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7/24/2019 H. P. Lovecraft [=] La dulce Ermengarde.pdf http://slidepdf.com/reader/full/h-p-lovecraft-la-dulce-ermengardepdf 1/21  . P. Lovecraft La dulce Ermengarde o El corazón de una chica campesina

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  . P. Lovecraft

La dulce Ermengardeo El corazón de una

chica campesina

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CAPÍTULO I. UNA SIMPLE CHICA DE

CAMPO

Ermengarde Stubbs era la hermosa hija ru-bia de Hiram Stubbs, un granjero y contraban-

dista de licor, pobre pero honrado, de Hogton, Vermont. Se llamaba, en un principio, Ethyl Er-mengarde, pero su padre la convenció para queprescindiera de su primer nombre a partir de la

introducción de la Enmienda 18, aduciendo quele produciría sed, pues le recordaría al alcoholetílico (C2H3OH). Su propia producción era,sobre todo, de metílico o alcohol de madera

(CH3OH).Ermengarde afirmaba tener dieciséis prima- veras, y tildaba de infundio a las afirmacionesque achacaban treinta. Tenía grandes ojos ne-

gros, una prominente nariz romana, pelo claroque nunca se oscurecía en las raíces, a no ser que

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la droguería local anduviese corta de suminis-tros, y una complexión hermosa pero vulgar.

Medía en torno al uno setenta de altura, pesabaunos cincuenta y dos kilos en la báscula de supadre — también en las demás — y era consi-derada la más bella por todos los galanes pue-

blerinos que admiraban la granja de su padre ygustaban de sus producciones de licor.

 A Ermengarde la pretendían en matrimoniodos ardientes amantes. El esquire Hardman, que

mantenía una hipoteca sobre su casa ancestral,era muy rico y aún más viejo. Era de semblantemoreno y cruel, iba siempre a caballo y jamássoltaba su fusta. Durante largo tiempo había

pretendido a la dulce Ermengarde y ahora su ar-dor había subido hasta cotas febriles, ya que bajolos humildes terrenos del granjero Stubbs habíadescubierto que existía una rica veta de ¡¡ORO!!

— Ajá — se dijo —. Tengo que seducir a lachica, antes de que su padre se percate de esainsospechada riqueza, ¡y uniré mi fortuna a otra

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aún mayor! — y comenzó a visitarlos dos vecespor semana, en vez de una, como había hecho

hasta entonces.Pero, para desgracia de los siniestros desig-

nios del villano, el esquire Hardman no era elúnico galán de la bella. Cerca del pueblo moraba

un segundo enamorado… el apuesto JackManly, cuyos rizados cabellos dorados habíanganado el afecto de la dulce Ermengarde, siendoambos sólo un par de chiquillos, en la escuela

del pueblo. Jack había tardado mucho tiempo endeclarar su pasión a la chica; pero un día, mien-tras daba un paseo por una sombreada vereda,cerca del viejo molino, junto a Ermengarde, ha-

bía reunido coraje para sacar a la luz cuanto es-taba guardándose en el interior de su corazón.— ¡Oh, luz de mi vida! — le dijo —. ¡Mi

espíritu se ve abrumado de tal manera que me

 veo obligado a hablar! Ermengarde, mi ideal(aunque en realidad lo que dijo fue idea), la vidase ha convertido en un sinsentido sin ti. Amada

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de mi corazón, contempla cómo este suplicantemuerde el polvo por ti. ¡Ermengarde, oh Ermen-

garde, álzame y déjame contemplar el séptimocielo diciéndome que algún día serás mía! Esbien cierto que soy pobre, ¿pero acaso no soy lobastante joven y fuerte como para abrirme ca-

mino hacia la fama? Es lo único que puedo ofre-certe, querida Ethyl… quiero decir, Ermen-garde… mi única, mi más preciosa…

Pero aquí hizo una pausa para enjugarse los

ojos y limpiarse la frente, cosa que aprovechó labella para responder.

— Jack… mi ángel… por fin… quiero decir,¡esto es tan inesperado y de lo más sorpren-

dente! No hubiera esperado que alguien comotú albergara tales sentimientos hacia alguien detan poca monta como la hija del granjero Stu-bbs… ¡si no soy más que una niña! Tal es tu

nobleza natural que yo había temido… quierodecir… que no hubieras reparado en mis peque-ños encantos y que decidieses por buscar fortuna

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en la gran ciudad y allí conocer y desposar a unade esas exquisitas damiselas a las que vemos lu-

cirse en las revistas de moda. Pero Jack, dadoque yo te correspondo en sentimiento, dejemosmejor de lado todo circunloquio innecesario.

 Jack, querido mío, mi corazón quedó prendado

mucho tiempo ya por tus grandes dotes. Abrigoun enorme afecto hacia ti; considérame tuya yasegúrate comprar el anillo en el almacén dePerkins, que tiene hermosos diamantes de imi-

tación en el escaparate.— ¡Ermengarde, amor mío!— ¡Jack, mi adorado!— ¡Querida!

— ¡Amor!— ¡Mi bien![Telón ]

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CAPÍTULO II. Y EL VILLANO AÚN LA

PERSIGUE

Pero tal tierno pasaje, sacralizado por su fer- vor, no había pasado inadvertido a ojos profa-nos; ya que, oculto entre los matorrales y ha-ciendo chirriar los dientes estaba el detestable

¡esquire Hardman! Cuando los amantes se ale- jaron por último paseando, salió a la vereda, re-torciendo frenético sus mostachos y la fusta, y lesoltó un puntapié a un gato, indudablemente

inocente de todo aquel asunto, que acertó a pa-sar justo en ese momento.

— ¡Malditos! — gritó (Hardman, no elgato) —. ¡Veo cómo se frustran mis planes de

apoderarme de la granja y la chica! ¡Pero JackManly nunca vencerá! ¡Soy un hombre con po-der… y ya veremos!

 Así que acudió a la humilde granja de Stu-

bbs, donde encontró al cariñoso padre en su des-tilería clandestina, lavando botellas bajo la su-

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pervisión de la adorable madre y esposa, Han-nah Stubbs. Yendo directamente al grano, el vi-

llano habló.— Granjero Stubbs, albergo un tremendo

amor, desde hace mucho, por tu tierno retoño,Ethyl Ermengarde; me consumo de pasión y de-

seo pedirte su mano. Siendo como soy hombrede pocas palabras, no perderé el tiempo con eu-femismos. ¡Dame a la chica o haré efectiva la hi-poteca y me apoderaré de tus propiedades!

— Pero señor — se defendió el desconcer-tado Stubbs, en tanto su estremecida esposa nohacía sino ruborizarse —. Estoy seguro de quelos afectos de la chica apuntan hacia otra direc-

ción.— ¡Ha de ser mía! — se rió con acritud elsiniestro esquire —. Ya me encargaré yo de queme ame… ¡nada se resiste a mi voluntad! ¡O se

convierte en mi esposa o la granja cambiará demanos! Y con una risotada sarcástica y un floreo de

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la fusta, el esquire Hardman se desvaneció en lanoche.

 Apenas se hubo marchado, cuando aparecie-ron, por la puerta de atrás, los radiantes enamo-rados, ansiosos de compartir con el matrimonioStubbs su recién descubierta felicidad. ¡Imagi-

nen la universal consternación que se produjo alsaberse todo! Las lágrimas corrían como cerveza,hasta que Jack recordó que era el héroe y alzó lacabeza para declamar, en tono apropiadamente

 viril:— ¡Nunca la hermosa Ermengarde será

ofrecida en sacrificio a esa bestia mientras yo viva! ¡Yo la protegeré… es mía, mía, mía… y

mía! ¡No temáis, queridos padre y madre, que yo os defenderé siempre! ¡Conservaréis vuestro viejo hogar intacto (aunque Jack no sentía, porcierto, mucha simpatía hacia los productos de

Stubbs) y llevaré al altar a la hermosa Ermen-garde, la más adorable de las mujeres! ¡Al diablocon ese maldito esquire y su condenado oro! ¡Me

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iré a la gran ciudad y reuniré una fortuna parasalvaros y levantar la hipoteca antes de que ésta

 venza! Adiós mi amor… te dejo con lágrimas enlos ojos, ¡pero volveré para pagar la hipoteca yreclamarte como prometida!

— ¡Jack, mi protector!

— ¡Ernie, mi dulce amor!— ¡Eres el más adorable!— ¡Querido!… y no te olvides de ese anillo

de Perkins.

— ¡Oh!— ¡Ah!

[Telón ]

CAPÍTULO III. UN ACTODETESTABLE

Pero el decidido esquire Hardman no era un

individuo fácil de vencer. Cerca del pueblo selevantaba un malfamado asentamiento se suciaschozas, habitado por una chusma perezosa que

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 vivía del latrocinio y otros venerables oficios porel estilo. Allí, el diabólico villano consiguió dos

cómplices… tipos malencarados que, desdeluego, no eran caballeros. Y, en mitad de la no-che, los tres irrumpieron en la granja de Stubbs

 y secuestraron a la dulce Ermengarde, encerrán-

dola en una destartalada chabola, bajo la vigilan-cia de una vieja y odiosa arpía llamada MadreMaría. El granjero Stubbs estaba consternado yhubiera publicado anuncios, de no haber cos-

tado a un centavo la palabra. Ermengarde erauna mujer firme y nada podía hacer variar sunegativa a desposar al villano.

— Ajá, mi arrogante belleza — le dijo él —

. ¡Ahora está en mi poder, y más pronto o mástarde doblegaré tu voluntad! ¡Entre tanto, piensaen tus pobres y viejos padres, con el corazón roto

 y vagabundeando sin techo por los campos!

— ¡Oh, déjelos en paz, déjelos en paz! — lesuplicó la doncella.— Jamaaaás… jajajajajaja — se carcajeó el

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 villano. Y así fueron pasando días sin esperanza

mientras, sin saber nada de todo eso, el joven Jack Manly buscaba fama y fortuna en la granciudad.

CAPÍTULO IV. SUTIL VILLANÍA

Un día, mientras el esquire Hardman estabasentado en el salón frontal de su costosa y pala-

tina mansión, entregado a sus pasatiempos favo-ritos de hacer chirriar los dientes y blandir lafusta, se vio asaltado por un pensamiento bri-llante, y maldijo la estatua de Satanás que tenía

sobre su repisa de ónice.— Me maldigo — gritó —. ¿Por qué pierdoel tiempo con esa chica cuando puedo tener lagranja mediante un simple embargo? ¡No se me

había ocurrido! ¡Puedo librarme de la chica, con-seguir la granja y ser libre de casarme con alguna

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hermosa dama de ciudad, como esa primera ac-triz de la compañía de variedades que actuó la

semana pasada en el teatro del pueblo! Y, acudiendo a la choza, pidió disculpas a

Ermengarde, la dejó marcharse a casa y se volvióa la suya, a maquinar nuevos crímenes y a in-

 ventar nuevas formas de villanía.Los días pasaban y los Stubbs estaban cada

día más tristes según se acercaba la pérdida desu casa, sin que nadie pareciera capaz de reme-

diarlo. Un día, una partida de cazadores de laciudad entró en los terrenos de la vieja granja yuno de ellos descubrió ¡¡el oro!! Ocultando talhallazgo a sus compañeros, fingió haber sido pi-

cado por una serpiente y acudió a la granja delos Stubbs en busca del remedio habitual en talescasos. Ermengarde fue quien abrió la puerta y lo

 vio. Él también la vio a ella y, en ese mismo mo-

mento, decidió conseguir tanto el oro como a lachica.

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— ¡Por mi anciana madre que tengo que lo-grarlo! — aulló para sus adentros —. ¡Ningún

sacrificio será demasiado grande!

CAPÍTULO V. EL TIPO DE CIUDAD

 Algernon Reginald Jones era un cultivadohombre de mundo, procedente de la gran urbe

 y, en sus sofisticadas manos, nuestra pobre y pe-queña Ermengarde no era más que una niña.

Uno podría casi creerse eso de que tenía dieciséisaños. Algy se movía rápido, aunque no precisa-mente con torpeza. Podría haber enseñado aHardman una o dos cosas en lo tocante a seduc-

ción. Tan sólo una semana después de su ingresoen el círculo familiar de los Stubbs, en el queanidaba como la serpiente que era, ¡ya habíaconvencido a la heroína para que se fugase con

él! Ella se marchó en plena noche, dejando unanota a sus padres, olisqueando por última vez el

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familiar puré de patatas y dando al gato un úl-timo beso de despedida… ¡mal asunto! En el

tren, Algernon se durmió y quedó recostado enel asiento, y un papel cayó accidentalmente desu bolsillo. Ermengarde, dejándose llevar por susprivilegios de prometida, cogió la hoja doblada

 y leyó su perfumado contenido… ¡y, oh desdi-cha! ¡A punto estuvo de desmayarse! ¡Era unacarta de amor de otra mujer!

— ¡Pérfido embustero! — susurró, dirigién-

dose al dormido Algernon —. ¡Así que esto eslo que vale para ti tu tan traída y llevada fideli-dad! ¡Tú y yo hemos acabado para siempre!

 Y, luego de decir esto, lo arrojó por la ven-

tana y se recostó en busca de un descanso quenecesitaba de veras.

CAPÍTULO VI. SOLA EN LA GRAN

CIUDAD

Cuando el ruidoso tren la dejó en la oscura

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estación de la ciudad, la pobre e indefensa Er-mengarde se encontraba sola, y sin dinero sufi-

ciente como para volver a Hogton.— Oh ¿por qué? — suspiraba, llena de re-

mordimientos inocentes —. ¿Por qué no le qui-taría la cartera, antes de tirarlo por la ventana?

¡Bueno, ya me las arreglaré! ¡Me ha contado tan-tas cosas de la ciudad que ganaré con facilidadlo bastante como para volver a casa, o inclusopara pagar la hipoteca!

Pero ¡ay de nuestra heroína!…, no es nadafácil para un novato conseguir trabajo, así que,al cabo de una semana, se veía obligada a dormiren los bancos de los parques y a conseguir co-

mida de la basura. Cierta vez un tipo trapacero y malintencionado, viendo lo indefensa que sehallaba, le ofreció trabajo en un depravado caba-ret de moda; pero nuestra heroína era fiel a sus

ideales campesinos y rechazó trabajar en aqueldorado y rutilante palacio de frivolidad… sobretodo porque sólo le ofrecieron tres dólares por

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la semana, con comida, pero sin alojamiento.Trató de encontrar a Jack Manly, su otrora

amante, pero fue incapaz. Quizás, además, él nola hubiera reconocido, ya que, debido a la po-breza, se había vuelto morena, y Jack no la había

 visto así desde los días de la escuela. Un día se

topó con un monedero, vacío pero caro, en laoscuridad; y, después de comprobar que noguardaba gran cosa, se lo devolvió a la rica dama,a la que, según un documento que había aden-

tro, pertenecía. Más emocionada de lo que sepuede describir ante la honradez de esa pobre

 vagabunda, la aristocrática señora Van Ittyadoptó a Ermengarde, para reemplazar a la pe-

queña que le habían robado tantos años antes.— Se parece a mi preciosa Maude — sus-piró, viendo como el pelo suavemente oscuro

 volvía al rubio.

 Y las semanas fueron pasando, con los an-cianos llorando en casa, en añoranza de sus ca-bellos, y el malvado esquire Hardman riéndose

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diabólicamente.

CAPÍTULO VII. FINAL FELIZ

Un día, la adinerada heredera ErmengardeS. Van Itty, contrató a un segundo chofer asis-

tente. Le llamó la atención algo familiar en sucara, miró de nuevo y se quedó boquiabierta.¡Ah! ¡No era sino el pérfido Algernon Reginald

 Jones, a quien había arrojado por la ventana

aquel día fatídico! Había sobrevivido… eso eraevidente. Se había casado con otra mujer, y éstase había fugado con el lechero y todo el dinerode la casa. Ahora, completamente arruinado, ha-

bló con arrepentimiento a nuestra heroína, y lereveló toda la historia del oro de la granja de supadre. Conmovida más allá de lo que podría ex-presarse, le subió un dólar de su salario mensual

 y decidió apagar, por fin, esa siempre insatisfe-cha necesidad de remediar las preocupaciones desus viejos padres. Así que, en un día luminoso,

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Ermengarde fue en coche a Hogton y llegó a lagranja, justo cuando el esquire Hardman estaba

ejecutando el embargo y ordenando el desalojode los ancianos.

— ¡Detente, villano! — gritó ella, agitandoun descomunal rollo de billetes —. ¡Al fin eres

frustrado! Aquí está tu dinero… ¡vete ahora y no vuelvas nunca a mancillar la humilde puerta denuestra casa!

Se produjo una alborozada reunión, mien-

tras el esquire retorcía su mostacho y su látigo,lleno de desconcierto y desazón. ¡Pero alto!¿Qué es esto? Suenan unos pasos en el viejo pa-seo de grava y, ¿quién aparece? Nuestro héroe,

 Jack Manly… decrépito y desarrapado, pero conel rostro iluminado. Al ver al abatido villano, ledijo:

— Esquire… ¿no podría prestarme algo?

 Acabo de volver de la ciudad con mi hermosaprometida, la bella Bridget Goldstein, y necesitoalgo para empezar en la vieja granja.

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Luego, girándose hacia los Stubbs, se dis-culpó por su incapacidad a la hora de pagar la

hipoteca, tal y como había prometido.— No tiene importancia — dijo Ermen-

garde —, somos ahora gente próspera y consi-deraría pago suficiente que olvidases, para siem-

pre, aquellas locas fantasías de nuestra infancia.Durante todo ese tiempo, la señora Van Itty

había estado sentada en el coche, esperando aErmengarde, pero, al ojear sin interés el rostro

aguzado de Hannah Stubbs, un viejo recuerdobrotó de las profundidades de su cerebro. Luegole llegó de sopetón y gritó de manera acusadoraa la matrona campesina:

— ¡Tú… tú… Hannah Smith… yo te reco-nozco! ¡Hace veintiocho años eras la nodriza demi niña Maude y me la robaste de la cuna!¿Dónde, dónde está mi niña? — en ese mo-

mento, una idea fulguró como rayo en cielo te-nebroso —. Ermengarde… tú dices que es tu

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hija… ¡pero ella es mía!… El destino me ha de- vuelto a mi querida niña ¡mi pequeña Maude!

Ermengarde… Maude… ¡¡¡Ven a los amorososbrazos de tu madre!!!

Pero Ermengarde tenía cosas más importan-tes en qué pensar. ¿Cómo mantener la ficción de

los dieciséis años si la habían raptado hacía vein-tiocho? Y, si no era hija de Stubbs, el oro nuncasería suyo. La señora Van Itty era rica, pero elesquire Hardman lo era aún más. Así que, acer-

cándose al desalentado villano, le infligió el úl-timo y más terrible castigo.

— Esquire, querido — musitó —. He re-considerado todo el asunto. Te amo, a ti y a tu

fuerza ingenua. Cásate conmigo o te juzgaránpor el secuestro del año pasado. Ejecuta la hipo-teca y disfruta conmigo del oro que tu ingeniodescubrió. ¡Vamos, querido!

 Y el pobre tipo obedeció.

Sweet Ermengarde (1917)