gare vidal pornografía y educación sexual en … · en su loca búsqueda de un consenso político...

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Gare Vidal Pornografía y educación sexual en Norteamérica Gore Vidal El hombre y la mujer hacen el amor, llegan al clímax, se desploman cada cual por su lado. Enton· ces ella susurra: "Te diré en qué estaba yo pensan· do, si me dices en qué pensabas." Como la mayoría de las bromas sobre sexo, los orígenes de este agradable comentario son oscuros. Pero sea cual fuere este origen, casi siempre convoca un reconoci- miento horrible, ya que a pocos amantes les gusta aceptar que en el acto sexual necesitan, para crear o mantener la excitación, cierta imagen mental como suplemento erótico para el cuerpo del que se ocu- pan. Un contemporáneo perverso sostiene que cuan- do él está con A piensa en B, y que cuando está con B piensa en A; cada cual lo atrae sólo en la medida en que le evoca la imagen del(a) otro(a). También, para aquellos que encuentran insatisfacto· rias las posturas "maduras" de hacer el amor, y aún así no se atreven a molestar al(a) amado(a) con peticiones raras, la fantasía sexual se vuelve inevita- ble y el tímido -o la tímida- amante pronto se descubre imponiendo mentalmente todo tipo de imágenes salvajes a su pareja, que o no las sos· pecha o a su vez también puede estarse apoyando en un íntimo teatro mental para mantener las cosas en marcha; en tal caso, esos exitosos escri· tares que deploran "nuestra actual falta de comu- nicación" se han anotado un tanto en su favor. Los ritos y la magia también tienen sus devotos. En uno de los relatos de Kingsley Amis, un hombre conjuga mentalmente verbos latinos para dilatar el orgasmo mientras caballerosamente espera la lenta respuesta predecible de su pareja. Mientras otro amante comprensivo (y éste no es ficticio) sólo puede reducir tempo pensando en una gran hogaza de pan blanco rebanada, manufacturada por Bond. La fantasía sexual es tan antigua como la civiliza· ción (y opuesta a lo "tan antiguo como la raza"), y uno de sus signos exteriores y visibles es la literatura pornográfica, un fenómeno completamente claseme- diera, puesto que muchos investigadores (Kinsey, Pomeroy, etc.) nos aseguran que las clases bajas raramente usan la fantasía sexual como estímulo extra. Apenas puede, y lo más pronto que puede, el hombre inculto va tras la cosa real. En consecuencia se masturba rara vez, pero cuando lo hace, nos afirman tales investigadores, no piensa absolutamen· te en nada. Esta puede ser la última importante distinción de clase en Occidente. Sin embargo, las clases medias de cerebro calen- turiento, tan desprecidas por D. H. Lawrence, no son como son porque ellas deliberadamente se ha- yan propuesto ser cerebrales y anti·vida, sino porque son víctimas inocentes de la necesidad y de la ley de la tribu. Por razones económicas uno debe posponer el matrimonio el mayor tiempo posible. Por razones de tribu se nos enseña que es algo equivocado el sexo fuera del matrimonio. En conse· cuencia, el hombre cuyo primer contacto con mujer ocurre cuando él ya tiene veinte años seguramente se pasó el más vigoroso período de su vida mastur- ·bándose. No en contra de la naturaleza, sino para darle sentido a ese acto solitario, el teatro de su mente pronto se convierte en un festival dionisíaco, y cuando finalmente llegue al acto sexual lo podría encontrar decepcionante, y convertirse así en un dramaturgo lleno de recursos, como Bernard Shaw. Uno se pregunta si Bernard Shaw habría sido alguna vez dramaturgo si la primera vez que hubiera hecho el amor hubiera sido a los catorce años y con una muchachita, como la naturaleza lo pide, y no a los veintiuno como lo pide la clase social. Aquí, de paso, existe toda una línea de investigación literaria· psicológica conveniente para una tesis de maestría: "Características del Onanista como Dramaturgo." Ayuntamientos tardíos y la castidad prolongada ciertamente ayudan a explicar gran parte de la opu- lenta chochez de aquellos victorianos cuyos peculia. res hábitos hicieron proliferar en muchos tranquilos Pinturas de Richard Lindner 1 Homage to Daniel Shays, Collected Es!X1Ys 1952·1972, Random House, New York, 1972. Traducción de Jo- Joaquín Blanco.

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Gare Vidal

Pornografía y educaciónsexual en Norteamérica

Gore Vidal

El hombre y la mujer hacen el amor, llegan alclímax, se desploman cada cual por su lado. Enton·ces ella susurra: "Te diré en qué estaba yo pensan·do, si tú me dices en qué pensabas." Como lamayoría de las bromas sobre sexo, los orígenes deeste agradable comentario son oscuros. Pero sea cualfuere este origen, casi siempre convoca un reconoci­miento horrible, ya que a pocos amantes les gustaaceptar que en el acto sexual necesitan, para crear omantener la excitación, cierta imagen mental comosuplemento erótico para el cuerpo del que se ocu­pan. Un contemporáneo perverso sostiene que cuan­do él está con A piensa en B, y que cuando estácon B piensa en A; cada cual lo atrae sólo en lamedida en que le evoca la imagen del(a) otro(a).También, para aquellos que encuentran insatisfacto·rias las posturas "maduras" de hacer el amor, y aúnasí no se atreven a molestar al(a) amado(a) conpeticiones raras, la fantasía sexual se vuelve inevita­ble y el tímido -o la tímida- amante pronto se

descubre imponiendo mentalmente todo tipo deimágenes salvajes a su pareja, que o no las sos·pecha o a su vez también puede estarse apoyandoen un íntimo teatro mental para mantener lascosas en marcha; en tal caso, esos exitosos escri·tares que deploran "nuestra actual falta de comu­nicación" se han anotado un tanto en su favor.Los ritos y la magia también tienen sus devotos.En uno de los relatos de Kingsley Amis, unhombre conjuga mentalmente verbos latinos paradilatar el orgasmo mientras caballerosamente esperala lenta respuesta predecible de su pareja. Mientrasotro amante comprensivo (y éste no es ficticio)sólo puede reducir tempo pensando en una granhogaza de pan blanco rebanada, manufacturada porBond.

La fantasía sexual es tan antigua como la civiliza·ción (y opuesta a lo "tan antiguo como la raza"), yuno de sus signos exteriores y visibles es la literaturapornográfica, un fenómeno completamente claseme­diera, puesto que muchos investigadores (Kinsey,Pomeroy, etc.) nos aseguran que las clases bajasraramente usan la fantasía sexual como estímuloextra. Apenas puede, y lo más pronto que puede, elhombre inculto va tras la cosa real. En consecuenciase masturba rara vez, pero cuando lo hace, nosafirman tales investigadores, no piensa absolutamen·te en nada. Esta puede ser la última importantedistinción de clase en Occidente.

Sin embargo, las clases medias de cerebro calen­turiento, tan desprecidas por D. H. Lawrence, noson como son porque ellas deliberadamente se ha­yan propuesto ser cerebrales y anti·vida, sino porqueson víctimas inocentes de la necesidad y de la leyde la tribu. Por razones económicas uno debeposponer el matrimonio el mayor tiempo posible.Por razones de tribu se nos enseña que es algoequivocado el sexo fuera del matrimonio. En conse·cuencia, el hombre cuyo primer contacto con mujerocurre cuando él ya tiene veinte años seguramentese pasó el más vigoroso período de su vida mastur­·bándose. No en contra de la naturaleza, sino paradarle sentido a ese acto solitario, el teatro de sumente pronto se convierte en un festival dionisíaco,y cuando finalmente llegue al acto sexual lo podríaencontrar decepcionante, y convertirse así en undramaturgo lleno de recursos, como Bernard Shaw.Uno se pregunta si Bernard Shaw habría sido algunavez dramaturgo si la primera vez que hubiera hechoel amor hubiera sido a los catorce años y con unamuchachita, como la naturaleza lo pide, y no a losveintiuno como lo pide la clase social. Aquí, depaso, existe toda una línea de investigación literaria·psicológica conveniente para una tesis de maestría:"Características del Onanista como Dramaturgo."Ayuntamientos tardíos y la castidad prolongadaciertamente ayudan a explicar gran parte de la opu­lenta chochez de aquellos victorianos cuyos peculia.res hábitos hicieron proliferar en muchos tranquilos

Pinturas deRichard Lindner 1Homage to Daniel Shays, Collected Es!X1Ys 1952·1972,

Random House, New York, 1972. Traducción de Jo­sé Joaquín Blanco.

jardines de Dios la flor de la manuela (registrada enlos tratados botánicos como Rose La Touches).

Hasta hace poco la pornografía era un tallerartesanal, perdido entre las altas chimeneas de laindustria literaria. Pero ahora que el sexo ha ocupa·do su lugar entre los otros juegos (¿cuántos jóvenesactuales se toman el trabajo de aprender bridge? ),la creación y la propagación de la pornografía sehan convertido en grandes negocios, y aunque losaltos tribunales del Imperio Norteamericano no es­tán precisamente eufóricos de este estado de cosas,tienden a aceptar que la libertad de expresión es tanesencial en nuestra vida nacional como es prescindi­ble la libertad de acción política inteligente. Ade­más, y a pesar de los prejuicios paternalistas que losnimban, los gobernadores dan señales de que ellosmismos se están volviendo más tolerantes en asuntossexuales. Esto sería bueno si uno no sospechara quepueden estar considerando el sexo como nuestro

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pan y circo, un medio de alejarnos de las calles dela política y mantenernos en la cama, sin que lapolítica nos subvierta o lleve por el mal camino.Tan esto es así que nuestro actual presidente (John·son) se declara en favor del amor libre consensualen su loca búsqueda de un consenso político favora­ble a él.

Entre los editores de pornografía ("mercaderesde mierda", como los llaman en el FBI), MauriceGirodias es el más eminente, pues se trata de unnegocio familiar, heredado de su padre, Jack Kaha­ne: ambos vendedores de DBS ("dirty books"),como dicen en la Calle 8. Kahane fundó la ObeliskPress en París, y contó con autores como Anais Nin,Lawrence Durrell, Cyril Connolly y, por supuesto,Henry Miller, cuyos libros han sido favoritos clan­destinos durante una época que casi nos parece unsiglo. Kahane murió en 1939 y su hijo, MauriceGirodias (tomó el apellido materno por razonesdesconocidas) continuó la bravía labor de su padre.Después de la guerra, Girodias vendió toneladas delibros de Henry Miller a un público fácilmenteestimulable. También revivió Fanny Hil!. Publicólibros en francés. Prosperó. Luego comenzó el te­rror. Dictaduras visionarias fueran de un solo hom­bre o del proletariado, tendieron a desaprobar lavida sexual anormal. Siendo profundamente inmora­les en asuntos públicos, los dictadores hallan unacompensación propia en insistir en lo que creendebe ser una moralidad rigurosa en la vida privada.La moralidad privada del General de Gaulle aparecióregistrada en el nombre de su mujer. En 1946Girodias fue perseguido por publicar a Henry Miller.Era la primera persecución por obcenidad que ocu­rría en Francia desde el juicio de Madame Bovaryen 1844. Afortunadamente los escritores del mundocorrieron en defensa de Miller, y como en Franciase toma en serio a los hombres de letras, el gobiernoretiró los cargos.

En un prefacio a The Olympia Reader, publicadorecientemente, Girodifis expone largo y tendido losdetalles de su oficio. Y aunque ninguno de nosotroses tan cándido sobre dinero como él lo es con'respecto al sexo, Girodias realmente admite queperdió su negocio no como resultado de una perse­cución legal sino por incompetencia, una revelaciónque le concede una posición de vanguardia dentrode la nueva pornografía-del-dinero. Luego Girodiasfundó la Olympia Press, dedicada a la creación depornografía, tanto de la gruesa como de la liviana.Sus aventuras como mercader de mierda hacen uncuento bonito. Todo tipo de escritores, buenos ymalos, fueron puestos a producir libros, muchasveces sobre pedido. Girodias podía pensar un título(como Con la boca abierta, por ejemplo) y anunciar­lo; si había suficiente respuesta del público a esapublicidad, comisionaba a algún escritor para redac­tar un libro que fuera a tono con el título. Muchosde sus autores usaron seudónimos. Terry Southern y

Mason Hoffenberg escribieron Candy bajo el nombrede Maxwell Kenton. Christopher Logue escribióLust bajo el nombre de Conde Palmiro Vicarion;mientras Alex Trocchi, como Miss Frances Lenguel,escribió He/en and Desire. Girodias también publicóWatt de Samuel Beckett, Lalita de VIadimir Nabo­kov y The Ginger Man de J.P. Donleavy. Estos tresúltimos autores prefirieron, los muy perversos, fir­mar con todas las letras de sus nombres verdaderos.

Al leer sobre esos años felices, uno se acuerda deuna situación similar, precisamente después de laSegunda Guerra, cuando un buen número de escrito­res neoyorkinos fueron contratados y muy bienpagados para escribir cuentos pornográficos para unsenador de los Estados Unidos. El "solon", comodicen en Mierdolandia, nunca trató personalmente alos escritores, sino a través de un intermediario queguiaba sus cuentos: un poquito más de flagelaciónaquí, un toquecito de necrofllia ahí... El subse-

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cuente colapso nervioso de uno de los pornografistasdel Senador, ahora reconocidísimo como poeta, fueatribuido a la angustia de no acertar cuál de losnoventa y seis senadores norteamericanos era paraquien estaba escribiendo. (Chisme: se trataba delsenador demócrata por Massachusets, David IgnatiusWalsh.)

En 1958 la Cuarta República Francesa arrasó conlos libros de Girodias, entre ellos Lalita. Girodias deinmediato puso juicio contra el Ministerio del Inte­rior y, asombrosamente, ganó el pleito. Desgraciada­mente, cino meses después el General creyó conve­niente reasumir la grandeza de Francia. De Gaulleestaba de vuelta, y también Madame De Gaulle. ElMinisterio del Interior apeló contra la decisión de laahora difunta Cuarta República y triunfó. Uno auno, todos los libros de Girodias, buenos o malos,fueron confiscados. Inevitablemente, se recurrió aAndré Malraux, quien respondió al caso con laambigüedad verbal característica de lo que unoespera será una efímera República. Hoy por hoyGirodias está en los Estados Unidos y aquí esperaflorecer. Desde que nuestra república puritana seconvirtió en un imperio vulgar, la pornografía hasido un gran negocio por la simple razón de quecuando la libertad de expresión está unida a lalibertad de hacer un montón de dinero, el sueño deaquellos cuyas sangrientas huellas hizo vívidas lasnieves de Valley Forgue, está próximo a realizarse, yla felicidad que manda nuestra Constitución se hallaal alcance de la mano.

The Olympia Reader es una colección de frag­mentos de varios de los libros que Maurice Girodiasha publicado desde 1953. Leerlo de un tirón es unaexperiencia inconexa, como sentarse en el cine a veruna serie de avances de próximos estrenos. Comoliteratura, la mayor parte de los fragmentos sonchatarra, a pesar de la presencia de figuras contem­poráneas tan celebradas como Nabokov, Genet yQueneau, y de la de los muertos ilustres: Sade yBeardsley.

Pornografía, según la definición corriente, esaquello calculado para producir excitación sexual.Pero lo que excita a X repele aY, no h::y dospersonas que respondan en exactamente la mismaforma al mismo estímulo. El alimento de un hom­bre, como se dice, es el veneno de otro, un hechoahora reconocido por la jurisprudencia norteameri­cana, lo que debe regir con fastidiosa regularidad enlo referente a la obscenidad. Con inesperado buensentido, un juez observó recientemente que puestoque los libros que corrientemente se le sometíanenvolvían todos a mujeres con piel negra y azotes,no se les podía culpar de corromper a la ciudadanía,ya que el gusto por ser golpeado difícilmente puedeconsiderarse común y aquellos a quienes tales fanta­sías excitan ya están previamente "corruptos", ypor ello fuera de las leyes diseñadas para proteger alos jóvenes y a los normales. Por su propia naturale-

za, la pornografía no puede ser acusada de hacerproselitismo, pues está escrita precisamente para losiniciados. Lo peor que puede decirse de la pornogra­fía es que no conduce, como pretende, a cometeractos sexuales "antisociales"... sino a leer máspornografía. Y en 10 que respecta a la corrupción, laúnica víctima inmediata es la prosa inglesa. Girodiasmismo escribe como sus peores autores (''Terryestando en la época en aguda necesidad pecunia­ria "), mientras que sus juicios morales son muypeculiares. Con reverencia, describe a su héroe SirRoger Casement ("un pederasta superlativo", seaesto lo que fuere) como "políticamente confundido,emocionalmente desembalanceado, loquito y depri­mido y absurdamente cándido cuando estaba en susmomentos más buenos; pero él fue excepcionalmen­te generoso, tenía un coraje extraordinario y unasimple abiduría humana que emanaba de su bondadnatural". Aquí. el señor Girodias demuestra unaarmonía con la época en que vive; podrá o no haberdescrito con fidelidad a Sir Roger, pero ciertamenteha dibujado un fiel retrato del ovelista Serio

rteamericano 196 .De las cuarenta selecciones que Girodias ha creí­

do conveniente reunir, por lo menos la mitad sepretenden lileratura en el senlido más ambicioso, ydesconciertan en la medida en que I logran: Watlde Becke ti, la:ie de Queneau, The Ginger Man deDonleavy, son tan incapaces de epatar como elfanta rna de una rosa, para apropiarnos de la bellafrase de ir Thomas I3rowne. También hay muchode Iienry Miller. cuya reputación como pornografis­la e muy extensa. Pero aunque Miller escribemucho obre scxo, el único objelo que parece estardescribiendo iempre es su propio falo. De talmodo, a menos que a uno le excile específicamentela carne de Ilenry Miller, sus obras no puedencon iderarse como verdaderamente edificantes. Sinembargo, en sus mejores momentos Henry Millernos da una idea de lo que ha de ser estar dentro desu pellejo, lo que no es una hazaña menor. .. eleslilo pornográfico, de paso, es contagioso: la llane­za expositiva, el párrafo en arco, la línea inocenteque de repente empieza a embestir con doblesenti­dos no intencionales.

Como dama o perfecto anfitrión, Girodias hatratado de dar algo a cada cual. Por supuesto haymucho de avances correctamen te heterosexuales. Gi­radias nos da varios ejemplos, generalmente envol­viendo la seducción de un adolescente macho poruna mujer mayor. Para masoquistas femeninos (ymachos sádicos) nos da la Story of O. Para sádicoshomosexuales (y para los masoquistas homosexualestambién) The Gaudy ¡mage. Para negrófilos (y negrófUas) Pinktoes. cuyo elocuente autor, ChesterHimes, que me es nuevo, tiene un sentido delhumor que hace que su obra se hunda como piedraen el agua. Para erotistas anales que disfruten de laciencia ficción hay pasajes de Naked Lunch de

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William Bourroughs y de The Soft Machine. Para losdevotos del Camp, nuevos en la escena, el treintay­tresañero The Young and Evil de Charles HenriFord y Parker Tayler, es una obra pionera que selee hoy sorprendentemente bien. Entre paréntesis, esinteresante anotar el rol que la ropa juega enmuchas de estas obras: ropas camp, rebuscadas ycorrientes. Obviamente, si hay ahí algo para cadaquien, el inteligente dador debe proveer su libro deun calcetín viejo o de un par de pantaletas para elfetichista, como si fuera a morderlas. Pero aun losescritores que no intentan satisfacher al públicofetichista se ocupan demasiado del rito de quitarse yponerse ropas, y es significativo que los cuerpos queesas ropas descubren sea rara vez descrito tan meti­culosamente como se describe a sus vestidos.

Aun lean Genet, siempre lírico y vago cuandocelebra la verga, se vuelve extrañamente naturalistay detallado cuando describe la ropa, en un extractode The Thieves' Journal. Aparentemente, cuando erasólo un niño, un amante lo hizo vestirse comomujer, en España. El experimento falló porque "senecesita gusto para eso, y yo siempre me estabanegando a que me gustara. Me lo prohibía a mímismo. Por supuesto, de otro modo habría mostra­do mucho placer en ello". Sin embargo, a pesar dela sensación de ropa inadecuada, él nos cuentamuchísimo más del travesti manqué que del cuerpode Stilitano, que deseaba tan lujuriosamente.

En gran parte de la pornografía, las descripcionesfísicas tienden a ser esquemáticas. Los pornografis­tas de corazón-duro nunca particularizan. Los geni­tales siempre son, inevitablemente, gigantescos, perocomo nunca vemos bien los cuerpos a los quepertenecen, el efecto es tan impersonal que unopronto siente nostalgia por leer sobre aquellos ar­quetipos, mucho más modestos y enteramente tangi­bles, como la muchacha y el muchacho que sonvecinos, dos criaturas muchísimo más capaces defigurar en el calientísimo teatro de la mente que lospersonajes grotescamente voluptuosos de la meraimaginación del escritor. Sin embargo, creando ca­racteres abstractos y conservando vagas y sin ros­tro sus figuras, el pornografista sí fuerza al lectora rellenarlos con sus detalles personales, de supropia experiencia individual, con lo cual efec­tivamente logra los fines de todo arte literario queson, entre otros, hacer el lector un colaboradorverdadero.

Como de costumbre, es el Marqués de Sade (aquírepresentado con un fragmento de Justine) quienmás tiene que decir sobre el sexo -o más bien,sobre el uso de los demás como objetos del placerde uno y preferentemente a sus expensas. En laverdadera forma del siglo XVIIl, Sade explica, yexplica, y explica. No hay Dios, sólo existe laNaturaleza, a la cual no le importan ni el B!en ni elMal. y puesto que la Naturaleza exige que el fuerteviole al débil, y puesto que es demostrable que la

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Naturaleza hizo débiles a las mujeres, en consecuen­cia... y así sucesivamente. La visión del Marqués noes sino un maniqueísmo simplón presentado conmás pasión que lógica, y sin embargo resulta inter­minable en sus autojustificaciones, cosa antinaturalpues la Naturaleza nunca se explica ni se disculpa.Muy frecuentemente en las parrafadas de Sade bro­tan acentos marlowianos: "Es a la Naturaleza a laque quiero escarnecer, me gustaría destruir susplanes, bloquear su avance, detener el curso de lasestrellas, derrumbar los globos que flotan en elespacio -destruir todo 10 que la sirve, proteger todo10 que la daña, cultivar todo 10 que la irrita-, enuna palabra: insultar todas sus obras". Pero apenassi cumple estos propósitos y en una escala mínima.No solamente se rehúsa a destruir una de sus

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creaciones más divertidas, él mismo, sino que seopone al castigo capital. Aun como filósofo francés,Sade es extraordinariamente inconsistente, por 10 cualuno prefiere sus cartas a sus argumentaciones másformales. Fuera del deber intelectual Sade es másnatural y menos Natural. Mientras en la Bastilla sedescribe a sí mismo como poseedor de una "extre­ma y totalizante tendencia a perder control de mímismo, una desordenada imaginación en asuntossexuales, tanto que no se ha conocido otra semejanteen este mundo, un ateo al grado del fanatismo -endos palabras, aquí estoy, y mátenme de inmediato oacéptenme tal como soy porque nunca cambiaré".Diabolistas tardíos han tratado de hacer de su"desordenada imaginación en asuntos sexuales" unareligión y, como son las religiones, no es él más

absurdo que el crucificado y tripartita hombre-dios.Pero aunque la aturaleza es en verdad inhumana ynosotros no tenemos sentido más que en nosotrosmismos, hacer de esa Naturaleza indiferente unaliado en una conducta que simplemente daña a lasociedad humana es ser singularmente vicioso.

Sin embargo, es interesante advertir que a lolargo de toda la pornografía recurre un tema: elhombre o la mujer que se las arregla para capturarotro ser humano para usarlo como objeto sexual encontra de la voluntad de éste. Obviamente, éste esuno de los más comunes ensueftos masturbatorios.La originalidad de Sade fue tratar deliberadamentede hacer reales estas fantasías. Pero él no era Gillesde Rais. Le faltó sentido organizativo, y sus aventu­ras reales estuvieron probablemente más próximas ala farsa que a la tragedia, más próximas a CharlieChaplin tratando de ahogar a Martha Raye que aUse Koch cuando castró a su amado en Buchenwald.

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De paso, es típico de nuestra época que quieneshicieron la obra Marat/Sade fueran muy admiradospor haber perversamente reducido una espléndidaidea cómica a una simple tragedia.

El muestrario de Girodias proveerá a futurossociólogos con una bonita idea de cómo era el sexoal principiar la era científica. Sin duda alguna sedivertirán tanto como otros nos hemos deprimidopor la medida en que la superstición ha pervertidola naturaleza humana (sin mencionar la frustradaNaturaleza). Oficialmente sigue en vigencia la normatribal. La familia es la unidad básica de la sociedad.La función del hombre es embarazar a la mujer parahacer niños. Todo acto sexual que no conduzca a lafábrica de niños es antitribal, lo que quiere decirantisocial. Pero aunque tales principios siguen siendosostenidos por la masa de la sociedad humanaoccidental, los pornógrafos muestran tanto por loque escriben como por lo que omiten, que de hecholas viejas leyes no sólo siguen violadas, 'como siem­pre, sino que además se les está cuestionando deuna manera nueva y diferente.

Hasta esta generación, aun los enemigos no-reli­giosos de la sexualidad irregular podían argumentarcon algún sentido que la promiscuidad era malaporque conducía a las enfermedades venéreas y a laproducción de niños no deseados. Además, el sexoera un asunto sucio puesto que los cuerpos apesta­ban y ¿por qué iba a desear una persona verdade­ramente fastidiosa mezclar la inmundicia de la co­rrupción de su propio cuerpo con la de otro?Ahora la ciencia ha cambiado todo eso. Las enfer­medades venéreas han sido contenidas. El acto se­xual no tiene ya como resultado inevitable engen­drar bebés ("Con la pl1dora me siento ahora tancontenta y segura"), mientras que las incrementadasfacilidades para bañarse, aunadas con la insistenciade las mamis norteamericanas en circuncidar a susniños, han hecho del cuerpo humano, en la mayoríade los casos, una tentadora e higiénicamente resis­tente posibilidad de todo tipo de experimentossexuales. A lo que los moralistas sólo pueden con­testar: iRoma ha resucitado! Las facilidades sexua­les y el baño excesivo, como todos sabemos, hicie­ron de los romanos seres débiles e incapaces deresistir a los salvajes puritanos de las selvas germáni­cas, cuya leal misión era destruir un mundo corrom­pido. Este punto de vista simplísimo de la historiaes muy popular, particularmente entre las personasque no leen historia. Sin embargo, es un puntobásico que uno debe tomar en cuenta.

Nuestros standars tribales son un incómoda comobinación de la ley mosaica y la castidad guerreraque caracterizó a aquellos salvajes hombres·de-tribuque verdaderamente se engulleron el mundo de lasciudades. La predisposición contra los comerciantesque uno todavía encuentra entre la aristocracia delos protestantes blancos anglosajones (WASP), elsentido del honor (furtivo pero con las garras listas),

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el orgullo familiar, la lealtad a la clase, y (aunqueencubierta) la admiración a las virtudes militares y ala fuerza física, son cosas que hemos heredado node nuestros civilizados predecesores que vivieron enlas grandes ciudades, sino de los bárbaros que losconquistaron, los hombres tribales y nómadas, queni hicieron agricultura, ni construyeron ciudades, niorganizaron comercio, sino que destruyeron exitosa­mente cosas inhumanas y reprochables. [Gore Vidalestudiaba Roma al escribir este ensayo, y las ante­riores anotaciones son una conclusión de ese estu­dio, expuesto brillantemente en su novela Julian ,entre otras obras. N. del T.] Hoy por supuestotenemos en nuestros valores una mezcla como la delas sangres que nos forman, pero la suposición sinfundamentos de que es mejor ser fuerte físicamenteque sabio, violento que cortés, continente que sen­sual, terrateniente o trasquilador que tendero, estácimentada como un monumento en aquellas tribus

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nómadas que irrumpieron en la historia a principiosde la Edad de Bronce y cuyos valores todavía estánentre nosotros, como lo atestiguó Gallup Poll, cuan­do reveló que la guerra presidencial en Vietnam esmás popular en el Sur, la parte más "tribal" de losEstados Unidos. Sin embargo, la ciudad es la gloriade nuestra raza, y ahora en Occidente, aunque todossomos hombres urbanos, aceptamos todavía comovirtud verdadera el código de nuestros conquistado­res salvajes, aunque nuestras vidas reales no concuer­den con sus leyes, ni podrían, ni tenemos quesentimos culpables de que no concuerden.

En diez mil años hemos aprendido cómo prolon­gar la vida humana pero no hemos encontradoforma de prolongar la pubertad. Como consecuen­cia, entre la economía de la ciudad y los tabús de latribu hemos creado una ética sexual mostruosa. Paramencionar tan sólo la paradoja más evidente: no eseconómicamente conveniente que' se case un adoles­cente y no es correcto que lleve vida sexual fueradel matrimonio. Las soluciones para este problemacreado por el hombre van desde la insistencia enuna castidad total hasta una permisividad vaga quetolera cierta sexualidad si se trata de hombres"sinceros", "maduros", o "afectuosos" que com­prenden a sus hijos. Hasta esta generación, losmoralistas tribales podían argumentar con convic­ción perfecta que sólo había una ecuación sexualcorrecta: hombre + mujer = bebé. Todo lo demásera vicio. Pero ahora que más de la mitad delmundo vive en el hambre -y todo el mundo para elaño 2000; si tanto su Santidad Pablo VI como losinvitados aun no nacidos, alcanzan a asistir a (segúnsu frase infeliz) el "banquete de vida"; entonces lavieja ecuación se leerá de otro modo: hombre +mujer = bebé = hambre. Si la raza humana ha desobrevivir, sólo lo hará reduciéndose drásticamenteen cantidad, si no por la bomba atómica entoncespor ley, un prospecto triste para las libertades civilespero preferible a la muerte por hambre. De cual­quier modo, ya no es posible seguir sosteniendoque los actos sexuales que no crean (o los quesimulan crear) un bebé son antinaturales; a menos,para sonar una nota escatológica, que sea verdadera­mente la voluntad de la Naturaleza que perezcamosde sobrepoblación , en cuyo caso manos confiablesvolverán a tomar las Llaves de San Pedro.

Por fortuna, los pornógrafos parecen estar dellado de la sobrevivencia. Reducen a nada el tema dela virginidad desflorada, un tema importante durantedos mil años, y la reducen a nada por la simplerazón de que no nos importa ya eso. El adulteriosimple ya no fascina al pornógrafo, ha sido borradala letra escarlata. Misteriosamente, el incesto sólorara vez figura en las pronografías comunes. Esto esraro. El tabú tribal permanece tan fuerte comosiempre, aun cuando ahora sabemos que si se empa­rientan entre sí miembros de la misma familia esdifícil que engendren hijos más enfermos o más

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estúpidos que sus progenitores. La venida a menosdel incesto como tema rentable en el mercadopornográfico se debe probablemente a que la vidahogareí'ia actual es inadecuada. En las enormes casasvictorianas con muchos cuartos y fuertes portones,los ocupantes podrían ser mutuamente misteriosos yexcitantes en una medida imposible para los habi·tantes de un pequeí'io departamento en condominio.

i siquiera la lujuria incestuosa de Lord Byronpodría prosperar en Levittown (o Unidad Plateros, oTlatelolco).

La homosexualidad es asumida como algo dadopor los pornógrafos porque nosotros la asumimosasí. Pero aunque hay ahora bastante conciencia delo que la gente realmente hace, la antigua y untanto ambivalente hostilidad tribal persiste. Sirva detestigo la revista Time, que ha hecho recientementeun diagnóstico de la homosexualidad como "enfer·medad perniciosa" como la gripe o como oponerse ala guerra en Vietnam. Sin embargo, desde un princi·pi las actitudes tribales al respeto son confusas. Por

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un lado, no debe permitirse nada que aleje alhombre de su deber como procreador; por otrolado, es precisamente el guerrero el hombre máspropenso a los actos homosexuales. Lo que eraindeseable en la paz era deseable en la guerra, comolo reconocieron los espartanos, inventando el siste­ma militar homosexual a expensas de la unidad entorno a la familia. En general, parece que entre másguerrera es la tribu es más oportunista en terrenossexuales. "Ustedes saben dónde pueden encontrarel sexo", dijo Federico el Grande a sus oficiales," ...en los campamentos militares". De todas lastribus, significativamente, s610 los judíos fueronenemigos de un modo consistente no sólo a lahomosexualidad sino a cualquier reconocimiento delhombre como figura erótica (ef. Macabeos 4, 7·15).Pero en el gran mundo de las ciudades precristianas,nunca se le ocurrió a nadie que un acto homosexualfuera ni más ni menos "natural" que uno hetero·sexual. Pura cuestión del gusto. De arquílico a Apule­yo, esta aceptación del modo en que realmente es lapersona está implícita en todas las obras que deja.ron sus autores. Suetonio registra que de sus doceemperadores, once iban y venían con igual frescuraa hacer el amor con muchachos que con muchachassin que Suetonio encontrara nada especial en su"perversidad polimorfa". Pero todo eso, como diríaStanley Kauffmann, ocurrió en "un contexto dife­rente" .

Sin embargo, y a pesar de los contextos, somosbisexuales. La oportunidad y los hábitos nos inclinan'hacia este o aquel objeto sexual. Y puesto que yano necesitamos que crezca la población infantil, esimposible decir que unos actos son "correctos" yotros "equívocos". Desde luego, mantener que unacto homosexual es en sí mismo antisocial o neuróti­co es una estupidez peligrosa, del tipo del asombro·so DI. Edmund Bergler que las usaba para apoyarsecuando proclamaba que él podía "curar" homose·xuales, como si fuera algo deseable, como la cirugíaplástica a las narices de los judíos o el alaciamientodel pelo de los negros, para hacer posible a aquellosque de este modo han sido alterados, pasar másfácilmente por un mundo de cristianos blancos connarices chatas.

Felizmente en una sola generación la ciencia hacambiado muchos prejuicios viejos. La economía hacambiado otros. Una mujer puede ahora fácilmentemantenerse a sí misma, sin depender de un hombre.Con el portazo con que Nora puede largarse delhogar, la familia deja de ser la unidad social básica.Además, el bienestar económico reciente de la clasemedia puede ahora conseguir otros placeres. En lapelícula The Collector, un muchacho de clase bajacaptura a una muchacha educada, y después deatormentarla y aburrirla alternadamente, le diceperversamente: "Si más gente tuviera más tiempo ymás dinero, habría más de esto." Esto logró unasonrisa inintencional en el teatro, pero la frase es

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probablemente correcta. Las experiencias sexuales seestán volviendo más abiertas. Un plácido pueblitonorteamericano recientemente se conmocionó al sa­ber que el grupo de sus pobladores jóvenes reciéncasados estaba sistemáticamente intercambiando es­posas. En las ciudades, el sexo en grupo es muypopular, especialmente entre los jóvenes. Sin embar­go, a pesar de las nuevas libertades que reflejan lospornógrafos (tristemente para ellos, pues su oficiopronto será totalmente rebasado y desechado), elmundo que muestran, aunque más próximo a larealidad humana que el mundo de los tribales, revelauna nueva enfermedad: la impotencia que muchísi·ma gente siente en una sociedad sobreorganizada ysobrepoblada.

Los libros sadomasoquistas que dominaron lapornografía de este año no son el resultado de unnuevo entusiasmo por el vice anglais, sino, principal­mente, un síntoma de la indefensión en una socie­dad donde se frustra la mayor parte de la impulsivi­dad agresiva-creativa del macho. La voluntad de

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prevalecer es poderos~, y si no se satisface en eltrabajo o en la guerra, puede encontrar un sustitutoen el sexo. El hombre que quiere realizar susfantasías de oprimir o ser oprimido, está imponien.do sobre su vida sexual un impulso de poder que loconvierte en indeseable socialmente, ya que se in·crusta en esa escala IBM que lo llevará por laspredecibles etapas a un retiro temprano y a un tedioprolongado de sus años de vejez en un hospital. Lasolución de este problema no será fácil, para decirlo menos.

Mientras tanto debe hacerse algún esfuerzo paraconducir lo que pensamos sobre el sexo, y lo quedecimos sobre el sexo, y lo que hacemos con elsexo, a algún tipo de relación realista. Los pornógra­fos hacen esto oblicuamente. Reconocen que laúnica norma sexual es que no hay norma. Por lodemás, en una sociedad civilizada la ley no debefuncionar en absoluto en lo concerniente al sexo ex­cepto para proteger a la gente de que se la use encontra de su voluntad.

Desgraciadamente, aun el más sabio de los códi­gos legales norteamericanos estatales (el de Illinois)aun asume que puesto que el adulterio es un pecadotribal debe ser considerado como un crimen civil. Nolo es, como tampoco lo es la prostitución -la másútil de las instituciones humanas. Tradicionalmente,los liberales se han opuesto a la prostitución apo­yándose en que nadie debe ser forzado a vender sucuerpo a causa de la pobreza. Y aun en nuestroBienestar, la prostitución sigue floreciendo por lasencilla razón de que es necesaria. Si muchas perso­nas, hombres y mujeres, fueran forzados a confiaren sus atractivos físicos para atraer amantes, susvidas sexuales no sólo serían misérrimas sino, en unpaís adorador-de-la-juventud como Norteamérica, pe·nosamente breves. Reconociendo este estado decosas, un psicólogo sueco recientemente propusoburdeles oficiales, tanto para hombres como paramujeres, aceptando el tristísimo hecho biológico deque una mujer de mediana edad está en su cúspidesexual en un momento en que ya no puede compe­tir exitosamente con muchachas o mujeres másjóvenes. En cuanto a las prostitutas en sí mismas,practican tan legítimamente el suyo como cualquierotro arte, y lo mismo a quienes ejercen la prostitu­ción masculina; un arte intermedio entre el masajistay el psiquiatra. Los mejores son trabajadores natura·les y, opuestamente a la superstición tribal, conmucha frecuencia disfrutan su trabajo. Es un méritodel pornógrafo actual que de un modo intencional ono, sea el único que nos cuente acerca de laextraordinaria variedad de la respuesta sexual huma­na. En el tipo de espectáculos en que nos encontra­mos, la pornografía se parece a una Casa de losEspejos (visite Chapultepec, recomienda el traduc·tor) en los cuales, aun cuando distorsionan y seburlan de la figura humana, nunca deja de reflejarsela cosa real. (1966)