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HACIENDO FRENTE A LOS HEREJES AÑO 1184 FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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HACIENDO FRENTE A LOS HEREJES AÑO 1184

FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO

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Francisco Suárez Salguero ha compuesto estos escritos esmerándose en ofrecer

la crónica cronológica que el lector podrá aprovechar y disfrutar. Lo ha hecho

valiéndose de cuantas fuentes que ha tenido a mano o por medio de la red in-

formática. Agradece las aportaciones a cuantas personas le documentaron a tra-

vés de cualquier medio, teniendo en cuenta que actúa como editor en el caso de

algún texto conseguido por las vías mencionadas. Y para no causar ningún per-

juicio, ni propio ni ajeno, queda prohibida la reproducción total o parcial de este

libro, así como su tratamiento o transmisión informática, no debiendo utilizarse

ni manipularse su contenido por ningún registro o medio que no sea legal, ni se

reproduzcan indebidamente dichos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia,

etc.

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A MODO DE PRÓLOGO

CONSIDERACIÓN DE LAS HEREJÍAS EN EL BAJOMEDIEVAL AÑO 1184

Como indica L. Alcántara Duque.1 Moisés transmitió su mensaje a través de la pala-

bra y no de la imagen. El verbo, la palabra de Dios dada a los hombres para guía de su

vida y su salvación, era la manifestación de Él en la vida terrenal y también era un vehí-

culo de dominación. Durante la Edad Media el acceso a esta palabra garantizaba la per-

tenencia a una comunidad que dotaba al sujeto de prerrogativas específicas, que velaban

por su seguridad y manutención además de –recíprocamente– sujetarlo a ciertas obliga-

ciones sin las cuales sería un paria. En tanto la sociedad medieval se concebía como

eminentemente cristiana, la cohesión de ésta se daba a partir del rito y los discursos cris-

tianos. Así pues, cada estrato social cumplía una función de acuerdo a la relación esta-

blecida entre la vida material y la vida espiritual. Cada uno hacía lo propio para man-

tener el engrane del mundo funcionando, con el fin último de alcanzar la salvación

eterna.

La palabra divina estaba para ser escuchada. Parecería que una de las condiciones para

pertenecer a la Cristiandad era la recepción, casi pasiva, de la palabra. Y el clero, esta-

mento encomendado a difundirla, predicándola, mantenía, gracias a ello, una situación

material por encima de gran parte de la población, pues gozaba de potestades jurídicas y

sociales sobre ella. De esa forma, se establecía una lectura y un discurso concreto de las

Escrituras, es decir, se planteaba una serie de límites formales e interpretativos dentro

de los cuales el clero debía realizar su apostolado.

Así fue o, más bien, así se intentó que fuera. Fue común la aparición de individuos o

grupos –organizados o improvisados– que rebatían la exclusividad de la palabra divina

en los clérigos. Muchos eran los motivos por los cuales se rechazaba la restricción im-

puesta para aproximarse directamente a ella. La vida clerical distaba, en diversos mo-

mentos y regiones, de ser tan pura y espiritual como demandaban los cánones.

La palabra no podía ser difundida por cualquiera, pues se corría el riesgo de que se

interpretara fuera de los cánones y, entonces, surgiera la herejía. Sin embargo, con ma-

yor frecuencia de lo que se piensa, se trató de romper con este monopolio, intentando

quitar la palabra al orden sacerdotal, porque con frecuencia no se les consideraba dignos

de transmitirla. Es en ese momento donde se subvierte el orden impuesto y se reconoce

que el verbo está a disposición de los simples y de los laicos. Se eliminaban, así, las ba-

rreras sociales impuestas y se abrían posibilidades de generar una igualdad de funciones

que trastocaba el orden imaginado y precariamente establecido. Un orden construido

poco a poco y un poder que se afianzaba paulatinamente.

1 UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, según entrada que se publicó en 3 de septiembre de 2013 en

página informática del Seminario Interdisciplinario de Estudios Medievales, siendo de esta misma entrada

la ilustración que aparece en nuestra portada, representación de la Caída de Simón el Mago, capitel, basí-

lica de Saint-Sernin en Toulouse, siglo XI.

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Si un simple se hacía del verbo, cabía la posibilidad de que pervirtiera y modificara la

verdad aceptada, garante del status quo. La herejía es, entonces, el error al interpretar o

valorar los cánones eclesiásticos y los textos fundadores o fundantes del cristianismo.

Pero ¿de acuerdo con qué criterio, con qué objetivo y bajo qué términos tiene lugar el

error?

La construcción de la fe correcta, adecuada y verdadera es constante. Obedece, prin-

cipal aunque no únicamente a dos cuestiones: qué es lo que se quiere combatir y qué

tipo de poder se quiere edificar. Durante el Imperio Carolingio, por ejemplo, bajo la tu-

tela de Carlomagno se formaban intelectuales en la corte, los cuales posteriormente eran

enviados a los monasterios sujetos a su dominio. Uno de los intelectuales más promi-

nentes de esa corte fue Alcuino de York, quien colaboraba para consolidar el poder cen-

tralizado de los carolingios; él explotó una forma específica de transmisión para la crea-

ción de textos especializados, destinados a un grupo de gente preparada para enten-

derlos. Se esforzó así por dividir la preparación y la redacción de medios de transmisión

de esa palabra (textos) para después difundirlos, probablemente en lengua vernácula. Se

reafirmaba así la categoría de oyentes de la grey. Se controlaba, así, la manera en la que

la Iglesia establecida, patrocinada por el poder, hacía llegar la directriz cristiana a sus

fieles.

Pero sólo podía controlarse en primera instancia, porque lo dicho siempre tendrá la

posibilidad de modificarse en la predicación vernácula. Un cambio que se propicia y

permanece en la oralidad.

Entre los siglos XI-XV, en la Cristiandad europea pulularon numerosos y diversos

movimientos heréticos, los cuales han de ser considerados como una forma de interpre-

tación y una actuación particular de la religiosidad del momento, lo que hemos de en-

tender para una comprensión histórica del tiempo medieval que recorremos. Dichos mo-

vimientos son considerados heréticos por haber surgido como experiencias o propuestas

religiosas al margen de la Iglesia Católica, frecuentemente contraponiéndose a ella y

contra ella, adoptando una correspondiente organización propia.

Las herejías se nos presentan muy sugerentes, interesantísimas para la comprensión de

la mentalidad medieval. Más que la ortodoxia o las desviaciones de los respectivos mo-

vimientos, tal vez nos interese actualmente un acercamiento a sus orígenes, a sus moti-

vaciones, a cómo se desenvolvieron. Los diversos movimientos son considerados en una

visión más amplia que otros fenómenos paralelos, como pueden ser los de la afirmación

de una sociedad comunal y la aversión contra ciertas evoluciones en la vida de la propia

sociedad.

Los movimientos heréticos de la Edad Media eran substancialmente laicales. No eran

herejías intelectuales, sino de doctrinas en general simples o como muy básicas, muchas

veces sin ninguna reflexión sistemática, por lo que no podemos compararlas con las an-

tiguas ni con las posteriores, por ejemplo, de Lutero, Calvino, etc. Podemos considerar

que las herejías medievales fueron las propias de un paulatino despertar del laicado en

tan largo período de tiempo, un tiempo de reforma, tanto del papado como eclesiástica

en general y en el contexto de la querella de las investiduras. Podemos recordar, por

ejemplo, el movimiento patarino milanés, de un ímpetu religioso laical que sólo se pudo

controlar y suprimir mediante la jerarquía eclesiástica. Pero la incomprensión de los de-

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seos religiosos de los laicos por parte de la jerarquía condujo en el siglo XII a la for-

mación de movimientos constituidos como sectas, ciertamente heréticas y de compleja

caracterización.

Hilarino de Milán, un historiador italiano que se ha ocupado del fenómeno de las he-

rejías medievales, las presenta como de dos tipos:

Herejías de evangelismo ascético: Movimientos que se dirigen a la imitación directa

de Jesucristo y de los primeros discípulos. Formaron parte de esta corriente los grupos

evangélicos-pobres que sostenían la necesidad de una vuelta a la pobreza de la vida

evangélica y que se sustraían de la vigilancia de la Iglesia, de la que contestaban su lai-

cismo moral y la correspondiente riqueza. En estos grupos se contestaba también la Do-

nación de Constantino como símbolo de una Iglesia demasiado implicada en los asuntos

políticos y feudales. En este grupo destacaron los valdenses.

De otra parte, se presentan los movimientos doctrinales: A la base de su experiencia

religiosa estaría un complejo doctrinal o un principio teológico-filosófico. Represen-

tantes de este grupo fueron los cátaros.

De todos modos, para Hilarino, esta división de las herejías es demasiado esquemática

y ha de tenerse en cuenta que el evangelismo ascético no era ajeno a dogmatizar y los

movimientos doctrinales no dejaban de atraer al adoptar sus seguidores modos de vida

ejemplares o modélicos a la vista o interpretación de mucha gente.

La herejía, hasta llegar a ser delito, tuvo su proceso o recorrido histórico, siendo en el

Imperio Bizantino fundamentalmente la de los paulicianos y la de los bogomilos, ha-

biendo aparecido los primeros a mediados del siglo VII en Armenia y la Anatolia Cen-

tral, siendo un movimiento más bizantino que propiamente armenio y muy extendido

por el medio rural. Nos detenemos primero en estos herejes, los paulicianos, y pasare-

mos después a la consideración de los bogomilos.

Los paulicianos tienen ese nombre derivado de Paulo Armenio, guía o promotor del

grupo entre los años 688-718, sin que él fuera propiamente su fundador.

Sólo podemos reconstruir la doctrina pauliciana a partir de tradiciones del siglo IX,

considerando que enseñaban su dualismo radical, de dos fuerzas iguales: un dios o de-

miurgo malvado, creador del mundo visible, material, y un Dios bueno creador del

mundo invisible, espiritual y celestial. Esas dos fuerzas (divinas) combaten sin fin, per-

petuamente tensas entre sí. Partiendo de esta visión, los paulicianos condenaron el poder

político y social del estado imperial bizantino, considerándolo obra demoníaca o del

dios malvado. Esta manera de pensar explica también las acciones militares de esta sec-

ta contra el estado bizantino.

De manera semejante y particular luchaban contra la Iglesia Bizantina, obra de las

fuerzas del mal según ellos, rechazando los sacramentos, los días festivos y los ayunos,

detestando de modo particular la veneración de la cruz y de las imágenes. Con el culto

rechazaban también al clero, considerándolo inútil del todo en la vida religiosa, como

toda otra mediación. Los paulicianos consideraban el Antiguo Testamento como obra

del creador malvado.

De manera positiva, la religiosidad pauliciana estaba determinada por su concepción

cristológica. Para los paulicianos, Cristo es un ser bueno enviado por el Dios bueno con

el fin de enseñar la escondida verdad del Dios bueno. Esta enseñanza será competencia

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de los discípulos de aquella doctrina, los paulicianos. Según ellos Encarnación y Pasión

de Cristo son interpretaciones erróneas del Evangelio. En el centro de su interés está el

estudio o consideración del Evangelio (evangelismo).

Su culto era muy simple: oración, lectura del Evangelio y su interpretación. No sabe-

mos en qué medida dependen de la gnosis (antigua o tardía) o del maniqueísmo, tenien-

do en cuenta que fenómenos similares no tienen por qué depender el uno del otro, pues

pueden ser incluso análogos.

Los paulicianos encontraron sus partidarios sobre todo en la época iconoclasta, aun-

que no compartían las posiciones de los que rechazaban las imágenes. En la lucha bi-

zantina contra los paulicianos, el poder estatal bizantino, desde mediados del siglo VIII,

fue tomando medidas radicales, mediante una especie de policía ética, transfiriendo a

numerosos paulicianos a los Balcanes, teniendo en cuenta que los paulicianos se habían

convertido en aliados de los musulmanes contra los bizantinos.

La historia de los paulicianos, centrada en los Balcanes, termina en el siglo IX, siendo

sus herederos o continuadores herejes los bogomilos, los cuales, según relató el sacer-

dote búlgaro Kosma, hacia el año 970, en un tratado contra esta herejía, resulta que el

nombre bogomilos se deriva de una sacerdote búlgaro hereje llamado Bogomil (que sig-

nifica “uno que ama a Dios”). Dicho sacerdote hereje, desde mediados del siglo X, se

dedicó a la predicación itinerante de pueblo en pueblo.

Bulgaria, cristianizada desde los tiempos del príncipe Boris, bautizado en el año 865,

se constituyó como iglesia metropolitana dependiente de Bizancio, dándose la circuns-

tancia de que las tensiones entre el rico y alto clero búlgaro y el pobre propiciaron la di-

fusión de ideas y doctrinas eclesialmente críticas. Los bogomilos, que nacieron a partir

de aquel movimiento de crítica y descontento, sostenían un dualismo moderado. Afir-

maban que Dios creó el Universo con sus 4 elementos (fuego, aire, agua y tierra) y eri-

gió su Reino de 7 cielos. Uno de los ángeles más eminentes, Satanás, se había rebelado

contra Dios, resultando ser exiliado a la tierra, siendo entonces el creador del mundo te-

rrestre. En la creación de los seres vivientes, Satanás rechazó incluir en los cuerpos ma-

teriales a los ángeles, de modo que el dualismo entre bien y mal se encuentra en el pro-

pio hombre. Cristo es un mensajero de Dios para informar a los hombres de su real con-

dición. Cristo no consigue vencer a Satanás, el cual tiene el dominio sobre la tierra hasta

el Juicio Final.

Los predicadores bogomilos no quisieron en ningún momento enseñar doctrinas abs-

tractas, sino aquéllas de la que extraer sus consecuencias. La Iglesia oficial, toda ella, es

para los bogomilos obra de Satanás. La vida, pervertida o hipócrita de los clérigos, de-

muestra que siguen a Satanás; no son santos, puros, pobres…, sino borrachos, avaros,

lujuriosos, litigantes… El culto de la Iglesia es inútil, los sacramentos no valen nada, las

reliquias son sólo huesos. Particularmente rechazable para los bogomilos es la cruz. De

la Biblia sólo aceptan partes del Nuevo Testamento, sobre todo el Evangelio de San

Juan. El Antiguo Testamento es para ellos obra de Satanás.

No se limitaban a atacar la Iglesia sino que consideraban en general el poder y la ri-

queza como obra y seducción de Satanás. Los que detentaban el poder (reyes, príncipes,

alto clero), todos eran considerados servidores del Diablo.

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Entre los bogomilos existían dos grupos, siendo el principal el constituido por los pre-

dicadores, perfectos o simplemente cristianos, y siendo el segundo grupo el de los fie-

les, la gran masa de los seguidores. Las fuentes ortodoxas hablan de un tercer grupo for-

mado por los simpatizantes.

A finales del siglo XI aparecen bogomilos también en Constantinopla, donde son pro-

cesados. Su organización se consolida en diversas iglesias: Macedonia, Tracia, Asia

Menor, Serbia y Bosnia. Desde el siglo XIII se aprecia ya su decadencia, empezando

por Constantinopla.

Resulta muy interesante, en el siglo XII, el desarrollo del movimiento bogomilo en

Bosnia, en zona fronteriza entre territorios latinos y bizantinos, con abundante campe-

sinado en lugares aislados. En las tierras centrales de Bosnia se afianzó mucho la pre-

sencia bogomila entre la población rural. La Iglesia Ortodoxa se limitó al sur y sudeste

del país, mientras que la Latina intentó entrar desde las ciudades marítimas del

Adriático y de Croacia sin grandes resultados. Los príncipes de Bosnia favorecieron a

los bogomilos, ya que garantizaban bien la independencia del país con relación a Hun-

gría y a Venecia. De este modo se formó realmente una Iglesia Bogomila de Bosnia, del

todo herética, con una estructura jerárquica cuyos centros eran los de las comunidades

de los perfectos (asemejados a monjes). Cuando los turcos conquistaron Bosnia (año

1463) y Herzegovina (año 1482), gran parte de la población se convirtió al Islam, des-

tacando entre estos conversos todos los bogomilos.

Las primeras noticias sobre herejías en Occidente aparecen en Francia, hacia el año

1000. Al comienzo son pocos casos, pero desde los años 1018-1028 son más frecuentes

los fenómenos que se testimonian en Francia, Italia y los Países Bajos. Son fenómenos

bastante aislados y geográficamente distantes. No podemos hacernos en todos los casos

una idea sobre el contenido de sus doctrinas, pero es obvio que provienen de las clases

más modestas de la población. En Italia (Rávena, Venecia, Verona) se encuentran gru-

pos heréticos entre los años 1030-1048, aunque muchos grupos no llegaron a ser co-

nocidos por las autoridades.

El primer caso documentando es el de la herejía de un campesino de Champaña lla-

mado Leutardo, del cual nos habla el cronista cluniacense Rodolfus Glaber (muerto en

1047) en su Crónica o Historia del año 1000, afirmando que Leutardo habría dejado a

su mujer, destruido las cruces, rechazado pagar los diezmos y criticado el Antiguo Tes-

tamento.

Se contaba que había tenido unas supuestas revelaciones, habiendo entrado en su cuer-

po unas abejas. Fue a partir de entonces cuando echó de su casa a su mujer y se impuso

la tarea de predicar la castidad y la pobreza con desprecio de la autoridad eclesiástica,

negando el pago de los diezmos y gran parte del Antiguo Testamento. Con cierta icono-

clasia se fue ganando la reputación entre los más pobres.

Parece ser que Leutardo estuvo influenciado por los bogomilos y podemos encontrarlo

en los orígenes del catarismo.

Fueron desarrollándose en la Europa Occidental varios fenómenos heréticos medie-

vales, documentados, por ejemplo, en Lieja (Bélgica) y Arras (Francia). En Orleans

(año 1022) hubo un clamoroso proceso contra los herejes.

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Es muy difícil hablar de la doctrina y mensaje de los mencionados herejes, si bien sa-

bemos algo del grupo de Orleans procesado en 1022, grupo del que formaron parte al-

gunos nobles y clérigos. La doctrina de éstos2 comprendía lo siguiente:

Distinción entre un mundo invisible y otro material, el cual es del demonio.

Rechazo del matrimonio y de los cargos civiles.

Jesucristo tiene un cuerpo sólo aparente.

El bautismo de agua es rechazable (en pro del espiritual, o de imposición de manos,

etc., típicamente cátaro) y comunicación del Espíritu Santo mediante la imposición de

las manos.

Rechazo de la fe sobre la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía.

Antes del año 1000 hubo un período de ausencia de herejías en Occidente, un período

que consistió más bien en que no pocos eran aún como remanentes en el paganismo.

Luego, el hecho de que aparecieran las herejías hemos de entenderlo en relación al he-

cho de una revitalizada cristianización. A partir de aquí, la alternativa a la Iglesia no se-

ría ya el paganismo, sino una diversa forma de ser cristiano. Así, la primera oleada de

herejías aparece en Occidente ya a mitad del siglo XI, cuando, en plena reforma grego-

riana, la Iglesia se adapta a las nuevas condiciones sociales y se constituye el papado co-

mo centro eclesiástico y político de Europa. En aquella época, en la que el propio Papa

es el mayor de los revolucionarios, los más fieles aliados de la Santa Sede son también

los que llevan una mayor carga de protesta a todos los niveles, como pusieron de ma-

nifiesto, por ejemplo, los patarinos de Milán.

Tras la reforma gregoriana surgirá también otro tipo de herejía, no de herejes retirados

y silenciosos sino de grupos agresivos y fanáticos. Se instalaron hacia el año 1100 en las

partes más desarrolladas de Europa, en Italia septentrional, sur de Francia y Flandes.

Fueron los tiempos de los destacados predicadores itinerantes conocidos como Paupe-

res Christi, pobres de Cristo, los cuales arremetieron contra los sacerdotes simoníacos y

lanzaron sus ataques sobre las riquezas de la Iglesia; eran predicaciones anticlericales

que fácilmente se podían transformar en herejías.

Uno de los predicadores heréticos del sur de Francia fue Pedro de Bruys, que había

dejado el sacerdocio, pero no la predicación. Pedro se presentó a la gente en hábito de

peregrino, descalzo y con barba larga, predicando contra los edificios de las iglesias, de-

lante de las mismas o en salas o en tabernas. En aquellas predicaciones se procedía a

quemar cruces, a proscribir las oraciones y los estipendios u ofrendas por los difuntos, a

negar el bautismo de niños, la celebración de la Eucaristía, etc. Pedro era radical en su

2 Con características muy similares a lo sostenido por los bogomilos, lo que nos lleva a pensar el flujo

herético de Oriente a Occidente. Pero hay quienes piensan no tanto en tal influjo sino en que los grupos

heréticos occidentales fueran realmente autóctonos, representantes de una aspiración religiosa menos for-

mal o clericalmente (y monásticamente) dominada, buscando una anhelada pureza evangélica. No obs-

tante, la mayor parte de los historiadores, también actualmente, se decanta por vincular las herejías me-

dievales occidentales a las orientales, particularmente dualistas, de bogomilos y maniqueos.

Se cree que la herejía se extendió hacia Europa desde el sur de Italia, cosa que está documentada por pe-

regrinos del siglo XI testimoniando la presencia de predicadores bogomilos. Puede que los propagadores

heréticos, además de predicadores itinerantes, fueran comerciantes, siendo éstos los más rechazados o

perseguidos, más por parte de laicos que de clérigos.

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predicación, rechazando sobre todo el papel medidor de la Iglesia o de los eclesiásticos.

Con su pobreza, constantemente aludida y testimoniada, encontró mucha aceptación y

seguidores. Como consecuencia de sus predicaciones, la multitud destruyó iglesias y

altares, asedió y atacó monasterios. Un Viernes Santo, tal vez del año 1131, comieron

carne a la brasa en un fuego de cruces de madera. Indignados por la herejía, sus adver-

sarios apresaron a Pedro de Bruys, el cual murió en la hoguera, en aquella misma pira.

Pero la herejía siguió existiendo, llamándose sus seguidores pietrobrusianos. Contra

ellos escribirá el abad de Cluny, Pedro el Venerable (muerto en 1156).

El ex monje Enrique, en 1135, reconoce algunas opiniones que comparte con los pie-

trobrusianos y predica dichas opiniones de manera itinerante por el sur de Francia. Pre-

dicaba contra la Iglesia como institución, no admitiendo más fuente o medio de vida re-

ligiosa que el Evangelio. A partir de 1145 no se sabe nada acerca de Enrique, y bien pu-

diera ser que ya formara parte de los cátaros.

La reforma de la Iglesia durante la lucha de las investiduras había conducido a una re-

novación múltiple con la formación de nuevas órdenes religiosas, pero al mismo tiempo

la Iglesia no sólo se había transformado en más independiente, sino también en más po-

tente. Por ello todas las controversias en torno al ideal de una Iglesia pobre o de una

Iglesia para los pobres, desde la primera mitad del siglo XII, provocaba como conse-

cuencia la herejía. En los primeros decenios del siglo XII estas tendencias eran todavía

esporádicas, pero muy pronto la Iglesia se enfrentará no sólo con una herejía de gran di-

fusión sino también con una bien organizada a modo de Iglesia anti-Iglesia: la de los cá-

taros, derivados en cierto modo de los Pauperes Christi.

En 1143, aparecieron en Renania, concretamente en Colonia, los heréticos Pauperes

Christi. Como testimonio, existe una carta del preboste premostratense Evervino de

Steinfeld a San Bernardo de Claraval, refiriendo un interrogatorio a dichos herejes. De

su relación resulta que este grupo posee una doctrina muy similar a la bogomila y tam-

bién una jerarquía con creyentes, por un lado, y elegidos o perfectos, por otro. Pro-

clamaban estar extendidos por todas partes, incluido el Imperio Bizantino. Con dispo-

sición se dejan quemar en el fuego en Colonia y en Bonn. Entre 1144-1145 también el

clero de Lieja percibe la presencia de esta secta y lo comunica al Papa. En 1147 al-

canzan el suroeste de Francia, en Perigord, llevando el estilo de vida de los apóstoles,

despreciando las posesiones y orando siete veces al día y por la noche. Nobles, clérigos,

monjes y monjas les siguen. Incluso San Bernardo de Claraval llegará a conocerlos en el

sur de Francia allá por los años 1144-1147.

Hasta ese momento la secta no tiene un nombre, no es conocida como movimiento

cátaro, denominación que aparecerá en Colonia, a partir del año 1163, siendo también

otra conocida denominación la de Cristianos o Verdaderos Cristianos y Buenos Hom-

bres. Encontramos estos apelativos en todos los países donde los cátaros han estado

presentes. En los años 60 del siglo XII hicieron una campaña de propaganda en muchos

lugares de Francia y del norte de Italia. En 1162 pasaron a Inglaterra unos 30 cátaros

alemanes, hombres y mujeres, campesinos, predicando allí su fe. El rey inglés Enrique

II, arrestándolos, los condenó a muerte.

Desde finales de aquellos años 60 los centros del catarismo se hallaban al norte de

Italia y al sur de Francia (Languedoc). Los motivos que provocan la difusión cátara en

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estas zonas serán, por un lado, la tradición de la lucha por las investiduras en Italia, de

manera que los cátaros lombardos son llamados patarinos, y por otra parte el relativo

olvido y dejación de las herejías por parte de las autoridades civiles.

Una referencia sobre la influencia de los cátaros en el sur de Francia y su influencia

nos lo presenta la descripción de una disputa entre católicos y cátaros del año 1165 en

Lombers, a pocos kilómetros de Albi, en el sur de Francia. En esta discusión tomaron

parte siete obispos católicos, entre los que se encontraba el arzobispo de Narbona, en

presencia de muchos nobles y laicos de la zona. En esa reunión, los cátaros evitaron dis-

cusiones sobre cuestiones dogmáticas, pero criticaron con ferocidad la vida de los obis-

pos, a los que calificaron de hipócritas y seductores, contrarios al ideal sacerdotal del

Nuevo Testamento. Las críticas sobre la vida no evangélica del clero recibieron gran

acogida y aceptación entre el pueblo.

Hacia 1167 se presentó en Venecia un cierto Papas Nichetas, probablemente un obis-

po bogomilo de Constantinopla portando a Occidente la doctrina de la Iglesia Drago-

vítica, cuyo nombre deriva de un lugar de incierta localización en la actual Bulgaria,

Dragowitsa (Drugonthia), donde doctrinalmente se sostenía un dualismo radical. El títu-

lo de Papas ya creó confusión en la Edad Media, llegando a deducir algunos que se

trataba de un establecido papado cátaro; pero con aquel nombre sólo se indicaba o signi-

ficaba pope, designación bizantina de eclesiástico. Nichetas tuvo gran influencia sobre

los cátaros franceses. En el concilio cátaro de 1167, en Saint-Félix-de-Caraman, con-

sagró de nuevo a los perfectos cátaros según el ordinario Drugonthio o rito de la iglesia

Dragovítica, siendo a partir de ese momento los cátaros franceses dualistas radicales (y

en Italia seguirán existiendo las dos variantes de catarismo).

Más significativo que esto será que 25 años después de la primera aparición en Europa

de los cátaros occidentales ya era posible que se reunieran en un concilio los dirigentes

cátaros, lo que demuestra una rápida difusión de aquella fe o creencia. Bajo la dirección

de Nichetas se procedió a construir o constituir una organización. Junto a las dos dió-

cesis cátaras que ya existían en Francia, una para el norte y otra para el sur, en Albi, por

lo que a los cátaros se les llamó también albigenses, se nombró un obispo para Lom-

bardía y otros para las nuevas diócesis de Francia, sobre todo en Toulouse, Carcassone

y Ayen. Geográficamente el centro cátaro del sur de Francia se extendía sobre vastos

territorios del condado de Toulouse a lo largo del río Verone hasta los Pirineos.

En Italia, hacia 1200, la diócesis Lombarda se dividió en 4 diócesis septentrionales:

Concorezzo, Esenzano, Vicenza y Bagnolo, además una diócesis cátara en Florencia y

otra en Spoleto. Los puntos de aceptación del catarismo italiano eran Milán, Piacenza,

Cremona, Brescia, Bérgamo, Vicenza, Verona, Ferrara, Florencia y Orvieto. Así se for-

maron en Italia diversas iglesias cátaras que estaban en relación entre ellas, pero no te-

nían ninguna organización centralizada.

Menos difundido estaba el catarismo en otras partes de Europa. Intentaron penetrar en

Champagne, en Borgoña y en Flandes, incluso estaban presentes en algunas ciudades

alemanas, como Colonia, Maguncia, Bonn, Coblenza, Pasavia, Viena, etc. También hay

rastros de grupos cátaros en Inglaterra y en el norte de Aquitania, pero el catarismo no

consiguió convertirse en un fenómeno de masas fuera de sus centros de Francia meri-

dional y de Italia septentrional.

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Entre los cátaros encontramos dos formas de dualismo: uno moderado y otro más

radical o llevado a su mayor extremo a partir de la doctrina dagovítica.

De la italiana iglesia cátara de Desenzano proviene el Liber de duabus principibus, de

un dualismo radical semejante al de los albigenses del sur de Francia. Según el dualismo

moderado Satanás es sólo un ángel que se ha rebelado contra Dios y que por su culpa

tienta y levanta a los demás espíritus a la rebelión y al castigo que se derivó. En el ca-

tarismo del dualismo radical Satanás asume el principio antitético al Dios bueno, por lo

que se transforma en un principio malo, creador de la materia, retomando así antiguos

principios maniqueos. Satanás conseguiría incluso engañar a los mismos ángeles pre-

sentándoles a ellos las seductoras bellezas de la tierra y en particular la fascinante be-

lleza de las mujeres y la ambición del poder. Muchos ángeles le siguieron y fueron he-

chos prisioneros de la materia, siendo esta prisión su infierno. Según estos cátaros no

existe otro infierno tras la muerte, el mundo material en el que vivimos es el infierno, la

incorporación a él es ya una condena. Los ángeles serían esclavos para siempre de este

mundo si el Dios bueno en su infinita misericordia no hubiese encontrado una vía de

salvación. Puso entonces en medio del Paraíso un libro con 7 sellos, del que habla el

Apocalipsis invitando a todos a leerlo y a cooperar en consecuencia, pero cada ángel

que abría este libro se desmayaba cuando aprendía lo que quería hacer. Al final uno de

estos ángeles, Cristo, tiene el coraje de aceptar el terrible encargo, descender sobre la

tierra, aceptar la vida infeliz de los hombres, hasta la muerte en cruz, para poder revelar

la vía de la salvación a los ángeles prisioneros en el infierno de los cuerpos. La vía era

la de evitar todo contacto sexual, cualquier comida de origen sexual como huevos, le-

che, queso y sobre todo la carne. Según el comportamiento en el campo de la absti-

nencia y la renuncia cada ángel prisionero en la materia tiene la posibilidad de mejorar o

empeorar su suerte. Quien hubiese obrado bien podría transmigrar de un cuerpo a otro

mejor, es decir de animal a ser humano y de mujer a hombre. El que se hubiese com-

portado mal transmigraría de ser humano a animal.

Los cátaros radicales enseñaban la doctrina de la Metempsicosis, la transmigración de

las almas, en el sentido que mi alma es un ángel caído el cual ya se ha transmigrado a

través de muchos cuerpos. Tras la venida de Cristo a la tierra se había revelado la vía de

la Redención, que no es un don gratuito sino que se consigue a través de pena y sacri-

ficio, es decir mediante la obediencia a los preceptos de la moral cátara. Además de esta

observancia se tenía que recibir un sacramento especial, el Consolamento, único sacra-

mento cátaro consistente en el rito de la imposición de la mano derecha por parte de un

perfecto considerado portador del Espíritu. Este sacramento permitía dejar el propio

cuerpo terreno y unirse sin más pasos al Dios bueno sin más transmigraciones. No obs-

tante comportaba también una serie de pesadas responsabilidades, ya que quien trans-

grediera los preceptos de la moral y de la pureza perdía todos los efectos redentores del

sacramento debiendo renovarlo.

Los que habían recibido la Consolación y vivían según las estrictas reglas de la Iglesia

cátara eran llamados perfectos. La segunda clase era mucho más numerosa y la forma-

ban los creyentes. En el ámbito de la fe cátara los perfectos constituían algo similar a un

monje o un clérigo (también le era posible a las mujeres recibir la Consolación). La fun-

ción principal de los perfectos y perfectas era la vida ascética, según las leyes cátaras,

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por tanto vida célibe, después predicación y la dirección de los creyentes. De suyo en el

sur de Francia vivían muchas mujeres cátaras perfectas.

La mayor parte de los cátaros, por lo general, era sólo de creyentes, los cuales retra-

saban la Consolación hasta el momento de la muerte, pues dicha Consolación imponía

arduas obligaciones. En casos excepcionales, la Consolación se podía acompañar de una

especie de suicidio ritual, el que al sur de Francia se llamó endura, penitencia que con-

sistía en dejar morir de hambre, con propio consentimiento, a quien hubiese recibido la

Consolación.

El catarismo no llegó a los estratos cultos o eruditos de la época. Tampoco encontra-

mos en él a ningún teólogo o pensador de relieve. La gran difusión se debió a factores

sociales y eclesiásticos, sosteniéndose por una estructura organizativa contrapuesta al

orden eclesiástico. En el fondo, más que de una secta cristiana se trataba de una religión

novedosamente no cristiana, por mucho que se mostrara como un movimiento de pro-

testa contra algunos aspectos deficientes de la Iglesia medieval.

Como veremos, la contraofensiva católica comenzará hacia la segunda década del si-

glo XIII, tras el pontificado de Inocencio III (1198-1216), habiéndose proclamado la

cruzada contra los albigenses. Serán destacables Santo Domingo de Guzmán, los domi-

nicos y los franciscanos. La cruzada durará hasta 1229 y no conseguirá eliminar com-

pletamente a los cátaros en el sur de Francia, imponiéndose así la Inquisición.

Entonces, el catarismo se tornará clandestino. Las formas organizativas de los obispos

cátaros franceses desaparecerán hacia 1275. Los cátaros franceses se irán yendo a Lom-

bardía. Ya iremos viendo los procesos inquisitoriales al respecto de los cátaros.

Con los cátaros, sobre todo franceses, se prodigaron también los valdenses, sobre todo

italianos, siendo el nombre de estos últimos probablemente derivado de algún lugar o

bien de Pedro Valdo o Valdés, reformista, de un movimiento de protesta contra la apli-

cación de la reforma gregoriana en cuanto centralizadora de la autoridad eclesiástica.

Reforzada efectivamente la centralización del poder en la Iglesia, los gregorianos ha-

bían reducido al mínimo la participación de los laicos en la vida eclesial, para aumentar

la importancia de la jerarquía, del sacerdocio. El clero, que crecía en número y en poder

fue sometido a un rígido control para remediar su inmoralidad, sobre todo en lo refe-

rente al concubinato y a la simonía. Pero el clero acabó viviendo cada vez más separado

y distante del pueblo e incapaz de compadecerse de las miserias humanas. En verdad,

una de las consecuencias de la reforma gregoriana fue la separación del clero con res-

pecto al pueblo.

Las fuentes sobre la conversión de Valdés son muy pocas y de procedencia católica.

El primer cronista fue un premostratense de la diócesis de Laon, el cual escribe en los

años 20 del siglo XIII su Chronicon Laudunense o Anonimi Laudunensis. El segundo es

el dominico Esteban de Borbone o de Bellavilla, muerto hacia 1261 en Lyon, que es-

cribe hacia 1250; su relación tiene la preferencia, ya que está escrita por un inquisidor

experto y bien informado que había conseguido tener conocimiento por un testigo ocu-

lar inmediato del propio evento, y se encuentra en su obra Tractatus de diversis materiis

Predicabilibus, una obra típica para los mendicantes de los siglos XIII y XIV que re-

coge anécdotas y episodios que puedan ser útiles a los predicadores en sus predica-

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ciones. En este tratado introduce, en un texto sobre los dones del Espíritu Santo, muchas

anécdotas y lo referente a la conversión de Valdés.

Esteban nos describe a Valdés como un rico mercader de Lyon que de improviso des-

cubrió el Evangelio, y para conocerlo mejor habría encargado a un sacerdote gramático

traducir del latín a la lengua vulgar una selección del texto sagrado. Era una empresa

costosa y Valdés la emprendió antes de deshacerse de sus bienes. Esta iniciativa se in-

troduce en el proceso según el cual las lenguas europeas se desligan de la matriz bajo-

latina, al inicio y desarrollo de las lenguas romances y provenzales.

Valdés y sus amigos comenzaron a leer el Evangelio y encontraron al Jesús del Evan-

gelio en el contexto de una ciudad medieval, Lyon, caracterizada por un régimen de tipo

episcopal; es decir, el señor de la ciudad era el obispo. Valdés pertenecía sin duda a la

nueva clase burguesa constituida por mercaderes y artesanos, los cuales se estaban afir-

mando. En Lyon, como en otras ciudades de Europa, este movimiento de libertad, co-

munal, tendía a estructurarse de forma institucional, de suyo en un municipio con el es-

quema de los surgidos en el norte de Francia y en las ciudades septentrionales de Italia.

Las fuentes son unánimes en afirmar que Valdés experimentó una conversión, se des-

hizo de sus bienes y comenzó a predicar por las calles hacia finales de 1170-1180 (quizá

la fecha de conversión sea 1176 ó 1177). Los puntos fundamentales de su conversión

serán: La pobreza voluntaria y la predicación. Según el cronista de Laon la ocasión para

el cambio de Valdés fue la leyenda de San Alejo, el joven que dejaba la casa paterna y

las riquezas para irse a Oriente y que regresaba años después a su patria de Roma y vi-

vió durante años, sin ser reconocido por los suyos, como mendicante a la puerta de su

padre y bajo la escalera de la casa de su padre. Valdés habría oído por casualidad un do-

mingo por la calle a un músico giróvago que cantaba la leyenda de San Alejo y poco

después habría decidido imitarlo. Abandonó a su mujer, a la que dejó sus bienes y mue-

bles, mientras que parte de su dinero lo utilizó para instalar a sus dos hijas confiándolas

a un monasterio. Así comienza su nueva vida.

Los Pobres de Lyon, con Valdés, anduvieron buscando una posible aprobación ecle-

siástica en el contexto del III Concilio de Letrán, durante los años 1176-1181. Valdés

añadió a la pobreza la predicación penitencial itinerante. Ambas cosas venían siendo al-

go común en algunos movimientos y formas de vida pobre ya desde el siglo XI. En este

contexto podemos entender que el arzobispo Guichard, cisterciense, prelado y señor de

Lyon, no manifestaba su oposición a la vida pobre de Valdés, pero sí a su voluntad de

predicar. Eso pasaba porque por entonces era habitual que la predicación estuviera re-

servada en exclusiva al clero, temiéndose también que la predicación laica, como la que

Valdés pretendía, pudiera favorecer la difusión de opiniones heréticas.

En 1179 se celebraba en Roma el Concilio Lateranense III. Valdés y los yuyos pudie-

ron pretender resolver allí sus dificultades con el arzobispo de Lyon. Quisieron pre-

sentar en el Concilio, para su sanción y posible aprobación, el proyecto de vida y acción

al que se sentían vocacionados. De hecho está documentada la presencia de dos pobres

de Lyon en las sesiones conciliares. Seguramente uno de ellos fue Valdés. Ambos po-

bres fueron convocados para que se presentaran ante una de las comisiones conciliares.

Pero pasó que aquellos valdenses cayeron en las liosas redes de los complicados razona-

mientos escolásticos. Sin ser teólogos, no pudieron caer en la cuenta de cómo eran in-

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sidiosas, aunque no malintencionadas, las preguntas que les hicieron. Lo cierto fue que

aquella comisión conciliar no se mostró precisamente en la mejor disposición respecto a

los valdenses, resultando éstos más bien despreciados y acogidos de manera frívola, su-

perficial, de manera poco allanada o simple.

Los valdenses (que siguen existiendo) no han olvidado nunca aquel momento del

Concilio que frustró su confianza eclesial católica. Sólo se podría encontrar una excusa

para el comportamiento del Concilio: todos los prelados de aquel momento estaban muy

preocupados por las discusiones acerca del movimiento cátaro, que se les presentaba

como un grave peligro. Afortunadamente para los valdenses, el catarismo en la Francia

meridional se reforzaba y diferenciaba en concomitancia con la aparición de ellos. Los

seguidores de Valdés no eran cátaros, querían diferenciarse de ellos, pero irían siempre

ayudados de su brazo en algunas de sus posiciones. La Iglesia ciertamente estuvo más a

favor de los valdenses que de los cátaros. El cronista de Laon cuenta que, en el Concilio

Lateranense III, el Papa Alejandro III habría abrazado a Valdés, aprobado su voto de

pobreza, aunque prohibiera la predicación sólo si no era con invitación de los sacer-

dotes.

Tras el Concilio, parece que el arzobispo de Lyon recobró plenamente el control del

movimiento valdense. En 1181 Valdés será convocado ante una asamblea compuesta

por representantes del clero y de la nobleza de Lyon, presidida por el arzobispo de

Lyon, con el arzobispo de Chartres, Enrique de Marsi, en calidad de legado pontificio, y

con el abad de Altacomba (Saboya francesa). Esta comisión hizo jurar a Valdés una

profesión de fe. Valdés, al suscribirla, demostró lo sustancial que era para él su fidelidad

a la enseñanza católica, su voluntad de ser fiel católico, sin oposición o contraposición a

la Iglesia (al modo cátaro de contraiglesia). Valdés y sus Pobres de Lyon querían imitar

la vida de los apóstoles siendo católicos y para nada fuera de la Iglesia o en deslealtad

hacia ella. Ni Valdés ni los valdenses quisieron ser cátaros.

En 1182-1183, habiendo muerto el arzobispo Guichard de Lyon, fue nombrado para

sucederle el inglés Juan Bellesmains, amigo precisamente del arzobispo y mártir Santo

Tomás Becket de Canterbury. Pasó que el nuevo arzobispo de Lyon no fue favorable a

Valdés, a pesar de su profesión de fe, compartida por los suyos. La tensión se fue recru-

deciendo hasta que los Pobres de Lyon acabaron excomulgados y como valdenses ex-

pulsados de Lyon. Parece ser, aunque no hay datos ciertos, ni del lugar, que Valdés

murió en 1206. Ya lo veremos más adelante o en su momento.

Lo cierto es que en Verona (año 1184), el Papa Lucio III condenó a los valdenses, al

igual que a otros grupos heréticos, en la bula (preinquisitorial) Ad abolendam. La exco-

munión habrá de confirmarla y corroborarla en 1205 el Concilio Lateranense IV.

Las analogías entre la vocación de Valdés y Francisco de Asís –y entre valdenses y

franciscanos– son indudables. Como Valdés, Francisco fue conquistado por la idea de

una vocación directa por parte de Dios, y por lo tanto debía evitar las comunidades ya

existentes. Para ambos era la pobreza la que debía autentificar la predicación itinerante;

estos dos grandes cristianos de educación burguesa, se enfrentaron al Evangelio y reac-

cionaron de una manera muy similar cada uno en su ambiente. No podemos saber cier-

tamente si el fundador de los hermanos menores se inspiró en un primer momento en la

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predicación de los primeros valdenses. Entre Valdés y Francisco pasa una generación.3

Es probable que Francisco tuviera contacto con los valdenses italianos, llamados pobres

lombardos.

Los primeros hermanos menores (franciscanos) mandados por San Francisco a Ale-

mania en 1218 encontraron a algunos valdenses o a seguidores de los valdenses Italia-

nos. Y a pesar de la analogía entre ambos grupos, la originalidad franciscana hemos de

constatarla de manera indudable, del todo precisa; para Valdés el centro de su vocación

no es el ideal de la pobreza, sino la predicación, siendo la pobreza de un carácter más

relativo; por el contrario, para Francisco el ideal de la pobreza es absoluto. Es signifi-

cativo que Francisco y sus primeros hermanos llegaron a ser clérigos, aceptaron la ton-

sura; Francisco no expresó jamás ninguna duda sobre la autoridad del clero, sobre el ca-

rácter sacramental de los sacerdotes. Francisco, de esta manera, desarmó la oposición de

los prelados y de la curia y demuestra la lealtad hacia la institución de la Iglesia.

Francisco y Valdés entienden la obediencia al Evangelio de forma diversa; para Val-

dés hay una distinción entre la autoridad de Cristo y la de la Iglesia, mientras la obe-

diencia de Francisco comporta la plena sumisión a la autoridad jerárquica de la Iglesia.

A pesar de todo esto, es cierto que tanto los valdenses como los primeros franciscanos

son una viva protesta evangélica contra la sociedad feudal y sobre todo contra la forma

de vida de la rica burguesía ciudadana.

Los valdenses prosiguieron en su evangelismo herético (desde finales del siglo XII

hasta bien entrado el siglo XVI, como podremos ir viendo). Los Pobres de Lyon conti-

nuaron considerándose como católicos y considerando injusta su excomunión. Los val-

denses siguen teniendo una creencia eclesial bastante espiritualista en extremo, conde-

nando muchos aspectos de la visibilidad de la Iglesia criticada como mundanidad, co-

rrupción babilónica, de connivencia con el poder político, etc. Actualmente, desde la

modernidad, han ido adoptando los valdenses muchos aspectos propiamente protestan-

tes.

Con respecto a las herejía (en 1184), la Iglesia buscó defenderse con medios espiri-

tuales, mediante disputas y, de ser necesario, mediante la excomunión. En torno al año

1200 crecerá la convicción de que todo eso no será suficiente.

La primera etapa de la Inquisición como una institución, a partir de 1184, será la inau-

gurada por la bula Ad abolendam del Papa Lucio III, emitida en Verona, en presencia

del emperador germano Federico I Barbarroja. Fue una bula directa contra las herejías

de las ciudades lombardas, concretamente contra cátaros, valdenses, etc. Ad abolendam

es una bula por la que el Papa Lucio III valida la actuación de los jueces en un sentido

muy amplio. Cuanto se dispuso en dicha bula entró en el Código de Derecho Canónico

del Papa Gregorio IX (1227-1241) y estuvo canónicamente vigente hasta 1917 (¡ya es

decir!). Se sostuvo que el obispo, en cuanto juez ordinario de todos los cristianos en su

diócesis, con ocasión de la visita canónica, que debía hacer cada dos años, se obligaba a

buscar a los heréticos sin necesidad de esperar acusación formal. Éste fue el verdadero

comienzo de la Inquisición.

3 Nos estamos adelantando en las consideraciones franciscanas.

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En 1199, el Papa Inocencio III, mediante su bula Vergentis, confirmará lo pontifical-

mente dispuesto en 1184, añadiendo severas sanciones y declarando la herejía como de-

lito o culpa de Lesa Majestad. El concepto, derivado del antiguo Derecho Romano, su-

puso que quien reniega de Cristo o a Cristo comete una culpa más grave que la del clá-

sico delito de Lesa Majestad, siendo culpa o delito que, siguiendo el Derecho Romano,

se castiga con la muerte.

Inocencio III aplicará las penas previstas sin olvidar que la Iglesia no debe descuidar

el deber primordial de la misericordia. El Papa, en la bula Vergentis, no hablará expre-

samente de la pena de muerte.

El Concilio Lateranense IV transformará las normas de las bulas Ad abolendam y Ver-

gentis en la Constitución III sobre los heréticos. De ese modo, el Concilio confirmará la

legitimidad de la investigación de parroquia en parroquia, el comenzar el proceso sin

necesidad de esperar una acusación; se habla de la confiscación de los bienes y la cesión

de los condenados al brazo secular, que debía llevar a cabo el castigo. Quedan así fija-

dos en líneas esenciales los procesos de la Inquisición. El Papa Honorio III, siguiendo

por este camino, en abril de 1226, en el contexto de la cruzada contra los albigenses,

propiciará más la Inquisición, en consonancia con el rey Luis VIII de Francia. Todo he-

reje o herético condenado por un tribunal episcopal sería castigado con la muerte. Quie-

nes ayuden a los herejes serán acusados de infamia. Esta ordenanza marcará el modelo

de toda la legislación eclesiástica en lo sucesivo. Y la ayuda principal en la lucha contra

las herejías para la Iglesia debía ser el emperador.

Federico II, coronado emperador en Roma (año 1220), propiciará leyes según las cua-

les los herejes condenados como tales por la Iglesia serán exiliados y sus bienes con-

fiscados. En 1224 se decretará la quema de los herejes lombardos que fueran conde-

nados por la Iglesia. Estas disposiciones pasarán después a Sicilia y a Alemania. En

1231, el Papa Gregorio IX acoge en la legislación pontificia aquellas disposiciones o

constituciones imperiales contemplando la pena de muerte en la hoguera para los here-

jes impenitentes.

Desde 1230 se preludiarán los hechos que institucionalicen la Inquisición Pontificia.

Ha de tenerse en cuenta que en el siglo XIII la inquisición de los obispos no sólo era

muy lenta y agobiante, sino que además era un peso añadido para los obispos, los cuales

estaban ya muy ocupados. La Inquisición Pontificia fue concebida como suplementaria

y complementaria a la de los obispos, la cual no fue tocada por la legislación pontificia.

Pero está claro que en realidad el poder episcopal fue disminuido como consecuencia de

la más eficiente Inquisición Pontificia.

El organizador de la Inquisición Pontificia será el Papa Inocencio IV (1243-1254) con

la Constitución Ad extirpanda (15 de mayo de 1252). Encargó como inquisidores en

primer lugar a los dominicos y después también a los franciscanos, los cuales hasta ese

momento sólo se habían empleado en la represión de la herejía de un modo marginal.

De este modo, a la predicación contra las herejías se une también la represiva al res-

pecto, lo cual fue pastoralmente contraproducente a la labor de los franciscanos y a la

propia Orden.

Para uso de los inquisidores surgieron tratados y manuales, en los cuales venían expli-

cadas y detalladas las herejías, de manera no exenta de polémica. No faltarán también

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las descripciones de los duros métodos utilizados para combatirlas. Uno de estos ma-

nuales, el más completo, fue el de la Practica inquisitionis heretice pravitatis, del do-

minico Bernardo Guidonis, escrito en los años 1323-1324.

El inquisidor, tras su llegada a un sito, hacía venir a todos los habitantes de esa zona.

En un discurso público eran intimados los que se sentían culpables de herejía a presen-

tarse espontáneamente a los inquisidores, en un plazo de 15 días o un mes. Quien se

confesara culpable sin que nadie lo supiera antes de su herejía, se salvaba con absolu-

ción (con una penitencia muy ligera y secreta). El que ya era conocido como herético y

se presentaba en ese momento espontáneamente, recibía sólo penas eclesiásticas, como

la obligación de una peregrinación, ayuno, etc., pero no la cárcel, ni la pena de muerte.

Tras el tempus gratiae venía la segunda fase llamada edictum fidei., obligando a to-

dos, bajo amenaza, de denunciar a quienes conocieran como herejes o sospechosos de

herejía; bastaba la mínima sospecha. Los acusados que no se presentaran espontánea-

mente serían llamados ante el tribunal o arrestados. Al acusado se le presentaba la acu-

sación, seguía un juramente de parte del acusado de decir la verdad y el interrogatorio o

inquiesta, siendo del nombre inquiesta del que deriva inquisición.

Testigos y acusados no son enfrentados. El enemigo mortal de un acusado no era ad-

mitido como testigo. Si el acusado, a pesar de las acusaciones que le incriminaron, no se

confesó culpable, se procedía primero a la pena de cárcel, para que venciera su resis-

tencia. Si la cárcel no bastaba se unía la tortura. Inocencio IV permitió el uso de la tor-

tura en el proceso de inquisición en su Constitución de 1252. Si el acusado no confesaba

la culpa, ni siquiera bajo tortura, debía ser dejado libre. Por tanto no se podía emanar

una sentencia sin pruebas claras o confesiones de la culpa, lo cual procede del hecho

que el Derecho Medieval no conocía una sentencia o condena que se basase sólo en in-

dicios. La tortura se podía usar sólo en vista a una confesión, no después como un cas-

tigo.

Los formularios de los manuales para los inquisidores nos informan de que las penas

impuestas eran normales actos de expiación: ayunos, obras de caridad, peregrinaciones

a célebres santuarios, servicios en Tierra Santa, signos o marcas infamantes para endo-

sar en los vestidos (las cruces heréticas para que todos supiesen que era un condenado

por herejía), confiscación de los bienes (para los casos graves, sobre todo para los obs-

tinados y los reincidentes), flagelaciones, encarcelamientos, consigna a la autoridad

temporal para la animadversio debita, la que muchas veces significaba la muerte en la

hoguera.

Sobre el número de los quemados en la hoguera y los ajusticiados no hay un cuadro

preciso ni cifras exactas. Contra los cátaros en el sur de Francia y en el norte de Italia

ciertamente se procedía con dureza. Con excepción de los casos de mayor dureza, como

del inquisidor Corrado de Magburgo (año 1231), la pena de muerte por herético no era

la regla. De las investigaciones de los últimos años se deriva que el número de las per-

sonas castigadas por la Inquisición en el tardo Medioevo serían bastantes miles, aunque

las sentencias de la mayor parte de estas causas eran relativamente ligeras. Por ejemplo,

el dominico Bernardo Guidonis, entre los años 1308-1323, pronunció en Toulouse 930

sentencias, siendo: 42 penas de hoguera, 132 cruces, 9 peregrinaciones, 143 servicios en

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Tierra Santa con los cruces, 307 encarcelamientos, 69 casos de exhumación de muertos,

22 destrucciones de casas de heréticos y 139 absoluciones.

Ciertamente, no hay actualmente un católico que piense como justificable la Inquisi-

ción. Para entenderla debemos considerar algunos elementos fundamentales que se da-

ban en la Edad Media, cuando la fe cristiana impregnaba profundamente todos los sec-

tores y ámbitos de la vida pública o privada, ejerciendo un influjo determinante sobre

todo y sobre todos. Al hombre medieval, el herético religioso le suponía un peligroso

revolucionario político, o como un peligroso terrorista que en su obrar vendría a sub-

vertir el orden establecido y público, trastocando los principios básicos sobre los que

tanto la Iglesia como el Estado fundaban su existencia.

Es cierto que había estados y teólogos que condenaban el uso de violencia y la repre-

sión religiosa, pero si pensamos en la gran estima que se alimentaba en la Edad Media

por la verdad en general y por la verdad religiosa en particular, que se identificaba per-

fectamente con la que enseñaba la Iglesia, el problema de los herejes que rechazaban

esa única verdad, se nos presenta bastante distinto de nuestro modo de pensar. ¿Era me-

jor seguir la verdad con dureza o con la caridad indulgente? El creyente medieval estaba

convencido que la dureza era necesaria para el bien común de la sociedad. Incluso los

reformadores más modernos, como Lutero, Melanchthon o Calvino compartieron esta

teoría y actuaron en consecuencia.

Los procesos contra los herejes y la persecución de las brujas continuaron de suyo en

la Edad Moderna, también entre los protestantes, no terminando sino ya en el siglo

XVIII, gracias a la tolerancia propiciada por el Iluminismo ilustrado, cuando ya se había

perdido la confianza acerca del conocimiento no escéptico o sólo probable de la verdad.

La Inquisición Pontificia medieval será reorganizada en 1542 por Pablo III, el cual

instituirá un tribunal romano de apelación, el de la Sacra Congregatio Romanae Uni-

versalis Inquisicionis seu Sancti Officii. La historia de esta Congregación todavía no

está escrita y no lo será en mucho tiempo, ya que su archivo está cerrado. En años aún

recientes, la actual Congregación, con un nombre nuevo dado por Pablo VI en 1965, lla-

mándose Congregatio pro Doctrina Fidei, fue dando cierto permiso a algún que otro

estudioso para algún que otro tema en concreto.

Iremos viendo que –con leyenda negra incluida– la llamada Inquisición Española será

bastante más conocida en todo el mundo, hasta su supresión en 1820. Dicha Inquisición,

bastante tardía, se instituyó en España a finales del siglo XV, siendo de un carácter muy

diferente al de otras Inquisiciones, pues la española estuvo íntimamente vinculada al

Estado. Originariamente se dirigirá contra los conversos judíos y del Islam, de los que

se sospechaba dudosamente de su conversión al cristianismo. Más adelante, la Inqui-

sición Española irá contra los protestantes en sus dominios. Su organización estuvo muy

centralizada, situándose en la cabeza un Gran Inquisidor.

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AÑO 1184

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SUROESTE DE LA

PENÍNSULA IBÉRICA

Durante este año 1184 acaecieron en el suroeste de la Península Ibérica los hechos que

relatamos a continuación.

Los almohades reconquistaron Alba Quercus, conocida en árabe como Abu al-Qurq.4

En 1166 había conquistado este lugar el rey Fernando II de León.

El califa almohade Abu Yaqub Yusuf (Yusuf I), ordenante de construcciones en Se-

villa,5 llegó con su ejército hasta las proximidades de Santarém, a orillas del Tajo, pre-

parándose para sitiarla a partir del 27 de junio. A pesar de las diferencias y fricciones

entre los reyes cristianos Alfonso I de Portugal y Fernando II de León, éste acudió final-

mente en ayuda del monarca portugués, de modo que la fuerza de los cristianos produjo

la derrota almohade y la huida en desbandada de los musulmanes hacia el sur del Tajo,

el 29 de julio, yendo herido de muerte el califa Abu Yaqub Yusuf (lanceado en el bien-

4 Se trata de Alburquerque, en la provincia de Badajoz, cuyo nombre se relaciona con encinas, que será

almohade tras esta reconquista hasta 1217, cuando la reconquisten definitivamente los cristianos.

Alburquerque se encuentra en la Sierra de San Pedro, entre las localidades extremeñas de La Codosera

y San Vicente de Alcántara, muy próxima a Portugal.

5 Por ejemplo, además de la actual Giralda, las conocidas como las Reales Atarazanas que se prolongaron

como astilleros durante mucho tiempo. Ver Epílogo I.

En cuanto a la construcción de la Giralda, nos ocuparemos de ella a su terminación en 1195.

Otras construcciones o restauraciones almohades en Sevilla desde el reinado de Yusuf I, como hemos

ido contando o contaremos, fueron: el reforzamiento de las murallas de Sevilla y la construcción del cas-

tillo de Alcalá de Guadaira, el puente de barcas y muelles en el Guadalquivir (entre Sevilla y Triana), el

acueducto y los denominados Caños de Carmona, las dos alcazabas, la mezquita mayor (actual catedral,

reemplazando a la anterior, actual iglesia colegial de El Salvador), el Patio del Yeso en el Alcázar, los pa-

lacios de la Buhaira (obra del arquitecto Ahmad Ben Baso).

Ahmad Ben Baso, probablemente sevillano, es notable representante del arte almohade andalusí, estan-

do ya documentado en 1160. En 1171 fue elegido por el califa almohade Yusuf I para construir los pala-

cios de la Buhaira (según las crónicas eran extraordinarios, de refinado gusto, bellamente ajardinados).

Más tarde realizó el trazado de la nueva mezquita de Sevilla en la que trabajaron numerosos artesanos

procedentes de todo Al-Ándalus y del norte de África, siendo una mezquita de gran tamaño y de seme-

janzas con la de Córdoba, disponiendo de una cúpula sobre el mihrab y estando ricamente decorada con

piezas de ébano, oro, marfil y sándalo. Actualmente sólo se conserva el patio de abluciones (Patio de los

Naranjos) y algunas zonas muy modificadas próximas a la conocida como Puerta del Perdón (todo inte-

grado en la catedral de Sevilla).

También fue él quien inició, en 1184, la construcción de la torre minarete que se conoce actualmente

como la Giralda. Lo primero que hizo el arquitecto fue cegar un manantial que dificultaba la realización

de los cimientos, construyendo luego una serie de rampas que permitían el acceso a las obras con cabalga-

duras.

No se conoce con certeza la fecha de la muerte de Ben Baso, pero debió de ser anteriormente a 1188,

pues en este año ya no estaban bajo su dirección las obras de la mezquita, obras que aún continuaban.

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tre). El campamento almohade, con acoso cristiano, se fue desplazando en retorno a

Sevilla. Cerca de Évora, al levantar su campamento los almohades, el ya difunto califa

Abu Yaqub Yusuf fue ocultado al grueso del ejército. Los mandos almohades mantu-

vieron su muerte en secreto, sin que se hiciera pública hasta que el ejército estuvo en

Sevilla, la capital almohade. Luego Abu Yaqub Yusuf (Yusuf I) fue llevado a enterrar a

Tinmal, su pueblo natal,6 mientras el 10 de agosto, en Sevilla, fue proclamado califa su-

cesor su hijo Abu Yusuf Yaqub (Yusuf II). Ya iremos viendo su reinado.7

Yusuf I, el califa difunto, murió a la edad de 49 años. En 1156, entre adolescente y

mayor de edad, fue nombrado por su padre Abd al-Mumin gobernador de Sevilla. Ahí

resistió, en 1159, el ataque de Muhammad ibn Mardanis (el rey Lobo de Murcia), rebel-

de contra los almohades de su entorno, desde Valencia. Yusuf I, habiendo comenzado a

reinar en 1163, a la muerte de su padre, reinó hasta su muerte durante dos décadas lar-

gas, con un poder reforzado desde 1170, cuando devastó las tierras levantinas desde Va-

lencia a Cataluña. En 1171 se estableció en Sevilla, convertida en capital imperial al-

mohade.

No obstante el empuje cristiano hacia el sur del Tajo, el rey Fernando II de León,

aunque lo pretendió, no pudo lograr la reconquista de Cáceres, que sigue en poder al-

mohade.

Hemos de notificar además que en esa campaña de Cáceres, en el ataque a Valencia

de Alcántara, murió el conde Ermengol VII de Urgel (conocido como el de León), ma-

yordomo del rey leonés (por tercera vez desde 1179) y señor de Valladolid.8 Murió tam-

6 El pueblo en el que se originó el movimiento almohade, en el Alto Atlas, a unos 100 km de Marrakech.

7 Cuarto califa almohade, entre los años 1184-1199. Éste será el reinado o período de máximo esplendor

y poder del Imperio Almohade en la Península Ibérica.

Será un califa típicamente almohade, en línea de reformador, que luchará contra lujos y desmanes o re-

lajación de costumbres, reforzando al mismo tiempo el poder militar, empezando por derrotar a los Banu

Ganiya de Mallorca, interceptores del comercio almohade por practicar y fomentar la piratería.

Pasó también en este año 1184 que la poetisa granadina Hafsa bint al-Hajj al-Rakuniyya aceptó la oferta

del nuevo califa Abu Yusuf Yaqub de trasladarse a Marrakech para educar a sus hijos. Morirá ella en

Marrakech en 1191. También murió allí, pero en este año 1184, el médico y filósofo de Guadix (Granada)

Ibn Tufayl, habiendo pasado mucho tiempo también en Sevilla (pero hay fuentes que informan más bien

del año 1185 como fecha de esta muerte). Ver Epílogo III.

8 También se le conoció como el de Valencia (lo más probable refiriéndose a Valencia de Alcántara),

desconociéndose de él bastantes datos biográficos, entre ellos el de su fecha exacta de nacimiento, como

hijo de Ermengol VI de Urgel y de su primera esposa, Arsenda de Cabrera.

Sin ninguna posibilidad de expansión territorial, Ermengol VII se sintió atraído por las posesio-

nes castellanas que había heredado de su abuela María Pérez. Así, una parte importante de su reinado la

pasó como vasallo del rey Fernando II de León, con posesión de varios castillos en la Extremadura

leonesa. Fue gobernador de Valladolid, ocupando este cargo durante su ausencia Fernando Rodríguez de

Sandoval, como consta en una escritura del año 1160.

Hacia 1157, Ermengol VII contrajo matrimonio con Dulce de Foix, hija de Roger III de Foix y de

Jimena de Osona, que actuó como regente del condado. De este matrimonio nacieron: Ermengol (sucesor

como Ermengol VIII, nacido en 1158 y muerto en 1209, yendo con él en declive el condado) y Miracle.

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bién su hermanastro Galcerán de Sales. Accede al condado de Urgel Ermengol VIII (el

de Sant Hilari), hijo de Ermengol VII.9

Restos de la mezquita almohade de Sevilla (actualmente la catedral)

9 Hasta su muerte en 1209.

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RIBAS DE SIL

MONASTERIO

DE SANTO ESTEVO

Se iniciaron en este año 1184, en estilo románico, las obras en la iglesia monástica de

Santo Estevo en Ribas de Sil,10

de muy antigua fundación benedictina.11

La iglesia se

10

Monasterio situado en Nogueira de Ramuín, en la provincia de Orense, al norte de la misma, dentro de

la comarca gallega de la Ribeira Sacra, donde actualmente, desde el año 2004, se alberga un Parador

Nacional de Turismo de gran categoría.

La Ribeira Sacra es una zona que comprende las riberas de los ríos Sil y Miño, siendo la capital co-

marcal Monforte de Lemos (Lugo). Parece ser que el nombre de Ribeira Sacra es de origen medieval, re-

lacionado con los muchos monasterios o recintos religiosos que jalonan el lugar.

La Ribeira Sacra es conocida también por la calidad de sus vinos con esta denominación de origen. Son

vinos muy recurridos en la gastronomía gallega, popular y genéricamente conocidos como de (uva) men-

cía, aunque también son de la variante uva godello. Las viñas, que se pueden contemplar siguiendo el

curso del río, están dispuestas en un sistema de escalones de piedra, llamados socalcos, a lo largo de la ri-

bera, y datan de la época romana. Los romanos ya tenían en gran aprecio estos caldos, que son afrutados y

de gran presencia, ideales para disfrutar con carnes, y se decía, que una de las variantes de este vino, el

Amandi (procedente de la zona del mismo nombre), se le hacía llevar a los césares romanos.

11

Tiene tres claustros, uno de ellos, el de los Obispos, de origen medieval, y una gran fachada barroca en

ángulo recto con la iglesia, a cuya entrada se halla el cementerio de la parroquia, ya que el templo cumple

con función de parroquia para la población vecina.

En el escudo del monasterio hay nueve mitras reflejando el hecho (no se sabe si es leyenda) de que en-

tre los siglos X y XI fue el lugar de retiro de nueve obispos, lo que contribuyó a realzar su fama.

Con un origen anterior al siglo X, la primera documentación escrita en el que se nombra el monasterio

data del año 921, cuando el rey Ordoño II de Galicia (910-914) y de León (914-924) autorizó al abad

Franquila a realizar la reconstrucción de las dependencias y le concedió numerosas posesiones. Errónea-

mente se ha atribuido su fundación a San Martín Dumiense en el siglo VI.

Tras la reforma canónica de los Reyes Católicos y del cardenal Cisneros, el monasterio pasó a juris-

dicción benedictina de Valladolid, a finales del siglo XV. En 1588 fue Colegio de Artes, siéndolo hasta la

exclaustración decimonónica en 1875.

El conjunto monacal de Santo Estevo de Ribas de Sil es amplio e importante. Consta de tres claustros

conformados por los edificios monacales y la iglesia. Destaca, por su buena conservación, la cocina mo-

nacal, una gran estancia cuadrada con el hogar en el centro realizado en piedra sobre cuatro columnas

exentas.

De la iglesia podemos resaltar que su portada principal está ubicada formando 90º con la entrada del

monasterio, orientada, como es habitual, hacia el este, acogiendo su pequeño cementerio parroquial.

Es iglesia de estilo románico, de entre finales del siglo XII y principios del XIII. Tiene planta basilical,

con tres ábsides semicirculares en la cabecera. La nave está cubierta por una bóveda de crucería que sus-

tituyó en el siglo XVI a la original techumbre de madera.

Los dos ábsides laterales tienen aspecto de torreón al haber sido modificados, aumentando su altura,

cuando se construyeron las bóvedas de las naves.

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está reconstruyendo sobre la mozárabe que se restauró en el siglo X en tiempos del abad

Franquila.

La fachada principal está enmarcada por dos torres prismáticas construidas a finales del siglo XVII y

principios del XVIII. Dos grandes contrafuertes románicos flanquean la portada.

En el interior destaca el retablo del siglo XII (en el que están representados los doce apóstoles y Jesu-

cristo) que fue hallado en uno de los muros del claustro grande, y la colección de otros retablos que amue-

blan el recinto.

Como queda dicho, los edificios monacales se ordenan alrededor de tres claustros: el de los Obispos, el

claustro Pequeño y el claustro de la portería o Grande.

El llamado claustro de los Obispos es el más antiguo, siendo el que hacía la función de Claustro Reglar

o de las Procesiones. Se sitúa junto a la pared norte de la iglesia, con la que está comunicado. Su planta es

rectangular y tiene dos cuerpos. El primero de ellos, de estilo románico, data del siglo XII y el segundo,

gótico, del siglo XVI con reformas posteriores.

El claustro Pequeño, empezado a finales del siglo XVI, se ubica al norte del de los Obispos.

El claustro de la portería o Grande está a la entrada del monasterio, siendo de planta rectangular, con

tres cuerpos. Sus arcos son de medio punto y no tienen bóveda.

Al lado de la portería se encuentra la escalera de honor, cubierta con una bóveda de crucería y cuatro

rosetones decorados (del siglo XVIII).

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ENCISO (LA RIOJA)

El rey Alfonso VIII de Castilla donó la riojana Enciso y su castillo a Diego Ximénez y

a Doña Giomar, de la familia de los Cameros.12

12

El lugar es famoso por sus huellas fósiles (icnitas) de dinosaurios u otros antiquísimos vertebrados.

El castillo de Enciso está situado en la cima del cerro en cuyas laderas se asienta la población. Su planta

se adapta a la forma casi ovalada del cerro. El castillo consta de un recinto central en el que destacan una

torre cuadrangular y otra elipsoidal al exterior y cuadrada al interior, con ingreso acodillado al estilo mu-

sulmán, y dos barreras de murallas de las cuales la exterior tiene en el extremo norte un torreón cuadrado.

En su construcción se empleó el encofrado de tierra y en el torreón mencionado las esquinas están re-

forzadas con pilares de tierra apisonada, enmarcados en piedras dispuestas verticalmente. En las dos to-

rres del recinto superior, los muros de tierra están forrados al exterior con paramentos de mampostería.

La villa también estuvo amurallada, y a principios del siglo XIX todavía se conservaban tres de las

cinco puertas que tuvo, y que se denominaban de Juan o Collado al norte, de Solovilla al noreste, del

Postigo al este, de Santolino al sur y del Portillo al oeste.

El antiguo sistema defensivo de la localidad contaba además con dos fosos tallados en la roca, situados

sobre el cerro conocido con el nombre de San Juan.

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REINO DE LEÓN

De Urraca López de Haro, amante del rey Fernando II de León, viudo de Teresa

Fernández de Traba, nació en este año 1184 Alfonso Fernández, hijo ilegítimo, así co-

mo también ocurrió el fallecimiento de otro hijo ilegítimo de la pareja, García Fernán-

dez, nacido en 1182. Recibió sepultura en el Panteón de Reyes de San Isidoro de León.

Falleció, de otra parte, Pedro Fernández de Castro “Potestad”, también llamado Pedro

Fernández Hurtado o de Fuentencalada, destacado miembro del linaje o Casa de los

Cas-tro (hijo de Fernando García de Hita y de Estefanía Ermengol), primer gran maestre

de la Orden de Caballería de Santiago y fundador del monasterio de Santa Cruz de Val-

cárcel.13

Tenía 69 años de edad.14

Recibió sepultura en el convento leonés de San Mar-

cos, gran hospital de peregrinos.15

Le sucede Fernando Díaz.

Podemos contar del gran maestre difunto que combatió en el ejército del rey Alfonso

VII el Emperador de León. En 1146 estuvo en la ocupación cristiana de Baeza16

y en la

posterior conquista de Almería, puerto y plaza de gran importancia para los musulmanes

y destacado astillero de su flota.

Pedro, en calidad de peregrino, estuvo después en Tierra Santa, donde conoció de cer-

ca a los caballeros cruzados y las tareas que allí desempeñaban ellos. Fue así como con-

cibió la idea de crear en España una nueva orden militar que se dedicara a proteger el

sepulcro del Apóstol Santiago y el Camino de la peregrinación jacobea.

El 4 de agosto de 1165, junto con su mujer, María Pérez de Lara, su hermana Urraca

Fernández de Castro y sus hijos, donaron al abad Miguel la casa de Santa Cruz de Val-

cárcel para fundar en ella un monasterio de monjas o frailes. Confirmaron la donación

muchos dignos representantes de la familia.

En la década de los setenta de este siglo XII se fraguó, en Cáceres, el origen funda-

cional de la Orden de Santiago, tal como fuimos contando.17

El espíritu de la nueva Or-

13

En la actual provincia de Burgos y entonces perteneciente a los territorios monásticos de Santa María

la Real de Aguilar de Campoo (Palencia).

Se conservan unos cincuenta escritos del monasterio de Santa Cruz de Valcárcel, interesantes para co-

nocer la vida de la comarca en aquellos tiempos medievales.

14

Si nació, como se supone, en 1115. Los genealogistas se invierten en varios aspectos sobre su ascen-

dencia.

15

Actualmente destacado Parador Nacional de Turismo.

16

Provincia de Jaén.

17

Fue durante la conquista cristiana de Cáceres por parte de Fernando II de León, en 1170, cuando hay

que considerar el origen fundacional de la Orden de Santiago, cuando el monarca leonés concedió la

ciudad conquistada a Don Pedro Fernández de Fuentencalada, descendiente de los reyes de Navarra por

línea paterna y de los condes de Barcelona por la materna. Don Pedro, juntamente con un grupo de trece

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den, nacida en los tiempos duros de la invasión almohade, con su amenazante rigorismo

sobre la Península Ibérica, es muy semejante al de la Orden del Temple, conocida por

Pedro en Tierra Santa.

Habiéndose casado con María Pérez de Lara, hija de los condes Pedro González de

Lara y Ava, Pedro Fernández de Casto tuvo estos hijos: Fernando (casado con Teresa

Bermúdez), Gómez (tenente en el alfoz cántabro de Santullán), Elo (primera abadesa del

monasterio de Santa Cruz de Valcárcel), María18

y Milia.

caballeros, llamándose “Freires de Cáceres”, se impusieron como principal misión la defensa de la zona

encomendada contra la amenaza almohade.

18

Conocida también como María de Aragón.

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REINO DE CASTILLA

Del rey Alfonso VIII de Castilla y de su esposa Leonor de Plantagenet, antes de que

despuntara la primavera, murió su hija la pequeña infanta Sancha de Castilla.19

El 4 de agosto hubo Junta General del Reino de Castilla en Aguilar de Campoo,20

asistiendo el Consejo Real y todos los obispos de Castilla en torno al rey Alfonso VIII.

De otra parte, tras varios intentos y después de nueve meses de sangriento asedio,

Hernán (o Fernán) Martínez (o Martín) de Cevallos (o Ceballos), lugarteniente de Al-

fonso VIII, conquistó el castillo musulmán de Alarcón.21

El rey Alfonso se lo cedió en

feudo, con un gran alfoz incluyendo la aldea de Las Chozas.22

19

Nieta, por parte paterna, del rey Sancho III de Castilla (muerto en 1158) y de Blanca Garcés de Pam-

plona (hija del rey García Ramírez de Pamplona, muerta en 1156), y por parte materna del rey Enrique II

de Inglaterra y de su esposa Leonor de Aquitania. Entre los hermanos de la infanta Sancha de Castilla he-

mos de mencionar a Enrique I de Castilla (que reinará entre los años 1214-1217) y a la reina Berenguela

de Castilla (que será la madre del rey Fernando III el Santo de Castilla y León).

La infanta Sancha de Castilla fue la tercera hija (tras Berenguela y Sancho, muerto con tres meses) de

Alfonso VIII y de su esposa Leonor. Nació antes del 28 marzo de 1182, fecha en que aparece por primera

vez en un diploma en el que su padre dejaba constancia del intercambio de una propiedad con la Orden

del Temple. Vivió unos dos años y desaparece de la documentación a partir del 3 de febrero de 1184.

Recibió sepultura en el monasterio burgalés de Santa María la Real de las Huelgas, fundado por el rey

su padre. Resulta que, durante la exploración realizada en dicho monasterio a mediados del siglo XX, pu-

do comprobarse que allí estaban los restos de la infanta (varios huesos y el cráneo con varias muelas, en

el sepulcro donde fue colocada, en la nave de Santa Catalina, donde juntamente se encuentran los restos

de su hermana Leonor de Castilla, reina de Aragón (consorte de Jaime I el Conquistador, en el siglo

XIII).

20

Provincia de Palencia.

21

Provincia de Cuenca.

22

La actual Belmonte (Cuenca).

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VERONA (ITALIA)

El Papa Lucio III, después de su elección en otoño de 1181, vivió en Roma desde en-

tonces hasta marzo de 1182, cuando por disensiones con la nobleza romana que no ha-

bía influido en dicha elección se vio forzado a exiliarse, yéndose a Velletri, Anagni y

finalmente a Verona, donde se puso de manifiesto, una vez más y de manera incre-

mentada, la brecha abierta entre la sede pontificia romana y la sede imperial germana.

En Verona se entrevistaron Lucio III y Federico I Barbarroja para intentar resolver la

disputa territorial existente sobre las posesiones que la condesa Matilde de Toscana (o

de Canossa), muerta en 1115, había legado a la Iglesia durante el pontificado de Pascual

II (1099-1118) y que el emperador Enrique V (1111-1125) había hecho suyas alegando

derechos dinásticos. La negativa de Federico a ceder a las pretensiones del Papa junto al

hecho de que le negara su ayuda para regresar a Roma, hizo que, en respuesta, Lucio III

no coronase co-emperador a su hijo Enrique.23

De otra parte, el 30 de septiembre murió en Verona (Italia) el gran maestre templario

Arnau (Arnaldo) de Torroja, habiendo enfermado, mientras intentaba acceder al Papa

Lucio III con la intención de solicitarle que se pueda realizar una nueva cruzada en

Tierra Santa, muy amenazada por el sultán Saladino, con quien Arnau logró firmar una

tregua, según aquí explicaremos.24

Arnaldo de Torroja, el noveno Gran Maestre de la Orden del Temple, tenía al morir

62 años de edad, había nacido en Solsona,25

en 1122. Fue Gran Maestre templario du-

rante cerca de 4 años, desde finales de 1180, habiendo sucedido a Eudes de Saint-

Amand (que murió cautivo en Damasco). Arnaldo era ya Gran Maestre Templario de la

23

Futuro Enrique VI, hijo de Federico I y de su segunda esposa, Beatriz de Borgoña, fallecida en este

año 1184 (el 15 de noviembre), a los 44 años de edad. Beatriz era la única hija de los condes Reinaldo III

de Borgoña y de Ágata de Lorena. Fue muy activa e influyente en todo, compañera siempre muy cercana

al emperador, con quien se había casado, el 9 de junio de 1156, en Würzburg. Los hijos de este matrimo-

nio fueron: Sofía (la primogénita, casada con el margrave Guillermo VI de Montferrato, muerta en 1187),

Federico V de Suabia (1164-1170), Enrique VI (emperador, nacido en 1165 y muerto en 1197), Federico

VI de Suabia (1167-1191), Otón I de Borgoña (nacido en 1170 y asesinado en 1200), Conrado II de

Suabia y Rothenburg (nacido en 1173 y asesinado en 1196), Felipe de Suabia (nacido en 1177, rey de

Alemania en 1198 y asesinado en 1208), Beatriz (prometida al rey Guillermo II de Sicilia, pero muerta

antes de casarse, en 1174) e Inés (prometida al rey Emerico de Hungría, pero muerta, también precisa-

mente en este año 1184, en octubre, antes de que hubiera podido contraer matrimonio).

Una descripción literaria de Beatriz de Borgoña, esposa de Federico I de Barbarroja, a encontramos en

la novela Baudolino, de Umberto Eco.

24

El Papa Lucio III, permaneciendo en Verona, empezará a preparar la tercera cruzada en 1185, res-

pondiendo a las peticiones que le llegaban de parte del rey Balduino IV de Jerusalén (el Leproso), pero el

Papa murió, recibiendo sepultura en la catedral de Verona. También Balduino IV habrá de morir, como

veremos, en 1185, en Jerusalén.

25

Provincia de Lérida.

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~ 30 ~

provincia de Aragón y Provenza, siendo más conocedor de la reconquista española que

de los asuntos latinos en Oriente. No obstante, podemos dar por bien valorado su estar

al frente de la Orden del Temple. Su etapa de gobierno está marcada por las disputas y

querellas entre los templarios y los hospitalarios, teniendo en cuenta que estos últimos

no cesan de acrecentar su influencia y su poder político. Arnaldo de Torroja se valió de

la mediación del Papa Lucio III y de Balduino IV para acabar con aquellas tensiones y

luchas realmente fratricidas entre caballeros.

En este año 1184, la situación política (y bélica) se mostró muy tensa cuando Rei-

naldo de Châtillon, con la ayuda de los templarios y de los hospitalarios, asoló por su

propia cuenta los territorios musulmanes de Transjordania. Arnaldo de Torroja dio

pruebas de una gran sagacidad política al negociar, como señalábamos, una tregua

con Saladino, quien se muestra decidido a vengar las incursiones de Reinaldo de Châ-

tillon que tanto desestabilizan a los musulmanes.

Arnaldo de Torroja, así como también el Gran Maestre de la Orden Hospitalaria (Ro-

ger de Moulins), regresaron después a Europa, dispuestos a obtener de los monarcas

occidentales y del Papa Lucio III la organización de una nueva cruzada, la tercera, me-

diante la cual se puedan reforzar los Estados Latinos de Oriente, por el peligro que co-

rren al ser cada vez más fuerte el poder de Saladino, con su fuerza o autoridad unifica-

dora islámica.

En un sínodo celebrado en Verona, en este año 1184 (ya en noviembre), el Papa Lucio

III promulgó la constitución o bula decretal Ad abolendam, condenando las herejías

cátaras, valdenses (de Pedro Valdo) y arnaldistas (de Arnaldo de Brescia), apuntando

sobre la abolición o hacia la abolición de las mismas. De este modo, Ad abolendam se

erige como ley u ordenanza al servicio o en pro de castigar, también físicamente, cual-

quier forma de indisciplina eclesiástica o de indisposición a la ortodoxia católica, al de-

cretarse que tal castigo corresponda en su aplicación a la autoridad civil o laica.26

Ad abolendam (denominación que proviene, como es habitual en los documentos pon-

tificios, de la primera línea o comienzo del texto: Ad abolendan diversam haeresium

pravitatem…, Para abolir diversas herejías malignas…) es un decreto o toro (bula de-

cretal) del Papa Lucio III, firmado en Verona, a 4 de noviembre de 1184, con el objetivo

principal, entre otros, de abolir y erradicar por completo las herejías contrarias a la

Iglesia Católica, empezando por la desviación de los albigenses o cátaros y de sus di-

versas variantes.27

26

Aquí hemos de ver el germen u origen ya inmediato del Tribunal de la Santa Inquisición y del Santo

Oficio.

27

Ver Epílogo IV.

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~ 31 ~

ACRE

En Acre28

murió29

Inés de Courtenay,30

madre del rey Balduino IV de Jerusalén, hija

de Joscelino II de Edesa (muerto en 1159) y de Beatriz de Armenia. Tenía 48 años de

edad.31

28

San Juan de Acre durante la tercera cruzada (1189-1192).

29

Probablemente en Acre y quizá en este año 1184.

30

A la cual no hemos de confundir con otra posterior Inés de Courtenay, hija del emperador latino de

Constantinopla Pedro de Courtenay y de Yolanda de Flandes, que se casó con Godofredo II de Ville-

hardouin, príncipe de Acaya, en 1217.

31

Si nació, como parece ser, en 1136. Inés de Courtenay fue también la madre de la reina Sibila de Jeru-

salén (1186-1190). Procedía de la familia Courtenay, que gobernó el condado de Edesa, situado al norte

de los reinos cruzados, desde 1118, cuando ese condado se le concedió a Joscelino I de Courtenay (o de

Edesa).

Se casó primero con Reinaldo de Marash y, a su muerte, se comprometió con Hugo de Ibelín, pero no

llegó al matrimonio porque Hugo fue hecho prisionero en una batalla. Luego, se casó con Amalarico (en

1157, heredero de Jaffa y Ascalón antes de que accediera al trono de Jerusalén). De este matrimonio na-

cieron Sibila (en 1160) y Balduino IV (en 1161).

Cuando murieron la reina Melisenda de Jerusalén (año 1161) y su sucesor Balduino III (año 1162),

reinó Amalarico I; pero la Haute Cour de Jerusalén no aceptó a Amalarico si no se divorciaba de Inés

(por motivos de consanguinidad). Como podemos recordar, Amalarico lo aceptó, manteniendo la legiti-

midad de sus dos hijos y su derecho sucesorio. Luego se casaría con la princesa bizantina María Com-

nena, estableciendo así una beneficiosa alianza política con Bizancio.

A Inés no se le permitió criar a sus hijos. En 1163 se casó con Hugo de Ibelín (su compromiso anterior)

y, al morir éste, en 1170, con Reinaldo de Sidón.

Tras la muerte de Amalarico I (año 1174), heredó el reino Balduino IV, e Inés, su madre, volvió a la

corte, pues Balduino era menor y enfermo de lepra. Inés pudo ejercer cierta influencia, aunque el regente

oficial era Raimundo III de Trípoli. Pero su influencia creció en la mayoría de edad de Balduino, con-

virtiéndose así en cabecilla de uno de los partidos del reino, en el núcleo del llamado “partido corte-

sano”, al que se unieron muchos de los cruzados recién llegados.

En 1182, gracias al influjo de Inés, el muy enfermo Balduino IV nombró regente a Guido de Lusignan,

el cual estaba casado con Sibila (por influencia de Inés) y quizá abusó de su posición. Balduino IV intentó

liberar a su hermana de dicho matrimonio, pero no pudo oponerse al creciente poder y estilo desafiante de

Guido. Inés, descontenta también con los abusos de Guido, propuso un acuerdo que sería aceptado por sus

rivales del partido de los nobles: Balduino (Balduino V, 1185-1186), hijo del primer matrimonio de Sibila

(con Guillermo de Montferrato), sería el heredero; después de él se convocaría un consejo (con los reyes

de Francia, Inglaterra y con el emperador germano) para decidir la sucesión del reino. Pero el acuerdo fue

luego quebrantado.

La división partidista en el reino de Jerusalén se incrementó tras la muerte de Inés de Courtenay, lo que

desembocará finalmente en la caída y desaparición del reino cruzado de Jerusalén en 1187. Ya lo iremos

viendo.

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~ 32 ~

REINO DE HUNGRÍA

Inés de Châtillon (conocida también como Inés de Antioquía),32

reina consorte de

Hungría, esposa de Bela III,33

murió en este año 118434

y recibió sepultura en la ciudad

de Székesfehérvár (Alba Regia).

32

Era hija de Reinaldo de Châtillon, príncipe de Antioquía por su matrimonio con Constanza de Antio-

quía (muerta en 1163). Sabemos que Reinaldo, en noviembre de 1160, fue capturado por los musulmanes

y llevado preso a Alepo, donde permaneció durante 17 años, siendo liberado en 1176.

Inés marchó a Constantinopla y vivió allí junto a su hermana María, consorte de Manuel I Comneno. En

la corte imperial bizantina, Inés se convirtió a la fe ortodoxa del lugar haciéndose llamar Ana.

33

Casada con el príncipe Bela de Hungría (Alexios en Constantinopla), por orden de Manuel I Comneno

en 1168. La pareja peregrinó luego a Jerusalén (allí hicieron una importante donación a los caballeros

hospitalarios) y, en el verano de 1172, habiendo muerto el rey Esteban III de Hungría, hermano mayor de

Bela, éste y su esposa regresaron a Hungría accediendo al trono. Entre sus hijos podemos nombrar a

Emerico (nacido en 1174) y Andrés (nacido en 1175). Ambos serán, en momentos respectivos, reyes de

Hungría.

34

Con unos 30 años de edad.

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~ 33 ~

REINO DE GEORGIA

Murió, el 27 de marzo de este año 1184, el rey Jorge III de Georgia,35

en el año vigé-

simo octavo de su reinado. La sucede Tamara.36

35

Reino medieval que actualmente pertenece a la República de Georgia, un país situado en el límite en-

tre Asia y Europa, localizado en la costa del mar Negro, al sur del Cáucaso. Comparte fronteras con Rusia

al norte, con Turquía y Armenia al sur, y con Azerbaiyán al este. Ciudades destacables son Tiflis y

Kutaisi. Georgia se considera como parte de Europa o en la frontera con Asia.

36

La cual reinará hasta 1213, año de su muerte, siendo su reinado, al igual que el de Jorge III, de gran

prosperidad y florecimiento.

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~ 34 ~

REINO DE NORUEGA

En Sognefjord (reino de Noruega),37

como ahora contamos, murió derrotado (por

Sverre) el rey noruego Magnus V Erlingsson, con 28 años de edad y 23 de reinado

(desde 1161), hijo del poderoso jarl Erling Skakke38

y de Cristina Sigurdsdatter (muerta

en 1178). Magnus V tenía tan sólo 5 años de edad cuando empezó a reinar.39

Le sucede

ahora Sverre I, con 33 años de edad.40

37

Sognefjord (el fiordo noruego de Sogn, en la costa oeste del país, al norte de Bergen y hacia Skjolden

en su interior, todo de gran belleza paisajística e interés geológico-marítimo) es el más grande del mundo

después del de Scoresby Sund en Groenlandia.

38

El jarl noruego Erling Ormsson, más conocido como Erling Skakke, nacido en 1115 y muerto en 1179

tuvo su importancia histórica en el contexto (al que ya nos fuimos refiriendo) de las prolongadas Guerras

Civiles Noruegas, militando en la facción bagler, el partido más eclesiástico.

La gran reputación de Erling Skakke entre los noruegos ciertamente se debe a su ascendencia noble (de

los antiguos vikingos Støleætta, vieja dinastía del condado y reino noruego de Hordaland), pero sobre to-

do a su participación en la cruzada noruega, en campaña por el Mediterráneo con el jarl Rögnvald Kali

Kolsson de las Orcadas (San Ronaldo, muerto en 1158, canonizado por el Papa Celestino III en 1192)

entre los años 1152-1155. Erling anduvo por Tierra Santa, Constantinopla y Roma. Combatiendo a los

musulmanes sicilianos recibió un golpe de espada en el cuello que le causó una grave herida. Aunque

sanó, le quedó como secuela una inclinación de cabeza hacia un lado, proviniendo de este hecho su apodo

(skakke = inclinado). Se casó con Cristina Sigurdsdatter, hija del rey Sigurd I el Cruzado (muerto en

1130), la cual fue madre de Magnus V. Ocurrió que Erling, de quien podemos decir que se pasó la vida

como regente de Noruega, fue guardián o custodio de Inge I el Jorobado (1136-1161), sucesor de Sigurd

I. Erling se encargó, en 1172, de que fuera decapitado un hijastro (Harald, hijo de Cristina) para que a

Inge le sucediera Magnus. Erling pudo hacerse de los apoyos necesarios al respecto, ciertamente con una

política más agresiva que de remilgos, haciéndose llamar “jarl de Noruega” entre los años 1161-1163.

Para asegurar su posición, Erling Skakke pactó una alianza con el rey Valdemar I de Dinamarca (1131-

1182). Tuvo que sofocar más de una rebelión. Podemos recordar su muerte, combatiendo en las afueras

de Nidaros (actual Trondheim), el 18 de junio de 1179, siendo importante su legado histórico.

39

O ser considerado rey.

40

Sverre Sigurdsson o Sverre I, nacido en Bergen (año 1151), reinará en Noruega hasta el año 1202. Se

le supone hijo ilegítimo del rey Sigurd II (1136-1155). Su llegada al trono noruego fue posible por la

rebelión de los birkebeiner (tratamos de ellos en siguientes notas), a los que lideró en oposición a Magnus

V o en la prolongada guerra civil contra éste.

Opositores y hasta enemigos de Sverre fueron los eclesiásticos y los bagler, quienes procedieron a su

excomunión en 1194. Contó también, como Magnus V, con muchas rebeliones en su contra. Sverre no lo-

grará la paz en Noruega.

De todos modos, históricamente considerado, Sverre será un importante rey noruego, también un bri-

llante estratega, de aciertos tanto políticos como militares a favor de los birkebeiner. En lo bélico, antes

de entrar en combate, se optaba por una formación en testudo o svinfylking (típicamente vikinga), mien-

tras que en combate cuerpo a cuerpo se actuaba en pequeños grupos. Se cree que Sverre era de corta es-

tatura, pues solía combatir a caballo, en contraposición a la tradición nórdica donde los reyes encabezaban

a su ejército en la línea de batalla. Sobre la mencionada estrategia militar, ver Epílogo V.

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~ 35 ~

Podemos decir que todo el reinado de Magnus V fue de turbulenta guerra civil entre

sus partidarios y sus opositores o detractores. Igualmente podemos decir que se mantu-

vo en el trono gracias al apoyo eclesiástico.41

Con todo, debido a la oposición creciente,

fueron de derrota sus últimos años.

Han sido muy turbulentos los tiempos del difunto rey noruego. Su padre fue uno de

los principales aliados del rey Inge I en la guerra civil contra los hermanos de éste.

Cuando Inge murió, en 1161, sus seguidores no tuvieron un candidato al trono. Fue

Magnus V el designado entonces como rey en oposición a Haakon II.42

A la muerte del joven Haakon II, Magnus se convirtió en el único monarca del país

como Magnus V, conservando su padre el título de jarl y siendo gobernante de facto.

A pesar de que Erling Skakke se fue encargando de eliminar a los opositores de su

hijo Magnus V y a los potenciales pretendientes al trono noruego, la oposición de los

Sigurd II, el supuesto padre de Sverre, había sido asesinado por orden de su hermano Inge I en 1155. El

hijo de Sigurd, Haakon Herdebrei, fue elegido por los seguidores de su padre como rey en oposición a

Inge. El conflicto se regionalizó: Inge conservó el principal apoyo en Viken y Haakon se hizo fuerte en

Trøndelag. Como Inge murió antes que Haakon, en 1161, sus seguidores eligieron al pequeño Magnus V.

En 1162 murió Haakon Herdebrei y se fue desmembrando su facción. Vino luego la coronación de Mag-

nus, apoyado por la Iglesia y por gran parte de la más poderosa aristocracia. Las sublevaciones las fue

aplacando Erling Skakke, padre de Magnus, regente y verdadero gobernante.

Mientras tanto, Sverre, con los birkebeiner, fue preparando su levantamiento, sopesando sus posibili-

dades de éxito y granjeándose sus correspondientes apoyos, hasta que accedió al poder. Iremos viendo el

desenvolverse de su reinado.

41

Magnus V fue el primer monarca noruego coronado como tal, en la antigua catedral de Bergen (año

1163), catedral de la que actualmente sólo existen sus cimientos. Y hemos de tener en cuenta que Magnus

no era hijo de ningún rey (una condición hasta entonces necesaria para reinar en Noruega), de modo que

su gobierno fue considerado ilegítimo. Para legitimar a Magnus, se recurrió a la Iglesia, liderada en No-

ruega por el entonces arzobispo Øystein de Nidaros, quien estableció que en adelante habría de requerirse

la condición de ser hijo legítimo para acceder al trono. Pero las leyes de sucesión seguían siendo am-

biguas.

42

Haakon Sigurdsson (Herdebrei, el de espalda ancha) era hijo ilegítimo de Sigurd II (1136-1155) y de

una mujer llamada Tora.

A la muerte de su padre Sigurd II y de su tío Øystein II (1142-1157), Haakon fue elegido para ser rey

por los seguidores de éstos. En 1159 fue nombrado rey por un ting (asamblea de gobierno) en oposición a

su otro tío, Inge I. Sus partidarios, que tenían gran dominio en la región de Trøndelag, continuaron la gue-

rra contra Inge y pudieron derrotarlo definitivamente en una batalla, en medio de la nieve, cerca de Oslo,

donde Inge murió.

Una vez vencido su rival, parecía que Haakon sería el único monarca de Noruega, ya que Inge, aparen-

temente, no había tenido hijos (hasta entonces, el requisito para poder pretender el trono era el hecho de

ser hijo de un rey); pero Erling Skakke, del bando de Inge, nombró a su propio hijo, Magnus V, como

nuevo rey, siendo éste nieto de Sigurd I el Cruzado. De este modo fue impuesto Magnus V contra Haakon

II en el trono noruego.

Seguía la guerra y Haakon sería derrotado (y muerto) por los hombres de Erling Skakke, en una batalla

naval, en la isla Sekke, en el fiordo de Romsdal, el 7 de julio de 1162. Haakon tenía entonces 15 años de

edad.

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~ 36 ~

birkebeiner43

fue creciente. Éstos fueron combatidos con dureza, pero en 1177 se unió a

ellos Sverre Sigurdsson, un nuevo pretendiente al trono noruego llegado desde las Islas

Feroe (entre Escocia e Islandia), un formidable enemigo vencedor de Erling Skakke ya

en 1179.

Magnus V continuó la guerra contra Sverre, pero de un modo cada vez más desafortu-

nado y fracasado, a pesar de contar con el apoyo eclesiástico e incluso de la Santa Sede.

Su derrota final fue la de Fimreite, en el Sognefjord.

Ilustración de la Saga de Magnus Erlingsson (1899),

por Erik Werenskiold (1855-1938)

En cuanto a la descendencia de Magnus Erlingsson destacamos su matrimonio con

Eldrid Bjørnsdatter, de la que tuvo estas tres hijas: Cristina (nacida en 1178),44

Margret

(nacida en 1180) e Ingebord (nacida en 1182).45

De otra parte, con Gyrid Aslaksdatter, hija de Aslak Unge, tuvo como hijo ilegítimo a

Sigurd.46

43

Los birkebeiner se formaron en Noruega como grupo político, reivindicativo y armado, durante los

años (de Guerras Civiles) 1174-1218. Los birkebeiner fueron en sus orígenes unos rebeldes marginales,

sublevados con armas contra Magnus V y contra Erling Skakke. Con Sverre I lograron sus cometidos de

tener en el trono noruego a uno de los suyos, de modo que, a partir de 1184, los birkebeiner constituyeron

el grupo noruego más poderoso, hasta que el rey Haakon IV (1217-1263), de los bagler, se les impuso.

El nombre de birkebeiner fue en origen un calificativo despectivo que les impusieron los seguidores de

Magnus V. Birkebeiner significa “piernas de abedul”. Se sabía y se decía que la mayoría de aquellos

rebeldes (birkebeiner) eran tan pobres que, a falta de calzado, se enredaban tiras de corteza de abedul por

los pies y las piernas. Con el tiempo, el calificativo se convirtió en nombre distintivo del grupo, usado por

sus mismos componentes.

44

Casada en dos ocasiones con los bagler Felipe de Vegen (1175-1207) y Reidar Sendemann (1178-

1214, muerto en Constantinopla).

45

Muerta en 1213, habiéndose casado con el birkebeiner Peder Støype, muerto en una peregrinación a

Tierra Santa.

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~ 37 ~

ARDÈCHE Y AVIGNON

(FRANCIA)

En este año 1184 murió el célebre Bénézet, a sus 19 años de edad, debiéndose su ce-

lebridad a lo rústico de su vida, siendo pastor, y a cómo emprendió la construcción del

puente de Avignon, tras haber cargado sobre sus hombros una gran roca hasta las aguas

del río como prueba del poder de Dios.47

46

Y otros hijos conocidos, todos ilegítimos, fueron: Benedict Skindkniv (un sacerdote que murió asesi-

nado en 1222), Erling Steinvegg (pretendiente al trono, muerto en 1207), Inge (otro pretendiente, muerto

en 1202) y Vikar.

47

Se trata de San Bénézet o San Benito de Avignon, cuya conmemoración es el 14 de abril. En 1170

(siendo entonces un niño), Bénézet escuchó una voz celestial que le animaba a construir un puente en el

Rhône. Fue entonces a Avignon para encontrarse con el obispo, el cual, escéptico al principio, aceptó la

propuesta. De ese modo, autorizado Bénézet, con un grupo de amigos, empezó la construcción del puente,

en 1177, sin que estuviera terminado en 1184.

Bénézet, muy dedicado a los pobres que pasaban, predicaba el Evangelio, recorriendo la región como li-

mosnero. Tras su muerte, sus amigos se unieron formando la religiosa Orden de los hermanos pontífices,

aprobada en 1189 por el Papa Clemente III. Su vocación era la de recoger fondos para construir obras de

arte, mantenerlas, dar posada a los peregrinos y a los viajeros. La orden fue suprimida en 1459.

La leyenda sobre estos hechos y personas, conservada en los archivos del departamento francés de

Vaucluse, contiene firma de testigos, lo que hace pensar que un proceso de canonización se hubo rea-

lizado. Los testigos fueron llamados 20 años después de la muerte de Bénézet y confirmaron que el joven

pastor puso la primera piedra del puente, relatando de él varios milagros, sobre males y enfermedades,

que se vieron antes y después de su muerte.

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~ 38 ~

EPÍLOGO I

LAS ATARAZANAS REALES DE SEVILLA

Las Atarazanas Reales de Sevilla, que se destinaron bastante a la construcción de ga-

leras,48

están situadas en las actuales calles Temprado y Dos de Mayo, del barrio del

Arenal.49

Para su ubicación, se eligieron unos terrenos junto al río y fuera de las

murallas de la ciudad, cercanos a las torres del Oro y de la Plata, a poca altura sobre el

nivel del agua, para que resultara fácil el traslado de las embarcaciones hacia el río. La

zona era un arenal sobre el que se fueron construyendo 17 naves en las que trabajaron

numerosos carpinteros y otros muchos profesionales relacionados con los oficios de los

astilleros o de las tareas portuarias, incluidos los pescadores, los trabajadores de salazón

del pescado y los comerciantes.

La construcción actual, de ladrillo, en estilo gótico mudéjar, es de grandes dimensio-

nes, en una extensión de 7.200 m². El interior de este espectacular y bello recinto tiene

anchas y largas naves, comunicadas lateralmente a través de arcos.

48

Ver Epílogo II.

49

Las Atarazanas de Sevilla están declaradas Bien de Interés Cultural y catalogadas como Monumento

Nacional desde 1969. En 1993 pasaron a ser propiedad de la Junta de Andalucía, cuya Consejería de Cul-

tura realizó obras de rehabilitación hasta 1995.

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~ 39 ~

Las naves adosadas están dispuestas en perpendicular a la dirección del río, cuyo fon-

do era la muralla almohade de la ciudad, con una sucesión de pilares de ladrillo sobre

las que apoyan líneas de arcos, sobre las que se construyen amplios canales para la re-

cogida de aguas, formalizando un acueducto que caracteriza el plano de las cubiertas.

Las naves tienen 100 metros de largo por 12 de alto, debido a los rellenos sufridos

posteriormente para subir el nivel de las naves en casi 4 metros, pues se inundaban con

frecuencia al haberse quedado su cota por debajo de la del Arenal, que se había con-

vertido en espacio portuario.

Actualmente, sólo quedan 7 naves, porque otras se destruyeron para construir, en

1641, el Hospital de La Caridad, así como posteriormente el edificio de la Delegación

de Hacienda. Desde las ventanas de la calle Dos de Mayo se pueden apreciar partes de

las naves y sus arcos.

En el siglo XVIII se emplazó allí un parque de Artillería, utilizándose las actuales 7

naves para fábrica, almacenamiento de material de artillería y depósito de material para

el ejército. La Maestranza de Artillería modernizó sus instalaciones en los siglos XIX y

XX para mejorar la fabricación de armas y accesorios, sobre todo con ocasión de las

guerras del Estrecho y África. De esta época es la actual entrada de la calle Temprado,

que sigue ostentando el letrero de Fábrica de Artillería. En 1969 es catalogada como

monumento nacional. En 1970 deja de utilizarse como fabrica de Artillería, albergando

otros usos militares, como caja de reclutas etc. En 1993 pasan a ser propiedad de la

Junta de Andalucía, realizándose por la Consejería de Cultura obras de rehabilitación

hasta 1995, recuperado para actividades culturales de la ciudad, con proyectos respecto

a América.

Yendo más a sus orígenes, digamos que el rey Alfonso X ordenó en 1252, cuatro años

después de la reconquista de Sevilla a los musulmanes por parte de su padre Fernando

III el Santo, la reconstrucción de las atarazanas para sacar de ellas galeras. El lugar

elegido fue un terreno fuera del recinto amurallado y muy próximo al río Guadalquivir,

en la zona comprendida entre la Torre del Oro, la Torre de la Plata, la Puerta o Postigo

del Carbón y el Postigo del Aceite. La catedral y la Giralda hacían de faro portuario.

El Postigo del Carbón, también conocido como postigo de los Azacanes, como postigo

de las Atarazanas y como postigo del Oro, fue una de las puertas de acceso del recinto

amurallado de la ciudad de Sevilla. Su nombre más común, el del Carbón, fue producto

de la venta de este combustible que se llevaba a cabo en el postigo y sus aledaños. Este

Postigo estaba situado en la confluencia de las calles Santander y Temprado, e inme-

diato a la Torre de la Plata. Derribado después de 1868, aún puede verse su emplaza-

miento en los restos de lienzos sobre los que se apoyaba, y en su lugar un azulejo de la

Virgen del Carmen.

Como Postigo de los Azacanes, tenemos la siguiente explicación: Azacán es el nom-

bre de origen árabe que recibían los porteadores de agua que se servían para ello de una

caballería o un carro de manos. Como adjetivo se aplicaba en general a todo el que ha-

cía “recados de condición humilde o penosa”.

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~ 40 ~

Azacán (Kastilianischer Wasserverkäufer), grabado de Christoph Weiditz,

Galería Nacional de Nüremberg, hacia 1530

Al final del capítulo XX de la Primera Parte de El Quijote, el hidalgo caballero, con-

versando con su fiel escudero Sancho Panza sobre las diferentes noblezas de los hijos-

dalgo, describe con estos hermosos párrafos el humilde oficio de “azacán”: “...Otros

tuvieron principio de gente baja y van subiendo de grado en grado, hasta llegar a ser

grandes señores; de manera que está la diferencia en que unos fueron, que ya no son, y

otros son, que ya no fueron; y podría ser yo destos, que, después de averiguado, hu-

biese sido mi principio grande y famoso, con lo cual se debía de contentar el rey mi

suegro que hubiere de ser; y cuando no, la infanta me ha de querer de manera que a

pesar de su padre, aunque claramente sepa que soy hijo de un azacán, me ha de admitir

por señor y por esposo; y si no, aquí entra el roballa y llevalla donde más gusto me die-

re, que el tiempo o la muerte ha de acabar el enojo de sus padres” (M. de Cervantes).

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~ 41 ~

En cuanto al Postigo del Aceite, podemos señalar que los musulmanes lo conocieron

como bad al-Qatay (puerta de los barcos) siendo, con la Puerta o Arco de la Macarena y

la Puerta de Córdoba, uno de los accesos de Sevilla que se conservan actualmente de las

que fueron sus murallas. Los accesos de la muralla se dividían en puertas y postigos, de-

finiéndose los postigos como las puertas no principales de la ciudad o villa. Este lugar

también es conocido en Sevilla como arco del Postigo.

El Postigo del Aceite está portuariamente ubicado, en la antigua zona del Puerto de

Indias, siendo su construcción de 1107, en los tiempos de Ibn Yusuf. Fue reformado en

1572-1573 por el arquitecto Benvenuto Tortello, por orden de Francisco Zapata y Cis-

neros, I conde de Barajas, que era entonces alcalde de la ciudad.

Se conoció como Postigo del Aceite (y de la Aceituna) porque era por allí por donde

entraba el aceite a la ciudad. También se conoció como Puerta de la Alhóndiga. En el si-

glo XVIII se abrió en su costado derecho una pequeña capilla donde hay un retablo ba-

rroco con la imagen de una Inmaculada Concepción atribuida a Pedro Roldán.

Gran parte de la muralla fue demolida por el Ayuntamiento de Sevilla en el siglo XIX,

por motivos urbanísticos y de ensanche de la ciudad. Actualmente sólo están completos

el Arco o Puerta de la Macarena y este Postigo del Aceite, además de otros restos

(Puerta Real, Puerta de Córdoba, Postigo del Carbón).

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~ 42 ~

Las Reales Atarazanas de Sevilla constituyeron una de las mayores instalaciones in-

dustriales de la Baja Edad Media en Europa, de extensión comparable a la que tuvo la

base naval o Arsenal de Venecia.

Como queda dicho, arquitectónicamente consideradas, las atarazanas son una obra gó-

tica y mudéjar construida en fábrica de ladrillo, de clara influencia almohade. Asombran

las dimensiones de sus anchas y largas naves adosadas y cubiertas por bóvedas de arista,

apropiadas para la construcción de los mayores barcos de la época. Estas naves se co-

munican lateralmente a través de gruesos arcos ligeramente apuntados y enfrentados en-

tre sí que arrancan directamente desde el suelo, y que en su conjunto provocan en su in-

terior perspectivas de una insólita belleza.

Hablamos sobre el funcionamiento de las Atarazanas, señalando en primer lugar cómo

era frecuente que en ellas se construyeran a veces unas veinte galeras y, en ocasiones es-

peciales, hasta treinta. Eran galeras utilizadas por los reyes castellanos en las luchas o

combates contra los musulmanes por el control del estrecho de Gibraltar o en incursio-

nes varias por los mares contra Inglaterra cuando la conocida como Guerra de los Cien

Años, entre los siglos XIV-XV.

Para la construcción, equipamiento y armamento de las mencionadas galeras se movi-

lizaba temporalmente una mano de obra de entre 400 y 500 artesanos, los cuales, a cam-

bio de trabajar para la Corona por la mitad del salario habitual, gozaban de grandes pri-

vilegios fiscales todo el año. Por este motivo se les llamaba “francos”.50

Además, la

Corona poseía en las Atarazanas de Sevilla un número indeterminado de esclavos, prin-

cipalmente prisioneros musulmanes, que se encargaban de las tareas más penosas.

La madera para la construcción de las naves se traía de bosques propiedad de la Corona

situados en Sierra Morena.

Además de como astillero, las Atarazanas cumplieron también otras funciones ya des-

de sus mismos orígenes. Por su gran tamaño, sirvieron para albergar asambleas y fes-

tejos públicos. También eran un lugar natural para almacenar el botín y los prisioneros

capturados por las flotas de los reyes castellanos. En ocasiones, como podremos ver en

su momento, sirvieron de cárcel para la élite social, por ejemplo para los nobles afines

al rey Pedro I (1350-1366) tras la victoria de su rival Enrique II (1366-1367).

En el primer tercio del siglo XV se asistirá ya al declive de las Atarazanas, armándose

entonces allí las últimas grandes flotas de galeras. Quince naves fueron destinadas a una

incursión contra Inglaterra en 1420 y un número indeterminado a la guerra contra Ara-

gón en 1430. Tras estas contiendas, los pedidos de los reyes castellanos se volvieron ca-

da vez más escasos. A mediados del siglo XV se pudrían en sus instalaciones los cascos

de unas veinte galeras, construidas pero no armadas.

Las razonas principales de la caída en desuso de las Atarazanas serán varias. En pri-

mer lugar, tras el final de las guerras con Inglaterra y de las batallas por el estrecho de

Gibraltar, el reino de Castilla dejó de necesitar flotas de guerra de manera tan frecuente.

En segundo lugar, el diseño arquitectónico de las Atarazanas las hacía capaces de cons-

truir únicamente galeras, y este tipo de embarcación fue perdiendo capacidad de com-

50

Existe en Sevilla la calle Francos, así como también la calle Galera, etc.

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bate frente a diseños novedosos de veleros como la carraca51

y la nao,52

que eran más

rápidos y fuertes y tenían mayor autonomía gracias a sus tripulaciones menos numero-

51

Las carracas eran navíos de vela redonda de alto bordo especializados en el transporte de grandes car-

gas en travesías largas. Hubo carracas entre los siglos XII y XVI, destacando por ser en estos tiempos los

buques europeos más grandes.

La carracas eran muy apreciadas por portugueses, venecianos y genoveses, siendo menos utilizadas por

castellanos y aragoneses. En los astilleros cantábricos, debido a los efectos de los temporales, no se cons-

truyeron muchas carracas.

Las carracas fueron impulsadas por iniciativa portuguesa en el siglo XV debido a las exploraciones ma-

rítimas emprendidas. La configuración básica de la carraca constaba de un casco con calado considerable,

un mástil y una enorme vela rectangular. Con el paso del tiempo fue incorporando adelantos significa-

tivos, siendo el principal de ellos la incorporación de timón de codaste como reemplazo de los timones de

espadilla.

Por tamaño y calado, las carracas gozaron de prestaciones muy importantes y apreciadas: carga (de mer-

cancías, de tropas e incluso de caballería), resistencia (materiales muy sólidos y fiables).

En cuanto a la principal desventaja de las carracas hay que señalar la escasa maniobrabilidad y lentitud

que ofrecían al respecto, y en lo referente a carga y descarga, siendo estas deficiencias mejoradas en el

transcurso del tiempo.

El alto coste de construcción o fabricación de las carcasas durante la Edad Media también ha de consi-

derarse como inconveniente. Hay que tener en cuenta que los Estados Medievales fueron sobre todo

nominales, ya que, en realidad, Europa estaba formada, fragmentariamente, por una serie de territorios

feudales y/o ciudades estado, siendo la mayoría de escasos recursos financieros para la construcción de

carracas. Este aspecto es significativo desde el punto de vista histórico, ya que en términos navales, la

carraca, como buque de guerra, era muy superior al drakkar vikingo (al que nos referíamos en varias

ocasiones durante el siglo XI y anteriormente). Sin embargo, la falta de flotas defensivas en Europa,

especialmente en Francia e Inglaterra, permitió a los vikingos llevar a cabo invasiones con éxito en estos

reinos, como fuimos refiriendo.

De las características de la carraca hay que decir que tenía un castillo de proa, el mismo que, a dife-

rencia de la coca (embarcación medieval bastante generalizada en la Europa nórdica), no era una estruc-

tura superpuesta al casco, sino que formaba parte de él integrándose perfectamente y que no sobresalía

por los costados. Tenía mayor altura que los castillos anteriores y, en muchas ocasiones, podían colocarse

varios puentes superpuestos. La misma estructura era aplicada al alcázar de popa compuesto de dos o más

puentes llamados alcazarillos, englobados en la estructura de la nave, donde se instalaron inicialmente

los cañones. Las carracas tenían un casco ligeramente más redondeado que las cocas e incorporaron por

primera vez los tres palos. El trinquete y el mayor con velas cuadradas (inicialmente una cada palo) y el

mesana una vela triangular. En las carracas más evolucionadas se añadió un cuarto palo a popa llamado

contramesana con velas latinas. A medida que transcurrieron los años el velamen se complicó añadiendo

nuevas velas cuadradas a los dos primeros palos. Esta estructura vélica dificultaba la navegación con

viento de bolina pero facilitaba la de viento de través y de popa.

52

A diferencia de las carabelas (fueron célebres las de Colón rumbo a América, siendo nao la Santa Ma-

ría), progresivamente en desuso, las naos y carracas se fueron transformando y mejorando, convir-

tiéndose en el tipo de embarcación denominado galeón, distinguiéndose, entre otros el español, el inglés,

etc.

A veces se llamó naos a las carracas en general o a cualquier buque (utilizando el término nao en su

sentido de navío o buque). Pero las naos eran también un tipo específico de buque. Un ejemplo de nao

célebre fue la Victoria, una de las cinco naves de Magallanes que retornó a España en 1152, siendo la pri-

mera en circunnavegar el globo terrestre.

Aunque el casco era muy parecido de formas, el de las carracas estaba reforzado con cintones y bu-

larcamas exteriores de madera; el de las naos no. Los castillos de proa y popa eran más grandes en las

carracas que en las naos. Las naos sólo llevaban una vela latina en el palo mesana, y sólo llevaban cofas

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sas. Además, para la Corona fue resultando económicamente más ventajoso alquilar ve-

leros privados a sus propietarios que construir y mantener flotas permanentes de galeras.

Por último, la subida al trono en 1475 de Isabel y Fernando (los Reyes Católicos) su-

puso que desde Castilla se dispusiera de los astilleros productores de galeras en la Co-

rona de Aragón, astilleros que probablemente fueron más baratos que los de Sevilla.

Sin embargo, a pesar de que la carga de trabajo de las Atarazanas se aminoraba, el nú-

mero de artesanos o trabajadores ligados oficialmente a ellas apenas se redujo. Ello pro-

vocó frecuentes protestas del concejo de Sevilla sobre la injusticia que representaban las

exenciones fiscales de estos “francos” así como de otros oficios protegidos.

Tras las correspondientes transformaciones y cambios con el tiempo en las Ataraza-

nas, actualmente sólo quedan en pie siete naves de las diecisiete que hubo en sus oríge-

nes.

El primer cambio sustancial de función ocurrió en 1493, cuando los Reyes Católicos

autorizaron el traslado a una de las naves de las Atarazanas del mercado de pescado de

la ciudad. En menos de treinta años, el resto de las naves pasaron a ser destinadas a al-

macenes reales, extinguiéndose completamente la función de astillero. A finales del si-

glo XVI parte del edificio fue utilizado como aduana. La primera gran intervención ar-

quitectónica sobre el edificio de las Atarazanas tuvo lugar en el año 1641 con la cons-

trucción del Hospital de la Caridad y su iglesia, que ocupó cinco de las naves, cuyos ar-

cos todavía pueden vislumbrarse.

En 1719, el Gobierno dispuso que cinco naves pasaran a almacenar material de arti-

llería, función que ya habían ido desempeñando las Atarazanas desde 1587. En 1762 co-

menzó una gran reforma del Cuerpo de Artillería que llevaría al cabo de los años a que

la Maestranza de Artillería sita en las Atarazanas contase con un gran depósito de ca-

rruajes y pertrechos para suministrar a las tropas, lo que acabó traduciéndose en una

ampliación en la capacidad de talleres y almacenes con la anexión de dos naves más

para completar las siete que ocuparía el Ejército hasta el siglo XX. En 1782, las Maes-

tranzas de Cádiz y Málaga se fusionaron en la de Sevilla, quedando ésta como abas-

tecedora única para toda Andalucía y Extremadura y, un año más tarde, también para

las Indias, lo cual conllevó una nueva operación arquitectónica que transformó parte del

edificio y levantó la fachada actual.

Aparte de la construcción de la Caridad, en el siglo XVII, el resto de la estructura del

edificio original sobrevivió completa hasta 1945, cuando cinco de las naves fueron de-

en trinquete y mayor. El tamaño de los tres palos de las naos no era tan diferente como en las carracas. El

tonelaje de las naos variaba entre 100 y 500 toneladas. Las más pequeñas eran naos de exploración, y las

mayores, de carga o guerra.

Hacia fines de la Edad Media, en especial a partir del siglo XIV, las carracas y naos ya habían in-

corporado más mástiles, más velamen, incluyendo velas latinas, que aunado a su resistencia y capacidad

de carga las convirtieron en el caballo de batalla de las rutas marítimas de comercio y supremacía mun-

dial.

Las naos son una evolución de las cocas medievales como barcos mercantes de casco redondo y un solo

mástil con vela cuadrada. Las cocas eran lo que los vikingos habían desarrollado en sus knarr o barcos

mercantes. Hacia el siglo XIII, cuando el período vikingo ya había terminado desde hacía más de dos

siglos, las cocas europeas, entre otras características, empezaron a adquirir un nuevo adelanto técnico:

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rribadas para dejar sitio a la construcción del actual edificio de la Delegación de Ha-

cienda.

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EPÍLOGO II

GALERAS

Las galeras, naves cuyas precedentes remotas fueron las birremes y trirremes griegas y

romanas, fueron recuperándose según avanzaba la Edad Media. Se construían con uno o

dos palos de velas latinas y unos 25 remos por banda, de modo que en ocasiones la na-

vegación se hacía a vela, pero los remos proporcionaban una movilidad esencial en

combate y durante encalmadas rutas o entrando a puerto.

La galera era el buque adecuado por excelencia en el Mediterráneo, aunque con mal

tiempo un golpe de mar podía anegarla o quebrarla, por lo que las galeras sólo navega-

ban entre la primavera y el otoño, regresando en invierno a puerto.

Como norma se asignaban cinco hombres para bogar en cada remo. La gente de remo

o chusma, estaba formada por condenados por sentencia judicial o esclavos turcos y ber-

beriscos, aunque también hubo remeros voluntarios, bagarinos o buenas boyas que so-

lían ser galeotes que una vez cumplida su condena e incapaces de encontrar otro trabajo,

volvían a la boga a cambio de una paga. A los galeotes se les afeitaba la cabeza para que

fueran identificables en caso de fuga, aunque a los musulmanes se les permitía llevar un

mechón de pelo ya que según su creencia, al morir, Dios les asiría del pelo para lle-

varlos al Paraíso. La ración diaria de alimentos suministrados a los galeotes consistía en

dos platos de potaje de habas o garbanzos, medio quintal de bizcocho (pan horneado dos

veces) y unos dos litros de agua. A los bagarinos se les añadía algo de tocino y vino.

Cuando se exigía un esfuerzo suplementario en la boga dura por el estado del mar o en

vísperas de batalla, se daban raciones extras de legumbres, aceite, vino y agua.

Una galera solía tener unos 50 metros de eslora por 6 de manga, con una obra muerta

de apenas metro y medio. Disponían de una sola cubierta sobre la que la pasarela de

crujía, construida sobre cajones de 1 metro de altura, comunicaba el castillo de proa y el

de popa. En el interior de este cajón se estibaban palos, velas y cabullería. El cómitre y

sus alguaciles recorrían continuamente la crujía, encargados de marcar el ritmo de boga

con tambores y trompetas y fustigando con los rebenques a los galeotes.

A ambos lados de la crujía estaban los talares, cubiertas de 3 a 4 metros de ancho que

sobresalían 2 metros por cada costado y sobre los que iban situados los bancos de los

remeros. Los talares tenían una fuerte inclinación hacia fuera para favorecer la salida del

agua embarcada por golpes de mar y por la lluvia y también los residuos de los galeotes.

Era la galera indudablemente en cuanto a su forma el eslabón entre la Navis lon-

go romana, la galera de los siglos XV y XVI y los dromones bizantinos. Eran muy se-

mejantes sus condiciones respectivas en lo tocante a su ligereza, siendo también muy

semejante su destino en las armadas de tan distintas épocas, sirviendo en todas ellas de

naves auxiliares y exploratorias.

Las dimensiones de los mayores barcos de esta especie en las fechas últimamente cita-

das eran: 140 pies de eslora,53

20 de manga (la dimensión transversal del barco) y 9 de

53

La eslora es la dimensión de un barco tomada a su largo, desde la proa hasta la popa.

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puntal (o altura, que suele ser la mitad de la manga). Hasta el siglo XVI, en que se

perfeccionó el uso de la artillería a bordo de las embarcaciones, las galeras iban armadas

de un espolón a proa (el rostrum de la nave romana) hecho de bronce o de madera refor-

zado con zunchos de hierro y colocado muy bajo, casi en la línea de flotación con el

objeto de desfondar el barco enemigo a quien embistiesen. Sobre la cubierta de la galera

iban dispuestos a una y otra banda los bancos de los remeros, existiendo una división,

llamada crujía, que permitía ir de la popa a la proa: en este paso se colocaba el cómitre o

nostromo (hortator entre los romanos) para vigilar y animar (o fustigar) a los remeros.

Había galeras que llevaban uno, dos y tres palos, variando según el tamaño El ele-

mento propulsor principal eran los remos y el auxiliar la acción del viento sobre las ve-

las. Los remeros, hasta 7 por bancada, tomaban asiento en bancos que iban empotrados

de una parte en el mamparo del corredor o crujía y del otro en el costado. El número de

bancos, desde la más pequeña que tenía 20 por banda, normalmente solía ser de 25 ó 26,

aun cuando hubiera buques de la familia de las galeras, las medias galeras y los leños,

que tenían algunos menos, y otras en cambio muchos más, como las cuatro galeras por-

tuguesas que fueron con la Armada Invencible, cada una de las cuales contaba 306 re-

meros. La longitud de los remos era de unos 50 pies aproximadamente que se maneja-

ban apoyando el primer tercio en las postizas o piezas rectangulares de madera adosadas

por fuera de la embarcación, una por cada costado y que corrían a lo largo desde los yu-

gos de popa hasta los del brazal o de proa. Las más antiguas galeras tenían las velas

cuadrangulares, siendo la más grande la del trinquete, aunque después eran latinas y la

vela del trinquete fue más pequeña que la del palo mayor. Unas veces, a imitación de

las naves romanas, tenían parapetos en los costados, gruesas planchas o una serie de pa-

veses o escudos que servían de abrigo en el combate a remeros y soldados; y otras, altos

castillos a popa y a proa desde donde arrojaban las flechas, dardos y aún el fuego grie-

go.

Las velas eran cuadras, es decir, de formas trapezoidal, y frecuentemente latinas o

triangulares. Sólo el palo mayor descansaba en la sobrequilla y el trinquete lo hacía so-

bre la cubierta. La longitud del palo mayor era de unos 20 metros. Las entenas estaban

compuestas de dos partes unidas por ligadas: la de la vela mayor era tan larga como la

galera menos 15 pies. Las dos partes se llamaban car y pena. En las partes altas de los

palos solían llevar unas pequeñas plataformas o cofas, llamadas gavias. El interior de las

galeras solía estar dividido por mamparos transversales en seis compartimentos, destina-

dos los de popa al capitán y los restantes a pañoles (compartimentos) de víveres, velas y

demás efectos.

Modernamente se llama galera a todo barco de remo y vela antiguo, propio para la

guerra, caracterizado por su gran eslora respecto a su manga y su relativa ligereza tanto

en la marcha como en las evoluciones. En realidad el nombre de galera empezó a usarse

en España en el siglo XIV, aunque desde los inicios de la Edad Media, ya se empleaba

en el Mediterráneo los de galea y galia.

La galera existe desde la antigüedad. Originalmente, usaba una fila de remeros por ca-

da lado de la embarcación (monorreme). Tiempo después, los fenicios inventaron una

galera con dos filas de remeros en dos órdenes, una superior y una más abajo, que era

más veloz sin perder maniobrabilidad; esta evolución de la galera se llamó birreme. En

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~ 80 ~

la Antigua Grecia crearon y usaron el trirreme, galera de tres filas de remeros. Los an-

tiguos romanos, y antes de ellos los cartagineses, llegaron a utilizar el quinquirreme,

que constaba de cinco remeros distribuidos en tres órdenes, con dos hombres en el or-

den superior, dos en el medio y uno en el inferior. Lo común era usar birremes. La li-

burna y la navis longa de los romanos también caen dentro de la denominación.

Los remeros normalmente eran esclavos o prisioneros. Durante muchos siglos se man-

tendrá la condena a galeras como uno de los más crueles castigos posibles (de lo que

hace mención Cervantes en El Quijote).

Durante la Edad Media no se hicieron progresos notables en el arte de construir em-

barcaciones. La innovación de montar una fila de remeros extra fue abandonada. Sin

embargo, las galeras permitieron a diversas culturas expandirse a enormes distancias.

Tal fue el caso, por ejemplo, del célebre drakkar (barco dragón) vikingo.

En el siglo XV aparece una nueva clase de embarcación, la carabela, que usaba un ve-

lamen variado para navegar sin remeros, y por lo tanto requería mucha menos tripula-

ción que la galera. Sin embargo, la carabela no sustituyó rápidamente a la galera. Para

dar una idea: en la época del descubrimiento de América (año 1492), la expedición de

Cristóbal Colón navegó en dos carabelas y una nao, pero la flota reunida por las po-

tencias cristianas contra el Imperio Otomano durante la batalla de Lepanto (año 1571)

era de galeras. El de Lepanto fue el último gran combate naval en el que se utilizó

exclusivamente la galera.

En el siglo XVI, cuando la artillería llegó a tener un valor práctico en el combate, se

instaló la misma en las galeras. Los gálibos de las galeras, sin embargo, no sufrieron

modificación. Los cañones se instalaban en las extremidades, en repisas o castillos. En

algunas galeras se montaban debajo de una doble plataforma transversal que servía para

facilitar la maniobra de la vela trinquete. En la crujía se montaba un gran cañón de caza

o bombarda, y a sus lados otros más pequeños, falconetes y pedreros.

En el Renacimiento aparecerá un tipo intermedio: una galera con velas llamada galea-

za que será precedente del galeón.

En España, el Cuerpo General de Galeras fue disuelto por Orden de 28 de noviembre

de 1748, firmada por el Secretario del Despacho de Guerra y Marina e Indias, el Mar-

qués de la Ensenada (Zenón de Somodevilla y Bengoechea): “Habiendo determinado el

Rey suprimir la Escuadra de Galeras, ha resuelto que a los oficiales, ministerio y de-

más dependientes de la misma Escuadra se asista con el sueldo o despida del servicio o

agregue a la Marina según se expresa en la relación que incluyo, firmada de mi mano,

y cuyo contenido quiere S.M. se ponga luego en ejecución en todas sus partes, y a este

fin la dirijo a V.S., previniéndole además de la siguiente”. Pero en 1784, con la llegada

de Carlos III y su empeño en terminar de una vez por todas con la piratería berberisca,

se construyen nuevas galeras en España y se integran dentro del Cuerpo General de

Marina existente. Pervivieron sin especial relevancia hasta los primeros años del siglo

XIX.

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EPÍLOGO III

IBN TUFAYL

Ibn Tufayl, conocido también como Abentofail,54

muerto en Marrakech en 1184 (o tal

vez en 1185), había nacido en la granadina Guadix (Uadi-Ash) en 1109 ó 1110, de mo-

do que era a su muerte algo más que octogenario. Fue médico y filósofo andalusí, tam-

bién matemático y poeta, digno representante de aquel período de tolerancia filosófica,

de libertad cultural y de pensamiento, que caracterizó a las taifas hispanas andalusíes

antes de que predominaran los fundamentalismos más islamistas de los almorávides y,

más aún, de los almohades.

Influido por el también médico y filósofo zaragozano Avempace (1080-1139), en par-

ticular por su Régimen del solitario, así como por las doctrinas del éxtasis intelectual

sostenidas por Avicena (980-1037) y el sufismo de Al-Ghazali (1058-1111), conserva-

mos de él sólo una obra, de la que podemos hablar como novela filosófica, que ejerció

notable influencia en Europa tras su traducción latina de 1671, bajo un título que ha

prosperado: Philosophus autodidactus, El filósofo autodidacta.55

La obra de Abentofail

fue ignorada en España durante siglos.

Ibn Tufayl ejerció como médico en Granada, allá por los años 1130-1146, siendo se-

cretario y médico del gobernante musulmán. Su fama como médico le llevó al servicio

del hijo del sultán almohade Abd al-Mumin, gobernador de Ceuta y Tánger, entre los

años 1147-1163. Más tarde fue médico de cámara y visir del sultán Abu Yusuf, sucesor

de Abd al-Mumin en 1163; y en 1169 tenía Abentofail tal influencia en la corte almo-

54

Siendo su verdadero nombre completo Abu Baker Muhammad ibn Abd al-Malik ibn Muhammad ibn

Muhammad ibn Tufayl.

55

La figura y las obras astronómicas y médicas de Abentofail quedaron olvidadas en cierta medida de-

bido a la fama e influencia que alcanzó su discípulo Averroes. La única obra que ha llegado a noso-

tros, Risala Hayy ibn Yaqzan fi asrar al-hikma al-masriqiyya (Epístola de Hayy ibn Yaqzan sobre los

secretos de la sabiduría oriental), fue traducida al hebreo por Moisés de Narbona en 1349, quien la

acompañó de un comentario. El arabista inglés Eduardo Pococke (1604-1691), primer profesor de árabe

de la Universidad de Oxford, publicó en esa ciudad en 1671 el texto árabe acompañado de una traducción

latina, bajo el nombre de Philosophus autodidactus sive Epistula Abi ebn Tophail de Hai ebn Yoddhan. El

libro de Abentofail, así descubierto quinientos años después de que fuera compuesto, alcanzó muy pronto

gran difusión. En 1672 se publicó en holandés y poco después se vertió al inglés por Ashwell y, otra vez,

por el cuáquero Jorge Keith (quien en 1674 transformó la mística islámica del granadino en libro de devo-

ción para los seguidores de esa secta, emocionados con su luz interior). En 1700 se publicó la segunda

edición de Pococke, en 1701 la segunda edición holandesa, en 1708 una nueva traducción al inglés, por

Simon Ockley, discípulo de Pococke. En 1717 apareció la obra de Daniel de Foë, The life and strange

surprising adventures of Robinson Crusoe of York, que, al margen de otras influencias, se inspira indu-

dablemente en el relato de Abentofail. En 1726 y 1783 se tradujo al alemán y fue luego editada La Ri-

sala en Argel, en 1900, por el gran arabista francés León Gauthier, en árabe y en francés, a partir de un

nuevo manuscrito árabe y señalando las variantes del texto. La segunda edición de Gauthier, en la que se

enmiendan algunos errores deslizados en la edición de 1900, se publicó en Beirut, en 1936 (Imprimerie

Catholique), y sigue siendo ésta la edición crítica de referencia.

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~ 83 ~

hade que pudo presentar a Ibn Rush o Averroes (1126-1198) al sultán. En 1182 renun-

ció Abentofail a su cargo de médico de cámara del sultán en favor de Averroes, con-

tinuando como visir hasta su muerte. A sus funerales asistió en persona el sultán almo-

hade Abu Yusuf Yaqub.

Abentofail, desde el típico platonismo de la mística islámica, fue el continuador de la

obra filosófica emprendida por su maestro Avempace, al mismo tiempo que influyó po-

derosamente en el pensamiento filosófico de Averroes, uno de los más grandes filósofos

musulmanes de todos los tiempos por analizar con clara racionalidad el pensamiento

aristotélico.

Abentofail, como Avempace, se planteó la posibilidad de encontrar la vía ideal para

llegar al (elevado y divino) Entendimiento Universal, siendo la originalidad de Abento-

fail la de componer su filosofía como verdadera novela filosófica: Hayy ibn Yaqdán (El

viviente, hijo del vigilante), que acabó siendo El filósofo autodidacta.

Tras su análisis de las opiniones más relevantes o destacadas de anteriores filósofos,

Abentofail expone en su obra los descubrimientos que realiza Hayy, el protagonista de

su novela, en la búsqueda de su unión con Dios.

Hayy, huérfano de padre y madre, fue abandonado desde muy pequeño en una isla

extrema de Occidente, donde creció amamantado por una gacela. Absolutamente solo,

Hayy fue superando los varios momentos o períodos de su vida marcados por un suce-

sivo progreso de conocimientos.

Partiendo de los conocimientos sensibles, llega gradualmente a darse cuenta de la uni-

dad de los seres y a concebir las formas inteligibles, siendo la primera de ellas la de

“especie”. Elevándose para concebir la unidad del mundo por medio de los conceptos

de materia y forma, Hayy llega a conocer un Ser Agente que perpetúa la existencia del

mundo y lo pone en movimiento, momento desde el cual el único objetivo de Hayy será

volver a ese Ser Supremo, para lo cual tratará de separarse de los sentidos materiales y

de la imaginación para concentrar todo su pensamiento en la tarea de identificarse ple-

namente con Él (Dios y su Eternidad). En el grado más alto de la contemplación, Hayy

ve el reflejo directo de Dios en el universo. Finalmente, al llegar al éxtasis, ve cómo

Dios se emana en las distintas esferas celestes y desciende a una multitud de seres hu-

manos, algunos puros y salvados, otros impuros y condenados.

Con esta novela filosófica, Abentofail expresó la actitud común a todos los filósofos

musulmanes de su tiempo: que mediante la filosofía se puede llegar a las mismas con-

clusiones que por la vía religiosa, si bien por caminos distintos: el de la investigación

personal y el de la demostración empírica. Además, la novela presupone –y aquí radica

la importancia de la misma– las doctrinas corrientes en la filosofía musulmana acerca

del intelecto. El verdadero agente del conocimiento humano es el Entendimiento Uni-

versal, la última emanación del ser Supremo. El intelecto humano o en potencia el mis-

mo está dominado y dirigido por Aquél (Entendimiento Universal).

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Ibn Tufayl o Abentofail

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~ 85 ~

EPÍLOGO IV

AD ABOLENDAM

Ad abolendam es una bula pontificia o papal, un tipo particular de patente de letras o

carta de autoridad expedida por un Papa y autentificada por el sello (bulla) que lleva al

final de la misma.

Hay bulas papales al menos desde el siglo VI, pero no se llamaron como tales hasta

finales del siglo XIII y también posteriormente con alguna finalidad eclesiástica interna

o por motivos administrativos no oficiales. Las bulas, llamadas también toros (perga-

minos) fueron expedidas desde las oficinas o despachos de la cancillería pontificia, don-

de a partir del siglo XV existió el “Registro de los toros” o “Bullarum registrum”.

Desde los tiempos del Papa León IX (1049-1054) se distinguen dos tipos o clases de

toros, según la mayor o menor solemnidad o trascendencia de contenidos. La mayoría

de los “grandes toros” del momento fue concerniente a las confirmaciones de propie-

dad o cartas de protección reconocidas a los monasterios e instituciones religiosas.

Como se aprecia históricamente, cualquier tema puede ser tratado en un toro o bula:

decretos, reglamentaciones, nombramientos, dispensas, excomuniones, constituciones

apostólicas, convocatorias, canonizaciones, etc. A partir del siglo XIV empezó a existir

también el breve pontificio, más sencillo y menos formal en la comunicación pontificia,

con una especial impresión y sellado, con el Anillo del Pescador.

Hasta 1184 podemos enumerar destacadamente las siguientes bulas papales:

In nomine Domini (En el nombre del Señor), del Papa Nicolás II, en 1059, estable-

ciendo a los cardenales obispos como los únicos electores del Papa.

Libertas Ecclesiae (La libertad de la Iglesia), del Papa Gregorio VII, en 1079, cuando

la conocida como querella de las investiduras.

Antiqua patrum sanctorum, del Papa Gregorio VII, en 1079, sobre la primacía ecle-

siástica de Lyon como archidiócesis primada en la Galia.

Sicut Jadaeis (Así para los judíos), del Papa Calixto II, hacia 1120, en defensa de los

judíos que sufrieron y fueron injustamente asesinados (varios miles en Europa) durante

la primera cruzada (1096-1099).

Ex Commisso nobis o Bula de Gniezno, del Papa Inocencio II (7 de julio de 1136), so-

bre asuntos eclesiásticos y jurisdiccionales polacos.

Omne Datum Optimum, del Papa Inocencio II (29 de marzo de 1139), bula fundacio-

nal o de reconocimiento de la Orden del Temple.

Milites Templi, sobre los caballeros templarios, del Papa Celestino II, en 1144.

Militia Dei (Soldados de Dios), del Papa Eugenio III, en 1145, permitiendo a los tem-

plarios diezmos y tasas de exequias para sus propios cementerios.

Quantum praedecessores (Cuánto hicieron nuestros predecesores), del Papa Eugenio

III, a 1 de diciembre de 1145, sobre la segunda cruzada.

Laudabiliter (Loablemente), supuesta bula del Papa Adriano IV, en 1155, sobre el

señorío del rey Enrique II de Inglaterra sobre Irlanda.

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Manifestis probatum, del Papa Alejandro III, en 1179 (23 de mayo), sobre el recono-

cimiento de Portugal como reino y de Alfonso I Enríquez como rey.

Ad abolendam, del Papa Lucio III (4 de noviembre de 1184), condenando las herejías

del momento y enumerando algunas formas de castigarlas para corregirlas y suprimirlas,

siendo obligado el tener que buscarlas e indagarlas, por lo cual, con la bula Ad abolen-

dam se entró realmente en los comienzos de la que pronto sería la Inquisición, sin que

fuera el Papa Lucio III quien la instituyera, pues dicha institución será obra posterior,

debida, como veremos, en 1234, al Papa Gregorio IX (1227-1241).

Esta bula ha de entenderse en el contexto de la querella política-religiosa sobre las in-

vestiduras y de la celebración del Concilio III de Letrán (año 1179) relacionado en sus

conclusiones con la Paz de Constanza (año 1183).

La bula decretal Ad abolendam, del Papa Lucio III en 1184, llegó a considerarse como

la carta magna o fundacional de la Inquisición. Ordenaba que los obispos en sus dió-

cesis buscaran a los herejes y actuaran judicialmente contra ellos. Ad abolendam delineó

todo un procedimiento para actuar en el proceso inquisitorial y estableció las penas co-

rrespondientes a las herejías, consideradas delitos según la respectiva condición perso-

nal o social de cada cual. El texto de Ad abolendam es el siguiente:

Para abolir la depravación de las diversas herejías que en los tiempos presentes

han comenzado a pulular en diversas partes del mundo, debe encenderse el vigor

eclesiástico, a fin de que –ayudado por la potencia de la fuerza imperial– no sólo

la insolencia de los herejes sea aplastada en sus mismos conatos de falsedad, si-

no también para que la verdad de la católica simplicidad que resplandece en la

Santa Iglesia, aparezca limpia de toda contaminación de los falsos dogmas.

Por ello nos, sostenidos por la presencia y el vigor de nuestro queridísimo hijo

Federico, ilustre Emperador de los Romanos, siempre Augusto, con el común

acuerdo de nuestros hermanos, y de otros patriarcas, arzobispos y de muchos

príncipes que acudieron de diversas partes del mundo, por la sanción del pre-

sente decreto general, nos levantamos contra dichos herejes, cuyos diversos

nombres indican la profesión de diversas falsedades, y condenamos por la pre-

sente constitución todo tipo de herejía cualquiera sea el nombre con que se la co-

nozca.

En primer lugar determinamos condenar con anatema perpetuo a los cátaros y

patarinos, y a aquellos que se llaman a sí mismos con el falso nombre de Hu-

millados o Pobres de Lyon, a los Pasaginos, Josefinos y Arnaldistas.

Y puesto que algunos bajo apariencia de piedad y como dice el apóstol, per-

virtiendo su significado, se arrogan la autoridad de predicar, aun cuando el mis-

mo apóstol dice “¿cómo predicarán si no son enviados?”,56

[condenamos] a to-

dos aquellos que, bien impedidos, bien no enviados, presumieran predicar ya sea

en público o en privado, sin haber recibido la autorización de la Santa Sede o del

obispo del lugar.

56

Rom 10, 15.

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~ 87 ~

También ligamos con el mismo vínculo de anatema perpetuo a todos aquellos

que respecto al Sacramento del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo,

o sobre el bautismo, o la remisión de los pecados, el matrimonio, o sobre los de-

más Sacramentos de la Iglesia, se atreven a sentir o enseñar algo distinto de lo

que la sacrosanta Iglesia Romana predica y observa; y en general [ligamos con el

mismo vínculo] a quien quiera que sea juzgado como hereje por la misma Iglesia

Romana, o por cada obispo en su diócesis, o bien, en caso de sede vacante, por

los mismos clérigos, con el consejo –si fuera necesario– de los obispos vecinos.

Determinamos que queden sujetos a la misma sentencia todos sus encubridores

y defensores y todos aquellos que prestasen alguna ayuda o favor a los predichos

herejes con el fin de fomentar en ellos la depravación de la herejía, bien a aque-

llos [que llaman] consolados, o creyentes, o perfectos, o con cualquiera de los

nombres supersticiosos con que se los llame.

Y puesto que a veces sucede –a causa de los pecados– que sea censurada la se-

veridad de la disciplina eclesiástica por aquellos que no comprenden su signifi-

cado; por la presente ordenación establecemos que aquellos que manifiestamente

fueran sorprendidos en las acciones antes nombradas, si es clérigo, o se ampara

engañosamente en alguna religión, sea despojado de todo orden eclesiástico y

del mismo modo sea expoliado de todo oficio y beneficio eclesiástico y sea en-

tregado al juicio de la potestad secular, para ser castigado con la pena debida, a

no ser que inmediatamente después de haber sido descubierto el error retornase

espontáneamente a la unidad de la fe católica y consintiese –según el juicio del

obispo de la región– a abjurar de su error y a dar una satisfacción congrua.

En cambio, el laico al cual manchase una culpa –ya sea privada o pública– de

las pestes predichas, sea entregado al fallo del juez secular para que reciba el

castigo debido a la calidad del crimen, a no ser que como se ha dicho, habiendo

abjurado de su herejía, y habiendo dado satisfacción, al instante se refugiase en

la fe ortodoxa.

Aquellos, empero, que provocasen la sospecha de la Iglesia serán sometidos a

la misma sentencia, a no ser que a juicio del obispo y consideradas la sospecha y

la cualidad de las personas demostrase la propia inocencia con una justificación

pertinente.

Aquellos, no obstante, que después de la abjuración del error, o después de que

–como dijimos– se hubiesen justificado frente al obispo, fuesen sorprendidos

reincidiendo en la herejía abjurada, determinamos que deben ser entregados al

juicio secular sin ninguna otra investigación; y los bienes de los condenados, con

arreglo a las legítimas sentencias, sean entregados a las iglesias a las cuales ser-

vían.

Determinamos pues, que la excomunión predicha, a la cual queremos que sean

sometidos todos los herejes, sea renovada por todos los patriarcas, arzobispos y

obispos en todas las solemnidades, o en cualquier ocasión, para gloria de Dios y

para reprensión de la depravación herética. Estableciendo con autoridad apostó-

lica que si alguien del orden de los obispos fuese encontrado negligente o pere-

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~ 88 ~

zoso en este punto, sea suspendido de la dignidad y administración episcopal por

el espacio de tres años.

A las anteriores disposiciones, por consejo de los obispos y por sugerencia de

la autoridad imperial y los príncipes, agregamos el que cualquier arzobispo u

obispo, por sí o por su archidiácono [o arcediano] o por otras personas honestas

e idóneas, una o dos veces al año, inspeccione las parroquias en las que se sos-

peche que habitan herejes; y allí obligue a tres o más varones de buena fama, o si

pareciese necesario a toda la vecindad, a que bajo juramento indiquen al obispo

o al archidiácono si conocen allí herejes, o a algunos que celebren reuniones

ocultas o se aparten de la vida, las costumbres o el trato común de los fieles. El

obispo o el archidiácono convoquen ante su presencia a los acusados, los cuales

sean castigados según el juicio del obispo, a no ser que a juicio de aquéllos y

según las costumbres patrias hubiesen purgado el reato57

imputado, o si después

de haber hecho penitencia recayesen en la perfidia primera. Pero si alguno de

ellos, rechazando el juramento por una superstición condenable, se negasen tal

vez a prestar juramento, sea considerado por este mismo hecho como hereje y

sea sometido a las penas que fueron indicadas más arriba.

Establecemos además que los condes, barones, magistrados, cónsules de las

ciudades y de otros lugares, que bajo advertencia de los arzobispos y obispos,

prometan bajo juramento, que ayudarán a la Iglesia con fortaleza y eficacia con-

tra los herejes y sus cómplices de acuerdo a todo lo prescrito cuando les fuera

requerido; y se ocuparán de buena fe de hacer ejecutar según su oficio y su poder

todos los estatutos eclesiásticos e imperiales que hemos dicho. Empero, si no

quisieran observar esto, sean despojados del honor que han obtenido, y no ob-

tengan ningún otro de ninguna forma, y sean sujetos a excomunión y sus tierras

a entredicho eclesiástico. La ciudad que se resistiera a cumplir con las decretales

establecidas, o que contra la advertencia del obispo se negase a castigar a los

opositores, carezca del comercio con las demás ciudades y sepa que será privada

de la dignidad episcopal.

Todos los fautores de los herejes sean excluidos de todo oficio público y no

sean aceptados como abogados ni como testigos considerándoselos como conde-

nados a perpetua infamia.

Si hubiera algunos que, exentos de la jurisdicción diocesana están sometidos

únicamente a la potestad de la Sede Apostólica, no obstante, quedan sometidos

al juicio de los arzobispos y obispos respecto a lo que más arriba ha sido esta-

blecido contra los herejes, y aquellos sean obedecidos en este asunto como lega-

dos de la Sede Apostólica, no obstante los privilegios de exención.

57

Obligación que queda a la pena correspondiente al pecado, aun después de perdonado.

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EPÍLOGO V

SVINFYLKING

En las antiguas lenguas nórdicas, svinfylking significaba hocico de verraco, equiva-

lente a la expresión latina porcinum capet, indicándose en ambos casos un tipo de for-

mación de infantería en combate, muy característica de los vikingos.

Dicha formación consistía en la agrupación de guerreros ampliamente equipados o ar-

mados para la confrontación cuerpo a cuerpo y arqueros menos protegidos agrupados en

una formación triangular con los guerreros encabezando las líneas frontales que prote-

gían a los arqueros y se ubicaban en el centro o en la retaguardia.

La caballería que se enfrentaba a una formación svinfylking recibía un ataque de gue-

rreros ajenos a la formación equipados con largas lanzas causando el caos. La svinfyl-

king servía también para romper las líneas enemigas, y una serie de esas formaciones

agrupadas lateralmente aparentaba una línea irregular en zigzag para presionar o romper

las posiciones del contrario.

Una descripción completa de la svinfylking vikinga se ofrece en la Gesta Danorum de

Saxo Grammaticus,58

el cual la muestra o interpreta como una formación de filas de

fondo, siendo la primera fila con dos hombres al frente y van sumando dos más por fila.

Por lo tanto cada cuña estaba compuesta por 110 hombres, 10 líneas de fondo, 2 hom-

58

La Gesta Danorum (conocida también como Historia Dánica o Danesa) es una pieza cronística atri-

buida al historiador danés medieval Saxo Gramático, a quien el rey Valdemar I de Dinamarca (o alguno

de sus cortesanos más importantes) animó para que la compusiera, patrióticamente, como Historia de Di-

namarca. Consta de varios libros o tomos, escritos en latín, incluyendo traducciones de piezas vernáculas

que actualmente reemplazan a las originales perdidas. También describe, aunque de manera bastante es-

céptica, la religión ancestral o de los antepasados. Y en el tomo o libro tercero hay una versión primitiva

de la historia de Hamlet, inspiradora de la obra de Shakespeare, con Amlodi o Amleth como protago-

nista. La obra completa se compone de dieciséis libros en prosa con alguna incursión ocasional de poe-

mas. Los libros 1-9 versan sobre mitología nórdica, finalizando con citas respecto a Gorm el Viejo, rey

danés muerto en el año 958. Los libros 10-16 son más generales en cuanto a historia medieval, ofreciendo

el libro 14 una descripción del templo pagano de Rügen.

De todos modos, los manuscritos originales de la Gesta Danorum se consideran perdidos, a excepción

de cuatro fragmentos, que son: fragmento de Angers (el más completo, en cuatro páginas de pergamino, y

el único que se considera escrito de puño y letra de Saxo), fragmento de Lassen, fragmento de Kall-Ras-

mussen y fragmento de Plesner. Todos estos fragmentos se encuentran en la Biblioteca Real de Dina-

marca, a la que pertenecen.

Puede leerse a Saxo Grammaticus (1999): Historia Danesa, (traducción de Santiago Ibáñez Lluch), Va-

lencia, Tilde Editor (es una edición agotada, en castellano).

Hay que decir que de Saxo Grammaticus (Sajón Gramático), aparte de su Gesta Danorum, biográfica-

mente no se conoce mucho. En el prefacio de su obra cuenta que su padre y su abuelo fueron guerreros al

servicio del rey Valdemar I de Dinamarca (muerto en 1182) y que él mismo estaba al servicio (más cor-

tesano y espiritual) del rey Valdemar II de Dinamarca (1202-1241).

Se cree que Saxo nació en Selandia y, por su cultura latina, pudo haberse formado tal vez en alguna de

las grandes escuelas eclesiásticas de Francia, por donde se moviera, además de por otros lugares. El hecho

de ser conocido como Saxo Gammaticus (que no es nombre real) proviene de ser mencionado así en el

Compendium Saxonis de la Chronica Jutensis (de hacia el año 1342).

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bres en punta y 20 en la base. La formación y táctica svinfylking, según la versión vi-

kinga, fue un invento del mismo dios Odín, central y principal en la mitología nórdica.

Esquema de una formación de combate Svinfylking

Aunque acertada, era también evidente la debilidad de esta táctica, pues no permitía

una marcha atrás o repliegue en sí mismo. Era similar la táctica empleada en la anti-

güedad por las legiones romanas, las cuales podían retroceder por el centro respecto a

las fuerzas de choque mientras los flancos permanecían firmes. Por otro lado, los legio-

narios romanos usaban la caballería y arqueros a caballo desde atrás de la formación y

los del centro mantenían su puesto.

La táctica de defensa frente al svinfylking es similar al movimiento de pinza que usó

Aníbal en la batalla de Cannas (año 216 a. de C.), devastando casi a las cuñas romanas

que se emplearon entonces con toda vehemencia bélica.

El movimiento de pinza (o de doble envolvimiento) es básico en la estrategia bélica

militar, muy utilizado en numerosas batallas. Los flancos del oponente son atacados de

forma simultánea en un movimiento de pinza, después de que el oponente ha avanzado

hacia el centro de un ejército, el cual, responde moviendo sus fuerzas exteriores hacia

los flancos del enemigo, para rodearlo. Al mismo tiempo, una segunda capa de pinzas

ataca el área más externa de los flancos y de esa forma se evita cualquier intento de re-

fuerzo de la unidad bajo ataque.

En su mayor parte, el combate de infantería, en cada escala, está basado de algún mo-

do en esta táctica militar, también en el caso de aeronaves. Es vagamente descrita

por Sun Tzu en su tratado militar El Arte de la Guerra, pero él argumentaba que era

mejor dejar una salida al enemigo, ya que sentía que un ejército atacado pelearía con

más ferocidad al verse completamente rodeado.

Un doble envolvimiento, por definición, conduce al ejército atacante a enfrentar al

enemigo al frente, en los dos flancos, y en la retaguardia. Si las pinzas atacantes se en-

cuentran en la retaguardia del enemigo, entonces se dice que el enemigo está envuelto.

Tales batallas, a menudo, terminan con la rendición o la destrucción de la fuerza ene-

miga, aun cuando la fuerza que está rodeada pudiera intentar un escape, atacando al en-

volvimiento desde adentro, para intentar romper el círculo de enemigos que los rodea; o

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una fuerza externa amistosa, puede atacar desde afuera, para abrir una ruta de escape

para la fuerza que está rodeada.

El doble envolvimiento de Aníbal en la Batalla de Cannas (año 216 a. de C.) es visto

por historiadores militares como una de las más grandes maniobras o hito histórico en

un campo de batalla, citándose como el primer uso exitoso de un movimiento de pinzas

registrado al detalle.

El éxito de la táctica era la sorpresa y el enorme impacto efectuado de entrada en el

campo de batalla. Pero si la formación no conseguía romper las líneas enemigas de in-

mediato, los guerreros que la componían no podían mantenerse sobre el terreno por mu-

cho tiempo. Las tácticas vikingas no eran muy sofisticadas, pero el coraje y ferocidad de

las hordas eran complementos muy efectivos y así lo refleja su reputación en las cró-

nicas de aquellos tiempos.

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