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Solucionario Luis Sepúlveda

Un viejo que leía novelas de amor

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Guía de lectura: “Un viejo que leía novelas de amor”

SOLUCIONARIO: por Sofía de Andrés Paradinas

CAPÍTULO PRIMERO

1. Es una metáfora. Parece que describiera un cúmulo de nubes oscuras (“inflada

panza de burro”) y bajas (“a escasos palmos de las cabezas”) que amenazan

lluvia.

2. El Idilio es el poblado con puerto fluvial (tiene muelle: “Los pocos habitantes de

El Idilio […] se concentraban en el muelle”, p. 11, y río: “El Sucre [...] navegaría

remontando las aguas del río Nangaritza”, p. 12) donde transcurre parte de la

acción narrativa. Por lo que se dice de él en este primer capítulo no debe de ser un

pueblo muy grande (“Los pocos habitantes de El Idilio” p. 11) y apenas debe de

contar con provisiones pues les llegan por barco cosas básicas como sal y gas,

además de alcohol, y por no haber, no hay ni dentista o correo postal diario (“El

doctor Rubicundo Loachamín visitaba El Idilio dos veces al año, tal como lo hacía

el empleado de Correos”, p. 13) y las condiciones de vida no son muy buenas

pues se habla de enfermos de malaria (“Las gentes esperaban la llegada del barco

sin otras esperanzas que ver renovadas sus provisiones de sal, gas, cerveza y

aguardiente, pero al dentista lo recibían con alivio, sobre todo los sobrevivientes

de la malaria”, p. 13). Sin embargo, sabemos que desde allí se aprovisionan los

barcos con “racimos de banano verde y costales de café en grano” (p. 13).

En el tercer capítulo ya hay una descripción más pormenorizada de cómo se había

formado el pueblo y el aspecto que tenía (ver p. 39: “había escuchado acerca de

un plan de colonización de la amazonía. El Gobierno prometía grandes

extensiones de tierra y ayuda técnica a cambio de poblar territorios disputados al

Perú”, “La única construcción era una enorme choza de calaminas que hacía de

oficina, bodega de semillas y herramientas, y vivienda de los recién llegados

colonos. Eso era El Idilio”).

Así pues, el nombre dado al pueblo tiene cierto tono irónico y paradójico pues no

parece ser en absoluto nada idílico.

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3. Los tres ríos son de Ecuador. Tanto el Yacuambi como el Nangaritza son

afluentes del río Zamora, que se encuentra al sureste de Ecuador, y forman parte

de la cuenca superior del río Amazonas. Así pues, el pueblo de El Idilio, que se

localiza a orillas del río Nangaritza, está situado dentro de la selva amazónica

ecuatoriana y, consecuentemente, los acontecimientos narrados también.

4. Otras localizaciones mencionadas son por ejemplo el “puerto fluvial de El

Dorado” (p. 13), nombre otorgado a numerosas localizaciones en Hispanoamérica

y que hace mención a El Dorado, la legendaria ciudad, supuestamente en el

antiguo Virreinato de Nueva Granada, que los conquistadores españoles creían

llena de minas de oro. También se habla de El Coca, como se conoce a la ciudad

Puerto Francisco de Orellana, la más grande de la región amazónica de Ecuador

(“las instalaciones petroleras del Coca”, p. 12).

Es decir, el narrador se refiere constantemente a pueblos, ciudades o ríos

localizados siempre en la Amazonia.

5. Es el dentista que va a El Idilio cada cierto tiempo (“El doctor Rubicundo

Loachamín visitaba El Idilio dos veces al año”, p. 13). Se nos dice de él que no

trata a sus pacientes de la manera más ortodoxa pues usa anestesia poco habitual:

o justificaba el dolor acusando al Gobierno de ser el causante de este o

simplemente le proporcionaba aguardiente al paciente: “[…] doctor Rubicundo

Loachamín, el dentista, que mitigaba los dolores de sus pacientes mediante una

curiosa suerte de anestesia oral. —¿Te duele? —preguntaba. […] El Gobierno

tiene la culpa de que tengas los dientes podridos. El Gobierno es el culpable de

que te duela” (pp. 11 y 12) y “Despotricando contra el Gobierno, […] les

ordenaba hacer un buche con aguardiente” (p. 13). Además, la forma en la que

elegía las dentaduras postizas tampoco era muy higiénica: se iban probando todas

hasta que daban con las que les quedaba bien, aunque luego es cierto que las

desinfectaba (“Luego de probarse diferentes dentaduras encontraban la más

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cómoda y discutían el precio, mientras el dentista desinfectaba las restantes

sumergiéndolas en una marmita con cloro hervido”, p. 14).

Por otro lado, por lo que da a entender el narrador, podría ser mestizo pues era

“hijo ilegítimo de un emigrante ibérico” (p. 12) y rechazaba cualquier tipo de

autoridad aunque aparentemente sin razón alguna justificada: “heredó de él una

tremenda bronca a todo cuanto sonora a autoridad, pero los motivos de aquel odio

se le extraviaron en alguna juerga de juventud” (p. 12), de ahí que sus discursos

en contra del poder se quedasen en “una especie de verruga moral que lo hacía

simpático” (p. 12), es decir, que no se lo tomaban como algo serio.

6. Los shuar eran un pueblo amazónico, “conocedor de las secretas regiones

amazónicas” (p. 15). Habitan entre las selvas de Ecuador y Perú, pero sobre todo

en las selvas del sur de la región oriental ecuatoriana. Los jíbaros también son

shuar, pero eran los “indígenas rechazados por su propio pueblo, el shuar, por

considerarlos envilecidos y degradados con las costumbres de los ‘apaches’, de

los blancos” (p. 15). El sobrenombre, con connotaciones despectivas, se lo

otorgaron los conquistadores españoles en general a todo el pueblo shuar (“Los

jíbaros […] aceptaban sin protestas el mote-nombre endilgado por los

conquistadores españoles”, p. 15), pero dentro de la comunidad los propios shuar

lo aplicaban contra aquellos de ellos que no vivían bajo sus principios y

tradiciones, y sobre todo que habían caído presos del alcohol: “Había una enorme

diferencia entre un shuar altivo y orgulloso, conocedor de las secretas regiones

amazónicas, y un jíbaro […] esperando por un resto de alcohol” (p. 15).

7. En este primer capítulo solo se nos dice de él que es un anciano delgado y fibroso

(“un viejo de cuerpo correoso”, p. 17). Que no le importe tener un nombre

compuesto por los de personajes históricos (Antonio José Bolívar Proaño podría

aludir a personajes históricos como el libertador venezolano Simón Bolívar y al

sacerdote y teólogo ecuatoriano Leónidas Proaño) parece indicar que es bastante

humilde y que no se da ínfulas de nada.

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El dentista y Bolívar son amigos, como bien le dice Bolívar a Loachamín: “Para

eso son los amigos” (p. 17), y parecen llevar tiempo llevándose bien pues tienen

anécdotas en común que parecen venir de lejos: “Antes era mejor, ¿no le parece?,

cuando todavía llegaban colonos jóvenes. ¿Se acuerda del montubio aquel, ese

que se dejó sacar todos los dientes para ganar una apuesta?” (pp. 17-18), “Sí. Esos

eran otros tiempos” (p. 20) (ambos son comentarios que dicen Bolívar y el doctor

respectivamente hablando del hombre que se quiso sacar los dientes para ganar

una apuesta).

8. Respuesta relativamente libre, se trata de que los estudiantes infieran

connotaciones sobre los colonos y los blancos frente a los indígenas y las formas

de vida que más tarde se irán desarrollando en el libro. En cualquier caso, por lo

que se dice de ellos no son personas que le otorguen ningún valor a las cosas,

salvo al oro, por el que estarían dispuestos a robar, no ya a personas, sino a

expoliar los ríos, es decir, a esquilmar la tierra de sus recursos.

9. El barco no puede zarpar porque ha aparecido un americano muerto y lo traen los

shuar (“El shuar le [al patrón] explicaba algo gesticulando con todo el cuerpo y

escupiendo constantemente. […] Tendremos que esperar, doctor. Traen a un

gringo muerto”, p. 16, y “Dos canoas se acercaban, y una de una de ellas asomaba

la cabeza yaciente de un hombre rubio”, p. 20).

10. Vocabulario y conceptos:

a. Puteada (p. 11): Según el Diccionario Clave, “En zonas del español

meridional, taco o palabra grosera o malsonante”.

b. Ácrata (p. 12): “1. adj. Partidario de la supresión de toda autoridad. U. t. c.

s.” (DRAE)

c. Gringo(s) (p. 12): Según el DRAE, “Extranjero, especialmente de habla

inglesa, y en general hablante de una lengua que no sea la española” y

también “estadounidense”. En general es una forma coloquial y algo

despectiva de referirse a los norteamericanos.

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d. Hacer un buche (p. 13): hacer gárgaras, enjuagarse la boca con un líquido

(buche: ‘porción de líquido que cabe en la boca’, DRAE).

e. Busca todos los sinónimos que encuentres de dentista: odontólogo (p. 11),

sacamuelas, hurgahocicos, palpalenguas (p. 14).

f. Prócer (p. 17): ‘2. m. Persona de la primera distinción o constituida en alta

dignidad. ||3. m. Cada uno de los individuos que, por derecho propio o

nombramiento del rey, formaban, bajo el régimen del Estatuto Real, el

estamento a que daban nombre’ (DRAE).

g. Montuvio (p. 18): Aunque en el libro aparece escrito con v, en el

Diccionario de la Real Academia aparece con b. ‘Montubio. 1. adj. Am.

Dicho de una persona: Montaraz, grosera. U. t. c. s. || 2. m. y f. Col. y Ec.

Campesino de la costa’ (DRAE).

CAPÍTULO SEGUNDO

1. El personaje con el que abre el capítulo Sepúlveda es con el alcalde del pueblo,

del que no se no dice nunca el nombre real, solo el apodo “la Babosa”, que le

viene porque suda incesantemente desde el momento primero en el que llegó a El

Idilio (“[…] era un individuo obeso que sudaba sin descanso. Decían los

lugareños que la sudadera le empezó apenas pisó tierra luego de desembarcar del

Sucre, y desde entonces no dejó de estrujar pañuelos, ganándose el apodo de la

Babosa”, p. 21). El hecho de que siendo uno de los personajes principales no

tenga más nombre que un apodo despectivo ya lo señala como antagonista de

Antonio José Bolívar Proaño, el viejo cuya sabiduría y razón son respetadas y

escuchadas por los habitantes de El Idilio, frente a la opinión del alcalde que o se

desprecia o no se le hace caso: “El alcalde intentó recobrar su autoridad, pero la

atención de los lugareños se centraba en Antonio José Bolívar” (p. 25) (ya se verá

con más detalle a lo largo del libro con el suceso de la muerte del gringo y la

expedición a la selva para encontrar a la tigrilla).

Por los datos que nos ofrece el narrador, es un hombre avaro y egoísta, además de

borracho (“su otra ocupación consistía en administrar la provisión de cerveza.

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Estiraba las botellas bebiendo sentado en su despacho”, p. 21), únicamente

preocupado por hacer fortuna más que por gobernar honestamente pues, de hecho,

si acabó en El Idilio fue como castigo por un desfalco previo (“estuvo asignado en

alguna ciudad grande de la sierra, y que a causa de un desfalco lo enviaron a ese

rincón perdido de oriente como castigo”, p. 21). Está más preocupado en “cobrar

impuestos por razones incomprensibles” (p. 22) que únicamente desfavorecen a

los habitantes del pueblo (“Pretendió vender permisos de pesca y caza en un

territorio ingobernable. Quiso cobrar derecho de usufructo a los recolectores de

leña que juntaban madera húmeda”, p. 22), que en realmente comprender las

necesidades de los habitantes de la zona o adaptarse al nuevo contexto en el que

vive (“Estiraba las botellas bebiendo […] a tragos cortos, pues sabía que una vez

terminada la provisión la realidad se tornaría más desesperante”, p. 21).

Además, no tenía ningún interés en conocer la cultura de los indígenas, a pesar de

estar emparejado con una de ellos, pero a esta no hacía más que maltratarla

(“vivía con una indígena a la que golpeaba salvajemente acusándola de haberle

embrujado”, p. 22), de lo que se deduce que únicamente los veía como seres

inferiores a los que dar uso —los llega a tachar de “salvajes que no se detienen

ante nada” (p. 26)—.

No es de extrañar, por tanto, que no caiga en gracia entre los paisanos de El Idilio:

“Desde el momento de su arribo, siete años atrás, se hizo odiar por todos” o “Su

paso provocaba miradas despectivas, y su sudor abonaba el odio de los lugareños”

(p. 22).

Por último, el comentario que hace de él el dentista tampoco lo deja en buen

lugar, pues se nota que el alcalde es una persona que abusa de su poder: “—El

alcalde dice que no se olvide de los impuestos.

[…] Los Gobiernos viven de las dentelladas traicioneras que les propinan a los

ciudadanos. Menos mal que nos las vemos con un perro chico” (p. 32). Esto

también podría verse como una crítica velada del narrador a las instituciones de

poder y gobierno.

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2. El muerto es un americano, un gringo, como ya se menciona al final del capítulo

primero, “un hombre joven, no más de cuarenta años, rubio y de contextura

fuerte” (p. 23) que estaba cazando fuera de temporada en la selva, es decir, un

cazador furtivo (“Cazando fuera de temporada, y especies prohibidas”, p. 28).

Como ya se mencionaba en el capítulo anterior, son los shuar los que llevan al

pueblo al muerto en una canoa tras haberlo encontrado “Río arriba. A dos días de

aquí” (capítulo 2, p. 23).

3. El alcalde acusa directamente, y sin reparar ni un momento en las posibles

pruebas, a los shuar, que son los que han encontrado y llevado el muerto al muelle

del pueblo. Es más, les amenaza sin dejarles dar ninguna explicación y les insulta,

en una muestra de desprecio absoluto por los indígenas: “—Ustedes lo mataron.

[…] —No. Shuar no matando. —No mientan. Lo despacharon de un machetazo.

Se ve clarito.

El gordo sudoroso sacó el revólver y apuntó a los sorprendidos indígenas. […] El

alcalde lo manda [al shuar] callar propinándole un golpe con la empuñadura del

arma” (pp. 23-24) y “Estos selváticos lo mataron y luego lo rociaron con meados

de gato. […] —declaró el alcalde. Los indígenas quisieron replicar, pero el cañón

apuntándoles fue una imperativa orden de guardar silencio. […] Para robarle.

¿Qué otro motivo tienen? Estos salvajes no se detienen ante nada” (p. 26).

4. Bolívar comienza analizando la herida que tiene el muerto para saber qué la ha

provocado y cómo lo ha hecho. Recupera toda la información posible que ve en el

cuerpo para ir creando su argumento, es decir, se vale de pruebas físicas (los

cuatro cortes, el olor a orín, las pieles de los tigrillos, las municiones, etc.) y no

meras suposiciones, como hace el alcalde, para fundar su discurso sobre lo

acontecido. El hombre murió a manos de un animal porque los cortes que tiene en

el cuello coinciden con las garras de un tipo de gran gato (un tigrillo), algo que

sustenta el olor a orín: “Usted está cagando fuera del tiesto. Esa no es herida de

machete. —Se escuchó la voz de Antonio José Bolívar. […] ¿Ve las carnes

abiertas en filas? [...] ¿Ve que no es uno, sino cuatro tajos? […] Que no hay

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machetes de cuatro hojas. Zarpazo. Es un zarpazo de tigrillo. Un animal adulto lo

mató. Venga. Huela. […] A meados de gata grande. […] Lo mató una hembra. El

macho debe de andar por ahí, acaso herido. La hembra lo mató y enseguida lo

meó para marcarlo” (pp. 24-25).

Por otro lado, la acusación del alcalde hacia los shuar de haberlo matado para

robarle también se desmorona cuando encuentran que el hombre lleva

prácticamente todo encima (salvo el arma, que según Bolívar tampoco debe de

estar en manos de los indígenas: “Y si está pensando en el arma, le aseguro que

los shuar no la tienen, pues lo encontraron muy lejos del lugar de su muerte.[…]

Fíjese en las botas […] lo arrastró un buen tramo luego de matarlo” p. 28),

además de unas pieles de tigrillos que demuestran que efectivamente el hombre

estaba cazando y que posiblemente esa fue la causa de que la gata lo atacara:

“Este [el dentista] comprendió lo que Antonio José Bolívar perseguía y le ayudó a

depositar las pertenencias del muerto sobre las tablas del muelle. Un reloj de

pulsera, una brújula, una cartera con dinero, un mechero de bencina, un cuchillo

de caza, una cadena de plata […] una mochila de lona verde. Al abrirla

encontraron munición de escopeta y cinco pieles de tigrillos muy pequeños” (p.

26).

5. Respuesta libre pero basada en lo que han leído: si el hombre está cazando fuera

de temporada y matando a los cachorros, lo que provoca es impedir que los

animales se reproduzcan y, por lo tanto, los pone en peligro de extinción; más

aún, si son especies prohibidas es porque ya estarían categorizadas como animales

protegidos. Es decir, la caza furtiva rompe el equilibrio natural de la fauna de la

selva (“La hembra debió salir de cacería para llenarse la panza y amamantarlos

durante las primeras semanas de lluvia. Los cachorritos no estaban destetados y el

macho se quedó cuidándolos”, p. 27).

6. En opinión de Bolívar, si la gata ya ha matado una vez a un hombre, entonces es

capaz de volver a hacerlo, y lo más posible es que busque matar a más hombres

ya que después de relacionar al cazador con el asesino de sus cachorros, “para el

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pequeño cerebro del bicho todos los hombres somos los asesinos de su camada,

todos tenemos el mismo olor para ella” (p. 27). Es decir, que el gringo ha creado

un peligro para la comunidad de El Idilio (“Cada día que pase tornará más

desesperada y peligrosa la hembra, y buscará sangre cerca de los poblados”, p.

28), un peligro que podría haberse evitado si no se hubiera saltado las normas de

no cazar durante la estación de las lluvias y a cachorritos (“Mire las pieles.

Pequeñas, inservibles. ¡Cazar con las lluvias encima, y con escopeta!”, p. 28).

7. Tigrillo es otra manera de referirse al ocelote, que como lo define el DRAE, es un

‘felino americano de cerca de un metro y medio de longitud, de pelaje de color

amarillento con rayas y lunares negros en todo el cuerpo, cola anillada, orejas

negras y punteadas de blanco. Se encuentra desde Arizona hasta el norte de la

Argentina’. Es propio de los bosques tropicales de América Central y América del

Sur.

8. A los muertos que había que transportar los destripaban para evitar que se

pudrieran por dentro, y utilizaban la sal como conservante (“De esta manera

llegaban presentables hasta el final del viaje”, p. 29). Sin embargo, al gringo no

pueden hacerle nada por motivos administrativos ya que debía llegar entero,

aunque lo más probable es que entre la descomposición y los bichos no llegasen

más que los huesos (“[…] se trataba de un condenado gringo y era necesario

llevarlo entero, con los gusanos comiéndoselo por dentro, y al desembarcar no

sería más que un pestilente saco de huesos”, p. 29).

9. Bolívar está preocupado porque sospecha que el alcalde va a querer hacer una

expedición para encontrar a la tigrilla y va a querer contar con él; y es consciente

de que no es el mejor momento porque al llegar las lluvias, no quedarán rastros

que seguir. También ellos estarán más expuestos a la hambruna y la ferocidad del

animal que, por otro lado, no debe de ser pequeño (“Seguro que la Babosa está

pensando en una batida y me va a llamar. […] El animal es grande […] Además

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vienen las lluvias. Se borran las huellas, y el hambre los vuelve más astutos”, p.

32).

10. El título de la novela se refiere a Antonio José Bolívar Proaño, que es quien lee

novelas de amor: “Antonio José Bolívar Proaño leía novelas de amor” (p. 30),

pero no cualquier tipo de novelas de amor, solo gustaba de aquellas que tuvieran

“sufrimientos, amores desdichados y finales felices” (p. 30).

11. A Bolívar le trae los libros el dentista Loachamín desde Guayaquil, ya que en El

Idilio no hay ningún sitio donde pueda encontrarlos. Sin embargo, al doctor le

ayuda a seleccionarlos una prostituta con la que mantiene relaciones y que

también lee libros de amor, pues ir él a comprarlos a una librería podría hacer que

lo tomasen por “un viejo marica” (p. 31): “[…] la solución la encontró de la

manera inesperada en un burdel del malecón. […] Una tarde mientras retozaba

con Josefina, […] vio un lote de libros ordenados encima de la cómoda.

—¿Tú lees? —preguntó.

[…] —Las novelas de amor —respondió Josefina, agregando los mismos gustos

que Antonio José Bolívar.

A partir de aquella tarde Josefina alternó sus deberes de dama de compañía con

los de crítico literario, y cada seis meses seleccionaba las dos novelas que […]

más tarde Antonio José Bolívar Proaño leía en la soledad de su choza frente al río

Nangaritza” (p. 31).

12. Además de que le gustan las novelas de amor, como ya se ha comentado en la

pregunta anterior, sabemos que debe de rondar los setenta años (“Unos sesenta,

según los papeles, pero, si tomamos en cuenta que me inscribieron cuando ya

caminaba, digamos que voy para los setenta”, p. 33), que ha estado casado al

menos una vez (“me entran ganas de casarme de nuevo”, p. 33), y que es un gran

conocedor de la selva (por cómo resuelve el caso del gringo al reconocer los

zarpazos o el olor a orín de tigrilla, por ejemplo).

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13. Respuesta libre.

Esta frase demuestra el amor y el deseo de lectura que sentía Bolívar. Las ansias

con las que recibía los nuevos libros.

14. Vocabulario y conceptos:

a. Esclusas (p. 29): ‘s.f. En un canal de navegación, recinto construido entre

dos tramos de diferente nivel y provisto de compuertas de entrada y salida

que permiten aumentar o disminuir el nivel del agua para así facilitar el

paso de los barcos’ Diccionario Clave.

b. Esmeraldeña (p. 31): ‘1. adj. Natural de Esmeraldas. U. t. c. s.

2. adj. Perteneciente o relativo a esta ciudad de Ecuador o a su provincia.’

c. Batida (p. 32): En la acepción 7 del DRAE, se explica que es ‘Acción de

explorar varias personas una zona buscando a alguien o algo’.

CAPÍTULO TERCERO

1. Despacito, se nota que no dominaba muy bien la técnica, pero disfrutando de

cada palabra, de cada párrafo, repitiendo las veces que considerara necesario un

fragmento hasta que le sacaba todo el jugo al lenguaje (“Leía lentamente,

juntando las sílabas, murmurándolas a medio voz como si las paladeara […].

Cuando un pasaje le agradaba especialmente lo repetía muchas veces, […] para

descubrir cuán hermoso podía ser también el lenguaje humano”, p. 35).

2. Como la lupa es lo que le ayuda a leer (“Leía con ayuda de una lupa”, p. 35), no

es de extrañar que apreciase tanto este objeto, pues era lo que le permitía seguir

disfrutando de sus novelas de amor.

3. Por los datos que se nos dan de su vivienda y de sus posesiones está claro que

vive muy humildemente, sin ostentaciones y solo con aquellas cosas que son

imprescindibles para sobrevivir: “Habitaba una choza de cañas de unos diez

metros cuadrados en los que ordenaba el escaso mobiliario; la hamaca de yute, el

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cajón cerveceros sosteniendo la hornilla de queroseno, y una mesa alta…” (pp.

35-36) y “La choza estaba protegida por una techumbre de paja tejida” (p. 36).

4. Las dos personas retratadas en la fotografía eran Bolívar y su mujer, Dolores

Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo. Como se narra en la

novela, “se conocieron de niños en San Luis, un poblado serrano aledaño al

volcán Imbabura” (p. 37).

5. “Tenían trece años cuando los comprometieron” (p. 37), no decidieron ellos nada,

los casaron cuando eran adolescentes, de ahí lo del “matrimonio de niños”.

Probablemente no estaban preparados para dar ese paso. Es más, el narrador

señala que no participaron de la fiesta tras la boda “inhibidos de estar metidos en

una aventura que les quedaba grande, resultó que estaban casados” (p. 37).

6. Eran pobres, tenían muy pocos recursos: “heredaron unos pocos metros de tierra,

insuficientes para el sustento de una familia, además de algunos animales caseros

que sucumbieron con los gastos del velorio”, “Vivían con apenas lo

imprescindible” (p. 37).

7. Las gentes del pueblo hablaban mal de ella porque no podía quedarse embarazada

y en su cultura era un símbolo de deshonra pues no entendían la utilidad de la

mujer más allá de ser madre: “La mujer no se embarazaba”, “—Nació yerma”,

“—Está muerta por dentro, ¿para qué sirve una mujer así?” (p. 38).

8. Quería que la dejara preñada otro hombre pues creían que quizá era Bolívar el

problema (que fuera estéril), y le propusieron emborracharla en las fiestas del

pueblo para que así luego pudiera mantener relaciones sexuales con algún

lugareño. Evidentemente, Bolívar se niega porque no quiere que su hijo sea de

otro, y menos si ha sido concebido en condiciones como aquellas, en las que

forzaban a la mujer:

“—Puedes ser tú quien falla. Tienes que dejarla sola en las fiestas de San Luis.

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Le proponían llevarla a los festejos de junio, obligarla a participar del baile y de la

gran borrachera colectiva […] confusión de cuerpos al amparo de la oscuridad.

Antonio José Bolívar Proaño se negó a la posibilidad de ser padre de un hijo de

carnaval”. (pp. 38-39).

9. La otra razón por la que se marchan de San Luis es para mejorar sus condiciones

de vida, ya que, como ya se ha visto en la pregunta 7, apenas tenía allí para vivir,

y porque creían que un cambio de clima podría ser beneficioso para concebir.

Bolívar “había escuchado acerca de un plan de colonización de la amazonía. El

Gobierno prometía grandes extensiones de tierra y ayuda técnica a cambio de

poblar territorios disputados al Perú. Tal vez un cambio de clima corregiría la

anormalidad padecida por uno de los dos”, p. 39).

10. Cuando llegaron a El Idilio, su destino final, se encuentran con que no hay más

que una choza, que no hay ningún pueblo construido (“La única construcción era

una enorme choza de calaminas que hacía de oficina, bodega de semillas y

herramientas, y vivienda de los recién llegados colonos. Eso era El Idilio”, p. 39).

Además, las condiciones que les ofrecen no son excesivamente buenas: no les

proporcionan ningún tipo de alojamiento, deben construirse ellos la casa (“La

pareja se dio a la tarea de construir precariamente una choza”, p. 40), las semillas

que les dan para cultivar están estropeadas y la ayuda que les prometieron nunca

llegó (“semillas devoradas por el gorgojo y la promesa de una poyo técnico que

no llegaría jamás”, p. 39). Tampoco nadie les enseñó cómo labrar aquellas tierras

que les daban, ni les explicaron las condiciones de vida de la zona, lo que motivó

la muerte de muchos colonos: “se lanzaron a desbrozar el monte […] unas

plantas, y al amanecer del día siguiente las veían crecer de nuevo, con vigor

vengativo.

Al llegar la primera estación de lluvias, se les terminaron las provisiones […] los

animales del monte eran rápidos y astutos. Los mismos peces del río parecían

burlarse saltando frente a ellos sin dejarse atrapar.

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Aislados por las lluvias […] se consumían en la desesperación”, (p. 40);

“Empezaron a morir los primeros colonos. Unos, por comer frutas desconocidas

[…], por fiebres rápidas y fulminantes; otros, desparecían en la alargada panza de

una boa” (p. 40).

Por otro lado, “Se sentían perdidos, en una estéril lucha con la lluvia […], los

mosquitos […], los animales hambrientos que merodeaban por el monte” (pp. 40-

41), es decir, que no encontraban nada que les sirviese de alivio en aquellos

parajes.

11. Aunque no consiguieron ninguna ayuda por parte del Gobierno, sí que la

encontraron en los shuar, que son lo que les enseñaron a moverse por la selva, a

cazar, a identificar las frutas que podían comer, etc. En general, a vivir en aquella

zona: “la salvación les vino con el aparecimiento de unos hombres semidesnudos,

de rostros pintados con pulpa de achiote y adornos multicolores en las cabezas y

en los brazos. Eran los shuar, que, compadecidos, se acercaban a echarles una

mano. De ellos aprendieron a cazar, a pescar, a levantar chozas estables y

resistentes a los vendavales, a reconocer los frutos comestibles y los venenosos, y,

sobre todo, de ellos aprendieron el arte de convivir con la selva”, p. 41.

La segunda pregunta es más bien libre, pero a grandes rasgos, estuvieron

intentando cultivar y domar una tierra de la manera equivocada porque no tenía en

cuenta las condiciones climáticas (grandes lluvias que barrían los nutrientes y se

llevaban los cultivos por delante, intentar cultivar en zonas donde la vegetación

crecía rápidamente e impedía cosechar otra cosa, etc.).

12. Hay varias razones que hacen que Bolívar quiera vengarse al principio de la selva:

el lugar que había creído que les ayudaría a Dolores y a él a fundar una nueva

vida no ha hecho más que causarles problemas y, además, Dolores muere:

“Quería vengarse de aquella región maldita, de ese infierno verde que le

arrebatara el amor y los sueños” (p.42).

Gracias a los shuar, sin embargo, aprende a amar la selva, a ser uno con ella, a

entender cómo funciona (“de ellos [de los shuar] aprendieron el arte de convivir

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con la selva”, p. 41; “Y en su impotencia descubrió que no conocía tan bien la

selva como para poder odiarla”; “Por más que intentara revivir su proyecto de

odio, no dejaba de sentirse a gusto en aquel mundo”, p. 42).

13. Al haber vivido en la selva, Bolívar se había liberado de todos los

convencionalismos sociales que evidentemente sí seguían los colonos, además,

ahora lo veían más como a un shuar —Bolívar había cambiado sus costumbres a

las de los shuar— que como a uno de ellos, y aquella elección de vida no la

comprendían. Por otro lado, Bolívar tampoco precisaba de la compañía de los

colonos, es decir, se había distanciado de ellos: “Con ellos abandonó sus pudores

de campesino católico. Andaba semidesnudo y evitaba el contacto con los nuevos

colonos que lo miraban como a un demente” (p. 42).

14. Ha llegado ya a ser uno de ellos, se siente parte de los shuar (“pensando y

sintiendo como un shuar”, p. 46), a los que aprecia (de ellos dice que son

“simpáticos como una manada de micos”, p. 43), y ellos le aprecian a él y lo

consideran parte de su familia (“[…] si en cambio precisaba compañía buscaba a

los shuar. Estos lo recibían complacidos”, p. 43), llegan incluso a compartir sus

mujeres con él, en una forma de hacerlo integrante de sus costumbres: “le rogaban

aceptar a una de sus mujeres para mayor orgullo de su casta y de su casa” (p. 50).

15. Los colmillos hacen referencia a la mordedura de serpiente. Fue este hecho lo que

permitió que Bolívar fuera aceptado por los shuar y que él también los sintiera

como su nueva familia (“en el sueño alucinado se vio a sí mismo como parte

innegable de esos lugares en perpetuo cambio, como un pelo más de aquel infinito

cuerpo verde, pensando y sintiendo como un shuar”, p. 46): los indígenas

cuidaron de él mientras duraba el proceso de eliminación del veneno (“Un brujo

shuar le devolvió la salud en un lento proceso curativo. […] y las mujeres se

mostraron rigurosas con el tratamiento para lavar el cuerpo”, p. 45) y vieron en

aquel suceso una suerte de ritual de aceptación (“Al verlo totalmente repuesto, los

shuar se le acercaron con obsequios […] palmoteándolo hasta hacerle comprender

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que había pasado por una prueba de aceptación determinada nada más que por el

capricho de dioses juguetones”, pp. 45-46). Bolívar entendió todo aquel proceso

curativo y el sueño posterior durante la ceremonia de bienvenida como “una señal

indescifrable que le ordenó quedarse, y así lo hizo”, p. 46).

16. Nushiño era otro hombre que había sido acogido por los shuar después de pasar

un periodo de recuperación a causa de una herida (“Nushiño, un shuar llegado

también de lejos” p. 46; “llegó un día con una herida de bala en la espalda […].

Los shuar de Shumbi lo curaron y, una vez repuesto, le permitieron quedarse,

pues la hermandad de sangre así lo permitía”, p. 47). Se dice de Nushiño que es

vigoroso, fuerte y que tiene buen humor: “Nushiño era fuerte. Dotado de una

cintura estrecha y anchos hombros, nadaba desafiando a los delfines de río, y

estaba siempre de excelente humor”, p. 47).

Entre ellos hay una clara relación de amistad, el narrador dice que Bolívar lo

“tomó como compadre” (p. 46), y que “juntos recorrían la espesura” (p. 46). Es

más, cuando Nushiño muere, Bolívar se siente responsable de su compañero y de

su paso al más allá (“era responsable de la eterna desdicha de su compadre”, p.

55).

17. Bolívar era como un shuar, pero al fin y al cabo “no era uno de ellos” (p. 48), de

ahí que tuviera que irse de vez en cuando, para que ambas partes se echasen de

menos y pudieran volver a reencontrarse con ganas: los shuar “deseaban verlo,

tenerlo, y también deseaban sentir su ausencia, la tristeza de no poder hablarle, y

el vuelco jubiloso en el corazón al verle aparecer de nuevo” (p. 49).

18. Esta cita es clave para entender dos cosas: primero, Bolívar se sentía bien,

acompañado y querido viviendo entre los shuar, eran su familia, y por lo tanto

estaba rodeado de amor, por lo que no le hace falta buscar el amor en los libros.

Por otro lado, esto nos revela que si durante su vida de vuelta en El Idilio

necesitaba tanto leer era porque estaba solo y la lectura era la única compañía que

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Guía de lectura: “Un viejo que leía novelas de amor”

curaba esa soledad, que le recordaba el amor, la relación con los otros. Hay una

clara reivindicación del valor de la lectura como forma de conocimiento.

19. La explosión en el río la ha provocado un grupo de aventureros que, para ganar

una vía de corriente, y poder navegar mejor, no dudaron el volar un dique donde

desovaban los peces. Las consecuencias para el ecosistema son claras: si han

destrozado una zona donde los animales se reproducían, eso impedirá o dificultará

que nazca nueva descendencia y que se repueble la selva. Si hay menos animales,

eso afecta a su vez a aquellos animales que se alimentaban de estos. Es decir, han

roto la cadena alimenticia, el ciclo vital y el equilibrio de la selva. (“Era un grupo

integrado por cinco aventureros, quienes […] habían volado con dinamita el dique

de contención donde desovaban los peces”, p. 52).

20. Nushiño es una de las víctimas de los aventureros que al encontrarse con los shuar

se había asustado y se pusieron a disparar. Una de las balas alcanza a Nushiño

(“Los blancos, nerviosos ante la llegada de más shuar, dispararon alcanzando a

dos indígenas y emprendieron la fuga. […] Uno había muerto con la cabeza

destrozada por la perdigonada a corta distancia, y el otro agonizaba con el pecho

abierto. Era su compadre Nushiño”, p. 52). Los shuar había conseguido dar caza a

todos menos a uno de los blancos, y Bolívar decide que es el momento de

devolverles el favor a los shuar y vengar la muerte de sus dos compañeros (“las

débiles palabras de Nushiño le decían que llegaba el momento de pagar la deuda

contraída cuando lo salvaron luego de la mordedura de serpiente. Le pareció justo

pagar la deuda”, p. 53). Además, Nushiño le da a entender que necesita que mate

a quien ha provocado su muerte para poder morir en paz: “Andaré como un triste

pájaro ciego, a choques con loa árboles mientras su cabeza no cuelgue de una

rama seca. Ayúdame, compadre”. (p. 52).

21. La explosión causada por los aventureros es la que motiva que se desencadenen

los acontecimientos que darán lugar a la muerte de los dos indígenas, uno de ellos

Nushiño, y a la venganza posterior de Bolívar. Este va en busca del blanco que ha

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sobrevivido e intenta matarlo con la cerbatana, pero yerra el tiro, eso lleva a un

forcejeo posterior en el que Bolívar le arrebata la escopeta y lo mata. Y aquí es

donde surge el problema, el hecho de matarlo con un arma no propia de los shuar,

que no le diese tampoco la oportunidad de que pelease como un hombre y

defendiese su orgullo, es lo que provoca la deshonra de Bolívar y,

consecuentemente, que Nushiño no pueda descansar en paz porque la venganza

no se ha llevado a cabo como debería: “No lloraban por el extraño, lloraban por él

y por Nushiño. Él no era uno de ellos, pero era como uno de ellos. En

consecuencia debió ultimarlo con un dardo envenenado, dándole antes la

oportunidad de luchar como un valiente; así, al recibir la parálisis del curare, todo

su valor permanecería en su expresión […]. ¿Cómo reducir aquella cabeza,

aquella vida detenida en una mueca de espanto y de dolor?” (p. 54).

Por eso los shuar le dicen que tiene que irse, porque se había deshonrado.

Por último, borrar las huellas de la embarcación es una forma de, simbólicamente,

borrar el rastro de Bolívar para que ni él pueda volver ni ellos puedan encontrarlo:

“le dijeron que desde ese momento no era más bienvenido” (p. 55).

22. La costumbre de los shuar era la de cazar cuando necesitaban comida, no estar

trabajando de sol a sol para poder comer. Se entiende de esta cita que los shuar

cazan para vivir, pero no viven para cazar, que es lo que parece que sí hacen los

colonos: solo trabajan, no viven.

Hay numerosos ejemplos a lo largo del capítulo que muestran como los shuar son

un pueblo que convive con la naturaleza en armonía, intentando que su vida en la

selva no merme los recursos ya que se desplazan de zona para “permitir la

recuperación de la naturaleza” (p. 50). El hecho de que creyesen en la

reencarnación era un símbolo de la unidad con la selva (“aquella nuevas vidas,

ahora con forma de peces, mariposas o animales sabios”, p. 49), de sentirse parte

de ella y no superiores, como los blancos, que la utilizaban (“poderosas lenguas

avanzaban desde occidente hurgando en el cuerpo de la selva”, p. 50), no vivían

en simbiosis con ella como los shuar.

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Guía de lectura: “Un viejo que leía novelas de amor”

La idea que nos presenta el narrador de que “llegaban más colonos, ahora

llamados con promesas de desarrollo ganadero y maderero” (p. 51) solo invita a

pensar en la tala de árboles y en la destrucción de parte de la selva para crear

pastos para el ganado. Es decir, vienen a dominar la selva, no a convivir con ella.

Por otro lado, la relación con los bienes materiales también difiere entre las dos

culturas: los colonos no hacen sino trabajar para conseguir riqueza (“Trabajar.

Desde que sale el sol hasta que se oculta”, p. 44), ese es el propósito de

expandirse también hacia la selva: conseguir más territorio, tener más, o buscar

oro (“aumentaba la peste de los buscadores de oro, individuos sin escrúpulos

venidos desde todos los confines sin otro norte que una riqueza rápida”, p. 51).

Por el contrario, cuando se habla de Bolívar y Nushiño como representantes de los

shuar se dice de ellos que “el dinero que recibían de ellos [de los colonos] no tenía

otro valor que el de cambio por un machete nuevo o por otro costal de sal” (p. 47)

Tampoco se ofrece una visión positiva del alcohol (o las drogas) por parte de los

colonos pues con la llegada de estos “llegaba también el alcohol desprovisto de

ritual y, por ende, la degeneración de los más débiles” (p. 52). Cuando, por el

contrario, habla del uso de la natema (bebida y planta medicinal que empleaban

para hacer esa bebida) se inserta siempre dentro de un ritual (“Al final de la

celebración bebió por primera vez la natema”, p. 46).

Habría que destacar también la forma que tienen ambas poblaciones de

relacionarse con los otros: los shuar ayudaron a Bolívar y a su mujer a entender la

selva (“los shuar […] se acercaban a echarles una mano […] de ellos aprendieron

el arte de convivir con la selva”, p. 41) y luego acogieron a Bolívar y a Nushiño,

pero a cambio los colonos no responden más que con violencia en cuanto los ven

a pesar de estar invadiendo sus tierras y matando sus recursos: “Le indicaron [los

shuar a Bolívar] la masa de peces muertos en la superficie y al grupo de extraños

que desde la playa les apuntaban con armas de fuego. Era un grupo integrado por

cinco aventureros, quienes […] habían volado con dinamita el dique de

contención donde desovaban los peces. […] Los blancos, nerviosos ante la

llegada de más shuar, dispararon alcanzando a dos indígenas” (pp. 51-52).

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Guía de lectura: “Un viejo que leía novelas de amor”

Otro ejemplo que opone a ambos pueblos es el concepto del amor. Para los shuar

el amor “era el amor puro sin más fin que el amor mismo. Sin posesión y sin

celos” (p. 50), no había ataduras y era algo que enorgullecía a los integrantes de la

tribu pues a Bolívar “le rogaban aceptar a una de sus mujeres para mayor orgullo

de su casta y de su casa” (p. 50). Esto frente a la forma obscena y brutal de

entender el sexo que tenían los colonos del antiguo pueblo de Bolívar, en el que,

en un acto humillante para Bolívar, querían forzar que su mujer, bajo los efectos

del alcohol, estuviera con otros hombres, y siempre con la finalidad de engendrar

a toda costa descendencia, no por el mero hecho de amar.

23. Bolívar se ha quedado solo, primero porque perdió a su mujer, Dolores (“Dolores

de la Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo no resistió el

segundo año y se fue en medio de fiebres altísimas, consumida hasta los huesos

por la malaria”, p. 42), y después porque tuvo que abandonar a los shuar (“le

dijeron que desde ese momento no era más bienvenido”, p. 55). Obviamente, la

soledad no es cómoda, duele, hace daño como las picaduras de un tábano. Y los

recuerdos se esconden para asaltarle y recordarle su soledad.

24. Bolívar parece un hombre bastante curtido, primero porque ha tenido que pasar

las penurias iniciales de irse de su pueblo para conseguir una vida mejor para su

mujer y él (“Poco antes de las festividades de San Luis reunieron las escasas

pertenencias, cerraron la casa y emprendieron el viaje”, p. 39), después intentando

adaptarse a un medio nuevo que no conseguía doblegar (“[…] desbrozar las

laderas del monte […] todo eso era en vano”, p. 41), pasando por la muerte de su

esposa (“Dolores de la Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo

no resistió el segundo año y se fue en medio de fiebres altísimas, consumida hasta

los huesos por la malaria”, p. 42) y, finalmente, encontrando su lugar en la selva

junto a los shuar, de los que aprendió a amar y respetar la selva, a moverse por

ella (“en el sueño alucinado se vio a sí mismo como parte innegable de esos

lugares en perpetuo cambio, como un pelo más de aquel infinito cuerpo verde,

pensando y sintiendo como un shuar”, p. 46; “La vida en la selva templó cada

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Guía de lectura: “Un viejo que leía novelas de amor”

detalle de su cuerpo. Adquirió músculos felinos que con el paso de los años se

volvieron correosos. Sabía tanto de la selva como un shuar […]. En definitiva, era

como uno de ellos, pero no era uno de ellos”, p. 48). Y justamente por haber

aprendido a vivir en la selva se liberó de todas las convenciones sociales que lo

ataban: “Con ellos abandonó sus pudores de campesino católico. […] Antonio

José Bolívar Proaño nunca pensó en la palabra libertad, y la disfrutaba a su antojo

en la selva” (p. 42); se dio cuenta de que lo material no tenía más valor que el

instrumental (“el dinero que recibían de ellos no tenía otro valor que el de cambio

por un machete nuevo o por otro costal de sal”, p. 47) y que el amor por las

personas no podía ser posesivo, sino un intercambio de sentimientos sincero (“Era

el amor puro sin más fin que el amor mismo. Sin posesión y sin celos”, p. 50).

25. Vocabulario y conceptos:

a. Zarcillos (p. 37): Pendientes.

b. Otavaleña (p. 37): ‘1. adj. Natural de Otavalo. U. t. c. s. || 2. adj.

Perteneciente o relativo a esta ciudad de Ecuador.’, DRAE.

c. Testar (en favor de) (p. 37): Hacer testamento dejando a alguien algo.

d. Yerma (p. 38): ‘3. tr. ant. Declarar o afirmar como testigo’, DRAE.

e. Indígenas saragurus (p. 39): Los indígenas saragurus o saraguros son un

pueblo indígena de Ecuador. Se localizan sobre todo al sur del país, en el

cantón de Saraguro, en la provincia de Loja, aunque también se

encuentran en Yacuambi (Zamora Chinchipe) y fuera del Ecuador.

f. Atahualpa (p. 39): Fue el decimotercer emperador inca y es considerado

como el último gobernante del Imperio Inca (1500-1533), que abarcaba,

entre otros países, parte del actual Ecuador, de ahí que los saraguros le

guardasen luto, porque lo consideraban su último gobernador.

g. Gorgojo (p. 39): ‘1. m. Insecto coleóptero de pequeño tamaño, con la

cabeza prolongada en un pico o rostro, en cuyo extremo se encuentran las

mandíbulas. Hay muchas especies cuyas larvas se alimentan de semillas,

por lo que constituyen graves plagas del grano almacenado.’, DRAE.

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h. Achiote (p. 41): ‘1 Árbol americano de poca altura, con flores rojas y

olorosas […]. || 2 Tinte rojizo que se extrae de las semillas de este árbol:’,

Diccionario Clave.

i. Dantas (p. 42): En Colombia, Ecuador y Venezuela, nombre con el que se

designa al tapir: ‘Mamífero herbívoro, de tamaño semejante al jabalí, con

la nariz prolongada en una pequeña trompa, que tiene las patas anteriores

con cuatro dedos y las posteriores con tres, de los cuales el central está

más desarrollado’, Diccionario Clave.

j. Guatusas (p. 42): Es el nombre que se le da en América Central, Colombia

y Ecuador al coatí: ‘1. m. Mamífero carnicero plantígrado, americano, de

cabeza alargada y hocico estrecho con nariz muy saliente y puntiaguda,

orejas cortas y redondeadas y pelaje largo y tupido. Tiene uñas fuertes y

encorvadas que le sirven para trepar a los árboles’, DRAE.

k. Capibaras (p. 42): También conocido como carpincho, es ‘1. m. Am.

Roedor americano de hábitos acuáticos, que alcanza el metro y medio de

longitud y llega a pesar más de 80 kg. Tiene la cabeza cuadrada, el hocico

romo y las orejas y los ojos pequeños. Su piel se utiliza en peletería’,

DRAE.

l. Saínos (p. 42): ‘1. m. Mamífero paquidermo, cuyo aspecto es el de un

jabato de seis meses, sin cola, con cerdas largas y fuertes, colmillos

pequeños y una glándula en lo alto del lomo, de forma de ombligo, que

segrega una sustancia fétida. Vive en los bosques de la América

Meridional y su carne es apreciada.’, DRAE.

m. Cerbatana (p. 42): arma que consiste en un canuto en el que se introducen

flechas u otros objetos para lanzarlos soplando con fuerza por uno de los

extremos.

n. Cuy (p. 44): Es el nombre que recibe el conejillo de indias en América

Meridional: ‘1. m. Mamífero del orden de los Roedores, parecido al

conejo, pero más pequeño, con orejas cortas, cola casi nula, tres dedos en

las patas posteriores y cuatro en las anteriores.’, DRAE.

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Guía de lectura: “Un viejo que leía novelas de amor”

o. Natema (p. 46): “el dulce licor alucinógeno preparado con raíces hervidas

de yahuasca” (p. 46).

Es la forma en shuar o jíbaro de referirse a la planta conocida como

ayahuasca o Banisteriopsis caapi, con propiedades medicinales.

(Ver Yahuasca).

p. Yahuasca (p. 46): También conocido como ayahuasca, es una ‘Liana de la

selva de cuyas hojas se prepara un brebaje de efectos alucinógenos,

empleado por chamanes con fines curativos.’, DRAE.

q. Anet (p. 49): “poemas cantos de gratitud por el valor transmitido y los

deseos de una paz duradera” (p. 49).

r. Chicha (p. 49): ‘1. f. Bebida alcohólica que resulta de la fermentación del

maíz en agua azucarada, y que se usa en algunos países de América.’,

DRAE. En Ecuador, sin embargo, se utiliza la palma de chonta para la

elaboración de esta bebida.

s. Miel de chonta (p. 49): Miel recolectada de las flores de la chonta, un tipo

de árbol, de palmera. Su madera es muy apreciada para construir objetos

decorativos y su fruto tiene un gran valor alimentario.

CAPÍTULO CUARTO

1. Bolívar ha estado viviendo en la selva todo este tiempo, por eso es normal que el

pueblo haya cambiado y que a él lo sorprenda. Sobre todo porque cuando él y

Dolores llegaron no había más que una enorme choza que hacía las veces de lugar

de almacenamiento, oficina, bodega y vivienda de los colonos que llegaban (ver

p. 39, capítulo tercero); sin embargo, cuando regresa ya había “una veintena de

casas” que formaban “una calle frente al río, y al final una construcción algo

mayor […] con la palabra ALCALDÍA. Había también un muelle de tablones” (p.

57). Es decir, aquello ya tenía forma de pueblo, y se organizaba como tal, con su

órgano de gobierno incluido.

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2. Ni los colonos ni los buscadores de oro sabían cómo moverse en la selva, ni cómo

cazar animales, ni cómo cultivar; tampoco los gringos que iba allí a explotar los

recursos: ellos arrasaban con todo y lo utilizaban sin percatarse de las

consecuencias que supondría talar un árbol en un sitio o matar un animal en otro.

Por ello Bolívar les era de ayuda porque sabía, al haber vivido tantos años en la

selva, cómo apañárselas bien en esos parajes y sabía cazar. En realidad no lo

quieren para que les enseñe a ellos, como los shuar le habían enseñado a él, a

convivir con la selva, solo lo querían para que mantuviese a raya a los animales

que mataban el ganado o atacaban el pueblo, y así ellos, los colonos, los

buscadores de oro y los gringos, podía seguir explotando aquellas tierras. Algunos

errores estúpidos eran: “La [selva] depredaban sin consideración, y esto conseguía

que algunas bestias se volvieran feroces. A veces, por ganar unos metros de

terreno plano talaban sin orden dejando aislada a una quebrantahuesos, y esta se

desquitaba eliminándoles una acémila, o cometían la torpeza de atacar a los saínos

en época de celo, lo que transformaba a los pequeños jabalíes en monstruos

agresivos. Y estaban también los gringos venidos desde las instalaciones

petroleras. […] se lanzaban monte adentro dispuestos a acabar con todo lo que se

moviera. Se ensañaban con los tigrillos, sin diferenciar crías o hembras preñadas,

y, más tarde, antes de largarse, se fotografiaban junto a la docena de pieles

destacadas […], y los tigrillos sobrevivientes se desquiciaban destripando reses

famélicas. Antonio José Bolívar se ocupaba de mantenerlos a raya”. (pp. 57-58).

Hay una clara denuncia de la forma en la que el hombre blanco se ha abastecido

de los medios que la selva (la Amazonia) le ofrecía sin respetarla, sin cuidarla,

“construyendo la obra maestra del hombre civilizado: el desierto” (p. 58), esto es,

acabando con todo, creando un desierto a partir de una frondosa selva.

Además, todas estas acciones del hombre blanco acabaron por ahuyentar a los

pocos animales que dejaron, que huyeron de la zona, por lo que ya no había nada

que cazar, ni para comer ni para coleccionar pieles (“Pero los animales duraron

poco. Las especies sobrevivientes se tornaron más astutas y […] se internaron

selva adentro, en un éxodo imprescindible hacia el oriente” (p. 58).

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3. Cuando Bolívar empezó a notar que los dientes se le pudrían y que el dolor ya era

insoportable, decidió ir al dentista para que le revisara la boca. Justo el día que se

acercó estaba una pareja de funcionarios estatales recogiendo los votos para unas

elecciones presidenciales. Así pues, al ver a Bolívar le preguntaron si sabía leer

para, en tal caso, otorgarle el derecho al voto. A pesar de su desconfianza inicial

sobre sus capacidades, Bolívar descubrió que aún recordaba cómo se leía: “[…] al

sentir cómo la boca expelía un aliento fétido acompañado de persistentes dolores

en los maxilares […] no tuvo más remedio que subir a la consulta. […] En esa

misma ocasión el Sucre desembarcó a una pareja de funcionarios estatales […]

recogían los sufragios secretos de los habitantes de El Idilio, con motivo de unas

elecciones presidenciales. […] —¿Sabes leer? —le preguntaron. […]

Desconfiado, acercó el rostro hasta el papel que le tendían, y se asombró de ser

capaz de descifrar los signos oscuros” (pp. 59-60).

4. En realidad no porque cuando Bolívar les pregunta que a quién debe votar de los

tres candidatos, lo suyo es que le hubieran dicho que al que él quisiera, pero le

dicen claramente “A su excelencia, al candidato del pueblo” (p. 60).

5. Como dice el narrador a continuación, saber leer era poseer el “antídoto contra el

ponzoñoso veneno de la vejez” (p. 60). Es decir, podía entretenerse, instruirse,

distraerse en vez de estar sin nada que hacer. Podía combatir el tedio, la soledad y

la tristeza de envejecer sin nadie al lado (“Antonio José Bolívar Proaño se quedó

con todo el tiempo para sí mismo”, p. 58).

6. A Bolívar los periódicos no le interesan porque hablan de cosas que le quedan

muy lejanas, que no conoce y que no puede imaginar. Están completamente

desvinculadas de su vida: “Todo eso ocurría en un mundo lejano, sin referencias

que lo hicieran entendible y sin invitaciones que lo hicieran imaginable” (p. 61).

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7. La historia narrada trataba sobre san Francisco, el patrón de los animales, por lo

que hablaba mucho sobre los animales, que era algo que Bolívar sí comprendía y

conocía, por eso sentía “ansias por comprender todo cuanto estaba en esas

páginas” (p. 62): “—¿Te interesa? —repitió el cura.

—Parece que habla mucho sobre los animales —contestó tímidamente.

—San Francisco amaba a los animales. A todas las criaturas de Dios.

—Yo también los quiero. A mí manera” (p. 62).

8. La respuesta es libre, pero puede servir como orientación la siguiente cita: “Del

amor sabía aquello referido en las canciones […] Según los pasillos, el amor era

como la picadura de un tábano invisible, pero buscado por todos”. Es decir, le

suena familiar, sabe que es algo que la gente desea, y quiere saber por qué, quiere

conocerlo de cerca. No obstante, es extraño porque Bolívar ha estado casado, y

aunque fuese un matrimonio convenido, sí parecía apreciar a Dolores; por otro

lado, cuando vivió con los shuar sí se nos dice que experimentó el amor más puro.

Así que es paradójico que el narrador diga que “del amor sabía aquello referido en

las canciones”, como si antes no hubiera amado nunca.

9. Básicamente se sabe inútil como lector porque a pesar de poder leer no tiene qué

leer, y eso era peor aún ya que sabía que podía hacer algo, pero no le era posible,

lo que aumentaba su sensación de soledad: “no se atrevió a pedirle al cura que le

dejase el libro. Lo que sí le dejó, a cambio, fueron mayores deseos de leer. Pasó

toda la estación de las lluvias rumiando su desgracia de lector inútil, y por primera

vez se vio acosado por el animal de la soledad. […] Tenía que hacerse de lectura

y eso precisaba salir de El Idilio” (pp. 63-64).

10. La idea que tiene Bolívar es la de cazar varios monitos y un par de aves exóticas

sabiendo que le sería fácil venderlas y conseguir dinero por ellas, dinero que

luego invertiría en pagar el peaje del barco para ir hasta El Dorado para comprar

allí libros: “Cuando las lluvias amainaron y la selva se pobló de animales nuevos

[…] se adentró en el monte […] en los territorios apreciados por los hombres

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blancos” (p. 64), “Al día siguiente comprobó el éxito obtenido con las trampas.

En la región de los micos […] seleccionó a tres parejas jóvenes, las metió en una

de las jaulas […] donde había dejado los frutos fermentados encontró una

multitud de loros, papagayos y otras aves […]. Metió en una jaula una pareja de

guacamayos oro y azul, y otra de loritos shapul” (p. 66). Una vez que tiene su

botín, vuelve a El Idilio y se va a ver al patrón del Sucre para explicarle cómo

piensa pagarle el pasaje del barco: “Sucede que tengo que viajar para El Dorado y

que no tengo dinero. Usted me conoce. Me lleva, y le pago más allá, en cuanto

venda los bichitos”. Algo que al final no hace falta, porque el marinero se da

pagado con una pareja de pajaritos: “Entonces le separo una pareja y queda

también cubierto el pasaje de regreso. Además, estos pajaritos se mueren de

tristeza si se les separa” (p. 67). (Nótese que Bolívar prefiere darle la pareja, no

solo para pagar la vuelta, sino para evitar que los pájaros mueran de tristeza. Es

decir, que a pesar de estar cazando, intenta que el impacto sea el menor: de igual

forma también liberó a aquellos animales que no iba a llevarse, en vez de dejarlos

atrapados: “liberó al resto de los micos” y “se despidió de las demás aves

deseándoles un buen despertar”, p. 66).

11. El dentista presenta a Bolívar a la maestra de escuela pues considera que era “la

única persona capaz de ayudarle en sus propósitos” (p. 67). Esta le muestra a

Bolívar su biblioteca y le deja que los vaya leyendo para que se forme el gusto y

elija lo que prefiera: “[…] la maestra le enseñó su biblioteca. […] Se emocionó de

ver tanto libro junto […], se entregó a la placentera tarea de revisarlos ayudado

por la lupa recién adquirida.

Fueron cinco meses durante los cuales formó y pulió sus preferencias de lector, al

mismo tiempo que se llenaba de dudas y respuestas” (p. 68). Bolívar lee un poco

de todo y va descartando poco a poco lo que no le gusta: textos de geometría, que

descartó por no entender la aplicación de lo que decían; textos de historia, “que le

parecieron un corolario de mentiras”; luego leyó Corazón, del escritor italiano

Edmundo de Amicis, que le gustó, pero que descartó por considerar que el

personaje sufría demasiadas penurias; y por fin dio con un libro que le

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entusiasmó, uno que hablaba de amor y que le emocionaba de tal manera “que la

lupa se le empañaba de lágrimas” (p. 69). Era “El Rosario, de Florence Barclay”

que “contenía amor, amor por todas partes” (p. 69).

12. En el texto se dice que los libros son “ajenos a un pasado sobre el que Antonio

José Bolívar Proaño prefería no pensar, dejando los pozos de la memoria abiertos

para llenarlos con las dichas y los tormentos”. Es decir, la lectura le ayudaba a

olvidar, a evadirse de su soledad, de sus recuerdos, de un pasado que

posiblemente echase de menos (los shuar, la selva, Dolores).

13. Vocabulario y conceptos:

a. Quebrantahuesos (p. 57-58): ‘1. m. Ave carroñera del orden de las

Falconiformes, de más de un metro de longitud y dos de envergadura, con

la cabeza clara y destacados bigotes negros, el pecho y el vientre

anaranjados y el dorso oscuro. Habita en cordilleras abruptas de los países

mediterráneos y se encuentra en peligro de extinción’, DRAE.

b. Acémila (p. 58): ‘1. f. Mula o macho de carga’, DRAE.

c. Concubinatos (p. 61): ‘1. m. Relación marital de un hombre con una mujer

sin estar casados’, DRAE.

d. Latrocinio (p. 61): ‘1. m. Acción propia de un ladrón o de quien defrauda

a alguien gravemente’, DRAE.

e. Deleznable (p. 61): ‘2. Referido especialmente a una persona o a sus

acciones, que son reprobables, despreciables o viles.’, Diccionario Clave.

f. Pasillos (p. 63): En el texto se hace referencia a la ‘Composición musical

de compás tres por cuatro, con la cual se baila el pasillo [tipo de baile]’, y

que es propia de Colombia, Ecuador y Panamá (DRAE).

g. Guayaquileño (p. 63): ‘1. adj. Natural de Guayaquil. U. t. c. s. || 2. adj.

Perteneciente o relativo a esta ciudad de Ecuador’, DRAE.

h. Taciturno (p. 63): ‘Referido a una persona, callada, silenciosa y

melancólica’, Diccionario Clave.

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i. Bejucos (65): ‘1. m. Planta sarmentosa y trepadora, propia de regiones

tropicales’, DRAE.

CAPÍTULO QUINTO

1. Por lo que describe el narrador, Bolívar duerme poco y, sobre todo cuando llueve,

lee e imagina lo que narran las novelas y los lugares que se mencionan en los

libros: “el resto del tiempo lo dedicaba a las novelas, a divagar acerca de los

misterios del amor y a imaginarse los lugares donde acontecían las historias” (p.

71), pero también cazaba y cocinaba su propia comida. Se dice que “cocinaba las

porciones de arroz para el día, freía lonjas de banano verde, y si disponía de carne

de mono acompañaba las comidas con unos buenos pedazos” (p. 72) y “bastaba

con bajar al río, sumergirse, mover unas piedras, hurgar en el lecho fangoso, y ya

se disponía de una docena de camarones gordos” (p. 73). En general lleva una

vida muy tranquila, más aún si es la estación de las lluvias cuando en esas noches

largas “se daba el gusto de quedarse en la hamaca hasta que los deseos de orinar o

el hambre lo impulsaban a abandonarla” (p. 73).

Las dos últimas preguntas son de respuesta completamente libre, es para que den

su opinión.

2. El muerto es “Napoleón Salinas, un buscador de oro” (p. 75), y “lo reconocieron

por la boca” (p. 74) y los empastes de oro que tenía pues era de los únicos que “no

se sacaba los dientes podridos, y prefería que se los parcharan con pedazos de

oro” (p. 75). Su muerte la ha causado la tigrilla, pues reconocen la herida y los

desgarros que tiene en el cuello y los brazos: “¿La gata de nuevo? […] Abrió

[Bolívar] la herida del cuello, examinó los desgarros de los brazos, para asentir

finalmente con un movimiento de cabeza” (p. 75).

3. Para empezar, al alcalde no parece generarle ningún conflicto que haya muerto un

buscador de oro: “Qué diablos, uno menos. Tarde o temprano se lo iba a llevar la

parca —comentó el alcalde” (p. 75), frente a la insistencia con el primer muerto

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de buscar un responsable y resolver el asunto. Como ya se vio en el segundo

capítulo, con la primera muerte el alcalde acusó desde un principio a los shuar y

desconfió de la palabra de Bolívar (“Estos selváticos lo mataron y luego lo

rociaron con meados de gato. Ustedes se tragan cualquier babosada”, p. 26),

mientras que esta vez, posiblemente escarmentado por el ridículo que ya hizo al

equivocarse la primera vez, deja que sea Bolívar el que hable y parece apoyar su

opinión:

“—¿Y bien, experto, qué opina?

—Lo mismo que usted, excelencia. Salió de aquí tarde, bastante borracho, lo

sorprendió el aguacero y se arrimó a la orilla para pernoctar. Ahí lo atacó la

hembra. Herido y todo, consiguió llegar hasta la canoa, pero se desangró

rápidamente.

—Me gusta que estemos de acuerdo —dijo el gordo.” (p. 76)

Por otro lado, no tiene ningún reparo en deshacerse del cuerpo sin darle mayor

importancia al tema (“empujó al muerto con un pie hasta que cayó de cabeza al

agua”, p. 76), es más, reparte las pertenencias (“las pepitas de oro”, p. 76) del

hombre entre los presentes, mientras que con el americano hubo que meterlo en

un ataúd para repatriarlo (“el cajón para transportar el cadáver […] se trataba de

un condenado gringo y había que llevarlo entero”, p. 29).

El desinterés del alcalde por esta muerte contrasta con la preocupación de Bolívar,

que sí que parece darse cuenta de que un segundo ataque significa que la gata

sigue con ganas de venganza y además se está acercando al pueblo.

4. Como bien explica Bolívar, haber encontrado al hombre muerto significa que lo

más probable es que la tigrilla esté cada vez más cerca del pueblo pues el

buscador de oro se habría refugiado del lado del río en el que quedaba el pueblo,

que es cuando le atacó el animal, por lo que la gata estaba en la orilla del río en la

que se encontraba El Idilio:

“—El caso es que si uno navega y lo sorprende la noche, ¿a cuál lado se arrima

para pernoctar?

—Al más seguro. Al nuestro —respondió el gordo.

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[…] —¿Y? ¿Qué importa ahora?

—Mucho importa. Si lo piensa un poco, descubrirá que el animal también se

encuentra en este lado” (p. 77).

Sabía, además, que estaba cerca porque el muerto “no venía del todo tieso, y no

apestaba” (p. 78), es decir, que no había pasado tanto tiempo desde que murió

hasta que llegó al muelle del poblado.

5. Vocabulario y conceptos:

a. Café cerrero (p. 73): En el DRAE, en la tercera acepción de cerrero que se

dice que es un líquido, como el café, cuando está “muy cargado o fuerte y

sin endulzar”.

b. Callana (p. 73): ‘3. f. Chile y Perú. Vasija de barro para tostar granos’,

DRAE.

c. Panela (p. 73): ‘3. f. Col., El Salv. y Hond. Azúcar mascabado en panes

prismáticos o en conos truncados.’, DRAE.

d. Arreciar (la lluvia) (p. 77): ‘3. intr. Dicho de una cosa: Irse haciendo cada

vez más recia, fuerte o violenta. Arreciar la calentura, la cólera, la

tempestad, el viento. U. t. c. prnl.’, DRAE.

CAPÍTULO SEXTO

1. Es cierto que Bolívar ha estado casado con Dolores y que recordaba haberla

besado pero “muy pocas veces” (p. 80). Hay que tener en cuenta que fue un

matrimonio convenido (“Tenían trece años cuando los comprometieron”, p. 37), y

que se casaron de muy niños, por lo que quizá no hubiese tanta pasión como para

que motu proprio les saliese darse besos ardorosos. Por otro lado, Bolívar nos

transmite que tampoco durante el tiempo que vivió con los shuar conoció los

besos porque no eran una costumbre entre los habitantes de ese pueblo (“entre los

shuar besar era una costumbre desconocida”, “No. Los shuar no besaban”, p. 80).

Así que no era de extrañar que no supiera muy bien qué era besar ardorosamente

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y que le resultara desagradable (“Si en eso consistía besar ardorosamente,

entonces el Paul de la novela no era más que un puerco”, p. 82) pues su única

referencia, aunque errónea, era el rechazo de una jíbara hacia un hombre que

mientras la forzaba intentó besarla (en cualquier caso, la jíbara, como shuar que

era, no estaba acostumbrada a los besos, así que es normal que le resultase

repugnante la acción de besar): “La pobre mujer, embrutecida por el alcohol, no

se daba cuenta de lo que hacían con ella. Esa vez, el aventurero la montó sobre la

arena y le buscó la boca con la suya.

La mujer reaccionó como una bestia […] y se largó a vomitar con un asco

indisimulable” (p. 81).

La última pregunta es de respuesta libre.

2. La acémila de Miranda llega malherida al pueblo y, al ver las heridas, se dan

cuenta de que la ha atacado la tigrilla (“La acémila mostraba profundas heridas a

los costados y sangraba copiosamente por un desgarro que empezaba en la cabeza

y terminaba en el pecho de pelambre rala”, p. 82). Si la mula estaba herida,

entonces la gata había llegado hasta el puesto de Miranda, lo que significaba que

no estaba más que a siete kilómetros de distancia, como mucho, del pueblo. Es

decir, que cada vez estaba más cerca, y esto aumentaba las probabilidades de un

ataque en el pueblo.

3. El sobrenombre se lo habían dado porque el alkasetzer (un medicamento

antiácido) era uno de los productos que vendía en su tiendecilla: “regentaba un

miserable puesto de venta de aguardiente, tabaco, sal y alkasetzer —de ahí le

venía el mote—”, p. 82.

4. Como bien dice el narrador, “la acémila llegó ensillada, y eso aseguraba que el

jinete debía estar en alguna parte” (p. 83). Por eso el alcalde organiza la

expedición, para ir a buscar a Miranda por un lado, y para encontrar a la gata y

acabar con el problema por otro, pues su cercanía constituía ya una amenaza real

para el pueblo.

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5. El enfrentamiento entre Bolívar y el alcalde venía de lejos, no se debía solamente

al hecho de que los argumentos del viejo sobre cómo murió el gringo y que los

shuar no eran responsables de ello hubiera dejado en evidencia al alcalde delante

de todos los habitantes de El Idilio, aunque “con seguridad la bronca había

aumentado luego del incidente con los shuar y el gringo muerto” (p. 84). El

problema de fondo se había creado tiempo atrás cuando el alcalde, en un afán

avaro de ganar dinero de cualquier manera, le pidió a Bolívar que acompañase a

la selva a unos americanos que querían sacar fotos de los shuar y que pagarían

bien por ello (“Hacía varios años desde la mañana en que al muelle de El Idilio

arribó una embarcación nunca antes vista. […] llegaron cuatro norteamericanos

provistos de cámaras fotográficas”, p. 84, y “los gringos quería llegar bien adentro

y fotografiar a los shuar”, p. 88). Bolívar se negó en redondo al ver la disposición

arrogante y despectiva adoptada por los extranjeros (“—Que se marchen. No hago

negocios con quienes no saben respetar casa ajena”, p. 85) y el alcalde juró

quitarle la casa en venganza por no haber querido ayudar a mantener el negocio

con los americanos (“—Viejo pendejo. Me estás haciendo perder un gran negocio.

Los dos estamos perdiendo un gran negocio”, p. 85; “—El que se va a marchar

eres tú, viejo de mierda. […] ¿Nunca te has preguntado a quién pertenece el suelo

en donde levantas tu inmunda covacha? […] Todas las tierras junto al río […]

pertenecen al Estado. […] aquí el Estado soy yo. Ya hablaremos. De esta que me

hiciste no me olvido, yo no soy de los que perdonan”, p. 86; “—[…] Vengo a

decirle que tenga cuidado. La Babosa le agarró tirria. […] Piensa botarle la casa,

paisano”, pp. 87-88). A pesar de que luego el alcalde parece olvidar esa amenaza

(“—Quieren que alguien vaya a recoger los restos del compañero. Te juro que nos

pagan un buen precio por hacerlo, y tú eres el único capaz de conseguirlo. —Está

bien. Pero yo no me meto en sus negocios. Le traigo lo que quede del gringo y

usted me deja en paz. —Desde luego, viejo. Como dije, hablando se entienden los

cristianos”, p. 90) porque finalmente Bolívar debe ayudarle para deshacer el

entuerto que habían provocado los americanos (habían sido atacados por una

manada de monos y uno de ellos había muerto: “y dicen que ahí los atacaron los

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monos. […] Dicen que los monos mataron al colono y a uno de ellos”, p. 89),

Bolívar ya sabe cómo se las gasta el alcalde y teme que vuelva a pasar lo de

aquella vez (“Y esa paz se veía de nuevo amenazada por el alcalde que lo

obligaría a participar de la expedición, y por unas afiladas garras ocultas en algún

lugar de la espesura”, p. 92).

6. Los americanos andan por el pueblo como si todo aquello no fuera más que un

divertimento para ellos (“los gringos los fotografiaban, y no solo a ellos, a todo lo

que se pusiera frente a sus cámaras”, p. 84), no respetan nada y, además, se ríen

de las costumbres de los colonos. Para más escarnio, entraron en la casa de

Bolívar sin pedirle permiso y se mofaron del retrato que tenía con su mujer,

Dolores, llegando incluso a querer comprarlo, como si los bienes y recuerdo de

aquellas personas no fuesen más que recuerdos de un viaje para los americanos

(“Sin pedir permiso entraron en la choza, y uno de ellos, luego de reír a destajo,

insistió en comprar el retrato que lo mostraba junto a Dolores Encarnación del

Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo. El gringo se atrevió a descolgar el

retrato y lo metió en su mochila, dejándole a cambio un puñado de billetes encima

de la mesa”, p. 85).

Por todo ello, por esa falta de respecto, Bolívar dice que “No hago negocios con

quienes no saben respetar casa ajena” (p. 85).

7. Como ya se ha especificado en la pregunta 5, el alcalde juró quitarle la casa en

venganza por no haber querido ayudar a mantener el negocio con los americanos

(“—Viejo pendejo. Me estás haciendo perder un gran negocio. Los dos estamos

perdiendo un gran negocio”, p. 85; “—El que se va a marchar eres tú, viejo de

mierda. […] ¿Nunca te has preguntado a quién pertenece el suelo en donde

levantas tu inmunda covacha? […] Todas las tierras junto al río […] pertenecen al

Estado. […] aquí el Estado soy yo. Ya hablaremos. De esta que me hiciste no me

olvido, yo no soy de los que perdonan”, p. 86; “—[…] Vengo a decirle que tenga

cuidado. La Babosa le agarró tirria. […] Piensa botarle la casa, paisano”, pp. 87-

88).

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8. Los norteamericanos querían ir a la selva a fotografiar a los shuar. El problema se

les presentó cuando, como le explica Bolívar al alcalde, al pasar por una zona

donde vivían monos, se vieron atacados por estos ya que los animalillos se

sintieron atraídos por los artilugios que llevaban los hombres. Finalmente, en

medio de la agresión de los micos, mueren el colono que guiaba la expedición y

uno de los americanos:

“y dicen que ahí los atacaron los monos. […] Dicen que los monos mataron al

colono y a uno de ellos”, p. 89

“¿Sabe cómo hacen los shuar para entrar al territorio de los monos? Primero dejan

todos los adornos, no portan nada que pueda picarles la curiosidad […]. Los

gringos, con sus máquinas fotográficas, con sus relojes […], fueron una

provocación brillante para la curiosidad de los monos. […] cualquier cosa que

atraiga la curiosidad de un mico […] es mejor dejárselo. Si por el contrario uno

presenta resistencia, el mico se largaría a chillar y en cosa de segundos caerán del

cielo cientos, miles de pequeños demonios peludos y furiosos”, p. 89-90.

9. Los norteamericanos quieren recuperar el cuerpo de su compañero muerto, y el

alcalde considera que Bolívar es el único que puede ir hasta allí y traerlo. El viejo

acepta a cambio de que el alcalde retire su amenaza de quitarle la casa:

“—Quieren que alguien vaya a recoger los restos del compañero. Te juro que nos

pagan un buen precio por hacerlo, y tú eres el único capaz de conseguirlo.

—Está bien. Pero yo no me meto en sus negocios. Le traigo lo que quede del

gringo y usted me deja en paz.

—Desde luego, viejo. Como dije, hablando se entienden los cristianos” (p. 90).

10. (Ver preguntas 7 a 9) Como al final los americanos habían tenido problemas en la

selva, el alcalde pedía de nuevo ayuda a Bolívar y a cambio acordaron olvidar la

amenaza de echar a Bolívar de su casa. Por eso el viejo respira tranquilo, porque

sabe que ya nadie lo va a echar de allí. Es decir, si antes padecía insomnio es

porque estaba nervioso por la amenaza del alcalde, pero a consecuencia de la

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desgracia de los americanos, él consigue que el alcalde se retracte a cambio de

ayudar a los extranjeros:

“—Quieren que alguien vaya a recoger los restos del compañero. Te juro que nos

pagan un buen precio por hacerlo, y tú eres el único capaz de conseguirlo.

—Está bien. Pero yo no me meto en sus negocios. Le traigo lo que quede del

gringo y usted me deja en paz.

—Desde luego, viejo. Como dije, hablando se entienden los cristianos” (p. 90).

11. El incidente de los gringos le ha venido a la memoria a Bolívar porque igual que

ahora el alcalde prepara una batida para ir en busca de Miranda y de la tigrilla,

también cuando llegaron los norteamericanos hubo una expedición a la selva en la

que el alcalde quería que participara el viejo, y que al final acabó mal: con un

colono y un gringo muertos, y con la amenaza —aunque después olvidada— del

alcalde a Bolívar de quitarle la casa. Por eso teme Bolívar que vuelva a ocurrir lo

mismo y que el alcalde vuelva a querer echarlo.

CAPÍTULO SÉPTIMO

1. Como buen conocedor de la selva y acostumbrado a cazar, Bolívar sabe que con

el estómago vacío los sentidos se agudizan y así uno está más atento y vigilante,

necesario cuando se sale a dar caza a un animal: “Había desayunado temprano y

sabía de los inconvenientes de cazar con el cuerpo pesado. El cazador ha de ir

siempre un poco hambriento, pues el hambre agudiza los sentidos”, p. 93.

2. Está claro que los colonos son más experimentados en el arte de moverse por la

selva porque saben con certeza que las botas de goma que se ha puesto el alcalde

“van a estorbar la marcha” (p. 94), como luego se ve en las páginas siguientes: se

hunde en el barro constantemente (“La marcha se interrumpió repetidamente por

causa de las botas del gordo. Cada cierto tiempo, hundía los pies en el lodazal

burbujeante”, p. 95)

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Ellos, en cambio, van descalzos y protegen la cabeza y los utensilios que van a

necesitar en la caza únicamente, en vez de ir ataviados con un impermeable como

el alcalde, pues sabían que en la selva aquel atuendo iba a hacerles pasar calor

(“Ya verás, Babosa. Ya verás qué tibiecito es el impermeable. Se te van a cocer

hasta los huevos ahí dentro”, p. 94) y realmente no les iba a proteger de la lluvia

(“Exceptuando el alcalde, iban todos descalzos. Habían forrado los sombreros de

paja con bolsas plásticas, y en morrales de lona engomada protegían los cigarros,

las municiones y las cerillas. Las escopetas descargadas viajaban terciadas a la

espalda”, p. 94).

3. De nuevo vemos otro ejemplo de la incapacidad del alcalde para desenvolverse en

la selva. Los hombres son conscientes de que si los cartuchos estuvieran en la

escopeta y llueve, se mojarán y luego ya no podrían utilizarse, pero prefieren

darle el gusto al alcalde haciéndole creer que respetan su decisión ya que es el que

manda y el que aprovisiona, y prefieren que no se sienta desacreditado:

“—Monten las escopetas. Más vale estar preparados —ordenó el gordo.

—¿Para qué? Es mejor llevar los cartuchos secos en las bolsas.

—Yo doy las órdenes aquí.

—A su orden, excelencia. Total, los cartuchos son del Estado.”, p. 95

4. Para empezar, como ya se ha comentado en la pregunta 2, el alcalde no va

realmente vestido para andar cómodamente por la selva. Las botas de goma le

dificultan el paso y se queda atascado en el barro repetidas veces hasta que pierde

una de las botas en medio del fango y, harto al rato de buscarla sin más éxito que

embarrarse más, la otra la tira: “La marcha se interrumpió repetidamente por

causa de las botas del gordo. Cada cierto tiempo, hundía los pies en el lodazal

burbujeante y parecía que el fango se tragara aquel cuerpo obeso. Enseguida venía

la lucha por sacar los pies moviéndose con tal torpeza que solo lograba hundirse

más. […] De pronto el gordo perdió una de las botas. […] El alcalde, furioso, se

hincó y trató de apartar porciones de lodo con las manos. Tarea inútil” (pp. 95-

96), “Entonces se quitó la otra bota y la tiró entre el follaje” (p. 97). Por otro lado,

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su torpeza queda clara cuando se describe su nula habilidad para subir y bajar

pendientes, la descripción tiene incluso un punto cómico, con el alcalde

“avanzando un par de metros y retrocediendo cuatro” (p. 97), o cuando “intentaba

subir a su manera, pero su cuerpo amorfo le traicionaba una y otra vez” (p. 97). El

sarcasmo queda bastante claro cuando el narrador dice que “los descensos eran

rápidos. El alcalde los hacía sentado, de espaldas o boca abajo. Llegaba siempre el

primero, envuelto en barro y restos de plantas” (p. 97). Vamos, que si llegaba el

primero no era porque tuviese un ritmo ágil caminando, sino porque se caía y

rodaba ladera abajo.

5. Los hombres saben que la oscuridad es mucho más segura porque eso impide que

el animal pueda verlos, y si la encienden, ellos no podrían ver al animal pero el

bicho a ellos sí, así que estarían en desventaja: “estamos en un lugar seguro.

Nosotros no podemos ver a la bestia, si es que anda cerca, y ella no puede vernos

a nosotros. Si encendemos una fogata le estaríamos regalando la ocasión de

vernos, y nosotros no la veríamos a ella porque el fuego nos encandilaría” (p. 99).

6. A pesar de haberle dicho al alcalde que debían estar a oscuras, el hombre

enciende una linterna al menor ruido que escucha y eso espanta a la bandada de

murciélagos apostados en los árboles bajo los que dormían que, asustados, les

cagan encima. Como ahora está todo lleno del excremento de los murciélagos,

deben irse de allí porque saben que vendrán las hormigas a llevarse el “botín”:

“cuando se pernocta en la jungla hay que arrimarse a un árbol quemado o

petrificado. Ahí cuelgan los murciélagos, la mejor señal de alarma con que se

puede contar. Los bichos se preparaban para volar en dirección contraria al ruido

que escuchamos y hubiéramos sabido dónde estaba. Pero usted, con su lucecita y

sus gritos, los espantó y nos lanzaron la chorrera de mierda. Como todos los

roedores, son muy sensibles y a la menor señal de peligro sueltan todo lo que

tienen adentro para volverse livianos” (p. 103).

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7. Ninguno de los hombres, salvo el alcalde, cree que fuera necesario matar al oso

porque “no existe otro animal más inofensivo en toda la selva” (p. 105), por eso

“Trae mala suerte matar a un oso mielero” (p. 105). El alcalde, por el contrario,

no parece muy compungido por haber acabado con la vida del animal: “el gordo

recargaba su arma sin atinar a pronunciar nada en su defensa” (p. 105). Lo cierto

es que es muy posible que el alcalde se asustara porque el bicho lo pilló

desprevenido mientras había ido hacer uso del “baño”, pero igualmente podría

haber disparado al aire para asustarlo, o haberse fijado mejor, como le piden los

colonos (“¿Por qué no mira antes de disparar con su maldito juguete?”, p. 105), en

vez de haber disparado nada menos que seis veces. Por otro lado, un oso mielero

nada tiene que ver con un tigrillo.

8. Los colonos consideran a Miranda un hombre experimentado en la selva, que no

le tenía miedo a nada, sin embargo, cuando llegan a su casa y ven que se ha

dejado el hornillo encendido, no entienden si es que sintió pánico y salió huyendo,

cuando lo lógico habría sido quedarse en la choza, al resguardo de la gata y con la

escopeta a mano. Pero lo encuentran tirado fuera y con un machete: “—No lo

entiendo. Miranda era veterano aquí y en ningún caso puede hablarse de él como

de un hombre miedoso, pero parece que sintió tal pánico, que ni siquiera se

preocupó de apagar la cocinilla. ¿Por qué no se encerró al escuchar a la tigrilla?

Ahí está colgada la escopeta. ¿Por qué no la usó?” (p. 106).

9. Plasencio Puñán era un buscador de esmeraldas (“Era un picapiedras. No andaba

tras oro […] aseguraba que muy adentro se podía encontrar esmeraldas”, p. 108)

al que no se le ve mucho por el pueblo y que debía de tener buena relación con

Miranda, porque se disponían a comer juntos antes de que les atacara la tigrilla.

Lo sabemos por las colas de iguanas que encuentran los hombres de la expedición

carbonizadas en la sartén, “—El muerto es Plasencio Puñán, un tipo que no se

dejaba ver mucho, y parece que se aprestaban a comer juntos. ¿Vio las colas de

iguana chamuscadas? No hay tales bicho por aquí y debió de cazarlas a varias

jornadas monte adentro” (p. 108).

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10. Bolívar, después de ver las heridas de Plasencio y la localización de cada uno de

los muertos, dedujo que la gata los había sorprendido: a uno en pleno momento de

“vaciar el cuerpo”, “acuclillado y afirmado en el machete”, pues “Tenía restos de

excrementos pegados a la espalda” (p. 108), y a Miranda lo cogió huyendo. No

era ya de extrañar que Mirando se hubiera asustando pues debió de ver el horrible

espectáculo de su compañero siendo atacado por la tigrilla: “debió de presenciar

la peor parte de todo, entonces se preocupó nada más que de ensillar la acémila y

largarse. No llegó muy lejos, como hemos visto” (p. 108).

11. Por lo que se dice en el texto, “en la mirada del alcalde veían como el gordo

buscaba febrilmente llegar a la misma explicación” (p. 107), está claro que el

alcalde no sabría explicar lo que había sucedido, si no, no buscaría “febrilmente”.

12. Vocabulario y conceptos:

a. Patacones (p. 93): Es una forma de referirse en algunos países de

Hispanoamérica a las rodajas de plátano frito.

b. Ahítos (p. 100): En el DRAE se dice que es estar ‘saciado, harto’,

especialmente cuando se ha comido.

c. Bagre guacamayo (p. 101) (busca información en el texto): Se nos dice en

la novela que es “un pez enorme”, que pueden alcanzar “los dos metros,

superando los setenta kilos de peso, y también supo que eran inofensivos

pero mortalmente amistosos”, ya que al ser tan grandes, aunque solo

intenten jugar, pueden matar a un hombre de un coletazo: “propinando

tales coletazos de aprecio que fácilmente partían un espinazo” (p. 101).

d. Comejenes (p. 101): En el DRAE se explica que es el “nombre de diversas

especies de termes en América del Sur”. A su vez, los termes son ‘1. m.

Insecto del orden de los Isópteros, que, por su vida social, se ha llamado

también, erróneamente, hormiga blanca. Roen madera, de la que se

alimentan, por lo que pueden ser peligrosos para ciertas construcciones’,

DRAE.

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e. Palitos vivientes (p. 101): es un tipo de insecto alargado. En Wikipedia

(bajo la entrada de Hydrometra stagnorum, su nombre científico) lo

definen como ‘Heteróptero de 10 a 13 mm de longitud, esbelto con la

cabeza muy estirada hacia delante, patas largas y antenas de cuatro artejos,

debajo del abdomen está dotado de finos pelos que evitan que se moje en

el agua. Vive sobre la superficie del agua’.

f. Fétida (p. 102): De un olor tan desagradable que llega a ser molesto.

g. Pernoctado (de pernoctar) (p. 102): Pasar la noche en un lugar diferente

del habitual, de en el que se vive.

CAPÍTULO OCTAVO

1. Los envuelven en una hamaca a los dos juntos, “frente a frente, para evitarles

entrar en la eternidad como extraños” (p. 109).

2. Al principio su compañero de vigilia estaba sorprendido, “lo miraba, perplejo” (p.

110) porque no podía creer que supiera leer (“¿Verdad que sabes leer,

compadre?”, p. 110), pero poco a poco va mostrando interés a pesar de que parece

que el tema del amor si no es sobre “hembras ricas, calentonas” (p. 110), no le

interesa, luego le pide que lea “un poquito más alto” (p. 110). Al final tiene a

todos los hombres menos al alcalde prestándole atención: “—No tan rápido,

compadre —dijo una voz.

El viejo levantó la vista. Lo rodeaban los tres hombres. El alcalde reposaba

alejado” (p. 111).

3. Tanto Bolívar como los tres hombres parecen estar fascinados con la idea de que

la gente del libro viva en una ciudad donde necesitan de botes para poder

desplazarse: “Pero el misterio de una ciudad en la que las gentes precisaban de

botes para moverse no lo entendían de ninguna manera” (p. 111).

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4. Por lo que hemos leído en capítulos anteriores, el alcalde no tiene dos dedos de

frente: en ningún momento ha sabido por qué ni cómo hacer frente a la tigrilla, ni

si esta suponía un peligro o no; tampoco ha demostrado tener ninguna habilidad

para desplazarse por la selva ni para vigilar. Y aun sabiendo que no sabía, no tiene

la humildad de seguir las recomendaciones de los colonos sobre, por ejemplo, los

cartuchos y la humedad, o sobre la luz y los animales. Obviamente debe de ser

una persona muy leída, pero no tiene ni la más remota idea de cómo usar esos

conocimientos.

5. Después de ese hecho, y de todos los anteriores (ralentizar la marcha, hacer que

les caguen los murciélagos, matar a tiros a un escorpión y a un oso mielero,

querer cargar las escopetas a pesar de que le dijeran que se estropearían los

cartuchos, etc.), los colonos están ya hartos del alcalde y empiezan a contestarle

con desdén y sarcasmo:

“—Cómo se nota que usted es instruido, excelencia. El bicho las tenía todas en

contra”, “—Vaya a ver, si quiere. Y si lo ataca un mosquito no lo mate a tiros

porque nos va a espantar el sueño”, “[…]¿Cuánto tarda un tigrillo en hacer esa

distancia —preguntó el alcalde. —Menos que nosotros. Tiene cuatro patas, sabe

saltar sobre los charcos y no calza botas” (todas las citas en p. 114)

6. El alcalde se ha dado cuenta de que ya había perdido suficiente autoridad frente a

los hombres y estar cerca de Bolívar no iba sino a empeorar el asunto y parecer

aún más inútil, así que decide irse de allí y lo encubre fingiendo que Bolívar es el

único que puede matar a la gata y que los demás no hacen sino estorbarle, y que

mejor haría yéndose a vigilar y proteger el pueblo:

“El alcalde comprendió que ya se había desacreditado demasiado frente a los

hombres. Permanecer más tiempo junto al viejo envalentonado por sus sarcasmos

sólo conseguiría aumentar su fama de inútil, y acaso de cobarde.

Encontró una salida que sonaba lógica y de paso le cubría la espalda

—Hagamos un trato, Antonio José Bolívar. Tú eres el más veterano en el monto.

[…] Nosotros solo te servimos de estorbo, viejo. Rastréala y mátala. […]

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Entretanto, nosotros nos regresamos a proteger el poblado. Cinco mil sucres.

¿Qué me dices?” (p. 115).

Bolívar se da cuenta de las intenciones reales del alcalde, pero está de acuerdo en

que posiblemente “lo único verdaderamente sensato que cabía hacer era regresar a

El Idilio” (p. 115). Aunque no le preocupaban tanto las razones de este como el

problema con la tigrilla: “El alcalde deseaba zafarse de él. Con sus respuestas

agudas hería sus principios de animal autoritario, y había dado con una fórmula

elegante de quitárselo de encima.

Al viejo no le importaba mayormente lo que pensara el gordo sudoroso. Tampoco

le importaba la recompensa ofrecida. Otras ideas viajaban por su mente.

Algo le decía que el animal no estaba lejos” (p. 115).

7. Es un acto de justicia porque al fin y al cabo el gringo mató a todas las crías de la

tigrilla sin otro propósito que el de conseguir las pieles, y la tigrilla ahora solo está

vengando ese acto deshumanizado, de ahí que hable de un “ojo por ojo”.

8. Bolívar está convencido de que el animal busca la muerte y por eso se acercaba a

los hombres (“la conducta del animal le permitía intuir que buscaba la muerte

acercándose peligrosamente a los hombres”, p. 116), pero sabe que la tigrilla

merece un combate limpio, justo, y no una muerte a manos de alguien a quien no

le va a importar esa acción. Está convencido de que es un tipo de combate que “ni

el alcalde ni ninguno de los hombres podrían comprender” (p. 116): “Un mandato

desconocido le distaba que matarla era un acto de piedad, pero no de aquella

piedad prodigada por quienes están en condiciones de perdonar y regalarla. La

bestia buscaba la ocasión de morir frente a frente” (p. 116).

9. Este combate podría recordar al que tuvo con el aventurero cuando aún vivía con

los shuar. Puede recordárnosla porque habla de “morir frente a frente” (p. 116),

que es algo que no le permitió a aquel aventurero que motivó su deshonra frente a

estos y la condena del espíritu de su compadre Nushiño. Bolívar, además,

menciona en la página 121 que le gustaría tener a su compadre Nushiño con él en

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esa situación: “Los shuar; ¿te gustaría tener a uno de ellos contigo? Desde luego,

a tu compadre Nushiño”.

10. Bolívar sí tiene miedo, lo reconoce él: “A lo mejor tengo miedo” (p. 117), por eso

no acaba de concentrarse en la lectura, pero decide combatirlo apagando la

lámpara para así, “esconderse del miedo”. Comienza entonces un diálogo consigo

mismo para intentar calmarse analizando la situación, sus posibilidades frente al

animal, su valor como contrincante digno de la bestia: “¿Crees que la tigrilla te

siente un ser igual? No seas vanidoso, Antonio José Bolívar. Recuerda que no

eres un cazador, porque tú mismo has rechazado siempre ese calificativo” (p.

118).

11. Le llaman el “cazador”, pero a él no le gusta porque para él los cazadores son

personas que matan como una manera de ahuyentar el miedo, no saben

enfrentarse al animal porque se saben más débiles que él (“los cazadores matan

para vencer un miedo que los enloquece y los pudre por dentro […] el miedo que

les inspira la certeza de saber que el enemigo digno los vio, los olió y los

despreció en la inmensidad selvática ”, p. 118) y por ello no se atreven a un

combate justo, frente a frente, que es cómo le han enseñado los shuar. Tampoco

mata por matar, como sí que hacen los cazadores (ver pregunta siguiente).

12. En ninguna de las ocasiones que se nos describen Bolívar ha matado por matar al

animal. La primera que se menciona, la del reptil que mata al hijo de un amigo, se

dice que “fue un acto de justicia o de venganza. […] El reptil había sorprendido al

hijo de un colono mientras se bañaba. Tú estimabas al chico” (p. 119). La segunda

vez fue “un homenaje de gratitud al brujo shuar que te salvó la vida” (p. 119), es

decir, un gesto de agradecimiento, rodeado por un simbolismo, y no por el mero

hecho de conseguir las pieles de los animalillos, como sí hacían los cazadores

(“Tú los has visto emborracharse junto a los hatos de pieles”, p. 118). Y el tercer

ejemplo que nos ofrece el narrador y que recuerda Bolívar es cuando ayudó a los

colonos a defender el ganado frente al “gran gato moteado. Un ejemplar muy

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fuerte que se cebaba con las vacas y las acémilas” (p. 120). Pero él, Bolívar,

“jamás diste muerte a un cachorro, ni de tigrillo de otra especie. Sólo ejemplares

adultos, como indica la ley shuar” (p. 120). Sin embargo, en su conversación

consigo mismo, es consciente que un shuar se negaría a ayudarle en este

enfrentamiento con la tigrilla porque lo consideran el “cazador de los blancos, el

que tiene una escopeta, el que viola la muerte emponzoñándola de dolor” (p. 122).

Es decir, que de alguna manera Bolívar no se siente completamente convencido

de ser un contrincante digno para la tigrilla ni para ningún animal aunque él no

vaya a matarlos por el mero hecho de matar.

13. El único animal que matan los shuar son los osos perezosos, que en la novela se

denominan “perezosos tzanzas”. Los tzanzas (tzantzas) eran las cabezas

reducidas, un procedimiento ritual de los shuar para conservar como talismán las

cabezas de sus enemigos, y que en apariencia son similares a la cabeza de los

perezosos, de ahí el nombre dado a este animal. Los shuar creían que un malvado

antepasado suyo, que había matado a muchos shuar, se había transformado en un

perezoso para huir, y por eso había que matarlos a todos, porque era imposible

saber cuál de todos era él. Es decir, es una leyenda o creencia popular lo que

justifica el matar a los perezosos (a los que en el libro se llama “micos”, pero que

en realidad no son tales, están emparentados con los osos hormigueros):

“hace mucho tiempo un jefe shuar se volvió malo y sanguinario. Mataba a buenos

shuar sin tener motivos y los ancianos determinaron su muerte. Tñaupi, el jefe

sanguinario, al verse acorralado, se dio a la fuga transformado en perezoso tzanza,

y como los micos son tan parecidos es imposible saber cuál de ellos esconde al

shuar condenado. Por eso hay que matarlos a todos” (p. 122).

14. Los preparativos de Bolívar antes de salir a buscar a la tigrilla son proteger los

cartuchos con sebo de vela para evitar que se mojen y con ese mismo sebo,

hacerse una especie de visera en las cejas para impedir que el agua de la lluvia no

le dejase ver bien: “Derritió unas velas y sumergió los cartuchos en el sebo

licuado. […] De esa manera se conservarían secos aunque cayeran al agua. El

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resto del sebo derretido se lo aplicó en la frente cubriendo especialmente las cejas

hasta formar una suerte de visera. Con ellos el agua no le estorbaría la vista en

caso de enfrentar al animal en un claro de selva” (p. 123).

Cuando ya está en la selva y se siente atacado por los mosquitos, masca tabaco

para crear una pasta que se aplica por el rostro y los brazos y así evitar las

picaduras: “La pausa de lluvia convocó de inmediato a los mosquitos. […]

Rápidamente se metió un cigarro en la boca, lo masticó, deshizo, y se aplicó la

pasta salivosa en el rostro y en los brazos” (p. 126).

Por último, lo primero que hace al salir a la caza del animal es ir “en busca de

rastros” (p. 123) para encontrarla, y también para saber cómo se comporta y

tantear a qué se enfrenta: “junto al rastro de pisadas encontró otros detalles que le

hablaron de la conducta del animal” y “—Bueno, bicho, ya sé cómo te mueves.

Ahora me falta saber dónde estás” (p. 124).

15. Al inicio Bolívar pensaba que lo que pretendía la gata moviéndose de norte a sur

era cortarle el camino hacia el río y así obligarle a que tuviera que huir selva

adentro (“Me estás cortando el camino al río. Quieres verme huir selva adentro”,

p. 126), pero luego se percata de que “el juego del animal no consistía en

empujarlo hacia el oriente. Lo quería ahí, en ese sitio, y esperaba la oscuridad

para atacarlo” (p. 127). Sin embargo, cuando cree que lo que quiere es

entretenerlo para que caiga la noche y él se escapa en dirección al río, nos damos

cuenta de que el objetivo de la gata era el primero porque así podía empujarlo,

como hizo, hacia el lugar donde estaba el macho herido. El propósito primero de

la gata no era matar a Bolívar, sino encontrar a alguien que pudiera rematar a su

pareja, ya moribunda y que sufría las heridas que le había dejado el gringo:

“Recibió el empujón propinado con las patas delanteras y rodó dando volteretas

pendiente abajo. […] Arriba, […] la hembra movía el rabo frenética […] pero no

atacaba. […] De improviso, rugió, triste y cansada, y se echó sobre las patas. La

débil respuesta del macho le llegó muy cerca y no le costó encontrarlo. […] —

¿Eso buscabas? ¿Que le diera el tiro de gracia? —gritó el viejo” (p. 128) y “Puso

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los dos cañones en el pecho del animal. —Lo siento, compañero. Ese gringo hijo

de la gran puta nos jodió la vida a todos. —Y disparó.” (p. 129).

16. Claramente los ojos amarillos son los de la tigrilla que está encima de la canoa

merodeando y calculando cómo hacer para atrapar a Bolívar: “los ojos amarillos

estaban en todas partes cortándole el camino, en todas partes al mismo tiempo,

como ahora, que los sentía arriba de la canoa […]. La hembra estaba

efectivamente arriba, paseándose”, p. 131.

Podría entenderse ese primer sueño descrito en la página 46 como una visión de lo

que tendría que enfrentar Bolívar en un momento de su futuro, pues se ve a sí

mismo como a un cazador persiguiendo a ese animal de ojos amarillos, que es con

lo que vuelve a soñar estando debajo de la canoa: “Lo acometió un sueño curioso.

[…] Frente a él algo se movía en el aire […]. Ese algo carecía de forma precisa,

definible, y tomara lo que tomara siempre permanecían en él los inalterables

brillantes ojos amarillos” (p. 130).

17. Esta pregunta es de respuesta relativamente libre, pero pueden ser de ayuda las

siguientes citas: “Estaban iguales. Los dos heridos” (p. 133), “Se acercó al animal

muerto y se estremeció al ver que la doble carga la había destrozado” (p. 134), “El

viejo la acarició […], y lloró avergonzado, sintiéndose indigno, envilecido, en

ningún caso vencedor de esa batalla” (p. 134). Lo más posible es que Bolívar

deseara una lucha limpia, entre iguales, pero el hecho de que él usara un arma ya

jugaba en su favor y deja en desventaja al animal. Por otro lado, como ya se ha

mencionado antes, los shuar no consideran que usar un arma sea honroso

(“cazador de los blancos, el que tiene una escopeta, el que viola la muerte

emponzoñándola de dolor”, p. 122), y a Bolívar no deja de recordarle la muerte

del aventurero, también con una escopeta, que desencadenó su deshonra y le

obligó a abandonar a los shuar.

18. Bolívar se siente avergonzado porque finalmente ha matado a la tigrilla con una

arma, lo que no le ha permitido mantener una lucha justa con el animal, por eso se

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siente avergonzado, porque sabe que no ha sido un oponente digno. Entonces, el

hecho de tirar el cuerpo de la tigrilla al río es una manera de otorgarle dignidad al

animal para que así las aguas se lo llevaran bien lejos, “hasta los territorios jamás

profanados por el hombre blanco, hasta el encuentro con el Amazonas […] a

salvo para siempre de las indignas alimañas” (p. 134).

19. Este párrafo final es un resumen de todas las ideas que el narrador ha ido

exponiendo a lo largo de la novela: la explotación del Amazonas, el expolio de la

tierra, la matanza indiscriminada de animales por el afán oportunista y avaro del

hombre blanco. El gringo inaugura la barbarie porque su avaricia por cazar ha

provocado varias muertes: primero las de los tigrillos, luego las de varios hombres

y la acémila, y después las de la tigrilla y su pareja. Es decir, ha creado un

enfrentamiento con la naturaleza completamente innecesario. Esto, al fin y al

cabo, es un ejemplo de la barbarie a la que se refiere el narrador: al expolio y

destrucción que hace el hombre de la naturaleza; al autoempoderamiento de los

medios y de los recursos, sin pararse a reflexionar sobre las consecuencias. Al

egoísmo absoluto que causa y comienza esa barbarie que envilece y rompe “la

virginidad de su amazonía”. Por eso Bolívar lee, para olvidar, para sumergirse en

otros mundos, hermosos, alejados de esa realidad brutal. La lectura sería una

forma de cura de esa sinrazón humana.

OTRAS PROPUESTAS: LA NOTA DEL AUTOR Y LA DEDICATORIA (pp. 7 y 9

respectivamente)

1. Francisco Alves Mendes Filho, más conocido como Chico Mendes (Puerto Rico,

Estado brasileño de Acre, 15 de diciembre de 1944 - Xapuri, 22 de diciembre de

1988), fue un recolector de caucho (en brasileño, seringueiro), sindicalista y

ecologista brasileño. Luchó de manera pacífica contra la extracción

indiscriminada de madera y la expansión de los pastizales sobre el Amazonas.

Participó en la creación de la Central Única de Trabajadores (de la que fue

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presidente) y del Partido de los Trabajadores, además de impulsar la Alianza de

los Pueblos de la Selva.

Murió asesinado a manos del terrateniente Darly Alves de Silva y uno de sus 21

hijos, Darcy Alves Pereira, posteriormente juzgados y condenados.

Miguel Tzenke era un dirigente indígena, miembro de los shuar, pueblo amerindio

que habita en la selva amazónica, en la región oriental ecuatoriana y parte del

Perú. Por lo que se descifra del libro, era un buen amigo de Sepúlveda, con el que

compartió la cultura y conocimientos relativos a la Amazonia, lo que ayudó al

autor a la hora de crear la novela.

Ambos personajes, por tanto, están relacionados con la Amazonia, con la defensa

y preservación de esta, uno por ser un activista que luchó por mantener este paraje

natural, y el Tzenke porque pertenecía a una de las tribus que habitan aquellas

tierras, y por lo tanto un gran conocedor de estas.

2. Como ya se explica en la pregunta anterior, ambos personajes estaban

relacionados con la Amazonia: Mendes era una activista medioambiental,

defensor de la selva amazónica, y Tzenke pertenecía a los shuar, que viven en la

Amazonia ecuatoriana (y peruana). Por lo tanto, sí que tienen que ver con el

contenido del libro, que trata sobre la concienciación y respeto por las culturas

presentes en la Amazonia, los shuar —diferentes en su modo de vida a los

“blancos”, ya que establecen una relación más equilibrada con el medio en el que

habitan— y la biodiversidad de la selva, además de la importancia de mantener

los ciclos naturales de la tierra y preservar el ecosistema.