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LIBROS & ARTES Página 14 alileo, ni inventa el telescopio, ni era astrónomo. Nacido en 1564, era catedrá- tico de matemáticas desde los 23 años, en la universidad de Pisa, su tierra de origen. Pero estamos en el Renacimiento, en Italia, y los hombres de ese tiempo no tenían límites a su curiosidad. Así, Galileo impor- ta un catalejo fabricado en Ho- landa, los mejores del mundo en talla de cristales. Y en vez de utilizarlo para observar las embarcaciones en el mar, lo apunta al cielo. Ese gesto se realiza el 21 de agosto del año de gracia de 1609. Lo que ve y lo que dirá y escribirá Galileo cambia la historia de las cien- cias. Y a la vez provoca un es- cándalo teológico, y su conde- na por el Santo Oficio, en 1633. ¿Qué vio Galileo con su luneta de 60 cm. de largo, un lente ocular plano y el otro convexo, todo envuelto en tela de color rojo con motivos dorados? El instrumento alar- gaba la vista humana unas 30 veces. Y Galileo vio la luna con sus cráteres, por lo tanto un astro de igual naturaleza volcánica que la Tierra. Vio a Venus con fases, en conse- cuencia iluminado por el Sol. Vio Júpiter con tres esferas ce- lestes que giraban en torno suyo; vio las manchas del sol; vio innumerables estrellas. Vio el infinito. Ese conocimiento directo, empírico, lo lleva a considerar que es hora de dar razón al astrónomo Copérnico. Y escribe un libro, en poquísi- mo tiempo, Sidereus Nuncius (El mensajero celeste). Y se vende como pan caliente. El origen de su fama, y el de sus desgracias. Copérnico, en efecto, un tanto antes, por 1543 había in- tentado acabar con el largo rei- no de Tolomeo, el griego, pos- tulando un sistema de expli- cación astronómico en el que se contentaba de reemplazar, en el centro del sistema, la Tie- rra por el sol. Pero sus epiciclos y otras demostraciones no ha- bían podido convencer a sus contemporáneos. Su Opera Omnia fue enteramente publi- cada en Varsovia, en 1975. Sus teorías serían adoptadas por Kepler, por Newton, dando paso a una nueva física. Copérnico era, dicho de paso, además de astrónomo y mate- mático, médico y economista, y hombre prudentísimo. Lo suyo pasó como un postulado. El imprudente y por eso formi- dable es Galileo. Galileo da la razón públi- camente a las tesis de Co- pérnico. La Tierra no era el centro del sistema de planetas. Mientras la Iglesia rumia qué hace con ese desatinado, Galileo, que además de genial observador (anteriormente ha- bía observado el péndulo de la Catedral de Pisa, la órbita de los proyectiles, siempre con conclusiones heterodoxas) era un hombre apto a las contro- versias, escribe una carta a un amigo, la cual le será fatal. Benedetto Castelli la recibe, en ella Galileo sostiene que los teólogos están en el mundo para decirnos cómo llegar al cielo, pero los científicos para observarlos. Galileo no puede evitar el conflicto entre la teo- ría científica y la Santa Escri- tura. ¿Deben los científicos obedecer para sus pesquisas a la autoridad religiosa? Y acaso tanto Copérnico como Galileo desmienten, sin desearlo, a un pasaje de la Biblia. En una ba- talla de los israelitas contra sus enemigos, Josué pide a Dios que suspenda el curso del sol para acabar, con la luz del día, a sus enemigos. Y el sol se de- tiene (Libro de Josué, 10,12). ¿Miente la Biblia o miente Copérnico? Alguien deposita una queja contra Galileo en el Tribunal del Santo Oficio. El cardenal Bellarmin se encarga del asunto. ¿Creen ustedes que Galileo se amilana? En 1618 escribe un libro sobre el méto- do científico. En él podemos encontrar esta frase provo- cadora: “el libro de la natura- leza está escrito en lenguaje matemático”. Durante 14 años el proceso queda como los nuestros, un poco en amenaza, otro poco en el aire. Pero en 1632, Galileo publica otro li- bro, Diálogo sobre los dos princi- pales sistemas del mundo. Se dice que a Urbano VIII, Papa, hasta entonces el affaire Galileo tra- taba de capearlo. Pero en ese libro, no solamente Galileo vuelve a defender públicamen- te las teorías heliocéntricas de Cópernico, sino que en el li- bro concebido como un diá- logo hay un personaje, llama- do Simplicio, o sea, simple, tonto, en el que el papa se ve retratado. Es demasiado. Galileo es llamado, procesado, condenado y obligado a abju- rar. Para salvar su vida, su cuer- po de las llamas de una hogue- ra, tiene que decir en alta voz, delante de testigos: “No creo que Copérnico tenga razón. No es cierto que el sol sea el centro del sistema”. De aque- llo que en voz baja hubiera dicho “pero se mueve”, es le- yenda caritativa. Vivirá bajo un régimen equivalente al arresto domiciliario. La super- vivencia no va al punto de prohibirle trabajar. Todavía en 1638 vuelve a publicar, pero lejos, en Leyden. Por Pa- rís pasó el manuscrito, clan- destinamente. Galileo queda como el pri- mer científico que se bate por obtener la plena libertad. Es un héroe moderno, del triunfo de la ciencia sobre los dogmatis- mos. Del uso de la razón y la experiencia contra los sistemas educativos anquilosados. Hay que comprender la dureza de esa Iglesia, jaqueada por el protestantismo, en plena gue- rra de religión, y el temor a perder el control del poder es- piritual. El catolicismo no des- apareció, se renovó. Galileo hace pasar a los hombres de un mundo cerrado a otro abierto, infinito. Y al inicio de la duda metódica, lo que vemos es so- lamente una parte de la reali- dad, muy poco. Por los mismos años, Janset, también en Ho- landa, en 1604, logra fabricar el primer microscopio. El uni- verso de lo infinitamente pe- queño. Tampoco se ve los mi- crobios, pero existen. ¿Por qué los nombres de Galileo, Darwin y Garcilaso están aquí asociados? En primer lugar, porque es ostensible que en los tres casos, para este año 2009, celebramos sendos centenarios. En segundo lugar, que en cada caso cada uno de ellos ha provocado una revolución científica o intelectual. Con Galileo, el anuncio de la infinitud del cielo. Con Darwin, la teoría de la evolución de las especies que cambia radicalmente el punto de vista sobre la especie humana. Y en cuanto a Garcilaso, Inca historiador que sobrepasa su primera actividad de cronista y se vuelve un pensador. Un humanista del Renacimiento vinculado al providencialismo, al platonismo. En otras palabras, lo que tienen en común los tres es una inmensa capacidad de innovación, de autorreflexión y de genio personal. De invención de si mismos. GALILEO. DARWIN. GARCILASO Hugo Neira G Galileo Galilei, 1564-1642.

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Page 1: GALILEO. DARWIN. GARCILASO · Kepler, por Newton, dando paso a una nueva física. Copérnico era, dicho de paso, además de astrónomo y mate-mático, médico y economista, y hombre

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alileo, ni inventa eltelescopio, ni era astrónomo.Nacido en 1564, era catedrá-tico de matemáticas desde los23 años, en la universidad dePisa, su tierra de origen. Peroestamos en el Renacimiento, enItalia, y los hombres de esetiempo no tenían límites a sucuriosidad. Así, Galileo impor-ta un catalejo fabricado en Ho-landa, los mejores del mundoen talla de cristales. Y en vezde utilizarlo para observar lasembarcaciones en el mar, loapunta al cielo. Ese gesto serealiza el 21 de agosto del añode gracia de 1609. Lo que ve ylo que dirá y escribirá Galileocambia la historia de las cien-cias. Y a la vez provoca un es-cándalo teológico, y su conde-na por el Santo Oficio, en 1633.

¿Qué vio Galileo con suluneta de 60 cm. de largo, unlente ocular plano y el otroconvexo, todo envuelto entela de color rojo con motivosdorados? El instrumento alar-gaba la vista humana unas 30veces. Y Galileo vio la lunacon sus cráteres, por lo tantoun astro de igual naturalezavolcánica que la Tierra. Vio a

Venus con fases, en conse-cuencia iluminado por el Sol.Vio Júpiter con tres esferas ce-lestes que giraban en tornosuyo; vio las manchas del sol;vio innumerables estrellas. Vioel infinito. Ese conocimientodirecto, empírico, lo lleva aconsiderar que es hora de darrazón al astrónomo Copérnico.Y escribe un libro, en poquísi-mo tiempo, Sidereus Nuncius(El mensajero celeste). Y sevende como pan caliente. Elorigen de su fama, y el de susdesgracias.

Copérnico, en efecto, untanto antes, por 1543 había in-tentado acabar con el largo rei-no de Tolomeo, el griego, pos-tulando un sistema de expli-cación astronómico en el quese contentaba de reemplazar,en el centro del sistema, la Tie-rra por el sol. Pero sus epiciclosy otras demostraciones no ha-bían podido convencer a suscontemporáneos. Su OperaOmnia fue enteramente publi-cada en Varsovia, en 1975. Susteorías serían adoptadas porKepler, por Newton, dandopaso a una nueva física.Copérnico era, dicho de paso,además de astrónomo y mate-mático, médico y economista,y hombre prudentísimo. Losuyo pasó como un postulado.El imprudente y por eso formi-dable es Galileo.

Galileo da la razón públi-camente a las tesis de Co-pérnico. La Tierra no era elcentro del sistema de planetas.Mientras la Iglesia rumia quéhace con ese desatinado,Galileo, que además de genialobservador (anteriormente ha-bía observado el péndulo dela Catedral de Pisa, la órbitade los proyectiles, siempre conconclusiones heterodoxas) eraun hombre apto a las contro-versias, escribe una carta a unamigo, la cual le será fatal.

Benedetto Castelli la recibe,en ella Galileo sostiene que losteólogos están en el mundopara decirnos cómo llegar alcielo, pero los científicos paraobservarlos. Galileo no puedeevitar el conflicto entre la teo-ría científica y la Santa Escri-tura. ¿Deben los científicosobedecer para sus pesquisas ala autoridad religiosa? Y acasotanto Copérnico como Galileodesmienten, sin desearlo, a unpasaje de la Biblia. En una ba-talla de los israelitas contra susenemigos, Josué pide a Diosque suspenda el curso del solpara acabar, con la luz del día,a sus enemigos. Y el sol se de-tiene (Libro de Josué, 10,12).¿Miente la Biblia o mienteCopérnico? Alguien depositauna queja contra Galileo en elTribunal del Santo Oficio. Elcardenal Bellarmin se encargadel asunto. ¿Creen ustedes queGalileo se amilana? En 1618escribe un libro sobre el méto-do científico. En él podemosencontrar esta frase provo-cadora: “el libro de la natura-leza está escrito en lenguajematemático”. Durante 14 añosel proceso queda como losnuestros, un poco en amenaza,otro poco en el aire. Pero en1632, Galileo publica otro li-bro, Diálogo sobre los dos princi-pales sistemas del mundo. Se diceque a Urbano VIII, Papa, hastaentonces el affaire Galileo tra-taba de capearlo. Pero en eselibro, no solamente Galileovuelve a defender públicamen-

te las teorías heliocéntricas deCópernico, sino que en el li-bro concebido como un diá-logo hay un personaje, llama-do Simplicio, o sea, simple,tonto, en el que el papa se veretratado. Es demasiado.Galileo es llamado, procesado,condenado y obligado a abju-rar. Para salvar su vida, su cuer-po de las llamas de una hogue-ra, tiene que decir en alta voz,delante de testigos: “No creoque Copérnico tenga razón.No es cierto que el sol sea elcentro del sistema”. De aque-llo que en voz baja hubieradicho “pero se mueve”, es le-yenda caritativa. Vivirá bajoun régimen equivalente alarresto domiciliario. La super-vivencia no va al punto deprohibirle trabajar. Todavíaen 1638 vuelve a publicar,pero lejos, en Leyden. Por Pa-rís pasó el manuscrito, clan-destinamente.

Galileo queda como el pri-mer científico que se bate porobtener la plena libertad. Es unhéroe moderno, del triunfo dela ciencia sobre los dogmatis-mos. Del uso de la razón y laexperiencia contra los sistemaseducativos anquilosados. Hayque comprender la dureza deesa Iglesia, jaqueada por elprotestantismo, en plena gue-rra de religión, y el temor aperder el control del poder es-piritual. El catolicismo no des-apareció, se renovó. Galileohace pasar a los hombres de unmundo cerrado a otro abierto,infinito. Y al inicio de la dudametódica, lo que vemos es so-lamente una parte de la reali-dad, muy poco. Por los mismosaños, Janset, también en Ho-landa, en 1604, logra fabricarel primer microscopio. El uni-verso de lo infinitamente pe-queño. Tampoco se ve los mi-crobios, pero existen.

¿Por qué los nombres de Galileo, Darwin y Garcilaso están aquí asociados? En primer lugar,porque es ostensible que en los tres casos, para este año 2009, celebramos sendos centenarios. En segundolugar, que en cada caso cada uno de ellos ha provocado una revolución científica o intelectual. Con Galileo,

el anuncio de la infinitud del cielo. Con Darwin, la teoría de la evolución de las especies que cambia radicalmenteel punto de vista sobre la especie humana. Y en cuanto a Garcilaso, Inca historiador que sobrepasa suprimera actividad de cronista y se vuelve un pensador. Un humanista del Renacimiento vinculado alprovidencialismo, al platonismo. En otras palabras, lo que tienen en común los tres es una inmensa

capacidad de innovación, de autorreflexión y de genio personal. De invención de si mismos.

GALILEO. DARWIN. GARCILASOHugo Neira

GGalileo Galilei, 1564-1642.

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arwin es un caso. Locanónico en la historia deDarwin es proceder a situar suteoría de la evolución de lasespecies como la consecuenciade la gran expedición delBeagle, de 1831 a 1836, ycómo fue reclutado como na-turalista. Prefiero, sin embargo,tomar otro procedimiento ex-plicativo. Preguntarnos: ¿quéllevó a este hijo de una fami-lia rica y un tanto excéntrica aese inusitado oficio, que lue-go su talento de observadorvuelve feliz destino? El jovenCharles Robert Darwin, naci-do en 1809, era el nieto deErasme Darwin, médico y poe-ta, que había escrito una ex-traña Zoonomia, es decir, un

estudio sobre los animales en-teramente puesta en centenarde versos. A diferencia delabuelo, y del padre, acaudala-do médico, nuestro Darwin nomostraba ninguna pasión porlos estudios de medicina, aun-que para eso fue a hacer estu-dios en la Universidad deEdimbourg. En realidad, lapráctica de las operacionesmédicas le parecieron descuar-tizamientos y llegaron a repug-

narle. El padre, suponemos de-cepcionado –que médico noquiere tener un hijo médico–lo envía entonces para que seaclergymen, perspectiva teoló-gica que parece le gustó másque la de medicina, y sigue es-tudios en el Christ’s College deCambridge, pero igual no ter-mina. ¿Qué hacer con Charles?Se han fijado sus familiares, noobstante, en algo que sí lo apa-siona, el coleccionar plantas,animales, estampillas, meda-llas, conchas, y su predilecciónpor los escarabajos.

Cualquier familia corrien-te, ante el caso de un adoles-cente tan singular, por lo ge-neral corre a consultar a un psi-cólogo, por cierto, no los ha-bía por entonces, gracias aDios, y lo que hacen, padre y

abuelo, que de extravaganciasentendían porque ellos mis-mos pasaban por ser medio chi-flados, lo que hacen es buscar-le un empleo adecuado. Aljoven Charles Darwin le gustaobservar, y sabe hacerlo. Y eseempleo será el de naturalistaen un barco, el Beagle, quedeja puerto inglés en diciem-bre de 1831. No es ningún re-galo, era muy dura la vida enla marina mercante inglesa,ganaban poquísimo, comíanmal y corrían inmensos peli-gros, y en efecto, el Beagle va adar la vuelta por diversos ma-res y oceános. A bordo, Darwinvisita las islas verdes, pasa dosmeses en el Brasil, recorre elPlata, el Uruguay, la Pata-gonia, las islas de Tierra delFuego, la costa de Chile y elPerú (nuestro desierto apareceen su libro de notas de viaje-

ro), sigue a las islas Galapagos,Tahití, Nueva Zelandia, Aus-tralia, Tasmania. Son 57 me-ses, dirá después, en su Journeyof a Naturalist on Board of theBeagle. Como ha hallado suvocación definitiva, la de na-turalista, llega a secretario dela Geological Society de 1838a 1841.

Hasta ahí, no pasa grancosa. Pero ocurre que Darwin,en su errancia por universida-des, y por el mundo, ha ido acu-mulando una serie de saberes,en apariencia inconexos. En lasclases fallidas de medicina seinteresó por la química. Cuan-do estudiaba para cura angli-cano había escuchado leccio-nes sobre botánica y sobre geo-logía. Y por encima de todo,en el viaje en el Beagle habíaacumulado una masa gigantes-ca de datos sobre millares deespecies; había clasificado in-sectos, aves, mamíferos y con-chas de todo tipo. Y así, en lasislas Galápagos, va especial-mente a observar cómo avesseparadas, en islas cuya evolu-ción geológica era semejante,habían desarrollado indivi-duos con ligeras variaciones,cómo el pico de los pinzonesera diferente de una isla a otra,unos más largos, otros más cor-tos y duros. El naturalistaDarwin ya estaba en ruta haciasu propia teoría. Desde unapregunta capital que se hace:¿por qué eran marcadamentediferentes y asombrosamentesimilares? Evidencia parecidarecoge en las pampas sudame-ricanas con formas de avestruzque se habían transformado alpunto de no poder aparearse.Lo mismo en la isla de CaboVerde. Por todas partes, pobla-ciones que variaban indepen-dientemente.

Darwin regresó a su hogar.Este hombre, al cual los hom-bres de iglesia atacarían feroz-mente, era hogareño, había to-mado como esposa a EmmaWedgwood, de una familiaadinerada, el mismo Darwintendría fortuna personal graciasa sus publicaciones, anterioresal libro que lo hizo célebre, yen general, llevan una existen-cia recogida, con cuatro hijos,en la paz de un hogar en la queDarwin escribe lentamente sugran libro. Las especies no es-

tán fijas, se dice desde el dia-rio en el Beagle, pero ¿qué lashace cambiar? En 1859, 25años después de visitar lasGalápagos, se publica Del ori-gen de las especies por vía de se-lección natural (On the origen ofspecies by means of naturalselection or The preservation offavoured races in the struggle forlife, Londres, John Murray,1859). Como muchos mode-los en ciencia, la teoría deDarwin es una construcciónracional y nueva, a partir deuna serie de observacionespersonales. La obra es un éxi-to. Se agota el primer día. Lue-go, se venden 60 mil ejempla-res solamente en Inglaterra(Encyclopaedia Universalis,2004). Hay que decir que, con-trariamente a una leyenda ne-

gra, la teoría de la evoluciónde las especies fue rápidamen-te admitida por la comunidadcientífica. Como ocurre a me-nudo, y en particular en la his-toria del conocimiento cientí-fico, hay como la espera de unnuevo paradigma “en el airedel tiempo”. Darwin llega atiempo. Los partidarios delevolucionismo, sin embargo,van a discrepar en cómo losrasgos adquiridos se transfor-man. Lamarkismo, mutacio-nismo, ortogenesis, neodar-winismo, hasta nuestros días.

Los riesgos de la opiniónpública, en especial por losproblemas con la religión, ha-bían sido evitados. Darwin sehabía cuidado de precisar cuálera el lugar del hombre en lamarcha de las especies vivien-tes. Solamente doce años des-pués, en 1871, Darwin osa darel paso riesgoso. Sobre los pro-bables ancestros, no dice queel hombre viene del simio, sinoque “el hombre emerge de unafiliación preexistente”. Los fa-náticos nunca entienden de

matices y mientras los científi-cos se echarán a buscar unancestro perdido al hombre, laopinión pública, es decir, elsaber vulgar, toma el rábanopor las hojas y los diarioscaricaturizan a Darwin comoun pariente cercano a chim-pancés y gorilas. Una publica-ción inglesa, a la muerte deDarwin, en 1882, muestra unahorda de monos, inconsolablespor su pérdida.

Ahora bien, a comienzosdel siglo XX, las teorías de laevolución van a recibir unaayuda inesperada, aunque estoobligue a modificar en partela teoría inicial. Las leyes de laherencia, descubiertas porMendel, confirmadas en 1900por Hugo De Vries, la apari-ción de la genética, explicanlas variaciones de poblaciones,lo que había intrigado al mis-mo Darwin. Es decir, en lasciencias de lo viviente, en loque concierne a nuestra espe-cie, visto los avances en el te-rreno de los genomas, la teoríadominante es un neodar-winismo, es decir, “Evoluciónde las especies + genética”. Notodo está, sin embargo, expli-cado. La biología moleculardesde los años sesenta del sigloXX abre horizontes apasio-nantes.

Pero, ese nuevo lugar delhombre, entre las especies vi-vas, no es admitido por muchospueblos, a raíz de sus creencias.Para el aniversario de Darwin,una publicación llamada“Neurekai” establece una cla-sificación de países, que va

desde aquellos en que sus ha-bitantes aceptan la idea de queel hombre se haya desarrolla-do a partir de algún tipo deancestro animal, y los que nola aceptan. Los países con ma-yor grado de aceptación sonIslandia, Dinamarca, Francia,seguidos de Japón, Inglaterra,Alemania, Italia. Donde el nollega a más del 40 % se hallalos Estados Unidos. Y en losque el no es abiertamente ma-yoritario, Kazakstán, Indonesia,Pakistán, Malasia, Egipto. Quesepamos, no hubo encuestapor el lado de la América delSur. Me hubiese gustado sa-berlo.

D

Charles Darwin, 1809-1882.

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arcilaso de la Vega,nacido en el Cusco, es la histo-ria de un muchacho del sigloXVI, y es acaso, por las dificul-tades del nacimiento y de lalejanía de su país de nacimien-to de los centros de cultura delmundo de su tiempo, todavíamás edificante que la deGalileo y la de Darwin. “Edifi-cante”: que califica o da buenejemplo (Diccionario de JulioCasares).

Para comenzar, es hijo na-tural. Sin embargo, era de usoen los señores dominantes re-conocer sin empacho el frutode sus amores y acogerlos, casa,comida y cuidados. Valoresseñoriales, otros tiempos. Así,el joven Gómez Suárez de

Figueroa, qué digo, el niño,hijo de un capitán español yde una palla inca pertenecien-te a las ramas ilustres del mun-do inca (y no repito esto másen esta nota, porque se ha di-cho hasta la saciedad), creceentre dos casas, finalmente, enla casa del padre, pese que aeste le mandan los Reyes des-posar a una española. Pero esto,que podría ser para cualquier

ser humano corriente un moti-vo de desequilibrio, para estemuchacho se revela como unafuente increíble de dobleaprendizaje para la vida. Sesabe, por el lado del padre, es-pañol, que aprende a montar acaballo, es más, se luce comobuen jinete, en un Cusco de suinfancia poblado por hombresde guerra que sabían ser exce-lentes en la materia, y que de-lante suyo juegan a cañas, unjuego de jinetes. Gómez Suárezve todo eso, y escucha a la vezel quechua de sus tíos y la fa-milia de su madre, casa a la quefrecuenta, y el español del pa-dre, del cual es escribano. Y elde sus contertulios, los hombresde tizona y pica que hicieronla Conquista.

Los conoce a muchos, per-

sonalmente. Los describirá,muchos años más tarde, yahombre maduro, lejos, en Se-villa, en Córdoba, cuando es-criba sus Comentarios.

Pero prosigamos con estahistoria edificante. El padre lemanda a seguir estudios a Espa-ña. Y eso es lo que hace. AGarcilaso lo han discutido coninquina en el siglo XIX. Se dijo,por un agrio investigador lla-mado Gonzales de la Rosa (aquién refutó Riva Agüero), queel padre lo había desheredado.

Es falso, es al revés. Lo en-vía con 4 mil pesos. Conoce-mos el nombre del albacea quele entrega ese dinero, don An-tonio de Quiñones. Se le su-pone, no obstante, que fue unmal hijo pues abandona a lamadre, y también eso es falso.En 1945, Aurelio Miró Quesa-da encuentra en un archivonotarial del Cusco el testamen-

to de Isabel Suárez, o ChimpuOcllo, y se prueba las disposi-ciones tomadas por su hijo an-tes de su partida. Le lega a lapobre madre el uso de una cha-cra de coca situada en Havisca,para su mantenimiento. Esta leregala unas monedas de oropara la travesía de tierras yoceános para llegar a España.

Dejemos de lado por dón-de fue y cuál ruta tuvo. Si visi-tó la pampa de Villacuri, quesi se paró en Lima, o enCartagena, eso puede ser inte-resante pero no en esta nota.Fue en busca de reconoci-miento y gloria. Y la obtuvo,como se explica en esta sem-blanza, pero no como, en supartida, lo esperaba. Dicho seade paso, viajar no era un paseo,ni era abordar, como en nues-tros días, un avión. Aun ahorahay riesgo, en esa época, eramucho mayor. Un viaje podíallevar hasta 91 días útiles, y hasta120, solamente en la ida.

El historiador francés PierreChaunu ha estudiado estetema, el tráfico transconti-nental de Indias, la imprevisi-bilidad del mar, las tormentasy las calmas chichas, y a todoello se añadía la maldad de loshombres: guerras, piratas, de laque no se exceptuaban los bar-cos mercantes, al contrario. EnLa Carrera de Indias, así llama-ban a esa ruta de espuma, unode cuatro viajeros perdía lavida. Igual el joven GómezSuárez se embarca y llega alViejo Mundo.

Dejemos de nuevo de ladoque pasara por Lisboa. Ya enEspaña, se va de frente a lasCortes, es decir, a Palacio, alpoder, a litigar por los derechosdel padre calumniado. Peroestamos en 1561, ya ha sidopublicada la crónica deGómara, cronista real, es deciroficial, de la poderosa Coronade Felipe II, un emperador deorigen alemán al que le intere-sa montar el primer EstadoAbsoluto, es decir, centraliza-do, y maneja unas 30 Coronas,heredadas de su padre, CarlosV. Los abogados de ese Estadono están con ánimo de repartirprebendas, y los soldados im-provisados de las Conquistas deIndias, tanto México comoPerú, no les interesan, los hanreemplazados por letrados, sa-lidos de sus universidades, opor nobles militares. Los Con-quistadores, la mayoría era deorigen plebeyo, y si había en-tre ellos algún hidalgo, era unhidalgo pobre, o sea, dispues-to a la aventura y el riesgo delos junglares de la América delSur. Por lo demás, el Conquis-tador ha llegado tarde. Se lesda las gracias, y esto. Al padrede Garcilaso, ni eso. La corona

no quiere nuevos feudales enesas tierras tan lejanas. Estánacabando con ellos, en bene-ficio de un poder cada vez másregalicio y centralizado, y vie-nen esos soldados de fortuna.Que ganen reinos es una cosa.Que los administren es otra.Fue aquel un imperio burocrá-tico. Así nacieron los expe-dientes, los eternos litigios, lanecesidad de leguleyos. Esaherencia colonial se nos ha me-tido hasta en las venas.

Lope García de Castro esun hombre de la corte y es unhombre claro, como eran esoscastellanos, o era no o era sí, yfue no. Según los cronistas,Palentino, Gómara, el padre,en plena batalla contra los sol-dados que el emperador habíaenviado contra el alzamientode los conquistadores, le habíacedido un caballo al rebeldeGonzalo Pizarro.

Y este funcionario despidecon cajas destempladas al jo-ven litigante. Garcilaso medi-ta. Aurelio Miró Quesada sos-tiene que en 1563 podía vol-ver a Indias. Pero decide per-manecer en España. Es una de-cisión tan riesgosa como el via-je en galeón, como ir a las cor-tes imperiales a reclamar.

Pero nuestro personaje tie-ne coraje. Y se inventa unanueva vida. En el Perú, ¿quéhubiese sido? Encomienda notenía, ni renta, ni nada. Un in-dio pobre. Ni eso. No era unindio de ayllu, sino un mestizoreal, así se les llamaba a losque eran nobles por el ladodel padre y de la madre, perono le servía para mucho, enEspaña, en cambio sí, podíaprobar fortuna.

Y eso es lo que hace. Paraganarse su sitio sienta plaza desoldado. Ha ido, sin embargo,a ver y conocer a su familia porel lado paterno, los poderososVargas de Montilla, y donAlonso, hermano de su padre,lo acoge. A Montilla volverápero primero se va a la guerra.

¿Cuál guerra? Las hay portodas partes en esa Europarenacentista, turbulenta, perohay una, como quien dice, a lamano, en las sierras de Grana-da. En las llamadas Alpujarras.

¿Qué pasa ahí, guerrillas, llan-ta quemada, toma de carrete-ras? Algo por el estilo. En lasAlpujarras viven los moriscos.¿Y qué son los moriscos? Son lagente nacida en España, veni-dos con las invasiones árabes800 años atrás, y de religiónislámica. ¿Y qué hacen ahí?Son los que no se han queridoir cuando cae el sultanato deGranada en l492. Vencidos susseñores, el pueblo moro, enparte, decidió quedarse, aco-gerse a las leyes castellanas.Pero por lo visto, no los trata-ron como esperaban. Y unos 78años después toman las armas.

No sé si me explico clara-mente. Era muy difícil ser mo-risco en esa España de la unifi-cación por vía religiosa, comoera difícil ser judío. Siemprehabía la sospecha ante los ju-díos que decidieron convertir-se al cristianismo, que ese eraun gesto acomodaticio, opor-tunista, y los llamados “conver-sos” siempre fueron materia desospecha, la Inquisición no lesperdía de vista. No trabajabasel sábado (una gran parte eramanuales, artesanos ) y ¡tate!el Santo Oficio te caía enci-ma. Había que sacar, por lodemás, papeles oficiales paramostrar, aun si eras cristiano,que eras “cristiano viejo”, node padres o abuelos reconver-tidos. Se dice que Colón, poreso, disimuló sus orígenes. Enel caso concreto de Garcilaso,en su mocedad guerrero, lacosa no deja de tener su ladoequívoco. ¿Cómo, el hijo deexcluidos, iba a combatir aotros excluidos? Pero estamosen el XVI y en el orbe ibérico,nada de moriscos y mestizosmême combat, esas son cosas denuestro tiempo.

Va a pelear, y va “a la ca-beza de un escuadrón de caba-llería” (según Carmen Ber-nand, profesora de historia enla Sorbonne). En el mando su-premo, don Alonso Fernándezde Córdoba y Aguilar, marquésdel Priego, por orden expresa

G

Garcilaso de la Vega, 1539-1616.

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de Felipe II. No es pues, unaguerrita. En la sierra Bermejales esperan los puentes delianas, que al joven Garcilasole deben haber recordado, consentimientos contradictorios,los que tendían sobre los ríoslos antiguos incas. Al fin deesta historia, los moriscos sonaplastados, millares parten de-portados, otras familias mo-riscas son asimiladas pero lle-

vadas a otros lugares. Garcilasoacaso debe haberse acordadode lo que hacían los incas, aveces, con los vencidos: losdesplazamientos de mitimaes.Dura ley es la ley, habían di-cho, maestros en la formaciónde estados fuertes, los antiguosromanos.

A nuestro Garcilaso lecaen “cuatro conductas” porsus hechos como guerrero. Esdecir, cuatro felicitaciones. Noes poco, no se regalaban lasdichas conductas. Puede discu-tirse hasta la saciedad la mora-lidad de esos hechos, pero eljoven sobrino del señor deVargas no es un cobarde. Elpoderoso tío, al retorno de ta-les guerras, lo guarda consigo.Y en Montilla, y le confía asun-tos. Hoy diríamos negocios. Yaquí viene la segunda meta-morfosis. El litigante en Corte,el combatiente de las Alpuja-

rras, se vuelve en Montilla ac-tivo empresario, tranquilo ve-cino y con el tiempo, una per-sonalidad lugareña, lo que sedice un notable. ¿Qué sabeshacer, hijo?, puede que le hayapreguntado el noble tío. Puesseñor, habría contestado el in-diano, entiendo de caballos. Yen efecto, más tarde, pero mu-cho más tarde, hablará en losComentarios reales del caballoblanco de don Pedro de Al-varado, o del zaino de aquelotro; y si el lector no sabe quées un caballo zaino, no me voya detener en ilustrarlo, no estiempo ni lugar, pero Gar-cilaso sí lo sabía, era una cues-tión de su tiempo, como hoysabemos de automóviles o decomputadoras, y Garcilaso re-cuerda de qué color era lamula que montaba Carvajal, elDemonio de los Andes. “Lo vitodo –dirá en sus crónicas– yellos no hazian caso de mi”.Así discurre esa segunda vidade Garcilaso, como dice elmaestro Porras, “cría caballos,negocia en trigos, y cultiva labuena amistad de los clásicos”.

Una tercera transforma-ción vital de nuestro persona-je. En 1570 muere ese parienteque ha sido su protector, donAlonso de Vargas, y lega pri-mero a la esposa, y luego al so-brino, sus bienes. Ya tenemosal mestizo, al cusqueño, confortuna propia. Se abren lasespléndidas rutas del trabajososegado, de humanista. En1586 publica su traducción deLos diálogos de amor de LeónHebreo, gesto significativo.Osa traducir a alguien sobre elcual ya había no una sino dostraducciones. La de Garcilasoes la mejor. Luego, para com-pletar su educación (siglos des-pués, José Carlos Mariátegui,se forma tamién solo, con lec-turas y frecuentaciones de sa-bios ) se va a vivir a Córdoba.

Frecuenta a los humanistas desu tiempo, quienes lo recibencomo un par de ellos. Su nom-bre ha cambiado. DesdeMontilla, en algún momentode su vida (Aurelio MiróQuesada dice que en el añopreciso de 1563) abandona elde Gómez Suárez, y lo va re-emplazando, poco a poco, porel de Garcilaso de la Vega, lue-go, el Inca, y luego IncaGarcilaso de la Vega. Y esotambién, los cambios de nom-bre, son como una invasión deEuropa renacentista por elcusqueño. Una revancha con-tra el destino.

El resto ya lo conocen. En1605 publica La florida del inca.No es una publicación asícomo así. Se conoce que la tra-bajó por partes, la primera en1589, la segunda en 1598. Pu-blicar es pedir permiso, licen-cia, y se la dan. Ya es un escri-tor consagrado. Y ahora inten-ta el asalto supremo, escribircontra las autoridades consti-tuidas, el cronista oficialGómara, y los otros que aquíno detallo. Y eso es los Comen-tarios reales, que no es una cró-nica más. Por una parte, por-que va a contracorriente. Losincas eran civilizados, dice porlo tanto la Conquista no se jus-tifica (aunque luego se contra-diga, la civilización inca, por

su orden, preparaba la llegadade un orden moral cristiano).Y por la otra, los caballeros acaballo que “ganaron esos rei-nos”, para la Corona, no mere-cieron la ingratitud. Doble re-clamo, por sus parientescusqueños y por el padre, gue-rrero como él. Pero no acaso,hombre de pluma.

Garcilaso es ambas cosas.Las armas y las letras. Un lemade renacentista. ¿Pero era sufi-ciente con esos oficios, la gue-rra y el tintero, para ser unrenacentista? Por cierto que no.El Renacimiento también es elculto a los poderes de la indi-vidualidad, César Borgia, Mi-guel Ángel, condottieros ygrandes artistas. Y a la vez alsaber. Ahora bien, Garcilaso eslo uno y lo otro. Hablemos cla-ro, cusqueño, sin duda, y re-clama eso en todos sus libros yproemios, y durante toda suvida. Pero su vida, que acaba-mos de resumir a grandesbrochazos, transcurre en Euro-pa. No digo España únicamen-te sino en la Europa del Rena-cimiento. Ese es su destino, elde Garcilaso de la Vega el Inca.Pero pagando un precio terri-ble, vital, personal. Garcilasoes el primero de una larga lista,creativa, gloriosa y a menudosufriente, de peruanos exilia-dos. ¿Qué hizo? Garcilaso in-venta un género que es biogra-fía, reflexión histórica y perso-nal meditación. Garcilaso sub-vierte la teoría misma de losgéneros. Para situarlo, hay quehacerlo en el cuadro en el queactuó, en la Europa del Rena-cimiento. Por eso el diagramaque acompaña este texto. Allado de los grandes. De Picode la Mirandola, por la insa-ciable fe por los estudios. DeErasmo, Moro, Montaigne,Bacon, Galileo. No como unextraño dentro del mundorenacentista sino formandoparte del mismo. Ese es su lu-gar. Y a la vez Cusco, Córdoba,Montilla. Universal.

Su vida, pues, cabe en unapalabra que no es ni quechuani castellana. Su vida es un“triunfi”. Esa idea, el triunfi ola gloria, la epifanía, la victo-ria en letras, artes, política, enla vida misma, era una celebra-ción de los humanistas. Escri-tores, pintores, y en la vida pa-laciega, la celebración de ungran talento era motivo paragrandes fiestas, imaginables ennuestro tiempo. De retornosgloriosos, ostentosos, para unrey victorioso, para un geniocomo Leonardo. Los cuadroscon “triunfi” abundan. Eran,sin duda, un tipo de fiestas quemás tenían de paganas que decristianas pero el Renacimien-to lo mezcla todo, y lo trans-

Cuadro de pensadores del Renacimiento en el cual hemos situado a Garcilaso de la Vega, el Inca.

forma en celebraciones terres-tres y mundanas. Dejemos dellorar sobre Garcilaso. Triplevida, concluida con sus obrasextraordinarias. Un “triunfi”del cusqueño. Decirlo es ven-cer, por un lado, nuestra ten-dencia plañidera al autofla-gelamiento. Y por la otra, po-nerlo donde también debe deestar. Como un hombre denuestra patria y del Renaci-miento. Como un vencedor.Volvamos este IV centenarioun “triunfi” del cus-queño. Poreso lo hemos puesto en estasmodestas líneas al lado deGalileo y de Darwin. ¿En quéson similares? En la pacienciagenial por imponer lo que supropio talento le había reve-lado. El primero, la inmensi-dad del cielo infinito. El se-gundo, la inmensidad del des-tino de la especie humana. Eltercero, Garcilaso, la sorpresade la evolución de las civiliza-ciones, comenzando por la desus propios orígenes y de latransformación de esa Europaen la que vive. De lo primero,el muchacho del Cusco, quehabía visto los ritos incas cuan-do ya no había más incas, sabeque esa elaboración de jugoshistóricos distintos no iba adetenerse. Esos jugos, esa fuer-za vital es la de su mismidad demestizo, le alienta en las gue-rras de las Alpujarras, en losnegocios de Montilla, en latarea de escribir de Córdoba.Que callen, pues, los com-pungidos de siempre. Que ha-ble la fuerza de la vida que lohabitó. Cuánto se ha dicho quetomó unos hábitos. Un tiem-po, y menores. Pero tuvo vidade hombre, y cuando regresade su vida de soldado, vienecon una morisca que se habíacomprado, en realidad, unacaucasiana, una turca, quedebe haber sido bellísima. Sellamaba Juana. Y luego, en unamujer que vivía en la gran ca-sona de los Vargas, tiene unhijo. Prefiero ese Garcilaso alque han descrito otros autores.Celebramos su IV centenario.No su beatificación.

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