copas y acto seguido las pusoencima del mostrador. Entonces pensó quese había precipitado demasiado al poner lascosas inmediatamente en el mostrador, comosi se tratara de objetos qu e estaban a la ventay rápidamente las quitó de allí, incluso las metióen la bolsa y solamente volvió a ponerlas en
el mostrador cuando se lo indicaron. Al fondoen una estantería descubrió una caja de mú-sica qu e tenía encima de la tapa un a bailarinaen la postura habitual. Como siempre que veíauna caja de música le dio la impresión de queya la había visto antes. Sin ninguna discusiónaceptó inmediatamente la primera oferta qu ele hicieron por sus cosas.
Después se dirigió a la Estación de
Ferrocarril del Sur con el ligero abrigo quehabía cogido de su habitación al brazo. Cuando
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iba a coger el autobús se encontró con la dueñadel puesto donde solía comprar los periódicos.Llevaba un abrigo de pieles e iba paseando
con un perro; y aunque normalmente cuandocompraba un periódico charlaban a menudoun poco mientras ella le daba el periódico ylas vueltas y él no apartaba la mirada de laspuntas ennegrecidas de sus dedos, parecía queella entonces, fuera del puesto, no le habíareconocido. Por lo menos no levantó la miradani contestó a su saludo.
Como diariamente salían pocos trenesen dirección a la frontera, Bloch se metió enun cine de actualidades para entretener el tiem-po hasta la salida de l próximo tren y allí sedurmió. De repente todo se iluminó y el ruidode una cortina que bajaba o subía le pareciótan cercano que se asustó. Abrió los ojos paraaveriguar si la cortina la habían subido o lahabían bajado. Alguien le alumbró en la caracon una linterna. Bloch le tiró la linterna alsuelo al
acomodador de un
manotazo y se fue
a los servicios.
Allí había tranquilidad, la luz del díaentraba por la ventana; Bloch se quedó in-móvil un rato.
El acomodador le había seguido ame-nazándole con la policía. Bloch abrió el grifo,se lavó las manos, apretó el botón del secadorde manos eléctrico y mantuvo las manos en el
aire caliente hasta que el acomodador se mar-chó.
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Entonces Bloch se cepilló los dientes.Observó en el espejo cómo, mientras utili-zaba una mano para lavarse los dientes, laotra mano la tenía apoyada en el pecho enuna postura extraña, apretada casi por comple-to en forma de puño. De la sala de proyecciónsalían los gritos y exclamaciones de los per-sonajes de la película de dibujos animados.
Bloch había salido en una ocasión conuna chica que, según sus noticias, tenía ahorauna posada en un pueblo fronterizo del sur.Buscó su número inútilmente en la oficina decorreos de la estación, donde se podían encon-
trar las guías telefónicas de todo el país; enel pueblo había algunos establecimientos, perono figuraba el nombre de los propietarios.Además Bloch se cansó en seguida de soste-ner la guía telefónica —las guías telefónicasestaban colgadas en una fila con el lomo haciaarriba. «Mirando al suelo», se le ocurrió derepente. Un policía entró y le pidió la docu-mentación.
El acomodador se había quejado, dijoel policía, mientras miraba alternativamente alpasaporte y a la cara de Bloch. Al cabo de unrato Bloch decidió disculparse. Pero el policíano tardó en devolverle el pasaporte mientrasle comentaba qu e había viajado lo suyo. Blochno le miró cuando se marchó sino que rápi-damente puso en su sitio la guía telefónica.Se oían unos gritos; al levantar la vista, Bloch
vio que en la cabina telefónica de enfrenteun emigrante griego hablaba a voz en grito
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en el auricular. Bloch reflexionó y decidióprescindir del tren y viajar en autobús; cam-bió el billete y se dirigió por fin, después decomprar un perrito caliente y algunos perió-dicos, a la estación de autobuses.
El autocar estaba dispuesto, pero porsupuesto no se podía entrar todavía; los con-ductores estaban reunidos charlando cerca deallí. Bloch se sentó en un banco; el sol bri-llaba; se comió el perrito pero no tocó los pe-riódicos porque quería reservarlos para el via-je, que iba a ser muy largo.
Los maleteros a ambos lados del coche
estaban casi vacíos: casi nadie llevaba equi-paje. Bloch se quedó fuera esperando hasta qu ela puerta trasera se cerró. Entonces se metiórápidamente por la puerta delantera y el cochearrancó.
Alguien llamó desde fuera y el auto-car se detuvo al instante; Bloch no se volvió;se subió una campesina con un niño que llo-raba muy fuerte. Una vez dentro el niño se
calló. Entonces el coche emprendió la marcha.Bloch observó que su asiento estabajustamente encima de la rueda de l coche; comoel suelo estaba arqueado hacia arriba los piesse le resbalaban. Se sentó en la última filade asientos, desde donde podía mirar cómo-damente hacia atrás cuando quisiera. Al sen-tarse, aunque la cosa no tenía la menor im-portancia, vio los ojos del conductor en el
espejo retrovisor. Bloch se volvió hacia atráspara colocar la cartera detrás del asiento y
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aprovechó para echar un vistazo afuera. Lapuerta hacía mucho ruido.
Mientras que en las otras filas de asien-tos del autobús los viajeros miraban hacia de-lante, las dos filas de asientos que estaban de-lante de él se miraban la una a la otra; así quelos viajeros que estaban sentados unos detrásde otros casi inmediatamente después de lasalida dejaban de conversar, mientras que losviajeros que tenía delante no tardaron en em-pezar a charlar de nuevo. A Bloch le agradabanlas voces de la gente.
Al cabo de un rato —el autocar ya es-
taba en la carretera— una mujer que estabasentada en el asiento de al lado junto a la ven-tanilla, le advirtió que se le habían caído unasmonedas. Dijo: «¿Es suyo este dinero?», ymientras tanto sacó una moneda de la hendi-dura entre el respaldo y el asiento. Encima delasiento intermedio entre él y la mujer habíaotra moneda, un centavo americano. Bloch re-cogió las monedas mientras contestaba que pro-
bablemente había perdido el dinero antes aldarse la vuelta. Pero como la mujer no se ha-bía dado cuenta de ese detalle empezó a hacerpreguntas y Bloch le contestó otra vez; pocoa poco, aunque les resultaba un poco incómodopor la posición de los asientos, comenzaron aentablar una pequeña conversación.
Bloch no tuvo tiempo de guardar lasmonedas mientras hablaba y escuchaba. De
tenerlas en la mano se pusieron tibias, como sise las acabaran de devolver en la taquilla de
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un cine. Explicó que las monedas estaban tansucias, porque no hacía mucho tiempo las ha-bían arrojado al campo antes de celebrarse unpartido de fútbol. «¡No lo entiendo », dijo
la viajera. Bloch se puso a leer a toda prisa elperiódico. «¡Cara o cruz », siguió diciendoella, así que a Bloch no le quedó más remedioque volver a guardar el periódico. Antes, cuan-do se sentó en el asiento que estaba encimade la rueda del coche, se le había roto la cintapara colgar el abrigo; lo había colgado en lapercha que estaba al lado de su asiento, peroal sentarse hizo un movimiento brusco y sin
darse cuenta pilló el borde del abrigo, así quela cinta se descosió. Bloch estaba sentado conel abrigo sobre las rodillas, indefenso juntoa la mujer.
La carretera había empeorado. Como lapuerta corredera del coche no se cerraba deltodo, Bloch veía cómo la luz de fuera se colabapor la rendija e iluminaba oscilante el interiorde l coche. Sin mirar a la rendija, observó tam-bién la oscilación en la hoja del periódico.Leyó línea po r línea. Entonces alzó la vista ycomenzó a observar a los viajeros de delante.Cuanto más lejos estaban, más disfrutaba mi-rándolos. Al cabo de un rato observó que laluz ya no oscilaba en el interior del coche.Afuera ya no había luz.
La falta de costumbre de observar tan-tos detalles le produjo dolor de cabeza, aunquetambién era posible que se debiera al olor
de la cantidad de periódicos que llevaba. Por
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suerte el autocar se detuvo en una capital deprovincia, y allí los viajeros pudieron cenaren una posada. Mientras Bloch se paseaba unpoco al aire libre oía continuamente, proce-
dente del bar, el ruido de las máquinas de ci-garrillos en funcionamiento.
En la plaza descubrió una cabina deteléfonos iluminada. Todavía le zumbaban losoídos por el ruido de l motor de l autocar, as íque le resultó muy agradable escuchar el so-nido de la grava que había delante de la ca-bina. Tiró los periódicos a la papelera al ladode la cabina de teléfonos y se metió dentro.
«¡Voy a hacer un buen blanco », había oídodecir a alguien en una película, que se pasabalas noches m irando por la ventana.
No contestó nadie. Bloch, otra vez alaire libre, a la sombra de la cabina de telé-fonos, escuchaba, procedente del parador, pordetrás de las cortinas echadas, el intenso tim-breo de las máquinas tragaperras. Cuando en-tró en el bar, estaba ya casi vacío; la mayoría
de los viajeros
habían salido afuera.
Blochse bebió un a cerveza en la barra y salió alvestíbulo: algunos estaban sentados ya en elautocar, otros estaban charlando en la puertacon el conductor, otros estaban más allá, deespaldas al autobús, en la oscuridad —Bloch,al que resultaba odioso observar ciertas cosas,se llevó la mano a la boca. ¡En lugar de mirarsimplemente para otro lado M iró para otrolado y vio algunos viajeros en el vestíbulo,que volvían con niños de los servicios. Al
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llevarse la mano a la boca, percibió el olor dela barra de metal, que había en el respaldo delos asientos para agarrarse. «¡No es cierto »,pensó Bloch. El conductor se había subido al
autocar y había puesto el motor en marcha,como señal para que los otros se subieran tam-bién. «¡Como si no lo supiéramos por lógica »,pensó Bloch. Cuando el coche arrancó las coli-llas de los cigarrillos, que habían tirado a todaprisa por las ventanillas, centelleaban en lacarretera.
Ya no tenía a nadie en el asiento de allado. Bloch se traladó al rincón y extendió las
piernas en el asiento. Se desabrochó los cordo-nes de los zapatos y, apoyándose en la venta-nilla lateral, miraba la ventanilla de enfrente.Cruzó las manos por detrás de la nuca, de unapatada tiró al suelo una miga de pan que habíaen el asiento, se apretó las orejas con los ante-brazos y se miró los codos enfrente de los ojos.Apretó los codos contra las sienes, se olis-queó las mangas de la camisa, s e frotó la bar-
billa en el brazo, echó la cabeza hacia atrás ymiró las luces del techo. ¡No había manera deacabar con ello Lo único que le quedaba porhacer era ponerse en pie.
Las sombras de los árboles, más allá delas cunetas, describían círculos alrededor delos árboles cuando pasaban con el autocar.Los limpiaparabrísas no estaban paralelos deltodo. La cartera de los billetes, que tenía elconductor, estaba abierta. En el suelo del pa-sillo había una cosa parecida a un guante. En
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los pastos a los lados de la carretera habíavacas durmiendo. Era inútil luchar contra ello.
A medida qu e avanzaban, se bajabancada vez más viajeros en las sucesivas paradas.
Se ponían al lado del conductor para que lesabriera la puerta delantera. Cuando el autobússe detenía, Bloch escuchaba cómo el vientosacudía la lona de la baca del coche. Al rato elautocar hizo una nueva parada y escuchó gri-tos de bienvenida afuera en la oscuridad. M ásallá reconoció un paso a nivel sin barrera.
Poco antes de medianoche el autobússe detuvo en la localidad fronteriza. Bloch co-
gió inmediatamente una habitación en la fondaqu e estaba cerca de la parada del autocar. Pre-guntó a la chica que le enseñó su habitaciónsi conocía a su amiga, que se llamaba Hertha,pero no sabía el apellido. Ella podía infor-marle: su amiga había alquilado una casa dehuéspedes a las afueras de l pueblo. ¿Qué sig-nificaba ese ruido?, preguntó Bloch una vezen la habitación a la chica, que ya se marcha-ba . «¡Todavía quedan algunos mozos jugandoa los bolos », contestó la muchacha saliendode la habitación. Sin echar una mirada a su al-rededor Bloch se desnudó, se lavó las manos yse metió en la cama. Todavía se siguieron oyen-do durante un rato el traqueteo y los crujidosde abajo, pero Bloch estaba ya dormido.
No se había despertado él solo, sinoque seguramente le había despertado algo. Nose oía ningún ruido; Bloch estuvo pensando
qué era lo que podía haberle despertado; al
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cabo de un rato empezó a imaginarse que lehabía asustado alguien al doblar el periódico.¿O había sido el crujido del armario? Proba-blemente, como había dejado los pantalones decualquier manera, un a moneda se le habíacaído rodando y había ido a parar debajo dela cama. Vio un grabado en la pared que re-presentaba el pueblo en tiempos de las guerrasturcas; los habitantes de la ciudad se paseabandelante de las murallas y, detrás de las mura-llas, la campana de la torre estaba tan incli-nada, que era forzoso suponer que en aquelmomento sonaba de un modo estridente. Bloch
se imaginó al sacristán izado hacia arriba po rla cuerda de la campana; vio cómo los ciuda-danos de fuera se apresuraban a la entrada dela muralla; algunos de los que corrían lleva-ba n niños en brazos, un perro caminaba entrelas piernas de un niño moviendo la cola, ydaba la impresión de que le hacía tropezar.Asimismo la campanilla de emergencia de latorre de la ermita estaba representada de una
forma tan real, qu e parecía que se iba a darla vuelta. Debajo de la cama había solamenteuna cerilla quemada. En el pasillo, unos me-tros más allá, chirrió de nuevo un a llave enla cerradura; probablemente era eso lo quele había despertado.
Bloch oyó en el desayuno que dos díasantes un colegial inválido había desaparecido.La chica se lo estaba contando al conductor
de l autobús, qu e había pasado la noche en lafonda y se preparaba para hacer el recorrido
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de vuelta con el autocar medio vacío o, porlo menos, eso es lo que vio Bloch por la ven-tana. Luego salió también la chica, así queBloch, durante un rato, estuvo solo en el co-medor. Amontonó los periódicos en la sillaqu e tenía al lado; leyó que no se trataba deun inválido, sino de un niño sordomudo. Ha-bían armado mucho jaleo con el asunto, ex-plicó la muchacha nada más volver, como siestuviera rindiendo cuentas. Bloch no sabíaqu é contestar. Entonces tintinearon las bote-llas de cerveza vacías que se estaban llevandometidas en las cajas. Bloch escuchaba las vo-
ces de los repartidores en el vestíbulo como sisalieran de la televisión qu e había en la habi-tación vecina. La chica le había contado quela madre del dueño se pasaba el día metida enla otra habitación contemplando el programade turno.
Luego Bloch fue a una tienda y secompró una camisa, ropa interior y unos cuan-tos pares de calcetines. La dependienta, qu e
tardó bastante en salir del oscuro almacén,daba la impresión de que no entendía a Bloch,que le hablaba en frases completas; solamentese puso en movimiento cuando le nombró ex-clusivamente, y en voz alta y clara, las cosasqu e deseaba. Mientras abría el cajón de la cajaregistradora, dijo qu e había recibido botas degoma; y aún, al darle las cosas en una bolsa deplástico, le preguntó si no necesitaba nada más:¿pañuelos?, ¿una corbata?, ¿una camiseta delana? Cuando Bloch llegó a la fonda, se cambió
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y metió con cuidado la ropa sucia en la bolsade plástico. Afuera, en la plaza y en el caminoque llevaba hacia las afueras del pueblo, ape-nas se encontró con nadie. Una hormigueraque estaba junto a un edificio nuevo dejó defuncionar en aquel momento; estaba todo tansilencioso, que a Bloch hasta su s propios pasosle parecían fuera de lugar. Se detuvo a mirarlas lonas negras qu e cubrían las pilas de ma-dera de un aserradero, como si allí se pudieraoír algo más que el murmullo de los traba-jadores, que seguramente estaban almorzandosentados detrás de las pilas de madera.
Le explicaron que la posada se encon-traba en el lugar donde la carretera asfaltadaque salía del pueblo describía un arco, y porallí se encontraban también algunas granjas yel cuartelillo de la aduana; la carretera teníaun a ramificación, igualmente asfaltada en eltrozo en que había casas a los lados, pero lue-go tenía grava solamente y después, poco antesde llegar a la frontera, se convertía en unsendero. El paso fronterizo estaba cerrado.Pero Bloch no h abía preguntado nad a referenteal paso de la frontera.
En una explanada vio un azor descri-biendo círculos. Cuando inmediatamente des-pués el azor comenzó a aletear y se lanzó enpicado, Bloch cayó en la cuenta de que no habíaestado observando el aleteo y lanzamiento envertical del pájaro, sino el lugar de la expla-nada en el que el pájaro iba probablemente a
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caer; el azor había recobrado mientras tanto laposición horizontal, y después volvió a elevarse.
También era extraño que Bloch, alpasar por un campo de maíz, no hubiera vistolos callejones rectos que, atravesando el cam-po, conducían al otro extremo, sino que viosolamente la impenetrable espesura de los ta-llos, hojas y mazorcas, cuyos granos desnudosasomaban de vez en cuando por añadidura.¿Por añadidura? El arroyo, que justamenteen aquel momento pasaba por debajo de la ca-rretera, hacía bastante ruido y Bloch se detuvode nuevo.
En la posada se encontró con la cama-rera, que estaba fregando el suelo. Bloch pre-guntó por la dueña. «¡Todavía no se ha levan-tado », dijo la camarera. Bloch pidió una cer-veza en la barra. La camarera puso en el suelouna de las sillas que estaban encima de lasmesas. Bloch cogió otra silla de la misma mesay se sentó.
La camarera fue detrás del mostrador.
Bloch puso las manos encima de la mesa. Lacamarera se agachó y abrió la botella. Blochapartó el cenicero. La camarera cogió al pasarun posavasos de otra mesa. Bloch echó la sillahacia atrás. La camarera sacó el vaso del cuellode la botella, puso el posavasos sobre la mesa,colocó el vaso encima del posavasos, vació labotella en el vaso, puso la botella en la mesay se marchó. ¡Otra vez igual Bloch ya nosabía qué hacer.
Por fin vio una gota, que corría por lasuperficie del vaso hacia abajo, y un reloj enla pared, cuyas manillas eran dos cerillas; unade las manillas estaba partida y señalaba las
horas; no se había quedado mirando cómo caíala gota, sino el lugar del posavasos en el queseguramente iba a caer. La camarera, que mien-tras tanto estaba fijando las baldosas del suelocon una especie de pasta, le preguntó si conocíaa la posadera. Bloch movió la cabeza afirma-tivamente, pero solamente dijo sí cuando lacamarera alzó la vista.
Una niña entró corriendo sin cerrar la
puerta. La camarera mandó otra vez al ves-tíbulo, donde se quitó las botas y, tras unasegunda advertencia, cerró la puerta. «¡La hijade la dueña », explicó la camarera, que inme-diatamente se llevó la niña a la cocina. Cuandovolvió, dijo que «unos días atrás un hombrehabía preguntado por la dueña. Decía que lehabían llamado para abrir un pozo. Ella ledijo inmediatamente que se marchara, pero
él no cesó en su empeño hasta que le hubo en-señado el sótano y entonces, sin perder ni unsolo momento, cogió una pala, así que ellatuvo que pedir ayuda para que le ayudarana echarlo y ella...» Bloch se las arregló parainterrumpirla en aquel momento. «Desde en-tonces la niña tiene miedo de que al pocerose le ocurra volver.» Pero mientras tanto habíaentrado un carabinero y se bebió un vaso de
aguardiente en el mostrador.
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¿Estaba ya en casa el niño desapare-cido?, preguntó la camarera. El carabinerocontestó: «No, todavía no le han encontrado».
—No hace ni dos días que desapareció—dijo la cam arera . El carabinero replicó:—Pero por la noche hace ya bastante frío.
—De todos modos lleva ropa de abri-go —dijo la camarera. Sí, llevaba ropa deabrigo, dijo el carabinero.
—No puede estar muy lejos —añadió.No podía haber llegado muy lejos, repitió lacamarera. Bloch vio encima de la máquina to-cadiscos unos cuernos de ciervo deteriorados.La camarera explicó que eran de un ciervoque se había extraviado en el campo de minas.
Bloch oyó ruidos en la cocina y, alescuchar con atención, le parecieron voces.La camarera comenzó a hablar a gritos con al-guien al otro lado de la puerta. La posaderarespondió desde la cocina. Estuvieron un ratohablando en este tono. Entonces, a mitad deun a respuesta, entró la posadera. Bloch la sa-
ludó. Se sentó en su mesa, no a su lado, sinoenfrente; puso las manos sobre las rodillas pordebajo de la mesa. La puerta se había quedadoabierta y Bloch podía escuchar el zumbido delfrigorífico en la cocina. La niña estaba sen-tada por allí cerca comiéndose un pedazo depan. La posadera le miraba fijamente, comosi hiciera mucho tiempo que no le veía. «¡Ha-
cía mucho tiempo que no nos veíamos », dijo.Bloch le contó una historia para justificar su
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estancia en aquel lugar. Por el marco de lapuerta veía que la chica, allá lejos, estaba sen-tada en la cocina. La posadera puso las manossobre la mesa con las palmas alternativamentehacia arriba o hacia abajo. La camarera llevóla bebida que Bloch había pedido para ella.¿Qué «ella»? En la cocina, que entretantose había quedado vacía, el frigorífico temblaba.Se quedó mirando a través de la puerta laspeladuras de manzana , que estaban encima dela mesa de la cocina. Debajo de la mesa habíaun recipiente lleno de manz anas, algunas man-zanas se habían caído rodando y estaban po r
allí tiradas. En el marco de la puerta estabancolgados en un clavo unos pantalones de tra-bajo. La posadera h abía puesto el cenicero entrelos dos. Bloch puso a un lado la botella, peroella se puso la caja de cerillas enfrente, colo-cando luego el vaso a su lado. FinalmenteBloch puso su vaso y su botella a la derechadel otro vaso y la caja de cerillas. Hertha serió.
La niña entró y se apoyó en el respal-do de la silla de la posadera. La mandaron abuscar leña para la cocina, pero, al abrir lapuerta con una mano solamente, se le cayerontodos los leños. La camarera los recogió y losllevó a la cocina, mientras que la niña volvióa apoyarse en el respaldo de la posadera. ABloch le dio la impresión de que hacían todoesto a propósito para librarse de él.
Alguien dio desde fuera unos golpeci-tos en la ventana, pero inmediatamente se
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alejó. El hijo de l casero, dijo la posadera. Entonces vieron que pasaba un grupo de niñospor la calle; uno de ellos se acercó de impro-viso, apretó la cara contra el cristal de la ven-tana y se escapó corriendo. «¡Ya han salido dela escuela », dijo ella. Entonces disminuyó derepente la luz en la habitación, pues en lacalle se había detenido un camión de mue-bles. «¡Ah í llegan mis m uebles », dijo ella.Bloch se sintió aliviado de poder levantarsey ayudar a meter los muebles.
Mientras entraban el armario la puertase abrió. Bloch la cerró de un puntapié. Cuan-
do terminaron de colocar el armario en el dor-mitorio, ella se subió al piso de arriba. Unode los empleados le dio a Bloch la llave y élechó la llave a la cerradura de l armario.
Pero él no era el dueño, dijo Bloch.Poco a poco, cada vez que decía algo, le suce-día siempre lo mismo. La posadera le invitóa comer. Bloch, que más o menos había pla-neado quedarse a vivir allí, rechazó la invita-
ción. Pero de todos modos dijo que volveríapor la noche. Hertha, que le hablaba desde lahabitación donde se encontraban los muebles,le contestó cuando ya se marchaba; a pesar detodo le pareció que la había oído llamar. Entróde nuevo en el bar y, como todas las puertasestaban abiertas, pudo ver que la camareraestaba en la cocina, de pie junto al fuego,mientras que la posadera ordenaba la ropa de l
armario en el dormitorio y la niña estaba sen-tada en una mesa del bar haciendo los deberes
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de la escuela. Seguramente cuando se marchóhabía confundido el sonido del agua hirviendoen la cocina con una llamada.
A pesar de que la ventana estaba abier-ta, era imposible ver lo que había en el inte-rior del cuartelillo de los carabineros; la habi-tación estaba demasiado oscura para distinguiralgo desde fuera. Pero los de dentro segura-mente habían visto a Bloch; se dio cuenta deello porque contuvo la respiración inconscien-temente al pasar por allí. ¿Era posible que nohubiera nadie en la habitación, a pesar de quela ventana estaba abierta de par en par? ¿Por
qué «a pesar de»? ¿Era posible que no hubieranadie en la habitación, porque la ven tana estabaabierta de par en par? Bloch miró hacia atrás:incluso habían quitado una botella de cervezadel alféizar de la ventana para poder mirarlebien cuando ya había pasado de largo. Oyóun ruido, como cuando una botella rueda porel suelo debajo del sofá. Pero por otra parteno era muy probable que en el cuartelillo tu-
viesen un sofá. Solamente cuando ya se en-contraba un poco más lejos, cayó en la cuentade que habían encendido la radio en el cuar-telillo. Bloch volvió al pueblo por la curva qu ehacía la carretera. De repente comenzó a cami-nar despreocupadamente sintiéndose muy ali-viado, solamente tenía que seguir la carreteray llegaría al pueblo.
Caminó un rato entre las casas. Escu-ch ó algunos discos en un café y el dueño tuvoque enchufar la máquina tocadiscos; se mar-
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chó antes de que los discos se hubieran ter-minado; desde fuera escuchó cómo el dueñovolvía a desenchufar . Un grupo de escolaresestaban sentados en unos bancos mientras es-
peraban el autobús.Se detuvo enfrente de un puesto de
fruta, pero tan lejos, que la mujer qu e estabadetrás de la fruta no podía atenderle. Se lequedó mirando y esperó a que se acercara unpoco más. Un niño, que estaba delante de él,dijo algo, pero la mujer no contestó. Pero en -tonces, cuando se acercó un policía por detrásy estuvo lo suficientemente cerca, la mujer se
dirigió inmediatamente hacia é l.En el pueblo no había cabinas telefó-nicas. Bloch intentó llamar por teléfono a unamigo desde la oficina de correos. Tuvo queesperar en un banco frente a la ventanilla, perola comu nicación n o llegaba. A aquella hora de ldía las líneas estaban sobrecargadas. Despuésde insultar a la empleada se marchó.
Al pasar por los baños públicos en las
afueras de la ciudad, vio a dos policías en bici-cleta qu e venían hacia él. ¡Con los capotespensó. Y cuando los policías se detuvierondelante de él, vio que en efecto llevaban ca-potes; cuando se bajaron de las bicicletas nose quitaron ni siquiera las gomas que les su^jetaban los bordes de los pantalones. Blochtuvo de nuevo la sensación de que estaba con-templando un a caja de música; como si no fue-ra la primera vez que veía todo aquello. Apesar de que tenía echado el cerrojo, seguía
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agarrado a la puerta de la cerca que rodeabalos baños. «Los baños están cerrados», dijoBloch.
Los policías hicieron una serie de co-mentarios con toda naturalidad, pero daba sinembargo la impresión de que tenían un doblesentido; de cualquier manera acentuaron mala propósito palabras como «acera» y «las ca-bras de Becher», diciendo en su lugar «már-chese» y «tomar en consideración», e igual-mente se equivocaron intencionadamente aldecir «disculparse» en lugar de «terminadosa t iempo», y «expulsar» en lugar de «blan-
quear» * . Qué sentido podía tener si no, quelos policías le contaran la historia de las cabrasdel granjero Becher, que una vez, antes de quelos baños se inauguraran , se escanaron v, comoalguien se había dejado la p uerta ab ierta, irrum-pieron allí dentro en tropel e hicieron su snecesidades por todas partes, incluso dejaronmuestras de ello en las paredes de la cafetería,así que fue necesario volver a blanquear las
paredes y los baños no pudieron estar termi-nados a tiempo; ¿y por ese motivo tenía quedejar Bloch la puerta cerrada y quedarse enla acera? Cuando continuaron su camino, los
En efecto, en el idioma alemán puede confundirse el sig-nificado de palabras con una grafía semejante, dependiendode la sílaba q ue lleve el acento. En este caso, las palabras Ge hw eg (¡márchese ) y beherz igen (tomar en consideración),pueden confundirse fácilmente co n las palabras gebweg (acera)y Becher-Ziegen (las cabras de Becher); así mismo z ur rechtenZei t fer t ig y ausweissen , si variamos el acento, podrán tener
el significado de las palabras rechtfertigen (disculparse) yauswetsen (expulsar). [Ñ. del T.]
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policías omitieron, casi burlonamente, las ex-presiones habituales de despedida o por lo me-nos solamente las insinuaron y lo hicieron deun modo muy particular, como si quisieran
darles un segundo significado. Al marcharseno miraron hacia atrás. Para demostrar que notenía nada que esconder, Bloch siguió paradojunto a la verja, contemplando el interior dela casa de baños vacía; «como si fuera un arma-rio abierto, al que he ido para sacar algo», pen-só Bloch. Ya no se acordaba del motivo porel que se había acercado a los baños. Ademáshabía oscurecido; los rótulos de las urbaniza-
ciones a las afueras de l pueblo ya estaban ilu-minados. Bloch volvió al pueblo. Dos chicasque iban en dirección a la estación pasaron porsu lado, y él las llamó. Ellas miraron haciaatrás sin dejar de caminar y le contestaron.Bloch tenía hambre. Comió en la fonda, mien-tras escuchaba la televisión, que se oía desdela habitación vecina. Luego entró a verla conel vaso en la mano, y no se movió de allí hasta
que apareció el cartelito anunciador del finalde la emisión. Pidió la llave y subió a su habi-tación. Cuando estaba ya medio dormido, lepareció oír que arrancaban un coche con lasluces apagadas. Intentó preguntarse inútilmen-te por qué le había venido a la imaginaciónprecisamente un coche con las luces apagadas;probablemente se durmió mientras se hacíaestas reflexiones.
Bloch se despertó con los ruidos y larespiración jadeante de los basureros en la
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calle, que estaban vaciando los enormes cubosde basura en el camión de recogida; pero cuan-do se asomó afuera vio que había sido más
bien la puerta corredera del autobús que sehabía cerrado al arrancar, y que más allá es-taban descargando las cántaras de leche en elmuelle de carga de la lechería; aquí en el cam-po no había camiones para la recogida de lasbasuras; ya empezaban otra vez las confusio-nes.
Bloch vio que la chica estaba en lapuerta con un montón de toallas al brazo, yencima una linterna; antes de que pudieraatraer su atención ya había desaparecido enel pasillo. Después de cerrar la puerta comenzóa disculparse, pero Bloch no podía entenderlaporque en aquel momento estaba también di -ciéndole algo a ella. La siguió por el pasillo;ella ya se había metido en otra habitación; devuelta en su h abitación, Bloch, con m ucha exa-geración, dio dos vueltas a la llave en la ce-rradura. Un poco más tarde fue a buscar a
la chica, qu e estaba algunas habitaciones másallá y le explicó qu e había sido un malenten-dido. La chica, mientras extendía una toallaencima del lavabo, contestó que sí, que habíasido un malentendido, qu e probablemente ha-cía un rato, cuando se encontraba al fondodel pasillo, le había confundido con el con-ductor del autobús que estaba en el rellano dela escalera, así que, creyendo que ya estaba
abajo, había entrado en la habitación. Bloch,que estaba en el quicio de la puerta, dijo, que
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no se había referido a eso. Pero ella abrió elgrifo en aquel momento, así que le pidió qu erepitiera la frase. Bloch contestó entonces, queen la habitación había demasiados armarios,arcenes y cómodas. La muchacha replicó quesí y que sin embargo en la fonda faltaba per-sonal, como probaba la confusión anterior queseguramente en su caso, se había debido alagotamiento. Bloch contestó que no se habíareferido a eso al hacer la observación sobrelos armarios, solamente quiso decir, que apenasse podía mover uno en la habitación.
La muchacha preguntó qué quería decir
con eso. Bloch no contestó. Ella interpretó esegesto mientras estrujaba la toalla sucia, o másbien Bloch interpretó ese gesto como una ré-plica a su silencio. Ella dejó caer la toalla enla cesta; Bloch tampoco contestó esta vez porlo que, en su opinión, la chica comenzó a des-correr las cortinas, así que se salió al pasillo,que estaba más oscuro. «¡No quise decir eso »,exclamó la chica. Le seguía por el pasillo, pero
después Bloch comenzó a seguirla a ella mien-tras repartía las toallas por las habitaciones.En un recodo del pasillo tropezaron con unmontón de sábanas sucias que había en el suelo.Al apartarse Bloch, se le cayó a la chica unacaja de jabón qu e llevaba encima de l montónde toallas. ¿S i necesitaba una linterna paravolver a casa?, preguntó Bloch. Tenía novio,contestó la chica, que se levantó después de
recoger la caja toda colorada. ¿Si en la fondatenían alguna habitación con las puertas do -
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bles?, preguntó Bloch. «M i novio es ebanis ta»,contestó la chica. Bloch dijo que una vez enun a película había visto que en un hotel se
quedaba encerrado un ladrón entre las dospuertas. «¡Todavía no ha conseguido nada ninadie escaparse de nuestras habitaciones », dijola chica.
Abajo en el comedor leyó que habíanencontrado un a moneda americana de cincocentavos junto a la taquillera. Lo s conocidosde la taquillera no la habían visto nunca conun soldado americano; y en esta época habíamuy pocos turistas americanos en el país. Ade-más se habían encontrado garabatos en losbordes de un periódico como los que se hacennormalmente cuando se está conversando conalguien. Estaba claro que los garabatos no pro-cedían de la taquillera; los estaban analizandopara ver si podían proporcionar alguna infor-mación sobre el visitante.
El fondista se acercó a la mesa y pusoencima el impreso de entrada; hasta entonces
lo había tenido Bloch en su habitación. Blochrellenó el impreso. El fondista se había apar-tado un poco y no dejaba de mirarle. En aquelmomento la sierra mecánica cortaba la maderaen la serrería de afuera. Bloch escuchaba elruido corno si se tratara de algo prohibido.
En lugar de llevar lógicamente el im-preso detrás del mostrador, el fondista entróen la habitación vecina y, según vio Bloch, se
quedó allí hablando con su madre; y en lugarde salir enseguida, como era de imaginar, por
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la puerta que se había dejado abierta, siguióhablando hasta que por fin se le ocurrió ce-rrarla. Al cabo de un rato salió la anciana enlugar del fondista. El fondista no la siguiósino que se quedó en la habitación y descorriólas cortinas y entonces, en lugar de quitar latelevisión, enchufó el ventilador.
En aquel momento entró la chica conla aspiradora al otro extremo del comedor.Bloch se imaginaba que la iba a ver salir tran-quilamente a la calle con el aparato; pero enlugar de eso lo enchufó y comenzó a pasarlopo r debajo de las sillas y las mesas. Cuando
entonces el fondista volvió a correr las cor-tinas en la habitación vecina, l a madre del fon-dista volvió a la habitación y finalmente elfondista desenchufó el ventilador, Bloch tuvola sensación de que todas las cosas volvían aencajar de nuevo.
Se informó por el fondista de si en lalocalidad se leían muchos periódicos. «Sola-mente periódicos semanales y revistas», con-
testó el fondista. Bloch, que le había pregun-tado cuando ya se marchaba, al empujar elpicaporte hacia abajo con el codo se pilló elbrazo entre el picaporte y la puerta. «¡Le estábien empleado », exclamó la chica a sus espal-das. Bloch escuchó aún, cómo el fondista lepreguntaba qué había querido decir con eso.
Escribió un par de tarjetas postales,pero no las echó inmediatamente después. Lue-
go, en las afueras de la ciudad, cuando las ibaa echar en un buzón adosado a una verja, vio
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que la próxima recogida del buzón se realizabaal día siguiente. Desde una turné por Sud-américa, donde su equipo tenía qu e mandartarjetas postales desde cada ciudad con la firmade todos los jugadores, Bloch se había acos-tumbrado a escribir tarjetas cuando estaba deviaje.
En aquel momento pasó por allí ungrupo de colegiales; los nifíos iban cantando yBloch echó las postales. Al caer, el buzón vacíoresonó. Pero el buzón era tan pequeño que eraimposible que resonara. Además Bloch habíaechado a andar inmediatamente.
Estuvo caminando un rato campo através. La sensación que tenía de que le caíaen la cabeza un a pelota muy pesada, mojadapor la lluvia, cedió un poco. El bosque comen-zaba cerca de la frontera. Se dio la vuelta cuan-do reconoció la primera torre de control alotro extremo de la vereda, en tierra de nadie.En el linde del bosque se sentó en el troncode un árbol. Casi inmediatamente después se
levantó. Entonces se sentó otra vez y contó eldinero qu e tenía. Alzó la vista. E l paisaje, aun-que era llano, comenzaba a arquearse tan cercade donde él estaba, que daba la sensación dequ e quería eliminar su presencia allí. El seencontraba aquí, en el linde del bosque, allíestaba la casucha de un transformador, allíuna lechería, allí había un campo, allí se veíanunas cuantas siluetas, allí, en el linde de l bos-
que, estaba él. Estaba sentado, tan callado, quellegó a perder la noción de sí mismo. Más tarde
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descubrió que las siluetas que se veían en elcampo eran policías con perros.
Junto a un arbusto de zarzamoras, me -tida casi completamente debajo de las zarza-
moras, se encontró Bloch un a bicicleta de niño.La puso de pie. El sillín estaba bastante alto,como para un adulto. Tenía algunos pinchosde zarzamora clavados en las ruedas, pero apesar de ello no se habían pinchado. En losradios de una rueda se había quedado enredadauna rama de abeto, así que estaba bloqueada.Bloch tiró de la rama. Entonces dejó caer labicicleta al suelo, pues se le ocurrió pensar
que los policías podrían ver los reflejos de lsol en la caja metálica del faro. Pero los poli-cías ya habían pasado de largo con los perros.
Bloch se quedó mirando las siluetasmientras bajaban un a pendiente; relucían laschapas de los perros y también el aparato deradio-escucha. ¿Y si los destellos eran un aseñal? ¿Serían señales luminosas? Poco a pocoestas sospechas fueron desapareciendo: a lo le-
jos brillaban las cajas metálicas de los farosde los coches cuando la carretera dibujaba un acurva, cerca de Bloch relucían los fragmentosde un espejito, más allá el camino estaba cu-bierto de trozos de mica que centelleaban.Cuando Bloch se subió a la bicicleta, las rue-das se iban abriendo camino en la grava.
Recorrió una pequeña distancia en bici-cleta. Finalmente la dejó apoyada en la casetadel transformador y siguió a pie. Leyó el cartelanunciador del cine que estaba pegado con
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grapas en la pared de la lechería; los otroscarteles estaban por el suelo hechos pedazos.Bloch siguió caminando y en el patio de unagranja vio un mozo que tenía hipo. Vio cómorevoloteaban las avispas en un huerto de ár-boles frutales. En un cruce de caminos habíaflores podridas en una lata de conservas. A loslados de la carretera había cajetillas de ciga-rros vacías en la hierba. Junto a las ventanascerradas veía los ganchos para adosar las con-traventanas a las fachadas de las casas. Al pa-sar por una ventana abierta olió a podrido. Enla posada le dijo la posadera que en la casa de
enfrente se había muerto alguien ayer.Cuando Bloch se dirigía a la cocina,
donde estaba ella, se cruzaron en la puerta yél la siguió al bar. Bloch la adelantó y se sentóen una mesa del rincón, pero ella ya se habíasentado en una mesa cerca de la puerta. Cuan-do Bloch iba a decir algo, ella se le adelantóen seguida. El quería comentarle que la cama-rera llevaba zapatos ortopédicos, pero la posa-
dera ya estaba señalando hacia la calle po rdonde, en aquel momento, pasaba un policíacon una bicicleta de niño. «¡Esa es la bicicletadel niño mudo », dijo.
La camarera había llegado con las re-vistas en la mano; los tres juntos miraron afue-ra. Bloch preguntó si el pocero había vueltoa dar señales de vida. La posadera, qu e sola-mente había entendido las palabras «dar se-
ñales de vida», empezó a hablar de soldados.Esta vez Bloch dijo «vuelto» y la posadera
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dijo algo sobre el niño mudo. «¡Ni siquierapodía pedir ayuda », dijo la camarera, peroen realidad estaba leyendo en voz alta el piede una ilustración de las revistas. La posadera
empezó a contar una película en donde alguienhabía metido clavos en la masa de los pasteles.Bloch preguntó si los vigilantes de las torresde control tenían gemelos de campaña; por lomenos allá arriba brillaba algo. «¡Pero si desdeaquí no se ven las torres de control », contestóuna de las mujeres. Bloch vio que todavía lesquedaba en la cara harina de hacer los pasteles,sobre todo en las cejas y en las raíces de loscabellos.
Salió al patio, pero como nadie habíasalido detrás de él volvió adentro. Se apoyóen la máquina tocadiscos dejando todavía sitioa su lado. La camarera, que se había sentadodetrás del mostrador, rompió un vaso. Conel ruido la posadera salió de la cocina, perono miró a la camarera sino a él. Bloch giró elbotón en la parte de atrás de la máquina toca-
discos para bajar el volumen. Entonces, cuandola posadera estaba aún en la puerta, subió elvolumen de nuevo. La posadera comenzó apasear frente a él por la habitación, como siquisiera medirla con sus pasos. Bloch le pre-guntó cuánto tenía qu e pagarle al casero dealquiler. Al escuchar la pregunta Hertha sedetuvo. La camarera empujaba con la escobalos fragmentos de vidrio en un recogedor. Blochfue
hacia Hertha, la posadera pasó muy cercade él en dirección a la cocina. Bloch la siguió.
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Como en la otra silla estaba echado ungato, se quedó a su lado de pie. Ella estabahablando de l hijo de l casero, que era su novio.Bloch se acercó a la ventana y comenzó a ha-cerle preguntas sobre él. Ella contó detalla-damente a qué se dedicaba el hijo del casero.Siguió hablando sin que nadie le preguntara.Bloch vio un tarro de conservas al borde de lacocina. De vez en cuando decía: ¿si? En lospantalones de trabajo colgados en el marcode la puerta descubrió otra cinta métrica. Enese momento la interrumpió y le preguntó po rqu é número empezaba a contar normalmente.
Ella se quedó perpleja, incluso interrumpió latarea de quitar el corazón a una manzana.Bloch dijo qu e desde hacía poco, había obser-vado en sí mismo la costumbre de empezar acontar por el número dos; por ejemplo, estamañana estuvo a punto de atrepellarle un co-che, pues pensó que le daría tiempo a cruzarantes de que pasara el segundo coche; simple-mente no había contado con el primer coche.
La posadera respondió con una frase hecha.Bloch fue a donde estaba la silla y la
levantó por las patas traseras, así que el gatocayó en el suelo de un salto. Se sentó y apartóla silla de la mesa. Al hacer este movimientochocó con una mesita qu e había detrás y unabotella de cerveza s e cayó y fue a parar rodandodebajo de un banco. ¿Por qué estaba todo elrato sentándose, levantándose, luego se mar-
chaba o se quedaba por allí dando vueltas, lue-go volvía a entrar?, preguntó la posadera. ¿Lo
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hacía para burlarse de ella? Bloch, en lugarde contestar le leyó un chiste de la hoja deperiódico donde estaban las peladuras de man-zana. Como veía el periódico al revés, leía tan
entrecortadamente que la posadera, inclinán-dose hacia delante, siguió leyendo. Afuera seoían las risas de la camarera. Algo se cayó alsuelo en el dormitorio. No volvió a oírse nada.Bloch, que antes tampoco había oído ningúnruido, quería echar un vistazo; pero la posa-dera explicó que ya hacía rato qu e había oídoque la niña estaba despierta; seguramente sehabía bajado de la cama y no tardaría en salir
para pedir un pedazo de pastel. Entonces Blochescuchó por primera vez un ruido, y parecíaun gimoteo. Resultó que la niña se había caídode la cama cuando estaba durmiendo y quecuando se despertó en el suelo, junto a la cama,no sabía dónde estaba. Ya en la cocina laniña contó que había moscas debajo de la al-mohada. La posadera le explicó a Bloch quelos niños de los vecinos, que estaban dur-
miendo en su casa mientras duraba el velato-rio en la suya, que era donde había ocurridoel fallecimiento, tenían la costumbre de dis-parar a las moscas que estaban posadas en lapared con las gomas de los tarros de conserva;seguramente, por la noche habían metido lasmoscas que estaban por el suelo debajo dela almohada.
Después de darle a la niña algunas co-sas para que se distrajera —hasta ahora lashabía tirado todas—, poco a poco se calmó.
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Bloch vio que la camarera salía de l dormitoriocon la mano hueca y tiraba las moscas en elcubo de la basura. El no tenía nada que veren el asunto, dijo. Vio que la camioneta de lpanadero se detuvo frente a la casa de los veci-nos y el conductor puso dos barras de pan enlos escalones de la entrada, debajo el pan ne-gro, encima el blanco. La posadera mandó ala niña a la puerta para qu e atendiera al hom-bre; Bloch escuchó que la camarera se mojabalas manos detrás del mostrador; últimamenteese hombre estaba siempre disculpándose, dijola posadera. ¿De verdad?, preguntó Bloch.Entonces entró la niña en la cocina con dosbarras de pan. También vio que la camarerase secaba las manos en el delantal y despuésiba a atender a un cliente. ¿Qué quería beber?¿Quién? De momento nada, fue la respuesta.La niña cerró la puerta de l bar.
«Ahora estamos solos», dijo Hertha.Bloch miró a la niña, qu e estaba mirando a lacasa de en frente por la ventana. «Ella no cuen-ta», dijo ella. Bloch tomó aquello como un aindicación de que quería decirle algo, pero en-tonces se dio cuenta que lo que había queridodecir en realidad era que podía empezar ahablar. A Bloch no se le ocurría nada qu e decir.Dijo una cosa obscena. Ella mandó a la niñaafuera inmediatamente. El acercó la mano aella. Ella le tocó suavemente. El le agarróbruscamente del brazo, pero enseguida la soltó.En la calle se encontró con la niña, que estaba
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hurgando en el cemento de la pared con unabrizna de paja.
Miró por la ventana de la casa de en-frente, que estaba abierta. El cadáver estabasobre una tarima; junto a é l estaba ya el ataúd.Una mujer estaba sentada en un taburete enun rincón, mo jando pan en una jarra de mosto;en un banco detrás de la mesa, un muchachoestaba tumbado de espaldas durmiendo; ungato estaba echado encima de su barriga.
Cuando Bloch entró en la casa casi tro-pezó en el vestíbulo con un tronco de madera.La campesina salió a la puerta, él entró y se
puso a hablar con ella. El muchacho se habíasentado, pero no decía nada; el gato se habíaido. «¡Ha tenido que velar toda la noche »,dijo la campesina. Por la mañana se había en -contrado al muchacho con una chispa bastanteconsiderable. Se volvió hacia el difunto y co-menzó a rezar. Mientras tanto cambió el aguade las flores. «Ocurrió todo m uy deprisa»,dijo, «tuvimos qu e despertar al chiquillo para
qu e fuera corriendo al pueblo.» Pero el niñono supo decirle al cura lo que había pasado yno habían tocado la campana. Bloch notó queestaban empezando a caldear la habitación; alcabo de un rato se desplomaron los troncosde madera que había dentro de la estufa. «¡Traeun poco de leña », dijo la campesina. El mu-chacho volvió con algunos troncos que sujetabacon ambas manos, y los dejó caer junto a laestufa armando una gran polvareda. Se sentódetrás de la mesa y la campesina metió los tron-
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eos en la estufa. «Nos han matado un niñogolpeándole con calabazas», dijo. Dos viejaspasaron por la ventana y saludaron a los dedentro; Bloch vio un bolso negro en el alféizar
de la ventana; acababan de comprarlo, ni si-quiera habían sacado los papeles de relleno.«De repente dio un aullido y murió», dijo lacampesina.
Bloch podía ver el interior del bar deenfrente donde el sol, que ya estaba bastantebajo, brillaba co n tanta intensidad que la parteinferior de la habitación, sobre todo el enta-rimado recién puesto, las patas de las sillas
y las mesas y las piernas de las personas, bri-llaban en sus contornos como si la luz emanarade ellas mismas; vio que el hijo del caseroestaba apoyado en la puerta de la cocina conlos brazos cruzados apoyados en el pecho yhablaba con la posadera, que probablementeestaba todavía sentada en la mesa, un pocomás allá. A medida que el sol se ocultaba, estasimágenes le parecían a Bloch cada vez más
lejanas y confusas. No podía apartar la vistade allí; solamente comenzó a disiparse e sta sen-sación cuando vio a los niños qu e estaban co -rriendo en la calle. Entonces entró un niñocon un ramo de flores. La campesina puso elramo en un vaso y colocó el vaso al pie de latarima. El niño se quedó allí de pie. Un pocodespués la campesina le dio una moneda y elniño se marchó.
Bloch escuchó un ruido, como si lostablones del suelo hubieran cedido bajo el
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peso de una persona. Pero era solamente quelos troncos de la estufa habían vuelto a des-plomarse. Cuando Bloch dejó de hablar conla campesina, el muchacho se tendió en el ban-
co y se quedó dormido otra vez. Luego lle-garon unas mujeres y comenzaron a rezar elrosario. Alguien borró lo que estaba escrito enla pizarra de la fachada de la tienda de ultra-marinos y escribió en su lugar: naranjas, cara-melos, sardinas. En la habitación se hablaba envoz baja, afuera en la calle, los chiquillos ar-maban jaleo. Un murciélago se había quedadoenganchado en la cortina; el muchacho se des-
pertó con sus chillidos y poniéndose en piede un salto enseguida se abalanzó sobre él,pero el murciélago ya se había escapado.
Estaban ya en el crepúsculo, y a nadiele apetecía encender la luz.
Solamente el bar de enfrente estabaun poco iluminado por la luz de la máquinatocadiscos, qu e estaba enchufada; pero nadieponía discos. La habitación de al lado, que era
la cocina, estaba ya completamente a oscuras.A Bloch le invitaron a cenar y se sentó conlos demás a la mesa.
Aunque la ventana estaba ahora cerra-da , había muchos mosquitos en la habitación.Enviaron a un niño po r posavasos a la posadapara ponerlos después encima de los vasos yevitar así que los mosquitos se cayeran dentro.Una mujer vio de repente qu e había perdidoun colgante de la cadena qu e llevaba al cuello.
Todos comenzaron a buscarle. Bloch no se mo-
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vio de la mesa. Al cabo de un rato sintió lanecesidad de ser él mismo el que lo encontraray se unió a los demás. Como no pudieron en-contrar el colgante en la habitación, siguieron
buscando afuera, en el pasillo. Una pala sevino abajo, mejor dicho, Bloch la cogió al vueloantes de que llegara a caerse de l todo. El mu-chacho alumbraba con una linterna, la cam-pesina apareció con una lámpara de petróleo.Bloch pidió la linterna y salió a la calle. Ca-minaba en cuclillas por la grava, pero nadiele había seguido. Escuchó cómo alguien gritabadentro, en el recibidor, que habían encontrado
el colgante. Bloch no quiso creerlo y siguióbuscando. Entonces escuchó que detrás de laventana habían empezado a rezar de nuevo.Dejó la linterna en el alféizar de la ventanay se marchó.
De vuelta en el pueblo Bloch se sentóen un café y se quedó mirando un juego decartas. Empezó a discutir con el jugador qu eestaba delante de él. Los otros jugadores obli-
garon a Bloch a que se marchara. Bloch fuea la habitación trasera. Allí estaban dando unaconferencia con proyecciones. Bloch se quedóun rato mirando. Era una conferencia sobrelos hospitales de órdenes religiosas en el sud-este de Asia. Bloch, qu e había estado todo elrato hablando en voz alta, empezó a discutirotra vez con la gente. Se dio la vuelta y semarchó.
Estuvo reflexionando sobre la posibi-
lidad de volver a entrar, pero no se le ocurría
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qué excusa hubiera podido poner. Fue a otrocafé. Allí quería que desenchufaran el ventila-dor. Además decía que la iluminación era de-masiado débil. La camarera se sentó a su lado
y un poco después él hizo ademán de pasarleel brazo por encima de los hombros; ella sedio cuenta de que sólo se trataba de un ademány se echó para atrás, incluso antes de que élviera con toda claridad que únicamente habíaquerido hacer un ademán. Bloch quiso justifi-carse pasándole de verdad a la camarera elbrazo por encima de los hombros; pero ellaya se había puesto en pie. Cuando Bloch iba a
levantarse la camarera se fue. Ahora Bloch hu-biera tenido que fingir que se proponía seguir-la. Pero era demasiado para él y se marchódel café.
En su habitación de l hostal se despertópoco antes del amanecer. De repente todo loque estaba a su alrededor le resultaba inaguan-table. Pensó detenidamente si de verdad es-taría despierto, pues justamente en un mo-
mento determinado, en este caso poco antesdel amanecer, de buenas a primeras todo sevolvía insoportable. El colchón estaba hundidobajo su peso, los armarios y las cómodas esta-ban muy lejos, apoyados en las paredes, eltecho, por encima de él, tenía una altura inso-portable. Había un silencio tal en la habitaciónun poco iluminada, afuera en el pasillo y sobretodo en la calle, que Bloch no lo pudo aguan-tar más. Unas intensas náuseas se apoderaron
de él. Acto seguido vomitó en el lavabo. Estuvo
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vomitando un rato sin sentir ningún alivio.Se tumbó otra vez en la cama. No estaba ma-reado, por el contrario veía todo con un equili-brio inaguantable. No le sirvió para nada aso-
marse por la ventana y mirar a la calle. Unalona se mantenía inmóvil encima de un cocheaparcado. Descubrió do s cañerías en una paredde la habitación; estaban colocadas paralela-mente, desde el techo hasta el suelo. Todo loqu e veía estaba limitado de una forma insopor-table. Las náuseas no le hacían incorporarsesino que parecía como si le oprimieran. Ledaba la sensación de que todo lo que veía lotenía grabado con un cincel, o más bien como
si los objetos que le rodeaban se recortaran so -bre un fondo. El armario, el lavabo, la bolsa deviaje, la puerta: entonces se dio cuenta de que,como si alguien le forzara a ello, le venía a lamente la palabra correspondiente a cada ob-jeto. Cada vez que divisaba un objeto seguíainmediatamente la palabra. La silla, la per-cha, la llave. Hasta entonces el silencio habíasido tan absoluto qu e ningún ruido le había lla-
mado la atención; y como, por una partehabía la suficiente claridad para poder ve rlos objetos qu e tenía alrededor, y por otraparte estaba todo tan silencioso que ningún rui-do podía distraer su atención de los objetos,los había visto como si al mismo tiempo sehubiesen estado haciendo propaganda a sí mis-mos. En realidad las náuseas eran parecidas alas náuseas que le entraban cuando oía deter-
minados anuncios, canciones de moda o himnos
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nacionales que, eran tan pegadizos, qu e hastaen sueños los repetía o tarareaba. Contuvo larespiración como si tuviera hipo. Al inspirar levolvieron las náuseas. Contuvo la respiración
de nuevo. Al cabo de un rato surtió un poco deefecto y se durmió.A la mañana siguiente todo esto le ha-
bía desaparecido de la imaginación. Y a habíanhecho la limpieza en el comedor y un emplea-do de la oficina de impuestos se paseaba po rallí, pasando revista a los diversos objetosmientras el fondista le daba una relación delos precios. El fondista le presentó al empleado
las facturas de la cafetera y de un congelador;como los dos estaban hablando de precios, aBloch le parecieron aún más ridículos los epi-sodios de la noche. Después de hojear los pe-riódicos los dejó a u n lado y se puso a escucharal empleado de impuestos, que discutía con elfondista sobre el precio de un menú. L a madredel fondista y la chica se les unieron; todoshablaban a la vez. Bloch se metió en la discu-sión y preguntó qué era lo que costaba apro-
ximadamente amueblar una habitación de lafonda. El fondista contestó qu e había com-prado los muebles muy baratos a los campe-sinos de la comarca que, o bien se habían mar-chado o incluso algunos habían emigrado. Ledijo un precio a Bloch. Bloch quiso saber elprecio de cada pieza de l mobiliario po r sepa-rado. El hostelero le dijo a la chica que le tra-jera el inventario de la habitación y no sola-
mente les dio el precio a que había comprado
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cada objeto, sino también el precio que creíaqu e podía poner a un arcón o un armario encaso de volverlos a vender. El empleado de im-puestos, que había estado todo el rato tomando
nota, dejó de escribir y le pidió a la chica unvaso de vino. Bloch estaba satisfecho y queríamarcharse. El empleado de impuestos explicóqu e cuando é l veía un objeto, po r ejemplo unalavadora, se informaba inmediatamente del pre-cio, y cuando volvía a ver el objeto, por ejem-plo una lavadora de la misma marca, e ra capazde reconocerla no solamente por los distintivosexteriores, que en una lavadora podían ser los
botones del programa de lavado, sino que seguiaba siempre por lo que el objeto, en estecaso la lavadora, costaba la primera vez que lovio, o sea, por el precio. Desde luego procurabaque el precio se le quedara grabado con todaexactitud y de esta manera reconocía inmedia-tamente todos los objetos cuando los veía po rsegunda vez. ¿Y si el objeto no merecía lapena?, preguntó Bloch. El no tenía nada qu ever con objetos sin valor comercial, contestó e lempleado de impuestos, por lo menos en loqu e correspondía al ejercicio de la profesión.
Todavía no habían encontrado al niñomudo. Desde luego habían puesto la bicicletabajo custodia y buscaban por los alrededores,pero no se oía ningún disparo, lo que hubierapodido ser una señal de que uno de los poli-cías había dado co n algo. De cualquiera modoel ruido de l secador detrás del biombo en lapeluquería en que Bloch había entrado era tan
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alto que no se oía nada de l exterior. Dijo qu ele cortaran los pelos del cuello. Mientras elpeluquero se lavaba las manos la chica le cepi-lló a Bloch el cuello de la camisa. Entonces
desenchufaron el secador de pelo y escuchócómo alguien por detrás del biombo pasabaunas hojas. Se oyó una especie de chasquido.Pero era solamente que al otro lado del biomboun bigudí se había caído en una palangana.
Bloch preguntó a la chica si se iba acasa en el descanso del mediodía. La chica con-testó que no era del pueblo, que venía en trentodas las mañanas; al mediodía se iba a un
café o se quedaba allí con su compañera. Blochle preguntó si compraba todos los días un bi-llete de ida y vuelta. La muchacha contestóqu e compraba un abono semanal. «¿Cuántocuesta el abono semanal?», preguntó Blochinmediatamente. Pero antes de que la chicacontestara, dijo que eso no era asunto suyo.A pesar de todo la muchacha dijo el precio.La compañera dijo por detrás del biombo:«¿Por qué lo pregunta, si no es asunto suyo?»
Bloch, que ya se había puesto en pie, leyó toda-vía la lista de precios junto al espejo mientrasesperaba el cambio y se marchó.
Descubrió que tenía la extraña m anía deenterarse de los precios de todo. Se quedóaliviado cuando vio que en la luna de cristaldel escaparate de una tienda de ultramarinos,habían escrito con pintura blanca los nombresde las mercancías qu e habían entrado última-
mente y sus precios correspondientes. En un
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puesto de fruta qu e estaba delante de la tien-da, se había caído la pizarra de los precios.La puso en pie de nuevo. El movimiento fuesuficiente para qu e alguien saliera y le pregun-
tara si quería comprar algo. En otra tiendahabían puesto un vestido muy largo encima deuna mecedora. Una etiqueta en la que estabaclavado un alfiler, estaba junto al vestido en elasiento de la mecedora. Bloch no tenía muy cla-ro si el precio se refería a la silla o al vestido;probablemente uno de los dos no estaba a laventa. Se quedó parado allí delante hasta queesta vez también salió alguien a preguntarle.
El preguntó a su vez; le contestaron que segu-ramente el alfiler de la etiqueta se había caídode l vestido, pero desde luego era evidente quela etiqueta no podía ser de la mecedora; porsupuesto, era de propiedad privada. Solamentehabía querido informarse, dijo Bloch, que yase iba. Le gritaron donde podía encontrar esemismo modelo de mecedora. En un café pre-guntó Bloch el precio de la máquina tocadis-cos.
No era suya, dijo
el dueño, solamente
eraprestada. No se había referido a eso, contestóBloch, sólo quería saber el precio. Únicamentese quedó satisfecho cuando el dueño le dijo elprecio. Pero no estaba seguro, dijo el dueñoEntonces Bloch empezó a preguntar sobre otrosobjetos de l establecimiento pues el dueño teníaque saber sus precios, ya que eran de su pro-piedad. Después el dueño empezó a hablar delos baños públicos, cuyo costo de construcción
había excedido con mucho al presupuesto ini-
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cial. « ¿ E n cuánto?», preguntó Bloch. El due-ño no lo sabía. Bloch se impacientó. « ¿ Y acuánto ascendía el presupuesto inicial de l cos-to?», preguntó Bloch. El dueño tampoco pudo
contestar esta vez. De cualquier manera enla primavera pasada había sido encontrado unmuerto en una cabina, qu e probablemente ha-bía pasado allí todo el invierno. Tenía la cabezametida en una bolsa de plástico. El muertohabía resultado ser un gitano. En la regiónhabía algunos gitanos sedentarios; se habíanconstruido unas casitas en el linde de l bosquecon la indemnización de daños y perjuicios,
qu e habían recibido por su detención en loscampos de concentración. «Por lo visto pordentro las tienen muy limpias», dijo el dueño.Lo s policías, que con motivo de la búsquedadel escolar desaparecido habían interrogado alos habitantes de las casitas, se habían quedadosorprendidos al ver el suelo recién fregado yen general el orden existente en el interior.Pero precisamente ese orden, siguió diciendo
el dueño, no había hecho más que agravar lassospechas; pues seguramente los gitanos nohubieran fregado el suelo de no haber tenidoun motivo. Bloch no desistió en su propósitoy preguntó si habían tenido suficiente con laindemnización para la construcción de los alo-jamientos. El dueño no podía decir a cuánto s ehabía elevado la indemnización. «Por entonceslos materiales de construcción y los obreroseran aú n baratos», dijo el dueño. Bloch dio
la vuelta por curiosidad al vale de caja qu e
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estaba pegado a la base del vaso de cerveza.«¿Tiene esto algún valor?», preguntó despuésmientras se metía la mano en el bolsillo yponía una piedra encima de la mesa. El dueño
sin tocar la piedra contestó qu e piedras comoesa se encontraban en los alrededores cada dospasos. Bloch no replicó. Entonces el posaderocogió la piedra, la hizo rodar un poco en elhueco de la mano y volvió a ponerla encimade la mesa. ¡Qué desilusión Bloch guardó lapiedra inmediatamente.
En la puerta se encontró con las dospeluqueras. Les propuso, qu e fueran con él a
otro establecimiento. La segunda dijo qu e allíno había discos en la máquina. Bloch preguntóqué quería decir con eso. Ella contestó que losdiscos eran malos. Bloch salió y ellas le siguie-ron. Pidieron algo de beber y las chicas saca-ron unos bocadillos. Bloch se inclinó haciadelante y comenzó a charlar con ellas. Le ense-ñaron sus carnets de identidad. Al tocar lasfundas, las manos comenzaron a sudarle al mo-
mento. Le preguntaron si era soldado. La se-gunda de las dos estaba citada por la tardecon un representante; pero saldrían dos pa-rejas juntas porque cuando iba sola una pa-reja no se sabía de qué hablar. «Cuando v anjuntas dos parejas una vez habla uno, luegootro. Se cuentan chistes.» Bloch no supo quécontestar. En la habitación de al lado un niñoandaba a gatas por el suelo. Un perro dabasaltos alrededor de l niño y le lamía la cara.
El teléfono sonaba en la barra; mientras es-
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tuvo sonando Bloch no atendió a la conversa-ción. Los soldados casi nunca tenían dinero,dijo la peluquera. Bloch no contestó. Comoles miraba las manos, ellas le explicaron que el
fijador les había ennegrecido las uñas. «N osirve de nada pintarlas, el borde sigue estandonegro.» Bloch levantó la vista. «Nos compra-mos toda la ropa confeccionada.» «Nos peina-mos la una a la otra.» «En el verano, cuandovolvemos a casa es todavía de día.» «Prefierobailar lento.» «Cuando volvemos a casa ya nocontamos tantos chistes, entonces se olvida unode hablar.» Ella se tomaba todo demasiado en
serio, dijo la primera peluquera. Ayer, en elcamino hacia la estación, había mirado inclusoen los huertos de frutas buscando al colegialdesaparecido. Bloch había dejado los carnetsencima de la mesa en lugar de devolvérselosa ellas, como si no tuviera ningún derecho amirarlas. Se quedó mirando cómo el vaho desu huella digital desaparecía de las fundas deplástico. Cuando le preguntaron lo que era,
contestó que había sido portero de un equipode fútbol. Explicó que los porteros podían estarmás tiempo activos que los jugadores de campo.«Zamora se mantuvo hasta que ya era bastanteviejo», dijo Bloch. Como respuesta se pusierona hablar de los jugadores de fútbol que ellasconocían. Cuando se jugaba un partido en supueblo, se ponían detrás de la portería delequipo visitante y le hacían burla al porteropara ponerle nervioso. La mayoría de los por-teros eran zambos.
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Bloch observó qu e cada vez qu e men-cionaba algo y comenzaba a hablar de ello,contestaban las dos con una h istoria qu e les ha-bía ocurrido a ellas con el objeto mencionado
o con un objeto parecido, o que en cualquiercaso conocían de oídas. Por ejemplo, si Blochhablaba de la fractura de costillas que habíasufrido siendo portero, ellas contestaban queunos días antes se había caído un trabajadorde una pila de tablones en la serrería de l pue-blo y también había sufrido un a fractura decostillas; y cuando Bloch mencionó entoncesque habían tenido que coserle los labios varias
veces, le contaron como respuesta un combatede boxeo de la televisión, donde a un boxeadorle habían reventado también una ceja; y cuandoBloch contó que al dar un salto una vez chocócon un lateral de la portería y se partió lalengua por la mitad, ellas replicaron inme-diatamente que el colegial mudo también teníala lengua partida en dos.
Además habla ban de cosas y sobre todode personas que era imposible que él conocie-ra, dando po r descontado que él tenía qu econocerlas y que sabía perfectamente de loque hablaban. María le había pegado a Ottoen la cabeza con el bolso de cocodrilo. El tíohabía bajado al sótano, había perseguido aAlfred por el patio y había pegado a la coci-nera italiana con una rama de abedul. Eduardse había apeado en la bifurcación de caminos,así que a medianoche tuvo qu e irse a pie a
casa; ella había atravesado el bosque de l ase-
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sino de niños para que Walter y Karl no lavieran caminando por el camino de los extran-jeros, y al final se había quitado los zapatosde baile que le había regalado el señor Frie-
drich. Bloch sin embargo, hacía una aclaracióna cada nombre y explicaba también de quiénse trataba. Incluso describía algunos de losobjetos que mencionaba para "explicar cómoeran. Cuando surgió el nombre de Víctor Blochañadió: «U n conocido mío»; y cuando hablabade un tiro libre no solamente describía lo queera un tiro libre sino que les explicaba, mien-tras las peluqueras esperaban la continuación
de la historia, las reglas del tiro libre en ge-neral; e incluso, cuando mencionaba u n córnerque un arbitro había pitado, creía que estabaen la obligación de explicarles que no se tratabade la esquina de una habitación *. Cuanto máshablaba, menos natural le parecía lo que decía.Poco a poco llegó a la convicción de que cadapalabra necesitaba un a aclaración. Tenía qu edominarse para no detenerse en medio de unafrase. Algunas veces, cuando estaba diciendoun a frase qu e había pensado co n anterioridad,se equivocaba; cuando lo que decían las pelu-queras resultaba ser exactamente igual que loque él se había imaginado mientras estaba es-cuchando, le era imposible contestar. Mientrasestuvieron hablando entre ellos con familiari-
* La palabra alemana Ecke viene a designar el córner delos españoles; palabra que el castellano ha tomado de l original
inglés córner qu e significa, al igual qu e Ecke en alemán, rin-cón o esquina. [N. de l T ~ ¡
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dad, se había ido olvidando cada vez más delo que le rodeaba; ni siquiera había seguidoviendo al perro y al niño de la habitación deal lado; pero, cuando después se detuvo sin
saber cómo continuar y comenzó a buscar fra-ses que todavía se sentía capaz de decir, elexterior comenzó a llamarle de nuevo la aten-ción y por todas partes veía particularidades.Por fin preguntó si Alfred era amigo de ellas;si siempre había una rama de abedul encima delarmario; si el señor Friedrich era un represen-tante; o si el camino de los extranjeros sellamaba así porque a lo mejor pasaba por una
población extranjera. Ellas le contestaban muycomplacientes y poco a poco Bloch comenzó apercibir de nuevo, y todo al mismo tiempo,siluetas, movimientos, voces, llamadas y for-mas en lugar de cabellos teñidos con las raícesoscuras, en lugar de un broche solitario en elescote, en lugar de unas uñas ennegrecidas,en lugar de una sola espinilla en las cejas depi-ladas, en lugar del abrigo de pieles en elasiento de una silla del café. Con un solo mo-vimiento, rápido y sereno, cogió al vuelo elbolso que de improviso se había caído de lamesa. La primera peluquera le ofreció un boca-do de su bocadillo, y mientras ella lo sosteníamordió con toda naturalidad.
Alguien decía en la calle que habíandado vacaciones en la escuela para que todoslos niños pudieran buscar a su compañero. Perosolamente habían encontrado algunos objetos
que, aparte de un espejito hecho pedazos, no
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tenían nada que ver con el desaparecido. Elespejito había sido identificado como propie-dad del niño por la funda de plástico. Aunquehabían registrado meticulosamente los alrede-
dores del lugar del hallazgo, no habían encon-trado ningún otro punto de referencia. El poli-cía que le contó a Bloch todo esto, añadió, quedesde el día de la desaparición se desconocíael paradero de uno de los gitanos. A Bloch leextrañó que el policía, estando incluso al otrolado de la calle, se hubiera detenido para gri-tarle toda la historia. Preguntó a su vez si yahabían mirado en la casa de baños. El policía
contestó que el edificio estaba cerrado con lla-ve, y que ni siquiera un gitano podría entrar llí
En las afueras del pueblo Bloch obser-vó que los campos de maíz estaban casi porcompleto pisoteados, de forma que entre lostallos quebrados se podían ver las flores ama-rillas de la calabaza; en aquella época flore-cían por primera vez, en medio de un campo
de maíz, siempre a la sombra. Por la calle seveían po r todas partes mazorcas de maíz arran-cadas a medio pelar, y mordisqueadas por loscolegiales, a su lado estaban las hojas de lamazorca, de un color más oscuro. Bloch yahabía visto en el pueblo cómo se peleabanmientras esperaban el autobús, lanzándoseunos a otros pelotitas fabricadas co n esas fi-bras oscuras. Las hojas de maíz estaban tanmojadas, qu e cada vez que Bloch pisaba unmanojo, rezumaba agua y se oía una especie
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de burbujeo, como si estuviera andando porun terreno pantanoso. Por poco tropieza conun a comadreja qu e alguien había atropelladoy tenía un buen pedazo de lengua fuera de las
fauces. Bloch se detuvo y rozó con la puntadel zapato la lengua larga y delgada, que lasangre había oscurecido: estaba dura y rígida.Empujó la comadreja con el pie hasta la cunetay siguió su camino.
Al llegar al puente dejó la carretera ycaminó junto al arroyo en dirección a la fron-tera. A medida que iba avanzando, daba la sen-sación de que el arroyo era cada vez más pro-
fundo, por lo menos el agua corría más lenta-mente. Los avellanos de las orillas cubrían detal manera e l arroyo, que la superficie de l aguaapenas se veía. A lo lejos se oía el chirrido deuna guadaña en la siega. Cuanto más lenta-mente corría el agua, más turbia parecía vol-verse. Al entrar en una curva el arroyo se de-tenía en seco, y las aguas se volvían más tur-bias. Se oía el traqueteo de un tractor a bas-tante distancia de allí como si estuviera porcompleto desconectado de todo aquello. Ne-gros matojos de bayas de saúco un poco pa -sadas colgaban entre la espesura. Había pe-queñas manchas de aceite en la superficie in-móvil del agua.
A veces se veían burbujas, que subíandel fondo del agua. Los extremos de las ramasde los avellanos se metían en el arroyo. Enaquellos momentos ningún ruido del exterior
podía distraer la atención. Apenas habían sa-
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lido las burbujas a la superficie, se veía cómovolvían a desaparecer. Algo saltó a tal veloci-dad, que era imposible reconocer si había sidoun pez.
Cuando Bloch, al cabo de un rato, semovió inesperadamente, com enzaron a aparecerburbujas en el agua. Atravesó un puentecilloqu e llevaba a la otra orilla y se quedó inmóvil,con la mirada baja, contemplando el agua. Elagua estaba tan tranquila, que la parte de arri-ba de las hojas qu e nadaban en la superficieestaba completamente seca.
Se veía cómo las arañas de agua co-
rrían de aquí para allá y por encima de ellas,manteniéndose siempre al mismo nivel, vo-laba un enjambre de mosquitos. En un puntodeterminado, el agua se encrespaba un poco.Se oyó de nuevo un chapuzón, y es que unpez había dado un salto en el agua. Desde laorilla se veía un sapo, que estaba sentado enla otra orilla. U n pedazo de barro se desprendióde la orilla y otra vez empezaron a subir bur-bujas de l fondo. Los pequeños episodios qu etenían lugar en la superficie de l agua parecíantan importantes que, cuando volvían a repe-tirse, se quedaba uno observándolos atenta-mente y en seguida se acordaba de ellos. Y lashojas se movían tan lentamente en la superfi-cie del agua, que se intentaba mirar sin pesta-ñear hasta que le ardían a uno los ojos, puesse tenía miedo de que con el pestañeo se pu-diera confundir sin darse un o cuenta, el mo-
vimiento de las pestañas con el movimiento de
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las hojas. En el agua llena de lodo ni siquierase reflejaban las ramas, que casi llegaban asumergirse en ella.
Fuera del campo visual había algo que
a Bloch, qu e miraba inmóvil el agua, le co-menzó a molestar. Parpadeó, como si sus ojostuvieran la culpa, pero no miró hacia el lugarque le inquietaba. Poco a poco el objeto apare-ció en su horizonte. Lo estuvo viendo duranteun rato sin darse cuenta de lo que era; pare-cía, como si la totalidad de su conciencia fueseun punto ciego. Entonces, como cuando enun a película cómica alguien abre un a caja sin
darle la menor importancia y continúa charlan-do, y solamente un poco después se detiene yvuelve de nuevo su atención a la caja, vio a suspies, en el agua, el cadáver de un niño.
Entonces volvió a la carretera. En lacurva donde se encontraban las últimas casasantes de llegar a la frontera, se encontró conque un policía venía de frente en una motoci-cleta; le había visto de antemano en el espejode la curva; entonces apareció realmente en lacurva sentado muy derecho en el vehículo,con guantes blancos, con una mano apoyadaen el manillar y otra en la barriga; tenía lasruedas manchadas d e barro; un a hoja de remo-lacha estaba enganchada en los rayos de la rue-da . El rostro del policía no delataba nada.Cuanto más observaba Bloch la figura de lamotocicleta, le parecía cada vez más como siestuviera alzando la vista lentamente de la
hoja de un periódico y acto seguido mirara po r
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una ventana al exterior: el policía se alejabacada vez más y le interesaba menos cada vez.Al mismo tiempo Bloch cayó en la cuenta deque, aquello que había visto mientras obser-
vaba al policía, lo vio durante u n instante comosi se tratara de una comparación con algunaotra cosa. El policía desapareció de la vista yBloch dedicó solamente su atención a las cosassuperficiales. Se dirigió a la posada de la fron-tera y cuando llegó allí, aunque la puerta delba r estaba abierta, no encontró a nadie.
Se quedó un rato allí parado, entoncesabrió la puerta de nuevo y, una vez dentro,
la cerró con todo cuidado. Se sentó en unamesa del rincón, y esperó mientras lanzaba deun lado para otro las bolas que se utilizabanen las cartas para contar los juegos que seganaban. Finalmente mezcló la s cartas q ue aso-maban entre las filas de bolas, y comenzó ajugar él solo. Al poco rato se entusiasmó conel juego; una carta se le cayó debajo de la mesa.Se agachó y vio que la niña de la posadera
estaba en cuclillas debajo de una mesa, ro-deada de sillas por todas partes. Bloch se in-corporó y continuó el juego; las cartas estabantan manoseadas, que al tocarlas le daba la sen-sación de que estaban hinchadas. Miró al in-terior de la habitación de la casa de enfrente,y la tarima se había quedado ya vacía; lasventanas estaban abiertas de par en par. Unos
niños comenzaron a chillar en la calle, y la
niña apartando rápidamente las sillas de un
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empujón, salió de su escondite y corrió a lacalle.
La camarera llegó del patio. Como sifuera un a respuesta al hecho de verle allí sen-
tado, dijo que la posadera había ido al castillopara renovar el contrato de alquiler. Detrásde la camarera entró un mozo, que arrastrabaen cada mano un a caja de cervezas; pero a pe-sar de ello mantenía la boca abierta. Bloch ledijo algo, pero la camarera le advirtió que nole dirigiera la palabra, pues cuando iba tancargado le era imposible hablar. El mozo, queal parecer era un poco retrasado mental, apiló
las cajas detrás de l mostrador. La camarera ledijo: «¿Ha vuelto a sacudir la ceniza encimade la cama en lugar de echarla al arroyo? ¿Y ano jode con las cabras? ¿Todavía hace picadi-llo las calabazas para embadurnarse la caracon ellas?» Fue a la puerta con una botellade cerveza, pero él no contestó. Cuando ellale enseñó la botella, se acercó. Ella le dio labotella y le abrió la puerta. Un gato entrócorriendo a toda velocidad, dio un salto enel aire intentando atrapar una mosca, e inme-diatamente se la tragó. La camarera cerró lapuerta. Mientras la puerta había permanecidoabierta, Bloch escuchó el timbre del teléfonoque sonaba allí al lado, en el cuartelillo dela aduana.
Bloch se dirigió entonces al castillo, yel mozo iba delante; caminaba lentamente por-que no quería adelantarle; se quedó observán-
dole mientras señalaba con gestos violentos
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un peral y le oyó decir: «¡Un enjambre deabejas », y también él creyó ver al mirar po rprimera vez que allá arriba, colgado de lasramas, había realmente un enjambre de abe-jas; hasta que al mirar con atención los otrosárboles, reconoció que lo que ocurría era sola-mente que los troncos de los árboles en algu-nos sitios eran más gruesos de lo normal. Vioque el mozo, como si quisiera comprobar quese trataba de un enjambre de abejas, lanzaba.la botella a la copa del árbol. El líquido quequedaba dentro salpicó el tronco, la botellacayó en un montón de peras podridas que
había en la hierba e inmediatamente, acompa-ñadas de un zumbido, comenzaron a salir mos-cas y avispas del montón de peras. Bloch ca-minaba ahora junto al mozo, y oyó cómo ha -blaba de un «bañista chiflado» que había vis-to ayer bañándose en el arroyo; tenía los dedosmu y arrugados y le salía un globo de espumapor la boca. Bloch le preguntó si sabía nadar.Vio que el mozo fruncía los labios y asentía
violentamente con la cabeza, pero entonces oyóque decía «no». Bloch se adelantó y todavíapodía oír cómo seguía hablando, pero no vol-vió la cabeza.
Al llegar al castillo dio unos golpecitosen la ventana de la casa del portero. Se acercótanto al cristal, que podía mirar adentro. En-cima de la mesa había un recipiente lleno deciruelas. El portero, que estaba tumbado enel sofá, se acababa de despertar; comenzó a ha-cerle señas, pero Bloch no sabía cómo contes-
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tarle. Movió la cabeza afirmativamente. El por-tero salió con una llave, abrió la puerta y dán-dose la vuelta inmediatamente tomó la delan-tera. ¡Un portero con una llave , pensó Bloch;
otra vez le pareció como si todo lo que veíafuera solamente una retrasmisión. Se dio cuen-ta de que el portero tenía la intención de guiar-le por el edificio. Se propuso aclarar el malen-tendido; pero aunque el portero hablaba muypoco, no se presentó ninguna oportunidad.Atravesaron una puerta a la entrada que teníaclavadas sobre el quicio multitud de cabezasde peces. Bloch se había preparado para recibir
un a explicación, pero al parecer se le habíapasado otra vez por alto el momento oportuno.Ya estaban dentro.
En la biblioteca el portero le leyó envoz alta fragmentos de algunos libros, dondese hablaba de cómo en la Edad Media los cam-pesinos tenían qu e ceder a su señor gran partede la cosecha en concepto de renta. Bloch noconsiguió interrumpirle en este punto porque,en aquel momento, el portero estaba traducien-do una inscripción latina qu e hablaba de uncampesino insubordinado. «Tuvo qu e abando-nar el señorío», leyó el portero, «y algúntiempo después le encontraron en el bosquecolgado boca abajo de una rama con la cabezaen un hormiguero.» El libro de rentas era tangrueso, que el portero necesitó las dos manospara darle la vuelta. Bloch preguntó si la casaestaba habitada. El portero contestó que la
entrada a las habitaciones privadas no estaba
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permitida. Bloch oyó un chasquido, pero erasolamente que el portero había cerrado el libro.«La oscuridad en los bosques de abetos», citóel portero de memoria, «le hizo perder el jui-
cio.» Afuera se oyó un ruido, como si unamanzana muy pesada se desprendiera de unarama. Pero no se oyó el impacto. Bloch mirópor la ventana y vio que el hijo de l casero es-taba en el jardín, donde, con una larga vara,que tenía en el extremo un saco con púas enlos bordes, arrancaba las man zanas con las púasy después caían en el saco; mientras que laposadera estaba debajo, en la hierba, con el
delantal extendido.En la habitación vecina había tableroscon mariposas colgados en las paredes. El por-tero le enseñó las manchas que le habían salidoen las manos al disecarlas. A pesar de todomuchas m ariposas se habían caído de los alfile-res en que estaban clavadas; Bloch vio el polvoen el suelo, debajo de los tableros. Se acercóun poco más y observó con atención los restos
de las mariposas que aún estaban clavados enlos alfileres. Cuando el portero entró y cerróla puerta a sus espaldas, se desprendió algode un tablero fuera de su campo visual y sedeshizo en polvo al caer. Bloch vio un pavónnocturno, que parecía casi enteramente cubier-to por un resplandor verdoso y opaco. No seinclinó hacia delante, ni tampoco dio un pasoatrás. Leyó los rótulos al pie de los alfileresvacíos. Algunas mariposas habían cambiadotanto de forma, qu e solamente se las podía
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reconocer por las descripciones de los rótulos.«U n cadáver en el cuarto de estar», citó elportero desde la puerta que comunicaba conla habitación de al lado. Alguien dio un grito
en el exterior y se oyó que una manzana secaía al suelo. Bloch, al asomarse a la ventana,vio cómo una rama vacía recobraba bruscamen-te su posición inicial. La posadera echó la man-zana que se había caído al suelo en el montónde las manzanas dañadas.
Luego llegaron unos colegiales foraste-ros y el portero interrumpió el recorrido paraempezar desde el principio. Bloch aprovechó
la oportunidad y se marchó de allí.De nuevo en la calle se sentó en un
banco junto a una parada del autobús postalque, según decía un letrero de latón, había sidodonado por la caja de ahorros de la localidad.Las casas estaban tan alejadas unas de otras,que parecían todas iguales; cuando las campa-nas empezaron a sonar, era imposible distin-guirlas en el campanario. Un avión pasó volan-do tan alto por encima de su cabeza, que nollegó a verlo; solamente consiguió ver un re-flejo. A su lado en el banco había un rastroseco de caracol. Debajo del banco la hierba es-taba todavía húmeda del rocío de la nocheanterior: el envoltorio de celofán de un pa-quete de cigarrillos estaba empañado de vapor.A su izquierda veía... A su derecha había...A sus espaldas vio... le entró hambre y siguióandando.
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De vuelta en la posada. Bloch pidióun plato de fiambres. La camarera cortó elpan y los fiambres con un aparato de cortar elpan y le llevó un plato con las lonchas de fiam-
bres; po r encima había puesto un poco de mos-taza. Bloch comió, ya empezaba a oscurecer.En la calle, jugando, un niño había encontradoun escondite tan bueno, que no le pudieronencontrar. Solamente cuando el juego se habíaterminado, Bloch le vio caminando por la callevacía. Puso el plato a un lado, apartó tambiénel posavasos, puso el salero a un lado.
La camarera se llevó la niña a la cama.
Luego la niña volvió al bar y comenzó a correren camisón de un sitio a otro, entre los clien-tes. De vez en cuando subían polillas aleteandodesde el suelo. Cuando la posadera volvió, sellevó a la niña otra vez al dormitorio.
Corrieron las cortinas y el bar se llenó.Se veían algunos mozos en la barra que, cadavez que se reían, daban un paso hacia atrás.Junto a ellos había unas chicas con abrigos de
seda artificial, como si fueran a marcharse en-seguida. Se veía cómo un mozo contaba algoy los demás se quedaban inmóviles, y entoncesse echaban a reír todos al mismo tiempo. Losque estaban sentados, se habían acercado lomás posible a la pared. Se veía cómo la pinzametálica de la máquina-tocadiscos escogía undisco, se veía cómo el brazo se colocaba encimadel disco, se oía cómo algunos, que esperabansus discos, enmudecían; era inútil, no servíade nada. Y no servía de nada que se viera
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cómo resbalaba el reloj de pulsera en la muñecade la camarera, por debajo de las mangas delchaleco, cuando dejaba colgar el brazo de purocansancio, que la manivela de la cafetera auto-
mática se levantara lentamente y que se oyeracómo alguien, antes de abrir la caja de cerillas,se la llevaba al oído y la agitaba. Se veía cómolos vasos sucios se estaban reponiendo conti-nuamente, cómo los mozos se abofeteaban enbroma. Todo era inútil. Solamente le parecióque el ambiente se ponía serio de nuevo, cuan-do alguien dijo en voz alta que quería pagar.
Bloch estaba bastante borracho. Pare-
cía como si todos los objetos estuvieran fuerade su alcance. Estaba tan alejado de los acon-tecimientos, que él mismo ya no se hallaba enlo que veía o escuchaba, ¡Como las fotogra-fías aéreas , pensó, mientras miraba los cuer-nos y las cornamentas que estaban colgadas enla pared. Los ruidos le parecían intermitenciasde la radio, eran parecidos a las voces y ca-rraspeos que se oían en las retrasmisiones por
la radio de los servicios litúrgicos.Al cabo de un rato entró el hijo de lcasero. Llevaba pantalones bombachos y colgóel abrigo tan cerca de Bloch, que le obligó ainclinarse a un lado.
La posadera se sentó junto al hijo delcasero, y se oyó cómo le preguntaba mientrasse sentaba, qué quería beber, y cómo actoseguido le gritaba la orden a la camarera. Blochestuvo observando durante un rato que losdos bebían del mismo vaso; cada vez que el
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mozo decía algo, la posadera se le acercabamucho, hasta llegar a tocarle; y cuando, conun movimiento rápido, le pasó al mozo porla cara la palma de la mano, se vio cómo él
atrapaba la mano y la acariciaba con la boca.Entonces la posadera se sentó en otra mesa,donde, mientras le pasaba a un mozo la manopor el pelo, continuó con sus movimientos co-merciales. El hijo del casero se levantó y cogiólos cigarrillos de su abrigo, que estaba detrásde Bloch. Cuando Bloch movió la cabeza a lapregunta de si el abrigo le molestaba, se diocuenta de que desde hacía un rato no había
apartado la mirada de un punto. Bloch excla-mó: «¡La cuenta », y de nuevo le pareció que,por un momento, todos se ponían serios. Laposadera, que estaba abriendo una botella devino con la cabeza echada hacia atrás, hizo unaseñal a la camarera, que estaba detrás de la ba-rra ocupada en fregar los vasos, y después losponía sobre una bayeta de esponja que absor-bía el agua, y la camarera se dirigió hacia élesquivando a los mozos que rodeaban la barray le dio el cambio con dedos, que estaban fríos,en monedas, que estaban mojadas y que élinmediatamente, mientras se ponía en pie, semetió en el bolsillo; un chiste, pensó Bloch;quizás el hecho de que todo lo que ocurría lemolestara tanto se debía solamente a que es-taba borracho.
Se levantó y fue a la puerta; abrió lapuerta y salió —todo estaba en orden. Para
asegurarse, se quedó allí un rato de pie. De
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vez en cuando salía alguien y hacía sus nece-sidades. Otros, que llegaban en aquel momen-to, cuando escuchaban la máquina-tocadiscosempezaban ya a cantar antes de entrar. Bloch
se marchó.De vuelta en el pueblo; de vuelta en
el hostal; de vuelta en la habitación. Sola-mente quince palabras, pensó Bloch aliviado.Escuchó que en la habitación de arriba abríanel grifo de la bañera; por lo m enos escuchó unasgárgaras y lugo un resoplido, y alguien qu eestaba comiendo.
Probablemente apenas acababa de dor-
mirse, cuando se despertó de nuevo. En unprimer momento le pareció como si se hubieracaído de sí mismo. Entonces se dio cuenta deque estaba en una cama. ¡No se puede trans-portar , pensó Bloch. ¡Una mo nstruosida d Sevio a sí mismo como si de repente hubieradegenerado a cualquier otra cosa. Ya no en-cajaba en la realidad; solamente era, y queríaseguir siéndolo, afectación e instinto s asesinos;
yacía allí, tan claro y manifiesto, que no se leocurría ninguna imagen con la que pudieraestablecerse una comparación. Era, tal comoestaba allí, algo lascivo, obsceno, inoportuno,inagotable causa de escándelo; ¡que le entie-rren , pensó Bloch, ¡prohibidle, apartadleCuando se palpaba recibía una sensación des-agradable, pero entonces se dio cuenta de quelo que ocurría era solamente que su concienciade sí mismo era tan fuerte, que la sentía enforma del sentido del tacto en toda la super-
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ficie de su cuerpo; como si de hecho su con-ciencia y sus pensamientos, de una maneramanifiesta y palpable, se hubieran vuelto con-tra él. Yacía allí indefenso, incapaz de resis-
tir; con su repugnante interior al descubierto;y no le resultaba desconocido, solamente loveía de una manera distinta y le parecía re-pugnante. Se había producido un a sacudida ycon una sacudida se había desnaturalizado, sehabía roto su cohesión con el curso de los acon-tecimientos. Yacía allí, imposible de creer ya la vez tan real; ya no existían las compara-ciones. Su conciencia de sí mismo era tan
fuerte, que le sobrevino una angustia mortal.Comenzó a sudar. Una moneda se cayó al sueloy fue a parar rodando debajo de la cama; sedetuvo: ¿una comparación? Entonces se dur-mió.
Otra vez el despertar. Dos, tres, cuatro,contó Bloch. Su estado no había cambiado,pero probablemente se había acostumbrado aél mientras dormía. Cogió la moneda que sehabía caído debajo de la cama y se la metióen el bolsillo. Si tomaba sus precauciones yél mismo se presentaba a los demás, las pala-bras le vendrían a la boca sin esfuerzo alguno.Un lluvioso día de octubre; por la mañanatemprano; un polvoriento cristal de una ven-tana: funcionaba. Saludó al fondista; el fon-dista en aquel momento estaba poniendo losperiódicos en el revistero; la chica colocabaun a bandeja en la ventanita qu e comunicaba
la cocina con el bar: seguía funcionando. Si
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se andaba con cuidado, la cosa podría seguirasí sin interrupciones: se sentó en la mesa enla que siempre se sentaba; comenzó a leer elperiódico qu e leía cada día; leyó un a noticiaen el periódico que decía que seguían un ras-tro en el asesinato de Gerda T. que llevabaal sur del país; los garabatos en los bordes de lperiódico que se encontraba en casa de lavíctima habían ayudado a la investigación. Unafrase seguía a la otra. Y después y después ydespués... ya no hacía falta preocuparse más.
Al cabo de un rato Bloch se sorpren-dió a sí mismo, aunque todavía seguía sentado
en el comedor, detallando en voz alta lo quesucedía en la calle al tomar conciencia de unafrase qu e decía: «Efectivamente había estadodemasiado tiempo desocupado». Como a Blochle parecía un a frase concluyente, intentó refle-xionar sobre lo que había estado pensando an-tes para llegar al punto en que se le habíaocurrido. ¿Qué había venido antes? ¡Sí Antes,según le venía ahora a la memoria, había pen-
sado: «Sorprendido por el tiro, dejó que lapelota le rodara entre las piernas». Y antesde esta frase había pensado en los fotógrafosque estaban detrás de la portería, y que siem-pre le irritaban tanto. Y antes: «Alguien sedetuvo a sus espaldas, pero lo único que hizofue silbar a su perro». ¿Y antes de esta frase?Antes de esa frase había pensado en una mujera la que había visto detenerse en un parque,y al volverse para mirar algo que estaba detrásde él, había mirado de una manera especial
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como sólo se puede mirar a un niño desobe-diente. ¿Y antes? Antes el fondista había es-tado hablando de l niño mudo, qu e había sidoencontrado muerto por un carabinero, a poca
distancia de la frontera. Y antes de l niño habíapensado en el balón, que había dado un saltocuando estaba casi en la raya. Y antes de pen-sa r en el balón había visto qu e afuera un averdulera se ponía en pie de un salto y comen-zaba a correr detrás de un niño. Y a la ver-dulera le había precedido una frase del perió-dico: «E l ebanista tuvo dificultades en la per-secución del ladrón, pues todavía llevaba pues-
to el delantal». Pero había leído la frase en elperiódico mientras se estaba acordando de queen una pelea le habían atrapado los brazosechándole la chaqueta para atrás. Y se le ha-bía ocurrido pensar en la pelea por lo que ledolió el golpe que se dio al chocar con la es-pinilla contra la mesa. Intentó buscar un pun-to de referencia en el suceso para averiguarlo que hubiera podido ocurrir antes: ¿tenía al-
go que ver con el movimiento?, ¿con el dolor?,¿o con el ruido del golpe de la espinilla contrala mesa? Pero ya no recordaba nada más. En-tonces vio frente a él, en el periódico, la foto-grafía de la puerta de un piso que habíantenido que forzar porque dentro se encontrabaun cadáver. Así que todo había empezado conesa puerta, pensó, hasta que se había encon-trado po r primera vez con la frase «Había es-
tado demasiado tiempo desocupado».
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Entonces todo marchó bien durante unrato; los movimientos de los labios de las per-sonas que hablaban con él concordaban conlo que les oía decir; las casas no se componían
solamente de la fachada; en el muelle de cargade la lechería estaban arrastrando sacos de ha-rina dentro del almacén; cuando alguien gri-taba algo desde el otro extremo de la calle, seoía verdaderamente como si viniera de allálejos; al parecer, la gente qu e pasaba por laacera de enfrente no recibía ningún dinero poraparecer en un segundo plano; el mozo quellevaba un esparadrapo debajo del ojo tenía
una costra real; y la lluvia no aparecía sola-mente en primer término sino que caía en latotalidad del campo visual. Entonces Bloch seencontró bajo el alero de una iglesia. Proba-blemente había llegado allí po r alguna callejue-la y, cuando empezó a llover, se metió debajode l tejado.
Le sorprendió que dentro de la iglesia hu-biera más luz de la que había imaginado. Asíque, después de sentarse en un banco, pudocontemplar a sus anchas los frescos de l techo.Al poco rato los reconoció: estaban reprodu-cidos en el prospecto que se encontraba en lashabitaciones de la fonda. Bloch, que se habíaguardado un a hoja porque tenía un plano de lalocalidad y sus alrededores, donde estaban de -talladas las carreteras y los caminos, sacó elprospecto y leyó que los primeros planos y elfondo de la pintura eran obra de diferentes
artistas; hacía tiempo que las figuras en pri-
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mer término estaban ya terminadas, y el otroestaba todavía pintando el fondo. Bloch alzóla vista de l prospecto y miró a la bóveda; comono conocía las figuras —probablemente se tra-
taba de algunos personajes bíblicos—, le abu-rrían; sin embargo era agradable estar con-templando la bóveda mientras que afuera se -guía lloviendo cada vez más fuerte. La pinturase extendía por todo el techo de la iglesia; enel fondo estaba representado un cielo azul co npocas nubes, casi uniforme ; aquí y allá se veíanalgunas nubes deshilachadas; en un punto bas-tante alejado, po r encima de las figuras, habían
pintado un pájaro. Bloch hizo un cálculo delos metros cuadrados que el artista había te -nido qu e pintar. ¿Había sido difícil pintar unazul tan uniforme? Era un azul tan claro, qu esin duda lo habían conseguido mezclando elcolor con blanco. Y si en efecto habían hechola mezcla, ¿habrían tenido qu e cuidar que eltono de azul no se alterara de un día de trabajopara otro? Por otra parte el azul estaba muylejos de ser del todo uniforme, sino qu e cam-biaba incluso dentro de una misma pincelada.¿Así que, no se podía pintar el techo simple-mente de un color azul uniforme, sino que setenía qu e tener conciencia de que se tratabade un cuadro? De manera que el cielo de l fon-do no se pintaba a ciegas, extendiendo los co-lores en el indispensable mortero húmedo conel pincel más grueso que se pudiera encontraro incluso con una brocha, sino que el pintor
tenía qu e pintar un cielo de verdad, con pe-
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quenas variaciones en el color azul, pero qu etampoco podían ser muy claras, para que lagente no creyera que se debían en realidada un fallo en la mezcla. Y verdaderamente
aquel fondo no parecía solamente un cielo por-qu e estamos acostumbrados a imaginarnos elcielo como fondo, sino porque allí, trazo po rtrazo, estaba pintado el cielo. Estaba pintadocon tanta exactitud, pensó Bloch, qu e casi pa -recía como si estuviese dibujado; por lo menoscon mucha más exactitud que las figuras enprimer plano. ¿Y si había añadido el pájaropo r algún enfado qu e había tenido? ¿Y habíapintado el pájaro desde un principio o sola-mente lo había pintado cuando ya había ter-minado? ¿Y si el artista que había pintado elfondo estaba desesperado? Nada llevaba a esainterpretación y Bloch la rechazó inmediata-mente, pues le resultaba ridicula. Le parecíaenteramente como si su interés por la pintura,como si su ir y venir de aquí para allá, sussentadas, su s salidas, su s entradas no fueranmás que evasivas. Se levantó: «¡Fuera distrac-
ciones », dijo en voz alta. Como si quisieradesmentir su afirmación, salió a la calle y actoseguido cruzó a la otra acera y se metió en unportal; se quedó allí, desafiante, j un to a unasbotellas de leche vacías hasta qu e dejó dellover, y nadie llegó ni nadie le pidió explica-ciones; luego entró en un café y se quedó allíun rato sentado, con las piernas extendidas,sin qu e nadie le hiciera el favor de tropezarse
con ellas y enzarzarse en una pelea.
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Afuera veía un trozo de la plaza delmercado, donde estaba aparcado un autobúsescolar; en el café veía las paredes a derechae izquierda, a un lado había una estufa apagada
con un ramo de flores encima, y al otro ladoun perchero con un paraguas. También veíaotro fragmento de pared en el que estaba lamáquina-tocadiscos donde un punto luminosose movía lentamente y se detenía en el nú-mero elegido, al lado estaba la máquina de ci-garrillos con otro ramo de flores encima; des-pués otro fragmento con el dueño detrás de labarra, que le estaba abriendo una botella a lacamarera y ella la puso en una bandeja; y fi-nalmente un fragmento donde se encontraba élmismo con las piernas estiradas, que termina-ban en las puntas sucias y mojadas de unoszapatos, también se veía el enorme ceniceroqu e había encima de la mesa y junto a él unpequeño jarrón y después el vaso de vino dela mesa de al lado, que en aquel momentoestaba vacía. Ahora que el autobús se habíaido, se dio cuenta de que el ángulo visual que
se tenía de la plaza correspondía casi exacta-mente al ángulo visual de las tarjetas postales:vista de la Columna de la peste junto a fuenteornamental; al borde de la postal un fragmentode la vista de un aparcamiento de bicicletas.
Bloch estaba irritado. Dentro de losfragmentos veía los detalles con tanta clari-dad, que le resultaba molesto: como si lostrozos que veía valieran por la totalidad. Los
detalles le parecían otra vez placas con nom-
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bres grabados. «Letreros luminosos», pensó.Así, por ejemplo, cuando veía la oreja de lacamarera con el pendiente, lo tomaba comoalgo representativo de toda la persona. Y un
bolso en una mesa cercana a la suya, qu e esta-ba un poco entreabierto, de forma que se veíadentro un pañuelo de cabeza a lunares, repre-sentaba a la mujer qu e estaba sentada en aque-lla mesa, y que mientras sostenía un a taza decafé con una mano, con la otra hojeaba unarevista y solamente se detenía de vez en cuan-do para mirar una fotografía. A una torre decopas de helado, puestas una encima de otraen el mostrador, se la podía comparar con eldueño y el charco de agua en el suelo, a lospies del perchero, representaba los paraguasque estaban colgados. En lugar de ver las ca-bezas de los clientes, Bloch veía las manchasde suciedad de la pared a la altura de suscabezas. Estaba tan irritado qu e miraba el su-cio cordón, del que en aquel momento tirabala camarera para apagar los apliques de lapared —ahora había mucha más claridad en
la calle—, como si toda la iluminación de lapared estuviera ah í solamente para fastidiarle.Además le dolía la cabeza porque cuando llegóestaba lloviendo.
Los molestos detalles parecían ensuciary deformar completamente las figuras y el en-torno al que pertenecían. Uno se podía de-fender dándoles un nombre a cada uno enparticular y utilizando después estas denomi-
naciones como insultos contra esos mismos
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objetos o individuos. Al dueño, que estabadetrás de la barra, se le podía llamar un a copade helado y a la camarera se le podía decirque era un agujerito en el lóbulo de la oreja.
Del mismo modo entraban ganas de decirlea la mujer de las revistas: ¡Eh, tú , ¡bolso ,y al hombre de la mesa de al lado, que porfin había salido de la habitación trasera y seestaba bebiendo el vaso de vino de pie mien-tras pagaba: ¡Eh, tú , ¡mancha de los panta-lones , o gritarle mientras estaba poniendo enaquel momento el vaso vacío encima de la mesapara marcharse que era una huella digital, unpicaporte, una fila de botones de un
abrigo,un charco de agua, un tornillo de bicicleta, unguardabarros, etcétera hasta que la figura de lacalle con una bicicleta hubiera desaparecido dela escena... Incluso las conversaciones y sobretodo las exclamaciones de la gente, el ¿deverdad?, el ¡vaya, vaya , le resultaban tan mo-lestas, que le entraban a uno ganas de burlarserepitiéndolas en voz alta.
Se metió en una carnicería y compró
unos fiambres y dos panecillos. No queríacomer en la fonda porque le quedaba pocodinero. Examinó los extremos de las salchi-chas, que colgaban de un palo en una fila ho-rizontal e indicó a la vendedora la salchichaque quería. Un niño entró con una nota en lamano. El carabinero había creído en un prin-cipio que el cadáver del niño era una colcho-neta hinchable, dijo la carnicera en aquel mo-
mento. Cogió dos panecillos de una caja de
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cartón y les hizo una raja en el medio sin lle-gar a partirlos de l todo. El pan estaba tanduro que Bloch oyó cómo crujía cuando locortaban con el cuchillo. La carnicera abrió los
panecillos y metió dentro las rodajas de fiam-bre. Bloch dijo que no tenía prisa, qu e podíaatender antes al chiquillo. Vio cómo el niño,sin decir palabra, extendía el brazo con unanota. La carnicera se inclinó hacia delante paraleerla. Cuando estaba cortando la carne, se leresbaló el pedazo de la tabla y se cayó en elsuelo de piedra. «¡Plaf », dijo el niño. Eltrozo de carne no se movió de l sitio donde sehabía caído. La carnicera lo recogió, le raspóla superficie con la hoja del cuchillo y lo en-volvió. Bloch vio que los colegiales estabanafuera con los paraguas abiertos, aunque habíadejado de llover. Le abrió la puerta al niñoy se quedó mirando a la carnicera mientrasquitaba el pellejo del extremo de la salchichay después ponía las rodajas en el otro pane-cillo.
El negocio va mal, dijo la carnicera.
«E n esta calle solamente hay casas en la acerade la tienda, así que en primer lugar no vivenadie enfrente y por lo tanto nadie puede verque aquí hay una tienda, y en segundo lugarla gente qu e pasa po r esta calle no va nuncapor esta acera y como pasan demasiado cercanunca se dan cuenta de que aquí hay una tien-da ; además, para colmo de males, el escaparatetiene casi el mismo tamaño que la ventana del
cuarto de estar de las otras casas.»
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Bloch se extrañó de que la gente nocaminara por la otra acera, donde el terrenoestaba más despejado y el sol comenzaba a dardesde mucho más temprano. ¡Eso es que la
gente necesita caminar junto a las casas , dijo.La carnicera, que no le había entendido por-que en medio de la frase le fue imposible se-guir hablando y solamente se sintió capaz demurmurar , se rió, como si hubiese esperadode todos modos que le respondiera con unchiste. Y en realidad la tienda se quedó tanoscura en aquel momento, a l pasar algunas per-sonas po r delante de l escaparate, qu e parecíaun chiste.
En primer lugar... en segundo lugar...Bloch estaba repitiendo para sí lo que la carni-cera le había dicho; le parecía sospechoso quese pudiera empezar a hablar sabiendo ya deantemano cuál iba a ser el final de la frase.Se comió los bocadillos por el camino. Estrujóel papel parafinado del envoltorio para tirarlodespués en una papelera. Pero por allí no habíaninguna. Caminó durante un rato con la bola
de papel en la mano cambiando continuamentede dirección. Se metió el papel en el bolsillode la chaqueta, se lo volvió a sacar y al finallo tiró en un huerto frutal metiéndolo por lacerca. A l momento llegaron las gallinas corrien-do de todas partes, pero se dieron otra vez lavuelta sin llegar a picotearlo.
Bloch vio que, delante de él, tres hom-bres cruzaban la calle en diagonal, dos de ellos
llevaban un uniforme, el de en medio iba ves-
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tido con un traje negro de domingo y la cor-bata le colgaba a la espalda por encima delhombro, podía ser por el viento o simplemen-te porque iban andando muy deprisa. Se quedó
mirando mientras los policías entraban con elgitano en el edificio de la comisaría. Hasta quellegaron a la puerta iban caminando los tresjuntos y daba la impresión de que el gitanose movía con toda naturalidad entre los poli-cías y charlaba con ellos; pero tan pronto comouno de los policías empujó la puerta, el otrole rozó el codo por detrás sin llegar a agarrarle.El gitano volvió la cabeza para mirar al policíay le sonrió amablemente; llevaba abierto elcuello de la camisa, por debajo de l nudo de lacorbata. A Bloch le pareció que el gitano es-;taba tan metido en una trampa que, cuando lerozaron el brazo, lo único que podía hacer eramirar amablemente al policía, sintiéndose in-defenso. Bloch les siguió al interior del edifi-cio, donde se encontraba también la oficinade correos; durante un momento estuvo pen-sando que cuando la gente viera que se estaba
comiendo un bocadillo en público, a nadie sele ocurriría pensar que estaba metido en unlío: «¿Metido en un lío?» De ninguna manerapodía pensar que tenía qu e justificar su presen-cia en aquel lugar mientras se llevaban al gi-tano ocupándose en alguna cosa, como podíaser comerse un bocadillo de salchichas. Sola-mente tendría que hacer esfuerzos por jus-tificarse en caso de que le pidieran explicacio-
nes y le reprocharan algo; y como debía de
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evitar po r todos los medios pensar que lepodían pedir explicaciones, tampoco podíapensar en preparar justificaciones co n anterio-ridad, por si se presentaba el caso; pero no se
encontraba en esa posición. Por lo tanto si lepreguntaban si había visto cómo se llevabandetenido al gitano, no necesitaba negarlo yponer el pretexto de que estaba distraído co -miéndose un bocadillo de salchichas, sino qu epodía reconocer con toda tranquilidad que ha-bía sido testigo de cómo se llevaban al gitano.«¿Testigo?», se interrumpió Bloch mientrasesperaba en la oficina de correos a que le pu-sieran la conferencia; «¿reconocer?» ¿Quétenían que ver esas palabras con lo ocurrido,cosa que para él carecía de importancia? ¿Notenían un significado para él, que en aquelmomento hubiese querido negar algo? «¿Ne-gar?», se interrumpió Bloch de nuevo. No habíanada que negar. Tenía que poner atención enel uso de algunas palabras que t ransformabanlo que quería decir en una especie de afir-mación.
Le dijeron que se metiera en una ca-bina. Todavía obsesionado con la idea de quetenía qu e evitar a toda costa dar la impresiónde que quería hacer un a declaración, se ün-contró con que estaba envolviendo el auricularcon un pañuelo. Un poco confuso, se metió elpañuelo en el bolsillo. ¿Cómo le habían lle-vado sus pensamientos sobre las cosas que sedicen sin pensar a la idea del pañuelo? Le
dijeron que el amigo con el que quería hablar
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estaba confinado con su equipo en unas ins-talaciones deportivas preparándose para el par-tido de l domingo, que era muy importante, ypor teléfono no se le podía localizar. Bloch le
dio otro número a la telefonista. Ella le exigióque pagara antes la otra llamada. Bloch pagóy se sentó en un banco a esperar la segundallamada. El teléfono sonó y se levantó. Perosolamente querían transmitir un telegrama defelicitación. La empleada lo anotó y despuéspidió que se lo leyeran palabra por palabrapara comprobarlo. Bloch se paseaba por lahabitación. Un cartero estaba ya de vuelta y
se puso a arreglar cuentas con la empleadaen voz alta. Bloch se sentó. A aquella hora,poco después del mediodía, no ocurría nadaen la calle. Bloch comenzó a impacientarse,pero no lo mostró. Oyó cómo contaba el car-tero, qu e durante todo este tiempo el gitano sehabía quedado escondido en un refugio qu elos carabineros tenían cerca de la frontera.«¡Eso lo sabe cualquiera », dijo Bloch. El car-tero se volvió hacia él, le miró y no dijo nadamás. Lo que él estaba comunicando, como sise tratara de una novedad, siguió Bloch, habíavenido ya en el periódico ayer, antes de ayery antes de antes de ayer. Lo que estaba di-ciendo no significaba nada, nada de nada. Elcartero se había vuelto de espaldas a Bloch,cuando éste no había terminado aún de hablar,y comenzó a hablar en voz baja con la em-pleada, en un murmullo, que a Bloch le recor-
daba esos fragmentos de las películas extran-
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jeras, que no se traducían porque de todosmodos iban a seguir sin entenderse. Ya nadieescuchaba a Bloch. De repente el hecho deque en aquel momento se encontraba en la ofi-
cina de correos y que «ya nadie le escucha-ba», se le apareció no como una realidad, sinocomo un chiste malo, como uno de esos jue-gos de palabras que toda su vida, a pesar deque a veces procedían de los redactores depor-tivos, le habían resultado tan odiosos. Lo quehabía contado el cartero del gitano le habíaparecido ya una grosera ambigüedad, un a torpeinsinuación, e incluso también el telegramade felicitación, en el que las palabras resultabantan familiares qu e parecía imposible que lashubieran dicho con alguna intención. Y no so-lamente era una insinuación todo lo que sedecía, sino que también los objetos que teníaa su alrededor estaban allí para sugerirle algo.«¡Como si estuvieran haciéndome señas y gui-ñándome el ojo », pensó Bloch. Pues ¿quépodía significar que el tapón del tintero estu-viera junto al papel secante y que, con toda
seguridad, hubieran cambiado hoy el papelsecante de encima del pupitre, de forma quesolamente se podían leer algunas impresiones?¿Y no sería más correcto decir «para qué» enlugar de «de forma que», y se pudiera decirasí, «para que» las impresiones se pudieranleer? Entonces la empleada levantó el auriculary deletreó el texto de l telegrama. ¿Qué insi-nuaciones hacía al mismo tiempo? ¿Qué doble
sentido tenía la frase «te deseamos lo mejor»?
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¿Y qué significado tenía la fórmula «muchossaludos»? ¿Para qué esa retórica? ¿Para quién«tus orgullosos abuelos» no era más que unnombre falso? Ya por la mañana, mientras
estaba leyendo el periódico, Bloch había toma-do por una trampa el pequeño anuncio delperiódico «¿por qué no me llamas por telé-fono?»
Le pareció como si el cartero y la em-pleada fueran los personajes de un cuadro.«La empleada y el cartero», se corrigió. Ahoraresultaba que esa odiosa enfermedad de losjuegos de palabras le había atacado en pleno
día. «¿En pleno día?» No sabía cómo se lehabían ocurrido aquellas palabras. La expre-sión le parecía chistosa, pero de una maneradesagradable. ¿Pero las otras palabras de lafrase no eran también desagradables? Cuandoun o decía para sí en voz alta la palabra enfer-medad, después de un par de repeticiones loúnico qu e quedaba era reírse de ella. «Unaenfermedad me ataca»: ridículo. «Voy a po-nerme enfermo»: ridículo también. «La em-pleada de correos y el cartero»: un solo chiste.¿Saben ustedes el chiste de l cartero y la em-pleada de correos? «Parece como si todo co-rrespondiera a un título», pensó Bloch: «E ltelegrama de felicitación», «E l tapón de l tin-tero», «Los trozos de papel secante tiradospor el suelo». Al mirar el soporte en el queestaban colgados lo s troqueles, le pareció comosi estuviese dibujado. Se quedó mirándolo un
rato, pero no llegó a descubrir lo que el so-
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porte tenía de chistoso; y sin embargo teníaque tener algo de chistoso: porque si no ¿có-mo es que le daba la sensación de que era undibujo? ¿O se trataba otra vez de una tram-
pa? ¿O es que quizás el objeto servía sola-mente para que él se equivocara? Bloch volvióla vista a otro lado, volvió a mirar hacia otrolado y de nuevo volvió la vista hacia otro lado.¿L e dice a usted algo esta almohadilla para latinta? ¿Qué piensa usted al ver este chequeescrito? ¿Qué relaciona usted co n abrir uncajón? A Bloch le parecía como si tuviera qu ehacer el inventario de la habitación para que
los objetos en que se estancaba al hacer laenumeración, o que simplemente omitía, pu-dieran servir como pruebas. El cartero dio unapalmada en la enorme bolsa, qu e llevaba to-davía colgada. «El cartero da un golpecito enla bolsa y después se la d escuelga», pensó Blochpalabra por palabra. «Ahora la deja encima dela mesa y entra en el almacén de los paquetes.»Describía para sí todos estos incidentes, comosi solamente se los pudiera representar imagi-nándose que era un presentador de la radio,y que se los estaba relatando al público. Alcabo de un rato resultó.
Sonó el timbre del teléfono y se que-dó de pie, allí parado. Como siempre que so-naba el teléfono, creyó haberlo sabido ya unmomento antes de que sonara. La empleadalo cogió y entonces señaló la cabina. Dentrode la cabina se preguntó si quizás había in-
terpretado mal el gesto o si quizás ella no se
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había referido a nadie en particular. Cogió elauricular y le pidió a su ex-mujer que le man-dara algún dinero a la lista de correos. Ella,como si supiera que era él el que llamaba, al
contestar el teléfono había dicho su nombrede soltera. Siguió un extraño silencio. Blochoyó un cuchicheo que no iba dirigido a él.«¿Dónde estás?», preguntó la mujer . Los piesse le habían quedado fríos y estaba a dos ve-las, dijo Bloch, y se rió como si se tratara dealgo muy gracioso. La mujer no contestó. Blochescuchó otra vez el cuchicheo. No era tanfácil, dijo la mujer . ¿Por qué?, preguntó Bloch.No le
había hablado a él, contestó la
mujer.«¿ A dónde envío el dinero?» Pronto tendríaque volverse los bolsillos del revés si no leechaba una mano, dijo Bloch. La mujer nocontestó. Entonces colgaron el auricular en elotro extremo.
«Cosas de l pasado qu e nunca más vol-verán» *, pensó Bloch de improviso mientrassalía de la cabina. ¿Qué había querido decircon eso? De hecho había oído decir que en la
frontera había tal cantidad de monte bajo,muy espeso y completamente salvaje, que en-tre las ramas se podían encontrar restos denieve hasta incluso a principios de verano.Pero él no se había referido a eso. Ademásnadie tenía nada que hacer en el monte bajo.
* La traducción literal de la expresión correspondiente a lanuestra en alemán, dice: «Nieve del año pasado», de ahí quese aproveche para hacer el juego de palabras que viene a
continuación. [N. el T.]
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«¿Nada qu e hacer?» «¿Qué quería decir co neso?» «Simplemente lo que digo», pensó Bloch.
En la caja de ahorros cambió la mo-neda que desde hacía mucho tiempo llevaba
siempre encima. Intentó cambiar también unbillete brasileño, pero en la caja de ahorros nocompraban esa moneda; además no tenían lacotización de l cambio.
Cuando entró Bloch, el empleado es-taba contando monedas, después las envolvíaen una especie de cartucho cilindrico y les po-nía una goma alrededor. Bloch puso el billeteencima del mostrador. Al lado había un a cajade música de juguete; hasta que no la hubomirado por segunda vez, Bloch no se dio cuen-ta de que en realidad era una hucha para unfi n benéfico. El empleado levantó la vista sindejar de contar. Bloch, sin que nadie se lo hu-biera pedido, empujó el billete por debajo delcristal de la ventanilla. El empleado estabaocupado en colocar los cartuchos en una hilera.Bloch se agachó y sopló hasta que el billetefue a parar delante de l empleado, entonces
el empleado desdobló el billete, lo alisó conel puño y lo palpó con las yemas de los de-dos. Bloch vio que tenía las yemas de los dedosun poco ennegrecidas. En ese momento salióotro empleado de la habitación interior; parapoder atestiguar, pensó Bloch. Pidió que lemetieran las monedas del cambio —ni siquierahabía dado para un billete— en una bolsa depapel, y volvió a empujar las monedas por de-
bajo del cristal. El empleado puso las monedas,
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igual que había apilado los cartuchos, en unabolsa de papel y empujó la bolsa hacia Bloch.A Bloch se le ocurrió que si todo el mundopedía que le metiesen el dinero en bolsitas,
al cabo de cierto tiempo la caja de ahorros es-taría arruinada. También se podía hacer lo mis-mo con las otras compras: ¿cabía dentro de loposible que el consumo de material de emba-laje llevara a los negocios paulatinamente a laquiebra? De cualquier manera resultaba agra-dable imaginárselo.
Bloch se compró un plano de la regiónen una papelería; pidió que se lo envolvieran
bien, y después se compró también un lápiz;el lápiz se lo metieron en una bolsa de papel.Siguió andando con el paquete en la mano;ahora que tenía las manos ocupadas, se sentíamás inofensivo qu e antes.
Al llegar a las afueras del pueblo sesentó en un banco, desde donde tenía una vistade los alrededores, y señaló en el mapa conel lápiz los detalles del paisaje que se extendíadelante de él. Explicación de los signos: estoscírculos significaban un bosque frondoso, estostriángulos un bosque de coniferas y cuando sealzaba la vista de l mapa, se quedaba un o asom-brado de que efectivamente correspondiera ala realidad. Allí enfrente, probablemente elterreno era pantanoso; po r allí era muy proba-ble que hubiese un nicho con una imagen alborde de l camino; allí se encontraba un paso anivel. Si se caminaba po r esta carretera co-marcal, aquí había que atravesar un puente,
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después se llegaba a un camino para el trans-porte de mercancías, entonces se subía por unacuesta bastante empinada, pero podía ser quearriba del todo se encontrara alguien al ace-
cho, entonces había que desviarse de ese cami-no y seguir campo a través, atravesar despuésun bosque, po r suerte un pinar, pero al salirde l bosque podría ocurrir que alguien le salieraal encuentro, de manera que era necesario evi-tarlos bajando po r esta cuesta y atravesandoaquella granja para pasar junto a ese cobertizo,e inmediatamente después seguir el curso delarroyo saltando al otro lado al llegar a este
punto, porque aquí se podía encontrar unocon que un jeep venía de frente, se atraviesanentonces en zig-zag los campos de labranza,salva uno el seto que le separa de la carretera,por donde pasa un camión en ese momento,entonces se le hacen señas para que se detengay ya se encuentra uno a salvo. Bloch se detuvo.«Cuando se trata de un asesinato, lo que ocu-rre es que se tienen lapsus mentales», había
oído decir a alguien en una película.Se sintió aliviado al encontrar en el
mapa una zona rectangular que no correspon-día al paisaje: no había ninguna casa en ellugar donde debía de haber una y la carretera,qu e dibujaba una curva en aquel lugar, con-tinuaba en línea recta en la realidad. A Blochse le ocurrió que quizás, llegado el momentooportuno, esa discontinuidad podría serle de
alguna utilidad.
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Observó un perro en una pradera, qu ecorría hacia un hombre; entonces se dio cuentade que ya no estaba observando al perro, sinoal hombre, que se movía como el que tiene la
intención de cerrar el paso a alguien. Entoncesvio que detrás del hombre había un niño; y sedio cuenta de que no observaba al hombre y alperro, como hubiese sido lo normal, sino queestaba observando al niño, que desde lejosparecía estar muy inquieto; pero luego llegóa la conclusión de que había confundido losgritos del niño con una falsa inquietud. Mien-t ras- tanto el hombre había agarrado al perro
del collar y los tres, perro, hombre y niño,echaron a andar. « ¿A quién ib a dirigida todala escena?», pensó Bloch.
En la tierra, a sus pies, vio otra escena:hormigas a la caza de unas migajas de pan. Sedio cuenta de que esta vez tampoco observabalas hormigas, sino que estaba observando lasmoscas posadas en las migajas.
Literalmente, todo lo que veía le lla-
maba la atención. Las escenas no resultabannaturales, sino que parecía como si hubieransido preparadas para alguien con todo cuidado.Tenían algún propósito. Al ponerles la vistaencima, le saltaban a uno literalmente a losojos. «¡Como señales de l lamada », pensóBloch. ¡Igual que las órdenes Cuando se ce-rraban los ojos y se volvían a abrir al cabo deun rato, parecía literalmente que todo había
cambiado. Parecía como si el marco de la vista
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que tenía ante los ojos no dejara de temblary vibrar.
Bloch se levantó y se marchó de allítan rápidamente, que ni siquiera le dio tiempo
a enderezarse del todo. Al cabo de un ratose detuvo y enseguida comenzó a correr. Corríabastante deprisa. De repente se detuvo, cam-bió de dirección, siguió corriendo sin variar elritmo, entonces cambió el paso, luego cambióel paso otra vez, se detuvo, comenzó a retro-ceder, se dio una vuelta mientras retrocedía,siguió corriendo hacia adelante, de nuevo sedio media vuelta para retroceder, retrocedió,
se dio una vuelta para seguir corriendo haciadelante, dio unas cuantas zancadas y comenzóa correr a toda velocidad, después se detuvo-en seco, se sentó en una piedra al borde delcamino y enseguida se levantó y siguió co-rriendo.
Al poco tiempo se detuvo y despuéssiguió andando, pero entonces le pareció quela vista qu e tenía delante de sus ojos se entur-
biaba partiendo de los bordes hasta llegar a unpunto central; lo único que veía, excepto porun círculo en el centro de la visión, era oscu-ridad. «Como cuando miran por un telescopioen una película», pensó. Se secó el sudor de laspiernas con los pantalones. Al pasar por unsótano, que tenía la puerta entreabierta, viounas hojas de té que despedían un a extrañaluz tenue. «Como si fueran patatas», pensó
Bloch.
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Naturalmente la casa qu e tenía delan-te era de un solo piso, las ventanas estabanclaveteadas, el tejado estaba cubierto de musgo(¡vaya palabrita ), la puerta estaba cerrada,
encima de la puerta se leía: «Escuela prima-r ia», en la parte trasera de l jardín estaban par-tiendo leña con un hacha, probablemente erael conserje, casi seguro, y delante de la escuela,como es natural, no faltaba un seto, sí , todoconcordaba, estaba todo, hasta el más mínimodetalle, ni siquiera faltaba el borrador debajode la pizarra en el interior de las oscuras clasesy a su lado la caja de las tizas, tampoco falta-
ban los semicírculos en las paredes del exte-rior y junto a ellos una nota aclaratoria qu eindicaba que se trataba de desconchados pro-ducidos por el roce de los ganchos de las con-traventanas; en resumidas cuentas, era comosi todo lo que se veía o se oía llevara un cer-tificado qu e confirmara que era completamente
real.La tapa de la cesta de carbón de la cla-
se estaba abierta y se veía en su interior el acerode la pala (¡una inocentada ), también se veíael suelo con los anchos tablones del entari-mado, qu e estaban todavía mojados en las grie-tas después de l fregado, tampoco había queolvidar el mapa de la pared, el lavabo a unlado de la pizarra y las hojas de maíz en elalféizar de la ventana: ¡la única imitación queno merecía la pena No caería en esa inocen-
tada.
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Era como si cada vez describiera círcu-los más amplios. Había olvidado el pararrayosque había muy cerca de la puerta, y ahora leparecía un a palabra clave. Tenía qu e empezar
de una vez. Para darse ánimos fue al patio deatrás pasando junto a la escuela y empezó ahablar con el conserje, que estaba en la cabanade los troncos. Cabana, conserje, patio: pala-bras guía. Se quedó mirando mientras el con-serje colocaba un leño sobre el tarugo de made-ra, y después le daba un hachazo. Entretantoél se había salido al patio y desde allí hablabacon el conserje, el conserje se detenía, contes-taba, y después daba un hachazo al tronco, quese caía a un lado antes de tocarle, entoncesclavaba el hacha en el tarugo de madera y todose llenaba de polvo. La pila de maderas al fon-do de la cabana, que aún estaba sin partir, sedesplomó. ¡Otra palabra guía Pero ya no suce-dió nada más, excepto que le preguntó al con-serje, que se encontraba dentro de la cabana,casi a oscuras, si se daba clase a todos los nive-les en una misma habitación, y el conserje con-
testó que en efecto, había un a sola clase paratodos los niveles.
Por eso no era nada raro qu e cuandolos niños acababan la escuela ni siquiera hu -bieran aprendido a leer, dijo el conserje derepente, mientras clavaba el hacha en el tarugode madera y salía de la cabana: ni siquiera erancapaces de construir ellos mismos una solafrase; cuando hablaban entre ellos utilizaban
casi siempre palabras sueltas y nunca decían
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nada si no les preguntaban antes; solamenteaprendían las cosas de memoria y las decían decarrerilla en voz baja; y precisamente por esemotivo eran incapaces de construir frases com-
pletas. «En realidad, es como si todos fueranmudos en menor o mayor grado», dijo el con-serje.
¿Qué significaba eso? ¿Qué se propo-nía el conserje con ello? ¿Qué tenía que verél con todo eso? ¿Por qué se comportaba en-tonces el conserje como si tuviera que ver conél?
Bloch debería de haber dado una res-puesta, pero no hizo caso. Si empezaba a ha-
blar, tendría que seguir. Así que se dedicó adar vueltas por el patio, ayudó al conserje arecoger los troncos que, al darles un hachazo,habían salido disparados a la cabana, entonces,sin llamar la atención, se alejó poco a poco endirección a la carretera, y a partir de ahí si-guió andando tranquilamente.
Pasó por el campo de deportes. Eraya tarde, después de la salida del trabajo, y
lo s futbolistas estaban entrenando. El terrenoestaba tan mojado, que cuando los jugadoresdaban una patada al balón salpicaban todo al-rededor. Bloch se quedó un rato mirando yse marchó cuando estaba empezando a oscu-recer.
Comió una fricadelle en la fonda de laestación y se bebió también algunas jarras decerveza. Después se sentó en un banco del an-
dén. Una chica con zapatos de tacón alto iba
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y venía por la grava. Sonó el teléfono en eldespacho del jefe de estación. Un empleadoestaba fumando en la puerta. Alguien salióde la sala de espera y se quedó de pie en el
andén. Se oyeron otra vez unos ruidos queprovenían del despacho de l jefe de estacióny se oía hablar a alguien en voz alta, como siestuviera hablando po r teléfono. Mientras tan-to se había hecho de noche.
Todo estaba bastante tranquilo. Se veíacómo aquí y allá alguien daba un a calada alcigarrillo. Abrieron un grifo a tope y en se-guida lo volvieron a cerrar. ¡Como si alguien
tuviera miedo Más allá había un grupo char-lando en la oscuridad; los sonidos resonaban,como cuando se está medio dormido. Alguiengritó: ¡au Era imposible distinguir si habíasido un hombre o una mujer. Se oyó claramentecómo alguien decía desde muy lejos: «¡Parececomo si estuviera usted completamente exte-nuado » Igualmente se veía con toda claridada un ferroviario de pie en medio de las vías, y
se estaba rascando la cabeza. A Bloch le pare-cía como si estuviera dormido.Se veía cómo un tren efectuaba su lle-
gada. La gente observaba mientras se bajabanalgunas personas, que parecía como si no su-pieran seguro si se tenían que bajar o no. Enúltimo lugar se bajó un borracho y cerró lapuerta de un portazo. Se vio cómo el empleadohacía una señal con una linterna desde el an-
dén, y el tren arrancó.
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En la sala de espera Bloch miró el ho-rario de los trenes. Aquel día ya no pasabaningún tren. De todos modos se había hechotan tarde, que ya era hora de ir al cine.
En la antesala del cine ya había gente.Bloch se sentó con la entrada en la mano.Cada vez llegaba más gente. Era agradableescuchar los diferentes sonidos. Bloch fue a lapuerta de la sala, se puso en la cola y porfin entró.
En la película alguien disparaba a unhombre por la espalda con un rifle y la víctimaestaba muy lejos, sentado junto al fuego. Pero
no pasó nada; el hombre no se desplomó, sinoque se quedó sentado y ni siquiera se volviópara ver quién había disparado. Pasó un rato.Entonces el hombre se cayó lentamente decostado y se quedó echado en el suelo sin hacerun solo movimiento. Siempre pasa lo mismocon estos rifles viejos, dijo a su acompañanteel que había disparado: no tienen ningún po-der de penetración. Pero en realidad el hombre
había muerto mientras estaba sentado junto alfuego.Después de la película Bloch se fue en
coche con dos muchachos en dirección a lafrontera. Una piedra golpeó la parte de abajodel coche; Bloch, que iba sentado en el asientoposterior, volvió a ponerse en guardia. Comoaquel día era día de pago, no había ningunamesa libre en la posada. Se sentó donde pudo.
La arrendataria llegó y le puso la mano en el
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hombro. El entendió y pidió aguardiente paratoda la mesa.
Para pagar puso un billete dobladoencima de la mesa. El mozo que tenía al lado
desdobló el billete y dijo que a lo mejor habíaotro dentro. Bloch dijo: ¿y qué si lo hay?,y dobló el billete de nuevo. El mozo desdoblóel billete y le puso un cenicero encima. Blochagarró un cenicero y le arrojó al mozo las co-lillas a la cara. Alguien le quitó la silla pordetrás, y al resbalarse, se cayó debajo de lamesa.
Bloch se puso en pie de un salto y le
dio un puñetazo en el pecho al mozo que lehabía quitado la silla. El mozo se cayó de es-paldas contra la pared y empezó a gemir conmucho escándalo, porque le faltaba el aire.Entonces, entre unos cuantos, le pusieron aBloch los brazos a la espalda y le arrastraronhasta la puerta. El ni siquiera se cayó al suelo,solamente se tambaleó e inmediatamente vol-vió a entrar.
Quiso pegar al mozo que había des-doblado el billete. Le pusieron la zancadillapor detrás y los dos, él y el mozo, se cayeronal suelo, y al caer se dieron un golpe contrala mesa. Durante la caída Bloch no paró dedarle puñetazos.
Alguien le agarró las piernas y le arras-tró por el suelo. Bloch le dio una patada y elotro le soltó. Unos cuantos le agarraron y learrastraron hasta la puerta. Una vez en la calle,
le llevaron a los baños turcos y así estuvieron
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un rato, yendo con él de aquí para allá. Sedetuvieron en la puerta de l cuartelillo de laaduana. Le apretaron la cabeza contra el tim-bre y se marcharon.
Un carabinero salió y al ver a Bloch allídelante, volvió a meterse otra vez. Blochpersiguió a los mozos y derribó a uno pordetrás. Los otros se le echaron encima. Blochse escabulló y le dio a uno un puñetazo en labarriga. Salieron unos cuantos de la posada.Alguien le puso un abrigo en la cabeza. El leagarró por las espinillas, pero en aquel mo-mento le sujetó otro los brazos. Entonces le
tumbaron rápidamente por segunda vez y vol-vieron a la posada.Bloch se quitó el abrigo de encima y
corrió detrás de ellos. Uno se detuvo, perono se volvió. Bloch corrió hacia él; entoncesel mozo echó a andar y Bloch se cayó al suelo.
Al cabo de un rato se levantó y entróen la posada. Intentó decir algo, pero al moverla lengua la sangre se le agolpó en las ampollasde la boca. Se sentó en una mesa e indicó conel dedo que le trajeran algo de beber. El restode la mesa no le hacía caso. La camarera lellevó una botella de cerveza sin vaso. Creyóver encima de la mesa moscas pequeñitas quecorrían de aquí para allá, pero era solamenteel humo de los cigarrillos.
Estaba tan débil, que era incapaz decoger la botella con una sola mano; así quela cogió con las dos manos, y se inclinó hacia
delante para no tener que alzarla demasiado.
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Tenía los oídos tan doloridos, que durante unbuen rato le pareció que en la mesa de al ladono ponían las cartas tranquilamente sobre lamesa, sino que hacían un ruido terrible, y de-
trás de la barra no dejaban caer la bayeta enel fregadero, sino que la arrojaban con fuerzay se oía una especie de ¡bum ; y la hija de laposadera, que llevaba unos zuecos de madera,no caminaba normalmente, sino qu e hacía unruido trepidante; el vino no caía en los vasos,sino qu e hacía gárgaras y de la máquina toca-discos no salía música, sino truenos.
Escuchó que una mujer gritaba asus-tada, pero en aquel bar un grito de una mujerno tenía ninguna importancia; por lo tantoera imposible que la mujer hubiese gritadoporque estuviera asustada. Pero, a pesar detodo, el grito le había molestado, pues lamujer había dado un chillido muy estridente.
Poco a poco los detalles fueron per-diendo también su significado: la espuma dela botella de cerveza vacía le llamaba tan pocola atención como el paquete de cigarrillos que
un mozo a su lado acababa de abrir, y lo habíaabierto tanto, que podía sacar el cigarrillo conlas uñas.
Ya no le interesaban tampoco las ceri-llas quemadas que se encontraban por todaspartes, en las ranuras del entarimado, e in-cluso las huellas de uñas en la masilla delmarco de las ventanas le resbalaban por com-pleto. Ya nada le interesaba, las cosas sola-
mente ocupaban un sitio; como en tiempos
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de paz, pensó Bloch. Ya no había que pensaren ningún significado para el gallo silvestredisecado qu e estaba encima de la máquina to-cadiscos; tampoco tenían ya ningún papel las
moscas que dormían en el techo de la habi-tación.Se veía cómo un mozo se peinaba con
los dedos, se veía que algunas muchachas sedirigían a la pista para bailar, se veía qu e unoscuantos mozos se levantaban y se abrochabanlos botones de la chaqueta, se oía jugar a lascartas, pero uno ya no podía entretenerse enesos detalles.
A Bloch empezó a entrarle sueño.Cuanto más sueño tenía, mejor percibía lascosas, y las diferenciaba unas de otras. Obser-vó que la puerta se quedaba siempre abiertacuando alguien salía, y siempre se levantabaalguien para cerrarla. Estaba tan cansado, quepercibía cada objeto por separado, sobre todolos contornos, como si en cada objeto existie-ran solamente los contornos. Veía y escuchabatodo directamente, sin tener, como le ocurríaantes, que traducirlo primero a palabras o per-cibirlo, por regla general, en forma de palabraso de juegos de palabras. Se encontraba en unestado en el que todo le parecía natural.
Un poco después la posadera se sentóa su lado, y él le pasó el brazo por los hombroscon tanta naturalidad, que dio la impresiónde que ella ni siquiera se había dado cuenta.Echó unas cuantas monedas en la m áquina, sin
darles ninguna importancia, y sin más preám-
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bulos comenzó a bailar con la posadera. Lellamó la atención el hecho de que cada vezque ella le decía algo, decía su nombre a con-tinuación.
Ya no le interesaba ver cómo la cama-rera se sujetaba un a mano con la otra, tam-poco había ya nada especial en las gruesas cor-tinas, y cualquiera podía darse cuenta de quecada vez se marchaba más gente. Daba un asensación de alivio muy grande, escuchar cómohacían sus necesidades en la calle y despuésseguían andando.
Ya no había tanto jaleo en el bar, as í
que la música de la máquina-tocadiscos se es-cuchaba con toda claridad. En los intervalosentre un disco y otro se hablaba en voz baja ycasi se contenía la respiración; y cuando co-menzaba el siguiente disco se quedaba unoaliviado. Bloch se imaginó que se podía hablarde estos incidentes como si fueran algo quesiempre vuelve a repetirse; todos los pequeñosincidentes de un día cualquiera; lo que se es-cribe en las tarjetas postales. «Por las tardes
todo el mundo se reúne en el bar de la posaday se oyen discos.» Cada vez le entraba mássueño, y afuera las manzanas se caían de losárboles.
Ya todo el mundo, excepto él, se habíamarchado, y la posadera se fue a la cocina.Bloch se quedó allí sentado esperando a quese acabara el disco. Desenchufó la máquina to-cadiscos, así que solamente quedó luz en la
cocina. La posadera estaba sentada en la mesa
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echando las cuentas. Bloch fue hacia ella conun posavasos en la mano. Ella levantó la vistacuando él entró, y le miró de frente mientrasse le acercaba. Cayó en la cuenta del posavasos
demasiado tarde, y quiso esconderlo antes deque ella lo viera, pero la posadera ya habíaapartado la vista de él y ahora miraba al posa-vasos, y le preguntó si acaso había en él apun-tada alguna cuenta, que se había quedado sinpagar. Bloch dejó caer el posavasos y se sentójunto a la posadera, no de una manera deci-dida, sino que titubeaba con cada movimiento.Ella siguió contando y hablando con él al mis-
mo tiempo, y después guardó el dinero. Blochdijo que lo único que había pasado era quese había olvidado de que tenía el posavasosen la mano, pero que no había querido decirnada en especial.
Ella le invitó a que le acompañara acomer algo. Puso un plato frente a él, enton-ces él dijo que le faltaba el cuchillo, pero mien-tras tanto ella ya había puesto el cuchillo aun lado del plato. Tenía que ir al jardín para
recoger la ropa, dijo ella, pues en aquel mo-mento estaba empezando a llover. No esta-ba lloviendo, le corrigió él, solamente estabacayendo agua de los árboles, porque hacía unpoco de viento. Pero ella ya había salido y sehabía dejado la puerta abierta, así que él pudover que era verdad que estaba lloviendo. Lavio volver y le gritó que se le había caído unacamisa, pero resultó ser solamente la bayeta
del suelo, que estaba siempre junto a la entra-
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da. Cuando ella encendió un a vela encima dela mesa, él vio cómo la cera goteaba en un pla-to , porque ella sujetaba la vela un poco incli-nada. Debería tener cuidado, dijo él, pues la
cera se estaba derramando en los platos lim-pios. Pero en aquel momento colocó ella la velaen la cera aú n líquida qu e había derramado,e hizo presión co n ella en el plato hasta qu ese mantuvo de pie. «N o sabía qu e tuvierasla intención de poner la vela en el plato», dijoBloch. Ella hizo ademán de sentarse en unsitio donde no había ninguna silla, y Blochexclamó: «¡Cuidado », pero ella solamente sehabía agachado para recoger un a moneda qu ese le había caído debajo de la mesa al hacerlas cuentas. Cuando ella fue al dormitorio parapasar revista a la niña, él en seguida preguntópo r ella; incluso cuando en una ocasión ellase levantó de la mesa, él le gritó que a dóndeiba. Ella encendió la radio qu e había encimadel aparador; era agradable mirar cómo semovía al compás de la música de la radio.Cuando ponían la radio en una película, siem-
pre interrumpían la emisión al momento paracomunicar una orden de búsqueda.
Estuvieron charlando mientras estuvie-ron sentados a la mesa. A Bloch le parecíacomo si fuera incapaz de decir algo serio. Em -pezó a hacer chistes, pero la arrendataria setomaba muy en serio todo lo que decía. El ledijo que su blusa parecía un a camiseta de fútbolpor las rayas, y aún hubiera querido decir algo
más, pero ella le interrumpió para preguntarle
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si es que no le gustaba su blusa, y qué teníacontra ella. No sirvió para nada que afirmaracon m ucha convicción qu e solam ente había sidouna broma, y que la blusa le iba muy bien
incluso a la palidez de su piel; entonces ellale preguntó si creía que su piel era demasiadopálida. El dijo en broma, que los muebles de lacocina eran casi iguales que los muebles deuna cocina de ciudad, y entonces ella le pre-guntó que por qué había dicho «casi». ¿Acasola gente de allí tenía todo más limpio? Inclusocuando Bloch comenzó a hablar en broma delhijo de l casero (probablemente le había hechoun a proposición), ella le tomó en serio y ledijo que el hijo de l casero no estaba libre.Entonces él quiso aclarar con una comparaciónqu e no había hablado en serio, pero ella tam-bién tomó en serio la aclaración. «No me refe-ría a nada en particular», dijo Bloch. «Perotiene qu e haber existido un motivo para qu elo dijeras», contestó la posadera. Bloch se rió.Le preguntó que por qué se reía de ella.
La niña comenzó a chillar en el dor-
mitorio. Ella fue allí y la tranquilizó. Cuandovolvió, Bloch estaba en pie. Ella se detuvo de-lante de él y se quedó unos momentos mirán-dole. Pero entonces empezó a hablar de símisma. Como la tenía tan cerca, no se sintiócapaz de responder, y dio un paso hacia atrás.Ella no le siguió, sino que se quedó callada.Bloch quiso abrazarla. Cuando finalmente m o-vió la mano, ella miró a un lado. Bloch dejó
caer la mano e hizo como si todo hubiera sido
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una broma. La posadera se sentó al otro ladode la mesa y siguió hablando.
Quiso decir algo, pero se le había ol-vidado lo que quería decir. Intentó recordarlo:
no consiguió acordarse exactamente de lo quese trataba, pero tenía algo que ver con elasco. Entonces un movimiento de la mano dela posadera le recordó otra cosa. Esta vez tam-poco se acordó de lo que era, pero tenía algoque ver con la vergüenza. Todo lo que perci-bía, movimientos y objetos, no le hacían pensaren otros movimientos y objetos, sino en sen-saciones y sentimientos; y cuando pensaba enlos sentimientos, no lo hacía como si estuviera
recordando un hecho pasado, sino que los re-vivía como algo presente: no pensaba en lavergüenza y en el asco, sino que ahora se aver-gonzaba y se asqueaba cuando se ponía a re-cordar, sin que le vinieran a la memoria losobjetos causantes de la vergüenza y el asco.Asco y vergüenza, la unión de los dos era tanfuerte que empezó a sentir picores en todo elcuerpo.
Un metal golpeó por fuera en el cristalde la ventana. La posadera respondió a supregunta, que se trataba del cable del pararra-yos en la escuela, al momento tomó esta repe-tición como un designio; no podía ser una ca-sualidad que se hubiera tropezado dos veces,una detrás de otra, con un pararrayos. Ademásle parecía que todo lo que veía tenía algúnparecido con alguna otra cosa; todos los obje-
tos le recordaban unos a otros. ¿Qué signifi-
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caba que el pararrayos hubiera vuelto a presen-tarse? ¿Cuál era la interpretación del pararra-yos? «¿Pararrayos?» ¿Existía la posibilidadde que no fuera más que otro juego de pala-
bras? ¿Significaba que no podía pasarle nada?¿O indicaba quizás q ue tenía qu e contarle todoa la posadera? ¿Y por qué tenían forma de pezlas galletas que había en aquel plato? ¿A quéaludían? ¿Tenía que quedarse «callado comoun pez»? * ¿Ya no podía decir nada más? ¿Eraesto lo que le indicaban las galletas del plato?Era como si no estuviera viendo todo aquello,como si lo estuviera leyendo en alguna parte,en el cartel anunciador de las normas de con-ducta de un sitio cualquiera.
Sí , eran norm as de conducta. La bayetaque estaba encima del grifo le estaba ordenan-do algo. También encima de la mesa, que ahoraestaba vacía, el tapón de la botella de cervezale exhortaba a algo. Se repetía sin descanso:allá donde miraba veía un desafío: hacer unacosa, no hacer la otra. Para él, todo estaba per-fectamente planeado de antemano, la repisa
con los frascos de las especies, una repisa conbotes de mermelada recién hecha... era unaconstante repetición. Bloch se dio cuenta quedesde hacía un rato ya no hablaba solamenteconsigo mismo: la posadera se había levantadoy estaba en el fregadero recogiendo los restosde pan de los platos. Tenía que ir recogiendo
La expresión alemana «callado como un pez», corres-ponde a la expresión en castellano «callado como una tum-
ba». [N. el
T.]
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todo detrás de él, dijo, ni siquiera se molestaen cerrar el cajón de la mesa después de cogerlos cubiertos, los libros que hojea los dejaabiertos sin más, cuando se quita la chaqueta
simplemente la deja caer al suelo.Bloch contestó que verdaderamente te-nía la sensación de que todo lo tenía que dejarcaer. Faltaba poco, por ejemplo, para que de-jara caer el cenicero que tenía en la mano; élmismo se quedaba asombrado de ver que toda-vía conservaba el cenicero en la mano. Se habíapuesto de pie, sosteniendo mientras tanto elcenicero frente a él. La posadera le miró. El sequedó un rato mirando el cenicero, y despuéslo puso en alguna parte. Como para lograr quelas indicaciones que continuamente se repe-tían en el ambiente volvieran a presentarse,Bloch repitió lo que había dicho. Estaba tandesamparado, que todavía lo repitió una vezmás. Vio que la posadera sacudía el brazo en-cima del fregadero. Dijo que se le había metidoun pedazo de manzana en la manga, y ahorano había manera de que saliera. ¿No había
manera de que saliera? Bloch se puso a imi-tarla, sacudiéndose también la manga; le pare-cía que si se ponía a imitarlo todo, podría llegara parecerse a la propia sombra de una per-sona. Pero ella se dio cuenta en seguida, y lehizo una muestra de su imitación.
Entretanto se acercaba al frigorífico, yencima del frigorífico estaba la caja de unatarta. Bloch observaba con mucha atención
cómo ella, sin dejar de imitarle, movía la caja
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por detrás. Como él la miraba con tanta insis-tencia, echó el codo para atrás otra vez. Lacaja de pasteles comenzó a resbalarse y se des-lizaba lentamente por las esquinas redondeadasdel frigorífico. Bloch hubiera podido aún atra-parla, pero se quedó mirando cómo se caía alsuelo.
Mientras la posadera se agachaba pararecoger la caja, él iba sin descanso de aquí paraallá y allí donde llegaba y se detenía, empu-jaba las cosas a un rincón, una silla, un me-chero encima de la chimenea, una copita paralos huevos duros en la mesa de la cocina. «¿Es-tá todo en orden?», preguntó. Le preguntaba
a ella lo que quería que ella misma le pregun-tara. Pero antes de que pudiera contestar seoyeron unos golpecitos desde fuera en el cris-tal de la ventana, y era imposible que esos gol-pes los hubiera dado el cable de un pararrayos.Bloch lo sabía ya un momento antes.
La posadera abrió la ventana. Afuerahabía un carabinero que iba a su casa en elpueblo, y pidió que le dejaran un paraguas.
Bloch dijo que podía irse con él, y la posaderale dio el paraguas que estaba colgado en elmarco de la puerta, debajo de los pantalonesde trabajo. Él prometió devolvérselo al díasiguiente. Hasta que no se lo devolviera, nopodría ocurrir nada inesperado.
En la calle abrió el paraguas. Al mo-mento, comenzó a golpear la lluvia con tantafuerza, que no oyó si le había dado un res-puesta. El carabinero avanzó pegado a la pared
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de la casa hasta ponerse debajo del paraguas,y entonces se marcharon.
Solamente habían dado algunos pasoscuando se apagó la luz en la posada, y enton-
ces la oscuridad fue absoluta. Estaba tan os-curo que Bloch se puso la mano delante de losojos. En aquel momento pasaban junto a unavalla, y escuchó al otro lado el resoplido deunas vacas. Algo pasó corriendo por su lado.El follaje susurraba a los lados de la carretera.«¡Por poco piso un erizo », exclamó el cara-binero.
Bloch le preguntó cómo había conse-guido ver el erizo en la oscuridad. El carabinerorespondió: «Eso es cosa de mi oficio. Cuandosolamente se ve un movimiento o se oye unmurmullo, tiene que ser uno capaz de distinguirel objeto de donde proceden el movimiento oel murmullo. Incluso es necesario reconocer unobjeto que se mueve, aunque lo percibas enel borde mismo de la retina». Mientras tantohabían dejado atrás las casas de la frontera, ycaminaban junto al riachuelo por un atajo. El
camino estaba cubierto de arena, y se volvíacada vez más clara a medida que Bloch se ibaacostumbrando a la oscuridad.
—La verdad es que aquí no estamosmuy ocupados —dijo el carabinero—. Desdeque minaron la frontera se acabó el contraban-do. A medida que la tensión se afloja, se cansauno y ya no es capaz de concentrarse. Y sialguna vez ocurre algo, no se reacciona a
tiempo.
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Bloch vio algo que corría hacia él, yse puso detrás del carabinero. Un perro pasópor su lado corriendo y le rozó.
—Cuando po r casualidad sorprende-
mos a alguien ni siquiera sabemos cómo cogerle.Lo hacemos mal desde un principio, y cuandoalguna vez acertamos, nos confiamos en queel compañero que llevamos al lado le cogerá,mientras que el compañero se confía en quetú mismo le vas a atrapar, y el individuo encuestión se escapa. ¿Se escapa? Bloch escuchócómo el carabinero a su lado, debajo del para-guas, cogía aire.
La arena crujió a sus espaldas, se diola vuelta y vio que el perro volvía. Siguieronandando, y el perro seguía a su lado y lesmordisqueaba las corvas. Bloch se detuvo,arrancó una rama de un almendro a la orilladel riachuelo, y le persiguió hasta que se alejó.
—Cuando se enfrenta uno a alguien—continuó el carabinero— es importante mi-rar al otro a los ojos. Antes de que echea correr, sus ojos indican la dirección en que
lo hará. Pero al mismo tiempo hay que obser-var también sus piernas. ¿En qué pierna seapoya? Se echará a correr en la dirección queseñala la pierna en que se apoya. En el casode que el otro quiera engañarte y no vaya aecharse a correr en esa dirección, tendrá quecambiar la pierna de apoyo justamente antesde echarse a correr, y en esta operación per-derá tanto tiempo, que mientras tanto se le
puede echar un o encima. Bloch miraba hacia
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el riachuelo, que se oía, pero no se veía. Unpájaro bastante grande salió volando de unarbusto. En un cobertizo de madera se oía unalboroto de gallinas, y se oía también cómodaban picotazos en los listones de la pared.—En realidad no hay ninguna regla —dijo elcarabinero—. Siempre se está en desventajaporque el otro también te está observando,y ve cómo vas a reaccionar a sus movimientos.Lo único que en realidad se puede hacer esreaccionar. Y cuando empiece a correr cam-biará de dirección al segundo paso, y tú mismote has apoyado en el pie que no era.
Mientras tanto habían llegado ya a la
carretera asfaltada y se acercaban a la entradade l pueblo. Aquí y allá pisaban serrín reblan-decido, que antes de la lluvia había empujadoel viento hasta la calle. Bloch se preguntó siel carabinero hablaba tan detalladamente deun a cosa, que podía decirse simplemente enun a sola frase, porque en realidad quería decirun a cosa completamente distinta. «¡Ha habla-do de memoria », pensó Bloch. Para hacer la
prueba, comenzó a su vez a hablar de unacosa con todo detalle, y normalmente no hubie-ra necesitado para ello más que una sola frase,pero el carabinero pareció tomar esto con todanaturalidad, y le preguntó a dónde quería llegarcon eso. Por otra parte parecía que lo que elcarabinero había estado contando antes, lo ha-bía dicho completamente en serio. Cuando lle-garon al centro del pueblo les salieron al pasolos participantes de un concurso de baile.
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«¿Concurso de baile?» ¿A qué aludía ahoraesta palabra? Una muchacha qu e pasó junto aellos buscaba una cosa en su «bolso», y otrallevaba unas botas de «caña» alta. ¿Servían
para algo las abreviaturas? Escuchó el clic delcierre del bolso a sus espaldas; casi cierra elparaguas como respuesta.
Acompañó al carabinero con el para-guas hasta la urbanización, que estaba en lasafueras. «Hasta ahora siempre he tenido qu ealquilar el piso, pero estoy ahorrando paracomprarme uno», dijo el carabinero, que yaestaba en el portal. Bloch también entró. ¿Siquería subir para tomarse una copa? Bloch
rechazó la invitación, pero se quedó allí para-do. Cuando el carabinero todavía no habíallegado arriba, se apagó la luz. Bloch se apoyóen los buzones. Afuera pasaba volando unavión bastante alto. «¡El avión del correo »,exclamó el carabinero en la oscuridad, y apretóel botón de la luz. La escalera se iluminó.Bloch se fue a toda prisa. En la fonda oyó quehabía llegado un numeroso viaje turístico, y
los habían alojado en la bolera con camas decampaña; por eso aquel día había bastantetranquilidad. Bloch preguntó a la chica quele había dado esta información si quería acom-pañarle arriba. Ella contestó gravemente quehoy no le era posible. Más tarde oyó desdesu habitación cómo caminaba por el pasillo ypasaba delante de su puerta. En la habitaciónhacía tanto frío por causa de la lluvia, que le
parecía como si hubieran esparcido por todas
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partes serrín mojado. Puso el paraguas en ellavabo con la punta hacia abajo y se echó enla cama vestido.
Bloch se empezó a adormilar. Se des-
perezó unas cuantas veces para ahuyentar lamodorra, pero eso le amodorró aún más. Levenían a la cabeza algunas cosas qu e había di-cho durante el día; intentó librarse de estospensamientos realizando espiraciones. Enton-ces sintió cómo poco a poco se iba quedandodormido; como antes de l final de una pausa,pensó. Unos faisanes atravesaban el fuego vo-lando y unos boyeros caminaban por un cam-po de maíz, y el mozo de la casa estaba en el
almacén escribiendo con tiza los números delas habitaciones en su portafolios, y un zarzalsin hojas estaba lleno de golondrinas y cara-coles.
Poco a poco se despertó, y entoncesllegaron a sus oídos los ruidos de la respira-ción de una persona en la habitación de allado, y con el ruido de esa respiración, en loque parecía ser un estado de modorra, se po-
dían construir frases; la espiración le hacía elefecto de una «y» muy larga, y el sonido pro-longado de la inspiración se confundía en suimaginación con las frases que algunas vecesestaban unidas al «y», como po r ejemplo cuan-do iban a continuación de un guión, que co-rrespondía a la pausa entre la inspiración yla espiración. En la puerta del cine había mu-chos soldados con zapatos de domingo termi-
nados en punta, y todo el mundo colocaba la
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caja de cerillas encima del paquete de cigarri-llos, y encima de la televisión había un jarrón,y un camión cargado de arena pasaba juntoal autobús levantando un a polvareda, y un
autoestopista llevaba en la mano libre un ra-cimo de uvas y alguien dijo delante de la puer-ta: «¡Abran, por favor »
«¡Abran, por favor » ¡Estas dos úl-timas palabras no tenían nada que ver con larespiración de la habitación de al lado, que sehacía ahora cada vez más clara, mientras qu elas frases desaparecían poco a poco. Ahora yaestaba despierto del todo. Volvieron a dar unosgolpecitos en la puerta diciendo: «¡Abran, po rfavor » Seguramente era eso lo que le habíadespertado, pues había dejado de llover.
Rápidamente se incorporó, un a plumadel colchón saltó hacia arriba e inmediatamentevolvió a su situación inicial; en la puerta es-taba la camarera con la bandeja de l desayuno.El no había pedido el desayuno, fue capaz dedecir, mientras ella se disculpaba y llamabadespués en la puerta de enfrente.
Otra vez a solas en la habitación, lepareció como si hubieran cambiado todo delugar. Abrió el grifo. Inmediatamente cayó unamosca del espejo al lavabo, y en un momentoel agua se la llevó. Se sentó en la cama: unmomento antes la silla estaba a su derecha yahora estaba a su izquierda. L a volvió a mirarde izquierda a derecha; esa mirada le parecióun a lectura. Veía un «armario», «después»
«una» «mesa» «pequeña», «después» «una»
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«papelera», «después» «una» «cortina»; sinembargo al mirar de derecha a izquierda veía
h , al lado una 1 T , debajo la 0 , alnalado el I [ encima su O ; y cuando miraba
a su alrededor veía la Q . al lado el 0 y el ©.Estaba sentado encima de la |_ , debajo ha-bía una =, al lado una = Fue hacia la
U U Bloch corrió las cor-tinas y salió de la habitación.El comedor estaba ocupado por el via-
je turístico. El fondista llevó a Bloch a la ha-bitación de al lado, donde la madre del fon-dista estaba sentada delante de la televisión,y las cortinas estaban corridas. El fondista des-corrió las cortinas y se quedó al lado de Bloch;que tan pronto le veía de pie a su izquierda
como, cuando alzaba la vista de nuevo, le teníaa su derecha. Bloch dijo que le trajeran eldesayuno y preguntó por el periódico. El fon-dista contestó que en ese momento lo estabanleyendo los miembros del viaje turístico. Blochse palpó la cara con los dedos; le daba la im-presión de que tenía las mejillas entumecidas.Tenía frío. Las moscas se arrastraban por elsuelo con tanta lentitud, que al principio se
creyó que eran escarabajos. Una abeja empren-
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dio el vuelo desde el alféizar de la ventana yen seguida volvió. La gente daba saltos en lacalle para esquivar los charcos; llevaban bolsasde la compra muy abultadas. Bloch se palpó
la cara por todos lados.El fondista entró con la bandeja y dijoque el periódico no estaba libre todavía. Habla-ba en un tono de voz tan bajo que Bloch, alcontestarle, le habló en el mismo tono. «Nocorre prisa», susurró. La pantalla de la tele-visión se veía llena de polvo a la luz del día,y en ella se reflejaba la ventana, por la quese asomaban los niños al pasar para la escuela.Bloch comía al mismo tiempo que miraba la
película. La madre del fondista gemía de vezen cuando.
Afuera divisó un carrito de periódicoscon la bolsa cargada. Fue a la calle, entoncesintrodujo primeramente una moneda por la ra-nu ra y a continuación sacó el periódico. Teníatanta práctica en hojearlo que, cuando entró,ya estaba leyendo la descripción de sí mismo.Una mujer se había fijado en él en un autobús
porque se le habían caído unas monedas de lbolsillo; enton ces ella se agachó a recogerlas yvio que eran monedas americanas. Más tardese enteró de que también se habían encontradounas monedas parecidas junto a la taquillera.En un principio no se habían tomado en seriosus declaraciones, pero después resultó que sudescripción coincidía con la descripción de unamigo de la taquillera que, la noche anterior
al suceso, había visto a un homb re mero deand o
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cerca del cine, cuando fue a recoger en cochea la taquillera.
Bloch se sentó de nuevo en la habita-ción y contempló el dibujo que habían hecho,
basándose en las declaraciones de la muier .¿Significaba eso que todavía no conocían sunombre? ¿Cuándo se había imprimido el pe-riódico? Vio que correspondía al primer re-parto, que por regla general aparecía ya por latarde del día anterior. Le parecía como si lostitulares y el dibujo hubieran sido pegados en-cima de la página; como en los periódicos delas películas, pensó: allí los titulares auténticos
también se sustituían por los titulares qu e con-venían a la película; o como los titulares refe-rentes a uno mismo que se podían imprimiren las ferias de barrio.
Habían descifrado la palabra «Stumm»en los garabatos de los bordes, y por cierto,con la letra inicial mayúscula; por lo tanto,se trataba con toda seguridad de un nombrepropio. ¿Estaba complicado en el asunto al-
guien que se llamara Stumm? Bloch se acordóde que le había hablado a la taquillera de suamigo, el futbolista Stumm.
Cuando la chica recogió la mesa, Blochno dobló el periódico. Oyó decir que habíanpuesto al gitano en libertad, que la muerte delcolegial mudo había sido un accidente. En elperiódico había salido solamente una foto de lniño junto con sus compañeros de colegio, por-
que nunca le habían fotografiado a él solo.
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El almohadón que la madre del fondis-ta tenía a la espalda se cayó del sillón al suelo.Bloch lo recogió y se marchó llevándose elperiódico. Vio el ejemplar de la fonda en la
mesa de jugar a las cartas; entretanto, el viajeturístico ya había emprendido la marcha. Élperiódico —se trataba de una edición de finde semana— era tan grueso, que no cabía enla pinza.
Cuando un coche pasó por su lado, seextrañó, sin ninguna razón —en realidad eldía era bastante claro—, de que llevara losfaros apagados. No ocurrió nada especial. Viocómo en los huertos vaciaban las cestas demanzanas en los talegos. Una bicicleta que leadelantó, iba de aquí para allá resbalándose enel fango. Vio cómo dos campesinos se dabanla mano en la puerta de una tienda; tenían lasmanos tan ásperas, que oía cómo raspaban alcontacto. En la carretera asfaltada había hue-llas embarradas de tractores, que venían delos caminos vecinales. Vio que una mujer an-ciana estaba inclinada delante de un escaparate
con el dedo en los labios. Los aparcamientosdelante de las tiendas se iban quedando vacíos;los últimos clientes entraban ya por la puertatrasera. «L a espuma» «se resbalaba hacia aba-jo» «por los escalones de la puerta cochera».«Detrás» «de la luna de los escaparates» «ha-bía» «colchones de plumas». Metían de nuevolas pizarras negras de los precios en el interiorde las tiendas. «Los pollos» «picoteaban» «las
uvas caídas por el suelo». Los pavos se acurru-
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caban pesadamente en las jaulas de alambrede los huertos de frutas. Las estudiantes demagisterio salían por la puerta con las manosapoyadas en las caderas. En la oscura tienda,
el comerciante estaba en silencio detrás delpeso. «Encima del mostrador» «había» «tro-citos de levadura». Bloch estaba apoyado enla pared de una casa. Se oyó un ruido extraño,como si , justamente a su lado, hubieran abier-to de par en par una ventana qu e solamenteestaba entreabierta. Inmediatamente siguió an -dando.
Se quedó de pie delante de un edificio
nuevo que todavía no estaba habitado, peroque sin embargo ya tenía puestos los cristalesde las ventanas. Las habitaciones estaban tanvacías que, a través de las ventanas, se veíael paisaje de detrás. A Bloch le pareció comosi é l m ismo hubiese edificado la casa. El mismohabía puesto los enchufes y también los cris-tales de las ventanas. También eran suyos elcincel, el papel de envolver y la fiambrera que
había en el alféizar de la ventana.Miró el edificio por segunda vez: no,los interruptores de la luz seguían siendo in-terruptores de la luz, y las sillas en el jardíndetrás de la casa seguían siendo sillas de jardín.
Siguió andando, porque—¿Tenía que justificarse porque siguiera
andando? ¿Y cómo—?¿Cuál era su objetivo? ¿Cuándo—?
¿Tenía qu e justificr el «cuándo», mientras
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él—? ¿Continuaba esto así, hasta—? ¿Yahabía llegado tan lejos, que—?
¿Por qué motivo tenía que deducirsealgo, simplemente porque estuviera caminando
por aquí? ¿Tenía que justificar el por qué sequedaba ahí parado? ¿Por qué tenía que jus-tificar algo cuando pasaba por una piscina pú-blica?
Esos «de manera que», «porque» y«por medio de» parecían instrucciones; deci-dió evitarlos, para no—
Era como si a su lado abrieran silen-ciosamente un escaparate entreabierto. Todolo imaginable, todo lo visible estaba ocupado.No era un chillido lo que le asustaba, sino unafrase sin pies ni cabeza, después de un montónde frases normales y corrientes. Parecía comosi todas las cosas tuvieran otro nombre.
Las tiendas ya estaban cerradas. Lasrepisas para las mercancías, de las que ya noiba y venía nadie, estaban abarrotadas. Nohabía ningún hueco en el que por lo menosno hubiera una pila de latas de conservas. To-
davía colgaba de ellas una etiqueta medioarrancada. Las tiendas estaban tan ordenadasque...
«Las tiendas estaban tan ordenadas queno se podía mostrar nada, porque...» «Lastiendas estaban tan ordenadas que no se podíamostrar nada, porque unas cosas tapaban aotras.» Mientras tanto, en el aparcamiento so-lamente quedaban ya las bicicletas de las estu-
diantes de magisterio.
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Bloch se fue al estadio después de co-mer. A bastante distancia de allí escuchó losgritos de los espectadores. Cuando llegó, toda-vía estaban en el calentamiento los hombres
de la reserva. Se sentó en un banco en el sen-tido longitudinal del campo, y comenzó a leerel periódico, hasta qu e llegó al suplemento de lfin de semana. Oyó un ruido, como cuando caeun pedazo de carne en un suelo de piedra; le-vantó la vista y vio que el balón, que pesabamucho porque estaba mojado, había rebotadoen la cabeza de un jug ador.
Se levantó y se marchó. Cuando volvió,
el juego ya había empezado. Todos los bancosestaban ocupados, así que caminó a lo largodel campo hasta llegar a la portería. No que-ría quedarse parado tan cerca de la portería,y subió la pendiente hasta la carretera. Caminópor la carretera hasta llegar a la esquina dondeestaba la bandera. Le pareció como si se learrancara un botón del abrigo y se pusiera adar saltos en la carretera. Cogió el botón y se
lo metió en el bolsillo.Comenzó a hablar con alguien que es-
taba de pie a su lado. Se informó de los equi-pos que estaban jugando y preguntó por elsitio donde se exponían los resultados. Coneste viento contrario no iban a meter muchosgoles, dijo.
Se dio cuenta de que el hombre queestaba junto a él llevaba hebillas en los zapa-
tos. «Yo tampoco conozco este sitio», contestó
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el hombre. «Soy representante, y solamente mevoy a quedar unos cuantos días po r aquí.»
—Los jugadores gritan demasiado —di-jo Bloch—. Un buen juego se desarrolla con
mucha tranquilidad.—No tienen ningún entrenador que lesdiga desde el borde del campo lo que tienenqu e hacer —contestó e l representante. A Blochle pareció como si estuvieran representandoesta conversación, para una tercera persona.
—Cuando se juega en un campo tanpequeño, tienen que tomarse decisiones muyrápidas —dijo.
Oyó un aplauso, como si la pelota hu-
biera rebotado en los bordes de la portería.Bloch contó que una vez había jugado contraun equipo, en el que todos los jugadores ibandescalzos; cada vez que daban una patada ala pelota, los aplausos le atravesaban de puntaa punta.
—Una vez vi en un estadio, cómo unjugador se rompía una pierna —dijo el repre-sentante—. Se oyó el crujido hasta los sitios
de arriba, donde está uno de pie.Bloch vio junto a él otros espectadoresque charlaban entre sí. No observaba al queestaba hablando en ese momento sino, por elcontrario, a aquel qu e estaba escuchando. Pre-guntó al representante si alguna vez, cuandoun equipo atacaba, había intentado dejar demirar a los delanteros para mirar al porterode la portería, hacia la que corrían los delan-
teros.
7/21/2019 Handke Peter - El Miedo Del Portero Al Penalty
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—Es muy difícil apartar la vista de losdelanteros y del balón para mirar al portero—dijo Bloch—. Se tiene uno que desprenderdel balón, es una cosa completamente forzada.
En lugar del balón se ve cómo el portero, conlas manos apoyadas en los muslos, corre haciadelante, hacia atrás, se inclina a derecha eizquierda y grita a los defensas. Normalmentela gente se fija en él solamente, cuando ya hanlanzado la pelota hacia la portería.
Caminaron juntos por la línea lateral.Bloch escuchó una respiración jadeante, comosi el juez de línea pasara corriendo a su lado.«Es un espectáculo muy cómico ver correr alportero de aquí para allá esperando la pelota,pero todavía sin ella», dijo.
El no podía estar mucho tiempo mi-rando para allá, contestó el representante, in-voluntariamente volvía la mirada hacia los de-lanteros. Cuando se miraba al portero, pare-cía como si tuviese uno que ponerse bizco. Eracomo si se viese a alguien caminar hacia unapuerta y, en lugar de mirar a la persona, se
mirara al picaporte. Empieza a dolerle a unola cabeza y se tienen dificultades para respirar.
—Uno se acostumbra a ello —dijoBloch—, pero es ridículo.
Se anunció un penalty. Todos los es-pectadores corrieron a ponerse detrás de laportería.
—El portero está pensando hacia quéesquina va a lanzar el otro el balón —dijo
Bloch—. Si conoce al jugador, sabrá cuál es la
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esquina qu e elige normalmente. Pero general-mente, el jugador qu e lanza el penalty cuentatambién con que el portero está haciendo éstaso aquellas conjeturas. Así que el portero sigue
reflexionando, y llega a la conclusión de queesta vez el tiro irá dirigido a la otra esquina.¿Pero qu é ocurre si el jugador continúa refle-xionando también, y decide dirigir el tiro a laesquina acostumbrada? Etcétera, etcétera.
Bloch vio cómo poco a poco todos losjugadores iban saliendo del área de castigo.El que iba a lanzar el penalty colocó el balónen el sitio adecuado. Entonces él mismo retro-cedió y salió de l área de castigo.
—Cuando el jugador toma la carreri-lla, el portero indica con el cuerpo inconscien-temente la dirección en que se va a lanzar,antes de que hayan dado la patada al balón, yel jugador puede entonces lanzar el balón tran-quilamente en la otra dirección —dijo Bloch—.Es como si el portero intentara abrir una puertacon una brizna de paja.
De repente el jugador echó a correr.
El portero, que llevaba una camiseta de unamarillo chillón, se quedó parado sin hacerun solo movimiento, y el jugador le lanzó elbalón a las manos.
E D I C I O N E SA L : G U A R A
3RUGUERÁ
7/21/2019 Handke Peter - El Miedo Del Portero Al Penalty
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E S T E L I B R OS E A C A B O DE I M P R I M I RE N L O S T A L L E R E S G R Á F I C O SDE HIJOS DE E. M I N U E S A , S. JE N M A D R I DR O N D A DE TOLEDO, 2 4E L 1 5 D E F E B R E R O D E 1 9 7 9
SE ENCUADERNO EN
S A INDUSTRIA DEL LIBRO
de impecable brillantez a la vez que de dis tan»ciado análisis de personajes y si tuaciones. UrK;libro qu e deja la sensación de haber asistido a u n > -
proceso de locura irreparable.
Peter Handke nació en Griffen Austria)en 1942. Ha vivido en diversas ciudades alema-nas y en París. Desde la publicación de sus pri-meras obras se convirtió en uno de los autoresalemanes má s conocidos y t raducidos, l legando aalcanzar el premio Georg-Büchner en 1 9 7 3 , un ode los galardones más apreciados en lengua ale-mana. Ha escrito también teatro y dirigido cine.
El miedo del portero a l pen lty ha sido l levadoal cine por Wim Wenders .
- <;Pilar Fernández-Galiano, Madrid 1954","es licenciada en Filología inglesa y alemana porla Universidad de Salamanca, ha realizado estu-dios en St. Andrews (Escocia) y en la Univer-sidad de Munich. Actualmente se dedica a la ;enseñanza, en la Universidad A utónoma de
Madrid, y a la traducción.